GERARDO PISARELLO Variedad de plantas
Frecuentemente nos pasábamos
en la quinta explorándola. Nos movía un secreto afán de sorprender algo
nuevo; una infantil curiosidad guiaba nuestros pasos. Los árboles nos
deparaban el secreto de nidos y pájaros, y nos ofrecían sus ramas
flexibles en las que nos hamacábamos en dulces balanceos entre la caricia
de las hojas. Nada más cabía esperar de
esa vida de las plantas que trascendían una
serenidad infinita. Sólo que
nuestra infancia no perdonaba nada, Todo lo mirábamos y lo tocábamos
cual si nuestro interés hubiera sido descubrirle a cada planta su vida
de vegetal, de encontrarle sus jugos más íntimos. Y si la quinta no
era grande, tenía en compensación la riqueza de una variedad vegetal.
Esto bastaba para aguijonear ese interés versátil en que los niños mueven
su curiosidad. El ananá y el plátano, que
no era común verlas en la zona, habían sido plantadas en la quinta. Entre
las plantas de ananá, que nos recordaban a ciertos cardos silvestres
abundantes en la proximidad de los talares, pretendíamos encontrar los
mismos apereá, esos conejitos de campo que por allí aparecían. Los
plátanos formaban nuestro monte: "el bananal", de frescura incomparable,
donde el verano caía vencido por sus lisos tallos de agua y por sus hojas
anchas a manera de techo. Nosotros mismos ayudábamos a plantar los
plátanos, en esa renovación periódica necesaria a su mejor producción.
Pero crecían tan rápidos, que el "bananal" se tupía con los nuevos
retoños que aparecían en la raíz, se obstruía con las plantas viejas que
al dar sus frutos caían y terminaban secándose. Nuestros juegos de
escondidas hallaban en este lugar su campo propicio, y nada extraño por
tanto, que allí fuéramos, más llevado por ello, que por descubrir los
cachos de bananas que debían cortarse al comenzar a pintar. Crecían unas cuantas plantas
de mamón. Sus secas hojas extendidas se apartaban en forma de sombrilla y
sus frutos blandos pegados al mismo tronco se descubrían en un abigarrado
hacinamiento. Esos frutos recorrían una gama de colores: verde oscuro,
primero, amarillo pálido, luego, y amarillo rojo subido, por último.
Completos de madurez, parecían entonces pequeños melones colgando en
aquellos tallos. Y si así podían ser comidos, nosotros los preferíamos en
dulces de almibarados sabores. Algunos ejemplares de
árboles como casuarina, paraíso, ombú, jacarandá, grevilea, estaban en
filas o aislados en distintos sitios por el mérito de sus flores o por la
necesidad de su sombra. Con el tiempo ellas irían desapareciendo bajo la
acción del hacha. Los naranjos lo invadían todo, lo exigían todo. Era él
interés materializado en el precio del fruto que se valorizaba con su
mercado de exportación, el que también aquí, entre las plantas de esta
quinta abatía un mundo de poesía y de recuerdos. Las plantas citrícolas
pasaron a predominar cada vez más en la quinta. En mayoría estaban los
naranjos criollos, sin injertar, que ponían una espera de quince años para
iniciar su producción. Se contaban otros ejemplares
como la mandarina, el limón, la lima sutí y lima puruhá, y la cidra,
cuyas frutas no se exportaban, ni encontraban en nosotros consumidores
directos, exceptuando la mandarina. La lima puruhá en el verano nos
compensaba de la falta de naranjas dulces. Las plantas de cidras estaban
en los fondos como excluidas de la familia citrícola. Sus frutos abultados
y deformes parecían pesarle tanto, que se hubiera dicho la causa de
su poco crecimiento. Aparecían como los enanos de las citrícolas, y
apenas si se igualaban a nosotros en estatura. No obstante, eran esos
frutos tan
feos y amargos, con los que
en la casa se hacían los más ricos dulces, comparables sólo a los de
mamón. El perjuicio ocasionado por
las tormentas aparecía de inmediato bajo las quintas de naranjos. Las
frutas caían en cantidad, cubriendo el suelo. Si eran todavía verdes y
pequeñas, se transformaban en proyectiles para nuestras guerrillas de
"liberales" y "colorados"; si maduras, se las llevaban los chicos o
las mujeres pobres que las pedían. Pero como aún quedaban las naranjas
rotas, se cortaban y servían de alimento a las vacas. Estas naranjas caídas por
acción del viento bajo la quinta, eran en la casa constante motivo de
preocupación. Las vacas mostraban predilección en comerlas, y al menor
descuido -porque una tranquera quedaba abierta o porque sus manías de
"chacareras" fueran tantas-, se metían en la quinta y a las primeras
de cambio aparecía una vaca atragantada con alguna de las naranjas que sin
masticar trataban de tragar. Cuando esto sucedía, había que maniatar al
animal voltearlo y en tanto dos o tres hombrea lo sujetaban impidiendo sus
movimientos, otro trataba de localizar al tacto la naranja en el sitio en
que obstruía la garganta y presionando, buscar de hacerla circular hasta
volverla al exterior. No siempre se obtenía éxito con tal procedimiento y
se recurría entonces a otro, mas eficaz. Se metía la mano directamente en
la garganta del animal para extraerle la naranja, o de lo contrario, con
un palo fino se la hacían zafar hacia dentro. Era preciso no perder
tiempo, a fin de que no se produjera la muerte por asfixia. Y preciso era
también, cierta práctica en el trabajo requerido en la operación. El
animal en ese estado se debatía entre la vida y la muerte. Retorcía los
ojos, fijándolo en un blanco de agonía, y en continuos golpes de tos, que
parecía removerle las entrañas, iba arrojando una baba
pegajosa. No era raro que nos tocara
ayudar a los que se afanaban en estos salvamentos de las vacas. Pero eso
sí, teníamos la seguridad de presenciarlo. Sin embargo aquello producía
tal desagrado, que daban ganas de alejarse de la quinta. Era lo único que
de vez en cuando venía a perturbar la serenidad infinita de las
plantas. Vocabulario
regional: Lima sutí: fruta similar al
limón agrio, de menor tamaño. Lima puruhá: fruta de pulpa
comestible, agridulce y jugosa con forma de naranja. Cidra: fruta del cidro,
similar al limón, un poco más grande. "Liberal": nombre de un
partido político. "Colorado": el partido
político autonomista. "Chacarera": se refiere al
animal que penetra o asalta una chacra para comer. GERARDO
PISARELLO: Este autor correntino pasó
su infancia en "Saladas", pueblo fundado en época de la Colonia (En 1707
se establece el Fortín en las "Lagunas Saladas", y a los pocos años,
con el aumento de población, se erige la Capilla y se establece el pueblo
de "San José de las Lagunas Saladas" que es más popularmente conocido como
"Saladas"). De esta etapa de su
niñez quedan las vivencias grabadas en el autor, que las recrea en sus
escritos. Su libro "Che rétá", cuyo título significa en guaraní: "Mi
tierra" está constituido por una serie de estampas pintorescas y
descriptivas de esta zona del interior del país. Material compilado y
revisado por la educadora argentina Nidia Cobiella (NidiaCobiella@RedArgentina.com) |
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