La semilla del Cardo simbolizando la siembra de cultura

Bibliotecas Rurales Argentinas

Primavera Sagrada

"¡Nuestro Señor recibe extraños huéspedes!" Tal era la exclamación favorita del estudiante Vicente Víctor Karsky, y la profería en toda ocasión, oportuna o no, con cierto aire de superioridad, que provenía quizá de que se encontraba a sí mismo en el númer Esta superioridad de Vicente Víctor Karsky consistía en que hallaba para todas sus empresas logradas o abandonadas, denominaciones soberbias. Y sin vanagloria, con la seguridad de hombre maduro, agregaba sus actos uno al otro, como se construye un muro de Después de una buena comida, hablaba gustosamente de literatura, sin pronunciar jamás una palabra de blasfemia o de crítica, pero limitándose, por el contrario, a honrar con una adhesión más o menos íntima, las obras que aceptaba. Profería así sanciones d Por otra parte, no afectaba ninguna reserva hacia sus amigos, relataba con una amable franqueza todo lo que le acontecía, hasta los hechos más íntimos, y aguantaba buenamente que lo interrogaran sobre sus tentativas de "elevar hasta él" a pequeños proleta ***
Cuando la primavera hace su entrada en una pequeña ciudad, ¡qué fiesta se organiza! Semejantes a los brotes en su reprimida premura, los niños de cabezas de oro se empujan afuera de las habitaciones de aire pesado, y se van remolineando por la campiña, co que huyen en grandes zig-zags enloquecidos por encima de las magras breñas de saúco y se pierden en el infinito azul pálido. Doquiera la vida se agita. Bajo el sobradillo, sobre los hilos telegráficos que rojean, y hasta sobre el campanario, muy cerca de Los viejos también trasponen su umbral con paso temeroso, se frotan las manos arrugadas, parpadean en la luz chorreante. Se llaman el uno al otro: "¡pequeño viejo!", y no quieren dejar de ver que están conmovidos y dichosos. Pero sus ojos los traicionan, ***
En un día semejante, pasearse sin una flor en la mano es un pecado, pensaba el estudiante Karsky. Por eso blandía una rama perfumada, como si le hubieran encargado hacer propaganda a la primavera. Con paso liviano y rápido, como para huir lo más pronto de De pronto Karsky se detuvo, como herido de estupor: en medio de la floración, veía dos ojos azules profundos, que soñaban, perdidos en la lejanía, con una beatitud tranquila y voluptuosa. Al principio sólo advirtió esos dos ojos, y fue como si el cielo mi ha olvidado la plegaria. Entonces su mirada encontró la de la muchacha. Se contemplaron, los ojos en los ojos, con una comprensión dichosa. Y con un gesto semi-inconsciente, el estudiante arrojó por encima de la cerca la joven rama florida que tenía en la ***
A menudo he deseado-pensaba el estudiante Vicente Víctor Karsky-haber estado enfermo durante todo un largo invierno, y regresar lentamente, poco a poco, a la vida, con la primavera. Estar sentado ante mi puerta, llenos de asombro los ojos, conmovido por u Dos seres que viven la misma dicha se encuentran rápidamente. La joven enferma y Víctor se embriagaban de aire fresco y perfumes primaverales, y sus almas resonaban con igual júbilo. Él se sentaba al lado de la rubia niña y le relataba mil historias, con Sin embargo, los compañeros meneaban la cabeza con aire cuidoso. Vicente Víctor Karsky sólo rara vez iba a su círculo; y cuando iba, callaba, no escuchaba sus chanzas ni sus preguntas, y se contentaba con sonreír misteriosamente, al resplandor de la lámpa Todos los estudiantes estaban de acuerdo para estimar que el buen Karsky pertenecía ahora a la especie más extraña de esos "huéspedes". Ya no hacía sentir ni su virtuosa superioridad, y privaba a las muchachas de su humanitaria enseñanza. Era para todos u por las calles, estaba solo, no miraba a derecha ni a izquierda, y parecía preocupado por disminuir el resplandor extrañamente dichoso de sus ojos, e ir a ocultarlo con la mayor prisa a su pequeña habitación solitaria, lejos del mundo.
***
-¡Qué hermoso nombre llevas, Elena!-susurraba Karsky, con voz circunspecta, como si confiara un misterio a la muchacha.
Elena sonreía:
-Mi tío me lo reprocha siempre. Piensa que sólo princesas o reinas debieran llamarse así.
-¡Pero tú también eres una reina! ¿No ves que llevas una corona de oro puro? Tus manos son como lirios, y creo que Dios debió decidirse a romper un poco de su cielo para hacer tus ojos.
-¡Sentimental!-decía la muchacha, con una mirada agradecida.
-¡Así es como quisiera poder pintarte!-suspiraba el estudiante. Luego callaban. Sus manos se juntaban involuntariamente, y tenían la sensación de que una forma descendía sobre ellos, llegada desde el jardín atento, dios o hada. Una espera dichosa colmaba Luego Karsky hablaba, y su voz era semejante al rumor lejano de los álamos:
-Todo esto es como un ensueño. Tú me has encantado. Con esa rama florida, yo mismo me he dado a ti. Todo está cambiado. Hay tanta luz en mí. Ya no sé lo que era antes. No siento más ningún dolor, ninguna inquietud, no, ni aún un deseo en mí. Así imagino s -¿Tienes miedo de morir?
-¿De morir? ¡Sí! Pero no a la muerte.
Elena llevó dulcemente su mano pálida a su frente. La sintió muy fría.
-Ven, entremos,-aconsejó él con ternura.
-No siento mucho frío, y la primavera es tan bella.
Elena pronunció estas palabras con una íntima nostalgia. Su voz tenía la resonancia de un canto.
***
Los cerezos ya no estaban en flor, y Elena se encontraba sentada un poco más lejos, en la sombra más densa y más fresca de la alameda. Vicente Víctor Karsky había ido a despedirse. Iba a pasar las vacaciones de estío al borde de un lago lejano, en el Salz -¡ Bésame !
El joven se inclinó y rozó con sus labios fríos y sin deseo la frente y la boca de la enferma. Como una bendición, bebió el cálido perfume de esa casta
boca, y en ese instante le volvió un recuerdo de su lejana infancia: su madre levantándolo hacia una madona milagrosa. Se fue entonces, fortificado, sin dolor, por la olmeda crepuscular. Se dio vuelta una vez aún, hizo una señal a la niña que lo contempla Karsky no había visto nada.
Con las manos juntas, marchaba entre el resplandor del estío.
Cuando estuvo en su habitación silenciosa, se echó en su viejo sillón y contempló, afuera, el sol. Las moscas bordoneaban detrás de las cortinas de tul, una tierna yema había brotado en el alféizar de la ventana. Y de súbito sobrevino en el espíritu del e ***
Quemado por el sol, Vicente Víctor Karsky había regresado de sus vacaciones. Marchaba con paso maquinal por las calles de viejas casas de tejado, sin ver los frontispicios que la luz otoñal volvía violáceos. Era la primera vez que tomaba ese camino desde Repentinamente, pensó:-¡Qué avara ha sido su madre! Sobre la tumba de la muchacha, entre marchitas rosas, no había más que una corona de alambre y de flores de mal gusto. El estudiante fue a buscar algunas rosas, se arrodilló, y recubrió el mezquino alamb Una hora más tarde, Karski estaba sentado a la mesa del círculo. Sus viejos compañeros se apretaban alrededor de él, y para responder a su bullanguero deseo, relató su viaje de estío. Hablando de sus correrías por los Alpes, volvía a encontrar su antigua -Dinos, pues, -expresó uno de los amigos- ¿qué tenías antes de las vacaciones? Estabas... cómo decirlo... Vamos, anda, ¡sácanos de esto!
Vicente Víctor Karsky replicó, con una sonrisa distraída:
-¡Ah! ¡Nuestro Señor! . . .
-¡Tiene extraños huéspedes!...-completaron a coro los amigos-. ¡Lo sabíamos ya !
Después de algunos momentos, como nadie esperaba respuesta, agregó, con mucha seriedad:
-Creedme, todo depende de esto: haber tenido, una vez en la vida, una primavera sagrada que colme el corazón de tanta luz que baste para transfigurar todos los días venideros.
Todos estaban tendidos hacia él, como si esperaran algo más. Pero Karsky calló, brillándole los ojos.
Nadie lo había comprendido, y sin embargo sobre todos ellos flotaba como un encanto misterioso. Hasta que el más joven vació su vaso de un trago, dejándolo ruidosamente sobre la mesa y exclamando:
-¡Creo que os ponéis sentimentales, niños! ¡De pie! Os invito a todos a mi casa. Es más confortable que esta sala de albergue, y además tal vez lleguen algunas muchachas. ¿Vienes tú también?-dijo, vuelto hacia Karsky.
-¡Naturalmente! dijo gayamente Vicente Víctor, y vació con lentitud su vaso.

 

 

 

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