Aarón Cupit y Susana Gesumaría

 

LAS AGUAS JÓVENES DEL BRAZO RICO

 

-Atención... Dentro de unos minutos aterrizaremos en el aeropuerto de Calafate...

En el interior del avión propulsado por antiguas y aún eficientes hélices, la voz sin rostro adquiere misteriosa resonancia. No tranquiliza: ordena mantener ajustados los cinturones; luego, ante ráfagas de viento que no parecen ser un juego, su silencio agobia.

Los pasajeros, que iniciaron esta etapa de su viaje en Río Gallegos, miran inquietos a través de las ventanillas. Hace un rato observaban con admiración ventisqueros y glaciares, cimas nevadas, lagos, cielos azules surcados por témpanos­-nubes. Ahora tratan de localizar la pista.

El avión traza una pronunciada línea oblicua, se divisan algunas casas, baja el tren de aterrizaje... No hay pista de hormigón: toda la tierra, aproximándose, tiene el mismo color... De pronto los neumáticos repiquetean y se deslizan por un ancho sendero de ripio. Un carreteo más y se detienen.

Un gran alivio sienten los turistas al descender. Tal vez algunos piensen que para llegar a esta pequeña población de mil trescientos habitantes, junto al Lago Argentino, en la región precordillerana de Santa Cruz, han debido recorrer una distancia cuatro veces mayor que de Buenos Aires a Córdoba.

Otros, no obstante tener ante su vista un espléndido panorama, no se han introducido aún en el clima de sorpresa y admiración. No sacan a relucir cámaras fotográficas y filmadoras. Están preocupados por las valijas, el hotel, la hora del almuerzo.

Quien está realmente contento es Ezequiel, joven guía de uno de los grupos. Santacruceño, respira y goza el aire silvestre y penetrante de Calafate como si se hallara en su San Julián natal.

Por un instante inmensurable olvida todo lo que pesa sobre sus hombros y su espalda. Está de nuevo junto a la naturaleza, dentro de ella, lejos de la gran ciudad que lo deprime y asfixia.

Se abstrae también de sus obligaciones inmediatas: vigilar y contar las maletas, asegurarse de que nadie ha dejado algo en el avión, confirmar la próxima comida, responder a infinitas consultas.

Con la sensación de hallarse en una isla en el tiempo y en el espacio, se siente atraído, inmerso, integrado en la diafanidad de la atmósfera, en el azul irisado que el lago refleja, en el verde profundo de la forestación, en el blanco y negro contrastante, sin gamas de gris, de la nieve sobre las montañas.

Una pregunta quiebra el mágico encanto y ubica bruscamente a Ezequiel en la realidad.

Asume al vuelo sus responsabilidades, que le permiten ganar una suma de dinero como guía durante el período de vacaciones de sus estudios en Buenos Aires. Ordena, coordina, resuelve. Pero no halla en su interior un semáforo con luz verde y vuelve a cargar sobre sus hombros y espalda situaciones sin solución, dudas, conflictos, frustraciones.

Más tarde, en el ómnibus que los traslada hasta el glaciar Perito Moreno, su desconcierto aumenta.

AI Llegar al punto donde el camino se bifurca y el vehículo dobla hacia la izquierda, desearía que tomara la otra ruta, que conduce al puerto Punta Bandera, hacia los glaciares Upsala y Onelli. Siente, sin embargo, que si se dirigiera a la derecha, él querría ir en sentido contrario, al Parque Los Glaciares, al Perito Moreno.

  "¿Por qué me domina este espíritu eterno de contradicción?",- se pregunta.

Surge inmediatamente una réplica interior:

 "¿Qué me hubiera ocurrido si no hubiese tenido fuerzas para oponerme, contradecir, salir de los carriles por los que muy poderosas presiones me impelían a marchar?"

Ezequiel recobra su papel de guía e informa a los turistas: -Estamos en la península de Magallanes. Vamos a penetrar en el Parque Nacional Los Glaciares, que abarca cuatrocientas cuarenta y cinco mil novecientas hectáreas,..

 -¡Casi quinientas mil! -exclama un señor que ha reemplazado su computadora de bolsillo por una cámara fotográfica muy chata.

Casi maquinalmente, Ezequiel responde una sucesión de preguntas mientras piensa:

"Una sola hectárea, la manzana donde vivo, ¿en cuántos lotes ha sido parcelada?"

"El edificio de mi departamento, ¿cuántas divisiones tiene, por piso?"

"¿Qué porción de hectárea corresponde a mi cuarto?" Un guanaco, erguido, imponente, se detiene a poca distancia, en la ladera de un cerro; respalda la marcha de su manada de la que rezagan dos chulengos. Liebres europeas cruzan la ruta, saltan, se esconden, desaparecen. Los caranchos que revolotean extendiendo sus grandes alas quedan empequeñecidos ante la súbita presencia de un cóndor.

Ezequiel dice:

-La fauna es aquí muy vasta y variada. Hay huemules, zorros grises, zorros colorados, pumas, nutrias, ñandúes, cisnes de cuello negro...

-¿.Se permite la caza? -indaga un señor que empequeñece su vista ante una mira imaginaria.

-Está prohibida. Los animales están protegidos, resguar­dados.

"Resguardados...", se repite en silencio. De pronto se le ocurre una idea que no puede expresar:

"¿Por qué no hay en las grandes ciudades parques nacionales para jóvenes? Lugares donde se procure la supervivencia de nuestra especie sin neurosis ni amenazas de exterminio, guerras, violencia, tensiones... De resguardo contra el aire contaminado, las aguas contaminadas, las relaciones humanas contaminadas..."

-También la flora está protegida -agrega-. Nadie puede dañar a estos árboles, arbustos y matas. Los árboles principales de este parque son el ñire, el plumillo o Ienga y el betuloide o falso coihue.

-¿Por qué está tan seco, tan amarillo el pasto? -interroga una joven muy pálida.

Ezequiel hace detener el ómnibus e invita a bajar. Que todos vean, toquen, pisen ese pasto.

Es vigoroso, resistente, pleno de vida, de color cromo intenso.

-Su nombre es coirón... Se lo considera el piso de la Patagonia, pues se extiende como una alfombra sin límite... El joven guía santacruceño desearía que todos compartan lo que siente él; que vean en el coirón una maravilla terrestre, argentina, sureña... Pero tiene la impresión de que lo miran como si se hallaran en un planeta distante, con valores cromáticos sin relación con el nuestro.

Y un poco más allá, en esa superficie totalmente roja cubierta por el pasto llamado Vinagrillo, ¿no creerán que es el suelo supuesto de Marte?

Apenas les muestra, entonces, algunos arbustos que predominan: el calafate, poblado de pequeños y riquísimos fru­tos; el ciruelillo, con sus resplandecientes flores rojas; la mata negra, redonda, exótica, según como se mire.

El Lago Argentino, que se ha angostado formando el Brazo Rico, surge y se desvanece en sucesivas curvas del camino. Como si estuvieran compaginadas para lograr efectos sorpresivos, las imágenes se alternan y superponen exponiendo valles, bosques, montañas, cascadas, nieve, franjas verdes y azules de agua. A lo lejos empieza a verse el frente del glaciar.

Los turistas, en su mayor parte, traslucen satisfacción. Vienen en busca de un gran espectáculo y sienten que lo tendrán, ya lo tienen...

-Las aguas del Brazo Rico -explica Ezequiel- están ahora a más de diez metros de su nivel normal. Las lluvias y los torrentes que afluyen durante el deshielo aumentan su caudal, elevan cada vez más su altura. Ustedes verán luego cómo el glaciar intercepta su curso...

-¿Qué sucede cuando las aguas no tienen salida? -inquiere un turista sin cámara fotográfica.

-Se abren paso,

Ezequiel se extraña: por primera vez siente el eco profundo de sus propias palabras.

Si alguien le pidiera detalles de cómo "Se abren paso", diría sin vacilar: "Como los jóvenes".

"¿Como los jóvenes?", se pregunta e imagina la respuesta: "El Brazo Rico representa a la juventud. ¡Claro que sí! Es joven el agua que deja de ser hielo, que avanza a impulsos de vida, que abre cauces, que tiene destino..."

Cuando el grupo de turistas llega ante las gigantescas moles del Perito Moreno, la grandiosidad del panorama supera todo lo previsto.

- ¡Esto es más imponente que las Cataratas del Iguazú! -exclama alguien, con aprobación general.

"¿Por qué hacer comparaciones?", piensa Ezequiel. Sin embargo, informa:

-El frente del glaciar abarca tres mil metros,.. La altura aproximada de estos bloques de hielo es de sesenta a ochenta metros... ¿Qué profundidad tiene, a lo largo? Unos treinta y cinco kilómetros.

Visto desde tierra a poca distancia, apenas separados por el estrecho curso de agua que une el Brazo Rico, a la izquierda, y el Canal de los Témpanos a la derecha, el glaciar ofrece una visión fantasmagórica.

Superficies rugosas de mil formas y perfiles, alturas escalonadas, declives y caídas, forman un conjunto blanco grisáceo, traslúcido, con infinidad de matices de color, desde el azul pleno al más tenue celeste.

En perspectiva que se abre hasta donde llega la vista, hielo y más hielo, blanco y más blanco, azul y más azul. Refracción irisada de luz solar, islas sombrías de nubes viajeras que surcan el cielo, dos brazos abiertos en el horizonte, níveos, con el aporte de los ventisqueros que nutren permanentemente al glaciar.

Al fondo, entre brumas, el Cerro Fantasma, situado en la frontera con Chile, siempre rodeado por velos de niebla.

 -Parecería que el glaciar avanzara, que se nos viniera encima - comenta una señora no muy alta, que se siente más baja aún.

 -Avanza, lentamente --confirma Ezequiel-. Unos treinta metros por año. Es así como obstruye el paso del agua...

 Un ruido bronco, cavemoso, de cristal resquebrajado o de piedra que se hace añicos, antecede al derrumbamiento de un gran bloque de hielo. Se oye un estruendo ensordecedor, que se expande y multiplica con la caída al lago. Montañas de agua se elevan y provocan nuevos desmoronamientos, conmoción, oleaje.

 El entusiasmo de los turistas alcanza niveles de exaltación. Esperan con ansiedad otros desprendimientos, los fotografían, los aplauden.

 Ezequiel desearía saber:

 “¿Se sienten felices, en su pequeña integridad, ante la grandiosidad vulnerable de los elementos naturales?"

 “¿Gozan del placer de presenciar el derrumbe, la destrucción y hundimiento de lo que parecía eterno e inconmovible?”

 Lo que él siente y ve es totalmente distinto.

 Divisiones acorazadas de hielo, compactas, inexpugnables, que vienen desde muy atrás,.. Avanzan, arrastran, aplastan, presionan, interceptan, impiden el paso de las aguas jóvenes del Brazo Rico,

 En la rugosidad de la superficie del glaciar ve la imagen del tiempo anterior, vida petrificada que se resiste a quedar inmóvil, que no soporta el sol ni la primavera, los impulsos avasalladores del agua ni la libertad del viento.

 Otras veces, como joven ser humano, tuvo la misma imagen, idéntica sensación, ante moles de obstáculos con diferentes superficies rugosas.

 Impotencia incapacidad absoluta de seguir el curso de vida deseado. Glaciares en el estudio, glaciares en el trabajo, glaciares en todo camino de ascenso y progreso.

El turista sin cámara fotográfica mantiene su preocupación anterior:

-¿A qué nivel -pregunta- pueden llegar las aguas del Brazo Rico cuando el glaciar cierre por completo su paso? -Hasta los treinta metros de altura sobre lo normal- dice Ezequiel-. Pero en 1976 llegó a los treinta y ocho metros... -¿No hubo peligro de desbordamientos, inundaciones...? -se anima a decir un hombre con aspecto de recién jubilado.

 -¡Claro que hubo peligro! Se intentó entonces bombardear y dinamitar el frente del glaciar, para abrir el paso hacia el Canal de los Témpanos, al río Santa Cruz, al Atlántico... Fue inútil: estos hielos tienen consistencia de eternidad.

Tras una pausa, como pensando en alta voz, agrega: -Lo que no consiguió la violencia, fue logrado por la presión de las aguas. El hielo fue socavado, agrietado desde lo más profundo, forzado a ceder, seccionarse, hundirse, desplazarse, dejar caminos de libertad.

Interiormente se dice:

"Las fuerzas jóvenes, con su potencia y vitalidad, derrumbaron inmensas estructuras con superficies rugosas..." -Esto es cíclico, ¿verdad? -insiste el turista sin cámara fotográfica-. ¿Cada cuántos años se produce la obstrucción del canal y su reapertura por la presión de las aguas?

Ezequiel está abstraído en sus pensamientos y sin proponérselo dice:

-Lo ideal sería que la juventud, en cada generación, se abriera paso...

Inmediatamente reacciona y con amable voz de guía contesta:

-Sí, es cíclico. Se produce aproximadamente cada tres años.

 

Aarón Cupit y Susana Gesumaría: se dedicaron a la literatura para niños y jóvenes, y escribieron varias obras, como autores individuales (Susana Gesumaría: "La flauta mágica de tía Sola"; "El árbol donde se hamaca el sol". Aarón Cupit: "Amigo Chum"; "La isla del cielo"; "Juguemos a imaginar"; "El astronauta de ojos azules") , y también en conjunto, como es el caso de "Cuentos Argentinos con las Malvinas para jóvenes"(Editorial Plus Ultra) del que se ha extraído este cuento. Aunque radicados en Buenos Aires, estos autores demostraron que los impactó el Sur Argentino.