FABULAS

 

 

 PERSONAJES MITOLOGICOS  

 

 

 

Zeus, los animales y los hombres

Dicen que Zeus modeló a los animales primero y que les concedió la fuerza a uno, a otro la rapidez, al de más allá las alas; pero al hombre lo dejó desnudo y éste dijo:

- Sólo a mí me has dejado sin ningún favor!

-No te das cuenta del presente que te he hecho - repuso Zeus-, y es el más importante, pues has recibido la razón, poderosa entre los dioses y los hombres, más poderosa que los animales más poderosos, más veloz que las aves más veloces.

Entonces el hombre, reconociendo el presente recibido de Zeus se alejó adorando y dando gracias al dios.

Zeus y la mona madre

Hizo Zeus una proclama a todos los animales prometiendo una recompensa a quien su hijo sea juzgado como el más guapo. 

Vino entonces la señora mona junto con los demás animales y presentó, con toda la ternura de madre, un monito con nariz chata, sin pelo, y enfermizo, como su candidato para ganar el premio. 

Una gran risa fue el saludo general en su presentación. Y ella orgullosamente dijo: 

-Yo no sé si Zeus pondrá su premio sobre mi hijo, pero sí sé muy bien, de que al menos en mis ojos, los de su madre, él es el más querido, el más guapo y bello de todos.

La esclava fea y Afrodita

Una esclava fea y mala gozaba del amor de su amo. Con el dinero que éste le daba, la esclava se embellecía con brillantes adornos, rivalizando con su propia señora. Para agradecer a Afrodita que la hiciera bella, le hacía frecuentes sacrificios; pero la diosa se le apareció en sueños y dijo a la esclava:

-No me agradezcas el hacerte bella, si lo hago es porque estoy furiosa contra ese hombre a quien pareces hermosa.

El semidiós

Un hombre tenía en su casa un semidiós, al que ofrecía ricos sacrificios. Como no cesaba de gastar en estos sacrificios sumas considerables, el semidiós se le apareció por la noche y le dijo: -Amigo mío, deja ya de dilapidar tu riqueza, porque si te gastas todo y luego te ves pobre, me echarás a mí la culpa.

Bóreas y el Sol

Bóreas y el Sol disputaban sobre sus poderes, y decidieron conceder la palma al que despojara a un viajero de sus vestidos.

Bóreas empezó de primero, soplando con violencia; y  apretó el hombre contra sí sus ropas, Bóreas asaltó entonces con más fuerza; pero el hombre, molesto por el frío, se colocó otro vestido. Bóreas, vencido, se lo entregó al Sol.

Este empezó a iluminar suavemente, y el hombre se despojó de su segundo vestido; luego lentamente le envió el Sol sus rayos más ardientes, hasta que el hombre, no pudiendo resistir más el calor, se quitó sus ropas para ir a bañarse en el río vecino.

Hércules y el boyero.

Conducía un boyero una carreta hacia una aldea, y la carreta se despeñó a un barranco profundo.

El boyero, en lugar de ayudar a los bueyes a salir de aquel trance, se quedó allí cruzado de brazos, invocando entre todos los dioses a Hércules, que era el de su mayor  devoción. Llegó entonces Hércules y le dijo:

-¡Toma una rueda, hostiga a los bueyes y no invoques a los dioses si no hay esfuerzo de tu parte! 

- Si no lo haces así, nos invocarás en vano.

Hércules y Plutón

Recibido Hércules entre los dioses y admitido a la mesa de Zeus, saludaba con mucha cortesía a cada uno de los dioses. 

Llegó Plutón de último, y Hércules, bajando la vista al suelo, se alejó de él.

Sorprendido Zeus por su actitud, le preguntó por qué apartaba los ojos de Plutón después de haber saludado tan amablemente a todos los otros dioses.

-Porque, -contestó Hércules- en los tiempos en que yo me encontraba entre los hombres, casi siempre le veía en compañía de los bribones; por eso aparto la mirada de él.

La carreta de Hermes y los malvados

Conducía Hermes un día por toda la tierra una carreta cargada de mentiras, engaños y malas artes, distribuyendo en cada país una pequeña cantidad de su cargamento. 

Más al llegar al país de los malvados, los astutos y los aprovechados, la carreta, según dicen, se atascó de pronto, y los habitantes del país, como si se tratara de una carga preciosa, saquearon el contenido de la carreta, sin dejar a Hermes seguir a los otros pueblos.

Hermes y el escultor

Quiso Hermes saber hasta dónde le estimaban los hombres, y, tomando la figura de un mortal, se presentó en el taller de un escultor. 

Viendo una estatua de Zeus, preguntó cuánto valía.
-Un dracma-le respondieron. 

Sonrió y volvió a preguntar:
¿Y la estatua de Hera cuánto?
-Vale más-le dijeron.

Viendo luego una estatua que le representaba a él mismo, pensó que, siendo al propio tiempo el mensajero de Zeus y el dios de las ganancias, estaría muy considerado entre los hombres; por lo que preguntó su precio. 

El escultor contestó:
-No te costará nada. Si compras las otras dos, te regalaré ésta.

Hermes y la tierra.

Modeló Zeus al hombre y a la mujer y encargó a Hermes que los bajara a la Tierra para enseñarles dónde tenían que cavar el suelo a fin de procurarse alimentos.

Cumplió Hermes el encargo; la Tierra, al principio, se  resistió; pero Hermes insistió, diciendo que era una orden de Zeus.

-Esta bien- dijo la Tierra-; que caven todo lo que quieran. ¡Ya me lo pagarán con sus lágrimas y lamentos!

Hermes y Tiresias.

Hermes quiso comprobar si el arte adivinatorio de Tiresias era verdadero; para lo cual le robó sus bueyes en el campo y luego, bajo la figura de un mortal, se fue a la ciudad y entró en la casa de Tiresias.

Cuando supo la pérdida de su yunta, Tiresias se trasladó a las afueras con Hermes para observar un augurio en el vuelo de las aves, rogando a Hermes le dijera el pájaro que apareciese.

Hermes vio un águila que pasaba volando de izquierda a derecha y se lo dijo. Respondió Tiresias que ese pájaro no les importaba. 

A la segunda vez, vio el dios una corneja encaramada en un árbol que ora alzaba los ojos al cielo, ora se inclinaba hacia la Tierra, y así se lo dijo. Entonces el adivino contestó:

-¡Esa corneja jura por el cielo y por la tierra que depende de ti que vuelva a encontrar mis bueyes!

Zeus juez.

Decidió Zeus en pasados tiempos que Hermes grabase en conchas las faltas de los hombres, depositando estas conchas a su lado en un cofre para hacer justicia a cada uno. Pero las conchas se mezclan unas con otras, y unas que llegaron después que otras, pasan antes por manos de Zeus para sufrir sus justas sentencias. 

Zeus y Apolo.

Disputaban Zeus y Apolo sobre el tiro al arco.

Tendió Apolo el suyo y disparó su flecha; pero Zeus extendió la pierna tan lejos como había Apolo lanzado su flecha, haciendo ver que no llegó más allá de donde se encontraba él.

Zeus y el pudor

Cuando Zeus modeló al hombre, le dotó en el
 acto de todas las inclinaciones pero olvidó dotarle del pudor. 

No sabiendo por dónde introducirlo, le ordenó que entrara sin que se notara su llegada. El pudor se revolvió contra la orden de Zeus, mas al fin, ante sus ruegos apremiantes, dijo:

Está bien, entraré; pero a condición de que Eros no entre donde yo esté; si entra él, yo saldré enseguida.

Zeus y el tonel de los bienes

Encerró Zeus todos los bienes en un tonel, dejándolo entre las manos de un hombre. 

Este hombre, que era un curioso, levantó la tapa del tonel porque quería saber lo que había dentro, y al hacerlo, todos los bienes volaron hacia los dioses, menos la Esperanza.

Zeus y la serpiente

Anunciadas las bodas de Zeus, todos los animales le honraron con presentes, cada uno según sus medios. 

La serpiente subió hasta Zeus  arrastrándose, con una rosa en la boca. Más al verla dijo Zeus:

-De todos acepto sus presentes, pero no los quiero de tu boca.

Zeus y la tortuga

Para celebrar sus bodas, Zeus invitó a todos los animales. Sólo faltó la tortuga. 

Intrigado por su ausencia, le preguntó al día siguiente:

- ¿Cómo solamente tú entre todos los animales no viniste a mi festín?

-¡Hogar familiar, hogar ideal!-respondió la tortuga.

 Zeus, indignado contra ella, la condenó a llevar eternamente la casa a cuestas.

Zeus y la zorra

Admirado Zeus de la inteligencia y finura de la zorra, le confirió el reinado sobre los animales. 

Quiso, no obstante, saber si al cambiar de fortuna había mudado también de inclinaciones, y, hallándose el nuevo rey de paseo en su litera, dejó Zeus caer un escarabajo ante sus ojos. 

Entonces la zorra, incapaz de contenerse, viendo al escarabajo revolotear alrededor de su litera, saltó fuera de ésta y, despreciando las conveniencias, intentó atrapar al escarabajo. 

Indignado Zeus de su conducta, volvió a la zorra a su antiguo estado.

Zeus y las abejas

Envidiosas las abejas a causa de la miel que les arrebataban los hombres, fueron en busca de Zeus y le suplicaron que les diera fuerza bastante para matar con las punzadas de su aguijón a los que se acercaran a sus panales. 

Zeus, indignado al verlas envidiosas, las condenó a perder su dardo cuantas veces hirieran a alguno y a morir ellas mismas después.

Zeus y los hombres

Zeus, después de modelar a los hombres, encargó a Hermes que les distribuyera la inteligencia.

Hermes partió la inteligencia en partes iguales para todos y vertió a cada uno la suya. 

Sucedió con esto que los hombres de poca estatura, llenos por su porción, fueron hombres sesudos, mientras que a los hombres de gran talla, debido a que la porción no llegaba a todas las partes de su cuerpo, les correspondió menos inteligencia que a los otros.

Zeus y los robles

Quejábanse los robles a Zeus en estos términos:

-En vano vemos la luz, pues estamos expuestos, más que todos los demás árboles, a los golpes brutales del hacha.

-Vosotros mismos sois los autores de vuestra desgracia respondió Zeus-; si no dierais la madera para fabricar los mangos, las vigas y los arados, el hacha os respetaría.

Zeus, Prometeo, Atenas y Momo

Zeus hizo un toro, Prometeo un hombre, Atenea una casa, y llamaron a Momo como juez. 

Momo, celoso de sus obras, empezó a decir que Zeus había cometido un error al no colocar los ojos del toro en los cuernos, a fin de que pudiera ver dónde hería, y Prometeo otro al no suspender el corazón del hombre fuera de su pecho para que la maldad no estuviera escondida y todos pudieran ver lo que hay en el espíritu. En cuanto a Atenea, que debía haber colocado su casa sobre ruedas, con objeto de que si un malvado se instalaba en la vecindad, sus moradores pudieran trasladarse fácilmente. 

Zeus, indignado por su envidia, arrojó a Momo del Olimpo.

Afrodita y la gata

Se había enamorado una gata de un hermoso joven, y rogó a Afrodita que la hiciera mujer. La diosa,  compadecida de su deseo, la transformó en una bella doncella, y entonces el joven, prendado de ella, la invitó a su casa.

Estando ambos descansando en la alcoba nupcial, quiso saber Afrodita si al cambiar de ser a la gata había mudado también de carácter, por lo que soltó un ratón en el centro de la alcoba. Olvidándose la gata de su condición presente, se levantó del lecho y persiguió al ratón para comérselo. Entonces la diosa, indignada, la volvió a su original estado.

Los bienes y los males

Prevaliéndose de la debilidad de los Bienes, los Males los expulsaron de la Tierra, y los Bienes entonces subieron a los Cielos.

Una vez estando allí preguntaron a Zeus cuál debía ser su conducta con respecto a los hombres. Les respondió el dios que no se presentaran a los mortales todos en conjunto, sino uno tras otro.

Esta es la razón por la que los Males, que viven continuamente entre los hombres, los asedian sin descanso, mientras que los Bienes, como descienden de los  cielos, sólo se les acercan de vez en cuando.

Hércules y Atenea

Avanzaba Hércules a lo largo de un estrecho camino. 

Vio por tierra un objeto parecido a una manzana e intentó aplastarlo. El objeto duplicó su volumen. Al ver esto, Hércules lo pisó con más violencia todavía, golpeándole además con su maza. Pero el objeto siguió creciendo, cerrando con su gran volumen el camino. El héroe lanzó entonces su maza, y quedó plantado presa del mayor asombro.

En esto se le apareció Atenea y de dijo:

-Escucha, hermano; este objeto es el espíritu de la disputa y de la discordia; si se le deja tranquilo, permanece como estaba al principio; pero si se le toca, ¡mira cómo crece!

MOMO Y LOS DIOSES

Cuentan que, una vez, compitieron tres grandes dioses del Olimpo.

Se trataba de Júpiter, Minerva y Neptuno. Cada uno de ellos afirmó ser capaz de producir una obra perfecta, insuperable.
Y decidieron demostrarlo.

Júpiter, dios de dioses y señor del Olimpo, empleó su inmenso poder para crear una criatura humana.

Minerva, diosa de la sabiduría y protectora de las ciencias, quiso dotar al hombre de un seguro refugio: su creación fue la casa.

Neptuno, que reinaba sobre las aguas, hizo a su vez un animal espléndido: el toro.

Las tres obras eran sorprendentes.
Le pidieron entonces a Momo, dios de la burla, que juzgara cuál era la mejor.

Momo empezó por el toro y le encontró un serio defecto: el tener los cuernos arriba de los ojos.
-Si los tuviera abajo -declaró-, podría ver al dar una embestida.

Siguió con el hombre y también puso reparos:
-Debería tener una ventana en el pecho -dijo-. De esa forma todos podrían ver sus verdaderos sentimientos.

¿Y la casa?
-Lástima que no tenga ruedas -lamentó Momo-. Así, en caso de tener malos vecinos, sus habitantes podrían cambiarla fácilmente de lugar.

La desilusión fue general; nada le había conformado. Según Momo, ninguno de los tres dioses había sido capaz de realizar una obra realmente insuperable.

Entonces Júpiter tuvo un ataque de furia y, sin más, expulsó al criticón de la morada de los dioses, el Olimpo.

Mientras Momo se alejaba, le gritó desde las nubes, con voz de trueno:
-¡Tu única ciencia consiste en hallar defectos en las obras ajenas!...

... Trata de hacer algo de provecho antes de criticar el trabajo de los demás.


MERCURIO Y EL LEÑADOR

Un leñador estaba cortando árboles a orillas del río cuando, de pronto, el hacha se resbaló de sus manos y cayó al agua.

No pudo rescatarla porque se hundió inmediatamente y cayó en el fondo.
El leñador se sentó en la orilla y lloró amargamente la pérdida de su herramienta.

Sucede que aquel río era el dominio del dios Mercurio quien, al oír sus lamentos, salió a la superficie para averiguar el motivo de su pena.

Enterado, Mercurio se sumergió en el profundo río y, en instantes, reapareció con un hacha de oro puro.
-¿Es ésta la tuya? -preguntó.
-La mía no era de oro -dijo el leñador.

El dios volvió a sumergirse y reapareció con un hacha de plata.
-¿Es ésta?
-No señor, no es la mía.

Por tercera vez se hundió en las aguas y volvió a la superficie con el hacha que el leñador había perdido.
-¡Gracias, señor! Esa es mi herramienta.

A Mercurio le conmovió tanto la honestidad del hombre que, en premio, le regaló también el hacha de plata y la de oro.

El leñador fue a reunirse con sus compañeros y les contó el extraordinario suceso.

Uno de ellos entonces decidió hacer lo mismo, esperando tener idéntica suerte.

Fue al bosque y empuñó el hacha pero, en vez de hundirla en el tronco, la dejó caer en el río con toda intención.
Instantes después, de las aguas surgió Mercurio con una magnífica hacha de oro.

-¿Es la tuya? -preguntó.
-¡Sí, sí, démela! -respondió el leñador con impaciencia.

Tendió la mano para apoderarse del tesoro pero Mercurio, en castigo por su deshonestidad, no le dejó tocarla. Y tampoco le devolvió la herramienta que había arrojado al río.

Tarde o temprano, de una forma u otra, los deshonestos pierden.
Tarde o temprano, de una forma u otra, la honestidad recibe su premio.

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