Diez piegan regresaron de un ataque a los sioux. Uno de ellos, Oreja de Oso, había hecho una prisionera. Esta joven se llamaba Rostro de Sombra. Era tan hermosa que Oreja de Oso la vigilaba estrechamente para sustraerla a la codicia de los otros guerreros.

La gente de la aldea organizó un banquete para festejar la victoria de los valientes. Cuando la ceremonia estaba en su apogeo, varios guerreros ataron a la mujer sioux a un poste con la intención de quemarla. Prevenido a tiempo, Oreja de Oso saltó a su lado, le cortó las ataduras y dijo bien alto:

-¡Dejad a esta muchacha, es mi prisionera! Tengo la intención de casarme con ella. El que se considere perjudicado por esto puede venir a mi tipi y le regalaré una piel de bisonte.

Los sabios trataron de disuadir a Oreja de Oso de casarse con esa mujer, con el pretexto de que dicha unión iba a provocar celos. Pero el guerrero no quiso saber nada y tomó a Rostro de Sombra por mujer al día siguiente.

Pasado algún tiempo. Oreja de Oso se dio cuenta de que su mujer llevaba una vida solitaria y estaba triste. Le preguntó cuáles eran las razones y ella le contestó:

-Las mujeres de la tribu nunca me llevan con ellas cuando van a recoger bayas o leña. Están furiosas conmigo. Dicen que un guerrero tan famoso como tú no tendría que haberse casado con una mujer sioux.

Oreja de Oso pensó que no se trataba más que de charlatanerías de mujer. En cambio, pudo darse cuenta de que los hombres de la aldea trataban de cortejar a Rostro de Sombra. Así que pidió a su mujer que los evitara permaneciendo dentro de su tipi el mayor tiempo posible.

Pero los valientes adoptaron la costumbre de ir todas las tardes a merodear alrededor de la tienda mientras tocaban la flauta de amor de seis agujeros. Tales avances acabaron por exasperar a Oreja de Oso de tal manera que un día pensó: <<Tengo que vigilar a mi esposa más de cerca. De otro modo, acabará por sucumbir a uno de esos enamorados y la perderé para siempre.>>

Por fin, pasada una estación, Rostro de Sombra trajo un bebé al mundo. Oreja de Oso se dijo: Bienvenido sea este niño. Ahora mi esposa no estará sola y los hombres la dejarán en paz.

Sin embargo, a la noche siguiente, Oreja de Oso tuvo un sueño. Soñó que una tortuga le decía: <<Ese niño no es tu hijo. No tiene orejas de oso ni pelos en el cuerpo.>>

Al despertarse, el guerrero inspeccionó cuidadosamente al niño. Después fue a ver al hechicero y el comunicó sus sospechas.

El viejo le dijo:

-No todos los bebés tienen las mismas orejas que su padre. En cuanto a los pelos, espera todavía una luna; llegará el día en que le saldrán.

Oreja de Oso se lo tomó con calma. Pasado el plazo fijado volvió a visitar al brujo. Le dijo:

-He vuelto a examinar bien al bebé esta mañana. En el cuerpo de ese niño no hay ninguna señal de vello.

El viejo quemó hierbas sagradas, fumó un sapo seco, y dijo:

-Los Espíritus me aconsejan que te ayude. Voy a disponer la danza de los Amores Secretos. No podrás obligar a tu mujer a participar. Pero a ti te corresponde persuadirla para que asista a esta ceremonia.

Oreja de Oso entregó al hechicero un trozo de carne para darle las gracias y regresó a su tipi.

Al amanecer del día siguiente los voceadores anunciaron a las mujeres de la tribu que esa misma noche tendría lugar la Danza de los Amores Secretos. Durante toda la noche salieron cantos mágicos de la tienda de hechicero. Subyugada s por la canción, muchas esposas se prepararon febrilmente.

Esta danza, también llamada la Gran Confesión de las mujeres, sólo se hacía muy raramente. No podía realizarse más que por mandato del hechicero después de que se lo hubiera pedido algún marido celoso. Ninguna mujer habría osado mentir en tal ocasión. El canto del hechicero amenazaba a las esposas con las peores calamidades en el caso de que alguna de ellas quisiera ocultar la verdad.

Al caer la noche, los voceadores llamaron a los piegan a la fiesta. Los hombres se sentaron en círculo alrededor de un gran fuego y los tambores resonaron sordamente. El hechicero exclamó:

-¡Danzad, mujeres! ¡Enseñadnos a vuestros enamorados!

Algunas esposas penetraron con timidez en el círculo y empezaron a ejecutar un paso especial.

Cada una de ellas se había vestido o pintado tratando de parecerse al hombre que había amado. Adoptaba también su forma de andar y sus gestos, de forma que los curiosos pudieran reconocerlo sin dificultad. Los infortunados esposos reían junto a los felices amantes, pues la Danza de los Amores Secretos no debía de ninguna manera producir amargura o resentimiento.

Una mujer recubierta con una piel de antílope saltó prestamente por encima del fuego expresando así que su amante era Antílope Agil. Otra, con la ropa rellena de hierba, la cara cubierta con una máscara coronada por dos cuernos, dio a entender que había amado a Búfalo Grueso.

Los tambores aceleraron la cadencia y el hechicero volvió a gritar:

-¡Danzad, esposas nuestras! ¡Decidnos quién nos reemplaza en nuestra ausencia!

Entonces entraron otras mujeres en la danza y de la asamblea escaparon gritos de alegría.

Oreja de Oso no vio a Rostro de Sombra. La buscó y la encontró en el tipi. Le dijo:

-¿No quieres bailar? En el círculo han entrado ya muchas esposas y acaba de empezar la noche.

Ven a reír con nosotros.

Rostro de Sombra hizo un gesto negativo. Oreja de Oso insistió:

-Esta noche ninguna mujer guarda secreto el nombre de su amante. No es ninguna deshonra el divertirse con otro hombre que el suyo mientras se confiese abiertamente. Además mañana los maridos lo habrán olvidado todo.

El sonido del tambor llegaba hasta el tipi. La danza empezaba a ser frenética. Por todas partes estallaban gritos de alegría. Nuevas mujeres entraban en el círculo y la voz del brujo se hacía más apremiante:

-¡Venid, hermosas compañeras! Apresuraos a venir a enseñarnos otras máscaras. Venid a entretenernos descubriéndonos vuestros amores.

Rostro de Sombra, subyugada por las risas y los cantos, dijo por fin:

Está bien. Vuelve junto al fuego, iré a bailar. Dame tiempo para confeccionarme una vestimenta.

Oreja de Oso volvió a sentarse en él círculo. Ahora las mujeres eran más numerosas. Algunas, las más frívolas, danzaban un breve instante, se iban a cambiar de máscara y apariencia y volvían simulando un nuevo personaje.

Hacia el fin de la noche prácticamente no quedaban bailarinas. Los piegan creyeron que la fiesta iba a terminar ahí. Fue entonces cuando llegó Rostro de Sombra.

Una vez en el círculo se quitó la manta que la cubría y quedó por completo desnuda. Tenía todo el cuerpo recubierto de pintura amarilla y cuidadosamente salpicado de puntos negros. Oreja de Oso se preguntó: <<¿Qué valiente luce esos colores cuando va de caza? ¿Que hombre se pinta de esa manera cuando parte al sendero de la guerra? >>

Todos los piegan buscaban al feliz amante. Nadie lograba encontrar el nombre.

Rostro de Sombra se tumbó en el suelo. Por entre sus dientes salió un agudo silbido y sacó la lengua.

A continuación, empezó a reptar por la hierba.

De repente se oyó un gritó de espanto. Un espectador gritó:

-¡Ya lo sé! ¡Imita a la serpiente!

Otro aulló:

-¡La serpiente amarilla moteada de negro es su enamorado!

Este descubrimiento sembró el espanto en la multitud. Todos querían abalanzarse sobre ella y aplastarle la cabeza.

Oreja de Oso corrió hasta ella, le echó la manta sobre los hombros y la condujo al tipi.

El dijo riéndose:

-Así que me has podido engañar a pesar de mi vigilancia.

Rostro de Sombra contestó:

-Ningún hombre de esta tribu se me ha acercado. Mi único amante es el Genio de las Serpientes. El niño es hijo suyo.

Oreja de Oso se enfurruñó un poco, como era costumbre en un caso así. Después se acostó y se durmió.

Al despertarse. Rostro de Sombra ya no estaba allí. Pensó: <<Puse mala cara durante demasiado tiempo. Mi esposa ha debido creer que estaba afligido y se ha marchado para no imponerme su presencia.>>

Oreja de Oso buscó a su esposa durante todo el día. Por la noche, triste por haber perdido a su hermosa mujer, abandonó la aldea con el hijo de la serpiente. Mientras andaba se decía:<< Es curioso, quiero a este niño como si fuera mío.>>

Oreja de Oso plantó su tipi en una gran llanura. Vivía de modo miserable, acusándose de haber echado inconscientemente a Rostro de Sombra.

El niño creció sin causar problemas a su padre adoptivo. Durante las comidas afirmaba no tener hambre y no comía nada de lo que llevaba Oreja de Oso.

Aunque el niño crecía normalmente, el valiente se preocupó. Se confío con un perro de las praderas que tenía su guarida a cierta distancia.

-No entiendo lo que pasa. Este niño no come nada de lo que cazo y, sin embargo. crece convenientemente.

-Ese niño debe estar poseído por un genio -contestó el perro de la praderas-. Ayer le sorprendió cuando comía saltamontes y esta mañana masticaba un enorme lagarto. Creéme, ese niño no es normal.

Oreja de Oso reflexionó sobre ello y se sintió consternado al tener que educar a un niño así.

Esa noche se le apareció Rostro de Sombra durante un sueño. Estaba más alta y más delgada que antes y le brillaba magníficamente el cuerpo recubierto de escamas. Dijo a Oreja de Oso:

-No estés triste, mi antiguo marido. Antes de que me capturara a los sioux ya era la mujer del Genio de las Serpientes. Te abandoné para no aguzar tus celos. Vuelve con tus hermanos los piegan y busca a una mujer que eduque a mi hijo. Tiene un don concedido por su padre. Mientras no le hagáis mal os aportará prosperidad.

Al día siguiente Oreja de Oso plegó su tienda y regresó a su tribu. Hacía mucho tiempo que les asediaba el hambre. La caza había abandonado la región y los piegan se veían obligados a comer raíces .

A partir del regreso del Hijo de la Serpiente a la aldea las cosas cambiaron de inmediato. Los bisontes fueron a echarse sobre las flechas de los cazadores y los arbustos se cubrieron de bayas.

El brujo fumó su pipa sagrada, tomó un baño de vapor y, por último, dijo:

-Acabo de tener un sueño durante el que he hablado largamente con el Gran Espíritu. Os hace saber por mis labios que debéis esta desacostumbrada abundancia al Hijo de la Serpiente. Así es cómo los Espíritus del Cielo os agradecen el haber adoptado a un niño extranjero.

A partir de entonces todos rindieron homenaje al muchacho. Oreja de Oso encontró otra mujer. No era tan hermosa como la primera pero tenía la piel un poco menos amarilla y la voz mucho menos silbante.

Cuando Hijo de la Serpiente llegó a ser un joven, un buen día tomó la forma de un reptil. Dijo a su padre adoptivo:

-Dado mi nuevo aspecto no puedo continuar con vosotros.

Oreja de Oso le contestó:

-¿Por qué vas a marcharte? Desde que vives en esta aldea ya nadie le tiene miedo a las serpientes.

-Tengo que encontrar a mi verdadera familia -dijo el joven-. Pero ten la seguridad de que velaré por vosotros mientras no hagáis daño a las serpientes.

Luego, agarrando la máscara utilizada por su madre durante la Danza de los Amores Secretos, salió del tipi y se alejó reptando.

Esa es la razón por la que nadie verá jamas a un piegan matar a una serpiente. Cuando encuentra una, la saluda, la esquiva y prosigue su camino.




Facilitado por la Facultad Nacional Autónoma de México