JOSÉ MARTÍ
EL CAMARÓN ENCANTADO
Cuento de magia del francés Laboulaye
Allá por un pueblo del mar Báltico, del
lado de Rusia, vivía el pobre Loppi, en un casuco viejo, sin más compañía que
su hacha y su mujer. El hacha ¡bueno!; pero la mujer se llamaba Masicas, que
quiere decir "fresa agria". Y era agria Masicas de veras, como la
fresa silvestre. ¡Vaya un nombre: Masicas! Ella nunca se enojaba, por supuesto,
cuando le hacían el gusto, o no la contradecían; pero si se quedaba sin el
capricho, era de irse a los bosques por no oírla. Se estaba callada de la
mañana a la noche, preparando el regaño, mientras Loppi andaba afuera con el
hacha, corta que corta, buscando el pan: y en cuanto entraba Loppi, no paraba
de regañarlo, de la noche a la mañana. Porque estaban muy pobres, y cuando la
gente no es buena, la pobreza los pone de mal humor. De veras que era pobre la
casa de Loppi: las arañas no hacían telas en sus rincones porque no había allí
moscas que coger, y dos ratones que entraron extraviados, se murieron de
hambre.
Un día estuvo Masicas más buscapleitos
que de costumbre, y el buen leñador salió de la casa suspirando, con el morral
vacío al hombro: el morral de cuero, donde echaba el pico de pan, o la col, o
las papas que le daban de limosna. Era muy de mañanita, y al pasar cerca de un
charco vio en la yerba húmeda uno que le pareció animal raro y negruzco, de
muchas bocas, como muerto o dormido. Era grande por cierto: era un enorme
camarón. "¡Al saco el camarón!: con esta cena le vuelve el juicio a esa
hambrona de Masicas; ¿quién sabe lo que dice cuando tiene hambre?"Y echó
el camarón en el saco.
Pero ¿qué tiene Loppi, que da un salto
atrás, que le tiembla la barba, que se pone pálido? Del fondo del saco salió
una voz tristísima: el camarón le estaba hablando:
-Párate, amigo, párate, y déjame ir. Yo
soy el más viejo de los camarones: más de un siglo tengo yo: ¿qué vas a hacer
con este carapacho duro? Sé bueno conmigo, como tú quieres que sean buenos
contigo.
-Perdóname, camaroncito, que yo te
dejaría ir; pero mi mujer está esperando su cena, y si le digo que encontré el
camarón mayor del mundo, y que lo dejé escapar, esta noche sé yo a lo que suena
un palo de escoba cuando se lo rompe su mujer a uno en las costillas.
-Y ¿por qué se lo has de decir a tu
mujer?
-¡Ay, camaroncito!: eso me dices tú
porque no sabes quién es Masicas. Masicas es una gran persona, que lo lleva a
uno por la nariz, y uno se deja llevar: Masicas me vuelve del revés, y me saca
todo lo que tengo en el corazón: Masicas sabe mucho.
-Pues mira, leñador, que yo no soy
camarón como parezco, sino una maga de mucho poder, y si me oyes, tu mujer se
contentará, y si no me oyes, toda la vida te has de arrepentir.
-Tú contenta a Masicas, y yo te dejaré
ir, que por gusto a nadie le hago daño.
-Dime qué pescado le gusta más a tu
mujer.
-Pues el que haya, camarón, que los
pobres no escogen: lo que has de hacer es que no vuelva yo con el morral vacío.
-Pues ponme en la yerba, mete en el
charco tu morral abierto, y di: "¡Peces, al morral!"
Y tantos peces entraron en el morral que
casi se le iba Loppi de las manos. Las manos le bailaban a Loppi del asombro.
-Ya ves, leñador-le dijo el camarón,-que
no soy desagradecido. Ven acá todas las mañanas, y en cuanto digas: "¡Al
morral, peces!" tendrás el morral lleno, de los peces colorados, de los
peces de plata, de los peces amarillos. Y si quieres algo más, ven y dime así:
"Camaroncito
duro,
Sácame del
apuro":
y yo saldré,
y veré lo que puedo hacer por ti. Pero mira, ten juicio, y no le digas a tu
mujer lo que ha sucedido hoy.
-Probaré, señora maga, probaré-dijo el
leñador; y puso en la yerba con mucho cuidado el camarón milagroso, que se
metió de un salto en el agua.
Iba como la pluma Loppi, de vuelta a su
casa. El morral no le pesaba, pero lo puso en el suelo antes de llegar a la
puerta, porque ya no podía más de la curiosidad. Y empezaron los peces a
saltar, primero un lucio como de una vara, luego una carpa, radiante como el
oro, luego dos truchas, y un mundo de meros. Masicas abrazó a Loppi, y lo
volvió a abrazar, y le dijo: "¡leñadorcito mío!"
-Ya ves, ya ves, Loppi, lo que nos sucede
por haber oído a tu mujer y salir temprano a buscar fortuna. Anda a la huerta,
anda, y tráeme unos ajos y cebollas, y tráeme unas setas: anda, anda al monte,
leñadorcito, que te voy a hacer una sopa que no la come el rey. Y la carpa la
asaremos: ni un regidor va a comer mejor que nosotros.
Y fue muy buena por cierto la comida,
porque Masicas no hacía sino lo que quería Loppi, y Loppi estaba pensando en
cuando la conoció, que era como una rosa fina, y no le hablaba del miedo. Pero
al otro día no le hizo Masicas tantas fiestas al morral de pescados. Y al otro,
se puso a hablar sola. Y el sábado, le sacó la lengua en cuanto lo vio venir. Y
el domingo, se le fue encima a Loppi, que volvía con su morral a cuestas.
-¡Mal marido, mal hombre, mal compañero!
¡que me vas a matar a pescado! ¡que de verte el morral me da el alma vueltas!
-Y ¿qué quieres que te traiga, pues?-dijo
el pobre Loppi.
-Pues lo que comen todas las mujeres de
los leñadores honrados: una sopa buena y un trozo de tocino.
"Con tal-pensó Loppi-que la maga me
quiera hacer este favor."
Y al otro día a la mañanita fue al
charco, y se puso a dar voces:
Camaroncito
duro,
Sácame del
apuro:
y el agua se
movió, y salió una boca negra, y luego otra boca, y luego la cabeza, con dos
ojos grandes que resplandecían.
-¿Qué quiere el leñador?
-Para mí, nada; nada para mí,
camaroncito: ¿qué he de querer yo? Pero ya mi mujer se cansó del pescado, y
quiere ahora sopa y un trozo de tocino.
-Pues tendrá lo que quiere tu
mujer-respondió el camarón.-Al sentarte esta noche a la mesa, dale tres golpes
con el dedo meñique, y di a cada golpe: "¡Sopa, aparece: aparece,
tocino!"Y verás que aparecen. Pero ten cuidado, leñador, que si tu mujer
empieza a pedir, no va a acabar nunca.
-Probaré, señora maga, probaré-dijo
Loppi, suspirando.
Como una ardilla, como una paloma, como
un cordero estuvo al otro día en la mesa Masicas, que comió sopa dos veces, y
tocino tres, y luego abrazó a Loppi, y lo llamó: "Loppi de mi corazón".
Pero a la semana justa, en cuanto vio en
la mesa el tocino y la sopa, se puso colorada de la ira, y le dijo a Loppi con
los puños alzados:
-¿Hasta cuándo me has de atormentar, mal
marido, mal compañero, mal hombre? ¿que una mujer como yo ha de vivir con caldo
y manteca?
-Pero ¿qué quieres, amor mío, qué
quieres?
-Pues quiero una buena comida, mal
marido: un ganso asado, y unos pasteles para postres.
En toda la noche no cerró Loppi los ojos,
pensando en el amanecer, y en los puños alzados de Masicas, que le parecieron
un ganso cada uno. Y a paso de moribundo se fue arrimando al charco a los
claros del día. Y las voces que daba parecían hilos, por lo tristes, por lo
delgadas:
Camaroncito
duro,
Sácame del
apuro.
-¿Qué quiere el leñador?
-Para mí, nada: ¿qué he de querer yo?
Pero ya mi mujer se está cansando del tocino y la sopa. Yo no, yo no me canso,
señora maga. Pero mi mujer se ha cansado, y quiere algo ligero, así como un
gansito asado, así como unos pastelitos.
-Pues vuélvete a tu casa, leñador, y no
tienes que venir cuando tu mujer quiera cambiar de comida, sino pedírselo a la
mesa, que yo le mandaré a la mesa que se lo sirva.
En un salto llegó Loppi a su casa, e iba
riendo por el camino, y tirando por el aire el sombrero. Llena estaba ya la mem
de platos, cuando él llegó, con cucharas de hierro, y tenedores de tres puntas,
y una jarra de estaño: y el ganso con papas, y un pudín de ciruelas. Hasta un
frasco de anisete había en la mesa, con su forro de paja.
Pero Masicas estaba pensativa. Y a Loppi
¿quién le daba todo aquello? Ella quería saber: "¡Dímelo, Loppi!"Y
Loppi se lo dijo, cuando ya no quedaba del anisete más que el forro de paja, y
estaba Masicas más dulce que el anís. Pero ella prometió no decírselo a nadie:
no había una vecina en doce leguas a la redonda.
A los pocos días, una tarde que Masicas
había estado muy melosa, le contó a Loppi muchos cuentos y le acabó así el
discurso:
-Pero, Loppi mío, ya tú no piensas en tu mujercita: comer, es
verdad, come mejor que la reina; pero tu mujercita anda en trapos, Loppi, como
la mujer de un pordiosero. Anda, Loppi, anda, que la maga no te tendrá a mal
que quieras vestir bien a tu mujercita.
A Loppi le pareció que Masicas tenía
mucha razón, y que no estaba bien sentarse a aquella mesa de lujo con el
vestido tan pobre. Pero la voz se le resistía cuando a la mañanita llamó al
camarón encantado:
Camaroncito
duro,
Sácame del
apuro.
El camarón entero sacó el cuerpo del
agua.
-¿Qué quiere el leñador?
-Para mí, nada; ¿qué puedo yo querer?
Pero mi mujer está triste, señora maga, porque se ve tan mal vestida, y quiere
que su señoría me dé poder para tenerla con traje de señora.
El camarón se echó a reír, y estuvo
riendo un rato, y luego dijo a Loppi: "Vuélvete a casa, leñador, que tu
mujer tendrá lo que desea."
-¡Oh, señor camarón! ¡oh. señora maga!
¡déjeme que le bese la patica izquierda, la que está del lado del corazón!
¡déjeme que se la bese!
Y se fue cantando un canto que le había
oído a un pájaro dorado que le daba vueltas a una rosa: y cuando entró a su
casa vio a una bella señora, y la saludó hasta los pies; y la señora se echó a
reír, porque era Masicas, su linda Masicas, que estaba como un sol de la
hermosura. Y se tomaron los dos de la mano, y bailaron en redondo, y se
pusieron a dar brincos.
A los pocos días Masicas estaba pálida,
como quien no duerme, y con los ojos colorados, como de mucho llorar. "Y
dime, Loppi", le decía una tarde, con un pañuelo de encaje en la mano:
"¿de qué me sirve tener tan buen vestido sin un espejo donde mirarme, ni
una vecina que me pueda ver, ni más casa que este casuco? Loppi, dile a la maga
que esto no puede ser."Y lloraba Masicas, y se secaba los ojos colorados
con su pañuelo de encaje: "Dile, Loppi, a la maga que me dé un castillo
hermoso, y no le pediré nada más."
-¡Masicas, tú estás loca! Tira de la
cuerda y se reventará. Conténtate, mujer, con lo que tienes, que si no, la maga
te castigará por ambiciosa.
-¡Loppi, nunca serás más que un
zascandil! ¡El que habla con miedo se queda sin lo que desea! Háblale a la maga
como un hombre. Háblale, que yo estoy aquí para lo que suceda.
Y el pobre Loppi volvió al charco, como
con piernas postizas. Iba temblando todo él. ¿Y si el camarón se cansaba de
tanto pedirle, y le quitaba cuanto le dio? ¿Y si Masicas lo dejaba sin pelo si
volvía sin el castillo? Llamó muy quedito:
Camaroncito
duro,
Sácame del apuro.
-¿Qué quiere el leñador?-dijo el camarón,
saliendo del agua poco a poco.
-Nada para mí: ¿qué más podría yo querer?
Pero mi mujer no está contenta y me tiene en tortura, señora maga, con tantos
deseos.
-¿Y qué quiere la señora, que ya no va a
parar de querer?
-Pues una casa, señora maga, un
castillito, un castillo. Quiere ser princesa del castillo, y no volverá a pedir
nada más.
-Leñador-dijo el camarón, con una voz que
Loppi no le conocía:-tu mujer tendrá lo que desea.-Y desapareció en el agua de
repente.
A Loppi le costó mucho trabajo llegar a
su casa, porque estaba cambiado todo el país, y en vez de matorrales había
ganados y siembras hermosas, y en medio de todo una casa muy rica con un jardín
lleno de flores. Una princesa bajó a saludarlo a la puerta del jardín, con un
vestido de plata. Y la princesa le dio la mano. Era Masicas: "Ahora sí,
Loppi, que soy dichosa. Eres muy bueno, Loppi. La maga es muy buena."Y
Loppi se echó a llorar de alegría.
Vivía Masicas con todo el lujo de su
señorío. Los barones y las baronesas se disputaban el honor de visitarla: el
gobernador no daba orden sin saber si le parecía bien: no había en todo el país
quien tuviera un castillo más opulento, ni coches con más oro, ni caballos más
finos. Sus vacas eran inglesas, sus perros de San Bernardo, sus gallinas de
Guinea, sus faisanes de Terán, sus cabras eran suizas. ¿Qué le faltaba a
Masicas, que estaba siempre tan llena de pesar? Se lo dijo a Loppi, apoyando en
su hombro la cabeza. Masicas quería algo más. Quería ser reina
Masicas:"¿No ves que para reina he nacido yo? ¿No ves, Loppi mío, que tú
mismo me das siempre la razón, aunque eres más terco que una mula? Ya no puedo
esperar, Loppi. Dile a la maga que quiero ser reina."
Loppi no quería ser rey. Almorzaba bien, comía mejor; ¿a qué los
trabajos de mandar a los hombres? Pero cuando Masicas decía a querer, no había
más remedio que ir al charco. Y al charco fue al salir el sol, limpiándose los
sudores, y con la sangre a medio helar. Llegó. Llamó.
Camaroncito
duro,
Sácame del
apuro.
Vio salir del agua las dos bocas negras.
Oyó que le decían "¿qué quiere el leñador?"pero no tenía fuerzas para
dar su recado. Al fin dijo tartamudeando:
-Para mí, nada: ¿qué pudiera yo pedir?
Pero se ha cansado mi mujer de ser princesa.
-¿Y qué quiere ahora ser la mujer del
leñador?
-¡Ay, señora maga!: reina quiere ser.
-¿Reina no más? Me salvaste la vida, y tu
mujer tendrá lo que desea. ¡Salud, marido de la reina!
Y cuando Loppi volvió a su casa, el
castillo era un palacio, y Masica tenía puesta la corona. Los lacayos, los
pajes, los chambelanes, con sus medias de seda y sus casaquines, iban detrás de
la reina Masicas, cargándole la cola.
Y Loppi almorzó contento, y bebió en copa
tallada su anisete más fino, seguro de que Masicas tenía ya cuanto podía tener.
Y dos meses estuvo almorzando pechugas de faisán con vinos olorosos, y paseando
por el jardín con su capa de armiño y su sombrero de plumas, hasta que un día
vino un chambelán de casaca carmesí con botones de topacio, a decirle que la
reina lo quería ver, sentada en su trono de oro.
-Estoy cansada de ser reina, Loppi. Estoy
cansada de que todos estos hombres me mientan y me adulen. Quiero gobernar a
hombres libres. Ve a ver a la maga por última vez. Ve: dile lo que quiero.
-Pero ¿qué quieres entonces, infeliz?
¿Quieres reinar en el cielo donde están los soles y las estrellas, y ser dueña
del mundo?
-Que vayas te digo, y le digas a la maga
que quiero reinar en el cielo, y ser dueña del mundo.
-Que no voy, te digo, a pedirle a la maga
semejante locura.
-Soy tu reina, Loppi, y vas a ver a la
maga, o mando que te corten la cabeza.
-Voy, mi reina, voy.-Y se echó al brazo
el manto de armiño, y salió corriendo por aquellos jardines, con su sombrero de
plumas. Iba como si le corrieran detrás, alzando los brazos, arrodillándose en
el suelo, golpeándose la casaca bordada de colores: "¡Tal vez-pensaba
Loppi-tal vez el camarón tenga piedad de mí!" Y lo llamó desde la orilla,
con voz como un gemido:
¡Camaroncito
duro,
Sácame del
apuro!
Nadie respondió. Ni una hoja se movió.
Volvió a llamar, con la voz como un soplo.
-¿Qué quiere el leñador?-respondió otra
voz terrible.
-Para mí, nada: ¿qué he de querer para mí? Pero la reina, mi mujer,
quiere que le diga a la señora maga su último deseo: el último, señora maga.
-¿Qué quiere ahora la mujer del leñador?
Loppi, espantado, cayó de rodillas.
-¡Perdón, señora, perdón! ¡Quiere reinar
en el cielo, y ser dueña del mundo!
El camarón dio una vuelta en redondo, que
le sacó al agua espuma, y se fue sobre Loppi, con las bocas abiertas:
-¡A tu rincón, imbécil, a tu rincón! ¡los
maridos cobardes hacen a las mujeres locas! ¡abajo el palacio, abajo el
castillo, abajo la corona! ¡A tu casuca con tu mujer, marido cobarde! ¡A tu
casuca con el morral vacío!
Y se hundió en el agua, que silbó como
cuando mojan un hierro caliente.
Loppi se tendió en la yerba, como herido
de un rayo. Cuando se levantó, no tenía en la cabeza el sombrero de plumas, ni
llevaba al brazo el manto de armiño, ni vestía la casaca bordada de colores. El
camino era oscuro, y matorral, como antes. Membrillos empolvados y pinos
enfermos eran la única arboleda. El suelo era, como antes, de pozos y pantanos.
Cargaba a la espalda su morral vacío. Iba, sin saber que iba, mirando a la
tierra.
Y de pronto sintió que le apretaban el
cuello dos manos feroces.
-¿Estás aquí, monstruo? ¿Estás aquí, mal
marido? ¡Me has arruinado, mal compañero! ¡Muere a mis manos, mal hombre!
-¡Masicas, que te lastimas! ¡Oye a tu
Loppi, Masicas!
Pero las venas de la garganta de la mujer
se hincharon, y reventaron, y cayó muerta, muerta de la furia. Loppi se sentó a
sus pies, le compuso los harapos sobre el cuerpo, y le puso de almohada el
morral vacío. Por la mañana, cuando salió el sol, Loppi estaba tendido junto a
Masicas, muerto.