Teófilo Gautier

Watteau

 

No lejos de París, en el campo, un crepúsculo,
cuando andaba siguiendo el carril de un camino,
siempre a solas conmigo, y sin más compañero
que el dolor, que a mi lado me tendía la mano.
Eran campos severos y sombríos, acordes
con la misma apariencia que tenían los cielos
en el llano sin límites se veía tan sólo
el verdor de aquel parque con sus árboles viejos.
Largo rato miré a través de la verja,
era un parque que acaso recordaba a Watteau:
olmos finos, glorietas, tejos negros, senderos
bien peinados, trazados simplemente a cordel.
Me alejé con el alma cautivada y muy triste.
Al mirar por la verja comprendí lo siguiente:
que aquél era el ensueño de mi vida, y también que
mi dicha quedaba tras de aquellos barrotes.