La semilla del Cardo simbolizando la siembra de cultura

Bibliotecas Rurales Argentinas

En la Gavia

"Oculta los males de casa."
TALES DE MILETO.

INTRODUCCIÓN
CUANDO el señor F., boticario de la región y única voz en la salud de aquellos mansos pobleños, diagnosticó la enfermedad de Ramiro con sólo dos palabras: morbus dementiae, el padre de éste, bastante apesadumbrado y con gran dolor, pero también previendo

DESARROLLO

La servidumbre no atinaba a comprender nada. Sin embargo, espiaba los movimientos del recluido, que siempre parecía estar observando el techo de su celda.
Ramiro pensaba en sus tiempos de colegial, es decir, no pensaba, sino que evocaba descompaginadamente una que otra escena de aquellos lejanos tiempos de colegio, en donde, por otra parte, fue un ser anónimo y sin importancia, un niño, podría decirse, desa Su padre era pobre y muy ahorrativo; no obstante, sorteando sacrificios, le mandó a la escuela, siempre vestido de paño negro, de negro lustroso, de negro remendado, pero negro. "¡Serás, quiéraslo o no, un caballero!", le decía. Recordaba Ramiro como desd De ahí sus pensamientos se confundían en el recuerdo de un festival escolar de fin de año, en que había tenido que actuar de cura, diciendo desde el proscenio:
-Yo, como sacerdote, represento al Papa, y como ciudadano, al Presidente de la República. ¡Dios y Patria !
Tal era la confusión del muchacho, víctima de su enfermedad, que ahora ya no recordaba con precisión si fue un sacerdote el que se tragó una mosca, o fue una mosca la que habló de Dios y de la Patria. Sin embargo, en su mundo de nueve metros cuadrados, Ra Vivía bien, era un solitario. "Para ser solitario sólo basta comer bien", decía, y esto lo repetía varias veces.
El padre, adentro, en las habitaciones centrales, se paseaba inquietamente y repetía para sí, como tratando de penetrar en la formula: morbus dementiae, morbus dementiae, y tornaba a suspirar. De súbito movía la cabeza en señal de asentimiento, estrujábas Era un juicio irrevocable, un nuevo dolor en la familia; pero era necesario salir adelante, sobreponerse a los hechos y aceptar lo que viniese. El estigma había caído...
La madre, como por no incurrir en un pecado especial, pasaba la mayor parte del día tejiendo; había suprimido todas las visitas, y cuando osaba referirse a Ramiro, hablaba del "enfermito", como si la enfermedad hubiese borrado de éste todo vestigio humano Ramiro, que antes de su enfermedad pensara trasladarse a la capital para ingresar a la Facultad de Ciencias, decía muchas cosas al respecto; por ejemplo, dijo cierta vez:
-Mamá, ¿sabias tú que la primera ciencia fue la botánica-y se explicaba-: La botánica es la ciencia clasificatoria por excelencia. Para la ciencia, el hombre no es un hombre, sino que un ser clasificable y clasificado por país, lengua, sexo, conocimientos Ahora que él estaba enfermo, la madre, al recordar esas escenas sazonadas de tiernas caricias, rompía a sollozar diciendo: "¡Mi enfermito, mi enfermito!"
Estoy convencido de que Ramiro era ciertamente un loco, mas aún, ya que se encontraba entre cuerdos, y los cuerdos necesitan de la comunicabilidad entre ellos, para bien o para mal, eso no importa. Pero Ramiro era intratable, era ese ser inasible que se t Quizás entre quinientas mil personas de su naturaleza, Ramiro no hubiese sido encerrado en una jaula. Es un problema estadístico.
La gavia era de madera y fierro, con unas canaletas de latón en los bordes del techo, como previsión para la temporada lluviosa. En la mitad posterior del piso había un recubrimiento de cemento con un plano inclinado que iba a desembocar en una sucia aceq -¡Sí, ve algo, de seguro que ve algo!
Las otras asentían en silencio, compartiendo la opinión.
Al poco tiempo Ramiro se había acostumbrado a su encierro y no era raro oírle a toda hora cantar una cancioncilla de letra muy original, que más o menos decía así:
Estoy, estamos, están;
comiendo, bebiendo y muriendo.
Se cierran y se abren las puertas;
y siempre comiendo, bebiendo y muriendo.
No estoy, no estamos, no están.
Nadie supo de dónde él había sacado esa canción, ni a ninguna persona se le ocurrió preguntarle, aunque a decir de la cocinera, quien le conocía desde niño, era original del "enfermito", como a veces le llamaba, por una especie de solidaridad ante el dolo En los primeros tiempos de su encierro, Ramiro tenía sólo dos seres que le visitaban a menudo, siendo para él sus únicos amigos; éstos eran: un zorzal y un muchachote simple, y según las gentes, necio, que vagaba por el pueblo.
El zorzal venía todas las mañanas a cantarle. Ramiro le tomaba en las manos alizándole el suave plumaje del lomo, mientras le musitaba frases incomprensibles. La avecilla se dejaba arrullar, quieta, como escuchando las palabras. Ramiro también le guardaba -Vuela, vuela -decía el muchacho, mientras lo miraba alejarse.
El otro amigo aparecía por las noches, saltaba la tapia, acercábase silentemente hasta las rejas y quedábase observando con gran respeto a Ramiro. Cierta noche llego más tarde que de costumbre y se acerco al enfermo diciéndole:
-Le he traído manzanas.
Se las paso y esperó respuesta. Ramiro miró las frutas, contemplo al muchacho y con una voz ahogada musito:
-¡Sácame de aquí!
El muchacho sonrió, pasó sus manos por entre las rejas, golpeteó a Ramiro sobre el hombro e hizo una mueca amistosa.
"Es el único que podría hacerlo", pensó Ramiro. El otro se fue sin decir nada y ya no se le vió en muchos días. Ramiro quedó triste.
De pronto los hechos cambiaron casi totalmente. Fue pasando el tiempo y la familia acostumbrándose poco a poco al paciente, de tal suerte que la cocinera tenía orden de abrirle la puerta de la jaula varias veces al día, ora para hacer el aseo, ora para ha Por su parte, el padre ya se había acostumbrado a la enfermedad del hijo, y así fue que un día se atrevió hasta el punto de mostrarlo a varios compañeros de oficina, los más de confianza, por supuesto. Ante todo, les pidió discreción por lo que viesen y o Los compañeros de oficina hicieron un gesto de asentimiento, mientras decían:
-¡Ahá! ¡Ahá! -y le hablaron de un caso parecido que había obtenido curación pronta. Seguramente los funcionarios mentían, pero en estas circunstancias, bien valía una mentira, ya que ésta podría, quizás en parte, aliviar el dolor del padre. Éste, a su vez -¡Pero vean ustedes, queridos amigos! La enfermedad que aqueja al muchacho no es morbus dementiae propiamente tal, ordinaria y simple, sino una forma especial de insania, una morbus dementiae en sexto grado y hereditaria.
A esta altura del discurso bajaba la voz en la última palabra, como denunciando un grave secreto. Los amigos volvían a decir: "¡Ahá, ahá!", casi como en sordina, y quedábanse luego callados. Entre tanto, el padre justificaba la mentirilla con que salvara Se sucedieron muchas ocasiones como éstas, y Ramiro, que dentro de su anormalidad comprendía la buena intención que su padre involucrara en aquellas conversaciones, se disponía a divertir a los visitantes. Para este efecto comenzaba por llamar la atención -¡Soy el hombre sin cerebro! -o-: ¡Mi cabeza es de madera y mi corazón de piedra!
En esto se arrodillaba, aprestándose a darse de cabezazos contra el recubrimiento de cemento. Felizmente, nunca se hizo daño suficiente como para sangrar, rompiéndose la cabeza. Se desvestía en seguida, previo un intervalo, de la cintura hacia arriba, gri -¡Soy un mono, sí, un mono!
A este punto del espectáculo, el padre, la madre, los visitantes y la servidumbre, que no podían retener la risa por más tiempo, estallaban en sonoras carcajadas, que Ramiro recibía con la felicidad con que los actores reciben los vivas y aplausos, y agra -¡Si parece un león! -decían unos.
-Se nos figura un oso, la "esencia" de un oso- expresaban otros.
-Para mí es un simbolo onírico -explicaba untercero, versado en muchas materias, dándole a la palabra "onírico" un sabor muy especial. Y entre risas, aplausos, glosas y teorías acerca de la enfermedad, deshacíase el grupo, dejando a Ramiro como siempre es Pero nadie alcanzaba a oír después de cada exhibición una vocecilla apocada y gangosa con que Ramiro decía: "¡Mamá!...", un mamá apagado pero con la fuerza de un llamado angustioso. Junto con hacer este llamado en sordina, Ramiro sentía una honda opresión Aquellas actuaciones en que se mezclaban lo espectacular del teatro, lo insubstancial de la velada familiar y lo trágico del circo se repitieron periódicamente. Fueron así invitadas personas muy ajenas a la familia. En el pueblo, la sociedad pueblerina ya De pronto ocurrió algo inesperado. Había sido invitado por el padre un alto funcionario, tipo grosero, borrachín e influyente, quien esperaba gozar de una gran diversión con el loco.
El mismo padre salió a recibirle, y mientras recorrían los largos y sombreados corredores que conducían al patio, el personaje público inquirió por tercera vez:
-¿Cree usted, mi amigo, que valga la pena el... espectáculo?
-¡Ya se lo he dicho, no deja de tener gran interés, señor!-contestaba el padre, mientras se hurgaba algo en los bolsillos como para no dar tiempo al alto empleado de hacer otra pregunta de difícil respuesta.
-Por otra parte-proseguía el funcionario-, me aseguró usted que su hijo es verdaderamente un..., como le dijera..., un enfermo-concluía el caballero, sin acentuar demasiado los vocablos.
-¡Le aseguro a usted, le aseguro a usted-repetía el padre-, aunque, si no lo fuese, solo un muy buen actor podría representar un papel de esa naturaleza, y un buen actor es digno de verse, lo manda nuestro criterio selectivo, en cuanto a arte se refiere- Aproximáronse finalmente a la reja, se sentaron junto a otros invitados y sobre unos amplios asientos que para el efecto el padre había hecho colocar allí, y esperaron. El exhibido permanecía estático.
Pasado un tiempo prudencial, el padre comenzó a inquietarse al ver que Ramiro no hacía el menor movimiento que denunciase el más mínimo deseo de actuar, en vista de lo cual comenzó a hacerle unas pequeñas señas, algo así como diciendo:
"¡No me dejes en vergüenza! ¡Vamos, Ramiro, haz algo ! "
A su vez, Ramiro aún permanecía callado. Entonces el padre, amostazado, avanzó hasta la puerta de la reja y dijo, ya sin poder contenerse:
-¡Vamos, haragán! ¿Piensas tenernos así toda la tarde?
Ramiro miró al padre directamente a los ojos, lo contempló largo rato, tristemente, y sólo acertó a musitar:
-Sí...-Acto seguido, dióse media vuelta y fue a sentarse en la parte posterior de la gavia, desde donde clavó su mirada en los presentes. Luego rodaron lagrimas de sus ojos.
El alto funcionario lanzó una pequeña carcajada, sonora y llena de picardía, mientras dirigía una mirada de soslayo al padre, de modo que éste pudiera apreciarla ampliamente.
Habíase operado un importante cambio en la anormalidad de Ramiro. Había sufrido una mejoría de tal grado, que había recobrado casi completamente la razón, estado que tendía cada día a ser mejor. Nadie en la casa, exceptuando al mismo Ramiro, habíase dado A pesar de todo, el padre se acercó en la noche hasta la gavia, donde amenazó a Ramiro con duras reprimendas y castigos si osaba interrumpir aquellas exitosas actuaciones.
El prisionero, ya que en estas circunstancias Ramiro había llegado a ser un prisionero, al cabo de poquísimas palabras aceptó el mandato paterno. Recomenzáronse, pues, las veladas, y el público fue en aumento. Sin embargo, un dejo de tristeza se filtraba Una noche en que había tenido gran éxito la exhibición de las graciosas excentricidades de Ramiro, y éste se mostraba bastante agotado sobre el piso de la jaula, oyéronse unos menudos pasitos que se acercaban silenciosamente. El recluido pensaba que le er Los pasos se hicieron más perceptibles y una voz se dejó oír:
-Ramiro, vengo a llevarte. . .-Era el muchachote simple que antes le visitara muy a menudo.
-¡Ah, eres tú! Creí que...
-Ven, tengo dos caballos listos.
-¿Para ir adónde?
-Donde tú quieras. Si tú sabes alguna parte...
-No sabría dónde ir, pero...
-Escucha, entonces: hay un circo de paso por el pueblo y yo les he hablado de ti.
-Un circo, ¿ah? No, ándate, me iré solo.
-¡Pero, don Ramiro!
-No; déjame, debo irme solo.
-Podrías hasta quizás ganar mucho dinero.
Ramiro titubeó un instante y sonrió.
-¡No! ¡No! -repitió-. De todos modos, ábreme la puerta, ¿quieres? -concluyó, echándose sobre el jergón (habíanle colocado uno el día anterior).
El muchachote abrió la puerta y esperó. Mas, viendo que Ramiro permanecía inmóvil, se quedó perplejo, hizo un gesto incomprensible y se perdió en el obscuro fondo del patio.
A la mañana siguiente, todos los de casa madrugaron como por extraña coincidencia. Las empleadas hacían el aseo acostumbrado. Una de ellas, la más joven, se aproximó a la jaula y vio a Ramiro ya erguido, afirmado rectamente contra las rejas posteriores, c La mujer se aproximó a la jaula, abrió la portezuela y contempló al enfermo. Éste estaba apoyado en el suelo, casi apenas tocándolo, la vista muy fija; a su cuello había anudado un cinturón de cuero firme y tenso, cuyo extremo estaba atado a una de las vi -¡Oh, Dios se ha. . . ! -dijo la mujer, lanzándose a la carrera en busca de los dueños de casa. A los pocos instantes, el padre y la madre acudían presurosos a la gavia.
-¡Hijito, hijito! ¡Qué hiciste!-exclamaba la madre, mientras trataba de pasar la portezuela de rejas. Entretanto el padre ya estaba adentro y balbuceaba con desesperación:
-¡Ramiro, Ramirito!...
Entonces Ramiro estiró un pie y esbozó una sonrisa.
-¿Qué sucede?-inquirió.
-¡Pero. . . esa correa. . .; nosotros creíamos.. .!- se expresó el padre.
Ramiro entonces explicó:
-No se preocupen, nada sucede, sólo un nuevo número artístico en preparación. Un número que se me ha convertido en obsesión..., en una obsesión.
La familia, malhumorada, aunque pensativa, se volvió a los aposentos interiores.

EPÍLOGO

Un día, muy de mañana, nublado y frío, poco tiempo después, Ramiro salió, abandonando la gavia, la casa y el pueblo.
Marchóse a una ciudad vecina, en donde se casó con una niña de trenzas y de pocas palabras. Su padre, maestro tonelero, empleó a Ramiro y le enseño el oficio.
En el día, Ramiro trabajaba; en las tardes iba a la taberna, y en las noches, leía, en el hogar, junto a su mujer.
El tabernero, que de oídas conocía la historia de Ramiro, cierta vez le comentó:
-¿Es por capricho que un hombre pierde su hogar, su posición, y se hace tonelero?
-¡No ! -contestó Ramiro-. ¡Por limpieza!
El tabernero le celebró la ocurrencia y le invitó a una copa
Enero de 1947

 

 

 

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