La semilla del Cardo simbolizando la siembra de cultura

Bibliotecas Rurales Argentinas

A doña
Sara Meersohn Schajris,
que en algún pueblo del
sur sigue tratando de
administrar justicia.
René Vergara

aún duele

Una herencia óptima se pierde en un "habitat" negativo, del mismo modo que un individuo nacido en un medio desastroso mejora en uno positivo. La meta de los chilenos debe ser levantar al máximo las condiciones físicas y sociales de nuestros ambientes. Est

Un hombre que dijo llamarse Juan Díaz Otárola vio, cerca del mediodía del 17 de enero de 1952, flotando, boca abajo, en las sucias aguas de la "laguna" de calle Sierra Bella - al sur del Zanjón de la Aguada -, el cadáver de un niño. Se limitó a denunciar Nadie sabe lo que en verdad presenció tan extraño denunciante, para dar nombre, apellidos y domicilios falsos. Según declaraciones de uno de los autores, el alucinante asesinato se habría cometido aproximadamente cuando el inubicable "Juan Díaz Atárola" s El sargento se dirigió al sitio señalado, y con la ayuda de sus hombres y vecinos extrajo el cadáver de un niño de 7 años de edad.
Inmediatamente dio a conocer el caso al juez del Sexto Juzgado del crimen de Santiago. El magistrado ordenó telefónicamente el levantamiento del cadáver, su remisión a la morgue, y encomendó a la Brigada de Homicidios establecer lo ocurrido. El cumplimie En el Instituto Médico legal, entre cadáveres de adultos de ambos sexos, desconocidos o identificados, enteros o fragmentados, antiguo o nuevos, les fue facilísimo ubicar el correspondiente a un delgado niño "azul", el azul - violeta de los cianóticos: co El informe de autopsia era, como siempre, breve: "Asfixia por sumersión en agua".
Uno de los legistas confidenció a los investigadores:
- Agua estancada, pútrida, encenagada. Cerca de los labios hay pequeñas equimosis redondeadas y, escoriaciones que proceden de la presión de dedos pequeños y deslizamientos uñados. Seguramente se trata de un infanticidio.
- Gracias, doctor. ¿Sabe usted - preguntó Escobar - si el cadáver traía vestón?
No.
En la secretaría de la morgue un empleado deja constancia escrita de las ropas y especies que portan los cadáveres recogidos en la gran ciudad. La anotación corresponde al niño de Sierra Bella decía: "N. N. Camisa Blanca; pantalón corto, oscuro, de brin; Conversaron con el sargento del retén Santa Elena:
- ¿Cómo era el denunciante?
- Casi no lo recuerdo. Uno de esos hombres de rostro y voz comunes que no se graban. Las denuncias las escribo a mano y no levanto la mirada del libro de "Novedades": me limito a copiar lo oído. ¿Quien iba a sospechar de un denunciante? ¿Ustedes?
- No.
¿Desean ver el lugar?
Asistieron, y los tres hombres de la ley se encaminaron hacia el oeste y luego hacia el extremo sur de la ciudad.
-¡Allí está! -exclamó el sargento cuando cruzaban el viejo puente de hierro del zanjón, un puente con rejas protectoras y de color gris -Ya falta poco.
En las inmediaciones, torres de alta tensión. Abajo... el agua, rumorosa sopa de luto, corría con rapidez por el pronunciado declive del cauce natural, saltando y arremolinándose entre las grandes peñas negras y brillantes, llenando el aire con olor a mia "La laguna", amputado y antiguo brazo de agua del zanjón, formaba un ovoide irregular, quieto, pestilente, bajo. Rastreada, entregó un diminuto vestón oscuro de cuyos bolsillos salieron una bolita roja y una amarilla; una pequeña moneda de plata antigua, Los detectives miraron hacia el este alto, hacia los reflejos irisados de la luz del sol en los picos cordilleranos y no pudieron desagobiarse. Regresaron.
En el laboratorio de policía Técnica el sobre fue cuidadosamente lavado y secado, planchado y fotografiado a contraluz rasante: los tonos violetas de los vapores de yodo metálico hirieron los antiguos grafismos y por el visor del microscopio binocular se La Casa de la calle Chiloé, baja y verde, se estaba desmoronando. Rejas de fierro resguardaban las ventanas. Golpearon la puerta de madera oscura y aceitosa. Un nítido quejido de goznes secos y un fuerte olor a desaseo se adelantaron al perfil de rostro v -Buscamos a Luis Todonovich.
Una desganada voz envuelta en alcohol contestó:
- Sale temprano y regresa tarde.
Un par de viejos limosneros abandonó la casa. El alcoholizado "guardador" preguntó:
- ¿Que pasa con él ?
A veces es sólo la autoridad la que pregunta:
- ¿Trabaja?
- Con permiso - otros hombres, casi sin rostros y sin vida, abandonaban la casa.
- Si. Tiene un lustrín al lado de "Las cachás grandes". Aquí, a la vueltecita, en Franklin.
- ¿Cómo es?
- Un buen hombre, silencioso y...
- ¿Cómo es físicamente?
- Cojo, flaco, blanco. Vive aquí con su hijo y paga todos los días el hospedaje.
- ¿Vive con alguien más?
El viejo desdentado sonrió con el ángulo izquierdo de su careta de años y vicisitudes:
Con unas ochenta o cien personas más depende del día. Esto es una hospedería.
- Con alguien más, de su familia?
- No, señor.
- ¿Cómo es el niño?
- Delgado, triste. Debe estar con su padre; le ayuda a lustrar...
- Gracias.
Lo vieron desde lejos: su pierna derecha era de palo y suela, y terminaba en un anillo de bronce reluciente. Parecía cojera de pájaro bobo.
Se acercaron pensando, por oficio, la forma de comunicarle la noticia. Lo externo del drama casi siempre sobra. Sin quererlo, Escobar engoló la voz:
- Señor Todonovich; somos policías. Un muchachito, creemos que es su...
Lo sé. Era mi hijo. Acabo de reconocerlo en la morgue.
- ¿Cómo lo supo?
- Antes de abrir el lustrín, mientras desayunaba en el negocio del lado, se me acercó Juan Villa, un pelusita del barrio, y me contó que Luis Segundo se había ahogado en una laguna de Sierra Bella. Mi hijo andaba perdido desde ayer, en la mañana.
- ¿Qué edad tiene Juan Villa?
- Unos 11 ó 12 años. Le dicen "El Raja". Lustra, canta en los microbuses y hurta.
- ¿Dónde para?
- ¿Hay algo anormal en la muerte de mi hijo?
Toda muerte pública, señor, se pesquisa como homicidio, hasta que los antecedentes demuestren lo contrario. Necesitamos oír a Juan... mirándolo.
- ¡Ah! En Franklin con San Diego, en la puerta del cine.
- Descríbalo por favor.
- Moreno, crespo, nervioso. Viste pantalón negro, largo, con parches en las rodillas, y un chaquetón de cotelé. Su pequeño cajón tiene una herradura en uno de los lados.
- ¿Dónde podremos encontrarlo a usted? Podríamos necesitarlo.
- No lo sé. Tengo que hacer los trámites del entierro. Dejaré a un amigo a cargo del lustrín: le avisé y lo estoy esperando
"El Raja" se descolgó del parachoque trasero de un microbús "Ovalle-Negrete", con la gracia alada de un bailarín profesional. Amarrado a correas negras el cajón de lustrar parecía el bolsón de un colegial. Hosco y desgreñado, se detuvo en la esquina a mir Una dura mano se clavó en el hombro derecho y una áspera voz de la ley en función de pesquisa preguntó:
- ¿Cómo te enteraste de la muerte del hijo del cojito?
El muchacho abrió párpados y boca. Se repuso con rapidez sin dejar de observar a los policías. Parecía calcular.
- Me lo contaron.
Le transmitieron un remezón de terremoto:
- ¿Quién?
- Unos chiquillos.
- Estás detenido, Juan Mentiras, porque el hijo del cojito no se cayó en la laguna.
Miró a Escobar, a Salinas, al suelo y a sus manos negras de betún.
- ¡Contesta!
- ¿Qué puedo decir? Nada sé.
- ¿Por qué se lo dijiste al cojo?
- Andaba, como loco, buscando a su hijo.
- ¿Tienes padre?
- No. Murió
- ¿Has estado detenido?
- Por hurto
- Vamos andando.
Lo pusieron en el medio y cambiaron por calle San Diego, hacia el norte. Otro muchachito les seguía... a la distancia.
- ¿Quién es? - preguntó Salinas.
- Mi hermano. Nada tiene que ver con esto.
Lo esperaron. El muchachito también se detuvo. Apenas si alcanzaba a los ocho años.
- ¡Llámalo!
- Juan le hizo una seña y se acercó con tembloroso temor animal:
- Mi mamá dice que le mandes plata. ¿Adónde te llevan?
- No tengo. Voy preso.
- Yo también iré
- ¡No! regresa y... dale estos diez pesos.
- ¿Qué le digo a la mamá?
- Nada. Llévate el cajón y lustra. Me dejarán en libertad porque todavía soy un niño
- En la esquina de Ñuble, Escobar comentó:
- Tu hermano parecía saber lo que ocurrió en la laguna.
- Sí. Anoche se lo conté.
- Pudo haber estado contigo mientras...
- No. El no estaba y yo tampoco.
- Te voy a regalar un botón que yo mismo recogí en la orilla de la laguna. Es el que te falta en la manga derecha. Aclaremos este asunto: ¿quiénes estaban?
El muchacho se mordió los ya mordidos labios. Hizo unas morisquetas extrañas y se convulsionó... Parecía enfermo Con forzada voz de hombre, dijo:
- Déme un cigarrillo.
Aspiró el humo de tres chupadas sucesivas.
Se rascó la cabeza. Se bamboleó y volvió a su voz quebrada y confusa, preguntando:
- ¿Me pegarán? Soy epiléptico.
- No, muchacho; ningún policía le pega a un niño.
No mienta, señor. A mí me han pegado.
- No miento. Me refiero a policías especializados en investigar delitos graves. Necesitamos saber lo ocurrido, porque la muerte criminal de un niño nos interesa a todos. ¿Sabes leer?
- No.
- ¿Sabes contar?
Volvió a mirar hacia el suelo. Parecía estar molesto con las últimas preguntas de Salinas.
- Esta bien. El grupo lo formábamos "El Aguja Chico", "El Chino", "El Rucio Banana", "El Chico" y yo. Ayer vi al hijo del cojito tomando desayuno en el negocio de Franklin.
- Al pagar le vi sacar varios billetes de 10 pesos. Hablé con "El Aguja" y le dije que podíamos convidarlo a la laguna, que allí nos bañaríamos y le quitaríamos el dinero. Invitamos a los otros chiquillos. Los seis tomamos un micro hasta el paradero 3 de Aspiró largamente y tosió. La boca se llenó de saliva. Salinas lo tomó de un brazo porque se había desvanecido.
- ¡Sigue!
- Entre todos lo botamos al suelo, y mientras unos lo sujetaban y otros le tapaban la boca, yo le quitaba el paltó. Lo tiramos al agua y metiéndonos en la poza lo sujetamos, debajo del agua, hasta que dejó de patalear. Desde afuera le tiramos piedras "El Salinas, casado y con hijos, no volvió a hablar.
Escobar, soltero, siguió el interrogatorio.
- ¿Por qué, Juan?
- No lo sé.
¿Les vio alguien?
- No.
- ¿Qué hora era?
- Mediodía.
Las declaraciones del "Raja" fueron corrobadas por los otros cuatro muchachitos. "El chico", 12 años, el mayor y el más fuerte de la pandilla, dio una variante:
- Cuando uno se mete en algo debe terminarlo.
"El Chino", 10 años:
- A esa laguna nos tiramos muchas veces.
Juan es vecino, y juntos nos hemos bañado en ella o en el mismo zanjón.
- ¿Cuanto te tocó a ti?
- tres pesos.
- ¿Los tienes ?
- No. Compré chocolates.
Con voz de pito confidenció:
- Ese cabro no sabía nadar.
"El Rucio", nueve años, se limitó a llorar.
Escobar explicó a su jefe:
- Creo que lo vieron en alguna película y asociaron "las chinas" con un juego de muerte.
Salinas:
Siento tristeza de... especie; algo así como...náusea moral.
(noviembre de 1973

el suicidio de Nilda

El inspector - jefe, Carlos Cortés, leyó, por encima del hombro derecho del detective Waldo Montecinos, las siguientes líneas que encabezaban la devolución de una orden judicial:
"Devuelve decreto de investigación en proceso n°84152. Suicidio.
Santiago, 13 de agosto de 1953.
N° 814.
Al Primer Juzgado del Crimen de Santiago.
S. J. L. del C.
Radio Patrulla de Carabineros comunicó, el día 8 del presente, que, desde el 12° piso del edificio de la calle San Antonio 427, una colegiala se había lanzado hacia el patio interior. Personal de guardia de esta Brigada de Homicidios y del Laboratorio de - ¿Edad, Waldo?
- Quince años, señor.
- ¿Motivo?
- Lo ignoro.
- ¿Que le informas al juez?
- Hechos historiados, circunstanciados, medidos. Es difícil comprender las causas del suicidio de una joven como Nilda, y mucho más lo es probarlas.
- ¿Quién era Nilda?
- No lo sé. Pudo ser un pájaro enjaulado en la norma social, un grito de cráneo roto o una tibia lámpara angustiada.
- Estás poetizando en chino. ¿Psicótica?
- No. Esa voz no pasa de ser una vaga denominación que abarca a casi todas las enfermedades mentales; por extensión se usa, a veces, hasta para calificar una obsesión frecuente; pero "obsesión" puede ser sinónimo de "manía" de idea fija o temor irresistib - ¿De qué hablas, detective?
- De moral, de ética. No puede ser la misma para uno y otro sexo, para jóvenes y viejos, cultos e incultos, tontos e inteligentes, sensibles como Nilda o crueles como los cazadores. No es fácil reflexionar sobre lo bueno y lo malo; tampoco es fácil guiar, - ¿A qué te refieres?
- A este caso. Me tiene confundido y pensaba consultarlo a Ud. antes de remitir el informe al juez.
- ¿A mí? Por sobrevivir también etiqueto la verdad de los que mueren. De algún modo lograste interesarme; cuéntame la historia, puede ser que en ella encontremos algo más sólido que las palabras.
- Nilda nació en Los Angeles y murió con su proprio cuero cabelludo en la espalda.
- ¿Qué dices?
- Vea estas fotos.
- Los blancos y negros rectángulos de los brillantes y frescos positivos mostraban los huesos de un cráneo fracturado y su masa encefálica repartida por los alrededores; la rotura del frontal, al chocar contra una viga, había corrido hacia atrás el cuero Montecinos observó el lento endurecimiento de los músculos faciales de su jefe. Agregó:
- Instintos fundamentales insatisfechos. Si alteramos las condiciones de vida de un sujeto normal se le puede llevar a este fin de tristeza macabra. Y era un cerebro superior.
- ¡La Historia, Waldo!
- Entre otros, hablé con el padre de Nilda, que, como la gran mayoría, conocía sólo su mundo de negocios. Describió las prendas que Nilda usaba y repitió la vieja frase - escudo del egoísmo: "ignoro los motivos que tuvo para quitarse la vida".
- ¿La madre?
Lloró. Estaba en la cocina y se cubrió - vieja estampa - el rostro con la punta de su delantal.
- ¿Hermanos?
- Dos. El mayor trabaja y pololea; el menor estudia y juega. Una típica familia Chilena unida por los apellidos, las habitaciones, el orden jerárquico y la incomunicación total.
- ¿Los vecinos?
- Ay jefe. Parece que usted olvidó su oficio: los hombres la veían como una mujer nueva, bella, prometedora; las mujeres veían a la rival; los otros... ni siquiera sabían de su existencia.
- Relatas con crueldad y sarcasmo. ¡Retoma los hechos!
- Bien, señor. Alexander Bogacki, ruso, 30 años...
- ¡Sáltate los detalles!
- Fue el último que la vio con vida: jueves, a las 17.50, Nilda, frente a una ventana abierta, que da al patio de luz del edificio de la calle san Antonio; según este testigo, leía. ¿Qué cree usted, inspector?
- ¡No! Calculaba, se despedía agonizaba. Volar hacia la muerte es una resolución de anciano inútil de enfermo incurable, de loco alado, de angustiado ebrio de imposibles o de filósofo serio.
- Bogacki entró a su departamento de cuidador del edificio, y a los pocos segundos el ascensorista, Raúl Reyes, le comunicó el suicidio de la joven. Bajó y la reconoció por los restos... por el uniforme y lugar de la caída...
- ¿Dejó algo?
- Si, un cuaderno de versos con tapas de color café, un papel con la marca de sus labios pintados, una entrada para el teatro "Auditórium" y el número de teléfono de un tal Gastón.
Cortés hojeó el cuadernillo numerado con rojo y se detuvo en la página 14. Decía:
"Yo soy Nilda, hembra de rosa abierta y desgarrada;
me recibí de triste y temerosa, de ilusa y engañada
una tarde de Enero, cuando las sombras borraban el sendero,
cuando la despiadada noche me reveló que no seria amada".
Al tercer intento logró encender un cigarrillo y leyó la página 15:
"En el negro pizarrón
dibujé una estrella,
los niños la borraron:
me fui con ella".
La última página del pequeño cuaderno decía, con letra menuda y temblorosa:
"No volveré a la escuela
porque un muchacho rubio
me robó la sonrisa,
la falda de los vientos,
mi cancionero de agua
y hasta mi corazón
de pájaro ermitaño"
- ¿Qué dijo Gastón?
- Dio el domicilio y el nombre completo de la occisa; era compañero de Nilda, el liceo es mixto.
- ¿Y en el colegio?
- El director informó que la joven era una talentosa alumna del último año de humanidades. Sólo conocía su ficha.
- ¿Algo más?
- Si, la alumna Olga Guzmán estuvo con ella la mañana del día 8. Nilda le regaló varios libros. Estima que todos los actos de su compañera tenían el sello de la despedida. Le entregó un papel, éste. Léalo, señor.
Doblado en cuatro, sucio y arrugado, en una de sus caras externas decía: "Cumple tu palabra: ábrelo a las 16.30".
Cortés leyó:
"Cuando lo estés leyendo yo estaré matriculada en el colegio de las nubes altas y doradas. Presiento que las clases empezarán al atardecer, cuando la luz enlutece por las que fueron vírgenes. Mis profesores serán el viento sur, un arrebol descarriado, el - Llegó atrasada a su curso de locura trágica.
- ¿Quién sabe? En las regiones de Nilda una hora y diez minutos deben tener el valor de una rama quebrada en un bosque de Aisén o el de una pequeña piedra deslizándose desde los cerros de Chuquicamata.
- ¿Qué dijo o hizo Olga Guzmán?
- Lloró. Yo la enteré del suicidio; ella creía que se trataba de una broma.
- ¿Hay más?
- Alicia Figueroa, otra compañera, declaró que el día anterior al suicidio acompaño a Nilda, por expresa petición de ésta, a recorrer los altos edificios de la ciudad. Usaron ascensores y escaleras: "Nilda, en las terrazas, miraba hacia los patios interio "Siempre estaré huyendo de ti porque nunca seré tuya".
- ¿Sabía ese joven la razón de tal conducta?
- No, es sólo un niño. Admitió haberla vigilado durante meses y confesó no haber hallado nada sospechoso en ella. Dos días antes del suicidio se vieron por última vez. Aquí esta la parte correspondiente:
"Esa tarde, la del inolvidable día 6, caminamos por la Avenida de Los Arcos y volvimos a detenernos debajo de los viejos árboles. Al atardecer la estreché contra mí, la besé y volvió a ofrecerme una resistencia increíble. Me molesté y se lo dije: "Me daña - ¿Cómo está el muchacho?
- Deshecho.
- ¿Te pareció honesto?
- Sí. Lo grave parece ser su desquiciamento progresivo: lo vi ayer y volvió a hablarme de la misma escena, la despedida. Agregó una frase increíble de Nilda: "Los mismos rostros del hombre "enamorado" los muestran los monos del zoológico". ¿Qué cree usted - Que estaba herida por el sexo. ¿Hay otros antecedentes?
- Una señora, oficial de Exposiciones y Beneficios, de la Dirección general del Servicio Social, Morandé 107, declaró:
"El 8 de los corrientes, más o menos a las15.30 horas, una niña que vestía uniforme de liceana, se encontraba en el pasillo del 11° piso, en el que yo trabajo. La niña miraba por una ventana que da al patio interior, simulando leer un pequeño libro. Estuv Su respuesta fue, textualmente: "No necesito nada de nadie; pero cuesta evitar a los intrusos". La niña se fue cerca de las 17 horas".
- Se explica el atraso.
- Si, pero no se explica el suicidio. Esteban Córdova, oficial administratvo del mismo Servicio que la testigo anterior, expuso:
- "Efectivamente, esa joven llamó mi atención. A las 17 horas salí en dirección al edificio de la calle San Antonio 427, donde tenía que reunirme con una amiga. Al tomar el ascensor, me di cuenta que ella estaba en el hall y que tomaba otro ascensor. No a - Curioso reencuentro con un extraño. Parece ser que los que van a suicidarse se incomunican y se muestran agresivos. ¿Qué crees tú, Waldo?
- Lo ignoro. Creo que el proceso mental debe ser personalísimo y que la feroz resolución tiene que producir notorios cambios en el ser-conducta; pero, ¿quién anda a la caza de probables suicidas callejeros? El silencio debe ser consecuencia al estado pre- - Sí, comparto tu juicio. Sé, me consta, que todos los buenos investigadores criminales defienden a los suicidas.
- Bien, jefe, ahora que conoce todos los antecedentes, ¿cuál es su opinión?
- No los conozco todos: me faltan tus conclusiones de policía joven, el informe de necropsia, conocer el sitio del suceso, la casa y familiares de Nilda, hablar con Sergio...
- ¿Pretende reinvestigar?
- No, Montecinos; sólo hacer valer mi débil posición.
- ¿Por qué?
- Porque llegaste muy lejos con el caso Nilda, y ya no te puedo ayudar. Algunos investigadores del crimen crecen, cerebralmente, con las muertes: es un crecer hacia la verdad, una búsqueda de la limpieza interna, que termina en la locura o en la paz del e - Gracias; pero usted, que viene de regreso del crimen, bien puede ayudarme a mejor comprender esta extraña muerte.
Cortés enterró su cabeza entre los hombros, cerró los ojos y dijo:
- En los mecanismos del suicidio las células del conocimiento y de la valorización de los mismos, en relación con la vida, entran en juego con las células que llevan a la autodestrucción. ¿Qué es lo que ven? Las cerradas puertas familiares o sociales, y p - No está muy claro.
- Los suicidas tienen cumbres: Sócrates y Séneca, en la antigüedad. Zweig y Hemingway, en la época actual. Nilda tiene parecidas estructuras con los citados, si consideramos sus frases y sus 15 años de edad. Un Suicida, Romelio Ureta, hizo canto de amor a - No, señor. Gracias. El detective José Donoso sigue rastreando, por orden mía el teatro de los sucesos.
- Bien. Lee el protocolo de la necropsia:
"Estallido craneano con eliminación del contenido encefálico al exterior. Este traumatismo ha podido ser producido en conformidad con los antecedentes recogidos en el lugar de los hechos. Utero tamaño normal; contiene abundante mucus. Hocico de tenca sin Himen con desgarraduras antiguas, cicatrizadas. Alcoholemia negativa".
- Por allí, Waldo, por esas desgarraduras antiguas debe estar la chispa de este incendio conductual.
El detective Donoso entregó un papel, diciendo:
- El viento, señor, lo había levado hasta una pared vecina.
El papel decía:
"Sergio, amor mío; alguien, un extraño, un aparecido callejero, un fantasma, sin mi consentimiento, escarbó, dolorosamente, en mis entrañas. Nunca pude decírtelo. Perdóname, Nilda".
(Enero 1974)

Puzzle...para brujos

Señor - dijo el gordo y amable subinspector, Domingo Barros, dirigiéndose al jefe de la Brigada de Homicidios -, un hombre exige hablar con usted...
- ¿Exige?
- Si, señor. Parece estar sobresaltado.
- Hazlo pasar.
Entró un delgado y alto cincuentón, vistiendo un arrugado y caro traje azul, camisa blanca, sucia, y corbata negra. No se había afeitado la gris y espesa barba; tampoco tenía peinados sus ya raleados cabellos. Parecía un antiguo profesor rural, sureño, re Barros había acertado el pronóstico: la excitación del tempranero visitante era legítima, febril: labios, mentón manos y dedos mostraban perceptibles movimientos. Sus pequeños ojos negros tendían a cerrarse, formando una fina línea curva por encima y deba - Siéntese. Un poco de café puede hacerle bien.
Sus alargados dedos siguieron tocando un piano invisible, y la pequeña tacita blanca tamborileó en el platillo. Bebió dos sorbos seguidos.
La peluda mano del inspector-jefe, Carlos Cortés, le entregó un cigarrillo encendido: su oficio, largo, ya se estaba comunicando: había observado nicotina entre los dedos índice y medio derechos de su interlocutor, y una vez más había saltado el muro form Comunicarse siempre ha sido necesidad de profesión desbordada, un contenido de misteriosa acción... anterior a las palabras: el buceo de la inteligencia pura.
La voz del visitante salió arrastrada, lenta visceral.
- Supuse, esperanzadamente, que iba a reconocerme, y la verdad parece ser, que usted no va más allá del automatismo del pesquisa.
Cortés, aguijoneado, sorprendido, lo escrutó. El hombre siguió hablando:
- Usted me detuvo cuando esesiné a Olga Rengifo. Yo soy Ernesto Zenteno. Me decían...
- ¡El guatón Zenteno! Estás flaco, ya no usas anteojos. ¿Mejoraste de la vista?
- No, ya no leo, y de lejos veo bien.
- ¡Como iba a reconocerte, granuja! Tu crimen ocurrió hace ya mucho tiempo.
- Desde su punto de vista, inspector - "sonrió", estirando una dolorosa mueca breve -. De todos modos, no se ha mecanizado tanto en su función. Menos mal, porque lo necesito: creo que usted es el único humano que podría entenderme. Cumplí toda la pena, es - ¿Qué hiciste, ahora, "guatón"? ¿De qué hablas?
¿Cómo se comunica la verdad? ¿Es la trémula voz apagándose, desfallecida, en los viejos símbolos? ¿o es el tono entrecortado por la emoción? ¿Es el vago mirar abisal o el silencio que espesa después de las sílabas finales?
¿Cómo comprendemos que es la verdad? ¿Por nuestro asomo leve al ajeno horror o por negarnos a compartir la locura de otro?
La voz de Zenteno se hizo escoria aún candente: la fragua no se había enfriado:
- Creo que volví a asesinar a Olga Rengifo. No lo sé ¡Ayúdeme!
- Estás loco o trágicamente imbécil. La soledad carcelaria o el rumiar por diez años el viejo crimen te lesionaron la mente. Ese cadáver lo palpé con mis manos; estos ojos envejecidos mirando livideces lo vieron: tenía una herida a bala en el temporal der - La escoria se hizo arena tibia:
- Sé que es difícil entenderme, porque yo mismo no lo he logrado. Cambiaremos el modelo: maté a otra mujer. ¿Está mejor?
- Si. Gracias. Ahora funcionaré como siempre, recurriendo a mi oficio. Procura no salirte, si puedes, de la normalidad que aún poseas.
- Lo intentaré...
- ¿Dónde está el cadáver?
- ¿Cuál? Perdone. En calle Santiago Concha 1440. Esta es la llave de la pieza... la velé toda la noche.
- ¡Barros!
El sonriente oficial se asomó solícito:
- Ordene, señor.
- Vaya a Santiago Concha 1440. Con esta llave abra, mire y comunique, telefónicamente, lo que allí encuentre. No haga preguntas a los vecinos. Necesito una respuesta rápida. Que maneje Sayen.
- Si, señor.
El oficial salió con el ceño arrugado por las dudas.
- ¿No me cree, inspector?
- Una cosa es tu versión y otra será la de Barros; si ambas calzan tendremos algo parecido a la verdad. ¿Cuándo ocurrió?
- Ayer, en la tarde...
- Presiento que voy a meterme en el infierno: ¿por qué, Ernesto?
- Viví muchos años con Olga y muchos con su recuerdo...
- Conozco esa historia.
- No conoce nada: usted, el juez y tantos otros sólo conocieron lo de siempre: los hechos según la ley y magnificaron mi culpa; los hechos según las invariables posiciones humanas siempre interesadas, parceladas, oficiales. Olga era un par de ojos azules - Te pedí normalidad.
- Perdón. Con ella crecieron todos mis sentidos y llegué a olvidar las palabras. Me nubló los ojos para toda mujer. Usted sabe que la maté porque creí que me engañaba...
- ¿No fue así?
- ¡No! Durante diez años y un día, total de mi condena, según reglamentos y calendarios, viví reconstituyendo nuestras vidas y su muerte. ¿Sabe usted lo que es borrarse de la mente barrotes, jueces, policías, gendarmes, canas y arrugas?
- No. Envejezco normalmente. Es la ventaja de los que tenemos la conciencia limpia.
- Por cierto. Había olvidado que usted es sólo un policía. Debe estar creyéndose loco
- Sí.
- También debe ignorar cómo se hace florecer un calabozo.
- ¿Cómo, delirante?
- Llenándolo de esquinas recordadas y encuentros milagrosos; derramando luz de Marzo en los rincones; sembrando linternas encendidas en el oscuro luto del corazón; llevando a él un pozo de aguas rumorosas y pájaros lilas; convirtiendo al gendarme en jardi - La experiencia, inspector es inefable.
- Creo que pierdo el tiempo contigo, escuchando tus delirios. Admito que tu alucinante escenario oral desconcierta. ¿Qué pasó con tu mente de lógico absoluto? ¿Qué fue del brillante profesor?
- Nada. en mi calabozo, el agua del pozo, a veces, se alzaba como una escala. Usted es sólo un ser neuromuscular que acomodó los huesos a la forma del sillón. No me entenderá porque carece de autonomía mental. Si el hombre viene del caos, ¿en qué consiste - Muy bien, pero aquí ya eres un detenido. Regresa al crimen.
- ¿A cuál?
- Al concreto, al que viniste a denunciar.
- Es que sólo hay uno. No puedo separarlos: es bicéfalo.
- Inténtalo, andarín celular.
- Trataré... Olga dijo una frase en la que me detendré porque es hito y sendero de lo que usted llama "crimen". "Necesito saber si soy bonita, y sólo otros hombres, muchos y distintos, me sacarán de dudas". Empezó a buscar "aprobadores". No la entendí por - Nada dijiste.
- No lo sabía porque un hombre adulto es sólo un proyecto de engañosa realidad.
- ¿Hoy?
- Sí. La inteligencia que Dios me dio me ha permitido disipar mis tinieblas. Olga tenía una humana razón social: un rostro bello no produce efecto si nadie lo ve; no era como el oro dormido en la montaña o como el viento alfarero de la soledad.
- Tú eras su testigo-espejo.
- Sí, un espejo egoísta, que la mantenía encerrada. Ella siguió creciendo, hasta que descubrió su magnífica belleza física. En su primera vida no alcanzó a comprobarlo. ¡Pobrecita!
El inspector volvió al café y al cigarrillo.
Zenteno empezó a sollozar.
- Cálmate, brujo atormentado; bien sabes que las lágrimas no son escape. Sigue.
- En libertad física instalé una fuente de soda en Vivaceta: No quería ejercer ninguna función docente: Un ex presidiario no tiene autoridad moral - dicen - para enseñar, como si el crimen borrara inteligencia y conocimientos. Durante años no me metí con - ¡Ernesto!
- La miré: Olga no había cambiado y ya no tenía esa horrible herida en la sien. Allí me quedé hasta que despertó. Dijo llamarse "Eliana". Me la llevé casi en brazos porque era el trofeo del milagro. Quise rezar y recé porque creí que había sido perdonado. - ¡Ernesto, por favor!
- Fue inútil. Siguió en su rol de "Eliana". La convertí en cajera de mi negocio. Sacaba dinero, se embriagaba y se entregaba a cualquier hombre. Tenía que perdonarla y lo hice cien veces. Creo que conocía mi condición de penitente. Sin duda todavía soy dé - Cortés sacó una botella de cognac y bebió apresuradamente.
- ¡Al grano, Zenteno!
- Hace una semana dijo que iba a comprarse un vestido y no regresó al negocio ni a la casa.
Revisé la caja y faltaban 15 mil escudos. Salí a buscarla. Ella me había dicho que "sus padres", cuyo nombres ignoro, vivían en una calle que ahora no me es posible recordar. La que dijo ser "su madre" me hizo entrar a un extraño dormitorio, diciéndome: " - ¿En qué barrio queda esa calle?
- Lo ignoro. Me guió una sombra...
- ¿Cómo es la casa?
- Parecía un ciprés con palomares. Me pidió que le entregara todas las cosas que yo le había comprado porque iba a abandonarme. La rogué. No accedió. Empezó a cambiarse de ropas y a decir frases que tenían más de 10 años en mi memoria. Una me desquició: " - ¡Cállate, Ernesto!
- Le disparé cinco tiros. gritó: "No. te amo y lo sabes".
- Cayó al suelo, al costado derecho de la cama, con la cabeza tocando el velador. ¿Cree usted que es posible matar dos veces a una misma persona?
- Creo que estás loco.
- Vi crecer el charco de sangre desde su cabeza al techo. Pude palpar su sangre en el aire. Sé que hay un error. ¿Dónde?
Epílogo de amaranto.
Cuando sonó el teléfono Zenteno era una masa compungida y temblorosa.
La voz de Barros llegó nítida:
- Informando, señor: sobre el piso, en una pieza que da a la calle, en posición decúbito lateral izquierda y orientado de oeste a este, hay un cadáver del sexo femenino que viste un brillante traje azul, enaguas y sostén lilas, calzón azul con... estrelli - Barros, dijo usted, ¿estrellitas?
- Sí, señor. Parece, al mirarlas, que se alejan.
- ¿Es bonita?
- Hermosísima, señor. En el ojo izquierdo presenta un hematoma que abarca ambos párpados; a nivel de la región temporal derecha hay un orificio de entrada de proyectil. El disparo fue hecho...
- A distancia.
- Sí, señor. En el tercio...
- Superior del brazo derecho, cara interna, hay una herida superficial: entrada y salida de un proyectil.
- ¿Se lo dijo el detenido, señor?
- No. Lo recordé. Es una pesadilla: yo conozco ese cadáver. Sigue, por favor.
- El revólver es un "Hopkin" 38 y tiene cuatro vainillas en la nuez.
- Lo sé. La quinta bala está completa y tiene el culote percutado. Gracias, Domingo.
El inspector colgó el fono con la mano izquierda y con los dedos de su mano derecha se frotó, teniendo los ojos cerrados, la frente. Se volvió con lentitud hacia Zenteno:
- Tendremos que volver a ficharte.
- ¿Es que no ha comprendido nada?
- ¡No! Lo tuyo es un delirio propio de asesino enloquecido.
- Bien, señor policía; trataré de explicárselo de tal manera que no podrá eludir la extraña verdad: las dos mujeres - cuesta hablar así - dormían del mismo modo.
- Sí, pero lo dices tú, asesino múltiple y único testigo. ¡Deséchalo!
- Usted acaba de describir a su ayudante el disparo sobre el brazo derecho. ¿Cómo lo supo, inspector? Sabía, además, lo del cartucho percutado...
- Cortés acusó los dos golpes abriendo y cerrando las aletas de la nariz, respirando con velocidad y movimiento, sin control, los músculos faciales. Zenteno insistió:
- ¿Tiene usted el revólver que yo usé en el asesinato de Olga?
- No. Pasó al juzgado.
- ¿Es posible que lo robara?
- No, pero esas armas salen a remate.
- Averígüelo.
Cortés llamó al secretario del juzgado del crimen correspondiente y lo enteró de la marca, calibre, número, fecha y pormenores del caso Rengifo.
Luego de unos minutos, el secretario contestó:
- Es rarísimo: ese revólver no está aquí y no aparece en las nóminas de las armas enviadas al Laboratorio de Policía Técnica; tampoco aparece enviado a remate.
- Gracias, señor.
Colgó temblorosamente el fono. Zenteno vociferó:
- Vine a verle porque usted sabe de ese cadáver más que yo. Usted era mi esperanza.
- ¡Cállate!
- No puedo. Estoy defendiendo una cordura muy especial, nueva: Eliana hablaba con la voz de Olga.
- Tú vives un viejo shock, estás traumatizado, y yo quiero seguir siendo normal.
- Palabras. Usted le tiene miedo a esta verdad, porque es distinta de todas las que conoce.
- ¡No hables más!
- Cuando "Eliana" agonizaba, dijo: "Muero feliz porque soy bella: cientos de hombres me lo confirmaron".
(Octubre 1973)

El pescador de desperdicios

El centenario y gris conventillo de la calle Colón había sido convento: los religiosos habían dejado su enorme casona del barrio Vivaceta a los pobres.
En el gran patio común sólo había una llave de agua para todos los habitantes de las once casas-piezas - las ex celdas conventuales - que, en semicírculo, la rodeaban. No era la única agua - descontando la de las lluvias del invierno cercano - que habían En su vieja silla de ruedas, aprovechando toda la luz diurna, Felipe Sánchez, el inválido hijo mayor de doña Margarita Grandón, "pescaba" zapatos impares, maderas, gangochos, cartones, botellas, trozos de género. Mercaderías que iba a cumulando en la oril Doña Margarita lavaba ropa ajena. Sus fuertes brazos desnudos y morenos entraban y salían de la artesa, cubiertos de burbujas o con el agua siempre escurriéndole. Olían a cloro. La piel ya se había apergaminado en sus manos-peces. Viuda heroica, era incan Mientras remojaba las ropas, escobillaba, refregaba, enjuagaba o tendía, miraba a su hijo con una extraña mezcla de pesar y alegría.
Una perra, de pelaje encendido, "Bonita", pasaba tendida al lado Felipe. El zapatero de banca, José Donoso, vecino de doña Margarita, se la había regalado, entrenada para cazar a los ratones que se asomaban por el zanjón; además ahuyentaba a otros perros Todos los hombres del conventillo conversaban con "el pescador" y le regalaban cigarrillos. Donoso, cuando estiraba las piernas, gordas e hinchadas por las varices, lo hacia en su dirección:
- ¿Cómo va la pesca?
- Así, José. Floja.
- Es que non usas carnadas. Un garfio amarrado a un coligüe no es atracción ni para un bagre.
- Ya, déjate de payasadas. Un día pescare algo de valor.
- Sí, resfríos, mal olor, un gato podrido...
- Parece que olvidaste la preciosa muñeca que pesqué para tu hija.
- No, y todavía te la agradezco. Lo malo es que por esta acequia no pasan abrigos de pieles. alhajas ni billetes grandes.
- No, pero bien has aprovechado los zapatos que he pescado para tí...
- Te los he pagado. ¿Quién te compra zapatos huachos?
- Cualquier otro zapatero. Ayer, en la tarde, pesqué una charlina verde. ¡Mira! Es aquella que mi madre, después de lavarla, tendió cerca de la cocina. ¿La encuentra bonita?
- Sí.
- "Bonita" paró las orejas y rezongó. Felipe la calmó:
- No eres la única "Bonita" que hay en este mundo.
El zapatero, sonriendo, volvió a su banca. Felipe extendió el coligüe y lo arrastró aguas arriba; salió limpio.
Al atardecer sus hermanas le llevaron un chocolate y lo empujaron, corriendo, hacia la pieza. "Bonita" saltaba de uno a otro lado, hasta que un trocito de chocolate le cayó entre las fauces rojas y húmedas. Lo saboreó y agradecida cortó el viento en un sa - La pequeña mesa estaba servida: sobre el hule azul, con manchas blancas, humeaba una espesa sopa; el pan, recalentado, estaba tibio. En la mitad de una marraqueta Felipe puso la palpitante médula amarilla de un hueso redondo; comió con ansias; después, - ¿Qué tareas tienen, hijas? - pregunto la mamá.
- Lo de siempre - contestó la mayor -. Copias, números, esas cosas.
- Está acercándose el invierno y como todos los años aumentarán los gastos:
carbón, leña.
A ambas les estoy tejiendo chombas. Una es morada, como el frío; la otra es negra; los únicos colores que encontré.
- ¿Y para tí, madre? - preguntó Inés, la menor.
- Yo soy fuerte y estoy acostumbrada al hielo. Es la ventaja de las lavanderas.
Las niñas hicieron sus tareas y se acostaron en la vieja y ancha cama de su madre.
- ¿Dormirás en la silla?
- No. tengo las nalgas dormidas. Ayúdame. Voy a echarme - dijo Felipe.
- Este año estás mejor: no te han venido los ataques tan seguidos.
- Lo acostó. Salió al patio y entró la quemada tabla de planchar y los dos caballetes de madera. Le echó carbón a la oxidada plancha, lo encendió y sopló. El ir y venir de su mano derecha por una misma ruta de lienzo se hizo menos monótono por el canto ba - Parece que a los hijos de la provincia de Ñuble, tal vez por lo mucho que han sufrido, casi no hay tragedia que les quiebre el ánimo.
Desde el negro rincón vino la voz del hijo:
- Canta, madre, aquella de los litres y los peumos, "La piedra de las comadres".
- Las niñas están durmiendo.
El coro llegó hermanando por la sangre, la belleza y la costumbre:
- No, no lo estamos. Canta, por favor, mamá.
La canción salió rumbo al pasado retumbando en los viejos adobes del convento, suavizando - bálsamo alado - las viejas y nuevas asperezas:

Piedrita de las comadres,
camino de aire del colibrí;
agüita de greda y tiempo
"guitarrera" de Quinchamalí.
Entre quillayes y peumos
me moriría
si contigo estuviera
todos los días.

La voz salió al patio y otra vez llegó a los oídos de los vecinos. Donoso pensó: "Esta viuda, de corazón de loica, me va a obligar a ir hasta sus tierras: todas las noches canta tonadas que no había escuchado nunca".
La lumbre se cayó del postigo de la puerta y la voz, asordinada, quieta, aroma de la emoción cristalina, siguió limpiando el ripio del vivir sin metas, acomodando vida y muerte en la paz de la noche familiar.
No sólo los perros ladran al amanecer, también suele ladrar el hombre:
- ¡Juana, dame un pan más!
- ¡No hay! Los niños lo necesitan más que tú.
- Está bien.
El vecino de la pieza número uno, cargador de la Vega Central, dio el portazo de despedida: era el despertador de Margarita: las 5. Se vistió y empezó a preparar, silenciosamente su desayuno. Encendió la plancha y casi desocupó, de arrugada y limpia ropa - ¡Niñas, no olviden amarrar la silla al árbol!
Sumergió sus manos en el agua azul de la artesa... transformadas en suaves estrujadoras de palomas blancas: manos alfareras del agua blanquiazul levantando plumaje de nieve y cielo.
Mágicas manos de un oficio eterno.
Un extraño ladrido de "Bonita" la hizo girar la cabeza y vio que su hijo levantaba, ensartada en el garfio, a una enorme gallina castellana. Corrió a ayudarlo. Felipe, agitado, estaba radiante. Un poco de espumosa saliva le caía de la boca abierta.
- Toma, es para ti. El agua negra ha sido generosa. Comeremos cazuela.
- Cálmate, hijo. Gracias.
La mujer observó a gallina y acercó su nariz al pico. La recorrió palpándole patas, alas, cogote y pechuga.
- Parece que está bien. La echaré en agua hirviendo para desplumarla y luego la abriré para verle el interior.
Lo hizo en pocos minutos.
- Sí, está sana. Huele bien. Seguramente se ahogo porque tiene el buche lleno de agua del zanjón. La prepararé. Gracias, hijo.
Se despidió palmoteándole la espalda.
El rostro de Felipe había adquirido la serenidad que esculpen la paz baja y la alegría humilde.
Los niños del conventillo y hasta los perros siguieron a Margarita hasta la cocina de ladrillos.
Donoso, enterado del hallazgo, porque un conventillo guarda menos secretos que los ojos de una joven mujer enamorada, se acercó a felicitar a su amigo:
- ¡Buena, Felipe! Esa castellana pesa más de tres kilos. ¿Cuál presa te comerás?
- No sé. me gustan las alas y los muslos. hace muchos años que no como carne de ave. ¿Qué te gusta a ti?
- ¡El cogote!
- No, no puede ser. El cogote será para "Bonita". Tú te comerás la pechuga, porque siempre has sido bueno conmigo y mi familia.
- Es muy seca, tendría que ponerle vino, y me da sueño. Tengo que terminar una media suela y unos zapatos de media que le estoy haciendo al dueño de este convento. Ya veremos.
Felipe agitó las manos y se le trabó la lengua: otra vez tenía llena de espuma la boca Cabeceaba hacia la izquierda a gran velocidad.
El zapatero gritó:
- ¡Doña Margarita! ¡Doña!
Vino corriendo y le abrió aún más la boca. Le puso un pañuelo entre los dientes. Donoso le echó la cabeza hacia atrás, le quitó el pañuelo y le dio agua.
- No es nada, vecino. Se le pasará. Lo alteró el hallazgo de la gallina. Sigue siendo un niño grande y débil. Ya vuelve del ataque.
- Quédese con él, don José, por favor. Voy a traerle un poco de ave.
- Pechuga para mi amigo, madre.
- Bien. Para ti estoy preparando el caldito.
La fiesta del ave duró tres días.
- Sabes, madre, la gallina llegó adelantada: no habrás olvidado que el próximo domingo cumpliré 21 años.
- No, cómo podría olvidarlo.
- Una semana más y todo hubiera sido distinto.
- Puede ser que pesque otra.
- Llevo 5 años en la orilla de ese zanjón y es la única gallina que he visto. A mí no me engañan esas aguas oscuras porque las conozco.
- Ellas son la piel del demonio y me temen.
- Duérmete, muchacho.
- ¿Cantarás?
- No. La cercanía de tu cumpleaños me ha puesto triste. Nadie puede sujetar sus vivencias y no voy a cantar porque también es bueno repasar el dolor proprio para poder entender el ajeno...
La semana pasó lenta. Felipe, por costumbre, porque todos nos hacemos al oficio, pescaba una que otra botella de superficie o algún cartón: nada. Sus ojos enfrentaban el agua negra como atravesando el luto de los miasmas. El agua trataba de llevarse el co El viernes, en la tarde, José Donoso le dio un cigarrillo.
- ¿Qué te pasa, muchacho? ¿No está buena la pesca?
- Ándate, José.
- ¿Qué tienes?
- Nada. El domingo será mi cumpleaños...
- No es motivo para entristecerse...
- Es que la gallina llegó adelantada...
- Ah. Todo llega adelantado o atrasado. El hombre, esperando por la ocasión, no sólo envejece, aprende que el tiempo y la esperanza sólo calzan cuando Dios lo quiere.
El sábado Felipe ni siquiera metió la caña al agua. Sujeto a la silla, convulso, irritado, parecía una estatua mecánica que sacudía la cabeza hacia la izquierda.
El domingo se levantó tarde y se puso a recorrer el patio, alejándose del zanjón. El zapatero le interrumpió el paseo:
- Si no vuelves a tu trabajo no ganarás nada.
Regresa a la pesca, a veces suelen ocurrir milagros...
- Empuñó el respaldar de la silla y lo empujó hasta la misma orilla del agua.
- Vamos, inténtalo, hombre, aunque sea tu cumpleaños.
Felipe tiró la caña y cerró los ojos.
Donoso salió del conventillo llevando un paquete debajo del brazo. Conocía su barrio: sabía que dos cuadras hacia el este, la calle tenía un boquerón que daba al zanjón del conventillo. Abrió el paquete y sacó una enorme y helada gallina castellana que ha - Ahora, Felipe. Abre los ojos. Te probaré que existen los milagros.
Vieron venir de lejos dos medias espuelas amarillas: la gallina flotaba con las patas hacia arriba. Felipe se levantó de su asiento. "Bonita" ladraba entusiasmada. José se acercó a la orilla porque la gallina se había hundido y tomaba, velozmente, el lado Pudieron sujetarlo y sacarlo: el cadáver de Felipe Sánchez tenía, tomada de una ala, la gallina castellana.
(Mayo 1974)

El fantasma del Santa Lucía

A la memoria del poeta Teófilo Cid

El viento venía caliente, sensual, rumoroso; olía a castaño, a mimosa, a falda alzada, a caricias. Los fines de los marzos santiaguinos, agonía de los estíos, siempre entregan otoños-niños casi tropicales: Los hijos de Venus. Inconsientemente las jóvenes Encumbrado y aún lejano volaba, acercándose hacia la salida oeste del cerro, un apresurado tac tac de tacos duros: alguien bajaba corriendo y los velados adoquines, resonaban entre los musgosos muros altos, encinas centenarias, gastadas escaleras de hierr Desde la puerta de reja de la húmeda gruta que da a la calle Santa Lucia salió una voz de niña asustada.
- Algo se mueve, José, entre las ramas de aquel arbusto. ¿Oyes ese ruido sordo que se acerca? ¡Vamos!
- No. Es sólo un pájaro.
El hombre tenía, respecto del ave, razón: el pesado aleteo fue nuevamente oído y una sombra alada, proyectada por la luz de un farol enramado, cruzó las cabezas de los amantes.
El tac tac se oyó más cerca. El arco de luz mostraba, por debajo de la ruta del pájaro, una larga y suelta caballera de mujer y unos brazos que parecían nadar entre el temor y el aire.
José Vallés soltó la tibia piel y saltó al camino. La vio venir oscura, trastabillando, próxima al desmayo. Trató de sujetarla. El choque de los cuerpos les hizo girar: ella cayó de bruces. La alzó. La rodilla derecha estaba lastimada, escoriada, y de la La novia de José se acercó y la ayudó a sacudirse la falda negra. la joven palpitaba como pez y loica.
- Cálmese. Allí hay agua. Llévala, Rosario.
Siguió temblando. Bebió con ansias. Con sureño sereno cantadito, dijo:
- Nos asaltaron...
- ¿Dónde?
- Allí, arriba... Cerca de una pequeña estatua negra... Creo que mi acompañante está herido.
- ¿Y usted?
Se palpó y movió brazos, cabeza, nalgas.
- No. Parece que no. Tengo miedo por él. Lo vi caer...
- ¿Cómo es? ¿Cuál es su nombre?
- Alto, macizo, calvo; usa barba larga y tiene la voz ronca. Se llama Jorge Cáceres.
- ¿Quiere acompañarme? El debe necesitarla.
- No, no regresaré a ese lugar. No puedo, sigo asustada.
- Bien. Espere aquí. Cuídala, Rosario.
- Subió con rapidez. Cuando sus pasos ya no eran audibles para las mujeres, llegó su voz de llamada:
- ¡Jorge! ¡Jorge Cáceres!
Vallés encendió un fósforo y varios más. Cuidaba las llamas con las manos... pero... se apagaban. "Es raro: el viento no es tan fuerte" Siguió buscando y llamando al desconocido. Le perecía oír una saltona risa leve y pasos breves. Tomó la caja y encendió - Una luz de linterna le blanqueó molestamente el rostro, las manos y los pies. El hombre de la luz gritó:
- ¿Qué pasa?
- ¡No lo sé! ¡Acérquese!
Estos pasos eran diferentes: tenían ritmo y eco.
- Una joven bajó a pedir ayuda diciendo que habían sido asaltados.
- ¿Por éste?
- No. no dijo por quién. Este es su amigo.
La luz de la linterna recorrió a Cáceres de basta a cuello, de cuello a frente. La luz venía con una mujer:
- Alumbra tú, Olga. Nosotros lo sacaremos de aquí. Allí, sobre aquel banco, estará mejor. Parece que lo golpearon: tiene el rostro ensangrentado.
- No, no lo movamos: está herido en la cabeza.
- El herido entreabrió los ojos y preguntó:
- ¿Dónde está Margarita Gómez? ¿Quiénes son ustedes? ¿ Qué... pasó?
la voz perdía fuerza.
- Ella está bien. ¿Y usted?
- Mal... Estoy... confuso.
- ¿Qué le ocurrió?
- No lo sé. Margarita habló de voces raras y de una mano... que no era mía...
- El hombre de la linterna preguntó:
- ¿Sintió frío? ¿Algo como una ráfaga helada y viscosa?
Cáceres asintió. Con voz de oración de beata, dijo:
- Si, me pareció el acoso de... un fantasma invernal...
Olga notó que Cáceres había dejado de moverse. Se agachó y le tomó el pulso. Le abrió los párpados: las pupilas no se dilataron con la luz. Le auscultó directamente, con su oído, el corazón:
- Creo que murió.
- Nos hemos metido en un lío, amigo. Mi mujer es enfermera.
- Me di cuenta.
- ¿Qué haremos?
- Buscaré al asesino. ¡Deme la linterna!
Vallés iluminó todos los alrededores cercanos a la víctima en busca de cualquier indicio que delatara la acción criminal de un humano. No le agradaba la idea que estaba tomando cuerpo en su mente.
- No pierda tiempo. Mi esposa y yo estábamos aquí antes de la llegada de esta pareja. Nadie se acercó. Yo soy Ricardo Andrade, farmacéutico.
- José Vallés, comerciante.
- Cuando la joven echó a correr nosotros ya habíamos sufrido molestias increíbles: risas inubicables, frío pegajoso. Ruidos e interferencias en nuestra conversaciones...
- ¿Interferencias? Aclare, por favor.
- Olga escuchaba frases que yo no había dicho. Por eso me preocupó la versión de Cáceres. A mi vez escuché frases que mi esposa jamás ha pronunciado; no podría hacerlo...
- ¿Voz femenina o masculina?
- No hemos podido precisarlo: fina para hombre y gruesa para mujer. Voz sin resonancias, sin tonos, como si no proviniera de una mente humana...
- ¿Recuerdas las frases?
- Sí, son inolvidables: "Yo soy el que vive en las sombras de tu miedo, el que vive en las sombras de tu miedo, el que llena de imágenes tus sueños y el que gobierna tu pequeña angustia".
- ¿Empezaba así?
- No, Vallés. Empezaba diciendo: "Yo soy la voz pastora de tus voces".
- ¡Caramba! Es como para pensar en un fantasma descomunal, increíble...
- Sí, pero el frío era real y el que golpeó a Cáceres...
- Cáceres pudo caerse.
- ¿Sí? El que tocó a Margarita también lo hizo con mi mujer.
- Me quedo con un asaltante de carne y hueso.
- ¿Ingrávido? Ese asaltante suyo no camina... como nosotros.
- Vallés se preocupó:
- Bajemos, hay dos mujeres solas y un asesino, o lo que sea, suelto. Acudiremos a la policía.
El grupo descendió por el centro del camino. Los dos hombres escoltaban a Olga.
Una risa ronca sonó en los oídos de Vallés, risa de trompo y viento girando entre las levantadas faldas de la mujer. Los hombres apresuraron el descenso. Vallés empuñó su pistola y corría mirando hacia los lados. Olga dijo:
- Volvió el frío, Ricardo. Un frío de pez nada entre mis piernas.
La risa- carrousel saltaba de un lado a otro del camino, arriba y abajo. No soplaba viento y las ramas parecían ser azotadas.
- Creo que hemos entrado en la zona de las alucinaciones - comentó Vallés. Percibimos lo inexistente.
- ¿Todavía tiene dudas, José? ¿Qué le diremos a Margarita?
- La verdad.
- Las dos mujeres corrieron hacia el grupo.
- Vallés dijo:
- Cáceres está muerto. Iremos a la policía.
Carabineros, por tratarse de un cadáver, comunicó a Vallés con la brigada de Homicidios.
- Una agradable voz femenina- funcionaria dijo, al enterarse:
- "¿Un fantasma? Espere allí, señor: en pocos minutos estará con usted el inspector Cortés, experto en fantasmas y aparecidos".
En la misma Comisaría del Tránsito, Huérfanos 547, un hombre común se acercó al grupo de los aterrorizados. preguntó por Vallés y lo separó:
- Yo soy Cortés. Infórmeme.
Vallés lo hizo extensamente sin lograr ni un pestañeo de su interlocutor. Uno por uno escuchó a todos los testigos. Finalmente se acercó al teléfono y marcó el 87639:
- Carmen - secretaria de la B:H: - que venga el doctor Valdés y un fotógrafo. Tú te vienes con ellos, porque deberemos pesquisar, como pareja, a un fantasma. Les esperaré junto al cadáver, cerca del museo... del cerro.
Subió con el grupo. Margarita no dejaba de llorar.
- Allí, señor.
- El policía encendió su pequeña y poderosa linterna. Miró. Un barbudo calvo, de cara al cielo, tenía los dedos entrelazados. Vallés se apresuró a decir:
- No lo dejamos así, señor.
- Ah. Entonces es parte del misterio. Agachado, observó zapatos, ropas, manchas de sangre, suelo. Recorrió los alrededores y regresó al cadáver. Unas apergaminadas manchas blancas del pantalón lo hicieron sonreír...
Patrullera y furgón llegaron casi juntas. Valdés descendió preguntando:
- ¿Asesinato, Mono?
- No. Caída.
- Es raro, en este lugar, y creo que por esta misma fecha, hace algunos años, mataron a Esteban Cohén. Su acompañante fue violada y estrangulada.
- Gracias, doctor; el fantasma tiene nombre.
Valdés observó el parietal izquierdo y ordenó una fotografía:
- Hay hundimiento. Fue un golpe oblicuo que formó "terraza". ¿Encontraste la superficie saliente?
- Sí. Es esa grada: las pisadas que la rodean calzan con los zapatos de la víctima. Las gotas de sangre indican que trató de levantarse y que, obviamente, lo consiguió: diferentes alturas. Este gigante estaba débil y un tanto ebrio.
Presencia la necropsia. Ah, llévate a toda la gente para que le tomen declaraciones. me quedaré con Carmencita.
El trágico, nocturno y silencioso cortejo de luces largas se perdió de vista en la primera curva del camino. Siempre es así: los muertos desaparecen y los vivos se quedan, tratando inútilmente, de desentrañar el viejo misterio del humano y su invariable d - ¿Crees en aparecidos, Carmen?
- No. ¿Qué piensas hacer o probar?
- Con esta historia me encontré a mi regreso de Inglaterra. El caso no fue solucionado. Cohén nació en Hungría, y en Budapest aprendió todo lo relacionado con la industria textil; como experto llegó a Chile. Le gustaba el teatro y el ballet. Ella, Asunció - ¡Ah! ¡Así que los habías pesquisado!
- Prefiero los hechos a la leyenda. Margarita Gómez, la joven del llanto, dijo que cuando Cáceres la hacía el amor, otras manos le tocaron las piernas...
- ¡No! Es horroroso. Increíble.
- Cáceres, agónico, habló del "acoso de un fantasma". Alguien tuvo el valor de unir los dedos de las manos de ese cadáver. Ricardo Andrade manifestó que su esposa también había sido "acariciada" por el fantasma.
- ¿Hacia dónde vas, Carlos Cortés?
- Ninguno de ellos conocía la historia de Cohén: no existe posibilidad de sobreexcitación por contagio...
- No es mi caso: me estás empapando y aterrorizando.
- Sí, te he hiperestesiado con la historia y la leyenda en formación. ¿Quieres fumar?
- Sí. Supongo que esperaremos; pero me gustaría saber lo que realmente tienes en la cabeza.
- mente y lenguaje no siempre van juntos.
- El viejo enigma espíritu y materia no ha sido resuelto, mucho menos en los significados de vida y muerte. Un fantasma sólo puede ser verdad o mentira; aunque una imagen inexacta puede ser explicablemente verdadera para sujetos de conciencias ingenuas. l Los dos movibles puntos rojos de los cigarrillos hacían anímicas señales en la oscuridad:
- uno era rápido; el otro, lento.
- El cielo, oscuro hacia el sur, aclaraba hacia el este.
- ¿Sientes el paso del tiempo?
- Sí, Carmen; escucho mis palpitaciones y puedo contarlas.
- ¿Tienes más o menos que lo normal?
- Más. Estoy sobreexcitado: lo que no me ocurre con los vivos me sucede con los muertos.
Es la sobrecarga del misterio.
- ¿Te refieres a Cáceres?
- No, a Cohén y su novia. Es curioso: en las versiones las testigos separaron sexos: siempre es él; la arpista, al parecer, es un espíritu normal. De donde se desprende, lógica testimonial, que si algo llega a ocurrir... Tú...
La risa de Cortés salió franca.
- ¿Qué pasa ahora?
- Esteban Cohén debió tener un serio problema sexual con Asunción, y los espantosos efectos han ido más allá de la muerte. Ahora es algo así como un fantasma... insatisfecho.
- ¿Estaba virgen?
- Me estás leyendo el pensamiento: sí.
- Era una deducción fácil.
- No esquives la posición receptiva: como probable percipiente debes estar rodando la clarividencia.
- ¿Cómo?
- Deja la mente en blanco, abierta hacia lo externo. Puede que logres captar fenómenos excepcionales de aquellos que la lógica criminalística no pueda desbaratar.
- Dame un ejemplo.
- Las testigos habla de una risa. Este cerro tiene la acústica de los cuerpos duros, largos, sinuosos y altos. El viento y las hojas secas bien pudieron conformar ruidos parecidos a carcajadas; una pareja ubicada fuera del cuadro también pudo haber reído. - Tú también lo haces: interpretas a posteriori.
- Cierto, porque yo no he vivido el hecho. Además, lo hago por oficio: casi nunca la posición de los policías es otra. Olga, por ejemplo en un tiempo anterior, dijo haber sido tocada por el fantasma. Pudo ser un perro, una hoja, la punta del vestón de su - O los asesinos de Esteban y Asunción, que bien podrían andar por el cerro.
- Estás lucidísima. El plural no fue establecido: pudo ser una sola persona. Este es el punto: debe ser hombre, y si presenció todo este lío, sabe que somos policías...
Una rama cercana se quebró. El inspector cubrió a su compañera. Escucharon un nuevo ruido. Carmen empezó a ponerse nerviosa. Dejaron de fumar. Cortés la tendió sobre el banco: las largas y blancas piernas quedaron moviéndose en el aire.
Ella susurró:
- No lo tomes en serio. No te has afeitado.
- Calla.
- Una rama chasqueó el aire, luego otra y otra más. Cortés se hundió en su tibia y acogedora compañera, que sintió cómo la mano de su jefe sacaba, lentamente, el revólver.
- Eres un engañador físico.
- Avísame.
Las piedrecillas también suenan cuando son pisadas. ¿O era un trozo de madera o una hoja seca?
Cortés creyó oír u oyó algo como "...pastora de tus voces..."
- Carmen, ¿qué dices?
- Nada. ¡Ahora!
Cortés giró como una serpiente y descargo su revólver sobre los arbustos, la noche, el silencio.
Encendió la linterna abriendo un canal de luz blanca entre las sombras. Hizo girar la luz sobre todos los rincones. Desesperado, corrió cerro arriba y cerro abajo. Regresó.
- ¿Qué fue lo que sentiste?
- Un par de manos frías recorriéndome las piernas. Todavía estoy helada y asustada.
- Entonces ya eres otra absurda testigo del fantasma.
- Tú escuchaste su voz, Carlos. ¿Qué te dijo?
- Nada. Bajamos. Afortunadamente seguimos siendo débiles, imprecisos, inseguros, pero humanos.
Bajaron lenta y alegremente. Formaban una risueña pareja más... que parecía trío: a sus risas se unía la helada y misteriosa risa del fantasma...
(Octubre 1974)

El asesinato del sastre Schneider

Isidoro Miselman, rumano, 22 años de edad, cambió de domicilio la mañana del 5 de enero de 1953 y no pudo concurrir a su trabajo en la sastrería de su suegro Chain Schneider Druker -polaco, 62 años-, ubicada en San Diego 2033.
Probablemente el viejo sastre, de no haber ocurrido el cambio de domicilio de su yerno-empleado, hubiera vivido un poco más. ¿Cuánto? Nadie podría decirlo con un desconocido y extraño asesino al acecho.
Schneider, casado, 3 hijos, se despidió de su esposa, Frida Stecker, también polaca, y se fue caminando por las calles de un barrio que, físicamente, conocía bien: 17 años en Chile -Santiago- es tiempo suficiente para crear nuevos hábitos-rutina. Saludó Según las anotaciones de sus libros... vendió 3 camisas, 4 corbatas, 2 trajes hechos, 3 ambos.
Las gruesas, pesadas y largas tijeras seguían cortando; la vieja memoria, a través de su gastada garganta, seguía cantando polonesas.
"Un joven delgado, moreno, de baja estatura, pelo negro y liso, vestido de gris -versión de una providencial niña-testigo- entró a mirar una tela color café. Schneider lo atendió con solicitud. Mirándose regatearon precios; uno hablaba de su mercadería y -No tengo tanto dinero encima, pero lo conseguiré en un rato más. Voy a casarme y necesito ropa nueva. ¿A que hora cierra?
-A la una.
-¿Demora mucho la confección?
-Tres o cuatro días.
-Bien, volveré. Ah, muéstreme una tela azul; me han dicho que es el color que se usa...
Entró una señora de edad avanzada y en un rincón conversó con el sastre.
Cuando el joven se disponía a salir, sin ver la tela azul, una pareja entraba al negocio preguntando, de viva voz, el valor de un traje de confección que había en la vitrina. Un perro se orinaba en la negra pata de palo de un alto maniquí vacío. El sastr -Hasta pronto, señor.
Volvió a mirar al delgado joven moreno, sonrió y regresó a atender a su clientela.
Cuando quedó solo siguió cantando, silbando y cortando trajes: el Báltico no quedaba tan lejos y allí, en plena calle San Diego, él podía ver los ríos Vistula y Oder, cuyas cuencas agrícolas habitaron las tribus eslavas. Cerró: en minutos más oiría a su El alquitrán de la acera estaba blando. No se puso el vestón y se echó un poco de aire con el gastado sombrero...
A los pocos metros el joven del traje gris se le acercó mostrándole un puñado de billetes.
-Conseguí dinero. Vengo por un traje azul, de confección.
-Pero usted quería uno de medida.
-Cambié de opinión. Si usted quiere, señor, me lo llevaré ahora mismo.
Los dos hombres entraron a la sastrería. Schneider dejó, desde adentro, la cortina un poco baja: ya era tarde y no quería otros clientes.
El signado rol de testigo no siempre se juega, en algunos crímenes, por lo que llamamos casualidad, azar. Hay, en la causalidad de esas voces-actos designios superiores: para saberlo es cuestión de envejecer, con alguna sensibilidad, en la pesquisa de mi -Cerca de la una me encontraba en la puerta del negocio de alpargatas "Di-si", donde trabajo, ése -señaló un local ubicado casi al frente de la sastrería-. Vi al señor Schneider cerrar su negocio y caminar por San Diego hacia el norte. Se juntó con un m -¿Por qué se quedó, Magdalena, en ese lugar?
-Fui a Franklin a comprar un helado y regresé , por costumbre, al negocio: es como mi casa.
-¡Ah! Gracias.
Exclamar es casi rebuznar. A la imagen del hombre descrito por Magdalena se pegaría la Policía Civil de todo el país.
Frida Stecker, una viuda con dolor auténtico, expuso:
-A la hora del almuerzo, como Chain no llegara, me asusté y le pedí a mi yerno, Isidoro, que fuera a verlo.
El yerno, Isidoro Miselmann, el del cambio de domicilio, declaró: "Al llegar a almorzar, a casa de mis suegros, también me di cuenta del atraso de Chain y me dirigí al negocio. Afuera estaba Saulo Stecker, hermano de mi suegra. La cortina se hallaba leva Saulo Stecker: "Era mi costumbre pasar a ver a mi cuñado. Yo tengo un negocio en el centro. Al ver la cortina abierta la subí un poco más y entré. Como no lo viera, salí, pensando que se encontraría en los alrededores. Me quedé esperándolo y cuidando el La víctima se encontraba en posición decúbito ventral, con las piernas cruzadas y orientado de sur a norte. Presentaba una herida punzo-cortante-penetrante de 3 centímetros de longitud, vertical, a la altura del pulmón izquierdo, entre el 3º y 4º espacio El perito en Identificación, Darío Aliaga, de merecida fama internacional, reveló, en la caja de fondos, la huella de un pulgar que no correspondía al asesinado ni a Miselmann. El propio Aliaga se encargó de clasificarlo y de la difícil y larga tarea de El Subinspector Domingo Barros y los hombres de su grupo revisaron toda la documentación existente en la sastrería, en busca de nombres de clientes prontuariados. Una ronda de su mismo grupo empezó a recorrer prostíbulos, hoteles y bares, a la caza de un La detención del individuo descrito por Magdalena Márquez fue encargada, por radio, a todas las unidades policiales. Con la ayuda de Magdalena los dibujantes del Laboratorio de Policía Técnica confeccionaron un "retrato hablado" del sospechoso y las copi El día siete, 48 horas después del crimen, el subcomisario Augusto Carmona, jefe de Investigaciones de San Antonio, se comunicó, telefónicamente, con el inspector Cortés, jefe de Homicidios:
-Aquí, "Mono" -apodo del inspector-, detuvimos a dos hombres; uno tiene casi todas las características del encargado por el "Caso Schneider". Dice que es argentino.
-¿Cómo dice llamarse?
-Alberto Malerba.
-Curioso, ese apellido me "suena" a músico bonaerense. ¿Qué edad tiene?
-Veintidós años.
-Puede tratarse de una coincidencia. ¿Qué hacía?
-Terminaba de bañarse en Playa Chica. El acompañante, Eduardo Martínez, es chofer de taxi con paradero en la Plaza Almagro. Andan en el vehículo. Malerba tiene más de 8 mil pesos; un revolver nuevo, del 9, Smith & Wesson, con 5 balas y un cartucho percut -¿Qué clase de ropa usa Malerba? Fíjate en las etiquetas.
-Un ambo nuevo: pantalón azul claro y vestón café Le sacaron las etiquetas.
-Colócalo al fono.
-Bien.
-¿Donde vives, Malerba?
-Santiago, calle Victoria al llegar a Arturo Prat.
-¿Con quién?
-Solo. Arriendo una pieza... a una señora.
-¿Cómo se llama esa señora?
-Olga.
-Cómo es la casa?
-Amarilla, che; de dos pisos. Vos si sos entrometido.
-¿Cuánto tiempo llevas viviendo allí?
-Dos años.
-¿En que trabajas?
-Soy músico.
-Bien, músico; pásale el teléfono al señor Carmona.
-Está bien, che.
-Augusto, tráelo esposado, porque está mintiendo: en esa cuadra no hay ninguna casa amarilla de dos pisos y el sonsonete "gaucho" es artificial. Te esperaré para que juntos escuchemos "cantar" al músico.
-Bien, "Monito".
Una hora y veinte minutos más tarde, los detectives de San Antonio entregaron la pareja de detenidos a los hombres de Homicidios.
-Ahora, Malerba -ordenó Cortés-, tocarás el piano de la tinta tipográfica.
Aliaga se encargó de tomarle una ficha decidactilar al ya muy asustado "músico". Después, con la ayuda de una pequeña lente de dactiloscopía, el experto examinó la impresión del pulgar derecho de la ficha y la comparó con el negativo de la película tomad -Anda al archivo, Aliaga, y trae la ficha de este "músico argentino"; parece que "la chapa" -nombre- esta cambiada, y se me ocurre que es, además, "coche sin número"- individuo sin domicilio conocido-, "vagoneta" y "choro". Te esperaremos. Si es lo que c -No, señor; no es necesario: mi nombre completo es Segundo Alberto Cabrera Muñoz o Luis Suárez Palacios...
-O Alberto Malerba... ¿Cómo te dicen?
-"El Criollito."
-¿Por qué?
-Canto tangos.
-¿Qué oficio tienes?
-Zapatero.
-Entonces, zapatero-cantor, canta "La muerte del sastre".
-¿Así no más, señor?
-¿Quieres un piano para acompañarte?
Un policía y un asesino también conforman una vieja y menos opuesta pareja criminógena; una pareja que deba "dialogar" sobre el crimen-pesquisa sin consideración alguna a las humanas debilidades y valores de uno y otro: tienen que destrozarse, tal es el -Lo conocía de vista. Una semana antes empecé a "lorearlo": casi siempre estaba solo. El sábado de la semana pasada compré un cuchillo en "El Globito", un negocio de la Avenida Matta.
-¿De donde sacaste el dinero?
-"Carterié" a un viejo. El día 5 entré a la sastrería...
-¿A qué hora?
-Serían las 10.
-¿Tenías reloj?
-No. Este que uso lo compré después.
-¿Después de qué?
-¡Del crimen!
-Cálmate, chorito; será mejor para tí. ¿Dónde vives?
-Chiloé 2017. Es una hospedería.
--¡Hum! Eras su vecino. ¡Sigue!
-Le pedí que me mostrara una tela café. Parece mentira: me tomó las medidas. Yo nunca he tenido un traje mandado a hacer. Una señora de edad entró y conversó con él: me puse nervioso...
-¿Pensabas matarlo a las 10?
-¡No! No lo sé; creo que sí. Una pareja curioseaba la vitrina y también entró. Me fui. En la puerta casi piso a un perro. Caminé por San Diego hasta Diez de Julio sin ver a la gente, tocando mi cuchillo, soñando con montones de billetes y pensando en lo -¿Cuánto dinero te dio el "carterazo"?
-Quinientos treinta pesos. ¿Sigo con el crimen?
-Sí.
-Regresamos al negocio y abrió. Tomó cuatro trajes y nos encaminamos hacia el probador. Me probó tres. En cada una de las pruebas el encendía y apagaba la luz del probador, que está en el fondo, es decir: me daba la espalda. Pude hacerlo la primera vez q -¿Qué quieres decir con "primera vez"? ¿Mostrarnos tus buenos sentimientos?
-Lo dije por decir algo. Usted ya sabe el resto.
-Sí -la voz del inspector salió filuda, espaciada-, pero no se lo he oído decir al asesino. Habla sin hacer arreglos a la letra.
Se turbó. Segundo Alberto, delincuente habitual, presintió, de algún modo, que estaba entrando a conocer una realidad distinta y los síntomas del temor empezaban a manifestarse en su fisiología: palidez por circulación sanguínea preponderantemente arteri -Saqué el puñal y se lo clavé en la espalda. Giró hacia mi manoteando en el vacío. Le tape la boca con mis manos, y cuando me di cuenta de su agonía, lo solté y le puse encima un colchón que había en el probador: alguien podía entrar y verlo. Le quite la Durante el relato movía los brazos como si estuviera peleando con un fantasma: corría por la sala policial, saltaba, transpiraba.
-Por Arauco llegué a Chiloé, donde tomé un tranvía. Me bajé en Arturo Prat con Victoria, donde hay una señora que arregla ropas; le entregué los dos trajes para que le acortara las piernas a los pantalones y les angostara las bastillas...
-¿Y el cuchillo?
-Me lo llevé; todavía lo tengo en una de las maletas que compré ese mismo día. Arrendé una pieza en el Hotel Miramar. En la tarde fui a buscar los trajes y fue entonces que compré la segunda maleta para poner la ropa. Arrendé una pieza en el Hotel San Di -¿Por qué?
-No confiaba del Miramar: un hombre me miró mucho.
-¿Qué cosas compraste?
-Un revólver, una cartuchera, balas; un par de anteojos para el sol; una máquina de afeitar, hisopo y una jabonera; un reloj, un sujetador de corbata; un collar, una pulsera y un lápiz labial -color cereza- para mi novia; un anillo, éste; un cortaplumas, -¿Le entregaste "los regalos" a tu novia?
-No, ella no estaba en Renca, donde vive. Desilusionado, me fui, con el chofer del taxi, a almorzar a Barrancas. Después, medio ebrio, decidí ir a bañarme al mar. Martinez, el chofer, me cobró 2 mil pesos por el viaje; en el camino comimos y bebimos como -¿Algún remordimiento, "Criollito"?
-No; miedo: en el agua de Cartagena creí ver y oír al finado. Salí a beber. En verdad he bebido mucho: en el "Bar Juanito", la noche del crimen, bebí de todo: hice hasta un disparo al aire, y el dueño, dándome una bofetada, me quitó el arma. Al día sigui -¿Tienes familia?
-¡No! ¡No! Ya lo he dicho todo, no pregunte más.
-¿Cómo se llama tu novia?
-Plasencia Aguilera, ¿por qué?
-¿Crees que mataste y robaste por ella?
-No; Sólo quería vivir bien hasta que el dinero aguantara. Cómo usted es el jefe, supongo que va a seguir preguntándome; ¿para eso le pagan, no?
-¿Cómo crees que va a ser tu largo día, sin noches, esperando la madrugada de tu ajusticiamiento?
Giró como trompo enloquecido. Su voz había cambiado: estridentemente, con todos los matices del horror, aulló:
-¡No lo harán! ¡Es la primera vez que mato! ¡Soy joven! ¡Deben creerme! ¡Estoy arrepentido! ¡Perdón! ¡Perdón!
Lloraba, moqueaba. Un detective le pasó un vaso de agua: bebió con ansias. Bajó la voz al tono del ruego, musitando:
-Ud., inspector, que tiene experiencia, dígame lo que verdaderamente me ocurrirá...
-Ya no te sirve ninguna palabra porque ningún asesino olvida; sin embargo, Segundo Alberto, irás, poco a poco, acomodándote a tu actual condición. Descansa. Puedes fumar; te traerán café...
-¡Hable, inspector!
-Te voy a volver a lastimar, y ya no me gusta.
-No importa, diga lo que sea.
-Eres un niño que está empezando a vivir su agonía; te acercas a tu propia muerte. Puede que llegues a agradecerles, a los gendarmes-fusileros, el que disparen... con alguna puntería.

(Febrero 1974)

El manager de las manos largas

Sudoroso y agitado Luis Segovia se dejó caer en el pequeño piso blanco que uno de sus seconds le colocó en el mojado rincón. Estiró al máximo sus piernas de cansados y endurecidos músculos. Dejó colgando sus brazos y respiró con ansias.
La voz de su manager parecía venir desde las altas luces del ring:
-Acércate y pega duro, abajo.
No entendió: uno de sus oídos, el derecho, le zumbaba, y no sabía si las molestias venían del hinchado y adolorido pabellón o del tímpano. Tenía, además, los ojos involuntariamente cerrados: el músculo elevador del párpado superior izquierdo no funcionab Un murmullo de mar embravecido iba y venía por el estadio-circo. Alguien le levantó el mentón y le hizo oler sales de amoníaco: agitó la cabeza; escupió granas maduras. Entreabrió los párpados y le pareció que todo lo humano volvía a adquirir forma y col Su manager seguía parloteando cerca de su abultada oreja:
-¿Me escuchas?
Asintió con leve cabeceo vertical: su oficio-instinto contestaba. Si le hubieran preguntado el nombre del fundador de la dinastía incásica también habría asentido.
-Quedan tres rounds y estás ganando. Sólo debes fijarte en su derecha: bloquéala; amárrala buscando el clinch. No necesitas hacer más. ¿Entiendes? Si te cuidas de esa mano conservarás la corona de los pesos livianos.
Volvió a asentir moviendo la cabeza, cuello y hombros.
A veces es sólo el tono de las preguntas el que se escucha y contesta.
-Bien. Entras al décimo. Suerte.
El gong sonó debajo de la mojada lona del cuadrilátero: un calvo cronometrador, semimetido en el entarimado, le había dado un leve golpe. Segovia se levantó accionado por un viejo resorte: 15 años de ring. Cubrió su mentón con el guante derecho casi abie La separación fue breve, y los púgiles volvieron al mismo juego que traían desde el cuarto round: clinch y break. Para acercarse, Segovia tenía que recibir una media docena de martillazos sobre su oreja englobada. Se vio obligado, por el dolor, a sacar l Algo o alguien le tapaba la visión. ¿Qué era lo que oscurecía? Bruscamente fue estremecido de la cabeza a los pies, y volvió a asirse de ese martillo, maza o lo que fuese; era un cuerpo humano y lo sintió tibio, húmedo, grato: sabía que allí nada podría -¿Cómo te sientes, Luis?
"¿Luis?, no es la voz de mi madre; se parece a la de mi padre. Algo pasa en alguna parte. "¿Quién está cambiando los tonos de las voces?".
Recibió palmadas en el rostro y volvió a oler sales. El agua fría seguía corriendo por su espalda, cintura y piernas. Más allá o más acá una luces giraban y no parecían ser de ampolletas o tubos. La gente voceaba su nombre: ¡Luis! ¡Luis!
Sintió frío y se dio cuenta de que todavía poseía el don de hablar: decía:
-"Estoy bien".
Su manager dijo algo como:
-Sólo quedan dos rounds. ¡Cuídate, muchacho!
Se quedó pensando: ¿Dos? Uno, dos. Round era una palabra difícil, llena de golpes, sangre, dolor de oídos y cansancio.
Lo ayudaron a ponerse de pie. Junto a él ya estaba el gordo de la camisa blanca, y un poco más lejos: el incansable machucador de su oreja.
Alguien gritó:
-¡Está groggy! ¡Retírenlo!
Otro:
-¡Asesinos!
Voces, ruidos, simples pasos del aire por las cuerdas vocales; palabras, ondas sonoras que igual podían significar: inteligencia, piedad, alerta, alarma. No hay símbolos para el destino.
No entendió y avanzó, arrastrando los pies, rumbo a una pequeña luz azul-verde-roja que parecía llamarlo desde el frente: una luz esférica, suave, hipnotizadora, que parecía girar en el aire; una luz con dos largas manos azules, manos-ondas o manos-baila En su cerebro estallaron cohetes, bengalas y luciérnagas formando una cortina luminosa y alucinante que tenía un ancho túnel de goma derretida y derritiéndose, ardiente, centelleante. Le pareció que el extraño era la boca-puerta de una estrella gigante q -¡Mírate!
Miró hacia el ring, y se vio de espalda, húmedo, quieto.
El lado izquierdo de su pálido rostro aplastaba trocitos de resina amarillo-verdosa. Una hebra roja, líquida, blanda, casi viscosa, unía su oído derecho, cuello y lona.
Descendió y se introdujo en su propio cuerpo atravesando, sin dificultad, piel, músculos y huesos. Recorrió sus vísceras quietas, sus pequeños arroyos de sangre detenida; atravesó los tranquilos bosques de sus células y terminó reubicándose en el que fue Cerró el circuito electroquímico que estimulaba las fibras del nervio óptico para ubicarse en el de las sensaciones: notó que el que fuera su cuerpo se estaba enfriando como si su bata se hubiera convertido en hielo. Los disparejos pasos de los camillero La camilla fue colocada en un lado de la ambulancia. Un hombre trata de ubicarle pulsaciones. Escuchó, con la misma indiferencia del cristal, el violento ulular de la sirena.
No sabía si era una sombra o una idea o el último relampagueo de la más fina zona de su encéfalo. Comprendió que había comenzado a viajar a través del tiempo ido, quebrado: adolescencia, niñez e infancia llegaron juntas, atropelladamente. Creyó detenerse Algo había ganado: podía desplazarse, sin esfuerzo, hacia las direcciones de la Rosa de los Vientos, y él era la rosa. No le dolía la abultada oreja ni gustaba el sabor de su sangre. Quiso volver al match perdido porque su nuevo cerebro había ubicado las Nunca se había sentido en mejor forma: sus reflejos eran instantáneos: distancia, errores del adversario, blancos, no tenían tiempo. No quería lastimar demasiado a ese agradable muchacho antofagastino.: el uppercut con el que lo derribara, en el segundo -Lo destrozaste, Luis. No podrá reponerse.
El también lo había creído así.
Sí, era un muerto que volvía de un lugar parecido a la gloria o a la nada. Vio el noveno y décimo rounds, sus propias caídas y esa izquierda incansable y martilleante; supo, al rever su propia pelea, que con un simple giro de cabeza pudo haber evitado es Se detuvo en una escena: un amigo, el inspector de policía Carlos Cortés, llorando, levantaba la bata para mirarle el rostro.
Se dio cuenta que volaba por el centro del ring, cerca del techo, por encima de las luces y que no pasaba de ser un proyecto de sombra fina, inquieta, huidiza.
Salió a la calle y se adelanto a la ambulancia. Miró hacia atrás: las luces del estadio-circo desaparecían en las obscuridades de la noche y la distancia; desde más allá venía otra noche. Comprendió que su tiempo de sombra se acortaba, y abandonó el área

(Abril 1974)

La pluma del ángel

Su dormitorio ya no era el tibio, íntimo, acolchado y sedoso santuario del amor conyugal que presidía, desde la pared del este, "La Virgen", cuyo larguísimo original pintara el Greco. Ya no leía en su viejo trono de almohadas y almohadones y ni siquiera "La Virgen", de cabellos negros, mira a su hijo entre ángeles definidos y esbozados. Abajo -lado derecho del cuadro-, un cordero en las manos de un crespo pastor de manto oscuro; al lado izquierdo, bajo la mano de otro pastor, la cabeza de un león. Sí, " Desde su confusa mente, José Luis Rodríguez empezaba a advertir los barrotes de una singular prisión interna: algo o alguien lo había despojado de la facultad de dormir. Le parecía, además, que le estaban gobernando los recuerdos... como si hasta su memo "Un león y un cordero -pensaba- no hacen pareja. No hay pastores de leones. ¡Qué cerca está el ala del ángel de la mano del pastor de manto dorado!".
Desvió la mirada del cuadro obsesionante y se detuvo a observar los leves desconchamientos del blanco enlucido de las paredes, llegando a ubicar una docena de puntitos negros dejados, en el verano, por las sucias patas (?) de desconocidas moscas.
Rechazó el "algo" por impreciso, prefiriendo "alguien": un pronombre indeterminado con alguna posibilidad de ser precisado.
Se sabía inquieto, notaba que estaba perdiendo su calma de buey físico, rutinario.
Le dolían los músculos de todo el cuerpo y la cabeza. Cabeza: un gran cascabel peludo y ardiente lleno de palabras sueltas, imprecaciones, temores extraños, olvidos, vacíos y un reiterativo arlequín fantasmal...
No se explicaba que su cerebro, de frío y hábil abogado criminalista, no pudiera controlarse, normalizarse.
Mantenía bajos los ya ensombrecidos y pesados párpados; y el sueño no venía, no llegaba.
Con el talón del pie derecho descubrió un pequeño agujero en la sábana inferior: giró para agrandarlo, con los dedos de los pies. Mordió la funda de la almohada. Bebió pisco. Mentalmente recitó los primeros 20 artículos del Código Penal; en el número 10, Se decía: "Respiro bien, las causas no es disnea; no he trabajado jamás hasta agotarme; 50 años es una buena edad; no he recurrido a tóxico alguno, excepto cigarrillos y algo de alcohol. ¡Ah, mi tensión psíquica! Pero, ¿por qué, Dios mío?
Volvió a la cama convencido de que su memoria y su juicio andaban más o menos bien. No eran esas las zonas del insomnio. ¿No? Siguió la pesquisa de su mal contando, en inglés, hasta las inmediaciones del "one thousand" y recordó que "sand" significa aren Regresó a su lampara de velador y empezó a colocarla en todos los ángulos posibles interfiriendo, con sus temblorosas manos, la luz para provocar sombrías proyecciones. Encendió otro cigarrillo y comprobó que el gris de las cenizas había desbordado el ce Su esposa, María Elena, dormida en la cama vecina, giró su cuerpo hacia el lado derecho: sobre su negra cabellera el amado perfil parecía la cara de una antigua moneda de plata.
Bajó en puntillas cubriéndose el cuerpo con su roja bata de esponja.
Pisó el primer pastelón que le pareció azul; saltó al segundo que vio amarillo, y luego, a la carrera, fue pisando pastelones naranjas, rojos, verdes... hasta que se golpeó la cabeza en el delgado y duro tronco del limonero. El pequeño dolor lo calmó. Su -¿Qué haces en el suelo, José Luis? Voy a ayudarte.
Miró hacia el verde follaje: el pájaro de la locura, arlequín enano, duendecillo o lo que fuera, había desaparecido.
Su esposa lo ayudó a ponerse de pie:
-El chichón es más o menos grande. ¿Te duele?
-No.
-¿El arlequín?
-Sí, y esta vez desapareció desde aquellos limones celestes; por allí, donde están las dalias moradas. Ese rincón se está convirtiendo en el museo de mis desesperanzas. Me agradaría agarrarlo. Hoy lo vi cubierto de plumas doradas.
Lo acomodó en la cama. Con pequeñas compresas trató de deshincharle la frente.
Se quedó quieto, pensando que un arlequín emplumado estaba más cerca de la locura que del insomnio.
María Elena, mirándole los ojos abiertos, llegó a la misma conclusión. Llamó al doctor Víctor Castro, un experto en mentes confusas, en atormentadas almas de poetas.
-Sí, doctor. José Luis sigue con su arlequín; ahora hasta le ha visto plumas amarillas. Se golpeó la frente y habla de limones celestes y dalias moradas...
-¿Qué hace?
-Lo acosté: parece que ha perdido el conocimiento.
-Estaré allí en unos minutos.
El enfermo se había convertido en vitrina de óptica exhibiendo un par de ojos sin vida: huelga de los iris ante la luz que incluía a las pupilas.
Su mujer, alarmada, le sirvió café que no bebió y hasta le encendió un cigarrillo que no fumó. Probó el oído:
-El doctor Castro vendrá a verte.
-Lo sé. Te oí. Volverá a darme píldoras tranquilizantes y me dirá bellas frases salpicadas de bondad.
-Creí que no oías.
-¿Por qué?
-Tus ojos daban la sensación de ausencia total: todavía tienen el horroroso mirar de los muertos.
-Es que estoy taladrándome los huesos; me oculté en el más pequeño corazón de mi esencia para navegar en mi sangre y me olvidé de mirar...
-Tu hablar es rarísimo. ¿En verdad viste limones celestes?
-No. Los vi verdes; pero algo olía a agua alta, limpia, alada. Cuando el arlequín se esfumó la atmósfera tenía olor a... ángel...
-¿Qué crees tener?
-Insomnio. Lo sabes casi como yo.
-¿Seré la culpable?
-No, María Elena. Tu eres lo mejor de mi vida. Un día dormiré y me levantaré siendo algo muy distinto: musgo perforador de piedras y escanciador del agua, incorruptible astilla de ciprés, fogata de canciones, rumor de gusanos ciegos...
-¿Qué te ocurre? ¿Qué me ocultas?
-Frustraciones, desengaños: la vieja imposibilidad de materializar ensueños; un rebaño de ratas malolientes. Me parece que estoy situando mi mal junto a unas rocas, en esquinas de espumas y gaviotas, en la orilla de un mar sin barcos, entre conchas de il Se vistió con lentitud dándose palmadas en el rostro para volver a ser consciente. Reconoció que su esposa, como él, andaba muy cerca de la raíz de su problema.
En el jardín se acercó a las rosas, las olió y miró hacia el cielo. Le pareció ver que las oscuras y cerradas nubes se abrían y que un túnel de oro dejaba pasar el ala izquierda de un pájaro gigante. Algo venía descendiendo por el aire, algo que girando El doctor Castro le habló, a través de las rejas, desde la calle:
-Te hacía en cama y grave. ¡Caramba, hombre, que bien luces! Estás rosado, casi encendido...
José Luis guardó delicadamente la pluma en el bolsillo de su blanca camisa:
-Seguramente, Víctor. Me siento bien. Pasa, la puerta está abierta.
-¿Y el arlequín?
-Se perdió en aquel rincón, desde el verde corazón del limonero.
Le tomó el pulso:
-Normal. No pasaba de 74. Creo que esta noche dormirás.
-Yo también, y no alcanzaré a ver la llegada de las sombras.
-¿Cómo era el arlequín de hoy?
José Luis se tocó el pecho y sintió una corriente de paz y dulzura inefable, una alegría desconocida y leve, limpia, pura.
-Un carbón encendido por barba, largos pelos de león en fragua ardiendo y ojos azules con cortinas de nubes blancas...
-¡Qué descripción! ¿Llevaba ropas?
-Sobre estos cuadrados de verdes agrícolas, como sobrepuestos, le vestían lagartos de oro; algunos triángulos violetas le colgaban desde un cuello de espumas alborotadas...
-Ven, subamos: necesito examinarte.
-No, Víctor: estoy bien.
-Quizás, pero tus frases...
-¿Qué tienen?
-No son normales ni siquiera para mí, que tanto he recorrido por las rutas orales del hombre extraviado.
-¿Me crees loco?
-No, pero ha disminuido tu capacidad de juicio crítico; algo así como conciencia turbia... liberándose...
-¿Por qué?
-Tu hacer y tu decir no son normales. La fantasía suele ser peligrosa y nadie conoce sus fronteras. Los mecanismos de la mente son frágiles desconocidos que hay que cuidar.
-¿Cómo?
-No lo sé. Entremos.
José Luis lo siguió eufórico: el técnico fraseo de su amigo no pudo alterar su tibia dicha dorada, celeste, embriagadora.
Lo examinó:
-Hay calor en tu piel.
Le puso el termómetro.
-Raro: 36 grados. ¿Qué has bebido?
-Un poco de pisco.
-¿Comida?
-Nada. No tengo hambre.
-Acuéstate. Vendré a verte mañana.
-Gracias, Víctor. Te acompañaré hasta la puerta.
Bajaron con lentitud. Castro miró hacia el limonero y vio, entre la tierra, el césped y el tronco del árbol, un hilillo versicolor en el que resaltaba un amarillo refulgente; líquido en evaporación. Se agachó y lo tocó con la punta de los dedos y sintió José Luis sonreía: el psiquiatra se internaba silenciosamente por la ruta de uno de sus arlequines.
Solo, volvió a mirar hacia el cielo: seguía cerrado.
Una mujer de cabellos rubios, joven, de anchas caderas y voz germanizada apareció en la misma puerta de su casa diciéndole:
-Entra; te vas a resfriar...
Sacó la pluma y se la lanzó violentamente hacia el pecho. José Luis había cerrado los ojos.
Su esposa, con alegría, la recibió en las manos.
La voz de su mujer llegó clara a sus oídos:
-Gracias. Es muy bonita.
La miró: la dorada pluma se había transformado en una enorme y bellísima rosa.
Corrió hacia María Elena y la abrazó. De la flor se desprendía una fragancia de huerto frutal, de paraíso renacido.
La besó y lloró. Le parecía estar oyendo campanas y coros cercanos. Abrazados subieron al dormitorio a revivir un viejo idilio.
Media hora más tarde el teléfono dejó oír su campanilla:
-¿Abogado, José Luis Rodríguez?
-Sí, señor.
-Habla el inspector Cortés, Brigada de Homicidios. Aquí, Hotel Carrera, una rubia joven valdiviana, Erika Dahm, al parecer, se ha suicidado. En una libreta aparecen su nombre y número de teléfono: es la única dirección santiaguina. ¿La conocía usted?
-Aún no lo sé, abogado. Tiene una extraña herida en el pecho.
-¿Puede describirla?
-Los bordes son irregulares, dentados o espinados. Mezclado con la sangre de la herida hay un líquido amarillento que fosforece. Los dedos de su mano derecha están teñidos de púrpura y oro.
-¿A qué hora ocurrió, inspector?
-Hace unos treinta minutos: el cadáver permanece tibio. Una joven camarera escuchó un grito y la caída de un cuerpo. ¿Podrá usted ayudarme?
-No, inspector. Me temo que nadie humano podrá hacerlo.
-Iré a verle, abogado.
-Llegará tarde... -Cortó la comunicación.
-¿Quién llamó?
-Un policía.
-¿Qué quería, José Luis?
-Comunicarme la muerte de un fantasma amoroso y generoso, un fantasma de nieve y fuego que yo adoré. Bien, me iré a dormir.
-¿Beberás leche o comerás algo?
-No. Simplemente dormiré abrazado al recuerdo de la pluma del... ángel.
Lo último que recordó fue el suave aroma de una ex alada y misteriosa rosa de oro: madre de los lagartos dormidos, de las breves túnicas del trigo maduro, de los atardeceres costinos y de todo lo inmanente que todavía está esperando al humano un poco más El inspector Cortés estableció que el abogado había pasado, esa misma fría mañana de mayo, del insomnio al sueño, y del sueño... a la muerte.

(Julio 1974)

Réquiem para un ex capitán
en los Juegos Diana

Nunca ha sabido el hombre cómo viene el día ni lo que trae entre sus pliegues de luces ni lo que se llevará en su regazo de sombras. Determinado, sujeto a inexorables leyes "naturales" que desconoce, sólo le queda esperar de cualquier manera, por su turn El 29 de noviembre de 1952, en la esquina de Alameda con Santa Rosa, acera oeste, los débiles y roncos ayes estertóreos de un hombre grueso, bajo, vestido de maculado traje color beige, hincado en la acera y recogido sobre sí mismo, como si fuera una vie Los cirujanos de turno operaron con rapidez y le extrajeron, desde el estómago, un pequeño proyectil de plomo, calibre 22, estriado; sin duda disparado por uno de esos pequeños revólveres conocidos como "matagatos". Suturaron y esperaron...
Según el informe de autopsia Nº 1469: "...la causa "precisa y necesaria" de la muerte -todavía lo seguimos creyendo así- de Enrique Gutiérrez Pino, 45 años, casado, ex capitán de Carabineros, fue la herida abdominal, complicada y sin salida de proyectil" Minutos después, llegaba a la Posta Central un radiopatrulla de Carabineros con otro herido: hematomas en la frente y mano derecha que decía sentir, además: "...fuertes dolores en el hombro derecho". Este herido, Luis Ortiz Espinoza, reconoció, en la Sal Carabineros comunicó los hechos a Investigaciones, y el moreno y delgado subinspector, Arturo Roa, jefe de grupo de la Brigada de Homicidios, fue encargado de investigar el cómo y el porqué de la muerte del famoso "Capitán Gutiérrez", ex jefe de una espe Roa pudo empezar su pesquisa por cualquiera de las personas relacionadas con el hecho: todas le dirían lo mismo, como ocurre siempre, con los más y menos de los enfoques personales derivados de intereses individuales, colectivos o institucionales; porque Tomó el hilo por Osvaldo Novoa Retamal, temucano, casado, 42 años, sargento 1º de Carabineros, uno de sus -según Ortiz- "cuatro agresores". Novoa expuso: "El 28 de noviembre, como a las 21.30, llegué al restaurante "la Bahía" con mis amigos civiles, Leop -Siga con el relato, sargento.
-Cosas de ebrios: gritábamos y cantábamos. En realidad no nos comportamos muy bien y alguien paró la música y nos acortó el tiempo. Reclamamos airadamente. Un señor alto, de apellido Palacios, nos dio explicaciones y nos calmó. Mi capitán había desaparec La versión de Osvaldo Novoa, por su condición de policía, debió ser, teóricamente, fidedigna y clara; prácticamente fue interesada y oscura: "Poco después oí que mi capitán discutía, groseramente, con un hombre altísimo, y fui, con mis amigos, a enterarm Mi intervención se limitó a calmar a mi ex jefe; lo mismo hicieron mis acompañantes. Vi, al pasar, que una agraciada joven morena, lloraba. Logramos sacar a la Alameda a mi capitán. Allí nos dijo: "Nos están robando el dinero en cada una de las máquinas Volvió a entrar al local y nosotros lo seguimos. El hombre alto seguía en el mismo sitio, cerca de la rueda iluminada, comentando los hechos. Mi capitán le lanzó dos bofetadas y lo volvió a insultar. No logró alcanzarlo con los golpes porque Gutiérrez er Leopoldo Martínez, amigo del sargento Novoa, narra su actuación:
-"...Cuando desarmé a Ortiz vi que mi amigo Cordovez, aún medio aturdido, sangraba de la nariz. A su lado había un muchacho con un "tonto de goma" en las manos; me pareció que era el agresor de Cordovez. Le pregunté por el sargento y no me contestó. El m Bernabé Cordovez: "... debido a los golpes que recibiera en la cabeza, no oí los disparos. Todavía no sé por qué me pegaron. A mí el alcohol se me va a la cabeza, me da sueño y me pone triste. Cuando todo se calmó yo seguía desconcertado: nunca había pel El subinspector Roa, conversando con el personal de los juegos "Diana", logró establecer que el más inmediato fulminante de la tragedia era Elsa Godoy, natural de Doñihue, 18 años, soltera: "Desde hace un mes trabajo para el señor Ortiz atendiéndole un b -¿A qué hora?
-Un poco antes de las 22. Me hizo recordar lo que él fue para mí y yo recordé un poco más, negándome a reiniciar una vida que no me gustó. Imploró, gritó, amenazó y se fue. Regresó pasada la medianoche e insistió. Volví a negarme. Levantó la voz y golpeó -¿Por qué?
-Por mi, por mi mala suerte y... por el asco de algunos recuerdos...".
Luis Ortiz declaró: "La noche de los hechos, Elsa, empleada mía, me dijo que en su sector había un borracho chico y gordo, molestándola. Fui y me encontré con un borrachísimo obeso que vestía un arrugado traje color beige; sombrero de paño gris, con plum Gutiérrez, gravemente herido, atravesó, caminando, la Alameda. La increíble marcha, obviamente, agravó sus heridas; su debilidad, por hemorragia interna-externa llegó al máximum, al umbral de la muerte y lo atravesó. ¿Hacia dónde iba? El vivía en calle L El ex capitán no era amigo del sargento Novoa y veía, por primera vez, a Martínez y a Cordovez; éstos, amigos del sargento, actuaron como tales, desde el principio hasta el final del drama. Cordovez, después de los disparos y muy golpeado, explicablement El proyectil disparado con el pequeño revolver fue la causa de la muerte de Gutiérrez, así lo dice el informe de autopsia, porque los legistas necesitan concretar y resumir para que los jueces sepan, de acuerdo con la letra del código, a qué atenerse, y Gutiérrez, en su primer enfrentamiento con Ortiz, se siente vejado y humillado en lo que profesionalmente fue y en lo que seguía siendo: un llamado a retiro no divide ni la mente ni los sentimientos de un hombre. Y es testigo de su drama de macho en celo ¿Cuál es la idea de policía en las mentes policiales? La idea general, envasada y enseñada, nunca ha correspondido a la de ningún policía en servicio, porque los definidores de tan delicadas y complejas funciones sociales siempre fueron teóricos y, en ve Gutiérrez conocía el delito pluralizado y repetido y más de una vez se acercó con sus hombres, a la pesquisa de importantes casos policiales: asesinato de Alicia Bon, asesinato de Demetrio Amar; pero, la Policía Civil, encargada por una antigua y diaria

(Agosto 1973)

 

 

 

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