La semilla del Cardo simbolizando la siembra de cultura

Bibliotecas Rurales Argentinas

Diamela Eltit

"Por la Patria" (Fragmento)

Las piedras rompen, rompieron cada una de las ventanas, astillando marcos, dinteles en la barbarie a la
manera de catapulta y la barriada apertrechada tendió en seco las automáticas cortaplumas con la
delgada hoja filosa en inútil defensa personal.
El bar:
El barrio horadado era una ruina y la riña advenía los gemidos.
Gemían hasta los hombres arrullando delgadas voces de soprano y el coro los mantenía firmemente
enlazados, con las cabezas entre los brazos prohibiendo el efecto de las pedradas.
Pero gemían entre los brazos.
Lloraban sal por los ojos.
Coya sentía el codo de su madre que le clavaba la costilla:
como un arma como una lanza cristiana la imagen.
La soledad del miedo era un retumbo ante la hostil posibilidad de tumba seca y aún solazando el pánico
seguían entrando piedras por las ventanas.
Un hombre gritó y a la par realizó el movimiento para erguirse, levantarse, correr hacia afuera.
No haga eso, habló Berta, si sale de aquí será el primer muerto.
Otro lo aplastó contra el piso, mientras la puerta metálica era abollada por un número indeterminado de
piedras que la curvaban. El metal fue el objetivo de la primera ráfaga que sonó como todo el mar, como la
totalidad de los cataclismos, como un terremoto nacional.
Coya cubrió a su madre y su madre la cubrió a ella. Coya besó a su madre en la mejilla apretando la
carne. Cedieron lentamente los dientes soltándola y los labios entreabiertos escurrían saliva sobre la piel.
Por cada una de las mentes pasaban imágenes de recuerdos: figuras familiares, niños asombrados la
pérdida.
Cada una de las mentes estaba remecida por el amor tan desatado y fervor que la pena se topaba en
delirio. Por eso casi se perdía el juicio, dejando la razón de lado cuando ya no cabía el razonamiento.
Amor a los sobrevivientes, amor a los muertos, amor a sus casas, a los objetos, a la calle, a la luz, a las
esquinas del barrio.
Amor al vino, al ocio, al juego, a la entrepierna, a la mirada, a los castigos, a la inusual caricia fraterna.
Sucesiones, cataratas de imágenes: y la actividad de pensar, el don de evocar, el poder de transfigurar y
congelar los señalaba vivos, neurológicamente sanos, somáticamente individuales.
Se cruzaba por allí el arrepentimiento del barrio.
La Rucia, que no amaba, renegó de la cuadra, de la calzada y en otra parte, pensó, en otro lugarejo más
sórdido quizás no ocurriría esto. En otro país, seguro, habría sorteado la precocidad del momento.
La Rucia se apretaba las manos ante la estampida de la ráfaga y su cabeza seguía el ritmo y sus piernas
saltaban por la palpitada de los nervios.
Apartó a Flora que se le venía encima. Pero Flora recaía sobre ella, tal como si fuese el único borde ante
el abismo.
- Córrete, le dijo, que me ahogas.
Pero no oía, no dominaba nada, ni nadie.
Coya sacó matico de su falda preparándose para aplacar la herida propia o la de su madre.
—Para las balas no sirve, no va a surtir ningún efecto.
Y esa respuesta le evocó a su padre emplastado por ella. Abrió el cortaplumas y lo enterró sobre las
tablas del piso. El cortaplumas vibró algunos momentos rozando sus piernas.
Iluminadas por el foco se cruzaron algunas miradas y Coya recorrió las caras que se levantaron
abruptamente cuando la cortina que los separaba del afuera, se alzaba privándolos.
Entró el primer guardia que tiró una ráfaga al techo como prevención.
Berta pensó:
"Como Juego"

BERTA

Yo nací aquí, de aquí empecé a crecer, desarrollándome en estas calles. Al principio yo era muy amigable, pero
después me puse desconfiada, a medida que fui teniendo mejor educación, cuando iba aprendiendo las cosas. Cosas
de colegiales del barrio que robaban y pegaban a las niñas con el afán de tocarlas. Por eso me previnieron mucho que
no esto ni lo otro, que nada me decía mi mamá, poniéndome de ejemplo lo que a ella le había tocado padecer, la
cantidad de cosas que tuvo que soportar.
Yo le hacía caso hasta ahí no más, porque había cosas inevitables: tenía que jugar, compartir, rozarme con los
demás. Mi mamá era muy pensativa conmigo, muy poco comunicativa y cuando le preguntaba por mi papá, ella me
decía que en algún lugar andaba.
Le gustaba el vino y los señores que la abastecían. Yo en la calle para esas fechas, yo caminando. Yo golpeaba
muchas veces cuando se descontrolaba por el miedo de lo que me podía pasar en las esquinas y en el baldío de las
reuniones.
Allí fue en el eriazo donde lo vi y él como niño me miraba y se reía y me largó un hondazo que me dio en el muslo.
Yo lloré y busqué una inmensa piedra, pero no lo toqué y él mientras corría, se burlaba, pero después se fue
acercando y con la mano me sobó como nunca varón, como nunca mi padre, como un pequeño hombre.
Yo seguía acudiendo aun cuando lo amoratado ya no estaba y le decía sáname y le decía cúrame la pierna.
Hasta que empecé a notar que se cansaba, que le hostigaba mi piel y si venía era a disgusto, porque la suavidad de su
mano había desaparecido.
Perdía orgullo, porque iba por nada y me levantaba la falda y él nada.
Sus ojos se ponían gratos con la otra niña que se paraba en la punta.
Sufrí su mirada que no la he vuelto a ver de la misma manera, salvo en él, en Juan, que parecía un remecido.
Me acerqué a Coya disimulando mi odio y eso hizo que él volviera a hablarme, pero se dirigía a ella, tan tímido y
tembloroso que apenas le salía la voz.
Cuando la venían a buscar, Juan se quedaba conmigo mudo y desagradado y me di cuenta que si le daba cosas se
ponía un poco más grato y hasta a veces, me pasaba la mano con descuido.
Por eso llegué hasta a sacarle plata a mi mamá para tenerle sus cosas y cada vez recibía golpes más grandes por mi
falta.
Yo ya era una sombra por esos días. Meses añorando otro hondazo y pensando que la boca se me partía y que la suya
me sanaba.
Sueños no más porque él que me recibía, que me recibe de todo, la iba llenando de obsequios a costa mía.
El también era una sombra de ella, que los vi una tarde cuando levantó su falda, pero la dejó caer antes que la mano
la alcanzara. Se rió mucho y le dijo que se desahogara en mí, en la Berta, dijo, que tan disponible te espera.
Ahora no sé, me gustaría de otra manera, todo de otra manera: haber esquivado la piedra y que algún muchacho me
retozara sin soplo.

Yo la preparé para nada, para que nada le pasara, porque a mí me llegó tanto y todo lo fui tomando, toda desdicha y
ninguna dicha en intercambio.
— Berta no, le decía.
Que no llorara, que no se riera, que no tuviera el más mínimo compromiso.
Pero llegó morada y supe que prematura sufría, que primavera campeaba.
Renegué de esa niña que era mi espejo: traté mucho con ella pero se iba al eriazo, le atraje muchachos, pero no. Fue
mucha corrupción y cansancio cargar con una niña que pudo tirar para otra cosa y que una casa le pusieran y regalos.
Yo después de las pugnas no quiero saber nada más.
Todos los errores que ha cometido me demuestran que no me equivoco, que es por porfiarme, por odiarme, que ella
buscó ese camino y ahora todos dicen, todos murmuran que ella nos trajo el cuajo de sangre que se avecina.
SU MADRE

BERTA Y SU MADRE

—Mamá me vuelvo loca.
—No Berta, no existe.
—No hay mundo cuando no está.
—Si no hay mundo, odia entonces.
—Mamá es Dios que se me escapa: ¿do está mi amado? ¿en qué parte del barrio mi esposo? pregunto así a los
hampones, interrogo en las casas y lo busco y lo presiento a kilómetros, a millas, a metros de mi espalda. Pero se me
oculta y todo parece un gran eclipse de sol ante mis ojos: yo me eclipso, los seres se eclipsan, el barrio. Pero cuando
lo intuyo, cuando veo su mirada, me siento morada, manada, majada de todo esplendor la cara mía bañada y hostia
—¿Qué lenguaje has adquirido? ¿en qué vicio te sumerges? Deja, corta, tómate un trago con tu madre.
—No, es su sangre y ni una gota debe correr. Lo busco, lo busco y aunque brusco se comporta es culpa mía, es pena
mía y en punitiva celda me enclaustro. Yo pago tributo, monedas para él, joyas, prendas de ofrenda, perfumes,
canciones. Pero yacemos a oscuras, tan borrascoso el cielo ahora que él anda en otra parte favoreciendo al enemigo.
Pero tampoco es nefasto, algo habremos hecho, habré hecho para perder su favor y debemos con resignación
soportar el sufrimiento, la arena y los animales feroces. Algo muy grave ha pasado: tener aquí amparada, a Coya,
lesiva, lascivia mayor del universo.
—No está nublado el cielo. Son los celos que te tienen carcomida. No hay eclipse, los fenómenos naturales no tocan
a este país. Ya todos se han olvidado de estas tierras. Casi no son.
—Son, están en el primer lugar, en el más alto privilegio continental, cuando él lo habita, lo pisa, lo destroza y nos
destronará a todos los millones de galaxias que explotan por el margen de su bondad.
—Cálmate mujer, dejemos estas cosas y tómate un sorbito con tu madre, que a lo mejor es el último.
—Está bien, un poquito, un trago tampoco lo va a privar. Mamá cuando yo caiga ¿vas a decir todo lo que tú sabes?
—Sí Berta, no tengo más remedio, no tuviste remedio y voy a decir todo el abecedario, como las letanías que tanto
suscribes.

ACERCA DE VENCEDORES Y VENCIDOS

Cuál estirpe de vanagloria especie te alimenta el
lecho y te licencia del comportamiento tan oportunista
de tu óvalo. Cállate, no es la brujería, sino la mala fe
de tus ancestros la que te induce.
—Como un general al mando tu voz me ordena y
toda cosa que digas es mi sagrado. Ponme encima
la túnica púrpura y dame el cetro.
Hosca y rasa te ves bajo los fuegos que enciendes.
Puro fandango tu lamento sobre la módica audiencia.
Con mi anillo te daré el sello servil.
Cesa.

Asoma la cabeza del escondrijo y dame la mirada
triunfante de los desfiles. Pasa de costado y
húndeme la lanza frontal. Me haces en tanto una
actuación de liturgias. Arma el coro y que la voz
resuene, are e induzca el fierro en la carne. Manjares
quiero, no estopa.
—Como un general al mando de su ejército, exudo
órdenes sacras para envanecer el sacrificio. Estoy
desarmado de ti, pero mi tropa es la donación de la
balacera.

Ah sí, los velos de tu litera me raspan y adormecen.
Los abanicos me turban y la turba me seduce con su
griterío bacanal. Reparte el rancho acuoso y maligno,
para que el hambre siga cundiendo y tu cuerpo se
riegue y florezca.
Como un general asesino te veo desde la mira de
mi balcón.

Mas ¿no te dueles desta desventurada? ¿no bajas
hasta los míos tus ojos? ¿Para qué fui vencida
entonces?
—Como un general asesino y rebelde, lanzo la
arenga y hasta la tropa se agita temblando.

ACERCA DE VENCEDORES Y VENCIDOS

Vago trasparente por estos parajes y desfallezco
alucinada por tu desértico resplandor.
—Como un general asesino remiso y demente
azuzo a la tropa que se lanza a cabalgata limpia
sobre las cabezas curvadas.
Abre tu tienda y dame del banquete con que las otras te
festejan tus vestidos bordados en plata y el olor a mirra
y sándalo.

Estás en la pradera bailando y aplaudiendo como una
niña acompañada por los que te avivan, pero me ves y
tus ojos se vuelven torvos. Cesan tus pies el ritmo y tus
dos manos caen a los costados de tu vestido de gasa.
—Como un general obseso y taciturno, alabo a la
tropa y doy estrellas de plata, espadines y
regalías a los más apuestos.
Es verdad que tu raza y la mía han permanecido
intocadas y tu habilidad con los instrumentos ha sido el
oído del pueblo, pero te has acercado a mi para
rozarme con la fusta, sonriendo.
— Como un general venerado por la tropa,
levanto la cara entre el agitar de los pañuelos y
los vítores, mientras planeo la venganza para los
ausentes.
Báilame otra vez, cántame. Avanza tu mano y con toda
la palma, tócame.

Nada ha sido fértil. El grupo ha huido de mí con
desconfianza y todos se han burlado de mi torpeza. El
infortunio se ha dejado caer sobre mis bienes. La lepra
inunda mi superficie corporal.
— Como uno de esos generales sediciosos, urdo
junto a mis leales el ataque artero desde la
seguridad de mi fortaleza.
Has repartido entre el pueblo el mezquino pan, con
júbilo y seguida por tus secuaces. Después has vuelto a
regocijarte a tu mesa cubierta de manteles dando a tus
animales la mejor parte. Has cumplido uno a uno los
sacrilegios, pero a pesar de eso, en alguna parte te
aguarda la mejor cena.
— Como el más alto de los oficiales en rango y
alevosía, dejo que la tropa me alabe y me
seduzca con los dones que me ofrecen para
celebrarme.
Miraste con fijeza a la que te acompañaba y yo también
la he mirado y no soy peor que ella. De eso pueden dar
crédito todos los que me conocen, pero tú resplandeces
humillándome y sumiéndome en la desventura.
— Como el más feroz de los perros del general
muerdo los humanos restos.

 

 

 

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