La semilla del Cardo simbolizando la siembra de cultura

Bibliotecas Rurales Argentinas

Robert Hill Long

Caminando a Manhattan

Saliendo de una casa de rancho de ladrillos circundada por campos de calabazas,
con un sombrero color red de pescar, tacones altos y abrigo hasta los talones
cortado posiblemente de un rollo de tela plateada deslustrada, una robusta mujer
camina a trancos largos —esposa de granjero con cara con doble papada pasando por
millas de verduras de invierno que son el corazón y alma de Hadley,
Massachussetts— y hace un giro cerrado a la ruta 47 sur
donde yo desacelero el coche para ver ninguna cosa local
digna de su peinado de abundante pelo y funda metálica:
no la madre ni bazar que se instala junto a la represa
o a la iglesia de tablas donde las ratas cazan pedazos de ostias divinas rancias;
ella no salió a impresionar los cinco millones de zanahorias de Hatfield
y en cuanto al restaurante de Bub y la Nueva Taberna Polaca-Americana
olvídalo, se fue, camina a Manhattan,
dejando a su esposo de granja tumbado en su roñosa mecedora
con la mente llena de locutores deportivos, correas de ventilador y pesticidas,
con la cara como un rábano marchito mordisqueado por escarabajos,
dejando un adolescente que se masturba con un montón de revistas de horror
y el otro para que termine el inventario de calabazas en el granero.
Todo el despliegue de la deslucida familia se encoge paso a paso
igual que se encoge ella en mi espejo retrovisor hasta convertirse en un punto brillante
lista para desfilar por las galerías de la calle 57 Oeste: en su mente
tal vez ya ha transformado la alquitranada Hadley de dos pistas
en Broadway donde a cada golpe de sus tacones los hombres se sacan
las gafas y los taxis dan bocinazos para conseguir una pizca de su atención
pero hay que vadear inauguraciones con champagne en el Soho,
pintores brillantes, bailarinas, tenores y escritores
que yacen deprimidos y oscuros como bombillas en aserrín
sólo para que ella los descubra y que salgan y florezcan,
más el asunto de las joyas y pieles y la dirección correcta
incluyendo un chofer con ojos azul hielo y buenas manos.
Pero después de haber conducido esta fantasía medio camino a Hadley Sur
libero a la pobre mujer que según sé va camino
a las bodas de plata de una amiga nacida y criada como ella
contenta de no perderse más allá de los límites vegetales de Hadley.
Y si su esposo ronca todo el fin de semana en la mecedora
es porque ha trabajado más duro que Dios por treinta años
para transformar repollos en dinero para comprar las revistas a sus chicos
y computadores y autos y universidad y sí, un abrigo plateado
para su mujer que le soba los pies, soporta cada uno de sus ronquidos
y ha criado a los dos muchachos para que sean mejores que felones o patanes
y por eso merece un abrigo que no es tan deslustrado como un repollo :
aunque sea tan chillona como un mercado persa no encuentro falta en esta mujer,
me reprocho : desde que era niño estuve aburrido, aburrido
de los campos de tabaco que confinaban mi caluroso y sucio patio de juegos,
del insípido empleo de papá, de la insípida cocina de mamá, de la escuela
y de la escuela dominical y de todo el estúpido, húmedo, tibio sur,
tan aburrido que sólo me sentía vivo en la revista Life y los shows de televisión
que mostraban la vida en la ciudad, y la ciudad era Nueva York,
y Nueva York era Manhattan y me iría allí pronto.
Así que cuando el maestro escribía con tinta roja en mi libreta de notas Sueña Mucho
Despierto
la llevaba a casa en un sueño despierto junto al arroyo alineado de cipreses,
casi sin ver las blancas cigüeñas construyendo nidos en robles vivos
y casi era mordido por una vívora de agua que se asoleaba
en el sendero de arena por el que caminaba, caminaba a Manhattan.

 

 

 

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