D. Marcos Sastre

 

 

EL TEMPE ARGENTINO

O EL DELTA DE LOS RIOS

URUGUAY, PARANA Y PLATA

CON LA BIOGRAFIA DEL AUTOR
Por MARIA DEL CARMEN ALONSO DE D'ALKAINE


Y seguido de los
CONSEJOS DE ORO SOBRE LA EDUCACION

Marcos Sastre


Marcos Sastre fue pedagogo, escritor, pintor, poeta y periodista.
Gran cultor de la educación popular, era de trato agradable y reposado. De suyo estudioso, paciente observador de la Naturaleza, trabajador infatigable, pasaba de una actividad a la otra desempeñándose en todas ellas con igual acierto.
Bregó por elevar la condición moral y material del maestro, para que pudiera mantener la dignidad y el respeto frente al sacerdocio que desempeña.
Trabajó con afán por la elevación cultural de la mujer para el bien de los hijos, en beneficio de la patria.
Fue el inventor de un método de lectura que se usa aún en nuestras escuelas.
Creó una biblioteca circulante. La primera en el país.
Fundó el "Salón Literario", precursor de la"Asociación de Mayo"
Promovió la creación de las "Bibliotecas Populares", siendo la primera en fundarse la de San Fernando, con quinientos volúmenes. Redactó el reglamento y fue aprobado por el Gobierno.
Fundó la primera sociedad de maestros en el país, con el nombre "Sociedad propagadora de la enseñanza primaria". Hizo los reglamentos y fue su presidente.
Creó las bibliotecas escolares.
Reglamentó las escuelas y les dio sus excelentes métodos pedagógicos.
Escribió obras literarias y didácticas de reconocido mérito, aprobadas todas por el Consejo Nacional de Educación.
Fue el creador de una nueva forma de diálogo-expositiva cuyas respuestas podían independizarse de las preguntas sin sufrir alteración alguna.
Inventó excelentes mesas escolares y las introdujo en las escuelas.
Estableció las conferencias pedagógicas.
Propagó la enseñanza de la Higiene.
Fomentó la práctica de la educación física y la instalación de jardines de infantes.
Proyectó la primera escuela de agricultura del país, en Baradero; trazó los planos, gestionó y obtuvo el terreno y una suma de dinero de la Municipalidad para la construcción del edificio; concediendo el Gobierno su debida autorización. Por su parte Marcos Sastre donó el terreno para la instalación de una quinta anexa o Granja Modelo para la práctica de los trabajos agrícolas.
Fue un ardiente cultor de la Democracia y la Religión como basas de la Libertad y de la Moral.
Presentó al gobierno el "Proyecto"para la fundación de la Escuela Normal, por encargo del Primer Magistrado.
Fue Regente Fundador de la Escuela Normal y Director al fundarse ésta por segunda vez.
Ocupó el cargo de Inspector general de Escuelas en 1855.
Fue Jefe del Departamento de Escuelas.
Su último puesto fue el de Vocal del Consejo Nacional de Educación que ocupó desde 1882.
Soportó con estoicismo persecuciones, despojos, calumnias y cárcel. Nada pudo abatir ese espíritu sereno, nacido para el bien, la belleza, el arte y el amor a la infancia; a quienes dedicó su vida entera y sus constantes preocupaciones; con el exclusivo propósito del engrandecimiento y bien de la Patria.
La educación austera y los sabios principios de su moral mantuvieron inquebrantable su carácter, firme en los dictados de la conciencia y el deber
Su honestidad y poco afecto a los bienes materiales quedan demostrados por el desinterés y desmedro de su fortuna, pues murió pobre.
Marcos Sastre nace en Montevideo el 2 de octubre de 1808, cuando la Banda Oriental pertenecía al Virreinato del Río de la Plata, cuya capital era Buenos Aires.
Sus padres, don Antonio Sastre y doña Jerónima Rodríguez, abnegados patriotas, entusiastas defensores de la causa de la independencia; llamados "el patriota" y "la patriota", según A. Magariños Cervantes, sufren persecuciones durante la invasión portuguesa en 1816 y se ven precisados a emigrar.
En 1817 se establecen en concepción del Uruguay (Arroyo de la China) y luego en Santa Fe.
En esa época Marcos Sastre cuenta ocho años de edad, su inteligencia se enriquece con imágenes de belleza y variedad insospechada, los cuadros de la Naturaleza, que en su ciudad natal y en los sucesivos viajes contempla, le impresionan vivamente y no han de borrarse más: Primero, el mar de prolongación infinita junto al cual nace; después las ubérrimas costas entrerrianas, las islas y las llanuras santafecinas, que recorre, y por último las pintorescas sierras de Córdoba.
Tanta variedad de paisajes, tantos panoramas de vegetación exuberante, le conquistan el alma. El optimismo, los sentimientos más tiernos y sutiles se despiertan. Ya no podrá sustraerse del hechizo, y ha de vivir subyugado por la contemplación de la Naturaleza.
Es un niño, pero ha recogido tales imágenes e impresiones; con ellas poseerá inagotable riqueza. Allí encontrará los colores el artista para pintar mañana sus cuadros y humedecerá su pluma el escritor.
Marcos Sastre, desde su más tierno infancia se destaca por su afición a las plantas y el amor a los libros.
Sus padres le envían a Córdoba, al colegio de Montserrat, donde estudia con éxito y se distingue en la pintura; como simple aficionado realizaba cuadros notables, lo cual le vale una beca para perfeccionar su arte.
Si sus condiciones artísticas merecían tal estímulo, lo demuestran dos retratos hechos por él, uno del General Paz y otro del Rector presbítero doctor José María Beyoda.
A los 19 años de edad, en 1827, es enviado a Buenos Aires a estudiar pintura y en 1928 regresa a Córdoba en cuya Universidad cursa sus estudios. Sin abandonarlos, abre simultáneamente una escuela de lectura, dibujo y latinidad.
Laborioso, lector incansable, busca y ensaya los mejores métodos extranjeros para implantarlos en el país. Adopta el que Vallejo introdujo en España con el título de "Teoría de la Lectura", pero éste adolece del mismo defecto de los conocidos hasta entonces. Comienza por el alfabeto, la enseñanza del cual era siempre cansadora y fastidiosa.
Marcos Sastre, maestro por vocación, observa en el niño las dificultades con que éste tropieza para aprender a leer.
Enseñar por el alfabeto resulta penoso para el discípulo, y no encontrando método alguno que le satisfaga hace él uno propio que pone en práctica con gran éxito en su escuela, y le da el nombre de "Anagnosia".
Con ese motivo en dicha escuela se implante por primera vez en Sud América un método lógico para la enseñanza de la lectura.
La palabra anagnosia significa arte de leer y se deriva del nombre griego anagnosis (lectura)
El método consiste en no empezar con el alfabeto, sino por el conocimiento de las vocales, una por día en cada lección. Formar con cada una de ellas y una consonante por vez, todas las combinaciones posibles para construir palabras; y dar las ideas que éstas representan.
Expresa que debe enseñarse por medio del sonido de las letras y no por el de ellas.
Marcos Sastre sostiene que la enseñanza debe empezar con palabras sencillas, familiares al niño, para que al comprender su significado se acostumbre a interpretar la lectura.
El niño aprenderá con facilidad, dice, siempre que se observen estas tres reglas:

1- No empezar por el abecedario.
2- no deletrear ni nombrar las letras.
3- No pasar de una lección mientras no esté bien sabida.

En 1849 el autor edita por primera vez su Anagnosia en Santa Fe.
La Anagnosia aparece impresa en gruesos caracteres, cuadernillos de papel de diario con tapas amarillas, azules o verdes. La obra completa consta de tres "cuadernos", el tercero tiene ya tantas páginas como un libro y lleva la siguiente inscripción:
"Método singular para enseñar y aprender a leer con facilidad inspirando amor a la lectura, a la virtud y al trabajo, que puede servir como primer libro de lectura para todos los métodos" .
Los alumnos, al terminar el segundo grado, conocen la Anagnosia tercera y están en condiciones de leer los diarios .
La segunda edición es publicada en 1851 por el Gobierno de Entre Ríos y la tercera en 1852, en Buenos Aires, por iniciativa del doctor don Vicente Fidel López; entonces Ministro de Instrucción Pública, quien ordena hacer veinte mil ejemplares.
Marcos Sastre nunca pidió ni recibió por ello remuneración alguna .
En 1854 el Gobierno expidió un decreto ordenando que la anagnosia fuese adoptada como único texto para la enseñanza de la lectura en las escuelas del Estado .
La anagnosia, escrita en lenguaje sencillo y familiar, despertaba el amor a la lectura porque los niños entendían fácilmente el significado de las frases; las cuales estaban llenas de enseñanzas morales, con la doble finalidad de instruir y educar .
Los ejemplos de virtud, de amor a la Patria, al hogar, al trabajo, a los semejantes, se deslizan oportunos en las lecturas con el objeto de cultivar los sentimientos y despertar en los niños los más puros ideales. Por ello el autor, al hablar de su método dice;

"Siempre he tenido la convicción de que todo libro que ofrezca sus páginas a la niñez, aún el primero en que se le enseñe a leer, debe ser un libro de educación,".
Satisfecho de su obra, con modesta sinceridad exterioriza el júbilo que le embarga por haber hallado como evitar sinsabores a los niños, y agrega:
"Y no es la brevedad la principal ventaja de este método, sino la de haber suprimido de la escuela las lágrimas y las torturas de la infancia, haciéndole apetecibles las lecciones y al aficionándola para siempre a la lectura. ¿Quien podrá calcular la trascendencia de este último hecho sobre el progreso intelectual y social de un pueblo preparado así para la instrucción".
"Enseñar por una cartilla o silabario, como siempre se ha hecho, sin que el niño comprenda lo que lee y sin inspirarle afición a la lectura, es poner en manos de un hombre un instrumento precioso, sin enseñarle a manejarlo".
"Desgraciadamente, la inercia de la mente y el tedio, resultados de la enseñanza dilatada, penosa, árida abstracta a que se encuentra generalmente sometida la niñez, esteriliza enteramente la instrucción primaria en un gran número de personas que cobrando desde la escuela aversión a la lectura que les ha costado llanto y amarguras, no vuelven jamás a tomar en sus manos un impreso".
"Bien puedo haberme equivocado respecto al alcance intelectivo de mi método; pero ¿quién me negara la gloria de haber enjugado las lágrimas y devuelto la alegría a la inocencia de haber dado el desmentido más solemne al atroz adagio de nuestros predecesores: LA LETRA CON SANGRE ENTRA?".
En 1880 habían visto la luz cuarenta ediciones del método de Marcos Sastre, imprimiéndose hasta doscientos mil ejemplares por año.
La Anagnosia tuvo una difusión enorme y tan sostenido favor de los maestros, que varias generaciones pasadas, y aún muchos de la presente hemos aprendido a leer en ella.
En su época mereció la aprobación de los gobernantes más ilustres.
Dominga Faustino Sarmiento, como maestro, supo valorar dicha obra y tuvo palabras de elogio para la anagnosia de Marcos Sastre.
Dos años después de haber abierto su primera escuela, en 1830, Marcos Sastre termina sus estudios secundarios en Córdoba y se dirige a Buenos gires, donde se inscribe en la Universidad, en el curso de jurisprudencia.
Mientras tanto, en Montevideo el Brigadier General Juan Antonio Lavalleja, que acaba de ser electo Gobernador del Estado Oriental escribe a los padres de Marcos Sastre una carta pidiéndoles enviaran a éste con el objeto de retenerle a su lado y asignarle algún destino público.
Con tal motivo, el joven estudiante interrumpe sus estudios de Derecho y va a Montevideo donde ocupa el puesto de Oficial Mayor de la Secretaría del Senado, a los 22 años de edad.
Al mismo tiempo Marcos Sastre escribe artículos sobre crítica literaria y educación popular, los cuales se publican en diarios de Montevideo y los reproducen con interés los de Buenos aires.
Transcurre un año y Marcos Sastre decide volver a Córdoba. Realiza el viaje en 1831 y contrae enlace a los 23 años de edad con la señorita Genara Aramburu, con la cual se había comprometido dos años antes.
Poco tiempo después de su matrimonio regresa con su esposa a Montevideo, continúa en el puesto de Oficial Mayor, reanuda sus actividades literarias y da a publicidad varias obras didácticas.
Por aquel entonces trátase de suprimir la enseñanza de las lenguas clásicas en los estudios universitarios, Marcos Sastre demuestra la importancia y necesidad de ellas en articulación que la prensa de nuestro país comenta elogiosamente.
Con igual propósito, edita por la imprenta de la Caridad en 1832; el "Epítome Historiae Sacrae" de Lemond, para entender el latín independizándolo del Nebrija y Calepino de Salas, y traduce al castellano el vocabulario que lleva adjunto.
En la primera edición de esta obra, Marcos Sastre traba como tipógrafo.
E1 éxito que tuvo dicho libro se desprende de su adopción inmediata en las instituciones de enseñanza de Montevideo y Buenos Aires.
Más tarde, el Gobierno Nacional, en la administración de Mitre, lo declara texto obligatorio para las Universidades y colegios de la Nación.
Entre los juicios elogiosos que mereció esta obra, destacamos el del Dr. Larsen, catedrático de Latinidad y de Historia en la Universidad de Buenos Aires, el cual dijo que el vocabulario del señor Sastre es el más correcto y castizo.
Poco tiempo después de ver la luz este libro, en 1833, estalla una revolución en Montevideo encabezada por Lavalle contra el General Fructuoso Rivera, y Marcos Sastre por no verse envuelto en compromisos políticos renuncia a su cargo y regresa a Buenos gires.
En esta Capital funda la "Librería Argentina", calle Defensa entre Belgrano y Moreno: en ella establece un sistema de trueque el cual, unido a la baratura de los libros le da rápida fama. La circulación y propagación de las mejores obras fue asombrosa y produjo una benéfica influencia en la cultura general.
De dicha librería jamás salió un libro ofensivo a la moral y las buenas costumbres.
Con el sistema de trueque Marcos Sastre solía recibir a cambio de obras muy buenas, otras que destruía para evitar así la influencia perniciosa de ciertas lecturas. Esto, sin duda en perjuicio de su comercio. .
Correcto, fino en el trato, de espíritu delicado y gran ilustración, Marcos Sastre atrae a su "Librería Argentina" lo más selecto de la sociedad.
Sus consejos son requeridos a cada instante, las consultas a las grandes obras se hacen necesarias y, para mayor comodidad, instala en enero de 1835 un "Gabinete de Lectura" en su librería, en la calle Reconquista 72. El Gabinete cuenta con mil volúmenes cuidadosamente escogidos y colocados en una habitación interior del negocio: Pronto necesita ampliarlo y se traslada a Victoria 136.
En el Gabinete los lectores se acomodan tranquilamente para leer o estudiar y mediante una pequeña suscripción pueden llevar los libros a sus domicilios. Créase así una biblioteca circulante la primera del país.
No obstante esto, Marcos Sastre presta generosamente las obras más valiosas a los estudiosos. Tiene 29 años de edad y se ha rodeado de una juventud ávida de saber, plena de entusiasmo y patriotismo. Don Vicente Fidel López lo describe así:
"Marcos Sastre era muy conocido y popular entre los estudiantes. Era bastante erudito y el primer bibliógrafo de aquellos días".
"Era un consejero siempre dispuesto a indicar lo que sabía, con un laconismo y una serenidad en la que no transpiraba nada de mercantilismo".
Con estos antecedentes no es difícil suponer cuales fueron los móviles que le guiaron a fundar el Salón Literario, en año 1837.
"El tiempo le hará ver a Ud. (dice Marcos Sastre a Esteban Echeverría) que en ningún pecho puede haber más ardiente amor a la ciencia y a la patria que en el mío".
Es pues el amor a las Ciencia y a la Patria quien lo inspira.
Con el apoyo de la juventud estudiosa, más de cincuenta socios y muchos colaboradores, entre ellos Gutiérrez, Thomson Vicente Fidel López y Echeverría, Marcos Sastre decide fundar una institución con fines de cultura. Instalar en ella una biblioteca muy seleccionada, a disposición de los lectores afectos al movimiento intelectual, y crear fondos con los cuales costera la impresión de las producciones de los socios, después de leídas y aceptadas.
Bajo tan buenos auspicios, instala el "Salón Literario"en la trastienda de su librería en dos largas habitaciones que se siguen. La biblioteca cuenta con otras prolijamente seleccionadas y al frene de ella se lee la siguiente inscripción que sirve de lema: "Adjiciamus ergo opera tenebrarum, et induamur arma lucis" : Desechemos las obras de las tinieblas, y vistamos las armas de la luz.
La inauguración se realiza un domingo en el patio de la librería, con la banda de música y tres discursos, el primero de Marcos Sastre, a continuación el de Juan Bautista Alberdi y por último el de Juan María Gutiérrez.
Preside el acto Don López y Planes.
Marcos Sastre expresa la finalidad de la institución en su discurso:
"Ojeada filosófica sobre el estado presente y la suerte futura de la Nación Argentina", empieza así:
"Señores: Si el establecimiento literario, cuya apertura habéis tenido a bien solemnizar con vuestra presencia, fuera semejante a los que con el nombre de Gabinete de Lectura se ven en todas las ciudades cultas, ni os hubiera molestado pidiéndoos la honra de vuestra concurrencia, ni me creería en el deber de manifestar ante vosotros, y ante toda la Nación -su plan, su objeto, su tendencia y mis miras y esperanzas como fundador de él".
...."Fácil me hubiera sido reunir en esta biblioteca un gran número de esos libros que tanto lisonjean a la juventud; de esa multitud de novelas inútiles y perniciosas, que a montones abortan diariamente las prensas europeas. Libros que deben mirarse como una verdadera invasión bárbara en medio de la civilización europea y de las luces del siglo; vandalismo que arrebata a las huestes del progreso humano un número inmenso de inteligencias vírgenes, y pervierte mil corazones puros. Porque sacando a la pública luz las pasiones más vergonzosas, los extravíos más secretos de un corazón corrompido, la crónica escandalosa de las costumbres, pican sobremanera la curiosidad de los jóvenes, halagan sus pasiones, los aleccionan para la intriga y la seducción; o cuando menos, con la novedad de las aventuras, y con lo agradable y picante del estilo, atraen innumerables lectores a esos gabinetes, proporcionando asó a sus propietarios un gran lucro; que es único objeto y anhelo".
"Pero es noble, es puro, es sagrado el fin de nuestro establecimiento. Así su fundador, como los muy estimables individuos que concurren con sus luces y sus recursos para fomentarlo y sostenerlo, han sido impulsados únicamente por el amor a la sabiduría, por el deseo de perfeccionar su instrucción, o contribuir a la de la juventud argentina."
"Primero: Reuniendo en esta biblioteca las obras más importantes de la república de las letras, y particularmente las producciones modernas que siguen la marcha del espíritu humano; haciéndolas venir directamente de la Europea, o de donde quiera que aparezca el genio o el talento; de modo que nos sea fácil conocer los progresos de las ciencias y de las artes, en el mismo orden y tiempo del desarrollo de las ideas, y de los descubrimientos. Formando una biblioteca escogida, que alimentando constantemente la curiosidad con lo nuevo, útil, bello y agradable, aficione a la juventud a los estudios serios, llene de ideas, y de los descubrimientos. Formando una biblioteca escogida, que alimentando constantemente la curiosidad con lo nuevo, útil, bello y agradable, aficione a la juventud a los estudios serios, llene de ideas su inteligencia, y de sentimientos su corazón; para que esta generación nueva, en quien reposa toda la esperanza de la Patria, se vea siempre rodeada de una attmósfera benéfica de ideas sublimes, de pensamientos grandiosos, que mantendrá en sus almas aquel temple divino de la religión y la virtud, que engendra y alimenta en la mente el ansia de saborear todo lo bello, todo lo grande, todo lo útil, y nos hace hallar con desdén esas sabandijas literarias,, que se revuelcan en el cieno amontonado por sus corazones corrompidos; con el cual, si no atollan, salpican l enos la blancura de las almas que a ellos se acercan. Muy distante está el fundador de este Salón Literario de creerse dotado de los conocimientos, del buen gusto, y tino indispensables para juzgar del mérito de los libros que deban admitirse o rechazarse, pero el éxito que tengan a su publicación, la crítica de los sabios, y el juicio de nuestros literatos, serán el criterio que le guíe, el bieldo que empuñará para separar el trigo de la cizaña, y de la paja. En una palabra, Señores, todo libro que de un impulso notable al progreso social, tendrá un lugar en esta biblioteca: sino, no".
"Segundo: Estableciendo un curso de lecciones, o más bien de lecturas científicas, que tengan por objeto: -ya exponer las altas concepciones filosóficas de los sabios, tales como Vico, Heder Jouffroí; -ya expresar en nuestro idioma los acentos poéticos y religiosos de almas como las de Lamartine y Cheteaubriand: - ya dar cuenta de los progresos de las artes industriales, discurriendo sobre su intromisión y aplicación en nuestro país; -ya comunicar ideas y nociones importantes sobre la religión, la filosofía, la agricultura, la historia, la poesía, la música y la pintura".
"Acabo de exponeros el plan y lo objetos de este establecimiento; pero muy lejos está de haberse llenado completamente desde el día de su apertura. La obra está empezada, el tiempo la llevará a su perfección"....
Mas adelante agrega:
"¡Ah, señores!, si como arde mi alma en el amor de la ciencia, tuviera los conocimientos técnicos, y los talentos literarios que me faltan, yo reuniría aquí todo el saber argentino, y se levantaría una institución científica, de que pudieran gloriarse muchas naciones cultas, y que produciría inmensos bienes a la Patria. Porque yo veo, Señores, que el país ha dado un gran paso hacia su engrandecimiento".
"Porque tengo por indudable que estamos en la época más propia y que presenta más facilidades para dar un empuje fuerte a todo género de progresos".
"El objeto de la educación, prosigue, es dirigir el desarrollo de los órganos, y de las facultades intelectuales del hombre".
"La enseñanza pública, según se ha practicado en nuestro país, es responsable de los males causados a la sociedad por la cultura exclusiva de algunos conocimientos, con perjuicio de otros quizás más esenciales para formar al hombre".
"Empero, dice Marcos Sastre, ¡cuántos hay que abrumados con el rudo peso de las aulas, no han tenido fuerzas ni tiempo para buscar el verdadero camino del saber! Se ha secado su inteligencia, se ha helado su corazón, y no viendo ya en los estudios más objeto que el lucro, salen de las universidades a explotar la sociedad para su provecho; y como los gusanos que no se alimentan sino de muerte y corrupción, tienen que buscar su sustento en las dolencias y en los vicios de los hombre. Estos son, después, los que primero y más obstinadamente rechazan la luz y la verdad; porque a favor de las tinieblas de la ignorancia engordan impunemente con los frutos de la mentira y del error. Estos son los que hallan la moral y la justicia, por tragarse las dignidades y las riquezas. Estos los que tan henchidos de presunción como obstinados, llenos de confianza en su capacidad, y admiradores de sí mismos, se entrometen en dirigir los destinos de los pueblos, creyéndose investidos de tan alta misión, y no hacen más que añadir yerro sobre yerro, absurdo sobre absurdo; todo lo atrasan, todo lo arruinan; porque espíritus tar, (o mediocres cuando más) todo lo hacen por imitación y por plagio. He aquí, Señores, una de las primeras causas de los grandes errores políticos, y de los crueles males que ha sufrido esta tierra".
Por último, después de una serie de consideraciones interesantes, Marcos Sastre termina su discurso diciendo:
"Todos, pues, debemos esforzarnos en sostener la marcha del progreso pacifico de la nación"'.
"A vos, particularmente, juventud virtuosa y sabia, está encomendada la alta misión de dar ciencias, artes, industria y gloria a la nación. ¡Oh, feliz generación, que le ha tocado en suerte el tiempo más oportuno para llegar al templo de lo Inmortalidad y la Gloria! No de esa inmortalidad y esa gloria conquistadas o costa de sangre y de lágrimas; sino de la verdadera gloria, de aquella fatua inmortal que se adquiere al precio de hacer bien a los hombres; de esa fama, de esa gloria pura que no deja en lo humanidad sino dulces recuerdos e inmensos beneficios".
"¡¡¡Jóvenes!!! Medio siglo debe pasar ante vosotros: Considerad cuánto puede hacerse en medio siglo".
"-¡Fé en el porvenir! - ¡Sed el ejemplo de todas las virtudes: -Sed los apóstoles de la paz, de la moderación y de la sabiduría! - y cumpliréis vuestra misión!"
El discurso de Juan Bautista Alberdi llevaba por título:
"Doble armonía entre el objeto de esta institución, con una exigencia de nuestro desarrollo social; y de ésta exigencia con otra general del espíritu humano".
Y por último la disertación de Juan María Gutiérrez se titulaba: "Fisonomía del saber español; cual deba ser entre nosotros".
Las actividades de la institución se realizan con el mayor entusiasmo, en sucesivas reuniones.
Se lee el canto de la "Cautiva'", poema entonces inédito, de Echeverría, Alberdi explica una parte de su obra "Fragmento preliminar al estudio del Derecho" y se da noticias de un libro que prepara Marcos Sastre sobre "Merinos y el refinamiento de las lanas; con un tratado de Economía Rural y Doméstica con aplicación a las necesidades de nuestro país".
La biblioteca se enriquece con obras expresamente traídas de Europa y la afición a la lectura de los buenos libros se intensifica.
Para aquellos tiempos, bajo el gobierno de Rosas, época de odios y pasiones, una institución cultural era como una flor exótica en un clima adverso.
El Salón Literario estaba condenado a tener vida efímera.
Pocos días después de su inauguración el doctor Maza da una broma al doctor Vicente López y Planes diciéndole algo sobre su asistencia a la "función de los muchachos reformistas y regeneradores" y agrega: "Juan Manuel de Rosas, dice que Vd. es demasiado bueno y débil: que ese no era su lugar".
Frecuentaba el Salón Literario el editor Pedro de Angelis, espía de Rosas, quien vigilaba las tendencias de los asociados.
El tirano tolera las reuniones mientras no se hable de política, pero hacia ese plano se van inclinando los ánimos.
Marcos Sastre trata por todos los medios de encauzar las ideas hacia los temas literarios, científicos y artísticos, pero resulta muy difícil.
El 28 de setiembre de 1837 escribe una carta a Esteban Echeverría ofreciéndole la Dirección del Salón Literario, basándose en motivos que expresa así :
"Yo pienso señor Echeverría y me atrevo a asegurar que Ud. está llamado a presidir y dirigir el desarrollo de la inteligencia de este país. Ud. es quien debe encabezar la marcha de la juventud; Ud. debe levantar el estandarte de los principios que deben guiarla, y que tanto necesita en el completo descarrío intelectual y literario en que hoy se encuentra. ¿No se siente Ud. allá en su interior un presentimiento de que está destinado a tan alta y gloriosa misión. Ya es tiempo señor Echeverría de hacer brillar la luz. Es menester no dar lugar a que esta juventud que rompe a gran prisa las ataduras del error de una generación extraviada, vaya a extraviarse a su vez por falta de una guía ilustrada. Ya es tiempo dé que Ud. que reúna a la instrucción, el don de la palabra, el crédito literario y la edad juvenil ponga en acción éstos poderosos resortes y no espere a que se inutilicen, por las falsas doctrinas y las pretensiones de algunas cabezas incapaces de empuñar el cetro de la inteligencia. A Ud. le toca no lo dude; y de aquí nace mi empeño porque Ud., se ponga a la cabeza de éste establecimiento".
"Yo estoy dispuesto a cumplir con lo que he propuesto a Ud. desde el mes entrante ; y creo que Ud. no tendrá más obstáculos que la duda sobre el buen éxito de la empresa, y tal vez la duda sobre mi discreción".
"En cuanto a lo primero no digo más sino que el éxito de toda empresa corresponde siempre a la fuerza de la voluntad, cuando no son cabezas torpes las que trabajan. El hombre puede lo que quiere"'.
"Sobre mi discreción ¿qué más puedo hacer que obligarme con el más sagrado juramento? Si Ud, conociese mi corazón, todo sería decir y hacer. Pero el tiempo le hará ver a Ud, que en ningún pecho puede haber más ardiente amor a la ciencia y a la patria que en el mío".
"Conozco que para dirigir la juventud que aspira al saber, es preciso no descubrir que se pretenda dirigirla; y así el silencio es el más seguro garante del buen resultado en cuanto trabajemos por el bien de la juventud y de la patria. Secreto pues. Por lo que a mi toca jamás se me ha tachado de indiscreto".
La trascendencia de esa carta se presta a profundas reflexiones.
Posteriormente, la policía hace algunas advertencias amenazadoras a Marcos Sastre y éste se ve obligado a rematar su librería y clausurar el Salón Literario.
La juventud resuelve formar una sociedad secreta con el nombre de Asociación de Mayo, Echeverría dirigirá esa juventud, tal como lo había previsto Marcos Sastre, y ha de elaborar el programa, las bases, los objetos y el Dogma por el cual trabajarán.
"Jamás hubo en Buenos Aires y quizá en toda América librero tan desinteresado y altruista como Sastre: (dice Alberto Palcos) desinterés y altruismo pagados con usura. De la jabonería de Rodríguez Peña sale la Revolución. De la librería de Sastre la "Joven Argentina" y, con ésta el pensamiento de continuar aquel sagrado despertar de nuestra nacionalidad.
Marcos Sastre había invertido un importante capital en la Librería Argentina y sufre un rudo quebranto al verse obligado a rematarla precipitadamente.
No eran tiempos aquellos para detenerse a pensar en los bienes de fortuna, y para evitar mayores males se instala en el campo.
Compra una majada de las ovejas más finas del país, sitúa su rebaño en la margen izquierda del Río de las Conchas y construye un hermoso edificio adecuado a las necesidades de ese género de labor.
Se dedica a la cría de merinos, estudia el mejoramiento de las lanas, sigue los consejos de Clauz, cuya traducción del alemán acaba de publicar y prospera rápidamente, pero el largo bloqueo francés termina por perjudicarlo.
En el pueblo de San Fernando posee una propiedad, residencia de su familia, desde cuyo lugar, hoy calle Alsina 962, efectúa paseos por las islas y enamorado de sus bellezas, en una de ellas forma una quinta a la cual lleva, desde su casa de San Fernando, las mejores especies de frutales.
Allí realiza largos y pacientes estudios sobre condiciones de la tierra, geología y productos naturales. Observa la vida de los animales que le son comunes y descubre sus costumbres más particulares clasificándolos de acuerdo con la ciencia.
Con ese motivo, bajo el hechizo de un paisaje de vegetación lujuriosa, de colorido fascinante, con un río generoso por la variedad de sus peces y una naturaleza espléndida por la exquisitez de sus frutos, Marcos Sastre describe esas islas como no lo ha hecho otro alguno y difícilmente lo puedan superar.
Es el hombre solitario en un cuadro soberbio de la Naturaleza, que va descubriendo las maravillas más excelsas ante las cuales se detiene, de cuando en cuando, para gozarlas con exquisita fruición.
Es el alma dulce y serena del poeta que no encontrando otra forma de manifestación más digna, se postra y canta.
El Tempe Argentino, su obra maestra, es un poema en prosa de sencillez admirable, verdadera joya de nuestra literatura.
Marcos Sastre lo da a la prensa recién en 1858 en la "Biblioteca Americana". La primera edición de mil ejemplares lleva como subtítulo: "Impresiones y cuadros del Paraná"; se vendió con rapidez y "el autor rehusó generosamente aceptar las utilidades que le correspondían según convenio con el doctor Magariños Cervantes".
De los numerosos y autorizados juicios que aparecieron con respecto a dicho libro, veamos algunos párrafos del Coronel D. J. Tomás Guido, socio corresponsal y honorario de la Sociedad Etnológica y de las Ciencias Naturales de Bruselas, etc., etc.
"El autor ha desempeñado con fortuna el plan que se propuso, y ha levantado la cortina que escondía todavía a los ojos de los extraños y numerosos hijos de este país los tesoros del delta".
"El ha mostrado delicado acierto en las comparaciones de esta región del nuevo mundo con el Valle de Tempe, regado por las mansas agrias del Peneo y que fui para a poesía griega la imagen de los Campos Elíseos".
"Además, los naturalistas agradecerán las nociones peregrinas y prolijas que ese estudio suministra sobre aves y cuadrúpedos que se albergan en las frondosas arboledas de aquellos selváticos sitios. Esos detalles sobre sus costumbres, sus instintos y sus variedades son motivo agradable de especulaciones para la ciencia, y de embeleso para los que aman los placeres sencillos".
Joaquín Requena escribe a Marcos Sastre algunos párrafos como éste :
"He leído tu bellísima obra y rebosando mi corazón de gozo y de entusiasmo, no puedo menos de significarte mi reconocimiento por este nuevo e importante servicio que haces a las ciencias, y por el honor que das a la civilización sud americana, felicitándote al mismo tiempo por el aprecio y distinción que te hará merecer de todo el mundo, ilustrado" .
"Te protesto, mi amado Marcos, que esa lectura ha suavizado mucho mis penas, pues que, repetida varias veces, he encontrado cada vez nuevos encantos que admirar. Ya se ve; es tu escrito tan americano, tan sabio, tan elocuente, tan bello".
El doctor Juan María Gutiérrez le expresa lo siguiente: "Creo que usted ha acertado a escribir el mejor libro que por mucho tiempo saldrá de las prensas de Buenos Aires". . .
"Su Tempe es una prueba de lo mucho que hay que prepararse para poder producir una obra digna de atención".
"Sin las asiduas y espontáneas lecturas que ha hecho usted en muchos idiomas, sobre agricultura, sobre industria práctica, sobre educación, etc., no habría usted acertado a escribir con tanta propiedad; así como si usted hubiese depravado su alma con los ejemplos que no le han faltado, tampoco habría podido comprender ni representar con palabras esos cuadros amenos y pacíficos que unos tras otros se desenvuelven en su libro".
Y, por último transcribiremos sólo algunos conceptos de los muchos vertidos con respecto a esta obra por el sabio naturalista alemán D. Federico Leybold:... "allá el Delta Argentino, cuyas bellezas olvidadas reveló al mundo admirado el profundo observador y elegante escritor que le dio nombre al abrir sus puertas a la industria humana, y cuya fe. de bautismo -El Tempe Argentino- es una de las más ricas joyas que dan lustre y gloria a las letras sur-americanas"-
Fructífero fue este recorrer de Marcos Sastre por las islas y casi negamos a bendecir su mala fortuna que le llevó a refugiarse en el campo, si con ese motivo pudo escribir obra tan delicada y hermosa.
El Tempe Argentino aparece por segunda vez en 1859.
Un decreto público del Gobierno de Buenos Aires firma do por don Bartolomé Mitre, declara al Tempe Argentino "Texto de lectura" y "libro de premio para las escuelas Argentinas" suscribiéndose con la sufra de cinco mil pesos a la segunda edición de la obra, en 1859.
La práctica que tuvo Marcos Sastre en el cuidado de sus ovejas, el estudio de libros especiales y el continuo trato con criadores experimentados lo capacitaron para escribir el "Manual del pastor y criador de ovejas".
En la educación de sus hijos ocupa también gran parte de su tiempo, su familia es numerosa.
Es sin duda mientras educa a sus hijos cuando escribe el hermoso opúsculo "Consejos de Oro", sobre educación escolar y doméstica el cual mereció los más altos elogios de todos sus críticos.
Son consejos tan llenos de sabiduría, que debieran servir de enseñanza a las madres, y los maestros, para los cuales fueron escritos.
La dedicatoria, de ingenua sencillez, es la siguiente:
"Los consejos que os ofrezco, serían de un bajo metal si fuesen míos. Los he sacado de tres libros, después de un estudio dilatado: el libro de la Religión, el libro de la Ciencia, y el libro de la Naturaleza".
La introducción dedicada a las madres, semeja un canto bíblico. Veamos algunos párrafos del capítulo primero:
"Madres amorosas que tanto anheláis la felicidad de vuestros hijos: oíd los documentos que os enseñarán a dirigir sus corazones desde los primeros días de su existencia".
"Seréis verdaderas madres, no solamente porque ellos son el fruto de vuestro seno, sino por haberlos criado a vuestros pechos y haberles inspirado las virtudes..."
... "Y así como se alimentan en vuestro regazo con
la leche de vuestro seno, así también se nutrirán sus almas con los afectos más puros y los buenos sentimientos que sabéis inspirarles".. .
"La infancia es la época más importante para la educación; en ella se desenvuelven todas las facultades humanitarias, y germinan los sentimientos primeros, que son los cimientos de la moralidad futura"...
"No suscitéis en vuestros hijos una emulación peligrosa, madre del rencor o de la envidia. Conservad entre ellos el cariño y la indulgencia fraternal, siendo juez imparcial, aún en sus más pequeñas diferencias, y dándoles a todos una parte igual en vuestro corazón"...
"El amor es la luz, es el aire vital del alma. El principio, el móvil, el sentimiento dominante en el corazón del niño, como en todo corazón puro, es el deseo de amar y ser amado, tan innato e inextinguible en el alma humano, como el sentimiento moral .y el sentimiento religioso"...
No menos sabios son los consejos a los maestros.
En los años de vida retirada, o rural, Marcos Sastre no permanece inactivo, sus tareas hogareñas, literarias y ganaderas le absorben por completo. Sin dejar por esto de preocuparse por el porvenir de la Patria, a fin de librarla del régimen de tiranía que imperaba entonces.
Corre el año 1840, el país se agita en el terror; sus mejores hombres emigraron y los pocos que no logran hacerlo, desconfían y temen. La delación es el arma denigrante, empuñada por almas mezquinas.
Marcos Sastre, hombre culto y estudioso, no había de es captar aún en su oscuro retiro.
Lo clasifican "salvaje unitario" y le confiscan sus bienes. Con tan funesta advertencia, era seguro que la vida corría peligro; Marcos Sastre y toda su familia, se refugia en casa de unos ingleses en Buenos Aires.
Creyendo próximo el fin de su existencia, reune sus do-
cumentos y escribe precipitadamente una obrita con el título de "Cartas a Jenuaria" (Cartas a llenara) la cual hace imprimir con todo sigilo. La tal obra -según Magariños Oervante- no era otra cosa que su testamento y una conmovedora despedida a su familia y a su patria.
Pero el puñal del tirano no había de tronchar la vida de Marcos Sastre, quien obtiene el desembargo de sus bienes y en 1846 toma a su cargo la dirección del Colegio que había sido de los Jesuitas, con el título de Sub-Director.
En esa oportunidad hace un reglamento para el colegio que dirige.
Escribe un discurso, el cual no es aprobado por Rosas después de la batalla de Caseros lo encuentra el doctor Alsina, y tiene la deferencia de entregárselo a su autor. Don Manuel de Rosas solicita la colaboración de Marcos Sastre en la "Gaceta", con el mismo sueldo que el Redactor principal, pero él rehusa terminantemente a pesar del peligro que esto significa para su persona.
Se retira a San Fernando, donde se instala como maestro de primeras letras. Dos años más tarde es perseguido por uno de los hombres de Rosas, don Antonio Reyes.
Marcos Sastre con toda su familia se refugia en Santa Fe, protegido por el general don Pascual Echagüe, quien sabe apreciar los méritos del noble educacionista y le confía la dirección de la enseñanza primaria.
Queda sola su casa y la quinta de San Fernando, que no tardan en ser presa del saqueo y la devastación de la mazorca. Pero su familia y su persona se encuentran a salvo y él puede dedicarse de lleno a las actividades que le son más gratas; la enseñanza y la literatura.
En esta oportunidad y con motivo de inaugurarse el Colegio de San Gerónimo, compone una hermosa poesía para el acto que va a realizarse el 25 de Mayo, la cual lleva el título de "Himno Patriótico" y empieza así :
coro
Juventud emprended el camino
Del honor, la virtud y el saber,
Que el glorioso renombre argentino
En su brillo debéis sostener.

Apareció en el Nº l14 del semanario "El voto santafecino", al día siguiente de la inauguración del Colegio, el 26de mayo de 1849. Consta de dieciocho estrofas y es quizá la única poesía que lleva su nombre al pie.
En esa época sale también a la luz la primera edición de la Anagnosia "costeada por su autor'".En el mismo año 1849, el general don Justo José de Urquiza lo llama a Entre Ríos y lo nombra Inspector General de Escuelas.
Con ese motivo Marcos Sastre lleva su familia y se instala con ella en dicha provincia.
Al frente de la instrucción pública redacta un Reglamento para las escuelas. Publica éste y un sistema de enseñanza primaria.
La provincia se pronuncia contra Rosas el 1º de Mayo de 1851y Marcos Sastre, que goza de la confianza de Urquiza, acepta la Redacción en Jefe de "El Federal", periódico oficial del Paraná.

Simultáneamente colabora 9seribiendo artículos en "Regeneración" de Concepción del Uruguay, y después en el "Iris".
Refiriéndose a esa época el doctor Antonio Sagarna, al hablar sobre Entre Ríos en su conferencia del 8 de Junio de 1941; titulada "Síntesis histórica de la provincia desde la caída de Ramírez hasta la presidencia de Mitre", en la Academia de la Historia, dijo:
"Urquiza prepara el espíritu público para la rebelión, la liberación y la organización por la enseñanza escolar, por las bibliotecas y por la imprenta desde Alcaraz, y aún antes quizá y así, a los datos que sobre escuelas y colegios he mencionado, agregaré que, como lo he manifestado en otra oportunidad, por intermedio de su hijo Diógenes compró -libros a de Angelis, por intermedio de don Vicente López y Planes compró muchos libros y por intermedio de Larroque compró más libros; que antes del año 48 existía el periódico "El Federal Entrerriano", en 1850 salieron "El Porvenir de Entre Ríos", "El Progreso de Entre Ríos" y "La Regeneración", en 1851 surge "El Iris Argentino", y en esos órganos de la prensa escribían hombres ilustres y dignos, como José Ruperto Pérez, futuro constituyente; Isidoro de María, uruguayo; Marcos Sastre, Carlos de Terrada, doctor Juan José Juárez, Diógenes de Urquiza, Juan Francisco Seguí y otros similares".
"Por ley del 29 de Agosto de 1849 se creó una junta directora de escuetas de primeras letras, y en cada departamento, comisiones inspectoras de escuetas y, para toda la provincia, un inspector visitador, con funciones bien fijadas y coordinadas, que permitían el fomento, estímulo y control de la enseñanza. La primera provisión -de cargos se hizo en noviembre lo del mismo año, y las personas elegidas constituían la parte más expectable de cada localidad; el primer inspector visitador fue el Pbro. José María Delgado, de capacidad pedagógica e integridad moral notorias; fue reemplazado más tarde por don Marcos Sastre, el promotor de aquellas tertulias del 37, de las que salieron el Salón Literario, la Asociación de Mayo y, en definitiva, el programa de la Organización Nacional de 1853. La actuación de Sastre fue admirable, y ella sola forma una página luminosa en la historia educativa de Entre Ríos, pues se ocupó de fundar escuelas de la reglamentación general, de los programas y textos, de los consejos escolares, de la edificación, de la chacra-granja de los colegiales, de la ampliación del Colegio Entrerriano, después Colegio Nacional del Uruguay, etc."
Inmediatamente después de la caída de Rosas "el Gobierno de Buenos Aires manifestó al de Entre Ríos en una nota oficial sus deseos de que el señor Sastre viniese a prestar sus servicios a Buenos Aires y en consecuencia aquí se le dio el empleo de Bibliotecario".
En Marzo de 1852 le nombran Director de la Biblioteca Pública y poco tiempo después Regente Fundador de la primera Escuela Normal.
Vióse enredado en intrigas políticas, unas veces de parte de los federales y otras de los unitarios. Estos le envuelven en una ca1ulnnia y le quitan el puesto de Director de la Biblioteca.
"Güelfo entre los Gibelinos y Gibelino entre los Güelfos" decía Marcos Sastre.
Lo encarcelan en su casa, sé incautan de sus papeles, le sellan su biblioteca y por último lo aherrojan en un calabozo, incomunicado.
Mientras tanto dos de. sus hijos, de 14 y 16 años de edad están en. las trincheras defendiendo la ciudad, durante el sitio de Buenos Aires.
Tres años pasó Marcos Sastre en San Fernando, desde 1852 a 1855, sin poder pisar en Buenos Aires.
El Gobernador, General Guillermo Pinto y su Ministro Torres, en el decretó que dietaron para destituir a Marcos Sastre decían que éste "había pasado al campo enemigo a conferenciar con el General Urquiza".
Todo lo cual era absurdo y descubierta la verdad, pronto llegó la justa rehabilitación.
En 1854 el Gobierno Oriental le nombró Director de la Escuela Normal que debía instalarse en Montevideo: "más impedimentos insuperables, dice Marcos Sastre, me obligaron a renunciar tan honorífico cargo".
El mismo año 1854 aún sin salir de San Fernando, el autor de la Anagnoáia da a la imprenta su "Ortografía Completa", de la cual dijo el Rector de la Universidad y Jefe del Departamento de Escuelas, doctor Barros Pazos que "la obra era excelente, que hacía honor al país, etc., etc. ".
En 1855 Marcos Sastre recibe en San Fernando una nota oficial del señor Valentín Alsina con el nombramiento de Inspector General de Escuelas.
Domingo Faustino Sarmiento entra de Jefe del Departamento de Escuelas en 1856.
En 1857 Marcos Sastre recorre las escuelas para dejar fructífera simiente. Docto en la materia, animado de patrióticos propósitos, e iniciativas personales; emanadas del conocimiento práctico de la instrucción primaria, sabe las orientaciones que deben darse a la enseñanza.
Don Isaac Areco dice :
"El señor Sarmiento, dotado de un espíritu ardiente, de una inteligencia fecunda y llena de erudición, devuelto a su patria por la ola de la revolución que derrocó a Rosas y en la que tuvo una gran parte, quiso prestarle el mismo importante servicio que a Chile su segunda patria, levantando la educación de la postración en que se hallaba, y en esta grande obra de regeneración, imposible de llevar a cabo si no se hubieran creado muchos elementos, encontró al señor Sastre que "por su consagración constante a la enseñanza de la juventud, (según el mismo señor Sarmiento ), había adquirido la experiencia que indica los vacíos que han de llenarse para hacer la fructífera y los métodos de enseñanza que mejores resultados producen" .
Han transcurrido cinco años de la calda de Rosas, durante cuyo gobierno la instrucción popular quedó abandonada.
Todo está por hacerse. No hay maestros normales, los edificios carecen de condiciones higiénicas, el moblaje es muy precario o no existe y el material de enseñanza escaso o nulo.
La "Escuela de la Patria", como se la llamaba entonces, sufre el desprestigio, hay escasez de a1ulnnos y asistencia muy irregular.
Con tan ingrata perspectiva, Marcos Sastre emprende la difícil empresa de organizar la instrucción pública.
Una nota de Sarmiento, del 4 de Marzo de 1857, dirigida a los Jueces de Paz y á los Presidentes de las Municipalidades anuncian la visita del Inspector General de Escuelas, don Marcos Sastre, a los distritos. Oficialmente autorizado por ella y por el prestigio moral que acompaña a su persona, Marcos Sastre comienza la obra.
Su experiencia de veinte años de actuación profesional han de facilitarle la tarea.
Debe realizar esfuerzos inauditos y los obstáculos parecen insalvables, pero se entrega con ardor a la acción sin reparar en dificultades e inconvenientes.
Los edificios escolares son inadecuados, poco espaciosos; Marcos Sastre pide colaboración a las autoridades locales y al pueblo para su reforma, ampliación o simplemente con el Objeto de hacerlos habitables.
"Erigid (dice en uno de sus discursos) un edificio digno de su destino, que merezca ser el templo de la virtud y de la ciencia; con capacidad suficiente para todos los que necesitan el pan de la enseñanza; y dotadlo de profesores hábiles y virtuosos, bien remunerados".
La lucha es ímproba para instalar escuelas donde jamás existieron o donde fueron suprimidas durante la tiranía.
Consigue interesar a los jueces de Paz y a los Municipales para que atiendan a las necesidades de la enseñanza popular y, en muchos casos aquellos llegan a -costear los útiles y dar un sobresueldo a los maestros.
Algunos padres se resisten a mandar los hijos a la escuela porque los necesitan en las tareas rurales. Otros tienen como disculpa el inconveniente de la distancia y hay quienes temen ocupen mucho tiempo en aprender lo más rudimentario.
Marcos Sastre encuentra la causa del desinterés de los padres en la deficiencia de la enseñanza e implanta su método, el cual al dar mayor rapidez a la adquisición de los conocimientos evita la deserción y regulariza la asistencia escolar.
Se empeña en familiarizar a los maestros con el uso diario de los registros, compenetrándolos de las ventajas que reporta a la enseñanza el llenarlos con puntualidad y exactitud.
La falta de orden y disciplina obedece, entre otras causas a la inconveniencia del local y de los muebles. Para subsanar esto último Marcos Sastre dice en su informe:
"Me atrevo a proponer a V. S, con este objeto la forma y dimensiones de las mesas que hice construir en 1852 para la Escuela Normal, hoy colocadas en la Universidad. . .
"Siendo Inspector General de las Escuelas de la Provincia de Entre Ríos, en1849, introduje con el mejor resultado en las principales el sistema de mesas y asientos que propongo.
"Cada mesa sirve para dos alumnos; el asiento con su respaldo está adherido a la parte posterior de la meja, sirviendo para la mesa delantera. Esta conformación entre otras ventajas, tiene la de acomodarse a las áreas de todas dimensiones,'y ofrece la comodidad del respaldo, de que hasta hoy carecen los niños en todas las escuelas públicas y privadas; lo que les obliga a una postura incómoda, opuesta a su desarrollo físico y a la conservación de la salud".

El 17 de Octubre de 1858, Marcos Sastre llega al pueblo de Baradero, observa la belleza y la feracidad del suelo y la buena disposición de sus habitantes para toda iniciativa de educación popular.
Entusiasmado por el ambiente propicio, proyecta una escuela de agricultura. De acuerdo con la Municipalidad, ésta concede una cuadra de terreno dentro del pueblo y resuelve destinar cuarenta mil pesos para la construcción del edificio, y que dicha escuela comprendiese la.,enseñanza teórico práctica de la agricultura. También señaló la extensión de terreno necesario para la fundación de una "Quinta Normal" o "Granja Modelo"; para esta última el autor del Tempe Argentino, cedió un terreno de su propiedad.
Marcos Sastre traza el plano dándole extensión para cuatrocientos alumnos de ambos sexos, el cual reúne las buenas condiciones deseables.
El gobierno acordó la ejecución de dicho proyecto de la primera escuela de agricultura en nuestro país, pero no se realizó debido a que sobrevino la guerra civil.
Continúa su inspección y en todas partes deja huellas de su paso, creando escuelas, uniformando la enseñanza por el reglamento y el "Sistema Sastre", e implanta horarios de clase.
En cuanto a disciplina, proscribe el uso de la palmeta, la cual no se había abandonado del todo y prohíbe las penas afrentosas a los alumnos.
Las escuelas carecen de libros, y crea las bibliotecas escolares.
En la mayoría de los casos los libros de enseñanza no eran adecuados a la mentalidad infantil de nuestro ambiente, o no los había y Marcos Sastre llena esos vacíos con sus propias obras.
Así, faltaba un método conveniente de caligrafía y escribe su "Método ecléctico" necesitaban una Aritmética y él compone sus "Lecciones de Aritmética". Falta un texto sencillo y breve de gramática y Marcos Sastre publica "Lecciones de Gramática Castellana". Y así, sus libros fueron escritos uno a uno para ir llenando necesidades apremiantes.


Después de cinco años de ímprobas tareas tiene al fin la satisfacción de expresar en su informe lo siguiente :
"Era preciso crearlo todo, el banco, el libro, el discípulo y el maestro, era indispensable estimular al niño, hacerle amar la escuela e inspirarle la obediencia; no era menos necesario improvisar preceptores, ofreciéndoles un sistema de enseñanza sencillísimo y métodos al alcance de los más ignorantes.
"¡Y todo esto se ha hecho, señores del Consejo!"
Estas breves y sencillas palabras sintetizan su gigantesca obra.
"Tenemos organizada con elementos propios, agrega, la enseñanza primaria de nuestros hijos. Desde el bufete en que se coloca al niño y el silabario en que aprende a leer, hasta el libro que le inspira amor a Dios, a la virtud y al trabajo, y el que enseña o su maestro de qué modo lo ha de educar para la tierra y para el cielo, como cristiano y como ciudadano; textos, métodos, régimen y doctrinas, todo es argentino".
He ahí realizado su ideal, poseer elementos exclusivamente argentinos, para la educación pública. Todo es obra suya. Y errando la envidia pretende herirle, su alma se entristece; tiene palabras de amargura, pues tal compensación recibe después de cruentos sacrificios por la cultura del pueblo.
Veamos su justo reproche: "En vano se han dirigido contra mí solo todos los golpes de una injusta crítica, como si yo hubiera sido el director o el árbitro en la organización de las - escuelas, siendo así que como Inspector he ocupado siempre un puesto secundario bajo la dependencia del Jefe del Departamento y del Gobierno; y si éstos han tenido a bien aprobar y aceptar mi sistema de enseñanza, mis textos y todos mis trabajos, ha sido porque veían en ellos el fruto de treinta y más años de estudio y de práctica, y porque los juzgaban superiores a los que nos habían legado y nos brindaba la madre patria".
Más adelante agrega: "...la vocinglería que se ha levantado contra la adopción de los numerosos textos del Inspector General de las Escuelas, es hija de la ignorancia y tiene por padre un sentimiento menos puro que el amor a la ilustración".
El hombre al elevarse sobre el nivel común de la gente, proyecta la inevitable sombra de su figura. Ella oscurece a los incapaces de surgir y los convierte en implacables enemigos.
Marcos Sastre sufría esa consecuencia de sus triunfos.
En 1865, nombrado Director de la Escuela Normal que, por segunda vez acaba de fundarse, emprende la ardua obra de su organización; Santa Olalla, el Sub-Director, le dificulta la tarea; y, por otra parte, un decreto del Gobierno le coloca en la alternativa de renunciar a la propiedad literaria de sus obras, o al puesto de Director que ocupa. Se decide a esto último y envía su renuncia con expresiones dignas del filósofo que menciona:
"Al volver a retiro, después de veinte años de consagración a la enseñanza, para continuar siempre en la obra de la ilustración del pueblo, que ha sido la ocupación principal de toda mi vida tengo que suplicar a V.E. haga efectivas las disposiciones vigentes y al amparo de las leyes contra la cábala que intenta aniquilar el legítimo producto de mis trabajos didácticos; único recurso que me queda, y único legado que podré dejar a mi familia. Mas, si aún ese me faltase por el triunfo de la maldad, todavía podré decir a mis doce hijos lo que Séneca, despojado y sacrificado por Nerón, dijo a sus deudos al morir: "Os dejo el único bien que me queda -el ejemplo de mi vida".
Maestro de verdadera vocación, Marcos Sastre amó la niñez con ternura, quiso para ella la escuela higiénica, grande, hermosa llena de aire y de luz, con calefacción en el invierno.
"También convendría, dice, que en las, nuevas construcciones se descuide menos de lo que se ha hecho, la ventilación y calefacción en los salones. Aunque es benigno nuestro clima, hay sin embargo días de invierno muy rígidos".
Deseaba que todas las escuelas estuvieran rodeadas de ángeles.
En cuanto a los maestros, tiene para ellos las mayores consideraciones; quiere su perfeccionamiento y el respeto público por su alta y delicada misión. Solicita se les asigne una retribución honorable, pues la precaria asignación mensual no les permite mantenerse en el rango que les corresponde frente a sus alumnos.
"Uno de los mayores obstáculos para el buen éxito de la enseñanza, dice, es la falta de consideración, la poca importancia que se da a las personas que se consagran a este ministerio. Sin consideración no hay influencia; y sin influencia, ¿Cómo dar impulso a una obra enteramente moral, como la educación ¿Cuál será la influencia del preceptor sobre el espíritu de sus alumnos, si no goza de una posición honorable, sin los padres hablan con desdén del maestro en presencia de sus hijos, si lo tratan como a un mercenario que juzgan demasiado pagado para lo que hacer ¡Tal es sin embargo, la injusticia, y tal la torpeza de la mitad de los padres de familia; tal la injusticia de la Sociedad en general que debiera por interés de ella propia, llenar de consideraciones y comodidades a los hombres virtuosos que se consagran a la misión tan sagrada y grave como ardua y penosa de la educación Y ¿acaso no contribuye a esta injusticia y depresión la ley misma, por la escasa asignación con que retribuye los importantes y honorables servicios del preceptor?
La escasa remuneración que se da a los institutores es de un sombrío presagio, y es el único obstáculo real con que tiene que luchar la causa de la educación. Necesitamos para nuestras escuelas hombres capaces, dignos por su inteligencia y moralidad de que se les confíe la juventud. Paro conseguirlos es menester recompensarlos generosamente y rodearlos de la consideración y el respeto que merecen. Las funciones del institutor deberían ser consideradas y remuneradas como las más arduas y las más honorables de la Sociedad.
Marcos Sastre pide se les de la jubilación a los maestros para asegurarles la tranquilidad en la vejez, dice así :
"También contribuiría sobremanera a relevar la profesión de la enseñanza, a estimular a los que la ejercen, y hacer más llevadera su ingrata tarea y privaciones; una pensión de retiro que pusiera los días de la vejez al abrigo de la indigencia.
"Ya que no hay para ciudadanos tan virtuosos y beneméritos ninguna perspectiva de fortuna ni de honores en su modesta carrera, tengan al menos el consuelo de ver un término a sus fatigas, y asegura-do el sustento y el descanso en los últimos días de su vida.
"Siempre he insistido e insistiré siempre sobre la necesidad y el deber en que están los que dirigen los destinos de los pueblos, de preparar dignos institutores para el pueblo y retribuirlos de modo que puedan, siquiera, vivir con el decoro que corresponde a los segundos padres y educadores de los hijos del pueblo. Mi última palabra al dejar el bufete del Departamento de Escuelas, fue una humilde súplica dirigida al Gobierno y a la Municipalidad de Buenos Aires en favor de la instrucción y la debida remuneración a los preceptores; y la última que como Inspector General de las Escuelas os dirijo a vosotros, señores del Consejo, es la misma súplica; porque sin buena retribución y sin instrucción profesional no puede haber buenos maestros; sin buenos maestros no hay buena educación; y la educación sino es buena, es perversión".
Marcos Sastre dio sabias orientaciones a la enseñanza primaria, fomentó la instrucción cívica, asegurando que la falta de ella es el mayor obstáculo para el mantenimiento de la democracia; y que no debe existir una sola escuela donde no se enseñen los principios políticos que nos rigen.
"La enseñanza pública primaria, dice, en ninguno de sus grados ha atendido hasta ahora a la instrucción política de los que algún día tendrán que ejercer las importantes funciones que les asigna la democracia.
"El sistema republicano que nos rige pone en manos de los pueblos su propia felicidad ; luego es de absoluta necesidad que cada individuo comprenda ese admirable mecanismo social donde. cada uno coopera e influye sobre la felicidad seguridad de todos, asegurando de ese modo la suya propia. No debería salir de las escuelas ningún alumno sin el conocimiento de la organización política de su país y de los deberes y derechos del ciudadano argentino".
Entre otras cosas agrega Marcos Sastre:
"La señal más distintiva, más característica de la época presente, en todas las naciones civilizadas, es la regeneración de las masas populares, antes humilladas, envilecidas, reducidas a la condición del bruto. Hoy por doquiera, más o menos, se las ve entrar por la educación a la vida racional, elevarse a la dignidad propia del hombre. El reconocimiento gradual de sus derechos, la difusión creciente de los medios de progreso y bienestar, hace hoy surgir del seno de todas las naciones cultas una nueva influencia, la mus legítima de todas: LA INFLUENCIA DEL PUEBLO; un nuevo poder, el más irresistible y benéfico para la felicidad de todos: EL PODER DEL PUEBLO.
"Empero, que no olviden los institutores, que no pierdan de vista las autoridades encargadas de propagar y dirigir la educación popular que ésta sin la base de la religión, no hará mas que exaltar el egoísmo en el individuo; y en la sociedad producir el caos".
¿Tendrá razón Marcos Sastre? ¿Es que a los pueblos les faltó el sostén poderoso de la fe cristiana? ¿Es que el materialismo arrasó con los altos ideales del espíritu y debilitó sus más preciosos dones? ¿Dónde están, la fraternidad, la igualdad, altruismo, conciencia y honor? Acaso sean solo expresiones antiguas sin aplicación en el presente.
"La instrucción primaria, dice Marcos Sastre, ha llegado hoy a ser el auxiliar indispensable del progreso de todos los intereses materiales de la civilización moderna. En presencia de este movimiento poderoso que impele a la sociedad hacia las ciencias positivas, hacia los intereses puramente materiales, es necesario hoy más que crítica, para impedir que se pierda con la corrupción del egoísmo, fortificar en la niñez el principio religioso y desenvolver el sentimiento del deber".
"Sin la educación moral no hay educación posible".
"Encaminar al niño por el sendero de la virtud, agrega Marcos Sastre, por medio de la enseñanza de las verdades y de las prácticas cristianas, es el deber principal y más importante del maestro de instrucción primaria. Para llenarlo debidamente es condición indispensable, que él mismo ame y practique la virtud y esté animado de una fe viva e ilustrada, porque convencido de las doctrinas que enseña; ilustrará e inflamará fácilmente el alma de sus discípulos; mientras que en el caso contrario, la frialdad del preceptor y su mal ejemplo harían infructuosas sus lecciones".

Compañero inseparable de los libros, Marcos Sastre, ya en sus últimos años volvió a instalar una librería en la Plaza 6 de Junio, después Arenales, la que trasladó en 1880 a Belgrano para continuar propagando "libros escogidos, a ínfimos precios".
"Con los años, dice Carlos M. Urien, don Marcos Sastre había adelgazado mucho, pero no obstante el peso de los mismos, llamaba la atención aquel anciano de pelo blanquísimo, cuya calva dejaba lucir el brillo exterior de la bóveda craneana y que un tanto nervioso andaba, siempre de prisa".
"Aquel señor Sastre propagador de toda buena doctrina, a quien mucho debían los hombres de su generación y jóvenes que acudían a las escuelas, era un espíritu selecto y un cultor de las bellas letras, elegante y fino como un ateniense".

Marcos Sastre no abandonó jamás la pluma y en la postrimería de su vida escribió su último libro: "Lecciones sobre objetos" de ochenta capítulos y trescientas páginas, destinado a la enseñanza intuitiva.
Este último trabajo agotó sus fuerzas debido a su avanzada edad. Le produjo una. fuerte hemorragia nasal, que al repetirse le causó la muerte.
Falleció a los 78 años de edad en su quinta de Belgrano, calle "Primera" entre Necochea y Pavón, el 15 de Febrero de 1887, cuando era Vocal del Consejo Nacional de Educación; cargo que desempeñaba desde el 9 de Enero de 1882.
Dejó catorce hijos, doce de su primer matrimonio y dos del segundo. Los últimos una niña de seis años y un varón de tres. Con estos menores, quedó su viuda pobre.
El gran maestro supo educar a sus hijos con el ejemplo de una vida austera, llena de amor a la patria, a su hogar y de perseverancia en el trabajo; practicando los más sabios preceptos que le dieron a él salud y fortaleza admirables.
Al fallecer Marcos Sastre, el Consejo Nacional de Educación le rindió justo homenaje.
De la sesión NP 15 del 17 de Febrero de 1887 se labró la
siguiente acta :
"Abierta la Sesión a las 12 m. y después de recordarse por los miembros presentes los altos méritos contraídos por el señor Marcos Sastre en la enseñaza de que fue apóstol constantemente y fervoroso, el Consejo, lamentando su pérdida y en el deseo de tributar justo homenaje a sus dilatados servicios, dictó la siguiente resolución: El Consejo Nacional de Educación, resuelve que la escuela graduada del primer distrito de la Capital (Esmeralda) lleve en adelante el nombre de "Escuela Marcos Sastre", debiéndose colocar su busto en mármol, en el salón principal del establecimiento".

Justo homenaje a Marcos Sastre, pero pobre comparado con su obra, de tanta trascendencia para el bien de la Patria.
El fundador del Salón Literario, germen de la Asociación de Mayo y en "definitiva del programa de la Organización Nacional de 1853" yergue su figura junto a las de Echeverría, Gutiérrez y Alberdi.
Si su acción fue modesta no por ello es menos importante y patriótica.
El hombre que Sarmiento encontró para levantar la instrucción pública de la postración en que se hallaba, el hombre a quien aquél aprobó siempre sin objeción todos sus proyectos, debiera tener un sitio honroso también a su lado, en la gratitud popular.


María del Carmen ALONSO DE D'ALKAINE
Maestra de la Escuela No 14 del O. E. 19º

Buenos Aires, Junio 20 de 1941.


OBRAS DE MARCOS SASTRE

"Plano topográfico o croquis coloreado de la ciudad de Santa Fe". - (República Argentina). En que están trazadas todas sus casas con distinción de los techos de paja, teja y azotea, sus templos y edificios públicos, en 1824. Por el estudiante de Latinidad, D. Marcos Sastre.
"La Felicidad". - Disertación pronunciada en la Universidad de Córdoba por el estudiante D. Marcos Sastre, Bedel del aula de Filosofía. Primer discurso en castellano que se oyó en las aulas de la célebre Universidad de Córdoba (1827).
"Compendio de historia sagrada de Lhomond con un diccionario latino-español", por D. Marcos Sastre, Oficial Mayor de la Secretaría del Senado, Montevideo 1832. Adoptado desde su publicación para los estudios universitarios de Montevideo y en la Universidad de Buenos Aires. El Gobierno Nacional (administración Mitre) lo declaró texto obligatorio para las Universidades y Colegios de la Nación.
"Ojeada filosófica sobre el estado presente y la suerte futura de la Nación Argentina". - Discurso inaugural pronunciado por D. Marcos Sastre, fundador del Salón Literario en Buenos Aires, año 1837.
"De la cría de las ovejas y refinamiento de las lanas", por Clausz, traducida del alemán en elaboración por D. Marcos Sastre, (1837 ).
"Cartas a Genauria". - Obrita que Marcos Sastre hizo imprimir secretamente, durante la tiranía de Rosas, como testamento y último adiós a su familia y a su patria. Buenos Aires, 1840.
"Discurso sobre la educación pública". - Por D. Marcos Sastre, Subdirector del Colegio Republicano, Notable disertación dividida en siete partes: 1° Exordio, 2° Necesidad de una educación nacional, 3° De la educación en general, 4° Educación Física, 5° Educación Moral, 6° Educación intelectual e Instrucción, 7° Epílogo.
El presbítero doctor don Francisco Magesté, director del expresado Colegio, presentó el Discurso del señor Sastre al gobernador Rosas para obtener su aprobación, la cual no fue acordada. Después de la caída del dictador, en 1851, el doctor don Valentín Alsina, Ministro de Gobierno, lo encontró entre los papeles del Ministerio, y tuvo la atención de devolvérselo al señor Sastre, acompañado de un pliego de observaciones autógrafas de don Nicolás Mariño, redactor de la "Gaceta de Buenos Aires". (1845).
"Reglamento del Colegio Republicano de Buenos Aires", por su subdirector don Marcos Sastre, Buenos Aires, 1846. Este fue el primer Reglamento que tuvo aquel colegio, en cuyo programa, por primera vez en el país, se introdujo la enseñanza de la Higiene, que fue desempeñada por el señor Sastre.
En el Colegio Republicano fue donde se hizo el primer ensayo del nuevo método de lectura del señor Sastre, conocido con el nombre de Anagnosia. (Buenos Aires, 1846).
"Anagnosia" o "Verdadero Método para enseñar y aprender a leer con facilidad, inspirando a los niños afición a la lectura y amor a la virtud y al trabajo", por D. Marcos Sastre.
La primera publicación fue en el año 1848, en la provincia de Santa Fe, adoptada para las escuelas por el gobernador, doctor don Pascual Echagüe. La segunda edición se hizo en Entre Ríos en 1850, por su gobernador, el general don Justo José de Urquiza. La tercera fue hecha en 1852 a expensas del gobierno de Buenos Aires, administración del doctor don Vicente López por elección "motu propio" del ministro de Instrucción Pública, doctor don Vicente Fidel López.
El gobierno del doctor Obligado, ministerio del doctor don Valentín Alsina, decretó la adopción de la Anagnosia como único método de lectura en las escuelas públicas, a consecuencia de la recomendación espontánea del doctor don José Barros Pazos, Primer director de las Escuelas en la provincia de Buenos Aires.
"Bufetes de escuela". Escritorios para niños (vulgarmente llamados bancas, clases), inventados y propagados en el país por don Marcos Sastre, desde 1850, mucho antes de venir los bufetes o bancas norteamericanas, sobre los cuales obtuvo la preferencia el invento argentino.
En 1871 se presentó en la Exposición Nacional de Córdoba un modelo de dichos bufetes. El inventor no pidió privilegio ni retribución alguna dejando enteramente libre la construcción de los bufetes de escuela.
"Ortografía completa". "Que enseña a escribir correctamente sin el conocimiento de la etimología de las palabras ni el uso del diccionario", por don Marcos Sastre. Buenos Aires (1856).
Obra nueva y original en que por primera vez se determinan y demuestran los principios y reglas de la Lengua Castellana para que todos puedan escribir correctamente sin necesidad de averiguar el origen de las voces ni el uso de los escritores, ni consultar el diccionario.
Con respecto a su obra, dice Marcos Sastre: "Este tratado es un fragmento del curso de estudios que yo había meditado para la enseñanza de la Lengua Nacional en la Escuela Normal de Buenos Aires, fundada en 1852, en que desempeñaba el cargo de regente. Durante la existencia efímera de aquella institución dicté estas lecciones de ortografía, combinadas con las nociones indispensables de ortología; y cuando ya me fue permitido emplearlas para la enseñanza oral, serían útiles bajo otra forma, porque nos falta un libro en que se expongan con claridad las reglas del arte de escribir correctamente".
"Hoy puedo cumplir mi intento publicándolas"...
"¡Ojalá, este pequeño trabajo, fruto de prolijas investigaciones, corresponda a sus nobles aspiraciones... !"
"Vocabulario Ortográfico". "Complemento de todos los diccionarios de la lengua castellana que comprende todas las voces de escritura dudosa pertenecientes a la Historia, la Mitología, la Biografía, la Geografía y el Idioma en general, con expresión de todos los tiempos e inflexiones irregulares de los verbos y Cotejo de todos los parónimos", por Marcos Sastre. Buenos Aires (1856). El autor terminó esta obra en San Fernando, septiembre de 1855.
"Reglamento de las escuelas públicas de varones" de la provincia de Buenos Aires, por su inspector general don Marcos Sastre, aprobado por el jefe del Departamento General de Escuelas don Domingo Faustino Sarmiento en 1857.
"Lecciones de gramática para la enseñanza primaria", por el señor don Marcos Sastre, Inspector General de las Escuelas del Estado de Buenos Aires, adoptadas para la enseñanza pública, por el jefe del Departamento de Escuelas. Buenos Aires (1857). En este libro el autor emplea la forma diálogo-expositiva.
"Reglamento general para las escuelas de educación primaria en el estado de Entre Ríos", por don Marcos Sastre, Inspector General de Enseñanza Primaria. Concepción del Uruguay 1859. Este fue el primer Reglamento que tuvieron las escuelas públicas en Entre Ríos.
"Anuario de agricultura, economía doméstica, higiene, artes, oficios, lecturas amenas", en dos volúmenes que comprenden desde 1860 hasta 1865. Es el primer almanaque de este género publicado en el país.
"El nuevo grigera" o "Manual de agricultura y secretos
industriales", (1861). La práctica agrícola de este Manual es extensiva a todas las llanuras de este lado de los Andes, comprendidas entre los 30 y 37 grados de latitud: Buenos Aires, Entre Ríos, Santa Fe, Córdoba, San Juan, San Luis, Mendoza y la República del Uruguay. El señor Marcos Sastre da en su Manual de Agricultura reglas especiales para la horticultura y arboricultura de las islas que forman el Delta del río Paraná, que así por los frecuentes riegos de las mareas como por su prodigiosa feracidad, requieren un cultivo diferente del de las demás tierras.
"Reglamento de la Biblioteca Popular de San Fernando". La Primera Biblioteca Popular de la Provincia de Buenos Aires, ha sido la que se fundó en 1862 a indicación del señor Sastre, en el pueblo de San Fernando de Buena Vista, por su vecindario y Municipalidad con la cooperación del gobierno.
"El Talismán de 0romana" o "La felicidad". Imitación de los cuentos persianos. (Buenos Aires 1862).
"Guía del preceptor", precedida de una apología de la obra por los señores don Félix Frías y don Bartolomé Mitre.
"El Guía del Preceptor debe ser el vademecum de los maestros; en él encontrarán estos una fuente pura donde beber preceptos y reglas de enseñanza para mejorar la instrucción que les está encomendada". (El Brigadier General don Bartolomé Mitre dice en "Los Debates". (Buenos Aires 1862).
"Curso de la lengua castellana". (Buenos Aires 1862).
"El señor Sastre nos ha ahorrado un trabajo ímprobo que yo debía tomarme, dice don Benito Hortelano de su Manual de Tipografía," su excelente curso de la lengua castellana reúne todo cuanto se puede apetecer y lo recomiendo a todos los que quieran hablar y escribir con propiedad la lengua castellana.
"Don Marcos Sastre ha prestado un servicio inmenso al idioma de Cervantes, y levantado un monumento para gloria y honra de su patria".
Valiosa obra, fruto de profundos estudios.
"El decálogo de la fortuna" o "Reglas de conducta para enriquecerse". Comentado según la letra y el espíritu de Franklin y de Barnum. (Buenos Aires 1863).
"Instrucciones para la construcción de los edificios para escuelas". (1864). La primera escuela pública construida en la campaña de Buenos Aires ha sido la de la villa del Baradero, promovida y planteada por el señor Sastre en 1858. Es la única escuela que se ha hecho de dos pisos y la más capaz de todas las construidas hasta hoy (1871), puesto que cada cuerpo del edificio puede contener hasta trescientos alumnos. En la erección de este espacioso edificio se han consultado todas las condiciones higiénicas y pedagógicas prescriptas por la ciencia, que son las mismas de las "Instrucciones para la construcción de los edificios para escuelas", que el señor Sastre hizo circular luego que fue nombrado jefe del Departamento de Escuelas".
"El señor Sastre inició en el Baradero (en 1858) la idea de fundar una escuela en que se realizara el ideal norteamericano: la educación común. La Municipalidad y los vecinos aplaudieron el pensamiento; la primera votó grandes sumas con este objeto, y acordó (por indicación del señor Sastre) que se enseñaran en ella los principios de la Agricultura, y que en un terreno que donó al efecto, se estableciera una Quinta Normal".
"El gran edificio de las Escuelas de Baradero consta de dos pisos; el bajo como el alto, tienen dos grandes salones, con techos de bóveda y paredes dobles, que miden 18 varas de largo por 12 de ancho...
"El pasajero que pisa el puerto del Baradero se sorprende al descubrir sobre una de las barrancas que dominan el Paraná, un edificio que por su construcción se asemeja más a un Lazareto que a un Templo, porque se comprende que sus fundadores han buscado en aquella altura, a la vez que los encantos del paisaje, la pureza de los aires y la higiene de una ventilación continuada. Es un precioso monumento..." (D. Santiago Estrada, Inspector General de Escuelas, en su informe de 1867).
"La educación popular en Buenos Aires". Memoria presentada al Consejo de Instrucción Pública por el Director e Inspector General de las Escuelas don Marcos Sastre, socio del Instituto Histórico-Geográfico, de la Sociedad de Amigos de la Historia Natural del Plata, y del Instituto Oriental, miembro del directorio del Círculo Literario, presidente de la Sociedad Propagadora de la Enseñanza Primaria, director fundador de la Escuela Normal y autor de varias obras de educación, etc. Buenos Aires (1865 ) .
"Mapa del Gran Delta del Río de la Plata, el Paraná y el Uruguay". (1867). Este mapa es el que acompaña al Tempe Argentino.
"Lecciones de ortografía". Compendio de la Ortografía Completa para las escuelas, con las reglas de la Academia Española, con una lista de los parónimos y de las voces de ortografía viciosa generalmente usadas en América. 1868.
Sin el auxilio de las nuevas reglas ortográficas de este tratadito no es posible escribir correctamente sino a fuerza de práctica y del uso del diccionario, porque los autores españoles no se ocupan en deslindar el uso de la ll y la y, la z y la s, que se confunden en la pronunciación general del país. Da además reglas claras y completas para el uso del acento ortográfico.
El gobierno de Buenos Aires (administración del Dr. Adolfo Alsina, ministerio del Dr. D. Ignacio Núñez) remuneró al señor Sastre con la suma de 30.000 pesos por la Ortografía completa y este compendio, y desde entonces es libre su reimpresión.
"Selección de Lecturas para la Niñez". Serie de lecturas para la infancia de la cual dice el Dr. D. Miguel Esteves Saguí en su Informe al Congreso de Instrucción Pública, que ellas son: "Ejemplos morales, acciones que estimulan a la imitación por la impresión viva que en los corazones tiernos producen siempre".
"Método Ecléctico de Caligrafía Inglesa". Cada colección consta de treinta y cinco muestras colocadas en diez cartones. Este método de escritura fue adoptado por las escuelas públicas por don Domingo F. Sarmiento, quien mandó hacer su primera edición a expensas del Estado, siendo jefe del Departamento de Escuelas.
"Consejos de oro sobre la Educación", dedicados a las madres de familia y a los institutores, por don Marcos Sastre. Este verdadero libro de oro, según la expresión del doctor Requena, encierra toda la ciencia de su autor en materia de educación. Puede decirse que es el Evangelio de D. Marcos Sastre.
"El Tempe Argentino" o "El Delta de los Ríos Uruguay, Paraná y Plata", por D. Marcos Sastre. La prensa del Río de la Plata saludó con unánime aplauso la aparición de "El Tempe Argentino" que formaba el tomo V de la Biblioteca Americana. Además gran número de escritores le han dedicado artículos especiales, relevando sus bellezas literarias y haciendo conocer el mérito científico de la obra; Magariños Cervantes, Juan M. Gutiérrez, Mitre, E. G. Gordon, J. T. Guido, P. Huergo, los canónigos Piñero y Vázquez, D. Hudson, Favier, Legout, Poucel, Hutchinson Perkins, Leybold y otros han sido sus apologistas.
El gobierno de la provincia de Buenos Aires (administración del Dr. D. Valentín Alsina, ministerio del general Mitre) decretó la adopción de esta obra como texto de lectura, y libro de premio para las escuelas públicas.
"Catecismo de la Doctrina Cristiana por el P. Astete". Arreglado a la nueva forma diálogo-expositiva por D. Marcos Sastre, con aprobación eclesiástica. 1870.
"Catecismo en Verso". Adaptado a la enseñanza primaria. Con aprobación eclesiástica. 1870.
"La Anagnosia en seis Cuadros Murales". Para la cual se mandó hacer una fundición especial de tipos, 1870:
"Lecciones de Aritmética", para las escuelas primarias. Contiene el sistema métrico y enseña la contabilidad comercial con las pesas y medidas comunes sin necesidad de quebrados. 1871.
"La Cartilla Antigua" expurgada de sus errores ortográficos. Por el autor de la Anagnosia. 1871.
"Reglamento de las escuelas Municipales de Varones y de Ambos Sexos de la Ciudad de Buenos Aires". Presentada por su director D. Marcos Sastre y sancionado por la Municipalidad. (Buenos Aires 1871).
"Horario de las Escuelas Municipales de Varones de la Ciudad de Buenos Aires". 1871. Este horario, presentado en un cuadro sinóptico, abraza el "Sistema Sastre" de enseñanza primaria en todos sus detalles.
El "Sistema Sastre" de enseñanza y los métodos y textos que lo completan, han dado los siguientes resultados:
1° La fácil y pronta preparación del maestro para dirigir la escuela, aunque sea escasa su instrucción, con tal que tenga buena voluntad.
2° Una afluencia numerosa de discípulos, y la mayor concurrencia diaria posible.
3° El amor de los niños a la escuela, y un vivo interés por sus propios progresos.
4°| El rápido adelantamiento de los alumnos. "A los niños no se les debe someter por demasiado largo tiempo al trabajo, y este mismo ha de variarse en lo posible. El sistema (del señor Sastre) adoptado en este sentido por el Departamento de Escuelas es a la verdad muy benéfico haciendo variar las ocupaciones del niño durante las horas de estudio que su reglamento prescribe", dice el Dr. D. J. A. Wilde en su "Compendio de Higiene pública y privada".
"Horario de las Escuelas Municipales de Ambos Sexos de la Ciudad de Buenos Aires". En la misma forma que el de varones. (1871).
"Lecciones de Geografía". Introducción al primer libro de Smith, precedidas de la Geografía de la República Argentina, por el Dr. Marcos Sastre. Texto aprobado por el Consejo Nacional de Educación. Ilustrado con mapas.
"Programa y Clasificado de la Enseñanza Primaria y Elemental con arreglo al Reglamento de las Escuelas Municipales". Buenos Aires, 1879.
"Programa y clasificación de la Enseñanza Primaria Elemental" presentado a la aprobación del Consejo General de Educación, por el Consejo Escolar de la Parroquia del Pilar en noviembre de 1876.
"Lecciones sobre objetos comunes y educación para guja de las maestras y de las madres de familia". Buenos Aires, 1886.
Entre los muchos elogios que mereció este libro aparece un artículo de "La Nación", octubre 19 de 1886, en el cual se expresa lo siguiente: "El señor Marcos Sastre es un infatigable jornalero: hace más de medio siglo, que trabaja día a día, y en edad octogenaria aún no ha dejado caer la pluma de la mano, que gobierna una inteligencia robusta".
"Contraído especialmente a producir obras de enseñanza ha recorrido toda la escala ascendente de sus estudios pedagógicos, desde el abecedario, la ortografía y la gramática, hasta el libro de lectura de bellas formas literarias, con ideas como "El Tempe Argentino".
"Las Lecciones sobre objetos", consta de 315 páginas, y está ilustrado con tres láminas. Su epígrafe, tomado de "Los Consejos de Oro", del mismo autor, sintetiza su plan: Suministrar pábulo continuo a la actividad de la infancia y satisfacer sus cuestiones con claridad y verdad, es en resumen toda la educación".
"El señor Sastre ha producido una obra original de aplicación, según un plan lógico que no ha hecho sino bosquejar. Su objetivo, como él lo declara, era confeccionar un libro metódico de la "educación física y moral por medio de las Lecciones sobre objetos, a fin de completar en la escuela, la educación del niño comenzada en el hogar". "Este método y también la forma es lo que constituye su originalidad a la que imprime su sello individual la larga experiencia del autor en la educación de sus catorce hijos y en los numerosos colegios y escuelas que ha dirigido".
"Biblioteca Enciclopédica de don Marcos Sastre". Buenos Aires 1871. Se compone de cuatro mil volúmenes, casi todos en pasta y media pasta, y en perfecto estado de conservación.
Abraza las siguientes materias:

I

Bella Literatura. Lenguaje. Oratoria. Estética. Poesía. Mitología. Novelas. Geografía Viajes. Historia. Biografía. Historia Literaria. Bibliografía. Crítica Literaria. Miscelánea.


II

Ciencias. Ciencias metafísicas y morales. Ciencias políticas. Ciencias. Matemáticas. Ciencias Físicas. Ciencias naturales. Ciencias medicales. Ciencias misteriosas o falsas ciencias. Enciclopedias. Polígrafos.


III

Artes. Artes agrícolas. Artes mecánicas e industriales. Misceláneas de artes, oficios e industrias. Bellas Artes.


IV

Libros de Instrucción Primaria:
l° Lectura, Escritura, Gramática, Literatura, Biografía,
Historia, Cronología, Mitología.
2° Geografía, Astronomía, Aritmética, Ciencias Exactas y
Naturales.
3° Historia Santa, Religión, Moral, Urbanidad, Ciencias
Políticas.
4° Higiene, Economía Doméstica y Rural, Agricultura.

"Acabamos de examinar el Catálogo de la Biblioteca que ha servido de columna de fuego y de esperanza al autor de "El Tempe Argentino", en ella pudimos hallar muchas relaciones de la sublime tarea decretada por el siglo XIX a las inteligencias que desean remontarse hasta la altura donde ciernen su vuelo las facultades intelectuales del primero de los educacionistas del Plata".
"Según fuimos informados, el señor Sastre, el viejo amigo de ese tesoro de ciencia, de moral, de poesía, encerrado en su bella Biblioteca, y reflejado en sus veinte libros de instrucción primaria, se ve en la amarga necesidad de vender los cuatro mil volúmenes cuyas clasificaciones dejamos señaladas".
"El Municipio requiere que se planteen Bibliotecas populares; ninguna más selecta ni más apropiada para las mil nobles aspiraciones que germinan en el pueblo, ninguna mejor tal vez, que la ofrecida por el señor Sastre".
"¡Una mirada pues hacia las necesidades vitales de nuestro progreso intelectual, y un recuerdo de admiración al naturalista, al poeta, al mentor de la juventud argentina!" (artículo de D. Francisco López Torres, aparecido en "La Discusión", octubre 27 de 1870).

Esta bibliografía ha sido recopilada por la señora María del Carmen Alonso de D'Alkaine.


EL TEMPE ARGENTINO


CAPITULO I

INTRODUCCION

No lejos de la ciudad de Buenos Aires existe un amenísimo recinto agreste y solitario, limitado por las aguas del Plata, el Paraná y el Uruguay. Ninguno de los que frecuentan el pueblo de San Fernando habrá dejado de visitarlo; a no ser que sea un hombre indiferente a las bellezas de la naturaleza y ajeno a las dulces afecciones. Todo el que tenga un corazón sensible y tierno, lo sentirá inundado de las más gratas emociones al surcar sus plácidas corrientes, bordadas de la más lozana vegetación; se extasiará bajo sus frondosas arboledas, veladas de bejucos, y verá con delicia serpentear los numerosos arroyuelos que van a unirse con los grandes ríos.
En mi infancia, arrancado por primera vez de los muros de la ciudad natal, me hallé un día absorto y alborozado en aquel sitio encantador. Más tarde, en la edad de las ilusiones, lo visité impelido por los placenteros recuerdos de la niñez, y creí haber hallado el edén de mis ensueños de oro; y hoy, en la tarde de la vida, cuando la ingratitud y la perversidad de los hombres han oscurecido la aureola de mis esperanzas, lo he vuelto a visitar con indecible placer; he vuelto a gozar de sus encantos; he aspirado con cierta expansión interior las puras y embalsamadas emanaciones de aquellas aguas saludables y de aquellos bosques siempre floridos. Este recinto tan ameno, ceñido por los tres caudalosos ríos, son las islas que forman su espacioso Delta. ¡Quién pudiera describirlas!
Una mansión campestre, en un clima apacible, embellecida con bosques umbrosos y arroyos cristalinos, animada por el canto y los amores de las aves, habitada por corazones buenos y sencillos, ha sido y será siempre el halagüeño objeto de la aspiración de todas las almas, en la edad en que la imaginación se forja los más bellos cuadros de una vida de gloria y de ventura. Y después de la lucha de las pasiones, de los combates de la adversidad y los desengaños de la vida, en los términos de su carrera, es todavía la paz y el solaz de una mansión campestre, la última aspiración del corazón hermano.
Por eso la tabloza y la lira de los genios de la Grecia consagraron los más bellos colores y armonías para pintar la amenidad de su valle del Tempe; y por eso también serán algún día celebradas por los ingenios argentinos y orientales, las bellezas y excelencias de las islas deliciosas que a porfía acarician las aguas del Paraná, el Plata y el Uruguay, y que situadas casi a las puertas de la populosa Buenos Aires, se encuentran solitarias y sin dueño.
Mil sitios habrá en el globo más pintorescos, por las variadas escenas y románticos paisajes con que la naturaleza sabe hermosear un terreno ondulado y montañoso; pero ninguno que iguale a nuestras islas en el lujo de su eterno verdor, en la pureza de su ambiente y de sus aguas, en la numerosidad y la gracia de sus canales y arroyuelos, en la fertilidad de su suelo, en la abundancia y dulzura de sus frutos.

CAPITULO II

UN PASEO POR LAS ISLAS

Sencilla es mi canoa como mis afectos, humilde como mi espíritu. Ella boga exenta y tranquila por las ondas bonancibles sin osar lanzarse a las olas turbulentas del gran río. Bien ve las naves fuertes naufragar, bien ve los floridos camalotes fluctuantes, que separados de la dulce linfa natal, al empuje de las corrientes, vagan acá y allá, ora batidos y desmenuzados contra las riberas, ora arrebatados por el océano de las aguas amargas hasta las playas extranjeras.
¡Paraná delicioso! Tú no me ofreces sino imágenes risueñas, impresiones placenteras, sublimes inspiraciones; tú me llamas a la dulce vida, la vida de la virtud y de la inocencia, ¡Cuántos goces puros! ¡Cuán deleitosas fruiciones plugo a tu Hacedor prepararnos en tu seno! En medio de tus aguas bienhechoras, de tus islas bellísimas, revestidas de flores y de frutos; entre el aroma de tus aires purísimos; en la paz y la quietud de la humilde cabaña hospitalaria de tus bosques... Allí, ¡allí, es donde se encuentra aquel edén perdido, aquellos dorados días que el alma anhela!
La leve canoa, al impulso de la espadilla, se desliza rápida y serena sobre la tersa superficie que semeja a un inmenso espejo guarnecido con la cenefa de las hojosas y floreadas orillas, reproducidas en simétricos dibujos. El sol brilla en su Oriente sin celajes; las aves, al grato frescor del rocío y del follaje, prolonga sus cantares matinales, y se respira un ambiente perfumado. Las islas por una y otra banda, se suceden tan unidas, que parecen las márgenes del río; pero este gran caudal de agua que hiende mi canoa no es más que un simple canalizo del grande Paraná, cuyas altas riberas se pierden allá, bajo el horizonte.
A medida que adelante la canoa, nuevas escenas aparecen ante la vista hechizada, en las caprichosas ondulaciones de las costas, y en los variados vegetales que las orlan. A cada momento el navegante se siente deliciosamente sorprendido por el encuentro de nuevos riachuelos, siempre bordados de hermoso verdor; sendas misteriosas que transportan la imaginación a elíseos encantados.
Al paso que se desarrollan las vueltas salientes de las costas, se van descubriendo nuevas abras y canales arbolados, y continuados bosques; no como aquellas selvas vetustísimas, donde los resquebrajados troncos seculares levantan sus copas infructíferas, jamás penetradas por el sol, sofocando bajo de sí toda vegetación, y ofreciendo el reino de la noche y el silencio.
No; sobre este suelo de reciente formación, surcado por una red de corrientes cristalinas que fluyen sobre lechos de flores, se elevan bellos árboles y arbustos que protegen los raudales; coronando sus orillas de óptimos presentes de Flora y de Pomona; bellos árboles variados, de mil formas y matices, que la vista contempla embebecida. Ya separados por familias, o bien, entremezclados forman acá y allá espesos boscajes, interrumpidos por claros espaciosos que dejan gozar libremente de la luz y hermosura de los cielos. Unas veces desplegando libremente su ramaje, se muestran con la fisonomía peculiar a cada especie; otras veces en densos grupos, forman sombríos embovedados; y otras, se encorvan sobre las aguas, oprimidos con la muchedumbre de sus frutos.
Aquí el naranjo esférico ostenta majestuoso su ropaje de esmeralda, plata y oro; allí el cónico laurel de hojas lucientes, refleja el sol en mil destellos; allá asoman sus copas el álamo piramidal, la esbelta palma, el enhiesto aliso y el sauce de contornos aéreos, que mece sus cabellos al leve impulso de los céfiros; más allá los durazneros, de formas indecisas, compiten entre sí en la copia y variedad de sus pintados frutos; y por todas partes el Ceibo florido, patriarca de este inmenso pueblo vegetable, muestra orgulloso sus altos penachos del más vivo carmín y extiende sus brazos a las amorosas lianas, que lo visten de galas y guirnaldas, formando encumbrados doseles, graciosos cortinados y umbrosas frutas que convidan al reposo y al deleite.
Aún los árboles privados de su verdor y de su savia se ven vistosamente adornados de agáricos y líquenes, festonados de bonitas enredaderas, y embalsamados por la flor del aire, planta inmortal que vive de las auras.
Los globosos panales del camuatí y la lechiguana, cual desmesurados frutos, cuelgan aquí y allí doblegando los arbustos con el peso de la miel más pura y delicada.
Si en la edad dorada los troncos y las peñas destilaban los tesoros de la abeja, escondidos en sus huecos, aquí se brindan al deseo en colmenas de admirable construcción, pendientes de las ramas de un arbusto. Y no es la tosca bellota, ni las hayas desapacibles el regalo que ofrecen estos montones, sino las más gustosas y variadas frutas.
En esta agua y vergeles, innumerables peces y anfibios se solazan; y prodigiosa multitud de aves, con el brillo y variedad de sus colores, la gracia y belleza de sus formas, adunan el concierto de sus cantos, con la alegría y viveza de sus giros para acrecer los embelesos del paisaje.
Sigue la canoa de arroyo en arroyo hasta las últimas ramificaciones de las aguas que, ora salen del seno de las islas, ora penetran en él, estrechándose cada vez más, hasta tener que surcar sobre las plantas acuáticas que de orilla a orilla entretejen sus tallos y sus flores. Algunos de estos arroyuelos, cuando ya parece que van a terminarse, desembocan en una cancha dilatada o ancho cauce, produciendo una sorpresa inexplicable. El que surca mi canoa, corre en línea recta como un canal sombreado de árboles cubiertos de bejucos.
Aquí se empieza a oir con el silencio el blando murmullo de las aguas. Las aves han cesado ya en sus cantos. Sólo resuena alguna vez la caída de la capibara que se somormuja con estruendo, y se escucha el arrullo compasado de la tórtola, que con tiernas emociones nos inspira.
Allá a lo lejos se avista entre los sauces una pequeña choza sobre el borde del raudal; es el rancho solitario del carapachayo, el hombre de las islas. Bajo de ese humilde techo pajizo residen el sosiego, el contento y la benevolencia. Aquí es donde se encuentra en toda su pureza la índole suave y el carácter noble de los hijos de la región del Plata, inteligentes, animosos, sufridos, sobrios, generosos y hospitalarios. ¡Con cuánto interés escucha uno las animadas narraciones de estos hijos de la naturaleza! ¡Qué interesante es la descripción de sus exploraciones, del acopio de maderas y construcción de sus jangadas, de la recolección de frutas y de mieles, de sus sementeras, cacerías, pescas y otros ejercicios en que se emplean agradable y útilmente, proveyéndose de lo necesario para una vida frugal e independiente! ¡Con cuánta facilidad y placer se acomoda uno a sus sencillos usos y a su rústico menaje! ¡Cuán gustosamente participamos, al lado de su hogar, del mate aromático, inocente vínculo de la sociabilidad entre los pueblos del gran río! ¡Costumbres puras y sencillas de la patria! ¡Cuánto imperio tenéis sobre un corazón que os idolatra!
Sí; en medio de estas cabañas solitarias, es donde reinan seguridad, la calma y la armonía; bienes debidos, no al freno de las leyes, sino a la influencia de la religión, de la libertad y la naturaleza. Esta madre liberal e inagotable prodiga en estos ríos, y en estos campos, como en el siglo de oro, sus bellezas y sus bienes. Todo parece aquí preparado para las satisfacciones y el bienestar del hombre, sin el trabajo abrumante que por todas partes lo persigue. Todo le induce al fácil cultivo de tan fecundo suelo; todo le inspira el amor a la paz y la confraternidad.
¡Libertad anhelada! ¡Dulce reposo! ¡Deliciosa correspondencia de las almas ingenuas! ¡Placeres puros, bálsamo del corazón! ¡Al fin os he encontrado! ¿En dónde construiré mi humilde choza?. Fluctúo sin resolverme entre tanto sitio encantador, como el picaflor que gira sin decidirse a elegir el ramito de que ha de colgar su pequeño nido.

CAPITULO III

EL RIO PARANA

El río Paraná, el Nilo del Nuevo Mundo, llamado por alpinos el Misisipi de la América del Sud, ha recibido como éste, de los aborígenes, un nombre que expresa su amplitud y magnificencia. Paraná en la lengua guaraní significa padre de la mar, y Misisipi en la de los natchez, padre de las aguas. No parece sino que esos dos pueblos indígenas de los opuestos continentes, hubieran sentido la misma impresión de asombro, al contemplar por primera vez sus grandiosos ríos, para significarla con palabras que en su respectivo idioma exprimen el mismo pensamiento.
Para formarse una idea clara del gran Paraná, sería necesario comprender en su conjunto el vasto sistema fluvial de que él forma el cauce mayor, e inventar un nombre que conviniese a ese gran todo. Por falta de esa palabra, los geógrafos denominan, ya río Paraná, ya río Paraguay, ya río de la Plata, la cuenca principal de esas aguas.
Figuraos un árbol desmesurado, tendido sobre una vasta llanura. Su pie es bañado por las aguas del océano Atlántico del Sud a los 36° de latitud. Con una prolongación de seiscientas leguas, las extremidades de sus ramas alcanzan a los 13° penetrando en Bolivia, en el Brasil, en el Estado Oriental del Uruguay, en todo el norte de la República Argentina, y entrelazándose con las vertientes del caudaloso Amazonas.
Su dilatada copa, tan ancha como elevada, abraza en todas sus ramificaciones una superficie de ciento ochenta mil leguas cuadradas, que encierra los territorios más ricos y los mejores climas de la tierra.
Su tronco de sólo cincuenta leguas de elevación y de base desproporcionada, mide sesenta leguas de anchura en su unión con el mar, y diez en su primera bifurcación formada por sus dos mayores brazos, el río Uruguay y el río Paraná, los cuales tienen por ramas secundarias numerosos tributarios, tan caudalosos como los mayores ríos de Europa.
El Paraná, que es la continuación del tronco, forma con al Paraguay la segunda gran bifurcación, recibiéndole a la altura de trescientas leguas, frente a la ciudad de Corrientes.
El río Paraguay, a la manera del Misurí norteamericano, al unirse al Paraná, parece una prolongación de éste, por la identidad de dirección y su copioso caudal; con todo eso, su concurrente es el que ha participado del nombre del principal, porque como éste, se dilata por entre innumerables islas. Así también el Misurí, aunque mayor que su confluente el Misisipi, no ha recibido el nombre del que le debe la mayor parte de sus aguas.
El río Paraguay, atraviesa de norte a sur los ricos territorios brasileños de Matto Grosso y Cuyabá. Sus numerosos afluentes navegables que bajan del este, facilitan la comunicación con los distritos minerales de oro y diamantes del Brasil, y más abajo con los de la República Paraguaya, abundante en maderas preciosas y en los ricos productos intertropicales.
Sus mayores afluentes del oeste son el Pilcomayo y el Bermejo, que nacen en los Andes, corriendo el primero por el territorio boliviano y el segundo por el argentino y atravesando ambos la vasta extensión del Gran Chaco, desaguan en el río Paraguay, más abajo de la ciudad de la Asunción.
El gran río Paraná que rivaliza en extensión con su afluente el Paraguay, tiene su origen en la Sierra-do-Espinazo, de riquísimas minas de diamantes, al N. 0. del Río de Janeiro, y su dirección general es hacia el S. 0. Es engrosado por varios grandes ríos que recibe del Este, entre los cuales los más notables son el río Grande o Pará, el Tieté, el Paraná-Pané y el Curitibá.
En las fértiles llanuras que atraviesa el Paraná es donde florecieron las célebres Misiones de los Guaraníes, establecidas por los jesuítas.
Mientras corre por los distritos montañosos del Brasil, no es navegable, a causa de sus muchas cascadas y saltos que están más arriba de los pueblos de Misiones, especialmente una llamada el Salto Grande o de Guairá, que merece mención especial, porque es una de las maravillas que dan celebridad a nuestro río.
El Salto de Guairá está cerca del trópico de Capricornio en los 24°. "Es una catarata espantosa, digna de ser descrita por los poetas. El Paraná, que en este paraje puede decirse que está en los principios de su curso, tiene ya más agua que una multitud de los mayores ríos de Europa reunidos. Poco antes de precipitarse tiene cerca de una legua de ancho con mucho fondo. Esta enorme anchura, se reduce de pronto a sesenta varias en un paso peñascoso desde el cual se arroja con tremenda impetuosidad y atronador estrépito, por un plano inclinado de una altura perpendicular de veinte varas. El ruido se oye de seis leguas, y al aproximarse se cree sentir temblar bajo los pies las rocas de la proximidad. Los vapores que se elevan por el choque violento de las aguas contra las puntas de los peñascos que hallan en las paredes y el cauce del precipicio, se ven a la distancia de muchas leguas como grandes columnas de humo; y de cerca forman a los rayos del sol diferentes arco iris de los más vivos colores y en los que se percibe algún movimiento de temblor; además estos vapores producen una lluvia eterna en los alrededores ". "A la inmediación de la catarata el aire está siempre tenebroso; su estruendo causa espanto a las aves; pues en los dilatados y espesos bosques de sus orillas no se ve pájaro alguno y todos los animales huyen despavoridos de aquellos sitios".
Si. la parte superior del Paraná es de una sublimidad imponente, si es impracticable por la multitud de sus cascadas y arrecifes; en el resto de su curso ofrece el carácter opuesto, por su hondura, su silencio, su mansedumbre y la belleza de su lecho sembrado de islas cubiertas de naranjos, de palmeras y una gran variedad de árboles, arbustos y plantas desconocidas.
¡Quién pudiera abrazar de una mirada todo el conjunto de hermosura, majestad y grandeza del Paraná incomparable!.
¡Quién tuviera las alas del cóndor para contemplar desde las nubes, esa inmensa balsa de aguas serenas que reflejan el más hermoso de los cielos, con ese archipiélago prodigioso de innumerables islas de variedad indescriptible! Aparecieran aquellos grupos de verdor, profusamente esparcidos por la planicie cerúlea de las aguas, cual colosales cestas de flores y frutas destinadas a decorar el festín del pueblo venturoso que algún día ha de gozar ¡oh patria hermosa! de tus gracias virginales.
¿A qué compararé el río espléndido? ¿Cómo describiré el más grandioso de los ríos?. Su aspecto es majestuoso, dilatado su álveo, suave su corriente. Los altos buques despliegan su velamen y surcan libremente por su canal profunda y anchurosa. Extiéndese con sus afluentes caudalosos por miles de leguas sin obstáculos, brindando a la industria y al comercio inmensas regiones, las más salubres y fértiles del globo, donde algunos pueblos nacientes abren hoy sus brazos fraternales a todos los pueblos de la tierra.
Aun el maravilloso Nilo, árbitro de la existencia de Egipto, al lado del Paraná quedaría oscurecido. Este como aquél, cada año se espacia por extensas llanuras, aunque la fecundidad que producen sus crecientes es un lujo de la naturaleza, perdido para el hombre en medio de las vastas comarcas que atraviesa, y de las dilatadas y numerosas islas que riega y fecundiza. Sus dichosos habitantes, tan reducidos en número, no disfrutan sino de una porción imperceptible de tantas y tan variadas producciones espontáneas.
Si se emplearan el arte y el trabajo, serían incalculables los beneficios del cultivo de más de cuatro mil leguas cuadradas, abonadas periódicamente por sus aguas.
El Paraná, como el Nilo, se divide en muchos brazos al vaciar sus aguas, y ambos tienen su embocadura en iguales latitudes, aunque en opuestas direcciones.
Su inundación, como la del Nilo, se efectúa en la estación de las lluvias tropicales; no con la violencia de las avenidas de otros ríos, sino por una lenta gradación; de modo que, aunque se eleve muchos pies sobre algunas tierras, los árboles asoman ilesos sus copas por encima de las aguas, cediendo blandamente su follaje a los halagos de la mansa corriente, y todas las islas sumergidas, reaparecen en la bajante con mayor belleza y lozanía.
En un suelo tan ricamente abonado por el poso de las aguas y el detrito de las plantas, la labor se reduce a reprimir la exuberante vegetación de aquella esponjosa mezcla de limo y de mantillo.
¿Y cómo se han de equiparar las aguas turbias y cenagosas del Nilo con las del Paraná, tan saludables y tan puras?. Aquéllas, antes de la creciente se ven casi agotadas e impotables, cuando los cristales del Paraná son siembre copiosos, puros y exquisitos.
¿Ni cómo puede compararse este clima templado y sano, con el caluroso y mortífero de la región del Nilo? El Simoun, tiento abrasador y ponzoñoso, viene cada año a difundir el terror y la muerte por las llanuras del Egipto cubriéndolas de inmensos turbiones de arenas ardientes y de miasmas perniciosos que agostan los plantíos y arrebatan la existencia a hombres y animales.
¡Paraná incomparable! tus escenas son siempre risueñas y de vida, tu verdor es eterno; las lluvias a la par de las crecientes perpetúan la frondosidad de tus riberas y tus islas; nunca empaña el polvo el esmalte de sus frondas ni el brillante colorido de sus flores y sus frutos: jamás el huracán turbó la paz de tus florestas; y si el pampero impetuoso pero benéfico, agita con violencia las ondas del Plata indefenso, apenas frisa tus canales protegidos por la espesura de tus islas, y sólo esparce el bien en tus dominios, depurando los más ocultos senos de tus bosques.
No solamente es admirable el Paraná por lo extenso de su curso, la mole y excelencia de sus aguas, la profundidad y limpieza de su cauce, lo feraz y salubérrimo de sus islas y riberas, la profusión de sus producciones naturales, la benignidad de su temple, y sus inundaciones periódicas, sino también por tantos afluentes navegables que concurren con el Uruguay y sus tributarios a formar el magnífico estuario del río de la Plata, ofreciendo a la navegación y a la agricultura el más vasto y grandioso sistema de canalización e irrigación, que pueda concebir la mente humana. . .
Inmensas soledades, ríos caudalosos, bosques interminables; dilatadas pampas, valles donde rebosa la abundancia, montañas henchidas de tesoros... Las más importantes regiones del continente sudamericano todavía están por habitarse; sus más feraces tierras sin cultivarse; sus mayores riquezas aun están por explotarse.
La nueva tierra de promisión, destinada acaso por el Omnipotente, para el asilo de la libertad y de la dicha ¿será la conquista de la iniquidad y de la fuerza? ¿o el apanaje de la moralidad y la inteligencia? ¿Para quiénes estará reservada después de tantos miles de años?
Tres centurias hace que en medio de este oasis del mundo nuevo, se agita un pueblo valiente y hospitalario, a quien está encomendada su guarda hasta la realización de los altos destinos de esta porción privilegiada de la herencia humana.

CAPITULO IV

EL DELTA

El Paraná, cómo otros muchos ríos, tiene en su embocadura un terreno formado de aluviones y otras causas, que se llama delta por su figura triangular semejante a la letra griega de ese nombre. El Delta del Paraná está comprendido entre varios brazos denominados Paraná de las Palmas, Carabelas, Paraná Miní, y Paraná Guazú, por los cuales desemboca en el río de la Plata. Es un vasto triángulo isósceles envuelto por el Paraná, el Uruguay y el Plata, que presenta a estos dos últimos su base de unas quince leguas, con una altura que no bajará de treinta y cuyo vértice está enfrente de la Villa de San Pedro. Este es el territorio insular que, careciendo de nombre, he querido designar con el de Tempe Argentino.
Dice Ampère que Lyell ha deducido de un cálculo fundado sobre la cantidad de materia sólida depositada anualmente por las aguas, que han sido necesarios sesenta y siete mil años (67.000) para formarse el delta del Misisipi; y que, según Elie do Beaumont, el Delta del Nilo no se ha formado con menos lentitud. Pero estos geólogos discurren bajo la suposición de que en aquellos ríos el alzamiento del terreno sea debido solamente al depósito de las crecientes anuales, ¿Han averiguado de las tradiciones, o en el estudio del suelo, si hubo otras causas más activas para su formación? Tal es la alucinación que a veces produce en la mente del sabio la belleza de una teoría preestablecida, que en la observación no ve, no puede ver más que los fenómenos que concurren a realizarla; quedándose muy atrás del vulgo que puede sospechar, sin gran esfuerzo de meditación, que en un río tan caudaloso como el Misisipi, bien pudieron sus impetuosas corrientes haber acarreado inmensa copia de árboles y tierras, que depositados en su embocadura, hayan acelerado la formación de su gran Delta. En efecto, el mismo Ampère, que visitó aquellos lugares, asegura que cuando se escava en el delta del Misisipí, se encuentran muchas capas de troncos de florestas enteras, amontonadas por lechos sucesivos, las unas sobre las otras, y que en una de esas escavaciones se ha encontrado un cráneo humano. Véase pues, como las mismas conclusiones de la ciencia vienen a desvanecer la pretendida vetustez de los deltas; porque si hay alguna cosa demostrada en la geología, es la poca antigüedad de la raza humana sobre la tierra.
Más, sea lo que fuere de aquella edad fabulosa, para la formación de nuestro delta han concurrido agentes muy activos que rápidamente han estado produciendo su levantamiento y extensión. Aunque, en consideración a la poca fuerza de la corriente del Paraná no se admita la estratificación de leños (de la que tampoco se encuentran vestigios en las excavaciones, aunque no profundas, que se han hecho), tenemos una causa poderosa del incremento de las islas en las dunas o depósitos de tierra formados por las polvaredas o tormentas de polvo; en las cuales muy recientemente M. Bravard ha encontrado la explicación geológica de la formación y fertilidad del suelo de la pampa.
La vegetación lujuriante de las islas de nuestro Delta por medio de sus raíces y el depósito de sus detritos o despojos, las está levantando sin intermisión, lenta pero incesantemente, y la frecuente sumersión producida por la intumescencia del Plata que deposita estratos de limo, es otra causa más aceleradora de su crecimiento, que las inundaciones anuales, en épocas anteriores; pues al presente, por grande que sea la creciente de arriba, nunca alcanza a cubrir las islas del bajo Delta.
El bajo Paraná, ramificado en mil canalizos que entrelazan sus innumerables islas con una red de hilos de agua, cada día detiene su curso y retrocede para acariciar y estrechar entre sus. brazos aquellas hermosas hijas de su seno, a quienes sin cesar acrecienta y enriquece con su abundante légamo y frecuentes riegos . De este cotidiano retroceso de las aguas, ocasionado por los vientos, resulta que todos los canales y arroyos del Delta corren alternativamente en direcciones encontradas, facilitando de tal modo la navegación y los transportes, que no hay sino esperar el momento en que el curso del río sea favorable, para llegar al punto deseado, al solo impulso de la corriente. Así es que aquel celebrado dicho de Pascal, que los ríos son caminos que andan, puede aplicarse con perfecta propiedad a esta parte del Paraná, pues que es un camino que conduce a los navegantes hacia rumbos opuestos.
Las valiosas producciones de las islas, que manaron día por día durante siglos, cual ríos de leche y miel, no han bastado para llamar la atención sobre el inagotable venero que las cría. Los habitantes de la. campaña construyen sus casas, cercas, corrales, carros y arados con las maderas de las islas, sin saberlo. El negociante europeo paga con estimación las pieles do nutria y capibara, ignorando quizá su procedencia. La cáscara que suministra el tanino para la curtiembre, la leña con que se proveen las fábricas y el hogar, el sumo refrigerante de la naranja, la exquisita miel, los delicados duraznos, son bienes que se disfrutan en Buenos Aires y en las poblaciones ribereñas de una y otra banda de las tres ríos, sin que se conozca el suelo que espontáneamente los produce. Siglos hace que estas islas preciosas están entregadas al hacha destructora del leñador indolente, y son sin tregua esquilmadas por la ciega codicia del hombre inculto, sin el coto de la ley y sin el correctivo reparador de la industria.
¿Cuál es el país tan afortunado como el Tempe Argentino, cuyos moradores vivan exentos de la pena impuesta al hombre de no gozar sino a costa de sus fatigas los productos de la tierra, sin más trabajo que alargar la mano para recoger los abundantes dones de un suelo feraz y de sus fecundas aguas? ¿En qué país del mundo, como en este nuevo paraíso se ve la industria y el trabajo reemplazados por la misma naturaleza que encargada del abono y riego del suelo, le hace producir las más seguras y abundantes cosechas? ¿Inventó jamás la ciencia un medio tan fácil de comunicación como el de los canales del Delta, donde los buques pueden surcar por opuestos derroteros, sin necesidad de la fuerza de los brazos, de los vientos, o el vapor?
La tan celebrada fertilidad de Egipto, debida a las inundaciones del Nilo, además de requerir la concurrencia del arte en la construcción de lagos y canales, está sujeta a las contingencias de una sequía destructora, cuando faltan las crecientes; a los inconvenientes de un clima abrasador e insalubre, y a la pena del asiduo trabajo del labrador. Mas en esta región venturosa del Paraná, además de los dones con que nos brinda la naturaleza, la feracidad del suelo será tan constante y perpetua, la fructificación y las cosechas tan seguras como la versatilidad de los vientos que producen el repetido ascenso y descenso de las aguas que lo riegan y abonan repetidas veces en el año.
Tampoco necesita ser removido por el hierro un terreno perfectamente mullido y abonado hasta la profundidad de doce pies; como que todo él es formado del sedimento de las aguas en las crecientes, del polvo de las tormentas y los despojos vegetales y animales, obra de dilatados siglos. En los ribazos formados por los derrumbes, y mejor en una zanja que se practique sobre el terreno, es fácil notar este sistema de formación de las sutiles capas alternadas, una de finísima tierra roja, y otra de ojarasca y detrito, que ofrecen la apariencia del ojaldre.
La parte más profunda del suelo no contiene más que un limo rojizo, y debajo de éste un barro arenoso de color plomo oscuro.
En ningún punto de todo el terreno de estas islas puede encontrarse piedra, ni arena sensible al tacto, ni cuerpo mineral alguno que no haya podido estar en estado de impregnación en las aguas o de suspensión en el aire; porque siendo la formación del terreno obra de la lluvia de un polvo impalpable y del asiento del líquido, y no de violentos aluviones, la suave corriente no pudo arrastrar ni depositar allí, sino las sustancias que puede traer desleídas o flotantes.
Una combinación tan hábil y prolijamente preparada por la naturaleza, cual no podría ejecutarla el arte, es de una actividad vegetativa tan vigorosa, que necesita ser reprimida, y no estimulada; es tan suelta y fofa, que no requiere ser aflojada sino comprimida al pie de los plantíos. Así es que, al desmontar el terreno, conviene dejar las cepas de los árboles, para que la demasiada labor no aumente la exuberancia de la fertilidad que puede ser nociva a las plantas en cultivo.
El sistema de riego, desecación y navegación trazado allí por la mano de Dios, es el más completo que pueda imaginarse. La utilidad y la belleza se ven en él admirablemente combinadas. Nótanse en primer lugar varios canales navegables, capaces de embarcaciones de grande calado, casi paralelos entre sí, que siguen una dirección aproximada a la del cauce o brazos principales dividiendo el Delta en largas zonas; y que entrelazados por otros canales transversales, subdividen aquellas zonas en varias islas de extensión y formas muy variadas. La parte interior o central de cada isla es un bajío o concavidad que constituyen un verdadero estanque de irrigación y desagüe. Desde aquel estanque parten en todas direcciones multitud de regueros o arroyuelos que van a desaguar en el canal que circuye a la isla, formando todos en su curso los más graciosos giros por entre densas arboledas.
En cada inundación se represan las aguas en aquel grande estanque; de modo que aunque baje el río con rapidez, como ordinariamente sucede, queda la isla rebosando y empapada como una esponja, en tanto que se desagua pausadamente por las regueras o arroyitos, entreteniéndose así una constante humedad en el terreno. Estas regueras sirven también para mantener en perpetua comunicación las aguas del estanque interior con las del río, por medio de las crecientes diarias que no alcanzan a cubrir el terreno. Con esta continua renovación se hace imposible la corrupción de las aguas, pues jamás están estancadas ni quietas; ni aun puede tener lugar la fermentación pútrida de los despojos del reino animal, porque las frecuentes inundaciones los entregan a la voracidad de los peces que sobreabundan. Libre así la atmósfera de miasmas que la alteren, e incesantemente purificada y embalsamada por las emanaciones vivificantes de los vegetales, ¿cómo no ha de ser el aire de las islas el más puro y sano que pueda respirarse?
Si el alto Paraná ofrece escenas sublimes de magnificencia y de terror, en sus estruendosos saltos, en la impetuosidad de su corriente, en sus altas barrancas que se desploman en grandes masas a la vista azorada del viajero, en sus selvas tenebrosas y fragosos montes, poblados de tigres, leones, cocodrilos, serpientes ponzoñosas, vampiros sanguinarios y lúgubres buhos, que día y noche atruenan el aire con sus discordantes aullidos; en el bajo Paraná todo es tranquilo, silencioso y risueño.
"La naturaleza (observa Saint-Pierre) no emplea los pavorosos contrastes sino para alejar al hombre de algún sitio peligroso; en todo el resto de sus obras, sólo reúne los medios armónicos". En las plácidas vegas del Tempe Argentino nada hay que se parezca a precipicios, cimas, ni cavernas; su manto de verdura no encubre plantas venenosas ni lo afean abrojos y espinas; los bosques no oponen a su acceso zarzas, matorrales o breñas, ni abrigan fieras o repugnantes sabandijas; en sus aguas ni hay abismos, ni cataratas, ni remolinos, ni torrentes, ni aun oleadas se levantan. Todo allí es apacible, dulce y bello no se oye sino melodías inefables; no se ve sino objetos armoniosos; concordancias de sonidos, simetrías de formas, armonías de colores, de movimientos, de vidas. Las nieblas nunca empañan el hermoso celeste de su cielo; y cuando lo cruzan graciosas nubes, es para embellecerlo con la variedad de sus formas y matices. Y todas estas escenas del cielo y de la tierra, vense primorosamente representadas en el espejo de sus ríos siempre tranquilos. A su vez el follaje que se mira retratado, imita, al soplo de la brisa, el murmurio de las aguas; la calandria remeda a las otras aves; y los ecos del soto repiten el sentido clamoreo del amartelado chajá que llama su compañera.
Este cúmulo de tan dulces emociones imprime en el alma un sentimiento inexplicable de bienestar, que uno cree aspirar en el ambiente; que parece que da a nuestro ser un nuevo espíritu de vida, que trae a nuestra memoria todos los gratos recuerdos, y predispone el corazón para todo afecto tierno.
Siendo en las márgenes de los arroyos, donde la vegetación es más vigorosa, siempre corren éstos por entre frondosas arboledas cubiertas de enredaderas floridas, ofreciendo a la vista encantada, ya una hojosa bóveda, bajo la cual pasa silencioso el arroyuelo, ya una magnífica arcada, ya un sombrío cortinado en forma de gruta, que convida con su belleza y su frescura.
En los arroyos de menor caudal no falta para cruzarlos un puente rústico pintoresco, formado por algún corpulento ceibo caído, pero siempre engalanado con sus penachos de hermosas flores de terciopelo carmesí y un lujoso tocado de lianas. Parece que las aves prefieran para establecer su morada los árboles de las orillas. Entre los nidos más lindos llaman la atención el diminuto del picaflor con sus dos huevecitos como dos perlas, y el del boyero, a manera de una bolsa larga, de un admirable tejido hecho con finísimas pajas o sutiles raíces.
Aunque es constante el silencio de unas aguas siempre apacibles, y lentas en su curso, óyese de vez en cuando un blando susurro producido en un canalizo por el obstáculo de un tronco que oponiéndose a la corriente, forma la única cascada de estos sitios. Pero el silencio del río es frecuentemente interrumpido por el macá que bate la superficie con sus alas y sus remos para ayudarse en su pesado vuelo; por los cardúmenes de peces que azotan las aguas, y por las nutrias y carpinchos que se zampuzan.
Como diariamente se eleva y baja algunos pies el nivel de las aguas de los canales principales, cada día los más pequeños, ora se quedan en seco, ora rebosan; pero los mayores son siempre navegables. Esto hace sumamente fácil la internación y comunicación por todo el espacioso Delta ofreciendo a la industria una ventaja inapreciable, como puede concebirse, suponiendo que todos los caminos de una provincia se transformasen en canales de navegación.
Las tierras más altas y aptas para toda especie de cultivo son las que están a orillas de los canales y arroyos y se llama albardones, cuya anchura varía desde cinco a seis varas hasta cien o más. Por lo general son tanto más extensos los albardones, cuanto mayores son los arrojos que los orillan, y cuanto más distan las islas de la embocadura del río. Desde lo alto del albardón va descendiendo el terreno hasta formar la concavidad o estanque interior que se llama vulgarmente bañado cuando tiene tan poca agua que se enjuta en el estío, y laguna la propiamente tal.
Las tierras más bajas, que son las que forman el fondo de los estanques o bañados, y que deben ser excelentes para arrozales y mimbreras, están todas cubiertas de un perenne yerbazal. En muchas de ellas crecen bien los sauces y deben prosperar todos los árboles acuáticos. La aptitud de las tierras altas para todo género de cultivo, sin que la sumersión perjudique las sementeras, está demostrada por la experiencia de los carapachayos o isleños, que siempre han recogido abundantes cosechas de sus pequeñas huertas, y con ensayos en mayor escala, hechos posteriormente por hombres inteligentes que han empezado a explotar esa mina desconocida de riqueza vegetal. No hay que imaginarse prodigios de fructificación, en cuanto al tamaño de las producciones, como los racimos de la tierra de Canaan que necesitaba cada uno ser suspendido en una palanca entre dos hombres; pero sí, es verdaderamente prodigiosa la multiplicación de los granos y la abundancia de las frutas, y es también indudable que mejoran en calidad y en volumen. El maíz de cuatro mil por uno; y si los vástagos de las cepas gigantescas de la Palestina se plantasen en nuestra tierra de promisión, darían seguramente sus monstruosos racimos.
Las islas de mucha extensión suelen tener tierras elevadas y cubiertas de árboles en el centro de las lagunas, formando otras islas en el seno de cada isla. El descubrimiento de esos montes, jamás hollados por la planta del hombre, es un suceso que colma las aspiraciones, así como constituye la mayor riqueza del carapachayo laborioso, quien dispone como dueño absoluto de las maderas y demás producciones de su hallazgo. Por una convención tácita entre los isleños, es reconocido y respetado el derecho de propiedad en estos casos, mientras el primer ocupante se emplea en la corta o tiene establecido allí su rancho.
¡Misteriosos bosques, apartados asilos, habitados tranquilamente por la tórtola; donde sólo se oyen sus arrullos amorosos y el susurro de las alas del mainumbí o el murmurio de los sinuosos arroyuelos... ! ¡ Apacibles soledades! ¡ Dichoso el que pueda levantar el velo de vuestros secretos encantos; pero todavía más dichoso aquel que los pueda gozar en paz al abrigo de su choza!


CAPITULO V

HABITANTES

Pudiera dudarse de que fuesen habitables unas islas anegadas muchas veces en el año, si el hecho de estar pobladas desde tiempo inmemorial, no demostrara que esas inundaciones no presentan inconveniente alguno. Ni las numerosas ranchadas (así se llaman las habitaciones temporáneas), ni los ranchos estables ocupados por los isleños y sus familias, han sido jamás destruidos por el impulso de las aguas o los vientos; sin embargo de su débil construcción y de verse muchos de ellos anegados con frecuencia, por no haber tenido la precaución de levantar su piso. Por lo general una vara de terraplén para el pavimento de la casa, es suficiente para que no alcancen a bañarlo las mareas más altas. Teniendo todos su embarcación a la puerta, como vehículo indispensable, encontrarán en ella segura salvación, en el caso de una crecida extraordinaria, que nunca puede durar más que la sudestada o el huracán que la produce, sin que haya que temer nada de las olas, porque allí nunca se forman.
Tan desconocido ha estado el Delta para los habitantes de la ciudad, que un escritor distinguido, entusiasta admirador de sus belleza, aun después de visitar algunas de sus islas, creyó que todavía la familia no había establecido allí su hogar. Los viejos nogales, naranjos y parras que se encuentran acá y allá simétricamente colocados, árboles seculares plantados por la mano del hombre, revelan la antigüedad de su morada estable, que remonta a una época anterior a la conquista. Es tradición entre los habitantes de las islas, que los jesuítas tuvieron allí grandes establecimientos agrícolas, y es probable que los primeros cultivadores serían sus neófitos los guaraníes.
Consta de la historia de las regiones, que las islas del Delta en la época del descubrimiento de esta parte de la América, estaban ocupadas por la nación guaraní.
Menos incultos que los nómades habitantes de las pampas, los guaraníes vivían en poblaciones estables, cultivaban sus tierras, cosechaban grandes cantidades de maíz, batatas y otros frutos, y también el algodón, del que sus mujeres tejían las telas necesarias para sus vestidos; hacían inagotable acopio de miel, con lo que, como con el maíz, preparaban la chicha; criaban como aves domésticas, patos, pavos, hocos, gallinetas, yacúes o pavas de monte, araes o guacamayos; y se aprovechaban de la abundantísima pesca y de una gran variedad de animales monteses de carne sabrosa que abundan en estos ríos. En su índole y costumbres participaban del carácter dulce y apacible de la naturaleza que los rodeaba. Su sencillez y hospitalidad jamás se desmintió en su trato y comunicación con los primeros pobladores europeos. Estas bellas dotes las conservan aún sus descendientes que forman la masa de la población del Paraguay y Corrientes, habiendo también conservado su propio idioma. Hasta el día, la lengua guaraní, casi con exclusión de la castellana, es la que se habla en la república paraguaya, en todas las clases de la sociedad.
Como la extensión del Delta es de más de doscientas leguas cuadradas, el corto número de sus habitantes no puede alterar la fisonomía montaraz y solitaria del país. Ellos, además, eligen para establecerse los arroyos apartados de los canales de la navegación general; así que, no es de extrañar que los viajeros tengan aquellos sitios por inhabitados.
En estas nuevas Batuecas existe pues, desde tiempos muy remotos, un pueblo sencillo e inocente, de costumbres patriarcales, donde han reinado imperturbables el orden, la paz y la armonía, sin el apoyo de las leyes, cuya acción no alcanza allí, y sin la intervención del poder público, civil ni religioso, que allí no imperan. "
Veinte años hace que frecuento las islas y trato con sus moradores, sin que jamás haya tenido un sí ni un no con ninguno de ellos; sin que jamás haya presenciado la menor desavenencia, ni escena alguna desagradable. Mi rancho está entre los suyos, bien provisto de útiles de labranza y de jardinería de los más perfeccionados y valiosos; las puertas están constantemente abiertas, quedando todo abandonado días enteros; y nunca ha faltado cosa alguna.
Allí no se usan cerraduras ni trancas en las puertas, nadie osa tomar lo ajeno; el hogar y cuanto hay en él está protegido por la religión de la hospitalidad, la cual sólo permite que el forastero que llega a la choza solitaria, tome de ella lo necesario para su inmediato refrigerio, y descanse en la cama del dueño ausente.
Tales son hasta hoy mismo las costumbres envidiables del Tempe Argentino.
La hospitalidad es el rasgo más característico del isleño, como lo es el de todos los naturales de la campaña en la vasta región a que dan su nombre el Paraguay, el Paraná, el Plata y el Uruguay. Cuando menos civilizados son los indígenas de un país cualquiera, y cuanto menos frecuente es la comunicación ente los diferentes grupos, tanto más vigoroso se manifiesta el sentimiento de la hospitalidad. El ha existido y existe en todas las regiones del orbe, tanto entre los pueblos salvajes, como entre los más morigerados, que se encuentren en esas condiciones de segregación o incultura. No parece sino que la hospitalidad es un sentimiento innato, grabado en el corazón humano por su Hacedor, para conservar la confraternidad entre todos los hombres, y asegurar la sociabilidad, haciendo imposible el asilamiento de los pueblos. Y así como para la perpetuidad de la especie, dio al amor el atractivo del supremo deleite físico: así para asegurar los vínculos de la sociedad universal, acompañó el ejercicio de la hospitalidad de un placer inefable.
Todas las naciones han propendido a fomentar la práctica de la hospitalidad haciendo de ella un dogma sagrado, una ley inviolable. Tanto en la India, como en la Grecia y el Egipto, era una creencia universal el tránsito y permanencia de los dioses en forma humana entre los hombres. Ese viajero, ese peregrino desvalido que llegaba a las puertas de la casa, ¿no podía ser Brama, Osiris, Vicnou, u otra deidad aparecida a los hombres para verlos de cerca y experimentarlos? ¿Que paso más tierno y edificante que el de Filemón y su esposa Baucís, hospedando con la mayor cordialidad en su pobre cabaña a Júpiter y Mercurio disfrazados de peregrinos, que habían recorrido toda la población sin encontrar hospitalidad entre los opulentos y felices de la tierra?
La última religión cristiana, además de consagrar la hospitalidad en el precepto de la caridad, vino, por decirlo así a confirmar aquella tradición antigua, con la verdad de un hecho, el más patético y sublime que haya acontecido jamás entre los hombres: la peregrinación del Hombre-Dios. ¿Quién hubiera dicho a los habitantes del Egipto, que aquella joven bella y pudorosa que con un infante en los brazos llegaba humildemente a sus umbrales en busca de la santa hospitalidad, era nada menos que la madre del Redentor del mundo, y que ese niño era el mismo Dios hecho hombre? Pero no, ellos no necesitaban saberlo para darle el lugar preferente en su albergue hospitalario y prodigarle las más solícitas atenciones de la cordialidad.
En los campos y en las islas del Paraná, del Uruguay y del Pata, como en los pueblos antiguos, el huésped es siempre acogido con respeto y alegría, servido y obsequiado con perfecto desinterés. Diréis que es de su propia conveniencia el ejercicio de la hospitalidad, para cuando llegue el caso de tener a su vez que reclamarla; que la hospitalidad no es más que la aplicación de aquel precepto que proviene de una previsión egoísta más bien que de una generosidad desinteresada: "Haz con los otros lo que quisieras que hiciesen contigo". Bien; por este cálculo no seréis rechazado del hogar, se os proveerá gratis de lo necesario si carecéis de dinero para pagarlo, y se os tratará, en fin, con la frialdad y desconfianza que no puede menos de inspirar un hombre extraño y desconocido. Mas no es esa la hospitalidad del isleño argentino; él os recibe con el cariño de un hermano, de un padre; os introduce al seno de su familia, sin preguntaros quien sois; os cede su propio lecho; os sienta a su mesa con regocijo; parte con vos, sin admitir recompensa, sus escasas provisiones; y todo esto lo hace él, lo hacen su esposa y sus hijos con tan buena voluntad y tanto gusto, que os encontraréis contento y feliz y no podréis dudar que aquellos corazones gozan al serviros, de la más pura satisfacción. He ahí la verdadera hospitalidad, la virtud inspirada por el Cielo.


CAPITULO VI

EL RANCHO

A la margen de un arroyo encantador, a cuatro pasos de su orilla y a la sombra de un grupo de sauces elevados y coposos, una simple estacada en un ámbito de seis varas en cuadro, sosteniendo un techo de paja con paredes formadas de junco o de ramas; tal es el rancho del isleño. Es su obra de pocos días, que dura muchos años. Su mueblaje se compone de un cañizo para dormir, y otro más alto para despensa; una mesa de ceibo; algunos bancos y platos de la misma madera; asador, olla y pava o caldera de hierro, un mate y un saco de camuatí para la sal. He aquí un edificio que con su menaje todo no vale tanto como uno solo de los muebles que el lujo ha hecho necesarios al habitante de las ciudades. Y esa pobre choza con su rústico ajuar, comprende cuanto el hombre puede necesitar para su seguridad y reposo, su comodidad y placer... Pero que no se aloje en ella el que haya llegado a enervarse al extremo de ser más delicado que el picaflor que la prefiere para suspender bajo su alero la cuna de sus hijuelos.
¡Cuán poco necesita el hombre para vivir satisfecho y tranquilo, cuando las necesidades ficticias y las vanidades del mundo no le han hecho esclavo de mil gustos nocivos e innecesarios, de mil ridiculeces, y de un sin número de costosas bagatelas!
¿Qué artesonado puede igualarse a la pompa y hermosura de un grupo de sauces de Babilonia que abraza en su extensa bóveda la cabaña con su patio y el puerto y la chalana y el baño, defendidos del sol por sus ramas colgantes frondosísimas?.
Aún consultando la variedad y delicadeza de los gustos (si se ha de combinar en su satisfacción con la salud) nada de las mesas opíparas se puede echar menos al probar las sencillas preparaciones del fogón de las islas.
Yo hasta ahora no he gustado un plato que supere el odorífero y jugoso asado, que sólo nuestros campesinos saben preparar. Difícilmente la cocina del rico aderezará un manjar tan sabroso como sano y suculento. Para el sobrioy habitante de las islas, el simple té del Paraguay o mate, suple con ventaja para su paladar y su salud, por todos los licores y pociones conocidas. El agua exquisita que corre al pie del rancho del carapachyo bastaría para hacerlo preferible a las habitaciones ciudadanas con todas sus bebidas peregrinas. El agua del Paraná, tan digna de su fama por su excelencia, quizá sea más que todas la panaceas y elixires inventados, para recobrar la salud y conservarla.
¡Oh, que hechicera y agradable es la morada del isleño a la margen del arroyo, al abrigo de los copudos sauces, con su baño delicioso y su chalana! ¡Qué deleitable contemplar las bellezas de la primavera desde su rústico y pintoresco albergue! ¡Qué grato es aspirar el aire vivificante de la mañana, que penetra en el rancho libremente, incitándonos a gozar el bello espectáculo de la salida del sol!
¡Qué encanto escuchar a la alborada el cuchicheo de los nidos y los alegres preludios de los himnos a la aurora que asoma por el oriente! Todavía no se muestran para el hombre señales del alba, cuando bajo su mismo techo se la anuncia la charla bulliciosa de las golondrinas, seguida muy pronto por las tiernas canciones de la tacuarita, y el ruidoso chaqueo del hornero y los gritos del bienteveo repitiendo su nombre. Todas las aves abandonan la espesura que les sirvió de refugio contra los temores de la noche; dejan sin cuidado sus polluelos, y cada una a su modo celebra la vuelta de la luz que les trae la alegría y los placeres! ¡Cuántas de ellas habían pasado con zozobra las horas del sueño de sus hijos, al verlos en peligro cuando el fiero ñacurutú cruzaba por entre las sombras con vuelo silencioso buscando su presa, o el siniestro caburé anunciaba su peligrosa cercanía, con sus lúgubres lamentos! ¡Qué terror cuando sintieran deslizarse por las próximas ramas a la comadreja cargada de su numerosa cría sedienta de sangre, o miraran relucir los ojos del gato-montés vagando por entre los senderos del bosque! Más la luz ha ahuyentado a los rapaces, y traído la tranquilidad y el contento a las cuidadas avecillas. La calandria se remonta por los aires entonando sus inimitables cantos, para anunciar desde el cielo a los dormidos, el nacimiento del sol. El boyero (pájaro tejedor) parece despertar a los ganados con sus silbidos sonoros que imitan la voz humana. El carpintero, sin pérdida de tiempo, continúa a golpe de pico en un duro tronco, la obra laboriosa de su nido; y millares de jilgueros, cantando todos a la vez, aumentan el regocijo de la madrugada con el gracioso desconcierto de sus trinos.
Toda la naturaleza se despierta a gozar el placer de la existencia desde los primeros albores del nuevo día. El verdor del follaje, la frescura de la brisa, la fragancia y belleza de las flores, el susurro de los árboles, la trisca de las aves y los peces, el brillo de la luz sobre las hojas barnizadas por el rocío, y las aguas que centellean con sus reflejos... todo infunde el más puro alborozo, todo embarga los sentidos, y los llena de una deleitación sosegada y pura; todo nos inspira vehementes deseos de fijar nuestro domicilio en la cabaña situada a la margen del arroyo, a la sombra de los elevados y coposos sauces, con su chalana y su baño entre las ramas colgantes y las flores y los pájaros canoros.


CAPITULO VII

ANIMALES UTILES

El hombre se cree autorizado para disponer a su antojo de las obras de Dios; error de su ignorancia, o vana presunción de su orgullo; humos de su antigua grandeza. El cree que sin más examen que el de su inmediato provecho, puede entrar a sangre y fuego en los dominios de los reinos animal-vegetal. Y sin embargo, no desconoce el orden admirable que preside en toda la creación; orden que es más palpable en el equilibrio de fuerzas productoras, conservadoras y destructivas, pues nunca se ha perturbado sin grande perjuicio de la familia humana. Pretender el derecho de disponer a su albedrío de esos seres, es abrogarse el derecho de atentar contra ese orden conservador.
En el sistema actual de la naturaleza es necesaria la existencia de los animales carniceros y voraces para neutralizar la excesiva multiplicación de otros vivientes, y para purgar la tierra de los cadáveres pertenecientes a los seres que expiran de muerte natural o de otro modo, a fin de que no corrompan el aire que han de respirar los que sobreviven. También es necesaria la presencia de los árboles para la conservación de las aguas, para atraer las lluvias y para la constante depuración de la atmósfera. Regiones enteras, las más fértiles de la tierra, se han convertido en áridos desiertos, a causa de haberla despojado el hombre de sus arboledas, y muchos pueblos se vieron y se ven hoy, por igual motivo, con su antigua sanidad perdida.
Provincias hay que han visto todas sus cosechas devoradas por los insectos, a causa de haber destruido ciertas aves, porque comían algún grano de las eras; y han tenido que volver a traer y propagar los pájaros que habían exterminado por dañinos.
En una porción no pequeña del territorio argentino hacen grandes estragos en las quintas y un enorme consumo de pastos en los campos las hormigas que se han multiplicado asombrosamente, por haber sido destruidos los tamanduáes u osos hormigueros, cuadrúpedos expresamente organizados para alimentarse de hormigas.
Así es como el hombre, por no observar las leyes de la naturaleza y, creyendo muchas veces librarse de un animal nocivo o de un árbol inútil, destruye el equilibrio de la creación, y ocasiona las plagas que a la vez consumen su riqueza y su salud.
Por el contrario, cuando aplica su razón a la explotación de las riquezas naturales, no procede a destruir sin el previo estudio necesario de las causas finales de los seres; y así saca de ellos el mayor provecho posible, sin exponerse a provocar futuros males. Se sujeta a reglamentos en el desmonte, la caza y la pesca, en el interés de conservar estas riquezas para sí y sus descendientes. Asegura bajo las leyes protectoras la vida de todos los individuos de ciertas especies que no le hacen sino beneficios, como sucede con el buitre de Bengala en la India, con la polla de Faraón en Egipto, y con el urubú o carranca en el Perú, Haití, el Brasil, Paraguay y otros puntos de Sud América. Todas estas aves, parece que estuviesen exclusivamente encargadas de la limpieza de las ciudades, pues libran diariamente las habitaciones y las calles de animales muertos y toda clase de inmundicias. Al ponerse el sol vienen en grandes bandadas a las poblaciones, se traga todas las basuras, por repugnantes que sean, y después de haber hecho la más completa policía, se retiran. En Lima los llaman ciudadanos, como que se hombrean con la gente que nunca incomoda a estos empleados civiles, aunque despidan un olor poco agradable, y a veces alguno de ellos perturbe el orden público, armando camorra con algún perro por disputarse un hueso. Todos los gobiernos de esos países han tomado a dichos pájaros bajé su protección imponiendo una fuerte multa al que mate alguno de ellos. La cigüeña es también protegida por las leyes y costumbres de la Holanda, y hasta los hotentotes castigan severamente al que mate uno de los Halcones del Cabo de Buena Esperanza, enemigos implacables de las serpientes.
También el hombre se apodera de las especies que encuentra más útiles y dóciles, domesticándolas y conservándolas bajo su inmediato dominio, sea para el trabajo, como el asno, el buey, el reno, etc., sea para la guardia de la casa y la despensa, como el perro y el gato; sea para proveerse de vestido, alimento, como son las vacas, las ovejas, las cabras, los cerdos, los conejos, las aves de corral y las abejas; sea para su recreo, como el papagallo, la picaza y todas las aves parleras.
Empero, que no se envanezca el hombre atribuyendo a su superioridad esa conquista; que no se jacte de haber, por medio de su habilidad y de su industria, subordinado a su voluntad esos seres; no, él no ha hecho más que recoger un don con que lo ha favorecido el Cielo, no ha hecho más que aprovecharse de aquel instinto, de aquella predisposición tan marcada, impresa en determinados seres en obsequio del hombre, por la mano del Creador apiadado de su destitución en medio de todas las criaturas que, por doquiera huyen a su aspecto. Quiso conservarle un resto de su servidumbre al monarca destronado.
De nada ha valido la superioridad de su inteligencia y de su fuerza para sujetar a los rebeldes. Hasta ahora no ha podido el hombre someter a su obediencia aquellas especies en que no se encuentra el instinto de la domesticidad, es decir, las que no le han sido señaladas por la Providencia (y son las más). Todo lo que puede conseguir, es reducir algunos individuos, a fuerza de trabajo, o con prisiones; pero domesticar las razas, jamás. Con cada nuevo individuo tiene que recomenzar su tarea de docilizarlo. En miles de años de ensayos incesantes no ha logrado siquiera dominar al ruiseñor, ni domesticar al canario, al halcón, al oso, al mono y tantos otros. El admirable y valiosísimo castor, huye de su presencia; el elefante y el loro cautivos se rehusan a los impulsos más poderosos de la naturaleza, y no se propagan; el lobo, a pesar de ser tan afín del perro, es indomable; la vicuña de finísima lana, aunque tímida y de una especie análoga a la de la dócil llama, o recobra su independencia o muere.
Lejos de notarse tal indocilidad y hurañía en las especies domesticables; lejos de necesitarse hacerlas pasar por una larga serie de generaciones para suavizarlas y hacerlas contraer hábitos nuevos, el hombre las encuentra ya, desde su estado silvestre montaraz, con las mejores disposiciones para sometérsele; y no sólo para servirlo según las habitudes naturales, pecu1iares a cada especie, sino abandonándolas con increíble docilidad, hasta contraer costumbres diametralmente opuesta a las primitivas, y formar de una especie razas o variedades con hábitos contradictorios, como sucede con el perro.
A este incomparable animal, que por sus nobles prendas, se le presenta a su mismo amo como el modelo de la amistad, de la lealtad, de la resignación, de la abnegación y de tantas otras excelentes cualidades, ¿Le habrán sido inspiradas por el hombre que, o no las tiene, o la mancha a cada paso? ¿ Por el hombre que no pocas veces se muestra injusto, ingrato, duro y caprichoso con el mismo generoso animal a quien no puede degradar ni corromper con el mal ejemplo de sus violentas pasiones?
La cabra y la llama han dejado sin repugnancia la independencia de las montañas y el placer de saltar de risco en risco, para sujetarse a la vida sedentaria del establo; la oveja de clima frío, como lo indica su vellón, se acomoda a todos los temperamentos, y hasta se vuelve ictívora; el caballo soporta todos los climas, y llega a hacerse omnívoro como su señor; el búfalo y el toro, dóciles a la voz de un niño, conducen enormes pesos; el camello se postra de hinojos para recibir la carga; la abeja ha perdido su innata afición a los bosques, y no los busca ya, por más que goce de la libertad del vuelo y no perciba nada de su señor en retribución del tesoro de sus panales; la paloma casera, bien que dueña de su albedrío y de sus alas, jamás se aleja de la habitación del hombre, aunque no reciba de su liberalidad un solo grano.
Otras muchas especies, como si se hallasen dominadas de una invencible inclinación a la compañía del hombre, constantemente rodean y aun ocupan nuestras casas, aunque sin renunciar a su independencia; y nos son útiles persiguiendo los insectos que nos molestan, o recreándonos con sus cantares.
De este número son la golondrina, el pinzón, la tacuarita, el picaflor, la calandria, el jilguero y el hornero, modelo de industria y parsimonia.
¿De dónde proviene esta domesticidad, sino de la índole del animal? ¿De dónde, sino de una inclinación instintiva a la compañía del hombre? ¿De dónde esa incomprensible facilidad de renunciar sus propensiones naturales, para amoldarse a las nuestras? ¿De dónde esa buena voluntad para servirnos, que les hace soportar con gusto las más duras tareas, sino de una secreta predisposición determinada por el Autor de la naturaleza para que ciertas especies de animales quedasen consagradas al servicio inmediato de la familia humana?
Por eso es que han sido vanos sus esfuerzos para hacer nuevas conquistas, cuando no han encontrado al animal predispuesto; y se pierde en la oscuridad de los tiempos más remotos el origen de la domesticación del mayor número de las especies que actualmente tiene subordinadas.
Con todo, el hombre tan preciado de su saber y de su industria, todavía está muy distante de completar el estudio de las propiedades y costumbres de los seres que lo rodean, ni la adquisición de los servicios que le ofrecen, especialmente en los países recientemente descubiertos o explorados. Circunscribiéndonos a la región que habitamos, ¿cuánto no tendría que admirar en el estudio de tanta variedad de abejas y avispas melíferas y cereras que se hallan en nuestros bosques? ¡Cuánta facilidad encontraría en domesticar las especies que carecen de aguijón, como otra prueba más de la innocuidad de los animales de este clima! ¡Cuánto provecho no sacaría reduciendo a su servicio tantas aves y cuadrúpedos tan útiles como dóciles del Delta! ¡Cuánto que admirar y que aprender en la arquitectura del hornero, en su laboriosidad, su aseo, y su amor a la familia! El nos enseña a ser esmerados y previsores en la construcción de nuestras casas, formando a nuestra vista un edificio perfectamente regular y hermoso, que ofrece comodidad y seguridad, y tan sólido, que por dilatados años resiste a las intemperies, sin necesidad de refacciones. El, a una con su consorte, nos despiertan indefectiblemente al amanecer con su ruidoso claqueo; y nos incitan al trabajo por su ejemplo, enseñándonos que esa es la hora más propia para emprender las tareas del día, y que el aire de la madrugada es lo que más contribuye a sostener la salud del cuerpo y la alegría del ánimo, como lo prueban todos los ejemplos de longevidad humana, la cual sólo se encuentra entre las personas madrugadoras.

CAPITULO VIII

EL PICAFLOR Y EL CHAJA

Sin un estudio detenido y sin escribir grandes volúmenes, no es posible manifestar las maravillas que a cada paso nos sorprenden en nuestro suelo. Sólo en la ornitología, no son menos de cuatrocientas las especies nuevas descritas por Azara. No me propongo revisar todas las del Delta. Entre estos seres alados hay dos que no he podido menos de observar, porque fueron los primeros que impresionaron con viveza mi infantil imaginación, la primera vez que penetré en los encantados ríos de la patria; el uno, grande y majestuoso cerniéndose entre las nubes, y el otro, diminuto y hechicero, brillando en torno de las flores.
"¿Habrá algún hombre que al ver esta preciosa criatura balanceada entre el susurro de sus pequeñas alas, en el seno de los aires donde se halla suspendida como por encanto, girando de flor en flor con un movimiento tan gracioso como vivo, continuando su curso del uno al otro extremo de nuestro vasto continente, y produciendo en todas partes transportes siempre nuevos, habrá algún hombre, pregunto, que habiendo observado esta brillante partícula del iris, no se detenga para admirar, y no dirija al instante su pensamiento lleno de adoración hacia el Todopoderoso Creador? ¿Hacia aquél cuyas maravillosas obras cada uno de nuestros pasos nos descubre, y cuyas concepciones sublimes nos son manifestadas por todas partes en su admirable sistema de creación? No; sin duda, semejante ser no existe. A todos, por efecto de su bondad, nos ha dotado el Creador de ese sentimiento tan natural y tan noble la admiración".
No hay escritor, sea naturalista, o simple viajero observador, que no haya consagrado al picaflor algunas páginas, siempre las más bellas de sus obras.
Buffón ha trazado un cuadro encantador de esta joya alada de la América, y d'Audubon (de quien son las palabras que preceden) lo describe con igual gracia y propiedad. No obstante, mucho falta todavía para que la pintura se acerque a su modelo, mucho falta que observar en la vida del picaflor; pero no seré yo quien ose añadir mis borrones a aquellas páginas doradas.
Como un objeto que ha llamado la atención en todos los países donde se ha presentado, todos han querido ponerle un nombre que fuese la expresión nemónica de sus cualidades o atributos.
Sin duda que las voces mainumbí, colibrí, guachichil, en las lenguas guaraní, caribe y mejicana, significarán alguna de las raras propiedades de esta flor animada. En nuestro idioma se la llama picaflor porque siempre se le ve libar el néctar de las flores, tente en el aire, porque no se posa al tomar su alimento, sino que se cierne en. el aire delante de cada flor sin ajarla ni aun moverla. Pájaro abeja, pájaro mosca y tominejo, por su extremada pequeñez; pájaro-resucitado, porque se creía que moría en el invierno para resucitar en el verano. Sus diferentes especies, que son muchas, se distinguen por su color dominante, como el oro verde, el dorado, el topacio, el zafiro, esmeralda, el rubí-topacio, tomando los nombres del oro y las piedras preciosas por la brillantez de su plumaje de primorosos cambiantes. Los que abundan en este clima templado son del más hermoso y brillante color verde con tornasoles azules.
Pero ¿qué analogía hay entre el picaflor y el chajá? El uno es el extremo de la pequeñez entre los pájaros, no sólo de aquí, sino de todo el mundo; y el otro el extremo de la magnitud en las aves de estos ríos. El picaflor y el chajá son amigos del hombre. Si no se les persiguiese, visitarían con frecuencia nuestras casas, como todavía lo hace el picaflor, aun en las ciudades, anidando en los corredores y dentro de las habitaciones. Un hilo, una paja que cuelgue dentro del techo es lo suficiente para asegurar allí un nidito en que apenas cabe una nuez. No es raro verlos recorrer los aleros y las ventanas buscando las telarañas que es el principal material para sus nidos.
¡Cuántas veces alguna niña rubicunda, al verlo revolotear en torno de su cabeza, habrá lisonjeado su amor propio con la idea de que el picaflor tendría por flores sus labios y sus mejillas!
Uno y otro son de natural apacible. Yo he tenido un chajá que, a pesar de haber sido tomado ya adulto, no se mostraba zahareño, y muy pronto se familiarizó con la gente. Más de una vez he tomado de noche al picaflor en su nido, donde estaba empollando sus huevecitos, del tamaño y forma de una pequeña habicuela o poroto; y después de mostrarlo a varias personas y pasar de mano en mano, lo he vuelto a colocar en su nidada, y ha quedado muy tranquilo. El mismo picaflor ha sacado sus polluelos y se los he quitado para criarlos con agua azucarada, sin que los padres dejasen de venir a traerles el sustento acostumbrado, hasta que ya crecidos, los he dejado tomar el vuelo libremente. Un pajarillo tan aéreo, tan voluble, tan extraordinariamente rápido en su vuelo; que jamás baja al suelo; que voltejea sin cesar; que nunca se detiene un minuto entero en una rama, ¿podría avenirse al estrecho recinto de una jaula? Tal vez se lograría conservarlo en una pajarera cubierta interiormente de gasa, para que el aturdido no se estrellase contra los alambres.
Buffón cita un ejemplo referido por Labat, de mucho interés para el estudio de la índole de esta inocente avecilla. "El P. Montdidier puso dentro de una jaula un nido de colibríes en la ventana de su cuarto a donde venían sus padres a darles de comer. Llegaron estos últimos a domesticarse en términos que no salían casi nunca del aposento, en donde sin jaula y sin opresión venían a comer y dormir con sus hijuelos. No pocas veces he visto yo a los cuatro sobre los dedos del P. Montdidier, cantar como si estuviesen posados sobre la rama de un árbol. Los alimentaba con una masa muy fina y clara hecha con bizcocho, vino de Málaga y azúcar. Sobre esta pasta pasaban ellos la lengua, y cuando estaban satisfechos, revolaban y cantaban. Nunca he visto una cosa más amable que estos pajaritos, que giraban por todas partes dentro y fuera de la casa, y que volvían apresurados, no bien oían la voz del que les daba el sustento". El picaflor de nuestras islas busca sin ningún interés la compañía del hombre. Todos los años sacan cría dentro de mi rancho; este verano dos casales hicieron sus nidos, uno en la punta de una filástica que colgaba de la cumbrera, y el otro en una ramilla de la quincha, al alcance de mi mano.
El picaflor y el chajá no se alimentan sino de vegetales; aquel libando las flores, y éste pastando la yerba, sin tocar a los granos ni a las frutas. Esta condición debe hacer más aceptables sus servicios para el hombre; esos servicios con que parece que ellos se le brindan, al acercarse constantemente a su mansión. El uno quiere alegrarla con su hermosura y su donaire, el otro defenderla de las aves rapaces, con su valor y con sus armas. El chajá es el temible enemigo del águila, de los gavilanes y todas las aves de rapiña. Su vigilancia no cesa un solo instante. Para no faltar a ella por la noche y poder dormir tranquilos, tiene cada bandada un centinela que despierta a los demás con un grito de alarma, cuando los amaga algún peligro, a fin de ponerse en defensa, o huir todos a la vez. También participa el picaflor del coraje del chajá. Prevalido de la prodigiosa velocidad de su vuelo, acosa sin temor a los pájaros que se acercan a su nido, y clavándoles su agudo pico, pone en vergonzosa fuga al altivo halcón y al atrevido caracará, haciéndoles conocer que entre las aves, lo mismo que entre los hombres, no hay enemigo débil.
El chajá, la mayor de las gallináceas, es tan corpulento como el pavo, pero más alto y cuellierguido; se asemeja mucho al terutero, en figura, garbo y costumbres, salvo que este es insectívoro y aquel herbívoro. Se les ha dado esos nombres por onomatopeya, es decir, a imitación de su grito peculiar, que ambos repiten con voz resonante. El chajá tiene un copete y dos fuertes espolones en cada ala como el terutero, de los cuales se sirven para alejar de sus crías a las aves de rapiña y todo animal que pueda incomodarlos. Uno y otro anidan en el suelo raso (el chajá suele armar su nido en las lagunas); no gustan posarse sobre los árboles, y viven siempre en descampado; ambos ponen cuatro huevos, los del terutero pintados, los del chajá blancos y mayores que los de pava.
Los polluelos de las dos especies salen del huevo revestidos de un simple vello, y siguen a sus padres desde que dejan el cascarón.
Considero a los dos muy domesticables, y lo mismo al picaflor, pero dejándolos en libertad como las palomas, los urubúes y las cigüeñas. El terutero conservará los jardines y las huertas libres de hormigas y otros insectos perjudiciales; y el chajá preservará nuestros ganados y nuestras aves de los estragos que hacen las de rapiña. En el Brasil se sirven del kamichi (especie análoga al chajá) para defender las aves domésticas. Azara vio diversos chajás criados desde chicos en las poblaciones rurales del Paraguay, y se habían avezado a la vida casera lo mismo que las gallinas.
Los teruteros, y también el mismo picaflor, contribuirían a ahuyentar a los rapaces de mayor pujanza; aquellos por su unión en el ataque, y éste por su audacia.
Obsérvese bien, la naturaleza dota siempre a sus criaturas de todos los medios conducentes al fin que las destina; y las premune suficientemente para evitar su destrucción. A las aves de rapiña las ha dotado de un vuelo raudo y de una vista perspicaz, a la cual deben (no al olfato como se ha creído) el que puedan ocurrir de muchas leguas de distancia, al momento de caer cadáver algún ser; y para preservarlas a ellas mismas de la persecución de otros carnívoros y aun del más voraz de todos, que es el hombre, dio a sus cuerpos una carne cenceña, y repugnante y olor fético. A los sapos, especie de máquinas semovientes destinadas a engullir insectos, a más de un aspecto odioso, los dotó la naturaleza de la facultad de trasudar un humor nauseabundo, que los libra hasta del pico de la cigüeña que no deja reptil con vida.
¡Qué mal hace el hombre en contrariar los designios de la providencia, destruyendo esas especies! Para evitar que le molesten, aléjelas de su morada, impida su excesiva multiplicación, y basta. Contra las aves de rapiña tiene el perro y el chajá. Este, aunque sin mal olor que lo rechace, es de carne floja y gomosa, lo que seguramente lo librará de la glotonería humana; por lo cual se dice generalmente que el chajá es pura espuma. Tiene también para su seguridad el instinto de la vigilancia, que lo hace estar siempre alerta noche y día; y las aceradas púas de sus alas, con cuyo auxilio sale casi siempre victorioso de las aves y los cuadrúpedos.
He aquí pues, otros dos seres más que agregar al pobre cortejo del pretenso rey de la creación; dos seres destinados para su servicio. Al menos en las armonías de la naturaleza no aparece otra causa final de los instintos del picaflor y del chajá. Este como destinado a lo útil, forma una sola especie, sin belleza ni variedad en el plumaje; aquél como preparado para lo agradable, forma un género compuesto de muchísimas especies de picaflores, a cual más preciosa, brillando todas con los colores más ricos, más vivos y más variados; con las formas más primorosas, con las gracias más hechiceras.
Estos dos nuevos amigos del hombre, sólo esperan su buena acogida para consagrarse a su recreo y su provecho. No le piden protección, ni cuidados, ni casa, ni comida; sólo le piden su amistad.
Así como el pueblo ha puesto a la casera golondrina bajo la tutela religiosa de las ánimas, para que ni los niños se atrevan a ofenderlas; así también ponga al precioso picaflor bajo la celeste tutela de los ángeles, para que él y su nido sean inviolables. Y así como el urubú americano, la polla de Faraón, el buitre y la cigüeña viven en medio de los pueblos, bajo el amparo de los gobiernos; que también la vida del chajá sea protegida por la ley, para que defienda las aves de nuestros cortijos y los ganados de nuestros campos.


CAPITULO IX

CONTINUACION DEL CHAJA

Esta ave magnífica, aunque clasificada ya y descripta en su conformación exterior por los naturalistas, todavía su curiosa historia y su rara fisiología no han sido bien estudiadas. Nacida para vivir en las llanuras, a la margen de las lagunas y los ríos, apacentándose en bandadas, con instinto gregal como los rebaños y las aves sin vuelo, corriendo por el suelo con sus pollos como las gallinas, y alimentándose exclusivamente de yerbas; es sin embargo, amiga de vivir aisladamente en familia, es valiente, poderosa y voladora.
Tiene la facultad de remontarse como el águila y el cóndor, y sostenerse mejor que ellos en las regiones elevadas de la atmósfera, por la rara propiedad que goza de aligerarse dilatando su cuerpo exteriormente. Cúbrelo todo él un conjunto de vesículas que infladas a voluntad del pájaro por un gas exhalado de su interior, le dan un enorme volumen; y si, como es probable, llena ese mismo fluido el hueco de las plumas y los huesos, no será extraño que, sumamente reducida la gravedad específica del ave, pueda ésta suspenderse en el aire sin esfuerzo, cual aeréostato, según se la observa frecuentemente cerniéndose entre las nubes, por largas horas, sin notable movimiento de sus alas.
Tanto la hembra como el macho son monógamos, es decir que la unión de los sexos es singular e indisoluble ofreciéndonos el dechado más perfecto de amor conyugal.
Aunque la unión de los sexos en los animales no parezca ser más que una necesidad física, es innegable que en algunos de ellos toma el carácter de un verdadero amor, hasta idealizarse como en el hombre, y hallarse unido con un tierno afecto independiente del acto generador. Una unión afectuosa y de una constancia y fidelidad recíproca, se nota en las águilas, las tórtolas, los papagayos, también en varios mamíferos; más donde nos ofrece lo más sublime y puro del himeneo es entre los Chajás.
Que aquellas personas cuya exquisita sensibilidad busca con tanto interés y encuentra con tanto placer las tiernas afecciones de algunos seres felices que en medio del inmenso conjunto de la creación, la naturaleza parece haber querido privilegiar con el don del sentimiento, escuchen por un instante lo que algunos observadores refieren del ave singular que nos ocupa.
Sepan que entre los numerosos habitantes del aire, cada uno de los cuales según su especie nos presenta un remedo o simulacro de alguna de las pasiones del hombre, hay uno que reúne en grado heroico todas las inclinaciones afectuosas del corazón humano.
Los chajáes, por una elección mutua se unen macho y hembra, con un afecto recíproco, en consorcio exclusivo e indisoluble.
Son tan extremosos en su cariño, que viven inseparables haciendo comunes sus temores, sus peligros y sus goces. Véseles siempre apareados, ya en sus paseos aéreos, ya en sus excursiones campestres, ayudándose en sus tareas de nidificación e incubación. Extiéndese el ardor que los anima hasta los débiles polluelos que acaban de nacer, abrigando y conduciendo arribos consortes con solicitud estos frutos de su unión; preservándolos con su vigilancia y su denuedo de la garra cruel de sus enemigos, hasta que la prole pueda bastarse a sí misma.
Estos esposos felices, después de concluidos los cuidados de la familia, buscan la sociedad de sus semejantes, y renuevan sus antiguas amistades, esperando, siempre fieles y constantes, la llegada de otra primavera que renueve sus amorosos placeres y sus tiernos afanes. Y cuando la muerte llega a romper tan dulce vínculo, el chajá que sobrevive, como si ambos no tuvieran más que una sola vida animada por el amor, no tarda en exhalar el último aliento entre fúnebres lamentos.
Descuret refiere un hecho interesantísimo sobre la ternura conyugal del chajá: "Bonnet criaba hacía muchos años un par de esos hermosos pájaros conocidos en Francia bajo el nombre de inseparables y que los ingleses llaman aves de amor. Cuando la hembra debilitada por la edad no podía alcanzar al comedero, el macho le daba el alimento con un cariño que encantaba; cuando llegó al estado de no poderse tener en pie, él hacía los mayores esfuerzos para sostenerla; y cuando murió, se puso el macho a correr con mucha agitación, probó varias veces darle de comer; mas viéndola inmóvil, se detuvo a contemplarla, se puso a exhalar los gritos más lastimosos, y poco tiempo después sucumbió". ¡Qué cuadro tan lleno de emociones para las almas tiernas y sensibles! Y de no menor interés para la misma filosofía que se complace en contemplar el principio y el efecto de un instinto elevado, especie de inteligencia que produce entre estas aves habitudes sociales y pacíficas en que se ve la rara unión de la fuerza y la dulzura; que da origen a tiernísimos afectos y goces en cierto modo sentimentales; y que nos ofrece perfectos ejemplos de amor y de fidelidad, sublimados hasta la abnegación y el sacrificio.
¡Ah! ¿Por qué estas virtudes que harían un edén de la sociedad humana, son tan raras entre los seres infinitamente superiores por los dotes celestes de la razón y el sentimiento?
Si la historia del chajá hubiera sido conocida por las antiguas musas europeas; si el número poético del nuevo mundo hubiese bebido las inspiraciones en las mágicas fuentes de una naturaleza llena de maravillas y seducciones, ¡cuántas veces estos modelos de amor y de ternura no hubieran sido celebrados en esas encantadoras producciones de una invención brillante y un sentimiento delicado, que la sabiduría recibe de manos de la poesía, como los perfumes y las formas bellas que dan más atractivo a los frutos de la ciencia!
Domestiquemos, tengamos a nuestro lado estos preciosos seres, tan justamente denominados aves de amor, aves inseparables, para tener constantemente a nuestra vista escenas tan hermosas como propias para educar el corazón. Así podremos ver, aun entre los brutos, y contemplar realizado el objeto de las primeras aspiraciones de nuestra alma, el amor constante, la amistad verdadera; afectos generosos, virtudes que el hombre siempre envidia y admira y cuyo espectáculo tiene siempre el poder de conmoverlo, aunque no las posea, o pervertido, afecte desconocerlas.


CAPITULO X


EL YACIY O PAVA DEL MONTE, EL PATO REAL, EL MACA, EL BIGUA Y EL CABURÉ

Entre las aves isleñas más estimables por su carne y más útiles para enriquecer nuestros gallineros, merecen la preferencia dos magníficas gallináceas, conocidas por los nombres de pava del monte y carau. Una y otra ofrecen un alimento no menos sano que grato al paladar; recurso apreciable para surtir la mesa de los colonos del Delta, y sobre todo para el regalo de los viajeros. El nombre guaraní de la primera es yacú, y tanto ésta como carau son voces imitativas de las graznidos peculiares a estas aves. El carau es de dos pies de largo, y de color negruzco con algunas pintas blanquecinas en el vientre. El yacú o pava del monte es una especie intermediaria entre el faisán y el pavo, de la misma forma, pero menor tamaño que éste; su plumaje es de un tornasolado verdinegro con reflejos metálicos. Tiene sobre la base del pico una carúncula carnosa, naranjada, y en la cabeza un moño elegantemente rizado. Esta especie se reúne en bandadas numerosas, y elije por mansión los bosques; anida sobre los árboles y se alimenta de semillas, frutas y brotes; pero a similitud del carapachayo, no tiene otra cosa de montaraz, sino su domicilio, pues su carácter más saliente es el de la tranquilidad y mansedumbre; sus costumbres son tan pacíficas como sociales. Verdad es que la constante persecución que han sufrido las pavas del monte, por ser bocado exquisito, las ha hecho tan desconfiadas, que en el bajo Delta no se presentan sino por casales; pero siempre se acercan a los ranchos, como para manifestar su inclinación a la vida doméstica. Aunque se tomen ya adultas, en breve se muestran tan familiares como las gallinas y no son más delicadas o melindrosas que éstas para alimentarse.
"Es de admirar (dice Mr. Lesson) que hasta ahora no se haya pensado en traer a nuestros corrales unas aves que son tan preciosas como el mismo pavo y no menos fácil habituarlas a nuestro clima. Su natural lleva demasiado impreso el sello de la indolencia, y de la tranquilidad de hábitos para que en poco tiempo puedan obtenerse resultados favorables. Por otra parte parecen hallarse contentas a la inmediación del hombre cuya sociedad busca, y al acercarse la noche vienen a recogerse en la guarida que se les ha preparado, donde viven en paz"
Todo lo que se ha dicho del yacú es aplicable al pato real, otro de los moradores del Delta, llamado así por su grandeza y la brillantez de su ropaje. Es de cerca de una vara de largo; tiene la cabeza guarnecida de protuberancias carnudas de un color rojo vivo; su plumaje es de un negro reluciente tornasolado con verde oscuro; saca hasta catorce patitos de cada incubación. Le gusta encaramarse sobre los árboles, y suele aovar en ellos aprovechándose de los nidos abandonados de otras aves. Llámasele también pato moscado o almizclado, por el olor que despide, proveniente de un licor que filtra de las glándulas situadas sobre la rabadilla, la cual se debe cortar así que se le mate, para que su carne no tome mal sabor. Son tan domesticables como los yacúes, y las dos especies estaban entre las aves caseras que los conquistadores encontraron en las poblaciones guaraníes.
Entre las aves acuáticas de más provecho, abunda mucho el macá, del género de las grevas. Aunque clasificado entre palmípedas, no tiene membrana en los pies como los patos, sino los dedos separados y aplastados como pala de remo, y sin uñas; es un aparato exclusivamente para nadar, así es que no le sirve para andar en tierra, y por eso no se le ve nunca caminar ni asentarse en el suelo. No tiene cola, ni vuela sino a remesones, y siempre rasando la superficie del agua.
Estas aves deben apreciarse por su mucha grasa, por su carne de gusto agradable, por los huevos que se comen como los de gallina, por su pluma abundante, suave y lustrosa, y por su espeso y finísimo plumón. Sería muy fácil sujetarlas en charcos y estanques, porque no pueden caminar ni escaparse volando. Se mantienen de pececillos y de insectos que buscan dentro del agua.
El macá no debe confundirse con el biguá, llamado zaramagullón por los españoles. El primero es de vientre ceniciento y manto gris, y el segundo es todo negro; el macá tiene el pico recto y agudo, el biguá corvo en su extremidad. Este tiene la cola en forma de abanico, membranas entre los dedos, y vuela con bastante rapidez. El plumaje del biguá no es impermeable como el del otro; por ese motivo se le ve con frecuencia parado sobre los troncos de las riberas con las alas extendidas para orearse.
En la familia de las aves nocturnas encuentro dos que conviene conocer; la una como amiga, y la otra como enemiga. El ñacurutú, uno de los mayores bulhos que se conocen, aunque de aspecto espantoso, es manso con el hombre y se sujeta a desempeñar en nuestras casas el oficio de ratonero, sin desmandarse jamás a echar las uñas sobre la familia de pluma. Todo lo contrario se le atribuye al caburé, que a pesar de ser un pequeño mochuelo, es fortachón y atrevido. "No hay (dice Azara) una ave más vigorosa en proporción del volumen de su cuerpo, así como no la hay más feroz ni más indomable. Tiene el valor y la destreza de introducirse bajo las alas de todas las aves, sin exceptuar los pavos y los caracaráes, y agarrándose de sus carnes, les devora los costados y las priva de la vida". Llámanlo rey de los pajaritos, porque se cree generalmente, que estos vienen cuando él los llama para almorzarse al más gordo. Lo que sucede es, que el caburé solamente de noche hace sus matanzas, y cuando llegan a descubrirlo de día los pájaros que lo aborrecen, se alborotan, chillan, se reúnen en gran número y giran alrededor del enemigo en ademán de acometerlo, pero sin osar acercársele. El caburé se mantiene impasible e inmóvil, manifestando el mayor desprecio a la turba de cobardes que lo cercan por todas partes y lo asordan con su algazara. El no tiene apetito porque ha hecho una espléndida cena; pero, como se le vienen a las manos tan buenas presas y la ocasión hace al ladrón, echa sus garras a la que más le place, y allí mismo tranquilamente, en presencia de los parientes y amigos de la víctima, se la trincha y se la come, sin que ninguno se lo estorbe.
Habrá quienes al presenciar este cuadro, exigirían de estas tímidas avecillas la reflexión y el valor que suele faltar a los mismos hombres en situaciones semejantes.


CAPITULO XI

LA CALANDRIA EL RUISEÑOR DE AMERICA

No poca confusión ha causado en la Historia natural de América el abuso que hicieron de la nomenclatura los primeros pobladores y viajeros, aplicando a las producciones de este continente, ya nombres caprichosos, ya las mismas denominaciones de las del antiguo, al más ligero rasgo de semejanza que advirtiesen entre unas y otras. De esto se ha derivado el erróneo concepto formado, aun por los doctos, de la degradación o inferioridad de las especies americanas. De ahí el juzgar al llama, como un camello degenerado, y tener por un animal contrahecho al perico-ligero, por haberlo observado fuera de su elemento, que es la dilatada copa de nuestros bosques, y por el ay ay de su voz, suponiendo que esta interjección de dolor en el lenguaje humano, manifestase igualmente en una bestia la triste condición de un ser condenado por la naturaleza a la desdicha. De ahí también llamar nutria al quiyá, cerdo al carpincho, oso al tamanduá u hormiguero, y dar todavía nombres no menos impropios a gran numero de animales y plantas de estas regiones.
Uno de los pájaros americanos que por la hermosura de su canto, ha arrebatado la admiración del mundo antiguo, denominado por los naturalistas mimius o burlón y poligloto (que habla muchas lenguas), ha recibido entre nosotros el nombre inadecuado de calandria, siendo así que ni aun pertenece al género de esta alondra, sino al de los mirlos. Es el mismo burlón de la Luisiana, la tenca de Chile, y el cenzontlatole de Méjico; nombres todos alusivos a la facultad que posee este pájaro de imitar el canto de las demás aves, y aun el grito de algunos cuadrúpedos.
También lo han llamado Orfeo por su habilidad musical y Buffón lo llama ruiseñor de América, reconociendo la supremacía de nuestro cantor sobre la Filomena del viejo mundo. El es también el único en el globo que tiene el arte singular de acompañar su voz con movimientos llenos de gracia y de expresión. Los burlones, o llámeseles calandrias, son aves exclusivamente americanas como los picaflores; unos y otros sin rival en toda la creación; en belleza y variedad éstos, y aquellos en gracia y canto. Las dos especies recorren todo este vasto continente, hermoseando la una con su lindeza y su gracejo, y la otra con su música y su mímica, los sitios privilegiados con un suelo feraz y un cielo ardiente o templado.
Nuestra calandria tiene un ropaje pardo y sin brillo. Mr. Lesson, examinando una, muerta en los alrededores de Montevideo, la encontró de una extraordinaria semejanza con la especie de Cuba y de los Estados Unidos. La parte superior de su cuerpo es de un color ceniciento oscuro, con listas blancas en las alas; tiene unas manchas blancas sobre los ojos, figurando grandes cejas; su pecho es cenizoso, y su vientre blanquecino. Lejos de hacer daño en los sembrados y jardines, persigue las orugas, y en el invierno destruye las crisálidas que las harían pulular después de su transformación. Es difícil tenerla enjaulada si no se ha criado en casa, a causa quizá de ser de un natural tan vivo, que no se para jamás, pues hasta para cantar va saltando o revolando. A poco tiempo de hallarse sin libertad muere consumida de tristeza. Sin embargo, es un ave bastante familiar y con cierta inclinación al hombre, pues se la ve acercarse con frecuencia a su morada, complaciéndose en cantar a su presencia. No debemos nosotros manifestar menos humanidad y gratitud que los americanos del Norte para con esta avecina inocente y preciosa. "Los niños (dice Audubon) en general, no tocan estas aves que son protegidas por los labradores; y esta benevolencia para con ellas llega a tal punto en la Luisiana, que no es permitido matarlas en ningún tiempo"
Es imposible leer las brillantes páginas que aquel elocuente ornitólogo consagra al burlón, sin admirar y cobrar el más tierno afecto al objeto de su entusiasmo. "No son (dice hablando de su canto), no son las dulces consonancias de la flauta o del oboe las que escucho, sino las notas más armoniosas de la misma naturaleza; la suavidad de los tonos, la variedad y graduación de las modulaciones, la extensión de la escala, la brillantez de la ejecución, todo aquí es sin rival. ¡Ah! sin duda, el mundo entero no existe ave alguna dotada de todas las calidades musicales del rey del canto, de aquel que ha aprendido todo de la naturaleza, sí todo!" "No sólo canta bien y con gusto (añadiremos con Buffon), sino también con acción y con alma; o por mejor decir, su canto no es otra cosa que la expresión de sus afecciones internas; se entusiasma con su propia voz, la acompaña con movimientos cadenciosos, siempre adaptados a la inagotable variedad de sus frases, ya naturales, ya adquiridas".
Tiempo hacía que yo me ocupaba en el cultivo de una de las bellísimas islas del Delta. Una hermosa mañana de otoño salí de mi choza al amanecer a dar un paseo por mi posesión. Caminaba lentamente; ya atravesando plantíos de jóvenes frutales que me presentaban sus primicias, hermoseadas con el lustre del relente; ya siguiendo las sendas umbrosas del monte, donde las aves que acababan de despertar, saltaban de rama en rama, haciendo caer sobre mí una lluvia de rocío; ya abriéndome paso por la espesura y vagando sin sendero.
¡Qué enagenantes descubrimientos! ¡Arroyuelos serpeando por entre espadañas coronadas de sus blancos penachos y de pintados pájaros, durazneros abrumados con su fruto en racimos rubios y carminados, hermosos panales colmados de miel!... ¡ Oh, qué dicha el descubrirlos por primera vez! ¡ Qué gusto andar por sendas desconocidas, trazadas por la apacible capibara; contemplar aquellas vertientes de agua cristalina, a cual más sinuosa y bella; encontrarse sorprendido bajo una rústica glorieta que siglos haría esperaba la primera visita del hombre; y allí, sobre su alfombra de musgo, intacta aun, tenderse a reposar y a enagenarse con el recuerdo de las emociones de aquel día!
A cada paso, se ofrece un objeto nuevo, una planta, un insecto en que se descubren nuevas maravillas que tienen el espíritu en incesante fruición. La naturaleza, infinita en su variedad y portentosa en sus obras, ofrece al observador una fuente inagotable de goces intelectuales, que jamás terminan en la fatiga o el hastío de los placeres de los sentidos. Absorto en estas reflexiones, no había notado que ya un sol radiante había disipado las sombras del crepúsculo y los vapores del río. Me hallaba a la entrada de un dilatado bosque de ceibos imponentes por su grandeza, bellos por sus flores y los festones de lianas que ondeaban de copa en copa, amenizados por los juegos de la luz del sol que penetraba en lampos temblorosos por entre el agitado ramaje. El árbol que me daba sombra estaba más espléndidamente decorado que los otros; entre mi árbol y el bosque se extendía un pequeño campo, y en medio de él descollaba un mirto florido. Mil susurros agradables se sucedían a mi alrededor, y un ambiente fresco y oloroso, no sé por qué, al respirarlo me llenaba de contento y embargaba mi espíritu en una vaga y dulce contemplación.
Repentinamente despierta mi atención una música deliciosa, que parecía resonar en todos los ámbitos del bosque.
Cuanto acento encantador puede salir de la garganta de las aves; cuantas seducciones hay en los instrumentos músicos más bien tocados y en la voz humana más dulce, más melodiosa y más querida, parecían haberse reunido en los acentos que escuchaba. La luz y el perfume y las bellezas que me habían enajenado, se habían confundido con la célica armonía para no formar sino un solo concierto. Mis ojos buscan anhelosos la Sílfide, la Ondina o la Sirena que producen el encanto, cuando una faja vaporosa, compuesta de innumerables alas, elevándose en espiral sobre el mirto solitario, me presenta en su cima a la calandria ejecutora de aquel portento de melodías.
A los hechizos de la música uníase la gracia incomparable de los movimientos del ave. Salían de su garganta gorjeos vivos y sonoros, y al mismo tiempo remontaba con raudo vuelo describiendo círculos, y descendía con iguales giros, para volver a subir, sin cesar en sus hermosos concentos. Ciérnese en el aire, cual colibrí ante las flores, acompañando una suavísima cadencia con la vibración imperceptible de sus alas, como si exprimiese allí toda la intensidad de su ternura. Acelera nuevamente su revuelo circular y exhala suspiros melodiosos que no pueden menos que corresponder a la voluptuosidad de sus recuerdos, degradándose al paso que asciende el cantor en rápido remolino, hasta apagarse en un silencio en que mi alma se deleitaba como si resonaran aun en mi interior los ecos de la divina armonía. Posada la calandria sobre la copa del mirto, nuevos acentos estrepitosos y brillantes llenan los espacios del bosque, sucediéndose con la volubilidad de los arpegios y los trinos, y el ave los acompaña con revuelos igualmente vivos y tumultuosos, que son acaso la expresión de los transportes de su júbilo celebrando sus dichas y sus glorias.

CAPITULO XII

EL CANTOR SIN NOMBRE Y EL PIIRI

Tres son los pájaros canoros que se distinguen entre los que alegran nuestros ríos y nuestros campos, y que en la jaula han acreditado ya su fama musical: la calandria, el cardenal y el jilguero. Pero hay otro músico innominado, una especie de mirlo negro, que por su modestia y su retiro es menos conocido y afamado que los otros, porque se oculta entre el ramaje en las horas calladas de la siesta, para ensayar con voz remisa las suaves melodías que modula su garganta.
¡Cuántas veces en el silencio de un retiro campestre, sus dulcísimas canciones, semejantes a los melancólicos acentos de una arpa eólica, no habrán conmovido al lector, haciéndole olvidar el libro en que satisfacía la necesidad de instruirse o el deseo de derramar los placeres variados del entendimiento sobre la uniformidad de las horas de ocio y soledad; haciéndole preferir, por no sé qué mágico atractivo, el lenguaje incomprensible de una avecita a las interesantes narraciones y pinturas hechiceras del novelista y el poeta! Mas a la vez, estas sencillas armonías de la naturaleza exaltando el alma, la predisponen para los goces intelectuales, aumentan la ilusión de los cuadros poéticos, la viveza de las patéticas escenas, y dan realidad a los idilios más encantadores, realzando de este modo los placeres de la meditación y la lectura.
Todo se anima y se hermosea al tibio aliento de la primavera que va de prado en monte desplegando las formas de la belleza, risueñas precursoras de la fecundidad y el deleite, que al paso que encantan nuestros ojos, electrizan nuestros pechos hinchándolos de tierna expansión y de alborozo.
Al suave calor de las auras se enciende y aviva la llama de aquella afección que todo lo sensible abriga. Manifiéstanlo los peces que en tumulto se precipitan buscando las aguas tranquilas donde las algas preparan su venturoso tálamo; las aves que se afanan en la artificiosa construcción de sus nidos, entonando cada amante el alegre epitalamio de su unión dichosa; y las mismas flores cuya fragancia y brillantez revelan el secreto de su sexual consorcio.
Entonces, todo cuanto nos rodea irradia el atractivo de las gracias y el embeleso de la belleza. El monótono rumor de las aguas y el silbo de los bosques, son blandos arrullos que adormecen nuestro espíritu; en el meandro umbroso de las selvas hallamos indecibles armonías de formas y colores, que arrebatan nuestra vista; aún en las voces desacordes con que significan su gozo los vivientes, percibimos melodías inexplicables que regalan el oído e inflaman el corazón.
¿Será que ciertas manifestaciones de la naturaleza nos atraigan, menos por su conformidad con las leyes eternas de lo bello, que como una elocuente enunciación del contento, de la dicha, de la felicidad; de esa aspiración vehemente del corazón humano? A los oídos del campesino no hay música más grata que los balidos del rebaño cuyos vellones simbolizan su ventura y su tesoro; o bien, el mugir de los bueyes que van a abrir los surcos para sus mieses.
Cuando el labrador contempla en la era realizadas las esperanzas del año, ¿qué cuadro de Rafael o del Ticiano será a sus ojos tan bello como aquel montón de trigo? Y sin duda que por eso en la poesía pastoral de los tiempos bíblicos esas rústicas escenas ofrecían los símiles más propios para expresar los alicientes de la voluptuosidad, y ponderar los atractivos de la bella Sulamita.
Así también cuando en una hermosa mañana de primavera contemplamos el espléndido manto de lozano verdor, matizado de tanta variedad de flores que anuncian óptimos frutos, y las nacientes sementeras que al tenor de sus brotes hacen retoñar las esperanzas del sembrador; cuando presenciamos los amores y los goces de toda la creación; cuando todo anuncia días serenos, tranquilos y abundosos, entonces no se ven sino escenas placenteras en los ríos, en los lagos, en los bosques y en los prados; no se oyen sino himnos armoniosos, aunque confundan su rústico canto mil aves bulliciosas con las notas melodiosas del cardenal, la calandria y el jilguero, o con los melifluos acentos del cantor innominado. Así los vocingleros piriríes suelen también contribuir a nuestra alegría, atronando el bosque con sus gritos descompasados, cuando los ardientes rayos de sol de mediodía han impuesto el silencio a las demás aves. Parados sobre la copa de un árbol, dando todos la espalda al astro refulgente, entonan su invariable canto, que consiste en repetir una misma frase, empezando por tonos agudos que bajan gradualmente, a manera de solfeo, en tanto que toda la banda repite en coro la palabra de su nombre pirirí; de lo que resulta un concierto tan discordante como festivo, que parece más grotesco con las chuscas contorsiones de los cantores.
Los piriríes son algo mayores que el zorzal; su color es pardo, su plumaje muy raro, su cola larga, y tienen un copete desairado. Vuelan poco; pueden considerarse como andadores o humícolas, porque frecuentemente andan por el suelo buscando insectos y pequeños reptiles para alimentarse.
Son más familiares y mansos que las mismas aves de corral. Parece que gustasen de la compañía del hombre, sin otro objeto que el de serle útiles, extirpando las sabandijas y larvas que saben arrancar de la tierra con sus corvos picos. Sus pichones se crían fácilmente con carne cruda, sin necesidad de enjaularlos, y se encariñan tanto de su dueño, que lo siguen a todas partes, aunque ande a caballo.
Viven en sociedad, formando pequeñas colonias, agrupados por simpatía, y andan siempre juntos. Construyen entre todos una habitación común, crían sus hijos juntos, viviendo en la más completa comunidad de tareas y de goces de familia.
Su nido común es un gran globo, formado de ramitas entretejidas, con su interior muellemente tapizado de lana y plumazón. Allí ponen sus huevos todas las hembras del aduar, y hacen la incubación echándose varias de ellas a la par, y turnándose con las restantes. Los huevos, del tamaño de los de la perdiz, son lindísimos, de un hermoso color celeste, jaspeado con vetas blancas de relieve, que al menor roce se desprenden.
Estas cuitadas avecitas son muy friolentas, a causa de su escasa pluma y enjuto cuerpo. Para dormir abrigadas fuera del nido, se apiñan sobre una rama tan estrechamente, que una hilera de diez a doce, parece a la distancia que solo se compone de cuatro o cinco individuos. En el invierno buscan siempre la resolana, extendiendo sus alas para recibir mejor el calor del sol.
Su plumaje descolorido, su forma desairada, su canto disonante y su carne momia los garantizan contra la codicia humana; antes bien, su incomparable mansedumbre y su sobriedad exclusivamente insectívora, debieran merecerles inmunidad y protección en nuestras casas, a fin de que se propagasen para bien de la agricultura y para inocente pasatiempo de las familias.
Aquel que creó este pájaro inofensivo, privándolo de la habilidad del canto, de las galas del plumaje, de la belleza de las formas y aun de la gracia y el donaire, pero dotándolo en cambio, de inclinaciones sociales y haciéndolo susceptible de afectos y de goces en cierto modo sentimentales, parece haber querido darnos un ejemplo de la superioridad de la belleza moral sobre la belleza física. En efecto el pirirí, con toda su fealdad y su desaire y su voz desentonada, se hace querer al instante por su bellísima índole, por su amistad desinteresada, por su gratitud a toda prueba, y por su amable sensibilidad; dotes que le conquistan el cariño y los cuidados de los niños, el amor y regalo de las damas, hasta verse con frecuencia abrigado en su regazo y en su seno, mostrándose sensible como una persona, a las caricias que se le prodigan. Si debiera estas atenciones a su hermosura, le durarían cuando más lo que esta dura, o sería olvidado luego que se presentase otra ave más bonita.
Así son las inclinaciones del corazón; las que tienen su cuna en los sentidos, son tan inconstantes como la causa que las engendra. Sólo hay una belleza que tiene la prerrogativa de fijar el amor que inspira; única cuyo ideal es el mismo para todos los hombres de todos los tiempos y países, y única que no fenece; es la belleza del alma.


CAPITULO XIII

EL CARPINCHO, EL QUIYA,
EL APEREA, EL JABALI, EL CIERVO

De los abundantes recursos con que nos brindan las islas del Paraná, para el sustento del hombre, prefieren los isleños dos cuadrúpedos semi-anfibios, de carne sabrosa y sana: el carpincho o capibara, y el quiyá, impropiamente llamados nutria; ambos pertenecen al orden de los roedores. No es pues el carpincho un chancho como muchos se han creído; lo único en que se le asemeja es en la abundancia de su tocino y en el sabor de su carne, en lo grueso de su cuerpo y en lo cerdoso de su pelo que es pardo y tiene debajo otro más corto y fino. Nunca llega a ser tan grande como el cerdo, pues el mayor carpincho no tiene más de cinco palmos de largo; su cabeza es muy corta, parecida a la del conejo, con el hocico mucho más romo, las orejas muy pequeñas, redondas y sin pelo; la boca chica con dos dientes incisivos en cada mandíbula, largos y corvos; carece de colmillos y de cola; las piernas son cortas, y más las de adelante que tienen cuatro dedos provistos de uñas anchas y obtusas; las de atrás sólo tienen tres dedos. Difiere del puerco, tanto por su forma como por su índole y costumbres. El carpincho es el animal más corpulento entre los roedores.
Anda mucho en el agua, donde nada y zambulle, sacando con frecuencia la cabeza para respirar; no camina comúnmente sino de noche, sin alejarse de la orilla del agua porque, corriendo mal, a causa de su excesiva grasitud y de sus cortas piernas, no halla su salvación sino precipitándose en el río cuando se ve perseguido. Dos criados en mi casa, no comen sino vegetales, y no se sirven de sus pies para asegurar la comida.
Estos dos carpinchos, con otros más, fueron extraídos del vientre de una carpincha cazada con perros en mi isla. Una de mis hijas los ha criado con leche de vaca, y le han cobrado tal afecto, que la siguen y acuden a su voz. Son de índole mansa y tranquila; ni aun en el estado salvaje acometen nunca a los hombres ni a los perros; no hacen amistad ni riñen con los demás animales. No dudo que la raza pueda fácilmente reducirse a la domesticidad; lo que sería una adquisición útil, por lo apetitoso de su carne y su mucho lardo; por su fecundidad, pues se asegura que dan hasta ocho hijos en cada parto; y por la baratura de su alimento, como que son animales herbívoros. Los que tenemos en casa se han aquerenciado tanto, que a pesar de vivir en entera libertad y en el campo, todos los días, después de satisfacer su necesidad de comer y bañarse, vuelven a reposar y tomar el sol en el patio, y cuando se les deja afuera de noche, bregan por entrar arañando las puertas. Gustan de que los halaguen; se dan con todo el mundo, y no se irritan aunque los maltraten.
Los carpinchos pueden clasificarse entre los paquidermos, por lo grueso y fuerte de su cuero; curtido es de mucha duración, y se le emplea en calzado y otros usos; pero los isleños poco se aprovechan de la piel, porque generalmente destinan el carpincho para su mesa, preparándolo de aquel modo peculiar a nuestro país, que da a las carnes una terneza, un olor y un sabor tan especial: el asado con cuero.
El quiyá pertenece como el castor a la familia de las ratas nadadoras; es casi del tamaño de aquel mamífero célebre por su admirable habilidad en la construcción de represas, casas y almacenes; participa de sus formas pero no de su industria. Sus pies de atrás son palmeados, es decir, que los dedos están unidos por una membrana, como en los patos y otras aves acuáticas; tiene dos dientes incisivos en cada mandíbula, semejante a los del carpincho; la cabeza ancha; las orejas pequeñas y redondeadas; el hocico obtuso; los pies constan de cinco dedos con los pulgares de los anteriores muy cortos; la cola es tiesa, cónica, larga, escamosa y casi sin pelo.
Este cuadrúpedo se distingue de todos los demás mamíferos por un carácter muy singular de su organización, y es, que la hembra tiene las tetas en las espaldas. Esta particular disposición de las mamas, parece indicar que la madre lleva constantemente sus hijos a cuestas. Pare cinco o seis de cada gestación, y ésta se repite varias veces en el año. La piel del quiyá es semejante a la del castor, aunque no tan bella, y la sustituye perfectamente en la fabricación de los sombreros; de ahí su alto precio. Consta de dos especies de pelo; el uno más corto, muy espeso, fino, felposo, impenetrable al agua y que cubre inmediatamente el pellejo; el otro más largo, fuerte y lustroso, pero mucho menos espeso, cubre el primer vestido y le sirve como de sobretodo, defendiéndolo del lodo y del polvo. El pelo corto es el único que se emplea en las manufacturas; su color es aplomado. Parece que el quiyá está sujeto a la muda como otros cuadrúpedos; por lo cual deben tener más pelo y valor las pieles que se sacan en el invierno.
Con el pelo de la bizcacha (otro roedor del tamaño del quiyá, muy propagado en nuestros campos) hacían muy bellas estofas los peruanos en tiempo de los emperadores Incas, según el abate Molina; y en Chile ha sido empleado en las fábricas de sombreros.
Los carapachayos y todos los del país, atribuyen virtudes medicinales a la grasa de nutria (quiyá) de la cual se sirven como tópico para varias enfermedades. Es herbívora, y si también come peces, como se cree, puede al menos vivir sin ellos, como está demostrado con las que se domestican. Sus hábitos son apacibles y se dociliza muy pronto; las familias de los isleños con frecuencia crían quiyáes; mas no con el objeto de que se multipliquen, sino por entretenimiento y para regalarlos o venderlos. En mi quinta existe uno que se trajo recién nacido y fue criado por uno de mis hijos, a quien conoce y ama tanto, que poco se separa de su lado, y duerme a sus pies, no obstante que, cuando era pequeño, le costaba gran trabajo al pobre animalito treparse por una escalera al cuarto del niño que está en alto. Es tan familiar como un perro, y sumamente manso; siendo chico jugueteaba y retozaba con los dos carpinchos que se criaban con él; sólo se alimentaba de vegetales, y le gustan mucho las papas y el pan; no come carne ni pescado, ni cosa alguna guisada; tanto para comer como para acicalarse, se sienta derecho y hace uso de sus manos como un mono, es muy pedigüeño con todas las personas indistintamente, encabritándose y tirándoles de la ropa para que le den algo; se baña y zambulle muchas veces al día en los charcos de la quinta, pero no por largo tiempo; y no se le ha notado inclinación a escarbar la tierra ni encovarse.
Parece, pues, que no sería difícil convertir al quiyá en animal enteramente doméstico como el conejo; y en este caso habría hecho la industria una adquisición preciosa, no tanto por el uso de sus carnes, cuanto porque, sometido al esquileo o la depilación, daría anualmente un pingüe beneficio, que ahora no se obtiene sino con la muerte del animal; y porque alimentándose con las yerbas del campo, ocasionaría muy pocos gastos.
También se ha multiplicado mucho en el Delta el apereá, pequeño roedor, conocido con los nombres de cuís y conejillo de Indias. Tiene el cuerpo grueso, de color pardo-ratonesco, con el vientre blanquecino, las orejas muy chicas, y carece de cola. Los apareáes se domestican con facilidad y son naturalmente apacibles y mansos; pero no toman cariño a nadie. En estado de domesticidad se han obtenido blancos, amarillos, más o menos leonados o anaranjados, matizados de estos colores y de negro, en extremo diferentes de su tipo. Se multiplican con una rapidez asombrosa; la preñez sólo dura tres semanas; paren cada dos meses, hasta once hijos cada vez. Se alimentan de toda especie de yerbas, y son muy aficionados a la corteza tierna, de manera que hacen mucho daño en los plantíos de árboles. Puede decirse que el apereá es una verdadera plaga de las islas; pero es muy fácil ahuyentarlos y exterminarlos por medio de los perros. Son buenos para la mesa, su carne es tierna y gustosa, y se comen con la piel, pelándose fácilmente como quien despluma un ave.
En las islas altas se encuentra el pecarí, paquidermo conocido vulgarmente con el nombre de jabalí porque a primera vista se parece al puerco montéz de Europa. Empero el pecarí es de especie particular que difiere del jabalí en muchos caracteres esenciales, y está comprobado con varios experimentos, que no puede mezclarse o juntarse con este, al paso que es constante que todas las razas del viejo mundo se reproducen entresí.
Es de menor corpulencia y más corto de pierna; carece de cola; su cerdas son mucho más ásperas; sus colmillos cortantes muchos más pequeños que los del jabalí, y en fin se distingue de éste en la peculiaridad de tener en el lomo un conducto glanduloso que continuamente está trasudando un humor fétido.
Andan en piaras, a veces de más de doscientos; no buscan los pantanos; frecuentan los bosques y viven de frutas silvestres y raíces; también comen culebras y lagartos. Se reproducen en gran número y acaso más de una vez al año. Cuando son perseguidos se socorren mutuamente, y cercando a sus enemigos, suelen acometerlos, aunque sean hombres que hagan sobre ellos un fuego mortífero. Muchas veces los cazadores, y aún los mismos tigres, tienen que refugiarse sobre los árboles para no ser despedazados por los enfurecidos pecarís.
Su carne es de mejor gusto que la de chancho, aunque sin tocino. Antes de comerla es necesario cortarle, inmediatamente después de muerto, todas las glándulas que van a parar a la hendidura o conducto del lomo; si la operación se retarda solo el espacio de media hora, toda la carne adquiere una fetidez muy repugnante.
El pecarí o jabalí de América puede llegar a ser animal doméstico como el puerco, pues tiene casi la misma índole, y se a observado que, tomándolo jóvenes, pierden su ferocidad natural, aunque no toman cariño a quien lo cuida; pero se les puede dejar andar con libertad sin temor de que se alejen de la querencia.
También gusta de estas herbosas márgenes el ciervo, ese rumiante inocente y tranquilo, a par de bello y airoso, con su cabeza adornada más bien que armada de astas ramificadas como los árboles y que como éstos reverdecen todos los años, destinado al parecer para hermosear y dar vida a la soledad de las selvas.
A pesar de la persecución tenaz que sufre de los hombres este tímido y apacible animal, no deja de visitar la morada de su letal enemigo durante las horas seguras de la noche, como si quisiese dejarnos estampado en sus huellas el reproche de rehusarle habitar bajo de nuestro amparo, los asilos pacíficos de estos jardines de la naturaleza. ¿Por qué hacerles esa guerra de exterminio? ¿Por qué no favorecer la multiplicación de la especie por el interés mismo de la industria humana?.
La carne del cervato y de la cierva es manjar excelente; pero la de los machos tiene un gusto desagradable. Nadie ignora que de sus pieles adobadas se hace un cuero flexible y duradero; los cuernos además de servir para mangos de toda clase de instrumentos cortantes, dan por medio de procedimientos químicos espíritus y álcalis de uso muy frecuente en la medicina. Algunos consideran como afrodisíacos los tendones del ciervo; la famosa cola fuerte de la China es fabricada con los nervios de todo el cuerpo del animal.


CAPITULO XIV

EL TIGRE O YAGUARETE.
EL OCELOTE Y LA SARIGA

Generalmente se considera al tigre como un animal en extremo feroz, de una crueldad invencible, y devorado constantemente por una sed insaciable de sangre. En vano es que todos los observadores inteligentes se hallen contestes en asegurar que aun el verdadero tigre asiático, no es más feroz que el león; que solo acometen acosados por el hambre (circunstancia en que el mismo hombre va más adelante, pues se hace antropófago); en vano Buffón y Cuvier han comprobado que el jaguar, tigre americano o yaguareté, es menos fiero que la pantera, la onza y el leopardo que rara vez se tiran sobre los hombres, y que para hacerlo huir, no es menester más que presentarle un tizón encendido. A pesar de eso, se considera al tigre como el símbolo de la crueldad, y la palabra tigre se ha hecho sinónimo de cruel, inhumano, sanguinario, aplicada a las personas; aunque con más verdad debía ser a la inversa, porque la crueldad y sevicia del hombre deja muy atrás la de fieras. ¡Observación dolorosa al par de humillante para la especie humana!: la destructividad del tigre, de la pantera, de la hiena, del chacal, nunca se ejerce contra los individuos de su especie; mas la del hombre se despliega a veces con caracteres espantosos, sobre sus semejantes, sobre su propia sangre, sobre sí mismo, pues es el único ser que tiene la funesta prerrogativa del suicidio.
Créese generalmente que en el Delta no sólo se encuentran todas aquellas especies inofensivas y provechosas para el hombre, sino que también son la guarida de feroces tigres. Esta es una creencia errónea, producida y alimentada por el mismo isleño que se complace en abusar de la credulidad de los puebleros, refiriéndoles cuentos de tigres, cuyas fechorías nunca pasan de haber robado la carne de la ranchada o arrebatado a un perro.
En efecto, hay tigres bastante astutos para atrapar un perro cerca del fogón o de la chalana, apretándole el pescuezo para que no grite y despierte a sus amos. Todos los habitantes de estas islas y costas están firmemente persuadidos de que estarán libres de las garras del yaguareté, siempre que tengan un perro a su lado.
A ser cierta la ferocidad que se supone en los tigres, o su abundancia en el Delta, serían repetidos los casos funestos entre el considerable número de personas que se hallan en él o lo frecuentan, la mayor parte sin armas para su defensa, y sin más abrigo para pasar la noche, que una débil choza, durmiendo muchas veces al raso. Tampoco hay temor de encontrar tigres en las islas anegadizas.
Tan seguros están los carapachayos de que no hay peligro alguno de fieras de ninguna especie en la parte inferior del Delta, que sus mujeres andan con frecuencia solas y con sus niños, en pequeñas canoas, internándose por los arroyos, y penetrando a pie por los bosques más espesos, en busca de duraznos o naranjas. Este hecho, que yo he presenciado muchas veces, es la prueba más concluyente contra la existencia de los tigres en esta parte del Delta. Digo expresamente en esta parte, porque es indudable que en la parte superior y demás islas, río arriba, y aún en toda la costa firme, los hay, aunque en corto número. La causa porque no se encuentran en las islas inferiores, es la misma que se opone a la propagación de otras especies de cuadrúpedos que no sean anfibios; es la frecuencia de las inundaciones que en pocos días los ahuyentarían y ahogarían a sus cachorros.
Esto no impedirá que de tarde en tarde cruce por el bajo Delta algún tigre de los que se alejan de sus guaridas, huyendo de los cazadores, o bien encarnizado él mismo en perseguir su caza. Menos rara que en las islas es en las poblaciones de la costa la presencia de algunos tigres desgaritados. Las ciudades de Santa Fe, Montevideo y Buenos Aires, han tenido algunas veces esos huéspedes; pero ellos no vienen de las islas, sino de los montes y pajonales de tierra firme, donde no hay inundaciones que los molesten y donde tienen ganados para su alimento. Con el aumento de la población se van haciendo más raras estas visitas, y como hemos dicho antes, los yaguaretées o tigres del bajo Paraná, lejos de atacar al hombre evitan cuando pueden su encuentro. Así que, no es raro encontrar carapachayos que han envejecido en los montes sin haber visto jamás un tigre, aunque muchas veces hayan encontrado sus recientes huellas.
La facilidad con que se amansan y familiarizan estos cuadrúpedos, es otra prueba de que no son tan feroces como se cree. Si no fuese por el recelo que inspira la presencia de un animal tan fuerte y tan temido, no sería necesario tener en jaula ni aun atados los tigres bien domesticados.
He conocido uno comprado por mi padre en Santa Fe, tan manso y tan dócil, que cualquiera lo manejaba con un cordelito, y nunca se le tuvo enjaulado, ni se le cortaron las uñas ni los dientes. Era adulto y de gran tamaño; se dejaba manosear por todos los de la casa; una negra que lo cuidaba, solía retozar y revolearse abrazada con el tigre, como pudieran hacerlo dos perrillos juguetones. Habiéndose trasladado mis padres a Buenos Aires, el yaguareté, como miembro de la familia, fue también de los del equipaje. Cuando desembarcamos, el tigrazo iba en un carro junto con la negra, mirando con indiferencia la muchedumbre de curiosos que lo seguían por las calles de esta ciudad. Yo que marchaba al lado del convoy, iba diciendo para mí: ahora se convencerán todos estos, de que no es tan bravo el tigre como lo pintan.
Otro caso más notable de domesticidad, entre otros muchos que podría referir, es el de un tigre que había en Coronda (villa de Santa Fe), tan sumamente manso, que solían dejarlo suelto por el éjido, y consentía que los muchachos del pueblo cabalgasen sobre él. Este extremo de mansedumbre es muy frecuente en nuestros leones o jaguares; en el colegio de Monserrat en Córdoba teníamos uno en libertad, más manso que una oveja.
Después de estos hechos, no me sorprendí al leer en Cuvier, que en París, en la casa de fieras, había un tigre americano tan manso, que se allegaba a recibir los halagos de las personas que lo iban a ver; y también encontré muy creíble el caso curiosísimo referido por Humboldt, que copiaré aquí porque corrobora mi opinión sobre la índole de los animales de nuestro Delta.
"Algunos meses antes de nuestra llegada, un tigre que creían joven, había herido al niño que jugaba con él; me sirvo con seguridad de una expresión que debe parecer extraña, habiendo podido verificar en los mismos lugares unos hechos que no son sin interés para la historia de las costumbres de los animales. Un niño y una niña de ocho a nueve años, ambos indios, estaban un día sentados en la yerba cerca de la villa de Atures, en medio de una sabana que nosotros hemos atravesado muchas veces. Sobre las dos de la tarde, un tigre sale del bosque, se aproxima a los niños dando saltos alrededor de ellos y ocultándose, unas veces entre las altas gramíneas y saliendo otras con la cabeza baja y el cuerpo arqueado a la manera de nuestros gatos. El muchacho ignoraba el peligro en que se hallaba, pero pareció conocerlo en el momento en que el tigre le dio algunas manotadas sobre la cabeza, que, aunque leves en el principio, fueron sucesivamente más fuertes. Las uñas del tigre hieren al muchacho, y la sangre corre de las heridas; la niña entonces toma una rama de un árbol y castiga al animal que huye inmediatamente. A los gritos de los niños acuden los indios y ven al tigre retirarse dando brincos, sin dar muestras de ponerse en defensa. Nos trajeron al niño herido, que parecía inteligente y despejado. La garra del tigre le había arrancado la piel por bajo de la frente, y hecho otra herida encima de la cabeza".
El mismo escritor ha observado que en ciertos parajes es mayor la voracidad y la actividad de la ponzoñosa de los insectos, así como la ferocidad en las clases de los más grandes animales. Pone, por ejemplo, el yacaré o caimán, que persigue a los hombres en la Angostura; mientras que en la Nueva Barcelona y en el río Neveri (y yo añado en el río Paraná) se baña el pueblo tranquilamente en medio de estos reptiles. Los tigres de Cumaná, del istmo de Panamá y del Paraná son cobardes en comparación de los del alto Orinoco y el Paraguay. Los indios saben muy bien que los monos de tal o tal valle se domestican fácilmente, mientras que otros individuos de la misma especie, tomados en otros parajes son indomesticables. Sería inútil hacer la descripción del hermosísimo pelaje del yaguareté, igual al de la pantera. No hay quien no haya visto su piel (el cuero de tigre), con razón tan estimada como objeto de lujo, y que por su escasez no vale menos de una onza de oro en el mismo país que las produce.
El aliciente del lucro, y más, si no me engaño, el temple verdaderamente varonil del gaucho, acostumbrado a domar los brutos más soberbios, por medio de la fuerza, de la destreza y el arrojo; ese carácter, decía, hace que muchos adopten como una profesión el matar tigres, en lo que muestran la pasión y el ardor de los que aman la caza por sus placeres. El inseparable caballo para buscar y perseguir al yaguareté, algunos perros para descubrirlo y provocarlo, un chuzo corto y una daga para matarlo, es todo el equipo y armamento del que va a luchar con el animal más vigoroso y feroz del Nuevo Mundo. Por muy dichoso se tendría nuestro intrépido cazador, y muy pronto cubriría su corcel de chapeados o jaeces de plata, si encontrase un tigre siquiera cada día, pues que su valor y su pericia le dan la seguridad de darles caza y acogotarlos a mansalva; pero está ya muy rala la especie en el bajo Paraná, y no hacen frente al hombre sino cuando se ven hostigados por los perros. Entonces el impertérrito cazador, echa pie a tierra, se adelanta hacia la fiera, espera que se abalance, y sino, arremete contra ella hiriéndola con su chuzo, y si éste llega a fallar, hace uso de la daga, dándole golpes certeros y mortales para no desgarrar la valiosa piel.
Más de una vez buscando las emociones del sublime espectáculo de esta lucha, he cometido la imprudencia de acompañar al cazador de tigres; pero mi adversa o favorable suerte rehusó cumplir mi intento temerario, pues no dimos con ninguno, a pesar de haber hecho largas excursiones a caballo, durante días enteros y con buenos perros de pista, por la dilatada isla de Santa Fe, entonces inhabitada y montuosa.
Fuera del yaguareté, que, como se ha visto, no es más que una visita rara en el Delta, creo que no hay en él más cuadrúpedos carniceros, que el ocelote y la sariga, impropiamente llamados gato montés, y comadreja. El primero, se encuentra en todo el continente; es animal nocturno que hace la guerra a los pequeños mortíferos y a las aves. La segunda, llamada también oposo y micuré es de menor cuerpo que un conejo, y de color rojo acanelado, con el vientre de un blanco amarillento. Tímida e inofensiva, tiene la astucia de la zorra, al grado de sufrir las más crueles heridas sin chistar, fingiéndose la muerta, hasta que echando de ver que sus perseguidores se han alejado, se arrastra como puede hasta su cueva. Es el corsario de los nidos, buscándolos de noche sobre los árboles; sabe sorberse los huevos de gallina haciéndoles al efecto un pequeño agujero; se regala con los pollos y chupa la sangre a las cluecas, cuando puede atraparlas al descuido; también hace daño en las huertas, porque come de todo, siendo notablemente aficionada a las uvas.
Para comer hace uso de sus manos que son bastantes parecidas a las del mono, y también se sienta y hace sus monerías como éste. Tiene una cola muy larga, prehensil, que le sirve para asegurarse en las ramas de los árboles y para sostener y llevar a los hijos ya grandezuelos, sobre su espalda, enroscando ellos sus colitas en la de la madre.
Una particularidad sorprendente distingue este animal de todos los demás de la creación; tiene un segundo seno externo donde acaban de desarrollarse los fetos después de salir prematuramente del seno interno. Los naturalistas han visto en este fenómeno una doble gestación, y en su consecuencia han clasificado estos mamíferos con la voz técnica didelfos (dos úteros), llamándolos también marsupiales o animales con bolsa.
La hembra tiene en el bajo vientre un ancho bolsillo, formado de su mismo pellejo, que cubre las mamas, cuyos pezones son de una forma singular; muy delgados, filiformes, puntiagudos y excesivamente largos, como de dos pulgadas. A los pocos días de preñez la sariga pare, o más propiamente aborta, y hace pasar los hijos a su bolsa o bolsillo.
Para efectuar esto la madre, llegado el trance del parto, se encorva hacia adelante a fin de que uno de sus largos pezones penetre en el conducto sexual; allí apoderándose de él el pequeñuelo, nace prendido y pasa a la bolsa; y así sucesivamente los seis u ocho hijos de cada gestación se van trasladando al nuevo seno o bolsillo, donde permanecen asidos de las mamilas sin soltarlas durante el tiempo preciso para su completo desarrollo. Entonces, ya crecidos y fuertes, empiezan a salir a comer o a solazarse, volviendo cuando quieren al abrigo de la bolsa.
Este pezón tragado por la sarigüela, siendo de mayor longitud que ésta, es probable que atraviese su estómago y penetre en los intestinos para trasmitirle directamente el jugo alimenticio, sin previa elaboración estomática; trasmisión que no se efectuará por medio de la succión, sino por un procedimiento análogo al del cordón umbilical para la nutrición del feto humano.
Aunque la sariga se domestica fácilmente, es repugnante por su fea figura, con su hocico agudo, su boca hendida hasta cerca de los ojos, su cola de víbora y su cuerpo que parece siempre sucio, con el pelo áspero, sin lustre: y más todavía por el tufo que despide, semejante al del zorrino. Pero todo eso se podría soportar, con tal de poder estudiar observando de cerca ese raro modo de amamantar los hijos de llevarlos consigo, y se puede decir, de educarlos; lo que es un ejemplo singular en la naturaleza, así como es singular y diferente de todos los animales cuadrúpedos, la conformación de los órganos de la generación, que son duplicados, tanto en la hembra como en el macho.
Vemos que las madres de todas las especies, cuyos hijos no pueden andar en su primera edad, los abandonan y dejan solos todo el tiempo que ellas diariamente ocupan en buscar el alimento; mas la amorosa sariga no solamente los lleva en la falda, mientras son ternezuelos, sino que, aun mucho después de su destete, anda por todas partes con su pesada carga. Ellos constantemente en el regazo o inmediatos a la madre, al paso que participan de las presas que ésta hace, aprenden de ella a buscar la vida, a conocer a sus enemigos y evitar los peligros.
Es un curioso y tierno espectáculo el que nos ofrece la sariga en los solícitos cuidados que prodiga a su familia. Vésela siempre alerta, en tanto que las sarigüelas se entregan confiadamente al retozo propio de su tierna edad, aunque muy obedientes y listas para correr a meterse en la bolsa al primer aviso de la madre. AI verla triscar con sus hijitos, acariciarlos con mil monadas, llamarlos cuando se alejan y vigilarlos con afán, no parece sino que obrara a impulsos del más entrañable amor maternal. Esta buena madre lleva su ternura hasta la abnegación, exponiendo su vida, y aun dejándose sacrificar cuando ve a sus hijos en peligro, esperando impávida que todos se refugien en su seno, antes de emprender la fuga.
Jamás el genio de la poesía, que ha querido algunas veces revelar la inteligencia de los animales, realzar su sensibilidad y ennoblecer sus afecciones aproximándolas a las del hombre, jamás habrá podido ser tan fácilmente seducido, cual lo sería al presenciar los cuidados de la sariga madre, y todas las circunstancias que acompañan a la crianza de sus hijos. Por fecunda que fuese la imaginación del poeta, imposible le sería hermosear la pintura de este sentimiento maternal con más encantos que los que la naturaleza nos presenta en este cuadro.

CAPITULO XV

PECES, TORTUGAS

Al oir hablar de tigres y panteras, la imaginación se transporta al centro de las fragosas selvas; ve las fieras que las pueblan, las víctimas que huyen despavoridas, o que lanzan con su sangre los últimos gemidos; oye los vientos que silban por entre el tupido ramaje, los troncos que rechinan en su roce, los rugidos lejanos de la pantera; y en medio de esa soledad, de esos riesgos y horrores, admira la noble y austera figura del rey de la creación, sobre el potro que ha sometido, acompañado de los leales mastines que van a compartir con él los peligros de la lucha con el más fuerte y altivo de los tiranos del bosque; todo lo que infunde pavor y tristeza se apodera vivamente del alma, la conturba la acongoja.
Mas al nombrar los habitantes de las aguas dulces, los peces de nuestros ríos, sólo escenas apacibles y risueñas se ofrecen a nuestra reminiscencia; ríos sosegados que se deslizan mansamente por entre márgenes románticas; lagos encantadores colocados en valles pintorescos, embellecidos y animados por pajizas chozas que abrigan corazones buenos y sencillos. Un día templado y sereno nos convida a disfrutar los tranquilos placeres de la pesca; vemos preparativos de redes, nasas, espinales y flexibles cañas armadas de un débil anzuelo, instrumentos todos que pueden ser manejados sin fatiga ni peligro por las manos delicadas de la mujer y del niño; reuniones placenteras como para una fiesta, un descanso después del trabajo, un objeto de grato pasatiempo; todo lo que en el seno de la hermosura de los campos y en el alborozo que inspiran, recrea el espíritu y dulcifica las penas del corazón... Y a los que hemos nacido en la margen de esos ríos; a los que hemos frecuentado el laberinto de los canales de su Delta; a los que hemos experimentado desde la infancia el irresistible atractivo de una patria favorecida por la naturaleza, ¡qué agradables y puros recuerdos traen a la memoria! Nos recuerdan los juegos de la niñez; los goces de la pesca en el arroyo inmediato al hogar paterno; la pacífica laboriosidad de la familia del pescador, cuya dulce quietud hemos envidiado en los días de infortunio. . . y todavía los ríos de la patria nos prometen para la vejez, quieta e inocente distracción, útiles solaces.
Hay variedad y abundancia de peces en todos los canales y arroyos del Delta, como para satisfacer todos los gustos; tan distintos en formas, tamaño y color, como en sabores, con la particularidad de ser todos un alimento sano en todo tiempo y sin excepción. Sábese que en otros países hay pescados venenosos, por ejemplo en la Habana, donde se conoce con el nombre de siguatera el envenenamiento producido no sólo por las especies conocidas como dañosas, sino por otras que, por causas ignoradas, suelen contraer el siguato o calidad ponzoñosa.
Entre el manguruyú, de más de cien libras de peso, el surubí, de más de treinta, y la mojarra como una sardina, hay para formar un extenso catálogo; mas como no nos hemos propuesto sino dar una muestra de las riquezas del Tempe Argentino, solo mencionaremos por su hermosura el dorado, que llega a veinte libras, todo recamado de oro y plata, tan brillante dentro como fuera del agua, mucho mayor en tamaño y más ricamente vestido que la dorada, pez doméstico de la Gran China, trasportado con tanta solicitud en casi toda la Europa; los pejerreyes, enormes (comparados con los del Mediterráneo), de color plateado y cuerpo transparente, y de una carne que jamás hastía; finalmente, por su exquisito gusto, el pacú, también de veinte libras; todos escamosos y de agua dulce. Más de una vez éste y otros varios, salpresados por mí, han podido competir con el mejor bacalao, según el paladar de buenos gastrónomos.
Entre los pescados sin escama merece particular mención el armado, por su carne sabrosa, alimenticia, sana, sin espinas, y de una consistencia y blancura que la asemeja a la carne de algunas aves. Es animal omnívoro y voraz que se pesca con la mayor facilidad, poniendo en el anzuelo aunque sea un pedazo de naranja agria o una flor de ceibo. Llega a tener hasta una arroba de peso. En las islas me he regalado con él repetidas veces, guisado con un poco de grasa de vaca y mucha agua, sin más condimento que la sal. Todas las personas que han tomado este plato, lo han hallado apetitoso. De su caldo gelatinoso se hace una suculenta sopa que tal vez llegaría a competir con la famosa de tortuga, si el arte culinario acertase a prepararla con las especias convenientes.
La vitalidad del armado es tan poderosa, que fuera del agua está un día entero sin morirse; y aun después de destripado, desollado, dividido en postas y salado, continúa su carne palpitante dando señales de vida. Algún día la industria sabrá sacar partido de la prodigiosa fuerza vital de los armados, para transportarlos a grandes distancias, y conservarlos vivos en los mercados, como se practica en Europa con la carpa y en las islas Filipinas con un pescado de laguna llamado dalag, que rociándolo con agua diariamente, se mantiene muchos días vivo fuera de su elemento.
Al observar que el armado abunda en las lagunas que suelen secarse en el verano, y que cuando vuelven a tomar agua sin tener comunicación con los ríos, vuelve también a aparecer el armado, me inclino a creer que este pez viaje por tierra como la anguila y otros peces que hacen esas emigraciones; a no ser que pueda esperar dentro del fango, en estado de inedia, la vuelta de las aguas, como también sucede con otros peces y reptiles.
En los pueblos decaídos de la pristina civilización de la familia humana, la pesca y la caza fueron y son aun las primeras industrias que les proporcionan el sustento y una ocupación agradable. Pero hay la diferencia entre la caza y la pesca, de que esta última conviene a los pueblos más civilizados, y que, lejos de oponerse a los progresos de la agricultura, del comercio y de las artes, multiplica sus felices resultados.
La labranza como la pesca son los veneros más productivos de riqueza y de vigor para las naciones; y así como deben cultivarse las plantas útiles exóticas, para obtener mayores beneficios del suelo, así también deben importarse para que se propaguen en las aguas, las especies más estimadas de pescados que se encuentran en otros países.
Los últimos progresos de la piscicultura hacen sumamente fácil, por medio de la fecundación artificial de los huevecillos, la translación y aclimatación de las especies de los climas más remotos. Entre tantas que pudieran centuplicar la riqueza de nuestros ríos, solo, citaré la carpa, por la circunstancia de ser un pez que alimentándose de insectos y restos de animales y vegetales, sería muy útil para la limpieza de los cauces y arroyos del Delta, que han de necesitar una prolija policía cuando se aumente su población. Es además un pescado de tanta estimación por su sabrosa carne, que desde el medio día de la Europa ha sido introducido y multiplicado en Inglaterra, Dinamarca, Holanda y Alemania. Su fecundidad es prodigiosa, pues en una carpa mediana, según el cálculo de Mr. Petit, se han encontrado 342.000 huevos . Vive siglos, adquiere grandes dimensiones, y un peso que llega a cuarenta libras. La carpa es un buen alimento, de fácil digestión; su lechada (laitance) es un bocado delicado y sustancioso. El paladar, conocido en el comercio con el nombre de lengua de carpa, es muy apetecido y bien pagado.
Con los huevos de carpa se hace una salazón conocida con el nombre de caviar, muy buscada como manjar exquisito y suculento. La vejiga de la hiel de estos peces proporciona una tinta verde de que se hace uso en la pintura; de sus escamas se hace una cola piscis de superior calidad; y se atribuyen virtudes extraordinarias para la curación de algunas enfermedades, a una pequeña eminencia del fondo de su paladar, denominada piedra de carpa.
Este pez puede vivir muchos días en la atmósfera. Por consecuencia de esta extraña facultad, se puede llevar vivo a lejanos mercados, también lo ceban teniéndolo colgado fuera del agua, envuelto en musgo, rociado con frecuencia, y haciéndole tragar pan con leche. Bien que en general los peces estén dotados de una fuerza vital muy enérgica, porque en ellos la vitalidad de los diversos órganos no depende tanto de uno o muchos centros comunes como en los de sangre caliente y organización semejante a la de los mamíferos, las carpas gozan en grado supremo esa facultad de resistir a las contusiones y heridas, y por eso pueden sufrir la castración sin más resultas que engordar más que antes; para lo cual, sean machos o hembras, les abren el vientre, les quitan los órganos sexuales y les cosen en seguida los bordes de la herida, de que muy pronto sanan.
La carpa no puede ser más aparente para nuestros ríos, pues es de clima templado, de agua dulce, y se cría en los estanques, en las lagunas, en los ríos de poca corriente y en las ciénagas. Es utilísima para limpieza de las aguas, pues se nutre con insectos y sustancias animales y vegetales.
Este pez de que se sacan tantos provechos, y que ofrece un abundoso e inagotable lucro por su portentosa multiplicación, al paso que por sus hábitos y raras propiedades, inspira el mayor interés al físico y al filósofo, merece también la atención del economista que se preocupa del bien de los pueblos. ¡Dichoso el hombre de Estado y el escritor influyente, que con sólo emitir una idea útil, pueden abrir nuevas fuentes de riqueza y prosperidad a las naciones!.
"Y ¿podrá dudarse hoy (dice Lacepede) de la prodigiosa influencia que una inmensa multiplicación de peces tiene en la población de las naciones? Fácilmente debe verse como sostiene esta maravillosa multiplicación, en el territorio de la China, a la innumerable cantidad de habitantes que hay allí, por decirlo así, amontonados. Y si de los tiempos presentes nos remontamos a los antiguos, se puede resolver un gran problema histórico; se explica como mantenía el antiguo Egipto la gran población sin la cual los admirables e inmensos monumentos que han resistido a la acción devastadora de tantos siglos y aun subsisten en aquella tierra célebre, no hubieran podido levantarse, y sin la cual Sesostris no habría conquistado ni las márgenes del Eufrates, del Tigris, del Indo y del Ganges, ni las riberas del Ponto-Euxino, ni los montes de la Tracia. Conocemos la poca extensión del Egipto. Cuando se levantaron sus pirámides, cuando sometieron sus ejércitos una parte del Asia, estaba casi tan limitado como ahora por los estériles desiertos que lo circunscriben por oriente y occidente; y sin embargo sabemos por Diodoro, que mil setecientos egipcios nacieron en el mismo día que Sesostris. Deben pues suponerse en el Egipto, en tiempo de aquel famoso conquistador, a lo menos treinta y cuatro millones de habitantes. Pero ¿qué gran número de peces no contendría entonces el río, los canales y los lagos de una región en donde el arte de multiplicar estos animales era uno de los principales objetos de la solicitud del gobierno y de los cuidados de cada familia? Fácil es calcular que solamente el lago Meris podía mantener más de un billón y ochocientos mil millones de peces, de más de dieciocho pulgadas de largo" .
También hay en nuestras islas varias especies de tortugas que ponen en gran cantidad sus exquisitos huevos, que tienen cáscara fuerte, y los hay esféricos y elipsóides. Suelen huevar cerca de las casas, como no ha mucho lo hizo una, a diez pasos de mi habitación y a la luz del día, en San Fernando. Por manera que, aun en este reptil, cuya estupidez es proverbial, se edifica lo que he observado en la generalidad de los cuadrúpedos y las aves del bajo Paraná y río de la Plata, y es, que aquí son de índole más suave, más familiares y más susceptibles de la domesticidad, que en otras comarcas. En nuestras ciudades sería muy útil para librar de sabandijas los jardines, como sirve para la limpieza de los aljibes y pozos de balde.
La tortuga es muy fecunda; hay especies en que cada hembra pone anualmente cuatrocientos huevos. Excava un hoyo somero, en paraje limpio donde no alcancen las crecientes; en pocos minutos hace allí su postura hasta de 60 huevos; en seguida los tapa con barro que hace con su orina, y los abandona para que se empollen con el calor del sol. Hay razas que ponen hasta 200 huevos en cada desove. Las tortuguillas, desde que salen del cascarón, se dirigen por instinto al arroyo o depósito de agua más inmediato y cada una tira por su lado en busca de alimento.
He aquí un ser completamente desvalido. Abandonado por sus mismos padres desde antes de nacer; inerme y estólido, parece destinado a perecer prematuramente. Pero no, la Providencia suple por todo para con él; desde su misteriosa incubación, confiada a la acción solar, lo provee ya de una casa ambulante, que le sirve también de fuerte coraza para su defensa; lo hizo apto para vivir en la tierra y en el agua; le acordó larga vida y lo dotó además de una vitalidad extraordinaria; lo ha eximido de la necesidad premiosa del alimento, pues no hay animal más sobrio y que pueda pasar años enteros sin comer, como se asegura de la tortuga; y finalmente, sino participa de los placeres de la maternidad, tiene en compensación los de otro goce más vivo, aunque sensual, de una duración sin ejemplo entre los demás seres que se unen por el instinto de la propagación. Así, este huérfano prohijado por la naturaleza, se encuentra en condiciones de existencia más favorables que los otros que ha confiado a la solicitud de una madre, y dándoles armas y sagacidad. No es extraño pues, que sea la tortuga uno de los animales más numerosos en todos los climas que le convienen; ni debe sorprendernos el cálculo que hace Humboldt del resultado de la cosecha de huevos y preparación del aceite que sacan de ellos los indios del 0rinoco, en un corto espacio de terreno y durante tres semanas.
Para obtener en nuestros ríos dentro de pocos años una cosecha tan rica, bastaría transportar una pequeña cantidad de huevos de la fecunda especie del Orinoco, puesto que para la cría de los galápagos como para la de los peces; no se necesita el concurso de las madres después de la huevación.
Conocidos son los usos medicinales de la tortuga, cuán apetitosos son los huevos y la carne de algunas especies, notablemente de la tortuga franca de mar, que suministra un alimento agradable y saludable a los navegantes. En Jamaica se conserva este quelonio en parques para ser vendido en los mercados; siendo la especie que se remite a Londres, en donde es un manjar gustado y de lujo. El caldo de tortugas tiene la fama de ser un poderoso restaurativo de las fuerzas enervadas por los excesos de la sensualidad.
Con todo, es preferida por los gastrónomos como un excelente manjar la tortuga de agua dulce, llamada trionice feroz, de algunos ríos y lagunas de la América, análoga a la trionice de Egipto que se encuentra en el Nilo y presta grandes servicios en aquella región, devorando los pequeños cocodrilos al salir del huevo. La especie americana tiene la concha flexible, y la cabeza prolongada con el hocico parecido al del cerdo. Su propagación en nuestras aguas dulces, al paso de aumentar los beneficios de la pesca, nos presentaría un nuevo suculento plato con que variar los placeres de la mesa.


CAPITULO XVI

EL CAMUATÍ


La colmena es un jardín de virtudes.
Plutarco.
Es un destello de la divinidad.
Virgilio.
Su historia es una serie de prodigios.
La Treille.


Entre el cúmulo inmenso de las riquezas naturales que cubren profusamente la faz de nuestro suelo hermoso; entre los innumerables, nuevos y bellos objetos que ofrece a nuestra contemplación en los tres grandes órdenes de la creación terrestre, hay uno en nuestras islas, prodigioso, pero ofuscado por la misma sobreabundancia que lo rodea, como la centelleante luciérnaga se pierde entre las estrellas que brillan al través de nuestro diáfano cielo, ó como el incomparable picaflor desaparece por su pequeñez en medio de la multitud de lindas y variadas aves que abrigan nuestros bosques. Ese objeto tan peregrino como ignorado, cuyo nombre es apenas conocido, es el Camuatí.
He preferido el estudio del Camuatí, por lo mismo que yace oculto e ignorado, como se encuentra la virtud entre el tumulto de la sociedad humana; el camuatí, que bajo un exterior sencillo, tosco, sin brillo, emblema de la modestia que suele acompañar al mérito, encubre cosas admirables, incomprensibles.
El camuatí es una república de avispas, incógnita todavía en el mundo científico; es una maravilla de las obras de Dios; es una lección elocuente para los hombres.
No es mi intento describir ni menos analizar esta obra divina; sólo sí, llamar la atención de los sabios capaces de comprenderla. Y he recogido algunas palabras simbólicas de salud y de vida, que han reflejado hacia mí, al contemplar este espejo de una sabiduría y poder sobrenatural; y me apresuro a comunicárselas a mis hermanos, porque es un deber tan grato el hacer bien a sus semejantes y mayor y más dulce todavía ser útil a nuestros compatriotas.
Desde los más remotos siglos la historia natural de las abejas ha ocupado la atención de los sabios. Hubo algunos que emplearon todos los años de su vida en ese estudio; se cuentan por millares los libros y tratados que se han escrito sobre estos insectos industriosos, y entre sus autores se notan muchos naturalistas afamados. Pues bien; las avispas del camuatí americano son mucho más admirables que las abejas de la colmena europea.
Desde los primeros pasos de uno y otro enjambre se manifiesta la superioridad industrial de aquél sobre ésta.
Las abejas no pueden emprender su trabajo si no encuentran una oquedad en los leños o en las rocas, o una colmena preparada por el hombre; pero el camuatí no necesita de abrigo alguno, ni de auxilio ajeno; más ingenioso y audaz, confiado en su habilidad e industria, una ligera rama le basta como punto de arranque para desplegar la idea sublime de aquel palacio pensil que encierra tantas maravillas.
Los habitantes de la colmena, reducidos a un limitado recinto, como los hijos de la Europa, tienen que abandonar su patria y errar buscando un nuevo asilo por el mundo. No así los habitantes del camuatí, que continúan por muchos años ampliando los términos de su ciudad aérea; y cuando juzgan conveniente dividirse en nuevos Estados consultando sus recíprocos intereses, se separan en paz, como Abraham y Lot, y van a fundar otras colonias felices en los dilatados bosques que los rodean.
Las abejas tienen que emplear el néctar de las flores para hacer sus construcciones, porque de la miel se forma la cera en sus estómagos, secretándose por los anillos inferiores del abdomen, sin intervención de su industria. Más ecónomos e industriosos los Camuatíés, no sacrifican, como aquellas, una parte de su tesoro melifluo para construir su morada y sus panales; preparan ellos mismos una pasta idéntica a la del papel hecha de la albura de los árboles secos, cuyas fibras arrancan, trituran y humectan con sus mandíbulas, dándole más o menos consistencia, según lo requiere la arquitectura del edificio. Con este arte singular hallan en todo tiempo materiales abundantes, cuando la abeja tiene que esperar la estación de las flores para emprender sus trabajos.
Reducido el alimento de la abeja a las frutas, las flores y la miel de su despensa, suele agotársele ésta y perecer de necesidad en los inviernos prolongados. Pero el camuatí, que puede y sabe economizar sus provisiones sustentándose con insectos, vive siempre en la abundancia, prestando al mismo tiempo, como insectívoro, un importante servicio a la agricultura.
En cuanto a la organización de estas dos admirables sociedades, no me es posible aun formar un paralelo exacto, porque todavía no he hecho un estudio detenido de la economía social del camuatí. No obstante, de la igualdad que he observado en todos sus individuos, de la similitud de todos los alveolos entre sí, y de la no existencia de. los zánganos, se puede inferir que el sistema gubernativo del camuatí es análogo a la democracia, y por consiguiente es muy aventajado al gobierno de las abejas. Tienen éstas la fatalidad (como muchas sociedades europeas) de alimentar en su seno una clase privilegiada de ciudadanos que viven sin trabajar, llamados zánganos; bien que son de tiempo en tiempo expulsados por el pueblo. El camuatí se compone únicamente de ciudadanos laboriosos que con su industria y trabajo contribuyen a formar una habitación, una provisión y una defensa común, que aseguran el bienestar individual.
No es tampoco el gobierno de las abejas un remedo del gobierno monárquico hereditario como se había creído. Es a lo sumo una monarquía electiva, según se deduce de las observaciones de Schirac y de Huber, que consideran a la abeja madre como Reina de la Colmena. Las abejas crían y preparan para abejas reinas cierto número de larvas comunes o del pueblo, las cuales, por medio de una alimentación abundante, se transforman en verdaderas hembras, en vez de quedar sin sexo como las demás obreras. Hasta cuatro veces las abejas eligen nueva reina; por una manera que a cada generación corresponde un nuevo reinado. Al tiempo de la elección se observa en el interior de la colmena gran murmullo e inquietud. La Reina destronada corre agitada de un lado a otro, como si intentase acometer a la nueva electa, pero ésta es rodeada y defendida por el pueblo, hasta que la soberana depuesta se ausenta seguida de sus adictos, y buscan donde establecerse. Cuando se muere la Soberana y falta un candidato para el trono, hay un interregno mientras crían una larva del pueblo para Reina.
Cuando el supremo Hacedor formó al hombre, dotándolo de la inteligencia y del libre albedrío, parece que quiso dejarle a sus ojos en la colmena y el camuatí, una lección viva de sociedades humanas. Pero ¡cuán poco se ha sabido aprovechar y perpetuar el orden social, para que por él se modelasen las de estos divinos ejemplos!
No carece de verosimilitud que la colmena del Viejo Mundo haya sido la que inspiró a Platón el ideal de su República aunque admitiendo la división de clases o categorías y la esclavitud, porque la luz divina del Evangelio no había llegado aún para disipar los grandes errores de la humana política. Empero en el Nuevo Mundo tuvo el hombre un modelo más acabado en la república de camuatí, y una inspiración más pura en la religión para establecer la sociedad sobre la base de la fraternidad y mancomunidad, como en aquellas colmenas de hombres de las Reducciones Guaraníes, tan celebradas, que florecieron en la misma patria del camuatí.
¡Admirable combinación de voluntades, esfuerzos e intereses, que da por resultado el orden, la paz, la seguridad y la abundancia para todos! Economía social, por cierto muy superior a lo general de la civilización humana, donde abandonados los individuos a sus impulsos aislados y necesariamente incoherentes, se ponen en choque unos con otros los intereses privados, y el interés individual en oposición con el interés colectivo. En el camuatí, del concurso armónico del trabajo de todos, resulta la mayor suma posible de comodidades y riquezas, de que participan igualmente el pequeñuelo, el anciano y el enfermo, no teniendo ningún individuo por qué inquietarse por su futura suerte ni por la de su descendencia.
El camuatí, como la abeja y otros insectos de este orden, está armado de un aguijón ponzoñoso, que siempre lo emplea para su defensa y nunca como agresor. Conocida está la triste condición de las abejas europeas, condenadas a trabajar para sus amos. ¡Mísero pueblo cruelmente sacrificado a la codicia de los mismos a quienes enriquece!.
Nuestras avispas, injustamente conceptuadas por malignas y feroces, son de la índole más noble, pacífica y sociable. Yo he traído más de un camuatí de los montes silvestres del Paraná, lo he colocado cerca de mi habitación, y al punto han continuado las avispas sus trabajos, reparando algunas lesiones que había sufrido exteriormente en el transporte; y mil veces me he puesto a mirarlas trabajar a dos pasos de distancia, sin que jamás hayan intentado ofenderme. Por el contrario, parece que, sensibles a mi afecto, ha venido uno de sus enjambres a situarse en un peral inmediato a mis ventanas, a seis pasos de distancia construyendo al alcance de la mano una magnífica colmena, donde han podido observar de cerca sus trabajos todas las personas que han visitado mi quinta de San Fernando.
Se muestran tan familiares y confiados, que beben en nuestros mismos vasos, y se paran sobre las flores y las frutas que los niños tienen en sus manos. Muchas veces cuando he visto al camuatí afanado en arrancar las fibras de un tronco seco para preparar su pasta, lo he tocado impunemente con el dedo, sin que por eso abandonase su tarea; un tenue estremecimiento del insecto, manifestaba, no sé si su temor o su contento, pero su ira no, seguramente, ¡Y éstos son los animales odiados y tenidos por perversos!
Los camuatíes sólo hacen uso de sus armas en defensa de su vida, de su propiedad y de su pueblo. ¡Desdichado del que intente ofenderlos, del que llegue a conmover su edificio, o a perturbar su sosiego! Entonces cada uno de estos pequeños insectos se convierte en un guerrero temible. Sin aprecio de sus vidas, sin mirar si el enemigo es poderoso, se arrojan sobre él en veloces torbellinos, lo acosan, lo hieren, lo persiguen con encarnizamiento, hasta ponerlo en fuga y dejarlo escarmentado para siempre. Así es como se defiende lo que se ama; y los que quieren tener patria y libertad, así es como deben defenderlas.


CAPITULO XVII

CONTINUACION DEL CAMUATÍ

La geometría les ha dado su regla y su compás.
Quintiliano.
Detrás de las cortinas está el sublime artista.
Bonnet.


Camuatí es palabra del guaraní que significa: avispas reunidas amigablemente. Sólo un idioma tan hermoso y expresivo, tan sencillo y filosófico como el guaraní, pudiera comprender tantas ideas en tan breves y suaves sonidos, y encerrar en el nombre de una cosa, sus más notables atributos.
Esta avispa es mucho más pequeña que la abeja doméstica, pues solo tiene seis líneas de largo, y poco más de una de grueso. Su cabeza es abultada, su color negro, con una pinta amarilla cuadrada, en la espalda, entre el nacimiento de sus alas color café. El abdomen, que es igual a su cuerpo, se une a éste por una cintura filiforme. Su figura es más esbelta y graciosa que la de la abeja, y no tiene el vello que tanto afea el cuerpo de ésta. Tal es el insecto que vive como la abeja en sociedades numerosas, bajo de ciertas leyes; que provee a su subsistencia y la de su familia por medio del trabajo; que construye sus ciudades pendientes de un árbol, muradas y techadas; compuestas de grandes caseríos, con sus calles y sus plazas.
Si al más sabio geómetra o ingenioso arquitecto se le propusiese el problema de formar el mayor número posible de viviendas, en el menor espacio, con la mayor solidez y el menor gasto de materiales y trabajo, consultando también la mayor comodidad y seguridad de sus moradores, y bajo un plan que pueda continuarse indefinidamente según el incremento de la población; tal vez alcanzaría su ciencia a resolverlo satisfactoriamente, y si lo consiguiese, no podría ser otra la solución, que el camuatí.
Sería necesario ocupar un gran volumen para exponer todo el arte, toda la habilidad, toda la sabiduría con que está trabajada esta obra maravillosa; arte, habilidad y sabiduría, que, sin duda, no están en el insecto que la ejecuta. Me limitaré a hacer una breve descripción que, aunque defectuosa, tendrá siquiera el mérito de la relación del primer viajero que visita un país desconocido.
El camuatí en su exterior es semejante a la colmena de los antiguos y a la que después de mil ensayos, ha adoptado y descripto Lombard modernamente; de lo que resulta, que el ingenio del hombre no ha podido encontrar para morada de la abeja, una forma más adaptable que la que ofrece el camuatí. Es un cono truncado, con su cúspide hemisférica; se asemeja a una campana colgada, pero la base es inclinada y convexa.
El tamaño del edificio, varía según el período de su construcción; los hay hasta de tres pies de altura y dos de diámetro. También varían mucho las relaciones geométricas entre su elevación y la amplitud de la base, según lo más o menos numeroso de los enjambres; pero en todos los camuatíes es casi igual el diámetro del techo o bóveda, que es de diez a doce pulgadas. Cerca de la base, en la parte más elevada del declive de ésta, tiene una abertura de dos o tres pulgadas, resguardada por un techo saliente abovedado; éste es el atrio o portal del edificio. Todo el exterior del camuatí está erizado de gruesas y cortas púas romas que defienden las paredes contra el choque de las ramas de los árboles y el rozamiento producido por la continua oscilación de aquel palacio colgado.
Antes de pasar al interior del camuatí, haré conocer el material de que es formado. Reúne éste tantas y tan buenas condiciones que, después de bien examinado, no puede la imaginación concebir una cosa más adecuada para su destino. Ya se ha dicho que ese material es una pasta como papel, hecha de la albura o primera madera que se halla bajo la corteza de los árboles; y es precisamente la misma de que era fabricado en la China el primer papel que se conoció en Europa no hace muchos siglos. ¡Invención admirable, que tanta parte ha tenido en los progresos de la civilización y de las ciencias! ¡Ojalá los hombres la hubieran podido aprender de la avispa algunos miles de años antes!
No podían las avispas haber elegido una sustancia más abundante en toda estación, ni más fácil de transportarse por su levedad. La cera, además de ser pesada y fusible, necesita pasar por una elaboración de veinticuatro horas en el segundo estómago de la abeja para ser secretada; más el camuatí prepara al aire libre su pasta papirácea en pocos instantes.
Para construir su colmena colgada en una rama, como le era utilísimo para mayor seguridad de sus riquezas y otras muchas conveniencias, necesitaba emplear un material que reuniese las calidades de fuerte y liviano; y estas propiedades reúne en alto grado la pasta del camuatí. Y es por su naturaleza susceptible de muchas modificaciones: para el forro de la fábrica las obreras la hacen compacta y tenaz; para la cuna de los hijos, muelle y flexible; es impenetrable a las lluvias; es mal conductor del calórico, para que se conserve la buena temperatura interior impidiendo el efecto, tanto del frío como del calor exterior; y finalmente es inodora e insípida, para que no incomode a los habitantes ni altere el sabor y aroma de la miel.
La misma contextura fieltrosa de esta admirable preparación, tiene una relación muy inmediata con la conservación del edificio, del tesoro que encierra y de la salud de las avispas. A través de aquellas porosas paredes se escapan los vapores y emanaciones perniciosas que en las colmenas ocasionan el enmohecimiento de los panales, las enfermedades y mortandad de las abejas.
¡Qué singulares analogías se encuentran entre la colmena europea y las ciudades de Europa, y entre la población del camuatí, colmena americana, y las poblaciones de América! ¡Aquéllas, todas dolorosas; éstas, todas venturosas! ¿Qué son sino unas colmenas infectas esos desordenados montones de casas sobre casas, aislados de la naturaleza, donde una inmensa población bulle, ansiosa de vida en un foco de muerte? Nuestras simétricas ciudades con sus anchas y rectas calles, sus espaciados edificios, sus jardines y arboledas, gozan de las condiciones higiénicas, del camuatí. Imitemos también la prolija limpieza de este insecto, pues que el aseo es uno de los primeros requisitos para la sanidad, y jamás seremos visitados por las epidemias que diezman con frecuencia las colmenas y las ciudades del antiguo mundo.
Más esa feliz coincidencia resaltará más, cuando nos internemos en esta nueva Pompeya, encubierta por tantos siglos a los ojos de los hombres.
La esfera, además de ser la más bella de las formas, es la
que con menor superficie encierra mayor espacio, y la que tiene más solidez con menos material; tal es la figura del camuatí el primer año de su construcción. Pero no son estas solas las condiciones que se requieren en la obra; no le conviene al arquitecto continuarla en la misma forma esférica, porque cada año, ensanchándose el edificio con el aumento del enjambre en el verano, tendría que trabajar un nuevo techo y cubrir una gran superficie con un muro sólido, para pasar el invierno. No toca, pues, en los años subsiguientes, la parte superior del edificio, sino que, partiendo de la mitad del globo ya construido, continúa hacia abajo la obra con progresivo ensanche, dándole la forma cónica que es, después de la esférica, la que ofrece mayor ámbito y firmeza.
Con este plan ingeniosísimo se concilian y combinan todas las ventajas desiderables: el fácil escurrimiento de las aguas, por la declividad de todas las superficies; la fortaleza del techo, por su convexidad; la mayor resistencia en las paredes, por su hechura circular, y la ampliabilidad indefinida del edificio en proporción del aumento de sus habitantes.
El comenzar la obra por el techo tiene también muchas ventajas; la principal es, que todas las obras nuevas y los trabajadores estén siempre a cubierto; y cada año, a la entrada del invierno, no tienen más que reforzar la capa inferior, para que toda la construcción quede asegurada. Mil observaciones pueden hacerse en favor de la forma exterior del camuatí, y todas nos conducirán a asegurar que sería muy difícil, sino imposible, dar más perfección a la colmena argentina.
Empiezan las avispas su edificio abrazando con la pasta papirácea cuatro o seis pulgadas de una rama delgada, de las más horizontales, y desde allí extienden la cúspide de la campana que ha de servir de techo. En el interior o cielo de esta bóveda hacen el primer panal en forma de una taza pegada por su borde al techo, con las celdillas por la parte inferior, de modo que todas quedan boca abajo. A media pulgada de distancia hacia abajo de este primer panal, construyen el segundo, de igual forma pero algo mayor.
Continúan en este mismo orden, agregando panal bajo panal, en capas paralelas cada vez más grandes, extendiendo y ensanchando al mismo tiempo la pared exterior, a la cual van adheridos en disposición casi horizontal. Según se va agrandando el camuatí, van tomando los panales una dirección más oblicua, que va siempre en aumento. Estos panales pueden considerarse como los diferentes pisos del edificio. A cada panal le dejan una abertura arrimada a la pared, y todas estas puertas se comunican en línea recta, de abajo arriba; formando una galería, que es el pasadizo o la calle principal interior, desde la puerta exterior o el portal, con su correspondiente sobrado que lo defiende de las lluvias.
Cada año hacen un portal nuevo y cierran el del año precedente. Contando estos portales tapiados, se puede saber el numero de años que han trabajado las avispas. He visto hasta ocho portales en un camuatí. Los panales tienen alvéolos solamente por la parte inferior; la superficie superior queda escueta como un patio cubierto que tiene por techo el caserío del panal de arriba, y sirve de techo al panal de abajo. La curvatura e inclinación de los panales les da más fuerza para sostener el peso de la miel y de la cría; y la posición vertical e inversa de los alvéolos es muy conveniente para la limpieza y conservación de la miel sin cristalizarse.
El dejar sin celdillas la superficie superior de los panales, debe ser también con el objeto de tener por donde transitar sin interrumpir a los trabajadores, ni andar sobre la miel y los hijos; comodidad que no ofrecen los panales de la colmena. Los camuatíes dan a sus celdillas la misma forma exagonal de las de la abeja; cada celdilla tiene seis lados o paredes correspondiendo cada pared a cada una de las seis celdillas circundantes; pero el fondo de las del camuatí no es anguloso como el de la co1mena, sino redondeado para mayor comodidad de la tierna prole.
La arquitectura apiaria que ha sido y es el asombro de los geómetras y arquitectos, es más artificiosa y admirable en la colmena, que en el camuatí, en cuanto a la disposición de la base de los alvéolos, porque la abeja, haciendo dobles sus panales (es decir, de dos capas o camadas), de modo que los alvéolos se tocan por sus fondos, ha adoptado una traza admirable para ganar espacio y economizar materiales.
La avispa del camuatí, como que dispone de materiales abundantísimos, ha consultado más su comodidad que la economía, construyendo sus panales sencillos (esto es, de una sola camada de alvéolos), y por consiguiente no necesita dar a los fondos la forma angular, y ha preferido hacerlos cóncavo-convexos, configuración indudablemente más a propósito para la cuna de las larvas.
Los alvéolos o celdillas del camuatí todos son sensiblemente iguales, sin que se note uno sólo que pueda decirse destinado para alojamiento de una reina, o de un zángano, como sucede en la colmena, donde se encuentran algunas celdillas de doble tamaño para las larvas de las presuntas reinas.
El forro o pared exterior del camuatí es grueso y compacto como un cartón fuerte, con mayor espesor y solidez en su techumbre. Para hacer la habitación más abrigada, con ahorro de tiempo y materiales, las avispas han aplicado hábilmente aquella propiedad del aire de ser mal conductor del calórico. Para ello han establecido contra el techo, por la parte de adentro, un sistema de cavidades, formado con hojuelas dispuestas en forma de escamas, y cubiertas con un cielo raso, de modo que entre éste y el techo queda interpuesta una capa de aire. Por este medio se preserva completamente el edificio del ardor del sol en el estío y del efecto de los hielos del invierno.
Sería necesario hacer una larga y difusa relación para detallar todas las particularidades que se observan en el interior de un camuatí. En todas ellas surge ostensiblemente la idea de la utilidad, que envuelve en sí las de seguridad y de comodidad, así como la economía de tiempo y de trabajo; y todo esto obtenido siempre por medios tan ingeniosos y sencillos, que no puede menos de reconocerse allí la obra de una alta sabiduría.
La serie de prodigios de que se forma la historia del camuatí empieza desde su cuna. Luego que las avispas han dado principio a las paredes de los primeros alvéolos, deponen un huevecito en el fondo de cada celdilla empezada, del cual sale un gusanito o larva, sin más miembro que su cabeza apenas perceptible. Mientras las obreras adelantan los alvéolos, otras avispas se ocupan en alimentar a su informe prole. A los veinte días de este afán, cuando las larvas están crecidas del tamaño de las avispas, cierran éstas las puertas de sus celdillas con una cubierta abovedada. Entonces la larva se forja un capullo de una película sutil, y permanece inmóvil y sin alimento en aquel secreto encierro. Allí se efectúa de un modo misterioso su transformación en avispa, pasando primero por el estado de crisálida en que se perciben ya algunos lineamentos de su futura conformación.
Esta metamorfosis incomprensible a la razón humana, se opera en seis días en la crisálida del camuatí, al paso que hay otros insectos que permanecen meses, y aún años enteros en aquella completa inmovilidad e inedia. Llegado el momento de su libertad, rompe la joven avispa la puerta de su prisión, sepulcro o cuna, y sale a gozar de una nueva vida, dotada ya de la misma habilidad e industria de sus progenitores.
Las generaciones se suceden con mucha rapidez; se aumenta prodigiosamente la población; trabajan todos con actividad; ensanchan a gran prisa su ciudad; y cuando se aproxima el invierno, se apresuran a llenar sus almacenes de provisiones para la rígida estación. Estas consisten en la miel producto de una breve elaboración del néctar de las flores en un órgano especial del insecto.
La miel del camuatí me parece superior a la de la abeja, e indudablemente la podemos obtener más pura, porque no teniendo olor ni sabor alguno los vasos que la contienen, no la pueden privar de su perfume ni comunicar ninguna cualidad extraña, como sucede a la miel de las abejas, a causa de la cera de que son formados los panales.
¡No sé qué especie de sensación tan agradable se experimenta, al tener uno en la palma de sus manos uno de aquellos hermosos panales esféricos del camuatí, rebosando de nitidísima, cristalina miel! Sea que nos lisonjee la idea de que todo aquel dulce peso que gravita en nuestras manos es puramente de la miel, pues el vaso que la contiene es tan tenue, tan leve, tan aéreo; sea que encante nuestros ojos la vista de aquella superficie, en que con perfecta simetría se diseñan los alvéolos como el engaste de una joya de diamantes; o sea la satisfacción de admirar tan de cerca una obra tan maravillosa, y ser dueños de tan espléndido regalo de la naturaleza; o sea, en fin, que aquel contorno esférico, la más hermosa de las formas, despierte en nuestro pecho voluptuosas simpatías; lo cierto es, que es sumamente delicioso, contemplar uno en la palma de sus manos el primoroso panal del camuatí rebosando de exquisita miel hiblea. Todo en él nos convida a ligarlo a nuestros labios, a aspirar su aroma, a gustar y paladear aquella líquida ambrosía que se nos ofrece en forma sólida como un refinamiento del placer, para disfrutarla con más comodidad y deleite.
¡Bendita sea la Divina Providencia! Ella ha mandado al mundo esta muchedumbre innumerable de pequeños obreros para que se empleen en la recolección de una abundante y preciosa mies, que sin esto sería perdida para el hombre.
Las flores sin número que realzan con mil colores y dibujos el manto de la naturaleza; las flores destinadas para decorar la mansión del hombre, pues que sólo él sabe gozar de su hermosura y su fragancia; esas flores tan bellas como efímeras, encierran en sus cálices el dulce néctar que el camuatí atesora en sus maravillosas fábricas ¿Qué cosa hermosa puede haber que no encierre en sí algún bien? Mas la hermosura que no promete sino un fugaz deleite, es una flor sin néctar. Las virtudes y los talentos en la beldad, son cual la miel en el hermoso panal del camuatí.
Ni la mujer fue destinada a brillar solamente en su juventud pasajera, ni las flores fueron hechas con sólo el objeto de ostentar su fugaz belleza. Ellas tienen un alto y sublime destino: en las flores también se verifica el más estupendo de los arcanos de la naturaleza, la obra de la generación. En ellas tienen las plantas su tálamo nupcial. Sus formas bellas, su brillante colorido, sus variados matices, los perfumes de sus pétalos, el almíbar de sus nectarios, todo concurre para hermosear su misterioso himeneo.
Los melíferos camuatíes son los convidados a estas secretas bodas; y no sólo presencian aquel tierno consorcio que asegura la fecundidad de la tierra y el sustento de los vivientes, sino que ellos también contribuyen a estrechar el amoroso enlace. Introducidos en las corolas, hacen desprenderse el polen fecundante; y establecida así la comunicación entre los estambres y los pistilos, que son los órganos de la reproducción en las plantas, se asegura y abrevia la fecundación de los granos y frutas que han de perpetuar las especies vegetales y alimentar innumerables seres.
Es la avispa también la que transportando el polen de unas especies a otras, contribuyen a la producción de las plantas híbridas, y a las variedades de flores y frutos que resultan de estos cruzamientos. Y será ella también la que más de una vez estrechará el lazo amoroso entre aquellos vegetales de diferentes sexos, que por su separación no pueden desposarse, como sucede con nuestro magnífico ombú, lográndose así propagar por nuestras pampas este árbol providencial, tan apreciable por su sombra, como por sus virtudes poco conocidas. .
¡Ombú hermoso! ¡Amante solitario de nuestros campos! ¡Vuelen tus amores en alas del bello camuatí hasta el seno de tu amada, para que tu benéfica sombra se extienda sobre la cabaña hospitalaria de nuestras pampas! ¡Ombú majestuoso, lleno de hermosura, lleno de vida, gloria del desierto! Tú eres el hijo predilecto de esta tierra, y yo te amo más que tu misma madre. Tú eres el emblema de la patria; fuerte, invencible, benéfico, hospitalario como sus hijos. ¡Ombú grandioso, incomparable! Eres para mí más hermoso que los soberbios pinos de aquella región infausta del otro lado de los mares. Tu gloria oscurecerá su gloria. Amante solitario, de nuestros campos! ¡Vuelen tus amores en alas del bello camuatí hasta el seno de tu amada, para que tu benéfica copa proteja la cabaña hospitalaria de nuestras pampas!
¡Admirable armonía de todas las obras de Dios! Este insecto pequeño, que apenas percibimos como una ligera sombra que pasa rápidamente delante de nuestros ojos, formando con sus alas un tenue susurro apenas perceptible a nuestros oídos, está sin embargo estrechamente enlazado con la conservación, la reproducción, la vida y los goces de toda la creación terrestre, sin exceptuar al más altivo de los vivientes! ¡Y, quién creyera que aun en el orden moral, se podría encontrar una relación inmediata entre el insecto y el hombre! ¡Entre una sociedad de avispas y la sociedad humana! Y ¿qué tiene que enseñar el hombre a la avispa del camuatí? ¿No tiene, más bien, mucho que aprender de su maravillosa industria, de su laboriosidad, de su economía social, de sus costumbres?
Mi alma se sobrecoge de admiración y de respeto cuando veo a un insecto ejecutar operaciones que presuponen tanta habilidad, tanto saber, tanta previsión. No puedo menos que ver allí una sabiduría suprema que ha querido confundir y humillar la soberbia de la ciencia humana.
Si a cada paso que da el hombre, si a cada mirada que arroja sobre el corto número de objetos que están al alcance de sus sentidos (cortísimo en comparación de la infinita creación imperceptible que tiene a sus plantas, y de los infinitos mundos que se vislumbran en la inmensidad del espacio y de todo lo invisible); si a cada paso que da el hombre, encuentra un prodigio que admirar; si él mismo es un conjunto de prodigios incomprensibles. ¿Por qué no levanta su espíritu a la contemplación de la Suprema Inteligencia que obró tantas maravillas? ¿Por qué no confiesa con humildad, que su ciencia, llena de ignorancia, no es capaz de comprender aquella sabiduría y poder infinitos que resplandecen en todas las obras del Altísimo?
Así lo hizo siempre el sabio. Pero el incipiente, que no ve en una estrella nada más que una pequeña luz, y en una avispa, nada más que un vil insecto, ¿qué creencia podrá conservar, si nada conoce, ni aun su misma incapacidad?
¡Cuán grande se siente el hombre cuando se encuentra capaz de arrancar a la naturaleza alguno de sus recónditos secretos; cuando descubre alguna de las leyes que rigen la máquina del mundo; cuando considera los progresos del entendimiento humano; cuando contempla las maravillas del arte y las obras inmortales del genio! El encuentra en sí un principio fecundo, investigador, creador, sublime, el pensamiento, y se siente elevado sobre todo lo terreno y material, y se enorgullece de su propia grandeza. Empero, ¡cuán pequeño parece a sus propios ojos! ¡Cuán confundido, cuando circundado de las infinitas maravillas de la creación, no puede su mente penetrarlas! ¡Cuando en faz de la obra de un insecto, no puede medir con ella su orgullosa inteligencia!
La obra portentosa del camuatí, hace siete mil años que tiene el grado de perfección que admiramos hoy en ella; y el hombre ha necesitado siete mil años de investigaciones y de estudios para hacer los descubrimientos que le son más necesarios; y después de los desvelos de los sabios, del sacrificio de tantos héroes, de las desdichas de tantas generaciones, aun está muy distante de alcanzar aquella armonía social, aquel orden venturoso que hace ya siete mil años que se hallan establecidos en la república del camuatí.
Pero hay esta diferencia: que la perfección del camuatí es la obra de la voluntad y sabiduría de un Dios; y la perfección de la sociedad humana, dejóla el mismo Dios a la voluntad y sabiduría del hombre.

CAPITULO XVIII


EL MAMBORETA O EL PROFETA, EL RELIGIOSO, EL REZADOR,
EL PREDICADOR, EL MENDICANTE


El mante de los naturalistas y mamboretá de los guaraníes, es un género de insectos que comprende varias especies diseminadas en todas las regiones del globo, como sucede generalmente con las creaciones más útiles al hombre, que se multiplican y prosperan bajo todas las latitudes. Unico carnicero entre los ortópteros (de dos alas rectas), se mantiene únicamente de insectos, dando caza principalmente a los voladores. Por esta propiedad, unida a su gallardía y mansedumbre, debiera ser naturalizado en nuestras casas y jardines; y sería de desear que las gentes del campo, en lugar de destruir los nidos de estos insectos, los respetaran como merecen los defensores de las cosechas. Más, por desgracia, los mismos beneficiados propenden, sin saberlo, al aniquilamiento de la especie, cada vez que, pretendiendo limpiar los plantíos, arrancan de las axilas de las ramas unas aparentes excrecencias corticales en que se abrigan los huevecitos del mamboretá, y no las larvas que taladran los árboles, según erróneamente lo asegura nuestra Grigera en su Manual de Agricultura.
Hace algunos años que en una publicación popular he combatido este pernicioso error que impide la multiplicación de esos inocentes y útiles compañeros del hombre, que con tanta frecuencia como confianza lo visitan, aun en el interior de su morada, como si vinieran a ofrecerle sus servicios.
El mante o mamboretá es un insecto que ha llamado siempre la atención del pueblo y de los doctos en todos los países, inspirándoles asombro y reverencia.
La antigüedad veía en el aire meditabundo y la vestidura talar del mante, una semejanza de las antiguas Sibilas, y creía que realmente vaticinaba lo futuro, según lo acredita el nombre genérico que le dieron, que significa profeta. Hoy mismo casi todas las naciones del antiguo mundo miran este insecto con una especie de superstición, atribuyéndole facultades de un orden elevado y sobrenatural, como lo prueban los nombres que se le han aplicado científicamente, tales como: el parto, el religioso, el devoto, el predicador, el mendicante, el adivino. En el Africa Central, según el viajero Caillaud, es este insecto objeto de verdadera adoración; según Sparmann, es venerado como una divinidad tutelar por los Hotentotes, quienes tienen por santa a la persona en que por casualidad se llega a posar un mante; en Turquía lo miran como insecto sagrado; y en todo el Oriente se le tributa una especie de culto, y se considera como una señal feliz encontrárselo en su tránsito. En la Europa culta se le mira con admiración; en Francia se le tiene igual estimación, lo llaman Prie-Diett (ora a Dios) y creen firmemente que reza; y en España sucede lo mismo, pues le dan el nombre de rezador. Se asegura que el mamboretá enseña el camino al niño alejado de la casa de sus padres, y a la joven extraviada que tiene la suerte de encontrarlo. Generalmente lo tienen por adivino, y acostumbran preguntarle: ¿Dónde está Dios?, creyendo ver que el animalejo señala el cielo con la pata. Así es como la superstición obliga a los pueblos a respetar un insecto utilísimo para la conservación de las plantas.
Y esas creencias, por más extravagantes y absurdas que sean, no hay que presumir que son exclusivamente vulgares o del pueblo ignorante, pues que han participado de ellas hombres instruidos.
El naturalista Moufet dice con candor: "Este animalito es reputado tan adivino que enseña su camino al niño que lo interroga, extendiendo una de sus patas, y rara vez o nunca se equivoca"
Confunde a la razón, que, por sólo las exterioridades, hayan podido adquirir tan inmerecida fama unos irracionales cuya vida toda es un tejido de iniquidades, a juzgarlos dotados del albedrío que se les apropia. ¡tanto es lo que engañan las apariencias! ¡Tal es el poder fascinador de la hipocresía! El fratricidio, el matricidio, el canibalismo, la ferocidad y la holgazanería, son los verdaderos atributos del mante europeo. Refiérese que apenas nacidos, los hermanos se atacan y devoran unos a otros, sucumbiendo los más débiles. Durante su juventud hace cada uno una vida enteramente salvaje y vagabunda, sin relación alguna con los de su especie; antes al contrario, siempre que se encuentran dos, se traba un combate a muerte, hasta que el uno consigue cortarle a su contrario la cabeza para comérsela en el acto. En su pubertad se unen, es verdad, cediendo al instinto de propagación; pero, el macho tiene que alejarse con rapidez, porque sino es bastante pronto en la huída, como suele suceder, al momento es devorado por la hembra. Cuando a ésta le llega el tiempo de aovar, abandona su carga sobre una rama, donde perecería su descendencia, si la naturaleza no hubiera provisto a su conservación por medio de una pasta en que salen encerrados los huevos.
Es ciertamente misterioso, que los mismos insectos en el Nuevo Mundo sean de índole y costumbres diametralmente opuestas a los del otro continente. Al menos yo puedo asegurar que en tantos años de observaciones, nunca he visto, ni he oído decir que el mamboretá, tan común en este país, ejecute ninguno de esos actos feroces que se refieren del ultramarino.
Nuestro mamboretá, tan gracioso y familiar como inofensivo, es generalmente de un verde mate descolorido; los hay atabacados, y algunas especies tienen las alas pintadas con los hermosos colores del iris, dispuestos en anillos concéntricos como en el meteoro. Su configuración es la misma de los mantes del viejo mundo, y su tamaño llega a tres pulgadas. Tiene el corselete muy fuerte, largo y delgado, el vientre grueso, almendrado, blando, y cuatro piernas larguísimas, sobre las cuales, cuando está quedo, se le ve con el cuerpo erguido; posición que en ningún otro insecto se observa. Su pequeña cabeza es libre y voluble, de manera que con facilidad dirige la cara a todos lados, y aun puede mirar hacia atrás sin volver el cuerpo. Sus ojos lisos o únicos, son espaciosos y abultados; sus dos grandes y transparentes alas están plegadas como abanico debajo de dos anchos élitros o cubiertas flexibles. Los otros dos miembros, que los naturalistas cuentan en el número de las patas, son verdaderos brazos, con su correspondiente antebrazo, en igual disposición que los nuestros, aunque en lugar de manos, tiene unas manoplas, armadas de corvas y fuertes uñas, de las cuales se sirve lo mismo que el hombre cuando tiene baldados los dedos. Aunque se ayuda de los brazos y manoplas para la locomoción como los cuadrumanos, los usa principalmente para su defensa y para agarrar insectos y comérselos a bocados, no chupándolos, como dicen los entomólogos del mante europeo.
Para asir con la mano impunemente al mamboretá, es menester asegurarlo por los brazos tomándoselos entre los dedos; pues aunque nunca trata de morder, sabe clavar sus uñas de un modo mortificante para las manos delicadas.
Cuando está parado, conserva vertical su cuerpo, con los brazos en ademán deprecativo, lo mismo que el sacerdote cuando hace sus preces en el altar. Se le ve casi siempre en esa postura, inmóvil, horas enteras, en acecho de su presa. El mamboretá es exclusivamente insectívoro, con la particularidad de que desde que nace vive de la caza, sin hacer el más leve daño a las plantas ni a las frutas. Aunque lento para andar, es ágil para la caza, y diestro para la pelea. Es tan arrogante y confiado, que si se le toca o molesta, en lugar de huir, se mantiene firme y se defiende con los brazos, haciendo quites y dando manotadas, como si fuese una persona, sin perder ni avanzar terreno. También suele pavonearse el mamboretá, desplegando sus alas hasta el suelo e imprimiéndoles por intervalos un sacudimiento que produce un ruido semejante al de las vibraciones de una hoja de esmalte; como si se ufanase, cual pavo real, ostentando la belleza de su ropaje.
Llegado el tiempo del desove, en el otoño, la hembra del mamboretá lo efectúa, saliendo cada huevecillo envuelto en una masa gris, en tal disposición, que los cuarenta o más huevos oblongos quedan acomodados paralelamente en tres o cuatro hileras, formando un grupo como una pequeña avellana adherida a la bifurcación de la rama de un arbusto. La masa después de seca, queda bastante dura, esponjada e impermeable para proteger la nidada contra las desigualdades del clima, durante todo el invierno. De este modo se salva la especie y esto explica, cómo ha podido extenderse por tantas regiones un ser que perece en el invierno. A los primeros calores del verano salen del huevo ya en aptitud de buscarse la vida cazando insectillos. Tienen desde chicos la misma estructura de sus padres, pero sin alas, y son más vivos y graciosos en sus movimiento. Al paso que van creciendo, mudan el pellejo varias veces hasta que, siendo adultos, les crecen las alas. Hay otras especies, aunque no tan comunes, de formas muy extrañas; una, al primer aspecto parece una pajita y éste es el nombre que lleva; otra, parece una media hoja seca, lo que ha dado origen a la creencia vulgar de que son realmente pajas y hojas convertidas en bichos.
Tal es el mamboretá, el más extraordinario de los insectos; tan raro por su figura, como por su desarrollo, maneras y costumbres; que nace perfecto en su organización, sin pasar por el estado de larva; que ofrece el hecho raro de la poligamia femenina; que tiene brazos y manos de que se sirve como los monos; que manifiesta tanta espontaneidad en sus acciones y movimientos; que al orgullo, al valor y la fuerza, une la mansedumbre, la paciencia y la confianza; que no solamente parece animado de verdaderos sentimientos, sino dotado de inteligencia, alucinando de tal modo sus apariencias a los verdaderos racionales, que le atribuyen el don de profecía, lo veneran como santo, y lo adoran como Dios.
Cuando los europeos arribaron por primera vez a las costas del Nuevo Mundo, encontraron a este singular insecto, distinguido también con cierta consideración popular entre los indígenas que en la región del Plata le habían puesto el nombre significativo de mamboretá, frase interrogativa de la lengua guaraní que en la nuestra equivale a la pregunta: ¿Dónde está tu chacra?.
Así como los nombres inadecuados de religioso, santo, profeta, predicador, rezador y mendicante, que este insecto lleva en el Viejo Mundo, patentizan la superstición y la ignorancia de las naciones que los impusieron, así también encuentro que, bien analizado, el nombre americano basta por sí solo para caracterizar la nación que lo aplicó.
Es obvio que la sencilla pregunta ¿dónde está tu chacra? dirigida a un forastero extraño, presupone que el pueblo que la hacía se componía todo de labradores, cada uno propietario de una casa y heredad en cultivo; sin duda, porque comprendían que la propiedad territorial es un derecho y el trabajo un deber de todos, y por consiguiente formaban una sociedad basada sobre la justicia, la igualdad y la fraternidad; de lo que necesariamente debía resultar la libertad y el bienestar de todos sus miembros. En una palabra, debió ser un pueblo laborioso, bueno y feliz. Tal era en efecto la nación numerosa de los guaraníes que tranquilamente ocupaba este dilatado suelo en la época de su descubrimiento por los españoles. Así lo describen los primeros historiadores del Río de la Plata: eran labradores, industriosos, pacíficos, bondadosos y hospitalarios.
Y todavía conservan tan buenas cualidades los míseros restos que de aquella raza han quedado con la denominación de correntinos y paraguayos, que aun poseen en toda su integridad y belleza el idioma de sus mayores; única herencia que aun no se ha intentado arrebatarles. Empero, esa nación infortunada, dejará, a despecho de sus verdugos, un monumento de su civilización y de su importancia, tan duradero como el planeta que habitamos, en los caracteres de su admirable idioma indeleblemente estampados en los árboles y en los valles, en los bosques, en los ríos, en las creaciones todas del vasto y fecundo suelo que fue suyo, pues que en todos sus ámbitos se verán siempre y serán perpetuamente repetidos los nombres guaraníes, hasta del más oculto arroyuelo, de la más humilde planta, del más pequeño pececillo y del insecto menos conocido; nombres sabiamente impuestos por la nación guaraní, que han sido adoptados, no sólo por sus dominadores, sino por la ciencia misma.
Los entendidos guaraníes aplicaron a cada animal, a cada planta, a cada objeto, un nombre adecuado a sus propiedades o caracteres más notables. Al observar entre las avispas una especie que vivía en sociedad fraternal como ellos, que todas trabajaban como ellos sin admitir zánganos, y que como ellos, se protegían mutuamente, dijeron: he aquí unas avispas amigablemente unidas, camuatí; y éste fue el nombre con que las distinguieron. Al ver un viviente de extraña figura, con fuertes brazos y manos, al parecer más aptas para el trabajo que las patas de la avispa, y que demostraba superior inteligencia, le preguntaron: "Dinos, peregrino, ¿por qué te vemos siempre errante y solitario alrededor de nuestros cortijos? ¿Dónde está tu chacra? mamboretá"; y esta última frase fue el nombre del insecto.
¡Desdichado pueblo guaraní! ¿Qué ha sido de su antigua prosperidad y libertad? ¡Dónde están los populosos caseríos de vuestros padres! ¡Dónde vuestras propiedades, vuestros campos, vuestras chacras! Todo ha sido devorado por la codicia de vuestros conquistadores, que invocando un Dios de justicia y una religión de paz y confraternidad, todavía han exigido vuestro sudor y vuestra sangre. Ellos, con la misma verdad que a un insecto feroz y fraticida de su país, se aplicaron a sí mismos los títulos de religiosos, profetas, predicadores y santos.

CAPITULO XIX

EL SEPULTURERO, EL CAUSTICO,
EL CREPITANTE,
EL ENTIMO Y LOS LUMINOSOS


Al lado del mante religioso, dedicado piadosamente, según la creencia popular, a la vida contemplativa, debemos colocar al sepulturero, insecto exclusivamente consagrado a enterrar los muertos.
Los necróforos o escarabajos sepultureros, parecen destinados por la naturaleza para purgar la tierra de los despojos que la ensucian y cuyas emanaciones contribuyen a viciar el aire, pues no tienen más ocupación que la de enterrar los restos animales y aún los cadáveres enteros de pequeños mamíferos y reptiles. Organizados para llenar este objeto, están dotados de un olfato tan delicado, que al instante se reúnen en gran numero al olor lejano de la carne mortecina; y apenas se puede explicar cómo unos animalitos tan pequeños (de media pulgada) puedan sepultar en pocas horas una rata, o una gallina entera. Cavan con afán debajo del cadáver, de modo que éste se va hundiendo por su propio peso, hasta que llegando a suficiente profundidad, los enterradores terminan su obra cubriéndolo con la tierra extraída del hoyo o sepultura.
Dudo que este escarabajo, en su estado perfecto, se alimente con las materias pútridas que maneja; las enterrará para asegurar la empolladura de sus huevos y la nutrición de sus crías. A los pocos días nacen las larvas, que son unos gusanos blancos, provistos de patas cortas y poderosas mandíbulas. Para pasar al estado de ninfas, ellos mismos se entierran más profundamente; se fabrican con tierra amasada con su saliva una celda oval, y después de algún tiempo de encierro, salen transformadas en escarabajos para seguir el ejercicio de sus predecesores.
El color fúnebre del sepulturero condice con su oficio; y es notable como, a pesar de una ocupación tan sucia, pueda este insecto conservarse siempre limpio y sin mal olor.
Tan cierto es que la semivirtud del aseo puede hacer compatible la limpieza personal con el trabajo más inmundo.
Aunque el mamboretá y el necróforo no recrean nuestra vista por sus formas ni colores, dan pábulo a la meditación del filósofo y despiertan la atención del vulgo con sus singulares facultades y costumbres, y son, así mismo, animalillos útiles que se acercan a la habitación del hombre para prestarle sus servicios. No así las pintadas mariposas y tantos coleópteros, que nos seducen con su belleza, superando en brillo y variedad a las mismas flores; pues, aunque generalmente inofensivos en su nueva existencia aérea, son ellos los que producen los innumerables gusanos, orugas o isocas, rastreras y voraces que deshojan los árboles, talan las huertas, taladran nuestros muebles, roen nuestros vestidos y enferman a los ganados.
Las mariposas del Delta son lindas y variadas, vestidas de plata, oro y terciopelo de todos los colores; aunque no para formar colecciones tan hermosas y ricas como con los espléndidos lepidópteros de latitudes más elevadas. Podemos incluir entre los elegantes, por su figura y sus libreas matizadas, varias especies de carábicos, de las cuales dos merecen especial mención por la singularidad de sus propiedades: el cáustico o bicho moro y el crepitante. El primero, es fitófago muy voraz, de color cenizo, punteado de negro; cuando se le agarra, vierte por la boca y trasuda por todas las coyunturas un licor amarilloso, acre y cáustico, que causa ardor y rubefacción en las personas de cutis delicado. Nuestros farmacéuticos parece que lo emplean como equivalente de la cantárida; y tiene la ventaja de no ser ponzoñoso.
El crepitante, insecto análogo al Cárabo petardo de Europa, tiene una arma semejante a la del zorrino o mofeta; cuando se ve perseguido produce por el ano una explosión o estallido, lanzando un gas como humo, de un olor fuerte, parecido al del álcali volátil; y puede repetir la descarga muchas veces seguidas.
Los coleópteros del género cárabo nos hacen grandes servicios devorando las babosas y muchos insectos y orugas que atacan a las plantas. Los cárabos se distinguen por su forma prolongada, por sus patas largas y fuertes, siempre dispuestas para la carrera, y por sus antenas delgadas.
Entre los coleópteros, hay esmaltados coprófagos o acatangas, capricornios de vivísimos colores, y crisomelas o vaquitas de cuerpo redondo y deprimido, tan preciosas, que algunas son como esmeraldas, y otras parecen de puro oro.
Me limitaré a describir un coleóptero del género éntimo, como digna muestra de nuestra fauna entomológica, y por la circunstancia de haber sido yo su primer descubridor en las islas del Delta, único punto donde se le encuentra al menos en estas latitudes. Este éntimo no cede en tamaño y hermosura al imperial y otras especies del Brasil, de las que difiere la nuestra en que tiene las patas lisas, y no vellosas como las de aquéllas. A este género pertenecen las especies más notables de la entomología, por el brillo de sus colores y la belleza de sus formas; como que por eso la ciencia los ha particularizado con el nombre de estimados (que es el significado de la voz griega éntimo), distinguiendo con los epítetos de imperial, noble, espléndido, las diversas especies conocidas: Si el éntimo del Delta fuese de una especie nueva, convendría llamarlo platense o argentino. Es bastante grande, como de una pulgada; su cuerpo se asemeja a una navecita inversa; es sólido y todo teñido de un color verde muy brillante, recamado de oro y azul.
El éntimo argentino es una verdadera joya forjada por la naturaleza, que puede figurar al lado de las obras más acabadas y primorosas del arte, aunque tengan por materia el oro y las piedras más preciosas; con la diferencia de que en el artefacto más perfecto y pulimentado se notan groseros defectos si se le mira al través de un lente, al paso que en el insecto se descubren nuevas y más admirables perfecciones. Pero ¿cómo dar una idea exacta de este objeto peregrino, sin emplear el pincel para ofrecer siquiera una tosca semejanza de su forma y de su ornato? Aún así sería imposible imitar la brillantez y tornasol de sus tintas vigorosas, que se conservan invariables después de muerto el insecto. En la necesidad de compararlo con algún otro viviente conocido, yo no encuentro sino aquel primoroso pajarito, obra maestra de la creación. El éntimo, sin disputa, tanto por la belleza de su figura, como por la riqueza de sus galas, debe ocupar entre los insectos alados el mismo rango que el picaflor entre las aves.
El vivo colorido de las pedrerías y el esplendor de los metales bruñidos relucen en el cuerpo del éntimo como en las plumas del picaflor; igual es el fulgor, igual la vivacidad de sus colores y cambiantes, e igual es muestro encanto al contemplarlos. Aunque no puede haber semejanza en su estructura, por ser de naturaleza tan distinta; más si el uno hechiza nuestros ojos con los mórbidos y tornátiles perfiles del ave, también el otro nos embelesa con la bella disposición de su cuerpo, de forma de navicular sin ángulos ni líneas rectas que interrumpan la suavidad de sus contornos; y el éntimo tiene con el picaflor del Delta una semejanza de colorido que no deja de ser reparable, pues ambos son de un hermoso verde con reflejos azulados. Las seis patas esmaltadas del insecto son igualmente verdes, dominando el azul turquí en su cabeza y en toda la parte inferior de su cuerpo. Los élitros estriados del éntimo, multiplicando en sus relieves y nacelas las refracciones de la luz, hacen estincilar en todas direcciones su ropaje de esmeraldas y zafiros, todo salpicado de chispas de oro.
El reposo, la apacibilidad, la inocencia del éntimo platense cautivan a la par de su belleza. No huye de la mano que lo aprisiona; no hace el menor esfuerzo para evadirse, ni tiene armas para su defensa; su único ardid al verse en peligro, es dejarse caer al suelo y hacer la mortecina. Apacible, silencioso, pausado en sus movimientos, parece un ser apenas animado; no es sino una alhaja, dotada de un tenue aliento vital, lo indispensable para su conservación y procreo; una alhaja que parece brindarse a la tímida y delicada mano de la beldad, para que confiadamente la coloque entre sus más lindas preseas, como lo practican las brasileñas con el éntimo imperial haciéndolo engastar en aros y prendedores. El éntimo platense nos recuerda también la mansedumbre e inocuidad de los cocuyos y tucus, con que las jóvenes argentinas y las peruanas suelen realzar su tocado y su hermosura en los saraos y paseos nocturnos, adornándose con estos insectos luminosos, que cual si fuesen joyas de diamantes refulgentes, dan en cierto modo realidad al fabuloso carbunclo.
El cocuyo o linterna es indígena de la América, muy diferente del insecto fosforescente, conocido en ambos mundos con los nombres de lampiro, luciérnaga, luciola, mamúa y bicho de luz. Nuestro cocuyo es el piróforo descrito por Mr. Lacordaire; su tamaño varía según la especie; los hay hasta de pulgada y media de longitud. Su caparazón es fuerte, de color negro, forma oblonga; es de lento andar, toma el vuelo con dificultad; es fitófago y enteramente inofensivo. Su luz es perenne, y no intermitente o relampagueante como la de la luciérnaga; ni alumbra como ésta por el vientre, sino por los discos que tiene en la espalda, y también por la juntura del pecho y el abdomen, cuando despliega las alas. Un solo cocuyo ilumina la oscuridad de la noche hasta una distancia considerable, y es suficiente para leer en las tinieblas. Los indios se lo atan a los dedos de los pies para andar de noche por los senderos del bosque; y se alumbran en sus chozas colgando del techo una jaulita de cocuyos.
La química no ha podido todavía descubrir la naturaleza de la sustancia luminosa de los insectos fosforescentes. Sólo se sabe que la luz es producida por la combustión lenta de una secreción particular, que en la luciérnaga ocupa los últimos anillos del vientre, y en el cocuyo se halla dentro de tres vejiguillas; dos situadas en los ángulos posteriores del corselete y otra debajo del pecho, sin ninguna comunicación entre sí. Cuando el insecto duerme o se ve molestado, apaga o cubre sus luces con una membrana opaca, o por otro medio desconocido. Si por acaso llega a caer de espaldas, da un salto vertical para caer sobre las patas; pero no se sirve de ellas para saltar, sino que, apoyando en el suelo las dos extremidades de su cuerpo, lo arquea y cimbra para arriba. Parece que el nombre de tucu que se le da en este país es por imitación del traquido de su cuerpo cuando salta. Vive al parecer tranquilo y contento cuando se le tiene cautivo en un vaso con alguna fruta para su alimento.
Hay en el Delta otro insecto luminoso que por su belleza considero sin par en la entomología. Refiere Azara que "vio en el Paraguay un gran gusano de cerca de dos pulgadas de largo cuya cabeza por la noche parece un carbón ardiente, y tiene además en todo el largo del cuerpo de cada lado una hilera de agujeros redondos, semejantes a ojos, de los que sale una luz débil, amarillenta ". El que he visto yo es una oruga del mismo tamaño, pero toda luminosa. Su cuerpo se compone de siete artejos que son otras tantas luces permanentes; la que corresponde a la cabeza es rojiza, y las demás son verdosas. No se puede dar un objeto más precioso y admirable, visto en la oscuridad de la noche. Si se presentase una joya de luces tan bellas y de tan suave brillo, no tendría precio.


CAPITULO XX

LA AVISPA SOLITARIA

Entre los insectos que se distinguen por su elevado instinto y por su industria, el más admirable por la apariencia de previsión y de ciencia, y por su industria y su historia sorprendente, es una avispa solitaria, que aun no tiene nombre porque nadie ha penetrado todavía, con los ojos de la investigación, el arcano de su vivienda. Esta avispa es grande, de más de una pulgada; su cuerpo es esbelto, negro, lustroso, sin vello, y las alas de color café. Sus movimientos son vivos y graciosos, es inofensiva, y tiene un canto melancólico, de sonidos dulces y vibrantes, parecidos a los que resultan girando un corcho por el borde de un vaso de cristal.
No es necesario ir a los campos o a los bosques para observarla; ella misma se nos presenta confiadamente y se establece en nuestras casas, para ejecutar a nuestra vista y ofrecer a nuestra contemplación la obra artística de su ciego instinto, y los admirables resultados fisiológicos de sus misteriosas operaciones, puramente maquinales. Si, dentro de la habitación del hombre, no solamente en los ranchos de las islas, sino en los edificios urbanos, todos los años se avecinda; y no elige las piezas apartadas para levantar su casita y establecer su familia con más seguridad y sosiego, sino los aposentos habitados, en cuyos techos y paredes trabaja descubierta, como si se complaciese en mostrarnos su habilidad y probarnos su confianza en el rey de la naturaleza, de quien no teme le rehúse la hospitalidad, ni mire con desdén una de las maravillas de su Creador, ¿Por qué no prefiere como las demás avispas, la soledad y seguridad de los bosques para construir el nido a su póstuma prole? ¿No posee, como el camuatí, el arte de construir una casa sólida, capaz de resistir las intemperies? Parece pues, que la avispa solitaria nos buscase el interior de nuestra alcoba, para darnos ejemplo de habilidad, de previsión, y también de abnegación, pues que todo lo hace para su hijos. Ella no disfruta un de las comodidades de su morada ni de sus provisiones; trabaja con afán, bajo de nuestro techo las noches al raso; y una vez concluida su tarea, se para siempre a vivir o morir en la soledad y desamparo del desierto. ¡Singulares costumbres las de esta avispa, en oposición completa con todas las demás especies, que viven en sociedad y se auxilian mutuamente para la construcción de sus nidos y su defensa!
La avispa solitaria tiene una vida enteramente aislada, sin relación alguna con sus semejantes. Es una viuda desvalida, que apenas gozó un momento de su enlace conyugal; que no ha conocido a sus padres y que, sin esperanzas de criar ni aun ver a sus hijos, sabe sin embargo proveer a la seguridad y subsistencia de ellos. Ella sola lo hace todo; sin el concurso del macho, el cual, probablemente, después de su pasajera unión sexual, habrá sucumbido como el zángano que obtiene los favores de la abeja reina, pues que nunca se ve sino a la avispa hembra en la obra y provisión de la casa. Se compone ésta de varios departamentos o grupos de casillas tubulares hechas de finísimo barro, paralelamente colocadas. Cada departamento consta de una casilla central y cinco laterales; la central es para los víveres y las laterales para las larvas. Las provisiones consisten en arañas de patas cortas, de diferentes especies. Las trae vivas, pero atontadas por efecto del venenoso aguijón de la avispa; y así semivivas las amontona, unas sobre otras, en el cañuto o casilla del centro y tapa la entrada. Al mismo tiempo pone un huevo en cada una de las casillas laterales, y también la cierra. Dando, con esto, por concluida su misión, abandona casa, provisión e hijos, para seguir la vida errante y solitaria de los bosques.
Entretanto los hijos que salen de los huevos, pasan todo el invierno en su encierro, nutriéndose y creciendo por un sistema de alimentación el más curioso y extraño. Se alimentan no por la boca, sino por los poros de su cuerpo, absorbiendo las emanaciones de las arañas que al fin perecen por consunción. Esa absorción es suficiente para el desarrollo de las larvas hasta su transformación en avispas perfectas, las cuales salen de su prisión abriéndose paso con los dientes, y cada cual vuela por su lado para volver en el verano a construir, cada una aisladamente, su edificio, repitiendo las mismas operaciones de la avispa madre.
He aquí un verdadero caso de vampirismo; pero, al revés de la monstruosa superstición admitida en nuestro tiempos modernos por naciones ilustradas, son aquí los vivos, los verdaderos vampiros que engordan a expensas de la sustancia de los semi-muertos.
El fenómeno que nos ocupa está admitido y explicado por la ciencia médica, aunque no precisamente en cuanto a la completa alimentación por medio de la absorción cutánea y pulmonar; pero reconoce el hecho de que una persona débil se robustece, puesta en contacto frecuente con otra vigorosa. La experiencia ha demostrado que, cuando en el matrimonio existe gran desproporción de edades, el consorte de más años mejorará a expensas del más joven; y se ha visto que los niños que duermen con personas ancianas, desmedran notablemente y aun llegan a morir. Una de las causas, tal vez la más activa, de la espantosa mortalidad de los niños de las inclusas, consiste en la falta del fomento del regazo materno, que completa la alimentación del infante con las emanaciones de la madre o del ama.
Este hecho fue conocido desde los tiempos más remotos, como parece probarlo la aplicación que de él hicieron los médicos hebreos en la decripitud del rey David. El célebre Huffeland, en su Arte de prolongar la vida, cita algunos casos curiosos, muy interesantes bajo el punto de vista científico.
Todo cuerpo vivo exhala sin cesar, por medio de la transpiración en forma gaseosa, parte de su sustancia, y esa emanación participa de las mismas condiciones de salud o enfermedad del cuerpo que las produce; al mismo tiempo absorbe constantemente por la piel y por los pulmones las emanaciones de los cuerpos inmediatos.
En el caso de la avispa solitaria, es probable que sus larvas estén dotadas solamente de la propiedad de absorber; y, como las arañas se encuentran con esa misma propiedad debilitada por la extenuación, resulta que las larvas estarán constantemente recibiendo emanaciones asimilables sin perder nada y por el contrario, las arañas perderán su sustancia sin compensación, demacrándose hasta quedar reducidas al pellejo, como se las encuentra cuando las larvas han llegado al estado de crisálidas.
Todo esto, y mucho más, tendría que saber la avispa madre si ella operase guiada por el raciocinio. Para que un ser dotado de inteligencia pudiera proceder con el acierto de esta avispa, necesitaría prepararse con el estudio de la Física, la Fisiología y la Historia Natural, además de la teórica y práctica indispensables para la construcción del edificio con las debidas proporciones y requisitos, aunque fuese con auxilio de la regla y el compás.
Para resolver el extraño problema de alimentar los hijos sin darles de comer, debería, ante todo, tener conocimiento de las funciones de la respiración y absorción y de la peculiaridad de las larvas de ser solo absorbentes. Entonces podría ocurrirle la idea de colocar las larvas al lado de otros insectos vivos que las nutriesen con sus emanaciones, ¿pero cómo hacer para que estos animales no devoren a las tiernas crías? y ¿cómo conservarlos vivos por el largo tiempo de tres o cuatro meses? Para eso sería indispensable que supiese que la araña goza el privilegio de poder vivir mucho tiempo sin comer; y para evitar que ataquen a las larvas ni embaracen su desarrollo, idearía encerrar las arañas dentro de una casilla y colocar las larvas alrededor de este depósito. Más para discurrir así, sería preciso que conociese la propiedad que tienen los gases de pasar a través de los cuerpos porosos y que esa porosidad existe en un tabique de tierra. También le sería necesario conocer la ferocidad de las arañas que llegan a devorar a las más débiles de su especie, porque si en el encierro en que las deja, tuviese lugar esa carnicería, quedaría todo perdido.
Para evitar tal desastre habría de ocurrir al arbitrio de narcotizarlas, sabiendo que lo lograría por medio del veneno del aguijón y conociendo también la dosis homeopática que se debe administrar para no producir la muerte de las arañas.
¡Y no habría el temor de que el veneno introducido en el organismo de la araña, siendo a la vez absorbido por la larva causase la muerte de ésta! Debería, pues, la avispa estar enterada de que los venenos animales únicamente obran introducidos en una herida o llaga, y pierden toda su fuerza recibidos por absorción e ingestión; por manera que, la carne de un animal muerto de una mordedura ponzoñosa, se puede comer impunemente, aunque impregnada de un virus deletéreo.
Aun llegada a este punto la solución del problema, todavía pudiera malograrse todo el trabajo con la asfixia de las larvas y sus forzadas nodrizas, si ignorase que unas y otras pueden vivir sin respirar el aire libre. Y, finalmente, sería necesario saber de antemano la duración del período del crecimiento de las larvas hasta su metamorfosis, para poder graduar la cantidad de provisiones vivas que se deben almacenar.
¿Llegaría el hombre a las conclusiones del insecto, sin pasar primero por las vacilaciones de la duda y por mil experimentos infructuosos?

CAPITULO XXI

LOS MOSQUITOS

Los mosquitos, las moscas, los piques y otros parásitos obligan al hombre a preservar su morada de las miasmas que inficionan la pureza del ambiente, necesaria para la vida, y a la práctica del aseo en su persona, que tanto importa para la conservación de la salud.
Las aguas encharcadas, las inmundicias y putrefacción de toda especie son los criaderos donde pululan las larvas de tan incómodos insectos, al mismo tiempo que son el foco de las emanaciones que alteran la bondad del aire respirable.
El único inconveniente real que tienen las islas es la molestia que causan los mosquitos en la estación del verano; fiero, como sólo invaden por la noche, fácil es librarse de ellos con el uso del mosquitero, o ahuyentándolos con zahumerio. En cuanto a las picaduras, basta para destruir su efecto frotarlas con zumo de limón, o bien, lavarse con una mezcla de agua, vinagre y sal. El barón de Humboldt en sus viajes por la América ecuatorial observó que los mosquitos no pasaban de una capa muy baja de la atmósfera, de unos doce a quince pies de altura; de modo que estableciendo a algunas varas de elevación un retrete para pasar la noche, se puede uno librar completamente de ellos, como vio el mismo Humboldt que lo había practicado cierto padre misionero. Los indígenas habían hecho esa observación desde tiempos muy antiguos. Dice el padre Lafiteau, que los conquistadores encontraron en las márgenes del río de las Amazonas y del Orinoco, naciones numerosas que construían sus aldeas en el aire sobre troncos de palmas, a la altura de veinte pies del suelo, para librarse de la incomodidad de los mosquitos.
Puede asegurarse, porque se ha experimentado en estos países, que los mosquitos también desaparecen o se disminuyen al paso que se aumenta la población. Sábese que el mosquito es un insecto que solamente en el agua se propaga, y ha de ser un agua completamente tranquila. Pretender, fundándose en la propia observación, que estos insectos se multiplican entre el follaje, es repetir un error vulgar que solo prueba la falta de nociones sobre la historia natural.
Depone la hembra del mosquito sus huevecillos sobre la superficie del agua estancada, porque es necesaria la quietud del líquido para la incubación, el nacimiento de su prole y las transformaciones porque tiene que pasar. Permanece la nidada flotando hasta que empollada por el calor del ambiente, salen a los dos días unas larvas semianfibias que viven y crecen dentro del agua, hasta que llega la época de su metamorfosis, antes del mes. Entonces vuelven a flotar en estado de crisálidas, que es cuando se van transformando en insectos alados, y en breve tiempo, rompiendo la túnica que lo envuelve, sale el mosquito hecho y derecho, para tormento de los demás vivientes,
Ahora bien, con la populación y el cultivo de las islas, habrá cada vez menos aguas detenidas, porque se despejarán. los canales obstruidos por los camalotes y árboles derribados, se limpiarán todas las acequias de desagüe, y se harán desaparecer los lagunajos para utilizar el terreno. Hoy es ya notable la disminución de los mosquitos en los puntos habitados del Delta. Si en nuestras ciudades los hay (a veces más tenaces y astutos que los de las islas), es porque tienen su criadero en los aljibes, y otros depósitos de aguas pluviales.
Además de que, esa molestia, sólo sentida en algunas noches calurosas del verano, ¿no está suficientemente compensada con la seguridad de no ser uno incomodado por ningún otro insecto ni sabandija de los que en todas partes abundan? En el Delta no existen aquellos ápteros chupadores que nos privan del sueño, y que no podemos evitar con el mosquitero. En la apacible mansión de las islas no hay insectos que causen la menor molestia durante las horas del día; no hay bichos ofensivos, ni reptiles ponzoñosos, ni se multiplica allí la oruga que despoja los árboles de nuestras quintas, ni existe la langosta que tala los campos, ni la hormiga destructora de las flores y las frutas, ¿Qué paraje hay en el mundo conocido, que con menos inconvenientes reúna mayores ventajas, que las preciosas islas del río Paraná? ¡Cuántas regiones que hoy vemos cubiertas de plantas útiles y ganados de todas especies, fueron antes el exclusivo dominio de las fieras! El hombre, atraído por la fertilidad del suelo, estableció allí su morada, destruyó los focos de infección, y ahuyentó los animales nocivos, taló las selvas, desaguó los pantanos, purificó el aire, labró la tierra y la obligó a fructificar y alimentar numerosos rebaños para su sustento y su riqueza.

CAPITULO XXII

LAS FLORES OLOROSAS,
LA ORUGA DE ESQUIFE

Ha sido una creencia universal, desde los tiempos más remotos, que el olor de las flores y en general los perfumes vegetales purifican el aire. Si esta persuasión, que parece instintiva en el hombre, llegase a ser un hecho confirmado por la ciencia; si los aromas estuviesen dotados de la virtud de destruir los miasmas pestíferos, en tal caso tendríamos un defensivo natural, de facilísima aplicación contra el azote cruel de las epidemias, en el cultivo de las flores en torno de nuestras viviendas, como lo es contra las impurezas de la atmósfera la plantación de árboles en las ciudades.
"El aceite esencial -dice un autor moderno- que se desprende incesantemente de las flores en forma de vapor perfumado, es un agente antipestilencial, capaz de destruir los principios deletéreos de la fiebre amarilla, el cólera y demás contagios".
Entre las plantas indígenas de suavísimos olores, que las islas de nuestro Delta nos ofrecen, hay tres notables por su perfume, que puede ser equiparado con el de las más suaves esencias: el isipó, el duraznillo y el arrayán. El isipó es una magnífica enredadera vivácea que figuraría con ventaja entre las que decoran los más lujosos jardines formando colgaduras, festones y pabellones de espeso y perpetuo verdor. Es de larga vida, crece sin enroscarse; sus hojas son grandes, coreáceas, parecidas a las del naranjo; sus tallos fuertísimos aunque delgados se extienden desmesuradamente. De ellos han hecho siempre los montaraces, sin ninguna preparación, fuertes cordeles para asegurar el armazón de las hangadas y para sus construcciones rústicas. Las flores purpúreas de este bejuco, semejantes a la arvejilla, no carecen de belleza; su aroma recuerda el sahumerio de exquisitas pastillas o pebetes; el fruto es una legumbre con hermosas habas color café, casi esféricas, muy duras.
El duraznillo fragante es un pequeño arbusto siempre verde, cuyos congéneres son muy comunes y conocidos en el país con los nombres de duraznillo negro y duraznillo blanco, gozando este último de gran crédito como planta medicinal. El que describo es, como éstos, de armazón quebradiza, sus hojas son semejantes a las del durazno, origen de su nombre; los ramilletes de sus humildes florecitas de un amarillo verdoso, sólo a la caída de la tarde exhalan sus efluvios odoríficos que no difieren del balsámico olor de la vainilla, sin embargo de que la planta estrujada despide un hedor nauseoso. El exquisito aroma se brindan a la industria para reemplazar la valiosa vainilla, extrayendo su esencia para el tocador, para la confitería y la economía doméstica.
También debe ser el duraznillo de fácil cultivo, pues en el Delta se le ve prosperar al sol y a la sombra, en los terrenos secos y en los húmedos.
El día que descubrí esta planta en mi isla, me paseaba por entre mis frutales dedicándoles mis cuidados, cuando al ponerse el Sol percibí repentinamente un olor a vainilla, tan suave, grato y penetrante, que me embargó deleitosamente. No sabiendo a qué atribuir aquella imprevista fragancia, que no me parecía provenir de las flores, sino de esencias o perfumes, se me figuró que había pasado por allí alguna apuesta dama de la ciudad, dejando en pos de sí la estela olorosa de sus ropas perfumadas. Pero muy luego vi un pequeño arbusto florido, el duraznillo, que me reveló la procedencia del exquisito aroma que se confundía con el de la preciada vainilla.
El arrayán es aquel vegetal favorito de los antiguos, conocido con el nombre de mirto, tan ensalzado por los poetas de todos los siglos; dedicado entre los griegos y los romanos a la diosa de la hermosura; emblema de los triunfos de los amantes y los guerreros; aquel poético mirto; con cuyas flexibles ramas se hacían coronas para honrar a los héroes y a los magistrados, y que los hebreos, en la fiesta de los Tabernáculos, llevaban en la mano junto con la palma y el olivo, ese mismo mirto es el que hoy, con el nombre de arrayán, embalsama y poetiza con su presencia los vergeles del Delta; así como continúa y continuará siendo el ornato indispensable de los jardines en uno y otro hemisferio.
El arrayán es un arbusto elegante y delicado, siempre verde, que se eleva cinco o seis metros; su follaje es denso y luciente, compuesto de hojas pequeñas de un verde claro, lanceoladas, agudas, de un tejido consistente. Su madera es blanquecina, fuerte, correosa, susceptible del torno, propia para utensilios; sus florecillas blancas, de estambres mucho más largos que los pétalos, se agrupan formando lindos plumeritos que exhalan sin cesar un olor subido, embargante, que trasciende percibiéndose a larga distancia del arbusto. El fruto es una pequeña baya azul oscura que persiste todo el invierno como las hojas. Toda la planta es aromática; de ella se extrae el cosmético conocido con el nombre de agua de ángel. Por su propiedades medicinales se coloca en la categoría de los vegetales aromáticos, astringentes y tónicos; por eso sus hojas y su corteza eran empleados antiguamente en cocimiento para lociones y baños. Hoy día, aunque la medicina ha abandonado su uso, sus virtudes conservan el aprecio popular; y hay personas que prefieren el olor del mirto al de las mejores esencias, y asegura que las damas romanas lo empleaban para aromatizar sus baños, considerándolo como el específico más eficaz para la conservación de sus atractivos. La industria cuenta al arrayán o mirto entre los vegetales útiles. En Italia y en Grecia se emplean sus hojas para curtir las pieles; en varios países se sirven de sus frutos en lugar de la pimienta; en el Brasil los llaman craveiro da terra.
Ignoro si nuestro arrayán es una especie nueva; más aunque como vegetal se confunda con el mirto común o con alguna de sus numerosas especies y variedades, hay en él una particularidad zoológica que lo singulariza. Esta consiste en una oruga singular, denominada por mi oruga de esquife, que vive entre sus ramas alimentándose de sus hojas con exclusión de toda otra planta. Es de una pulgada de largo, lampiña, muy semejante a la oruga llamada bicho de cesto. Lo mismo que ésta, vive aquella constantemente dentro de su vivienda portátil sin dejarla nunca, pues la disposición de sus miembros no le permite andar afuera sino arrastrándose penosamente. Dicha vivienda tiene la forma de buquecillo con cubierta de dos pulgadas de largo y media de grueso, que llamo esquife por tener dos proas como el batel de ese nombre, las cuales se levantan con gracia formando una curva a semejanza de las góndolas; en cada proa hay una abertura o escotilla por donde la oruga marinero se asoma para dirigir su bajel sin salir de la bodega. Este esquife es formado de una pasta durísima de color aplomado, producida por el insecto, primorosamente graneada como la piel de zapa, pero suave al tacto lustrosa.
Su sistema de locomoción es muy curioso; es propiamente una navegación aérea. El esquife está siempre suspendido entre ramas del árbol, como en un columpio, por dos hilos que llamaremos maromas, asegurados en una y otra proa. No he observado cómo se ingenia la oruga para tender las maromas que suspenden su nave, y para hacerla cambiar de rumbo cuando le conviene dirigirse a otra rama, o pasar a otro arbusto; probablemente soltará al aire una hebra larga, como hace la araña para extender la primera cuerda de su red. Siendo la seda de la oruga sumamente leve, volará al menor impulso del ambiente hasta dar con una rama en que se pegue, y una vez asegurada la hebra volante, queda establecida la maroma; entonces la oruga la va recogiendo desde abordo para dirigir su navecita hacia el nuevo gajo que le presenta abundancia de hojas para su alimento. En las horas de su reposo, retira el esquife del amarradero y lo deja columpiándose entre sus dos maromas. La forma aovada del casco de la embarcación es necesaria para que la oruga pueda darse vuelta dentro de la bodega, a fin de sacar la cabeza, ya por una, ya por la otra escotilla, según lo exige la maniobra del esquife.
Cuando le llega el tiempo de pasar al estado de crisálida, corta una de las maromas y ata fuertemente el esquife por una de sus proas a una rama delgada, quedando en posición vertical mientras se opera la metamorfosis. No conozco la mariposa ni he observado la historia de la oruga de esquife; pero tengo por cierto que tan peregrino insecto es indígena de este país, que sólo vive en el arrayán, y que ésta es la primera noticia que se publica de su existencia.


CAPITULO XXIII

LAS LIANAS, EL PITITO Y LA NUEZA


Lo que constituye la belleza mayor de aquellos bosques son las lianas o enredaderas que todo lo invaden, sin dejar árbol que no engalanen con su perpetuo verdor y con sus flores.
Extiéndense con increíble rapidez adquiriendo muchas de ellas proporciones gigantescas con sus troncos como parras o largos cables. Algunas veces pasando de copa en copa, cubren una considerable extensión de bosque, concluyendo por confundirlo en una sola masa de follaje.
Ellas son las que, en la planicie del Delta, reemplazan las colinas, los barrancos, las cavernas, simulándolas sobre la armazón de los árboles más robustos.
Enramadas sombrías, graciosos quioscos, columnatas festonadas, colgaduras y guirnaldas de mil flores sobre la margen de los arroyos, a cada paso incitan al viajero a detener su marcha para contemplar de cerca y disfrutar su amenidad y su frescura.
Cuando, en forma de festones, los entretejidos bejucos penden entre dos árboles, parecen hamacas floreadas, donde se ven los nidos de las aves suavemente mecidos por las brisas.
Se ven magníficas tiendas de campaña que tienen por mástil central un seibo oprimido con el peso de un denso tejido de lianas, que después de haber subido por su tronco, se descuelgan por toda la periferia de su copa, y arraigan de nuevo en el suelo, formando a su alrededor un gran círculo de cordones y cortinas.
Entre la confusión de tanta variedad de plantas trepadoras, son notables, el isipó de tallos tan largos y fuertes, que se emplean como cordeles; la afamada zarzaparrilla, única planta espinosa de las islas; una leguminosa que produce pequeños porotos que los leñadores saben aprovechar para su alimento; el carapé que da una papa comestible, en forma de torta; el tasi que se señala por la magnitud y rareza de sus frutos, y más por la particular propiedad que tienen sus pequeñas flores de atrapar por la trompa a las mariposas que la introducen para chupar el néctar.
Las enredaderas se agrupan en torno de los árboles en tal muchedumbre, que he llegado a contar hasta diez especies sobre un solo tronco, trabándose entre ellas una verdadera lucha por encaramarse y ganar la luz.
Unas suben enroscándose; otras ensortijando sus zarcillos; otras agarrándose con sus garfios; otras asiéndose con los pedículos de sus hojas; y hay una que, aunque encuentre el tronco del árbol enteramente cubierto de otras lianas, se introduce como una sierpe con la punta de su tallo, dura y lisa, asegurándose con las espinas de que se va erizando, al paso que adelanta camino, hasta que se sobrepone a sus rivales, y sólo entonces empieza a desplegar sus hojas.
Entre esa multitud de lianas, tres son las que más se han hecho conocer por su utilidad o su belleza, el pitito, la nueza y el burucuyú, y son las más comunes, tanto en las islas como en el resto del país. La primera es del género tropéolo, que comprende una treintena de especies originarias de América (Méjico, Perú y Río de la Plata). La de flores naranjadas, conocida con los nombres de capuchina, taco de la reina, flor de la sangre, alcaparra de Indias y berro del Perú, es cultivada en los jardines, así del viejo como del nuevo Mundo. Con sus flores se aliñan las ensaladas; sus frutos encurtidos pueden reemplazar a las alcaparras; todas las partes de la planta tienen las propiedades del berro, y son antiescorbúticas.
El sabio Linneo ha admirado y celebrado el tropéolo por la rareza de sus formas; y su hija Cristina observó con asombro, que cuando está en flor la capuchina despide luces semejantes a las chispas eléctricas a la hora del crepúsculo vespertino.
Nuestro tropéolo, llamado pitito, por la figura del pito ó pipa común, que tienen las flores, proviene de un tubérculo globoso, del tamaño y contextura de la papa de comer, que contiene un zumo glutinoso, cristalino, de olor fuerte y sabor picante como el rábano. Sus hojas son alternas, pequeñas, delicadas, lisas, de un bonito dibujo en forma de estrellas; cada una se compone de cinco hojuelas lanceoladas, circularmente unidas a un larguísimo pedículo que le sirve de zarcillo para trepar y asegurarse, con la particularidad de que no lo enrosca sino cuando encuentra de que asirse. Crece con rapidez, echando tallos no más gruesos que un hilo de acarreto, que se extienden sin término y se ramifican copiosamente; de modo que en poco tiempo despliega anchos velos de verdura sobre el arbusto, la verja o la glorieta que ha ocupado. Sus lindísimos festones pueden servir de modelo al bordado y para las artes de adorno.
El pitito merece un lugar preferente en los jardines por su bellísimo follaje que resiste a las heladas, recreando nuestra vista en el invierno. En la primavera se cubre de lindas y raras florecillas de coral, cuyos estrechos y hondos nectarios parecen sólo apropiados a la lengua del picaflor, el cual no cesa de girar en torno de ellas; y luego se transforman en pequeños frutos redondos, que, con sus largos pedúnculos, parecen alfileres de pecho con engarce de tres azabaches. Su jugosa pulpa da un hermoso color morado, y tiene las enérgicas propiedades de los tubérculos de la planta.
Arnold asegura que los frutos de la capuchina son purgantes, y tanto esa como las otras virtudes de la planta deben ser comunes al pitito y demás especies, si es que todas gozan de las mismas propiedades, como lo cree Merat.
Digno objeto es de un estudio fisiológico, la extraña peculiaridad del pitito, de resistir al frío más intenso, a pesar de la extrema delicadeza de este bejuquillo; a la vez de no poder soportar el calor, pereciendo en el verano, aunque en las islas nunca le falte la humedad ni la sombra. Se ha observado que el tropéolo es un vegetal animalizado por contener el fósforo en gran cantidad. ¿No gozará esta liana la propiedad animal del calor interno, debido a la producción fosfórica que arde a medida que se va formando, produciendo al mismo tiempo los pequeños relámpagos que despide en su floración? Con esto quedaría explicado el fenómeno de su vegetación hiemal, así como el de no resistir a la acción del calor estival que, aumentando el fuego interior, la consume.
El tierno y gracioso pitito que se burla de los fríos del invierno, no puede resistir a los calores del verano; y entonces lo reemplaza otra liana tosca y desairada que se extiende con sorprendente prontitud; propiedad que le ha dado el nombre griego brionia (que crece con vicio). La especie más común, en España se llama nueza o vid blanca, en Francia nabo del diablo, y acá sandia cimarrona. Sus largos tallos herbáceos se elevan por las cercas y los árboles con el auxilio de zarcillos como los de la parra; sus hojas son grandes, palmadas como las de la vid y la sandía; la raíz es gruesa como el brazo y a veces más.
Cultívase en los jardines europeos, por la prodigiosa celeridad con que cubre los espacios que se le destinan. En Alemania los artistas la plantan en tiestos, y cuando sus tubérculos han adquirido el suficiente volumen, la trasplantan en el suelo, enterrando solamente las raíces más delgadas. A la raíz gruesa, que queda fuera de la tierra, la tallan en forma de un rostro humano y le dan los colores convenientes para hacer más propia la semejanza. La naturaleza parece que se complace en acceder a ese entretenimiento inocente, pues a pesar de semejante operación, la planta vive y prospera sin alterar su nueva figura artística, sirviéndole sus retoños de cabellera. Este extraño género de escultura serviría de curioso ornato en nuestros jardines, pudiendo amoldarse a todos los caprichos imaginables, puesto que las mismas formas caprichosas de los tubérculos de la nueza ofrecen campo vasto a la fantasía del escultor.
Con la raíz de esta planta era confeccionado el cosmético que las damas de la antigua Grecia tenían por más eficaz para embellecer el cutis y reparar los estragos de la vejez.
Su uso como purgante es popular en Europa, especialmente en Suecia y en Alemania donde los lugareños suelen hacer un hueco en la raíz de la nueza durante la noche para que mane el jugo con que se purgan. También hacen rebanadas delgadas, que aplicadas a la piel irritan e inflaman, y forman así rubefacientes como los de mostaza.
La raíz de la brionia va adquiriendo gran fama en la medicina. Hoy han vuelto a acreditarse muchas de las admirables virtudes medicinales que le atribuían los antiguos, cuyo descrédito acaso provino de no haber hecho uso de la raíz fresca o recién arrancada, porque después de seca pierde toda su energía.
Además de ofrecer esta preciosa planta un remedio popular, siempre al alcance del pobre y del aislado habitante de la campaña, también se le brinda como un abundante y nutritivo alimento, que siempre tendrá a la mano del viajero y el desgraciado fugitivo. Hay una clase de mandioca en el Brasil (de la que se hace la fariña), que contiene, como la raíz de la nueza, un zumo muy acre y venenoso; pero ese zumo se extrae lavando la raíz después de molida o triturada, quedando así en estado de poderse usar como alimento sano y agradable.
Sus cogollos, como los de la mayor parte de las plantas trepadoras, son buenos para comer, cociendo antes en agua los que tengan alguna acritud. "Yo los he comido así, dice Darwin, y me han parecido casi tan buenos como los espárragos ".
También es usada en nuestro país como planta tintórea. Cociendo el tallo, hojas y fruto resulta un hermoso color amarillo con que se tiñe la lana para los tejidos en las provincias argentinas del interior.


CAPITULO XXIV

EL BURUCUYA

El bejuco que hemos colocado en tercer lugar en la categoría de los más preciados de este suelo, aunque no tiene las propiedades medicinales y alimenticias de los otros, merece la primacía por su hermosura, su magnificencia y sus caracteres simbólicos. En efecto, entre la innumerable variedad de la lianas de nuestro hemisferio, la que más cautivó la atención de los descubridores de América, por la rara belleza de sus flores, fue el burucuyá de los guaraníes, que los europeos han realzado con el nombre de pasionaria o flor de la Pasión; enredadera vivaz, de pomposo follaje, verde-esmeralda, que se conserva todo el año, y que por espacio de cuatro meses luce esmaltada de hermosas flores en que se encuentran todos los matices del azul, desde el celeste al turquí, y los del encarnado, desde el rosa al carmesí, y a veces en una misma flor reunidas todas estas tintas; viéndose, al mismo tiempo, cubierta de frutos naranjados, más bellos, cuando entreabiertos muestran los granates de su seno.
Admirable y singular como toda ella es la manera de operarse la fecundación en esta flor. Sus tres estigmas, u órganos hembras, al abrir el capullo se hallan juntos y erguidos, y se ha observado que, algunas horas después se separan y se inclinan hasta encontrarse con los órganos machos o estambres para recibir el polen, y luego de haber sido fecundados vuelven a levantarse, permaneciendo adheridos a la baya hasta su maduración. ¿Quién, al contemplar este simulacro de los más vivos sentimientos, no se ilusionará hasta atribuir la animalidad a esta flor maravillosa? El célebre autor del poema de los Amores de las plantas, hubiera dicho, que las tres novias, al impulso de la pasión, buscan a sus esposos que las aguardan en el tálamo nupcial, y que después, cual tiernas madres, permanecen inseparables del fruto de su consorcio.
Es tan numerosa la clase de las pasionarias, que ya se ha descrito más de doscientas cincuenta especies con diferencias bien notables.
¿Cómo explicar la minuciosa semejanzas de todos las flores de una misma pasionaria, cuando sus especies numerosas presentan tantas variedades? Las hay muy fragantes y a algunas se les atribuyen virtudes medicinales. Su fruto, muy apetecido de las aves, tiene un sabor dulzaino, agradable a los niños; antes de la madurez se hace con él un dulce muy exquisito por su aroma y por su dejo.
Transportado a Europa, el burucuyá es objeto de los mayores cuidados en los jardines e invernáculos, sirviendo su follaje para tapizar las paredes y formar guirnaldas siempre verdes. Los hielos de nuestro clima no le ofenden; su vida es de largos años, y sus tallos se extienden sin término hasta la cima de los álamos más altos, frondoseándolos vistosamente en el invierno con su verde manto tachonado con los discos cerúleos de sus flores y las esferas doradas de sus frutos.
Su nombre científico pasiflora, que significa flor de la Pasión, preconiza la singularidad de presentar en los órganos florales un recuerdo tan marcado de los principales instrumentos de la pasión del Redentor, que no sólo ha impresionado la imaginación del pueblo, tan propenso a encontrar lo maravilloso, sino el espíritu ilustrado y pensador de muchos escritores.
Para representar en un vegetal unos objetos de formas entre sí tan discrepantes como extrañas a la conformación de los órganos de la fructificación, debía resultar un conjunto singular que formase una flor en nada parecida a las demás; y así es en efecto la flor de la Pasión.
En ella se ve la imagen de la corona de espinas que pusieron los indios sobre la cabeza de Jesús; la columna donde fue azotado, los tres clavos con que traspasaron sus pies y manos, las cinco llagas, y las cuerdas con que lo ataron; y penetrando con la fe en el corazón del fruto de la pasiflora, también hallaremos allí un recuerdo del cruento sacrificio en aquellos glóbulos que, en color, brillo, forma y tamaño, remedan gotas de sangre coaguladas.
¿Será que aquél que para demostrar la verdad de su misión divina, mandaba a la naturaleza y la naturaleza le respondía con los brillantes prodigios, haya querido dejar escrito en la misma naturaleza el recuerdo de su sacrificio? Y eligió para perpetuarlo, no el granito de las montañas, sino los órganos frágiles .de una flor que perece el día que nace; pero que en infinitas y perpetuas ediciones renueva la celeste inscripción, como en las débiles hojas del papel, la imprenta perpetúa la sublime doctrina de su Evangelio.
O ¿será todo esto una mera ilusión? ¡Venturosa ilusión que engendra la importante realidad del recuerdo saludable de la redención del hombre, a la vista de una flor, en los jardines y en los desiertos, por donde quiera que la suerte guíe sus pasos! Y esa misma planta que el cristiano admira como emblema del sacrificio que le abrió los cielos, también le enseña con su ejemplo, que no confíe en sus propias fuerzas para subir a ellos por el sendero de la virtud. ¿Qué habría sido de esa lozana pasionaria sin el arrimo del árbol que la sostiene? El hombre es una débil liana que se agobia por su propio peso; es una pasionaria frondosa que extiende, sus primeros vástagos hacia el cielo; más si le falta un apoyo, se encorva y arrastra por la tierra. Sostened con la fe sus sentimientos; dadle el arrimo del árbol de la cruz; regadlo con la doctrina de la caridad, y crecerá vigoroso y dará las flores de la virtud y copioso fruto de buenas obras.
"Todo lo que nos conmueve en lo bello; todo lo que nos enajena en la virtud; todo lo generoso, todo lo heroico, se resume en esta palabra divina: "Amad a Dios y a los hombres". Dios ha puesto la moral en el amor, para que estuviese al alcance de todos los hombres, hasta de los más pobres de espíritu. La inteligencia podrá desarrollarse más o menos, pero el alma siempre será grande. ¡Doctrina sublime que toma sus discípulos en el primero y último escalón! Jesucristo por medio de la caridad, eleva a la multitud ignorante hasta la sabiduría de Sócrates. A la Religión, pues, corresponde vivificar a los pueblos. Serán justos delante de Dios, si aman a los hombres y poderosos entre los hombres, si aman a Dios. El amor, esa caridad prescripta por el Evangelio es una felicidad para este y para la eternidad. Amad, y vuestros deseos quedarán satisfechos; amad, y seréis felices; amad, y seréis invencibles; amad y todas las potencias de la tierra se arrastrarán a vuestros pies. El amor es una llama que arde en Cielo, y cuyos dulces reflejos brillan hasta nosotros. Abrensele dos mundos, concédensele dos vidas. Por medio del amor a Dios y a los hombres, gozamos de la virtud de la paz y de la libertad en la tierra, y nos uniremos a Dios en el Cielo".
"No hay verdad ninguna, moral o política, cuyo germen no se halle en algún versículo del Evangelio. Cada uno de los sistemas modernos de filosofía ha comentado uno, y lo ha olvidado después; la filantropía ha nacido de su primero y único precepto, la caridad; la libertad ha seguido el camino trazado por él, y nunca servidumbre degradante ha podido subsistir ante su luz; la igualdad política ha provenido del reconocimiento que nos ha hecho hacer de nuestra igualdad, de nuestra fraternidad ante nuestro padre Dios; las leyes se han morigerado, los usos inhumanos se han abolido, las cadenas se han roto, la mujer ha reconquistado el respeto en el corazón del hombre. A medida que su palabra ha resonado en los siglos, ha hecho desplomarse en ruinas un error o una tiranía; y puede decirse que el mundo actual en su conjunto, en sus leyes y costumbres, sus instituciones, sus esperanzas, no es más que el verbo del Evangelio, más o menos encarnado en la civilización moderna. Pero su obra dista mucho de estar acabada: la ley del progreso o de las mejoras, que es la idea activa y potente de la razón humana, es también la fe del Evangelio; él nos prohíbe pararnos en el bien; nos llama siempre hacia la perfección; nos veda desesperar de la humanidad, ante la cual presenta, sin cesar, horizontes más luminosos; y cuando más se abren nuestros ojos a la luz, más promesas leemos en sus misterios, más verdades en sus preceptos, más vasto porvenir en su destino.

CAPITULO XXV

EL IRUPÉ


La más admirable de todas las flores, la planta singular de la familia de ninfeáceas, llamada irupé por los guaraníes, y Victoria Regia por los botánicos, es una de las maravillas del reino vegetal, que se ostentan en nuestros grandes ríos. Aunque no se la encuentra en el archipiélago del Delta del Paraná, ¿cómo es posible, al describir este río, dejar en silencio tan hermosa hija de sus aguas?
Los que hayan visto las balsas o islas herbáceas que flotan en las ondas del Paraná, formadas de nenúfares, sagitarias y otras plantas acuáticas, vulgarmente llamadas camalotes, fácilmente concebirán cómo se extiende el irupé sobre las aguas. Figurémonos uno de esos mantos flotantes, del verdor más fresco, formado de gran número de bandejas redondas, de una brazada de ancho, coronadas de enormes espigas globosas de azabache, y de magníficas flores carmesíes de alabastro, de una vara de ruedo, que esparcen un aroma delicioso.
Todo es notable y raro en esta planta fluvial: sus dimensiones colosales, sus extrañas formas, sus flores, sus frutos, su fragancia y hasta sus movimientos espontáneos que la colocan entre las plantas dotadas de sensibilidad.
Los grandes discos de sus hojas natátiles, de cinco a seis pies de diámetro, lisas y verdes por encima, con un reborde vertical de dos pulgadas, se asemejan a una pandereta o a una gran fuente, lo que ha dado origen a su nombré guaraní irupé (plato en el agua). Por debajo son rojizas, con una red de gruesas nervaduras huecas que contribuyen a mantenerlas sobre el agua, aunque aves de gran tamaño, como las garzas, se posen sobre las hojas que pueden sostener el peso de una criatura, sirviéndole de cuna flotante.
El peciolo sale del centro de la hoja. Los rizomos o tallos de la planta, siempre sumergidos, están erizados de largas espinas, y lo mismo las nervaduras de las hojas, el pedúnculo y el cáliz, que está dividido en cuatro sépalos rojos. La flor, de un pie de diámetro, se compone de más de cien pétalos, interiormente blancos, simétricamente colocados, que según se acercan al centro, van disminuyendo en tamaño y tomando un color encarnado hasta el carmín. Numerosos estambres forman en medio de la flor una bella corona amarilla punzó.
Estas flores colosales del irupé, brillan con singular hermosura a la luz del sol, esparciendo un olor suavísimo, comparable al de la flor del aire, y sobrenadan como las hojas de la planta, alargando para ello unas y otras sus pedúnculos y peciolos todo lo que es necesario para llegar al nivel del agua; y cuando ésta se eleva accidentalmente, aquella prolongación continúa.
A la flor sucede un fruto esférico del tamaño de la cabeza de un niño, que se cubre de semillas o granos redondos del grueso de la pimienta, duros, lisos, negros y lustrosos, llenos, de una fécula amilácea propia para el sustento del hombre; por esta razón en el país es designada la planta con el nombre de maíz del agua y sirve de alimento a los naturales. Siendo el irupé o Victoria Regia planta anual que se reproduce por la simiente, sería muy fácil su multiplicación, con sólo echar sus granos en los arroyos y lagunas de fondo cenagoso; pero no prospera sino bajo el clima cálido. En Europa se ha logrado conservarla y hacerla dar flores en acuarios, a una temperatura de treinta grados.
La planta germina y crece desde los primeros días del otoño; pero permanece en el estado de inmersión hasta la primavera, cuando el calor constante de la atmósfera no puede ya dar lugar a una repentina destemplanza. Las flores retardan su aparición hasta el verano, saliendo diariamente del agua al amanecer, y desapareciendo con el astro del día, mientras que las hojas permanecen siempre sobrenadando.
La Victoria Regia presenta con más propiedad que otras plantas el raro fenómeno del reposo nocturno que Linneo observó en algunos vegetales, denominándolo sueño las plantas. Las flores del irupé, después de permanecer abiertas durante el día, según se ha dicho, hacen a la caída de tarde sus preparativos para retirarse a su alcoba acuática. Se apimpollan poco a poco, ciérranse sus cálices, y así que pone el sol, se sumergen y pernoctan debajo del agua hasta que vuelve la luz del día; y entonces aparecen de nuevo sobre la superficie desplegando sus capullos y difundiendo su perfume.
¡Cuán bello es! ¡Cuán majestuoso el momento en que la reina de las ondas desabrocha lentamente su corola desenvolviendo uno tras otro sus anchos pétalos oblongos, cóncavos, rosados y brillantes, y mostrando su porpúreo seno! Al contemplar meciéndose sobre las aguas a estas hermosas náyades, y verlas ocultarse en las ondas luego que por la ausencia de la luz no pueden ya lucir sus galas, y atractivos, nos parecen unos seres dotados de sensibilidad e inteligencia que se complacen en la admiración y simpatía que inspira el esplendor de su belleza, y el embeleso delicioso de quien al contemplarlas, aspira el hálito balsámico que exhalan.
En torno de ellas todo parece reunirse para añadir a los placeres de los sentidos los goces del sentimiento. Al surcar la ligera nave por entre las islas frondosas del alto Paraná sobre una agua tranquila, velada con el verde manto de los nenúfares de corolas celestes y de plata y oro, y el pomposo ropaje y las soberbias flores encarnadas del irupé, galanteadas por lindas mariposas, encantadores colibríes y un variado cortejo de aves acuáticas, ¡qué dulce serenidad penetra en el alma del viajero! La soledad y el silencio de los bosques, las maravillas de la vegetación, la animación inocente de tantos seres, todo nos produce el olvido de los cuidados y afanes mundanales; todo concurre a dilatar el corazón, a renovar el recuerdo de nuestras más tiernas afecciones, y avivar nuestra ingénita aspiración a un retiro de paz, de descanso y de contento. El hombre siempre ha pedido a la naturaleza la calma del corazón y en verdad que sólo la naturaleza ha podido restituírsela.
Siglos y siglos, miles de años habían corrido sin que se hubiese en aquellas soledades habitadas por el espléndido irupé, que se hubiera aparecido un ser que pudiese admirar y conocer al mundo esta obra maravillosa del Creador; hasta que penetró allí el hombre culto, único capaz de apreciar y gozar tanta belleza. Haencke, botánico alemán, que murió en América en medio de sus doctas investigaciones, fue el primero que dio a conocer esta magnífica ninfeácea, denominándola euriale amazónica, en memoria del río en cuyas márgenes la descubrió. En 1831 D'Orbigny la encontró en los ríos Paraguay y Paraná. Después ha sido bautizada por el botánico inglés Lindley con el nombre de Victoria Regia en obsequio a su soberana; y últimamente el viajero alemán Schomburgk la describió preconizándola como la reina de las flores. Por cierto que no hay en todo el orbe otra planta que reúna como el irupé la hermosura a la magnificencia; la fragancia y belleza de las flores a la utilidad de los frutos, la singularidad de sus formas y la rareza de sus costumbres.


CAPITULO XXVI

LOS ARBOLES

¿Qué compañeros más útiles del hombre, que los árboles que, a la vez que amenizan su mansión, mantienen la fertilidad del suelo que cultiva? Los árboles protegen las vertientes, impiden la pronta evaporación de las aguas y atraen las lluvias y los rocíos. Los árboles depuran la atmósfera de los gases perniciosos, exhalan el oxígeno que nos da la vida y fecundan el suelo que los nutre, después de colmarnos de sus dones. Los árboles nos dan alimento, medicina, vestido, casas, muebles, utensilios, embarcaciones, vehículos de toda clase y mil productos necesarios para las artes todas. Los árboles nos refrigeran con su sombra en el verano y mantienen el fuego del hogar en el invierno; nos protegen contra el huracán y contra el rayo; ofrecen abrigo a las aves y forraje a los ganados; proporcionan recreo a nuestros ojos, melodía a nuestros oídos, perfume a nuestro olfato, regalo a nuestro gusto, grata y útil ocupación a nuestros brazos, vitalidad a nuestro cuerpo y elevación a nuestro espíritu.
Por poco que se observe la vegetación del Delta argentino, se notará muy luego, que son dos los rasgos que la particularizan; el uno, es la confusa mezcla de árboles, diferentes en forma, en follaje y en color; el otro, la prodigiosa variedad de plantas sarmentosas, llamadas enredaderas, bejucos y lianas; las cuales dan a sus arboledas un aspecto muy variado, e imprimen a sus paisajes cierto aire festivo y romántico en que consiste su mayor encanto. La vista no se harta de recorrer, ni la mente de admirar la profusión de vegetales, aun de las más apartadas familias, que se agrupan y entretejen confundidos, sin perjudicarse al parecer; sirviendo además de apoyó a las plantas trepadoras, nutriendo las parásitas y abrigando las áreas que no participan de los jugos de la tierra, ni usurpan la sustancia del árbol que las lleva.
Los árboles que han cumplido el período fijado a la existencia de cada especie, parecen aun por largo tiempo frondescentes con el prestado follaje de las lianas que los envuelven; y cuando sus carcomidos troncos caen al suelo para devolverle con su descomposición los principios que de él han recibido, todavía la naturaleza se apresura a velar las huellas de la muerte revistiéndolos de una túnica de verde musgo, adornada de helechos y agáricos.
¡Cómo explicar tan activa como inagotable fecundidad! El supremo grado de fertilidad del terreno, la extraordinaria profundidad de esa tierra vegetal, el riego frecuente de las mareas, la propiedad fertilizante de las aguas del Paraná por su tibieza y de las del Plata por su limo, la ausencia completa de aguas corrompidas, y finalmente, la angostura de las zonas nemorosas, que hace más accesibles las masas vegetales a la acción del sol y demás agentes atmosféricos; todas éstas deben ser las causas de tan copiosa y exuberante vegetación.
Así también se comprende por qué la flora del Delta nos presenta el aspecto de una latitud más elevada, por las numerosas especies de árboles y plantas de hoja permanente, que dan a sus bosques la fisonomía alegre de la primavera, a pesar de los fríos y heladas del invierno, formando un notable contraste con la vegetación agostada de la costa.
Más ¡ay! que pronto desaparecerá tanta amenidad, tanta belleza, ante los rudos pasos de la industria desnaturalizada por la codicia y el error. Con dolor se ven caer ya los bellos árboles que hacían la delicia de nuestro Tempe a los golpes del hacha, acerada como los corazones en que el interés ha ahogado el sentimiento de lo bello y ciega como la ignorancia que labra su propia ruina.
¡Arboles bienhechores, que fuisteis el encanto de mi infancia, y que siempre he contemplado con enajenamiento y gratitud! yo os ampararé, yo os conservaré ilesos como os crió la naturaleza, sobre los arroyos que rodean mi rústica vivienda, para que vuestro espeso ramaje continúe derramando sobre ella la frescura de vuestra sombra, el bálsamo de vuestras flores, la ambrosía de vuestras frutas, el canto de vuestras aves. ¡Ah! esparcid como siempre en torno de mi cabaña la fragancia y el regalo, la salud y la alegría!


CAPITULO XXVII

LOS DURAZNOS

El pérsico, llamado así por su origen, melocotón, en España, y en esta parte de la América durazno o duraznero, es el frutal que se ha propagado en las islas, lo mismo que el naranjo, de un modo asombroso, formando montes, al parecer interminables sobre las márgenes de los canales y arroyos del Delta. Al observar la espontaneidad de su germinación, el vigor con que crece y prospera, a pesar de la espesura que lo circuye; al notar su frondosidad y larga vida, la abundancia, la grandeza, el colorido, la delicadeza y la fragancia, de sus frutos, podría creerse que el Plata y no la Persia es la patria originaria de este árbol, si no constase que fue traído al Nuevo Mundo por los primeros colonos europeos.
No es raro ver en las islas durazneros de la corpulencia de un hombre, con una copa de cinco varas de radio, lleno de duraznos, o más bien, melocotones tamaños como naranjas. Generalmente crecen mezclados con los árboles silvestres, viéndose algunos tan oprimidos por la vegetación indígena, que apenas alcanzan un rayo de sol por algún resquicio del tupido follaje que los rodea; y no obstante, se muestran vigorosos y fecundos. Sujetos al cultivo del hombre, los arbolitos de un año que se trasplantan a cuatro o cinco varas de intervalo, al siguiente verano empiezan a fructificar, y al cuarto año ocupan ya todo el terreno, cruzando unos con otros sus ramas laterales, encorvadas hasta el suelo con el peso de la fruta.
El hermoso melocotón o durazno silvestre de las islas no cede, en el conjunto de sus calidades, a ninguna otra de las frutas más preciadas de todo el orbe; pues que a la belleza de su forma esférica, matizada de lucidísimos colores y a su olor aromático, reúne una pulpa delicada, de una dulzura tan al paladar, que no causa saciedad, aunque se coma con exceso. Y si estas excelencias se agrega que es en alto grado alimenticio y saludable, ¿Cuál será la fruta que se le pueda comparar?
Sólo tres variedades se conocen del durazno isleño, designadas con los epítetos de blancos, amarillos y bayos, estos por el color de su piel y aquellos por el de su carne. No hay abridores o priscos ni pelones; todos son ligeramente vellosos y de carne adherida al hueso o carozo aunque de variado sabor; son sin excepción dulcísimos y fragantes.
Su pulpa suculenta, más o menos jugosa y refrescante es un alimento que conviene a todas las edades, desde los niños de pecho hasta los ancianos, aunque no se tome con moderación, con tal que la fruta está bien madura y se le quite la piel o cáscara. Para los estómagos débiles conviene sazonarlos con vino y azúcar. Si los pérsicos, en todas sus variedades, son con razón universalmente apreciados como una de las producciones más agradables y sanas de las zonas templadas, nuestros duraznos silvestres son los preferidos en Buenos Aires por su relevante bondad y exquisito aroma; ellos son el adorno de nuestras mesas y uno de los postres más deliciosos.
Antes de su madurez se comen preparados en compota, o en conserva; y en mermelada, estando maduros. Para conservarlos sin dispendio, se secan al horno con su hollejo, o al sol, descortezados y enteros, o descarnados, y con más frecuencia reducidos a lonjas, lo que constituye los orejones; preparaciones todas que no les dejan sino una parte de su mérito, pero nada pierden de la propiedad nutritiva y saludable.
Se extrae de ésta fruta, por su abundancia, el aguardiente de durazno para el comercio local, en alambiques establecidos en el Delta. Con el hueso o carozo, haciéndolo infundir en aguardiente, se prepara uno de los mejores licores, conocido bajo el nombre agua de noyó, de virtud estomacal. Un uso más importante de la parte leñosa de estos huesos es el que de ellos se hace para la preparación de un hermoso negro muy usado en la pintura al óleo bajo el nombre de negro de albérchigo, muy estimado por el hermoso gris que de él se obtiene. Del tronco y ramas de este árbol suele emanar una goma que tiene mucha analogía con la goma arábiga, y es considerada como una sucedánea de ésta, se la emplea en los mismos usos.
La madera del duraznero que en otro tiempo era la leña que se quemaba en las cocinas de Buenos Aires, y que continúa empleándose en la campaña como postes de corral, está hoy día clasificada entre las mejores maderas para taracea o embutidos. Sus vetas son anchas y bien marcadas, de un bello rojo-pardo, mezclada con otras vetas color más claro. El contacto del aire, lejos de alterar sus colores, aumenta su hermosura. Su grano fino y unido lo hace susceptible de un hermoso pulimento; es fuerte y durable, y entre las maderas del país es una de las más buscadas por la ebanistería u obras finas de carpintería.
Tanto las flores del duraznero como la hoja, la pepita o almendra y el carozo contienen ácido prúsico, el más terrible de todos los venenos sacados de la naturaleza; pero que la medicina emplea como medicamento. Todas estas partes son amarguísimas. Las flores tienen una acción laxativa, que es menos activa cuando están frescas; la infusión de los pétalos es la que se usa con frecuencia; con ellas se hace el jarabe de durazno que se administra a los niños y a las mujeres débiles como purgativo y vermífugo. Hay muchas personas que se sirven de la infusión ligera de hojas de duraznero en lugar de té; tal vez preparándolas como las hojas de éste arbusto podrían reemplazarlo con ventaja como bebida agradable. Finalmente las flores, las hojas y la almendra del duraznero son empleadas por el arte culinario para mejorar el gusto de las cremas, pastas, etc.
El complexo de tantas cualidades, así útiles como agradables, hacen de este árbol un don precioso de la naturaleza en nuestro Delta, que todo el país ha apreciado debidamente, habiéndose apresurado cada uno de sus habitantes a trasplantarlo en el recinto de su morada, aun en el centro de las ciudades. Por todas partes en los establecimientos de campo, sean estancias, chacras o quintas, se ven montes de duraznos.
La presencia del duraznero despertará siempre recuerdos agradables a los hijos de este suelo. ¿A quién, en la niñez, no llenó más de una vez de regocijo el galano aspecto de ese árbol, cuando, cubierto de un manto color de rosa, nos anuncia la cercana primavera? ¿A quién, no ha encantado la vista de su copa agobiada por el peso de sus torneados frutos, rubios como el oro, o blancos como el marfil, con las chapas de carmín que anuncian su sazón? El duraznero nativo de las islas no puede rivalizar con los árboles siempre verdes que crecen a su lado; pero su tronco extiende largos brazos cuyos flexibles gajos brindan sus racimos de duraznos a la mano que quiera recogerlos. Aunque no ostentan copas densas y elevadas; pero agrupados cerca de la casa, forman frondosos bosquecitos de fresca sombra y silencioso retiro, alfombrados de fina y tendida grama.
¿Quién no ha recorrido alguna vez en su infancia los espesos montes de duraznos de nuestras chacras, ya buscando los nidos de los pájaros, ya espiando la madurez primera de la fruta? ¿Cuántas veces no han suscitado nuestra inocencia bulliciosa rivalidad, disputándonos la posesión de los duraznos más hermosos y maduros para tener el placer de presentárselos a las personas más queridas? El duraznero ha sido el testigo de nuestros primeros goces, el compañero de nuestros placeres juveniles; jamás podremos contemplarlo sin cariño. Estas primeras emociones serán siempre caras al corazón sensible, y los objetos que las recuerdan no pueden serle indiferentes.
Empero, si queremos ver reproducidas con viveza esas imágenes risueñas de la primera edad, preciso será que penetremos por las amenas soledades del fortunado Tempe Argentino, por entre esos montes interminables de duraznos que las lianas floridas entrelazan con el mirto y el laurel, y que los arroyos retratan en sus tranquilas aguas, entreteniendo su lozanía y su frescura. En esos selváticos asilos, en que no se encuentran todavía huellas humanas que despierten ideas melancólicas, es donde la imaginación nos traza con delicia las candorosas escenas de la infancia, los afectos puros de nuestra juventud con sus nobles y santas aspiraciones, olvidando en horas apacibles los continuos pesares de la vida.

CAPITULO XXVIII

"EL AGARRAPALO"


Entre las innumerables plantas desconocidas y raras de nuestras islas hay un árbol de condiciones singulares, cuyo nombre es apropiado a su rapacidad.
Es un verdadero constrictor vegetal, que se llama agarrapalo, por la propiedad que tiene de agramarse del tronco de los otros árboles para, hacerse un lugar entre la apiñada vegetación, y sobreponerse y suplantar a los demás.
Su pequeña simiente conducida por los vientos, se fija y germina sobre el tronco de un árbol cualquiera, y allí se nutre y crece segura entre las ramas, desplegando sus humildes raíces por encima de la corteza. Las crecientes del Paraná ahogan mil plantas tiernas que apenas lavantaban sus débiles tallos sobre la tierra que las vio nacer; pero el agarrapalo se salva en lo alto del tronco que lo ampara. Las tempestades sacuden y desgajan el árbol protector; más el agarrapalo se preserva al abrigo de la copa hospitalaria. Continúa así medrando y extendiendo sus raíces hacia el suelo, hasta que las introduce en la tierra, y entonces se desarrolla y crece con nuevo vigor, ostentándose siempre verde y frondoso. Dotado el agarrapalo de una vegetación activa, muy superior a la del árbol oprimido, absorbe todos los jugos del terreno, envuelve con sus raíces al tronco hospitalario, y lo sofoca; y al fin el humilde advenedizo descuella soberbio, enseñoreado del suelo, enriquecido con los despojos del extinto árbol nativo.
Un gran fenómeno social semejante a este fenómeno vegetal se está efectuando hoy en el seno del Nuevo Mundo; un acontecimiento que se desenvuelve en proporciones inmensas, y de un resultado funesto sobre la suerte de muchos millones de seres humanos. Se opera una revolución, un cambio completo y rápido en todas condiciones políticas, morales y materiales de los pueblos sometidos a su influencia. Sus efectos son la extinción de las nacionalidades, la degradación de las razas la ruina y la miseria de los individuos. Su acción es tanto más segura o incontrastable, cuanto que es pacífica y legítima en sus medios; y tanto más temible, cuanto más desconocida es en sus verdaderas causas, e inapercibida en sus efectos del momento. Este fenómeno social es producido por la superioridad industrial e intelectual sobre la ignorancia.
Una nación en otro tiempo prepotente y opulenta, hoy en lastimosa decadencia ha hecho pesar los males del idiotismo sobre treinta millones de sus hijos y descendientes; raza atrasada e inerte, que se encuentra circuída de otras adelantadas, industriosas, activas y emprendedoras, que la explotan, le absorben sus industrias, la empobrecen, la debilitan, y por fin la dominan y anonadan.
Esa raza que se encuentra hoy en lucha tan desigual, y que ha cedido su riqueza y su influencia en todos los puntos del globo donde ha entrado en libre competencia con otras más aventajadas, es la raza ibera, es nuestra raza. Y necesariamente ha de ceder a la conquista pacífica, operada por la superioridad científica e industrial, si no despierta de su sopor, si no se coloca al nivel intelectual de las demás, por medio de la instrucción.
En medio de los actuales progresos de la ciencia y la actividad humana, no puede ser otra la suerte de los pueblos ignorantes.
El peligro es inminente, permanente, y crecerá de día en día, porque crecen con espantosa rapidez las fuerzas industriales que se desenvuelven en torno de nosotros, y afectan nuestros medios de vivir y de prosperar. Reconcentremos todas nuestras fuerzas sobre nosotros mismos; levantémonos por un supremo esfuerzo. El remedio está ahí: Instrucción primaria a todos, dada por todos".
Cultivar el corazón y la inteligencia del pueblo; enseñarle los rudimentos de la ciencia para exponer ante sus ojos los tesoros de la naturaleza y de la industria, y la importancia de sus deberes y derechos; he aquí el único remedio para tamaño mal que amenaza con la miseria a nuestros hijos, presentando a su vista a los extraños sentados sobre la herencia de nuestros padres.
Para este grande objeto deberían unirse todos los hombres de todas las condiciones, sean cuales fuesen sus ideas. De esta cuestión debe separarse toda querella de partido, de círculo, de aspiraciones. No se debe permitir que se la mezcle con las opiniones políticas. El pueblo todo, debería consagrarse a este objeto con la unidad de acción de un solo hombre.
¿Quién puede calcular el grado de progreso, de elevación, de moralidad y de engrandecimiento a que llegaría nuestra patria, con el inmenso campo que se brinda en ella a la industria en su dilatado territorio virgen, en sus riquezas no explotadas y en las que yacen ignoradas, si se levantase un día una generación compuesta de individuos todos educados y en posesión de los medios poderosos de la ciencia y de los procederes de la industria moderna? Con el desarrollo de la inteligencia y la moralidad, ¡cuánto no crecería su potencia de producción! ¡cuánto la fecundidad de la industria! ¡cuántos recursos nuevos, no sospechados aun no descubriría en las artes y en la naturaleza! Con la educación y la instrucción así difundidas, se aumentarían en igual proporción las probabilidades de la aparición de las grandes capacidades y los genios creadores que ilustran y engrandecen a los pueblos.
Aquel gran pensamiento de Leibnitz: Si se reformase la educación de la juventud, se conseguiría reformar el linaje humano; paradoja en aquel siglo, sueño dorado de las almas nobles, que ha tenido en la época presente su realización en la América del Norte, produciendo la nación más poderosa, libre y próspera del mundo; ese pensamiento formulado para nosotros por Rivadavia en esta bella frase: La escuela es el secreto de la prosperidad y del engrandecimiento de los pueblos nacientes, es hoy bien comprendido por todas las inteligencias; es ya una verdad casi trivial, de la que nadie duda, y que sólo espera el impulso del Poder para dar a nuestra sociedad un nuevo ser, y salvar de su inminente ruina nuestra nacionalidad y nuestra raza.
CAPITULO XXIX

EL SEIBO Y EL OMBU


El ombú de nuestras costas y el seibo de nuestros ríos son los primeros objetos que hieren la vista del extranjero que desde lejanas tierras viene en busca del metal precioso que da nombre a estas regiones. ¡Dos árboles estériles por única muestra de las producciones del Río de la Plata, a las ávidas miradas de los peregrinos que pisan, llenos de esperanza, la nueva Canaan, la tierra de leche y miel, prometida a su infortunio! ¡Qué inesperada desilución! ¡Qué desencanto! Dos árboles improductivos, ¿cómo pueden anunciar el suelo más feraz, el clima más hermoso de los dos mundos?
Pero, que penetre el extranjero en nuestras pampas que producen el oro en verdes hebras; que penetre en nuestras islas que vuelven en pomas de oro las simientes confiadas a su seno; y sabrá estimar aquel árbol magnífico que, después de haberle servido de norte para llegar al puerto deseado, le ofrece fresca sombra y seguro albergue en medio de los prados pingües que le han de dar la anhelada opulencia, sin más trabajo que el cuidado de un rebaño; y sabrá estimar aquel otro árbol florido que prepara el terreno fertilísimo que le dará la riqueza en retorno de un poco de industria y de sudor.
El ombú es el árbol del pueblo pastor, a quien ofrece sombra y casa en medio de las vastas dehesas que alimentan sus ganados.
El seibo es el árbol del pueblo labrador, para quien prepara un suelo fértil, surcado de canales navegables; y los materiales para improvisar su choza, sus muebles y su barquilla.
El ombú incita al pastor a dejar sus habitudes nómadas, brindándole un asilo cómodo, grato y bello. El seibo contribuye a estrechar la sociedad humana y acelerar su progreso, preparando un terreno capaz de una densa población.
Para eso los creó la Providencia, diseminando al uno por las pampas, y agrupando al otro sobre los ríos. ¡Singular armonía entre dos vegetales de tan distinta naturaleza como el seibo y el ombú, y de ambos árboles, estériles, con la civilización humana!
Uno y otro son plantas peculiares y exclusivas de la región del Plata, donde desempeñan una misión providencial.
El junco y el seibo son los operarios que la naturaleza emplea para elevar los bajíos y los bancos sobre el nivel de sus aguas y reunir los materiales que deben componer la tierra vegetal de la isla naciente. Un juncal, a pesar de su aparente debilidad, es el firme pilotaje que sirve para formar el cimiento del futuro terreno. Los tenaces juncos, naciendo sobre las playas y los bancos, aseguran el arenal por medio de las espongiolas de sus raíces entrelazadas, y entre la tupida muchedumbre de sus vástagos retienen las nuevas arenas sucesivamente arrojadas por las ondas; también protegen la germinación de otras plantas acuáticas, que con sus despojos y el légamo del río van preparando el terreno para la vegetación arbórea.
El seibo es el primer árbol que aparece entre el juncal; al principio, pequeño, tortuoso, raquítico y lento en su crecimiento, como si viviese luchando con la muerte; más al fin triunfa mejorando él mismo las condiciones del terreno, y entonces crece vigoroso y corpulento, pero desairado e irregular como aquellos deformes saurios antidiluvianos que los geólogos nos pintan. Se propaga con rapidez, formando en torno de la isla naciente una estacada de robustos troncos, que entretejidos con las plantas trepadoras, se oponen a la acción de los vientos y las olas, y conservan en calma el agua que cubre el terreno en las crecientes diarias, obligándola a depositar toda la materia sólida que trae en suspensión.
Por otra parte, sus gruesas raíces solevantan el suelo notablemente, haciéndolo apto para la vegetación de nuevas yerbas y arbustos; y la misma ramificación rala del seibo es una condición necesaria para su destino de terraplenador, porque es una espaldera viva, preparada por la naturaleza para sostén de las plantas sarmentosas.
Mil enredaderas se apiñan bajo su copa que no las priva de la luz del sol, y trepan a porfía por su rugoso tronco y espaciada ramazón, para cubrir la desnudez del patriarca con un manto de follaje, mezclando sus variadas flores con las del árbol protector. En su espesura encuentran las aves seguro asilo para dormir y abrigo para sus nidos. Así es como al pie de los seibos se acumula lentamente un gran depósito de detrito, resultado de la descomposición de las sustancias orgánicas depuestas por las plantas, los insectos y los pájaros.
El ombú, lejos de propagarse como el seibo, se cría siempre solitario y a largas distancias en la pampa.
De ningún modo convenía que el ombú participase de la fecundidad del seibo, porque éste fue destinado para formar el terreno y prepararlo para el hombre; pero aquél solamente para proteger su habitación sobre un terreno ya preparado. La naturaleza, para asegurar la multiplicación y perpetuidad de las especies vegetales, se ha mostrado pródiga en la producción de las semillas e ingeniosa en los medios de su propagación. A unas les ha dado alas o velas para que sean llevadas por los vientos; a otras garfios para que se agarren de los animales encargados de trasportarlas sin saberlo; estos mismos diseminan otras muchas después de haberles servido de alimento; a otras las ha rodeado de una pulpa apetitosa que las hace trasportar a largas distancias por el hombre.
A las habas del seibo las dotó de la misma gravedad específica del agua para que fuesen fácilmente trasladadas por el líquido, y detenidas en los juncales donde debían germinar; e hizo además bisexas las flores de este árbol para asegurar su fructificación.
Con el ombú ha seguido la naturaleza un plan opuesto. En primer lugar, ha hecho de él una planta dioica, es decir, que tiene los sexos separados en individuos distintos; de modo que para que el ombú-hembra pueda dar semilla, no sólo necesita tener un ombú-macho inmediato, sino que una brisa favorable o algún insecto alado en la época precisa, lleve el polen sobre las flores femeninas. Dado que se logre la fecundación; siendo su fruta incomible, no apetecida por las aves, y no teniendo ninguna facilidad para mudar de sitio debe germinar al pie del mismo ombú, donde muy luego la tierna planta perece ahilada por la densidad de la sombra; y las que por cualquier accidente logran nacer al aire libre, generalmente mueren por los hielos del invierno.
Si así no fuese; si el ombú tuviera la facultad reproductiva de los otros vegetales, no existieran hoy las pampas; serían un terreno perdido para la agricultura; las cubriría una selva impenetrable de ombúes que rechazarían toda tentativa, todo esfuerzo humano para la ocupación útil del suelo. ¡Cuánto trabajo, gastos y años de fatigas no le cuesta al norte-americano el desmonte de sus bosques, aunque sean de maderas utilizables! ¿Con qué provecho se podría talar un monte, cuya madera inútil se renueva vigorosa detrás del hacha que la derriba?
¡Cosa admirable! Después del transcurso de miles de años desde la formación del suelo de las pampas, no se ha formado un solo bosque de ombúes; sólo se encuentran individuos aislados, que lejos de embarazar el cultivo del terreno, son los mejores protectores de la estancia y de la chacra, defendiendo del sol y de la intemperie sus animales, sus aves, sus carros y sus útiles de labranza. La Providencia ha conservado por largos siglos, preparadas para el hombre, esas inmensas llanuras cubiertas de una gruesa capa de tierra vegetal, libre de piedras, bosques y matorrales, para que le fuese fácil su cultivo. Sólo plantó allí un árbol frondoso, vedándole la ocupación del terreno, hasta que llegase el pueblo que debía ser favorecido con tan rica posesión.
El ombú es el único objeto que se eleva sobre la dilatada pampa, destruyendo la monotonía de ese océano de verdura. Sus abultadas raíces, que se levantan en una enorme masa cónica, base de su tronco, imitan las rocas, simulando en los huecos de su seno sombrías cavernas que pueden servir de cómoda habitación en el desierto. Casi siempre su presencia indica, desde bien lejos, la morada humana al caminante extraviado que apresura hacia él sus pasos para gozar el seguro reposo del rancho hospitalario de la pampa.
En las dilatadas llanuras sin caminos, el ombú es el norte del viajero; y levantándose sobre la planicie de las costas del Plata, en forma de colinas invariables como las montañas, son la guía segura del navegante para tomar el puerto, evitando los bajíos peligrosos.
Uno de los caracteres distintivos del ombú es su longevidad, condición requerida en un ser que con dificultad se reproduce. No se conoce el término de su vida. Nadie ha visto hasta ahora un ombú seco de vejez. No hay tradición que recuerde la edad juvenil de algunos. Por las enormes dimensiones de muchos de ellos con treinta varas de circunferencia en su monstruosa base, y quince en su tronco, puede juzgarse que tienen miles de años de existencia.
¿Será sin límites la vida del ombú? Una existencia perpetua estaría en contradicción con las leyes del organismo animal y vegetal, que señalan a la vida un término más o menos largo; pero puede admitirse que el ombú goza, como ciertos pólipos, de una vida múltiple que se renueva incesantemente por su parte exterior, mientras en la interior va feneciendo la organización originaria; de manera que el ombú que hoy juzgamos milenario, no sea en realidad sino un ser nuevo, sepulcro vivo de sus progenitores. El estudio de la fisiología del ombú nos descifrará este enigma; entretanto hay un hecho observado por todos, que prueba que en este árbol extraordinario, efectivamente muere y se destruye su parte interior pues todo ombú antiguo tiene hueco su tronco y aniquiladas sus raíces primitivas.
Un fenómeno de longevidad igualmente indefinida, aunque por un proceder muy diferente, se verifica en el mangle que descuelga algunos vástagos hasta el suelo, para echar nuevas raíces que lo rejuvenecen y eternizan.
El seibo, que no ha sido creado como el ombú para compañero del hombre, y que se multiplica con exceso, vive solamente el tiempo necesario para cumplir su destino de formar el terreno, y cuando cae decrépito al impulso del viento, todavía contribuye con sus despojos a aumentar y bonificar la tierra; o bien, ofrece al isleño una madera leve y débil, pero durable, y a propósito para sus rústicos muebles y vajillas.
Además de su extraordinaria longevidad tiene el ombú tal fortaleza, que no hay huracán que lo derribe; y es su vitalidad tan prodigiosa, que ni la sequedad ni el fuego tienen poder para destruirlo. Si por acaso algún violento torbellino llega a destrozar su copa, muy pronto se rehace con asombroso vigor y lozanía. ¡Prodigiosa duración y solidez del edificio levantado en el desierto por la mano de Dios para el hombre!
El ombú siempre ha resistido las sequías destructoras que de tiempo en tiempo, han asolado las campañas. ¿Cómo una planta de tanto follaje, y situada sobre un terreno árido, puede soportar tan prolongada privación del agua? Ahora podemos inquirir el destino de las desmedidas raíces del ombú, que más bien parecen una dilatación o protuberancia de su tronco. Sin duda, aquella es la despensa donde tiene un abundante acopio de jugos que absorbe en los días de abundancia, para no perecer en los de esterilidad. El camello y el dromedario, creados como el ombú para vivir en el desierto, tienen en su cuerpo grandes depósitos de grasa y de agua, a los cuales deben la facultad de poder pasar muchos días sin comer ni beber, al cruzar dilatados páramos donde no se encuentra ni una gota de agua, ni una hebra de yerba. Así el ombú también tiene su abundante provisión de savia, que le permite soportar la sequedad de la atmósfera y el suelo sin perder nada de su frondosidad, sin faltar con la protección de su sombra, cuando más la necesitan los vivientes. ¿No hay en todo esto una admirable y sabia previsión que nos revela al Creador?
Más, en medio de los furores del hambre y de la sed abrasadora de una larga seca, el tierno, jugoso y fresco ombú sucumbiría a la voracidad de los animales, si su autor no hubiera evitado esta otra causa de destrucción, dando a los jugos de este árbol un sabor que repugna a los cuadrúpedos, a las aves y a los insectos. Y esto también se debe, que el ombú pueda germinar y crecer en medio de los campos sin sufrir la menor lesión del diente de las bestias.
No goza el seibo de igual privilegio, pero se salva por su fácil y excesiva multiplicación; también ha sido dotado de una vitalidad no inferior a la del ombú, porque tiene que resistir a un agente más poderoso de destrucción, cual es el fuego de las quemazones que frecuentemente devora los montes de las islas. Todos los árboles y plantas quedan reducidos a cenizas, menos este gran obrero de la naturaleza, que retoñando con nuevo vigor, sigue cumpliendo su destino.
Parece que el Hacedor hubiera querido que dos seres que desempeñan un rol tan importante fuesen respetados por toda la creación. Y ésta es la ocasión de defenderlos contra el mayor reproche que se les hace, cual es la inutilidad de su madera. Si ésta fuese de algún valor, ¿qué hubiera sido de la única sombra y amparo de las pampas? ¿qué de la fertilidad de nuestro Delta? En zonas sin bosques, las necesidades del hogar, y la explotación ciega de la codicia los habría exterminado. Primeramente el salvaje, que suele derribar el árbol para tomar su fruta, les hubiera talado para calentarse al fuego de sus leños; después el civilizado, no menos egoísta e imprevisor, hubiese dado cabo a la devastación.
Véase, pues, como la desestimación de su madera es también una de las condiciones indispensables para el objeto de su creación.
El ombú no sirve ni para el fuego, es frase repetida por el hombre irreflexivo; pues a eso cabalmente se debe su conservación, de tanta importancia para los habitantes de la pampa. El seibo tampoco es bueno para la lumbre, y aunque su frágil madera es de algún provecho, su aplicación, antes indicada, es limitadísima y de poco interés.
Así como el ombú refrigera con la frescura de su sombra a los hombres y animales, cuando el sol abraza la tierra con sus rayos; así el seibo, cuando las aguas se retiran, derrama sobre las plantas que lo rodean una lluvia de agua cristalina que mana de sus ramas. Algunas veces he plantado al pie de un seibo algunas tomateras que han prosperado admirablemente en un suelo constantemente humedecido por las fuentes del árbol.
Suelen verse varias de sus ramas envueltas en grandes espumarajos, de los cuales destila la savia gota a gota. Dentro de esa espuma se rebulle un enjambre de larvas, cuyas madres seguramente han sido las que picando la corteza al desovar han abierto fuentes para la extracción de la savia. Es creencia vulgar, que de esas larvas salen tábanos; pero no es así. Yo he observado sus transformaciones; de ella resulta un insecto alado, verde, saltón, como de seis líneas de largo, de corselete muy ancho terminado en dos puntas agudas; el cual ninguna semejanza tiene con el tábano.
Si el hombre no se halla satisfecho con los servicios que le prestan estos vegetales; analícelos, estudie sus propiedades, y quizá encontrará muchas de gran provecho para su salud y conveniencia.
Lo que está comprobado es que posee una singular virtud, de infalible efecto, no simplemente para curar una dolencia física, sino para cortar de raíz un vicio de los que más degradan al hombre, la ebriosidad. Hubo en Buenos Aires a principios de este siglo, una señora, conocida de muchas personas que actualmente viven, que con el mejor éxito hacía profesión de esta especialidad médica. Suministraba en cierta dosis (que ella nunca reveló) el jugo de la raíz del ombú, mezclado con el licor favorito del paciente; lo que daba por resultado una repugnancia tal a las bebidas alcohólicas, que el borracho dejaba de serlo para siempre. A personas fidedignas y respetables he oído citar varios casos de semejante curación, que generalmente se practicaba con los soldados y esclavos de aquel tiempo.
Debe también poseer nuestro ombú la virtud antisifilítica de su congénere la fitolaca de la América septentrional.
Si aquel secreto se recuperase; si esta importante virtud fuese comprobada por la medicina, ¿qué mayor recomendación para el árbol argentino? Entonces sí, que la presencia del árbol providencial tendría mucho más inmediata relación con el bienestar del hombre en este suelo. La civilización, en su nueva evolución en la región del Plata, hallaría en él un antídoto para las dos ponzoñas que más corroen y degradan a la civilización actual: el alcohol y la sífilis.
No debe olvidarse otra condición importante del seibo y el ombú, aunque sea común en la generalidad de los vegetales, y es la propiedad que tienen de purificar el aire, absorbiendo los miasmas perniciosos, y exhalando el oxígeno necesario para la vida del hombre. Las grandes poblaciones, por un error fatal a su salud, han extirpado en su recinto esos morigeradores de la atmósfera, destruyendo el equilibrio y la armonía que la naturaleza ha establecido entre el animal y el vegetal. Las pequeñas poblaciones, impulsadas por el deseo pueril de parecerse en algo a las ciudades, hacen lo posible por destruir las arboledas de su seno, acabando así con el más bello adorno de un pueblo, sea ciudad o aldea, y con las fuentes más puras y perennes de la salubridad del aire que respiran.
El seibo para los jardines y el ombú para los paseos públicos; no hay planta que los aventaje en la pureza de sus emanaciones, y pueden competir en belleza con el resto de los árboles. El ombú, sobre su extensa base que ofrece cómodos asientos, su robusto tronco terso y limpio, y su ramaje pintoresco, ostenta una magnífica copa esférica, sin par en frondosidad y colorido. El seibo, que nació como la mujer para mostrarse engalanado, es preciso para verlo en su esplendor, que ostente sus grandes ramos de hermosas flores carmesíes sobre su atavío de pasionarias y enredaderas floridas. Así es como lo presenta a nuestros ojos la madre naturaleza en su patria el Tempe de los Argentinos.
El ombú prospera en los lugares más áridos, y en toda clase de terrenos, con tal que no tengan una humedad excesiva. Sólo se multiplica por la semilla, y es preciso, mientras es pequeño, ponerlo a cubierto de las heladas. Trasplantándolo joven, no requiere ya ningún cuidado, ni el del riego; y a los cuatro o cinco años, ya es un árbol muy frondoso. El seibo, por el contrario, quiere una tierra suelta y medianamente húmeda. Se multiplica por estaca, y desde el primer año se puede tener un árbol hecho y florido, plantando un grueso poste Pero ¡cuidado! que, como la rosa, tiene sus espinas, pequeñas pero enconosas, que se extienden desde el tronco hasta las mismas hojas.
No hay árbol como el ombú para formar umbrosas alamedas o avenidas arboladas. La naturaleza de nuestro clima, madrastra de los árboles exóticos, parece que les niega el sustento, exigiendo la solicitud y constante atención del hombre. El ombú, su hijo predilecto, prospera admirablemente sin necesidad de estos cuidados. Y ¿cuál es el árbol de otros climas, que aventaje a nuestro ombú en frondosidad, majestad y hermosura? Bien puede herir su copa un sol abrasador, bien puede faltarle el refrigerio de los rocíos y el alimento de las lluvias, no por eso dará paso a un solo rayo del astro, ni soltará una sola de sus hojas; mientras que los demás árboles languidecen, se agosta su follaje y ralea su sombra en la estación de los calores.
En otro tiempo, añosos copudos ombúes recibían al viajero delante del muelle de Buenos Aires, y por su belleza y su frescura se hacían amar y admirar del extranjero, desde que pisaba nuestras playas; empero fueron despiadadamente arrancados por el gusto pervertido de los que no encuentran nada hermoso en su patria; por los que no se impresionan de la sublimidad de la pampa ni de la magnificencia del gigantesco vegetal que forma su mejor ornamento. Despreciamos el ombú porque no lo hemos visto ensalzar en los idilios de Gésner o de Meléndez, por más que nuestros poetas le hayan consagrado bellísimas estrofas. ¿Será menester que vengan los extraños a enseñarnos a apreciar y admirar lo que es bueno y bello en nuestro suelo?
¡Suelo hermoso de la patria, que siempre encontré lleno de encantos, que has hecho siempre las delicias de mi vida! ¡cada día hallo en ti nuevas gracias que gozar, nuevas maravillas que admirar! Niño todavía, yo amaba los bosques misteriosos de tus islas y las llanuras solitarias de tus pampas. ¡Con qué embeleso desde la altura de las raíces del ombú, seguía con la vista el arado del labrador, y las crecidas bandas de los pájaros que se precipitaban sobre el reciente surco, en pos de los insectos arrancados de la tierra! Otras veces desde la enramada de un seibo florido, escuchaba con alborozo el canto de las aves, mezclando con las canciones y los golpes del leñador. Niño todavía, encontraba un objeto de placer, siempre nuevo, en la observación de cada ave, cada insecto, cada planta. En la cabaña de las pampas, como en la choza de las islas, hallaba siempre corazones ingenuos y sencillos como el mío.
¡Oh, que dulce es la paz de nuestros campos! ¡Oh, que plácida es la mansión de nuestras islas! ¡Calma deliciosa, alegría pura, tesoro de un corazón sencillo! Hoy siento tus transportes como los sentía en los bellos días de mi adolescencia, cuando, libre de cuidados, el cultivo, la lectura y la naturaleza hacían todas mis delicias. Mi corazón puro como el pimpollo que se despliega al nacer la aurora, no se abría sino a las impresiones gratas y a los efectos tiernos y generosos. Una agradable ilusión me presentaba la tierra como un edén venturoso... Ah! yo no había presenciado aún las miserias de la humanidad; aun no había sufrido los golpes del infortunio!
¡Oh! con cuánto placer vuelvo mi vista hacia aquella dichosa época de mi vida! Lo que yo amaba entonces, aun lo amo ahora. ¿No me será dado volver a la quietud de mi cabaña, bajo la sombra del ombú, al lado de las almas sencillas que la habitan? ¿No me será posible echar al olvido los excesos e injusticias de los hombres, entre los bienes y armonías de la naturaleza? Soliciten otros con afán los favores de la fortuna, aten su libertad al carro de la ambición, compren al precio de su reposo un vano renombre; yo he vivido y viviré contento en el seno de los pacíficos campos. Que mi corazón, siempre penetrado del amor de la virtud, sólo aspire a los bienes inmortales; y guste yo, hasta el fin de mis días de los placeres de mi infancia. Prefiera siempre los rústicos cuadros de la naturaleza a las tumultuosas escenas del mundo; un albergue campestre a un palacio orgulloso, y la calma del espíritu, a una brillante posición. Que mi imaginación se represente siempre los mortales, buenos para amarlos, y sinceros para creerlos; que una dulce ilusión me transporte a los bellos días de la edad de oro; y que el amor y la amistad me hagan siempre sentir sus goces inefables.

CAPITULO XXX

A LA CAIDA DE LA TARDE


Era una hermosa tarde de verano, en uno de los arroyos más frondosos de nuestro Tempe, donde todavía la naturaleza no había sido despojada de sus inimitables atavíos. El río rebosaba, precipitándose por los arroyuelos a refrescar el seno de las islas. Los árboles con sus frutos y las lianas con sus flores, vivamente retratados en el agua, añadían a la natural belleza del arroyo el nuevo atractivo que se encuentra siempre en la armonía de las formas gemelas.
¡Qué banquete tan espléndido el que la naturaleza ofrecía a todos los vivientes, en aquellas frutas delicadas, de las más apetecidas en todo el mundo, derramadas allí con profusión!. Bosques interminables de durazneros silvestres orillan los canales, encorvándose hasta el agua, cargados de melocotones maduros que no ceden en tamaño, en sabor, en fragancia ni en colorido, a las más peregrinas variedades obtenidas por el cultivo.
Los costeros, los carapachayos, y todos los que viven o se ocupan en las islas, hombres mujeres y niños, en fin, todos los que tienen una pequeña barca, todos suspenden sus habituales trabajos, para aprovecharse de esta cosecha gratuita e inagotable. Se emplean millares de embarcaciones en el transporte de los duraznos a los pueblos de las costas.del Plata, del Paraná y del Uruguay. Durante los dos meses de la temporada de la fruta el canal de la villa de San Fernando se convierte en una feria incesante, donde día por día entran numerosos cargamentos de duraznos, y salen centenares de carretas y carros que llevan a granel la sazonada fruta para la ciudad de Buenos Aires y toda la campaña. Y a pesar de este inmenso consumo, suele ser tan excesiva la abundancia que, a veces, en el puerto no vale más de medio peso fuerte toda la cantidad de melocotones que puede cargar un hombre.
También nosotros habíamos escogido algunos de los más hermosos, en los duraznales del Tempe Argentino y tratábamos de regresar, aprovechando la bajante y la frescura de la noche. Al ponerse el sol emprendíamos nuestra marcha. Liviana la canoa, y diestro el remero, pronto empezamos a dejar atrás todos los barcos que cargados de fruta, de borda a borda, se dirigían al canal como nosotros.
Desde que entramos a uno de los brazos principales, íbamos alcanzando los buques que venían del interior de los ríos con sus altas trojas de madera, carbón, cuerambre y demás frutos del país. Por no exponerse a naufragar en la travesía del río de la Plata, se dirigen al Puerto Nuevo de San Fernando, donde tienen que alijar para continuar su viaje hasta Buenos Aires, a veces con muchos días de espera, sufriendo el comercio y la industria el gravamen que es consiguiente. Si a esto se agrega los gastos, las demoras y las pérdidas de buques y de vidas que ocasiona la desplayada y peligrosa rada de Buenos Aires, parece increíble que no se hayan cortado de una vez tamaños perjuicios con la construcción de un ferrocarril que uniese Puerto Nuevo a la Capital. No menos de dos millones de almas se interesan en esta obra, de tan poco costo si se atiende a su utilidad y a sus provechos.
Mi espíritu se angustiaba con estas reflexiones como siempre que dirijo mi consideración sobre los males de la sociedad humana; pero la naturaleza instantáneamente recobró sus derechos sobre mi corazón, llamando mi atención hacia uno de sus más esplendentes espectáculos.
De repente, al transponer la punta de un bosque, hiere mis ojos un luminoso disco de oro, era el sol en su ocaso. Yo contemplaba absorto la sublime hermosura de los cielos en aquel conjunto armonioso de luz, de colores y de formas. Como si una emanación celestial penetrara todo mi ser, me anegaba en inefables dulzuras; y aquella necesidad de expansión del corazón humano, que nos impele a comunicar a otros las emociones que sentimos, hacía más completa la fruición, porque allí tenía a mi lado, la dulce compañera de mi peregrinación por el valle de la vida; la que tiene en su persona lo más bello de la naturaleza; la lozanía y fecundidad de las islas, la belleza y el perfume de sus flores, la suavidad y dulzura de sus frutas, la gracia y la melodía de sus aves; aquella cuyo corazón tenía la bondad y pureza de los ángeles, aquella en cuyas manos mi venturosa estrella ha puesto la dicha de mi vida. Cuando contemplábamos juntos las magnificencias del ocaso, su clara inteligencia amplificaba los pensamientos inspirados por el frondoso cuadro que admirábamos en aquella tarde inolvidable.
El sol no irradia ya un calor ardiente; su luz no ofusca nuestra vista; ya no es sino un globo de oro, cuyo limbo toca el borde aparente de la tierra. Magnificado y despojado de sus rayos, parece un nuevo astro, más grandioso y bello que cuando resplandece en el meridiano. Brillantes nubes nacaradas le componen un magnífico dosel, desplegándole con las formas más graciosas, teñidas de púrpura y azul, contorneadas por un filete de oro, diáfano y luciente. La cortina del gran dosel, es del más subido escarlata en torno del sol, y pasando por los matices intermedios, siguen el morado y el jacinto, confundiéndose al fin con el límpido azul celeste de nuestro cielo.
Es inútil que me detenga a describir un espectáculo de belleza y magnificencia tal, que no hay símil que no le sea inferior, y tan diversificado, que no había momento en que no presentara un nuevo aspecto, ostentando nuevas armonías de formas, de tintas y de luces, desde que el sol llegó al horizonte hasta que se acabó de ocultar de nuestra vista. Solamente me propongo excitar la curiosidad de los que visitan nuestras islas; porque desde los canales del Delta, es de donde se debe contemplar la puesta del sol en toda su belleza. El aire transparente y puro de esta vasta llanura, donde no hay polvo ni vapores que puedan empañar la atmósfera, hace más perceptible los fenómenos de la luz y los más delicados juegos de los suaves contornos de las nubes.
Nuestra atención se dirige a los objetos que nos rodean, atraída por el ruido del aire agitado por las alas de las aves que eligen la caída de la tarde para retirarse a su acostumbrado asilo. Por donde quiera que se dirija la vista se descubren bandadas de diferentes especies, siguiendo todas la misma dirección del centro del Delta. Las unas vuelan apiñadas y en desorden, en forma de nublados, tales son las palomas, los tordos, los jilgueros, y las cotorras bulliciosas; otras van en hileras ordenadas, como las vandurrias, los patos, los cisnes de cuello negro, y los flamencos de alas de fuego; vuelan solitarios acá y allá las águilas, los halcones, los caracaraes, las cigüeñas, los toyuyúes y las garzas color de rosa. El zorzal, el piriguá, el bienteveo, la calandria y tantas otras avecitas se cruzan por todas partes, en busca de sus nidos, haciendo resonar los ecos del bosque con sus mutuos reclamos.
Los peces entran en cardúmenes a disfrutar del gran festín, y se precipitan por los arroyuelos para tomar su parte en el suelo sembrado de melocotones, ahora cubierto por la marea. Bien se conoce su premura y muchedumbre en el escarceo de las aguas y en sus frecuentes brincos y colazos. El dorado que no quiere sujetarse al régimen frugívoro, salta a veces sobre el agua tras su presa luciendo sus escamas cubiertas de oropel.
La entrada de la noche es la hora en que más se difunden los olores. Abren las flores sus cálices al relente y a las brisas de la tarde, y radiosas parecen dar al sol un tierno adiós exhalando sus más suaves perfumes. El mirto, cuyo solo nombre expandía nuestros pechos con eróticos recuerdos; el siempre verde mirto, delicado y elegante, todo lo llenaba con su exquisita fragancia, que trasciende entre los demás aromas, como la pasión de que es emblema, domina sobre todas las pasiones. ¡Con qué delicia se respira, a la caída de la tarde el aire embalsamado de las islas!
El sol se ha ocultado bajo el horizonte; las nubes han perdido sus galas y el cielo su esplendor; la débil luz del crepúsculo precede al manto oscuro de la noche. La meditación acompañada de un vago sentimiento de melancolía, ha reemplazado las efusiones de nuestro gozo.
El ocaso del sol, ¿nos daría la imagen del ocaso de la existencia? Si la mañana de la vida es la época más placentera, ¿no es la tarde, más tranquila y templada? El sol cuando se pone, ¿no es tan bello y magnífico como cuando nace? Y ese sol después de embellecer nuestro occidente, ¿no va a anunciar la aurora a otras regiones, dejándonos aquí los recuerdos de un hermoso día? Así el hombre, cuando se acerca al término de la vida, se goza en la calma de las pasiones; los inocentes placeres que encantaban su infancia, vuelven entonces a regocijar su corazón; se ejercita en la práctica de las buenas obras; y cuando llega a su ocaso, pasa tranquilamente a un nuevo mundo, donde su existencia será perdurable y su dicha sin amarguras, dejando acá la memoria de sus virtudes.


CAPITULO XXXI

LA NOCHE EN LAS ISLAS


Las sombras y el silencio de la noche habían sucedido a la agitación y al bullicio; más luego una suave claridad ilumina de nuevo los objetos; era la plácida luz de la luna en toda la plenitud de su esplendor. Las aguas tranquilas del Tempe resplandecían como ríos de plata líquida fluyendo de los senos misteriosos de sus bosques. ¡Cuán delicioso es navegar por estos frondosos riachuelos, en una noche serena, a la luz argentada de la luna! ¡ Oh, cuánto, en la edad juvenil, cuánto se enajena el alma al contemplarla, transportándonos al ideal de nuestros primeros sueños de ventura! Y después que el tiempo ha descorrido el velo de las dulces ilusiones, todavía su luz apacible nos infunde la calma y nos inspira el recogimiento.
Nuestra barquilla ha penetrado por una abra espaciosa, cuyas márgenes no se ven sino como dos fajas uniformes y sombrías. En la una y en la otra innumerables luciérnagas hacen centellar como relámpagos sus doradas luces fosfóricas. Un aura fresca y perfumada templa el calor sin rizar la tersa superficie de las aguas que nos muestran en su espejo el firmamento. La chalana boga por el medio del ancho río. Bajo de nuestros pies miramos la bóveda celeste con la luna y las estrellas; y la lancha parece suspendida en el espacio inmensurable circundada de los astros. Bosques, islas, aguas, todos los objetos terrestres han desaparecido de nuestra vista, que sólo contempla en derredor la esfera estrellada del firmamento.
¿Qué son las grandezas de la creación terrestre en parangón con los portentos de la creación del firmamento? ¡Espectáculo grandioso y sublime ! ¡Espacio sin límites, en cuya insondable inmensidad encuentra el alma, algo que está en armonía con el sentimiento vago, pero indeleble, de eternidad y perfección que la impele a la aspiración de lo infinito.
La imaginación se pierde en esa extensión inmensa del universo, poblada de innumerables mundos, entre los que no es más que una estrella nuestro Sol, de más de un millón de leguas de circunferencia, acompañado de nuestro globo y demás planetas que hacen sus revoluciones dentro de un espacio de dos mil doscientos millones de leguas. ¡Y a esta vasta esfera, que abarca nuestro sistema planetario, la separa de los demás mundos un asombroso vacío! Se mide por millones de millones de leguas la distancia de las más próximas estrellas; y cada una de ellas es un sol que no cede en magnitud a nuestro sol; y cada una de ellas dista tanto de las demás como de nosotros.
Y cuando se reflexiona que el telescopio ha descubierto muchos millones de estrellas, consideradas como otros tantos soles con sus sistemas planetarios; y que esos millones de mundos no son sino las orillas de la creación, porque si pudiéramos llegar al más lejano, divisaríamos desde allí nuevos abismos del espacio, sembrados de otras miradas de estrellas, de otros mundos sin número, y sin que más allá pudiésemos alcanzar los límites de la fábrica del universo... ¡Oh Dios! ¿Quién puede comprender la inmensidad de tu sabiduría y tu poder? ¿Quién puede penetrar en lo infinito de tus obras?
¿Y qué seres pueblan esos astros innumerables? ¡Qué infinita variedad de criaturas gozarán de la vida en esa serie interminable de mundos! Si en el breve espacio del globo terráqueo, si en este átomo del universo, es tan variada y admirable la creación, ¿qué será en la infinidad de las esferas creadas por el Omnipotente para prodigar los beneficios de su infinita munificencia?
El astro que nos alumbra es a su vez arrebatado hacia un centro desconocido. La ciencia ha descubierto que el sol gira por una órbita ignorada, llevando en pos de sí todos los planetas de su séquito. ¿Habrá algún astro más poderoso allá en las profundidades del espacio, que por planetas tenga sistemas enteros de mundos? ¿Y no será ese mismo astro poderoso, atraído junto con sus mundos, por otro astro superior; y así sucesivamente hasta llegar al primer centro de atracción de lo creado? Se desarrolla ante mi espíritu un sistema de sistemas de mundos cada vez más vasto, cuyos límites no alcanzan mi razón, y cuyo primer móvil será ¡quién sabe! el mismo Creador. Mi mente se confunde. Abrumado y perdido en las oscuras regiones de lo infinito, callo y adoro al Increado.
Los cielos manifiestan su gloria y ostentan su sabiduría y su poder; sólo él podría hacernos comprender las maravillas de sus obras; sólo él podrá manifestarnos los misterios de la creación. ¡Oh, Dios mío! ¡Oh mi Creador! Mi alma ansiosa de la verdad, ve en ti la fuente de toda sabiduría; mi alma sedienta de felicidad y de vida, ve en ti la fuente de la beatitud y la inmortalidad. ¡Quién pudiera llegar a ti para saciar estas aspiraciones imprescindibles, a las cuales nada puede satisfacer sobre la tierra!
Más allá de esta ciencia llena de ignorancia; más allá de estos goces tan mezclados de amarguras; más allá de esta breve existencia, está el término incomprensible de nuestras innatas aspiraciones, como hay un centro para cada planeta y cada mundo. Dios es el centro invisible que atrae nuestras almas por medio de las tendencias indelebles que en ellas imprimió como en los astros. Cualquiera que sea la naturaleza de mi alma es un ser inmortal, y tengo la firme esperanza de que ha de gozar en otra vida mejor, toda la felicidad a que aspira.
Aquel que todo lo creó, y gobierna los mundos desde su excelsa gloria, ¿no dirigirá también a la familia humana al término de su anhelo por la paz y la ventura? ¿ Hallará o no el género humano ese centro desconocido, esa estrella invisible que ha buscado a través de los siglos, para entrar como todos los astros del firmamento en la órbita del orden y de la armonía universal? ¡Qué sublime es la religión que santifica estas esperanzas, y las vigoriza con la fe, y nos inspira la caridad, para hacernos dignos de nuestro glorioso destino!
¡Qué satisfacción y qué alborozo para una alma elevada, el pensar que sobre las ruinas de todas las potestades del orbe, se levantará a la voz del Salvador, una soberanía única e indestructible, en una sociedad universal, que realizará todas nuestras ideas de orden, de justicia, de unión, de amor y de felicidad; que será el fin de todo progreso y el principio de una armonía inalterable, semejante a la del portentoso conjunto del universo!
¡Ved ahí como la sociedad, por el carácter divino y por los altos destinos que le da el cristianismo, es un objeto grandioso y augusto, digno de todos los sacrificios y de toda la veneración de los hombres!; Oh verdades eternas, sin las cuales sería un misterio impenetrable la naturaleza humanal ¡Oh divina Religión sólo el que tiene profundamente grabada en su corazón tu sublime y consoladora doctrina, es el que conoce nuestra verdadera misión aquí en el suelo, y el verdadero valor de las cosas terrenales. Sólo en su alma, el amor a los hombres, el amor al bien público, es un sentimiento que lo hace abrazar con entusiasmo todas las ocasiones de ser útil a sus semejantes; que le hace repeler todos los movimientos egoístas del interés personal; que le imprime no se qué de grande, de santo y heroico, que los asemeja al mismo Dios, haciéndolo digno de ser venerado en los altares .
Una fe divina, una esperanza que acalla todas las inquietudes, todas las aspiraciones y ansiedades del alma humana, nos muestra un mundo resplandeciente y glorioso más allá de este mundo; una vida inmortal más allá de esta vida perecedera; una perfección celestial, superior a toda perfección humana; una felicidad más grande, más verdadera que cuanto se puede imaginar sobre la tierra y que nos persuade que los mismos males que sufrimos son para nuestro propio bien. ¿Qué son entonces los trabajos, las angustia, los dolores? ¿Qué son todos los pesares de la vida, comparados con una bienaventuranza superior a todas las alegrías y goces imaginables, y de una duración que se prolongará de siglo en siglo eternamente?
Que nos cerquen los peligros; que nos abrumen los males; bendeciremos como Job a la divina Providencia; y si ya nos rodean las sombras de la muerte.., ahí está Dios que nos sostiene; que quiere recibirnos en su seno; que nos llama a la patria celestial, donde nos encontraremos, padres, hijos, hermanos, esposos, amigos, reunidos en una sociedad bienaventurada que subsistirá en la inmensidad de los siglos eternos.
"¿Quién soportaría la idea de que un inocente pueda morir en el oprobio y en los suplicios, y que esta pobre alma no sea recibida por su Creador? ¡Vida futura! ¡Oh última palabra de la ciencia humana! ¡Oh dulce esperanza! ¡Oh santa creencia! ¡Podríamos sin ti comprender el mundo, y podríamos sin ti soportarlo!
Si el justo recibe acá, por recompensa de los hombres, la ingratitud, las persecuciones, la calumnia, la infamia; no importa, el beberá como Jesús el cáliz de la amargura, y esperará. El no mira el instante de la muerte como el de sus últimas relaciones con los hombres, ¡no! él lleva, con la fe de la inmortalidad, la gozosa certidumbre de que, desde la mansión de los cielos verá fructificar sobre la tierra la simiente de sus buenas obras; el lleva también la dulce esperanza de que llegada la época feliz en que sea conducida la gran familia humana a la perfección y a la perpetuidad, morará con todos los buenos en el reino de la felicidad, el cual no tendrá fin.
¡Sublimes pensamientos! transportes inefables los de una alma que se siente formada para ser eterna, y que elevándose sobre la tosca envoltura que la sujeta, y sobre las pequeñeces de esta vida, se engolfa en la deliciosa contemplación de su glorioso porvenir.


CAPITULO XXXII

EL TEMPE DE LA GRECIA


El Valle de Tempe, tan celebrado de los antiguos por su amenidad, era un pequeño territorio muy fértil y de clima benigno, situado en la Tesalia, parte de la antigua Grecia que hoy pertenece a la Turquía europea con el nombre de Romelia. "El valle llamado en Tesalia, Tempe (dice un escritor antiguo), está entre los montes Olimpo y Ossa, y lo atraviesa el río Peneos, juntándose con él muchos arroyos que aumentan su caudal. La naturaleza adorna aquel sitio admirablemente. La hiedra, la zarzaparrilla, y otras enredaderas florecen subiendo y entretejiéndose con los árboles, formando grutas sombrías, donde los caminantes en medio de la siesta se recogen y refrescan. Por toda aquella llanura de campos corren fuentes de frías y cristalinas aguas que son muy saludables a los que se bañan en ellas. Hay en todo este contorno gran muchedumbre de aves, que recrean con suaves cantos. El Peneos pasa por el medio, muy sosegado y manso, cubierto de muchas sombras de los árboles que se crían en sus orillas, estorbando al sol la entrada de sus rayos; lo que hace muy ameno el viaje a los que por él navegan. Concurren anualmente a este valle todos los pueblos comarcanos, y juntándose allí, hacen grandes sacrificios a los dioses, festejándose después con banquetes".
Barthelemy, que redujo a breves y brillantes páginas cuanto los griegos dijeron de su Tempe, parece que al describirlo fuera trazando las escenas deleitosas de nuestro Delta. "El río presenta casi por todas partes un canal tranquilo, y en varios lugares abraza lindas islas cuyo verdor perpetúa. Las grutas de sus riberas y el césped que las tapiza parecen el asilo del reposo y del placer. Los laureles y diferentes clases de arbustos forman por sí mismos bosquecillos y glorietas, y las plantas que serpentean por sus troncos, se entrelazan en sus ramas y caen en festones y guirnaldas. Mientras seguíamos lentamente el curso del Peneos, mis miradas, aunque distraídas por una multitud de objetos deliciosos, volvían siempre sobre el río. Ora veía centellar sus aguas a través del follaje que sombrea sus orillas; ora contemplaba la marcha apacible de sus ondas que parecían sostenerse mutuamente, llevando su carrera sin tumulto y sin esfuerzos. Tal es la imagen de una alma pura y tranquila; sus virtudes nacen las unas de las otras; y todas obran de concierto y sin ruido"
Tan resaltantes analogías del Paraná con el valle más delicioso y fértil del Antiguo-Mundo, ha sido lo que me movió a aplicarle el nombre de Tempe; aunque puede decirse con propiedad, que el griego es una miniatura en parangón del argentino que abraza más de doscientas leguas cuadradas, cuando aquel sólo se extiende en una faja angosta, de menos de dos leguas de longitud. Pero esa faja, no es más de una extremidad del gran valle de Tesalia fertilizado por una gruesa capa de limo que dejó allí el Peneos (hoy Salembria), convirtiéndolo en el terreno más feraz de la Grecia, y el más célebre del mundo por su amenísimo Tempe; del mismo modo que el Paraná fertiliza con su légamo y su riego, más de cuatro mil leguas cuadradas de islas y costas, además del incomparable Tempe de su Delta.
El Peneos, aunque en proporciones diminutas respecto al Paraná, tiene como éste numerosos afluentes que fertilizan las llanuras de su hoya; y otra analogía presenta en el color, la tersura y mansedumbre de sus aguas, que movió a Homero a darle el epíteto que constituye el nombre de nuestro caudaloso río, el Peneos de las ondas argentinas.
Ambos Tempes gozan de un mismo clima, iguales en temperatura, en salubridad y en fecundidad. Uno y otro son patria del laurel y del mirto, emblemas de la gloria y del amor.
Hay con todo, una diferencia inmensa entre los dos valles y sus ríos, y es que aquél ha perdido ya gran parte de su primera fertilidad, y con ella su antigua fama, porque el Peneos no tiene las crecientes fertilizantes del Paraná, que en esto es sólo comparable con el Nilo. Si la fertilidad proverbial del Egipto, que data de época inmemorial, es hoy tan admirable como en sus tiempos primitivos, con mayor razón debe contarse con la perpetuidad de la feracidad de nuestro Tempe que es bañado y abonado por las crecientes, no una vez, sino treinta y más todos los años.
A pesar de la identidad de este importante rasgo, que es el característico de los Deltas del Nilo y el Paraná, no hubiera sido propio aplicar a éste un nombre de tan hermosos recuerdos, pero empañado por un clima desastroso y por las frecuentes calamidades que alejan de aquella celebérrima región el bienestar y las delicias con que la región del Plata se brinda a los mortales.
Los principales azotes de Egipto son los frecuentes temblores de tierra, la lepra y la oftalmias; el ardor de su verano de ocho meses, insoportable para los europeos; los vientos secos y ardientes; la escasez de las lluvias; y finalmente, la subsistencia de sus habitantes está a merced de las crecidas del Nilo, que a veces son insuficientes para asegurar las cosechas del año.
Herodoto llamaba con razón al valle de Egipto, un don del Nilo; pues la extensión que riega este río, computada en dos mil leguas cuadradas, es la única parte arable y fértil de todo el país; así es que el Egipto, bajo un cielo ardiente y seco, sería sin la inundación, un desierto como el Sahara.
Los depósitos del valle de Tempe fueron el resultado de una prolongada permanencia de las aguas del Peneos, que repentinamente dejaron en seco aquellas llanuras. Según las antiguas tradiciones, hubo un tiempo en que no tenían salida esas aguas; el país no era más que un gran lago, hasta que un temblor de tierra, rompiendo los diques de granito, abrió paso al río Peneos por entre el monte Ossa y el Olimpo hasta el Archipiélago, resultando de este desagüe la desecación del terreno, que quedó dotado de asombrosa fertilidad, sólo comparable a la del valle del Nilo y la del valle del Paraná, por-
que los tres valles deben su feracidad a la misma causa; los depósitos limosos de las aguas.
Los pueblos, y muy especialmente los antiguos, inclinados siempre a suponer causas maravillosas a los grandes fenómenos de la naturaleza, atribuyeron aquel inmenso beneficio, efecto del terremoto, al tridente de Neptuno. Así también los egipcios hacían descender del cielo las fuentes del Nilo, al cual conservan todavía un respeto religioso, lo llaman santo, bendito, sagrado, y cuando se abren los canales para la inundación, las madres sumergen a sus hijos en la corriente, creyendo que esas aguas tienen una virtud purificante y divina. Hay en Necrópolis un templo magnífico, con una estatua gigantesca, de mármol negro, que representa al Nilo como un dios coronado de laureles y espigas, y apoyado sobre una esfinge. Igualmente los antiguos griegos, en el valle de Tempe, que miraban como un lugar santo, tenían un altar donde se reunían a celebrar sus ritos, y después de hacer grandes fiestas, regresaban con guirnaldas de los laureles del valle.
Los pueblos que circundan el maravilloso valle del Paraná, lejos de consagrarle algún sentimiento de admiración o aprecio, lo han mirado con la mayor indiferencia; porque, dueños de campos fertilísimos, regados por las aguas del cielo, no han examinado el valor de las tierras bonificadas por el riego y sedimentos de las aguas de los ríos. Más, llegará día (y hoy sucede ya con muchos terrenos de las costas), en que un suelo exhausto se negará a dar a sus habitantes las pingües cosechas de otro tiempo, y entonces se lamentarán de no haber sabido aprovecharse de aquel invalorable regalo que les ofrecía la naturaleza, a la puerta de sus casas. Irán al Delta, y quedarán asombrados de ver las maravillas que habrá creado allí la industria y actividad de los diligentes, con el poderoso auxilio de una feracidad sin ejemplo; de un clima inmejorable y propio para toda clase de cultivos; de un riego y abono seguros y gratuitos, que en donde quiera cuestan a la agricultura grandes sumas. Si, irán al Delta, pero ya será tarde, porque lo encontrarán todo ocupado por una población rica y floreciente.
Pero los negligentes podrán al menos, como los viajeros del Tempe Griego, pasearse libremente por los arbolados arroyos del Tempe Argentino; gustar de la frescura de sus sombras; de las pintorescas vistas de sus chalets, sus puentes y sus góndolas; de la presencia de las producciones más raras y las frutas más delicadas del globo; de las armonías del gorjeo de las aves, mezclado con las músicas y alegres cantares de sus dichosos moradores.


CAPITULO XXXIII

AGRICULTURA DEL DELTA


Al hablar del cultivo de la tierra, con relación al Delta, no me propongo hacer una exposición de las reglas y prácticas que todo el mundo puede encontrar en los libros de agricultura, o en la rutina. Todo lo contrario, trataré de hacer abandonar, por innecesarias y dispendiosas, muchas de esas reglas y prácticas usuales fundándome para ello en los principios de la agronomía y en el estudio de nuestro suelo.

Drenaje

Dice el geopónico inglés Stephens, que "aunque la observación haya probado hasta la evidencia que el agua detenida, sea en la superficie del terreno, sea en lo interior, perjudica al crecimiento de todas las plantas útiles, sin embargo todavía no se ha averiguado bien, como se produce ese fenómeno"; pero, a mi ver, la fisiología vegetal con el auxilio de la química, lo ha explicado perfectamente. No se puede ya dudar que las plantas necesitan un suelo permeable al aire, al oxígeno y al ácido carbónico. Es preciso que estos elementos aeriformes se hallen en estado de penetrar entre las moléculas del suelo para asegurar a las raíces un desarrollo libre y vigoroso, pues está demostrado hasta la evidencia, que los vegetales absorben, por medio de sus raíces, los principios de la tierra, no solamente en estado de combinación con el agua, sino también los gaseosos; así como se asimilan, por medio de las hojas, los fluidos nutritivos que la atmósfera contiene.
Por consecuencia, un terreno inundado o empapado en agua, siendo inaccesible al aire, debe necesariamente causar un entorpecimiento más o menos grande a la nutrición de las plantas. Así es como el agua que permanece sobre las raíces, aunque sea pura y corriente, es perniciosa, y lo es también la excesiva humedad de la tierra.
Claro está que estos principios no son aplicables, ni a las plantas acuáticas ni a las aéreas, porque estos vegetales están organizados para desarrollarse, bien en la atmósfera sin el concurso de la tierra (tales son la flor del aire, la suelda- consuelda y el liquen), bien en el agua, como las algas, los juncos, los nenúfares; se trata solo de los vegetales terrestres objeto de la labranza.
El desagüe y desecamiento (o drenaje) de las tierras ha llegado hoy a ser uno de los ramos más importantes de la agricultura, un arte que la Inglaterra ha llevado a un grado sorprendente de perfección, y que puede ser de muy útil aplicación para ciertos campos anegadizos. A primera vista parecerá que la geopónica del Delta es la que más reclamará el drenaje, a causa de las frecuentes inundaciones y de los bañados, ciénagas y lagunas interiores; pero en este punto como en otros, no menos capitales, la naturaleza es la que se ha anticipado a los deseos del hombre, estableciendo allí un sistema de desecación que reúne todas las condiciones del mejor drenaje.
El desagüe en las islas se opera por canalizos que entrelazan todo el Delta. Empiezan por hilos de agua que de cada bañado parten en todas direcciones por lechos someros, y que juntándose en diferentes puntos forman arroyitos, y estos concurren a formar grandes arroyos que corren largas distancias recibiendo en su curso numerosos arroyuelos, hasta que a su vez desaguan en canalejas, en canales y en verdaderos brazos del Paraná. Además, la contextura del terreno, deja rezumar el agua, la que se ve manar por toda la extensión de los ribazos y bordes de los arroyos; de modo que el suelo está siempre enjuto y saneado, como lo demuestra la lozanía de la vegetación.
Lo único que tiene que hacer el hombre, es conservar limpios todos esos arroyos de desagüe, para que corra libremente el agua; y, cuando más, abrir algunas zanjas angostas en los lugares convenientes, para facilitar el escurrimiento de la humedad, o para la más pronta salida de las aguas en ciertos recodos de los albardones en que se forman aguazales.
A mi parecer no se puede adelantar más en la desecación de las islas por medio del drenaje. Los bañados o ciénagas no se pueden desecar, porque están, con mucha frecuencia, bajo el nivel de las aguas del río; aunque se impidiese la entrada de éstas en las crecidas ordinarias, ¿Cómo se podría impedir su infiltración por un subsuelo tan penetrable? Lo mejor es dejar que entren y salgan libremente por sus canales naturales, para que no se estanquen y corrompan. Pienso que la escrupulosa limpieza de todos los arroyos, producirá el efecto de enjutar mayor extensión de terreno, y disminuiría además los criaderos de mosquitos.
Por lo que hace al drenaje por conductos encañados, será mejora importantísima para los países donde el precio elevado de las tierras obliga a los propietarios a no perdonar gastos para utilizar toda la superficie del suelo; y aunque en el Delta llegasen a adquirir ese valor, se preferirán siempre las zanjas descubiertas, por la necesidad que habrá de dejar grandes conductos para la pronta salida de las aguas de las corrientes, y libre paso a las camalotes y resacas de los bañados.

Desmonte

Para el plantío de frutales u otros árboles, la única preparación necesaria en las tierras del Delta es desmontar o voltear la arboleda silvestre, y rozar o cortar las malezas. El descuajo y la rotulación, no solamente son innecesarios, sino perjudiciales.
Descuajar o arrancar de raíz los árboles y matorrales, y roturar o sea labrar las tierras con arado, pala o azada, operaciones que requieren mucho tiempo y gastos, pueden y deben omitirse en terrenos de las condiciones del suelo de las islas .
El trabajo del simple desmonte queda bien compensado con el precio de la leña y las maderas.
Los árboles que causan mayor embarazo en el desmonte son los ceibos. Su corpulencia y su enorme peso, hacen perder mucho tiempo en cortarlos, desgajarlos, trozarlos y arrojarlos como inútiles fuera del terreno, entre tanto no tenga demanda su madera. Más para evitar este trabajo hay un remedio muy sencillo, y es dejarlos en pie. Bastará quitarles con el hacha un palmo de corteza en rededor del tronco cerca del suelo, para que en el primer año se sequen sin retoñar y sin que en nada perjudiquen a los plantíos o sementeras que se hagan entre ellos. Esta práctica (que a mí me ha salido tan bien, con gran economía de tiempo y de dinero), por más que haya provocado la hilaridad de algunos agricultores, en nada se opone a los principios de la ciencia, y se recomienda por la experiencia de hombres más entendidos que nosotros en el arte de cultivar la tierra. "El jardín frutal (dice un cultivador norteamericano), se planta sobre la paja de la primera cosecha de trigo sin derribar los grandes árboles silvestres. La vista se complace con el agradable contraste de los manzanos frondosos creciendo en medio de un bosque de árboles secos. Como se necesitaría mucho tiempo para cortarlos, el norteamericano se contenta con quitarles la corteza; y planta en seguida los jóvenes frutales entre los árboles viejos, que, despojados de sus hojas, parecen enormes esqueletos. ¡Qué espectáculo instructivo, ver así el reinado de los antiguos hijos de la naturaleza concluir y ceder ante la industria que se adelanta armada de su hacha, aguijoneada por la necesidad y seguida de la abundancia!
Para el cultivo del lúpulo y de la vainilla (si se lograra aclimatarla), servirían los seibos de zarzos a estas plantas trepadoras.
Los árboles, son, en cierto modo, una parte constituida del Delta; sin ellos no se habría formado éste; y suprimidos, desaparecería para formar barras movibles en la entrada del Paraná y del Uruguay, como las que tanto embarazan la navegación del Plata. A una simple observación salta a los ojos que el polvo impalpable que forma el terreno de las islas, no ha podido depositarse, ni podría haberse localizado, sino en virtud de la tranquilidad de las aguas sobre el suelo, aun en medio de los más recios temporales; y esa tranquilidad es debida a la arboleda y los juncales.
Es pues, de la mayor importancia, es de necesidad suma para la conservación de las islas, que el poder público reglamente el corte de sus montes, que hasta hoy están sin limitación de período ni estación a merced de la imprevisión de los cultivadores y de todo el que se presente con una hacha. Ya la experiencia ha enseñado a muchos de ellos, que deben dejar las orillas de los canales y arroyos guarnecidas de su herbazal, para impedir el desmoronamiento y los derrumbes.
Es tan deleznable el terreno, que si estuviese desnudo, bastaría el movimiento ordinario de las corrientes para disolver en breve tiempo la obra de muchos siglos, pero la naturaleza lo defiende con un tejido compacto de juncos, espadañas, totoras, cardas, camalotes, (nayádeas flotantes), y mil especies de enredaderas y arbustos, siempre frondosos.
Más todavía era necesario proteger toda la superficie de los albardones contra la acción de las aguas. A esto proveyó también la naturaleza, por medio de los seibales que impiden las oleadas, y de otras plantas de hojas permanente, que sirven de abrigo a las partes bajas del interior de las islas para que continúe la obra de crecimiento del suelo. Otra ventaja ofrece la conservación de algunos árboles silvestres en las márgenes y en el centro, y es la de proteger contra los vientos los plantíos de frutales.

Labor

El labrador de hoy como el de ayer, el rústico como el instruido, cavan, aran, revuelven, desmenuzan la tierra sin que los preocupe la causa a que es debida la utilidad de la labor; causa cuyo conocimiento los conduciría a regularizar el empleo de la fuerza y los capitales, de una manera ventajosa y económica. Lo que indudablemente obra en beneficio del terreno es su desmenuzamiento que hace segregar nuevos elementos minerales, poniéndolos en disposición de ser absorbidos por las plantas, y lo hace penetrable a los principios alimenticios contenidos en la atmósfera, al mismo tiempo que deja libre el paso a las raíces y a las lluvias. ¿ Qué necesidad hay pues de pasar el hierro por las tierras del Delta que están divididas y desmenuzadas hasta lo infinito, que no contienen nada segregable porque se componen de partículas impalpables, y que no pueden ser más permeables a las influencias atmosféricas, ni más accesibles para las raíces y las aguas?
Increíble parece cuanto ciegan al entendimiento el empirismo y la rutina. Está un labrador sobre el suelo de las islas con su azada en las manos para ejecutar la tradicional labranza; siente que el terreno se hunde bajo sus pies; prueba calarlo con el mango de su herramienta; y sin esfuerzo se le entierra hasta el ojo; aplica la mano a la tierra, y la levanta a puñados que se lleva el viento; ve toda clase de plantas y árboles, de las frutas más delicadas, que prosperan sin cultivo; y con todo, agacha el lomo a la labor pensando fertilizar el suelo con su sudor o por la virtud del contacto del acero. No lo juzgo tan idiota que crea esto; pero obra como si lo creyera, en fuerza de la rutina. Gasta sus fuerzas y su tiempo sin provecho, echando a perder un don perfecto del cielo.
El suelo inmejorable del Delta, no solamente no necesita labor alguna, sino que al contrario, en lugar de mullirlo, es preciso consolidarlo para que las mareas no lo laven, las lluvias no lo arrebaten, los vientos no lo levanten, y el calor no lo reseque. Su excesiva fertilidad es debida principalmente a su contextura esponjosa y suelta que da facilísimo acceso a las raíces capilares, y les presenta todos los principios minerales que contiene; que da salida, ya por la infiltración ya por la evaporación, a todo exceso de humedad; que atrae de las capas inferiores la necesaria para la nutrición de las plantas; que se impregna de los rocíos, y se deja penetrar lo bastante del sol y del aire para suministrar a las raíces el calórico y los gases que necesitan.
Conforme a estas condiciones, la experiencia ha enseñado que en el Delta, para el cultivo de los árboles de toda clase, no se ha de remover el terreno, sino únicamente hacer el hoyo necesario para plantarlos de raíz, y meramente clavar los de estaca. Más, para las plantas anuales u hortalizas, conviene hacer una cava somera para desarraigar las malas yerbas y facilitar la operación de cubrir las semillas. Una vez hecha la plantación, o la sementera, no se vuelve a tocar la tierra, sino para sachar o carpir las malezas, trabajo que se debe hacer con guadañas de hoja corta y fuerte.

Plantación

No hay terreno estéril en el sentido riguroso de la palabra, pues hay vegetales organizados para prosperar, aun sobre las áridas rocas.
El maguey o pita del pulque, que es una planta de las más productivas que se conocen, da sus ricas cosechas sobre los terrenos más estériles. Las palmeras dan sus exquisitos y alimenticios dátiles en los páramos más ardientes e infecundos. La preciosa quinoa que reemplaza los cereales y las verduras, prospera en los terrenos más ingratos y arenosos. El nopal o higuera chumba, que toda ella es alimenticia, crece sin cultivo entre las piedras. Se ha ensayado con buen resultado el empleo del musgo, en lugar de tierra, para las plantas de jardín; y se sabe que los chinos tienen hermosas flores en masetas que consisten en una sola piedra muy porosa sin ninguna adicción de tierra. Diariamente se ve que muchas de las plantas usuales producen bien en los suelos más distintos, areniscos, pedregosos, gredosos, calcáreos. Lo que importa es, pues, la elección de las especies y aun de las variedades que más se adapten a las condiciones del suelo y del clima. Para obtener la mayor y más segura ganancia de sus plantaciones, el agricultor no debe dejarse alucinar con las semillas que dan más abundantes cosechas en otros climas diferentes del suyo, sino preferir las que convengan mejor a la calidad de su terreno y temperamento.
No hay clima ni terreno, por excelente que sea que pueda convenir a toda clase de plantas; muchos hay que no admiten sino muy determinadas especies; y algunos, solamente limitadas variedades. El labrador que se empeñase en cultivar ciertas tierras áridas que hay en la falda de las cordilleras, vería malogrado su trabajo, si para las siembras eligiese los granos de mayor rendimiento; pero que prefiera, por ejemplo, el ruin maíz llamado maíz de puna, que echa una débil caña de media vara, doblegada con el peso de una espiguita que necesita apoyarse en el suelo, y verá su campo cubierto de una más que mediana cosecha.
Todo lo contrario debe practicarse en el cultivo de las islas respecto a la elección de las variedades, pues siendo el terreno fértil en sumo grado, se deben elegir las semillas más fecundas, tales como las del maíz que echa cuatro o más robustas cañas y cuatro o cinco grandes espigas en cada caña; por manera que un solo grano puede producir cuatro mil. Para la introducción de plantas exóticas debe siempre tomarse en cuenta el grado de humedad y de calor del país de donde provienen, para no elegir sino las que convengan al nuestro. Ponerse en el empeño de aclimatarlas es exponerse a la ruina.
Cuando el clima y demás circunstancias no sean enteramente favorables a la planta introducida, empezará esta a degenerar desde la segunda o tercera cosecha, haciéndose necesario renovar la siembra con semillas venidas del país de su procedencia, o en que esté naturalizada.
En el cultivo de la papa, tan productivo en las islas, para evitar su desmejora, sus enfermedades y los insectos que las invaden, se debe seguir el consejo del barón de Humboldt, que voy a trascribir aquí para que no quede perdido para nuestros labradores, entre las voluminosas obras de este sabio escritor.
"Sabido es que ciertas plantas herbáceas, que por largo tiempo se han multiplicado por medio de sus raíces, acaban por degenerar, principalmente cuando se tiene la mala costumbre de cortar estas raíces, en pedacitos; y así se ha experimentado en algunas partes de Alemania, que las papas multiplicadas por semillas son las más sabrosas.
Por lo tanto, se logrará mejor la especie trayendo semilla del país nativo, y escogiendo las variedades de mayor tamaño y mejor sabor, como son las que se cultivan en Quito y en Santa Fe de Bogotá. Las he visto de forma esférica, de doce a trece pulgadas de diámetro y de un gusto mucho mejor que las de Europa; contienen menos agua, son ligeramente azucaradas, y de un sabor sobremanera agradable".
El algodón es una de las plantas que dará mejores resultados en el Delta. Sus numerosas especies se encuentran diseminadas por todo el globo, como si la Providencia las hubiera querido adaptar a una gran variedad de climas en beneficio de la familia humana. El cultivo del maní o cacahuate, tan adaptado al clima y a la tierra suelta de las islas, daría abundantes cosechas del más puro aceite, además de ser alimento nutritivo y apetitoso para el hombre y los animales de su servicio.
Cuando mayor sea el desarrollo o crecimiento de la planta, más rala debe sembrarse; y también deben quedar más separadas entre sí, cuanto más fértil sea el terreno. La misma regla debe observarse con los árboles, aunque en las islas creo conveniente hacer una excepción con los durazneros y otros frutales de poco arraigo y ramazón quebradiza, los cuales deben plantarse menos distanciados de lo que requiere el desenvolvimiento natural de sus copas, a fin de que se apoyen mutuamente contra el ímpetu del viento.
Si en todo caso es reprobable la costumbre de despojar los árboles jóvenes de las ramas y brotes inferiores de su tronco, con el fin de que adelanten más en altura; con mayor razón en las tierras sin cohesión del Delta, donde es necesario que los árboles tomen forma achaparrada para que no los atierren los ventarrones. Con el mismo objeto, todo arbolito desde que se planta, debe atetillarse, pero sin escavar la tierra al pie, sino arrastrándola de más lejos con la azada y apisonándola con el plano de esta alrededor del tronco.
Para alinear con facilidad los arbolitos, fórmese con tres cañas iguales un triángulo a la medida del espacio que se quiera dejar entre planta y planta. Extiéndase un cordel por el medio del área preparada, y sobre él váyase aplicando el triángulo, dejando señalados con estaquillas los puntos correspondientes a sus esquinas o ángulos. Así quedarán formadas dos filas de estaquillas, y desde entonces es inútil el cordel, pues haciendo correr el triángulo por una de las filas, se van formando otras hileras de estaquitas hasta llenar el terreno. Por este medio, aunque el terreno sea muy irregular, quedará el plantío bien alineado; porque donde quiera y en cualquier dirección que se apliquen dos esquinas del triángulo sobre dos estaquillas de las ya plantadas, quedará la de la tercera esquina, colocada con precisión geométrica; y también resultará el plantío hecho al tresbolillo o en quincunce, que es el más simétrico y conveniente. Para que no sirvan de obstáculo a la operación los árboles que haya en el terreno, se dispondrá la atadura de uno de los ángulos del triángulo de cañas, de modo que se pueda abrir para abrazar con él los troncos que se encuentren al paso.

Abono

La fertilidad de un terreno es inagotable cuando es administrado según las sabias leyes de la naturaleza. Un prado, un bosque incultos, jamás se esterilizan, porque la mano inhábil del hombre no ha entrado a perturbar la armonía de estas leyes. Florestas tan antiguas como la tierra, reverdecen, fructifican y se reproducen incesantemente, sin que el suelo pierda un ápice de su virtud primitiva, porque le vuelven día por día, en sus hojas, en sus bayas, en su propia disolución, en los excrementos y cadáveres de los insectos, aves y brutos que nutren, toda la sustancia que reciben de su fecundas entrañas, y lo enriquecen con nuevos principios minerales que absorben de la atmósfera.
Las sabanas, las pampas, las llanuras donde se suceden sin intermisión las generaciones de las yerbas que sirven de sustento a las aves y demás animales silvestres, restituyen también en sus despojos a la madre común lo que recibieron de su seno exuberante. Y se fertiliza más y más el terreno cuando se hallan reunidas las condiciones más favorables para la fertilidad, a saber, la humedad, una tierra apropiada y un temperamento elevado. Entonces, como acontece en el Delta, la vegetación apenas se halla limitada por el espacio; los despojos de las generaciones que mueren, las raíces, troncos, ramas, vienen a constituir un terreno donde se desarrolla la simiente con redoblado vigor.
Empero ¿qué hace el hombre?¿Imita acaso a la naturaleza que debió siempre ser su guía y su maestra? Retira del suelo todas sus producciones, por una larga serie de años, sin dejarle ni aun la paja, sin darle siquiera los desechos de las riquezas que recibe. Empobrecido el terreno de sus principios constitutivos en el desarrollo de los vegetales, mengua la fertilidad de los campos, y disminuyen las cosechas al grado de no compensar el trabajo del labrador. Entre otros mil, tenemos un reciente ejemplo en la Virginia, región en otro tiempo tan fértil, y que no puede producir hoy día el tabaco ni los cereales.
Cuando el mal está hecho, el remedio es muy difícil, pues consiste en restablecer el equilibrio perdido, restituyendo los principios minerales extraídos de la tierra, que la atmósfera no puede proporcionar; y esto no se logra sino con el auxilio de abonos importados, y otros medios, siempre costosos.
Lo mejor es evitar el mal, adoptando un sistema de cultivo que conserve el equilibrio, a imitación de la naturaleza.
A juzgar por la abundancia y feracidad de los depósitos de tierra vegetal en el Delta, y por analogía con otros países que se encuentran en condiciones análogas, la fertilidad de su terreno no sufrirá disminución alguna, mientras las crecientes continúen depositando sobre él el cieno que acarrean, por muy poco que coopere el hombre de su parte para suministrar al suelo los principios que han de ser sustraídos por las cosechas.
Se sabe que en Egipto, país pobre en maderas, el estiércol de los ganados forma la principal parte de sus combustibles, y sus cenizas es el único abono que reciben los terrenos del Valle del Nilo, que hasta el presente no han perdido nada de su celebrada fertilidad.
El sistema de los barbechos es en general inadmisible, y en nuestro caso enteramente inútil, porque la tierra no se cansa sino porque ha perdido los principios minerales absorbidos por las plantas; y se sabe con la certeza posible, que ni el aire ni las lluvias pueden dárselos.
Sucede, sí, que ciertas tierras adquieren por una disgregación, debida a la acción de la atmósfera y del tiempo, algunos principios necesarios, por ejemplo, para la producción del trigo; pero no es menester para eso dejarlas en barbecho, pues que pueden, entre tanto, sembrarse plantas tuberculosas sin que se menoscabe ni perturbe su fertilización para los cereales. Pero esa disgregación no puede tener lugar en el terreno pulverulento del Delta, donde ya nada hay que dividir.
El medio más eficaz y económico para obtener siempre abundantes cosechas sin esquilmar jamás la tierra es la adopción de un buen sistema de rotación y de abonos.
En cuanto a la rotación de las sementeras, nada diré por la estrechez del espacio; pero hablaré algo a cerca del abono de las tierras, porque creo necesario llamar la atención de nuestros cultivadores sobre este punto.
La química ha demostrado que en las materias fecales sólidas y líquidas del hombre y de todos los animales, y en los huesos y en la sangre de los que consumimos, se encuentran todos los principios que fueron extraídos del suelo en forma de semillas, frutos y forrajes; por consiguiente depende de nosotros restaurar, con poco trabajo las pérdidas en la composición de nuestras tierras; para lo cual basta recoger con cuidado todas esas materias y abonar con ellas el terreno. Haciendo constantemente esta operación, como lo practica la naturaleza, no habrá ningún desperdicio y la tarea será insignificante.
Las deyecciones de un animal, es el abono más propio para aquellos vegetales de que se alimentó. Por ejemplo, las del cerdo mantenido con papas, es el abono que más conviene para la sementera de esta planta; y siendo cebado con maíz, es el mejor abono para un maizal. La boñiga de las vacas y demás ganados que se apacientan en los campos, son el abono preferible para las gramíneas. La palomina encierra los principios minerales de las semillas que la paloma comió; la freza de los conejos, contiene los de la hortaliza con que se nutre; y finalmente, la orina y las heces del hombre abundan en los principios minerales de todas las plantas alimenticias.
Los habitantes del Delta, por ningún motivo deben arrojar al río los troncos, la ramazón ni las malezas del desmonte y de la roza, ni los residuos, huesos, ni basuras de ninguna clase. Los animales muertos deben ser enterrados sin demora, con el doble objeto de estercolar la tierra e impedir los miasmas de su putrefacción. El humus que resulta de la descomposición de todas estas sustancias, en realidad vale tanto como las semillas y animales que con tanto gasto y afán cultivamos; equivale perfectamente a una adquisición considerable de granos o ganados, pues ese humus adquiere, en un período de tiempo, la forma de cereales, carne y grasa.
Hay dos consideraciones más, que imponen la abstención de arrojar al agua esas basuras; la una es la conveniencia de contribuir con ellas al levantamiento del suelo bajo de las islas, y la otra la necesidad de conservar la pureza de las aguas. No quieran incurrir en el error de la Nación que, a pesar de ser una de las más adelantadas en agricultura, ha privado a su suelo de los elementos más necesarios al desarrollo de las plantas, arrojándolos a los ríos, donde se han acumulado de tal modo, que inficionan las aguas y la atmósfera, hasta el grado de hacerla mortífera para los habitantes de la riberas, como sucede hoy mismo en la ciudad de Londres.
En éste como en los demás casos en que la ciencia, aún con la experiencia, han dado su fallo, es necesario que éste sea sancionado por las prescripciones de la ley; porque, por desgracia, todavía las verdades más importantes para la salud y el bienestar del hombre, no han penetrado en el entendimiento del pueblo, ni aquí ni en las naciones más preciadas de su civilización y sus progresos.

Epílogo

Al tratar de la geoponia del Tempe Argentino, me he propuesto aplicar los principios de la ciencia a las condiciones del terreno, tan raras y excepcionales como proficuas, con el fin de sacar de él el mayor producto, con el ahorro posible de tiempo, trabajo y gasto; es decir, con la mayor economía de fuerzas. Los actuales cultivadores han seguido un camino diametralmente opuesto al que yo señalo y que he practicado con fruto. Ellos no han hecho más que seguir las prácticas generales de la labranza, juzgando que observaban los dictados de la ciencia, cuando no hacían más que aplicar empíricamente las reglas establecidas para el cultivo de la generalidad de los terrenos, a uno de condiciones singulares. Han labrado a fuerza de brazos una tierra que no necesitaba ser removida; han derribado y descepado árboles que no necesitaban ser tocados; han roturado un suelo que no requería más que una simple sacha o escarda para hacer fructificar prodigiosamente cuanto pudiese contener en su espacio; y en otras muchas operaciones han procedido de un modo inverso al que convendría para obtener los productos mejores y más baratos.
"La civilización es la economía de la fuerza; la ciencia nos da a conocer los medios más sencillos para obtener con la menor fuerza posible el mayor efecto y utilizar los medios para obtener un máximum de fuerza. Toda manifestación y disipación inútil de fuerza, ora en la agricultura, ora en la industria, ora en la ciencia, ora por fin en el Estado, es un rasgo característico del estado salvaje y de la falta de civilización".
Ya que la naturaleza parece que ha querido en el Delta anticiparse al hombre preparándole un suelo pingüe hasta lo maravilloso, conservándolo siempre mullido e incesantemente regado. ¿Por qué no aprovecharse de éste trabajo hecho? ¿Para que ese desperdicio de fuerzas que no conducen a mejorar las condiciones productivas del terreno?
¡Cuán poco tiene que hacer el hombre para ser el dichoso dueño de esta joven naturaleza que lo espera con los brazos abiertos para inundarlo de los goces más puros y embriagarlo con sus encantos! Ella todo lo tiene allí preparado para la cómoda y deliciosa mansión de sus amantes: boscajes deleitosos, suavísimos aromas, aguas saludables, aire purísimo, mieles y frutas delicadas, aves y peces variados, sabrosas carnes, preciosas pieles, leña y madera en abundancia, animales dóciles y útiles, vías cómodas, y riegos practicados por la misma naturaleza; sin fieras que domeñar, sin especies ponzoñosas que temer, sin cenagales infectos que desecar, sin matorrales espinosos ni troncos robustos que talar, y sin necesidad de labrar ni bonificar la tierra para hacerla producir cuanto el hombre pueda apetecer para su regalo y su riqueza. Tales son las islas que forman el delicioso Tempe Argentino, donde confunden sus aguas el Paraná, el Uruguay y el Plata.


CAPITULO XXXIV

AVES UTILES


Cuando los mormones, después de su larga peregrinación por el desierto, se establecieron en el valle del Lago Salado, se dedicaron con afán al cultivo de la tierra para proveer a su subsistencia. Tanto les escasearon las provisiones, que se alimentaban con las pieles de los animales que habían carneado desde su llegada, y todas sus esperanzas se cifraban en las sementeras que prosperaban admirablemente. Ya se contaba por segura una abundante cosecha, cuando repentinamente se presenta un enemigo formidable que empieza a destruirla. Era una invasión de escarabajos negros, en tal muchedumbre, que venían devorando y arrasando toda la vegetación que se encontraba al paso de sus legiones. Sólo un milagro podía salvar a los mormones de la espantosa calamidad del hambre pero confiados en la divina Providencia, la invocaban en su desolación con fervorosas preces, cuando he ahí que numerosas bandadas de pájaros blancos, semejantes a las gaviotas, se presentan en el valle, y en poco tiempo concluyen con los insectos. Tenían aquellos pájaros la particularidad de no hartarse de tragar escarabajos; pues así que llenaban de ellos el buche, los vomitaban ya muertos para volver a engullir los vivos. Las gaviotas, las lechuzas y otros animales tienen la misma propiedad de desembuchar los restos indigeribles de los insectos y animalejos tragados.
En una reciente reunión agrícola de Suiza, el barón von Fschudi, célebre naturalista suizo, insistió con energía en demostrar los importantes servicios de los pájaros en la destrucción de los insectos.
Sin pájaros, dijo, no hay agricultura posible, ni vegetación. Los pájaros realizan anualmente en pocos meses la tarea de la destrucción provechosa que millones de manos humanas no podrían desempeñar en otros tantos años; y el sabio, por tanto, censuró severamente la estúpida costumbre, tan general en Europa, de destruir a los pájaros, recomendando, al contrario, que se tratase de atraerlos a los jardines y a los sembrados.
Entre las aves más meritorias cuenta a las golondrinas, a los pinzones, a los paros, a los gorriones, etc. Merecen una recomendación especial, por lo mismo que sin el menor fundamento en toda época han sido reputados como aves de mal agüero, y generalmente se les persigue a muerte, los buhos, las lechuzas, los mochuelos. Las aves de rapiña diurnas, osadas ladronas, vienen a robar de nuestros corrales las gallinas y palomas, y destruyen toda caza: más con las lechuzas y otros rapaces nocturnos no sucede así; Por el contrario, hacen grandes servicios a la agricultura; destruyendo muchos pequeños roedores molestos, y los insecto que viven a costa de nuestras cosechas. Las pequeñas especies sobre todo, domesticadas y criadas en los jardines, nos harían importantes servicios.
Por regla general son exclusivamente insectívoras todas las avecitas de pico fino, de diferentes especies, llamadas colectivamente así, porque su pico es recto, delgado Y en forma de punzón o de alezna.
Muchas aves hay en esta América recomendables como perseguidoras de insectos. Tenemos un género (Mirmothera) que consta de muchas especies de pájaros hormigueros, todos americanos, a excepción de una sola especie que es del antiguo mundo. Los principales (nombrados por Bouillet) Son el rey de los hormigueros, el grande y pequeño befroi, el campanero, el arada cantante, el tetema y el policur.
En este país son muy comunes y conocidos Como insectívoros: el pirirí o urraca, el hornero, el espinero, el carpintero, el bienteveo, el churrinche o brasa de fuego, la tacuarita, el sietecuchillos, la calandria, el terutero, la gaviota, la garza, la cigüeña, el avestruz y otros. Los mencionados son los que más se acercan a nuestras casas, a pesar de la guerra cruel que se les hace, consentida por las autoridades y por las leyes que debieran protegerlos.
Cuando el hombre, menos ignorante y egoísta, conozca mejor las armonías de la creación, y sus propios intereses extenderá esa protección, no sólo a las aves destructoras de insectos voraces, de sabandijas nocivas y de cadáveres de animales, sino también a muchos mamíferos y reptiles y aún insectos que le prestan iguales servicios. Entonces, restablecido el equilibrio, verá preservadas sus cosechas, verá perpetuado el verdor de los campos, el follaje de los árboles y una vegetación activa purificando constantemente el aire que respira.
CAPITULO XXXV

LA GARUDA


La Garuda, ave de la naturaleza de las de rapiña, es tenida en gran veneración por los habitantes de la India, particularmente por la secta de Vichnú. En los campos próximos a lugarcillos y aldeas se encuentra siempre esta ave. Su cuerpo es mayor que el del halcón, pero mucho menor que el de las águilas pequeñas. Su plumaje es hermoso; las plumas de la cabeza, garganta y pecho son blancas, brillantes y lustrosas y las de las espaldas, alas y cola forman una especie de manto de un bello color pardo; pero su fétido olor ofende a quien se le acerca. Su graznido, o más bien chillido es muy desagradable.
Aunque la Garuda tiene la apariencia de ave vigorosa, y gran fuerza en su pico aguileño y poderosas garras, jamás acomete a otras aves que puedan hacerle resistencia. Una gallina furiosa la pone en fuga, y sólo se atreve con los polluelos descuidados. Su vuelo es pesado, y nunca se eleva a grandes alturas en el aire. Su índole tímida e indolente pudiera colocar a la Garuda en la clase de los cuervos, pero no tiene como ellos la inclinación a alimentarse de carne de bestias podridas. Su alimento común es lagartos, ratones y con frecuencia culebras.
Es probable que el servicio que hace a la sociedad destruyendo reptiles y otros animales aborrecibles, fuese estímulo para proteger esta ave y elevarla al grado de una divinidad. Iguales motivos movieron a los egipcios a establecer el culto de Ibis y rendirle homenaje. "Bajo el amparo de la superstición, la Garuda se acerca sin temor al hombre, y rara vez se aleja de las poblaciones. Sería delito tan atroz como el de un homicidio, a los ojos de aquellos habitantes, el matar una Garuda".

CAPITULO XXXVI

EL SECRETARIO O SERPENTARIO


Este pájaro, llamado también Mensajero, no solamente pertenece a una especie nueva, sino a un género aislado y singular. Aunque del orden de las aves de rapiña, en su conformación general se parece a ciertas zancudas; su pico es robusto, encorvado y muy hendido; las alas están armadas de tres espolones obtusos: sus piernas son larguísimas como las de las garzas, y están enteramente cubiertas con plumas. El Secretario es del tamaño de la grulla y de la corpulencia del pavo; puede decirse que es una ave mixta, un tipo extraordinario; tiene, por decirlo así, una cabeza de águila sobre un cuerpo de cigueña.
Y el mismo contraste que presenta en su conformación, se observa en su natural y costumbres; poseyendo las armas terribles de las aves de rapiña y además seis formidables espolones, nunca ataca a las aves y evita toda lucha. A los únicos animales a quienes da caza es a las ratas, los lagartos, las culebras y las serpientes. Cuando alguien lo inquieta durante la cría, deja oír un graznido sordo y encrespa las plumas como si se dispusiese a atacar; pero esto es una vana amenaza, pues no es valiente, ni ofensivo. Aunque en su estado agreste es de índole desconfiada y huraña, los jóvenes se docilizan muy pronto mostrándose dulces, apacibles y alegres, se familiarizan con suma facilidad, y se acostumbran a la vida sedentaria del corral de las gallinas, al grado de olvidarse de la libertad del desierto para vivir entre las aves domésticas, a las que defiende de los ataques de las serpientes, y otros enemigos. Se ha empezado a domesticarlo en el Cabo de Buena Esperanza; y ha sido introducido en las islas Antillas, a fin de oponerlo a la terrible serpiente hierro de lanza cuya mordedura es casi siempre mortal.
Combate a las serpientes más venenosas. Cuando el Secretario encuentra a alguno de estos reptiles, empieza el ataque dándole grandes aletazos para fatigarlo, presentándole siempre de lado la extremidad del ala que le sirve a la vez de arma y de escudo, y contra la cual en vano desfoga la serpiente su rabia y su veneno; en seguida la agarra por la cola, y elevándose con extraordinaria velocidad a una grande altura, la deja caer, y se abate para repetir la misma operación, hasta que acaba por matar a la serpiente; le parte entonces la cabeza de un picotazo, y se la traga toda entera.
El Serpentario o Secretario habita las llanuras de las inmediaciones del Cabo de Buena Esperanza, cuyos habitantes respetan y miran con veneración a esta ave. Se impone la multa de cien duros al que mate un Serpentario. En esto los cafres y los hotentotes se muestran más entendidos que los europeos que no saben proteger, ni aun las avecitas insectívoras que impiden la destrucción de las mieses y plantíos de toda clase.


CAPITULO XXXVII

MARTIN TRISTE


Conocidos son los desastrosos efectos de la plaga terrible de la langosta que invadiendo periódicamente en cantidades asombrosas, tala todo género de vegetación y trae consigo la muerte de los ganados, la ruina de las fortunas, el hambre de las poblaciones y hasta las epidemias mismas, sin que se haya ensayado aun entre nosotros un medio eficaz de librar los campos del agente devastador.
Nadie tiene idea de lo que es una invasión de langosta, sino viéndola.
Hace seis o siete años que pudimos presenciar uno de estos espectáculos en la ciudad del Paraná.
La masa incalculable de insectos que oscurecía la atmósfera, se había abatido sobre la tierra. Todo lo que era vegetación, hasta los grandes árboles, estaba talado. Los campos y hasta las calles de la ciudad presentaban el aspecto de una gran inundación en que se agitaban olas verdes y vivientes con un movimiento repugnante y continuo.
Los campos de nuestro país son a menudo castigados por este flagelo, que actualmente se siente en algunos puntos del oeste de la campaña.
Se comprende, pues, que encontrar el medio de combatir y hacer desaparecer esta plaga es prestar a la población un servicio de importancia incalculable.
Considerándolo así, tenemos mucho placer en insertar la siguiente interesante comunicación del doctor D. Antonio J. Almeyra.
"Quien no ha estado en la campaña, no puede hacerse una idea de lo que puede la langosta; yo la he visto por la primera vez este año en el partido de Navarro. Veía avanzar la langosta, talando todo y sin que quedara para las ovejas más que la tierra. ¿Qué esperanza tenemos para que concluya esta plaga? Ninguna, pues por desgracia en nuestro país no nos ocupamos de estas cosas, y sin embargo nos sería muy fácil imitar en esto a la Francia, que tiene su jardín de aclimatación para hacer el bien al país, a sus colonias y aun a los países extranjeros.
"Al decir esto del jardín de aclimatación, no quiero decir que se establezca uno aquí, aun cuando esa era mi idea al regresar de Europa; pues tenemos aquí todos los medios y ventajas para hacerlo, como ser hombres inteligentes en diversos ramos de historia natural, tierra fértil y barata, buen clima, etc., etc.
"En el boletín mensual de la sociedad imperial zoológica de aclimatación, del mes de marzo, he leído lo que están haciendo en Francia para concluir en Argel con la langosta, como concluyeron con ella en la isla Reunión; y la mejor prueba es copiar algunos párrafos de dicho boletín.
"Los desastres ocasionados en Argelia por la langosta, han dado la dichosa idea a Mr. Alfred Gradidier, de aplicar a esta grande colonia, el remedio eficaz que fue empleado el siglo pasado en las islas Macareñas. Muchos años seguidos, el producto de las tierras de estas ricas colonias y particularmente de la isla Borbón, era periódicamente devorado por estos insectos y la miseria más profunda sucedía a la prosperidad. Fue entonces cuando el hábil intendente de estas islas tuvo la idea de aclimatar allí el pájaro cazador de langosta, el Martín Triste. Este pájaro, voraz de estos insectos y de sus huevos, se propagó con tan prodigiosa rapidez, que poco tiempo después de su introducción, las nubes de langosta desaparecieron y después de un siglo, este flagelo no se ha reproducido más".
A nuestros gobiernos no les costaría mucho introducir algunas cientos de estos pájaros que diseminados en los alrededores de los pueblos se aclimatarían perfectamente, y dictando las penas más severas contra el que destruye estos pájaros o sus huevos.
Algunos dirán que aquí tenemos pájaros que destruyen la langosta, pero si los hay acá, éstos no se ocupan de ello, pues no teniendo agua en los arroyos, se van a buscarla a los ríos: estos pájaros son, la gaviota y la cigüeña, que no pueden ni compararse con el Martín Triste, que destruye hasta los huevos de la langosta.


CAPITULO XXXVIII

EL AGAMI O PAJARO TROMPETERO


El Agami (Psophia) es una ave del orden de las zancudas, colocado por Cuvier a la cabeza de la tribu de las grullas, cuyas especies tienen el pico parecido a las gallináceas, la cabeza y parte superior del cuello cubiertos de un plumón corto y suave, y desnudo el contorno de los ojos. Las alas son redondas y cortas, la cola es también corta; su vuelo es bajo y pesado; pero, gracias a sus largas piernas, su carrera es rápida. Se alimentan con insectos, con semillas y con frutos silvestres. Abre al pie de los árboles un hoyo somero que le sirve de nido, y allí, dos o tres veces al año, pone hasta quince huevos verdosos, casi esféricos, algo más gruesos que los de gallina.
La especie más conocida es el Agamí trompetero o Sofía ruidosa, muy común en las selvas de las partes más calientes de la América meridional, y andan ordinariamente en numerosas bandadas. Su tamaño es el de una gallina; su color es negro con algunas plumas rojizas en la espalda; las de la cola son cenicientas; en el cuello son azules con reflejos de varios colores. Tiene en el pecho una placa preciosa cuyos colores varían entre el verde, el amarillo, el azul, el morado, y cuyo brillo no cede a los discos metálicos y aterciopelados de la cola del pavo real.
Son muy codiciadas por los colores fúlgidos y tornasolados de las plumas del cuello y el pecho, con que los indios se hacen lindos adornos. Para la industria europea esas plumas no serían menos utilizables que las de pavo real, de faisán, etc. Siendo tan fácil pillar estas aves con lazos y trampas, ¿no sería conveniente que el hombre civilizado imitase la recomendable costumbre de los indios de Guatemala, que según refiere Alcedo, cazan un pájaro que llaman toto, solo para aprovecharse de sus bellas plumas, volviéndolo a soltar luego que se las han quitado. Añade el autor del Diccionario de América, que entre aquellos indígenas es un gran delito matar uno de esos pájaros.
Los Agamis son indudablemente del número de los volátiles más interesantes que podemos agregar a nuestras aves de corral. Además del provecho de sus huevos, de sus lindas plumas y de su carne delicada, pueden hacer muchos servicios en las habitaciones rurales.
A ningún pájaro gusta más que al Agami vivir en la sociedad del hombre; ninguno manifiesta más instinto, más sensibilidad ni más inteligencia. Es entre las aves lo que el perro entre los cuadrúpedos; pronto adquiere las mismas habilidades y condiciones que estos inseparables compañeros del hombre. Apenas arrancado de su estado agreste, empieza a cobrar cariño a su dueño; es dócil a su voz, lo sigue o lo precede, lo defiende con valor, se separa de él con sentimiento, y cuando vuelve a verlo hace las más vivas demostraciones de alegría; sensible a las caricias, las vuelve con señales de afecto y reconocimiento. Conoce a los amigos de la casa y les hace cariños cuando los ve; pero si toma entre ojos a alguna persona, le da fuertes picotazos en las piernas. Su arrojo es semejante al del perro, pues se pone a pelear con animales mayores y más fuertes, y aunque sea vencido, no desmaya ni se retira. Si se deja entre las aves de la casa, al instante se constituye su guardián; impide que se peleen, y las defiende de sus enemigos; si salen al campo, cuida como un verdadero pastor, que no se alejen mucho, y a la hora conveniente las hace entrar al corral y al gallinero. Más hacen, en Cayena se les confía el cuidado de los rebaños. Sonnini refiere que acompaña las ovejas en el campo, y asegura que dos Agamis pueden reemplazar a un perro ovejero.
El grito o canto del Agami no es su particularidad menos curiosa; debe su nombre de Pájaro trompetero a la facultad que tiene de hacer oir muy frecuentemente, sin abrir el pico, un extraño sonido semejante al que produce el pavo cuando hace la rueda, pero más prolongado y cadencioso. No es menos extraño el origen que se atribuye a ese ruido o trompeteo; siguiendo esa opinión los naturalistas le han dado el nombre significativo de crépitans. La explicación de Alcedo es curiosísima y conforme a esa creencia. "El trompetero, dice, es una ave llamada así, porque imita el sonido de la trompeta, no con la voz, sino por el ano, con una especie de fuelles que tiene con dos conductos, el uno para atraer el aire, y el. otro para despedirlo".
Al leer la historia del Agamí, no puede uno menos que extrañar que la naturaleza lo haya colocado en los desiertos de América donde son estériles sus admirables aptitudes. Más, reflexionando que estas regiones han de ser ocupadas algún día por el hombre civilizado, debemos bendecir a la Bondad divina que creó y ha conservado por dilatados siglos estas numerosas tribus de aves dispuestas a la domesticidad para beneficio de la familia humana.


CAPITULO XXXIX

EL FRAILECILLO, EL GALLITO,
EL GUABAIRO Y EL GUARIAO

(Del Diccionario de voces cubanas, por D. Esteban Puickardo)

El Frailecillo es una avecilla zancuda, cuyo tamaño total hasta el extremo del pico no excede de un palmo. Tiene una placa sobre la cabeza gris-morena como el lomo; garganta y lo inferior del cuerpo blancuzco; debajo del cuello un collar negro, y sobre él un medio collar blanco; en el pecho una faja negra que se extiende de una ala a la otra; pico del mismo color; patas amarillas; ojos grandes morenos orillados de párpados rojos. En la Isla de Cuba es muy común y se encuentra también en la América Septentrional. Andan solos o pocos individuos por los lugares pantanosos, ciénagas, playas y sabanas, corriendo con mucha ligereza con sus canillas delgadísimas, que casi no se distinguen de lejos; detiénense a cada momento un rato buscando insectos y conchitas. Cuando vuelan en bandada, forman una línea horizontal arqueada que pasa rápidamente casi rasando las aguas y gritando como el Alcaraván de Europa.
El Gallito, que también abunda en el Brasil, es una zancuda con cresta y espolones en las alas; verrugas en la base del pico; los dedos de las patas largos, y las uñas largas, rectas, agudas; longitud total diez pulgadas y cuatro líneas; de las patas siete y cuatro líneas; cabeza cuello y pecho negros; lomo, alas y cola rojos morenos-oscuros; es negro en el borde del ala, debajo de la cola y vientre; moco rojo-oscuro en la base del pico, que en la extremidad es amarillo; ojos colorados; pies azul pálido. Alegre y vivo el Gallito permanece en las inmediaciones de las aguas estancadas o cenagosas donde flotan plantas acuáticas, paseándose sobre ellas sin hundirlas, buscando las conchitas o insectos de que se alimenta. Solo, o en pareja, o en bandadas de pocos individuos, sin acercarse unos a otros, pasan el día y la noche en el mismo lugar; porque su carácter pendenciero les ocasiona disputas y combates en que procuran darse golpes con las alas.
Cuando alguna persona se encuentra muy cerca de ellos, dan un vuelo recto y corto, respondiéndose sin cesar con la sílaba cot tres veces. Tienen otro grito distinto como señal de alarma. Sin nido, pone sobre las yerbas flotantes, tres o cuatro huevos amarillos, mareados de líneas en zig-zag, de un negro lustroso. La hembra los cubre de noche y el sol de día. En el Brasil le llaman cirujano.
El Guariao (Aramus Guarauna) se encuentra en ambas Américas. Es una ave grande, cuya longitud total mide tres palmos, y las piernas más de uno. Cabeza, rabadilla, cola y alas color moreno oscuro con reflejos verdes bronceados; garganta blancuzca; todo lo restante del cuerpo moreno con una lista blanca a lo largo sobre el medio de cada pluma; pies negros como la extremidad del pico; ojos amarillo-rosados. Frecuenta las ciénagas, las orillas de las lagunas y las sabanas anegadizas, donde anda por parejas, o solo, sin mezclarse con los otros. Siempre inquieto, corre sin cesar por las márgenes sin entrar en el agua, moviendo la cola a cada instante; o bien, batiendo las alas con las patas colgando. También pasea entre las yerbas lentamente, y se encarama en los árboles bajos, poco tiempo. Por la madrugada, y de tarde marchando por el campo, hace oír su voz sonora, que se percibe a gran distancia, con la expresión de su nombre (guariao) que repiten los otros sin cesar.
No come peces ni reptiles, sino gusanos, insectos y con preferencia moluscos. Pone tres o cuatro huevos muy lisos, amarillentos con manchas pardas y líneas trasversales irregulares. La carne es blanca y de buen gusto como la de la Gallareta.
El Guabáiro, es ave nocturna que vive en los bosques de la Isla de Cuba, ocultándose de día en los árboles huecos para hacer su salida de noche con el objeto de apresar los insectos para alimentarse. La obra del señor la Sagra, trae dos especies con el nombre de Guariba; una que viene del norte en tiempo frío, mide de total longitud trece pulgadas; color moreno-bermejo, veteado de negro por encima; la cabeza hasta el lomo y las alas con manchas negras; cola bermeja pintada de prieto en zig-zag; garganta bermeja con estrías negras; por debajo un collar blancuzco; pecho mezclado de negro y bermejo-claro; la mandíbula superior orillada de pelos largos, muy tiesos y prietos. Vive en los bosques (Caprimulgus carolinensis).
La otra especie, que refiere como más peculiar, se parece mucho a la anterior por la distribución de los colores y cola redondeada; aunque es más pequeña, y los bigotes, a la inversa, muchos más largos. Vive en parajes montañosos; de noche frecuenta las habitaciones rurales, donde juntos hacen gran ruido con sus gritos. Pone dos huevos color moreno-verdoso con rayas y zig-zag negros. (caprimulgus vociferus).
Todas las aves descritas son utilísimas en los campos y sembrados porque destruyen los insectos sin hacer el menor daño a las plantas y cosechas.


CAPITULO XL

EL REY DE LOS BUITRES, EL URUBU,
EL AURA Y EL CONDOR


Los agentes que en el reino animal parecen principalmente encargados de la limpieza sustrayendo a la putrefacción todo viviente que expira o perece sobre el suelo, son las aves designadas con el nombre genérico de buitres; razón por la cual existen en todas las comarcas, bajo todos los climas. Inclinados a nutrirse de cuerpos muertos, carnes corrompidas e inmundicias de toda especie, libran la atmósfera de esos focos pestilenciales. Convencido el hombre de que esto redunda en su provecho, los ha puesto bajo su salvaguardia, y hay países en uno y otro hemisferio en que ciertas especies viven bajo el amparo de las leyes.
Vamos a recordar los nombres y algunas particularidades de los buitres de América, a fin de que sus habitantes especialmente los del Sud, sobrepongan la estimación por los servicios que nos prestan, a la repugnancia que inspiran sus hábitos asquerosos.
Los buitres propiamente dichos pertenecen exclusivamente al antiguo Mundo; pero se comprende bajo el nombre general de buitres muchas aves de rapiña de diferentes géneros.
El urubú (iribú, según Azara) es el más común en el nuevo mundo, y el más sociable, pues se les suele ver en bandadas por centenares. Por su utilidad para la limpieza pública, gozan de la protección de las leyes en muchas ciudades y villas de la América meridional y en los Estados del Sud de la septentrional. A esa protección es debida en parte su gran multiplicación, mientras que el cóndor y el rey de los buitres son cada día más raros.
El urubú puede estar más largo tiempo sin comer que ninguna otra ave. Su carne es hedionda, y de ese mal olor participa su piel y sus plumas; por eso no son de ningún provecho para la mesa. Su largo es de dos pies.
D'Orbigny ha visto en Carmen de Patagones, sobre el río Negro, reuniones numerosísimas de urubúes. En un saladero se habían carneado doce mil animales vacunos para la exportación de carne salada. Durante esta faena, de algunos meses, los huesos que quedaban con bastantes restos de la carne, eran amontonados a la margen del río Negro, y se veían constantemente y enteramente cubiertos de urubúes y caracaráes o caranchos en número tan asombroso, que el viajero no ha creído exagerar computándolo en más de diez mil de ambas especies.
El aura es otro buitre americano, menos común que el urubú. En guaraní se llama acabiray, que significa cabeza calva; es todo negro lustroso con aguas violadas; tiene la cabeza desnuda, roja, y arrugada, y pies rojizos. Su largo es de dos tercios de vara. Cuando remonta el vuelo y gira en arcos pausadamente, parece que no agita sus alas, bajando luego al paraje en que su vista perspicacísima ha descubierto algún animal muerto, sobre el cual se arroja con sus compañeros para destrozarlo y comerlo vorazmente hasta no dejarle más que los huesos.
Come también caracoles e insectos, y no persigue las aves, ni es pendenciero. Retíranse al campo a dormir juntos sobre algún árbol, y al salir el sol se les ve posados en los cercos y tejados de las casas. La hembra pone dos huevos de un blanco azulado, manchados de rojo, en un nido hecho en el suelo sin arte; cuando pichón es blanco.
Los guaraníes llaman iribu-bichá, que significa jefe de los iribúes, al ave que los naturalistas denominan rey de los buitres, a causa de la cresta carnosa, de un anaranjado vivo, que adorna su cabeza como una diadema. Es la especie más hermosa de todas las de este grupo, por el variado colorido de su cabeza y cuello y por la lindeza de los matices de su plumaje. Su pescuezo desnudo está cubierto de carúnculas multicolores de un bello efecto, y rodeado en su base por un lindo collar de plumas azules. El color general del ave es negro sobre las alas y la espalda, y blanco todo el resto, incluso el iris de los ojos. Es de gran talla, acercándose a una vara de largo. Se alimenta de animales muertos y de inmundicias, sin atacar jamás al más pequeño pájaro ni al más débil cuadrúpedo. El rey de los buitres abunda en el Brasil y el Paraguay.
El cóndor o gran buitre de los Andes es la especie más notable por su gran tamaño. No es, a nuestro juicio, de aquellas aves que merecen ser patrocinadas, pues no sólo se alimentan de animales muertos, sino que también atacan con frecuencia a los vivos que encuentran débiles o recién nacidos.
Tiene un metro y treinta centímetros desde la punta del pico hasta la extremidad de la cola, y la envergadura de sus alas es de tres metros. Humboldt ha medido algunos que tenían hasta cuatro metros y medio. Esta notable diferencia proviene indudablemente de la variedad de razas. Según las observaciones del limeño D. Santiago Cárdenas (citado por Des Murs) , hay en los Andes tres especies de cóndores. La primera, de color ceniciento, designada con el nombre de moromoro, no tiene menos de cuatro metros y sesenta centímetros de envergadura. La segunda especie no tiene nombre particular; es de color café, y tiene cuatro metros y treinta centímetros.
La tercera es el cóndor de espalda y cola blanca, la única conocida por los naturalistas europeos; es de tres metros a tres metros y sesenta y seis centímetros la extensión o envergadura de sus alas.
Los cóndores habitan igualmente los países fríos y los más calientes; se encuentran, tanto en las alturas de los Andes como en todas las costas del océano Pacífico, y en las del Atlántico en la Patagonia, a gran distancia de las montañas. El cóndor es, sin contradicción, entre todas las aves, la que remonta más el vuelo. D'Orbigny los ha visto cernerse al nivel de la cumbre del Ilimani que tiene 7.500 metros de altura; mientras que a 6.000 metros el hombre no puede resistir a la rarefacción del aire.
Según Lemery, la grasa del cóndor es resolutiva. En Turquía y en Grecia emplean la grasa del buitre como un excelente remedio contra los dolores reumáticos, y como emoliente y resolutiva.
Se ha exagerado mucho el poder del sentido olfático de los buitres, suponiendo que son guiados por el olor para venir sobre la presa desde prodigiosas distancias. Aunque esta creencia ha sido apoyada por Humboldt, la destruyen completamente las observaciones de Leybold, consignadas en su interesante. Excursión a las Pampas Argentinas. "Mi experiencia, dice, me da la convicción de que el cóndor anda a caza de su alimento, guiado solamente por la vista y no por el olfato. ¡Cuántas veces he tenido ocasión de encontrar por sus pestíferas exhalaciones el cadáver de alguna res, escondido entre peñascos, que sin embargo ninguno de los numerosos cóndores había husmeado!"
Humboldt asegura "que en el Perú y en Quito para dar caza al cóndor, matan una vaca o un caballo, y que a poco rato el olor del animal muerto atrae de lejos estas aves". Más para que estos buitres puedan, sin verlo y sólo por el olfato, venir casi instantáneamente a precipitarse sobre el animal que se les acaba de sacrificar, sería necesario suponer que desde el momento de caer muerto el caballo o la vaca, se desarrolla el grado de corrupción indispensable para que haya emanación de moléculas pútridas odoras y que éstas crucen el espacio con velocidad eléctrica; todo lo cual es un absurdo. Debemos creer más bien lo que es verosímil, lo que el hecho aducido por Leybold pone fuera de toda duda: que el cóndor está continuamente de centinela sobre alguna altura, o remontado sobre las regiones altas de la atmósfera hasta que divisa algún animal muerto u otra presa que le convenga. Lo que decimos del cóndor debe aplicarse a todos los buitres y aves de rapiña. Todas son guiadas por la vista y no por el olfato, al buscar su alimento. Esto es lo que había pensado Buffón; esto es lo que las observaciones de Levaillant y Audubón tienden a demostrar y lo que Leybold ha constatado.
No tendrá, pues, que temer la madre de familia, de la voracidad y atrevimiento de nuestros buitres, respecto a las provisiones de la casa, porque para librarlas de su pico, basta la precaución de taparlas con un simple lienzo. Audubón hizo repetidas veces la experiencia con los catartos, tanto silvestres como domésticos, y nunca se dirigieron a la presa que no podían descubrir con la vista.


CAPITULO XLI

EL CRECIMIENTO DEL DELTA


Nuestro Delta se agranda día por día, extendiéndose por su base sobre el lecho del Plata. Tal es la ley de la formación de los deltas; todos, con más o menos lentitud, van avanzando sobre el mar, lago o estuario donde desembocan sus ríos. Calcúlase que el del Delta del Nilo tuvo su origen en una época posterior al principio de los tiempos históricos, habiendo sido antes un golfo del Mediterráneo. Consta que Arles, ciudad antiquísima, distante hoy doce leguas de las bocas del Ródano fue fundada en la embocadura de este río, habiéndose formado después un Delta de setenta leguas cuadradas, que la ha alejado del mar, que antes tenía a sus puertas. Quizá no sea tan remota la época en que el Río de la Plata se extendía treinta leguas más arriba, hasta la villa de San Pedro, donde debió ser la primitiva embocadura del Paraná.
Una torre construida en 1737 en la boca del brazo principal del Ródano, hoy está a una legua de distancia de la misma boca; lo que prueba que aquel Delta se avanza 33 metros por año. Está averiguado que el Delta del Nilo se extiende a 4 metros al año; y el del Po, que es el río más caudaloso de Italia, 25 metros. El del Paraná, que parece agrandarse con mayor rapidez, no pasarán muchas generaciones sin que se le vea al frente de la ciudad de Buenos Aires. Personas, no muy ancianas, aseguran que cierta extensión considerable de las islas no existía en la época de su juventud. Puede decirse que se forman, de un año para otro, nuevos y dilatados juncales en medio del río, que son la primera base de la futura isla; lo mismo sucede en las costas cuyos bajos se ensanchan ostensiblemente; y se tiene por indudable que el anclaje de nuestra rada estaba en otro tiempo más cerca que hoy de la ciudad. Todo esto induce a creer que el crecimiento de nuestro Delta se opera con una rapidez extraordinaria. Si en las costas fijasen algunas señales para marcar sus límites actuales, dentro de pocos años se podría calcular a punto fijo lo que tardará en ocupar todo el estuario del Plata.
Este fenómeno de la rápida formación de nuestro Delta ha llamado la atención de los señores Parish y Bravard, con la diferencia de que este lo atribuye al solevantamiento del suelo por fuezas subterráneas, y aquel a los aluviones. "Todas las observaciones (dice Parish) que se pueden hacer, tienden a la inferencia de que este estuario, en la actualidad tan magnífico, puede, dentro de algunos siglos, llegar a ser rellenado u obstruido, formando entonces un gran Delta como los del Nilo, del Indo o del Granjes. No se necesita para esto un período tan largo como pudiera a primera vista imaginarse"


CAPITULO XLII

UTILIDAD DE LOS BOSQUES


El nombre que más agrada recordar entre los que antiguamente se dieron a Chipre (antes Cipre), es el de Isla Fortunada. Debiólo a la fertilidad de su suelo, a la dulzura de su clima, a la belleza de sus valles, a la riqueza de sus producciones. La imaginación de los poetas añadió nuevos encantos a esta profusión de dones de la naturaleza, viendo allí la cuna de la madre de los Amores; consagraron esta idea placentera dando a Venus el nombre de Cipris, y embelleciéndola con todos los atractivos de las pinturas más hechiceras, de las escenas seductoras de la ternura y voluptuosidad. Allí florecieron las ciudades de Amatonte, de Pafos, de Idalia, todas consagradas a la diosa de la hermosura.
En esas venturosas zonas, en otro tiempo, de la dicha, de las artes, de los placeres, reinan al presente los bárbaros que lo han transformado en un lugar de desolación y esclavitud. Bajo la destructiva dominación de los Turcos, la agricultura ha cesado de enriquecer con sus tesoros aquellas magníficas llanuras; la aridez y la sequía han sucedido a la fertilidad de un suelo constantemente regado por las lluvias y las vertientes; y el esplendor de una isla un tiempo afortunada se ha desvanecido.
Esta sequedad de la tierra y de la atmósfera va aumentando cada día, al paso que se hacen menos plantaciones, que el número de los árboles disminuye y que los bosques se talan. Una culpable imprevisión sobre la decadencia sucesiva de la antigua fertilidad, no es de admirar bajo la desoladora administración de los Turcos; pero que en los países donde la economía pública es una ciencia cultivada, se vean propagados y sostenidos los mismos desórdenes que donde imperan los bárbaros, es lo que no se puede comprender y lo que escita la indignación.
Los antiguos consagraban los bosques a la Divinidad; y el respeto imponía la circunspección en el empleo del hacha. Más al presente, la protección religiosa ha sido reemplazada por el desenfreno de la codicia, el lujo y el desorden. Bosques que nuestros antepasados habían destinado para templos, encinas sagradas a cuya sombra habían erigido sus altares, han sido derribadas; el hacha sacrílega no ha respetado el asilo de la piedad antigua, ni los recursos fecundos para los tiempos venideros. Rocas desnudas y escabrosas se ostentan sobre las montañas, no ha mucho decoradas por la pujante vegetación de los más hermosos árboles; por todas partes la propiedad de nuestros nietos ha sido devastada por culpables e infieles depositarios. Ya las lluvias disminuyen, las fuentes se secan, el lecho de los ríos se levanta y se desbordan; los sembrados se pierden, ora por las inundaciones, ora por las sequías; y si un gobierno reparador no toma sabias y prontas medidas, no tendremos que trasmitir a la posteridad sino una suma de desdichas siembre crecientes, y el suelo de la Francia corre el riesgo de llegar a la aridez con que una detestable administración ha esterilizado el de la "Isla de Chipre".
Sí; entre los antiguos eran sagrados ciertos bosques y árboles silvestres. A falta de la ciencia la religión ha sido y es siempre la égida salvadora, así de los sentimientos como de los objetos necesarios para la vida moral como para la material. Ella ha rodeado de un respeto misterioso, de una veneración imprescindible la santa hospitalidad, ha protegido con sus benéficas preocupaciones las aves y los bosques. ¿Qué ley, qué monarca, qué autoridad humana hubiera podido preservar hasta el presente, por más de tres mil años, los célebres cedros del Líbano, si no hubiesen estado bajo el amparo del respeto religioso?
El rey profeta hace tres mil años que les imprimió un carácter religioso anunciando a su pueblo que esos árboles fueron plantados por el mismo Dios; y esta creencia piadosa de los pueblos, trasmitida por una tradición de tres mil años entre tribus de diferentes religiones, ha tenido poder para conservar intactos, a través de tantas generaciones, ese grupo de ochenta árboles milenarios, únicos que se encuentran en aquella sola montaña. Hoy que los progresos de la ciencia han hecho conocer al hombre cuanto importa para su salud y bienestar la conservación de los bosques, ¿son estos respetados más que antes? Sí; afortunadamente, empiezan a serlo.
Boussingauit terminó su importante Memoria sobre la influencia de los desmontes en la disminución de las aguas corrientes, con las siguientes conclusiones, demostradas hasta la evidencia :
1 - Que los grandes desmontes disminuyen la cantidad de aguas vivas que corren en la superficie de un país.
2 - Que además de conservar las aguas corrientes, los bosques regularizan su curso.
3 - Que el cultivo de la tierra en los países desnudos de bosque, absorbe una parte de las aguas corrientes.
4 - Que las talas parciales pueden agotar las fuentes y los arroyos, aún cuando no se haya disminuido la cantidad anual de lluvia.
5 - Que la tala de árboles en grandes espacios, disminuye la cantidad de lluvia anual que cae en una región.

Extractamos algunos de los hechos en que funda su opinión el autor de la Memoria citada:
"El continente americano, dice, nos ofrece en una grande extensión dos regiones colocadas bajo las mismas condiciones de temperatura, y en las cuales se encuentran sucesivamente las circunstancias más favorables a la formación de la lluvia, y las que le son más diametralmente opuestas. De Panamá hacia el sur se encuentra la bahía de Cupica, las provincias de Chocó, Buenaventura, Barbacoas y Esmeraldas. En estos países cubiertos de selvas densas regadas por una infinidad de ríos, las lluvias son casi continuas; en el interior casi no hay día que no llueva.
"Del otro lado del Tumber hacia Paita, comienza un orden de cosas enteramente diferente: no hay bosques, ni se cultiva la tierra. Aquí no se sabe lo que es llover, y cuando estuve en Paita oí decir a los habitantes que hacía diecisiete años que no llovía. Esta falta de lluvia es general en todo el país que toca en el desierto de Sechura y se extiende hasta Lima; en esta región la lluvia es tan escasa como los árboles. Así, en Chocó, cuyo terreno está cubierto de bosques, llueve siempre; pero sobre la costa del Perú, en donde el terreno está privado de árboles, no llueve nunca, y esto, como llevo indicado, bajo climas iguales, igual latitud, igual distancia de las montañas, altura uniforme sobre el nivel del mar.
"La montaña metalífera de Marmato está situada en la Provincia de Cauco, en medio de selvas inmensas. En 1830 cuando visité estas minas, Marmato presentaba el aspecto más animado; se veían allí grandes talleres, fundición de oro, máquinas para triturar y amalgamar el mineral; por consiguiente se habían cortado maderas, así para la construcción de las máquinas y de los edificios, como para hacer carbón; el resultado fue que no habían transcurrido todavía dos años cuando el volumen de agua que daba movimiento a las máquinas comenzó a disminuir de un modo notable, y la cuestión era grave, porque el menoscabo de la cantidad de agua como fuerza motriz acarrea como consecuencia una disminución en el productivo de las minas."
Refiere Desbassyns de Richemond, que en la isla de la Ascención existía un hermoso manantial en lo bajo de una montaña, el cual perdió su abundancia y por último se secó después que cortaron los árboles que cubrían aquella montaña. Atribuyóse la pérdida de la fuente al desmonte, y haciendo nuevos plantíos de árboles, algunos años después apareció de nuevo la fuente, que creció al mismo tiempo que el bosque, y recobró su primitiva abundancia.
En su Viaje a Oriente el mariscal Marmont, miembro de la Academia de Ciencias, dice que en el Cairo, en lugar de algunas gotas de lluvia que eran cosa rara anteriormente, al presente llueve con alguna frecuencia, y que se supone que esta modificación en el clima es el resultado de plantíos inmensos de árboles que se han hecho por disposición del Bajá. Y lo que autoriza a creer fundada esta causa es el efecto inverso producido de un modo incontestable en el Egipto superior, en consecuencia de la destrucción de los árboles. Hace ochenta años llovía suficientemente en el Egipto superior; entonces las montañas de Libia y de Arabia que forman el valle del Nilo tenían hierba y bosques, y los árabes mantenían en ellas sus ganados, pero habiendo destruido los árboles, cesaron las lluvias y se secaron los pastos.
La utilidad de los bosques no es hoy disputada por ninguno; todos saben que las grandes arboledas, aumentan y regularizan las lluvias; pero todavía parece que se duda que sean los árboles y bosques de las llanuras y montañas los reguladores y moderadores de la dirección e impetuosidad de las corrientes que en ellas tienen su origen. Actualmente la Europa está presenciando el espantoso espectáculo de poblaciones enteras arrebatadas instantáneamente por el ímpetu de las aguas, y de vastos territorios, un momento antes cubiertos de mieses, convertidos en desiertos por las inundaciones de los ríos acrecentados repentinamente por las corrientes que nada tienen que las modere en el declive de las montañas.

CAPITULO XLIII

SOBRE LA ANTIGUA POBLACIÓN DEL DELTA


Tenemos ya una prueba decisiva, un testimonio incontestable de la antigua ocupación del Delta por los aborígenes, en las sepulturas indígenas, que se acaban de encontrar en la isla de Paicarabí. He aquí la noticia de tan curioso descubrimiento, que se ha dignado trasmitirme el Sr. Favier.


Isla de Paicarabí, enero de 1865.


Sr. D. Marcos Sastre.

"A medida que el arado hiere tierras vírgenes o abandonadas desde muchos años, se descubren vestigios de una ocupación que pertenece sin duda a tiempos remotos, pues no es extraño hallar tiestos de barro e infinidad de vestigios que pertenecen a una población india.
"Lo más notable que se ha encontrado es una especie de tinajones que contienen osamentas humanas. Por desgracia no me hallaba yo entonces en la isla, y los peones, no mirando ese hallazgo como cosa de un gran valor, hicieron pedazos los tiestos y desparramaron los huesos sobre la tierra. Lo único que pude ver intacto fue parte de la cabeza, los dos húmeros y una tibia. Estos huesos sumamente fiables parecióme pertenecer a persona de estatura elevada, y la curva de la tibia más pronunciada que lo general. Muchas veces los arados sacan a luz huesos humanos, pero tan hechos pedazos, que no he podido hasta ahora verificar si esa curva anormal es general. En una excursión que acabamos de hacer a caballo hacia la costa del Miní, hemos encontrado una especie de tinaja de una forma particular: la base es angosta y convexa, lo que hace necesario que esté enterrada para poder permanecer derecha; en seguida va ensanchándose hasta cierto punto, y va minorando hasta concluir en una abertura de cerca de dos pies. Toda la parte exterior está como labrada. Estaba toda enterrada, menos una pequeña parte de lo delgado, que fue lo que hizo verla. La hemos sacado con el mayor cuidado, pero está rajada en varias partes, sin duda por su larga permanencia en un suelo tantas veces quemado. En cuanto esté completamente seca, procuraremos llevarla a Buenos Aires, y tal vez allí, personas más competentes que yo, podrán asignarle su época y origen.
"Hasta ahora no he podido proporcionarme un tinajón con esqueleto completo, pues a pesar de las órdenes dadas, los peones no son anticuarios ni geólogos. Las calaveras carecen de dientes incisivos: Estos cayéndose con más facilidad, pueden haberse extraviado; pero tal vez hayan sido arrancados por alguna práctica o creencia religiosa. El estado de los huesos demuestra larga permanencia en la tierra, y podría deducirse que los terrenos no son de una formación muy reciente. Además, la poca profundidad en que se encuentran las tinajas sepulcrados, que no pasa de medio metro, demuestra que pocos sedimentos han sido depuestos por las mareas, y que el terreno, en la época de su ocupación por los indios, tenía con corta diferencia la altura que hoy tiene.
"Aunque me inscriba en contra de una opinión establecida, creo que nunca los padres de la Sociedad de Jesús han hecho establecimiento alguno en las islas de Paicarabí. Un paraje denominado la tapera en que, según los montaraces, había existido el principio de un convento, no tiene a mi modo de ver las proporciones que los Padres de la Compañía daban a sus establecimientos. Es una especie de terraplén en donde encontré dos botijuelas modernas que en su origen debieron contener aceite. Ahora que me hallo planteado de firme, probable es que pueda formarme una convicción sobre lo que hasta ahora no tengo sino dudas. Orden tienen todos mis establecimientos de avisarme en el acto que encuentran algo de particular, y si es digno de ser participado a usted que tanto y tan bien ha escrito sobre las islas, me haré un deber de darle mi parecer.G

De V. S. S.


"FAVIER".


"Los antiguos Chiriguanos, que pertenecen a la raza Guaraní, tenían la misma costumbre de emplear tinajas por ataúdes. "Muriendo alguno de la familia, lo ponen en una tinaja proporcionada al cadáver, y la entierran en sus propias casas; y así, alrededor de cada cabaña se ve tierra levantada en repecho, según el número de tinajas enterradas. (Cartas edificantes, t. XIV, p, 186).
"Debret, en su Viaje al Brasil (t. II, p. 19, pl. IV) da una estampa que representa una de las tinajas funerarias, con su momia dentro de los indios Coroados, del Brasil, que también son de la raza Guaraní. Estas tinajas, dice, se llaman camucis en el Brasil, se encuentran enterradas al pie de los grandes árboles en la tribu del Guaitokares, actualmente civilizada y denominada Coroados (Coronados) en la aldea de San-Fidelis sobre las márgenes del Paraiba, a seis leguas de Campos. Pero ellos colocaban así solamente los cuerpos de los guerreros afamados, reducidos a momias, revestidos de sus ornamentos y acompañados de sus armas".


APENDICE

CAPITULO I

LOS ATRACTIVOS DE LA BELLA SULAMITA


He aludido en el texto a estos símiles del bellísimo Idilio de Salomón.
Capilli tui sicut greges caprarum, quae ascenderunt de monte Galaad.
Dentes tui sicut greges tonsarum, quae ascenderunt de lavacro, ommes gemellis foetibus, et sterilis non est inter eas.
Duo ubera tua, sicut duo hinnuli caprae gemelli, qui parcuntur in liliis.
Venter tuus sicut acervus tritici, vallatus liliis.
(El Cantar de los Cantares, Cap. IV, v. 1, 2, 5. Cap. VII, v. 2).

Traducción de la Vulgata por Pr. Luis de León - "Tu cabello como las manadas de cabras que suben del monte de Galaad. Tus dientes como un rebaño de ovejas trasquiladas que salen de bañarse, todas las cuales paren de dos en dos corderitos, y no hay estéril entre ellas. Los dos pechos tuyos como los cabritos mellizos que están paciendo entre azucenas. Tu vientre como un montón de trigo cercado de violetas".
Traducción del hebreo por Ernesto Renan - "Tes cheveux sont comme un troupeau de chévres suspendues aux flanes de Galaad. Tes dents sont confine un troupeau de brevis qui sortent du bain; chacune d'elles porte deux jumeanx, aucune d'elles n'est sterile. Tes deux seins sont comme les deux jumeaux d'une gazelle, qui paissent au milieu des lis. Ton corps est un monceau de froment entouré de lis"
Nunca pude yo comprender toda la propiedad, y menos percibir la belleza y, añadiré, el encanto de estas campestres comparaciones, que parecen groseras a los habitantes de las ciudades, sino cuando fui ganadero y tuve rebaños de ovejas y de cabras. No está en el aspecto material de estos objetos, no está en la belleza plástica de esos cuadros de la naturaleza, todo embeleso que inspiran al pastor, sino principalmente en el gusto y regocijo que acompaña a la idea de los goces, de la abundancia y la riqueza que la fecundidad de los ganados le ofrece en perspectiva, como le sucede al labrador a la vista del trigo en su era. O si no, nótese como el cantor bucólico representa las ovejas todas con crías gemelas y sin que haya ninguna estéril; y en prueba de que el poeta comprende que a la imagen material del símil le falta algo para equipararlo con los atractivos voluptuosos de la Sulamita, véase como trata de embellecerlo rodeándolo de azucenas y violetas.
¿Por qué el chirrido estridente de la chicharra parecía tan armonioso a los oídos de los griegos, que lo celebraban en sus canciones?
Era porque les anunciaba la proximidad de las alegrías de la siega y la frondescencia de los bosques.
¿Por qué agrada tanto al pueblo español el canto monótono del grillo, que lo enjaula para su recreo? Es porque les recuerda la vida apacible del cortijo o de la granja.
¿Por qué Rousseau se trasportaba de júbilo a la vista de una simple pervinca, sino por que la acompañaba el dulce recuerdo de una amistad antigua?
He querido emitir esta observación porque me parece nueva; al menos yo no la he visto en ninguno de los numerosos comentarios y análisis que he leído del Cántico de los Cánticos.


CAPITULO II

DOMESTICIDAD DEL CARPINCHO


Desde la segunda edición del Tempe Argentino está en mi poder una interesante descripción de los hábitos de un carpincho domesticado por el canónigo D. José Sevilla Vázquez, en su antiguo curato de Bella Vista, en la provincia de Corrientes. No habiéndola podido publicar en las sucesivas ediciones de mi libro, a causa de su mucha extensión, me he resulto a darla hoy en extracto.


Zárate, diciembre 1° de 1860.


Señor D. Marcos Sastre.

"Siendo suscriptor de la Biblioteca Americana del Dr. D. A. Magariños Cervantes, leí con mucho interés el Tempe Argentino de D. Marcos Sastre, que tanto ha llamado la atención de los amantes de la literatura, y hoy he vuelto a leer con igual gusto la segunda edición, en que encuentro nuevas páginas, llenas de instrucción, de elocuencia y de verdad; pero lo que más ha llenado de gozo mi alma, lo que más la ha elevado a su altura son los Consejos de Oro sobre la Educación. Quiera el que todo lo puede, que todos lean, estudien, aprendan y practiquen cuanto de noble, santo y bello Ud. ha proporcionado a las madres y a los preceptores. Dios quiera que las madres de los argentinos pongan en acción los preceptos que Ud. establece para bien y provecho de ellas, de sus hijos y de la sociedad en general. Que los preceptores, verdaderos sacerdotes de la inteligencia, cumplan y observen los Consejos de Oro, entonces, no hay que dudarlo, merecerán bien de la patria. La sociedad les agradecerá como agradecer y respetar deben todos a su autor.
"La descripción del Delta del Paraná y Uruguay me trajo a la memoria de un dicho de M Bonpland. En 1842 me hallaba en el pueblo de San Borjas, uno de los siete de Misiones, donde Mr. Bonpland poseía una quinta, jardín botánico que él cultivaba por sus propias manos. Ponderando un día lo benigno del clima de las Misiones, lo productivo de su suelo, y sus exquisitas y abundantísimas frutas, añadió dirigiéndose a mí en tono festivo: "Sr. Cura, cuando Moisés prometió a los israelitas conducirlos a la tierra de promisión, no la conocía ni sabía en que parte del globo estaba esa tierra; pues si así hubiera sido, habría marchado con su pueblo, sin descanso hasta llegar a esta verdadera tierra de promisión, donde nos hallamos".
"Entre los objetos de la historia natural que Ud. describe, ha atraído particularmente mi atención la capibara o carpincho, por haber tenido la oportunidad de observarlo muy de cerca y por mucho tiempo.
"En el año de 1843 siendo cura de Bella Vista, compré por un real plata un carpincho mamoncito que, a juzgar por su pequeñez, tendría quince o veinte días. Principié a alimentarlo con leche de vaca. A los cinco meses estaba muy crecido, me seguía por todas partes, me acompañaba en mis paseos alrededor del pueblo, y aún en las visitas que hacía a mis feligreses. Cuando en el tránsito encontraba verde y fresca gramilla, solía quedarse saboreando su alimento natural; más al reparar que yo me había alejado algunas cuadras, levantaba la cabeza, hacía una o mas gambetas, acompañándolas con un resoplido, cual si estuviese en el agua, y a grandes saltos llegaba y se rozaba dando vueltas sobre mis pies, de tal modo, que me privaba seguir caminando. Estas gambetas, vueltas y revueltas, cesaban cuando yo acariciándolo, le decía en alta voz: Basta. Si por mi orden, alguno de mis sirvientes le impedía salir conmigo, el carpincho obedecía y quedaba cabizbajo, espiando la ocasión oportuna para la fuga. Rara era la vez que dejaba conseguirlo, y entonces se presentaba en las casas donde otras veces él me había acompañado.
"Todos mis feligreses, hasta los niños de la escuela, querían al carpincho; unos le daban pan, otras chipá (torta de maíz), quien dulce; y rara vez despreciaba el convite. Jamás siguió a otra persona más que a mí y a una sirvienta de color que cuidaba de su alimento.
"También me acompañaba al baño, llevando sobre su lomo la ropa, sujeta por un cincha. Llegábamos al puerto, más el carpincho no se movía de su orilla, hasta tanto que le aliviaba de su carga y entraba yo en el río. Entonces se arrojaba con estrépito y continuos resoplidos. Era cosa digna de notarse, que cuando yo zambullía, me esperaba en el mismo lugar donde yo salía, y nadando a mi lado regresaba a la orilla.
"Ud. sabe que no hay, y añadiré, ni puede haber un correntino que no sea un gran nadador. Las bellas y generosas correntinas también hacen de ello alarde, y tanto, que he visto a muchas hijas de Goya, de Bella Vista, y de la capital, vadear el río Paraná y regresar casi sin descansar en la orilla opuesta que pertenece al Chaco. Todos a la vez, invitaban al carpincho, lo acariciaban y aún lo obligaban a nadar con ellos; pero jamás lo hizo, permaneciendo siempre a mi lado y nadando alrededor. Quedaba en el río mientras yo me vestía; más viendo que doblaba la sábana, salía a recibir su pequeña carga, marchaba delante y me esperaba en la puerta de mi habitación, tendido de largo a largo. Ya la sirvienta le había quitado la ropa y entonces recibía un chipá que devoraba en dos minutos.
"En un viaje que hice a la ciudad de Corrientes, me embarqué con el carpincho y lo hacía dormir en la cámara. Al segundo día de navegación, el viento contrario nos obligó a tomar puerto, y luego el patacho estuvo asegurado con un cable a un corpulento sauce, rozando su costado con la barranca, un poco más baja que el casco del buque. Salto yo sin plancha a tierra, siguiéndome el carpincho, que muy luego desaparece entre el follaje. Dos largas horas habían transcurrido; el sol se aproximaba al ocaso, y mi carpincho no volvía. Poco después un marinero, que desde lo más alto del palo mayor observaba la costa, me gritaba: "El carpincho se ha reunido con una piara de carpinchos". Regreso en el acto al buque, subo a la cofa o cruz del palo mayor y le llamo a gritos. El carpincho oye mi voz, la reconoce, deja la compañía de su especie, y ufano y corriendo a grandes saltos por la masiega, llega, salta sobre la cubierta, y mirando a lo alto, esperó a que yo descendiera.
"Continuaré refiriendo cuanto he observado en mi carpincho doméstico, durante cuatro años, hasta dejarlo en poder del Jefe de la escuadra inglesa en la Plata, Mr. Hotham, quien lo condujo a Inglaterra. Entonces el carpincho era corpulento, manso cual un perro faldero, sufrido como un cordero. Este animal semi-anfibio se reduce con suma facilidad a la domesticidad, a la que se presta de suyo, sin esfuerzo de parte del hombre, come de todo, carne cocida, legumbres; gusta mucho de la mandioca y batata; pero jamás vi a mi carpincho comer carne cruda ni pescado. No era glotón; por el contrario era parco; no desperdiciaba jamás el dulce, y tanto era así, que recibiendo en los postres su parte, pronto la concluía y saboreándose volvía por otra. Testigo Mr. Hotham que, enamorado y admirado de su mansedumbre y de sus cualidades, le llamaba, y luego que estaba a su lado, le ofrecía con su propia mano, colocando sobre la palma, el dulce que el carpincho comía con pulidez.
"Los empeños de la amistad consiguieron que cediese mi carpincho, para regalárselo a Mr. Hotham. Yo mismo lo conduje a bordo, donde hallé una casita de madera, pintada al óleo, dispuesta para hospedar al carpincho, dividida en tres separaciones; una con arena, la segunda con su alfombra de triple, la tercera de dos varas y tres cuartas de largo, por dos varas de ancho, llena de agua. Por los periódicos de aquella época, supe que Mr. Hotham regresó a su patria; pero nada puedo decir a Ud. sobre mi carpincho desde entonces."

S.A.S.
José de Sevilla Vázquez

CAPITULO III

EL DORADO DE LA CHINA


La belleza del ciprino dorado inspira una especie de admiración, y la rapidez de sus movimientos es sumamente agradable a la vista. Pero elevemos nuestros pensamientos; aquí tenemos a nuestros ojos uno de los mayores triunfos del arte sobre la naturaleza. El imperio que la industria humana ha logrado ejercer sobre animales útiles y apasionados, sobre esos intrépidos compañeros fieles e infatigables que siguen a su dueño en sus expediciones, en sus trabajos y hasta en sus peligros -hablamos del perro tan sensible y del caballo tan generoso- lo ha obtenido la industria sobre el dorado: especie más separada de su influencia que otras, por el fluido en que está sumergido este pez, más independiente por su instinto, más rebelde a sus cuidados y más sordo a su voz. Pero la constancia y el tiempo han vencido todas las resistencias.
Se pueden contar cerca de cien variedades más o menos notables, producidas por la mano del hombre en la especie del ciprino, y este título bastante raro de preeminencia y de dominación sobre las producciones de la naturaleza, es el que hemos creído deber hacer notar.
El deseo de hermosear y amenizar las aguas de sus jardines, de sus retiros apacibles, de alguna mansión consagrada a los objetos que les eran más caros, ha producido en los chinos la perfección del dorado. El nuevo ornato, las nuevas formas, los nuevos movimientos que la han sido impresos por la educación, han hecho todavía más necesaria su domesticidad. Las señoras de la China, aún más sedentarias que las de otros países, por lo mismo se han visto obligadas a multiplicar en torno de ellas todo lo que puede distraer el espíritu, entretener el corazón, y amenizar sus ocios demasiados largos; principalmente se han rodeado de aquella ciprinos tan adornados por la naturaleza, tan favorecidos por el arte, emblemas de la admirada hermosura de aquellas mujeres bellas y cautivas; porque las evoluciones, juguetes y amores de estos peces, pueden tal vez reemplazar en las almas tiernas y melancólicas, la fatiga de la inacción, el tedio de la ociosidad y el tormento de varios deseos, con sensaciones superficiales pero apacibles, con ideas fugitivas pero gratas, con goces débiles pero consoladores y puros. Así es que estos peces no solo pueblen estanques, sino que ocupan sus pilones, y aún los conservan en lindos vasos de porcelana o de cristal en medio de sus más secretos asilos (Lacepede, Historia natural de los cetáceos y los peces)


CAPITULO IV

LA FLOR DE LA PASION

La pasionaria se encuentra en Asia y en América, más su primera patria es todavía un misterio. El señor Magariños Cervantes ha tenido una feliz inspiración, tan piadosa como patética, al atribuir su primer origen a una gota de la sagrada sangre del Redentor del mundo, en los preciosos versos que ha consagrado a la misteriosa Flor de la Pasión.

El Mburuncuyá

(Flor de la Pasión)

Embalsamando la erguida
Frente de mi patria hermosa,
Hay una flor primorosa
Del tronco de Dios caída.
Como virgen pudorosa
Velada en su manto aéreo,
Ella sujeta a su imperio
Alma y corazón; -el hombre
La llamó al ponerle nombre:
"De las flores el misterio".

Sobre el trono purpurino
De sus hojas de esmeralda,
En enlace peregrino,
Levántase un guirnalda
De espinas, y alabastrino
Pedestal, en cuya punta
Tres clavos se ven que el aura
Separa amorosa y junta,
Cuando su brillo restaura
El nuevo sol que despunta

Y se van al par en ella
Con rojo polvo imitadas,
Cinco llagas, como huella
De las heridas sagradas
Que en su santa misión bella
El Hijo de Dios un día,
Por la humanidad impía
Enclavado en el madero,
Recibió del pueblo fiero
Que lo ultrajó en su agonía.

Y acaso cuando El Herido
Ya sin fuerzas, tristemente,
Al pecho inclinó la frente
Sin exhalar un gemido,
De aquella sangre inocente
Una gota cayó al suelo,
Y la tierra sin consuelo
Brotó una flor de esperanza
Como prenda de la alianza
Entre los hombres y el cielo.

El soplo de la tormenta
Arrebató sus semillas
Y las trajo a las orillas
Que el Atlántico sustenta;
Aquí, do las maravillas
De la creación entera
Como estrellas en la esfera
Derramó la santa mano
Del único Soberano
Que en todas partes impera.

Y cuando llegó el instante
En que la grey castellana
En sus playas clavó ufana
Su enseña y la cruz triunfante;
Halló en esa flor, radiante,
Sobre su cáliz posado,
Como en un germen fecundo,
El trasunto idealizado
De ese misterio sagrado,
Vida y luz del Nuevo Mundo.

De esa Religión sublime
Que igual no tiene en la tierra,
Que toda virtud encierra,
Que alivia a todo el que gime;
Que si injusto nos oprime
Encarnizado el destino,
Levanta una mano al cielo
Y con la otra en el suelo,
De la virtud el camino
Nos muestra con su santo anhelo

(A. Magariños Cervantes - Brisas del Plata)


CAPITULO V

EL OMBU


Como el ombú es una de las especies del género fitolacca, y según Linneo, plantae quae genere conveniunt etiam virtuti conveniunt; para venir en conocimiento de las propiedades químicas y medicinales de nuestro árbol, que no están aún averiguadas, debemos informarnos de la segunda especie de este género (fitolacca decandria) que crece espontáneamente en América del Norte, donde se hace mucho uso de ella en la medicina y en las artes.
La descripción botánica de esta última (según el examen hecho a solicitud mía por el doctor D. Vicente López) conviene enteramente con la del ombú en los caracteres botánicos; la diferencia está solamente en la estatura colosal de nuestro árbol comparado con aquella, y en la particularidad de ser de un solo sexo cada individuo.
En cuanto a las propiedades químicas del ombú, conocemos ya la gran cantidad de potasa que dan las cenizas de sus hojas y ramas. En la provincia de Entre Ríos lo he visto preferir a otras plantas para la fabricación del jabón, por la fortaleza de su lejía. Según Branconnot, las cenizas de la fitolacca de Norte América dan lo menos el 42 por 100 de álcali cáustico puro o potasa pura. También abunda este principio en la baya o fruta del ombú. Las lavanderas de Buenos Aires saben aprovecharse de la virtud que tiene de quitar las manchas y limpiar perfectamente la ropa. Ningún pájaro come este fruto; así es que permanece largo tiempo en el árbol, proporcionando un excelente jabón al campesino.
Las bayas de las fitolacca de Norte América exprimidas dan un jugo dulzaino y algo nauseoso, y también levemente acre, con poco olor. Este jugo contiene materia sacarina, y después de fermentado cede alcohol por la destilación. El sabor de la raíz es también dulzaino y suave al principio pero seguido luego de una sensación de acrimonia.

Propiedades medicinales de la Fitolacca Norteamericana

La raíz principalmente es vomitiva, purgante y algún tanto narcótica. Como vomitiva es muy lenta en su operación, pues muchas veces no comienza hasta una o dos horas después de tomarla, y entonces continúa obrando mucho tiempo, tanto en el estómago como en las tripas; rara vez pasa de cuatro horas. El vómito que produce no es acompañado de mucho dolor o espasmo; pero algunos médicos han observado juntamente efectos narcóticos, como entorpecimiento, vértigo o vahídos y alguna oscuridad en la visión. Se ha propuesto como sustituto de la ipecacuana, pero la lentitud y continuación larga de su operación y su tendencia a purgar el vientre, la hacen menos propia para los objetos que aquella acostumbra desempañar. La dosis del polvo de la raíz como vomitivo es de diez a treinta gramos. Cuando se da en dosis menores, de un gramo hasta seis, solo obra como alterante, y está muy recomendado para curar el reumatismo crónico o antiguo.
Se hace de los frutos bien maduros, puestos en infusión en aguardiente común por unos pocos días, una tintura, bien cargada que se da en dosis de una cucharita de café, tres veces al día, en un poquito de agua, u otra bebida cualquiera, para el reumatismo crónico; es un remedio popular en los Estados Unidos. El Dr. Zollickoffer, médico norteamericano, curó ocho enfermos de dicha afección, dando cada cuatro horas una cucharada común del zumo exprimido del fruto maduro. Para conservar este jugo libre de fermentación y listo para usarlo durante el verano, aconseja añadir ocho onzas de aguardiente común de beber a cada cuarta del zumo dicho. La virtud de este jugo, dice, no puede atribuirla a ninguna propiedad narcótica, sino a una propiedad alterante general que se ejerce sobre toda la economía animal.
El mismo zumo, condensado al fuego, ha sido empleado contra los lamparones y las llagas cancerosas. "Yo uso las hojas, dice Quer, para las úlceras inveteradas y callosas, y he experimentado bellísima efectos".
Los doctores Jones y Kollok, del Estado de Savannah, aseguran que la fitolacca cura el gálico en sus diversos períodos, aun sin el auxilio del mercurio.

POESIAS


A UN OMBU

"Eres la verde Guirnalda
De la cabaña pajiza,
Que vas marchando de prisa
Con el pasado en la espalda
Y a tu frente el porvenir.

Donde huye la turba errante
Y clava el hombre su planta,
Tu cabeza se levanta
Cual la de inmenso gigante
Que está diciendo: hasta aquí.

Tu señalas las barreras
Que dividen al desierto,
Y oyes al vago concierto
Que alzan las auras ligeras
De la pampa en el umbral.

Eres lo último que muere
De la morada del hombre,
Y aunque en tu tronco no hay nombre,
Estás diciendo al viajero,
Que allí descansó un mortal.

Más ¿qué miras? ¿La campaña
Que a lo lejos se dilata,
El arroyuelo de plata,
El cielo que nada empaña,
O el intenso pajonal?

No, tu miras a lo lejos
Al trasponer aquel monte
En el lejano horizonte,
Como en mágicos espejos,
Lo que es y lo que será.

Miras la Pampa argentina
De ciudades matizada,
Y por mil naves surcada
La laguna cristalina
Que hoy cubre verde juncal;
Miras la pobre cabaña
Que en palacio se transforma,
Y que al tomar nueva forma
Una nueva luz la baña
Con resplandor sin igual.
Miras al indio tostado
Que lanzando un alarido,
Va huyendo despavorido

Por el llano dilatado
En pavoroso tropel;
Que abandona su dominio
Hoy, teatro de exterminio,
Que ocupa un pueblo altanero
Y que transforma en vergel.

No pases más adelante,
Que más lejos, abatido,
Marchito y descolorido
Verás al ombú gigante,
Hoy de la pradera rey
Y en su lugar la corona
Verás alzarse del pino,
Que unido al hierro y al lino,
Sirve al hombre en toda zona
Para dar al mundo ley.

Ese destino te espera,
Arbol, cuya vista asombrosa
Que al caminante das sombra
Sin dar al rancho madera,
Ni al fuego una astilla dar:
Recorrerás el desierto,
cual mensajero de vida,
Y tu misión concluida,
Caerás cual cadáver yerto
Bajo el pino secular.

(Bartolomé Mitre. - Rimas)

EL OMBU


Cada comarca en la tierra
Tiene un rasgo prominente;
El Brasil su sol radiante,
Montevideo su Cerro,
Buenos Aires, patria hermosa
Tiene su Pampa grandiosa,
La Pampa tiene el ombú.

No hay allí bosques frondosos,
Pero alguna vez asoma
En la cumbre de una loma
Que se alcanza a divisar,
El ombú solemne, aislado,
De gallarda, airosa planta,
Que a las nubes se levanta
Como el faro de aquel mar.

¡El ombú! Ninguno sabe
En que tiempo ni que mano
En el centro de aquel llano
Su semilla derramó;
Más su tronco tan nudoso;
Su corteza tan roída,
Buen demuestran que su vida
Cien inviernos resistió.

Al mirar como derrama
Su raíz sobre la tierra,
Y sus dientes allí entierra
Y se afirma con afán,
Parece que alguien le dijo
Cuando se alzaba altanero:
Ten cuidado del pampero,
Que es tremendo su huracán.

Puesto en medio del desierto,
El ombú como una amigo,
Presta a todos el abrigo
De sus ramas con amor;
Hace techo de sus hojas
Que no filtra el aguacero,
Y a su sombra el sol de enero
Templa el rayo abrasador.

Cual museo de la Pampa
Muchas razas él cobija;
La rastrera lagartija
Hace cuevas a su pie;
Todo pájaro hace nido
Del gigante en la cabeza;
Y un enjambre en su corteza
De insectos varios se ve.

Y al teñir la aurora el cielo
De rubí, topacio y oro,
De allí sube a Dios el coro
Que le entona al despertar
Esa Pampa, misteriosa
Todavía para el hombre,
Que a una raza da su nombre
Que nadie pudo domar.

¡Cuánta escena vio en silencio!
¡Cuántas voces ha escuchado
Que en sus hojas ha guardado
Con eterna lealtad!
El estrépito de guerra
Su quietud ha interrumpido;
A su pie se ha combatido
Por amor y libertad.

En su tronco se leen cifras
Grabadas con el cuchillo,
Quizás por algún caudillo
Que a los indios venció allí;
Por uno de esos valientes
Dignos de fama y gloria,
Y que no dejan memoria,
Porque murieron aquí!

A su sombra melancólica
En una noche serena,
Amorosa cantilena
Tal vez un gaucho cantó;
Y tan tierna su guitarra
Acompañó sus congojas,
Que el ombú de entre sus hojas
Tomó rocío y lloró.

Sobre su tronco sentado
El señor de aquella tierra,
De su ganado la yerra
Presencia, alegre tal vez;
O tomando el matecito
Bajo sus ramos frondosos,
Pone paz a dos esposos,
O en las carreras es juez.

A su pie trazan sus planes,
Haciendo círculo al fuego,
Los que van a salir luego
A correr el avestruz...
Y quizá para recuerdo
De que allí murió un cristiano,
Levantó piadosa mano
Bajo su copa una cruz.

Y si en pos de amarga ausencia
Vuelve el gaucho a su Partido,
Echa penas al olvido
Cuando alcanza a divisar
El ombú, solemne, aislado,
De gallarda airosa planta,
Que a las nubes se levanta
Como el faro de aquel mar.

(Luis L. Domínguez. - América Poética)

Cuando salió a la luz el Tempe Argentino en su primera edición, el doctor D. Juan María Gutiérrez tuvo a bien enviarme los hermosos versos siguientes, acompañados de estos halagüeños conceptos que agradezco cordialmente: "En prueba y en humilde recompensa del placer que me ha causado su libro, le incluyo, dedicándosela, esa composición inédita, y, sin esta circunstancia, condenada a perpetuo olvido"...


EL OMBU


Sobre la faz severa de la extendida Pampa
Su sombra bienhechora derrama al alto ombú,
Como si fuese nube venida de los cielos
Para templar en algo los rayos de la luz.

El sólo, poderoso, puede elevar la frente
Sin que la abrase el fuego del irritado sol,
En la estación que el potro discurre en la llanura
De libertad sediento, frenético de amor.

El sólo, hijo gigante de América fecunda,
Aislado se presenta con ademán audaz
A desafiar el golpe del repentino rayo,
A desafiar las iras del recio vendaval.

En tanto que las hojas de su guirnalda inmensa
Apenas se conmueven sobre su altiva sien,
Apuran sus corceles los hombres del desierto,
Asilo, temblorosos, pidiéndole a su pie.

Y encuentran, cobijados del pabellón frondoso,
Abrigo contra el soplo del viento destructor,
Y en calurosa siesta la sombra regalada
Que inspira dulces sueños cargados de ilusión.

¡Oh necio del que inculpa por indolente al gaucho
Que techo artificioso se nieva a levantar;
El cielo le ha construido palacio de verdura
Al pie de la laguna, su transparente umbral.

¿No mira cuál se mecen las redes de la hamaca
Al viento perfumado que ha calentado el sol,
Y dentro de ella un niño, desnudo y sin malicia,
Fruto de los amores que el árbol protegió?

¿ En derredor no mira los potros maniatados,
Las bolas silbadoras, el lazo y el puñal?
¿ La hoguera que sazona riquísimos hijares,
Y el poncho y la guitarra y el rojo chiripá?

En todos los placeres del gaucho y los dolores,
El árbol del desierto derrama protección;
Con su murmurio encubre la voz a los amantes,
O el ¡ay! del que en la liza herido sucumbió.

Por eso muchas veces se miran levantados,
Al pie del vasto tronco de un olvidado ombú,
Pidiendo llanto y preces al raudo pasajero
Los siempre abiertos brazos de la bendita cruz.

FIN DEL APENDICE


CONSEJOS DE ORO

SOBRE LA EDUCACIÓN


DEDICADO A LAS MADRES DE FAMILIA Y A LOS INTITUTORES

POR


MARCOS SASTRE


DEDICATORIA

A LAS MADRES Y A LOS INSTITUTORES


Los consejos que os ofrezco, serían de un bajo metal si fuesen míos. Los he sacado de tres libros, después de un estudio dilatado: El libro de la Religión, el libro de la Ciencia, y el libro de la Naturaleza.

Marcos Sastre.


CONSEJOS A LAS MADRES

Madres amorosas, que tanto anheláis la felicidad de vuestros hijos: oíd los documentos que os enseñarán a dirigir sus corazones desde los primeros días de su existencia.
Seréis verdaderas madres, no solamente porque ellos son el fruto de vuestro seno, sino por haberlos criado a vuestros pechos y haberles inspirado las virtudes.
Tales son los deberes de la maternidad, derivados de la naturaleza y sancionados por la religión.
No consistáis, pues, que nunca una extraña os arrebate las primeras caricias de un ser que os cuesta tanto cuidados y dolores. Vosotras, oh madres, gustaréis la recompensa deliciosa de sus primeras sonrisas y de sus gracias hechiceras; solo vosotras recibiréis de vuestros hijos el dulce nombre de madre, y ninguna otra mujer tendrá derecho para llamarlos sus hijos. Y así como se alimentan en vuestro regazo con la leche de vuestro seno, así también se nutrirán sus almas con los efectos más puros y los buenos sentimientos que sabéis inspirarles.
Ellos os amarán, no porque oigan decir que es un deber amar a sus padres, sino porque vuestro cariño y vuestros cuidados maternales les habrán inspirado una adhesión irresistible, un amor eterno; y la razón despertará luego en sus almas un sentimiento profundo de veneración y gratitud hacia una madre que miró como un deber sagrado criarlos y educarlos por sí misma, y que no los desamparó un solo instante en el período delicado de su primera edad.
La infancia es la época más importante para la educación, en que se desenvuelven todas las facultades humanas, y germinan los sentimientos primeros, que son los elementos de la moralidad futura. Debéis pues esmeraros en darles desde temprano una dirección saludable.
La Providencia inspira a toda madre el medio de influir sobre sus hijos, aún recién nacidos; pues que consiste en amarlos.
Porque también en el infante la primera manifestación con que se revela su alma es el amor, expresado por un simpatía indefinible, que desde los primeros días de su vida establece ya una correspondencia de afectos entre él y su cariñosa madre; y en el sentimiento del amor se encierran todos los sentimientos afectuosos que se desenvuelven y crecen al dulce calor de la ternura maternal. Así es como el corazón de vuestros hijos recibirán desde vuestros brazos una feliz impulsión al bien.
Alejad de su cuna los vicios de la cólera, la indocilidad y la impaciencia, que allí suelen tener su principio cuando se accede a todos los antojos del infante, o no se resiste oportunamente al poder de sus lágrimas ¿Qué se puede esperar de aquellas madres indiscretas que no tienen reparo en inspirar a sus hijos sentimientos de furor y de venganza, haciéndoles castigar el mueble u objeto en que han llegado a herirse? ¿ Se puede inventar una lección más propia para formar un corazón iracundo, rencoroso y vengativo? Y sin embargo es una lección que vemos repetida a cada instante; y luego se calumnia a la naturaleza, imputándole las malas pasiones del hombre, cuyo primer desarrollo es la obra exclusiva de una educación corruptora.
Otro tanto sucede con la inclinación a la mentira, hábito ruin y desagradable, que tiende a inutilizar el don de la palabra. También esta propensión tan general en los niños, es el fruto de mil ejemplos y lecciones de falsedad y engaño que reciben desde el regazo materno. Se les incita a mentir, haciéndoles preguntas necias, se celebra en ellos la ficción como una gracia; y engañar a un niño para apaciguar su llanto, es uno de los funestos efugios de la educación vulgar. Pero ¡cuán caro cuesta esa ventaja pasajera! El miente y engaña a su vez, y desaparece para las madres uno de los medios más necesarios para dirigir la conducta de los niños: la sinceridad.
Que vuestros hijos jamás oigan sino la pura verdad de vuestros labios; no permitáis que nadie los engañe, ni para su bien; todo sea inmolado a la verdad. Nunca pongáis a prueba su veracidad cuando conozcáis que el amor propio, o la vergüenza, los compele a negar alguna de sus faltas. Haced que la verdad sea respetada hasta en sus juegos. Que se acostumbren a mirar el embuste con la misma aversión y repugnancia que el hurto; vicios que tanto perjudican y envician a la sociedad y al individuo.
Las ficciones de los juegos infantiles en nada se oponen a la veracidad; pues los mismos niños las inventan como remedos o farsas para su entretenimiento.
No suscitéis en vuestros hijos una emulación peligrosa, madre del rencor y de la envidia. Conservad entre ellos el cariño y la indulgencia fraternal, siendo juez imparcial, aún en sus más pequeñas diferencias, y dándoles a todos una parte igual en vuestro corazón.
¡Que inhumano pasatiempo el de aquellas personas que se complacen en producir entre los hermanos la pasión de los celos y la envidia, ya manifestando preferencia al uno y desapego al otro, ya encomiando a aquel y deprimiendo a este! Eso es herir cruelmente en lo más vivo la sensibilidad infantil. ¡cuántas veces se han visto criaturas, llenas de vigor y de alegría, languidecer hasta morir, por el desvío del cariño maternal, como se ahila y parece una tierna planta privada de la luz.!
E1 amor, la caridad es la luz, es el aire vital del alma principio, el móvil, el sentimiento dominante en el corazón del niño, como en todo corazón puro, es el deseo de amar a ser amado, tan innato e inextinguible en el alma humana, como el sentimiento moral y el sentimiento religioso.
Estos divinos dones, unidos a las plegarias de la niñez son los que elevan de la tierra una sublime armonía en que se complace el mismo Dios. Que los labios balbucientes de vuestros hijos aprendan a pronunciar el nombre del Señor. Que la piedad religiosa no tenga en sus afectuosos corazones más origen que el amor y gratitud para con un Dios de bondad, creador de todas las cosas, y padre común del género humano.
El amor a nuestros semejantes y todas las afecciones tiernas y generosas son sentimientos inherentes a la naturaleza humana, que solo necesitan el alimento del ejemplo, y adquiere un nuevo realce y vigor con las ideas religiosas. ¿Qué corazón nuevo hay que no rebose en afectos de humanidad y sensibilidad al relato de una acción generosa o benéfica, o al aspecto de la desgracia y el dolor? ¿Que no se inflame de un santo entusiasmo de caridad con el ejemplo divino de la vida del Salvador de los hombres? Tales son las lecciones con que una madre prepara el corazón de sus hijos para la práctica de todas las virtudes.
El hábito de la obediencia se debe empezar a formar desde los primeros meses, como el más necesario para la educación; pues que por su medio se pueden destruir o formar según convengan, todos los demás hábitos.
Aunque hay en los niños cierto instinto de la independencia; los sentimientos de simpatía y de imitación, también naturales, los disponen a la docilidad, mayormente sino encuentran debilidad ni inconsecuencia en el ejercicio de la autoridad de sus padres.
El mayor obstáculo para obtener tan importante condición, es la falta de unanimidad en las personas que gobiernan, y aun en las demás que están cerca del niño. Si uno reprueba lo que el otro hace, si el uno acaricia cuando el otro reprende, es perdido todo el fruto de la enseñanza.
No exigiendo sino lo que es racional y justo; acompañando algunas veces vuestros mandatos con las razones que los motivan; no comprometiendo jamás vuestra autoridad con ordenarles lo que juzguéis que no han de cumplir; haciéndoles siempre observar lo mandado; y sin valeros de amenaza, sin más resorte que la previsión y la persuasión de vuestra parte, y de la de ellos el cariño y el temor de desagradaros, los haréis contraer el hábito de la obediencia
Después, la idea del deber, la voz de la conciencia y la religión, acabarán de roborar la virtud de la sumisión y el respeto filial; y conservaréis siempre sobre su corazón la dulce autoridad de una madre querida.
La severidad y aspereza repugnan a la dulzura que caracteriza vuestro sexo. Ninguna madre rígida y violenta espere ver en sus hijos la bondad que no ha sabido inspirarles, ni el amor a la virtud que no puede insinuarse en el corazón sino presentándola con formas atractivas.
Pero tampoco incurráis en el extremo opuesto de excesiva lenidad y complacencia. Manifestándoles, sin irritación, vuestro disgusto y sentimiento por sus faltas, no dejará de aparecer en sus pechos sensibles un sincero arrepentimiento. Las madres que saben amar a sus hijos, observarán que siempre en ellos se trasluce un afectuoso temor de incurrir en desagrado de su querida mamá.
Los cariños pueden ser un instrumento útil de educación cuando tienen el carácter de aprobación. Una demostración cariñosa es el premio de más valor para el niño.
Sólo los procedimientos bondadosos tienen poder para desarrollar su inteligencia.
Con el rigor se podrá conseguir que den pruebas de un ejercicio precoz de la memoria; pero no de los progresos de su entendimiento.
Los castigos dolorosos podrán alguna vez servir para reprimir la violencia de una índole viciada por una mala dirección: pero siempre son innecesarios y aun perniciosos como medios de educación.
Mostrarse a los niños con indiferencia en todos sus pequeños contratiempos; animarlos al sufrimiento sin acariciarlos, cuando se hieren o padecen algo; complacerlos, sin esperar sus instancias, siempre que se les pueda conceder sin inconveniente lo que desean; y no concederles lo que se les hubiere rehusado, son medios infalibles para que adquieran la paciencia, se habitúen a la resignación, se acostumbren a soportar las privaciones y a reprimir sus deseos. El secreto de la virtud está en saber vencerse a sí mismo, y el de la felicidad en la resignación.
La firmeza de carácter en los niños, que proviene del sentimiento ingénito de la justicia y de la dignidad e independencia de su espíritu, la confundimos con la pertinacia, la indocilidad o la soberbia cuando nos empeñamos en doblegarla a nuestro antojo, sin consultar la razón, o contrariando las propensiones propias de la puericia, y cuando, extraviados pro falsas ideas de educación, nos empeñamos en dar a sus inclinaciones una dirección violenta. Entonces la coacción del precepto y la resistencia del niño no es más que la lucha del error con la naturaleza; porque está, en todas las cosas, repele constantemente toda fuerza que tienda a contrariarla.
Conciliar el miramiento debido a aquella firmeza de carácter, con la necesidad de obtener la obediencia, es una dificultad que desaparece cuando la razón, la dulzura y la entereza rigen el imperio maternal.
La dichosa alegría de la primera edad y aquella serenidad de alma, don reservado a la inocencia, no sean jamás perturbadas por las impresiones del miedo y el espanto con que muchas madres tienen la crueldad de llenar de angustias y amarguras el espíritu de sus hijos. Para hacerse obedecer, o para librarse de alguna importunidad, se les atemoriza con ideas e invenciones pavorosas; siendo, muchas veces, un motivo de diversión para las personas insensatas, lo que causa en el alma de una inocente la más crueles congojas y una ansiedad terrible, que pueden destruir su salud, o hacerlo para siempre tímido, pusilámine y cobarde. ¡Cuántas veces la imbecilidad, la demencia y la epilepsia tiene este solo origen!
Si no se amedrentase a los niños, no conocerían el miedo ni experimentarían en la virilidad los vanos terrores, tan indignos del hombe.
Que vuestros hijos no contraigan las preocupaciones y la absurda credulidad que se posesionan de su alma a la sombra de falsas ideas religiosas; que la luz de la religión prevenga con tiempo su razón contra las funestas impresiones de la superstición.
La tendencia a la imitación y la curiosidad que se observa en la niñez, son las más felices disposiciones para estudiar sus inclinaciones, para formar sus costumbres y para instruirla. Aprovechaos de estas propensiones naturales, secundando las sabias miras de la Providencia, lejos de contrariarlas como lo hacen los que se empeñan en refrendar la actividad de los niños, los que reprueban sus ocupaciones inocentes, y los que oyen con impaciencia o contestan con despropósitos las repetidas preguntas de su curiosidad.
Suministrar un pávulo continuo a la actividad de la infancia, y satisfacer a sus cuestiones con claridad y verdad, es en resumen toda la educación; es el medio más eficaz para desenvolver sus facultades físicas y hacer progresar su inteligencia.
Nada hay sin consecuencia; todo es importante en la infancia. De las más ligeras impresiones se forman los sentimientos, los defectos, los vicios, las virtudes, las preocupaciones. En la educación influye todo cuanto ve, cuanto oye, cuanto siente el niño; todo cuanto lo circunda. La principal y constante tarea de una madre debe ser el preservar a sus hijos de los malos ejemplos e influencias exteriores. Si no fuera por este inconveniente, no habría cosa más fácil que formar al hombre. Verdaderamente, que siendo tan necesaria la educación era menester que fuese un arte al alcance de todas las madres; y así lo es en efecto.


II

CONSEJOS A LOS INSTITUTORES


La disciplina es la base necesaria de la enseñanza. Hay buena disciplina en un establecimiento de educación, cuando la enseñanza marcha con regularidad y sin confusión; cuando el director y sus auxiliares están incesantemente ocupados en enseñar y dirigir a los alumnos; cuando cada uno de estos últimos se contrae a su tarea sin perturbar a los demás; si observan los reglamentos, si son obedecidos los maestros, si es general la aplicación, si reina el orden.
E1 orden y la aplicación se sostienen recíprocamente, y de uno y otra resultan la moralidad, el hábito al trabajo, los adelantos, el contento de los discípulos, y el mayor alivio de los maestros.
El orden ante todo, porque sin él nada se adelanta en la dirección de una escuela. Los medios más eficaces para sostener el orden son: primero, el ejemplo del preceptor en la asistencia puntual y en la constancia en el trabajo; segundo la buena distribución del tiempo y de las tareas de la escuela tercero, la vigilancia incesante sobre todos los alumnos; cuarto, que no haya para ningún niño un solo instante en que no tenga ocupación.
Un institutor animado de sentimiento de amor, estimación e imparcialidad para con sus discípulos, ejercerá sobre ellos una influencia poderosa; las correcciones, la idea del deber, la voz de la conciencia y la religión fortalecerán después en sus tiernos corazones las virtudes de la obediencia y el respeto; y la aprobación, las honrosas recompensas y el conocimiento de su propio bien, acabarán de inspirarles el amor al trabajo y al desempeño de sus obligaciones.
Como de la desaplicación resulta la ociosidad, madre del desorden y de todos los vicios, se habrá, conseguido todo en la dirección de una escuela, desde que se consiga que los niños estén constantemente ocupados. La desaplicación de un niño, que no es otra cosa que la pereza engendrada por la repugnancia a la tarea que se le impone, proviene generalmente del aliento que le han inspirado las lecciones fastidiosas de un método, o el áspero tratamiento del maestro.
La desaplicación o pereza de los niños se corrige adoptando métodos sencillos y expeditivos; haciendo que las tareas no sean muy largas ni uniformes, y que las lecciones de memoria sean cortas, pero diarias; aplaudiendo sus pequeños esfuerzos, y recompensándolos con premios proporcionados excitándolos con el ejemplo de la aplicación de otro niño su misma sección; animándolos con exhortaciones amistosas; finalmente, corrigiendo sus faltas con reprensiones y penas suaves, pero indefectibles.
Llevando con exactitud un buen sistema de libros de registro; observando con puntualidad los reglamentos y los métodos para los diferentes ramos de enseñanza establecidos, y guiándose por las máximas de estos Consejos, logrará el maestro no solo ver establecida en su escuela la mejor disciplina, sino también desterrada la ociosidad, corregida la pereza, y promovida una saludable emulación en los alumnos.
Si el premio y el castigo son los resortes más poderosos de la educación, también son los más funestos agentes de perversión, si no se saben elegir y aplicar debidamente.
No hay necesidad de emplear medios extraordinarios para estimular la niñez a la aplicación. Los premios de mucho valor, los honores exagerados, las condecoraciones y todo el aparato acostumbrado de ceremonias y funciones públicas, tienden directamente a desnaturalizar los sentimientos más puros de un corazón nuevo, fomentando en él la presunción y el orgullo; al paso que los que no logran esas gloriosas demostraciones, caerán fácilmente en e1 desaliento, la aversión al trabajo, los odios y la envidia.
Felizmente desde las más tierna infancia se manifiestan en el niño las disposiciones más favorables para facilitar su educación. La inclinación a imitar y el deseo de conocer las cosas, son móviles tan activos en el niño, que las lecciones, siendo dirigidas por un buen método, tienen por sí solas sobrado aliciente para interesarlo y excitar su aplicación; y es tan sensible su corazón a las manifestaciones de cariño y aprobación que el menor signo de afecto, una palabra de elogio de parte del maestro, es para el niño la más lisonjera y estimulante recompensa.
La satisfacción interior, o sea la alegría que siente el niño por sus adelantos, se puede considerar como la primera palanca de la enseñanza; y por lo tanto es necesario tratar ese precioso sentimiento con mucha circunspección; no debilitarlo, ni menos aumentarlo hasta tal grado que degenere en vanidad y soberbia. El contento que inspiran a un niño sus propios progresos será siempre puro, si no hubiese personas indiscretas que le hacen producir innobles sentimientos con prodigalidad de los elogios y, lo que peor es, ensalzando su mérito sobre el de sus condiscípulos. Por esta razón es tan peligrosa la alabanza en boca de los que no están iniciados en el arte de educar.
No se han de dar premios ni tributar elogios a aquellos alumnos que por su mayor talento y despejo, o más detenida instrucción se desempeñen bien, si les falta la aplicación, única base moral del mérito. Para premiar o elogiar a un niño debe atenderse más al esfuerzo de su voluntad, que al lucimiento y perfección de su trabajo. Así podrán aspirar a alabanzas y recompensas los niños de menos talento, y bien los más principiantes, por sus pequeños adelantos, debidos a su aplicación más que a su capacidad.
Conviene recompensar los esfuerzos del alumno con algunos objetos de poco valor y adecuados a su instrucción y gustos inocentes; haciéndole entender que se le dan, no por que valen, sino como una demostración de la aprobación que ha sabido merecer.
El preceptor debe tener entendido, y hacerlo comprender a los niños, que los premios no son aplicados al mero cumplimiento de 1os deberes, sino al que hace más de lo que es de estricta obligación. Así pues, no serán premiada las lecciones buenas sino las óptimas, ni los trabajos regulares sino los ejecutados con especial esmero, según las aptitudes de cada uno.
En la adjudicación de cualquier premio, y aun del más simple vale, debe el preceptor proceder con la más severa justicia e imparcialidad si no quiere hacer infructuoso este medio de educación, y perder la estimación de sus discípulos y aun pervertir sus sentimientos. ¡Cuán funesto ejemplo el de un educador que para recompensar, hace acepción de personas; que da el premio al alumno que no lo merece, o lo niega al que lo ha merecido! El maestro que para acordar distinciones o premios, atendiese a otra consideración que la del mérito del niño, merecería ser depuesto en el acto, como corruptor de la educación.
Un corazón que se trata de nutrir con elevados sentimientos para formarlo para el honor y la libertad, no debe ser ajado con castigo alguno de aquellos que la opinión ha señalado con la marca de la infamia, de la afrenta o de la ignominia; lo contrario, sería degradar al hombre, envilecerlo a sus propios ojos, hacerlo insensible al deshonor y la vergüenza, e impelerlo a la bribonería y al crimen. Los frutos de penas humillantes y del excesivo rigor con la juventud, son la simulación, la hipocresía, la bajeza y la impudencia.
Debe pues abolirse toda pena corporal, y el uso de todo instrumento de castigo doloroso. Tampoco debe imponerse penitencia que sea humillante, bochornosa, o irrisoria; como exponer al niño a la vergüenza, ponerlo de rodillas, fijarle letreros, signos afrentosos, etc. El castigo en público hace perder a los niños el sentimiento de su propia dignidad, que tanto importa cultivar en la infancia.
Tampoco se han de emplear el terror y el miedo como medios de educación aunque con ellos, como con los crueles tratamientos, se obtenga hasta cierto punto contener al niño en sus deslices; más al fin llegan a corromper su carácter y abatir su espíritu, haciéndolo débil cobarde y medroso.
El infundir miedo a los niños con cuentos de duendes, brujas, fantasmas, espectros, etc., es imbuirles ideas supersticiosas; es enervarlos con la pusilanimidad de que se sentirán dominados, aun en la edad viril; es hacerlos incapaces de muchos actos de virtud y de heroísmo que requieren valor e impavidez .
El hacer uso de la mentira para conseguir que hagan la voluntad de sus padres o maestros, es una costumbre detestable. En ningún caso le es permitido al preceptor engañar a sus discípulos, aunque se proponga obtener de ellos el mayor bien. Además de la inmoralidad que en sí encierra el uso del engaño o la mentira en una obra tan santa como la educación moral del hombre, será una lección de falsía y embuste que, desde el momento que fuere apercibida por el niño (y lo será tarde o temprano), lo inducirá a faltar a la verdad, a engañar a su vez, aun a sus mismos padres y maestros, y se perderá así la sinceridad, tan necesaria para dirigir el corazón del niño.
El respeto a la verdad debe observarse por el institutor en todo cuanto hable delante de sus discípulos. Nunca les prometa cosa alguna que no esté resuelto a cumplir; y una vez hecha una oferta, cúmplala religiosamente; de lo contrario, la veracidad y el cumplimiento de la palabra, serán nombres vanos para ellos.
Jamás los amenace con castigos que no haya de imponer y aplíqueles sin falta las penas señaladas.
Los castigos o penas son más eficaces por la certezas y justicia de su aplicación, que por su severidad. No se debe dejar pasar ninguna falta, advertida por el maestro, sin su represión, pena, o nota correspondiente.
La menor injusticia del preceptor puede arrebatarle siempre la estimación de su discípulo y rebelar su voluntad para la sucesivo. Debe persuadirse el preceptor de que no hay cosa que más entorpezca la marcha de la educación de un niño, que un proceder injusto de parte de los que la dirigen.
Por pequeño que sea el niño, se advierte que posee el sentimiento de la justicia, y que, en cuanto alcanza su débil comprensión, aprueba lo justo y desaprueba lo injusto; así es que se exalta e irrita cuando se le imputa lo que no ha hecho, cuando se le reprende sin razón, o cuando el maestro, por capricho o ligereza, le impone alguna pena que no ha merecido.
En la averiguación de las culpas graves, debe el preceptor proceder con calma y circunspección. Siempre se ha de escuchar al niño acriminado; y si no confesase el hecho, debe averiguarse la verdad por todos los medios que dicte la prudencia y el amor a la justicia. No se debe estar dispuesto a creer delincuente al niño, aunque haya otras veces incurrido en la misma falta de que se le acusa; ni imponerle pena alguna, sino cuando la certeza de las pruebas ponga al culpable en el caso de no poder negar su delito.
Es un defecto muy común entre los preceptores obligar al niño a una confesión expresa, aun cuando haya dado una prueba suficiente de la verdad de la falta con su silencio y confusión.
El rubor que ocasione una falta cometida, debe considerarse como la primera flor de la moralidad, que se debe procurar cuidadosamente no marchitar; y por eso no se debe hablar más de la falta cometida, desde el momento en que se manifiesta la vergüenza del niño en el sonroseo de su semblante. Sin embargo, esto no obstará para que se le castigue en casos graves; pero se debe evitar hablar mucho acerca de la acción y del castigo impuesto.
Más no se tenga el bochorno por indicio seguro de la culpabilidad del niño si este insiste en sincerarse; pues también suelen salir los colores al rostro cuando advierte que se sospecha de su inocencia, o bien por efecto de su natural cortedad.
Es una cosa horrible burlarse de un niño que se ruboriza; y no se puede menos que calificar como un acto inmoral el reprocharle su rubor como una necedad digna de risa.
En las reprensiones, aun de las culpas más graves, no usará jamás el preceptor los epítetos de "pícaro, canalla, ruin, malvado, vicioso", ni otras calificaciones semejantes. Sea el preceptor claro y breve en sus reprensiones; no exagere la fealdad de las faltas, ni inculque demasiado en las leves; y aunque la penitencia de un alumno, o la gravedad de la culpa lleguen, a exaltar su celo, no se propase jamás a improperarlo o injuriarlo .
No tenga el preceptor la pretensión de hacer desaparecer las faltas en su escuela; es una perfección imposible en la niñez.
No haga nunca reconvenciones generales por las faltas leves de los niños, por más que se repitan diariamente, y sea indulgente con ellos, limitándose a aplicarles con constancia pequeñas penas establecidas, para la conservación del buen orden en la escuela.
E1 institutor debe hacer comprender a sus discípulos que las castigos o penas no consisten solamente en la mortificación o privaciones del que los sufre, sino muy particularmente en el desagrado que causa a los maestros y padres el mal comportamiento del niño; y que hay otros castigos y consecuencia peores, que debe temer el culpado, si no se arrepiente y enmienda; como son: el disgusto interior y los remordimientos de la conciencia; el desprecio y el descrédito general que se acarreará con su mal proceder; las ventajas que perderá por no saber aprovecharse de la enseñanza; los males que le sobrevendrán si llegando a ser hombre, se encuentra lleno de ignorancia o de vicios; y por último, el castigo de la justicia de los hombres a que se expone si no corrige con tiempo sus malas inclinaciones y los más terribles castigos de la justicia de Dios.
Ese sentimiento tan puro de probidad y de justicia que existe en el alma del niño, debe ser fomentado por sus maestros con el ejemplo de un proceder recto, imparcial, eminentemente justo. El les facilitará el hacer comprender al niño, como debe respetar los derechos de los demás, y la relación que hay entre sus obligaciones para con los otros y las obligaciones de los para con él, entre el deber y el derecho, haciéndoles frecuentes aplicaciones de la gran regla: no hagas a otro lo que no quisieras que te hiciesen a ti. Con esta máxima le será fácil al preceptor atacar el egoísmo, le envidia, la soberbia, la avaricia, la crueldad, y todas las pasiones opuestas a la caridad y la justicia.
Los vicios de la murmuración, la maledicencia y la calumnia se estirparán de raíz en una casa de educación, si no permite el director que los alumnos refieran dichos o hechos ofensivos del prójimo, ni consiente que ningún niño acuse o denuncie a otro, si no en el caso de que reciba alguna ofensa o sea escandalizado.
Aféeles la costumbre de acusar o delatar cuando no se tiene encargo de vigilar sobre los otros; y castigue ejemplarmente a los calumniadores, hasta expulsarlos, porque la calumnia es un crimen que supone un corazón depravado. Pínteles con sus verdaderos colores los males causados en la sociedad por la murmuración, los chismes y las calumnias; cómo perturban la paz de los pueblos, dividen las familias, introducen la discordia, alimentan los rencores, engañan a las autoridades, promueven las persecuciones, y muchas veces hacen perder la reputación, el bienestar y aun la vida, haciendo sufrir a un inocente el castigo de un criminal.
La enseñanza de la religión es el fundamento de toda enseñanza y el mayor beneficio que puede dispensarse al hombre. Sin la educación moral no hay educación posible, y la religión es el único sostén indestructible de la moral. Cuando el niño asiste a la escuela, ha empezado ya el desarrollo del sentimiento religioso y las nociones del dogma por las creencias y ejemplos de la madre y de la familia. Al institutor le incumbe continuar con la inteligencia la obra comenzada en el hogar domestico. Encaminar al niño por el sendero de la virtud, por medio de la enseñanza de las verdades y de las prácticas piadosas, es el deber principal y más importante del director de una casa de educación. Para llenarlo debidamente, es condición indispensable, que el mismo esté animado de una fe viva e ilustrada, porque convencido de las verdades que enseña, ilustrará fácilmente el alma de los discípulos; mientras que en el caso contrario, su frialdad y mal ejemplo harán infructuosas sus lecciones.
La instrucción religiosa y moral no debe limitarse a las horas de clase que le están destinadas, ni solamente al estudio de los libros con que se la auxilia; cada día y en todas las oportunidades de exhortar o corregir; de encomiar o premiar sea privada o públicamente, debe el institutor emplear los documentos de la moral evangélica para formar el corazón de sus alumnos.
La educación moral y religiosa, no solamente es de la mayor importancia para el grande objeto de mejorar las costumbres, sino porque ella predispone al niño a recibir con aprovechamiento toda otra instrucción y enseñanza. Un espíritu ilustrado y fortalecido con las luces de una sana filosofía y con todos los auxilios que la religión ofrece; habituado a reflexionar y reportarse, y poseído del deseo de ser cada mejor y más útil, recibe con ardor y con fruto las diversas enseñanzas; al modo que una tierra bien preparada hace fructificar las semillas con más vigor y abundancia .
Haga el institutor comprender a sus alumnos la dignidad del hombre, su propia importancia como hijos de Dios y miembros de la gran familia humana; elévelos a sus propios ojos observándoles que son racionales, esto es, dotados de alma inteligente, espiritual e inmortal, creada a imagen y semejanza de Dios; que ellos forman parte de una sociedad culta, en que algún día, según sus aptitudes, instrucción e inclinaciones, tendrán que desempeñar las funciones serias y elevadas del defensor de la patria, del padre de familia, del sacerdote, del magistrado, y dedicarse en fin a las diferentes profesiones, artes u oficios, en que se verán tanto más honrados, favorecidos y aventajados, cuanto más moral sea su conducta, más cultivada su razón, más activo y completo su desempeño.
Para que el institutor pueda dirigir con acierto la educación de la juventud, debe estar penetrado de esta gran verdad: "No siendo el fin del hombre los goces terrenos, sino el encaminarse a la felicidad eterna por la práctica del bien, el objeto de la educación debe ser colocar a cada individuo en la mejor aptitud posible de ser útil a la sociedad y a si mismo, cumpliendo su alto destino de marchar a una vida inmortal por el sendero de la virtud".
El hombre está pues en la obligación de trabajar incesantemente en mejorarse, en acercarse a la perfección; esta es la grande obra que debe ser comenzada, y no abandonada jamás por la educación.


INDICE


Biografía de Marcos Sastre
Obra de Marcos Sastre


EL TEMPE ARGENTINO

Capítulo I - Introducción
Capítulo II - Un paseo por las islas
Capítulo III - El Río Paraná
Capítulo IV - El Delta
Capítulo V - Habitantes
Capítulo VI - El Rancho
Capítulo VII - Animales útiles
Capítulo VIII - El picaflor y el chajá
Capítulo IX - Continuación del chajá
Capítulo X - El yacú o pava del monte, el pato real,
el macá, el biguá y el caburé.
Capítulo XI - La calandria, ruiseñor de América
Capítulo XII - El cantor sin nombre y el pirirí
Capítulo XIII - El carpincho, el quiyá, el aperea, el jabalí, el ciervo.
Capítulo XIV - El tigre o yaguareté. El ocelote y la sariga
Capítulo XV - Peces, tortugas.
Capítulo XVI - El camuatí
Capítulo XVII - Continuación del camuatí
Capítulo XVIII - El mamboretá o el profeta, el religioso, el rezador,
el predicador, el mendicante
Capítulo XIX - El sepulturero, el cáustico, el crepitante, el entimo y
los luminosos
Capítulo XX - La avispa solitaria
Capítulo XI - Los mosquitos
Capítulo XXII - Las flores olorosas, la oruga de esquife
Capítulo XXIII - Las lianas, el pitito y la nueza
Capítulo XXIV - El burucuyá
Capítulo XXV - El irupé
Capítulo XXVI - Los árboles
Capítulo XXVII -Los duraznos
Capítulo XXVIII - El agarrapalo
Capítulo XXIX - El seibo y el ombú
Capítulo XXX - A la caída de la tarde
Capítulo XXXI - La noche en las islas
Capítulo XXXII - El Tempe de la Grecia
Capítulo XXXIII - Agricultura del Delta
Capítulo XXXIV - Aves útiles
Capítulo XXXV - La garuda
Capítulo XXXVI - El secretario o serpentario
Capítulo XXXVII - Martín triste
Capítulo XXXVIII - El agami o pájaro trompetero
Capítulo XXXIX - El frailecillo, el gallito, el guabairo y el guariao
Capítulo XL - El rey de los buitres, el urubú, el aura y el cóndor
Capítulo XLI - El crecimiento del Delta
Capítulo XLII - Utilidad de los bosques
Capítulo XLIII - Sobre la antigua población del Delta


APENDICE

Capítulo I - Los atractivos de la bella Sulamita
Capítulo II - Domesticidad del carpincho
Capítulo III - El dorado de la China
Capítulo IV - La flor de la pasión
Capítulo V - El ombú

CONSEJOS DE ORO SOBRE LA EDUCACIÓN

1 - Dedicatoria
2 - Consejos a los Institutores


El presente libro ha sido digitalizado por
Norberto G. Ruiz Vázquez