José Asunción Silva
Suspiros
Si fuera poeta y pudiese fijar el revoloteo de las ideas
en rimas brillantes y ágiles como una
bandada de mariposas blancas de primavera con alfileres sutiles de oro;
si pudiera cristalizar
los sueños en raras estrofas, haría un maravilloso poema en que hablara
de los suspiros, de
ese aire que vuelve al aire, llevándose consigo algo de las esperanzas,
de los cansancios y de
las melancolías de los hombres.
* * *
Y para huir de los suspiros de convención, de las romanzas sentimentales,
llenas de luna de
pacotilla y de ruiseñores triviales, hablaría de los suspiros angustiosos
que flotan en el aire
espeso e impregnado de olor de ácido fénico, en la luz dorada de los cirios,
entre el aroma
vago de las flores mortuorias, cerca de aquellos cuyos ojos, cerrados
para siempre, guardan
las huellas violáceas de los últimos insomnios, y cuyos labios se ajaron
con el frío de la
muerte...
* * *
¡Ah no! Ese suspiro sería demasiado triste para hablar de él; su recuerdo
haría nublarse los
ojos nuevos de las lectoras, los ojos oscuros unas veces como noches de
invierno, azules y
claros otras, como el agua de los lagos quietos.
* * *
Para que no se nublaran, hablaría del suspiro de voluptuosidad y de cansancio
que flota en el
aire tibio de una sala de baile, iluminada como el día, reflejada por
espejos venecianos; del
suspiro de una mujer hermosa y joven agitada por el valse, cuya piel de
durazno se sonrosa, y
cuyos dedos de hada estrechan febrilmente el abanico de plumas flexibles
que le besan la
falda; del suspiro sensual y vago que se pierde entre las blancuras rosadas
en el aire donde
palpita el iris de los diamantes, donde la luz se quiebra en el aire de
los rubíes, en el azul
misterioso de los zafiros, en el aire que arrastra tentaciones de ternuras
y de besos...
* * *
¡Ah, no! Ese suspiro sería demasiado dulce para hablar de él; su recuerdo
haría arrugarse la
frente cansada, y blanquearía las canas de los filósofos, por cuyas venas
no corre, en oleada
ardiente, la sangre de la juventud. Para que pudieran leerme, hablaría
más bien del suspiro de
cansancio de un viejo, de un suspiro oído una tarde de otoño, en el camino
que va del pueblo
al cementerio, un camino donde rodaba la hojarasca empujada por el viento;
donde un hilo de
agua dejaba oír su queja monótona; donde los árboles, envueltos en niebla,
tomaban
extraños aspectos, y en cuyo horizonte entre las nubes frías y húmedas,
se ponía el sol. ¡Oh!
Aquel suspiro parecía salir, más que de un pecho humano, cansado de la
vida, del paisaje
mismo, del cementerio donde duermen los huesos bajo la yerba, de la vegetación
quemada
por el frío, de las oscuridades vagas del horizonte; parecía ser una queja
de la naturaleza
deseosa de dormir en definitivo descanso, fatigada de su tarea eterna,
de la sucesión infinita
de los veranos y de los inviernos, de la luz y de la sombra...
* * *
¡Si fuera poeta y pudiese fijar el revoloteo de las ideas en rimas brillantes
y ágiles como una
bandada de mariposas blancas de primavera con clavos sutiles de oro; si
pudiera cristalizar
los sueños; si pudiera encerrar las ideas, como perfumes, en estrofas
cinceladas, haría un
maravilloso poema en que hablara de los suspiros, de ese aire que vuelve
al aire, llevándose
algo de los cansancios, de las esperanzas y de las melancolías de los
hombres!
* * *
Aun siendo poeta y haciendo el poema maravilloso, no podría hablar de
otro suspiro... del
suspiro que viene a todos los pechos humanos cuando comparan la felicidad
obtenida, el
sabor conocido, el paisaje visto, el amor feliz, con las felicidades que
soñaron, que no se
realizan jamás, que no ofrece nunca la realidad, y que todos nos forjamos,
en inútiles
ensueños.
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