José Miguel Vicuña

 

POESÍAS


A un retrato

Allí donde el silencio temeroso
en la espesa verdura se recrea,
sentí desnuda soledad sin brazos,
y corrientes confusas, y mareas.
Hoy veo sombras donde vi armonías;
negros pinos dormidos, donde auroras,
y, para siempre, allí donde la dicha
pudo brotar, hay un retrato mudo.

 


Cantiga


Besa el muro la hiedra (bella ausente,
beso tu corazón dormido).
Mana sangre la tarde.
El musgo, sobre la piedra fría.
Te detiene la gruta.
La mano desespera:
traba sollozos en sus dedos.
Cisterna,
negro pozo de linfas cristalinas.

 


La Poesía


Apareces, bajel entre la bruma,
como de ayer y espanto,
claro fantasma,
desmantelado, ardiendo.
Eres la noche, turbulenta dicha.
Eres astros y música de seres.
Fuego celeste,
voz de la sombra,
rómpeme, abrásame.


Eterna


De nuestro llanto extraño,
de nuestra voz de espuma,
¿qué, sino sombra, nada más que sombra?
Vino la muerte y se llevó tu boca;
vino la muerte y se llevó mi pecho.
Vino la muerte, y con los duros átomos
de nuestra carne hizo las flores nuevas!

 


Valparaíso 1942


En ti espera caminos venturosos
ansiosa el alma de emigrar un día,
y se queda en tus humos laterales
con su visión de espejos detenida.
En tu jardín de tráficos y redes
mi corazón vacila ante los mares,
y los mares me aguardan y me asilan,
y un enjambre dormido me retiene.
La actividad oscura de tus máquinas
deja un lamento gris en las paredes.
Los faroles del puerto y las estrellas
en el mar prisionero columpian sus imágenes.
En la noche tu cauce multiforme
hace alardes febriles.
Tanta vida bullente acaso ignore
que vigilas el mundo como un ciego.
Tú pretendes, vecino del espacio,
domeñar las corrientes profundas del océano.
En el cerro crepita el viento peregrino
(mi ambición se acrecienta):
viento del mar, acaso, con lámparas marinas.
¡Olas salobres, llenas de leyendas antiguas!
En mi sangre se yerguen los vinos inmortales. . .
No obstante, permanezco.
(¡A los barcos sedientos
no solamente el ancla los detiene!)

 


Las Noches Perplejas


I
Tus ojos son ternura y lejanía,
tus manos, catedrales incendiadas.
Dilema de tu paz y de tus días,
¡oh, fría soledad de las estatuas!
Todo en ti sangra y por tu voz perece.
El trémolo violento de las cosas,
profundo de sonidos y de sombras,
a pleno sol, tu corazón detiene.
Sol de sedosa piedra así pulida,
inmenso sol que loco se concede,
sol de celeste pedestal munido
que de remotos ángeles procede.
El sol que juega en húmedas, ruinosas
ciudades de agonía y de misterio
destruye el vivo reino de la rosa,
dulce verbo del viejo tiempo eterno.
II
Viejo deseo de amenguar la sombra,
de iluminar el ignorado rostro,
libre deseo de arbitrar la forma
rígida, inmensa, del espacio solo,
ven a mi llanto puro, a mi encendida
condensación de mágicas visiones,
ven a buscar en las oscuras voces
pizarra, viento, lámparas dormidas.
Oh, noche, soledad, astros benignos,
eco de viejo, silencioso fuego,
aquí miro las cosas libre, entero,
lleno de dulce savia y de caminos.
¡Vuelva la noche preservada y ciega!
Somos de carne y de piedad y sombra
mientras el tiempo roba nuestra pena,
nuestra quimera, nuestra dicha roba.

 


¿A dónde?


Nacer, tromba marina, tempestades celestes,
nacer, espora en la tormenta ciega, nave del viento.
¿A dónde, noche sin eco, ráfaga, muerte,
me llevas mudo, solitario, loco?
Arenas confundidas, tromba gigante, viento,
remolino de negras humaredas de rostros
en la noche de signos, de rastros, de vestigios,
en la noche de sueños caídos en el tiempo.
Atrás... ¿dónde quedaron las voces, los caminos?...
Tormenta de las torres, huracán de las sombras,
voy llevado, sediento, seco, rotos los mástiles
entre oscuros designios, desesperado, eterno.

 


Adiós a la Muerte


Qué de perfumes de ardor esquivo; qué de miradas;
qué de olvidadas, viejas pupilas de sol nocturno;
qué de perdidas enciclopedias nos desafían.
Clavad, abuelos, vuestros suspiros desenterrados;
tornad a prisa las gruesas láminas del álbum rojo;
dormida raza de serafines, corred los velos.
Qué de recuerdos, qué de imperiosos, hondos llamados;
qué de perdidas enciclopedias nos desafían;
qué de distancias entrecortadas de atisbos pálidos.
Pero, tenaces, herid, cuchillos, los corazones de padre y madre;
romped los vidrios multicolores de las ventanas;
dormida raza de serafines, ¡corred los velos!
Qué de perdidas enciclopedias nos desafían;
qué de polillas y de carcomas y de gusanos;
qué de levitas, qué de ambarinos, tenues encajes.
Haced ceniza, negra ceniza de lo pasado;
dad a los trastos los cortinajes y quitasoles;
naced airosos, hijos del día, con nuevas alas.

 


La bruma


Qué majestad
sombría
esta sonora
presencia de carruajes
caballos en tropel;
goznes pesados
de invierno
y candelabros
y pavesas
y avenidas de acacias
taciturna
su soledad,
y su doliente mar
por todas las llanuras desbordado
buscando cauce.
Y alambradas,
y gorriones dormidos,
y la bruma
y la tarde
torvamente trepando.

 


Quieres Alzar la Mano


Quieres alzar la mano
hacia las torres que florecen sobre la niebla.
Derribada,
permanece en la grama
junto a las azucenas marchitas por el cierzo.
Perdió el oro la espiga,
y en el hilo trenzado que sujeta la sombra
juegan fosforescencias del hálito rebelde.
Ya del templo no quedan sino muro y techumbre;
sólo búhos que anidan un adiós prolongado
se aferran en el eco de sus ayes al símbolo.
Aire que sopla con arenas de tumbas,
llama, golpea, toca con insistente ritmo la piel exangüe.
Exánime, presiente que el día va a morir, tenebroso de nubes.
Los pastores regresan con quena y caramillo.
El arrebol que hace tornar los cisnes manchará los tapiales,
y los ríos solemnes, irisados de pájaros,
propagarán aullidos en la corriente roja.
Las anémonas beben el agua funeraria:
el mar irrumpe, el fuego las embriaga, el vino de la sangre.
Y en la grama, los pétalos bermejos danzan.
En la sombra del templo fulguran los vitrales.
La sal de ayer fue derramada.
El día que agoniza nos da su luz, oh noche anunciadora.
La mano yerta se entibia de caricias.
Recogerá en el alba el carmín de las rosas,
savia sangrienta arriba, ¡a conquistar las torres!

 


Sonetos


Lancé a la luz desesperada
el grito que contiene sombra y sueño.
Arcoiris, albores y relámpagos
sostenían el brillo
del enrejado cerco de los rayos.
Ave de ardor y de dolor, al centro
de la jaula de oro, ciega canta.
II

Van por mis venas lágrimas de espanto,
pólvora y sal, regueros de agonía;
en olas de ansiedad y de porfía
ahogué mi vida y sofoqué su canto.
Ah, río, río de mi seco llanto,
por dentro corre tu vertiente fría;
cuando los ojos brillan de alegría,
muero de sombra y máscaras levanto.
De todos ya me fui. Ya estoy ausente,
ya navega mi sangre el malherido
y ábrense nuevas llagas en mi frente.
Amor, amor es todo lo que he sido.
Ya pasamos, oh Tiempo, el sol es ido
y la noche se va por mi corriente.

V

Abrir de tacto ciego, ciego verano y goce.
Oh goce del oído, mi lengua en lodo tiembla:
Son brebajes y miedos, quiero golpear aldabas,
derribar el penacho de los montes de piedra.

Vas, y finges, y burlas el objeto, y descubres
los nódulos sensibles de lo que el llanto oculta.
Pero, ¿alcanzas -¡oh precio de los astros!- alcanzas
ese nudo de luces que te desvía y turba?

¿De qué silencio cae nuestra simple tristeza?
Buscas, en vano, ciego, por un cruel laberinto
el hálito del verbo que se niega y rebela.

Pleno estío de fuego, buscar mío en la sombra,
vas tocando los brezos del sendero, tocando
las yemas y los tallos, sin alcanzar su noche.

VIII

Este sol amarillo de laureles
marca el ayer que hoy amanece vivo.
Es la luz en que larvan mis oñidos
la soledad donde mi tiempo muere.

Es un cuchillo de ojo refulgente
o la corona en que me habré dormido.
Es un barco, una hoja, desasidos
del mar de sombra y de la rama ardiente.

Una hoja de rápido veneno,
pura intuición, espanto de la altura,
llama imantada, frío pez del cielo.

Esta amarilla luz es larva oscura
de la tiniebla antigua y la futura,
y lleva un sol herido de silencio.

X

Deja crecer las voces de la noche,
crecer con hojas
desprendidas, volar, caer al sueño
en el estanque
donde brotan los besos del rocío.
Deja correr las lágrimas calientes
de la memoria
mar adentro, a las cámaras de oro.

Deja correr las horas enlazadas
lentas, danzando,
volar, volar hacia el color del día,
y en las palabras
detenerse al instante de mirarnos,
y sabernos amor toda la vida.

XV

Antes que toda noche se levante
y su ciega tiniebla nos consuma,
toquemos con el sol entre la bruma
el terco vino del amor distante.

De sus reflejos de arrebol quemante
entre las olas rojas y la suma
de sus aspas sangrantes, sólo espuma
de la tarde dará el molino amante.

Pero el misterio del adiós nos salva
del odio de la noche vencedora:
muerto el almendro solo y a mansalva,

aún su aroma el corazón añora
y, vencida la tarde, aún ahora
me estremecen sus oros y su malva.

 


Canto a Ícaro


Exordio

Antes que los aqueos vencieran a los cíclopes,
antes que los titanes derribaran
los sensuales y oscuros y músicos centauros
y se desvanecieran los faunos y Nereidas,
antes, ya Zeus, temido de los dioses,
había recubierto su presencia de plumas,
mentira del amor.

Bajo la luz de su metamorfosis
guardado está el tabú del gran pasado,
cisne de ensueño.

Buscad en las verdades prenupciales
y míticas del miedo.

Bajo lápidas sordas de misterios y de fuentes vitales
está el verbo intocado
aguardando ese golpe de la espada
que derrame las voces en vertientes
creadoras y cálidas.


El Vuelo


Sostenida y segura
la brisa eleva brumas y espumas a las olas,
y peina las arenas
y dispara sus granos al rostro del proscrito.

Son minúsculas piedras las arenas
y el viento las levanta,
y nosotros, pequeños y perdidos
en esta soledad de la isla,
frente al viento y las nubes que mueven sus potencias,
somos meras semillas
que una brisa gigante levanta y acarrea,
como plumas, o pájaros, o arenas.

Ah, si en el aire quieto,
en la serena brisa que navega en los aires,
nos hiciéramos leves,
o acaso con la fuerza de las aves,
capaces de elevarnos y vagar -¡oh, locura!-
como se alza el milano gigantesco
o avanza por los aires el pelícano
que la fuerza del ala poderosa sustenta;
o como el capotillo, juguete de la brisa,
o el vilano plumoso que transporta su grano por el cielo...

Juego de movimiento de las masas del aire,
o del veloz impulso de unos brazos alados;
crear el instrumento que sostenga mi peso
cual se desliza el águila, velero en las alturas,
o rema por el éter levantando su peso hasta las cumbres.

Ahora estás clamando.
Ahora estás buscando la salida imposible,
la irradiación del vuelo.

Y estás llamando ahora;
pues hemos de morir en esta playa inmensa
picoteados de pájaros amigos y enemigos,
picoteados de pájaros bajo el sol inclemente,
de pájaros que, libres, sobre el mar se desplazan
y que mueren
y dejan a nuestros pies sus plumas;
pues hemos de morir, hoy o mañana o nunca,
seamos estos pájaros,
devoremos nosotros nuestro ser,
venzamos esta prueba,
construyamos las alas, hijo mío,
¡marchemos hacia el aire!

Buscas plumas de pájaros salvajes.
Lo que la mar arroja, los despojos del cielo,
lo que la muerte entrega como vivo presente.

Las fuertes, firmes plumas y los leves plumones
que la sagaz mirada selecciona
y recoges con trémulas y con ávidas manos.
¡Y es frágil y liviana tu construcción alada!

Instancia permanente a Ícaro

Vuela, Ícaro, sí, que en tu heroísmo
halló su paralelo
la fe genial del arquitecto alado.

Dédalo y tú, volando
se alejan de la casa de lóbulos secretos.

Vuela, Ícaro, sí, vuela y desgarra
la rigidez granítica del cielo!,
y con la cera de la dulce obrera,
con ala de polluelo,
con dura pluma de alcatraz, con garra
de grifo de los aires,
¡quiebra del éter las eternas puertas!

Impetración al héroe Teseo

Hermosura terrible, oh tú, Némesis visionaria,
hermana de las Parcas que gobiernan
el paso de los hombres
y la gran armonía de los mundos:
desde las más profundas tinieblas
viniste con espada refulgente
y todo lo sabías,
y venías serena,
y fue para Teseo tu sonrisa.

Cuando las ligaduras oprimían
y era imperioso derribar los muros,
abrir las oquedades con el filo sangrante,
cortar las hondas venas
y pulsar los latidos del invencible monstruo,
allí, temblando allí bajo la empuñadura,
y sentir extinguirse a borbotones
la furiosa presencia de los nexos,
las ataduras de milenios!,
fue Némesis Teseo;
Teseo, la Venganza.

Ya recorre tus manos impertérritas
el estertor postrero del semidiós de Minos,
y atisbas anhelante la puerta donde aguarda
la mirada dulcísima de Ariadna.

Y ahora que, corriendo en la pradera
va desatado el ventarrón del tiempo,
¿cuál es el holocausto?, ¿cuál, Teseo?
Se teñirá de sangre el mar de Grecia,
de sangre de tu padre, el rey Egeo;
se inundarán de lágrimas salobres
las olas salinosas de la mar;
y el premio de tu hazaña es la pupila
que se habrá de apagar.

 


Ariadna


Ansiedad deslumbrada, Ariadna pura,
más sabia que los hombres, por tu argucia,
los pasos escondidos alumbras con un hilo,
y en el héroe, absortos, tus ojos se extasían.

Amante desdichada, raptada ya y sin tálamo,
en la isla del Día
-donde Dionisos canta coronado de pámpanos-
el artero venable de Artemis te derriba.

Ariadna, Ariadna, ¿en qué tus ojos caen,
dónde, en qué pozo de la sombra miran?
Allí siguen abiertos.


Tu mirada


es una luz de terciopelo y súplica,
y es una lágrima no derramada,
y es un silencio en el silencio, oscura.

Ícaro, el Hombre

Apagó su alarido el Minotauro,
y sólo entonces, Ícaro, fue avistado tu vuelo.

Cuando Teseo entró con una blanca lámina
y desgarró tinieblas su cegadora luz,
y el palpitante numen fue segado
trasegando los vinos de la sangre.

Cuando aclarado por el héroe fue el camino del hombre,
sólo entonces,
quedó esplendiendo, Ícaro, tu salto hacia el futuro.
Qué vuelco en el destino tu revuelta profunda.

Vuela, Ícaro, sí,
que tu deseo
de hallar la nuda luz
era sabido por los dioses pretéritos.
Vuela, hijo mío, hacia el abismo abierto
a donde el pensamiento está naciendo.

No dios que descendiera avergonzado,
fingido cisne,
mas, hombre tú, que a lo imposible avanzas
por la dicha de ser en plenitud.

Ahora vas volando y en ti no existe noche.

Cuando asciendes, alcanzas la comba del cielo
un goce más intenso que del beso de Leda.

Que cuando el dios de dioses después del rapto huya
y deje entre los charcos el disfraz de sus plumas,
tú afrontarás sonriendo la muerte majestuosa
y arderá tu plumaje en el fuego del sol.

El dios inmarcesible se consume,
en tanto tú, pequeño,
efímero mortal, tú, destrozado,
tú creces y renaces cada día

 


El hombre de Cro-Magnon se despereza


I
Ya no hay ya, no ayer, ahora ni mañana;
el tiempo, sólo éter, todo abismo.
No hay aquí ni arriba;
el movimiento usa su luz de límite y se expande.
Mundos de mundos de no ser.

Veloces, ay ¿veloces? naves de niños magos
besan el sonido:
cohetes liberados ríen al espacio sideral su aventura;
juguetes del instante pasivo,
devorados de impedimentos.

Pasad, aves metálicas,
permaneced en esta densa atmósfera de gases confundidos,
equilibrando el dos en el espacio,
negando el movimiento en vuestro vuelo.

La mano trascendente
alza apenas su numen raro en la soledad
y ya se sabe torpe atrás,
lanzada atrás en el pasado.

Son, en la mano, multitudes de siglos hoy;
es el hoy-siempre, en esta mano trascendente,
hecho de crecimiento actual desenvolviéndose en presente,
de golpe todo.

¿Qué, esta masa? ¿Es masa?
¿Y esta luz, y este instante?
¿Qué es, en el antro rígido?
¿Qué, este movimiento que no vemos
y que agranda en lo radiante los ojos abismados,
para no ver?

Porque el ser es la nada,
la nada que condensa
su afirmación en retrocesos de materia,
punto de apoyo a la expansión elástica.

O la nada es el ser,
único ser,
que abarca con creciente violencia
los multiversales universos
con la sed de ser todo y de negarse.

¿Quién sabe? ¿Quién comprende?
Esta certeza apenas presentida
de ser lo uno multiforme
creciendo hacia lo uno,
el uno en sed de uno, generador de movimiento.

Entreved las partículas tenaces
liberadas al orbe,
grávidas, próvidas, violentas,
ricas de audaces gérmenes de mundos,
distribuyendo su nebúlea aurora con lento paso.

Ved estas fuentes soles desangrarse,
hasta colmar de un homogéneo fluido el medio todo.

¿Y la barrera de la luz, quién sabe
si es tan sólo una etapa de los límites?
¿Si más veloz, más libre el movimiento
nos depara un regreso a lo profundo?
¿Si el todo, el todo escancia nuevos soles
y en las transformaciones nos recrea?,
y todo luz, en la armonía ilímite,
de choque en choque,
los infinitos ámbitos del uno
¿serán la vida plena de los ángeles?

Oh, dispersión caótica de mundos proyectados
cual ráfagas de soles,
locura del espacio,
compenetradas masas danzantes en la nada,
embrionarios destellos,
violentas nebulosas,
¡explotad, coronaos, rebalsad!,
¡abarcadnos!
¡Cuando el aire vacile y se destruya,
con el solo sonido, la sombra y la palabra,
velaremos el himen intacto de la forma!

II
Pensad en esta mano
heredera de diestros aprendices,
de mágicos y audaces fabricantes;
esta mano en que alientan
cultos y ritos, lágrimas y signos;
mano de sangre,
dueña de nuestro hacer imprevisible,
forjadora de nuestros más lejanos límites.

En sus músculos finos permanece tu viejo antepasado,
que todavía labra
con buriles de piedra los dioses de marfil,
y pule todavía los instrumentos últimos
para que el sol entregue sus nódulos secretos.

El Hombre de Cro-Magnon se despereza:
desde sus dedos ve volar cohetes,
puentes astrales,
máquinas angélicas.

Siente que el mundo se le va con ellos,
y se despierta en ti, sale a tus ojos.
Su miedo refulgente es el mirar de un niño
y estrecha en esa mano tu corazón celoso,
todavía no dado, cogido todavía
por sus ritos, y dioses, y pavores.

Te aferras al regreso:
las cuevas de Altamira, los guturales cánticos,
alientan estremecida tentación;
galopan en tropeles los bisontes,
y a la Hecha de sílice
huyen los renos inmortales;
insemina sus sueños el mágico unicornio
y florecen las vírgenes praderas...
Y en tu conciencia rigurosa bulle,
oh animal perdurable,
vívido soplo de supervivencias.

Es aquí, en este mundo, hoy día, ahora,
en esta dilución de tus entrañas,
mientras ves que los ríos hinchan sombra
para entregar raudales de energía,
mientras surgen de usinas inflamadas
rayos de vida y arcos espectrales,
cuando los libros hablan claves ciegas
para los elegidos victoriosos,
y te asomas al cerco de los juegos
como un advenedizo palpitante;
es ahora, es ahora que se inicia
tu día de inocencia.

Alba tuya feliz, ahora aclara,
ahora se levantan tus manos azotadas
y otra vez se confirman
tus alas y poderes, tus fetiches.

III

Un ideal concilio de verdades se empina,
y de su vuelo nacen palancas poderosas,
ultrasónicos mares dirigidos, radiantes invasiones,
y tú abarcas estrellas, equilibrios y leyes,
visiones del mañana...

No, corazón,
el vencedor de los glaciares en ti regresa,
no quiere soles
ni oraciones sabias,
sino vivir.

Vivir, vivir ahora esta agonía aciaga;
rozar con tus impulsos finales el confín;
rendir en este linde sin salida la sombra,
levantar tus penachos, tus danzas hasta el último
mugido de tus dioses selváticos,
morir.

Los ríos moribundos
acopian contra el muro desalientos mortales.
El fin de la agonía, oh multitudes, está presente aquí:
Sólo la muerte reina
y no se escucha otra sed,
no se pregunta otra esperanza,
no se agita en los antros deletéreos
otra voz que la muerte.

Son mares destruidos, oh pueblos, vuestros niños,
nacidos con el signo fatal en la mirada,
portadores del gesto de la desesperanza.
¿Por qué gritan, y bullen, y se alegran
en evasivas músicas de carne?

E1 paredón delante frena todo.
Más allá no hay impulsos.
Sólo hasta aquí los días sofocados, los terrores.
Y los dedos antiguos de tu mano profunda,
seguros te retienen.

Y no cabe a tu sangre, sabedora del orbe,
a tu mísero todo de tristeza demente,
no cabe otro teorema de luces imprevistas,
y no existe el reverso de esta luna sagrada.

El sol que te agoniza,
es todo languidez,
todo, etiolada fábula de ancianos pesadores de vidas
atrapada en la última estepa del silencio,
encarcelada sombra ya vencida.

¿Qué más queda en el mundo?
Sólo nada, sólo cantos de difuntos,
epitafios y dólmenes, elegías y llanto.

¿Qué idioma te traduce, si negado te acusan,
y atado, amordazado,
eres trémulo plasma del cadalso?
Iras, y mofas, y graznidos,
para ti solo, rechazado de todo,
emergen en oleadas de la noche.

Vencido, encadenado, sometido,
ajeno al instrumento de los sueños,
expulsado del claustro,
acampado a la vera,
despojado de tu voz.

Si hubieras intentado,
más allá de tu abrigo y de tu nombre,
vencido en tu secreta, íntima alcoba,
si te hubieras osado,
audaz, sereno,
a trepanar tus tersos epitelios,
si hubieras intentado darte todo
por un cráter de luz,
¡ah, entonces, lastimado!,
¡qué diferente fuera el sacrificio!
No ya solo y porfiado en la nostalgia,
desordenado cáncer,
no arrepentido, no angustiado,
sino vívida aurora,
irradiación dulcísima,
tu inmolada sustancia, padre vida,
adorada nos diera sus sendas meteóricas.

Los profetas
en su interior convulso se estremecen.
Ríen los augures,
risa gemela, risa explosiva, generante.
Es el comienzo de la neología,
es la luz vencedora de los negros abismos,
el Saco de Carbón iluminante.
La más oscura noche precede a la lechosa madrugada.
Es el hoy que se inicia, yema o brote,
portador de la diáfana alegría,
es la leche brumosa del mañana.
IV

Oh colonias de niñas inmortales,
avalanchas de virgenes naciones.
Oh, generosa, amante
majestad de la vida pleniforme;
amor te mueve, amor comunicante,
expansiva, radiante forma pura.

La Humanidad está iniciando el dia,
ya no balbuce, no se aterra, canta.
Ya no acosa al mamut en las quebradas,
ya no danza con fuego en las entrañas,
ni el pedernal acude a los rnartirios,
ni los miedos tenaces la recorren.

En los tabú, los circulos sagrados,
en las iniciaciones y misterios,
en los mágicos ritos, en las tumbas,
en las vírgenes, en los sacrificados,
oh, noche antigua, te venero y amo;
y ya no quiero verte, sino hablarte,
y ya más lejos, conservar tu nombre,
mito de auroras hondas, prenatales.

Ahora es hoy. La Humanidad levanta
sus pasos inseguros.

La mano cazadora,
labradora del cuero y de la piedra,
forjadora de finos artilugios,
mano vidente,
de un salto gigantesco atraviesa las épocas y
emerge,
asalta naves,
avasalla turbinas y motores,
en el aire maneja controles y matraces,
martillos y cohetes.

En la sangre dormida,
hecha ternura,
creció, creció la fuerza.
Desde su sueño lento
se despereza el hombre.
Desde su yo profundo,
alza un río de fuentes creadoras.

Al resplandor de la verdad novísima,
coge los cielos descubiertos,
y conservando el mágico recinto
de la infancia del mundo,
plural, unánime, gigante,
el hombre de Cro-Magnon se despereza.

 


Canto a la Muerte


Para Abraham Pimstein

Juventud intocada, pradera siempre viva,
ideal nacimiento, la muerte es forma pura.
La muerte con su canto
melancólica nace cada día a la muerte
y se enfrenta en el grado de sí misma a sí misma
en el sin fin sin fondo de un infinito espejo,
de este lado o del otro, siempre igual repitiéndose,
y se enfrenta a la noche de sí misma en la rueda
de su eterno engranaje soterrado que canta.
¿Quién es, vida, la muerte? ¿Los instantes que fueron, lo olvidado?
¿O es el no tiempo, el más allá, lo no vivido?
Lejos, la muerte alienta la invencible gangrena
tras el remordimiento de las yemas floridas;
lejos, la muerte tiene misteriosas poleas,
cadenas, losas húmedas con argollas de herrumbre,
y deja bajo el polvo sangrantes las diademas
de sol, de lento fuego, de tiempo sumergido.
Lejos, la muerte tiene
un ruido de engranajes y ruedas soterradas,
y sordamente canta
y aterra con su ausente presencia a los dormidos.
Pero está en mi muerte,
es aquí donde siento su dulce fechoría
roer en mis entrañas, ponzoñosa materia,
caer en mis andenes solitaria la vida
como un transeúnte enajenada y sola.
Es un ala de musgo que me besa la cara,
cristales de crepúsculo de venenoso néctar,
un grito en la ribera, oh, muerte enamorada.
Todos mis desprendidos follajes y plumajes,
todas mis dudas, lágrimas, pensamientos perdidos
han venido llenándote de mi voz, e integrándote.
Sí, soy yo, yo mi muerte, combustión invisible
que crece de mis muertes de cada instante adentro.
Eres alba de vida y eres sólo la muerte,
sólo música muerte danzarina en la piedra,
muerte alada que alarga sus alas en la nada,
imperceptible muerte que nos conquista ciega
Ah, muerte, muerte mía, no me dejes, atiéndeme;
acércame al oído las primeras canciones,
muéstrame las visiones de la infancia perdida
y envuélveme en tu aliento sidéreo y tus rosales.

 


Canto a los Nuevos Espeleólogos


Ascended a los nuevos espeleólogos,
y descended con ellos y sus voces absurdas
que las piedras frenéticas repelen y refractan.
Y descended al fondo de espeluznantes grutas
cuyas lunas de albúminas azulosas
que sudan,
huyen la luz impúdica
de unos faros profanos y afanosos en lucha
por robar el misterio
de las uñas de angustia que rayaron la roca,
o arrancar a las tumbas profundas el secreto,
el entrañado símbolo, el sí rebelde, el grito
en la sangre del rito de revelarse púber,
o en pinturas y estatuas que permanecen mudas.
El secreto se hunde bajo el hueso del oso
sepulto en lascas, gravas glaciales y derrumbes,
oculto y ofreciéndose a sabios espeleólogos.
Arrebatad los haces de luces imprevistas
bajo losas de cálidos milenios,
donde las escafandras angustiadas
ven y no ven y buscan en la sombra:
La sangre derramada por víctimas histéricas
prorrumpe entre las algas en aullidos que hielan.
El invisible mito durmió en las oquedades
y los reyes marinos y los renos brumosos
volaron con su torpe juventud azorada
por vientos sin historia, desde la noche sacra,
y allí, diseminados, panes de negras rocas,
curvados de milenios, quebrados, permanecen.
Decidme, auroras, horas desoladas,
lunas y soles del ayer inoído,
luminaria de la noche tremenda,
¿a dónde fueron los destinos audaces?,
¿en qué cerco, retenido en qué bosques
de nudos impasibles, disfrazado en qué sueños,
vibra acaso el hondor convulsivo del ser
su verbo empedernido de diamantes
y luces a raudales?
Ascended a estos sabios intrépidos, alzadlos
con una larga cuerda materna, antes que duerman
para siempre y se lleven este célebre semen
del pasado, a la noche sin ojos de la muerte.
Subidlos, ved, abríos los corazones rojos,
dad vuestro aliento al hombre que descendió a las simas
y hurgó entre los volcanes del infierno las dudas
de nuestro libre ser sometido a cadenas.
Preguntadle, decidle, arrebatad sus notas,
deteneos al tacto de su visión sonora,
qué fragancias le dieron tanta luz,
y si el tiempo corrió mientras la asfixia
bajaba por el denso gas del aire,
y si cuando subía y se moría
antes de renacer otra vez bajo el sol,
encontró esa presencia inasible del hombre
como otra permanencia.
¡Ah, jóvenes osados,
exploradores puros de la huella primera,
descended con los nuevos espeleólogos
y entrad por los abismos y ríos de lo oscuro!

 


Ayer


Morid en vano en el ayer segado;
volved atrás, atrás sin ser oído;
pero cantad los salmos cadenciosos
previas ráfagas de ágiles antífonas.
El tiempo irreversible, el tiempo corre
entre pastos de fiesta y de rocío;
pero la sombra del pasado aterra,
se aferra a los vestidos, te desgarra,
te desangra, te vuelve verdadero,
sin conseguir que en el ayer te mueras.


Los Efímeros


¿Por qué estamos nosotros,
pájaros de piedad,
en esta noche sin ahora
sabiendo ya qué pasará mañana?
Somos juguetes de la muerte,
la sombra de una rama,
solamente la sombra,
con corazones de ángeles asustados
de no ser nada más
que un reflejo fugaz de la mirada.

 


Torbellino de Bruma


Enredado en el aire un día aciago,
seco de luz quebrada, llueve vida;
llueve ciegos mucílagos de nieve
que el viento mueve en remolino lejos,
y descubre paredes suspendidas
en distantes abismos esparcidas,
mientras el torbellino del presente
muestra risas que fueron, o ceniza,
o cadáveres albos de la risa
en la bruma creciente y avanzante.

En el Vuelo


El ave que en el vuelo, perforadas las alas,
herido el corazón, quietos los ojos,
arroja sangre y silbos sin aliento,
y luz despide en su plumaje de oro,
y avanza exánime a morir sin llanto,
sola en su voz y vivida en su canto,
y azota con sus rojos rasgones tu coraza,
y te araña los ojos al caer,
está volando aún en nuestro cielo único.

 


Cerro Alegre


Grada a grada camino
paso a paso hacia arriba.
En un jardín cerrado
me mira desde el alto balcón
y me sonríe un niño.
Tiene en la mano una botella de oro.
Desde la altura
las flores llameantes
en el follaje llaman.
Es en el mes de octubre
y asciendo hacia lo verde.
La calle sin salida me detiene.
En las casas no hay nadie
sino un silencio espléndido
de fragancia escondida,
de rejas y cerrojos.
Nadie sino ese niño que sonríe
y unas flores
e insectos pequeños.
Y es necesario regresar,
descender.
No están allí los dedales de oro.
Sólo algunos, al borde del barranco.
Sólo la espuela de galán, sangrante,
y mimosas exóticas,
y el vibrar de la sombra en los alambres.
Y en todo, agazapada,
inaparente al sol,
semi vestida de oro en las arenas,
la invencible presencia del invierno
en la reseca soledad.

 


La Magia


La magia en que mis ojos son tus ojos,
la magia en que mi sol es este vuelo
de ardor paloma entre la niebla;
pasión que, padecida, otra vez busca
ahondarse en el negro mar sin horas.
El taxi se detiene entre los árboles: la mole en sombra
aquí estoy solo, apenas, en la noche,
caído en el tablado como un rey en la farsa.
Me atrae el torbellino de la angustia.
Es el mamut, el barco de apagadas bocas,
la gran ballena en que pudiera estar,
adentro, muy recóndita,
la fuerza que mueve el malestar
y me colma de dulce momento.
¿Qué negación, más tensa que mi ser,
qué convicción ajena a mí,
contraria a mi creencia profunda,
me conduce a buscarte donde sé que no estás?
Y yo seré expelido nuevamente de todo.
Pero avanzo.
Todo signo es adverso. Yo porfío.
Es esto aniquilarse, es darse vida, es destrozarse,
nacer en una tumba, amanecer en sepulturas
florecidas de risa.