La semilla del Cardo simbolizando la siembra de cultura

Bibliotecas Rurales Argentinas

Chuang-Tzu, un contraveneno
Vida de poeta

Octavio Paz

Durante su existencia, el gran escritor mexicano Octavio Paz, recientemente fallecido, se ocupó de difundir a los autores que admiraba. Como poeta recreaba la obra de otros poetas y les infundía nueva vida. En su homenaje se publica uno de sus textos en e

EN 1957 hice algunas traducciones de breves textos de clásicos chinos. El formidable obstáculo de la lengua no me detuvo y, sin respeto por la filología, traduje del inglés y del francés. Me pareció que esos textos debían traducirse al español no sólo por

Poco o nada se sabe de Chuang-Tzu, salvo las anécdotas, discursos y ensayos que aparecen en su libro (que ostenta también el nombre de su autor). Chuang-Tzu vivió a mediados del siglo IV antes de Cristo, en una época de intensa actividad intelectual y de

Durante dos milenios no hizo más que perfeccionarlas, podarlas, extenderlas o adaptarlas a las condiciones y circunstancias históricas. La filosofía, o mejor: la moral -y mejor aún: la política- de Confucio (Kung-Fu-Tzu) y sus grandes sucesores (Mo-Tzu o

Los padres del taoísmo (Lao-Tzu y Chuang-Tzu) recuerdan a veces a los filósofos presocráticos; otras, a los cínicos, a los estoicos y a los escépticos. También, ya en la edad moderna, a Thoreau. Lejos de perderse en las especulaciones metafísicas del budi

He dividido mi brevísima selección en tres secciones. La primera se refiere a la lógica y a la dialéctica. La crítica de Chuang-Tzu a las especulaciones intelectuales de los lógicos aparece en una serie de apólogos y cuentos en los que el humor se alía al

La segunda sección está compuesta por fragmentos acerca de la moral. Con mayor encono aún que a los dialécticos y a los filósofos, Chuang-Tzu ataca a los moralistas. El arquetipo del moralista es Confucio. Su moral es la del equilibrio social; su fundamen

El carácter utilitario y conservador de la filosofía de Confucio, su respeto supersticioso por los libros clásicos, su culto a la ley y, sobre todo, su moral hecha de premios y castigos, eran tendencias que no podían sino inspirar repugnancia a un filósof

En la tercera sección he procurado agrupar algunos textos sobre lo que podría llamarse el hombre perfecto. El sabio, el santo, es aquel que está en relación -en contacto, en el sentido directo del término- con los poderes naturales. El sabio obra milagros

Por Octavio Paz
México

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Sobre la sabiduría

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Volver al punto de partida

Cansados de buscar en vano, ¿no deberíamos moler nuestras sutilezas en el Mortero Celeste, olvidar nuestras disquisiciones sobre la eternidad y vivir en paz los días que nos quedan? ¿Y qué quiere decir moler nuestras sutilezas en el Mortero divino? Aniqui

La tortuga sagrada

Chuang-Tzu paseaba por las orillas del río Pu. El rey de Chou envió a dos altos funcionarios con la misión de proponerle el cargo de Primer Ministro. La caña entre las manos y los ojos fijos en el sedal, Chuang-Tzu respondió: "Me han dicho que en Chou ven

Los cerrojos y los ladrones

Para protegernos de los malhechores que abren las arcas, escudriñan los cajones y hacen saltar las cerraduras de los cofres, la gente acostumbra reforzar con toda clase de nudos y cerrojos los muebles que guardan sus bienes. El mundo aprueba estas precauc

No es exagerado afirmar que todo lo que llamamos "cordura" no es sino empacar para los ladrones". Y lo que llamamos "virtud", acumular botines para los malhechores. ¿Por qué digo esto? A lo largo y a lo ancho del país de Chi (un territorio tan poblado que

Causalidad

La Penumbra le dijo a la Sombra: "A ratos te mueves, otros te quedas quieta. Una vez te acuestas, otra te levantas. ¿Por qué eres tan cambiante?". "Dependo", dijo la sombra, "de algo que me lleva de aquí para allá. Y ese algo a su vez depende de otro algo

Por Chuang- Tzu
Traducción de Octavio Paz

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Anticipo
Me pregunto qué ha sido de Sally

La luz del sol sobre las piedras, de Hopper

La ternura, la nostalgia y la mirada poética del autor de El vino del estío resurgen en su nuevo libro de cuentos, A ciegas (Emecé), poblado de personajes conmovedores y cautivantes.

ALGUIEN empezó a tocar el piano de teclas amarillas, otro comenzó a cantar y yo, el tercero, me enfrasqué en un mar de pensamientos. La letra de la canción estaba imbuida de un espíritu lento, dulce y triste.

Comencé a tararearla, puesto que recordaba algo de la letra.

El Sol dejó de iluminar nuestro callejón
El día en que Sally partió.

-Yo conocí a una Sally -dije.

-No me diga -contestó el dueño del bar, sin mirarme.

-Sí. Fue mi primera novia. Como la letra de esa canción, me pregunto qué habrá sido de ella. ¿Dónde estará hoy? Lo único que uno puede desear es que sea feliz, que esté casada, tenga cinco hijos y un marido que no llegue tarde más de una vez por semana y

-¿Por qué no la busca? -preguntó el dueño del bar, que seguía sin mirarme, mientras lustraba una copa.

Bebí lentamente.

Dondequiera que haya ido,
Dondequiera que esté,
Si nadie la quiere ahora
Entonces, la quiero yo.

La gente reunida alrededor del piano daba fin a la canción, mientras yo escuchaba, con los ojos cerrados.

Me pregunto qué ha sido de Sally,
Aquella amiga de otros tiempos

El piano se interrumpió con una explosión de risas y voces calladas.

Apoyé el vaso vacío en el mostrador, abrí los ojos y lo contemplé por un instante.

-¿Sabes una cosa? -le dije al dueño del bar-. Acabas de darme una gran idea...

"¿Por dónde empiezo?", pensé en cuanto salí al encuentro de la lluvia y del viento frío de la calle, de la noche que se aproximaba, de los autos y de los ómnibus que pasaban y del mundo que acababa de despertar con tanto ruido. "Mejor dicho, ¿empiezo o no

-¿Por qué no la busca? -preguntó el dueño del bar, que seguía sin mirarme, mientras lustraba una copa.

Bebí lentamente.

Dondequiera que haya ido,
Dondequiera que esté,
Si nadie la quiere ahora
Entonces, la quiero yo.

La gente reunida alrededor del piano daba fin a la canción, mientras yo escuchaba, con los ojos cerrados.

Me pregunto qué ha sido de Sally,
Aquella amiga de otros tiempos

El piano se interrumpe con una explosión de risas y voces calladas.

Apoyé el vaso vacío en el mostrador, abrí los ojos y lo contemplé por un instante.

-¿Sabes una cosa? -le dije al dueño del bar-. Acabas de darme una gran idea...

"¿Por dónde empiezo?", pensé en cuanto salí al encuentro de la lluvia y del viento frío de la calle, de la noche que se aproximaba, de los autos y los ómnibus que pasaban y del mundo que acababa de despertar con tanto ruido. "Mejor dicho, ¿empiezo o no?".

Se me habían ocurrido varias veces ideas semejantes; en realidad, se me ocurrían todo el tiempo. Los domingos, cuando dormía hasta pasado el mediodía, me despertaba con la sensación de que había oído que alguien lloraba y después encontraba lágrimas en mi

Pero ahora, parado en la puerta del Bar de Mike, pasé revista a las actuales circunstancias con ayuda de los dedos: primero, mi esposa estaba lejos, visitando su pueblo natal; segundo, hoy era viernes y tenía todo el fin de semana por delante; tercero, re

Y así fue como me puse en marcha.

Busqué en la guía telefónica y repasé todas las listas. Sally Ames. Ames, Ames. Revisé todos los nombres, uno por uno. Claro. Estaba casada. Eso era lo malo de las mujeres: una vez que se casan, adoptan alias, se desvanecen en los confines de la Tierra y

Entonces pensé en contactar a sus padres.

No figuraban en guía. O se mudaron o murieron.

¿Y sus amigos que alguna vez habían sido también amigos míos? Joan no sé cuánto. Bob no me acuerdo. Pasé las páginas una y otra vez hasta que recordé a alguien llamado Tom Welles.

Encontré a Tom en la guía y lo llamé.

-¿Es verdad? ¿Eres tú, Charlie? No puedo creerlo. Ven a verme. ¿Qué hay de nuevo, viejo? Increíble. Hace años que no nos vemos. ¿Por qué...?

Le expliqué por qué lo llamaba.

-¿Sally? Hace años que no la veo. Supe que te está yendo muy bien en la vida, Charlie. Que ganas un sueldo de cinco cifras. Excelente para un muchacho que se crió al otro lado de las vías. En realidad, nunca hubo ninguna vía; sólo una línea invisible que

-¿Cuándo podemos vernos, Charlie?

-Te llamo uno de estos días.

-Era muy dulce, Sally. Le hablé de ella a mi mujer. Qué ojos tenía. Y un color de pelo que no se logra con ninguna tintura. Y...

Mientras Tom hablaba sin parar, muchas cosas volvieron a mi mente. Por ejemplo, el modo en que ella escuchaba o hacía que escuchaba toda mi charla grandilocuente sobre el futuro. De pronto tuve la sensación de que ella nunca habló, que yo nunca se lo perm

-¿Recuerdas que quería ser cantante? Tenía una voz hermosa -dijo Tom.

-Sí. Lo recuerdo todo. Hasta pronto.

-Espera un minuto... -dijo la voz, pero el auricular del otro lado interrumpió la comunicación.

Regresé al antiguo barrio y caminé por sus alrededores. Entré en los almacenes a preguntar. Me crucé con algunas personas que había conocido pero que no me recordaban. Por fin supe algo de ella. Efectivamente, se había casado. No, no sabían exactamente la

Busqué en la guía. Eso debería haberme alertado: no tenía teléfono.

Luego, preguntando en distintos almacenes de la zona, conseguí por fin la dirección de los Maretti. Vivían en el número 407, tercer departamento del cuarto piso, al fondo.

"¿Por qué diablos haces todo esto?", me preguntaba mientras subía la escalera y trepaba en la oscura luz que olía a comida rancia y a polvo. "¿Acaso quieres mostrarle qué bien que te ha ido?".

"No", me respondí. "Sólo quiero ver a Sally, a alguien que perteneció a mi pasado. Quiero decirle lo que debería haberle dicho años atrás, que a mi manera, en alguna época, la quise. Nunca se lo dije. Tenía miedo. En cambio, no tengo miedo ahora que ya no

"Eres un reverendo tonto", me dije.

"Sí", respondí, "pero ¿acaso no somos todos un poco tontos?".

Tuve que parar a descansar en el tercer piso. De pronto, frente al espeso olor de comidas antiguas, al percibir la susurrante y cercana oscuridad de televisores encendidos a todo volumen y al grupo de niños distantes que lloraban, sentí el súbito impulso

"Pero has llegado hasta aquí. No puedes dar marcha atrás ahora. Vamos, adelante", me dije. "Falta sólo un piso".

Lentamente subí los últimos escalones y me detuve frente a una puerta despintada. Detrás, se oía el movimiento de unas personas y la conversación de unos niños. Vacilé. "¿Qué le diría? Hola, Sally, ¿te acuerdas de los viejos tiempos cuando salíamos a anda

Levanté la mano y llamé a la puerta.

La abrió una mujer: era unos diez años mayor que yo, tal vez quince. Llevaba puesto un vestido de dos dólares que no le quedaba bien y tenía el pelo cubierto casi por completo de canas. La grasa se le acumulaba en los sitios más inapropiados de su cuerpo

Nos quedamos mirándonos desde la distancia de los veinticinco años transcurridos. ¿Qué podía decir? "Hola, Sally, estoy de vuelta. Ahora soy un hombre próspero, vivo en la otra zona de la ciudad, tengo un buen auto, una buena casa, estoy casado, con hijos

-Disculpe. Vendo pólizas de seguros.

-Lo siento. No necesito por el momento -respondió.

Mantuvo abierta la puerta por un momento, como si estuviese a punto de franquearse.

-Perdóneme por haberla molestado.

-No hay problema.

Miré por encima de su hombro. Me había equivocado. No había cinco niños sino seis en la mesa del comedor junto a su marido, un hombre moreno con el entrecejo fruncido estampado como un rictus permanente sobre su frente.

-¡Cierra la puerta! ¡Hay mucha corriente de aire!

-Buenas noches -dije.

-Buenas noches -contestó ella.

Di un paso hacia atrás y ella cerró la puerta, sin dejar de mirarme.

Me volví para salir a la calle.

Acababa de bajar los últimos escalones de piedra marrón cuando oí una voz que me llamaba a mis espaldas. Era la voz de una mujer. Seguí caminando. La voz volvió a llamarme, aminoré la marcha pero no me di vuelta. Un instante más tarde, alguien me tomó del

Era la mujer del departamento 407, con los ojos alterados y la boca jadeante, al borde de las lágrimas.

-Perdón -comenzó a decir, pero estuvo a punto de echarse atrás. Sin embargo, por fin se atrevió a continuar: -Lo que le voy a preguntar es un poco absurdo. Pero usted, por casualidad, no es... sé que no es posible... pero ¿usted no es Charlie McGraw?

Dudé mientras sus ojos escudriñaban mi rostro, en busca de algún rasgo familiar oculto entre tantos años transcurridos.

Mi silencio la hizo sentirse incómoda.

-No, realmente no pensé que pudiera ser...

-Lo siento, pero ¿quién era él?

-Ah. No sé -dijo, bajando la mirada y ahogando una risa-. Tal vez un novio que tuve hace muchos años.

Le tomé la mano y la retuve por un momento.

-Ojalá lo hubiera sido. Habríamos tenido mucho de qué conversar.

-Demasiado, seguramente. -Una lágrima rodó por sus mejillas. Dio un paso hacia atrás. -Y bueno, no siempre se puede tenerlo todo.

-No -dije, liberando su mano con mucha suavidad.

Mi suavidad la impulsó a preguntármelo por última vez.

-¿Está seguro de que usted no es Charlie?

-Seguramente ese Charlie fue un gran hombre.

-El mejor -contestó ella.

-Bueno, hasta pronto -dije por fin.

-No. Adiós.

Dio media vuelta, corrió hacia las escaleras y subió los escalones con tanta prisa que casi tropieza. Una vez en lo alto, giró con los ojos relucientes y alzó la mano para saludarme. Traté de no responder, pero mi mano lo hizo por mí.

Me quedé durante medio minuto como si hubiera echado raíces en la acera antes de reanudar la marcha. "Dios mío, logré arruinar todos los amores que tuve", pensé.

Llegué al bar justo cuando faltaba poco para que cerrara. El pianista, por alguna misteriosa razón, tal vez por no querer volver a su casa, aún estaba allí.

Después de dos vueltas de coñac y con un vaso de cerveza en la mano, le dije: -Haz lo que quieras, pero no toques ese tema que dice "dondequiera que haya ido, dondequiera que esté, si nadie la quiere ahora, entonces la quiero yo...".

-¿Cuál era esa canción? -preguntó el pianista, con las manos en el teclado.

-Una acerca de una tal... ¿cómo se llamaba?... Ah, sí. Sally.

Por Ray Bradbury

 

 

 

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