La semilla del Cardo simbolizando la siembra de cultura

Bibliotecas Rurales Argentinas

Gustavo Ossorio

Presencia Numerosa

Flor
Número del día
Anillo del cielo
Vivo espejo presente
Tus ojos
Espuma de luz
Sueño de estrella
Tus cabellos
Ala infinita
Agua disuelta
Brilla en tu llanura interior
Claridad
Cierta palpitación pasea por tu nombre
Una llama azul
Sostiene tu dulce rumbo
Alrededor de tus sienes
Se precisan los viajes del viento
Lámpara tenue
Ah la lejanía
Cada flor
Cada beso tuyo
En actitud de fin
De tu paso
Va desprendiéndose la noche
Como una gran edad

(De "Presencia y Memoria", 1941)

Permanencia Nocturna

En la garganta de la noche
Una gota de delirio
Al hombre no alcanza la fatiga de su sombra
Cada vez que el color nace
En un círculo de fuego puro
La voz de la noche
Se hace dulce acuario
Sometido al aire de los años
La sombra
El hombre
Los pueblos y su naufragio
La agonía del fuerte
La despedida del que nunca partió
Y nuevamente la sombra
Sufriendo la ausencia de su litoral
La manera de visión
Tiene una cadena
El desierto entusiasmo de su inmovilidad
Por su grito y su sal
El tiempo contiene ciertos nombres
La piel llena de estaciones frutales
Se apoya débilmente sobre el sueño
(De "Presencia y Memoria". 1941)

Convocación a Ser

A semejanza de la espina
Lejos sobre el ser turbado
Como la espina exactamente
Fija sobre el ojo ausente
En atmósfera de ir
He aquí mi iluminado lirio
Muerte completa
Por la lengua pasa a veces
El nombre o su sonido
Solamente él casi creciendo
Para alcanzar a doler
Qué gran voz entonces
Adentro y alrededor del corazón
Y cómo una espada de ceniza
Rompe y abate mi encendida sed
Esperanza y materia
Se podría quizás oír todavía
Su calor tan diverso y tan lejano
Pero es mejor pasar
O crecer o salir lleno de negra memoria
De puertas para viajar
O una estrella casi terror
De un día cargado de vidrios ardientes
Para esperar la pluma o el espejo cerrado
Pasar con un último ser sobre la frente
Visible y ya siempre lejos
A celebrar el tranquilo vapor
Que sube consigo mismo del cabello
O entra en el pecho mientras vacilamos
He aquí pues
El arma libre
El espacio puro para resplandecer
(De "Presencia y Memoria", 1941)

Helada Voz

Que vengan esos primeros sueños,
Que vengan con su quemante copa de voces,
No los recordaré
Porque mi cara es otra, y ya no hablo.
Entre tantos afanes,
He deseado que lleguen;
Que llegue, porque sólo es uno.
Y quizás vaya conmigo,
Con su vida fija pegada a mi cuerpo
Como una piel transparente.
Pero ya no lo conozco:
He estado solo, cavando en mi arcilla.
Sale el habitante con su libro de horas
Y se va por entre las cosas,
Con una figura inanimada.
¿Recuerdo, recuerdo todo?
En la noche que brota de la respiración,
Besando el camino pegado a los muros transfigurados.
Todo es distinto.
Desesperado, me maldigo
Porque nadie pasa por mi lado,
Y el fuego se hiela entre los ciegos sonrientes.
¡Ay, cómo volver a poseerte, fuego obscuro
Que yo sabía hallar!
¡Cómo rodear de nuevo la tiniebla, sin tocarla,
Hasta caer en el confuso patio
LLENO DE SANGRE!
¿Será preciso decir alguna verdad siniestra?
Yo no puedo, mientras mis días sean sutiles
Como un espacio de esperas.
No puedo, porque me preocupa la santidad
Y acumulo méritos para seguir muriendo.
No puedo,
Porque las piedras de mi casa crecen cada noche
Y ya no sé dónde estoy.
Pero ¿para qué seguiré escondiendo la visión
A todos los ojos?
Ella se adelanta a mi voz
Y dice a todos mi nombre.
A todos calienta con su mano encendida
Y en el día escandaloso,
En el corro de las presencias enemigas
Me denuncia y me abandona.
¡Qué falso brillo se junta en la bajada!
¡Qué ambiguo ser atraviesa por nuestra imagen
Para apagar el último cirio!
Los sueños hechos por ajenos dedos,
Y la puerta que de pronto se abre
Para dar paso al agua,
Y el atardecer ancho y fijo como sordo tatuaje,
Todo esto es lo que va a quedar sobre mí
Cuando desde el pozo profundo
Sólo vea una luna terrible
Y nadie oiga mis gritos.
(De "El Sentido Sombrío", 1948)

Celebración Oculta

Las cosas que ignoro suenan como una sal en mis sentidos.
Y mi muerte ronda con nombre supuesto
Escuchando los rumores terrenales.
Veo cómo a mi alrededor se sostienen
Sin dedos, sin habla, las visiones,
Y los prodigios que mi alma desconoce
Por una obscura escalera ruedan entrechocándose.
Por eso comprendo la dura luz que pasa
Y me roza para hacerme amar su fruto.
Difundo la gloria que recubre mi piel como un manto
Y voy alejándome de mi huella
Que ya no es posible reconocer entre mil.
A través de ardiente estrago miro
Y los sucesos de la noche retumban inmóviles
Para sellar la puerta firme.
¿Dónde te hallo?
Llena de ondas lúcidas,
Tus pasos dan color a los deseos
Y en mi corazón se levanta una imagen que me mira
Y luego se va, sin oír que la llamo.
Yo no sé qué secretos inmensos
Taladran los sueños con tu nombre
Desde que giras apenas visible;
Pero quiero irme,
Irme con tus ojos removiendo las partes del amor
Para borrar los estigmas.
Cada día descubro palabras que te revelan
Y nuevas marcas en el cielo
Que nos convierte en emanaciones resplandecientes:
Ante mí tengo tu fe
Y la piedra inmortal de donde vienes,
Tu dulce noche y el aire que sale de tus cabellos
Tengo tu llave y una figura
Que sobrevive a la interrogación
Y se deleita bajo tus manos.
En mi casa entro
Y allí, entre plumas y hondas aguas
Te oigo de pronto, detenida en el aire,
Con una nube para mi libertad.
Eres breve indescifrable
Y tus labios remueven el origen de las confusiones.
¿Para qué voy,
Cautivo y ejercitado en el porvenir,
Si tú me arrebatas a las cosas malignas?
Hay en cada soledad una desesperada lengua que arde
Y nos presagia símbolos inútiles
Pero yo acojo lo inalterable de tu voz
Y con ello la arena para abatir el terror.
Te vas hasta el límite más trágico de lo obscuro
Y yo quedo en el recuerdo
Sólo identificado por tu señal de estampa diestra.
Te vas,
Pero una codicia que roe mi corazón te atrae
Y entonces me amas con impetuoso estupor
En el gastado abismo en que las sienes
Castigan al rayo por sus violencias.
Acaso nunca sepamos quién llora para abrasar nuestros sueños,
Acaso nunca lleguemos a encontrar nuestro árbol protector,
Ni veamos su doble copa acallando con su arpa
El habla enemiga que cambia los rostros.
Henos aquí en edad de amar.
Henos aquí soberanos del delirio
Para igualar las jornadas y la ruina sorda,
Libres de los pies que agobian con su falsa esperanza,
Libres de la sangre que desencanta,
Con nuestra luz sin juicio,
Con nuestros cuerpos aterrados por la contemplación.
He aquí nuestro círculo oculto,
Nuestra tierra y nuestra entraña.
(De "El Sentido Sombrío", 1948)

La Jornada Perdida

Mientras camino, con mis manos desgarradas por sus muchos furores,
Voy viendo los muertos que se ocultaban en mi pelo.
Voy viendo sus sombras lineales que se descuelgan sobre mis huesos,
Sus entreabiertos costados
Por los que se escapa una luz húmeda.
Pesan mis dedos
Y el espanto tiene una figura conocida
Que crece como una corriente sin orillas,
Que va espesándose, roja,
Sostenida por mis ojos fijos,
Atenta a la tensión de mi alma que la contiene y la desea,
Por un mundo voy que no calma el misterio cotidiano.
¿Qué palabra digo, que la arena amenaza tragarme?
¿Qué compañía tengo que resplandece sin que yo la vea nunca?
¿Quién soy, que las estatuas caen derribadas si las miro?
¿Qué se apaga y declina cada vez que estoy solo?
Yo sacrifico mi mejor sueño
Para que mi pecho se cierre en el frío
Y se haga por fin la noche que espero
Una ciencia completa aprendo para soplar sobre la tierra
Y segar de raíz la melancolía que entorpece mis pasos.
Pero no puedo distinguir el bien de la ruina,
Ni mis palabras que el espejo repite,
De las visiones que me acosan para conturbarme.
Mi enseña veo igual a las de mis enemigos.
En balde, pues, paso volando por sobre el árbol consagrado.
Mis labios murmuran un nombre que nadie lleva
Y el miedo se establece entre mi ropa y mi piel.
Abandono el sol y el amanecer ya enfriado sobre las cosas.
Me voy en medio de vanas alegrías
Y dejo tras de mí un falso doliente que me imita.
He sido un ámbito gastado por su eco,
He sido perfecto como la sangre viva, sin saberlo.
Ahora quiero respirar apenas, para que arda todavía el estrago.
Un poder dentro de mí me excede,
Guía mis sueños y hace carne mi esencia bajo una gran piedra.
Mis goces veo como dulces llamas azules
Y la obscuridad se mueve para renovar mi sombra.
Todo esto ocurre y yo no puedo gritar.
Algo avanza adelante de mí y fortalece el recuerdo de las horas vacías.
Nada conozco ya en este lugar final:
Sobresaltos y fatigas regresan y se extinguen resonando
En el aire mío como una llave entre mis manos;
En el aire que es el mismo desde el primer azar, me miro
Y un hielo me echa entre las apariciones.
En el aire que junta mis actos
Me apasiono para establecer los días secretos
Y unas piedras hallo que alargan el vértigo para perderme.
No hay una pared sorda que acepte mi obscuridad sin llorar
Y yo me revuelvo contra la apariencia de las cosas,
Contra el movimiento y la memoria
Que cambia los nombres por ojos o por risas
Y a la muerte viste con un agua celeste para que pueda llegar.
Penetro gritando a la bóveda de plumas
Y de pie cayendo entre vidrios
Siento que una cara desesperada me mira morir
Sin alcanzar mi mano
Que empieza a resucitar en el recuerdo perdido.
¿Quién devora con ruido de dientes la tiniebla que habito?
¿Dónde estoy que tanta sangre veo y unas hormigas furibundas muerden mis
pies?
Sobre un bosque de duros puños floto
Y mi cadáver me sigue atado a un hilo que yo tiro:
Estoy muerto y deslumbrante,
Mi imagen es una compañía para el apagado nombre.
Entro y salgo de mí.
La lámpara yace con sus fervores en silencio.
¡Qué invisible entre tantos oleajes!
¡Qué destruido lleno de pelos, de algas, de pequeñas sombras!
¡Qué cabeza tantas veces vista tiembla sin sus palabras,
Sin su almohada, sin sus venas!
El terror administro por mi permanencia y mi seguridad
Para que nadie esté alegre y los perros permanezcan fuera.
Alguien hay en la puerta que contempla estas cosas terribles
Y calla.
(De "El Sentido Sombrío", 1948)

La Puerta Infranqueable

El día,
Arco cerrado, lleno de palpitaciones, de paredes, de armas
diversas, de respiración.
El día de hoy
Como una inexplicable estatua en medio del desierto,
Un día.
Y separadamente, la potencia libre y arbitraria de SER,
gran río de aceite entre la lámpara inicial y cualquier
dolor transparente,
Se está metido en el enigma,
La descolorida espina hinca su revelación o el amor
en la infinita soledad de la memoria fiel.
Un sol doméstico, brillante como un gran terror seco,
detiene la tiniebla en la puerta misma del grito,
El día, entretanto, se verifica, va dando vuelta su guante,
Hasta que un dedo de gas mueve el paisaje,
Y la cabeza cae sobre su imagen sin reconocerse.
Todo este terrible día he estado luchando contra el viaje,
Pero, pasada la obsesión, la fuerza de la corteza animal
podrá por fin más que esta polvareda oceánica de mi
inmovilidad y hará prevalecer la mentira de los padres
y los años.
Abro una muerte local para admirar el rayo al otro lado,
Soy infeliz ante el paso implacable que va multiplicando
palabras, ojos, cantidades, soledades, para destruir la
sombra; creando una densa atmósfera vacía como una caída,
neutra como lo que no se presiente a fin de destruir la
sombra, la sombra, verde refugio del miedo.
No puedo salvarme,
La salvación es el presentimiento de todo lo que veo sin
ver, de todo lo que palpo ajeno a mí, ajeno a YO, en la
isla; de todo aquello que nadie dice, pero que yo oigo; de
la acción ordinaria que no alcanza a caer bajo la
conciencia del fin propuesto,
No puedo salvarme, porque obscuramente en mi voz, en el
suelo que piso, surge una realidad TRANSITORIA y es
imposible desechar, desconocer su yugo;
En una visión estrábica se amalgama simultánea de
tradición y sueño, de anécdota de relleno y negra espuma:
surge, sale hacia arriba la manifestación de lo definido;
Los días propios con su cara especial, sus gestos, sus
cosas, sus subterráneos con olor a subterráneo; y sus
innumerables casas, llenas de GENTE, de loros, de
cordeles,
No obstante, algo permanece siempre, en mudo desafío,
Enclavado y encuadrado, cercado y hecho de una desesperante
lógica,
Sobrenada la realidad DE VERAS, lisa y llanamente: mi mesa,
De lo que indudablemente deriva un contenido pavoroso de
FORMA, de SONIDO, de acritud temporal y espacial a causa de
la abstracción JUSTA de su otro ser necesario, igualmente
duro e indiscutible.
Toda esta realidad que me grita al oído la derrota, la
amarra para siempre, la música del carrousel que siempre
es la misma y siempre embriaga y siempre empieza de nuevo;
esta realidad no es, después de todo, sino una débil gota
al extremo de un hilo.
No podrá durar mucho,
Y de este certero y anhelante esperar, de esta fugacidad
suya, sale el valor de lo que ven mis ojos, del agua que
bebo, de mi lecho.
De este esperar sale el temor al espejo roto, a lo
tremendo de la casa deshabitada; de esta fugacidad el olor
de cósmica corrupción que hiere el olfato cuando la noche
se mueve sola por las escaleras,
La gota no cae; no puede caer nunca,
¿Esto lo sé?
Pero la angustia aumenta, oprime, y los amigos hacen como
si nada advirtieran, como si nada hubieran nunca sabido
de la imposibilidad de ver, oír, decir, SER, como mera
manifestación objetiva.
La sangre-y esto es cierto-nada sabe,
Su paciencia secular, su roja ceniza, la celebración del
fuego de siempre, su fatiga y su desnudo secreto, siguen
para siempre animando el vértigo del hombre ciego,
La tremenda brega supone dos caminos,
Uno acontecido ya, antes de su origen como verdad
permanente: el mar, tal y cual lo vemos y amamos; el aire
geográfico y definido; las ideas y las primeras piedras;
los zapatos que a diario se fabrican; el dolor del
proletario, su esperanza roja; la voz de Aída Díaz; el
dulce arroz en su pantano; el tranvía y su contenido
indescriptible; las manos con su expresión para cada
circunstancia; el ser tangible de las cosas.
Un segundo camino define el ansia de disecar la angustia,
Que determina la función de mi ubicuidad que duele,
o sea: la resistencia al viaje.
Aún resisto,
Aún me hallo en la encrucijada, dilatados los ojos hacia
los lagos interiores, con la ausencia organizada, hecha
dogma y frío definitivo,
El grito hecho piedra se cae a algunos metros de la voz,
Alguien rompe la noche con un terrible paso de tiniebla,
¿Yo mismo?
Yo mismo, el andamio, el sustento, la base, lo que RODEA
a lo de adentro,
Específicamente otro, sin justificación posible ante mi
forma, ante lo inmediato químico fisiológico de mi
economía viajando, yéndose hacia un carácter primario
de la vida o lo que sea,
Una mano se alza y bate su bandera,
Mi realidad para el minuto de indecisión ha terminado,
Ha terminado en el instante mismo en que mi sombra, la
sombra amada tantos años por mí, arrastra en pos de ella
CON MANO FIRME el péndulo perdido de mi deseo, para
cerrar el círculo.
(De "El Sentido Sombrío", 1948)

Tengo a los Dioses Cerca de Mí

Tengo a los dioses cerca de mí. De nuevo estoy entre

mis cosas, entro en su posesión.

Sin embargo, aguardo a que alguien me traiga mi mejor

vestido; y que hasta el fin multiplique su sabiduría

para conocerme y sepultar lo viviente.

Como el adúltero que espía en la noche y dice: ¿No me verá

nadie?, así también yo espero el fin de la luz

para arrebatar la fruta con mi mano ávida.

Me aparto del camino y torno a él sin redención.

El tiempo azota mis furores y mucha gente enmudece sólo

de mirar mis llagas.

¿Qué justicia esperar si cada cual es sordo y en mucho

aturdimiento gime solo?

¿De dónde ha venido que aún vivo entre alianzas y

abatimientos?

¿De qué piedra lóbrega y sin santidad llegué, que el

corazón sin descanso recuerda mi obra deshecha?

¿Dónde está mi parte?

Mi espera se prolonga como un temor, mi voz tiembla

porque en la tierra despoblada no hay nada limpio

y a cada paso mío dan mis pies con huesos ennegrecidos.

Pero esta tierra es todo. Aquí nací. Aquí muero. En

ella me miro y grito.

De los sembrados a las aguas; del páramo hirsuto a la

heredad bien mantenida;

Del humo turbulento sobre los incendios hasta la nube

sola y por sí misma, esto es la tierra.

En ella conozco mi bien y mi fruto, y siembro y recibo

azotes, y envío mensajeros con tablas marcadas,

Y me envanezco porque estoy cautivo y asolado como

por un vendaval.

Pero las cosas que ocurren van acumulando arena y muros

y caras impávidas y padres aterrados de sus propias

discordias.

Las cosas que ocurren al hombre son su afrenta, su

montaña y el quebrantamiento de sus esperanzas.

Por eso comienza de nuevo a ver los caminos, y las

voces se hacen familiares al extremo de provocar

nuestras lágrimas.

Sí, hay de nuevo verdades y hojas trasparentes que

tocan nuestros cabellos mientras dormimos.

Y hay querellas, y hembras y varones que se miran sonrientes

para poseerse.

La vida se agranda debajo de la muerte.

Y esta misma asoma como un resecado cauce y ya no

oprime ni aflige, sino que se extiende como un

manto morado.

Para salvar al hombre de sus hermanos que quieren devorarlo.

De pronto una ventana se abre, donde estoy preguntando

a los que pasan: "¿Ya no conocéis la maldad?"

Y todos contestan algo, algo que yo no puedo comprender.

En sus gestos hay esencia y lodo justamente,

Son los simuladores que se llevan oculto el cofre de

la alianza.

Yo lo sé, pero no puedo revelarlo: irían transfigurándose,

uno a uno hasta descubrirme.

Me oculto, pues, en mi piélago, y mi corazón fragua

el espanto, para no quedar desarmado.

Pero como una corriente pasan, como días pasan los

desalmados impetuosos, todos confusos, todos hartos

de iniquidad.

Oigo atentamente sus conversaciones para desprender una

enseñanza, pero los dioses guardan para sí las

sendas encantadas, y mi fuego alimento en vano.

Cubierto de polvo estoy, pero mis ropas limpias de

todo contacto vil.

Mi lengua será cortada y atada con gruesa cuerda para

ahogar la perversión y la altivez.

Desde que fui morador de la tiniebla, nunca hubo un

tiempo de tanta calamidad.

Es tan frágil mi alegría, que basta oír en mi soledad

a alguno que niega su nombre,

Para que ella se torne en llorosa pobreza.

Otras veces, adormecido sobre el lecho, aparto de mí

mi obra, tomo un alimento sin corrupción.

Tengo que llamar a los inicuos que no pueden con sus

huesos;

Y multiplico mis panes, sin rehusar ningún nombre o

eco que me calme con su llegada.

Pero mi alegría es leve como un secreto desnudo y sin

rescate: se va como bestia herida entre vapores

y aguas densas.

¿He de reñir por esto con todos?

Yo sé bien que en mitad de mi desierto hallaré alguna

vez la casa,

Pero no sé si los días me alcanzarán para conocerla.

Aun estoy hablando y me espantan las palabras, porque

su imperfección atrae los objetos nefastos.

Decae mi confianza y al punto surgen las distancias

como espantosos vértigos.

Salgo de mi, y mi vida sólo queda en el rostro de todos

los que me conocen,

Pero yo no puedo recibir ya los besos,

Y en una esquina de ciudad desconocida, atisbo la pasada

de los muertos prudentes, para que limpien

mi piel de vanidades malignas.

Ahora cierro mi boca, y me alegro en medio de la ceniza,

¡oh medio día gris y sordo donde sólo ella puede

florecer!

Quito mi calzado y cautelosamente salgo a sorprender

las señales.

De sima en sima voy, descubriendo antiguos nombres y

cifras que hacen sutil mi tacto, diáfanos mis dedos.

¿En qué me apoyo?, ¿cuál es mi sustento?

Fundo mis pasos en piedra dura, pero cada uno deja en

ella algo de mí, me disminuye y me gasta.

¿Se espera algo de mí?

¿Alguien, una mujer quizás, con cabellera flamígera,

aguarda mi pasada por el recodo conocido?

¡No tengo pruebas, ay, no tengo pruebas; y todo me

grita que voy solo, sin hombres, sin pájaros, sin

leones ni corderos, por este desfiladero fragoso!

Y mis uñas son aliadas de la furia.

Y ellos y ellas de consuno conspiran para mi extinción.

Los ojos están hechos de caminos siempre rectos.

¿Cómo no morir de terror si vemos que nuestra imagen

nos sigue gesticulando, porque sólo hay verdad en

el círculo que cierra nuestro oriente perdido?

He aquí que me he atrasado con mis años.

Ya no soy el mozo que alzaba su azada para hender

próspera tierra;

Ya no siembro prodigios, ni mis voces resuenan jubilosas

en el valle verde.

Me acomodo en pequeños recintos, con el aliento contenido,

y reclinado sobre jergones negros.

Un dulce sopor invade mi sangre y las estatuas lunares,

tan trabajosamente labradas, con despojos y

sombría nieve, van fundiéndose en terrible silencio,

una aquí, allá otra,

Todas obedientes al soplo final.

Sin brazos, sin agonía, se precipitan al fin.

Como si el mundo no transcurriera ya

Y sólo la memoria, como una chispa eterna, concentrara

el aliento de los hombres tristes.

He viajado con ángeles cargados de peces vivos,

Y con niños opacos que sólo una vez han tocado el delirio.

Nunca hablé con ellos.

Nunca bebimos juntos un vino dulce.

Nunca vi cómo hollaban los montes y los collados y las

planicies innumerables, ni las duras ondas, con sus

pies sin huellas.

Nunca supe sus nombres, y mis lágrimas ardieron más de

una vez ante su soberbia.

En mi frente sólo tengo el azar de sus caras siempre

nuevas, con unos destellos metálicos,

Y un recuerdo de sus carcomidos trajes, hechos de filamentos

transparentes.

Ay, desnudos compañeros, ¿soy yo acaso el mismo que

veis?

¿He despertado acaso en el fondo de un horno lleno de

herrumbre y no me lo queréis revelar?

¡Empero nadie os puso en mi camino para vigilar mi juicio!

¡Nadie os dio de comer en mi plato, ni ejercitó vuestros

relojes para contar mis minutos!

¡Y os tengo aquí, ante mí, a mi lado, no me abandonáis

un instante!

Pero ya no os diré nada más, porque sé que vais aliados

por el temor a mi piedra recia;

Porque teméis también a mi amor, que os quita la sombra

que acaparabais ilegalmente;

Y en la hora maligna, cuando mi cabeza esté a punto de

estallar como un trueno terrible,

No querréis decirme dónde está el manantial sagrado, ni

me acompañaréis a bien morir.

¡Ah, qué soledad!

¡Y qué rígido pliegue hace mi capa si por un instante

me detengo a buscar el plano de mis tesoros ocultos!

¡Qué flor llena de insectos negros se levanta de entre

mis recuerdos si pienso en la carne omnipotente!

No es algo más terrible que yacer confundido entre los

cerdos; es más bien como si unas alas recortadas y

sangrantes dieran saltos en un rincón de la casa.

Muchas cosas hay que esperan mi mano y el destello mío

para ocupar su lugar justo entre las otras.

Es su vida, que yo llevo oculta entre mis muertes.

Es la pequeña vida menor, que no está ni habita en

morada alguna hasta que mis dedos hagan el pase

mágico sobre su ausencia y mi aliento le dé nombre

y un habla que la distinga.

Es también la existencia gigantesca que me anonadará.

Llevo en mí su principio, siento en mí su poder; y mi

poder es no darle el día, ignorarla, llevarla y traerla

como una sortija tapada siempre con suave guante;

Hablar de ella en una lengua extraña, no mirar sus altos

muros, ni sus rocas, ni sus lagos.

¡Seres raros que llegan y desaparecen sin ser nada!

¡Seres entornados como inútiles puertas que yo no alcanzo,

llenos estáis de mis olores y mis gestos!

Hay una edad moza y unos años provectos: en una se alzan

los vaticinios como árboles furibundos;

¡En la otra ya está todo recordado, ay, y es como un

testimonio de la entraña sin salvación!

¿Por qué habré de llamar en mi ayuda a gente enigmática

y cubierta de negros velos?

Yo estoy solo, metido en un nido de cañas consumidas,

Pero los hombres que me miran desde sus montañas no

son fieles a su origen,

No comprenden por qué perezco sin llamarlos,

Soplan sobre sus luces moribundas y se quedan dormidos

en el camino, sin temer a los despojadores nocturnos.

¡Ay, hombres que se funden como cirios reblandecidos.

Hombres con rostros demasiado próximos o demasiado remotos.

Hombres instruidos en las prácticas infernales, movedizos

y ágiles como perros de circo!

Un día llegará en que todos caigan como terrones húmedos

y queden deshechos y negros...
(De "Contacto Terrestre")

¿Qué es lo Cierto?

¿Qué es lo cierto?
La voz es un temor que devora.
La voz existe sin signos, sin fuego, como un desfiladero
natural en el seno del abismo.
En los días y en las noches, las horas nos engranan
como un mecanismo enigmático, como si lo inefable
resplandeciese y un escudo cubriera de estupor nuestro viaje.
Descubro que hay un mundo lleno de aguas aparentes
Que yo miro desde lejos, porque no sé romper el hilo
confuso.
Miro desde lejos porque hay mucha vida reposada, muchas
caras que denuncian las sordas campanas
Y ya no puedo soñar, porque creo:
Ni puedo esperar, porque levanto un sello, sólo uno
y cuento mis días ordenados en el arca.
Mis ojos son una marea animada por la turbación;
Mis ojos asidos a un calor que va quemando sus memorias
Desandando todos los duelos para quedar en extraña permanencia.
Pero grito, ardo, cubro de lágrimas mi desnudez sombría;
Y no hay mano que toque mi cabello ni quién conozca el
país en que desbordo mis cantos,
Ni pie que tiemble al contacto de la tierra.
Era el tiempo en que todas las puertas permanecían
selladas
Y se podía ir y venir por el aire sin que un estertor
nos transfigurara en carne macerada:
Con una alegría rebosante y un sueño fijo o presentido,
yo huía sin saberlo;
Huía de un aceite que seguía mi rastro como diestro
perro nocturno, contaminando el vacío,
Y seguido a su vez por fieras avezadas en el mal.
Mi quimera entraba y salía del tiempo, estaba en su
lugar natural,
Se nutría de hechos comunes, de años prohibidos, de
sales duras, sordas.
Y mi alegría se consumía adentro del reloj detenido en
un breve espacio negro que enseña la perseverancia.
En adelante, me dije, yo mismo seré el círculo y el
árbol,
Yo mismo entraré en el silencioso nombre de las cosas.
¡Yo mismo! He aquí que hallo un cuerpo lacerado, que
sólo sabe temblar,
Un cuerpo polvoriento que cuelga de la sombra, fiel a
su unidad con la piedra de su origen.
¿Qué toca mi mano cuando tu mano toca el límite?
Ciego estoy, y nada me calma.
Oigo que un mar que me ama crece y crece, y será él
quien arrebate mi última tabla, sin saberlo.
Ciego estoy, y quiero ver la destrucción;
Quiero ver como se mezclan las semillas de estos hombres
que pasan sin rozarme.
Quiero ver la palidez de mis muertos, sus sienes sin
horas, sus caras fugitivas, permanentes, tristes,
Hacinadas en el corazón como una ruina que arde para siempre.
Vivo de un labrado antaño, de un detenido azar, de lo
que he dejado olvidado en los rincones.
Vivo debajo de las torres que mi memoria alza, conducido
por signos nefastos.
Gozo de un prefecto aire que hace castos mis dedos;
pero delante de mí se despeña la casa.
Hay una sima en que la resurrección debe tener su ventana,
la llama su prodigio y la muerte su manto perdido.

 

 

 

Retornar a catalogo