La semilla del Cardo simbolizando la siembra de cultura

Bibliotecas Rurales Argentinas

PALABRAS PRELIMINARES .. QUE NO PASAN

"Vísteme despacio, que voy de prisa"

Al escribir este caso policial comprobé, por primera vez y fehacientemente, que dos individuos todavía viven en mí: un joven e impetuoso investigador de asesinatos, testarudo inspector-jefe, que me sigue llenando de recuerdos a través del humano tiempo y Sin embargo, enjuiciando a posteriori, lo escrito, algo me ha quedado muy claro: este oficio no se aprende en escuela policial alguna; no pasa de ser un simple rol que nos ha sido dado, rol que se desarrolla lenta y durísimamente entre crímenes y criminal

Inspector Cortés.

Capítulo Primero

¿QUIEN DIO LA ORDEN?

-"Mono", te llama el jefe máximo.
Subí hasta el segundo piso del Cuartel de la Policía Civil pensando en la milenaria frase de Kang-Fu-Tse, a quien los jesuítas llamaron, en latín, Confucio: "El hombre es bueno de nacimiento, pero los negocios lo hacen malo". Encontraba que la explicación Me presenté a mi jefe con el conocido y gastado clisé:
-A sus órdenes, señor.
La "hondísima causa" seguiría esperando.
-¿Conoces las Termas de Panimávida?
-No, señor.
El moralista chino se preocupaba del amor, del mutuo respeto y de la obediencia, Si, por allí podría explicarse el que no viera la causa auténtica de la humana conducta.
-Las conocerás.
-Ojalá, llevó algunos años... Perdón señor.
-Una mujer denunció, telefónicamente, la, según ella, "extraña muerte" de un joven atleta apellidado Jones, Fred Gerald; ocurrida, hace algunos días, en ese lugar.
Postergaría a Confucio. Al parecer, debía seguir en el siempre pesquisable reino del poeta Dario: "Solo el alma de la bestia es pura". Tal vez esa "extraña muerte" aportaría nuevos antecendentes a mi ya abultada colección de aberraciones.
Mi cabeza perdió altura y me puse, encuclillado, a arañar el nuevo caso:
-¿Dónde está el cadáver? ¿Quién es la denunciante? ¿De qué murió Jones? ¿Cuándo ocurrió? ¿Cómo lo supo ella? ¿Fue acaso un asesinato público? ¿Por qué debo ir yo? ¿Quién...?
La voz del "máximo" me interrumpió con dureza: ventaja de los altos cargos políticos:
-¡"Mono"! Perdón, Inspector Cortés - había bajado el tono -, no me interrogues a mí, bien sabes que no soy policía y que estoy aquí a petición de mi compadre González Videla, el Presidente de la República. Irás porque lo ordeno.
-Es que tengo casos pendientes, señor.
-Sí, escribir cuentos policiales, hacerles letras sucias a las canciones antiguas, jugar a las cartas, hacer el amor; ir, los jueves, a la masonería y los viernes al box; discutir con poetas y leer filosofía.
Sin duda me conocía demasiado bien y mis compañeros no eran precisamente mudos.
Me rasqué la barba, recién afeitada, porque los reflejos siguen siendo inconscientes. Pensé inútilmente en una salida: éramos amigos. "El caso del Tucho Caldera" nos unió por vida, me había visto "pensar"...
-Anda, "Monito", sé que te entretienen los crímenes. Será un rojo juguete nuevo para ti. Cuando termines la investigación iremos, como siempre, a beber cerveza al "Munich" y me la relatarás. Tu vienes llegando de USA; algo habrás aprendido en el F.B.I. -Además, la cerveza ya no me está gustando, prefiero el jerez.
-Ya. Te fuiste a la tuyo. Te daré, como siempre, carta blanca. Cuidado con meter las...
-Sí, señor.
-Tendrás, por adelantado, los viáticos necesarios. Elige los hombres. Saldrás ahora mismo. Suerte.
-Perdón, señor. ¿Cual es la razón de su grandísimo interés?
No contestó. Después supe que ningún mortal pudo haberla sospechado...
Elegí a Erasmo Cárdenas, un joven inspector provinciano que venía llegando de Inglaterra. Después de ver y oír a los inolvidables policías ingleses le haría bien volver al crimen chileno.
-Nos "entretendremos", así calificó "el hombre" el asunto. ¿Cómo sabes si acierta?
"Cabestreó". No es fácil sacar a un hombre de sus funciones diarias: dirigía la Policía Internacional.
-Iré. Bien sabes que el crimen no es mi fuerte.
-No importa, yo entiendo menos.
A pesar de decir estrictamente la verdad, ambos reímos porque éramos jóvenes.
Nos despedimos de nuestros respectivos hombres y tomamos las maletas que todo jefe policial, previsor, siempre tiene en el cuartel.
Linares: 300 kilómetros al sur de Santiago. Nos turnaríamos en el manejo de mi vehículo que nada, excepto una oculta sirena canadiense, tenía de policial.
Gran Avenida y San Bernardo, para mí, para Erasmo y para montones de santiaguinos, seguían siendo la capital. Ambos sabíamos que, entre San Bernardo y el pequeño pueblo de Nos, estaba el verdadero camino al sur, que allí empezaría el sortilegio de lo que Desde que uso mis ojos los árboles de Nos están entrelazados, formando un viejo arco vegetal. Salíamos de él y se nos venían todos los verdes encima cuando Erasmo comentó:
-Debe ser importante el caso para que "el hombre" te haya mandado a ti, "Mono".
-¿Quién puede saberlo? Siempre los crímenes han sido calificados así por la persona-víctima o por la persona-víctimaria, por ambas, o bien por las extrañas formas de matar usadas por algunos asesinos excepcionales.
-¿Siempre y solamente asesinos?
-Sí. El homicida es elemental. El asesino lo sobrepasa porque encauza los instintos por canales de cultura reflexiva buscando la impunidad, ese y no otro es el significado de premeditación. A veces la simple repetición de crímenes, impunes o no, hacen qu El automóvil era una bala gris atravesando el aire y el tiempo.
-¿Por qué?
-¿Por qué, qué?
-¿Por qué te atrae tanto? Tú le estás dedicando la vida.
Para desprenderme de las cambiantes esmeraldas vegetales del paisaje, cerré los ojos y los mantuve así hasta que formas y colores se diluyeron delante de la oscura cortina de delgados tejidos: las que ya habían penetrado en mi cerebro se estaban archivand -La muerte criminal, premeditada, sobrecoge el ánimo y no sólo parece sorpresiva, también parece ser sobrenatural porque excede, en mi opinión, lo poco que conocemos de las llamadas fuerzas naturales. Es allí, en el para mí, inexplicable exceso, donde tod Abrí los párpados y vi plomizas las hojas y los tallos de las plantas: un camión había abandonado el cemento y sus ruedas laterales lo envejecieron todo, hasta mi visión. Erasmo tuvo que disminuir la velocidad.
-Lo que dijiste sobre el asesinato es casi un desafío a mi inteligencia. ¿Que es lo que estás pesquisando?
-Las verdaderas causas: he juntado demasiados muertos, estoy cansado de interrogar asesinos que se desinflan, que no pueden razonar sobre lo que han hecho; pero aún tengo esperanzas.
-¿De qué?
-De averiguarlo.
-¿Qué necesitas?
-Supongo que un criminal que transite por el crimen como lo hago yo.
-¿Qué harás entonces?
-Lo ignoro. ¿Como podría saberlo? Tampoco sé lo que haría con una estrella o con un arco iris enteramente lila...si ambos fenómenos cósmicos estuvieran al alcance de mis manos.
-¿Cómo puedes poetizar sobre el crimen?
-No soy víctima ni victimario y tengo muchas dudas sobre mi condición de policía.
-¿Por qué?
-Mi querido Erasmo, el oficio viene después, siempre el hombre es lo primero.
Desde lejos vi un pequeño árbol. La asociación mental fue: leguminosa, sensitiva, mimosa. América Central, contracción, corola amariposada, y luego: mimosa sensitiva, púdica, casta, pudibunda, palpitante.
-¡Párate!
Erasmo frenó bruscamente:
-¿Qué ocurre?
-Ver un árbol. Ya es sólo un recuerdo. Gracias.
Seguimos.
-¿Qué te pasa "Mono"?
-Nada. Viajo.
-¿Conoces Linares?
-No. Siempre he pasado por su orilla rumbo al sur o de regreso. ¿Tú?
-Tampoco. Por recuerdos históricos sé que en su plaza de Armas O'Higgins dio su primera batalla por la independencia.
Erasmo siguió haciendo sonar en mis oídos voces que oía por primera vez, todas sonoras, cargadas de vocales: Putagán, Gusiquilivé, Longaví, Auque. Indígenas, sin duda, pero mi mente seguía en "crimen", extranjera voz-problema que me ha separado hasta de pueblos.
Siempre caigo en ella, es una voz "estación" que llevo conmigo; voz vieja, irritante, mil veces desnudada, escrutada en sus pliegues de sombra, conocida; mil veces vestida en forma extraña, desconcertante, atormentadora. La conocí en Chile y la seguí por -¿Me estás oyendo, "Mono"?
-Sí.
Indicio es signo, carácter diferencial de todo lo que existe.
-Eres un empecinado. Creo que estás pensando en otro árbol.
-Sí, en uno tan frondoso que no nos ha permitido llegar a conocernos.
-¿De que hablas ahora?
-De Cicerón. Decía: "Hay quienes consideran un crimen el que yo viva".
-¿Te refieres a ti o a él?
-A ambos. El romano me enseñó a pensar y puedo resultar, por ello, peligroso para más de un asesino, siempre y cuando esté en la onda.
-¿Qué dices? ¿A cuál onda te refieres?
-A las de las mimosas: receptivo al contacto.
-¿Te enseñó por correspondencia?
-Si, por "Epístolas". Una lejana pariente mía desciende de la familia Tulia (famosa familia romana).
-Ya estamos por llegar a Rancagua. Supongo que iremos al Museo de la Patria Vieja.
-¿Qué es eso?
-Cuadros, uniformes, armas. Todo auténtico. Es parte de tu historia.
-No. No tenemos tiempo.
-Pero si ni siquiera saben en Panimávida que ya estamos en viaje.
-No lo creas: Don Lucho debe haberse comunicado con la vieja de la denuncia y debe estar esperándonos.
-Al menos le echaremos una miradita a la "Plaza de la Cruz"
-¿Qué?
-A una plaza, ignorante, con ocho esquinas.
-No.
-¿Vas a seguir con Cicerón.?
-Sí.
-"Mono", yo no salgo nunca y quiero ver, siquiera, la casa del guerrillero.
-No, Erasmo. Vienes llegando recién del extranjero. Nos espera un cadáver. Además, necesito pensar un poco. Olvida la historia y la geografía. Esto no es un paseo.
-Si olvido la historia no sabrás lo que es "Terma".
-No me importa, yo sólo me ducho.
-Eran los baños públicos de tus romanos y no pasaban de ser manantiales de aguas calientes; son frecuentes en zonas de volcanismo atenuado. Caracalla construyó las termas en Roma.
-¿A qué pudo ir un hombre joven y sano a un lugar así? Las termas son lugares para viejos o enfermos o viejos y enfermos.
-Pudo estarlo. ¿Cómo sabes que era joven?
-Lo dijo "el hombre". A la señora de la denuncia tendremos que interrogarla largamente. ¿Por qué sospecharía de su muerte?
-Muchos enfermos mueren.
-¡Gran frase! Todo lo que vive, exceptuando el espíritu humano, muere...
-Thermé, del griego: calor.
Erasmo empezaba a contagiarse.
-Fred Gerald Jones... Sus nombres y el apellido suenan raros para nosotros.
-Claro, estás acostumbrado a comer piñones y a beber chicha, a tomar agüita de boldo cuando te duele la "guata", y...
Me reí de buena gana escuchando al asesino.
-¡San Fernando! "Mono", capital de la provincia "guasa".
-No es la única, vienen otras. Puede que veamos las aladas espuelas de plata de los jinetes rayando el aire entre quillayes y peumes...
-Tendríamos que salirnos del camino.
-¿Jones? No nos detendremos.
-¿Inglés o americano?
-No lo sé. Pudo nacer hasta en la China. Esos nombres engañan mucho. Si lo hubieran asesinado a la vista de la vieja... No, lo habría dicho. Esa señora no parece guardar secretos.
-¿Cuál señora?
-La anónima denunciante. ¿Cuántas horas o días habrán transcurrido? Es verano y en la provincia de Linares la temperaturas son altas, sobre 32º grados. Avanza mucho la putrefacción, tendremos dificultades para...
-Deja a la infidente señora tranquila. Dijiste que nos entretendríamos, por eso vine y te lo pasas pensando en el crimen. ¿No puedes pensar en otra cosa?
-Sí, por ejemplo, descarto las armas de fuego: meten mucho ruido y las punzantes, cortantes y punzo-penetrantes son evidentísimas. Algunas contundentes también lo son. ¿Qué nos queda?
-No tienes remedio.
-No. Si es crimen... tóxicos, venenos o una asfixia mecánica, suave.
-¿Nos detendremos en Talca?
-Sí. Necesitamos bencina. La vieja debió conocer al jóven y como el crimen no fue evidente debió ver el cadáver o saber de él. ¿Por qué no se dirigió a la policía local? Nosotros tenemos allí una Comisaría. ¡Que vieja! Consideró crimen el total de sus pr -No olvides que la inglesa Agatha es viejísima y que de crímenes y criminales de novela sabe kilo y medio.
-No, no olvido a esa escritora: libro a libro me ha probado que es sólo una octogenaria evasión de la realidad. Vive del crimen imposible, auténticamente cerebral; debe tener confundidos a sus lectores ingleses. Esto es otra cosa. ¿Qué fue los que vio y -Ya lo sabrás "Mono", falta muy poco. No te atormentes.
-De día, evidentemente. ¿Por qué la llamó vieja? El "Dire" habló de "una mujer". Ah..., la edad de don Lucho y las termas.
-Estás mal porque no razonas bien: tienes olvidos en los planteamientos y es lo peor que puede ocurrirle a un investigador.
-Esa mujer no se mueve de allí. ¿Estará invalida? Son solamente veinte kilómetros hasta Linares: sitio del hecho muy cercano a una población importante. No le teme al criminal.
-¿En qué quedamos? ¿Le teme o no? Temor y distancia corta entre unas termas y una ciudad grande no parece un razonamiento lógico: cien metros o menos puede ser mucho espacio para una inválida.
-No, Erasmo: puede gritar, romper un vidrio, tocar un timbre. Termas no significan desierto inhabitado. El criminal no es cliente ni empleado de ese establecimiento. Si la vieja es inválida y no se ha ido, el criminal no es de ahí y no tiene cómplices en Talca.
El valle central es un poco más ancho.
-Maneja tú. Me aburriste.
Llenamos el estanque de gasolina, hicimos ver el aceite, el agua destilada, lo de siempre y seguimos.
El camino, una huincha de cemento siempre angostándose y siempre abriéndose. Las vacas y los árboles "pasaban" rápidamente: "iban" hacia el norte. Mujeres, niños y casas se estaban convirtiendo en proyectiles laterales, entraban y salían del ancho escena -No corras, "Mono".
-No. Sólo pienso.
-Hazlo en voz alta; de todos modos este paisaje, verdadera exposición al aire libre de dibujos infantiles, es menos entretenido que tú y tus disparates.
-No, porque el crimen no te interesa; además, estoy entrando en zonas delicadas...
-¿En las entrañas de la vieja? ¿Cómo són?
-Los ingleses te hicieron mal. En la organización de ese hotel tienen que tener un médico, luego, ese cadáver debió ser examinado por un profesional. Si ese médico no vio nada anormal o sospechoso y el médico es normal, el asunto empieza a complicarse. ¿ -Es provincia, Carlos.
-La obligación es la misma aquí o allá.
-Sí, pero los profesionales son distintos: Santiago siempre ha tenido a los mejores porque presenta mayores posibilidades económicas y mejores técnicas.
-Sí, creo que sí; pero, por malo o deficiente que sea un médico, tiene que distinguir una muerte normal de una que no lo es. Cierto, en la capital hay concentración de todo, a ti, por ejemplo, te trajeron desde Aysén.
-¿Y tú?
-Yo nací en Santiago. Nací concentrado, me fue fácil.
Linares se hizo anunciar con millares de árboles centenarios que violentamente se nos vinieron encima. Giré hacia la izquierda. El verde, gateando, subía la cordillera y parecía arañar el blanquiazul del cielo.
Disminuí la marcha hasta casi detenerme. A veces soy irreverente, es cierto; pero, aquello era la misma procesión del verde, de todos los verdes que conocí de niño, con ella en las pupilas, aprendí a bajar y a subir los tonos de mi escala agrícola con la -¿Qué pasa ahora?
-La infancia y parte de la adolescencia.
-¿No eres santiaguino?
-Sí, lo soy, segunda generación, Erasmo. Las gentes de mi madre eran vascas de estos lados. Mi ojo izquierdo, la mitad inferior, es campesina, con ella busco y encuentro nidos de diucas, moras, campanitos; con la mitad inferior de mi oído izquierdo escuc El aire venía tibio y limpio, venía de acurrucarse entre los arbustos, de hacer sonar las espuelitas de oro de los álamos altos, de golpear la dura corteza del mañío, de saltar raulíes, robles y cipreces. Tibio aire cordillerano, mensajero de los Pasos d Subimos al auto. Erasmo Cárdenas empezó a mirarme de distinto modo y usó otro acento en su lenguaje al decir:
-Te entiendo, Carlos. Es una lástima que tus abuelos no hayan nacido en Coyhaique; sin embargo, es lo mismo: a ti y a mí nos une la tierra, con una diferencia: tu eres un hechicero de la zona central.
-¿Siempre se llamó Linares?
-No. Cuando Ortiz de Rosas, allá por el 1700 y tantos, dispuso su fundación, la llamó "San Javier de Bella Isla". Fue don Ambrosio O'Higgins, el irlandés al servicio de España, quien más tarde la denominó "San Ambrosio de Linares". Pasa con casi todos lo -Parece que sí, te gusta la Historia. ¡Que quieto parece todo! Quieto y pobre. Demasiadas ojotas en los adultos y ni eso en los niños.
-Los campos se ven bien trabajados.
-Son los terrenos caros, los cercanos a la ciudad.
-¿Iremos a la policía?
-No. La vieja no lo quiso así y tampoco "el hombre".
-El comisario de Linares se va a considerar atropellado en su propia jurisdicción.
-Me tiene sin cuidado. Siempre están "los jefes" esperando que uno comparta lo poco que sabe y lo que piensa con ellos. Viven en el mundo de la jerarquía oficial que jamás ha tenido ni tendrá valor alguno, al contrario, entorpece todas las iniciativas út -¿Te molestan?
-No, Erasmo. Estoy acostumbrado a no considerarlos. Soy policía, nada tengo que ver con la diplomacia ni con vida social en los cuarteles.
-Por eso es que te has ganado a más de un enemigo.
-Son útiles, le permiten a uno conocer su propia y real fuerza. Siempre me he apoyado en mi oficio y si todavía no me echan es porque me necesitan: los crímenes, desgraciadamente, no se solucionan con cuñas políticas o acuerdos de partidos y, como son g -¿Tienes amigos políticos? A veces son necesarios.
-No. Ni uno solo y los que fueron ya se desilusionaron. Mis amigos se cuentan con los dedos de una mano: hombres y mujeres que pintan, bailan escriben, estudian, discuten, viajan, siembran, construyen, sueñan y aman. Un grupo que se autogobierna por el m Le dimos una vuelta a la plaza y nos detuvimos a mirar y a hablar: un banco solitario, niños, perros quietos, casas grises y bajas. La pereza se descolgaba de los árboles y tenía todas las puertas cerradas.
-¿Cuál es la ideología de tu grupo?
-El simple análisis del porqué de las ideas, características, leyes y especialmente el origen: hombres, lugares y circunstancias en las que aparecieron.
-¿Por qué lo hacen así?
-Porque todo humano posee la facultad de llegar a conocer la esencia de las cosas y las relaciones que se establecen, de uno u otro modo, entre ellas.
-¿No te agrada la política?
-Soy policía, no te olvides.
-Yo también.
-Lo tuyo es distinto. Yo pesquiso asesinatos y en los dos roles principales: víctima y victimario, así como en los laterales: cómplices y encubridores, siempre han aparecido y aparecen militantes políticos de todas las marcas, así como independientes. Pa -¿Quiénes te gustarían como gobernantes?
-¡Uf!
-Perdona, es que me interesa mucho tu opinión y tiene que ver con la policía.
-Los mejores.
-¿De dónde salen?
-Ya te lo he dicho: del mejor hacer. Mostraron que eran los mejores en dura competencia con casi iguales.
-Un ejemplo o aclaración.
-Si dispones de medios y te duele una muela o el estómago, irás a consultar a un especialista; si el caso es serio buscarás al de renombre. Pasa en todos los oficios y profesiones.
-Una clase privilegiada, sin duda.
-Sí, sin duda. Gozan de una clara inteligencia y de una razón debidamente entrenada en sistemas de verdades generales que pueden aplicarse, con éxito, a un objeto dado: tu salud, tu libertad, tu alimentación, vestuario, casa, libros, máquinas; el colegio -Algunos son militantes políticos, conozco a varios.
-Yo también; sin embargo, en lógica simplísima, me parece que dan ventajas ciertas a los que no lo son.
-Estoy llegando a una conclusión, "Mono": no te gusta la política.
Nos habíamos quitado los vestones y despojado de las corbatas. La pereza tenía un bajo y runruneante ruido de siesta larga, pueblerina.
-Bacon decía: "La verdad no lleva nombre de partido"
-Eres un aristócrata.
-No me etiquetes. La aristocracia del talento, en la única que creo, y con clara preponderancia ética, es escasa, no podrían formar partido alguno.
-¿No te interesa la democracia, la amplia, la que implica el absoluto reconocimiento de la igualdad entre los hombres, sin distinciones basadas en circunstancias religiosas o sociales?
-Cicerón, gran platonista, decía: ¿Si aplaudo la farsa, qué haré con lo real?
-¿No te interesa el pueblo? La democracia le atribuye la elección de sus gobernantes. Es importante la igualdad de todos ante la ley, la igual opción a los cargos públicos y la libertad para designar candidatos y formar partidos políticos. ¿Que contestar -Nada.
-¿Cobardía moral?
-Estás lleno de frases hechas que no corresponden, en mi opinión, a la realidad del país. Te distorsionó la política militante, te contagiaste en las asambleas. Pueblo es un grupo humano, grande, mediano o pequeño, unido por una común ascendencia, lengua -Es que muchos individuos, Carlos jamás tuvieron oportunidad alguna para ser mejores.
Arrugué el ceño. Mi voz cascabeleó en los recuerdos:
-Yo vengo desde muy abajo, traigo raíces hondas y oscuras, por eso me agrada el que la luz dé en mi escaso follaje, por eso no me inclina cualquier viento. En mi infancia y adolescencia el hambre y el frío me trataron de tú. Nunca tuve necesidad alguna d Puse el motor en marcha.
Solo vimos el manchón de árboles que se iba quedando atrás. Nos unía una orden, el auto y el camino. Mentalmente, como suele ocurrir cuando se habla de política, nos habíamos separado. Ensimismados, cada uno en sus símbolos, esperanzas y asociaciones, no -¿Qué pasa con los hombres de tu Brigada?
-Nada. Ellos fueron elegidos por mí. Sus ascensos, bajas, premios y castigos se los ganan por las mismas razones: hacer bien o mal lo que profesionalmente se les ordena.
-Entonces... eres el juez mayor y tus fallos son inapelables.
-No. Está la dirección de General y los reglamentos del Servicio. Nadie está allí por la fuerza y todos son, para mi, solamente policías.
-Entre tus hombres hay miembros de distintos partidos políticos, en especial de izquierda.
-Cierto, pero allí están como policías.
-Bueno, "Mono", pondré las cartas sobre la mesa. Tengo interés en tí porque conozco tu trayectoria policial. Tu extrasensibilidad ya te informó que soy miembro de un partido político.
-Sí.
-¿Qué pasa contigo?
-Te lo he dicho. Soy amigo de las sumas, yo no resto ni divido.
-Pero te mantienes al margen y tu actitud molesta a todo el mundo. Cambia un poco. La policía civil es la más útil herramienta política conocida. Todos confiamos en tu juicio y experiencia policiales, serías el guía natural. Es una proposición de partido -Gracias. Un policía no debe ser político militante.
-¡Increíble! Te echarán y todos se alegrarán.
-Yo también.
-¿Por qué me dices todo o casi todo a mí?
-Eres mi amigo y espero que te transformes en policía de verdad, que no andes jugando a la política. A lo mejor este caso logra el milagro.
-¿Cómo?
-Entendiendo este duro oficio, llegando a comprender que sólo la comunidad importa. Lo que falta, es que todos los políticos lleguen a tener clara conciencia sobre este complejo fenómeno institucional, porque la ciudadanía ya la tiene; y sin duda sería, El viento venía tibio y bajo, mordiendo raíces tiernas, sacudiendo yuyos.
-¡Mira! Allí está el camino hacia las termas. Es de tierra y ripio. Puede que no haya muchos baches: un automóvil de ciudad grande también podría extrañar las duras sendas.
Ambos reímos.
-¿Con quién hablaremos primero?
-No sé. Allí veremos. Tal vez lo hagamos con el administrador.
El hotel, estilo español, blanco caserón de un piso, tenía hasta las tejas calientes. Todo era un horno: camino, árboles, jardines: los pájaros se habían refugiado en el cielo. Nubes quietas, clavadas, sin el alado pastor de siempre. Diecisiete horas. Fa Teníamos hambre y sed y estábamos llenos de un polvo de trescientos veinte kilómetros de patria abierta y cálida.
Un letrero comunicaba que: "Las aguas de estas termas son vitalizadoras y medicinales". Anunciaba también, que su capacidad alcanzaba a doscientas personas y que tenia baños de vapor -como si el de la intemperie no bastara-, barro, duchas y piscina. "Tem Molestaba, hería la mansedumbre del paisaje; ese lugar debió ser acunado por el silencio de la edad primaria o ser hermano de la hulla vegetal.
No podíamos incorporarnos así como así al mazo de tarjetas postales que nos rodeaba y, sin embargo, en el mínimo, esquivando el calor, había vida.
Toqué con ahinco la bocina. Erasmo me miró con picardía de campesino ya habituado a la ciudad. Apenas contestó un perro con ladridos engomados y un pájaro grande, de museo natural, especie de tiuque, desplegó un ala seca entre hojas quebradizas, sorprend Un mozo apareció, desesperezándose, en el marco de uno de los tantos arcos de la casona. Nos miró examinándonos con vehículo, granilla y árboles, calculándolo todo, calor y distancia. Se decidió y lo vimos acercarse como barco viejo a muelle viejo.
-¿Qué desean?
Era, sin duda, su frase-oficio, su frase-llave, honda, gastada. Como debía conocer toda respuesta tuve deseos de decirle: "Entrevistar a un pingüino". Erasmo se adelantó:
-Una habitación para dos.
Bajamos. Una cortinilla verde se corrió en una ventana.
Otros automóviles estaban detenidos en la entrada y, a juzgar por el polvo que habían acumulado, llevaban algun tiempo sin moverse.
Le entregamos las maletas.
-¿Hay mucha gente?
-No. Unas diez o doce personas.
-Déjenos al lado de piezas habitadas, por ejemplo, al lado de ese cuarto que tiene cortinilla verde, ese que ocupa la señora de cabello canoso y que usa anteojos.
-¡Ah! Doña Graciela. El doce, El once está ocupado. ¿Es supersticioso?
-No.
Pensé que el mozo, por repetición situacional, tenía alguna antiguedad en el hotel, que en ningún caso se refería a la desviación del sentimiento religioso que nos hace, a veces, creer en falsedades.
El mozo se nos adelantó.
-¿Cómo sabes que es señora?
-Los hombres, excepto policías, delincuentes y celosos, no mueven cortinas. La vi. Es ella; la vieja observadora y "sabelotodo" o casi, del lugar.
-¿Quién?
-La denunciante.
Entramos y anotamos nuestros auténticos nombres, nos saltamos, eso sí, el lugar que señalaba, en el libro, profesión u oficio. Nos entregaron una llave con un imperdible demasiado grande con el número trece pintado sobre un disco de madera.
Erasmo y yo, en trajes de baño, nos dirigimos a la desierta piscina. ¡Que alivio! Veinte chapuzones fueron suficientes para borrar el cansancio y el polvo de un viaje largo...
La vieja Graciela nos seguía observando. Erasmo dijo, con la boca llena de agua:
-Le dedicaré unos saltitos de tiburón.
Emergió del agua como si tuviera alas-aletas y así, saltando y girando desde el agua-aire-agua, atravesó la piscina.
-¡No te vayas a ahogar!
-No. Aprendí en Aysén. ¡Oye! ¡Con cuánta razón te apodaron "Mono"! Estás más cerca de un gorila que de un lord.
-Dale con los ingleses. Déjalos y déjame.
Salimos y en el bar nos bebimos dos cervezas y nos comimos media docena de sandwichs surtidos. Se veían casi transparentes nuestras húmedas pisadas sobre el encerado parquet oscuro.
-Déme el libro de Registro de pasajeros, barman, por favor; parece que olvidé anotar un dato.
Allí estaba: Fred Gerald Jones. 14 de Febrero de 1948. Cancelado el 19 del mismo mes, así lo decía un timbre. La letra era clara, aguda, nerviosa y llena de signos ornamentales, especialmente en las mayúsculas, con tendencia a la escritura gótica. No dec Cinco días para que el sorprendente y desconocido atleta abandonara, definitivamente, la humana temporalidad. Ocupó el cuarto número siete.
Allí nos meteríamos, en esos breves cinco días, buscando en personas, en hechos y cosas, la explicación de su muerte. De esos cinco días, si el caso nos obligaba, hasta su propio nacimiento...

Capítulo Segundo

NOCHE TERMAL

La pieza número trece, amplia, dos camas -elegí la que estaba junto a la pared que daba a la número doce-, ropero grande; dos bacinicas blancas, de fierro enlozado; una especie de peinador con lavatorio y jarra para agua; una mesita de tres patas cuya ut Abrí la ventana y levanté la voz:
-¡Aquí no hay baño!
-¿Estás loco? Recién sales de la piscina. ¡No grites!
-¡Baño en la pieza, animal! Saldremos a caminar, necesito un árbol.
-Lo que necesitas es una camisa y chaleco de fuerza..."Mono".
En el intertanto escribí una nota: "Sígueme el juego, idiota y no me llames "Mono".
-Este es un sucio lugar. ¿Para qué sirve esta mesa? Hace demasiado calor. No hay alfombra...
-Carlos, es un hotel termal; pero hay orden y limpieza.
-¿Limpieza? El mozo que nos recibió las maletas es flojo, tiene el cabello largo y las uñas sucias, asquerosas; hace mucho tiempo que no se lustra los zapatos y no plancha sus pantalones. El recepcionista olía a cebolla, ajo y vino tinto; fuma, además, u -¿Cómo lo sabes?
-Sonrió domésticamente al entregarme la llave y, no me apures, porque podría describirte el color de sus bilis mañaneras.
-Hazlo.
-Amarillo.
Salimos.
Erasmo, ya fuera del alcance del más cercano oído humano, me increpó con cierta molestia evidenciada en el tono y en sus facciones:
-¿Qué pretendías con este diálogo tonto, cargado al monólogo?
-Sembrar inquietudes y avisarle a ella mi presencia. Ah, me duele una rodilla, llama al médico del establecimiento.
-¿Es cierto?
-Sí.
Regresó con un voluminoso señor que vestía con aséptica pulcritud: cuarenta años, calvicie fronto-coronal; ademanes desenvueltos, casi los de una ex-bailarina. Erasmo nos presentó:
-El doctor Armando Espina; mi amigo Carlos Cortés.
-¿Le duele mucho?
Lo miré cuando terminó la frase-oficio y pensé en la utilización de la memoria en casi todo oficio o profesión. Tuve deseos de cambiar, como en el caso del mozo, la respuesta, decirle, por ejemplo: "Necesitaba verte y oírte y conocer tu consultorio para -Sí.
El médico continuó:
-Lo veré en mi consultorio. ¿Puede caminar?
El me había visto de pie en el pasillo. Me acondicioné de mal modo a las circunstancias. Sé, por oficio largo, que son escasísimos los que relacionan lo visto con lo oído para concluír de acuerdo con la verdad. La gran mayoría humana suele "ver" lo que e -Sí. Acompáñame, Erasmo.
Consultorio más largo que ancho, paredes pintadas -como podría ser de otro modo- de un blanco higiénico, camilla, un estante con instrumentos quirúrgicos; otro con remedios, vendas y algodones. Un escritorio y la eterna silla incómoda, dura, para los pac -¡Siéntese!
Había entrado en sus dominios; desde ahí para adelante todo estaría encadenado; así, al menos, lo creía Espina.
-¿Hace mucho que le duele?
-Recién,
-¿Le había dolido antes?
Dudé entre el no y el sí.
-Sí.
-¡Quítese los pantalones! ¿Puede flexionarla?
-Veré.
La flexioné.
-¿Ubica la zona del dolor?
-Separaciones laterales del fémur con la tibia, justo en el recto anterior y el vasto interno.
Para verme mejor se sacó los profesionales anteojos. Erasmo se tapó, con un pañuelo, la boca.
-¿Es usted médico?
-No, doctor.
-¡Caramba! Localiza como si lo fuera.
Cambió de tono y de conducta.
-¿Ha sufrido algún golpe, tirón, caída?
-No. Por este dolor he venido aquí, a las termas. ¿Cree que los baños de barro ...? Cuesta hablar así, doctor, uniendo voces como baño y barro... ¿Me harán bien?
-La verdad es, señor Cortés, que yo soy especialista en afecciones hepáticas y en algunas enfermedades gastro-intestinales. No lo sé; pero ya que vino, puede probarlo.
-¿Muere mucha gente de enfermedades del estómago?
Se volvió a quitar los lentes y me miró con insospechada inteligencia dubitativa. ¿Estaría fallando la teoría de Erasmo sobre los profesionales de provincia? Evidentemente pensaba o calculaba a prisa. Esperé su respuesta abriendo una de mis más finas mal -Según estadísticas médicas, señor, los que mueren en mayor número... son precisamente los enfermos.
Me miró y no me vió porque escondí la reacción. Siguió:
-Supera a los atropellados y a los muertos por crímenes.
Volvió a mirarme y reaparecí:
-No todos los atropellados lo son por casualidad y de esas estadísticas hay que descontar a los numerosos "enfermos" víctimas de hábiles criminales, capaces de engañar a un médico. ¿Cierto, doctor?
Se acercó a la ventana, encendió un cigarrillo y mientras me ponía los pantalones sentí su voz como si fuera el ruido de un moscardón con delantal blanco y olor a éter:
-Usted es un curioso enfermo, señor Cortés, y no me parece que sea el dolor de la pierna lo que lo trajo aquí. ¿Qué desea saber?
-Nada que ya no sepa. Gracias por todo. ¿Cuánto le debo?
-Nada. Ha sido una charla fuera de lo común ,hábil, que hasta me obligó a pensar. ¿Estará mucho tiempo aquí?
-Hasta que me mejore. ¿No me hará una ficha de control?
-¿Qué le voy a controlar? ¿Peso? ¿Presión? Usted es un atleta joven. Perdone, dígame otra mentira: ¿en qué trabaja?
Erasmo dio la cara a la ventana. Contesté con prontitud y seriedad oficiales:
-Enseño educación física, doctor.
Salimos. No tenía para qué renguear, sin embargo, me afirmé en mi sonriente compañero.
-Eres un mal mentiroso.
-Sí. Parece que fui demasiado lejos tratando de inquietarlo. Vi las tarjetas de los controles sobre su escritorio. En el archivo debiera estar la de Fred. Es listo ese doctor Espina. Ya volveremos a vernos.
Caminamos por los pasillos.
-Tengo hambre. Supongo que luego darán de comer. Voy a ir al comedor.
-Ah, no, Erasmito. Aguantarás. Quiero saber si doña Graciela va a bajar o no. Veré si el producto de mi siembra oral es bueno o malo. Necesito, por otra parte, conversar con el administrador. Ven.
Lo llevé afuera:..
La tibia noche tenía un acentuado aroma a hierbabuena, un olor entre poleo y menta. Aspiré con humildad. Una leve brisa venía del norte: mi mujer y mis hijos, una casa sencilla en un modesto barrio, Independencia. Todo el cuadro de siempre se me vino enc La voz de Erasmo me sacó del ensimismamiento, de ese vago errar del espíritu del hombre, únicas vacaciones de la conciencia, nacidas, esta vez, del aroma de una planta invisible...
-¿Fugado?
-Sí.
-Lo facilita el lugar y la hora. Hasta creo que podrías confidenciarme secretillos. ¿Por qué pones tu alma en la caza de criminales?
-Me pagan por hacerlo y, a veces, me entretiene.
-No, Carlos. Así no. Quiero las verdaderas razones.
-Tendré que divagar un poco y tú deberás sacar, de lo que diga, lo que te parezca auténtico o conformarte con lo que esté a tu alcance. De todos modos seguirás con tus ideas porque no es posible transmitir esencias propias a otro hombre.
-Estás como negando la cultura que se basa en la enseñanza. De todos modos, habla, porque tenemos una misma nacionalidad, parecido oficio, casi la misma edad y ahora, hasta esta extraña misión policial.
-Es casi cierto, pero somos distintos. No paso más allá de ser un pesquisador que interroga criminales y es difícil para mí ponerme en el papel de interrogado, cualesquiera que sean las circunstancias, porque es poco lo que comparto con los demás.
-Pero yo soy tu amigo, lo has reconocido tú.
-Son mis debilidades, desviaciones de la casi afinidad e intencionalidad.
-No entiendo, te estás poniendo difícil.
-Así es. No creo en la amistad porque está mal definida y mal comprendida. Entre humanos del mismo sexo jamás ha nacido un "afecto puro y desinteresado" o "por simpatía" y entre individuos de sexo distinto, no familiares, tú lo sabes bien: sólo una ley b -Sí eres complicado, Carlos.
Seguíamos envueltos en sombras aromáticas. El cielo, combada prisión azul, estaba luminoso: ardía en millones de estrellas vivas, señaleras de lo desconocido y acortadas de distancia.
Erasmo volvió a hablar.
-Resultas vanidoso, molesto. ¿No te gusta razonar?
-Si, pero selecciono muy bien al interlocutor y entre ambos nos ponemos de acuerdo respecto del tema. Hace como cinco años que converso, de cuando en cuando, sobre "libertad", con un viejo maestro y no hemos avanzado.
-¿De dónde vienes? ¿Cuál es tu esencia?
-Preguntas como si tú conocieras las respuestas sobre tu propio caso. De allí vengo, de la ignorancia total y generalizada.
-Está bien. Probablemente no sé explicarme, pero tú debes tener un método, debes haber encontrado un sistema. Algo raro hay en tí, lo presiento. Eso es lo que deseo saber.
-¿Intento de despojo? Algo hay. No me salgo de los hechos y trato de ver si los ojos, rostro, manos, cuello, todo lo que en el humano se mueve, guarda relación con palabras y actitudes. creo que no conoces a los hombres-ventana.
-No.
-Esos están siempre, o casi siempre, mirando desde el observatorio del cálculo; tienen acciones distintas a las de los demás y palabras que no concuerdan con sus hechos. Se pasan la vida en ese doble y terrible juego. Cuando llegan hasta el crimen trato -¿Pensabas en doña Graciela cuando hablabas de los hombres-ventana?
-¡No! Yo no asocio así. Ella es una pobre mujer sin gran movilidad, con mucho miedo y se asoma a su ventana, material, edificada, concreta, porque está pegándose a la vida. Lo que ve, lo dice. Ella no pasa de ser un primitivo puesto de observación, sensa -¡Ah! ¿Crees que ahora estamos enfrentando a un auténtico "ventana"?
-Parece que sí.
-Pero si ni siquiera sabes si hay o no delito...
-Erasmo, mi buen amigo. Cinco, seis o siete días es demasiado tiempo para cualquier humano. ¿No tenía familia nuestro Fred? ¿Carecía de oficio o de actividad? ¿Nadie lo conocía? Por otra parte, hay aquí un claro lenguaje de hechos y atmósfera criminales. -¿Qué dices? Explícate, por favor.
-El desaparecido Fred está en el cementerio de este lugar no sólo porque ha fallecido aquí, sino porque así lo quiso el asesino. Un hombre puede, a veces, elegir el lugar de su muerte y hasta el de su tumba, la forma de muerte y lo que desea que hagan co -Estás loco ¿Te lo dijo Sirio o Antares, Antinoo o...?
-Lo intuyo. En toda intuición hay infinitud y cercanía, complejidad y simplicidad. Unicamente un criminal excepcional puede seleccionar una víctima como Fred, tan adecuada a sus fines, que pudiera permitirle desde la elección de la fantasmal causa de mue -¿Qué quieres decir con "tonos muy celestes"?
-Del cielo. ¿Qué otra cosa voy a querer decir? Un color ancho, largo, circular, alto, usado en una maravillosa cúpula aparente y visible, cúpula en movimiento también aparente, para muchos...
-No te referías a eso.
-Cada vez que un genio del crimen hace "una obra de arte", aparece una mosca, una araña, un ratón o una vieja y la obra acaba en desastre...
-¿Cuál fue el error?
Sentí un apagado ruido de motor que se acercaba.
-Fred hizo una natural exhibición de vitalidad en estas termas. No tenía edad para estar aquí y solo y muere de un día para otro, en horas. Lo diré en otra forma, en titulares de periódicos inexistentes: "Falleció el bañista de la mañana de ayer" y no fu -Estás graciosísimo. ¿Dónde está el criminal y qué hace?
-¡Buenas preguntas! Para la primera la respuesta es: no lo sé; a la segunda: está repasando, uno por uno, sus hechos termales, viendo si calza bien lo obrado con lo premeditado, porque a veces, y ya le señalamos uno, quedan cabos sueltos. En este momento -Parece ridículo. Aquí se nota más a los extraños.
-Si tú exceptúas paisaje, hotel, su personal y algunos vecinos, todo lo humano es extraño que adquiere la denominación de "clientes" o "paciente-cliente". La razón es que aquí no hay autoridades competentes para enfrentarlo. Te lo he dicho, Graciela fue -¿Quién es el criminal? Tú tienes que saberlo, aliado de Dios. Nada le costará a El decírtelo de una u otra manera, porque, según tus palabras, tú eres su intérprete en lo nacional-criminal, ¿o no?
-Ya aparecerá y, como siempre, por los objetivos caminos de los hechos. Mi certeza es secundaria, humana, se basa en la gran y única verdad de siempre: Dios es el mejor pesquisa.
-¿Esperarás por la revelación? ¿Cómo te enviará el celeste mensaje? ¿Te ha enviado otros? Bien puede ser que tenga un ángel con la exclusividad de esos recados, un ángel que conozca al destinatario, que no se equivoque. ¿Cómo podría hacerlo? Y que te dig Ambos éramos, en la oscuridad, dos sombras inquietas, dos cuerpos y dos espíritus. La voz de Erasmo llegaba a mí desde muy cerca en la forma y desde muy lejos en el significado de sus frases: contenían, indudablemente, los más duros interrogantes del hom Siempre me he sabido débil y por ello soy un muy humilde y respetuoso investigador del silencio; hago, con este estado físico o anímico, dentro de mi capacidad para advertirlo, algunas distinciones: externo e interno, voluntario e involuntario. Sé que, a En lo interno suelo tener verdaderas fugas de vida, casi muerte, rebajando todos los niveles vitales hasta llegar a la inmovilidad de la piedra.
En la obscuridad de la noche, en el segundo más negro y quieto -conticinio-, he llegado a no sentirme en modo alguno, un verdadero ejercicio de muerte y desde allí, desde el mayor estado de receptividad personal que conozco, siempre he terminado por adve Puedo contestar afirmativamente a dos preguntas que aparecen formuladas en el libro de Job: ¿Te han sido descubiertas las paredes de la muerte? y, ¿has visto las puertas de las sombras de muerte?
No soy religioso de templo alguno construido por el hombre, pero sí soy un religioso natural, incrustado o admitido en la misma naturaleza de las cosas.
El fenómeno Dios, absolutamente personal, no puede entrar en discusión oral o escrita. Nadie va a definirlo jamás, nadie podrá pintarlo, esculpirlo o describirlo; pero como insignificante fragmento de un todo desconocido, intuyo que soy, de cualquier mod Erasmo se movió inquietado, tal vez por mi largo recogimiento. Insistió:
-¿No vas a contestar, "Monito"?.
-No. No hemos venido a discutir a Dios. Espera, amigo mío, los acontecimientos. Pesquisar un crimen es casi pesquisarlo todo, el caso va por Dios, hasta allí no ha llegado ni llegará humano alguno. Los imponderables existen aunque nadie tenga una balanza -Lo que si sé, señor Cortés, lo he aprendido en este caso, es que manejas los hechos y las palabras endemoniadamente y que vas extrayendo, como los magos, hasta un criminal, como dices tú, del aire. ¿Qué rol podré jugar en este crimen siendo un ateo?
Conversando, nos habíamos alejado un poco de la comarca del poleo y de la menta; ahora entrábamos en la del pescado frito que se anunciaba, vivamente, desde la cocina.
Regresamos con lentitud: los pasos del que piensa siempre son atortugados, con muchas detenciones estatuarias y, lo que siempre fueron instintivos, rápidos, empiezan a perder velocidad; son las escalonadas expresiones de la íntima estructura de la vida d -¿Saldrá de su habitación la vieja Graciela?
Erasmo ya empezaba a interesarse por el crimen: alguna frase lo había metido en él o la misma y larguísima mano celeste que nos mueve a todos.
-Pronto lo sabremos.
Un hombre que siente y piensa distinto a otros no deja de ser un hombre.
-Sí, pronto lo sabremos.
El comedor, limpio y espacioso, tenía, a nuestra llegada, sólo dos comensales: un viejo matrimonio que intercambiaba comentarios sobre achaques y remedios. Dos metros nos separaban y sus voces llegaban nítidas:
-No, José Luis -decía ella-, es mejor el tilo...
Erasmo bajó la voz:
-El mozo que se acerca parece que es el mismo que nos recibió las maletas.
Lo miré.
-No. Es su hermano mellizo: éste lleva anillo de matrimonio y tiene una pequeña cicatriz en la mejilla izquierda; al parecer se cortó hace dos o tres días con la hojilla de afeitar.
-Pudo ponérselo, ¿no?
-¿Con la cicatriz, ateo y envejecerla?
-¿Qué desean comer?
-Bisteak a lo pobre y dos botellas de vino blanco. Ah, dígale a su hermano que haga el favor de venir porque le estoy debiendo la propina.
-Salió, señor. No tiene importancia. Cuando usted se vaya...
-Si, José Luis, te daré una friega en el pecho.
-Un poco de palta molida, por favor.
-¿Una o dos paltas?
Una señora de blanco cabello largo, alta, vestida de negro y anteojos, de lento andar rengueante, se acercó acompañada de una bella joven.
-Es doña Graciela -dijo Erasmo-. Parece alemana y viene en muy buena compañía: su rubia es colosal.
Mi compañero, treintón y soltero, moreno, de pelo corto y con un marcado y refinado gusto por las mujeres, egresado de Derecho de la Universidad de Chile, formadora tambien, de grandes armadores, no desmentía a su Alma Mater. Entusiasmado dijo :
-Tu crimen se vuelve interesante, "Monito". Espero que se alargue mucho. Anda a saludarlas.
Sonreí.
-Dos paltas.
El mozo me guiñó un ojo.
-Linimento, José Luis.
-Estás loco, esa señora no es doña Graciela. La pareja viene llegando: oí un ruido de auto mientras conversábamos en el jardín. Ambas parecen tener apetito: mastican saliva, se preparan para el banquete, y, traen polvo en sus zapatos y marcadas arrugas e -Está bien, mago, creyente, pero no negarás que es bellísima.
El garzón sirvió vino. Trajo, además, queso cortado en trocitos y cebollitas "perla" en escabeche. Las probamos y bebimos.
Dos hombres viejos entraron al comedor acompañados de una cimbreante joven morena.
Erasmo le clavó la vista y luego me miro:
-No me moveré de estas benditas termas y tú tratarás de ir despacio en tu asunto.
-¿También es "colosal"?
-Sí. ¡Qué termas! No me imaginé nunca que a un lugar como éste podían venir jóvenes acompañando a parientes viejos y enfermos...
Giró la silla para mejor observar a la morena.
Corté un trozo de carne y me lo llevé a la boca. Cuando levanté la vista, vi entrar una silla de ruedas de color negro, dos pies calzados y piernas de mujer que descansaban en el inclinado soporte de madera; rodillas con falda oscura y dos manos desnudas -Buenas noches, señores. Sé que son mis vecinos de cuarto.
La empleada había desaparecido.
-Así es, doña Graciela.
-¡Gracias a Dios! Creí que Lucho no cumpliría su palabra.
-Si, José Luis, dos grageas.
-El siempre cumple. ¿Cómo van sus piernas?
Muy bien, gracias. Suelo hasta dar algunos pasitos. Es muy curioso el reumatismo mío.
Mientras hablaba no dejaba de mirar hacia ambos lados.
Alcancé a escribir rápidamente una nota:
"Después de comida pasaré a visitarla. Los demás no deben enterarse de nuestra condición. Conserve el secreto. Inspector Cortés".
Erasmo se la pasó junto con una servilleta de papel.
La leyó con avidez y le subieron los colores. Seguía mirando hacia los lados y a la puerta.
-¿Va a estar mucho tiempo aquí?.
-Yo vivo aquí, inspec...dijo. El doctor Espina me trata desde hace muchos años. En verano camino muy bien, pero me canso pronto.
Lamenté haber hecho una pregunta tan tonta; sin embargo, arriesgué otra:
-¿Es el doctor Espina especialista en reumatismo?
-No; es que también sufro del estómago.
Respiré con alivio.
Erasmo se había decidido por la morena. José Luis dormitaba. La rubia comía.
El doctor Espina llegó acompañado de un señor mayor de edad con rostro de águila imperial. Erasmo miraba a la morena con descaro. Lo pisé:
-¡Come! Don Juan.
Atacó con fiereza la carne, las cebollas y las papas fritas; hizo desaparecer media botella de vino.
-Quiero otro; llama al mozo.
-Dos bisteaks más y dos botellas de vino.
El mozo preguntó:
-¿Están enfermos?
Ni siquiera doña Graciela pudo aguantar la risa. El médico, a la voz de "enfermos" me reconoció y me hizo una amistosa seña sobre mi rodilla. Alcé la voz:
-Va mejor, ya no me molesta. Voy a ver cómo amanecerá mañana.
Me había incorporado, de viva voz, a la legión de pacientes. ¿Cuáles serían los achaques de la rubia y cuáles los de la morena?
Llamábamos demasiado la atención y no era sólo por la comida y bebida. Volví a levantar la voz, me estaba acostumbrando:
-¿Sabe usted, doctor, por ser de la casa, a qué hora es más fácil obtener una comunicación telefónica con Santiago?
El facultativo se vió forzado a hablar en voz muy alta:
-Perdone, señor Cortés, el señor Silverstein es el administrador-gerente de este hotel.
El acompañante del médico casi gritó a su vez:
-Mucho gusto. Después de las veinte horas todas las comunicaciones son rápidas.
Usaba anteojos, cabello cano con escasos sobrevivientes oscuros. Voz germana, tono y sonrisa profesionales. Usaba placa dental completa.
-Gracias. Debo hablar con mi mujer para saber cómo está y cómo están los niños. Mi amigo solterón no tiene idea de estos pequeños y gratos problemas conyugales y paternales a la distancia.
La rubia y la morena le sonrieron a mi compañero casi al mismo tiempo. Yo también sonreí, había sido una conversación parecida a las que sostienen los payasos con el director de ceremonias de un circo cualquiera: todos hablando a gritos.
Mi amigo dijo en voz baja:
-Gracias, Carlos.
-No hay de qué, don Juan.
Seguimos comiendo, bebiendo y hablando. La joven conductora de la silla de ruedas se acercó apenas doña Graciela terminó de limpiarse los labios. Sin duda era un acuerdo tácito derivado de la costumbre o una señal.
Los vecinos viejos intercambiaban tosidos: José Luis tenía y mostraba grandes deseos de irse a la cama; en verdad, se aproximaba, por su total desinterés vital, a la tumba.
Erasmo había policialmente desaparecido detrás de la morena. El doctor me dió un preocupado saludo de despedida.
Me acerqué al mesón. Pedí larga distancia, Santiago.
-Estoy bien. Si. No lo sé. Cuídate. No olvides que en cuatro días más vence otra letra del auto. Besitos para todos.
Corté.
-¿Le pago a usted, señor Silverstein o...?
-Vuelva a marcar. La telefonista le dirá el valor del llamado, usted me lo dice a mí y yo se lo anoto en su cuenta, señor. No alcanzó a dos minutos.
Así lo hice, como si en mi vida jamás hubiera entendido lo que es un teléfono o la compañía de teléfonos de mi país, como si no hubiera pesquisado, en esas oficinas, suicidios y asesinatos, como si no existieran los controles policiales.
Silverstein, mostrándose interesado en sus papeles de siempre: recibos, facturas de compra, etc., había calculado hasta el tiempo que duró mi llamada. ¿Era hábito en él o sospechaba mi oficio?
Sentí la voz de Erasmo: venía desde el jardín y acompañada de una grata risa femenina.
Empecé a caminar. La puerta del cuarto número doce estaba entreabierta: me esperaban. Entré sin aviso.
-¿Qué fue lo que usted vio, señora?
-Ay, así no, inspector Cortés. Déjeme contarlo a mi modo. Después me hará las preguntas que quiera.
Asentí.
Su voz se hizo confidencial y grave; siempre es lo mismo: adecuación de los distintos modelos a las circunstancias; por cierto y como en todas las cosas, unos actores son mejores que otros. Doña Graciela me pareció regular. La ausencia de inútiles gestic -Fred era un chico que tomó este serio establecimiento por potrero: saltaba, corría, nadaba, hacía piruetas en la barra, cantaba en inglés o alemán, enamoraba a las empleadas del hotel, silbaba. Un incesante hacer nada útil. Me dió la sensación de haber Cambié la nota: mi interlocutora empezó a gustarme porque veía las cosas, a pesar de su sexo, casi desde el ángulo mío. Su femenina mente sabía hasta extraer conclusiones. Necesitaba cotejarla para controlar, con alguna exactitud, su valor.
-...Lo vi llegar con una pesada maleta negra y maletín de mano, color café; se inclinaba del lado de la maleta y no permitió a Cirilo, el mozo que los recibió a ustedes, ayudarle. Lo acompañaba un hombre de edad, bajo, gordo abdominal, de pelo gris, de l Encendí un cigarrillo y cambié todas mis viejas imágenes sobre cerebros femeninos. Le subí la nota un poco más arriba que a los hombres normales. Seguí guardando silencio; no iba a echar a perder, en modo alguno, a esa providencial testigo, delgada obra -...El Fred que descendió esa mañana del furgón negro era muy distinto del que ya le describí: quieto, algo triste, callado. Cuando salió de su cuarto, media hora después, ya era el energúmeno más alegre que he visto...
Seguí en silencio, aprendiendo a respetarla. ¿Quizás si mi jefe, que la conocía, pensaba de ella lo mismo que yo? Esa señora bien pudo ser la madre de todos los sabuesos. La miré a los ojos: se transparentaba. Encendí otro cigarrillo.
-Tengo whisky, inspector. También tengo Brandy y un jerez español, "Tío Pepe".
Asentí: carezco de defensa al "Tío Pepe": me desarmó, en Madrid, una fría tarde de invierno cuando la "chilensis" nostalgia me ahogaba.
-...Hace algunos días, no anoté la fecha, salió, en la mañana, hacia el camino a Linares. Había pedido, por teléfono, un taxi. Regresó en la tarde, en otro vehículo. Venía enfermo. Esa misma noche falleció. ¿No es raro, inspector?
-Sí, señora, rarísimo. Gracias.
-Entonces llamé a Lucho Brun, su director; fue cortejante mío cuando yo era joven y no llegamos a concretar nada.
-¿Recuerda las patentes de los taxis o cómo eran los choferes o los modelos de los vehículos? Cualquier cosa que me permita identificarlos me ayudaría mucho. Lo más importante es: ¿recuerda la patente del furgón negro?
-No, pero los taxis eran de Linares; uno de los choferes, el que lo trajo, tenía un pequeño bigote: yo estaba en la puerta cuando llegó. Creo que uno es Ford, negro. Si, eso es. La patente del furgón no era de Linares, lo sé porque tenía un color distint Bebimos jerez gaditano, sureño, extraído de dorados racimos, diminutas y esféricas moradas del largamente detenido sol español en las mismas orillas del Guadalquivir. Lo dije:
-Salud, señora, gracias por su valiosa información y por esta líquida joya española.
-¡Salud! Yo soy italiana del norte, veneciana y me criaron en las orillas del Po. Tal vez usted no sepa lo que eso significa.
-No, señora. Es poco lo que vi en Italia: la policía romana.
Soltó una cristalina carcajada y mostró, de paso, unos dientes perfectos.
Presentí lo que venía y quería oírla. Sabía que iba a recorrer, para mi, su tierra y que ese "viaje" lo había realizado mil veces, generalmente a solas, tal como lo hacen los localizados viajeros de la nostalgia: mentales viajes de los transplantados, do que pasan de un alma a otra por el embrujo de la mente y sus palabras.
-Desemboca en el mar Adriático y su delta es azul: conjunción de estrellas, cielo y agua.
Me eché hacia atrás en el asiento mirando el vuelo del humo de mi cigarrillo y escanciando jerez, verbos, adjetivos y sustantivos. Acompañándola con la imaginación.
-...Tengo casa allá, la heredé de mis mayores. Ignoro cuántas veces recorrí ese territorio del ensueño. Perdone, inspector, le recitaré un trozo de geografía italiana: Ravena, Rímini, Ancona, Pescara, Bari. ¿No le dicen nada esos nombres?
-Sí, son bellísimos, suenan muy bien y tienen muchas vocales. Dichos por usted, parecen cajas de música lanzadas sobre el ancho pozo de la noche.
Me sentí agusanado.
-...Regresaba por las costas de Yugoeslavia hasta Trieste y desde allí a mi Venecia. Perdone, ¿desea otro jerez?
-Sí, por favor.
-Hay otro río...
Rompí el encanto porque el crimen es exigente:
-¿Se hizo Fred amigo de alguien en estas termas?
Yo puedo salir desde una boda o un bautizo e ir directamente al crimen o entrar en un templo a buscar un cadáver o un asesino; a ella le fue difícil borrar el nombre del río que iba a pronunciar y regresar a Panimávida, Chile. Se desconcertó. Rehecha, mu -No, siempre estuvo solo -su tono seguía siendo adriático, húmedo, bello, azul-. "El budita", de quien le hablé antes, llegó al día siguiente en la mañana y se encargó de los detalles del entierro.
Había regresado a otra realidad. Terminó preguntándome:
-¿Se da usted cuenta?
-Sí, señora. Tengo bastante con su preciosa información. Le diré y no es por agradecimiento, que es usted la mujer más inteligente que he conocido y hermosísima, por añadidura. ¿Dónde dejó a la muchacha que guiaba su silla?
-No se preocupe por ella, es la esposa del garzón. Toda la servidumbre es una sola familia. Yo me las arreglo sola. ¡Míreme!
Se levantó con alguna dificultad y dio un pequeño paseo por la habitación. Vestía una delgada bata de seda azul que ceñía las perfectas formas de su cimbreante cuerpo. Don Luis Brun había sido rechazado por una princesa. Volvió a la silla y se cubrió con -¿Otro jerez?
-Sí, y gracias por la grata sorpresa.
-¿Cuál?
Coqueta y fina, echó hacia atrás la cabeza.
-Deme un cigarrillo, inspector.
Me acerqué y lo encendí: sus pechos palpitaban; su fina mano tibia acarició, disimuladamente, la mía. No fui capaz de retirarla a tiempo y ella la besó. Me dicen "Mono" porque soy feo y peludo y porque tengo los brazos larguísimos. Soy casi flaco y demas -¿Cuál es su nombre, señor Cortés?
-Carlos, señora.
-No soy señora, jamás me casé porque me desagradan los tontos. Así me pasé la vida: rechazándolos. Soy riquísima, Carlos. Luis me dijo que iba a enviar al mejor de sus hombres y desde que usted llegó comprendí que había elegido muy bien.
-Ambos están equivocados, señorita.
-¿Si? oí sus frases y lo he visto actuar.
-¿Cuáles?
-Las que dijo en la pieza vecina, después de abrir las ventanas para que yo las oyera. No me gustan los criminales fríos, prefiero a los homicidas, Carlos, porque son más directos, casi apasionados. Ese viejo "Budita" ... ¿Cómo supo la muerte de Fred? -Alguien pudo avisarle, el administrador, por ejemplo.
-No, Carlos. Yo hablé con Silverstein. Es un buen hombre: simple y franco; cultísimo: estudió filosofía en Baden, Heidelberg, a orillas del río Néckar, Alemania...
-No pienso lo mismo.
-Usted no lo conoce.
-Tampoco lo conoce usted. El tiene un trato especial para una cliente de años. Usted no pasa de ser, Graciela, una permanente y fuerte entrada económica. ¿Cómo no lo ha comprendido?
-También él desea casarse conmigo.
-¿Quién no? Lo hará, de permitirlo usted, por su dinero y porque es bellísima. Amor y herencia, en sus actuales condiciones, ya no van juntos. No se hace la propia felicidad sino la del otro porque lo que llamamos "amor" es recíproco.
Me miró sorprendida, angustiada. Varias arrugas le aparecieron en la frente. Seguí:
-Es su único punto débil: ver a los hombres como probables maridos y rechazarlos. Ahora que está envejeciendo, con mayor velocidad, no piensa tanto en el rechazo: la mata la soledad.
Volvió a levantarse y esta vez sin esfuerzo: poder de la ira. Su rostro se había coloreado; su voz vibró como golpe dado a un cristal:
-¡Váyase! ¡Váyase, inspector!
Salí. Me puse a caminar por los alrededores, a fumar y a poner en orden algunas ideas y a calmarme. Caminé hacia la noche buscando el silencio: fue inútil, por el aire venían débiles sollozos italianos, llanto enfundado, asordinado. Miré hacia la ventana Regresé.
Erasmo dormía su cansancio de macho afortunado, satisfecho. Me acosté y no pude separarme del cercano Mar Adriático, ese mar tenía ahora y hasta para mí, el amargo sabor de la verdad policial.

Capítulo Tercero

¿QUIEN ATA LOS CABOS?

Con Erasmo nos acercamos al pequeño, agreste y descuidado cementerio del lugar.
-¿Cómo te fue anoche con la morena de los ojos de faros?
-Bien, muy bien: una llamarada. Creo que me quedaré una semana.
-¡Olvídala! Se han precipitado los acontecimientos.
-¿Qué pasó?
-Nada todavía. Pasará.
-¿Por qué estás tan seguro?
-Porque también existen los ciclos en el mundo del crimen. Es la cambiante metamorfosis de todo lo que existe: la larva ya es gusano y no alcanzará , si nos movemos con rapidez, a convertirse en mariposa.
-¿Quién te lo ordena?
-El natural proceso de los cambios.
-¿Es otra revelación? Anoche no pudiste contestarme. ¿Lo harás ahora?
-Yo sólo cumplo con mi oficio; sé, por experiencia, que debo actuar y ahora mismo, casi como el campesino, preparo, por el calor de los hechos, la guadaña para segar a tiempo; como la bestia que busca, instintivamente, refugio ante la proximidad de una t El panteonero enderezaba la despintada cruz de madera de una sola tumba.
-Soy el inspector-jefe Carlos Cortés, de la Brigada de Homicidios de Santiago.
Mostré mi gastada placa de plata.
-Si, señor. A sus órdenes.
Erasmo me miró como buey uncido a la carreta.
-Abra la tumba donde están los restos de Fred Gerald Jones, el muchacho murió el 18 de este mes aquí, en las termas, y saque el ataúd.
-Es allí. Por aquí, por favor.
Un sendero de pasto alto con cipreses ennegrecidos por el sol. Nos detuvimos ante un murallón de nichos aceitosos que circundaba el cementerio como si los acostados cadáveres fuesen parte del cierre o cerco. Todos los nichos tenían las mismas medidas: an La mano izquierda sujetó, horizontalmente, el cincel y con la derecha, empuñando un mazo, empezó a golpear la cabeza del cincel apoyado en el cemento. El cemento, partido y seco, fue cayendo sobre el suelo después de rebasar la estrecha saliente inferior Tac, tac. Fiero y fierro, fierro y cemento. Fuerza, energía controlada y diestra del hombre y su lúgubre oficio.
Esa mezcla de silencio y ruido sordo, metálico, y los altos nichos-murallas, formadores del eco, hace que los golpes o gritos escuchados en los cementerios, se graben más que los oídos en cualquier otra parte. Casi todas las mentes adultas, llenas de fal -¿Y ahora?
-¡Sáquelo!
Tomó el ataúd de los lados, pegando las palmas de sus duras y hábiles manos a la madera y empezó a tirarlo hacia afuera. El negro ataúd era chico. Cuatro manos policiales lo mantuvieron suspendido desde la base y luego, al agarrarlo de las manillas, lo b -¡Destápelo!
-¿Aquí?
-¡Sí!
Con el mismo cincel buscó los clavos en las maderas y palanqueó: dentro del ataúd otro de cinc. No estaba sellado. El ataúd carecía de ventanilla de vidrio. Con las manos el panteonero abrió las latas. Cadáver negro y putrefacto vistiendo sólo una camisa -¿Dónde están las ropas de este muerto y las otras especies?
El panteonero tomó el baile de la jalea fresca.
-Tuve que desvestirlo aquí, en la pequeña morgue.
-¡Ah! ¿Y olvidaste volverlo a vestir?
-Soy pobre, señor. Cirilo tiene las ropas en el hotel.
Volví a mirar: un enorme corte superficial en la piel bajaba zigzagueando desde el esternón al ombligo. Estaba cosido con cáñamo y las puntadas eran grandes, irregulares, apresuradas.
-¿Quién hizo ese corte?
-El doctor Adolfo Rojas.
-Estás mintiendo: ese corte no lo hizo un profesional.
-Lo hice yo, señor, porque el doctor Rojas está demasiado viejo, se limita a firmar; pero, antes, años atrás, el mismo hacía las autopsias.
-¿Cuál es tu nombre?
-José Saldaño, señor.
-Estás detenido, Saldaño, por ladrón y por... No hablarás con persona alguna y no te moverás del lado de este muerto hasta que yo ordene otra cosa. ¿Está claro?
-Sí, señor.
-Tapa el cajón, panteonero, huele demasiado mal, marea. Erasmo, consíguete un camión porque este fiambre viajará contigo a Santiago.
-¿Ahora?
-Sí. De paso echa para acá al doctor Rojas. Yo veré un libro.
Revisé las anotaciones del libro de ingreso de cadáveres al depósito: "19 de febrero. Fred Gerald Jones. Causa de muerte: anemia cerebral aguda". La letra era lenta y cultivada... en la singular profesión de recibir cadáveres enteros y despacharlos hacia Erasmo llegó con un camión casi nuevo y con el doctor Rojas, con cordeles y tablas. Saldaño afirmó el ataúd para el viaje.
-Deja en Linares a Saldaño, incomunicado y a mis órdenes; haz lo mismo con el doctor Rojas.
-¿Por qué a mí, señor?
-Porque usted ha certificado una inexistente causa de muerte. ¿Cómo pudo escribir en el libro: "Anemia cerebral aguda" si ni siquiera ha visto este cadáver? Fue groseramente abierto por el panteonero.
-Por estos lados, señor, siempre vida y muerte fueron normales. Parece que ahora están ocurriendo otras cosas y yo he envejecido mucho. Discúlpeme. Debí ver ese cadáver, jamás pensé en un crimen. El doctor Espina me había encargado hacerlo, pero hubiese Le temblaban las manos, se estaba secando y de los ojos se le arrancaba la vida. No sólo se había detenido: "regresaba".
-Llegaré muy pronto a Santiago, Erasmo, porque es poco lo que aún tengo que hacer aquí. Dile a Tobar, el médico jefe del Instituto Médico legal, que sospecho tóxico o veneno y que empiece los exámenes.
-Saludos a la morena. Explícale.
-Si es que la veo. Chao.
Me dirigí al hotel: quería hablar con el doctor Espina.
-Soy el inspector-jefe Carlos Cortés, de la Brigada de Homicidios de Santiago y jamás me ha dolido una rodilla. Usted debe tener aquí la ficha de Jones.
-No, señor.
-¿Vió usted los vómitos?
-Sí.
-¡Descríbalos!
-Los recogió la mucama, Carmen, es la esposa de Cirilo. Ella me los mostró. Amarillentos.
-¿Qué más? Hable de la agonía de ese muchacho.
-No lo ví morir.
-¿Tenía fiebre?
-No.
-¡Dígame, doctor, los síntomas que apreció! ¿Qué le pasa?
-Estoy confuso. Es la primera vez que trato con un policía. Usted me ha sorprendido y ahora me acosa. Es su voz, el caso...
-Lo comprendo. No tengo mucho tiempo y no deseo perjudicar a nadie que sea inocente; pero debe hablar, es necesario.
Espina bebió agua y se sentó detrás de su escritorio.
-¿Qué puede pasar?
-¡Hable! Puedo llevarlo a usted a Santiago, detenerlo, incomunicarlo, dar su nombre a la prensa, allanar su hogar, esposarlo...
Cerró los ojos y cruzó las manos.
-Necesito saber su parte en este asunto.
-Me limité a asistirlo profesionalmente.
-¡Cálmese! ¡Hable, hágame caso!
-Me pareció que ese joven tenía la vista extraviada y que no hablaba bien. Voz sorda. Déjeme recordar. Sí, liquido en la nariz, reflujo líquido.
Espina se estaba calmando o se había calmado.
-¿Estaba lúcido?
-Parece que sí.
-Piense y recuerde, doctor, porque usted es la autoridad médica que lo vio, por última vez, con vida y éste es un crimen increíble.
-No recuerdo nada más... Ah, trastornos respiratorios. Yo no soy especialista en intoxicaciones o envenenamientos, inspector.
-¿Por qué lo cree así?
-Carecía de heridas.
-Nadie es especialista en agonías porque une dos incógnitas biológicas: vida y muerte; sin embargo, quedan los síntomas y sólo ustedes, los médicos, están en condiciones de certificarlos con alguna autoridad científica nacida de observaciones repetidas. -El cadáver debió ser examinado por el doctor Rojas. Yo pedí una autopsia.
-Pero usted debe saber que Rojas es un viejo...
-Lo sé.
-Lo abrió el panteonero. Rojas certificó "Anemia cerebral".
-Uno sigue la rutina. Todos tratamos de ayudarlo.
-Si llegara a recordar algo más, por favor, llámeme a Santiago.
-Sí, inspector. ¿Entonces no va a hacer conmigo ninguna de las cosas que dijo?
-No.
-¿Por qué?
-El hombre que armó este puzzle rojo no tiene nada que ver con usted. Gracias, doctor Espina. Perdone el que le haya preocupado.

_________________________

Me acerqué a Silverstein que ya estaba enterado de la tromba de acontecimientos.
-Deme la cuenta.
-No debe nada, inspector.
-¡Deme la cuenta, señor!
Había masticado las palabras y las había quebrado una por una como si fuesen de vidrio.
-Es que...
Pasó con rapidez un recibo. Pagué.
-¿Llamó usted, después de la muerte de Jones a alguna persona, comunicándosela? Piense la respuesta.
-No, no llamé a nadie.
-¿Sabe cuál era la relación existente entre la víctima y el individuo que canceló la cuenta de Fred?
-No.
-¿Sabe el nombre?
-No.
-¿Firmó algo, cheque, cualquier cosa?
-No.
-¿Podría reconocerlo?
-No.
-¡Caramba, don Luis Silverstein! Cinco noes consecutivos... en un crimen, es mucho negar. Voy a llevarlo, lo quiera o no, al campo más agradable de los síes, solamente para oírselos decir. ¿Es usted judío?
-Sí, inspector.
-¿Puede usted reconocer, por fisonomía y forma de hablar el castellano, a los compatriotas suyos?
-Usted debe saber que hay dos grandes grupos...
-Páselos de largo. ¿Puede o no?
-Sí, aunque con los sefarditas no es tan fácil. Usted sabe que son originarios de España y que sus fisonomías...
-¿Qué me dice de Jones?
-Sí, lo era. Aunque su apellido no lo es.
-¿Y el que canceló la cuenta?
-Sí.
-¿No eran sefardíes, no?
-No, askenazis, alemanes.
-No voy a insistir en la razón de sus negativas anteriores porque ha cooperado bien, gracias. ¿Tiene recibos de los llamados telefónicos hechos desde aquí?
-No. Anoto en las cuentas el valor de los llamados.
-Me sirven, aunque no siempre puede estar usted al lado del teléfono.
-Es que no va a saber, porque no salen los números, a quien se llamó o a quienes llamaron desde afuera o desde aquí.
-No es lo mismo, señor Silverstein, tres minutos a Santiago que tres minutos a Arica o Magallanes.
-Sí, pero un llamado de cinco o siete minutos le da a usted una tarifa diferente.
-Veámoslo...desde el 14 de febrero al 19.
Jones aparecía sólo con un llamado hecho el 18 en la mañana a Linares: pedía un taxi.
Tomé el teléfono.
-Señorita, soy el inspector Cortés de la Brigada de Homicidios de Santiago. Usted puede llamar a la comisaría de Linares y comprobarlo.
-¿Qué desea?
-Una lista de los llamados hechos desde este número a cualquier parte y los recibidos desde afuera entre los días 14 y 19 de febrero último.
-Espere un momento, inspector.
-Aló. Panimávida Santiago: 49307, 60424, 74287, 39801, 55693, Las Condes 636. Santiago Panimávida: 74287, 49307, 55693. Panimávida Linares: botica, 7; carnicería, 4; almacén, 8; paradero de taxis, 14. Es todo.
-Señorita, los hechos el día 18 desde afuera, por favor.
-No hay.
-El mismo día 18 desde aquí a Santiago.
-49307, 55693.
-Día 17, desde afuera.
-49307,55693,74287.
-Gracias, ha sido muy amable.
Silverstein me pidió la lista que yo había anotado.
-El 49307 es de la familia de doña Graciela.
-¿Qué clase de familiares?
-No lo sé.
-Señor Silverstein, usted la corteja desde hace algún tiempo.
-No lo sé, créame. Con ella uno no puede hacer preguntas de ese tipo: se enojaría y su carácter no es, a veces, muy suave. El 60424 es de la librería de don Tito Goselan, un amigo mío. El 74287 pertenece a la familia del doctor Espina. Nada sé del 39801 -Gracias. Hay un número, el 55693, de ida y vuelta y fue usado el 17 y el 18 de febrero.
Volví a llamar a la central de Linares.
-Deme con el 55693.
-Un momento, por favor.
Esperé fumando.
-No contesta, señor.
-¿A quién pertenece?
-A don Carlos Valenzuela, Victoria 1028, Santiago. Es una relojería.
-Gracias.
Corté.
-¿Qué pasó, señor Silverstein, con las maletas de Fred?
-Están guardadas.
Volvió a sonar el teléfono. Atendió Silverstein.
-Sí. Un momento. Es para usted, inspector.
-Aló. Sí.
-Una compañera tenía anotado otro número, el 61570. Llamaron desde allí el 18 en la mañana.
-Comuníqueme.
-Aló.
-Distribuidora Metro Goldwyn Mayer. ¿Qué se le ofrece?
La voz era agradable, educada.
-Corresponde al centro de la ciudad, ¿cierto?
-Sí. Bandera y Unión Central. ¿En qué puedo servirle?
-Es difícil de explicar por teléfono, en fin, usted verá: desde este número se hizo un llamado al suyo el 18 de febrero en la mañana: hablo desde las Termas de Panimávida...¿Puede decirme su nombre?
-Sí. Eva Killman. ¿Qué pasa? ¿Le ha ocurrido algo a Fred?
El tono de la voz interrogativa fue naturalmente angustioso. Corté. Ese nombre no me decía nada, pero sin duda conocía a la víctima.
-Cirilo, trae las maletas de Jones aquí.
-No, señor Silverstein. Iremos a verlas.
En el cuarto número siete sólo faltaba el que fuera su último ocupante. Revisé la pieza sin encontrar restos biológicos de ninguna clase, excepto un escupo reciente, con tabaco, que violentamente había lanzado el administrador sobre un diario viejo que h El maletín contenía jabones de tocador, cepillo de dientes, pasta dentífrica, colonia, gomina, polvos faciales; una toalla pequeña color celeste y limpia; un frasco con vitaminas, tijeras para las uñas, lima; un corta uñas niquelado, nuevo, tijeras de pa -¿Quién acomodó estas ropas?
-Yo -dijo Cirilo-.
-¿No tenía pañuelos?
-Sí.
-Tráelos junto con las ropas que vestía Fred.
-Aquí no falta nada, inspector.
-No se meta, administrador.
El mozo me miró sorprendido.
-No pongas esa cara; me refiero a las ropas que vestía el cadáver. Hazlo bien, no deseo revisar tu habitación que debe parecerse al Arca de Noé.
Abrió la boca.
-¡Las que te entregó José Saldaño!
Salió del cuarto casi a la carrera. Mi voz se le pegó a los talones y recorrió todo el pasillo y las habitaciones de ese lado:
-¡Que no falte nada!
Regresó con un paquete envuelto en diarios y amarrado con un delgado cordel. Miré el reloj: dos minutos, no había tenido tiempo. Lo abrimos: zapatos negros, cabritilla, número 38 -casi un niño grande-; calcetines morados, un traje café con etiqueta de Mo Esos vómitos indicaban que se habían producido estando Fred sentado: las manchas del pantalón corrían hacia los lados. El chofer que lo trajo, de ser habido, lo confirmaría.
Acomodé sobre la cama, y ordenadamente, todas las prendas que Fred usara para ir en busca de la muerte. Faltaba el pequeño cuerpo negro y putrefacto que ya iba camino al bisturí. Ni un cabello y ninguna otra mancha. Guardé las ropas en el mismo paquete. Cirilo entregó, además, media docena de pañuelos blancos, sin uso.
Calculé los tamaños de uno y otro cuerpo:
-El traje no te habría quedado bien, Cirilo: el muerto era más chico.
-Mi esposa pensaba alargar los pantalones y las mangas.
-¿No te dio miedo probarte las ropas de un difunto?
-Yo ayudo a Saldaño en el cementerio.
-¡Gran ayuda! Todos los muertos deben estar desnudos. ¿Qué más sacaron de aquí?
-Nada, señor.
-¿Nada? Hasta aquí no he visto billete alguno. Cuando murió, un desconocido pagó la cuenta del hotel. Si no aparece dinero, Cirilo, te detendré por hurtos reiterados. Se te pasó la mano. ¿No lo crees así? ¿También creíste, como el asesino, que no se ente -No era un desconocido, señor, era el padre. No sabía que lo habían asesinado. En verdad tenía 72 mil pesos. Algo he gastado, quedan 70 mil.
-¡Dámelos!
Volvió a salir de la habitación.
-Lo siento, inspector. Lo despediré y también a su mujer.
-Se quedará sin servidumbre.
-Es cierto, pero hay cosas que no se deben tolerar.
-Su propia novia no tendrá quién la lleve en su silla de ruedas. No despida a nadie, deje las cosas como están. Si los echa, me costará mucho juntarlos a todos. Es una orden.
-Sí, inspector.
Setenta mil pesos en billetes contó Cirilo de muy mala gana.
-¿Dónde estaban?
-Los tenía mi mujer.
-¿En qué parte de esta pieza?
-Diez mil en el traje café, el resto, en la maleta grande.
-¿Cuándo lo sacaste?
-La noche que murió.
-¿Lo sabe Saldaño?
-No.
-¿Tú hermano?
-Tampoco.
-Bien, señor Silverstein, revisaremos esa maleta y usted hará una especie de inventario con copia que yo le firmaré. Este asesinado y robado tiene, al menos, un familiar en Chile... o alguien bien allegado a él.
-¿Cómo lo sabe, inspector?
-Secretos del oficio, filósofo.
Se agitó como garza herida.
Me volví hacia Cirilo.
-Tú dijiste, mano larga y profanadora, que era el padre ¿Por qué?
-Dijo: "Pobre hijo mío" o algo así la mañana del entierro.
-¿Algo más?
-No, pero estaba muy apenado.
-Bien. Empezaremos por anotar, señor administrador, tres trajes: azul, plomo y marengo, con etiquetas de Buenos Aires; uno es cruzado....
La mano derecha se me fue encima de una barra que parecía oro y que no pesaba menos de cinco kilos. Había cinco más.
-Parece que son de oro -comentó Silverstein-.
-Sí. Lo veremos. ¿Tiene una lima?
La buscaron y raspé. Las seis barras, enchapadas en oro, eran de plomo.
El administrador comentó:
-Nunca había visto algo así. ¿Para qué las habrán hecho, inspector?
-Para cazar y matar a un joven idiota. Lo que me preocupa es otra cosa. Siga usted anotando, por favor, las especies.
Leí el pasaporte inglés: tenía permiso para residir seis meses en Chile; registraba salidas y entradas a Argentina y Uruguay. Jones fue un frecuente viajero aéreo.
En la libreta negra había anotaciones sobre tres compañías de seguros: "Suramérica", seis millones; "La Nacional", un millón de pesos argentinos, y "La Agrícola", seiscientos mil pesos uruguayos. Extraño puzzle rojo y alzadas sumas negras.
Silverstein había terminado de anotar las especies de Fred. Firmé la copia. Cirilo acomodó las especies en ambas maletas. No me preocupé de mirar si las ponía todas o no. Cirilo y Silverstein me acompañaron hasta la entrada. Acerqué el automóvil y en el -No lo comenten. Es una investigación que bien podría resultar larga. Usted, Luis, comuníqueme cualquier cosa relacionada con este asunto.
Hice andar el motor y sin mirar hacia la ventana de cortinillas verdes, me puse en camino.
A veces me cogen, cuando estoy verdaderamente sobrecargado de problemas serios, ansias de distancia y de velocidad. Un peligroso escapismo de caminos abiertos. Divago preocupado del manejo no permitiéndole, al cerebro, ningún juego analítico. Entonces un Una curva me puso sobre la tierra de una pequeña colina. Frené. Linares estaba a la vista.

Capítulo Cuarto

LA BUSQUEDA DE UN ROSTRO

En la puerta de la comisaría de Linares saludé apresuradamente al, para mí, desconocido comisario local, que conversaba con un grupo de subalternos. Supe que era el comisario por su edad: mayor de cuarenta años y porque lo rodeaban con justificada defere -Supongo que ya algo sabes sobre el poder judicial...
Sabía que volvería a asentir con la misma centenaria frase-forma de la entrega donde se mezclan el temor, la desconfianza, incultura y soledad. Una frase-respuesta que siempre sale de gargantas ásperas que corresponden a espaldas encorvadas y a tonos agr -Sí, señor.
Un "señor" tan largo como la más vieja de las esperanzas.
-No es mi deseo dañarte, José, en modo alguno; pero debo aclarar ciertos detalles y para eso necesito tu cooperación, tu ayuda.
Alzó la vista y me vio por primera vez. Me sentí elemental y francamente examinado, recorrido por ese par de ojos negros acostumbrados a ver rostros de muertos y vivos enlutados, al parecer, aprobé el examen.
-Bien, inspector.
Me había quitado el ya oprobioso "señor" de las distancias-muros y su ánimo y el mío mejoraron.
-¿Dónde viste, por primera vez, ese cadáver?
-En el depósito.
-¿Quién lo llevó a ese lugar?
-Cirilo.
-¿Quién compró el ataúd?
-No lo sé, también estaba en el depósito de cadáveres. Cirilo me dio algo de dinero y me dijo que lo enterrara.
-¿Cuánto?
-Dos mil pesos. Aquí los tengo, no me he atrevido a gastarlos.
-¿Lo supo el doctor Rojas? La verdad, José.
-No.
-¿Por qué escribió "Anemia cerebral"?
-Es lo que pone casi siempre. La otra causa de muerte que escribe es: tuberculosis. Vea los libros
-Los vi. La única variante que encontré fue un "infarto". Parece increíble: el ataúd se ajustaba al tamaño de la víctima. No hubo velorio, pero sí hubo reparto del dinero del muerto. Tú y Cirilo se asocian, para efectuar un entierro clandestino, con un v -Yo no lo vi, inspector, y jamás pensé en crimen.
-Alguien tuvo, José, mucho apuro y dinero para comprar complicidad.
-El cadáver no presentaba nada especial, inspector: lo miré bien, después ayudé. No olvide que llevo más de treinta años en mi oficio, que me crié entre muertos y tumbas. Los vivos están siempre apurados y los muertos molestan en todas partes, menos en m -¿Por qué, entonces, hiciste ese intento de autopsia?
Miró hacia el suelo: estaba sorprendido-avergonzado, una explosiva mezcla de culpabilidad primeriza e ira. Era visible el esfuerzo que hacía para sobreponerse.
-Yo ayudo al doctor Rojas en lo que puedo. Me pidió hacerlo por él. No se lo diga, inspector.
-Está bien. Lo sé, ya he conversado con el doctor Espina y también con el doctor Rojas. ¿Es tuyo el cementerio?
-Sí. Yo cobro lo que hay que cobrar. De eso vivo.
-¿Haces ataúdes?
-No. Los compro aquí, donde Juan Soto, en la esquina sur de la plaza.
-Gracias. Veré el modo más rápido de terminar con tus problemas policiales.
-Ojalá, inspector; el cementerio está abandonado.
-No importa, nadie muere, naturalmente, en esas termas y no creo que el asesino vaya a dar otro golpe y mucho menos en ese mismo lugar.
-Pero hay plantas que necesitan riego, cruces que afirmar o hacer, letreros que necesitan ser pintados, fosas que tienen que ser ahondadas; además, inspector, y es lo urgente, tengo pendiente un traslado de nicho a tierra y uno de los ataúdes está abiert -¿Qué puede pasar?
-Hay ratones grandes...
Salí. Es escalofriante conocer la doméstica intimidad de un cementerio. Era más grato pensar en Cirilo: un eslabón de oro, un apresurado error del genio...

_________________________

El dueño de la pequeña empresa de pompas fúnebres se quedó mirándome, preocupadísimo, cuando, después de darme a conocer, le pregunté:
-¿Tiene ataúdes encincados?
-No, pero puedo ponerle cinc a cualquiera.
-¿Vende muchos ataúdes?
-En el invierno, porque aquí llueve mucho y hay demasiados resfríos y tuberculosis...
-¿Como supo mi condición de afuerino?
-Nací aquí y conozco a casi todo el mundo. Los de aquí, como los nacidos y criados en cualquier parte, parece que se han ido acomodando al paisaje, a las mismas gentes y a las cosas nuestras. Yo, aunque no lo crea, soy "extranjero" en Valparaíso: no sé c -¿Hay otra empresa funeraria?
-Sí, una un poco más humilde; queda al final de la calle larga.
-Cuando hablé de "encincado" me pareció notar en usted sorpresa o preocupación. ¿A qué se debió?
-No es época, señor, para usar cinc: hace mucho calor y los cuerpos se pudren con gran rapidez.
-Me parece que el cinc se justifica por esas mismas razones.
-¿Entiende de esto?
-No. Entiendo de cadáveres, es mi negocio. ¿No pasa lo mismo con la madera?
-No, la madera que usamos es porosa; además, siempre quedan algunos resquicios por donde el aire se renueva. A la postre, usted debe saberlo, todos los cadáveres se pudren.
-Yo creo, don Juan, que usted sabe muy bien por qué estoy aquí.
-Debe ser por ese ataúd encincado, sin vidrio-ventana ni acolchados, que vendí hace sólo algunos días. He pensado mucho en él y como lo supuse, resultó crimen... Tal vez usted no esté interiorizado en ataúdes. Los encincados llevan una pequeña ventana de -Sí, lo sé.
-¿Sabe que ese ataúd...?
-Lo vi. Lo vendió el 19 de febrero en la mañana, ¿cierto?
-No, no lo vendí el 19.
-¡No puede ser! ¡Muéstreme los libros!
-No llevo libros porque los impuestos son cada día más elevados, simplemente lo recuerdo: lo vendí el 18 de febrero.
-¿A quién? ¿Cómo era el comprador?
-No me dijo el nombre. Gordo, bajo.
-El rostro es lo que me interesa, señor Soto, y mucho más de lo que usted podría llegar a imaginarse. Asesinaron a un pobre muchacho tonto e indefenso. Lo empezaron a matar prácticamente aquí o en los alrededores de Linares, murió en las termas. Piense e -Lo atendí yo mismo. ¿Narigón? Recuerdo que me dijo con una voz muy suave, las medidas del ataúd. 1,65 de largo. Entonces... habló de cinc, latón. Le advertí que finalmente debería ser soldado con cautín. Sin sombrero, canoso. Agregó que él mismo lo harí -¿No sería el acento de su voz lo que le hizo y lo hace pensar así?
-No. Hablaba cultamente, sencillamente y como chileno. Sí, señor, rostro extranjero. No puedo precisar el color de sus ojos, pero su mirar era tranquilo, suave. ¿Su mirar o su rostro? Sí, una nariz... nariz. ¿Cómo lo mató?
-Lo ignoro. ¿Con qué pago?
-Billetes.
-¿Recuerda algo de sus manos, dientes; cualquier cosa?
-No.
-¿Esperó mucho rato?
-No. Hizo el encargo en la mañana, a las diez más o menos. En la noche vino por el ataúd. Hacer un ataúd y ponerle cinc lleva algunas horas, cuatro o cinco por lo menos.
No cabía duda: lo había comprado el 18.
-Se lo llevó en una camioneta cerrada.
-¿Qué marca? ¿De qué color? ¿De qué año? ¿Vio al chofer?
-Calma, inspector. Oscurecía. No había cerrado, esperándolo. No vi nada más. Abrió el furgón y puso el ataúd en el interior del vehículo. Ah, el hombre fuma mucho y es o estaba muy nervioso.
-Le recomiendo no hablar con persona alguna de este asunto. Gracias, señor Soto. Algo he adelantado.
De nuevo atravesé la plaza pensando con una caldera al rojo en lugar de cabeza fría. No vi árboles ni personas tratando de dibujar el rostro de un fantasma... Sin facciones. Por grande que sea una nariz uno tiene que tener un rostro donde colocarla.
Volví a la comisaría.
-¿Quién te ayudó a encajonarlo y a ponerlo en el nicho?
-Cirilo. Viene descompuesto, inspector.
-Hay momentos y días así, José. Estás libre. No hables de esto o te romperé todos los huesos. Posiblemente te cite a Santiago o te mande a buscar. Simples diligencias que tienen que hacerse. Yo mismo te llevaré a Panimávida: debo conversar largamente con -¿Y el doctor Rojas? No es más que un pobre viejo bueno.
-Sí, tienes razón. También regresará con nosotros.
-¿Qué le pasará?
-Perderá el título. Ya no puede ejercer ni como practicante.
Veinte kilómetros para pensar en un rostro no siempre es demasiada distancia.
El señor Silverstein salió a recibirnos. Una ventana abierta corrió los visillos verdes; desde la comarca de la menta también vino un saludo.
-No demoró mucho inspector.
-¡Llamé a Cirilo!
El muchacho llegó corriendo.
-Sube. Vamos a dar un pequeño paseo.
Nos alejamos un par de kilómetros y me detuve. Cirilo estaba francamente demudado.
-¡Cuéntame toda la historia del cadáver y del ataúd! ¡Que nada te falte!
-Cuando ese joven murió, lo supe por mi mujer, fui a verlo al cuarto número siete.
-¿Qué hora era?
-Medianoche o algo así. Nunca había visto un muerto en el hotel. Estaba acostado y con ropas. Mi mujer lo cubrió con una sábana.
-¿Había alguien más?
-Sí, mi hermano mellizo. En cierto modo, lo velamos.
-Le avisaron al señor Silverstein?
-Yo mismo se lo dije.
-¿Cuándo?
-En la mañana, antes que llegara el "papá del señor Fred"
-¿Qué dijo Silverstein? ¿Te ordenó algo, cualquier cosa?
-Nada. Movió la cabeza.
-¿Cómo se presentó a ti "el papá de Fred"?
-Me llamó y me dijo que llevara el cadáver al depósito.
-Espera un poco. ¿Lo viste llegar?
-Sí. Estacionó el vehículo y caminó por los alrededores. Estaba fumando. Creo que se acercó al cementerio, a pie.
-¿Te dió la sensación de conocer el lugar? Piensa, Cirilo.
-Creo que sí.
-¿Habló con alguien?
-No, habló conmigo y después, cuando pagó, lo hizo con el administrador.
-¿Recuerdas lo que te dijo la primera vez que habló contigo?
-Sí, dijo: "Lleve el cadáver al deposito".
-¿Qué más? ¡Dí la verdad!
-Agregó: "Le daré una buena propina".
-¿Te la dió?
-No.
-¿Por qué?
Vaciló.
-¡Habla!
-Después que yo llevé el cadáver al depósito... Espere, inspector, me entregó el ataúd...
-¿Y?
-Volvimos a conversar y dijo que "podía quedarme con las cosas del señor Fred".
-¿Cómo te lo dijo? ¡Las palabras que usó! ¡Repítelas!
-No puedo, señor. No sé; apenas firmo. Eso fue lo que dijo.
-Está bien. ¿Vió el cadáver?
-No. Cuando nosotros lo llevábamos...
-¿Con quién?
-Con mi hermano. Lo hicimos con la sábana que el finadito tenía en su cama. Salimos por la puerta de atrás. Hablé con Saldaño y lo encajonamos. Saldaño le abrió el pecho con un cuchillo chico que no tenía cacha. Después lo cosió con una aguja grande y cá -¿Quién lo desvistió?
-Saldaño y yo.
-¿Por qué, Cirilo?
-Gano poco y las ropas se pudren en el cementerio. Yo las he visto cuando José traslada cadáveres.
-Pero, si ya habías hablado con el "papá de Fred" y lo que te sobraba era dinero y ropas.
-No le creí, y ... ya vé: me he quedado sin nada porque usted me lo ha quitado todo.
-Yo no sé lo que realmente tenía Fred y han pasado unos días. Creo que eres naturalmente ladrón. ¿Por qué te gustó el traje que vestía el muerto y no los que tenía en su maleta?
-Es muy brillante y nadie, hasta ahora, trajinaba ataúdes. Los muertos de por aquí son pobres como yo. No quise nada de la maleta, salvo el dinero, claro, esas barras de oro me asustaron muchísimo...
Una lagartija se corrió del sol cuando Cirilo se alejó a orinar.
Levanté un poco más la voz:
-¿En qué clase de vehículo llegó "el papá de Fred"
-En un furgón negro.
-¿Era la patente de Linares?
-No lo sé, señor.
Cirilo regresó con las manos húmedas y el pantalón chorreado.
Mi voz cambió de tono: se hizo dura, cortante, fría, impersonal. Me dí cuenta que estaba apretando maxilares, dientes y puños: el oficio, inconscientemente, me había, otra vez, cogido; probablemente por la advertida humedad de sus manos y pantalón; que d -¿No te preguntó por el dinero de Fred?
Cirilo, alarmado, se alejó de mí unos inútiles centímetros.
-No, señor.
Al decirlo esquivó, como pez en manos de pescador, cara y cuerpo.
Lo que me salió fue un grito sordo:
-¡La verdad, carajo!
Mi mano derecha lo había agarrado violentamente del cuello. Cabeceó descompuesto y afirmando. Apreté una vez más: se ahogaba y lloraba: lo solté.
-Se lo pregunté, inspector. Dijo que no le importaba.
-¿Le dijiste la cantidad?
-No. Creí que ese señor la sabía.
-¿Qué pasó, entonces?
-Nunca había tenido tanto dinero: hice todo lo que él quería y creo que lo hice bien.
-¿Por qué le diste dos mil pesos a José?
-Es mi amigo, un buen amigo.
-¿Sabes lo que es acuerdo, convenio?
-Sí.
-¿Llegaste a algún acuerdo con el "papá de Fred"?
-No, señor.
-¿Sacaste tú el ataúd del furgón?
-Sí. El abrió la parte de atrás del vehículo. El ataúd estaba cubierto por seis sacos paperos.
-¿No sospechaste un crimen?
-No, inspector. El señor Silverstein tampoco; nadie aquí, sólo la señora Graciela que es muy intrusa y que preguntó mucho.
-Tengo aquí los dos mil pesos que tú le diste a José. Me voy a olvidar que tuvieron toda una noche para patraquear a un muerto, porque ustedes no lo velaron, lo despojaron. Tú y tu familia componen una banda de... infelices. No te detendré, no tendrás qu -Sí, aunque no mucho.
-Te daré los dos mil pesos si solamente me dices cómo era el rostro del "papá de Fred". Piensa. Tómate el tiempo necesario. Fuiste capaz de memorizar sacos vacíos y contarlos, recordaste que el cuchillo chico no tenía cacha; calculaste que si te quedabas Me alejé de mi auto y de Cirilo. Otras lagartijas buscaron, rápidamente, la espesura de las zarzas vecinas. Con el tercer cigarrillo en los labios y humo negro en el cerebro regresé.
Cirilo Castro seguía pensando: era visible su esfuerzo por recordar el rostro de un demonio viejo y chico.
Un automóvil verde pasó velozmente en dirección a Linares.
-Es el señor Silverstein. Va a buscar la carne.
-¿Siempre corre así?
-No lo sé. Es un buen jefe. Ojalá doña Graciela...
-No importa. Sigue con lo tuyo.
-Creo, inspector, que no recuerdo esa cara, pero tenía dos arrugas por aquí -señaló sus mejillas y las regiones nasolabiales-, bien marcadas; cejas gruesas y ojos chicos.
A veces, ocurre así: se recuerda un rasgo y empiezan a salir, encadenados, los subyacentes.
-¿Recuerdas el color de los ojos?
Una aparente pregunta tonta y una ley criminalística: todos los asesinos son más hábiles, criminalmente, que los homicidas y los ojos son, particularmente, la más importante característica facial humana: agregan, al singular movimiento propio, el del cue En el caso de Fred todos "vieron" al "padre del muchacho" con posterioridad a los hechos, cuando la investigación comenzó, excepto doña Graciela.
Uno llega a saber, por la acumulación de negativas, que sigue una buena pista: ningún asesino da amplia y generosamente la cara a los demás, ni siquiera los brutalmente geniales.
-No, era de "mirar esquivo"; pelo canoso... No recuerdo más. ¡Ah una tapadura de oro... en un diente de arriba!
También ocurre: resaca del recuerdo, sobras.
-¿Conversaste con Silverstein?
-Sí.
-¿Cuándo?
-Hoy, en la mañana. Le conté todo lo que había hecho.
-¿Sin mentir?
-Sí.
-¿Incluiste las ropas de Fred?
-Sí.
-Bien. Aquí tienes los dos mil pesos, te los ganaste. Regresarás a pie porque no puedo perder tiempo.

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En Linares, cerca de la plaza, ubiqué a Silverstein: estaba comprando carne.
-Como usted ve, me estoy convirtiendo en su sombra.
Se le veía, así me pareció, molesto, irritado. En ningún caso sorprendido por el encuentro.
-Grata sombra.... protectora, inspector.
-Creo que usted empieza a entender, amigo mío, que el crimen suele modificarnos bastante más de lo que todos suponemos y que cualquier persona relacionada, de uno u otro modo, con un asesinato, llega a conocerse mejor.
Lo miré: estaba bebiéndose mis palabras, saboreándolas. Seguí:
-El crimen es el gran concretador del significado de la voz conciencia, esa, generalmente, mal acondicionada reflexión sobre la propia actividad en cuanto se refiere a la ley penal o a la moral. Todos cambiamos rápida, brusca o paulatinamente y nos vamos -¿Está sermoneándome, haciendo el brujo... o aterrorizándome?
-No lo necesito a usted ni como testigo de dos llegadas del criminal hasta su propia cara ni como informador de la fisonomía de ese desconocido asesino, porque al final de este endemoniado caso llegaré, por la obligación del oficio, mi inusitado interés -¿Qué quiere decir con eso de "humano rol"?
-Desde el principio el hombre instintivamente mató, llegó a usar la razón y siguió matando. De uno u otro modo, inútilmente, nos hemos defendido legislando, castigando. Creo que estamos entrando en la etapa de la verdadera comprensión del crimen y que la -¿A quién deberemos, entonces, juzgar, a Dios?
-No es juzgar el verbo, es comprender. Los asesinos del tipo del que busco lo desafían todo y este simple adjetivo incluye poderes y elementos desconocidos por el hombre.
-¿No está yendo demasiado lejos, inspector?
-Sí, más allá de lo que usted podría entender: yo vivo en función del crimen, en esa roja salsa me aliñaron y me siguen aliñando.
-¿Quién lo hace?
-Usted lo dijo: Dios.
-¿Cómo?
-Simplemente me empapó sensorial, mental y emocionalmente en el crimen y me gobierna, en algunos casos, por ese altísimo mecanismo que llamamos "intuición", nombre muy nuevo para un fenómeno muy viejo. Si hay final de pesquisa, bien, con mi oficio me las -Hay un dejo innegable de determinismo inflexible en sus palabras. ¿Dónde está la condición humana?
El filósofo empezaba a mostrar las garras.
-En su destino de especie.
-Explíquese, por favor.
-Los caminos y finales del crimen son infinitos y tan ricos en matices humanos y divinos que yo mismo, que algo sé de esas rutas, por haberlas transitado día y noche durante años, sólo puedo dar pálidas y menoscabadas versiones. Un muchacho de catorce añ -El primer caso es una estúpida imitación; el segundo es típica anormalidad mental. Es el tercero el que sobrecoge el ánimo.
-El "estúpido imitador" siguió matando; "la loca", según usted, casó con un gendarme y lleva una vida normal, señor Silverstein. La lavandera se suicidó seis meses después de delatar a su sobrino...
Su largo cuello blanco agitó la cabeza. Ya lo había relacionado, inconscientemente, con una garza. Miraba hacia el suelo como si estuviera al borde de un negro precipicio.
-Usted lo cambia todo, angosta los caminos anchos, enluta el verde, entierra ensueños. Resulta el fakir de la desesperanza.
-¿Sólo porque relato los hechos? ¿Dónde chocamos?
-Su realidad no es la mía.
-No esté tan seguro. ¿Cuál es la suya? ¿La ceguera o las inútiles y manoseadas definiciones que usamos sobre lo que desconocemos? En crímenes no se puede, estimado amigo, concluir según fórmulas.
-Si el análisis resulta imposible. ¿Cómo pesquisa usted?
-Se lo he dicho: según rol. Desempeño mi papel porque estoy humanamente preparado para hacerlo, como cualquier individuo de la misma o distinta profesión u oficio. Los personajes, el lugar y los acontecimientos resultan imprevisibles, siempre escapan y e -¿Como llegó usted a comprenderlo así?
-Caso a caso, sumando crímenes y actitudes, examinando y reexaminando conductas criminales, testimoniales, incluyendo la mía; comparando hechos, detalles, circunstancias. A la postre me he ido transformando, sin haberlo deseado ni siquiera sospechado, en -¿Por qué lo hace o cree hacerlo?
-Lo ignoro. Quizás porque usted es un buen novato, un equivocado de buena fe.
-Explíquese, inspector.
-En algunos crímenes suelen aparecer encubridores inconscientes u hombres que hacen primar otras consideraciones por sobre la propia moral. Ocurre con políticos militantes, connacionales, familiares, coterráneos, condiscípulos, etc. Extienden los sentimi Sentí sus miradas recorriendo mi físico, en especial mi rostro de simio inescrutable, recién bajado de la alta y verde palmera del tiempo infinito.
Sin ponernos de acuerdo empezamos a caminar como si en verdad fuésemos dos viejos y buenos amigos.
-Un relato inimaginable, mágico y misterioso. Me pasaría la vida conversando con usted, Carlos, porque intriga y desconcierta.
-No lo crea así, nada poseo yo. Todo, Luis Silverstein, es tan simple como el primer vagido de un niño: débil grito de lo nuevo. No trate jamás de meterse en el porqué del crimen y vivirá y morirá tranquilo.
-Pienso que usted es el egoísta guardián de extraños tesoros y que se mide mucho. Le envidio de verdad y jamás antes me había ocurrido con humano alguno.
-Sólo tengo las angustias de víctimas y victimarios y es un poco largo y pesado el plural. ¿Vio usted el vehículo en el que llegó a las termas su compatriota?
-Le ruego perdonarme esta nueva negación mía, inspector. Mi estado de ánimo era "sacarme, de cualquier manera, el cadáver de Fred". Egoísta pensamiento de hotelero, lo confieso. Ahora es distinto.
-¿Desde cuándo vale el "ahora"?
-Desde que vi el contenido de la maleta y, sobre todo, después de oírlo frasear sobre el crimen. Créame, inspector, cooperaré con usted.
-¿Se va a sacudir "la complicidad racial" o la personal?
-No use, conmigo, términos tan oscuros.
-¿Qué o quién lo convenció? Su respuesta me interesa mucho más que el crimen, porque Fred no resucitará...
Dejó pasar cerca de cinco minutos de marcha lenta por los alrededores de la Plaza de Armas. Cerca de un árbol centenario se detuvo.
-Usted debe conocer muy bien mi respuesta.
-Dígala, le hará bien.
-Prefiero callar.
Caminamos un poco más. Decidí cambiar tema:
-¿Notó nervioso al inesperado portador del ataúd?
-Lo vi suponiéndole "padre del joven". Es imposible y estúpido el que trate de interpretar reacciones pretéritas con el actual enfoque.
-¿Cómo era el rostro de él?
-Frente amplia con las entradas laterales propias de los cincuentones. Peinaba hacia atrás. Nariz ganchuda, como quebrada en el medio, muy corriente en los de mi raza...
-¿Recuerda el color de sus ojos?
-No. Tengo la sensación de no haber sido mirado por él y, sin embargo, creo recordar un mirar vago, huidizo, impreciso. El venía preparado para un entierro y él y yo vivíamos esa atmósfera de falso pesar y respetos que tienen sus ritos. Sin duda ese homb -Interesante. ¿Cómo cree usted que se enteró de la muerte de Fred?
-Me lo he preguntado varias veces. Puede ser médico o haber estado en conocimiento de lo que le ocurriría al muchacho.
-Sí, algo de cálculo aproximado a la muerte hay, para un hombre como usted, pero el cálculo era certeza. Es demasiado llegar a las termas portando el ataúd, salvo que probemos que alguien le comunicó la muerte de Jones.
-Nadie. Yo controlo a los entran y salen del hotel.
-Está volviendo al pasado: usted duerme a las 23 horas. Su control es sólo de libro.
-Perdón.
-¿Le pareció culto?
-Sí.
-¿Por qué?
-Estoy confuso. Me pareció que controlaba muy bien sus emociones de "padre" y era, según parece, un asesi... No tengo juicio valedero a pesar de haber repasado varias veces esas escenas. ¿Cómo meto ahora el nuevo modo de ver? Dígamelo, carezco de experie Dejé pasar la pregunta por parecerme que configuraba una hechicera novia y yo estaba sólo al acecho de los actos-rostro de un criminal, que me llevarían a individualizarlo.
Silverstein siguió su enloquecido monólogo deductivo:
-El adivinó mi nacionalidad antes de oír mi apellido, lo que no es difícil para ningún judío normal.
-No es difícil para nadie que tenga interés en saberlo: un llamado telefónico, una visita anterior, una consulta en Linares o una simple conversación con cualquier individuo que conozca las termas.
-Sí, perdón. Creo que se educó en Europa o que allá nació.
-No sirven las creencias. ¿Era judía la víctima?
-Sí, y eso es lo extraño, lo increíble para mí y para cualquier judío. Usted piensa en un crimen y por eso investiga; debe tener, sin duda, poderosas razones para estimarlo así. Sin embargo, tengo que decirle a usted, inspector, que los judíos no matan; -Usted se quedó en los viejos, estrictos y estrechos moldes religiosos, sanhedrinescos, con mucho de Ghetto del siglo XVI. Todos los hombres, voz anterior a pueblo, estamos montados en el fuerte instinto de sobrevivencia que suele adoptar diversas conduc -No es asunto religioso, señor Cortés, es racial; porque como minoría, siempre perseguida y acosada, tuvimos que defendernos con un estricto código moral y moral no es religión.
-¿No? Se basa en bondad y maldad del hombre y presupone el conocimiento de Dios. La moral laica, que se funda en principios utilitarios, no puede ser la de ustedes, porque carece de modelo a seguir, aunque de ella hayan derivado el positivismo jurídico, -Insisto en que es racial. Usted, que ha provocado algunos cambios en mí, con su extraño modo de pensar, puede verlo así; pero yo sé muy bien lo que es raza, mi raza.
-Perdón, Silverstein. Yo lo estimo así: pueblo unido por un fuerte sentimiento religioso porque no creo en raza alguna, ni siquiera en la amplia clasificación de Eichstedt, en la cual ustedes aparecen detrás de los vascos, en el grupo blanco europeo... Y -Es que no son sólo los caracteres físicos heredados y variables dentro de límites geográficos determinados, también hay que considerar los orígenes y la distribución geográfica...
-No lo puedo seguir. El origen de todo humano debe ser el mismo. Yo no puedo partir desde Judá, el cuarto hijo de Jacob: esa tribu contaba con David y de ella salió Jesús. ¿Y los que venían de la tribu de Benjamín? Geográficamente el problema también es Miré hacia el suelo: nuestras sombras se proyectaban largas y unidas hacia el este.
-Usted y yo, Luis, somos monoteístas aunque usted lo llame Hahvé o como quiera, y yo Dios. Una misma moral nos rige a ambos y a dos mil millones más. Si coincidimos en la concepción todos los calificativos están sobrando. Probablemente "el papá de Fred" -No lo sé. Estoy desconcertado con él y con usted. Ambos me parecen anormales.
-Sí. Anormal... en el sentido de no poder medirlo como a otros.
-¿Qué está diciendo, inspector?
-Nada. Divago sobre inteligencias distintas excluyendo la ética. En este caso, con lo poco que sé, se vislumbra un excepcional talento criminal. Sí, tiene usted razón, es un anormal.
-¿Puede darme un poco de luz para mejor entender sus palabras?
-No. Lo siento. Aunque con su cultura bien podría cotejar mis alcances especulativos y, tal vez, concretarlos.
-Lástima. Me habría agradado ayudarle.
-¿Ayudarme o curiosear?
-Ambas cosas. Un hombre como yo, está un poco al margen del mundo del crimen y parece ser apasionante ¿Lo es?
-Usted no está al margen. Nadie lo está. Usted ha sido policialmente interrogado. El crimen nunca es apasionante, aunque este caso viene con colores distintos a los del viejo arco iris, pero puede deberse a mi actual ceguera. Gracias, Luis Silverstein. S

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Recorrí los paraderos de taxis preguntando por el chofer que fue llamado desde la termas en la mañana del 18 o el que llevó a un pasajero, enfermo del estómago, en la tarde del mismo día.
Esperé metido entre los viejos árboles de la plaza enorme: central de pájaros bulliciosos. ¿Aparecería el chofer? ¿Uno o ambos? Pensé en Graciela, la orgullosa y bella italiana moviendo las cortinas de su "teatro" termal. Repasé la conversación con Silve Aparecieron cuatro vehículos que durante ese día habían hecho el recorrido a las termas. Sobraba uno que no había sido llamado. El chofer, sin bigotes, dijo:
-Me contrató un joven muy enfermo del estómago.
-¿Estaba solo?
-Sí.
-¿Dónde lo recogió?
-En esta misma plaza. Me llamó desde uno de esos bancos.
-¿Dijo algo?
-Sí, que un "hot dog" le había caído mal, hablaba como gringo.
-¿Algo más?
-No, señor.
Recorrí la plaza y casi toda la ciudad en busca de un negocio cuyos clientes se hubieran quejado de hot dogs descompuestos. Incluso comí unos cuantos y bebí cerveza. Fue inútil: ningún comerciante recordó "irregularidades" y ninguna coima, dada a diferen Sabía que sólo una persona había preparado el embutido con matemática y científica precisión de muerte. Había recorrido aquellos establecimientos comerciales por hambre propia y para no dejar en el aire un suelto cabo de conciencia profesional, además, t Subí al auto: iba a tejer, a gran velocidad una malla de puntos inconsistentes: trescientos kilómetros es distancia hasta para palpar a un fantasma y un largo tiempo para hacer revivir viejas células nerviosas, silenciosas pescadoras de lo inasible; mist La capital, como referencia de fondo, era sólo automatismo: una ciudad, mi ciudad, a la que llegaría a cualquier hora, carecía de importancia. El camino, viejo conocido desde mi infancia, no presentaría dificultades mayores. El ánimo alegre: sólo echaba "¿Por qué el asesino no llevó a su víctima de regreso a las termas? Si el propio Fred ignoraba su agonía... hasta pudo servirle de coartada y hubiera sido una postrera atención. ¿Conocería Fred su real estado físico? ¿Sería un acuerdo entre dos actores d Mi lápiz bicolor y mi enloquecida mano habían dibujado una enorme nariz roja llena de ojos azules. A continuación del ojo más chico, una interrogante más: "¿Sobre qué?" Otra nariz, ésta era de color azul y unas cuantas pupilas rojas y listadas.
"Fred, solamente dijo: "Un hot dog me cayó mal". Nadie se despide de este mundo con una frase así. ¿Podría hablar cuando llegó al hotel de las termas? ¿Qué unía, en verdad, a esos dos hombres? ¿Cómo se configura un crimen así? Fred Gerald sólo debió vivi Dos arrugas nasolabiales cruzaban otra nariz, y un nombre: "Cirilo Castro", terminaban la primera servilleta.
La servilleta número dos, decía:
"¿Creería el asesino que el crimen los desuniría? Grave y común error de todos los asesinos, nada une más que un asesinato: va de muerte a muerte. Esas seis barras de plomo enchapadas en oro de baja ley eran un error serio y una clave brillante, pesada y Sobre una boca chica, de labios abiertos, había dibujado unos dientes, en el incisivo superior derecho aparecía una tapadura roja, casi un orificio. Debajo una frase: "La pesquisa tendrá que internacionalizarse".
La servilleta número tres tenía un ojo central con finas pestañas azules. Decía: "No lo llevó de regreso a las termas porque no podía dar, otra vez, la cara y mucho menos en tales circunstancias y ya sabía que tenía que regresar al entierro en menos de 2 Guardé las servilletas y pagué el café. Subí al auto. En Rengo llené el estanque de bencina y revisé agua, aceite, etc. Pasé Rancagua sobre los cien kilómetros y otra vez aflojé la velocidad. Creí oír las voces-restos de un diálogo lejano: "Desemboca en Apuré la marcha. Entré a Santiago como si viniera huyendo de un fantasma y lo estaba persiguiendo.

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En el Laboratorio de Policía Técnica le di, al dibujante Jorge García, todos los datos que había logrado reunir sobre tan huidizo rostro:
-Haz lo que puedas con varias caras, una podría aproximarse a la realidad. Alarga y acorta los óvalos. El modelo "águila" puede ayudarte mucho. Juega con las formas del maxilar.
-¿Y la expresión?
-Una mezcla de santo y verdugo.
-Difícil, "Mono".
-No me lo digas a mí, que ni siquiera puedo imaginarme ese rostro.
Me dirigí a la morgue.
Tobar estaba metido en lo suyo y, como siempre, con imprudencia temeraria, trabajando sin guantes.
-Es un cadáver muy pequeño, "Mono", y el viaje en camión removió todos los líquidos. Estoy sacando las vísceras. ¿Qué crees tu, mago de las pesquisas, que deberemos buscar? ¿Una aguja en un pajar o un caballo en un dormitorio?
-Intoxicación por ingestión de alimento descompuesto: uno o dos hot dogs.
-¡Uf! Un gran paso; sin duda: botulismo. Supongo que debo creer en ti. ¿Cómo lo determinaste?
-Yo no he determinado la causa de la muerte, ni siquiera sabía lo que era botulismo.
-Erasmo me dijo que buscáramos, a petición tuya, tóxicos o venenos y en eso estábamos. Ahora sales con botulismo. Dame todos los antecedentes que poseas.
-El hombre estaba sano 24 horas, o menos, antes de su muerte, hay media docena de testigos. A un chofer le dijo que un hot dog...
-¡Mejora el testigo!
-¿Por qué? La propia víctima debió saber...
-¡Otro testigo!
-Una mucama recogió unos vómitos amarillentos.
-¡No me sirve!
-¡No grites! Lo vió el médico de las termas, un tal Espina. Supongo que ahora te quedarás tranquilo, "Flaco" insoportable.
-¡Habla!
-No tuvo fiebre, visión extraviada; no hablaba bien, reflujo líquido nasal; lúcido y algunos trastornos respiratorios.
-Casi "clavado", "Monito". Los alimentos contaminados contienen una toxina muy nociva: dos décimas de centímetro cúbico son mortales para el hombre. El botulismo no es una toxi-infección, es una intoxicación debida a la ingestión de una toxina preformada -Me tiene sin cuidado lo que sea, yo sólo soy un investigador y, por ahora, me preocupan otras cosas, por ejemplo, ponerle rostro a una nariz y nombre a un rostro que estamos construyendo rasgo a rasgo. Apura el examen.
-No costará mucho.
-¿De qué mueren, Flaco?
-No te interesa la toxicología. Anda a buscar tu nariz.
-Es necesario que lo sepa.
-Asfixia. Congestión cerebral con pequeñas hemorragias de cerebro, pulmones, riñones, tubo digestivo y...
Ya estaba en la puerta. Con asfixia, tenía mi propia imagen. Grité:
-¡Flaco! ¡Analiza ese último pic-nic!
-¿De qué hablas?
-Perdón. Ve que otras cosas comió.
-¡Ah! El caso te tiene loco.
Regresé:
-Sí. Voy a echarle una mirada a esos dedos.
Las crestas papilares estaban completas.
-Le tomaré varias fichas porque carezco de práctica. Espero que una o dos me salgan bien.
Entinte los pulpejos uno a uno y luego los accioné con mi propia mano sobre varias fichas dactilares. Logré obtener un par más o menos claro y me lo guardé.
-Chao, "Flaco". Ahora estoy casi completo. Dime, ¿es dolorosa esa agonía?
-Sabes que te estás muriendo, vas sintiendo el avance de la muerte. Probablemente...
Gané la calle: me ahogaba.

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En Identificación me entregaron la ficha correspondiente a Fred Gerald Jones y la compararon con las de la necrodactilia: pertenecían a una misma persona y había tenido otro nombre: Fred Gerald Killman, judío-alemán, nacido en Munich. Durante la guerra h Me fui a ver a Erasmo Cárdenas a su oficina de la Policía Internacional:
-¿Qué pasa contigo? ¿Ya te aburriste de pesquisar crímenes?
-Te esperaba, "Mono". Despachaba algunos asuntos y firmaba papeles. ¿Qué hay de nuevo?
-Ya debieras saber que nada es nuevo o viejo en la investigación de un asesinato: el tiempo no tienen otro valor que el orden de sucesión de los hechos y si calzan o no, es lo que importa...
-Sí, "maestro", sí. Cuando me dejaste solo olvidé las clases. Sigue, por favor.
Estaba alegre. Seguí:
-El criminal hace lo suyo en un tiempo dado, que abarca, desde la primera idea del crimen hasta la también asesina lucha de conciencia, pasando por la amplísima premeditación, actos preparatorios del crimen, ultimación y el borrar de rastros, huellas e i -Estás hablando de un "señor crimen", ¿cierto?
-Sí. Más o menos como el que tenemos entre las manos, sólo que generalizo un poco. El investigador se mete, obviamente, después del asesinato y cómo no puede saber de qué se trata, debe pesquisar toda muerte sospechosa como crimen; al establecerlo, fija -Muy bien, "teacher". Aclárame lo de "también asesina lucha de conciencia".
-Todo asesino es cerebral, encefálico: "sublimador" del instinto por medio de la razón. Los hay congelados y tibios, con menos y más, pero es cuestión de tiempo para que la conciencia en lucha los derrita. El fin de todos es conocidísimo: terminan siendo Ambos soltamos la risa: "sures" es la expresión usada por algunos campesinos nuestros para referirse al sur.
-¿Qué es para ti, el asesinato?
Me asomé a la ventana como si íntimamente necesitara un claro estímulo visual para dar una información útil a mi amigo y compañero. Arrear mentalmente palabras afines a un fenómeno complejo, no es lo mismo que arrear contenidos. Partir desde un caso, no -Es el acto de mayor exigencia global conocido. No admite comparaciones y sus desconocidas proyecciones han impedido, hasta aquí, el que un solo asesino haya podido impunemente soportarlo.
-¡Ah! ¡Es por eso que te apasiona tanto! Te has transformado en un aberrado coleccionista de ruinas humanas.
-No puedes entenderme; para lograrlo tendrías que asesinar o dedicarte algunos años a pesquisar exclusivamente crímenes. Policía es un vocablo tan amplio, que caben en él hasta los funcionarios.
Trató de enojarse y se contuvo por su extraordinario buen natural.
-Te había preguntado si había aparecido algo nuevo en el caso.
-Pinceladas, brochazos sueltos y una misma mano hábil moviéndolo todo. En este caso, al parecer, todavía no ha empezado la lucha de conciencia, por tanto, no podré aprovechar la baja de la personalidad que asoma con rapidez en asesinos más o menos comune -¡Dame detalles!
-¿De Jack o de Lucifer?
Volvimos a la risa.
Lo informé "lentamente porque tenía prisa". Por primera vez tomó apuntes: escribía y se asomaba a la ventana mirando hacia la calle General Mackenna: los techos de los juzgados del crimen y los de la Cárcel Pública.
Mientras le relataba lo que desconocía, pensaba en urgentes diligencias por hacer: Eva Killman, por ejemplo.
-Creo que debes hablar con el Director.
-No. El debe conocer finales.
-Es que el caso es complejo, difícil, al menos para mí.
-Lo es para cualquiera, un desafío el oficio y don Luis Brun no tiene, por esa misma razón, nada que ver con él, aún cuando sea, para políticos y ciudadanía, el que dirige a la policía civil. Tu piensas funcionariamente porque estás en el campo policial- -¿Y si te llama?
-Le contaré un chascarro.
-No es tonto ni mucho menos.
-Lo sé. No te preocupes. El me dió carta blanca y sabe que llegaré, a mi modo, al final.
El dibujante García nos entregó los "retratos hablados" del fantasma de Linares y Panimávida: media docena de dibujos donde jugaban grandes narices ganchudas y quebradas con ojos chicos -sin color-, dos arrugas nasolabiales muy bien marcadas, frentes amp -Gracias. Espero que uno de estos dibujos corresponda al rostro del "budita judío". ¿Cuál? Por cierto en ellos falta el espíritu asomado, la profunda intención básica, motora de todo acto; es lo malo de los dibujos y de las fotografías, sólo algunos pint García se retiró.
-Otra vez hablas de los hombres-ventana. Parece que estás cargando las tintas.
-¿Yo? He recogido información de los únicos testigos de su cara que han aparecido hasta aquí, en el crimen. Los tres hablaron con él y ninguno recuerda el color de sus ojos. ¿Te imaginas el resto? Oí calificativos tales como: "tranquilo", "suave", "esqui -Es raro. Tú también juntas las piezas de extraño modo y usas frases que encajonan, como si sitiaras a tu interlocutor. ¿Conoces a los hombres-ventana?
-Mi oficio es, además de pesquisar, el de interrogar. Tengo, en mi oficina, una muy buena luz para mejor ver los rostros de ciertos interrogados: criminales a la defensiva, luchando por permanecer en la impunidad, cuyo principal objetivo de lucha y signi La amplia ventana abierta de la oficina del jefe de la Policía Internacional, todavía dejaba entrar aire y sol y hasta era posible ver palomas, un trozo de cielo azul y nubes. Desde el techo del quinto juzgado del crimen, vecino a la cárcel, cayó, diseca -Creo que me has hecho beber el más amargo trago. Dime, ahora, algo más sobre esos hombres-ventana que tanto te preocupan. ¿Cómo son en verdad?
-Calculadores y fríos. Carecen de la espontaneidad criminal del homicida. Siempre tienen un actuar deshumanizado.
-¿No lo son todos los criminales?
-No. Los deshumanizados son la excepción. Cuando uno pesquisa sus crímenes se le arruga, aún más, el espíritu. Recorrer varias veces todos los pliegues de un asesinato tratando de encontrar una sola acción, un solo gesto de humanidad y no encontrarlo, es -¿Son en verdad superiores?
-Sí. Trato de perfilarte a la "creatura" con la cual, si tenemos suerte, probablemente nos veamos las caras. Entonces lo sabrás bien o inolvidablemente. Si consideramos solamente la inteligencia, dejando de lado cualquier consideración ética, evidentemen -Si es verdad, no debieras decirlo.
-¿Por qué no? ¡Hasta cuándo vamos a seguir considerándolos bíblicamente como "pobres ovejas descarriadas"! Es crimen de lesa autoridad seguir con tan absurdas calificaciones morales que derivaron, hace siglos, de sociedades esencialmente distintas de las -¿Las ventanas?
-Sí. Especialmente ellos, porque saben muy bien lo que son los ojos y cómo usarlos, lo aprendieron mirando las pupilas de comunes y mayoritarios infelices. Notaron que los plácidos en el hablar y el accionar se transparentan; que los violentos, los apasi La "disecada" paloma, repuesta, aleteó hacia el norte, hacia el río Mapocho.
-Te has fugado, aberrante inspector del crimen, más allá de toda realidad conocida.
-¿Quién sabe? Al recibir, la corteza cerebral, el mensaje enviado por los ojos, acondiciona también, hábito ancestral, las acciones adecuadas para manos, rostro, laringe, pulsaciones, maxilar y lengua, de modo que se produzca, sin tropiezos, el habla nor -Me entrego, sin dejar de reconocer que es horrible la interpretación. Siento que algo has quebrado en mí, Carlos, y no te lo agradezco. ¿Dónde empezaste a comprenderlo?
-En España, donde aún se puede admirar el natural y legítimo orgullo de hombres y mujeres como nacional expresión de dignidad.
Cerré los ojos y me vinieron en tropel: la afilada daga de un andaluz sonriente y su mano alada cortando el viento y el miedo; una nocturna y pública castellana, caminando, trasnochada, por la calle "De la flor baja": parecía descendiente directa de la f Cualquiera lleva consigo una arrugada y olorosa bota llena de sol y vino; debajo de una negra boina cualquiera canta. Bota y boina bailan... porque detrás del hoy, hay una historia inmensa y un variado alegre hacer de colmena de oro y grana...
-¿Otra fuga?
-Sí. Perdón, Erasmo. España y yo estamos embrujados. Sé que millones de dedos, estrujan uvas amarillas; que el viento cálido concurre, todos los años, al rito de la vendimia y del sol: la vieja tierra vuelve a entregar sus dorados frutos y asisten a reci -No olvides que estás pesquisando un crimen.
-No; pero tampoco olvido que existe la vida simple y limpia y que tengo derecho al recuerdo, al ensueño y a la esperanza.
-Creí que estabas enamorado de tu oficio.
-Estoy cumpliendo, por ahora, sólo una dura condena profesional. Desde aquí saldré, algún día, a esculpir mi propia libertad. Sigamos... todavía es la noche policial. Allí, en España, ¡que voz más dulce!, los balcones y ventanas son decorados de acuerdo -¡Carajo, Carlos! ¡Que cierto y cruel resulta todo! Me has dado un lacazo del que no voy a recuperarme. Trataré de abandonar este oficio. Me recibiré de abogado o me dedicaré a la agricultura, ambas actividades son más sanas que permanecer en esta cloaca -Ya te lo he dicho; por ahora seguiré con lo que vi en las ventanas de España.
-¡No!
-¡Sí! ¡Me oirás hasta el fin! Este trago lo beberemos juntos y hasta las mismas heces, curioso y preguntón compañero. En las corridas de toros no es lo mismo ser "Mono sabio" que torero, Manola que espectadora inglesa, porque también existe la impregnaci -Sé lo que viene. No quiero oír más, Carlos.
-Es muy poco lo que queda. Esas mismas ventanas y puertas de las casas donde viven las he visto cubiertas con crespones, entornadas, silenciosas y a los humanos jugando roles de pesar enlutado; pero las ventanas han seguido siendo las mismas: al margen d -Está claro. Gracias. Sobrecogedoramente claro.
Sin quererlo miré hacia las siempre cerradas ventanas de la Cárcel Pública y me mordí los labios. Mi roja voz se fue tras la ruta de la paloma:
-Hay hombres cuyos ojos son sólo campos de observación y nadie los penetra en su verdad-habitación. Sólo vemos lo que ellos quieren mostrar y al gusto de ellos, con aviesa intención personal. Son verdaderos escenógrafos de un arte interno-externo para el -¿Qué harás para lograrlo?
-Encontrarle el nombre a uno de estos seis retratos hechos a lápiz sobre orales traducciones de pupilas sureñas.

Capítulo Quinto

UN NOMBRE PARA UN ROSTRO

En la calle Seminario reinaba, como casi siempre, la quietud. Toqué el timbre. Una gorda campesina sureña abrió la puerta.
-Doña Eva Killman, por favor.
-Está al llegar. ¿Desea esperarla aquí?
-No, gracias. La esperaré afuera.
Camine, pensé, repensé y fumé ansias. Amasar un asesinato, pesquisarlo, es como hacer un solo pan: se le soba tanto que adquiere el propio olor del investigador, la forma y el humano contenido no pasan de ser titubeantes bocetos.
La vi venir desde lejos, desde la Alemania natal: alta, delgada, con anteojos, cabellos largos. Vestía como maniquí europeo, ágil. Traía un rostro parecido al Fred de la fotografía pequeña. Se detuvo, coqueta, para arreglarse la falda. Se sacó los anteoj Cuando me acerqué a la joven, 24 ó 25 años, "vi" a Fred tendido, sin vísceras, en la helada mesa de las autopsias.
-¿Eva Killman?
-Sí.
Mostré mi placa:
-Soy el inspector-jefe Carlos Cortés, de la brigada de Homicidios.
Sobresaltada ... se detuvo.
-¿Qué pasa?
Su voz llegó a mis oídos con el acento de las mujeres argentinas o uruguayas.
-Rutina. Una investigación más.
-¡Ah! Su voz es la del hombre que llamó hoy desde las Termas de Panimávida, el que cortó la comunicación. ¿Rutina?
-No sabía que usted era hermana de Fred...
-¿Usted dijo trabajar en homicidios, no?
-Sí, pero bien puede tratarse de una muerte... natural...
Mi largo brazo derecho rodeó su angosto talle, por eso no cayó.
Abrió los ojos desorientada, como si viniera llegando de otro mundo, un mundo sin policías bruscos ni estúpidos.
Pude haberme presentado de veinte maneras distintas y elegir una menos brutal, menos dolorosa y hasta pude prepararla para recibir la noticia. Lo habría hecho de no tratarse de un crimen tan difícil para mí que me impidió seguir los viejos moldes de la b Sentía que sus palpitaciones y convulsiones de cisne, sacudiéndose lágrimas y sollozos, decrecían: podía oírme.
-Sí a pesar de todo puede soportarme, venga conmigo.
Asintió. Subimos a mi automóvil y la llevé directamente a la morgue. Nada dijo en el camino, ni siquiera se arregló el rostro ni el deshecho peinado.
Tobar continuaba su examen.
-No hable, Eva. Limítese a mirar.
Asintió.
No la presenté.
-Tenías razón, "Mono": tu amigo Fred murió de botulismo. Ese día comió cecinas, ensalada y bebió vino blanco.
-¿Qué clase de cecinas?
-Hot dog, "gordas", cosas así. Nadie podría precisarlo.
-¿Qué clase de ensalada?
-Cebolla y tomate.
-¿Cuánto tiempo antes de morir?
-De diez a catorce horas.
Eva se tomó fuertemente de mi brazo y Tobar lo advirtió.
-Es un plazo muy largo. ¿No lo puedes acortar? Esa data resulta interesante.
Eva comenzó a llorar lenta y copiosamente, un llanto de estatua rubia. Advertí que empezaba a perder los colores y que su peso aumentaba en mi brazo: apreté los músculos. La voz de Tobar retumbó en el techo, vidrio de las ventanas, mesa, trozos de Fred, -¡Criminal! ¡Jamás aprenderás a ser humano, ni siquiera con el ángel que te acompaña!
Salimos. Pensé que era mejor caminar un poco por los alrededores de la Avenida La Paz. Nos sentamos en un banco de la plaza del Cementerio General. Los altos cipreses, casi negros, se asomaban, agrupados, por encima de la amarilla y sucia muralla del vie Eva seguía convulsionada. Le pasé, encendido, un cigarrillo de los míos. Tosió.
Una niña y un niño jugaban y corrían por los alrededores. Un perro, callejero y flaco, ladró a un ciclista: ladrido desgarrado, débil. Un cortejo fúnebre llenó de automóviles y gente la circular plaza: cadáver y personas fueron tragadas por la ancha puer Un airecillo fresco, anuncio del otoño, me dio en la nariz e hizo flamear los largos cabellos rubios y sueltos de mi acompañante. Empezaba a desaparecer el sol.
La voz le salió desde la arqueada cintura: venía, sin embargo, de lejos, de la infancia, del dolor auténtico, sin máscara. Voz visceral, como si fuere la misma voz del ahora dividido Fred:
-Era mi único hermano. Ambos huérfanos, judíos. La guerra... Nuestros viejos y una hermana mayor murieron en campos de concentración...
En las piedras del desnudo y descuidado Cerro Blanco bailaban los últimos rayos solares.
No quería oírla.
-Eva, en ese miserable cerro nuestro hay espejos. ¡Mírelos! La luz hace extrañas piruetas en las pétreas aristas.
Fue inútil.
-Un tío me llevó desde Munich a Buenos Aires... mucho antes que la guerra empezara. Durante más de diez años no vi a Fred. Tampoco, por supuesto, volví a ver a mis padres y hermana...
-¿Tiene frío?
-Les escribí mucho...
-¿Tiene frío?
-Nos enviábamos fotografías...
La sacudí:
-Eva. ¡Eva! ¿Tiene frío?
-Un poco.
-Iremos a beber un chocolate caliente, le caerá bien.
Nos levantamos estrechamente unidos: era sólo una muñeca rota, con fallas en las articulaciones, lenta y pesada.
En Huérfanos y Ahumada dejamos el vehículo y bajamos al café.
-Dos chocolates completos.
-Sí, señor -dijo el mozo.
-Voy a ir al baño, inspector.
-Sí, como no.
Me levanté de la silla. Eva llevó consigo su enorme cartera beige. Me quede rogando para que no hiciera una tontería, para que no volviera a desmayarse. No estaba muy seguro de su regreso, pero me inclinaba a confiar en su belleza y juventud.
Las charlas y las risas del café iban y venían junto a los gritos de los mozos de chaquetas blancas: humano y tibio palomar sin arrullos.
Demoró cuatro cigarrillos largos y angustiosos y un vaso de agua bebido a sorbos cortos y lentos, porque se me habían resecado la boca y los labios. Más que verla la presentí salir del baño y acercarse. Me di mañas para no mirarla. Olí que había usado pe Sorbo a sorbo desapareció su chocolate.
-¿Otro, Eva?
-No, inspector. Gracias.
La voz sonó ahora a gutural: se estaba acercando a la normalidad.
-¿Sabe usted cómo son los judíos?
-Sí, me crié entre ellos. Por cierto hablo de los judíos que conozco.
-Sí, lo entiendo.
-Mi mujer es judía.
-Ah, entonces nos conoce bien, al menos al judío-chileno o al avecindado en Chile.
Normal. Eché el aire como si me desinflara: Eva comparaba, hacía distinciones y el uso de sus palabras era el adecuado.
-¿Conoce al judío-alemán?
-Aquí. En Alemania solo traté alemanes-policías.
-¿Cuánto hace que usted estuvo por allá?
-Unos dos años, más o menos.
-¿Estuvo en mi ciudad?
-No.
-Es muy bonita y muy limpia.
-Lo sé.
-¿Cómo, inspector?
No había duda: Eva había vuelto a la total normalidad.
-Lo he leído, he visto fotografías, cine y me lo han dicho.
-¿Habla alemán?
-No. Carezco de condiciones para aprender idiomas. Apenas si me las arreglo en mal inglés. Su hermano debió ser muy bueno como políglota para trabajar en Foreing Office.
-Sí, lo era. ¡Pobrecito! ¡Sufrió mucho!
-Creo que sí. Fue una agonía larga, la misma que policías, jueces, gendarmes y sociedad no consideran debidamente cuando se tata de castigar. Parece ser que en las mentes de todas las personas, incluyendo parientes y amigos, las muertes violentas, crimin -¿Me incluye?
-No. Su dolor ha sido auténtico.
-¿Por qué es tan directo, franco y duro? El olvido es, a veces, necesario.
-Eva, solamente los policías especializados olvidan, por saturación, por defensa mental, algunos crímenes. Nadie más. Y esto ocurre en nuestros países porque, como primitivos de verdad, matamos con una increíble frecuencia. Es la cantidad la que ablanda, Estábamos, por la hora, quedándonos solos. Los cansados mozos empezaban a afirmarse en las paredes o a sentarse en las sillas.
-Me gustaría, Eva, que es este país existiera el juicio público y que el jurado estuviere compuesto exclusivamente por víctimas del delito o sus familiares... No tendríamos ninguna duda respecto de la inocencia, sería un formidable muro contra el cual se -Seríamos demasiado parciales.
-Es cierto. Pero, ¿es imparcial el criminal? El criminal, pluralizado, es, históricamente, el creador y el sostenedor de la justicia penal, y, a pesar de los adelantos del hombre de hoy, lo sigue siendo. Elige víctima y ocasión, arma y lugar. A veces, es -¿Ha sido usted víctima de crimen? Yo soy la deuda. Nadie de mi sangre existe ya, salvo una sobrina a quien no conozco y vive en Holanda. Fred no vendrá por calle alguna a mi encuentro, sólo yo podré ir... a ver su tumba...
Calló como alfombra de algodón y de hojas húmedas. Silencio de tierra abierta. Estaba midiendo una irreparable ausencia fraterna y una soledad ósea, sanguínea, y lo hacía bien: su amor por Fred, abonado por la distancia, mostraba un presente y un futuro La miré a los ojos por primera vez y con descaro. Pensé dejarlos limpios, tal como habían quedado después de las recientes, copiosas, tibias lágrimas. Sin embargo, lobo de lobos, dije:
-Mis huesos ya son crímenes, mi médula es delictual. Tengo las pupilas llenas de rostros de patibularios: pienso en celdas y hablo en disparos... como si no existiera el jazmín ni la magnolia, la alondra y la loica, el seno tibio y la piel amada, la voz -Increíble vida y curioso enfoque. Quizás si molesta un poco la exactitud. Me da la sensación de irritarlo con lo que represento. ¿Cierto?
-No. El caso existía sin usted. Da lo mismo cualquier persona. Es sólo el crimen el que me irrita...
-¿Por qué? Los policías que he conocido lo toman como un oficio natural, como necesaria profesión social...
-Me distorsiona profundamente. Sólo vivo para cazar criminales y creo que a nadie puede gustarle tan horroroso oficio-destino. Ir, día y noche, de cloaca en cloaca, seleccionando a las más aberrantes bestias del estiércol...
-¿Está hablando del asesino de Fred?
-Usted no sabe lo que cuesta remontar un caso desde el cadáver hasta la identificación y confesión del criminal. Si usted lo logra... paga un alto precio mental y físico en pesquisas que pasan desde fiebres altas hasta el vómito del asco; lo paga con can -Si está profundamente lastimado...
-No alcanzo a ver cicatrizadas mis heridas porque los crímenes ajenos son demasiados y para pesquisarlos de verdad, uno debe meter su total humano en el corazón y cerebro del que muere y del que mata.
-Comprendo. No lo había visto así.
-Gracias. ¿Me habrá perdonado el modo de darle la noticia?
-Sí. Es más: ahora sé que con alguien estoy compartiendo mi dolor y sé que será menos intenso porque estoy comprendiendo su mundo y cooperaré en la medida de mis fuerzas...
Le tomé la mano que Eva apretó con singular energía.
-Iremos a mi oficina de la Brigada...
-¿A qué?
-A conversar sobre Fred.
-¿Solamente a eso?
-Sí.
-Entonces prefiero que me acompañe a mi casa, allí podremos estar cómodos y tranquilos; le mostraré fotografías de mi familia, cartas, todo el pequeño mundo mío en el que ya no estoy tan sola.
Acepté.
En el automóvil se había acurrucado sobre mi costado derecho. La rota muñeca cobraba vida.
Me dejó en el living. La gorda empleada me sirvió un refresco de horchata.
Living ancho, espacioso, lleno de pequeñas cosas coloreadas: cerámicas, muñecas, gobelinos, cuadros.
Regresó vistiendo una delgada y corta túnica de seda amarilla. Se había cepillado el larguísimo cabello. De luto solamente venían los senos enormes cubiertos por el sostén y el reducido cuadro trasparentado. Las piernas desnudas terminaban en un par de z -Este es mi padre; esta es mi madre. Aquí estamos todos: este es Fred y esta soy yo... con uniforme de colegiala y trenzas. ¡Mire! ¡La casa donde nací! Es bella ¿no?
Lo era. También la seguía mirando ella que ya había cambiado sus amargas lágrimas por tibios y agradables recuerdos.
Se acomodó en el sofá como si fuera hindú y dejó a la vista un par de turbadores muslos de un blanco azulado. Mientras hablaba, ignoro de qué, giraba la cabeza. El conjunto era el de un trágico y hermosísimo cisne de oro.
Me repuse por oficio:
-¿Tiene cartas de Fred?
-Aquí hay varias, son cartas inglesas ¿Lee usted inglés?
-Sí.
-Un paquete de cartas, amarrado con elástico, pasó a mis temblorosas manos. Lo abrí y leí a saltos. En algunos párrafos hice pequeñas marcas. Eva me dejaba hacer. Me miraba, retozaba, salía y entraba acusando una justificada nerviosidad.
-Aquí hay una, Eva, fechada en Liverpool, 1946. ¿Le recuerda algo?
-Fred estaba planeando viajar a Chile.
-¿Quién es Moshé?
-Debe ser amigo de él. No lo conozco. A juzgar por el nombre debe ser judío. ¿Qué dice el párrafo?
-Fred lo trata con cariño:
Leí:
-"Aquí hay un señor... Me cuesta traducir "worth". Le leeré en inglés: "Moshé, is a man worth knowing".
-Un hombre digno de conocerse.
-Gracias. "... que me está ayudando para que yo vaya a Chile"
Dejó la posición y bajó mi tensión. Seguí tratando de leer.
-¿Por qué no vivían juntos, Eva?
-Fred viajaba mucho.
-¿Desde cuándo?
-Desde que llegó, poco más o menos. Octubre creo.
-¿Qué hizo antes de viajar?
-Trabajó en un camión repartiendo bebidas y en una tapicería de la Avenida Irarrázaval. Tengo las direcciones.
-Parece, por las últimas cartas, que estaba enamorado de una tal Genny. ¿La recuerda?
-Sí, tengo una fotografía de ella, Genny Adams.
-Nombra a Susana Flood, Margarita Smith, Louise Smart. ¿Sabe algo de esos nombres?
-No. Fred era enamoradizo. Por aquí deben estar unas fotografías de grupos, compañeros de trabajo. Mírelas.
En todas Fred era el más bajo y siempre se situaba en el medio. Parecía feliz.
-¿Cuándo fue la última vez que usted vio a su hermano?
-La noche de Año Nuevo. Venía llegando de Buenos Aires.
-¿No le dijo en qué trabajaba?
-Sí. Minerales, una mina o algo así, nunca fue muy explícito al respecto. Una mina en el sur, me parece.
-¿Cuál era el ánimo de Fred?
-Alegre, esperanzado. Yo trabajo en una firma...
-Lo sé.
-Me llamaba de vez en cuando por teléfono, nos juntábamos en el centro y hasta me compró esa muñeca que adorna esa silla. Tenía chocolates...
-¿No volvió a verlo?
-No, inspector.
Puesta en el tema, estaba reaccionando demasiado bien.
Me llevé sus números de teléfonos y le dejé el mío.
-Nos veremos, Eva. Gracias por todo. Ha sido muy valiente y me ha ayudado bastante.
Cuando me dio la mano la noté tibia, grata. Cerró la puerta mirándome y hasta dibujó en sus labios una pequeña y extraña sonrisa. Yo tenía otros problemas en la cabeza... y muchas ganas de dormir. Me fui a la guardia del cuartel en busca de mi cama de ca Al día siguiente fui a la fábrica de refrescos. Lo recordaban como a un joven sediento, indiferente, amigo de hacer bromas y que apenas hablaba el castellano. Se había presentado por aviso en el periódico. En Irarrázaval los informes fueron mejores: buen En la "Suramérica", compañía de seguros, la pesquisa tuvo otro cariz: traté de asegurarme por 250 mil pesos y me exigieron examen médico. Me di a conocer y pedí el certificado médico de Fred Gerald Jones, asegurado en seis millones. No tenían certificado El Gabinete de Identificación, archivo de nombres, me sirvió de control conjetural: Moshé Leví H., 60 años, casado con Rebeca Cohen, domiciliado en Merced 640. Un metro y 64 centímetros, ojos grises, etc. Una pequeña fotografía, que desprendí contra los Di orden a la policía del país para impedirle la salida y detenerlo por sospecha de homicidio calificado.

Capítulo Sexto

"EL BUDITA"

Lo esperé, en la mañana del día siguiente, a unos diez metros de la puerta de su casa ubicada en pleno centro de Santiago. Me había endurecido en la espera de horas preguntándome: ¿aparecerá? La respuesta que me daba era la misma: Sí. No tiene, desde su Apareció. La identificación fue simultánea y la hice con el estómago porque me dolió. Yo llevaba su imagen oral, la que había compuesto con las versiones de los testigos sureños y de ellas resultaba un "Budita" multifacético, juguetón, tan fragmentado co Siempre me ha ocurrido que, cuando mejor me preparo para "receptar", la inevitable emoción lo inunda todo y mi captación primera es negra; pero sabía que, de uno u otro modo, lograría disponer del tiempo necesario y que entonces podría provocar las mejor Siempre me ha sido doloroso comprobar que mi cerebro se niega al aprendizaje del crimen. No me gustan los maestros del asesinato y me entran unos enormes deseos homicidas: pienso en mis manos apretando un cuello y me estremezco...
Bajo, talle y piernas cortas. Débil. Los brazos también eran cortos. Calvo coronal y, sin haberle visto el rostro entero, era fácil deducir una avanzada calvicie frontal: cuestión de juntar las dos brillantes mitades de piel desnuda. Canicie generalizada Caminaba en dirección oeste con lentitud de rentista con bienes saneados y jugosos. Me acerqué: en el cuello tenía dos lunares grandes, verdaderas "moscas peludas", redondos trozos de la putrefacta y enlutada piel de Fred.
Me detuve cuando vi que mi crispada mano derecha se acercaba demasiado a ese cuello con grietas. Se alejó unos cinco o seis metros de mi. Bien pudo alejarse cien o mil: jamás podría escapárseme.
Cruzó la Plaza de Armas y frente a la Municipalidad tomó asiento como si fuera un jubilado más mirando pasar vehículos, palomas y peatones. Parecía observar la caída de la hojas de los árboles. Entonces lo vi y se me llenaron todos los huecos que sobre s Regresé por la acera del frente: él había puesto sus dos pequeñas manos velludas sobre el vientre abultado. Estaba quieto, inmóvil, posando para mis células y para mi médula...
Sólo me faltaba oír su voz para meterme en él hasta sus entrañas o hasta la raíz de su lenguaje escalando vocales y consonantes, sílabas y palabras y una vez situado allí, en la fuente de su lengua, desviar sus compuestas frases hacia la social realidad Se levantó a la media hora justa sin mirar su reloj: su acción debía corresponder a la casualidad o al hábito.
Me fui pisando sus pisadas como borrando sus rastros con los míos, como si él tuviera cuatro pies de alimaña. Mi "guía" atravesó la plaza en dirección sur y por Ahumada, vereda oeste, siguió hasta Alameda. Llevaba la cabeza baja: el largo mentón hundido Repasar las sucesivas imágenes de un asesinato es ejercicio mental exclusivo de hábiles criminales y de policías especializados, con una diferencia básica: el criminal tiene que ser optimista: creer en sí mismo y, el policía, pesimista: negarse a si mism En Agustinas levantó la cabeza.
Sé que es muy difícil pensar o sentir por otro, del que sólo se conocen extraños actos; pero juraría que Moshé había aprobado, con altas notas, el resultado del auto-examen de su crimen porque se alzó "alivianado", "resplandeciente", "rejuvenecido". La a Entró al café "Haití" y pidió un "cortado grande". Varias personas lo saludaron y él, obsequia y ceremoniosamente, contestó los saludos. Un joven se le acercó:
-Buenos días, maestro.
-¿Cómo estás, Rudy?
El joven rubio, de aspecto y ropas de bailarín europeo, dijo algo que se me extravió entre las múltiples y vocingleras, nacionales y extranjeras, voces del café.
-¿Más azúcar?
Siete manos derechas y una izquierda, con sus respectivas tacitas o vasos, nos separaban en el largo y brillante mostrador. Decidí esperarlo afuera: jamás me he sentido bien entre la multitud, así se trate de científicos o conejillos de India, de especta Salió con el rubio y otro joven más. La cola de conversación que traían era:
-Siempre hay que tirar las finezas, de ser posible, contra el doblador, pero el asunto comienza en el remate...
"El maestro" hablaba chino para mí: "fineza", "doblador" y "remate", en tal caso, debían tener otro significado.
Alcancé a oír algo más dicho por esa voz suave, arrastrada, meditada: sin duda un profesional de la expresión oral:
-En bridge, Rudy, el canto inicial es fundamental porque expresa la fuerza de la mano, y, en cierto modo, la distribución se establece a posteriori; el número de cartas altas en las preguntas y las respuestas o los fallos, semifallos o doubletons; la pro La bocina de un automóvil no me dejó oír el resto.
El muchacho moreno se despidió en Alameda con Ahumada.
Solté un poco a la pareja porque el tránsito de personas por Alameda, acera norte, no es, a esa hora, tan compacto como el de la calle Ahumada.
El rubio seguía a su lado discutiendo y hasta se detenían. "El budita" movía aceleradamente sus pequeñas aspas de cinco dedos.
En calle San Antonio y ya cerca de las trece horas, se despidieron. Regresó lentamente hasta su domicilio de la calle Merced. Sacó un llavero y abrió la puerta. El cierre fue leve, casi imperceptible...
Volví a la policía y ocupé muchas horas y muchos hombres discretos en reunir los siguientes antecedentes sobre "el budita": nacido en Alemania, nacionalizado chileno. Llegó al país a los diez años de edad; humanidades en el Liceo Barros Arana; quinto año A medida que iban llegando los antecedentes a mi escritorio, sentía que la oficina y yo nos achicábamos y que un gigante nos aplastaba.
Envié cable a la policía alemana, inglesa, uruguaya y argentina: quería conocer todo antecedente sobre Fred Gerald Jones o Fred Gerald Killman en Londres y Munich, respectivamente, y solicitaba además, de la inglesa, cualquier dato que tuvieran sobre la Llamé a Eva Killman:
-¿Le suena el nombre Moshé Leví? Fue cónsul en Liverpool.
-No, inspector. Creo que no..., aunque me parece que Fred en un carta menciona a una persona con ese nombre pero sin apellido.
-La recuerdo. ¿Lo menciona en alguna otra parte?
-No estoy segura, revisaré las cartas con detención. ¿Cómo van las cosas?
-Mejorando. Algo puedo adelantarle: mi mano derecha o la izquierda pueden tocar, en cualquier momento, su hombro y...
-¡Qué bueno, Carlos!
-No me refería a usted, Eva, lo siento.
-No importa. Venga esta noche y será realidad.
-No puedo. Iré a mi casa, hace muchos días que no normalizo mi vida y hasta necesito cambiarme de ropas.
-Venga, Carlos. Se lo ruego. Golpee la ventana. Lo estaré esperando.
Mi mujer me recibió con un:
-¿Qué caso tienes entre manos esta vez? ¿Mataron a un Ministro? Debe ser importantísimo ya que no has podido comunicarte ni siquiera telefónicamente.
-Te llamé una vez. ¿Cómo están los niños?
-Bien. Duermen.
-Me bañaré, afeitaré y saldré.
-¿Tan grave es?
-Gravísimo: un viejo judío, con mucho de genio del mal y pájaro de muerte...
-No lo trates mal, no olvides que yo también soy de su raza y que lo son tus hijos.
-No, Rebeca, lo trataré muy bien. Tú sabes que yo no creo en raza alguna, sólo buenos y malos humanos integrando una misma y alienada especie. Eso es todo.
-¿Qué mas hizo, además de matar?
-Calcularlo todo, absolutamente todo, con frialdad de mármol o pata de pingüino sumergido en el Mar de Drake.
-¿Entraste en sus cálculos?
-No. Ni siquiera sabe que existo.
-¡Ah! Otra vez jugando al gato y al ratón. ¿Cuándo vas a madurar niño-jefe? Tu oficio es serio y grave.
-No me reproches, porque esta vez seré el ratón.
-Ay, Carlos, no trates de quebrarlo sólo para demostrarle que eres el mejor; para eso están las leyes, los tribunales y la cárcel.
-Es cierto, pero tampoco voy a aplaudir a esa vieja águila roja. Te prometo que ni siquiera lo amenazaré.
-No me refiero al físico, eres incapaz de golpear a un enano insolente; me refiero, y es lo grave, a la forma que tienes de interrogar: el último "cliente" tuyo se ahorcó en el manicomio porque le hiciste, diez veces consecutivas, estrangular a su mujer. Me faltó el aire. Es lo bueno que tiene el hogar: la esposa siempre recuerda lo peor de uno y un policía jefe está lleno de "peores". Me repuse debajo de la ducha fría.
Me vestí con cierta detención en los detalles: nudo de la corbata, pañuelo del bolsillo exterior, peinado. Noté, en el espejo, que el ojo izquierdo me hacía morisquetas. Sabía que detrás del ojo, en el encéfalo, un rostro femenino se había cruzado por el -Saluda a los niños. Voy a jugar bridge con un mago.
-Pobre maridito mío, no sabes ni jugar telefunken.
-Tienes razón, pero este bridge del demonio lo empecé a jugar en el sur, particularmente en Panimávida, desde donde te llamé, desmemoriada. Tú tendrás que compartir tus sentimientos por los judíos: la víctima, que no alcanzaba a tener treinta años, tambi -Pero tú eres un profesional y no es lo mismo, Carlos, matar criminalmente que ser interrogado por ti...
Tomé el automóvil y enfilé a la oficina.
Las últimas frases de mi esposa me colgaban, interiormente, como un escapulario de plomo. ¿Cómo puede medirse o contenerse el trabajo de un policía, su propio sentir, sus enfoques y proyecciones? ¿Dónde están las fronteras de lo lícito y lo ilícito en un "Bridge": puente. Juego de naipes norteamericano que derivó del viejo "Whist inglés". Tal era la definición que leí en uno de mis diccionarios.
Llamé a un buen amigo, judío polaco, excelente deportista, que juega hasta con las cartas del Correo Central: Erwin Rohstock:
-¿Es muy difícil el aprendizaje del bridge?
-Sí, Carlos. Ese juego-ciencia es el más difícil de todos. Una buena cabeza puede aprenderlo en 60 meses y sería un jugador regular, siempre que...
-¡Estás loco! Equivale a una carrera universitaria. Necesito algo rápido, minutos, horas, porque no dispongo de tiempo. ¿Puedes enseñarme nociones elementales?
-Sí, pero sería mejor para ti leer a la vieja Josefina y después a Charles H. Goren.
-No. Dime, a grandes trazos, de qué se trata.
-No es fácil y mucho menos por teléfono. ¿Conoces el naipe inglés?
-¡Qué pregunta! ¡Sigue!
-Bien. Ases, reyes, damas y valets tienen un valor convencional de puntos: 4,3,2 y 1 respectivamente. Cada palo tiene, entonces, un total de 10 puntos en cartas altas, 40 puntos el mazo completo. Las cartas se reparten, después de barajarlas, por la izqu -¿Quién las da?
-El que saca la más grande. El orden de valores es: pique, corazón, diamante y trébol. Se juegan trece bazas en total; seis forman el "book", sobre este "book" se cuenta. En bridge-contrato existe un remate en cualquiera de los palos o en sin triunfos. < -¿Qué es eso?
-Todos los palos corresponden a una división primaria: mayores y menores, pique y corazón son mayores; los otros, menores. Cuando se juega sin triunfos se llega a game con solamente nueve bazas: tres sobre el book porque la baza Nº 7, una sobre el book, -Entiendo.
-En palo menor se necesitan cinco bazas sobre el book para llegar a game porque el valor de cada baza sobre el book es de veinte puntos.
-No parece tan difícil.
-Es que te falta conocer los valores por distribución, fallos, semifallos, doubletons y las bazas rápidas: as, rey, dama, etc. Valores "de muerto".
-Esos me deben ser fáciles.
Rohstock soltó la risa.
-Se llama bridge -simbólico puente cruzado entre tenencia de cartas y declaraciones- porque forman equipos norte-sur y este-oeste. Valores de las manos combinadas. Si te interesa de verdad debes seguir un curso, la cosa es complicada, "Mono", digna de un -O de criminales, que casi es lo mismo. Dame un ejemplo.
-No puedo, no me entenderías. A veces hay que cazar un rey cuarto, un diez o una dama tercera y para lograrlo hay que encerrar al jugador que posee esas cartas. De todos modos a ti te será fácil porque posees imaginación y sabes inglés.
-¿Qué tiene que ver el inglés?
-Lo de siempre: palabras y su .significado. Por ejemplo: little slam o gran slam, doce o trece bazas contratadas.
-Me gusta el jueguito. ¿Quién abre el juego?
-El que tenga catorce puntos en el orden del canto; pero es apreciación personal, hay manos que se abren con seis o siete puntos.
-¿Qué pasa, entonces?
-Cumplen, caen o impiden remates a game de los adversarios.
-¿Puedes darme un ejemplo difícil?
-Creo que sí. Espera. Hay un ejemplo de Goren, libro segundo, página 356, que se llama "Golpe maestro". Lo leeré: "Sud es el declarante en un contrato de cuatro corazones. Oeste sale con el Jack de pique (valet). Este recoge tres bazas en el palo y devue -No entendí nada. ¿Dónde puedo encontrar, Erwin, buenos jugadores de bridge?
-En cualquiera de los clubes que tú conoces.
-¿Quién es el mejor jugador que hay en Chile?
-Moshé Leví. Juega en la "Brunswick". Tu eres amigo del dueño.
-Sí. Gracias.
Conocía a Mario Petric, dueño de la "Academia Brunswick" desde la muerte de su padre, acaecida cuatro años atrás. El viejo Petric fue un Yugoeslavo ejemplar y Mario Petric no lo era menos. Le hice un pequeño favor policial y él se sentía amarrado a mí po -Mario, ¿qué tal persona es Moshé Leví?
-¡Qué gusto de oírte! Es un buen jugador de bridge, el mejor, ¿Qué deseas saber?
-¿Cómo es?
-Ven y conversaremos. Serás, como siempre, muy bien recibido. ¿Te preparo algo especial para comer?
-No. Me asomaré a la puerta y tú te acercarás a mí.
-¿Vendrás a pesquisar?
-Sí.
-Pero aquí te conocen todos.
-Hay uno es especial que no me conoce. Para él seré, si la ocasión se presenta, Carlos Sabaj, rico agricultor de San Felipe.
-Bien. Tú sabes lo que haces. Te espero.
-No te preocupes. Yo me las arreglaré con los otros.
Dejé el auto frente a una empresa de pompas fúnebres: San Antonio al llegar a Merced. La muerte, pensé, es como el juego, el amor y el crimen, carece de horario. El club de bridge le quedaba a la mano al "budita".
Bajé. El subterráneo estaba lleno de humo y olía a comidas distintas y vino. También salieron a encontrarme el inconfundible ruido de las fichas y las generalmente airadas voces de los jugadores.
Mario se acercó fraternalmente:
-Bienvenido, Carlos. Tienes cara de trasnochado o de estar trabajando o amando mucho...
Sonreí.
-Le echaré un disimulado vistazo al local.
Allí estaba. Parecía un pequeño dios hebreo, anterior a Moisés, dictando cátedra sobre bridge.
-¿De que vive, Mario, el viejo de la nariz ganchuda?
-Supongo que del juego. Juega aquí, en "Los Cóndores", club "Santiago", en el "Israelita", "Country", "Unión", "Húngaro", etc.
-¿Algo más?
-Me parece un buen hombre. ¿Deseas beber algo?
-Sí, por favor, café, en tu oficina. Para ti todos son buenos.
-Los veo desde mi oficio, no soy policía.
A través del vidrio de la oficina de Petric volví a mirar la larga y tibia sala de juego. En verdad conocía a casi todos los jugadores: periodistas, policías en servicio activo y en retiro, comerciantes, industriales y altos empleados de la Administració Sabía que todos necesitaban algún tiempo para adaptarse a mi presencia alborotadora: eran visibles los comentarios y las miradas hacia la oficina. Para lograrlo tendría que actuar con lentitud y calmadamente. Fui al baño y salude a unos cuantos. Cuando r -Necesito saber, Mario, algunas cosas: ¿viene Moshé todas las noches?
-Creo que sí. "El turco Córdova" debe saberlo mejor que yo.
-No, no meteré a nadie más en este asunto. ¿Qué tal es su moral?
-Bueno, vive del juego, ya te lo he dicho.
-La verdad, Mario.
-¿Sabes bridge?
-No. La primera lección la recibí, por teléfono, hace muy pocos minutos.
-Si los adversarios pueden cumplir un Slam, Leví es capaz de tirar una carta al suelo para anular el juego.
-Comprendo. Con esa moral, como dice mi amigo abogado Guillermo Millas, "extendiéndola un poco se puede llegar hasta el crimen". ¿No te parece lo mismo?
-No sé. Yo juego algo, Carlos, y me consta que no le gusta perder...
-Supongo que a nadie.
-No lo creas. Yo a veces pierdo intencionalmente.
-Porque eres el dueño de casa.
-No, porque comprendiendo el drama económico de algunos jugadores-amigos, les ayudo indirectamente.
Me acerqué a la mesa de bridge en los momentos en que se producía un final de cuatro cartas intentado por el maestro. No era policial la luz del salón, pero me bastaba para mirar esos ojos grises que se abrían y cerraban como aviso o presagio. Le miraba Un "cuico", delgado, narigón, nervioso, italiano y joven, con un empujón y un "disculpe" me sacó del agrícola ensimismamiento y volví a retratar a mi pequeño "Buda" que ahora mantenía tensos los músculos de su arrugada cara y que, al parecer, había logra Miró y remiró sus cuatro cartas que yo no podía ver. Las dejó, boca abajo, sobre la mesa y encendió un cigarrillo. Cerró los ojos, ojillos. Una azul vena frontal se le hinchó. Movía las manos, pequeñas, como si estuviera dirigiendo un concierto con músic El jugador, al que yo le veía los cuatro naipes, era el joven Rudy que, al parecer, estaba embrujado con su maestro. Rudy tenía el jack y nueve de pique; un trébol, el dos y un corazón chico.
En "el muerto", estaba la dama, el diez y el cuatro de pique, más el rey de corazón.
Leví jugó, desde su mano, el dos de pique; Rudy, a su izquierda, titubeó entre poner el nueve o el jack de pique, puso el nueve y el maestro tomó con el diez, volvió con la dama y cayó el jack. El rey de corazón era firme y el único pique que quedaba era Leví dijo:
-Era cuestión de encerrarte, Rudy. Tu "valeto" estaba perdido. No tienes razón para alterarte.
-Sí, supongo que ya era lo mismo.
Volvieron a repartir las cartas y yo salí del local. Me despedí de Mario cerca de la escalinata.
-Volveré mañana, y a lo mejor intervengo en el bridge...
-¿Jugarás?
-Creo que sí. Un partido que alguien jamás olvidará. ¿Se dice "valeto" por valet o jack?
-No. El lo llama así.
-¿Y si el valet hubiera estado en la otra mano, en poder del compañero de Rudy?
-Leví habría jugado la dama.
-¿Por qué?
-Porque Rudy dudó, demoró en jugar, indicando, con la demora, que era poseedor de las dos últimas cartas de pique en poder de los adversarios de Leví.
-¿Y si lo hubiera engañado con una falsa duda?
-El joven Rudy no es policía, Carlos.
Medianoche afuera, luces y sombras en la calle San Antonio. Las fuentes de soda desoladas y escasas prostitutas en busca de los últimos machos. Algunos ebrios todavía bulliciosos.
Llegué a la Alameda y giré a la izquierda: los focos, desde lejos, me mostraron la iglesia de San Francisco, una especie de clavel de ladrillos rojos puestos en la oreja de la enorme avenida descabezada, un clavel de fe española varias veces centenario. Doblé por Seminario. Entonces me di cuenta, una vez más, de la fuerza de ciertas percepciones que anhelan llegar a convertirse en sensaciones: esos maravillosos muslos hebreos se habían adentrado en la raíz del ansia, me pareció, además, que estaban sazo Más que golpear la ventana, arañe el vidrio con furtiva mano nocturna.
La puerta se abrió lenta y silenciosamente. La cabeza de Eva, con gorra de baño, apareció. Vestía una blanca bata de esponja y estaba descalza.
-Acabo de darme una ducha. No me he secado.
-¿Cómo sabías que era yo?
-A ningún otro hombre he citado en mi vida y de haberlo hecho, alguna vez, jamás le habría dado libertad sobre la hora de llegada. A nadie le he pedido nunca que golpee en mi ventana. Ah, tú sólo arañaste...
-¿Por qué, Eva?
-Lo sabes. ¿Beberás algo?
-Sí, whisky con hielo. El alcohol me enerva, me suelta y olvido los rígidos principios que siempre han normado mi vida.
-¿Arrepentido?
-No. No estaría aquí. ¡Salud!
-¡Prosit!, como decían los latinos. Una sola pregunta más, Carlos, ¿por qué viniste?
Se había sacado la gorra y se secaba el rostro con una pequeña toalla. Luego, empezó a peinarse el largo cabello rubio y echaba hacia atrás y hacia adelante el blanco y delgado cuello: el cisne de oro reaparecía.
Seguía descalza y yo sabía que debajo de la bata estaba desnuda.
Seguí mirándola, recorriéndola ávido, estudiándola. No llevaba anillos, ni aros, ni rouge, polvo ni pinturas, solamente con lo que había nacido.
Apagó las luces centrales y dejó encendida una lampara de mesa con pantalla azul. Movió un dedo, el índice derecho y el living se llenó de música triste, música de campanas largas y silencios espesos, bajos... arrastrados, como provenientes de una selva Me pareció que estaba perdiendo el sentido del tiempo y que todo lo que me rodeaba empezaba lentamente a rotar. Me sentí mareado: vertiginosamente pasaban frente a mi o por mis lados, piernas desnudas y cortadas; senos breves y duros, desgajados; largos Me recosté en el sofá y cerré los ojos. Me dije: "Sin duda es mi agotado cerebro". Sentí que me besaba un animal de larga lengua tibia. La música se fugaba por el piso y el silencio se apoderó hasta de los débiles latidos de mi sangre. Abrí los ojos: nad -¿No has contestado, dormilón?
-No.
-¿Dirás algo?
-Eres bellísima y hay mucho de gata o de pantera en ti. ¿Qué me has hecho?
-¿Yo? Embrujarte.
-No hay duda. Dame whisky, por favor. Estoy fragmentado y debo recobrar todos mis trozos.
-¿De qué hablas?
-¡De fragmentos! Ya no sé lo que soy: alguien o algo cortó mi tiempo y me dejó un espacio en blanco y otro del que no te hablaré. ¡Salud, bruja rubia!
Volvió a sentarse como hindú y los muslos blanquiazules volvieron a turbarme.
-Así supe, Carlos, que te gustaba.
-Cualquier hombre normal te mirará como yo. Supongo que lo sabes.
-Sí, pero no los muestro.
-¿Qué creíste ver y ves en mis ojos?
-Yo soy simple, inspector, y muy directa: el deseo de poseerme. Mi instinto no me engaña.
Se acercó hasta incendiar mi piel, hasta confundir los alientos: olía a lechuga, a fresa, a tamarindo y leche. Me besó velozmente.
-¿Tienes mucha experiencia?
-Ninguna. Soy una novicia absoluta.
Al decirlo sonrió con los labios y la lengua, con el cabello, el cuello y los ojos.
No, Eva no tuvo nada que ver, directamente, con mis alucinaciones: vivía en un mundo de extrema soledad... acosada por el sexo...
-¿Qué es para ti el instinto?
-Ay, Carlos, policía de besos y de madrugadas, estúpido y ojeroso preguntón: lo que se siente, hombre, lo que se anhela... bueno o malo...
Miré hacia los rincones, vestuario de la penumbra y hacia la apagada araña de vidrio que, a mi llegada, nos bañaba de luz.
-Tu sólo deseas ser poseída y para eso cualquier hombre joven te servirá. Yo soy casado y lo sabes; es más: me gusta mi criticona mujer. Tengo hijos y, sobre todo, tengo cierto añejo sentido de las cosas. No volveré a ser padre en modo alguno.
-¡Uf! ¡Qué hombre! Soy culta, inspector. No te crearé problemas de esa índole. No estoy pidiendo nada complejo o difícil. Me gustas y te gusto, es todo. Los dos somos adultos, tú mismo lo dijiste en el cementerio. ¿Puedes decirme a qué viniste?
-A ver si eras por dentro tan bella como eres por fuera. A oírte hablar del amor, porque, sin duda, eres físicamente la mejor y más tentadora envoltura femenina que he conocido; sólo que no pasa de ser una promesa.
Tendiéndose en el sofá, musitó, coquetamente:
-No pretendo nada, me conformaré con ser tu amante. ¿Es mucho pedir?
Bebí. Jamás me había visto en situación igual. Confuso y atormentado, vacilaba. Mi pobre voz salió arrastrándose, avergonzada, tímida:
-Se cree, Eva, que un policía es un hombre capaz de efectuar cualquier acto y no es así en mi caso y en otros que conozco. Nadie puede encarnar oficio tan difícil con absoluta propiedad. Nadie puede siquiera imaginárselo porque no es lo mismo vivir este -Eres un absurdo completo, increíble. ¡Mírame!
Se despojó de la bata mostrando un cuerpo de junco y jazmín. Se acercó, diciendo suavemente:
-Tócame...
Arpa de pétalos rosados y azules; palpitante y tibia guitarra hebrea; bíblico medallón esculpido por siglos y milenios. Cerró la bata escondiendo el cuerpo de Raquel, la escultural hija de Betuel.
Bebí y volví a beber tratando de bajar un poco más mis estúpidas y viejas defensas posicionales.
Gritó fuera de sí:
-¡Habla!
Encendí un cigarrillo y noté que mis manos, ostensiblemente, temblaban.
Sentí el paso de mi sangre alborotada y los saltos de mi corazón.
Sin duda estaba incómodo, avergonzado, acalorado, molesto, humillado.
No pude ordenar una sola frase: Eva esperó inútilmente. Me levanté y abrí la ventana que daba a la calle y respire honda y angustiosamente, hasta alcancé a ver un poco de azul y dos estrellas. Volví en mi y cerré:
Eva había desaparecido del living...
Pasaron diez o quince minutos: ya no me importaba el tiempo. Encendí todas las luces y seguí bebiendo.
Regresó totalmente vestida de negro, zapatos de taco alto y medias oscuras. Se sentó frente a mí: la larga falda le cubría hasta las rodillas.
-¿Sufres algún mal?
-No.
Al parecer se había serenado. Agregué:
-Soy sanísimo. Es sólo esta dura cabezota mía que no puede, así como así, saltar ciertos obstáculos.
-Habla, te hará bien. Nada voy a pedirte , amigo mío.
-Gracias. Sigo confundido y deslumbrado. Una curiosa y nueva sensación. Te estoy agradecidísimo por el maravilloso e inolvidable espectáculo que me brindaste. ¡Qué noche, Dios mío! Sé que jamás seré perdonado por ti y mucho menos comprendido. Estoy segur Se acercó y me besó larga y agradablemente.
-Puedo intentar comprenderte, no soy sólo una hembra ...apasionada.
Apagué las luces. Su voz subió desde la alfombra a mis oídos:
-Yo no conozco el sur desde donde trajiste a mí el crimen de mi hermano y te imagino y te veo removiendo árboles helados, petrificados: resistiendo al viento azul y cortando raíces escarchadas hasta encontrar el oculto cadáver de mi Fred y traerlo, desde Me sobresalté y giré, con rapidez, sobre mis talones: Eva parecía una enlutada novia-niña.
-No has crecido, amiga mía. Panimávida es un sur cercano y todavía no llega el frío. Hay caminos. Tu hermano estaba en un nicho; fue traído a Santiago en un camión.
Le acaricié la cara y le toqué las manos.
Pensé, deformado, que el crimen no es para mujeres jóvenes y delicadas.
Ella preguntó:
-¿Qué es para ti el amor?
Necesitaba calcular un nuevo antecedente: su probable anormalidad. Compasión y cautela me serían necesarios: también pudo haberla herido el rechazo...
-Requiero tiempo para comprender lo que en verdad soy para una mujer que me agrade. Tiempo para soñar y para saber si la recuerdo. Llegar, dormido, a escuchar su voz.
-¿Te quedarás aquí?
-No. Tengo que detener al asesino de tu hermano.
-¡Ah! Es cierto.
-¿Crees que llegarás a escucharme?
-Sí y te seguiré viendo al salir de aquí y llegaré a sentir y distinguir tu olor entre los otros olores. Formas parte de la primera pesadilla de mi vida.
-¿Olor a qué?
-Olor a ti, a limpia desnudez, a tristeza y belleza juntas, hermanadas; olor a este living, a noche, a confidencias, a fantasmas.
-¿Olor a qué? ¡Precisa!
-A hembra nueva que, en tu caso, es ansia convulsa, leche lentamente derramada.
Cerró los ojos y desabotonó el largo vestido dejando una herida blanca y contrastante: su piel entre los negros de la seda.
-Háblame de amor, Carlos; te lo ruego.
-Tienes que trabajar mañana; debes ir a dormir.
-Mi jefe sabe lo de Fred y me dio una semana de permiso.
Comprendí que su primera desnudez completa y ésta, la cita y todas sus reacciones entraban en un débil cuadro de anormalidad que escapaba a mis conocimientos y experiencia. No quería dañarla más.
-Esa señora gorda, tu empleada, ¿dónde está?
-Salió. Le di la noche libre. Volverá mañana a mediodía. No tienes que preocuparte por ella. Habla de amor. Yo estoy bien, quizás si un poco sola... ¡Habla!
Pensé en mi mujer y empecé a soltar frases:
-Tocarte la piel y saber que mis dedos llegarán hasta la médula de todos tus huesos. Besarte en las orejas y verte perder el equilibrio y razón. Remodelar con mis manos todas las curvas de tu cuerpo; apretar colinas suaves y deslizarme por las superficie La miré. Parecía dormitar. Los blancos senos se le encabritaban. Callé. Pensé hasta en alcanzar la puerta y salir sigilosamente.
-¿Cuándo será así?
-No lo sé. Con el tiempo.
Se acercó como una sonámbula y me besó. Daba la sensación de venir regresando del orgasmo. Me besó y volvió a besarme. Abrió los ojos. Suspiró.
-Gracias. Dí algo de tus pesquisas.
-Esta noche lo vi jugar bridge y pude verle la cara a dos metros de distancia.
-¿Te conoce?
-No. Mañana iré a esperarlo a su casa. Daremos un paseo. Creo que ya estamos entrando en los últimos tramos de la cacería. Ahora debo irme porque necesito dormir algunas horas.
-Puedes hacerlo aquí, tengo dos camas.
-No, amiga mía. Otra vez será. Gracias.
-Quédate. No ocurrirá nada, Carlos, porque ya ocurrió.
-Adiós. Nunca podré olvidarte porque eres el más bello y raro cisne que se cruzó en mi vida.
Se colgó de mi cuello y me besó con largueza de muerte. Mi labio inferior sangró.
Cerré su puerta con un ¡Oh! hambriento tragador de aire.
La calle Seminario era, a esa hora, un negro crespón cobre mi hombría.
Dormí a saltos: el alcohol y una demasiado reciente imagen enloquecida me intranquilizaban. Rebeca, a mi lado, roncaba su cansancio de activa actuaria de juzgado del crimen. Me dormí entrando en un bosque de largos muslos azul-blancos, llevando al hombro A las diez horas llegué a la calle Merced y me puse a caminar por entre los grupos de desconocidos, con una idea central: apresurar los hechos...
Cerca del mediodía Moshé salió a la calle y volvió a mirar el cielo. Caminamos hacia el oeste. Frente a la Municipalidad volvió a "jubilarse" en el mismo banco. A pesar de la corta distancia que nos separaba, del arrullo de las palomas, del bullicio de l El disparo del cañón del cerro Santa Lucía, anunciando las doce horas, ni siquiera inquietó a las palomas. Se levantó y atravesó la plaza. En el trayecto no incrustó su mentón en su pecho: su último autoexamen había sido definitivo. Volvimos, eso sí, a b -¿A qué hora cierra?
-Tarde. No se preocupe: vivo aquí mismo.
Se fueron con rumbo desconocido. Leví jamás había llegado tarde al estacionamiento y yo disponía de algunas horas que iba a aprovechar. Volé a la policía.
De mi escritorio saqué dos grandes manojos de llaves ganzúas, maestras y falsas y en compañía de Erasmo Cárdenas y de los detectives Mario Acuña (médico) y Abraham Sayen, nos dirigimos a la casa de la calle Merced.
-Ustedes cuidarán la entrada por si llega a venir el matrimonio que vive aquí; esta es la foto de él, 60 años, gordito, bajo; ella es una señora muy delgada y más alta que él, viste de negro. Si los ven sacar las llaves para abrir la puerta, los detienen La séptima llave falsa accionó la cerradura. Entramos.
-¿Sabes lo que vienes a buscar?
-Sí, el espíritu de este hombre, sus depósitos, o detritus deben estar aquí.
-¿Qué más?
-Pólizas de seguro, anotaciones, direcciones, documentos, fotografías, cualquier cosa que de uno u otro modo se relacione con el asesinato. No te preocupes, Erasmo, algo encontraremos, aunque sea un indicio de descomposición.
La biblioteca era enorme: ocupaba tres de los cuatro lados de una sala espaciosa y alargada; la otra pared la ocupaba un gran cuadro. Todo estaba allí: Medicina, Toxicología, Bridge, diccionarios, atlas, Química y biografías de músicos en una de las pare Erasmo, que hurgueteaba en los mismos archivos observó:
-Aquí apareces tú, "Mono". Tu fotografía es antigua y de periódico. La leyenda dice: "Carlos Cortés, inspector-jefe de la Brigada de Homicidios. Treinta años, casado con judía. Investigador peligroso. No pertenece a ningún partido".
-¿Hay otros policías?
-Sí, vanidoso. Don Lucho, un comisario y un prefecto. También estoy yo. Dice, además del nombre: "Jefe de la Policía Internacional, 34 años, soltero, culto".
Seguimos buscando y encontramos archivos de abogados, políticos y periodistas, banqueros e industriales, comerciantes y altos jefes de la administración pública.
-¡Qué bicho tan curioso!
-Sí, "Mono". Aquí hay un mapa de Linares.
Corrí a su lado. El mapa no tenía marca ni anotación alguna y no era el único mapa regional fotografiado que allí había, pero estaba encima de todos, en el primer lugar.
Encontré una foto de Eva Killman que se me cayó de las manos y una de Fred, muy joven, acompañado del propio Moshé. Miré el reverso: Liverpool, 1946.
Me entretuve examinando y leyendo una antigua toxicología sin encontrar lo que buscaba. Erasmo se acercó y me entregó cuatro pólizas de seguro de Jones, en todas era "el budita" el único beneficiario. Las fotografié y salí a recorrer el resto de la casa. La voz de Erasmo me alcanzó cuando entraba al living:
-¡Aquí están todos los códigos de Chile! ¡Es una magnifica colección empastada!
Revisé el living hasta debajo de la alfombra y miré detrás del único cuadro: un pino azotado por el viento y por la lluvia. En un estante especial se podía ver una colección completísima de discos de música sinfónica.
Cerca del comedor oí el canto de un canario: venía desde el pasillo del fondo. Me acerqué a ver al cantor para intrusos. Su plumaje amarillo, oro animal, deslavado, jamás había recibido un rayo de sol; no conocía el viento libre ni una nube ni una estrel El dormitorio, dos camas sin hacer, era de un bello azul claro. En el velador de Moshé, detectado por colillas de cigarrillos y unos apuntes de bridge, había una vieja biblia marcada en el Libro de Job.
El baño, celeste, tenía un par de colgadores, dos batas; en el bolsillo de la oscura bata de hombre, una tarjeta perteneciente al conocido abogado Miguel Twain.
Salimos de la casa.
-Creo que llegó la hora "Mono": esas pólizas son dinamita para el viejo Moshé.
-No estoy seguro. Nada prueban en relación con el asesinato, aunque policialmente sean tan decidoras.
-¿Qué harás con la señora de Moshé?
-Nada. No tenemos cargos contra ella.
-¿Cuándo lo detendrás?
-Uno de estos días.
-¿Qué esperas?
-Respuesta a unos cables y tiempo para prepararme para un interrogatorio que debe ser muy difícil. Me prepararé contigo. Harás el papel de Moshé Leví.
-Va a ser divertido.
-Nada es divertido en policía criminal. Empezaremos por repasar todo el caso, al menos, en sus grandes líneas. Aún cuando se trata de un criminal de excepción y de buena posición económica, bien podría derrumbarse en el interrogatorio. Sé que lo asistirá -¡Ah! También me hizo clases a mí...

Capítulo Séptimo

EL ENSAYO

New Scotland Yard (Policía Metropolitana) comunicó que Fred Gerald Jones tenía una sobrina en Holanda; que Fred había sido un buen empleado y que sobre Moshé Leví, cónsul ad-honorem de Chile en Inglaterra, años 45 al 47, no tenían cargos judiciales.
La policía alemana informó que los Killman eran muchos y que no tenían antecedente alguno sobre Fred Gerald Killman Rosemberg.
La argentina y uruguaya confirmaron lo que ya sabíamos respecto de fechas, montos, asegurado y beneficiario de las pólizas; en revisión de hoteles, lista de pasajeros, aparecía Fred con varios registros en Buenos Aires y Montevideo.
Los hoteles "Bournier" (Osorno) y "Miramar" (Viña del Mar) también registraban a Fred.
En ningún hotel nacional o extranjero apareció el nombre del "Budita": el solitario pino del living debió haberse disfrazado de acacia.
-Bien, Erasmo. Lo haremos en mi oficina y a puertas cerradas.
-¿Por qué no en la mía? Es más cómoda y amplia.
-No tiene historia policial. Además, yo conozco todos los detalles de mi oficina y de las cosas que en ella hay. Un mundo de asociaciones y de trucos salta, para mí, desde los muebles, libros, lámparas, paredes, puertas. Es mi hábitat, madriguera, las ca -¿Quiénes?
-Moshé ha jugado este ajedrez con las piezas blancas: él movió primero y a su gusto. Ahora te tocará jugar a las negras. Tú serás, simultáneamente, el abogado de Lucifer y Lucifer.
-Bien. Vamos allá.
-¿Conoce usted, señor Moshé Leví, a Fred Gerald Jones?
-¿Para qué los nombres? Estarán solos tú y él...
-Tendré que dirigirme a él de alguna manera ¿cierto?
-¿Qué es lo que buscas con la respuesta? Es obvio el que afirme. No lo vas a detener por vender bolitas de dulces.
-Sí, señor inspector, don Erasmo Cárdenas. Tiene usted, como policía-ensayista de interrogatorio, sumamente novato, razón; pero yo no puedo darme por enterado, a las primeras de cambio, de la muerte de Fred y mucho menos que Leví lo sabe por ser su asesi -No sé. Supongo que me sorprendería así como me he sorprendido yo por el modo que tienes de presentar algunas cosas.
-Sí. Además necesito ver sus reacciones una por una y oír sus respuestas.
-¿Por qué?
-Porque cada pregunta es un estímulo y cada respuesta corresponde a un total de personalidad peligrosamente estimulada, canalizada y sintetizada. Cuando él se encuentre aquí ya estará viviendo la tensión "cuartel policial-Brigada de Homicidios", su crime -¡Uf! Me entrego. De todos modos pienso que nuestro ensayo será en seco: no paso de ser un policía máquina.
-No lo creas, máquina. Vivir un papel, si lo haces bien o mal, te traerá problemas de fisiología.
-¿Por qué a mí?
-Porque tienes una mente y una sensibilidad. El problema aparecerá en tu inteligencia y desde allí invadirá otras funciones de tu organismo.
-Lo veré.
-Lo verás. La iniciación que yo hacía no pasa de ser el primer paso directo, oficial. Un primer acto con cortinas corridas del desarrollo de la trama. De alguna manera hay que empezar ahora, ya veremos lo que ocurrirá cuando esta ensayo se convierta en r -Está bien, maestro...
-¡No me llames así!
-Disculpa. Bien, ahí va, como dice el caballo de copa: No lo conozco.
-Si diera esa respuesta, querido Erasmo, Leví sería el príncipe de los idiotas: llamaría a la secretaria, a ti, un abogado del Servicio y repetiría la pregunta ante testigos. Le haría afirmar la respuesta. Firmaríamos todos y llamaría a un médico psiquia -Bien, "Mono". Daré la respuesta que necesitas: "Sí, señor, soy su amigo. Lo conocí en Inglaterra". Olvidé el año, Carlos.
-1946. ¿Cómo se inició esa amistad?
-Ambos somos judíos y la guerra había producido grandes destrozos en Europa, especialmente en Inglaterra, Londres, donde él vivía...
-¿Lo conoció en Londres?
-No. En Liverpool. Le hablé de América del Sur, de lo fácil y agradable que le sería la vida aquí. Además, Fred tenía una hermana en Santiago, Eva. Lo sé porque ellos se escribían. Fred se entusiasmó y empezó a preparar el viaje.
-Estás muy bien, Erasmo, en tu papel. Ahora dime: ¿Quién viajó primero a Chile?
-Supongo que Leví. ¿Es así?
-Sí.
-¿Cómo lo sabes?
-Vi los ingresos de ambos en tu Policía Internacional.
-No me gusto el chiste.
-Olvídalo. ¿No permitió o ayudó usted, como cónsul, otros ingresos de judíos al país?
-No, señor. Fred era el único que me interesaba y no fui más allá de darle una visación de turista.
-¡Ah! Siempre hay que decir "Ah" para darse tiempo cuando la respuesta a tu pregunta es muy rápida y porque, indudablemente, has entrado en zonas conocidas y fuertes de tu interlocutor. Puedes intentar abrir la misma desde otro ángulo, por ejemplo:
-Señor Leví, voy a oficiar a Londres para que me envíen la lista de los judíos que salieron de Inglaterra durante el tiempo que usted fue cónsul y la cotejamos con los judíos que ingresaron a Chile en el mismo tiempo.
-¿Lo dirás o lo harás?
-Puede que lo pregunte o lo diga. Lo que a mí me interesa tú lo sabes.
-Sí. ¿Seguirás preguntando?
-No he empezado. ¿Lo siguió tratando aquí?
-Sí, señor. Ya le he manifestado mi interés por el muchacho.
-¿Recuerda la última vez que lo vio?
Erasmo se movió en su silla.
-Es difícil de contestar "Mono". ¿Qué digo? ¿La verdad? ¿Qué irá a decir él a esta preguntita?
-No lo sé. Lo sigues haciendo bien. Estás, como dicen los actores: "Bien posesionado de tu rol". Espero, eso sí, que tu impregnación mental no te lleve al asesinato de tu inspector-jefe y preguntón. Tendrá que ser, necesariamente, me parece a mí, el 14 d -¿Fue así?
-Ay, Erasmo. Tu sabes, aunque no lo podamos probar, que lo volvió a ver el 18 del mismo mes.
-Perdona. "Lo fui a dejar a las Termas de Panimávida".
-¿Para qué? ¿Por qué?
-¡Caramba! La cosa se le complica a don Moshé: va a correr en una pista muy pesada, alguien le está echando agua a la arena.
-Los hechos, los simples hechos y una interpretación más o menos correcta de ellos. En esta zona empieza a aparecer el lenguaje fisiológico modificado o no por la inteligencia; al menos, aparece en lucha.
-Si dice que Fred estaba enfermo... podremos probarle que gozaba de una exhuberante salud y existe hasta un médico para corroborarlo. Podrían testificar doña Graciela, Cirilo, Silverstein, bueno, toda la gente que había en las termas durante esos días. ¿ -Yo sólo trato de encontrar el modo de probar judicialmente un crimen del que policialmente no tengo sino asco, repulsión. Esto es lo malo del derecho penal actual: uno tiene que centrarse, ceñirse, en lo fundamental, en relación con las pruebas de culpa -¿Cuál es?
-La necesidad de crear una concepción de justicia que pueda ser visualizada por todos y usada, como inteligente herramienta, rápida y útil, en el campo penal... por los especialistas.
-¿No te sirven los tratadistas?
-¿Tratadistas? En el tema "justicia" se han mellado los dientes todos los filósofos. Sócrates decía: "La justicia no es otra cosa sino lo que aprovecha al más fuerte. Cada forma distinta de gobierno establece las normas que más han de aprovecharle; la de -Durísimo y exacto.
-Sí. El propio Platón intentó negar, inútilmente, la fuerza del raciocinio socrático. Aristóteles intentó una división de la justicia: "distributiva y conmutativa", pero como la hacía ejercer por la "autoridad", resultó ser totalitarismo de Estado. Ulpia -¿Cuál es tu herramienta-solución?
-En el actual sistema procesal-penal-escrito de nuestro país verdaderamente subdesarrollado, en el llamado "juicio de jurado" o, en el que más convence: "juicio oral público", acusadores y defensores debieran dominar la criminalística, y a la categoría d -¿Por qué, Carlos?
-Porque es la verdad lo único que debe interesarle al humano. Conocida, por la repetición de los mismos móviles y circunstancias, se puede llegar a las causas del delito y desde ellas a la masiva y auténtica prevención.
-Demasiado para un país como el nuestro o para cualquier país.
-Te parece demasiado porque juzgas a priori y desde una posición aberrante.
-¿No es la misma tuya?
-No. Yo la veo desde el mismo crimen y desde allí remonto, necesariamente, a la sociedad y a las instituciones penales que el hombre se ha dado, por eso echo de menos la verdad. Tú ves el delito desde tu formación legal, desde definiciones dadas en el ai -El caso Fred te tiene mal. Tu empezaste a pesquisar con las mismas herramientas legales de hoy, nunca tuviste otras...
-Pero hace años que las olvidé. No es lo mismo cumplir órdenes como joven detective que darlas como inspector. Demasiados casos-cadáveres separan uno y otro grado en el mismo hombre: ningún enfoque es ya el mismo. Me tiene asqueado la impunidad legal y l -¿Qué deseas, Carlos?
-No tener que saltarme a los jueces; al contrario, me gustaría conversar con ellos sobre crímenes y criminales, sobre los diferentes sitios de los hechos, motivaciones, rastros, huellas e indicios, de igual a igual. Hablar, por ejemplo, Erasmo, de interr -Por medio de definiciones y normas. Hay principios que se tienen que respetar.
-Hablo de la realidad, de hechos criminales y de criminales. El artículo 457 dice: "Los medios por los cuales se acreditan los hechos en un juicio criminal son:
1º Los testigos;
2º El informe de peritos;
3º La inspección personal del juez;
4º Los instrumentos públicos y privados;
5º La confesión y;
6º Las presunciones e indicios".
-Todo está allí, en esas palabras muertas. Con la escasez existente de personal letrado en el poder judicial hay jueces que tienen 23 ó 24 años de edad, uno o dos de oficio. ¿Qué podrían ver en una inspección? Y hay ministros con 20 ó 25 años de profesió -Exaspera tu critica.
-No pasa de ser un tibio exorcismo para alejar a los demonios de la ceguera o cansancio ante la reiterada inutilidad de los esfuerzos. No juzgo, llamo al cambio decisivo porque sé que es asesinatos propiamente tales los autores premeditan cuidadosa e int -Pero no ocurrió lo mismo con doña Graciela: ella avisó a la policía.
-Nada vio, su testimonio es indirecto, conjetural. No tiene valor en juicio alguno.
-Sin embargo, te ha servido para llegar a precisar el crimen.
-Ella, la pobre inválida solterona, no pasa de ser un engranaje más, como tú y yo, Fred y Moshé y otros, todos, en este caso. Las auténticas causas son más profundas, Erasmo. Un asesinato, diez o mil, son solamente formas sociales para advertirnos que ot -Ya te fuiste, otra vez, hacia el cielo infinito.
-No lo veas así, estoy en la tierra, a tu lado, viendo cómo los criminales evitan a "los peritos". ¿Qué obtendremos con la certificación de botulismo dada por Tobar? No sabemos donde ingirió ese alimento Fred. ¿Quién vio a Leví preparándolo y dándoselo a -En la policía, qué duda cabe. Tu eres uno y hay otros en este mundo...
-¿Yo? Te lo he dicho antes: no paso de ser un atormentado y suelto engranaje que conoce muy bien su debilidad e insignificancia, unido a otros rentados por la ciudadanía, para combatir -así dicen- el crimen. ¿Cómo lo combatimos? ¿Cuáles son los resultado -¡No!
-Sí. Le decían "El chiquillo del trebal" y cumple condena en Valparaíso. Personalmente he detenido tres veces a un mismo individuo por tres homicidios diferentes, perpetrados en diferentes fechas...
-Si lo pones así, Carlos, el asunto, ¿qué haremos?
-Dejar de creer en la oficializada inspección personal del juez y seguir adelante en nuestro caso.
-¿Por qué?
-Porque hay que informarlo, guiarlo y uno puede tener, como humano, simpatías y antipatías, errores y aciertos y hasta podría decirle, a más de uno, enojado, que el rol de juez es caro, anacrónico e inútil.
Sonó la campanilla de teléfono.
-¿Sí?
-Inspector Corrales, señor. Mataron a una vieja en un departamento de Agustinas 640.
-¿Cómo, Orlando?
-La estrangularon con una de sus medias. Forzaron la cerradura de la puerta de entrada y...
-¿Vivía sola?
-Sí, señor, ¿Qué haremos?
-Lo de siempre: Llama a los peritos en huellas por las dudas. No iré, tengo otra porquería de crimen en las manos.
Corté y miré al techo: una de las barras de hierro se estaba oxidando. Seguí:
-Ningún asesino hábil deja instrumentos públicos o privados que prueben su crimen. Nada obtendremos de las pólizas: el asegurado puede dejar de beneficiario a quien se le antoje porque las compañías de seguros no entraban su negocio.
-No es justo, hay un orden familiar: Eva está primero en el...
-Cuesta un ojo limpio y sano lograr una confesión extrajudicial. ¿Sabes que a veces hemos tenido aquí a jueces y secretarios para que oyeran confesiones de asesinos?
-¿Sólo para evitar lo de "extrajudicial"?
-Sí. Como si los policías no fuesen los delegados del juez. Ese tribunal constituido aquí fue acusado a la Corte por un buen abogado. ¿Qué queda? Solamente el número seis del código: las presunciones o INDICIOS. Esta última es la palabra clave de cualqui -No siempre, Carlos. Es cuestión de ver estadísticas...
-Sí, sobre delitos menores, sobre individuos comunes que a nadie parecen interesar. Me refiero a los grandes del crimen, a aquellos peces gordos que, cuando matan, siempre encuentran hábiles defensores legales. Si llegan a ser juzgados muy pocas veces so -¿Supongo que ya descargaste la pilas?
-No. Se descargarán cuando muera o cuando un sólo juez del crimen me tome la delantera en un caso de asesinato. Si ese día llega seré un chileno feliz, con patria cierta.
-Diré, entonces, que "Fred estaba cansado de viajar".
-¿A dónde?
-Lo cambio por "deseos de conocer las termas".
-Bien. ¿Cuáles son los medios de vida de Fred?
-No los conozco.
-Pero usted es su único amigo, usted...
-Perdona, Carlos. ¿Sirve, como respuesta de escape, dinero propio?
-No tuvo ocupación remunerativa que le permitiera ahorrar lo necesario para pagar unos días en las termas: fábrica de refrescos: obrero; tapicería: obrero y de ésta última se retiró hace ya unos meses. Si pretende escapar así, nuestro amigo tendrá que re -¿Qué diré o dirá?
-No lo sé. Lo que conteste le será, policialmente, perjudicial. ¿No lo estimas así?
-De todos modos o habla o calla. ¿Qué harás si calla?
-Valorizaré su silencio más que cualquier cosa y no sólo será su silencio, veré sus gestos, su ánimo, sus ojos y su mirar; sus labios, respiración. Anatomía y fisiología de la culpa. Un interesante espectáculo humano.
-Pudo ayudarlo su hermana que trabaja y vive bien.
-No se veían desde el Año Nuevo y fue Fred el que le compró un regalo a Eva, una muñeca.
-¡Caramba! Al parecer lo habremos acorralado aunque bien podría negar.
-Sí. Veremos como lo niega. Yo veré que algo se habrá quebrado en él al comprender que sus interrogadores...
-Gracias.
Sonreí agradecido por el oportunismo y entusiasmo de mi amigo y compañero. Seguí:
-... conocían bien el caso y el oficio. Su Chef d'oeuvre empezará a desmoronarse junto con él.
-¿Qué haremos entonces? Sólo estamos conjeturando...
-Cierto. No pasa de ser un ensayo y ni tú ni yo, obviamente, somos criminales. Sin embargo, ya lo tenemos en las termas y tú podrías decir: "Usted mandó a hacer el ataúd el 18 de febrero, cuando aún Fred vivía" ¿Qué contestarías, Erasmo?
-Que estás loco y que no lo puedes probar.
-¿Es Soto, el funebrero, un fantasma? Los puedo carear sobre la fecha. Afortunadamente, para "el Budita" -ignoro si lo sabía o no- no lleva, Soto, libros en su negocio para evitar impuestos; pero poner cinc en un ataúd lleva tiempo; además, se trata de u -Explica un poco ese asunto.
-Los féretros se hacen grandes, es el único medio de evitar, a posteriori, dificultades serias. ¿Qué contestarías? Los insultos no tienen valor. Soto, Cirilo, Silverstein, Saldaño y hasta doña Graciela testificarían, si es necesario, sobre la llegada de -No tengo. Tú lo dijiste: no soy criminal.
-Espero ver sus reacciones, todas sus reacciones, y ya sabes cómo, y las pesaré en millonésimas de gramo, las mediré en milésimas de segundos, las archivaré, compararé y concluiré ahondándole el precipicio. Desgraciadamente todavía no hemos podido encont -¿Qué harás con ella, si es que aparece?
-Que la reconozcan, entre otros vehículos, Soto y Cirilo, porque en ella cargó el ataúd la noche del 18 y de ella lo descargó la mañana del 19. No tuvo tiempo suficiente para venir a dormir a Santiago, no tiene edad para tan grande esfuerzo físico y ment -Debió ser un lugar a prueba de curiosos.
-Seguramente. En ese mismo lugar bien pudo llevarse a efecto el pic-nic. Mira el mapa, pudo ir hacia la costa o hacia la montaña o bien se quedó en Rari, Yerbas Buenas, San Javier, Colbún. No hay cómo saberlo; con el furgón sería muy fácil que apareciera -¿Es tan importante?
-No. Sólo que permite redondear el caso y por si apareciera, por ese lado, un error de bulto que nos acercara más al hot dog y al botulismo. En todo crimen sólo importan, desde el cerrado, deformado e inhumano punto de vista nuestro, dos cuestiones: prob -Sí. No había reparado en ello.
-En el mundo de los indicios de hoy, la pesquisa de un crimen se relaciona con ciencias muy serias: la biología, en sangre, por ejemplo, va directamente a la hematología (Estudio histológico, funcional y patológico de la sangre). Con un proyectil necesar -Sí, Carlos. Resulta increíble que tal código haya regido durante tanto tiempo. ¿Te imaginas el número de culpables en libertad? Justicia cara y francamente vulnerable. ¿Por qué pusiste el articulado de ese modo?
-Porque siempre chocamos con él los investigadores de asesinatos y nos vimos en la necesidad de analizarlo criminalísticamente. Te leeré el cuarto inciso del mismo artículo: "Que sean directas, de modo que conduzcan lógica y naturalmente al hecho que de -Así que habías pesquisado la voz y sus significados...¿Por qué, amigo mío? ¿No te bastaba repetir como los demás?
-Olvídalo. El artículo 585 dice, refiriéndose a la presunción: "Presunción en el juicio criminal es la consecuencia que, de hechos conocidos o manifestados en el proceso, deduce el tribunal ya en cuanto a la perpetración de un delito, ya en cuanto a las -Ahora lo veo con claridad: es ciertísimo.
-Supongo que sí. No voy a leer el articulo 486, que ya conoces, pero sí la cola que es muy interesante: "Las demás presunciones se denominan "presunciones judiciales" o "indicios". No voy a intentar, obviamente, ni siquiera criticarlo, pero sí voy a habl -¡Ah! Estás revelando tus mecanismos íntimos. Gracias por la inolvidable lección.
-No, Erasmo. Lo mío es menor, simples y aborrecibles asesinatos, con la excepción del caso que tenemos entre las manos. Piensa en los otros, en un Jansen, Harvey, Torricelli, Pasca, Hyghens, Roemer, Newton, Leibniz...
-Detente, Carlos.
-Es que da pena no seguir nombrando a los hombres de la única y real jerarquía humana. ¡Cómo no voy a nombrar a Edison si sin él seguiríamos en la obscuridad o a Hertz...!
-Está bien. Sigue.
-No. Volveré a Index o mejor "indicio", de donde derivan todas, significa: indicar, designar, denotar, señalar, mostrar, manifestar, testimoniar, reflejar y "dar a conocer". Sin duda, para mí, los mejores verbos y el mejor hacer. Agregaré otros: escudriñ -¿Cuáles son los tipos?
-El leptosomático: flaco, nervudo, propenso a la reflexión y orientado hacia si mismo; el atlético: fuerte, nervioso, activo y tenaz, y el pícnico: voluminoso, redondo, bajo, inestable sentimental, locuaz y abierto.
-¿En cual está Moshé Leví?
-Supongo que es una mezcla del primero y del último; pero no me saques de Cicerón que, como escrito, tampoco fue superado por otro latino y ni siquiera el tiempo transcurrido ni el avance de las ciencias han hecho olvidar su extraño talento narrativo, al -Ignoraba tu amor por Marco Tulio.
-No es amor, es agradecimiento. Una pesquisa debe ir a las mismas fuentes de los símbolos hasta encontrar el camino para salir de los embrollos y quién mejor guía que ese romano cuyo apellido se transformó en la misma esencia del oficio de guiar.
-¿Lo lees mucho?
-No. Lo pienso, con eso tengo.
-¿Por qué le llamas a los indicios la llave maestra de la Criminalística?
-Existen cuatro que lisa y llanamente son determinantes de identificación absoluta: huellas papilares, cabellos y pelos, dentadura y escritura y porque la sangre, con sus cuatro grupos, sub-grupos, factores y tipos, también va por el camino de la individ -¿Todo eso te lo dijeron los indicios? ¿No será tu oficio, Carlos, ese que empezaste con el doctor Sandoval en e Laboratorio de Policía Técnica? No creo que digan tanto, yo estuve a tu lado y nada de lo que has dicho vi.
-Aún no he dicho nada. Tuvo que sospechar que pesquisaríamos el contenido de las barras: en alguna parte hay un molde y un fundidor de mala entraña, puede que lleguemos a él; pero también sabía que encontraríamos un muro inexpugnable: total descomposició -Las puede pagar cualquiera persona.
-No hablo de seguros normales. El que paga es el beneficiario-asesino. En la pista me pusieron esas anotaciones hechas por Fred en su pequeña libreta negra, la que fue hallada en la maleta.
-No lo sabía.
-Si te lo dije...
-No estuve allí durante la revisión del contenido del equipaje de Fred.
-Es cierto.
-Creo que lo tenemos agarrado de cola y tirantes. No podrá cobrar los seguros.
-¿Quién sabe? No podemos probarle, legalmente, el asesinato porque ya sabes lo que pasa con el código procesal nuestro: los legisladores de la época no podían entender de indicios.
-Tampoco los de hoy. ¿Hay otros indicios que acusen a Leví?
-Cientos, pero llegamos a lo mismo: poder traducir al lenguaje del código los encadenados hallazgos criminalísticos. Los legisladores dieron por eternamente medidas las inteligencias criminales y las policiales porque han juzgado y juzgan sobre papeles a -¿Lo sabrá Leví?
-Tú viste su colección de códigos. Todo criminal inteligente y culto, al proyectar un crimen, examina con detención los vacíos legales. Es el abecedario y Moshé Leví es el mejor de todos los que he conocido.
-¿Cómo lo sabes?
-¿Cómo se qué?
-¡Qué lo hacen así!
-La casuística policial. Los asesinos que, por ese código, nos han sacado, en libertad, la lengua...
-¿Muchos casos?
-No, afortunadamente, pero fueron los que más trabajo nos dieron, y son, así me parece, los únicos que justifican este oficio; y el número crece por la impunidad, como sí los intelectuales del crimen se hubieran confabulado entre sí.
Golpearon la puerta.
-¡Pase!
El inspector Corrales dijo:
-Actuaron, al parecer, con guantes.
-¿Pisadas? ¿Pelos?
-Nada.
-¿Cuántos?
-Uno o dos. Vaya a echarle un vistazo.
-¿Qué robaron?
-Lo de siempre: dinero y joyas.
-¿Cuánto?
-Un hijo de la víctima trata de calcular el monto.
-No puedo ir. Lo siento. Pesquiso un asesinato de orden del Director. ¿Qué hay de la entrada?
-La señora abrió: no hay señales de palanca en la cerradura y la chapa es fuerte.
-Primero informaste distinto. ¿Sangre?
-El labio inferior roto en el forcejeo.
-Suerte, Orlando. Sigue solo.
Salió diciendo:
-Deme un hombre más. ¿Romero, señor?
-Bien.
-¿Quieres un café?
-Sí.
Llamé. El oficial de guardia entró ajustándose el nudo de la corbata y alisándose el cabello.
Los gritos de las mujeres detenidas entraron también por la puerta abierta formando una nube de inmundicias orales.
-Consigue dos cafés y no les sigas pegando a los detenidos.
-Son dos cogoteros, señor, y anoche se les pasó la mano con un comerciante.
-¿Cuchillo?
-Laque.
-¿Lo entregaron?
-Lo entre... Le mandaré los cafés.
Carmen de la Vega, la secretaria de la Brigada, entró cinco minutos después, con lo pedido.
-Estaba haciendo el parte al juzgado. El caso del zapatero que...
-¿Cómo estás?
-Bien, Carlos. Perdona el que te haya dejado solo. ¿Puedo ayudarte en algo?
-Sí. Aleja a las mujeres, gritan demasiado. No dejes pasar a nadie a esta oficina y desconecta los teléfonos míos. Gracias.
-Vives en un infierno. ¿Siempre es así?
-No. Otras veces desde aquí salen las llamas y yo soy Lucifer. En la sangre no toqué la forma, me refiero a gotas, salpicaduras, chorreos ... ni a lo soportes: manchas por contacto, caídas, etc., porque entonces hasta una gallina ciega podría llegar al a -¿No aparecen así?
-Sí, es lo común. Criminalística de todos los días que va apagando el ánimo: mortales parteras analfabetas, alevosos y rencorosos homicidas; asaltantes borrachos o con sed buscando víctimas para seguir bebiendo; riñas entre hampones baratos. ¿Más café? < -No.
-Y saber que existen, amigo mío, hasta notables teorías indiciarias, enseñables; muchas se han incorporado, exitosamente, a la práctica diaria del oficio.
-¿Es que no las usas siempre?
-Es muy poco lo que hoy se ignora sobre pesquisa policial, sobre las medidas que hay que tomar, en policías profesionalmente organizadas, para llegar, velozmente, al autor de un delito serio; pero nos enredamos con el sistema procesal. Hace unos veinte o -Tal vez ignoran lo que tú sostienes y los claros y legítimos alcances sociales de tan urgente e importante cambio.
-Sí, puede ser. Algunos indicios, en determinadas y precisas circunstancias, señalan inequívoca autoría, autoría de aquellas que resultan innegables para cualquier humano-adulto-normal. No es sólo preguntarse: ¿a quién beneficiaba, exclusivamente, la ext -¿Te ha ocurrido antes, Carlos, que un autor señalado como tal por tan serios indicios, no haya sido condenado?
-Te lo he dicho, sí. Aquí le han metido el dedo en la boca a la justicia, casos que yo conozco, una media docena, que son de antología y todo ha seguido igual.
-¿Qué hiciste?
-Traté de forzar los indicios traduciéndolos al lenguaje con el que el código se expresa y entonces, de un modo u otro, entramos en la violencia policial, con todos los peligros que ella encierra para cualquier sociedad. Flagelar, siempre ha sido fácil p -Te ayudaré a lograr las modificaciones.
-Gracias. Puedes creerme: los criminalísticos cambian indicios subjetivos en objetivos, sólo que tales avances no pueden llegar a nuestra legislación.
-Llegarán con los jóvenes, estoy seguro.
-¡Ojalá! Los criminales también hablan de indicios verdaderos y falsos, de recientes y remotos y hasta de indicios en relación con el hecho porque son capaces de descartar, "in situ", indicios ajenos al hecho en sí. Hablan de indicios perfectos e imperfe -¡Ufa, "Mono"! ¿En qué se basan?
-En algunas leyes que ya te he señalado: no existe el actuar sin huellas; y hasta los imposibles de Salomón son hoy perfectamente pesquisables.
-¿Cuáles imposibles?
-El paso del pájaro por el aire, el paso del pez por el agua, el de la serpiente por la piedra y el paso de un hombre por una mujer.
-¿Cómo?
-Cuestión de oficio y del caso imposible. En el del pájaro, a manera de ejemplo: hora, día, mes, año, lugar de la observación en relación al objeto, condiciones físicas y mentales del observador, altura, plumaje, tamaño aproximado, forma del vuelo, etc. -Comprendo. Me gustaría saber lo del hombre sobre la mujer.
-Callaré, este oficio también tiene secretos, ese es uno. Existe, además, la ley del intercambio material que en mucho se relaciona con la anterior: huellas de la víctima en el victimario y viceversa, porque el crimen oscila entre un dejar y un llevar de -¡Dímelo!
-No. Necesito volver a ver el rostro del "Budita".
-Entonces sigue con tu apasionante Criminalística que a mí me parece auténtico arte de brujos.
Habíamos pasado horas sin tiempo, de esas, tan escasas, que no alcanzamos a advertir. Horas llenas de humo, ni rápidas ni lentas. Tiempo quemado en el altar del raciocinio del hombre y sus recuerdos, engarzando hechos.
-Se basa, y ya lo sabes, en causa-efecto y en algunos principios ontológicos: 1º) Toda cosa es sólo idéntica a sí misma: cresta papilar de un dedo de Caín: 3-2-1-16-204-026 y huella dactilar revelada en la quijada del burro: 3-2-1-16-204-026. Una sola co -¿Qué significan esos números?
-Presilla externa de variedad central con 16 líneas entre el centro y el delta; en la zona superior el primer punto, del lado derecho, es una bifurcación de las líneas hacia abajo, una línea libre como segundo valor y un trozo de línea ubicado entre el p

Capítulo Octavo

"LOS ENSAYISTAS" SE PILLAN LA COLA

La quinta tacita de café sorprendió a Erasmo recostado en el largo e incómodo sofá de mi oficina, y a mí dando pequeños paseos gesticulantes y blasfemantes.
-Leví llega a Panimávida preparado para el entierro de "su hijo". En esto hay un grave error de juicio y conducta por precipitación o subestimación de Silverstein, a quien no conocía. El hecho fue advertido: la actuación de Leví, esa mañana, en nada se p -Sí. ¿Qué dirá cuando se lo preguntes? ¿Es este el indicio de culpa que vislumbras?
-No. Este es un indicio de deformación mental que se acumulará al de culpa y vanidad que persigo.
-¿Vanidad?
-Sí. La tomo como Plinio: "Impostura de los magos".
-Estás traicionando a Cicerón.
-No. El sabía muy bien que la vanidad es un autoengaño por debilidad; es que la forma de Plinio me agrada por serme más útil para encauzar reflexiones.
-Sí, se culpará, si lo derrotamos, sólo de errores, porque carece de sentimientos.
-¡Un siete, estimado inspector! Yo ignoro cuándo se dio cuenta Leví que era un criminal.
-¿De qué hablas?
-Del principio, de su infancia.
-¿Por qué lo tomas desde tan lejos?
-Divago. Quizás si su inteligencia, casi monstruosa, lo sorprendió a sí mismo al hacer las primeras comparaciones con otros niños. Leví es físicamente débil y carece del coraje necesario para herir directamente o matar cara a cara. Es incapaz de llegar a -Estoy de acuerdo; y siguió el camino de la astucia, el de la superioridad mental.
-Si sigues así, podrás ocupar mi puesto en esta infernal Brigada. El asesinato de Fred no empieza en Liverpool, allí, Leví, es un criminal potencial, irrealizado y lo que realmente ve, en el joven judío alemán, que ingresa a su mundo, es la gran posibili -Te estás fugando, Carlos. No puedo verlo así. Fred sabe que su hermana Eva está en Chile y ve, en Leví, sólo al cónsul chileno.
-¡Qué cónsul!
-Leví no pudo ver un cadáver a futuro en Liverpool. El móvil tiene que ser el económico. De pensarlo como tú lo ves me duele la cabeza. Son coincidencias; nadie puede ir tan lejos.
-Su sonrisa tiene, actualmente, para mí, un dejo del misterioso ser superior y sus ojos miran a los humanos como si fuéramos microscópicos gusanos de la ignorancia.
-Tú no lo conocías, ese puede ser su modo de mirar o tú estás viendo visiones.
-No creo en el móvil económico en el "caso Fred", es simplemente dicho: una peligrosísima y única desviación mental que no estoy en condiciones de clasificar.
-No insistas, no debe haber tanto en él.
-Está muy tranquilo, muy seguro de sí mismo. Al parecer, en nada ha variado sus costumbres, sus hábitos. Aquí es donde hace falta el conocimiento anterior de los asesinos, no sirven los testigos sobre conducta porque no piensan ni advierten, como los pol -Me parece que todos los criminales actúan, con posterioridad al crimen, en la misma forma: es auto-defensa conductual...
-Mucho de lo que tú dices, en lo formal, existe en tales conductas; pero es la máscara de la especie criminal que derivó de la primitiva lucha de conciencia, que todavía aparece en los humanos normales cada vez que causamos dolor o pena injustos a otro u -Un criminal ignora lo que has dicho; son, indudablemente, distintos a nosotros.
-¿En qué, Erasmo?
-Hombre, por el crimen que cometieron: ellos pasaron la raya de la prohibición máxima.
-Sí, muy bien; pero no tienen salida conductual, en el primer caso criminal cometido, apropiada, y deben refugiarse en la vieja máscara anterior que, por supuesto, con la reiteración criminal, aparentan endurecer o endurecen. Es imposible crear, de buena -¿Es una teoría?
-Una observación.
-Comprendo.
-La verdad es que todos los criminales se quiebran, el mismo crimen cometido es la causa-condena a la ruina intelectual y física y nada hay más cruel, profundo y perseverante que esa siempre visible auto-destrucción, sólo que algunos como Dubois, Landrú, -Una sociedad no puede esperar la repetición de tales actos.
-Yo no he dicho eso, me estaba refiriendo al crimen-castigo en sí y a las conocidas reacciones de criminales excepcionales.
-Perdón.
-Necesito conocer las defensas de Leví. Es un buen síntoma la tranquilidad que muestra, una máscara de seguridad y debe mantener sus hábitos. Lo que debe costarle escapa a cualquier imaginación: su modificada naturaleza por el crimen, tratando, a fuerza Carmen nos entregó, con el séptimo café, una piadosa sonrisa profesional: me conocía; con ella y con otros policías cien veces habíamos enlutado nuestros estómagos con café-charla-tortura de las pesquisas y paquetes de cigarrillos.
-Gracias, Carmen... Sé que pronto vendrá el temblor pulsátil y el insomnio; se volverá incoherente, repetirá frases, olvidará hechos simples. La suma lo definirá como "exaltado", descontrolado, sobresaltado. Fijará sus grises ojos en el vacío porque su e -¿Por qué?
-Lo ignoro. Probablemente el hombre actual ya no está en condiciones de asesinar a otro. Puede haber ocurrido, sin que nos hayamos dado cuenta, un predeterminado ascenso en nuestro hacer y los que bajan, razonablemente al primitivismo, son destruídos. -Supongo que sí. También lo es para mí, pero una respuesta a tu pregunta no se encuentra en las librerías del hombre.
Oí cuando Carmen decía a sus compañeros, cuando aún no cerraba la puerta:
-El jefe está terminando el caso, ya le queda muy poco: se ha afirmado, con las palmas de las manos, en el escritorio.
Sacudí la cabeza: uno es también lo que los otros observan.
Erasmo se había aquietado: por primera vez lo veía plegado sobre sí. Yo también, aunque merodeaba por otras regiones.
Noté o creí notar que el ajeno y externo silencio del crimen había caído sobre nosotros y que estábamos, en cierto modo, aplastados por la dura asfixia de Fred o porque habíamos tocado zonas aún desconocidas para el hombre. Ni siquiera nos mirábamos: est Carmen, sin duda, -pensé-, ha desocupado, trasladando a los detenidos, todas las oficinas de la Brigada. ¿Qué habrá presentido mi secretaria? ¿Sabrá, por mi ya larga y agotadora preocupación, que este es un crimen distinto?
Tiré una simple frase a los pies de mi compañero:
-Moshé es viejo y ya poco le queda por hacer en este mundo. ¿Por qué se habrá despedido con un asesinato?
-Lo económico, Carlos: desea asegurar a su familia.
La morena estatua había vuelto a la vida.
Me fui hacia el monólogo:
-Vivía bien, tú conoces su casa. Ambos vimos sus cuadros, muebles, colecciones de libros, de discos, sus alfombras, tapices, joyas. Hoy en esa casa, siendo la misma, todo arde. ¿Cómo serán las actuales relaciones de Leví con sus hijos y esposa? ¿Qué excl -¡Dilo de una vez! ¿Qué tienes en la cabeza?
-¿Recuerdas el canario del living?
-Sí. Pareció asustarse con nuestra presencia; después cantó muy bien.
-Era lo único con vida visible que había en esa casa y bien podría ser la próxima víctima de Leví sólo porque sus gorjeos se están mezclando con sus pesadillas. Ya no sabe lo que es noche y lo que es día. Al incansable roedor interno, entre cortinajes y -No puede ser. ¡Tú estás loco!
-Te confiaré uno de mis secretos policiales: hace años comprendí que las penas que el hombre-social impone al asesino le sirven de ayuda, son como balones de oxigeno para un moribundo. Es muchísimo más duro para el asesino lograr la tan ansiedad impunida -Pero su crimen, Carlos, habría pasado "colado" si no hubiera sido doña Graciela y su influencia policial a tanta altura. Creo que un crimen secreto nada significa para una asesino; necesitan del escándalo, del misterio, de las intrigas sobre el quién. M -No voy a entregarte, todavía, mi puesto. La corriente imagen que existe sobre los asesinos se parece mucho a la que se tiene sobre policías o sobre cualquier otra actividad humana. Al crimen se llega por distintos caminos, el abanico de las motivaciones -Tengo que volver a disculparme, pero tú sabes que no paso de ser un novato en tu apasionante materia.
-No, tú eres un buen amigo y un compañero de caso. Lo que no sabes es cuánto y cómo une una investigación criminal y el verbo alcanza, lógicamente, al propio asesino.
-Lo molesto en ti es tu extraño modo de hablar, de ver y exponer las cosas. Explica un poco, brujo del Mapocho, las razones de tan extraña unión.
-Cuando uno entra a desentrañar verdaderamente el misterio de un caso el único que lo sabe es el asesino, entonces se entra a compartir, de un modo increíble, lo no compartido. Es justamente al revés de tu ex-teoría. Y viene la lucha posicional derivada -¿Por qué lo haces? ¿Por qué pesquisas?
-Para que el criminal sepa, además, que su derrota es compartida y porque el oficio, tradicionalmente, exige el que se cumpla con este viejo rito-comedia-trágica. Se hace, otra razón, porque a veces, un criminal suele ir más allá del singular y el partid -Sí, es difícil de entender y de aceptar. ¿Qué pasa con los asesinos no descubiertos?
-Maravillosa y apasionante pregunta. Ha sido mi desveladora durante años, una vieja conocida mía que me alegra oírtela. Sí, voy a dejarte el cargo. ¡Mueran!
-No es respuesta: todo lo que vive es muerte.
-Perdón, me tocó a mí: mueren como asesinos inconfesos y no pesquisados, la peor muerte de todas.
-¿Lo sabes?
-No, lo presumo.
-¿Cómo?
-En toda ciudad, campo, montaña, playa, desierto o selva desaparecen personas. Algunas no regresan jamás y otras, especialmente en las ciudades, regresan como cadáveres irreconocibles o en forma de collares de huesos dispares. Uno suele leer, en los peri Volvimos a convertirnos en estatuas: Erasmo en el sofá y yo afirmado en el escritorio.
De lejos me llegaron las voces del cambio de guardia y desperté a la vida.
-Leví era, no sé si todavía lo es, un extraordinario gozador del silencio, de los secretos y de las interincomunicaciones.
Mi compañero regresó para decirme:
-¡Qué palabrita! La escucho por primera vez.
Carmen asomó su largo rostro y su ya canoso cabello:
-¿Necesitan algo? Me voy a retirar porque tengo un niño enfermo.
-No, gracias. Que se mejore tu hijo.
Desapareció físicamente, en la oficina quedaron: su perfume, el aseo, el orden y el recuerdo de su abnegación en largas jornadas de la heroica lucha contra el crimen.
Seguí mi conversación con el inspector porque siempre un investigador necesita un oponente, un espejo de acero para que reboten, endurecidas, las imágenes que la ordeña cerebral va extrayendo con lentitud. Sirve, además, para afirmar o rechazar juicios, -Pertenece a diferentes grupos de hombres y se junta con ellos en días, horas y lugares distintos; con todos evita los trasegamientos; nada resuelve: sus compañeros, médicos, no conocen a sus amigos músicos; ni los comerciantes a los jugadores de bridge; -¿Cómo lo sabes?
--Tu y yo vimos sus archivos y tarjetas en su propia casa.
-Es cierto.
-Con toda la apariencia del terrícola es, ignoro si lo sigue siendo, un marciano del hacer. Lo llaman el vecino Moshé, el casi doctor Leví, el gran músico, el campeón de bridge. Todos tienen una parte de él, la que él quiso que tuvieran. Ningún grupo pue -Tú también lo sabes.
-Tengo mis dudas y son fuertes, hace años que cavilo, respecto al por qué del asesinato. El auténtico genio del crimen siempre está ocultando su verdadera personalidad. O él mismo la desconoce o sus materiales, globalmente, tienen ese único fin: mostrarl -Sin embargo, inspector-jefe, el dinero que cobrará por las pólizas de vida de Fred Gerald será demasiado y no parece calzar con tu teoría asesinato y botín.
-No creo que cobre dinero alguno. La imagen sigue firme: sólo los locos matan por matar, señalando, de paso, la imperiosa necesidad social de recluirlos y tratarlos.
Miré hacia el techo: había obscurecido demasiado.
-¿Cómo no ves, Erasmo, que Leví fue contra toda la lesa sociedad que formamos? Se dio cuenta de nuestros vacíos legales e institucionales, adecuó a la víctima y la despachó.
-Sí, de eso me estoy dando cuenta; lo que se me escapa es tu modo de pensar.
-¿Modo de pensar? Curiosa frase. No pasa de ser un titubeante y vano esfuerzo de las siempre desconocidas zonas del pensamiento humano. El progreso tiene que relacionarse estrechamente con el tanteo y el error. Primero la desarmonía, después el orden y e -Insisto en un punto: ¿qué tienes, con validez procesal, en contra de él?
-Pólizas altísimas nacionales y extranjeras; primas canceladas en relación con ellas y, él, único beneficiario; en circunstancias que tenía una hermana en Chile y una sobrina en Holanda. Puedo probar la pobreza de Fred y con ella sus incongruentes seguro -¿Podrás probar que Leví lo hizo?
-¿Quién sabe? Tengo seis barras de plomo revestidas de oro de baja ley para ayudar al juez a creer en mis asertos. El estado de salud, con testigos, del mismo día que "enfermó". ¿En verdad te parece poco?
-Presunciones, como dice el código.
-¿Sí? ¿Sabes por qué eligió esa causa de muerte y no otra?
-No.
-Primero: para evitar que la propia víctima, crédula en demasía, se diera cuenta de su propio asesinato; segundo: de llegar a sospecharlo, remotísima posibilidad, no habría podido hablar: la asfixia que provoca el botulismo debe ser espantosa. El crimen -Sí; pero ese internacional paseador aéreo de falsas barras de oro, también acusaba un serio problema de conducta anormal.
-Tienes razón; lo habían encandilado con un mejor vivir. Si supieras, amigo mío, la fuerza que adquiere sobre otros hombres y mujeres el inflador de niveles económicos: la lista de nombres es larga y tuvieron y tienen cargos de significación en este país -¿Es todo lo que tienes en contra de Leví?
-Creo que sí, además de un despedazado cadáver.
-Entonces... nos hemos pillado la cola: este ensayo ha fracasado.
-¿No tiene valor el suicidio del gerente de la compañía de seguros?
-Pudo ser la reacción de un hombre honrado.
-¿Lo del ataúd?
-No.
-Puedo probar que Leví estuvo en Linares cuando...
-No, probarás que estuvo el 14 y el 19. Las otras fechas no te sirven.
-Sí, el 18 me sirve: Soto y sus carpinteros.
-No podrás probarlo.
-Como Promotor de la Fe resultaste un muro.
Salí sin despedirme. Miré el reloj: 21 horas.
Llegué a la "Brunswick" sin cuidado ni miramiento alguno. Saludé a Mario Petric y me puse a comer y a beber en una mesa central. Seguí saludando a todo el mundo y conversé, de viva voz, con Isidro Corbinos, Julito Martínez y Mister Huifa de fútbol; de bo -Ninguna reserva por lo que veo y escucho.
-Ninguna, ya no vale la pena.
Leví jugaba, como siempre, su bridge en el rincón de costumbre. Me acerqué. Petric nos presentó:
-El inspector-jefe de Homicidios, Carlos Cortés; don Moshé Leví.
Nos miramos directamente a los ojos. Leví dijo:
-Mucho gusto.
Estiró la mano. Dudé fracciones de segundo y se la di. Creo que él notó mi vacilación. Disimuló y agregó:
-¿Juega bridge?
-No, señor, pero me está empezando a gustar.
-Anoche lo vi observando el juego con atención. ¿Era el juego, supongo?
"El budita" era audaz y un sorprendente observador. ¿Me estaría desafiando públicamente?
-Sí. Siempre miro, atentamente, lo que es nuevo para mi y a los hombres que lo hacen.
-¿Está usted hablando de bridge?
-Parece que usted, señor, es un paquete de dudas. ¿Me está interrogando a mí o se está respondiendo usted?
Se había paralizado todo. Mis últimas palabras tenían la espesa corporeidad de nata... negra, presagiosa. Leví se reacomodó en su asiento. Parecía una calculadora al rojo... con el humano rostro en blanco. Sé muy bien que existen frases que alteran la fi -Creí que era de crímenes porque, según he sabido, usted es un notable especialista.
El tono me pareció conciliador y hábil la salida.
-No. Sólo me gano la vida en ese oficio.
Lo he pensado mil veces: Leví pudo terminar allí ese diálogo: la espectación había disminuido; pero insistió preguntando:
-¿Es interesante?
No tenia escapatoria: aquello era un desafío en el que no había pensado. Por ese rostro había recorrido sobre 600 kilómetros, y para juntarlo a su nombre me había desvelado y otros policías también lo habían hecho. Para mirar esos ojos tuve que mirar otr -A pesar de las desventajas... sí.
-¿Cuáles desventajas, inspector? Ustedes lo tienen todo. Es como si en el bridge y un poco del remate, un jugador avezado hubiera visto las 52 cartas: actúan sobre seguro.
Me pegué a sus grises pupilas y al tono de voz, a sus labios y a sus manos.
Otra vez se había detenido el juego: todos, jugadores al fin, habían adivinado que empezaba otro "game" peligrosísimo cuyo final nadie conocía. La vanidad y la estupidez nos incluía a ambos. Leví había dado un sorprendente golpe de audacia, o ¿lo habría Leví había desvirtuado conscientemente mis palabras y las había enmascarado en el lenguaje del bridge. Jugaba desde su única posición en cuya interpretación no podrá ponerse jamás código alguno. Mi réplica sólo podía salir desde mi global esencia. Fue le -Usted sabe que no es así, señor, y creo entender las personales razones que usted ha considerado, tan veloz y astutamente, para invertir los términos. Debe estar, para hablar así, muy seguro de sus actos... de todos sus actos.
Endureció la mirada y arrugó, perceptiblemente el ceño. Tosió. Pasaron segundos largos, segundos de procesión religiosa. La voz "señor" había sido recalcada por un tono entre martillazo y campana de alarma; la frase final, subrayada por la sibilina exten Los espectadores concurrían, al insólito dialogo, con el asombro: nada era claro para ellos en tan cifrado y hermético lenguaje. Ese barajar de símbolos era sólo para iniciados, para actores que compartían, secretamente, un drama, más allá del público li Debió quedarse allí y así: quieto, silencioso; pero ese naipe venia de otro modo: el invisible barajador de todo se había, hacía mucho tiempo, metido en él.
-No entendí con claridad su respuesta. Me sigue pareciendo exacto lo de las 52 cartas conocidas.
Allí estaba, otra vez desafiante, engreído: sin duda había aprobado, mentalmente, la inexpugnable perfección de su asesinato. Me tome tiempo para volver a meditar sobre sus últimas frases: bien podía estar tendiéndome una trampa o "tirándome la lengua". Contesté con pausas de profesor de párvulos:
-Al menos debió descontarme una carta: la correspondiente al criminal, señor Moshé Leví Hillman...
Su silla crujió y volvió a toser. Con un blanco y perfumado pañuelo se cubrió la boca y nariz. Seguí:
-... siempre nos son desconocidos; además, las víctimas, con rarísimas excepciones, también lo son. Las causas de muerte no siempre son comunes; el lugar, día y hora, el móvil, circunstancias que anteceden al caso, las del caso y las posteriores, tales c -¡Caracoles! Tiene usted razón, inspector: no es mucho lo que saben.
-No. No son 52 ni mucho menos, en un principio. A veces no pasamos de una carta: el oficio, algo así como el as de pique, sin el cual, supongo, ni siquiera usted podría jugar al bridge.
Vi esconderse, detrás de sus ojos, a su curioso espíritu: las dos grises ventanas me parecieron vacías. Un segundo después, sin embargo, se reavivó el ojo izquierdo y muy luego lo siguió el derecho: las dos pupilas volvieron al ritmo del mirar controlado -A veces un mal jugador se lleva el as de pique para la casa.
Sonaron risas en todos los rincones de la sala: ese lenguaje común había sido captado en su intención superficial; además, nunca un policía de verdad contará con público alguno. Dejé pasar la flecha. Agregó:
-Creo que actúan siempre con fatal demora ¿Cierto?
No tuve dudas: fraseaba así por su seguridad que descansaba en microscópicas bacterias y en la putrefacción que él suponía avanzadísima. Los espectadores habían vuelto a celebrar la vieja crítica a la policía. Es una especie de embriaguez oral que produc Aquello empezaba a parecerse a un reñidero de gallos y Leví tenía muy desarrollado el sentido histriónico, parece que ocurre -lo he visto después- con todos los buenos jugadores de bridge nacionales. Una diferencia: yo vengo del interminable drama colect -Sí. Este es un país largo y hay muchos pueblos donde puede germinar, frondosamente, la impunidad buscada con certero y frío juicio criminal. Pueblos adormecidos e indolentes, con burocracia enfermiza, funcionarios inferiores, qué duda cabe, a notables a Lo miré. Retomó las cartas y reinició el juego. Perdió cuatro piques hechos.
Rudy le señaló "el descuido":
-¿Qué le pasó, maestro?
-Pensaba en lo dicho por el inspector Cortés: me despreocupé. Perdón. Ustedes han salido ganando.
Se levantó y fue al baño. Volvió peinado y externamente fresco.
-¿No se va a sentar, inspector?
Soy un sabueso con hocico de bulldog, una rara mezcla canina. Sabía que trataba de reponerse, de ganar tiempo: el reciente knockdown no le había agradado, pero yo no lo iba a soltar:
-No, don Moshé. Gracias He estado mucho rato sentado en mi oficina conversando con un compañero sobre un asesinato de antología.
Las dos ventanas grises se habían abierto y ambas mostraban el mismo precipicio.
-...Un crimen único...
Lo vi palidecer, temblar...
-...que ocurrió hace unos pocos días...
Transpiraba, se ahogaba...
-...en las Termas de Panimávida. ¿Desea oírlo?
Leví no podía oírlo: se había desmayado.
-No se preocupen, yo mismo lo llevaré a ... tomar aire. Usted, Rudy, no se mueva de su asiento.
Lo levanté y con la ayuda de Mario Petric subimos la escalera y lo dejamos en mi automóvil.
-Eres un policía inmisericorde, Carlos.
-Tienes razón. Gracias.
Partí, con mi preciosa carga, rumbo al cuartel.
La calle General Mackenna, a medianoche, estaba desierta, excepto por los guardias de la policía civil y la de la cárcel pública.
Había vuelto en sí. Me reconoció, me reconocería siempre hasta entre un millón de individuos parecidos a mí.
-¿Qué me pasó?
Su voz sonaba ahora a viejo dulce.
-Se desmayó.
Entramos. El iba apoyado en mi brazo derecho y apenas podía caminar.
-Creo que tendré que ser examinado por un médico.
-Yo mismo le traeré uno en muy poco tiempo más.
-Al parecer, también tendré que ver a un abogado.
-No se lo traeré yo, probablemente lo haga su joven amigo Rudy.
-Así lo espero.
Lo hice acomodarse en el amplio sofá de mi oficina.
-Si desea dormir y puede hacerlo...
-No. Estoy bien así. Gracias, inspector...
-Como usted ve, me traje al rojo as de pique al cuartel.
-El as de pique es negro, inspector.
El de los naipes, me refería, señor perfeccionista, al del crimen...

Capítulo Noveno

ENTRE LA DUDA Y LA CERTEZA

Toda oficina de jefe policial, no político, es chica. Así era la mía.
Se podría cerrar por dentro: yo mismo había ordenado el cierre y hasta seleccioné la chapa. Bastaba con bajar una pequeña palanca de seguridad, sólo mi secretaria podía abrirla desde afuera, con la única llave que existía.
Un escritorio mediano, de madera barnizada; un archivo de metal, un
sillón, el sofá, un paragüero inútil y un escupitín. Luz central -tubos- y una lámpara común, de escritorio, que al cambiarle ampolleta se convertía en un pequeño y molesto reflector.
Detrás de mi silla giratoria, cómoda, mandaba a hacer para mi metro ochenta centímetros y mis ochenta kilos, silenciosa, blanda y suave, un estante con algunos libros. Debía permanecer demasiadas horas en ese lugar y lo había transformado en casi acogedo En un rincón un pequeño cuadro: excelente copia de "El hombre del casco dorado", un Rembrandt de esfumados contornos perdiéndose en las sombras y haciendo resaltar, por buscado contraste, aún más ese durísimo rostro de viejo de oro...
Un timbre para llamar a la guardia que accionaba con el pie. Dos teléfonos sobre una pequeña mesita de fierro.
El otro pequeño cuadro, de marco amarillo, que ocupaba el centro de la pared oeste, con visibles y destacadas letras hechas con tinta china sobre cartulina dorada, diez frases con las que mis ojos siempre se encontraban cuando ocupaba el escritorio y mir 1.- "La policía es sólo una mala consecuencia social".
2.- "Sin ciudadanos respetables y respetados no hay policía".
3.- "El crimen es universal y tan viejo como la humanidad: haga lo que haga no será usted el que lo extirpe".
4.- "Usted es hoy "autoridad", antes lo fueron otros y otros lo serán mañana".
5.- "La única meta de una policía sabia es luchar por su propia desaparición".
6.- "¡Guardián, no desordenes el orden!".
7.- "No olvides: no hay policía de policía".
8.- "No hagas distingos entre minoría y mayoría políticas".
9.- "Aprisiona tu instinto en la razón".
10.- "La policía criminal fue creada por un poeta: Henry Fielding (1748)".
La puerta interna, que daba al patio de la Asesoría Técnica, estaba clausurada.
Debajo del ancho y pesado vidrio-cubierta del escritorio, fotografías de mi familia y docenas de tarjetas postales que periodistas, amigos míos, me habían enviado desde los más alejados lugares: tenía una de las Islas Fiji, Julito Martinez; otra de Oslo, Pedí dos cafés. Un trasnochado detective los sirvió de mala gana.
-Bébalo caliente, señor Leví. Le hará bien.
-Gracias.
Dejo de mirar mis libros y se dirigió al Rembrandt. Se reponía.
-¿Puedo fumar, señor?
-Puede hacer todo lo que quiera, menos irse.
Sonrió con mucho de mueca triste. Es lo malo del uso constante de variadas máscaras: cuando se caen o se quitan, el rostro, que ya ha adquirido cierta rigidez antinatural, se seca, muere.
Sus pupilas estaban leyendo el cuadrito de las frases.
También encendí un cigarrillo y con el humo empecé a censurar mi impetuosidad y testarudez: en ese club había gastado uno de mis mejores tiros: la sorpresa. Vanidoso, probablemente acicateado por el público -amigos, conocidos y extraños- di rienda suelta Leví se volvió hacia mí:
-Curioso el cuadro. ¿Quién lo escribió?
-Un soñador.
-No me imaginé una oficina policial así.
-¿Cómo?
-Culta y tan increíblemente franca. Esas frases son despiadadamente honestas y lógicas. ¿Las cumplen?
-No se meta con ellas, traicionan hasta a aquel que es un policía profesional. Nada hay allí que pueda favorecerlo a usted o a mí. Olvídelas, es lo que hacemos todos, incluso los pocos gobernantes que las conocen... No pasan de ser un irritante y permane -Perdón.
Volvió al sofá. Marqué el número del doctor Esquivel, de turno en la policía.
-Ven, Osvaldo. Necesito saber el estado de salud de un detenido.
Corté.
-Ya estoy bien, inspector.
-Debo comprobarlo, por eso lo he dejado reponerse.
-Quisiera, si ello es posible, comunicarme telefónicamente con mi esposa para decirle que estoy bien. Yo no acostumbro a trasnochar.
-No construya frases largas ni mienta cuando hable conmigo porque es peligroso para usted. Podría decirle ahora, y a manera de ejemplo, que no hace muchos días, exactamente el 18 de Febrero, usted trasnochó y durmió fuera de Santiago. ¿Lo sabía su espos -No la meta a ella en este asunto.
-No la metí yo. Lo que usted desea, con el llamado, no es tranquilizarla, es corroborarle a ella lo que ya le dijo, con toda seguridad, Rudy, y de paso, con frases simples, darle a entender que su detención, por el momento, no parece peligrosa ni mucho m Lo miré: estaba dando la sensación de perplejidad y lo hacía muy bien, muy a lo vivo, con clara naturalidad. Agregué:
-Supongo que no ha encontrado ni encontrará, en su criminal mente, respuestas a todo lo que acabo de decirle. ¿Cierto?
La tacita de café y la cucharilla bailaron entre los dedos y siguieron bailando, con mayor sonoridad, cuando la apoyó sobre el platillo. La dejó sobre mi escritorio.
Empezó a mirar hacia el suelo, hacia el techo, hacia las puntas de sus zapatos, hacia las patas de mi escritorio, hacia el infierno...
Toqué el timbre y le dije al detective de guardia:
-Desenchufa los teléfonos por tentadores. Verlos es ver otros rostros y oír otras voces. Son una extensión de la ciudad, del país y del mundo. Esta oficina es demasiado chica para tanto, apenas sirve para un policía y un asesino. Llévate esta extensión d Los desconectó.
-Cuando llegue el doctor Esquivel darás tres golpes en la ventanilla y yo abriré.
-No podrá, inspector, desconectar mis pensamientos.
-No. Nadie puede hacerlo y es usted la única víctima de ese escalofriante y torturante fenómeno mental, Leví. Está girando, como burro de noria, por círculos cada vez más estrechos y usted sabe que en el centro de ellos está el cadáver de su amigo Fred.. -Usted no sabe cómo es mi mente...
-No, no lo sé, pero es humana, tan humana como la mía, ¿cierto?, que usted tampoco conoce. Centremos el asunto, Moshé, policialmente: usted dijo, desafiante, que yo no conocía su mente, voy a admitirlo, por ahora. ¿Conoce usted la suya? La mía es especia -Reclamo la presencia de un abogado.
-¿Se le vino encima la imagen institucional inglesa? ¿El viejo llamado a la mamá? Esto no es Liverpool, señor Leví, y usted tiene ya 60 años. Lo quiera o no, va a tener que enfrentar los hechos a la chilena. Usted no tuvo consideración alguna con su amig -Me niego a contestar. Usted no llama a mi abogado porque su procedimiento es irregular, ilegal.
-Claro. Asesinar a un pobre joven judío iluso es lo legal, lo correcto.
-¡No he asesinado a nadie!
-¿No? ¿Murió Fred Gerald porque alguien le hizo cosquillas? Regresemos a su desconocida mente, genio del crimen.
-¡No quiero hablar con usted!
-¿Cuántas veces se ha desmayado al sostener un diálogo en público? Sé que no contestará, lo haré por usted: una. ¿Por qué se desvaneció? ¿Cuáles fueron las palabras cuyos significados lo desvanecieron? ¿Qué zonas le tocaron? ¿Notó usted el encadenado pro Negó con la cabeza, con los ojos y las manos.
Seguí:
-Profesionales consideraciones sobre un crimen, avances sobre pesquisas policiales y alcances sobre la burocracia provinciana, etc., lo obligaron a ir al baño...
-Necesitaba orinar...
-Necesitaba reponerse del inesperado chaparrón íntimo. ¿Qué creía usted que era un policía? ¿Una paloma, un mozo de hotel, un gusano azul? Cuando volvió a la mesa de juego yo insistí en el crimen y lo catalogué de antológico...
-¡No siga!
-Porque verdaderamente lo es. Usted ya tenía, como ahora, las defensas bajas y fue entonces que le dije...
-¡Por favor, inspector!
-Hace muy pocos días en las...
-¡Señor!
-... Termas de Panimávida.
-¡Señor! ¡Señor!
-Bien. El desafío sigue en pie, supongo. ¿Desea oír su crimen en mi versión?
Leví cerró los ojos y tembló, temblor de pájaro con las alas mojadas por segunda vez en menos de cuarenta minutos. Se rehizo mal.
-Me niego a oír. Me niego a oír sus locuras. ¡Déjeme!
-No diga estupideces, genio. Yo soy la forma viva de la ley penal; cumplo un papel que por primera vez me agrada y seguiré adelante, señor Leví, aunque usted se destroce su criminal cabeza contra las murallas...
-Es probable, inspector Cortés, que yo sea un criminal, ¿y usted? Se ha pasado la vida pesquisando crímenes de otros, perfeccionando métodos inquisitivos, adentrándose en mentes ajenas. ¿Cómo será la suya? Allí tiene que haber de todo: tibias lágrimas de Estaba llorando.
Leví tenía gran parte de razón, por ahí anduvo y aún anda mi mente, pero con algo más que olvidó: alguien debe atravesársele a los criminales. Se lo dije:
-Es curioso que usted reproche mi oficio. ¿Qué quería? ¿Correr libremente por lo caminos del crimen? Usted que es un gran jugador de bridge y casi el genio de Ahriman, se molesta con el adversario que viene del campo de la ley. No, Moshé, ha sido injusto -¡No lo hará! ¡No se atreverá!
-No diga tonterías. No me conozco lo suficiente... Hay hechos y frases, actitudes que me sacan de quicio, entonces me convierto en un orangután. ¿Todavía no ha reparado en mi aspecto físico?
-¿Qué va a hacer conmigo?
-Lo ignoro. Probablemente interrogarlo porque así lo exige la ley, aunque yo lo mantendría largos días sin dirigirle palabra alguna, sin enterarlo de nuestras apreciaciones sobre su crimen que, a la postre, es lo que sucede en los interrogatorios. Creo q Me miró sorprendido, como buscando, con un rápido movimiento de cabeza, a alguien para acusarme. Regresión: búsqueda instintiva de la madre (?).
El detective trajo dos tacitas de café: había mejorado el ánimo, seguramente escuchó lo que Leví me dijo. El café esparció su grato aroma por la oficina.
-Sírvase, es mejor que el del "Haití" y mucho mejor que el que venden en la plaza de Linares, cerca de la empresa funeraria de Soto, donde usted mandó a hacer el ataúd de Fred 24 horas antes de su muerte, el mismo 18 en la mañana.
Se le cayó la tacita y se quebró.
Llamé al funcionario de guardia.
-Tráele otra, Marín. El señor tiene malo el pulso.
Leví trataba de limpiar el piso con la suela de sus zapatos, con afiebrados pasos de baile.
-No se preocupe, no vale la pena. Espere, él verá que lo limpien, es policía; un asesino tiene ciertos derechos. Además, son baratas: gasto más o menos dos docenas todos los meses.
El detective entró con un mozo que, en segundos, limpió el piso y recogió los fragmentos.
Marín puso la nueva tacita en el brazo del sofá donde se había vuelto a sentar Leví. Salieron el mozo y el detective. Otra vez cerré con llave.
-Lo escucho, Leví. Espero una confesión completa. Su clara cabeza ya debe haberle informado que el horno no está para...
-No tengo nada que decir.
-¿Cómo? ¿No va usted, un genio, a seguir a un gusano-policía en este jueguito?
-Ignoro las cartas que usted tiene. Al parecer me engañó en la "Brunswick" y son más de las que dijo.
-Cierto. Usted olvidó la pesquisa y algo más.
-Nada dijo de ella.
-Era obvio, sin pesquisa no hay policía y ni siquiera sabría su nombre, señor. ¿Creyó usted que los doce ajusticiados, que ocuparon el mismo sofá, especie de silla-balas, donde ahora está usted, fueron ejecutados por feos? Además, en la "Brunswick" había -Perdóneme, no lo vi así.
-Pero antes del crimen tuvo que considerar la pesquisa, ¿cierto?
-Sí, demonio.
-Gracias. Pasa siempre: todos los asesinos la olvidan después del hecho. Llegué a creer que usted sería, por los mismos antecedentes del crimen, por la perfección de él, la única excepción. Me ha desilusionado, Moshé.
Por la ventanilla Marín me avisó la llegada del doctor Esquivel. Abrí.
-Hola, "Mono".
-Hola, "Chorizo". Examina a este señor. Voy a interrogarlo en un rato más. Yo creo que está bien. Hace una hora sufrió un desmayo largo: 8 a 10 minutos.
-Doctor, le ruego quedarse aquí. No tengo nada.
Esquivel le tomó el pulso y la presión. Lo auscultó y le observó las pupilas.
-Está bien. Resistirá, "Mono", sin morirse, que es, como de costumbre, lo único que te interesa a ti. El pulso es alto, sobre 100 y la presión trabaja entre 19 y 14. No hay arritmia. Considerando la edad...
-Doctor, no me deje solo con este individuo. Yo también estudié Medicina, soy casi médico...
-Pide un imposible: él es mi jefe y mi amigo.
-¡No puede ser! Un médico no debe ser subalterno de un...
-Gracias, Osvaldo. ¿Qué hago si vuelve a desmayarse?
-Golpéale la cara y agua fría. Chao.
-¡Doctor! ¡Doctor!
Salió y cerré la puerta.
-Bien, Moshé, está usted en condiciones físicas para ser interrogado. Me alegro porque ambos vamos a saber quiénes somos en realidad. Salvo error facultativo, usted aguantará hasta el final. Pero antes aclaremos lo de la desilusión mía. El espectáculo qu -No intente halagarme, no intente modificarme. No soy tonto, tampoco soy un niño. Nada le diré. Prefiero hablar con otro, con cualquier otro policía.
-No sería gracia alguna para usted, sabe muy bien que ninguna otra persona conoce su caso como yo, soy el único que puede llegar a entenderlo; por último, soy el jefe de Homicidios y mientras ejerza el cargo usted no tendrá escapatoria. Cuénteme lo que s -¡No lo sé! ¡No me interesa!
-¿Ni siquiera cuando empezó a dolerle el estómago después de comerse el hot dog que usted le dio?
Esta vez salvó la tacita: solamente se le cayó la cucharilla de níquel que sonó en la madera.
Leví gritó fuertemente:
-¿Qué desea usted, bestia?
-Nada. Conversar, ya se lo advertí antes. Conversar a mi modo para convertirlo a usted en un estropajo humano. Conversaremos de lo que usted le hizo a un pobre joven tonto y ambicioso. ¿Era muy amigo suyo? ¿Cómo pudo llegar tan bajo, Moshé? Un criminal a -No es cierto, pertenecía a la... ¡Déjeme, animal!
-¿A la policía inglesa? Sí, pero era traductor; no es lo mismo; también se autoengaño es eso. ¿Qué le pasa? Apenas si puede ya manejar su clarísima inteligencia: se desvía del tema e insulta. ¿Qué le pasa al genio? ¿O su mentalidad aún no ha completado e -Yo no vivo del crimen como usted...
-¿No? Su prontuario dice otra cosa y el que acaba de cometer es por millones de pesos chilenos, nacionales argentinos y pesos uruguayos.
Leví se había hecho un ovillo en el sofá.
-¿Qué le pasa ahora? ¿Por qué, doctor, su sangre abandona las venas? ¿Por qué se le ha secado la boca? ¿Ya no le funcionan las glándulas salivares? ¿No puede su naturaleza criminal luchar algunas horas contra un obstáculo inflexible? ¿Se está agotando su -No.
-¿Por qué rehuye el diálogo?
-Se lo he dicho, estoy en desventajas: soy viejo, no acostumbro a trasnochar...
-¡Cuidado!
-Es la primera vez que estoy detenido...
-¡Cuidado!
-... así, por sospecha de asesinato y desconozco...
-¿Qué?
-... sus propósitos. Además, no tengo, como usted, práctica en tensiones infernales...
-Está mintiendo y mintiéndose, el último encuentro con Fred debió ser una mata de angustias para usted: ¿comerá el hot dog o no? ¿Habré calculado bien el tiempo de muerte? Mis ensayos con animales... ¿será lo mismo un hombre?
-¡No siga! ¡No siga!
-¿Por qué no? ¿Lo estoy haciendo mal? ¿Es que no pasó por esas aflicciones? ¿Era un hot dog común y corriente?
-¡Déjeme, inspector! No puedo más.
-Así se dice siempre. Si ese sofá fuera una grabadora oiría cientos de frases como las suyas. Conciencia y personalidad, señor Leví, en todo criminal, siempre son conflictivas. Esa ha sido su lucha sorda y lo sigue siendo aquí. Cree, equivocadamente, que -La misma que ha estado usando.
-Sí, la misma que usted usó con Fred, con algunas diferencias, amateur: usted la usó con un joven bueno y simple y por dinero; yo la uso con un viejo criminal y por mandato de la ley. Un adelanto más, un as de los míos: su socio, el inglés de "La suramér Las miró y cayó sobre el sofá. Le rocié agua sobre la cara. Volvió en sí muy desmejorado. Apenas musitó un:
-Se lo ruego, déjeme...
Miré la hora: en total nos habíamos destrozado durante tres horas y veinte minutos. Pronto el celeste vestido, anuncio de la mañana, se descolgaría por entre las vigas de fierro del techo de mi oficina y recomenzaría el ruidoso trabajo policial: portazos Saqué el jerez y bebí, con ansias, dos copitas sucesivas: la primera para borrarme el gusto a crimen de las papilas, tabaco, café, restos de gastada saliva del juego de preguntas rojas y torturantes; la segunda, para paladear tierra, agua y sol de España -Pruébelo. Es "Tío Pepe", lo mejor que existe.
Bebió. Le pasé una serie de fotografías de los restos de Fred que habían sido tomadas en la morgue.
-¡Mírelas!
Lo hizo y se le atragantó el jerez: cayó con copa y todo al suelo. Esta vez me costó hacerlo volver en sí. Cuando abrió los ojos me pareció que venía desde el reino del algodón, de las nubes blancas, de la lana escarmenada.
-Ignoro cómo supo quién era porque está irreconocible.
Sabía que había tocado fondo: la imprevista materialización de un crimen, que se creyó perfecto, no la soporta criminal alguno. En esos restos Leví vio, sobre un fondo que quería olvidar, la detención de la putrefacción y con ella, que la causa de la mue Llamé al detective de guardia:
-Iré a la morgue con este señor. Vamos, Moshé.
Salimos. Leví había perdido totalmente el sentido de las cosas y del tiempo. Algo se había quebrado para siempre, en su interior. Sus ojos ya eran sólo dos ventanas vacías, sin vida; ningún adorno podría devolvérsela.
Subimos al auto y después de atravesar el río Mapocho enfilamos hacia el norte por la Avenida La Paz.
Frente al Instituto Médico Legal, a menos de una cuadra del cementerio, me detuve.
-Bájese. Supongo que aún recuerda este Instituto.
Parecía un cordero helado, tiritando a medias.
Toqué el timbre llamando al cuidador nocturno. Vino.
-Es muy temprano, inspector. Aquí no hay nadie.
-No hemos venido a ver un vivo. ¡Abra!
Subimos los escasos peldaños y nos dirigimos a las cámaras frigoríficas. Busqué el nombre y puse la mano derecha sobre la manilla de la helada bandeja que correspondía a los restos de Fred.
Su voz llegó a mí subterránea, espesa, fría, titubeante y entrecortada:
-¿Tiene que ... hacerlo..., inspector?
-Depende de usted.
-Preferiría no verlo. Usted lo sabe todo. ¿Qué tengo que hacer? ¿Confesar? Me parece obvio, innecesario. No saque ese cadáver. Por favor, vámonos de aquí. Usted sabe lo que temo. Estoy suplicando...
Lo volví a mirar: había envejecido y se había modificado: sus ojos permitían el tránsito de miradas hasta el fondo de su mente: su gesticulación calzaba con su voz y con todas sus actitudes. Me dio la sensación de haberse reencontrado a sí mismo en el mi -¿De quién es el furgón negro que usted usó en el crimen?
-De un hermano de mi esposa que vive en Talca.
-Nombre y dirección.
-Déjelo fuera del caso: no sabe nada.
Tiré un poco de la manilla.
-Dos Oriente 27. Jacobo Cohen. Vámonos de aquí.
-¿Quién recibía las falsas barras de oro en Buenos Aires o Montevideo?
-En Buenos Aires. Un pariente muy lejano que por mi intermedio arribó a América, ahora se encuentra en Venezuela, país con el que Chile no tiene extradición. Vámonos, inspector, se lo ruego...
El olor a ácido fórmico precipitó la despedida. Empujé la enorme bandeja hacia adentro con un:
-¡Vámonos! ¡Está bien!
-Gracias.
Su última palabra sonó a consonantes y vocales rotas: habían atravesado con dificultad la apretada, emocionada y vieja garganta.
Lentamente solté la manilla y me acerqué a mi acompañante. En el camino apagué la luz. Cuatro o cinco metros nos separaban. La obscuridad formó un pozo que agrandó el silencio, el frío de la madrugada, el miedo y la senectud, la necesaria crueldad polici Salimos despacio. Lo ayudé a bajar la escalinata y lo sostuve al entrar al automóvil.
Más allá de Recoleta el sol tenía una seria lucha contra las nubes. Al llegar al río mostró un Este radiante, encendido, lleno de tibias promesas.
Leví había cerrado los ojos y cruzado las todavía temblorosas y pequeñas blancas manos sobre el redondo vientre.
La calle General Mackenna ya estaba adquiriendo su bullicio de eterno mercado del delito.
Di la vuelta al Cuartel y entramos por la calle "Los suspiros".
El detective de la nueva guardia saludó:
-Detective 2º, Luis Riquelme. Buenos días, señor. Sin novedad
-Buenos días.
Entramos a la pequeña oficina: a ambos nos pareció una nueva casa.
-Siéntese, Moshé.
Nos bebimos media botella de jerez.
-¿Tal vez desee comer algo?
-No. Estoy bien así. Sólo tengo un poco de frío.
-Duerma en el sofá, debe tener sueño.
-No, señor. Gracias.
-Le puedo traer una manta de castilla o dos.
-Se lo agradecería.
Llamé al detective Riquelme:
-Trae un par de mantas y comunícate con Talca. Dile al de guardia que ponga al teléfono al señor Jacobo Cohen, Dos Oriente 27.
-Sí, señor.
Leví, enmantado, se levantó y empezó a leer los títulos de mis libros uno por uno. También miró el Rembrandt.
-No se le ven las pupilas, inspector.
-Si, se ven. Fíjese bien: el derecho muestra, lado de la nariz, un trozo de córnea. El izquierdo, con el párpado superior abierto, es un ojo de acero.
-No lo veo.
-Conozco el original, Moshé, y lo recuerdo muy bien.
-¡Ah!
Sonó el teléfono.
-Don Jacobo, señor.
-¿Tiene usted un furgón negro?
-Sí, señor.
-¿Se lo ha prestado a alguien durante los últimos días?
-A ver... sí: se lo facilité a mi cuñado, Moshé Leví.
-¿Por cuánto tiempo?
-Tres días o algo así.
-¿Recuerda las fechas?
-Creo que del 13 ó 14 al 19 ó 20 de Febrero. ¿Pasa algo, inspector?
-No. Una confusión. ¿Qué marca es?
-Chevrolet, señor.
-Gracias. Déme, por favor, con el oficial de guardia.
-Retengan ese furgón y que un perito en huellas lo revise detenidamente y que descarte a los familiares de Cohen y las del propio Jacobo.
-Sí, señor.
-Comuníqueme los resultados.
Corté. Leví comentó:
-No encontrarán huellas mías: limpié el vehículo con un paño.
-No importa, bien pudo habérsele escapado alguna.
-No, inspector. Tomé solamente las manillas de la puerta, el volante, la perilla de la ventana izquierda. Limpié, además, por las dudas, las del otro lado, allí donde estuvo Fred.
Se volvió al cuadro de las frases policiales, "El decálogo" de la locura.
-¿Recuerda la Nº 3, señor Cortés?
-Sí. Se lo dije una vez: aléjese de ellas, olvídelas. Son tortura mental quintaesenciada.
-¿Para qué las escribiría?
-Para dejar un recado doloroso.
-Pero usted podría sacarlas de aquí, destruirlas.
-¿Podría usted destruir el recuerdo de Fred Gerald?
-No es lo mismo.
-No, es peor. Cuando usted muera se acabará su tortura-asesina. Fred es solamente un caso policial. Esas frases son parte de la verdad misma, verdad viva; todo policía las encontrará en el diario hacer y eso ocurrió, ocurre y ocurrirá.
-Pero alguna vez usted alcanzará la meta señalada en el Nº 5.
-Alguna vez. Cuando el hombre nazca sin egoísmo o supere, por educación global, su humana esencia. Algo así como un "alguna vez" sin plazo.
-La número nueve también es certera: ahora la entiendo mejor.
-Si viviera aquí, entre crímenes y criminales, se las grabaría en la médula. Déjelas , Moshé.
-Ya no es posible.
Volvió a beber.
No me extrañó el que se hubiera tranquilizado tanto y tan rápidamente: siempre ha ocurrido lo mismo con los criminales confesos: descansan, sueltan la tensión por baja del ritmo mental; lo mismo acontece con los investigadores: ambos grupos entran en el Virtud y perversidad no son sólo voces antónimas, significando la primera, según Cicerón: "La naturaleza elevada a su más alto grado de perfección", y la segunda "Inversión de toda justicia"; son también esenciales fenómenos mentales desarrollados entre Me preguntó, sobándose las manos para evitar el frío o la secuela de la morgue:
-¿Qué es lo que más le gusta en Platón?
-Fedro, el diálogo sobre la belleza; pero el que me atrae es Fedón, cuando ya la cicuta está en las manos de Sócrates y sus discípulos saben que la beberá.
-Platón era contrario a la policía. Encontraba que usarlos a ustedes para persuadir o dominar a "los hombres codiciosos, envidiosos, combativos y sensuales" era un procedimiento "brutal, costoso, irritante". Es mejor, decía: "La sanción de una autoridad -Es verdad y estoy de acuerdo.
-¿Por qué le atrae Fedón?
-Debe ser por mi natural inclinación hacia la muerte. He estado más veces en los cementerios que en los teatros y circos y he visto más exhumaciones que bodas y bautizos. Personalmente he recibido dos veces la extremaunción. La frase de Sócrates: "Decid Se sentó y bebió el resto de jerez.
-¿Qué hace en la policía?
-Usted debe saberlo mejor que cualquier otra persona.
-No me refiero a mi caso.
-Insisto, usted debe saberlo mejor que nadie: me hizo una ficha y me calificó de "peligroso".
-No vuelva, inspector, a eso. Lo que quiero saber es ¿por qué lo hace?
-Me pagan.
-Me agradaría conocer la verdad. ¿Es que no puede confesarse conmigo mi confesor?
Creí mirarlo más allá del gris de sus pequeños ojos, yendo y viniendo entre la duda y la certeza que me producía tan extraño ser. Su tranquilidad era distinta a la de otros, todos los otros confesos que recordaba. Su interés era evidente.
-El que interroga, Moshé...
-Ya lo sé.
-Si yo digo mi verdad voy a pasearlo por la suya y probablemente no le agrade el nuevo paseo.
-No puede ser más horroroso que el anterior.
-¿Quién sabe, Moshé?
-Lo sé muy bien: jamás nadie podrá llevarme más lejos.
Moshé también miraba el fondo de mis ojos pardos y sentí la sensación de ser desnudado...
Alguien golpeó la puerta. Abrí. El detective me dio, de viva voz, el recado:
-Talca, señor, por el teléfono interno y el abogado Miguel Twain por el directo. ¿Cuál primero?
-Talca.
Tomé el fono:
-Si. ¡Qué lástima! Devuelvan el furgón. Gracias.
Levanté el otro:
Una conocida voz empezó a decir:
-¿Por qué tienes tú a Moshé Leví?
-Por vender maní tostado en la Plaza de Armas.
-No hagas chistes malos y dime el cargo.
-Homicidio calificado.
Algo demoró en contestar. Twain era y es un excelente abogado.
-Iré a verte en un rato más.
-¿A mí? No hablarás con el detenido.
-Tu sabes que puedo recurrir de...
-Sé todo lo que puedes hacer. También sé lo que profesionalmente no puedes hacer.
-¿Por qué estás cerrado en este caso? ¿Por qué lo diriges personalmente?
-Porque voy a saber, Miguel, de un modo u otro, lo que es un hombre. Tu cliente también va a saberlo.
-¡No te extralimites! Escucha...
Corté y me dirigí a Leví que no pudo disimular su explicable alegría:
-Así son los amigos, Moshé: Rudy cumplió, también cumplió su esposa, así son los familiares; así es la sociedad y la ley; pero hay que contar a los funcionarios; de no hacerlo viviríamos en un mundo incompleto, de una sola cara. Además, ciertos valores n -Usted le dijo a mi abogado que iba a saber lo que yo soy. ¿No lo sabe?
-No. Todavía no. Espero mucho más de usted.
-También dijo que yo sabría lo que es un hombre. Ese juego de frases parece encubrir amenazas ciertas porque vienen de usted... ¿Estoy equivocado? ¿Le parece poco todo lo que me ha hecho en horas? ¿Tenía derecho a hacerme tanto daño?
-¿Daño? Bien pude no hablar con su abogado y lo hice en presencia suya, lo que pude evitar. No nos desviemos, Leví. Creo que hemos llegado a un acuerdo tácito. Saltémonos fruslerías. ¿De acuerdo?
-Si. Creo que si. Usted es un hombre muy difícil.
Me volví a la guardia:
-No atenderé a nadie. Espera...
Escribí: "Carmen, preocúpate de mantenerme alejado de lo que sea. No entres: olvida tu llave. Carlos"
-Entrégale este recado a mi secretaria.
Volví a cerrar la puerta.
-Contestaré a su pregunta, Moshé Leví. Soy policía por rol fijado con anterioridad a mi nacimiento.
Me miró con la cara de sorpresa que esperaba.
-Perdone, inspector, pero usted debe estar loco.
-Si yo lo estoy o soy tendríamos que estarlo o serlo todos. Usted me pidió mi verdad y se la he dicho.
-Pero tendrá que ...
-¿Probárselo, convencerlo?
-Si.
-No probaré nada. Solamente hablaré y para usted. Bien sabe que estamos solos: ambos podremos negar todo o parte de lo que el otro diga y como ocurre siempre, usted negará lo que le sea perjudicial o que por perjudicial entienda.
-¿Por qué yo?
-Porque es el más débil.
-En lo físico, supongo...
-Porque usted llegó al asesinato.
-No le entiendo. ¿Es todo criminal débil para usted?
-No he dicho eso, no me he referido al crimen en general, sólo al asesinato. Sin embargo, entiendo que lo que usted dijo es cierto en la gran mayoría de los casos.
-¿Por qué?
-Cuestión de estructuras íntimas y roles a jugar. Social y procesalmente, por su crimen, usted y yo somos actores encontrados, adversos. ¿Qué es lo que configuramos? Dos principios coeternos: el bien y el mal. Ambos somos luz y sombra. Nuestra lucha, en -Entonces... soy inocente; tendrán que juzgar, si pueden , al fijador de los roles, al gran director de todo este circo humano. ¿Por qué no hago yo lo suyo y usted lo mío? No me gusta el reparto ni el argumento, los encuentro defectuosos, inhumanos, inju -No se precipite. Usted pudo ser un excelente médico, sólo le faltó un año: vi sus notas. Un excelente músico o simplemente vivir de sus clases de bridge o del juego. ¿Dónde se quebró su débil material o ya venía quebrado? ¿Qué le faltó, Moshé? ¿Qué quis -¿Tiempo para qué, sarcástico policía endemoniado?
-Para comprender su rol. Usted, como todos los asesinos, carecía de móvil cierto, humanamente explicable.
-Usted habla de horizontal y vertical, ¿qué es lo que quiere decir?
-Voy a usar un adjetivo nuevo: global, porque en lo esférico me parece que está la perfección, el espíritu y la vida. A usted le faltaba muy poco para redondearse...
-Parece geometría del desquiciamiento.
-Si, la forma de la cabeza, de las burbujas, de la tierra, de los hematíes, del óvulo, del sol, del agua, del aire, del ojo y del pensamiento total, de las ideas completas, esas que encierran verdad y belleza, una corola, por ejemplo... o el minúsculo át -¿Por qué me lo ha dicho a mí?
-Es el único que mostró inusitado interés. Cuando recibí la orden, del autómata mayor, de pesquisar su crimen, me refiero al Director de la policía civil -este caso está, como todos, lleno de autómatas, incluyendo- presentí gran parte de este final. Su c -Cometí errores serios: esas barras, el mandar a hacer el ataúd en Linares y el día antes, ese inglés debilucho, el no darle la debida importancia a la policía y esa vieja intrusa del hotel de las termas : las dos únicas veces que fui asomó su rostro por -Unas cortinillas verdes. No se atormente, Leví; los casos predeterminados no tienen vuelta. Más de una vez debe haberle ocurrido en bridge que durante toda una noche no ha ligado un solo punto.
-Sí, tiene razón.
-Y va contra la ley de probabilidades, según decimos los hombres. Son 16 valiosas cartas barajadas, cortadas entre 36 cartas blancas y repartidas una por una. La operación se repite unas cuarenta o cincuenta veces por noche: más de seiscientas u ochocien -No siga. Tiene razón.
-Conteste, entonces, según sus viejas creencias, ¿dónde se quebró o cuándo?
-No lo sé. Cuando lo vi llegar a usted a la "Brunswick", la primera vez y sin saber quién era, yo no lo conocía, me sentí incómodo. ¿Cree usted que es perceptible la oposición de roles?
-Sí, y no sólo en nuestra especie, también ocurre entre los animales.
-Cuando supe quién era me entraron unos enormes deseos de desafiarlo y humillarlo públicamente. ¿Es también una reacción de roles distintos?
-Sí y frecuentemente. No sólo en el caso de criminal a policía o vice versa, que en cierto modo y humanamente se justificaría: todo interior reacciona así.
-¿Por qué?
-Para que ambos actores y los otros, los espectadores, lleguen a tomar conciencia de las diferencias existentes: es el único camino fijado al hombre para que llegue a comprender su redondeado rol social. Yo creo que usted no se recibió de médico porque n -Siempre fui físicamente débil e intelectualmente fuerte. Fui criado entre normas de conducta rígidas, severísimas. Tenía facilidad para aprender todo lo que se relacionara con ruidos y símbolos: idiomas, música, bridge...
-Continúe.
-Voy a beber algo más de jerez. ¿Le importa?
-No. Lo único que me importa es oírlo.
-En el colegio cualquier niño me golpeaba y tenía que ganármelo como amigo dándole cosas o complaciéndolo a costa de humillaciones durísimas. En cierto modo, explotaban mi debilidad. Por años me cargué como una pila.
-No, Moshé, no me parece así.
-¿Va a retomar la explicación disposicional?
-Sí. El hombre debe llegar a comprender que su evolución natural está dentro de sí mismo, me refiero al hombre especie y bien podríamos empezar por extirpar el asesinato. Sería un gran primer paso y para lograrlo existimos los de Ormuz: me estoy refirien -Pero su teoría resulta abismante, injusta y perjudicial para mí.
-Abismante sí, pero no importa su caso ni el mío; lo que verdaderamente importa es que otros lo comprendan.
-¿Para qué?
-Para que puedan escalar más alto, más allá de la asfixiante agonía y de la carne putrefacta de los Fred, para que no existan los Levís ni los Cortés. ¡Sírvame Jerez!
-¡Como no!
-Ni jueces ni códigos ni policías. Para que nadie industrialice el falso orden social actual.
-¿Qué hará conmigo?
-Lo pondré a disposición de un juez del crimen con los antecedentes recogidos. No se preocupe: nadie podrá probarle nada y como esta confesión suya es extrajudicial, no tiene valor legal y no la usaré. ¿O usted piensa decirle al juez lo que me ha dicho a Lo volví a mirar: en sus grises ojillos de ratón estaba volviendo a colgar sus viejos ornamentos: las dos ventanas se estaban repletando. El cálculo y el interés ya empezaban a disputarse situaciones de privilegio.
-No. Sé que mis abogados me aconsejarán negarlo todo. ¿Verdaderamente no hará más que eso?
Asentí. Seguía desconfiado, también viajaba entre la duda y la certeza.
-¿Por qué, inspector?
-Si lo digo no va a creerme.
-Dígalo.
-Sé que podría escandalizar sobre su caso con un ruido superior al de usted y los suyos podrían soportar; hablar, por ejemplo, de la increíble premeditación que usted uso en el crimen; pero también sé que no confesará y nadie lo vió preparando el hot dog -Sí.
-Nadie podrá probarle procesalmente, en Chile al menos, lo que usted hizo. ¿Cómo actúa esa toxina?
-Se comporta como la atropina o el curare: se fija en el sistema parasimpático y las neuronas periféricas de los glóbulos oculares y miembros.
-¿Causa dolor?
-Supongo que sí. No, no me mire así; estoy francamente arrepentido. ¿No cree que el juez...?
-No. También tiene las manos atadas por el mismo viejo código. Cálmese, Leví, no empiece a mostrarse eufórico; mucho más beneficioso sería para usted una confesión en el tribunal, aunque fuese a medias, se tranquilizaría bastante más.
-¡No!
-Bien. Los abogados buscarán el que las compañías de seguros no le paguen. Va a ser un lindo pleito.
-Pagarán. Las pólizas son legales...
-Voy a ver que pasa con la bella Eva Killman.
-Ah, si. Ya recuerdo: la hermana.
La llamé:
-Mañana, hoy, cuando quieras, debes hacer una denuncia en el 2º Juzgado del Crimen por la muerte de tu hermano. No...
-No haré denuncia alguna, Carlos.
-¿Está contigo el abogado Twain?
-Sí.
-Bien. Como quieras.
-Escucha, Carlos...
Corté.
-Ni siquiera habrá denuncia.
-¿Qué pasó? ¿Qué pasó? Dígamelo.
-Lo de siempre: su hábil abogado ya está cubierto también por ese lado. ¿Cómo lo supo él, Moshé?
-Dejé una carta con instrucciones.
-¿Qué decía?
-"Miguel, si llegan a detenerme, habla con Eva Killman, Seminario 252. Rompe este papel".
-¡Ah!
-La carta, sin nombre, escrita a máquina, sin fecha, estaba dentro de un florero que usted no vio.
-¿Dónde?
-En el living, cerca del canario.
-¿Qué hizo con la máquina?
-La fundí.
-No fue sólo por esa carta que a mí, procesalmente, me iba a servir de muy poco. ¿Qué más hay?
-Otros documentos.
-¿Cuáles?
-Yo cobraré los seguros.
-No, Moshé. No podrá hacerlo. Si va por ese lado hasta podrían juzgarlo por asesinato y sentenciarlo. Créame y olvídese del dinero.
-Es que las pólizas son cuantiosas y estoy casi arruinado con los pagos de las primas, los absurdos viajes de Fred, ropas, hoteles. Imagínese el cuadro. La inversión ha sido altísima.
-La perderá. Le doy mi palabra. No olvide que todavía puedo intentar, aunque sea inútil, que lo condenen por indicios y bien sabe que ahora los tengo todos. Lo haré, si me obliga, abrazar el cadáver de Fred. ¡Lo acostaré con esos restos!
-Entonces, mi amigo...
-Yo no soy amigo suyo ni su cómplice ni su socio; sólo soy un policía que tiene, por un lado, las manos atadas por un viejo y estúpido sistema procesal penal; pero por el otro, yo sé muy bien lo que le va a pasar a usted...
Abandoné mi asiento.
-Perdón, inspector.
-Así está mejor.
Me detuve en el centro de la oficina con las manos empuñadas y en jarra. La violencia es más que el retorno al ancestro, es el ancestro: una instantánea quema de superficiales capas de civilización.
-Le mostraré una carta de Fred. La verdad es que el pobre muchacho se suicidó.
-¡No me lo diga a mí, rata de...!
-¿A quién voy a decírselo?
-¡Al juez! A mí tendrá ahora que probarme su asquerosa y miserable mentira.
Bajó los párpados como anticipándose al color morado que bien podría llegar a cubrirlos. Lo último que creí ver en sus ojos fue una pirueta de alado atleta chino...
Levanté la mano derecha y me acerqué a él..., me contuve más acá del umbral de la ira.
-La tengo en casa. Está dentro de un florero, el otro que usted vio cuando, sin orden alguna, se metió en mi hogar. Violación de domicilio creo que se llama ese delito.
-¡Iremos a buscarla! ¡No creo en floreros brujos! ¡Yo veo donde usted no puede ver!
-No, no iré con usted, inspector, podría destruirla. No le tengo confianza.
-¡Ah! La escribió con la misma máquina que fundió.
-Sí, y lleva la firma auténtica de Fred...
-¡Qué gracia! Pudo lograrla sobre cualquier papel en blanco. Llame a Twain, ahora. Quiero ese documento.
Discó a la casa de Eva.
-Miguel, debes traer la carta donde Fred explica su suicidio. No, es inútil. ¡Tráela!
Yo mismo corté la comunicación.
-¡Siéntese! Usted va a oírme por última vez. Desde una misma hiel conversaremos. Debe, sin duda, haber encontrado muy extraña mi conducta policial para con usted... Le voy a decir mis razones: lo prefiero en libertad. Cada noche, que pueda hacerlo, iré a -Dígame la razón.
-Tal vez fui elegido como imperfecto testigo de una celeste intencionalidad. Voy a asistir a su paulatina desintegración física y mental. Usted y yo nos seguiremos viendo las caras, mirándonos a los ojos y yo seré el que vea secándose el brillo de sus mi -No me pasará nada. Si va al club, le enseñaré bridge.
-Está equivocado, Moshé. Usted no le enseñará bridge a ninguna persona, porque toda su mente estará clavada por vida en esta oficina, en Panimávida y en la morgue. Por vida verá un pequeño y negro cadáver putrefacto abierto por un brillante bisturí azul, -Sí.
-Libre y rico gracias a su portentosa inteligencia. ¿Es eso?
-¡Sí! ¡Sí!
-¿Cómo logrará olvidarme? ¿Adónde podrá ir para que le borren los recuerdos? ¿Cuánto va a pagar, inútilmente, para lograr un poco de paz para su espíritu? ¿Cómo va a lograr autoengañarse? ¿Romperá todos los espejos de su casa y los de las peluquerías, la -Usted está loco, inspector. Nada me pasará. Yo no soy un círculo ni una esfera.
-No lo es, pero probablemente lleguen a serlo sus hijos.
-No entiendo.
-Cada pieza humana tiene una específica función dentro del complejo mecanismo social y usted jugó muy bien el suyo, tan bien que me permitió visualizar, por primera vez, que lo que llamamos "conciencia" es lo que se opone a los actos mismos como algo con -Pero yo, a pesar de su divina intencionalidad, llegué al asesinato.
-Sí, ciego Moshé, artista del crimen. Llegó destruido y no pudo lograr, al igual que todos los asesinos, la ansiada, enigmática e inexistente impunidad. Con su caso y otros, los hombres empezaremos a reptar tras otras metas convivenciales...
Furiosamente alguien golpeaba con los puños la fuerte puerta de mi oficina: parecía un huracán. Leví se asustó aún más. La voz de Erasmo Cárdenas tronaba:
-¡Abre, tramposo!
Abrí.
-¿Y?
-Nada. Fred Gerald se suicidó. El abogado Miguel Twain traerá, en un momento más, la carta que lo prueba.
-¡No puede ser! Te han engañado. Eres una porquería como investigador, un pelele. ¿Cómo pudo este viejo chico meterte el dedo en la boca?
Se abalanzó sobre el aún más empequeñecido Moshé.
-¡Cálmate! Todavía es mi caso. Todavía ejerzo el mando aquí. Es mi detenido. ¡Retírate!
Salió vociferando. Afuera todos los policías estuvieron de acuerdo con él.
El abogado Twain me entregó la carta con bastante mal humor. Decía, en inglés, poco más o menos:
"Querido Moshé Leví Hillman, yo nos encontraremos en el infierno o en el cielo. Dejo, voluntariamente, este mundo que no me agrada. Si puede ayude a Eva y a mi sobrina.
Fred Gerald Jones.
Panimávida, 18 de Febrero de 1948.
P.S.:

Moshé Leví murió, según certificado médico, de infarto, el 18 de Febrero de 1951; 103 días después de abandonar, "por no haber méritos", el carísimo pensionado de la Cárcel Pública de Santiago.

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