La semilla del Cardo simbolizando la siembra de cultura

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EL CASO DEL "TUCHO"

Veinte años es mucho tiempo para cualquier cosa, también lo es para el asesinato. Y no son veinte: pasa de los veintiún años y algunos meses. Se supone que Demetrio Amar Abedrapo murió el día 10 de mayo de 1947 porque nunca más fue visto con vida.
¿Quiénes podrían acordarse de este crimen? Los familiares, hermanos y sobrinos, si es que los primeros no han muerto, ya que tenían, para la fecha de los acontecimientos, un poco más de 50 años. ¿Alguien más? Sí, yo, que fui uno de los investigadores del El tiempo que ha pasado entre ese crimen y yo se sigue midiendo por casos, cadáveres, homicidas y asesinos, pero también se mide, así lo creo, por una mayor comprensión de estos fenómenos. Algunos de estos casos, gran mayoría, corresponden a ésta, mi roj El delito grave suele ser parecido, internacionalmente, en las voces que lo califican; pero es distinto, siempre lo es. Ocurre que necesitamos comunicarnos, de algún modo, el fenómeno, y lo hacemos con las voces que conocemos. Los más o menos cincuenta p Es curiosa la nomenclatura geográfica que usamos los investigadores criminales: San Felipe, por ejemplo, para mí, es "El crimen del "Tucho"; Quillota es "El decapitado"; Valparaíso, "La momia del cauce de la Av. Francia" o "El crimen de la casa de Yates" ¿Cómo se hace? Un hombre cumple su destino lo quiera o no y al cumplirlo se deforma, se transforma. Así, al menos, nos parece. Unos matan, otros pesquisan y detienen, otros juzgan. Lo que duele es comprobar la casi inutilidad de este hacer incesante. Tod Podría escribir una larga lista de nombres ilustres que se dedicaron, por vida, al estudio del delito y ponerlos en ella por orden alfabético: Abrahamsen, Andres, Arboux, Aschafeemburg, Bagot, Beccaria, Bentham, Berman, Burt, Carrara, Casanova, Castellan Algo está fallando. Algo nos está faltando. Cada vez que el delito irrumpe en una sociedad nos muestra las fallas institucionales represivas, se nos cae el aparato judicial existente y volvemos a pensar, a divagar sobre prevención. Es como si hubiera un El fenómeno delito sigue y seguirá siendo un desafío mayor para nuestras mejoras facultades. Sigue y será siendo un desconocido muy peligroso, al que ningún pueblo debe descuidar.
Decíamos que veinte años es mucho tiempo para cualquier cosa, menos para recordar, porque un delito se suma a otro en una interminable cifra y se ven parecidos y diferencias, contrastes y afinidades.
Supongo que San Felipe también habrá cambiado, porque desde ese crimen no me he asombrado por sus plazas y calles. Ignoro si sigue en pie el hotel "Europa", donde alojara varias noches de fiebre y pesadilla.

Me encontré con Alberto Hipómenes Caldera García en la cárcel de San Felipe (Hipómenes, personaje mitológico, nieto de Neptuno. Venció a Atalanta en una carrera y casó con ella. Atalanta, hija de un rey del Esciros, célebre por su velocidad para correr, El sabía "muy bien" lo que era un policía porque ya había tratado a muchos: los de San Felipe, algunos de Los Andes, al entonces Prefecto de Santiago y a su ayudante. Además había hablado con mis compañeros del "equipo santiaguino".
No daré, en lo posible, nombres en este relato, salvo aquellos, por supuesto, que sean fundamentales; las razones que tengo se irán haciendo obvias, así lo creo, a medida que avancemos.
Fui el último en hablar con él. Siempre estoy necesitando tiempo, quizás todavía no sepa cuál es el papel social que juego, mucho menos lo sabía entonces. ¿Qué hacia allí, en una celda común, con ese hombre? Como me había visto en el grupo de los investi "El Tucho", nunca supe porque le apodaron así, mostraba un estado, en esa primera entrevista, entre calma, nerviosidad e irritación. Sé que la condición policial pone nervioso a cualquiera, culpable o inocente, y que la llamada "nerviosidad" no pasa de s -¿Es que no va a preguntarme si maté o no al turco Amar?
-No, no he venido a eso.
Cuando dijo la frase anterior, sonreía. La sonrisa no siempre es espontánea, tampoco siempre es consciente. Su frase correspondía, francamente, a su personalidad externa, a la frágil máscara representativa, a lo que él estimó como mejor expresión de inoc La fuerza de la mortido, siempre en el juego de ofensa-defensa, tiene límites: el cansancio mental y luego el físico. No siempre se puede estar brillante, no siempre se puede ser activo. Se necesita dormir, lo requiere la íntima esencia animal. El diálog -¿Qué quiere usted? ¡Dígamelo!
-Nada. Solamente conversar con usted, como lo estamos haciendo.
Me despedí; en cierto modo había logrado violar las reglas carcelarias con una visita que se prolongó más allá de lo corriente, más allá del horario permitido. Es que un investigador en juego mantiene y cumple con muy pocas normas. Las normas institucion Sí, tenía una vaga idea de esa personalidad: extravertida, imaginativa, dueña de notables experiencias vitales, gran colorido narrativo, en lucha de conciencia, insegura, tímida y cobarde. Descansaba toda en un elemento todavía impreciso para mí.

Los policías arrancan, todos, de una posición. El cuadro es muy parecido al que se observa entre los jugadores de bridge: los hay hábiles en la defensa, inhábiles en el ataque o viceversa. Rara vez se da el jugador o el policía completo. Tampoco se da el Ya lo he dicho, yo era un policía que venía de un Laboratorio de Policía Técnica y el médico que me acompañaba, también. Ambos llevábamos algunos años trabajando con el doctor Sandoval Smart; sabíamos, en verdad, muy poco de los detectives propiamente ta Unas maderas enviadas desde San Felipe, con unas manchas sospechosas, fueron analizadas por los bioquímicos y éstos concluyeron: sangre humana. Eran maderas que correspondían al piso de la trastienda del negocio de paquetería de Demetrio Amar. Las mancha

FECHA DE LA MUERTE

La muerte de Amar Abedrapo no está, en cuanto a su exacta ocurrencia, claramente establecida: desde el 11 de mayo no se le volvió a ver. No deseamos especular sobre este punto, ya que un individuo puede no ser visto y estar vivo; el "no ser visto" incluye "Debe estar en Santiago", decían unos; "Volvió a Palestina", decían otros. De alguna mente salió la voz certera, y como ocurre siempre, a esa voz se ha dado en llamar "clarividencia del pueblo". Dijo: "A ese lo mataron; tenía mucha plata". Es que nadie pu El 12 de mayo apareció Alberto Hipómenes Caldera García -el único amigo del desaparecido- como dueño de la tienda de Demetrio Amar Abedrapo. Los hermanos e hijos de Caldera entraban y salían de ella con la seguridad y desplante de los dueños de casa. El h Manuel Amar, sobrino de la víctima, interrogó a Caldera. "El Tucho" explica:
-Sí, Manuel, ahora soy el administrador general de todos los bienes de don Demetrio Amar. Aquí tengo el poder.
Y exhibe un documento inobjetable, extendido en Putaendo el 1º de abril de 1947, ante el notario suplente don Rafael González Prats.
Manuel Amar comentó:
-Es raro, muy raro. ¿Por qué mi tío te dio a ti ese poder? ¡Tú no eres de la familia!
-¿Tal vez desconfiaba de ustedes? -replicó Caldera, sonriendo.
-Tal vez. Pero a nosotros lo que nos interesa es saber el paradero de mi tío. ¿Dónde está?
-Se fue el domingo a Santiago. Dijo que iba a comprar unas propiedades y que, a lo mejor, más adelante llegaría hasta Palestina.
He pensado mucho en este diálogo en los últimos 20 años. Incluso lo he usado en clases de Criminalística porque creo que hay, en él, elementos riquísimos para comprender dos mentes, dos posiciones antagónicas, ya que fue Manuel Amar el hombre que, verdade Cuando Caldera exhibe los documentos a Manuel Amar sabe que firmas y timbres son auténticos, son "legales"; buen precio ha pagado por esta autenticidad y legalidad, y pagará uno mayor: su propia vida. Pero, en ese momento, va a impactar a Manuel Amar. Los Para Manuel Amar aquello de "llegaría hasta Palestina" resultaba definitivo.

LA CAMPAÑA

El abogado Molina inició una búsqueda legal en Putaendo y en San Felipe y encontró otro poder, uno especial, que permitía a Alberto Hipómenes Caldera García representar a Demetrio Amar Abedrapo en la celebración de su matrimonio con María Elsa Caldera Cas Molina escribe a los diarios santiaguinos y da a conocer los antecedentes. Conversa con otros abogados, con comerciantes, industriales y altos empleados de San Felipe, prepara el ambiente en contra de "El Tucho" y lo prepara bien. El novel comerciante se Nadie que conozca bien Chile puede ignorar que la colonia árabe es, entre nosotros, numerosa y poderosa. "El Tucho" la había, horrorosa, criminalmente, desafiado. Sí, se trataba de un crimen incalificable que la policía debía investigar a fondo. La llamad El abogado y notario suplente de Putaendo, Rafael González Prats, dijo: "Me he limitado a autorizar los documentos que me han sido solicitados. Todo se ha hecho en forma legal". Parecida declaración prestó el oficial del Registro Civil de San Felipe y los Todos los implicados en el caso, menos "El Tucho", quedaron en libertad. Los hermanitos de "El Tucho" intentaron agredir al Ministro en Visita, atemorizaron a la policía local... y se ordenó la partida, a San Felipe, de los investigadores santiaguinos. LA PESQUISA

Buscar alojamiento fue lo primero; después, ya lo he dicho, esa primera entrevista con "El Tucho" en un calabozo de la cárcel de San Felipe; muy luego vino la lectura del expediente. Puede ser que la forma de leer de todo humano sea la misma con los más o En los intersticios de las maderas, junturas, la sangre fue revelada en mayor cantidad. Siempre es así: la sangre busca, como todo líquido, los lugares más bajos. Allí no solamente se había golpeado a una persona, se había efectuado, también, un desmembra Desmembrar a un humano de 90 kilos es tarea de titán: a lo macabro y repugnante se une la soledad y la penumbra (lámpara en el suelo) con intercepciones de dos cuerpos, el vivo, del asesino carnicero, proyectándose como sombra movediza. El chirriar del cu En una cocina vimos cáscaras de huevo usadas como combustible, eran cáscaras viejas y ya muy secas, algunas a medio quemar. El agua en los baños estaba detenida y las heces amontonadas. En el patio, algunos árboles frutales resultaban ser lo mejor de toda También nosotros pudimos seguir con la acción de demoler la casa que perteneciera a Demetrio Amar: las autoridades pueden actuar de cualquier modo, ¿quién podría impedirlo? ¿Dónde está el decálogo policial que dice lo que debe hacerse? No lo hicimos... po Sí, había que buscar por otro lado. ¿Por cuál? En investigaciones criminales suele ocurrir, por evidentes razones, que casi toda pista nace de una correcta interpretación de los hechos. Hay alguna acción, es cierto, pero el quid está y estará siempre en u -¿Qué llevas ahí, "Tucho"?
-¡La cabeza de tu tío!
El diálogo puede o no tener importancia, pero ese día y en ese bolsón "El Tucho" llevaba la cabeza de Demetrio.
Entre los investigadores se hizo un "reparto" de los personajes del drama: el comisario "se quedo" con los familiares del desaparecido, los otros tres "nos dividimos" el resto. En este párrafo he usado tres voces que tienen importancia extraordinaria en p Pedir un personaje, en policía, para "trabajarlo" significa entrar en él, ahondarlo, vivirlo. Sólo existe un camino: investigarlo todo. Algunos hechos me parecieron importantes: alcoholizado, con domicilio en San Felipe, donde vivía con su esposa, y otro Rafael González Prats, bajo, delgado, cincuentón, muy acabado, pelo negro, buen vestir, introvertido, tenía el magnífico decir formal de los hombres de su profesión y algunos gestos que delataban al pedagogo. Miraba mucho, ignoro si miraba bien. No mostró Yo no bebo alcohol, salvo que algo lo justifique muy bien: soy un bebedor con causa y muy irregular. Cuando nos sentamos en la oficina del Servicio de Investigaciones de San Felipe, aquella mañana de julio (nosotros llegamos a mediados de julio), a conver -¿Cuánto duró su suplencia como notario?
-Unos dos meses.
-¿No le parece poco tiempo para lo mucho que ocurrió?
-¿Qué ocurrió?
Miraba hondamente y con cierta benevolencia hacia el joven policía-preguntón. Benevolencia es también una palabra más que sirve para describir simpatía, buena voluntad. En verdad es sólo una máscara más entre las muchas que los hombres usamos en el diario -¿Demetrio Amar firmó en su presencia?
El "sí" no vino muy rápido. Los ojos del notario parpadearon imperceptiblemente. No me interesaba la reacción muscular-facial, me interesaba mucho más el tono de voz: era alargado, se arrastraba: emoción tocando fondo, mente encontrando obstáculos. No hay -Eso fue...
-El 1º de abril. Usted lo sabe muy bien.
-No, no lo sé muy bien. Recién estoy averiguando detalles. ¿Cuándo lo volvió a ver?
-¿A quién?
Contestar una pregunta con otra pregunta es darse tiempo, es mostrar precauciones, control. Por cierto, pude tomar su respuesta como una ofensa, pero ya en aquella época me ofendía poco. Sí, se había repuesto. Mandé comprar vino y sandwiches. Agregué:
-¿Cuánto tiempo estaremos en esto?
Era otro aspecto, una variante no contemplada. ¿Estaría fallando el cálculo? La preocupación siempre se produce en policía si se toca eso que mide segundos y acciones, minutos e intereses.
-Todo depende de usted.
-¿De mí? La ley fija 24 horas como máximo de detención. Después tendrá usted que ponerme en libertad o pasarme al tribunal ¿verdad?
El conocimiento de la ley era muy exacto, de la ley general, escrita, de la ley que asusta o no. Aquello era un golpe regular, de novicio. El contragolpe no le gustó, no podía gustarle:
-Cierto. Sólo que es viernes y el Ministro Vargas se fue a Viña del Mar. Creo que volverá el lunes por la noche. No lo puedo pasar al tribunal.
Lo que el notario oyó era cierto, cierto y preparado.
González Prats, para mí, nunca fue un delincuente. Contaba con mi simpatía porque lo sabía viviendo un drama incalificable, un drama que difícilmente yo haya podido comprender en todas sus facetas y aristas y mucho menos su mecanismo interno. Quizás si po La gran mayoría de la personas, en especial las más cultas, creen que ir a la policía es mensurable, casi como una visita al peluquero. Tal es la disposición anímica. Es mejor, de partida, dar a conocer que el tiempo, medido en horas o en días, no tiene l Para González Prats fue muy claro que en San Felipe no había persona alguna que pudiera sacarlo de las manos policiales y que hasta se podía lograr un retardo en la llegada del Ministro en Visita o ignorar su llegada. A los Ministros en Visita como a los -¿Va, ahora, a contestar la pregunta que tenemos pendiente?
-El 3 de abril. Usted conocía mi respuesta.
-Sí. Usted sabía que yo sabía, pero todo esto no nos lleva a nada. Es un simple intercambio de informaciones conocidas, un entrar en confianza, es decir: que uno y otro llegue a saber, más o menos, que es lo que enfrenta. ¿Cierto?
-Sí. Si lo muestra así.
Insisto. Es el tono para mí lo fundamental. Un rostro es menos auténtico: los músculos tienen un lenguaje frío, son menos íntimos que la voz y tienen menos matices que ésta, así, al menos, me parece.
-¿Bebe?
Yo ya estaba bebiendo y comiendo sandwiches. Sentí que me miraba. Desde arriba, fue un error, dejé caer el vino blanco, embotellado, sobre la copa. No me atreví a mirarlo. Seguí bebiendo. Creo que pocas veces he bebido tanto: sólo me hace difícil la march La escena era y es inolvidable. Quizás si, ahora que lo relato, logre sacármela de la mente: alrededor de una mesa, casi silenciosamente, un hombre bebiendo, policía, y un abogado, detenido, viéndolo beber y comer. En las oficinas siguientes, mis compañer Cuando uno se empecina con una idea, toma posición de bestia. Sé muy bien que nadie ni nada exige el que un policía actúe así: sin embargo, lo hice. Y entonces también lo sabía, probablemente no con la claridad actual, pero lo sabía, sabía que estaba actu Cuando yo iba en la segunda botella él me aceptó un vaso y un sandwich. Le había destrozado el tiempo, ahora iba hacia sus defensas mentales: lo llevaba directamente a lo suyo. Yo ignoraba cuánta era su capacidad, su resistencia; el ignoraba la mía. La te En la noche nos tratábamos de tú:
-Me pides que hable. Me estás obligando a ser un delatador. No, amigo mío. Nada diré. Estás perdiendo el tiempo.
-Puede ser. Pero tú eres abogado. Tienes, en derecho, la máxima cultura de este país. No puedes haberte enredado en un asunto así sin alguna poderosa razón. ¿Cierto?
Aquello fue inútil. De madrugada le dije:
-Está bien, te lo has buscado tú mismo: iremos a tu domicilio.
Sonrió. Fuimos y no pasó nada. Regresábamos al cuartel cuando dije:
-Entonces iremos a Putaendo. Que tu otra "familia" te vea.
Calló. Perdió seguridad. Noté, era muy visible, que no quería ir. Al tomar rumbo al río, exclamó:
-No me lleves. Búscame el Código Penal y veré si puedo decirte algo.
-No. Nada de Código Penal. Iremos a esa casa.
-¡No! ¡No lo hagas!
Atravesamos el río. Minutos después Putaendo estaba a la vista. Muy rápidamente enfrentamos la casa. Volvió a decir, a rogar:
-No lo hagas. Está bien: ¡hablaré! Diré mi parte en este asunto; pero consígueme un Código.
Bajé del auto policial y empecé a caminar en dirección a la puerta de la casa. Gritó:
-¡No vi al "turco"! ¡Jamás lo vi!
Regresé. Estaba deshecho, yo también, pero no era por la misma razón, al contrario: yo nada perdía, pero él... casi todo.
-Gracias -dijo con voz y llanto de hombre muy próximo a la histeria.
Volvimos a tratarnos de usted.
-Bebamos, ahora. No olvide el Código.
Lo abrió en la parte de las penas. Luego leyó las atenuantes y las agravantes por complicidad. Comentó:
-No es mucho. Esto va a servirme. Escuche: entré en arreglos con "El Tucho". Yo ignoraba que llegaría al crimen. Jamás vi a Demetrio Amar: "El Tucho" me traía los papeles firmados.
-¿Cómo era el arreglo?
-Doscientos cincuenta mil. Voy a ayudarlo aún más. Deme tiempo para recordar...
Recordó:
-Hay un auto -dijo- de arriendo que tiene canales para el agua de lluvia. Ese auto lo ocupaban "El Tucho" y sus testigos.
Poco, muy poco demoraron mis compañeros en tener a todos los taxis de arriendo de San Felipe parados frente al cuartel de la Policía civil. Mi amigo se subió en una silla y desde la oficina miró hacia los techos de los coches:
-Ese es -dijo y señaló un Ford 1938 con las citadas canales...
El chofer del automóvil recordó nombres y recordó fechas. El, personalmente, nada sabía; pero, era una maravillosa unión, un puente entre un crimen y su solución: dos viajes a Putaendo y en ellos siempre "El Tucho" y sus hermanos, todo en familia, a la no La policía no se fue inmediatamente por ese lado, prefería a la esposa del desaparecido. ¿Esposa o viuda? ¿Víctima o victimario?

DOÑA MARÍA ELSA

Entró al cuartel silenciosamente, venía como humillada. Alta, morena, pelo negro. No parecía hija de "El Tucho". Probablemente se parecía a la madre, a la que no conocí. Vestía con sencillez pueblerina. En general, parecía una india atacameña de dientes m Fue introducida en un calabozo. Se estimó que esa tristeza transparentada se ablandaría en la soledad. Fue otro error nuestro, mío: nada le haría la soledad. Ella venía del silencio: criada entre hombres recios, con una madre líder de criminales, poco a p -¿Sabes por qué estás detenida?
Siempre hay que empezar de algún modo y es difícil acertar con el mejor. Siempre se usa una voz y es casi imposible cambiarla. Siempre se acomoda un tono para entrevistar o interrogar, pero el tono tiene, necesariamente, las directrices del hábito y no es -Debes hablar. No es suficiente una afirmación física.
Ella podía entender ese lenguaje: había ido al colegio, incluso al liceo; pero se mantuvo silenciosa. Después lloró, lloró abiertamente todo su drama. Le dimos agua y la dejamos sola, advirtiéndole que iba a ser examinada por un médico. Después del examen -Y bien, María Elsa, ¿hablarás?
Ni un gesto, nada. Hierática, sacerdotisa del silencio. Humillada. Vejada en lo íntimo por extrañas manos profesionales. Examinada con lente y luz artificial en su vagina intocada, en su himen intacto.
No habló. ¿Cómo hubiera podido hacerlo?
Este oficio tiene, a veces, orillas donde el comprender duele y el espíritu se apaga para renacer con mucho de rebeldía: injertos de la ira sobre el alma para avivar el espíritu. Probablemente haya sido María Elsa acicate mayor en la pesquisa contra su pr El cuartel de Investigaciones de San Felipe tenía un patio largo en el que habían plantas, árboles y pájaros. La tierra, feraz, no iba a cambiar por la función a la que los hombres dedicarían el local. Por allí paseamos con María Elsa durante horas. El at -Sabemos que sólo fuiste un instrumento de tu padre. Que jamás viste a Demetrio Amar; que el matrimonio es falso y lúgubre. Que todos están mintiendo, pero también sabemos lo tuyo. ¿Qué ganaríamos con preguntarte por tu noche de bodas? ¿Por tu noviazgo? N Bajó, como siempre, la cabeza. Sollozó y así entró a su segunda noche de calabozo. Cuando le dije: "Buenas noches, María Elsa", su voz, baja, apretada, rascando entrañas, contestó: "Gracias"
Sí, había que seguir por otro lado. No era posible escarbar en heridas tan dolorosamente abiertas y profundas para encontrar verdades probatorias contra un criminal. Volví con los míos, con esos hombres endurecidos en la lucha contra el crimen. Me miraron Ya lo he dicho: un policía necesita pensar, pero no siempre puede hacerlo. A veces el sueño es el vencedor; a veces, la pena traspasada, ajena, y no por ello menos importante. Era mejor enfrentar al "Tucho". Con un hombre es distinto todo y éste había lle

VISITA A LA CARCEL

Era domingo, domingo atardeciendo. Esa hora que no es día ni es de noche. Parecíamos una delegación de visitantes. Llevábamos una orden del Ministro en Visita para sacarlo de la cárcel. Una orden no muy corriente, es cierto, pero orden. El alcaide nos mir -Será un "paseo" corto: no alcanzaremos a estar afuera más de 2 horas. Ustedes saben que a las 20 horas, según reglamento, debo volver.
Agregó, sin dejar de mirarnos uno a uno:
-¿Adónde iremos?
Tenía razón: habían pasado muchos días y no nos habíamos vuelto a ver. Sabía de todos nuestros pasos: el dinero compra información incluso cuando se está detenido. Temía en grado superlativo: temor de jalea:
-¿Me acompañará un gendarme?
Un asesino a la defensiva es, también, un espectáculo inolvidable. A la defensiva y con pánico. ¿El halcón de ayer se había convertido en tímida torcaza? El carnicero de la penumbra estaba en franca crisis nerviosa. Repitió:
-Es mejor que nos acompañe un gendarme.
Una voz de tono monocorde se dejó oír:
-No. Irá solamente usted con nosotros, señor Caldera. ¿Tiene miedo?
Los diálogos de la realidad son asombrosos y el humano suele ser, siempre, muy estúpido, reflejando toda la animalidad que llevamos dentro. No valía la pena desafiarlo: éramos un grupo (4) y representábamos la parte activa de la ley, su fuerza, generalmen -¡No!
Los policías sonrieron. "El Tucho", asustado al máximo, seguía mirando como bestia acorralada y suplicante.
Algunas palabras, en ciertas situaciones, invierten el valor del símbolo: aquel "no" era un "sí" que llegaba al cielo.
La misma voz, huérfana de matices, ordenó:
-¡Entonces, vámonos!
¿Puede hablarse, aquí, de presentimientos? Los actores de un drama iban a terminar con la obra de un criminal y empezarían otro. ¿Cómo recogió "El Tucho" aquel mensaje? ¿Estaba en el aire? ¿Se leía en nuestro rostros? ¿O era su conciencia? ¿O fue el conju Han pasado más de 21 años y aún no sé donde se hallaba, en ese momento, mi mente. ¿Tengo un cuadro en blanco? ¡Qué ciego hoy! El drama que empezaba partió allí, en ese mismo instante, y debí verlo, porque era groseramente tangible a pesar del sainete, de Así, suelto, entre 4 hombres de la ley, abandonó el penal. Llevaba la cabeza baja. Sé muy bien que no pudo, ni aún ahora, interpretar, con alguna fidelidad, sus pensamientos. Sé, sí, que "investigadores santiaguinos" resulta una doblona de voces asaz curi El otro lado de la moneda había planificado la entrevista: una simple visita al teatro de lo acontecimientos.
Atravesamos la Plaza de Armas y doblamos por A. Prat. Nadie habló durante el corto trayecto. ¿Para qué?
A nuestros golpes se abrió la puerta del domicilio de Demetrio. "El Tucho" seguía confuso, quizás si ya pisando los umbrales del fatalismo. Adentro había otros hombres, muchos más: San Felipe tenía una dotación policial escasa, pero en Los Andes, comisarí -Quisiéramos, señor Caldera, que usted nos dijera cómo estaba, cómo era esta casa-negocio antes de la desaparición de don Demetrio Amar -dijo el comisario.
El trato de "señor Caldera" tampoco lo esperaba así como tampoco el que se le consultara. Miró a los hombres con incredulidad. Lentamente fue afirmándose: los "señor Caldera" abundaban:
-Han hecho muchos hoyos. ¿Qué es lo que buscan?
-No lo hicimos nosotros, los hizo Carabineros, el capitán Gutiérrez.
-¡Ah! Tendrán que dejarme la propiedad como estaba. Si no lo hacen me querellaré.
Ya era de nuevo un señor. El dueño de la propiedad, el suegro de Amar.
¿Cómo explicar el cambio? ¿Es que acaso las palabras son mágicas? ¿No será el simple acondicionamiento estructural? ¿No serán el tono y las actitudes? Siguió:
-¡Han sacado hasta tablas! Eso no estaba así. Aquí faltan cosas.
-Puede ser, señor Caldera. Nosotros lo ignoramos. Es la primera vez que no encontramos aquí, por eso le hemos pedido que viniera con nosotros. Nadie conoce mejor que usted esta casa.
En verdad no hubo un gesto fuera de papel. Los policías se habían adaptado muy bien: todo era cuestión de desdoblarse, de hacer, por una vez, lo que nunca se hace con delincuentes. Caldera no conocía la escuela de la policía santiaguina y siguió paseándos Los detectives de San Felipe y Los Andes se fueron. Aquello no era lo que esperaban.
La conversación se generalizó entre cinco hombres; incluso, algunos se sentaron en esas mismas sillas cuyas patas revelaron sangre humana, y entre los sentados, Caldera, centro de la reunión, y no sólo por ser el criminal, sino porque era ameno, gracioso. Salimos del negocio-casa de Demetrio Amar bien cerca de la 20 horas. En el auto policial recorrimos algunas calles, incluyendo la plaza principal. "El Tucho" deseaba mirar un poco a su pueblo, llevaba demasiados días preso. Paseamos y conversamos. ¿Quién -Niños, no se nos vaya a pasar la hora.
-No. Llegaremos a tiempo.
En el penal, pasadas las rejas, divididos, nos dio a todos las manos. Estaba feliz. Comentó con la guardia, incluyendo al alcaide:
-Estos santiaguinos sí saben policía. Ellos lo descubrirán todo. Les tomé confianza. Son muy buenos muchachos. Hasta pronto. Vengan cuando quieran.
Era otra vez su vieja seguridad. Sus premoniciones habían fallado. Estaba descargando su pila emocional.
Se cumplieron sus vaticinios y deseos: al día siguiente el mismo equipo estaba esperándolo para otro paseo. Nos saludó efusivamente y olvidó dejar constancia de sus condiciones físicas. El propio alcaide no le dio importancia al asunto: estábamos entrando Entró suelto, confiado, alegre.
No, no era muy hábil, al menos no era fiel a su intuición, a su instinto: ya estaba en esa etapa del que cree haberlo logrado todo.
Una voz dura lo sacó de la farsa:
-Así que este viejo, guatón y pelado, es el famoso "Tucho". Ahora vamos a ver si es cierto, lo que dicen. ¡Pónganle esposas por detrás!
Cumplida la orden vino el primer tirón, luego otro. "El Tucho" cayó. Estaba pálido.
La misma voz de acero moduló un:
-¡Embarrílenlo y pónganlo sobre esa mesa!
Embarrilar. Este verbo también era desconocido para mí en esa acepción. Sabía que se embarrilaban aceitunas, pickles, etc., pero no sabía que se "embarrilaban" hombres: unas cuantas vendas salieron de unos pequeños maletines de mano que alguien llevaba co La voz siguió:
-Ahora vas a decir una sola cosa: ¿dónde está el cadáver?
-Lo ignoro, señor. ¡Lo ignoro!
La voz siguió ordenando.
-¡Un poco de agua!
Con la cabeza echada hacia atrás por manos que le sujetaban desde los cabellos y maxilares, Caldera recibió agua por la boca y por la nariz. Es casi imposible respirar. Se congestionó. Entre rojo y el morado corrían los tonos de sus facciones. Las venas s -¡Basta! Hablaremos, hombrecito. Hablaremos, no tenga ninguna duda.
En la pared había un reloj. "El Tucho", en sus pocos instantes de lucidez nos miraba a todos y miraba la hora: tenía esperanzas. Necesitaba reponerse para poder hablar:
-No sé. Por Diosito, no sé. ¡No me echen más agua!
Su ruego fue inútil. El agua vino una y otra vez. Aquel hombre gordo podía morirse de un síncope por inhibición o asfixia. A veces demoraba bastante en volver en sí.
Se produce, en esta clase de "faenas", una lucha increíble entre el que niega por lucro o por no perder la vida y los que deben solucionar un caso criminal grave. Hay dolor provocado, urgencia por acortar los plazos, exacerbación, y ésta crece segundo a s El reloj hacía rato que había señalado las 23 horas: el penal se había cerrado. La mirada de Caldera había sido captada. La misma voz dijo:
-Es inútil, "Tucho". ¡Hablarás! Los que aquí estamos nos lo jugaremos todo en este asunto, incluyendo la libertad. ¡Agua!
Esta vez la cantidad fue enorme. Golpes en la cara lo hicieron volver en sí. Estaba, francamente, aterrorizado. Con una voz muy débil dijo:
-No lo maté yo, lo hizo Salvador.
-¿Quién es Salvador?
-El hermano de Demetrio. El tiene una parcela, allí lo enterró. Tráiganlo. ¡Estoy diciendo la verdad!
Se trajo a Salvador y como éste no podía ver al "Tucho" en las condiciones en que estaba, se le hizo hablar desde una de las piezas vecinas:
-¿Conoces esa voz?
-Sí, es la de Salvador, el asesino de su hermano.
-¿Yo el asesino? No, hombre. ¡Cuenta tú lo que hiciste! ¡Tú eres el criminal!
-No, ¡tú eres! ¡Vamos a la parcela y yo mismo señalaré donde lo enterraste!
Fuimos, ¿por qué no? Mostró diez lugares y se hicieron diez hoyos. Nada.
-Está mintiendo, señores -gritaba Salvador Amar-. ¿Cómo voy a matar a mi hermano, a mi propio hermano?
Regresamos al sitio de antes. Salvador quedó en libertad. Otra vez el agua, otra vez el "embarrilamiento".
-Me van a matar. Lo sé. ¡Me van a matar!
-Sí. De eso se trata. ¡Agua!
El médico tuvo que asistirlo profesionalmente. Esto tampoco he podido olvidarlo. Se vacila. Como en un filme retrospectivo se ve todo, absolutamente todo, y las visiones son claras, de nitidez absoluta. Conocía a esos tres hombres, de uno era y soy amigo. Si un policía, uno solo, se mantiene al margen de la brutalidad policial, al detenido le queda una esperanza. Si ese hombre, pasado algún tiempo, se incorpora al grupo, todo se ha perdido. Eso lo comprendió muy bien Caldera, también lo entendí yo. Creo qu -Déjanos seguir siendo policías. ¡Habla! Cinco asesinos en una pieza serían muchos. Ya lo sabes. Háblanos de las cinco cartas de fechas diferentes; de una esposa, hija tuya y virgen; de las manchas de sangre en las maderas y en las patas de las sillas y m -¡Está bien! ¡Hablaré! ¡Lo maté aquí mismo...!
-No nos interesa. ¿Donde está?
Calló. Hipó. Se soltaron sus facciones. Una voz de muerte cruzó 4 pares de oídos:
-En el Almendral, Callejón de la Monjas.
Salimos hacia el campo entre las 3 o las 4 de la madrugada. Todos estábamos silenciosos. Bien puedo decir que se oía, desde muy lejos, a la noche; que el aire inspirado no abría otras rutas a la mente, que no era posible escapar a la realidad. Aún seguíam Unas casas típicamente rurales fueron evidenciadas por la luz de los faros del auto.
-Aquí es. Aquí vive Aníbal Chaparro. El me ayudó a enterrarlo.
Despacio, furtivamente, caminamos evitando cercos y alambrados. "Dios lo quiera" era algo más que una oración.
Un hombre enorme, un gigante, dormía en el suelo. La luz de la linterna le dio en el rostro: 45 años, rasgos toscos y firmes. Una mano lo despertó remeciéndolo. Una voz ordenó:
-¡Arriba, Aníbal Chaparro! ¡Es la policía! ¡A ver, habla, "Tucho"!
-Estamos descubiertos, Aníbal. Lo saben todo. Saben que tú lo mataste.
-¿Yo? A mí me trajiste los trozos. Miserable. Embustero.
Esa fiera, de más de 100 kilos, se abalanzó sobre "El Tucho". Lo dejamos. Unos golpes más o menos nos ayudarían a salir de esa especie de marasmo en la que todos los policías estábamos metidos. El caso estaba concluido. "El Tucho" había golpeado a su víct

HALLAZGO Y EXHUMACIÓN

Aníbal Chaparro, con picos y palas, se encaminó hacia uno de los potreros de esa enorme hacienda y empezó a cavar. Encontró el lugar con gran facilidad y no tenía, no había marca alguna. Cavaba debajo de una pared de adobes que dividía dos propiedades. Lo -Ya sabes, "Tucho", que si estás mintiendo te mataremos.
-No, no. Es ahí. ¿Cierto, Chaparro?
Chaparro no hablaba. ¿Para qué? El había encontrado solo el lugar y ahora estaba empecinado en encontrar los restos. Con rabia de búfalo se limitaba a terminar con su macabra faena y lo haría muy pronto porque era un excelente trabajador.
Otra vez el claro-obscuro, pero ahora era el amanecer. Un metro y 50 centímetros. La profundidad señalaba que el entierro había sido hecho con un notable sentido de impunidad: debajo de una pared y muy profundamente. "El Tucho" y Chaparro se habían puesto -Quítenle las esposas. Estás libre, "Tucho".
-No. No me maten. Si está ahí. ¡Ahí mismito!
No quería separarse del grupo, buscaba a la gente. Saltaba. A nadie quería darle las espaldas, lo que es muy difícil en campo abierto y con 4 policías de custodia que, además, sabían muy bien lo que "El Tucho" estaba temiendo porque lo habían provocado. < Una pierna salió primero, el fémur mostraba su desnudez en la cabeza y cuello. Chaparro, metido en el hoyo, la puso, cuidadosamente, sobre el pasto de la superficie. Después, y muy lentamente, apareció el resto: un brazo, otra pierna. Aquello fue el delir -¡No ven! ¡No ven! ¡Decía la verdad! ¡Ahí está! ¡Ahí está! Ya ustedes no me matarán.
El mal olor se pegó a las narices, a nadie parecía preocuparle mucho. En sacos paperos fueron trasladados esos restos, propiamente tales, al hospital provincial y allí fue armado ese verdadero puzzle rojo-anatómico.
La noticia, ¿quien podía pararla? llegó a todos lados. La gente, amontonada, quería verlo todo, saberlo todo.
No hubo intento de linchamiento. Se limitaron a insultarlo, a tirarle piedras, a amenazarlo.
Un fotógrafo de "La Nación" le tomó, descuidadamente, una foto a Caldera y éste, cogiéndolo de un hombro, quería destrozarle la máquina y pegarle con un palo. Una voz lo paró en seco: "¡Tucho!"
El asesino de Amar era un pingajo. Se detuvo. Estaba más que deshecho, entregado. Aquel fue uno de sus últimos gestos en correspondencia con lo que había sido. Ahora entraba en la etapa de los liquidados.
El comercio de San Felipe reaccionó de un modo singular: fuimos a comprar calcetines y pañuelos, camisas y calzoncillos, nos los vendieron, pero no por dinero. Tampoco cobró el dueño del hotel "Europa". Me parece que todos querían retribuir con algo a aqu No volví a verlo hasta mucho tiempo después. Otros casos me mantenían ocupado. Israel Drapkin, Director, en la época, del Instituto Criminológico, había invitado a algunos criminólogos y criminalísticos latinoamericanos a conocer su establecimiento y yo e -A ti debieran tenerte aquí, asesino.
Dio mi nombre y me describió. Tuve que salirme del grupo e ir a verlo a su celda del patio "Siberia" de la Penitenciaría:
-¿Qué te pasa?
-Nada. Quería saber de usted.
-¿Quieres que entre?
-No, no es necesario.
Me despedí y volví a la reunión de expertos. Al término, integrando otra vez el desfile, se volvió a oír su voz:
-¡Ven, asesino...!
No le hice mucho caso; así, al menos, lo aparenté.
¿Seguía odiándome? Tal vez. Los policías suponen que se entra y se sale de los casos con las manos limpias. Así se dice y durante algunos años también se cree. Yo sé que no es así: los muertos nos rondan, en especial los muertos ajusticiados. Muchas otras

AMANECER PARA MORIR

Siempre he pensado que a Alberto Hipómenes Caldera García los atardeceres y los amaneceres le fueron negativos: en un atardecer se vio, por primera vez, con nosotros; en otro atardecer lo sacamos de la cárcel; el último anochecer, en plena investigación, El patíbulo es una rústica silla de madera hecha ex profeso donde el reo es amarrado. Tomó el nombre del palo más largo de la cruz que se hacía para los ajusticiados de principios de esta era. De pie, era. De pie, sobre uno de ellos, murió Cristo.
Entrando, a la derecha de la Penitenciaría de Santiago, se encuentra el patio llamado "Siberia", se le apoda así por estar aislado del resto del establecimiento.
Se fusila con luz natural, con la primera luz. Diez tiradores, 5 de pie y los otros de rodillas, con carabinas (armas de fuego más cortas que los fusiles) disparan sobre un corazón de trapo que el oficial a cargo del pelotón de fusileros prende sobre el c El penal tiene una pequeña sala de autopsia con el fin de evitar traslados innecesarios de cadáveres de ajusticiados desde la Penitenciaría a la Morgue y de allí al cementerio.
Siempre los reos despiden al condenado con una barahúnda de tarros, cucharas y otros utensilios de metal que hacen chocar contra el hierro de las rejas. Casi nadie duerme esa noche de auténtica vigilia. Justo cuando la luz se empieza a hacer visible comie Hacia el norte de la Penitenciaría hay unos árboles altos, de tupido follaje, que circundan los pies del patio de ajusticiamiento y cumplen con un objetivo: evitar las miradas de los curiosos no invitados. Por entre ellos se ve venir la luz del día.
A esta ceremonia fúnebre, a este rito social-legal, concurren cerca de 100 personas entre autoridades necesarias y de las otras. Algunos invitados, testigos de la ceremonia, trasnochan en sitios de diversión y suelen llegar casi ebrios o ebrios a la macab Fui a ver morir a "El Tucho" porque quería sacarme o confundir en mi mente un fusilamiento anterior, el del "Che Galdámez", que me tuvo con delirium tremens provocado por unos cuantos días. Murió alegando inocencia y clamando por clemencia, y no era, en m Lo vi de lejos: su menos gorda silueta pequeña, vestida de negro, encabezaba el desfile de la muerte. Esposado y engrillado apenas podía adelantar hacia el patíbulo. También me vio y encaminó su marcha hacia mí. No me atreví a esquivarlo. Ese esfuerzo, es -¡Tú y yo nos encontraremos en el infierno!
-No lo creo así, no iré hacia donde tú vas.
Sé muy bien que pude decir otra cosa, cualquier cosa, pero lo hubiera desilusionado, atrozmente y yo hubiera sentido asco por mí mismo. Representábamos dos posiciones porque habíamos jugado dos papeles opuestos, siempre adversos, al menos hasta esa fecha. Todo hombre, todo humano, juega, en la sociedad en la que le tocó vivir, un papel de autómata durante mucho tiempo, a veces durante toda la vida. Sin embargo, suele ocurrir que un día algunos despiertan. Ignoro cómo, pero comprenden. Es un comprender lent Siguió su marcha que pesaba sobre el ánimo de los testigos más allá de lo indecible. El oficial le vendó la vista. Un sacerdote católico y uno evangélico lo conformaban. En la silla le sacaron esposas y grillos. Volvieron a amarrarlo. Los religiosos se se Los testigos se retiraron lentamente: el espectáculo de la muerte agota el alma. Cuesta subir desde el crimen a la simple superficie de las cosas de siempre, desde el mundo de la "justicia" al paisaje.
Afuera, la calle abierta y clara, el aire limpio. El sol empezando a señalarle a la tierra la ruta de un nuevo día. Los pájaros cercanos ya habían pasado, también, el susto del estruendo rojo. Más allá, el verde del viejo Parque Cousiño desierto y esperan

 

 

 

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