La semilla del Cardo simbolizando la siembra de cultura

Bibliotecas Rurales Argentinas

EL PASAJERO DE LA MUERTE

Siempre fue y será así: pasajero de taxi es cualquiera y puede pagar la carrera con billetes falsos, puede hacer detener el automóvil frente a un edificio de doble salida, amenazar para evitar el pago, y puede, también, pagar con un lacazo o un tiro de r También existen los envenenadores de choferes y hasta los estranguladores. Sobre uno de estos últimos se engarzarán las frases de este relato. El otro lado de la moneda lo forman, por supuesto, los propios choferes que, alguna vez -esporádicamente, es ci

Desde lejos se veía una pequeña luz blanca en el parabrisas del coche que avanzaba rápidamente: era el clásico aviso nocturno de "libre". Una mano se alzó horizontalmente, en la orilla misma de la vereda, a una altura superior al metro y cuarenta centíme El chofer, gordo, mostraba una amplia calvicie. Más o menos 45 años, paletó obscuro, de piel. Con el brazo extendido hacia atrás y sonriendo, abrió, por fuera, la puerta trasera del mismo lado. El pasajero subió lentamente, encendió un cigarrillo, se aco -Cortés con Holanda.
Con mayor propiedad pudo decir: "Vas al infierno".
El automóvil era un Ford 1938, 4 puertas, con un gran e inútil farol neblinero en el lado derecho. El techo, recién pintado de amarillo, estaba abollado y roto, cualquier lluvia el chofer la sentía verdaderamente. Estaba, además, desvencijado. En él apre El automóvil fue encontrado en el sitio ya indicado. El cadáver presentaba un suave, ancho e irregular surco en el cuello. Nada faltaba, es imposible saber lo que ha ganado un chofer-dueño en el día. Indudablemente el móvil no era el robo: mi padre cons Investigaciones se abocó, con sus "mejores hombres", así al menos lo dijo la prensa, a la solución del misterioso crimen. Revisaron nuestras vidas desde el principio al fin. Hasta yo llegué a enterarme, o reenterarme, de hechos que habían ocurrido y que Dejé mis estudios de Derecho para transformarme en chofer de arriendo. Ocupé, con cierto orgullo, el lugar de mi viejo en la cabecera de la mesa y en el paradero de taxis. Sólo que no fui como él, Presidente del Sindicato de Choferes. Diecinueve años son Nunca había tenido tanto dinero en mis manos. Empecé a fumar y agarré una afiebrada pasión por las pílseners. Oí cuentos picantes por cientos y me di cuenta que Isabel era una mujer de costumbres e ideas raras: las que venían al paradero de Franklin con Mis compañeros me querían "entrañablemente". Era y es un "cariño" visible, ostentoso, dedicado al "pobre huérfano". A veces me daban "la punta" porque sí, y, a veces, me "regalaban" pasajeros disculpándose con quehaceres imaginarios o cansancio.
Compré una pistola negra parecida a la de mi padre -que se perdió entre la Policía y el Juzgado-. Con ella no me sentía ni más ni menos seguro, pero era un acuerdo del sindicato y había que obedecerle.
Cavilé mucho respecto del crimen. Mi madre creyó que había enfermado. Si me veía callado me hablaba de su noviazgo de 48 horas; de la amistad de "ellos" que había empezado en el sur, Chillán. "Sí -decía-; eran otros tiempos, y tu padre era un hombronazo, Para mí, quién y por qué eran las preguntas que no me dejaban dormir.
Tengo la misma altura que tenía mi padre, y, según los míos, soy casi su retrato -según la gente, todos los hijos se parecen al padre y las hijas a la madre-. Por supuesto, un poco más delgado y sin bigote. Además, yo no me he recibido todavía de hombre Nunca me gustó la versión policial, especie de juicio oficial, de "manía homicida". Sostengo que nadie mata porque sí. Y mi padre jamás se relacionó con locos, al menos nadie lo sabía y él llevaba una vida conocida minuto a minuto.
Desde la comisión del crimen esperé por el asesino y sigo esperando un poco más desesperadamente. Estoy seguro de que una noche de éstas volverá a ocupar mi automóvil. Anhelo y temo el instante.
Ah, pero las cartas estaban echadas de otro modo. No fui yo: fue un compañero de mi mismo paradero. En la misma esquina de Cortés con Holanda, ya fatídica, apareció el segundo cadáver con su respectivo surco morado en el cuello. Aquel contraste de cuerpo La policía trabajó con ahínco. Trabajó, junto a nosotros, largas y monótonas noches, grises y tristes días.
Los asesinos tienen siempre a su favor la innegable ventaja del primer golpe, el actuar sobre seguro y la fuga. Soy un convencido de que en este mundo se puede matar a cualquiera con regularidad impunidad. Otra vez se revisó la historia de un muerto y la -Sí, joven, también lo veremos por el lado que usted señala.
Por cierto, entendí el verdadero significado de la frase: "No se meta, pobre diablo, en lo que entiende". No insistí. ¿Pare qué? Desde niño he sentido horror al ridículo, siempre me ha faltado seguridad en mis actos. Creo, además, que todo es cuestión de Pobre Evaristo Zúñiga, secretario del sindicato. El ni siquiera tenía un hijo que lo pudiera reemplazar en su hogar, ni en el paradero. Hicimos varias colectas, pero nunca el dinero dado por caridad es igual, en cantidad y persistencia, al de un jefe de Una noche que habíamos cambiado las pílseners por vino, hice un estúpido vaticinio: "El próximo muerto serás tú, Luis Aguirre". Se lo dije en presencia de más de media docena de choferes. Los que escucharon mis palabras se hubieran reído si yo hubiese co -No debes hablar de esas cosas, eres aún muy joven.
Cuatro días después apareció el cadáver de Luis Aguirre en la esquina que ya conocemos. Fui detenido e interrogado por diferentes personas y en todos los tonos. Nadie quería creer en mi inocencia. Mis propios compañeros, que fueron los denunciantes -como -Este mocoso acertó el nombre del muerto como puede acertar, mañana, una carrera en el Club Hípico o el número gordo en un sorteo de la Lotería de Concepción. ¡Déjenlo libre!
Le agradecí el gesto. Sólo que yo sabía que la suerte, el azar, no tenían nada, en este caso, que ver conmigo. Cuando dije el nombre del tercer asesinado estaba más que seguro; tanto como lo estoy ahora: yo seré el cuarto y el último de la serie. Pero di Mi viejo debe haberse reído mucho en el infierno o donde se encuentre al enterarse de las sospechas que sobre mí caían, con su tremenda risa tísica, propia de los hombres fuertes. Yo sólo he heredado de él su caparazón de gigante que de bien poco me sirv Desde que tengo la certeza de mi muerte no dejo de pasarme las yemas de los dedos por mi cuello. He llegado a contarme los lunares que allí tengo: veinticuatro delanteros, es decir, hasta sonde me permite llegar, con la vista, el cuello doblado al máximo De mis temores no participaré a persona alguna. ¿Para qué? ¿Quién podría cambiar los acontecimientos? No es fatalismo, no, es llegar a entender lo inexplicable.
Fue Eliana, una de esas mujeres que llaman "de la vida" -como si las otras estuvieran muertas-, la que me aseguró que los bigotes me "asentarían". Y era cierto: me veo más "hombre". A los incipientes bigotes agregué, sin quererlo, dos ojeras profundas y Cierto, pude y puedo irme lejos. Arrancar de la muerte por cualquier camino; pero no: me mantendré aquí hasta el final. Por un lado debo alimentar a mi familia hasta donde yo pueda y, por otro, deseo saber si estoy o no equivocado en mis cálculos, en mis Los presentimientos son espantosamente exactos: hoy he recibido otra carta de Isabel. Dice, en lo fundamental: "Cuídate, cuídate mucho". No tenía para qué escribirme, menos para hacerme recomendaciones. Hay algo inexplicable en el encadenamiento de los h Estoy alegre. En mi alegría hay un elemento básico que puede inducir a error: río de miedo.
Mi primer pasajero fue un dentista. Dimos dos vueltas completas por el centro de la ciudad en busca de su mujer: no la encontramos. Cobré los primeros diez escudos. De regreso al Matadero fui detenido por una viuda: el viaje al Cementerio Católico le cos A medianoche ya tenía a la muerte en mi espalda. Terminaré, junto a ella, de escribir estas notas mientras espero desocuparme de mi último pasajero antes de que llegue él. Tengo hambre y estoy extenuado.
Puedo estar equivocado: él podría conformarse con una amenaza, ¿por qué no? Todos dicen aquello de que "nadie es infalible".
Inexplicablemente ha llegado a mi conciencia la vieja definición clásica de delito: "Toda acción u omisión voluntaria..." ¿Voluntaria? La palabra es un grito en mis tímpanos. ¿Qué es la voluntad? ¿Es acaso lo mío una especie de suicidio? Puedo quedar en Todo pasó, a Dios gracias. Ahora puedo escribirlo: vi la enorme mano desde lejos. Parecía blandir un cuchillo descomunal, gigantesco. Los frenos de mi auto chirriaron a su lado. Subió lentamente y se acomodó en el respaldo de felpa del coche. Encendió un -Al paradero 18, joven
Tomé, conscientemente, el camino hacia el barrio alto. Oía una voz que interiormente me gritaba, ordenando: "Cortés con Holanda", "es él", "es él". Se dio cuenta de "mi error" y me golpeó en el hombro: quedé, unos segundos, paralizado de miedo. Su leve c -¿Qué le pasa? He dicho paradero 18 de la Gran Avenida.
Me desinflé ruidosamente y di vuelta. Mi frente se había perlado de frío, de terror puro. Las corazonadas también son llaves fisiológicas. Volvió a dirigirme la palabra:
-¿Hace poco tiempo que trabaja en esto?
Hice un tremendo esfuerzo. Mis palabras debían ser rojas ya que pensaba en sangre. El estómago lo sentía caliente y movedizo:
-Casi un año. Desde la muerte de mi padre. Usted debe saberlo...
-¿Era chofer?
Tuve en la punta de la lengua una grosería, pero la garganta no me funcionó.
Ah -exclamó después de un rato-, ya recuerdo: fue el gordito que encontraron en el barrio alto. Vi la fotografía y usted se le parece bastante.
Aún ignoro cómo encontré una respuesta.
-Sí. Aquél "gordito" que fue asesinado por la espalda.
Lo esperaba todo: incluso el que hubiera cambiado de lugar para sus crímenes. No es que me hubiera reconocido ahora, me había seguido durante mucho tiempo, me conocía desde niño. No se inmutó. Hizo uno o dos movimientos para mejor acomodarse en el asient -Es duro el trabajo de ustedes. Demasiado arriesgado. Yo mismo podría ser su asesino, ¿cierto?
Se me nubló la vista. Pasé a milímetros de un farol y me subí a la vereda.
-¡Cuidado, hombre! -gritó.
El paradero 18 con sus luces de las quintas de recreo y sus restaurantes estaba encima de nosotros.
Volvió a tocarme el hombro. Entonces grité algo que no recuerdo. Metí, inconscientemente, el pie en el freno; no tenía muchas fuerzas pero hacía muy poco que le había puesto líquido americano; el coche se detuvo lentamente. La pistola me pesaba una tonel Frente a nosotros se hallaba un cuartel policial. Sí, me había, afortunadamente, salvado. Ni siquiera preguntó el valor de la carrera, parecía apresurado, asustado. Sobre mis manos tiró un billete verde que dejé caer hacia el piso.
Quedé anonadado, hecho una mezcla de alegría y rabia.
Mi asesino se perdió en la noche. No es broma haber llevado en la espalda al pasajero de la muerte, al asesino de mi propio padre. Quizás me tuvo lástima.
Respiré honda y plácidamente. En el paradero 4 me he detenido a escribir estas confusas sensaciones. Un señor bajito, moreno, bien vestido, sin sombrero, me hace señas. A él le contaré todo. Necesito hablar con alguien. Solamente me saltaré aquello de la

Su cadáver fue encontrado en la esquina de siempre. No faltaba, ya era una costumbre, ningún objeto; pero esta vez había un mensaje en la libreta de tapas negras, a la que le habían, violentamente, arrancado algunas páginas. El mensaje decía: "Sabía dema

 

 

 

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