La semilla del Cardo simbolizando la siembra de cultura

Bibliotecas Rurales Argentinas

EL BENEFACTOR

De las memorias del Inspector Cortés alias "El Mono"

El anónimo-denuncio llegó por correo. Lo supe en una fiesta. Era sólo una hoja de apretada y nerviosa letra azul. Decía: "No tengo, es lo más natural, deseo alguno de morir, y sé que el ridículo tribunal del "Benefactor" ha decretado mi muerte. Es cierto Saluda a Ud., fría y casi maceradamente, el candidato Nº1 a muerto del pabellón de cirugía".
El prefecto me entregó el anónimo en el almuerzo de "camaradería" que mensualmente tienen los oficiales de Investigaciones con el único fin de verse las caras y hacerse las mismas y pesadas bromas. Lo leí a la carrera y se atragantó una papa, un tanto ca Alcé la vista poniendo mi mejor cara de pregunta. El prefecto estaba serio. Uno nunca sabe cuándo un jefe inicia una broma ni cuándo la termina. Es otro de los misterios jerárquicos. Suspiré levemente y guardé, cuidadosamente, el anónimo que ya era una o Los días pasaron como de costumbre: un suicidio por la mañana y un homicidio en la tarde. En verdad, paja molida, 40 cigarrillos por cada interrogatorio criminal, un termo de café malo y un almuerzo de menesteroso. De cuando en cuando una arrancadita a u Un diario de la mañana dio el grito de alarma: "Locos asesinados en al pabellón de cirugía" era el título. La información, a 5 columnas, con negrita, 16 picas, era una notable "jaita". Los reporteros policiales cayeron sobre el pastel con la voracidad qu Las investigaciones se iniciaron leyendo copias de los informes del Instituto Médico Legal. Sólo dos de ellos hablaban de homicidios calificados: "Causa de muerte: asfixia". El vínculo usado es ancho y blando. No aparecen surcos en el cuello".
La visita la efectuamos ese mismo día y recibimos la peor acogida que recuerdo: gritos, empujones, escupos, blasfemias y maldiciones. Perdí dos botones del vestón y uno de la camisa, deshicieron tres veces mi cuidadoso peinado (ningún detective está meno -No crea- me dijo un enfermo- que estoy aquí por mi voluntad. No, me trajo la policía, pero alguna vez voy a tener uno al alcance de mis manos...
Otro me pidió el carnet de identidad acusándome de exceso de velocidad. Era cierto, camino de la salida volábamos. Obligado por las circunstancias un policía también comete infracciones.
Los médicos nos atendieron con solicitud y las enfermeras nos regalaron agradables sonrisas: ese año estaba gustando mucho. Al médico-jefe le manifesté mi opinión:
-Esto es una fortaleza casi inexpugnable. Voy a nombrar detective de este caso a uno de sus locos. Hay que estar adentro para saber algo. Perdón, doctor, voy a nombrar a uno de los míos en algún cargo.
-Ud. tiene aspecto.
No quise saber de qué. Sonreí recordando la definición de psiquiatría que contenía el anónimo. El desquite es desquite siempre. Continué:
-Yo mismo estaré adentro y espero toda su cooperación.
Asintió agradable y enigmáticamente.
Corrales me ofreció un cigarrillo roto y dijo:
-No, "Mono". No llegaremos jamás a descubrir al autor de estos desaguisados. No es posible trabajar en un medio tan hostil y peligroso.
-Pienso como tú, sólo la orden del prefecto es un obstáculo: un día puede acordarse. Si la prensa no hubiera armado tanta alharaca sobre los asesinatos de locos...
Caminando llegamos a la Av. La Paz y desde allí nos dirigimos hacia el norte, donde queda el Instituto Médico Legal. Mis piernas querían ir al sur, que es donde está el "Servicio" de Investigaciones.
El secretario de los morgueros nos saludó como ya era un hábito en él:
-¿Otro crimen, "Mono"?
-Dos.
Me miró como queriendo traspasar mi cara para ver si el número de mi respuesta era exacto y me apuntó con su negra cachimba en el pecho.
-Es un número bonito. ¿De quiénes se trata?
El crimen es así: el número 1 llama la atención, el Nº 2, siempre que corresponda a una misma mano, a un mismo caso criminal, impacta.
-De dos locos estrangulados o algo así. Deseo saber si uno sufría de cáncer.
-Ah, conozco el caso: el más viejo tenía cáncer el otro úlceras y hemorroides.
No era de extrañar. Una información policial precisa suele alumbrar el campo de los especialistas: un morguero acucioso conoce, casi de memoria, los resultados de las autopsias, es el oficio.
-¿Desde cuando, "Mono", las enfermedades te sirven de pista?
Dejé pasar la impertinencia con la misma calma e impotencia con que dejo pasar a las nubes: uno, cuando investiga crímenes, no debe pelear, precisamente, con el secretario de la Morgue de Santiago. Hacerlo equivaldría a un suicidio profesional. Repuse: < -Tengo un anónimo que habla del tribunal del "Benefactor", de psiquiatría, de cáncer y caracoles. A lo mejor sale algo: es una flecha al azar lo de las enfermedades...
-No pesquises más, "Mono", en la Casa de Orates. A veces, con el solo espectáculo, se desquician los mejores cerebros, si eso te aconteciera a ti sería una verdadera lástima.
La última frase la dijo mirándome de reojo con sus ojillos saltones y negros. Un día van a encontrar al secretario de los "fiambres" con más de un orificio de bala en su cuerpo. Sonreí como los caninos. Corrales debe haber visto la idea homicida en mis g -Seguiría tu consejo, morguero asqueroso, sólo que existe una orden de investigación que cumplir.
La cara del muerto canceroso era noble y fina. Debajo de su pelo enmarañado -¿error de herencia?- había una frente amplia. Me gustó ese muerto: en vida debió ser un callado sufridor de infortunios. El cadáver del joven ulceroso no me agradó tanto. Es dif La búsqueda de señales de violencia, de algún indicio, fue pérdida de tiempo: esos cadáveres estaban "limpios" para una pesquisa. ¿Limpios? ¿Es que el no dejar huellas no es una pista? Sí, y de las mejores que existen, aun cuando rompan los moldes rutina La avenida La Paz nos acogió de nuevo, pero esta vez llena de gentes que, en lenta marcha al cementerio, permitieron que olvidara, por un momento, mis obligaciones y hasta el deseo de "monologar", modificando mi estado de ánimo. Me quedé mirando la carro Arreglé con Zurita, otro inspector de los míos, instalar una alarma junto a la luz de mi catre. Me juego la vida, es cierto, pero tomo mis medidas.
Nos pusieron, a petición nuestra, en el pabellón "Fontecilla".
Corrales me piropeó por el traje de mezclilla, de color kaki, de los mismos que el ejercito da de baja. Insistió en lo moderno del corte y en lo ajustado que me quedaba, lo que me hacía, según él, verme más delgado que lo que realmente soy. Miré el de él No quisimos despojarnos de nuestros "Colts" que, en cierto modo, son parte de nuestras vidas, los vestimos y nos visten, nos recuerdan la misión y la condición y, a veces, nos permiten seguir viviendo como "tiras", que es algo así como agonizar todos los Nunca sabré, a ciencia cierta, de dónde sacamos la fuerza necesaria para permanecer en aquel reino de la mugre y de la desdicha, en aquel paraíso de los microbios y de los contagios. Los tres primeros días nos pasamos recorriendo todos los pabellones, pa Sí, éramos observados: dos mudos -así lo parecían- se nos acercaron y con gestos ostentosos, estatuarios, nos desarmaron por completo. Uno, que había puesto su mano izquierda sobre mi garganta y que pisaba en un solo pie, era el más insistente. No fue si -Estas son piedras que cantan -el que hablaba era un alienado que aún mostraba la violencia de un electro-shock-. Piedras que cantan y bailan...
Me desprendí de mi estrangulador porque aquello me interesaba mucho más y era menos peligroso.
Seguía:
-Son piedras de un río del sur donde el viento tiene las manos azules y donde el césped es tejido por los pájaros. ¡Escúchelas! Dios está en el corazón de ellas. ¿No las oye? A todos los incrédulos les pasa lo mismo. Hay que tener el alma de gusano para Desde el propio patio común levantó una piedra pequeña y lustrosa, una piedra gastada por fricciones sucesivas, sobajeada, y me la dio mirándome entre sorprendido y crédulo. Repliqué:
-Ah, pero no es del sur.
-Buen hombre, su sentido de la geografía es errado. Tal vez ya no recuerda en qué hemisferio se encuentra ni la ubicación de este país dentro de tal hemisferio. Es, indudablemente, una piedra sureña.
Argüí:
-Al menos no es del río donde el viento tiene las manos azules.
-Buen hombre -ya empezaban a molestarme los vocativos-, el viento es el mismo aquí y allá, depende del color de las aguas, color derivado de lo que en ellas se refleje y que pueda herir, por luz, en su retina. ¿Ve usted esa fuente?
Asentí.
-En ella el viento tiene los dedos verdes porque usted no puede separar el verde de los árboles propiamente tales del verde de los árboles reflejado en el agua. La delimitación por zonas o por fenómenos es imposible. En cuanto al origen de la piedra, cre Volví a asentir. ¿Qué se hace?
-Esos son los tejedores del césped. ¿Se lo explico?
-¡No! -grité con rabia. Siguió impasible.
-Cuando las piedras cantan y bailan llegan al mar y se encoge el alma y mueren. ¿Sabe cómo? Se suicidan entre las rocas y las olas, se pulverizan. Las llamadas arenas son ex piedras cantoras y bailarinas, por eso canta y baila el mar: las piedras le entr Corrales se hizo presente con otro codazo y cerré la boca. Moví la cabeza hacia los lados como los boxeadores hacen después que han recibido varios golpes fuertes: intentaba reponerme del aturdimiento, del abombamiento. Cada vez que pienso en esta escena El dormitorio, lugar donde una o más personas duermen, no cumplía con ninguno de los requisitos que el hombre ha impuesto para dicha función; desde la primera hasta la última noche no pudimos dormir. Llegué a una conclusión: los locos son insomnes natura Los enfermeros amarraban a todos los locos a los catres y las camisas de fuerza aprisionaban, además, a todos los brazos. Y yo que me doy vueltas en la cama, que empiezo por la izquierda y termino por la derecha. ¡Oh no, aquello era la muerte! Mi vieja t El llamado "desayuno" era la más pobre expresión alimenticia que imaginarse pueda. El jarro de fierro enlozado que me tocó esa mañana ya no tenía loza y en su interior una agua negra y tibia con indicios de higo o algo parecido; carecía de azúcar, por ta Mi vecino del lado izquierdo, dormitorio del pabellón "Fontecilla", ya que el derecho lo ocupaba Corrales, parecía un álamo florecido: al blanco sucio de su camisa de contención unía una barba enmarañada y espesa, un auténtico follaje que se unía con sus -Vecino, estoy sano. Tengo, debajo del catre, dos barras de oro, por eso no me dejan las manos libres.
Era cierto: desde mi llegada jamás lo vi con las manos sin amarras. Su oración terminaba siempre con un: "Me comeré, alguna vez, diez hígados de enfermeros y tres corazones de practicantes. ¡Suéltenme, moluscos!"
El del frente tenía los ojos grandes y siempre abiertos. Quizás si fue al único loco que le caí bien, al menos así me pareció. La cuarta noche, mientras me desvestía, se atrevió a llamarme. También usaba camisa de contención. Su silbido agudo me pareció -Usted está sano, señor. Me extraña que ocupe, con su compañero, cama en el pabellón. No han sido operados ni tratados y no lo serán. ¿Podría decirme que hacen aquí?
Vacilé. Me pareció extraordinariamente lúcido su razonamiento. Con lo que agregó después terminó por confundirme:
-Los policías caen mal en todos lados. A mí no me desagradan porque entiendo el papel que juegan dentro de la sociedad: papel de perros que sólo ladran y muerden al sucio y al mal vestido, al infeliz, al débil e indefenso. Nadie les tiene confianza. ¿Ust -No siempre es así -vociferó-. Hay excepciones...
-No lo creo, señor. A nadie le gusta un policía profesional, todos los que mandan prefieren lacayos. Usted forma parte de un engranaje estatal donde hay ausencia total de materia gris y el día que uno de ustedes, por tener algún vuelo mental, se dé cuent -Bueno, ¿y qué?
-Nada. Sólo que aquí también hay una especie de gobierno y el "Benefactor" bien podría ordenar la desaparición de ustedes...
Corrales, mi buen compañero, me tomó de los hombros y me acostó. Repuesto, y mucho después que el enfermero nos amarrara, susurré para él:
-Estamos descubiertos. El del frente sabe que somos policías y conoce al "Benefactor". Los crímenes ocurrieron.
Traté de dormir, traté de no pensar, y el resultado fue el de siempre:
-Vecino, estoy sano...¡Suéltenme, moluscos!
La nueva mañana me encontró oyendo, por enésima vez:
-"Me comeré diez hígados..."
Lo primero que hicimos fue visitar a Zurita, que hacía, además, el papel de enfermero-jefe.
-¿Quién es el de la cama 21?
-Roberto Aguirre. Un paranoico antiguo. No es peligroso, por eso te pusieron frente a él. Aquí está la ficha...
-Mientes: ¿Quién hizo las calificaciones? ¿Voy a creer en la ciencia tradicionalista y me juego el pellejo? No, de ningún modo. No. -Pregunté:
-¿Y el barbón?
-Ah, ese es un criminal. Cada vez que se le desata golpea a dos o tres enfermos o enfermeros. Creo que un día de estos le van a abrir el cráneo.
-¿Has sabido algo del "Benefactor?
-No. Médicos y enfermeros y practicantes creen que es un mito, una leyenda tonta.
-No tan leyenda. Aquí han asesinado a dos locos y alguien es el autor o los autores. El de la cama 21 me habló de él. No creo, además, que sea loco, o al menos loco común, loco clásico; no es loco ni mucho menos. Sé que no puedo darte una idea clara. Mir -Estás perdiendo calidad, "Mono".
-Seguramente. A lo mejor nunca fuimos buenos investigadores. Este caso parece superior a nosotros. Si los crímenes ocurrieron en el pabellón donde estamos Corrales y yo, ya debíamos haber visto algo anormal, criminal, sospechoso. Quiero decir... Tú me en -Sí, jefe, te entiendo. La alarma está bien y alcanza, por las dudas, a tu catre: es cuestión de moverlo con alguna fuerza no común. Sé que tus compañeros de pabellón son los mismos que había antes, y como todos están amarrados, excepto ustedes, la segur -Excepto nosotros. Si nos amarran todas las noches.
-No, "Mono", les ponen las camisas, es cierto, pero las amarras están sueltas. ¿No te diste cuenta?
¡Carajo! Tantas noches durmiendo como un chorizo. Esta cabeza mía está adocenada, encasillada.
-¿Recuerdas, Zurita, la hora de los crímenes?
-¡Tú debes saberlo, "Mono", ya que te leí los informes!
-No se precisa.
-En los informes de aquí se habla de "hallazgo de cadáveres en la mañana". Y agregan: "existían livideces y rigideces".
-No puede ser. Eso, de ser cierto, significa muchas horas. ¿Livideces, dijiste?
-Sí. Livideces en las regiones de apoyo: ambos decúbito dorsal. Averigüé que los más antiguos tienen aquí privilegios especiales. Los de las camas 11 y 21 son los más antiguos, porque esas camas son las mejores: las revisé.
-¿Pero es que aquí no hay un archivo?
-Sí, pero con fines médicos.
-De todos modos debe haber un libro de ingreso y de egreso de enfermos, uno de traslado de enfermos de un pabellón a otro.
-¡Quizás! No lo he visto. De existir... ¿para qué te servirían?
-Gracias por tus informes. No puedo decírtelo: eres casi un empleado de la Beneficencia Publica.
-No, señor Cortés, soy empleado de la policía y sólo deseo ascender a subcomisario para darle órdenes a un "Mono" pesadísimo que tengo de jefe.
Me sumí en un pozo de reflexiones: el 11 y el 21 eran mis vecinos más cercanos: el flaco alto, de la barba cerrada, y el de los ojos siempre abiertos. Uno de los dos tenía que ser el "Benefactor". ¿Cuál? ¿Cómo saberlo? Los policías sí tenemos ideas propi Estaba enojado conmigo mismo. Me sentía impotente y ya no era la primera vez que tal cosa me acontecía.
Aquella misma noche di mis primeros gritos. Sabía que las amarras de mi camisa, así como las de Corrales, estaban sueltas, que éramos locos-policías con ciertas y notables ventajas:
-¡Suéltenme, perros! ¡Asesinos! ¡Quiero que venga el "Benefactor"!
Corrales se olvidó de las amarras y se sentó en la cama a mirarme detenidamente. Yo seguía gritando y gesticulando.
Como con sordina dijo:
-Si sigues así te van a amarrar la camisa.
-¡Cállate, inmundo policía! Si he sido tu jefe, ahora reniego de ti, ¡miserable!
Corrales trató de taparme la boca con una mano, con la otra me golpeó en todo el plexo. Aquello era, indudablemente, una grave falta de respeto a un "superior jerárquico" (la antigüedad constituye grado en policía y la jerarquía sale a relucir en cada op Una voz rompió la monotonía de los quejidos:
-"Me comería diez hígados de enfermeros y dos corazones de policías".
Como si un hada milagrosa hubiera tocado, con la mejor de las varitas mágicas, a todos los enfermos del pabellón, se produjo el silencio más absoluto. Uno en uno los enfermos se alzaron en sus lechos: alguien había sacado todas las camisas y todas las am -Estos dos hombres son peligrosísimos. Han legado aquí haciéndose pasar por lo que no son. Deseaban saber quiénes éramos, quienes formaban el tribunal del "Benefactor". Ahora que la curiosidad de ellos está más que satisfecha y la nuestra también, ordeno Una de las razones por la que siempre me embarco con Corrales en líos policiales es que sabe contenerse muy bien ante el peligro y me deja decidir. Hasta aquí nos había ido más o menos bien. Sabía que estaba esperando una reacción mía para acompañarme, c Un bosque de manos peludas y largas, gordas y flacas, lampiñas y mugrientas, nos alzaron en vilo desde nuestros lechos. Creí que la respiración me iba a faltar. Nos colocaron de pie, cerca de mi cama, sobre una frazada negra. Fue entonces cuando el "Bene -Yo no maté por matar. Nuestro tribunal condena a los condenados. Hacemos el bien evitando sufrimientos inútiles. Ese es nuestro fin en esta casa de tantos dolores. Por primera vez asesinaremos a dos personas sanas, pero ustedes mismos se lo han buscado. Sobre la boca sentí humedad. Ya sabía como habían muerto mis antecesores; por cierto, el conocimiento no iba a servirme de mucho: jamás un detective ha informado a sus superiores desde el más allá. Una suave presión me hizo cerrar los ojos. Pobre Corrale -"Quiero comerme diez hígados de enfermeros y dos corazones de policías. ¡Sí, esa es la orden!"
Pero, cuando se ha vivido una infancia y una adolescencia como la mía y se ha tenido un oficio tan duro como el mío, no se muere así como así, tan fácil y bobamente. Salté con todas mis fuerzas y agilidad. Por algo más que mi cara me dicen "Mono". Caí so Corrales y Zurita, el médico jefe, locos y enfermeros, me rodeaban.
Zurita interrogó:
-Y bien, inspector, ¿qué haremos?
-Nada. Esta será una diligencia sin resultado. ¿Cómo estás, Corrales?
-Bien. Un tanto asustado, pero bien.
Me quité, airosamente, el traje kaki y me coloqué mi revolver 38 de cañón corto debajo del sobaco izquierdo como si metiera en la funda una espada, y en compañía de Corrales y Zurita abandoné el pabellón "Fontecilla". Frente al "Benefactor", y muy quedam -A mí también me agrada la eutanasia, pero me desagradan los asesinos cualquiera que sea la razón que tengan para matar. Ud. está equivocado: algunos policías, no muchos, es cierto, piensan y actúan de acuerdo con ese pensar. Espero no volver a verle; ol Asintiendo movió la cabeza. Su mirar extrahumano se me clavó en la espalda.

 

 

 

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