La semilla del Cardo simbolizando la siembra de cultura

Bibliotecas Rurales Argentinas

OTRA VEZ TE PEGARON

El asfalto tenía una grieta como si alguien lo hubiera cortado con un enorme cuchillo carnicero. Dos colillas de cigarrillos, pisoteadas y húmedas, adornaban aquellos dos metros de vereda donde mis ojos se habían detenido quién sabe cuánto tiempo.
No ignoraba que había perdido el sombrero: el aire frío sobre mi cabeza me lo había dicho y lo seguía diciendo, pero ignoraba dónde y por qué.
Probablemente fue también el frío el que me hizo volver en mí. Sé que no tengo la costumbre de acostarme en los bancos de las plazas ni en las calles. Un leve ardor me hacía cosquillas sobre y debajo del ojo derecho y me costaba tragar saliva. Noté, al s -¡Oiga, oiga usted!- decía alguien. La voz parecía venir desde muy lejos y, en verdad, estaba junto a mí, salía de unos labios finos y muy pintados, groseramente carmesíes. Sentí calor en el rostro. La voz siguió diciendo cosas, para mí era muy agradable -¿Qué hace? -pregunté.
-Ayudarlo, hombre. Ayudarlo.
Lo estaban haciendo muy bien, sin duda, y si aquello era un diálogo quería decir que yo oía, que entendía y contestaba. No todo se había perdido en aquella negra noche.
Volví a abrir mi ojo con lentitud e inseguridad: la falda verde era un vestido, estaba sentada a mi lado y hablaba con cierta simpatía, como si yo fuese un niño malcriado...
-No beba más en esta forma, señor. Le hace mal.
Sonreí. Mi ojo derecho seguía viendo sus zapatos, pero ya no veía a mi botón.
-¿Tiene un espejo?
¡Oh! Mi cara era un guiñapo: no se parecía a nada. ¿Cómo y dónde me había ocurrido aquello? Además, me faltaba un zapato, el derecho, y mis ropas estaban llenas de polvo y barro.
-¿Es, usted, zurdo?
-¡No!- grité. Entonces abrí la mano. Allí había un minúsculo cartón, perdón, una cartulina. Lo estiré. Decía: "Marcos Macuada. Comerciante". Aquel nombre no me indicaba absolutamente nada. Era como una isla rectangular y blanca en un mapa desconocido. Respondí que vivía en el barrio alto y le rogué que llamara a Investigaciones.
-¿Vas a hacer una denuncia?
-No. Yo no denuncio. Quiero que pida una camioneta. Soy el inspector Cortés de la Brigada de Homicidios.
No podía justificar, en modo alguno, mi calidad de tal porque no tenía cédula, billetera, placa ni revolver. La chica sonrió desembozadamente. Cierto, nadie puede pegarle así a un jefe de brigada policial. ¿Nadie? Diez minutos después llegó mi camioneta: -Son los míos. ¿Podría darme su nombre y dirección? Alguna vez le pagaré sus atenciones.
-Rosa de la Luz Heneau. Vivo en San Martín 555. No se preocupe, señor, lo he hecho por lástima.
Mis muchachos me alzaron sin comentarios. Es lo que tiene de bueno la policía: a un jefe nadie le pregunta nada, nadie inferior, porque los otros, bueno, pues...
Estuve ocho días en cama y sólo fui atendido y visitado por el doctor Mario Rodriguez, de mi propio servicio, que hace años está a cargo de todas mis calamidades físicas.
Ocho días de cama es una condena odiosa: ni siquiera podía leer, fumar, beber; pero es tiempo suficiente para poner en claro cualquier enigma. He aquí un puñado de hipótesis con olor a almohada, árnica, ungüentos, fiebre, escritas como los diarios de las

PRIMER DÍA DE CAMA

Conozco mis costumbres, por supuesto, mucho mejor que cualquiera otra persona: me acuesto tarde y me levanto tarde, cerca del mediodía. Tengo los amigos y enemigos que tiene todo el mundo en la cantidad proporcional a un policía de mi carácter y mi rango Después de leer estas notas mi mujer me dio un calmante. Tenía razón: aquello era yo hasta por ahí no más, un yo chiquito como la alfalfa.

SEGUNDO DÍA

Mis amigos se cuentan con los dedos de una sola mano: aquellos que siempre han estado en mis malas rachas, y son muy pocos porque mis "malas" son muchas y muy seguidas. Con ellos juego al crap, telefunken, bridge y chiflota. Con ellos me peleo y ellos se Muy a lo lejos voy al cine y de cuando en vez me pego unas farras terribles: en la última, perdón, en la penúltima, perdí el abrigo y, según dicen, lo llevaba puesto. Tengo una memoria común: recuerdo y olvido como todos, al menos así lo creo. De mis 4 h 21 horas . Parece mentira: todos duermen. Tienen mucho de gallinas. Parece que nadie sabe lo bella que es la noche. Todos ignoran las maravillosas promesas de la calle.
La prohibición del médico: "No fumes", me hace más difícil el hilvanar recuerdos. De las 69 ó 96 borracheras de mi vida tengo perfecta conciencia. Hay algunas muy simples: dormirse al lado del piano, golpeando con el pie el bombo; pero hay otras...Cuando

TERCER DÍA

¿Que pudo ser? ¿Cloroformo? ¿Un golpe de laque? ¿Cocaína? ¿Somnífero? ¿Dónde? ¿Con quiénes? Una sola respuesta a cualesquiera de las dos últimas interrogantes y ya tendría la clave.
22 horas. Recién, lo sé muy bien, empiezan a llegar a sus negocios dueños y empleados. Mi esposa, Isabel, me sorprendió llamando a todos los bares donde alguna vez estuve, así como a las boites y cabarets. Es increíble la cantidad de gente que se dedica -Estoy en un apuro. ¿Recuerdas mi última farra contigo?
Siempre fueron afirmativas las respuestas, parece que mi modo de farrear es inolvidable, pero apenas empezaban a darme detalles recordaba los motivos y a los concurrentes:
-No, m'hijita linda. Esa vez que le pusimos las medias a la estatua de ...
No, evidentemente había una trasnochada huidiza, una farra sin huellas, la única que faltaba.
-Sí conoces gente dudosa, Carlos. Has llamado a más de cien partes y los calificativos que usas son todos obscenos. Las que te dicen "Monito" son ordinarias y gritonas.
Me subió la fiebre. Me convencí: no se puede investigar una farra, telefónicamente, desde la propia casa si uno tiene un cancerbero celoso, de fino oído, un cancerbero de limonadas calientes, aspirinas y termómetro, tan digno y honorable. Yo debí permane

CUARTA NOCHE

Me aburrí de denominar "día" a los encabezamientos de este diario. El día es, para mí, casi un desconocido. Sano o enfermo lo paso durmiendo. No me interesan, no son mi fuerte. Creo no conocer a nadie que se levante temprano. Es otra gente, otro mundo y La plaza donde desperté era la Bulnes, en ella vive el prefecto que me llevaron en auto hasta, pero no me odia tanto como para mandar a pegarme. Sé que solo, personalmente, no sería capaz. El o los que me machucaron, es más lógico el plural, evidentement Mi mujer leyó lo escrito. No me puso el termómetro. Mejoro.

QUINTA NOCHE

Francamente me recupero, no cabe duda; pude empuñar la mano para golpear el velador; por supuesto, tenía la tarjeta ya en mis manos. ¿Dónde y cómo la había tomado? ¿Cuándo me di cuenta que era importante? ¿Sería auténtica? ¿Me la pondrían en la mano mien ¿Me conocían? Sí, mis documentos. Pero el conocimiento debió ser muy anterior: sin duda era mi actuar de policía, mirando y dudando; archivando lo anormal, lo extraño, lo no natural, aquello tan fino que marca lo lícito de lo ilícito. ¿No sería yo la víc Mi mujer me puso el termómetro. Me dio jugo de zanahorias y pasas.
A Dios gracias, nada me ha preguntado sobre las causas de mi estado. Sí, estoy peor: mi mujer lee este diario y sabe que estoy luchando contra una farra perdida.
Mi hijo mayor, el del martilleo incesante, me dice a cada rato: "Otra vez te pegaron, papito". Tiene 5 años y es la tercera vez que me ve con un ojo morado. Me habían pegado, pero nunca tanto; ésta es la primera vez que guardo cama.

SEXTA NOCHE

Los cigarrillos son cubanos. Cierto es que debo comprobarlo un poco más. Mi mujer me trajo una cajetilla de todas las marcas de cigarrillos que se venden en el país y ese tabaco no correspondía al de ninguna, tampoco el olor ni ese papel un poco más anch

SÉPTIMA NOCHE

El doctor Rodríguez me dijo que me quedara en cama sólo un día más. Ya estoy bien. He silbado y cantado el vals "Desquite próximo" o "Próximo desquite", no recuerdo muy bien el nombre, pero sí sé lo que significa. Le he enseñado a mi hijo mayor tres nuev Todo es nuevamente rojo: la sangre clama por sangre. Nadie debe pegarle a un oficial de policía. ¿O debe? ¿Hay alguna medida jerárquica o de autoridad para los golpes? Sí, la fuerza del que golpea y la causa de su enojo. ¿Había yo enojado tanto a alguien Isabel volvió a tomarme la temperatura; ah, pero olvidó las zanahorias y las pasas.

OCTAVO DÍA

Me duele escribir "día"; pero éste es el último. ¿Qué es un día? ¿Para qué sirve el sol?
Comí tallarines y bebí media botella de tinto. Mi naturaleza es fuerte, más de lo que muchos imaginan. Mañana iré al trabajo. Marcos Macuada, así como así no te vas a quedar. Mi ojo lo cobraré muy caro. Sí, debería agradecerle a esa señorita sus molestia -"Cuida la izquierda, viejo, parece que te está fallando".
El zapato rojo pasó, que yo sepa, dos veces por mi lado. Es para creer que la dama del vestido verde tenía algo que ver conmigo. Cualquier mujer, en presencia de un hombre recostado en un banco, con un sólo zapato, sin corbata ni abrigo -invierno y madru

Mi oficina estaba como siempre: llena de papeles y de reclamantes. No les hice caso. Mis compañeros me saludaron con apatía, quizás si para no demostrar curiosidad, ya que nada había dicho ni ordenado respecto de mi "accidente" o, tal vez, esos ocho días La señora o señorita Rosa de la Luz Heneau no era conocida en San Martín 555 ni en sus alrededores. Sonreí. La sonrisa suele ser en mí sustituto de blasfemias.
La plaza Bulnes le recorrí haciendo más paradas que en una procesión: suplementeros, choferes, lustrabotas, prostitutas, maricas, porteros, nocheros, mendigos, choros, contrabandistas, cocainómanos, etc. Nada. Nadie vio ni sabía. Ni siquiera vieron los c -Son partagas, "Mono", es inconfundible su aroma. El papel es de arroz, no es la porquería que fumamos aquí.
Lo sabía. Marcos Macuada también lo sabía.
Así pasó el tiempo. No volví a emborracharme y empecé a entender que el día también existe, que se puede trabajar en las mañanas. Isabel estaba feliz y los chiquillos también. Tres meses más tarde me tocó ir a un sitio de suceso en la calle Carmen, una r El detective Roa trajo, junto con los documentos del occiso, cartas y fotografías y hasta un sobrecillo, papelillo con coca; "nieve", dicen mis amigos. Fue mirando una de las fotografías que perdí el habla: esa cara la había visto en alguna parte. Era un "¿Ha visto a una mujer rubia, falsa rubia, con vestido verde, labios mal pintados y abrigo lila?", o "¿ha visto usted a la mujer que me encontró en la plaza?" Pero sí puede decir:
-¿Conoce a ésta? -y mostrar una fotografía.
Necesitaba saber algo sobre mí, algo más, por ejemplo: ¿por qué se me había perdido esa farra? Si moriría de muerte natural o no.
El crimen de Pérez de Arce quedó impune. No puede un jefe preocuparse de un muerto más o menos. Por otra parte, si solucionaba lo mío, que era urgente -así pensamos siempre todos-, solucionaría, de paso, el de él. Empecé la encuesta: 100, 200, 300, 1.000 -Usted, como muchos otros malos policías, no vive de noche.
Sonreí. Siguió:
-Esta es una asilada de la calle Raulí. Antes cantaba en una boite. A él le dicen "El Manco", porqué tiene dos brazos muy hábiles y muy fuertes.
Estaba como idiota. Pregunté:
-¿A que se dedica?
El chofer contestó diciendo:
-Canta la misa en la Catedral. Ella...
No lo dejé terminar. Pensé: "Prostituta, prostituta". ¡Qué malo es el archivo de Sanidad! ¡Qué incompleto el nuestro!

Raulí. Noble nombre de árbol que designa a una calle más pecadora que María Magdalena. Calle con tierra en el centro y lo había olvidado. La casa tenía un farol. La dueña, después de media botella o algo más de cognac, cantaba ópera hacia la calle, era e Me reconoció, no cabía duda. Sonrió inquieta. Los policías no somos buenos clientes ni mucho menos.
-¿Busca a alguien, inspector?
-Sí, al "Manco", que me recetó 8 días de cama.
-Anda en el Perú. No creo que vuelva. Sé que no ganaría nada diciéndole que lo olvide ¿cierto?
-No. El Perú está cerca y si se encuentra allá tendremos que estirar un poco más los dedos. ¿Es "El Manco" su hombre?
-Inspector, aquella noche fui a buscar algo que él vende y dio la casualidad que usted estaba metido en un merengue de trago y mujeres. Usted es muy sapo o lo parece: miró mucho, demasiado. No tengo nada que ver con él.
-Ah, pero usted y "El Manco" están aquí y muy juntos. -Le mostré la fotografía.
-¡Ah, eso! Créame, lo ignoro todo, excepto que él sabe que le pegó a usted y por eso se largó para el Perú. Le voy a hacer un favor, me crea o no: le dicen "El Manco" por su extraordinaria velocidad para sacar y usar el arma.
-Gracias, es la tercera vez que me lo dicen, si cuento a Pérez de Arce que lo afirmó muy concretamente.
Aunque nadie lo crea, pagué, y la ex vestido verde, ahora colgando de una perilla de bronce, recibió los billetes. Salí.
La calle me recibió con una especie de llanto frío. Alcé la vuelta de mi abrigo nuevo. Un cigarrillo se colgó de mis labios, pero no alcancé a encender el fósforo: alguien estaba detrás de mí y sentí la clara sensación de algo duro a la altura del 7º esp -Voy a llevarlo nuevamente a la Plaza Bulnes, inspector, y éste será su último viaje.
La calle, desolada como mi angustia, no me ofrecía salvación alguna. Ya "El Manco" me había golpeado una vez por motivos menores que, hasta el momento, sólo imaginaba. Sí, aquello era la muerte. En cierto modo, la había buscado. Claro, ¡cierto! Era polic La cortina del alcohol, ira y sangre se levantó de nuevo:
-¿Y?
Una sola letra era suficiente para mostrarme toda la impotencia que existía en mí. Aspera y amarga saliva. El cigarrillo se soltó de mis labios y cayó al suelo. Esa letra interrogando pedía una respuesta. Esa letra quemaba e infamaba mi condición. Me tra -¿Y qué? Si va a disparar, dispare. ¿Qué espera?
-No todavía. Sé que ha estado, inspector Cortés, hurgueteando en la muerte de Pérez de Arce. No se preocupe, murió con sus balas, las mismas que usaré en contra de usted. No deja de ser divertido, un Jefe de Brigada muere asesinado con su proprio revólve Amartilló el arma con lentitud. El sonido del gatillo pasando por el descanso casi me hace caer de rodillas. Es triste morir así, sin pelearla. ¿Qué dirían los míos? Ignoro si respiraba. Sentí un hipo hondo, parecido a la zozobra de un náufrago. "El Manc "El Manco" cayó al suelo al recibir mi codo izquierdo en pleno plexo solar, codo-catapulta lanzado por el odio acumulado en varios meses y por el miedo a morir tan recientemente sentido. Sonó un disparo y luego 3 más y otros 3. Con los últimos había vaci

 

 

 

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