La semilla del Cardo simbolizando la siembra de cultura

Bibliotecas Rurales Argentinas

La espera

Todos los que esperaban en la Sala de Justicia sabían que él había asesinado a su mejor amigo, y el pueblo entero consideraba aquel crimen un hecho
odioso, execrable, según expresión que últimamente se había impuesto; aunque nadie se había parado a pregun tarse los auténticos motivos. Pensaron,
primero el sargento encargado del caso y después el propio juez, que el hecho se había producido por efectos del alcohol y alusiones larvadas a la
honradez sexual de Purita, lo que a ojos de algunos atenuaría la pos ible pena. A nadie le importaban las inclinaciones de Purita, ni siquiera a él mismo,
aunque sería difícil convencer a los demás de que nada había existido entre Purita y Gerardo "El Niño".

Instalado al fondo del corredor, en el calabozo de los Juzgados, mientras esperaba el momento del juicio, repasó una y otra vez los momentos anteriores al crimen,
desde que salió del bar de Miguel a mitad de la juerga, se dirigió al coche, estacionado cie n metros calle abajo, buscó calmadamente las llaves en los bolsillos,
tanteando primero en los del pantalón para terminar inspeccionando en el derecho de la chaqueta y sacar el llavero de cuero que cerraba con un corchete
excesivamente dócil que siempre d ejaba las llaves fuera de su funda, giró lentamente la llave en la cerradura de la puerta del acompañante, tiró de la manilla, abrió y
buscó en la guantera; revivió la visión de su mano hurgando en la gaveta, como algo ajeno a sí mismo, que acariciaba en la oscuridad de la noche los objetos allí
depositados, y dudaba entre el fino tacto de la pistolera de cuero y la rugosidad de la empuñadura del cuchillo de monte y cómo su mente había desechado la pistola
para no facilitarle el trabajo a algún reportero poco imaginativo que adjetivaría el arma como "reglamentaria"; evocó el roce del machete en la pierna, escondido en
la cadera, por dentro del pantalón, para no ser descubierto por algún viandante en el corto camino de regreso, su entrada de nuevo en el ba r de Miguel mientras el
Niño reía ruidosamente, pensó que podría haberse ahorrado aquella última broma, cuando ya estaba decidida su muerte, pero tuvo que hacerla, como siempre, él
siempre tenía que hacer la última broma. Recordó la cálida sensación fría del cuchillo en su mano, la seguridad que infundía a todos sus movimientos, y el borbotón
de sangre cuando lo clavó en el cuello echado hacia atrás por la risa, la cara de sorpresa de Gerardo, sus manos intentando inútilmente taponar el boquete por el
que se le iba la vida y su estúpida caída hacia adelante para clavarse aún más el cuchillo, quedando en aquella teatral postura de película de serie B, el cuerpo
ligeramente estirado con una mano adelante y la otra reposando en la espalda, encima del cinturó n, sobre aquella mancha de sangre que parecía salsa de tomate..
Entonces, sólo entonces, rió la última broma de su amigo, mientras los demás se quedaban en silencio, dudando si habían presenciado una muerte real o una
representación burlesca.

Acabó la última copa, y se marchó a entregarse al cuartelillo de la Guardia Civil, como lo había leído tantas veces en los periódicos: "...después de cometer el
horrendo crimen el asesino se entregó voluntariamente en el cuartel de la Guardia Civil", sólo que ahora él era el protagonista y este no era un sucio crimen de amor
y celos, y aunque para él hubiera pasado el tiempo de las frases. Sus compañeros, al principio, se negaron a detenerle, no podían creer que Juanito hubiera podido
matar a su amigo. Re sultaba increíble que alguien tan pacífico, conocido por todos como el guardia de carácter más tranquilo del Cuerpo, hubiera podido matar a
su amigo de la infancia, y más increíble resultaba que hubiera sido de aquella manera tan sangrienta: como el sacri ficio ritual de los cerdos en la matanza de
Navidad, clavando un cuchillo en el cuello. En la soledad de la celda Juan sonrió ante esta idea nueva: Gerardo había muerto como un cerdo en día de matanza,
pero sin artesa en la que recoger la sangre vertida.< P> El abogado había intentado averiguar los motivos de Juan, le había preguntado hasta la saciedad el porqué,
necesitaba encontrar alguna causa que explicara aquel, en apariencia, absurdo crimen; necesitaba que Gerardo hubiera vertido alguna insinuación sobr e Purita, o, al
menos, que se hubiera reído con alguna insinuación de los contertulios. Juan siempre contestaba que no había habido nada de esto, que Purita no tenía nada que ver
con el asunto, que Gerardo era el mejor amigo que había tenido en su vida, p ero que llevaba ya mucho tiempo pensando en acabar con él. No, no había sido un
asesinato premeditado porque no había pensado hacerlo aquella noche con el cuchillo de las cacerías, con el que remataba a los jabalíes ya tendidos por el disparo
y a los que a veces despellejaba, le contó al abogado cómo dudó entre si hacerlo con su arma reglamentaria del Cuerpo o hacerlo con el cuchillo; no, no había sido
un asesinato premeditado, pero tampoco había sido un arranque momentáneo fruto de un enfado pasajero por que hacía años que había pensado en matar a
Gerardo, antes de casarse con Purita e, incluso antes de haberla conocido. No recordaba cuándo fue la primera vez que pensó matarle, debían de ser muy jóvenes,
aunque la primera no pensó en matarlo, sólo en quit arle la sonrisa, quitarle la sonrisa de golpe, sin saber qué cara pondría y y sin llegar a intuir que pondría cara de
sorpresa, en vez de cara de dolor; seguro que Gerardo no pudo ni imaginar que su amigo le había clavado el cuchillo en la garganta, y pro bablemente nunca llegó a
creer que había sido Juan, aunque lo hubiera visto, y si lo supo murió ignorante del motivo.

Claro que a lo hecho pecho, que se fastidiara, porque de ahora en adelante ya nadie le vendría con las mismas, conque si Juanito; ni siquiera los gacetilleros de
provincias habían sido capaces de llamarle Juanito, aparecía su nombre completo, con sus apel lidos y todo, y siempre ponía "El cabo de la Guardia Civil", y
después el nombre y apellidos, por eso se dejó el bigote cuando tenía dieciocho años, para que todo el mundo dejara de llamarle Juanito, como si fuera un niño, a
pesar de que el Niño era Gerar do, sólo que a Gerardo se lo llamaban de forma cariñosa, hasta las chicas con las que se liaba, y a él siempre le llamaban Juanito
porque era bajito, y ninguna le hizo caso hasta que llegó Purita, aunque decían por el pueblo que cuando la trajo tuvo un lí o con Gerardo, pero de eso mejor no
hablar, porque los dos le dijeron que era mentira, que eran amigos, los dos que más le querían, su novia y su amigo, y tenía muy claro que no le habían engañado,
aunque Gerardo se riera porque siempre se estaba riendo; y después de dejarse crecer bigote fue cuando se le ocurrió meterse a la Guardia Civil, que de esos no se
reía nadie y todo el mundo se apartaba para dejarles pasar, hasta cuando no llevaban armas, aunque fueran bajitos como él, y luego fue cuando se dejó crecer las
puntas del bigote hacia arriba porque lo había visto en una foto antigua de una revista del cuerpo y daba un aspecto imponente, y perteneciendo a la Benemérita y
con aquel bigote seguro que nadie le llamaría ya Juanito, ni se atrevería a hacer le aquellas bromas que todos se creían con derecho a hacerle.

Por eso ya no quería ir al pueblo, ni en vacaciones; Gerardo fue el primero que empezó con las bromas acerca del bigote y se atrevía a tirarle de las puntitas, a
pesar de que ya era miembro del Cuerpo, aunque sólo un número, pero, bueno..., a un número va le, pero a un cabo eso ya era algo que no se podía consentir,
porque él era una autoridad, por eso no quería ir al pueblo, porque allí todos le conocían y le seguían tratando como Juanito, a pesar de ser Cabo de la Guardia
Civil, hasta se emborrachaban y querían emborracharle a él, para reírse, aunque eran cosas que le podía consentir a Gerardo porque para eso era amigo desde la
infancia, y no se iba a liar a cuchilladas con él, ni siquiera a denunciarlo por mofas a la autoridad cuando le decía que trajer a el tricornio y que si tricornio significaba
que tenía tres cuernos y no dos como todos los casados del pueblo, y él también se reía porque sabía que las bromas de Gerardo no tenían mala intención, y
dudaba si matarle o no, pero no porque se riera de la Guardia Civil, ni por lo que decían las gentes de Purita y él, sino porque era una idea que le rondaba la cabeza
desde hacía mucho tiempo, porque él quería a Gerardo, aunque le hubiera matado porque tenía que hacerlo, lo que pasa es que al abogado no se l o podía decir,
porque no lo iba a entender.

No, loco no estaba, cómo se le había podido ocurrir al abogado eso, si seguía por ese camino iba a tener que buscar a otro que fuera más competente, y mira que
éste le estaba costando bien de dinero; pero es que no tenía que haber hecho caso ni a su madre ni a Purita, tenían que haberse ido a pasar las vacaciones a
Benidorm, como todo el mundo, con lo que ganaba les daba para irse quince o veinte días a la playa, y luego a su casa, que bien a gusto que estaban los dos solos,
pero entre la una que si no va mos a ir a ver a tu madre este año y la otra que cuándo vas a venir Juanito -a ella era a la única que le consentía que le llamara así,
bueno, a ella, a Purita y a Gerardo, pero a él porque no podía prohibírselo- aunque le decía, no mamá, que me llamo Jua n y ella siempre contestaba que los hijos
son unos niños toda la vida de la madre y le decía Juanito que ya ni vienes por Navidad, como si te hubieras olvidado de la familia, y no se había olvidado, que bien
que se acordaba de su madre, ni un cumpleaños s e le pasaba de nadie de la familia y a todos los llamaba por teléfono, aunque fuera un día de servicio, siempre
encontraba un momento para llamar a felicitar, hasta a Gerardo le llamaba, eso que cumplía cada cuatro años porque había nacido un veintinueve de febrero y por
eso decía que era el más joven de todos los amigos de cuando eran chicos; pero no tenía que haber seguido viniendo al pueblo, sobre todo desde que la primera
vez que llevó a Purita empezaron las bromas, y Gerardo le decía que vaya don Jua n que estás hecho Juanito, y encima se lo decía delante de Purita y ella se reía
mucho con las bromas de Gerardo y los juegos de palabras entre don Juan y Juanito. Y, aunque la había conocido en Zaragoza, ella no tenía nada que ver con la
muerte de Gerard o, el crimen, como decían los periódicos, pero eso fue al principio porque ya no hablaban de nada del asunto, sólo que el abogado no se lo quería
creer y entre que estaba loco o que habían sido los celos no había quién lo sacara de ahí, y hay que ver qué sensación más suave la del cuchillo rozando en la pierna
en el camino de vuelta del coche al bar de Miguel, una sensación de seguridad todavía mayor que cuando salía de servicio con el subfusil asomando la punta del
cañón por debajo del capote y todo el m undo que se cruzaba con él se apartaba para dejarle paso, que hasta si se le hubiera encontrado Gerardo se habría
apartado, sólo que cuando venía al pueblo lo hacía de paisano y sólo le quedaban del uniforme de guardia los bigotes con puntas muy largas. A sí que, antes de
entrar en la Sala, le tenía que decir otra vez al abogado que nada de loco, que no estaba loco, y que no enfocara la defensa por allí, ni loco ni celos, que tampoco
quería que anduviera Purita metida en todo este asunto siendo inocente, p orque, como le había explicado muchas veces, ella no tenía nada que ver con la muerte de
Gerardo, a ella lo único que todo esto le estaba haciendo era daño, que bien que estaba sufriendo con su amigo muerto y su marido en la cárcel, así que nada de
intent ar mancharla con la sangre de su amigo, esto sí que es una frase, o sea que todavía no ha pasado el tiempo de las frases, todavía me gustan las grandes frases,
pero lo que no me gusta es lo del arma reglamentaria, aunque el otro día se lo dijera al abogad o. Pero también le había dicho, más de mil veces, que borracho no
estaba, porque casi no bebía, y aquella noche sólo había bebido cerveza cuando los demás estaban de güisqui y cubalibres de coñá, y eso sí que lo podría decir
Miguel, que sabía que él sólo bebía cerveza, y no mucha, porque le entraban muchas ganas de mear y no se podía sujetar, y luego Gerardo empezaba con las
bromas de que si Juanito ya va a mear, que no aguanta y conque si es un meón, así que él sólo se tomaba dos o tres cañas, y aquella noche no se había tomado más
de tres, para que no empezaran con el cachondeíto de si tenía que ir a mear, aunque los demás iban a mear cuando querían, sin esconderse, que salían
abrochándose la portañuela y algunas veces con gotitas de orina en los pantal ones, por no habérsela sacudido bien, y nadie se reía, decían que se habían mojado al
lavarse las manos y el asunto quedaba resuelto, pero él no podía hacer eso y tenía que ser muy cuidadoso, además que le habían dicho en la Academia que tenía
que cuidar la honorabilidad del Cuerpo y eso estaba hasta en los más pequeños detalles, por eso el abogado no podría decir que estaba borracho, porque no era
verdad; sólo Purita sabía que a él le gustaba el güisqui, pero lo bebía en casa, con ella, y después se lo m ontaban muy bien, aunque en la calle nunca bebía más allá
de dos o tres cañas, ni siquiera cuando acababa un servicio y estaba en la cantina del cuartel con los compañeros.

Pues ya estarían todos esperando en la Sala de Justicia, desde hace un buen rato, y no sé qué pasa porque ya tenían que haber venido a por mí, hoy me parece que
le toca al guardia que estuvo conmigo cuando estuve en aquel pueblecillo de Teruel, tan bonito pero que hacía tanto frío, cuando todavía se hacían los servicios a
caballo, entonces éramos todos mucho más jóvenes y no se había perdido el respeto con tantos abogados y tantas leches, que parece que son los que mandan
ahora, nosotros tirados por los c aminos y luego resulta que son estos gilipollas los que saben lo que pasa, aunque se lo inventan como el imbécil ese que todavía no
ha venido y quiere que yo esté loco, o que estaba borracho o que Purita tenía un lío con Gerardo, a él le da lo mismo, con tal de ganar el caso, que para él no soy
más que un caso, pues se va a enterar, y ya puede buscarse otra cosa que no sean esas tonterías, porque dice que al juez no se puede ir con que le había matado
porque hacía mucho tiempo que le tenía ganas, aunque f uéramos amigos, ¡coño!, pues por eso mismo, ¡porque éramos amigos!, si no ¿de qué?, ¿de qué me iba yo
a jugar que me metieran la perpetua y me echaran del cuerpo, si no fuera amigo mío?, que, sea como sea, más de diez o doce años no cumplo y luego a vivir otra
vez con Purita, aunque estará más vieja y, a lo mejor, hasta me ha dejado de querer para entonces, que eso no lo había pensado cuando decidí que Gerardo se
fuera para el otro barrio.

Claro, que lo mismo el que se ha ido para el otro barrio ha sido el juez, porque el día que vino a tomarme declaración tenía la cara como Gerardo cuando le clavé el
cuchillo, estaba el tío pálido y casi no le salían las palabras de la boca y le tenía que hablar al secretario para que él me preguntara, y yo, si hubiera venido solo se lo
habría contado todo, porque los jueces sí que son autoridad, que hasta le he visto cuadrarse al Capitán de la Comandancia delante de un juez, pero el secretario me
parece q ue sólo es el que apunta lo que se dice, como yo cuando me tocaba de puerta y tenía que apuntar todas las denuncias de la gente que venía, sólo que el
secretario toma nota de lo que ya se sabe, porque yo ya había dicho, todas las veces que me habían pregu ntado, que sí, que yo había clavado el cuchillo en la
garganta de Gerardo, y que el cuchillo era el que tenía para las cacerías, que es bien bueno y me lo han retenido, aunque a mí me gustaría que me lo guardara mi
padre para cuando saliera de la cárcel, pero yo siempre he dicho que sí, que yo he matado a Gerardo, así que no sé a ton de qué viene tanto preguntar, será porque
no he dicho por qué lo hice, aunque es una idea que tenía desde chiquito, y si de verdad lo siento por alguien es por Purita, la pob re, que se tendrá que ir a vivir a
su pueblo y la gente dirá que no tenía que haber salido con el guardia, que los guardias son gente de paso en los pueblos, pero yo, después de haberme acostado
con ella, me casé, cuando ya no me hacía falta, porque nosot ros cumplimos, que la gente se cree que porque luego nos vamos a otro pueblo hacemos lo que
queremos, como si no fuera el honor la principal divisa de la Guardia Civil; que eso sí que me fastidia de haber matado a Gerardo, que seguro que me echan de la
Gu ardia Civil, o, por lo menos, eso es lo que dice el abogado, aunque aquí no se hace como en una película que vi que para echar a uno le ponían en la plaza del
cuartel y le arrancaban los galones delante de los compañeros, aquí te echan, y... en paz: ¡que te den por saco!

Ahora..., que eso sí que no te lo perdono, y mira que te he perdonado muchas, te perdono hasta que me metan en la cárcel por tu culpa, y tú sabes, Gerardo,
porque nos conocemos bien, que me da miedo que me metan en la cárcel, ¡un guardia civil en la cárce l!, ¡un picoleto!, como nos llaman, seguro que me matan a mí,
y eso no me importa, y eso te lo perdono, lo que no te perdono es que me echen del Cuerpo, porque en el cuerpo la gente me respetaba, bueno, tú no, pero de ti
ya estaba acostumbrado, a tus líos y a tus bromas, y sólo te veía una vez al año, en vacaciones, aunque no hubiera tenido que ir por el pueblo, y menos andar con
vosotros, y sobre todo contigo, aunque tus bromas no me importaban, de verdad, ni siquiera cuando te metías con el tricornio o con el bigote, porque yo sabía que
Purita te quería, ...como un hermano, no me vayas a entender mal, y yo sé que le ha dolido lo que te ha pasado, no por mí, que también, que no le gusta que esté en
la cárcel porque a mí también me quiere, pero de otra ma nera, como marido, yo sé que ha sentido tu muerte y seguro, yo no lo podía ver, pero seguro que ha ido a
llevarte flores al camposanto, donde íbamos de chicos a tirar piedras, que qué bien que lo pasábamos, aquellas piedras como lonchas de la pared del ca mposanto
que botaban en la alberca al tirarlas de sobaquillo, las más chicas, las que rellenaban los huecos de las grandes, en los huecos había muchos nidos, tampoco te
perdoné que me dijeras que metiera la mano a coger un nido de un hueco y te hubieras c agado en un periódico y puesto allí y saqué la mano llena de tu mierda
delante de todos que se reían, y tú te llevabas las manos a la barriga..., de risa, siendo mi mejor amigo, que te tenía que haber matado entonces y no esperar tanto
tiempo...

Rodolfo Mateos, España (c) 1998

rmateo1@encina.pntic.mec.es

Rodolfo Mateos nació en la meseta castellana hace ya más de 40 años. Vivió su primera infancia en la Sierra de Gredos y su adolescencia y juventud en Andalucía
en donde aprendió el gusto por la libertad sin adjetivos. Estudió Letras en la Universidad de G ranada en una época en la que era más importante la lucha política
que el estudio de teorías lingüísticas o literarias. Catedrático de Lengua y Literatura española en un pequeño instituto, ha retornado el gusto juvenil por la escritura
-abandonada por inf luencias escolásticas-; ha escrito una novela inédita, varios cuentos y prepara una segunda novelita, aún sin título, tratando de explicarse la
actual España industrial y democrática desde la España caciquil del último siglo.

Comentarios del autor sobre el cuento:
Si en todas las narraciones se encuentran ecos más o menos larvados de experiencias del autor, la presente cumple plenamente esta condición: una noche de juerga
juvenil, con alcohol en abundancia, un antiguo compañero de estudios infantiles reconvertido e n "autoridad", y una pistola como símbolo de la autoridad mancillada.
Lo demás sólo quiere ser Literatura (con mayúsculas o minúsculas). Me pareció oportuno un cierto toque edípico, la sustitución de la pistola por el más tradicional
cuchillo de monte, y la insinuación de un posible triángulo. Con estos elementos la historia ya estaba creada; presentarla como monólogo interior, no sé si de forma
acertada, supone un homenaje a Martín Santos, de quien aprendí la técnica en Tiempo de Silencio, hace de masiados años. Escribí la historia de un tirón, aunque la
he sometido a constantes revisiones, y no estoy convencido de que la forma en que aquí aparece sea la definitiva.

 

 

 

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