La semilla del Cardo simbolizando la siembra de cultura

Bibliotecas Rurales Argentinas

Yo, un Internetadicto

Para escuchar la voz del autor pulsar

-El primer paso para tu recuperación lo estás dando ahora, al reconocer que estás enfermo y buscar ayuda para curarte-
El tono comprensivo de su voz al decir estas palabras, su mirada condescendiente, el brazo extendido en dirección a mí, todo en él me inspiraba confianza y me
invitaba a seguirle contando. Y yo necesitaba contárselo.
-Tenemos que llegar al fondo del problema para poder atacar sus causas. Solamente así te vas a curar-siguió diciendo Fernando. Fernando era mi psicoanalista. En
realidad, era más que eso, era mi mejor amigo. Cuando mi mujer, hace ya cinco años atrás, empezó con sus depresiones lo fuimos a ver por recomendación de otro
amigo. Las sesiones que tuvimos los tres en esa época salvaron a mi mujer y a nuestro matrimonio, que había empezado a resquebrajarse por las continuas peleas.
Le ofrecimos nuestra amistad y él la aceptó, pero no sin antes advertirnos que no podría volver a psicoanalizarnos. Ahora, al cabo de cinco años, rompía ese
juramento. Cuando le expliqué por teléfono de qué se trataba, se interesó por mi problema y me dio un turno para el día siguiente. Había oído hablar de la
Internetadicción en un seminario, pero yo era el primer paciente con ese problema. Además, me atendería gratis. De todas maneras, yo no podría haberle pagado
las visitas, ya que mi enfermedad me había llevado a la ruina económica.
-Contame desde el principio. Cómo empezó todo?-me dijo en tono de confidencia.
-Empezó en mi trabajo. Ahí usábamos el correo electrónico diariamente para comunicarnos con colegas. Nos enviábamos documentos, citas a reuniones,
protocolos, todo eso. Un día, me instalaron un programa para "navegar" por el "espacio cibernético", o World Wide Web, como también lo llaman-
-Me vas a tener que explicar que es todo eso. Acordate que yo de eso no sé prácticamente nada-me exhortó Fernando.
-Yo no conozco muy bien los detalles técnicos-confesé-pero se trata de una herramienta para buscar información en una red internacional de computadoras a la
cual están conectadas las computadoras de mi empresa: la Internet. La información que buscás puede estar en una computadora en cualquier rincón del mundo. Si
encontrás una punta en alguna máquina, podés seguir el hilo hasta llegar a encontrar la información específica que necesitás A eso le llaman "navegar" por el espacio
cibernético. Entendés?-
-Creo que algo voy entendiendo. Y te servía para tu trabajo?-
-Al principio, nos pareció interesante. Podíamos acceder a un montón de información que de otra forma nos hubiera tomado semanas encontrarla. Agilizaba
bastante el trabajo. Sin embargo, pronto empezamos a meternos por lugares con información menos útil: las fotos de chicas de Playboy, los museos de arte, las
bases de datos sobre deportes, hay de todo lo que pidás. Al final, el tiempo que ganábuscar algo sobre Argentina. Llegué a un lugar con información sobre el país,
fotos turísticas y la trucha del Presidente. Me sentía emocionado y no era para menos. Después de casi veinte años viviendo en Suecia, gracias a la técnica moderna,
podía acceder a información sobre mi país en pocos segundos. Seguí buscando y encontré noticias, dibujitos de Mafalda, chistes de gallegos, de todo. Me sentía
como si nunca me hubiera ido. De repente estaba todo tan cerca y no a quince mil kilómetros de acá-
-Pero hasta ese momento no te habías puesto en contacto con nadie, no?-
-No, pero leí en varias partes sobre una lista de argentinos y de un cafetín. Sin comprender que era eso, saqué una lista con nombres y datos personales de los
participantes en la lista de los argentinos. Eran como doscientas páginas llenas de nombres, direcciones de correo electrónico y otros datos de argentinos residentes
en el extranjero. Empecé a mirar los nombres para ver si veía alguno conocido, sin éxito. Ahí encontré la forma de integrarme a la lista o cafetín, como le llamamos.
Envié mis datos y al poco tiempo estaba recibiendo correspondencia electrónica sobre los más variados temas, de argentinos desparramados por todo el mundo-
-Cómo funciona eso?-
-Vos mandás una carta a la dirección electrónica del café y esa carta se distribuye a todos los otros participantes. De esa manera, vos también podés ver las cartas
que los otros mandan. Se arman discusiones donde participan varios miembros, se pide y se distribuye información, se rememoran cosas de cuando éramos chicos.
Al principio, es muy lindo-
-Te sentías acogido por el grupo?-
-Bueno, al principio sólo leía lo que otros mandaban. Un día me decidí a probar y mandé mi opinión sobre algo que se estaba discutiendo. No me acuerdo que era.
Pensé que iba a recibir alguna respuesta, como veía que pasaba cuando algún otro opinaba algo, pero no pasó nada. Me dio un poco de bronca porque sentía
como que me ignoraban. Luego escribí una carta con algo que seguramente iba a provocar algunas reacciones, y así fue. Recibí varias respuestas a través del cafetín
y otras por vía privada. Algunos estaban a favor de lo que yo había expresado en mi carta y otros estaban en contra y bastante enojados-
-Y eso te hizo sentir importante?-
-Sí, fue como un "kick". Contesté algunas de las cartas que me habían llegado y al ratito vinieron nuevas respuestas. Seguí mandando cosas, más o menos
profundas. Todos los días tenía más de cincuenta cartas en mi buzón. Tenía que leerlas y tirarlas ese mismo día, porque si no, se amontonaban y atascaban la
computadora. Además, con algunos de los participantes empezamos a cartearnos por vía privada-
-Qué es eso de la vía privada?-
-A pesar de que las cartas pasan por el cafetín, siempre llevan la dirección electrónica del que las envió. De esa manera, podés escribirle directamente a esa
persona, sin que los otros del café se enteren de lo que le decís. Me pareció una linda forma de entablar contacto con gente que tenía algo en común conmigo:
vivíamos en el mismo barrio, íbamos al mismo colegio, éramos hinchas del mismo club, esas cosas, viste?-
-Y empezaste a descuidar tu trabajo?-
-Claro! Tenía que responder muchas cartas y pensar lo que les iba a contestar me llevaba bastante tiempo. No me podía concentrar en lo que estaba trabajando y
esperaba ansioso a que la computadora me anunciara la llegada de nuevas cartas. Y eso que la mayor parte de las cartas llegaban durante la tarde y la noche,
cuando yo ya no estaba en el laburo, por la diferencia de horario. Como muchos de los que participan viven en los Estados Unidos y en Argentina, no se ponen
activos hasta la tarde. Eso me frustraba. Sentía que me perdía de participar en discusiones o que otros me robaban las respuestas que yo podría haber enviado si
hubiera estado en el trabajo a esa hora-
-Pero no podías pasarte todo el día en el trabajo, no?-
-Si hubiera podido, lo hubiera hecho. Me escapaba a otro mundo, sin los problemas del trabajo ni las aburridas tareas domésticas. Mientras tanto, la pila de
trabajos aumentaba y en casa desatendía mis obligaciones para con mi familia, ya que estaba con la mente en ese otro mundo. Pero, si no podía estar todo el día en
el trabajo, podía llevarme la Internet a la casa-
-Cómo?-
-Con el pretexto de que sería útil para el desarrollo escolar de los niños, compramos una PC para el hogar. Completa, con impresora, modem para conectarla a
Internet a través del teléfono, CD-ROM, todo. En el precio entraba una suscripción por un año a Internet. Cuando la familia se iba a dormir, podía seguir con lo que
había estado haciendo todo el día en el trabajo. Trabajaba horas extras, je! Ahora podía participar de las discusiones hasta altas horas de la noche. Vivía cansado.
No tenía fuerzas para jugar con los pibes ni para hacer el amor con mi mujer. Empezaron nuevamente las peleas con ella. Después de las discusiones, yo me
refugiaba y buscaba el consuelo del café. A los tres meses, no aguantó más y se fue. Se llevó a los chicos, la ropa y algunas cosas más y me dejó solo, con mi PC.
No puedo decir que lo lamenté. Ahora iba a tener más tiempo para dedicarme a mi hobby, sobre todo ahora que había descubierto el IRC-
-Qué es el IRC?-
-Es una especie de "hot line", un lugar de encuentro donde podés "hablar" con varias personas a la vez. No hablás de verdad, sino que enviás mensajes que llegan
inmediatamente a los que están conectados al mismo canal que vos. Hay distintos canales para tratar diferentes temas y también hay uno dedicado a la Argentina.
Cuando te conectás al canal, elegís un seudónimo, que es como te conocen los demás. Lo que más me divertía era hacerme pasar por quien no era. A veces me
hacía pasar por una chica, otras por un alto ejecutivo, un facineroso, un maricón o un pibito. Los que me identificaban, porque ya me conocían, me seguían la
corriente y siempre había algún gil que se enganchaba y me creía todo lo que decía-
-Te sentías poderoso desde el anonimato?-
-A veces me enojaba con alguno y lo puteaba de arriba a abajo. Otras veces, cuando había alguna piba conectada, me ponía romántico y le mandaba besos
electrónicos. Siempre me las imaginaba lindas y enamoradas de mí. A los hombres, en cambio, los consideraba competencia y me amargaba si alguno se "levantaba"
a alguna de "mis chicas". Algunas veces caía yo también en la jugarreta de otro haciéndose pasar por una piba. Cuando me daba cuenta, me mufaba para el resto
del día-
-Te habrás gastado un dineral en llamadas telefónicas, no?-
-Cuando me llegó la cuenta del teléfono, no lo podía creer. No veía la relación, si yo casi nunca hablaba por teléfono. Tardé un rato en darme cuenta que era por la
conexión a Internet, pero mientras tenía trabajo la podía pagar. Cuando me echaron, se puso más difícil la cosa-
-Y por qué te echaron?-
-Como dormía poco, comía mal, me la pasaba leyendo los mensajes o conectado al IRC, no cumplía con mis tareas. Además me había vuelto agresivo y no quería
que nadie interrumpiera mi entretenimiento con ordenes o preguntas. Mis compañeros de trabajo me odiaban y eso hacía que me metiera más en ese otro mundo. Al
final, me llamó mi jefe y me empezó a criticar. Yo me enfurecí y lo agarré del cuello. Si no me sujetan dos que pasaban casualmente por la puerta de su oficina, creo
que lo hubiera matado. No me denunció a la policía, pero me hizo firmar la renuncia ahí mismo-
-Hasta ese momento, no sospechabas nada de que estabas mal? Cómo te diste cuenta de que estabas enfermo y necesitabas ayuda de un psicólogo?-
-Un día, después de participar en varias acaloradas discusiones del cafetín, recibí una carta por vía privada de un médico argentino. Me dijo que había estado
observando mi participación en el café desde hace algún tiempo y que pensaba que debía ir a un psicólogo. Pobre tipo! Le mandé varias cartas que ahora me dan
vergüenza. Llenas de insultos, lo acusaba de estarme espiando y le decía que no se metiera adonde no lo habían llamado y esas cosas. No me contestó y creo que
se borró del cafetín. También debe de haber cambiado su dirección. A la noche, cuando me fui a dormir, seguía enfurecido. Cuando me estaba quedando dormido,
sentí la voz de mi subconsciente que me decía clarito: "tiene razón". Me desperté sobresaltado, como cuando te parece que están entrando por la ventana para
robarte. El corazón me latía a mil por hora y sudaba. Me dije a mi mismo: mañana lo llamo a Fernando apenas me despierte. Pero a la mañana me había olvidado de
lo pasado durante la noche y como de costumbre, prendí la computadora apenas me levanté. No me acordé durante todo el día, pero a la noche volví a sentir lo
mismo que la noche pasada. Me levanté y puse un cartel grande sobre el teclado de la computadora: "llamá a Fernando!"-
-Creo que por hoy es suficiente. Dejame pensar un poco que tratamiento vas a seguir. Volvé mañana a la misma hora. Y no te digo que trates de abstenerte, porque
sé que no lo vas a hacer-

Cuando uno piensa en un consultorio de psicoanalista, se imagina inmediatamente un diván negro y el psicoanalista sentado junto a la cabecera del mismo en un
banquito, fuera del campo visual del paciente. El consultorio de Fernando no es así, para nada. Es un departamento, en un edificio bastante antiguo en el centro de
Estocolmo. Se llega a él por un ascensor pequeño que sube, lentamente y a los rezongos, los cuatro pisos oscuros y silenciosos. La gruesa puerta de madera deja
paso a una antesala con un baño y un colgador de ropa. La salita de espera, con algunas revistas viejas y deshojadas, huele a café rancio y a humo de cigarrillo. La
oficina en sí cuenta con una ventana que ofrece una bella vista del lago. El diván y el banquito han sido reemplazados por dos cómodos sillones de cuero negro,
donde nos sentamos a conversar. Nos servimos una taza de café cada uno y mientras revolvía el azúcar en el oscuro brebaje, me dio su veredicto.
-Estás muy mal-me dijo-pero tenés cura. Si seguís mis consejos al pie de la letra, te vas a sacar esa manía de encima rápidamente. Tenés que hacer un viaje,
conocer gente nueva, realizar nuevas experiencias, estar desconectado por un tiempo de la Internet-
-Sí, suena lindo, pero con qué plata?-
-Vas a tener que vender tus chiches. Aunque te dé pánico ahora, es la única solución. Vendé todo y vas a tener plata suficiente para viajar a algún lugar alejado,
aislado de las computadoras y la red-
-No voy a poder! Sé que no voy a poder, Fernando. Voy a llegar a la casa y me va a atrapar, me va a pedir a gritos que no la venda. Me van a faltar fuerzas para
hacerlo. Toda mi vida gira alrededor de ella-dije, casi sollozando.
-Lo sé. He visto muchos casos como el tuyo. La gente se da cuenta de que algo les hace mal, pero temen perderlo, por el hueco que les va a quedar cuando "eso"
haya desaparecido. Lo mismo que vos sentís por tu computadora, lo siente el fumador, el alcoholista y el drogadicto. Por eso, he pensado un plan. Poné
atención!-Me ordenó con voz suave.
-Soy todo oídos, doctor-le contesté, un poco burlonamente.
-Prepará una valija con tu ropa. Yo te busco un pasaje y lo compro a tu nombre. Mañana te paso a buscar por tu departamento y te llevo al aeropuerto. Después
voy a tu casa de nuevo y saco la computadora. La vendo y así recupero el dinero del pasaje. Cuando volvás, no la echarás de menos, vas a ver-

Las playas del norte de Mallorca, durante el invierno, despobladas y azotadas por el viento, llenaban de calma mi espíritu. Me sentaba en la arena a contemplar las
olas que rompían contra unas rocas bajo el cielo gris. A mi lado, envuelta en un poncho de lana, se sentaba Eva, mi amada Eva. La abrazaba para brindarle calor y
proteger su cara del azote de millones de granos de arena, arrastrados por el viento. Permanecíamos allí por horas, hasta que el hambre y el frío nos obligaban a
regresar al hotel. Durante esas cuatro semanas, descubrimos que la vida no se termina a los cuarenta, que es posible amar después de haber amado durante años a
otra persona. Llegamos por separado, pero ahora volvíamos juntos, dispuestos a probar si ese amor de vacaciones también resistiría los embates de la convivencia
diaria. Nos separamos en el aeropuerto, pero con la promesa de llamarmos por teléfono al otro día. Yo estaba ansioso por contarle a Fernando lo de Eva y todo lo
maravilloso que me había sucedido durante esas vacaciones. Le llevaba una botella de wisky y una caja de habanos cubanos, comprados en el Tax-free del
aeropuerto de Palma.

Eran las seis de la tarde cuando llegué a su consultorio. A esa hora, ya habría atendido a todos sus pacientes y estaría escribiendo los diarios. La puerta estaba sin
llave y entré calladamente a la antesala, para darle una sorpresa. Entreabrí la puerta de su oficina y me quedé paralizado por lo que vi: los tarros de coca y las cajas
de hamburguesas desbordaban el papelero. La tazas de café se amontonaban sobre el escritorio del antes tan pulcro local. Fernando lucía unas profundas ojeras y
una sonrisa perversa se dibujaba en sus labios, de donde colgaba un cigarrillo apagado. Sus dedos bailaban frenéticamente sobre el teclado de mi ex computadora,
al ritmo de las luces verdes y rojas del modem. Ojalá que alguien, alguna vez, le haga notar que está enfermo, pensé para mi mismo. No se dio cuenta de mi
presencia. Cerré la puerta y bajé en el ascensor con la mente en blanco. Afuera empezaba a nevar.

FIN

Oscar A. Prada, Suecia (c) 1996

Oscar.Prada@elema.siemens.se

Óscar Prada nació en la provincia de Buenos Aires, Argentina, el 7 de marzo de 1959. Llegó a Suecia un frío invierno de 1978, con sus padres y hermano. Allí
conoció a Patricia, una linda chilena de ojos verdes y cabello negro. Ya llevan 16 años de casados, de los cuales tienen como fruto dos hijos, Andrés de 12 años y
Nicolás de 6.
Estudió Física en la Universidad de Estocolmo, pero trabaja en lo que ha sido su hobby de siempre, la informática. Es administrador de sistemas Unix en el
laboratorio de rayos-X de la empresa sueco-alemana Siemens Tjänster AB.
Disfruta de la lectura, sobre todo de la literatura hispanoamericana. También intenta escribir algo, como una forma de mantener vivo el idioma materno. Cada vez
que puede, viaja con la familia a algún país más cálido que Suecia: España, Italia, Francia o Chipre.
Vive en una casa de madera, verde y blanca, en un suburbio a 30 minutos del centro de Estocolmo. Maneja un Toyota Camry '88, algo oxidado, pero con buen
motor. Le gusta cocinar y comer bien, con un buen vino argentino o chileno.

 

 

 

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