Gyanendra Pandey

Universidad de Johns Hopkins

 

 

 

En defensa del fragmento:

escribir la lucha hindo-musulmana

en la India actual

(CUARTA PARTE
EN CASA Y AFUERA)

 

 

 

I

 

Esto no es un artículo. Es una declaración preliminar acerca de algu­nas de las dificultades de escribir la historia de la violencia, más es­pe­cí­fi­ca­men­te en este caso, la historia de la violencia sectaria en la India colonial y poscolonial. La historia de la violencia queda fijada en la escritura de la historiografía de la India moderna como aberra­ción y ausencia. Aberración en el sentido de que se aborda la violencia­ como algo alejado del curso general de la historia india, su forma distorsionada, su momento excepcional: de ninguna manera la histo­ria “real” de la India.1 Ausencia —y aquí la observación se aplica con más vigor a un campo más amplio que el de la historia de la India—, porque­ el discurso histórico ha tenido grandes dificultades para captar y re-pre­­sentar el momento de la violencia. La “historia” de la violencia es, por ello, casi siempre acerca del contexto —acerca de todo lo que sucede alrededor de la violencia.2 La propia violencia se considera como “conocida”. Sus contornos y carácter sencillamen­te se dan por sentados: no hay necesidad de investigar sus formas.

     La declaración que sigue es muy general, un escueto bosquejo por así decirlo de un argumento más amplio acerca de la naturaleza de las evidencias y los modos de análisis y representación empleados­ en el discurso histórico. La profiero de esta forma con la esperanza de enfocar algunos puntos para considerarlos de una manera que no sería posible en una declaración más detallada. Pero hago esto con alguna vacilación. Una razón de esta vacilación es que las for­mu­la­cio­nes presentadas aquí están lejos de quedar resueltas de manera satisfactoria en este punto: dada la naturaleza de las cosas, puede ser que nunca queden resueltas satisfactoriamente.

     Otra razón es que he tenido que adoptar en este texto un tono más personal que el que todavía, quizá, es común en la escritura de la ciencia social y la historia. Mi declaración surge en buena medida de la experiencia de los “disturbios” de Bhagalpur de 1989, la cual figura con cierto detalle en la segunda mitad de este ensayo. Al es­cri­bir acerca de esta experiencia hago un uso considerable de impresiones y observaciones personales reunidas como miembro de un equipo de diez personas que bajo la égida de la Peoples’s Union for Democratic Rights (pudr, Unión del Pueblo por los Derechos Democráticos) en Delhi, realizó una investigación sobre la situación en Bhagalpur tras la violencia en el lugar los hechos. Desde luego, el uso de lo “personal” se fomenta actualmente en los aná­li­sis y escritos sociales,­ científicos y políticos. Sin embargo, no obstante los importantes avan­ces­­ ocasionados por el feminismo, siento que su uso es algo que to­davía muchos de nosotros estamos aprendiendo a negociar: y me sigo sintiendo incómodo por algo que puede parecer una intromisión excesiva del yo del autor en lo que sigue.

     Por último, y posiblemente lo más importante, vacilo porque mi crítica de algunos de los escritos más significativos sobre el conflicto social y político contemporáneo en la India puede parecer poco generosa, en especial con respecto a académicos y activistas que han levantado la voz con valentía ante las fuentes de la opresión y la explotación en nuestro Estado y nuestra sociedad. Sólo puedo decir que la clase de crítica (y autocrítica) presentada aquí sería imposible sin las investigaciones y estudios pioneros de gente como Asghar Ali Engineer y organizaciones como la Peoples’s Union for Civil Liberties (Unión del Pueblo por las Libertades Civiles) y la Unión del Pueblo por los Derechos Democráticos.3 Es posible que mi crítica de sus escritos sobre la política y luchas contemporáneas parezca académica y de poca relevancia en lo inmediato. Sin embargo, quisie­ra creer que hay algún tipo de diálogo entre lo “académico” y lo “político” y que algunos de los argumentos presentados aquí con­tri­bui­­rán de forma modesta al debate actual sobre ciertos problemas políticos vitales de nuestro tiempo.

     La presente declaración aborda la historiografía de la lucha sectaria. Esta historiografía funciona, como lo ha hecho por mucho tiempo, en un contexto político en el que la retórica del nacionalismo tiene una importancia central. En tiempos recientes, en especial a lo largo de los últimos veinte años, esta retórica ha adquirido un nuevo tono y un diferente tipo de estridencia. El sumamente centralizado poder del Estado que ahora se presenta con el nombre de la nación-Estado india, actúa cada vez más descaradamente en nombre de la “clase media”, arribista y consumista, y sus aliados ricos en el campo (“el campesino rico”). Al fomentar la ambición del interés de este sector, el Estado ha mostrado su predisposición a estigmatizar a toda forma de oposición como “antinacional” —ya sea que esta oposición se ubique en la clase trabajadora de la industria, ya entre los pobres de las áreas rurales, ya en otros movimientos­ regionales y locales.

     De los “fragmentos” de la sociedad india —las pequeñas co­mu­ni­da­­des religiosas y de casta, los sectores tribales, los trabajadores indus­triales, grupos de mujeres activistas, de los cuales se puede decir que representan la cultura y prácticas de las “minorías”— se espera que se alineen con la corriente principal (mainstream) (brahmán-hin­dú, consumista) de la cultura nacional dominante. Esta ma­ins­tre­am, que de hecho representa una sección muy pequeña de la so­cie­dad,­ de hecho ha sido ostentada como la cultura nacional. La “Uni­dad en la Diversidad” ha dejado de ser el cometido del nacionalismo indio. Por el contrario, todo lo perteneciente a una minoría que no sea la clase gobernante, todo lo que representa un desafío, lo singular, lo local —por no decir todo lo diferente— aparece como una amenaza, una intrusión, incluso “extranjero” a este nacionalismo.

     Los escritos sobre la política india necesitan poner en primer plano­ este impulso centrado en el Estado de homogeneizar y “norma­li­zar”, y poner en primer plano también la naturaleza sumamente cuestionada­ del territorio del nacionalismo. Parte de la importancia­ del punto de vista “fragmentario” yace en esto, en resistir el impul­so­ de una ho­mo­ge­nei­za­ción superficial y luchar por otras de­fi­ni­cio­nes­ de la “na­ción”­ y de la futura comunidad política potencialmente más ricas.

     No sugiero que la resistencia por parte de la “minoría” funcione siempre, ni siquiera habitualmente, conscientemente de esta manera.­ Pero el historiador, científico social o activista político que toma una distancia para analizar las condiciones de la sociedad india, quizá esté de acuerdo en que esto es una parte importante de lo que está sucediendo. También aquí está implicada una competencia his­to­rio­grá­fi­ca, pues la estrecha y empequeñecedora visión del naciona­lis­mo que describo más atrás se apoya no sólo en una referencia a las tendencias mundiales actuales de las prácticas económicas y po­lí­ticas de los Estados, ni tampoco solamente en aquellos que hablan de la India antigua como la cuna de la civilización y el almacén de todo lo que es bueno y valioso en el mundo contemporáneo, sino tam­bién en una historiografía “moderna” y declaradamente secular y nacionalista, que ha reafirmado las nociones de una unidad natural­ india y de una esencia nacionalista india.

     Esta historiografía ha elevado la nación-Estado —de hecho, una forma contingente de la nación-Estado como se encuentra en la India­ actual— a la condición de fin de toda la historia: tanto así que la “His­to­ria”, en las escuelas, institutos y universidades de la India, sigue terminando generalmente en 1947. También ha forjado para nosotros las diáfanas categorías binarias con las cuales todos hemos tenido que trabajar:

 

secular vs. comunal

nacional vs. local (con demasiada frecuencia entendido como “antinacional’’)

progresista (=“económico”) vs. reaccionario (=“cultural”),

 

categorías que sólo desde tiempos recientes los historiadores han empezado a cuestionar seriamente.4

     Incluso hoy, tras décadas de una vigorosa y refinada escritura de la historia de la pluma de académicos tanto izquierdistas como nacionalistas y liberales, la visión del “centro” sigue siendo el recono­ci­do mirador privilegiado de una reconstrucción con sentido de la his­toria “india” y el archivo “oficial” (archivos del gobierno o, para pe­riodos anteriores, archivos de las cortes) la fuente primaria para su construcción. Esta práctica historiográfica no logra, me parece, acentuar lo bastante el carácter provisional y cambiante de los objetos­ de nuestros análisis: “India” tanto como “Pakistán”, “Awadh” o “An­dhra Pradesh”, la comunidad hindú o musulmana, la “nación”, el “na­­cio­­na­­lis­mo”, el “comunalismo”.

     Al atribuir una cualidad “natural” a una unidad particular, como la India, y al adoptar su archivo “oficial” como la fuente primaria del conocimiento histórico tocante a ella, el historiador adopta la visión del Estado establecido. Sin lugar a dudas esto ha sucedido en la historiografía de la India moderna. El excesivo énfasis puesto en la unidad (dada) de la India y la unidad de la lucha por lograr “su” in­de­pen­­dencia ha significado que la historia de la India desde principios­ del siglo xix tendiera a convertirse en la biografía de la na­ción-Estado­ emergente. También se ha vuelto una historia en la cual el relato de la partición y los disturbios hindo-musulmanes y mu­sul­ma­no-sikhs entre 1946 y 1947 que la acompañaron se descarta sin más.

     La historia de la lucha sectaria en general y de lo que se ha dado en llamar “comunalismo”5 en la India queda fijada en la escritura como una historia secundaria. La política “hindú”, la política “musulmana”­ y la lucha hindo-musulmana aparecen como un elemento menor en el drama principal de la lucha de la India por la independencia de la dominación colonial; y se las asocia habitualmente con las ma­qui­na­cio­­nes de la clase gobernante colonial. Asimismo, las historias de la partición quedan fijadas en la escritura en general como historias de “comunalismo”. Éstas, como cabría esperar, son cualquier cosa menos historias de nobles esfuerzos. Ni siquiera son, en ningún gra­do­ de importancia, historias de lucha y violencia confusa, sacrificio y pérdida, historias de la forja tentativa de nuevas identidades y lealtades, o del surgimiento entre gente de­sa­rrai­ga­da y amargada de nuevas resoluciones y nuevas ambiciones. Son, en su mayor parte, relatos de los “orígenes” o “causas” de la partición, investigaciones de las oportunidades, los errores políticos o de los sucesos sociales y económicos menos manejables que supuestamente provocaron este trágico acontecimiento. Además, en estos relatos, la tragedia aparece­ como una tragedia que, pese a todas sus consecuencias, mi­la­gro­sa­men­te dejó intacto el curso de la historia de la India. A pesar del surgi­mien­­to de dos, después tres, naciones-Estado independientes como resultado de esta partición, “la India”, parecería decir esta his­to­rio­gra­fía, siguió con firmeza —y “naturalmente”— su camino secular, democrático, no violento y tolerante.

     El libro de Bipan Chandra, Modern India,6 el cual es quizá el mejor libro de texto sobre el periodo colonial para estudiantes que están por terminar el ciclo de educación media y los que pasan al nivel universitario, ilustra estos puntos más que bien.

 

El 15 de agosto de 1947, la India celebró con júbilo su primer día de libertad. Los sacrificios de generaciones de patriotas y la sangre de un sinnúmero de mártires había dado su fruto [...] Pero el sentimiento de júbilo [...] estaba entreverado con dolor y tristeza [...] (pues) incluso en el momento mismo de la libertad, una orgía comunal, acompañada de una brutalidad indescriptible, consumía miles de vidas en la India y Pakistán [...] [pp. 305-306]

 

     “Dolor y tristeza” por lo que sólo se puede leer como el secuestro de una lucha ingentemente poderosa y noble. Sigamos leyendo:

 

El símbolo de esta tragedia en el momento del triunfo nacional era la acongojada figura de Gandhiji —el hombre que había llevado el mensaje de no violencia, verdad y amor y valor y hombría al pueblo indio [...] En medio de la alegría nacional, viajó a la tierra bengalí, asolada por el odio, tratando de llevar consuelo a un pueblo que aún entonces seguía pagando el precio de la libertad con una insensata masacre comunal [p. 306, las cursivas son mías].

 

     No se dice explícitamente quién fue el autor de este secuestro en este punto, aunque en otras páginas queda claro que los culpables fueron los comunalistas hindúes y musulmanes, los políticos reaccio­narios y desde luego los británicos [pp. 296-297 y passim]. El secuestro­ conduce a una masacre insensata, cientos de miles de vidas perdidas­ por “el precio de la libertad”. Empero, algo se calla. ¿Quiénes pagan?­ ¿Por la libertad de quién? En lugar de hacer estas preguntas, el libro de texto de Bipan Chandra pasa a dejar testimonio de cómo muere Gandhi, asesinado en enero de 1948, “mártir de la causa de la uni­dad”;­ y cómo el pueblo de la India, “con confianza en su capacidad y su voluntad de lograr sus objetivos [...] entonces [a partir de agosto de 1947] empezó a construir la sociedad justa, la sociedad buena” [pp. 306-307].

     Aquí “Gandhi” y “el pueblo” se convierten en símbolos de la esen­cia nacionalista, el espíritu indio, símbolos que fácilmente pue­den­ usarse como sinónimos. “Gandhi” claramente representa al pue­blo en el relato nacionalista de la lucha anticolonialista de la India. De manera­ similar, tras la desaparición de Gandhi, “el pueblo” aparentemente continúa la obra de Gandhi y marcha hacia adelante, sin ser afectado­ por la partición, disturbios, refugiados, etcétera, para construir “la so­cie­dad justa, la sociedad buena”.

     El libro de texto de Sumit Sarkar,7 más crítico, dirigido a estudian­tes universitarios próximos a graduarse o graduados, propone un ar­gumento diferente pero llega a la misma conclusión acerca del ca­mi­no secular del pueblo indio. La conmovedora escritura de Sarkar habla de “el apogeo del Mahatma”, desde 1946 hasta su muerte en enero de 1948, cuando se esforzaba casi por sí solo por tratar de con­trolar las pasiones que conducían al asesinato de hindúes, musul­ma­­nes y sikhs por todo el norte de la India. La futilidad de semejante “es­­fuerzo personal aislado” era, no obstante, evidente, como advier­te el historiador.

     “Uno podría afirmar aún”, dice Sarkar, “que la única alternativa verdadera estaba en el camino de la lucha masiva, militante y unida, en contra del imperialismo y sus aliados indios” [p. 438]. Enseguida describe en un tono bastante optimista el persistente potencial para tal lucha.

 

A pesar de la obvia perturbación causada por los disturbios, de ninguna­ manera esta posibilidad se vio obstaculizada completamente incluso durante el invierno de 1946-1947. Cinco meses después de los disturbios­ de agosto [las “grandes matanzas de Calcuta” de agosto de 1946], los es­tu­dian­tes de Calcuta salieron de nuevo a las calles el 21 de enero de 1947 llevando a cabo manifestaciones que hacen pensar en es­ta­du­ni­den­ses con su consigna de “Hands off Vietnam”, cuando protestaban por el uso del aeropuerto de Dum Dum por parte de aviones franceses, y todas las divisiones comunales parecían olvidadas en la absolutamente unida y finalmente victoriosa huelga de tranvías que duró 85 días, bajo la di­ri­gencia Comunista, que comenzó ese mismo día [...] [pp. 438-39].

 

     Asimismo, el autor se refiere a la “ola de huelgas” de enero y febrero­ de 1947 en Calcuta, Kanpur, Karachi, Coimbatore y otros lugares, sólo para añadir: “Las huelgas [...] proclamaban demandas puramen­te económicas; lo que seguía faltando era un mando político con la influencia y determinación suficientes” [p. 439].

     He tomado citas de dos de los mejores libros generales sobre la historia de la India colonial y del movimiento nacional indio, ambos­ de académicos que escriben siguiendo una filiación marxista, para destacar lo que quiero demostrar acerca de la dominación bastante notable del paradigma nacionalista en los escritos de la partición y la independencia. Esta escritura de la historia es parte de un discurso­ nacionalista más amplio, el cual encuentra una expresión vigorosa también en el cine, el periodismo y la literatura. Para la mayoría de la gente que vivía en lo que hoy son los divididos territorios del norte de la India, Pakistán y Bangladesh, la partición fue el suceso más importante del siglo xx —equivalente en términos del trauma genera­do y sus consecuencias a la primera Guerra Mundial (la “gran gue­rra”)­ para Gran Bretaña o la segunda Guerra Mundial para Francia y Japón. La experiencia de la primera y segunda Guerras Mun­dia­les­ se conmemora en Europa Occidental y en Japón mediante la erección de importantes monumentos nacionales: no sorprende que en la India no haya nada comparable para la partición. Sin embargo, la borradura de la memoria va más lejos en este caso.8

     Al igual que en la escritura de la historia, en el cine y la novela los in­te­lec­tua­les indios han sucumbido a la tentación de celebrar la histo­ria de la lucha por la independencia más que a ocuparse de la agonía de la partición. Esta declaración requiere de una calificación conside­rable. Ha habido un alud de estudios sobre la partición y la violencia­ sectaria entre 1946 y 1947 escritos en punjabi, urdu e hindi. Pero la “literatura sobre la partición” de los primeros tiempos —de la cual las devastadoras historias de Sa’adat Hasan Manto es el ejemplo más destacado— en buena medida se limitaba a las áreas del Punjab y sus alrededores barridas por la lucha durante los primeros diez años después de la partición, más o menos.9 Las declaraciones litera­rias subsiguientes acerca de este tema que provienen del norte de la India caen con mucha mayor claridad dentro de la problemática secular nacionalista, para la cual la partición era una historia fallida —un fracaso intrigante y en efecto inexplicable. La obra clásica en este género probablemente sea Aadha Gaon (1966) de Rahi Masoon Raza.

     Lo que es todavía más notable es que la violencia sectaria y sus consecuencias no figuren como un motivo central en la literatura bengalí del periodo posterior a la partición. Un estudio reciente nota que mientras la hambruna de 1943 parece haber conmovido profundamente a los hombres de letras bengalíes,

 

“la partición de Bengala [originada por la separación de Bengala oriental, que se volvió parte de Pakistán en 1947, de Bengala occidental que siguió siendo parte de la India] que [...] cambió definitivamente todas las antiguas configuraciones socioeconómicas en 1947 y a partir de entonces, nunca se convirtió en un tema predominante de la novela bengalí incluso durante los años cincuenta y poco después de esa década”.10

 

     Desde luego en el cine, el gran director bengalí Ritwik Ghatak produjo una serie de incomparables declaraciones fílmicas acerca del dolor, desesperación y esperanzas de los desposeídos y desplazados por la partición: Komal Gandhar (1959), Subarnarekha (1962), Titash Ekti Nadir Nam (1973) y, de una manera más o menos indirecta,­ Meghe Dhaka Tara (1960). Pero Ghatak sigue siendo una excepción —y no debido únicamente a su brillante talento. En general en el cine bengalí, así como en la enorme industria cinematográfica en hindi y urdu cuya base es Bombay, así como también en la gran can­tidad de filmes documentales producidos por la Film Division de la India, los cineastas han dedicado relativamente poca atención a la historia y consecuencias de la partición.

     Entre las películas en hindi y urdu, el ejemplo que se destaca por encima de esto es Garam Hawa de M. S. Sathyu, notable declaración de principios de los años setenta, la cual retrata con sensibilidad la insania colectiva, el desarraigo, el sin sentido de la existencia y las búsquedas atemorizantes de nuevo significado “en otra parte” que fueron el destino de tanta gente en los primeros años después de la partición. La serie de televisión Tamas, más reciente, basada en la novela homónima de Bhishma Sahni publicada en 1972, ha adquirido una importancia especial debido al público que alcanzó. Sin embargo, esta historia señala un regreso a una declaración nacio­nalista menos sutil en la cual agents-provocateurs y malévolos grupos misteriosos que controlan todo tras bambalinas engañan a un pueblo­ inocente y engatusado, pero valiente. Además,­ la partición se re­pre­sen­­ta aquí como si fuera un desastre natural en el cual las acciones humanas tienen un papel menor: alejadas del torrente de la vida diaria. Como ya hemos notado, ésta es también la línea que ha segui­do la respetable y académica historiografía nacionalista.

     Las razones de esta suerte de supresión que acabo de describir no son difíciles de encontrar. Las diferencias y luchas entre hindúes y musulmanes persisten aún hoy en la India, y al contar la historia de estas luchas surge el peligro real de abrir viejas heridas. Además, no hay consenso entre nosotros acerca de la naturaleza de la partición. No tenemos medios de representar una pérdida tan trágica, ni de atribuir —o más bien, aceptar— la responsabilidad de ello. En consecuencia, nuestra historiografía, periodismo y cinematografía naciona­lis­tas han tendido a generar algo así como una amnesia colectiva. De manera consciente o no, han representado la partición y todo lo que la acompañó como una aberración. El 14 de agosto de 1947 (el día que se fundó Pakistán) se convierte en un accidente, un “error” —un error cuya responsabilidad no nos atañe, sino a “otros”.

     Quisiera sugerir, además, que nuestros análisis de la política y las luchas en la India tras la independencia se han apegado bastante a estas directrices. Buscaré demostrar esto mediante un examen de la his­to­rio­grafía del “comunalismo contemporáneo”. Hay otro be­ne­fi­cio­ in­ci­­den­tal que puede fluir de dicho examen. Los acon­te­ci­mien­tos­ recien­tes y los escritos sobre ellos revelan por su inmediatez e incerti­dum­bre muchas de las vicisitudes de las evidencias y de la representación a las cuales los historiadores de las primeras épocas se creían inmunes.

     Aunque el contexto inmediato para las observaciones que siguen­ es la experiencia de “disturbios” recientes, particularmente los su­ce­di­­dos en Bhagalpur en 1989, quisiera subrayar que las dificultades de reunir evidencias y de representación que surgieron aquí señalan­ la in­sensatez de usar “evidencias” de digamos cincuenta o cien años atrás como si fueran de alguna manera “transparentes”: relatos ses­ga­dos, sin lugar a dudas, pero relatos que pueden ser equilibrados­ al com­pen­­sar­­se unos a otros, mediante adiciones y substracciones apro­piadas, para darnos una reconstrucción más o menos adecuada­ de la “historia”.­

 

 

II

 

Se ha vuelto cosa común en los escritos recientes describir una lucha­ tras otra como “posiblemente la peor desde 1947”, tanta ha sido la magnitud y brutalidad de la violencia sectaria en los años ochenta.11 Bhagalpur 1989 fue uno de estos devastadores brotes. Esta ola de violencia en Bhagalpur empezó la última semana de octubre de 1989. Incendiarismo, saqueo y asesinatos cundieron desde la ciudad al campo circundante y asolaron la región prácticamente sin freno du­ran­te varios días. Entonces la situación fue controlada en algo por fuerzas militares y paramilitares; pero una atmósfera de miedo y terror persistió durante meses.12

     Dada la dimensión de los “disturbios”, y el infame papel de la ad­ministración local al fomentar los ataques y destruir las evi­den­cias,­ es imposible establecer los “hechos” de este acontecimiento —lo que los historiadores tradicionales gustan de llamar la “substancia” del relato. Es posible que hasta mil personas hayan sido asesi­nadas duran­te el tiempo que duró esta ola de violencia, la mayor parte de ellas mu­sulmanes: pero los cálculos del número de víctimas siguen varian­do enormemente.13 Durante los primeros días de los “disturbios”, muchos trenes fueron detenidos en diferentes lugares en Bha­gal­pur y distritos aledaños, y de muchos sacaron a los viajeros mu­sul­ma­nes y los lincharon: pero nadie puede decir con certeza cuántos fueron asesinados de esta forma —ni siquiera los perturbados viajeros hindúes que tuvieron la mala fortuna de estar en alguno de estos trenes­ y vieron sacar a la gente de los vagones en que se encontraban. En los ataques más importantes, en las áreas rurales así como en la ciu­dad, no hubo compasión para viejos ni bebés, ni mujeres, ni niños.­ Cunde la impresión de que raptaron a las mujeres y las violaron en gran escala, pero ninguna de las víctimas sobrevivientes ha querido hablar de las violaciones: los cinco casos específicos registrados por el equipo de la pudr que llevó a cabo la investigación en Bhagalpur en enero de 1990 fue­ron incidentes que mujeres informantes musulmanas habían oído mencionar.

     Lo que está fuera de toda duda es que la extensión y saña de los ataques prácticamente no tenían precedente, incluso para un distrito que ha vivido mucha violencia sectaria en el pasado, incluyendo “disturbios” en 1946. En el peor momento de la violencia en octubre-noviembre de 1989, cerca de 40 000 personas se vieron forzadas a abandonar sus hogares y vivir en refugios provisionales. La destruc­ción y el saqueo de propiedades se dio a escala masiva durante semanas. El miedo generado entre la población musulmana claramente minoritaria era tal que muchos se negaban a regresar a sus casas incluso tres meses después del brote inicial de violencia: se calcula que 10 000 personas todavía seguían en los “campos provisionales” para fines de enero de 1990, aparte de los que se habían mudado a la casa de parientes o amigos a lugares “más seguros” dentro o fuera del distrito de Bhagalpur. En ese entonces muchos musulmanes urgían a que se mantuviera la presencia de fuerzas mi­li­ta­res o paramilitares permanentemente cerca de sus aldeas o asen­ta­mien­tos (“mohallas”) como la única manera confiable de protección para ellos y algunos exigían que el gobierno les diera armas con el mismo­ fin. El ambiente seguía cargado de rumores y continuaban ocu­rrien­do­ ataques y saqueos aislados: todavía se informó de un incidente de estos en marzo de 1990.

     ¿Cómo escribimos la historia de semejante acontecimiento? En Bhagalpur, los “archivos” del Estado, esas fuentes oficiales que gene­ra­ciones de historiadores y científicos sociales han tratado como relatos­ básicos, más “confiables” o al menos más “abarcadores” que cual­quier otra fuente, están perdidos en su mayor parte. Al igual que los historia­dores en general, muchos equipos de investigadores in­dependientes que han visitado Bhagalpur han estado ansiosos de obtener el relato oficial para establecer “una imagen de conjunto” en medio de una investigación que por lo demás es confusa.14 Pero la visión desde el centro ha sido destruida en gran medida en este incidente, en cualquier caso para los absolutamente críticos primeros­ días de los “disturbios”. Un reportaje del Sunday Mail del 11 de fe­brero de 1990, elaborado tras una investigación de quince días de la masacre de Bhagalpur y sus secuelas, resume la situación a este respecto:

 

Registros cruciales del periodo, en especial los de las tablas [del] enton­ces magistrado de distrito [...] y superintendente de policía [...], están perdidos.

     La evidencia sugiere con fuerza que el [magistrado de distrito] [...] con toda probabilidad destruyó el cuaderno de registro de la sala de control central en la cual se registraron las muchas llamadas de auxilio­ durante la aciaga semana. Resulta extraño que el nuevo cuaderno que se ha colocado en la oficina no mencione estos incidentes.

     ...

[...] [El superintendente de policía de entonces], que a partir de ahí ha dado mucho de qué hablar, también ha dejado a su sucesor [...] sin ninguna pista con qué trabajar. También sus registros muestran un único informe anexo acerca de la masacre de Chanderi [uno de los peo­res incidentes en el campo], sólo porque la Suprema Corte de Patna emitió un aviso.

     Incluso el informe conjunto del magistrado de distrito y del superin­ten­dente de policía sobre el primer incidente en Tatarpur Chowk [en la ciudad de Bhagalpur] el 24 de octubre que encendió la mecha se cuen­ta entre los papeles cuyo rastro se ha perdido. Por increíble que pa­rezca, el hecho es que no hay declaración de los hechos disponible ni en la oficina del magistrado de distrito ni en la del superintendente de policía.

 

     Esta clase de destrucción o eliminación de los registros desde luego no carece de precedentes: los británicos la practicaron a gran escala en la India desde 1937 y no hay duda de que ha habido muchos otros casos desde la independencia. Sin embargo, lo que se señala con menos frecuencia es la destrucción consecuencia de la construcción sistemáti­ca de evidencias por parte de todos los bandos, oficiales y no oficiales,­ cuando sucede un acontecimiento de esta clase. La vio­len­cia produce la necesidad de reunir pruebas, de descubrir procesos­ y con­tra­dic­cio­nes­ ocultos que normalmente puede ser que pre­fi­ra­mos­ ignorar; pero la violencia también acaba con las “evidencias” e incluso, en bue­na medida, la posibilidad de reunirlas de una manera­ y forma que la ciencia social actual considere aceptable. Permítaseme ilustrar esto con referencia al trabajo del equipo de la pudr en Bhagalpur.

     A pesar del tamaño de este equipo15 y las larguísimas horas que dedicó a su labor durante su visita de ocho días al distrito, nos vimos atados de manos por serias limitaciones. La mayor parte de la gente con la que hablamos en Bhagalpur era musulmana. Estas perso­nas fueron las principales víctimas de los “disturbios”; vivían en cam­pos­ de refugiados; eran los que estaban dispuestos a hablar, quizá tenían necesidad de hacerlo. Los hindúes de muchas de las áreas peor afectadas nos recibieron con un calculado silencio, cuando no hos­ti­lidad.16 Los hindúes con los que pudimos hablar fácilmente pro­venían de un sector bastante estrecho: intelectuales, activistas po­líticos, profesionistas y funcionarios de clase media, quienes tenían­ opiniones (o “teorías”) establecidas sobre lo que había ocurrido.

     Además, cuando nos encontrábamos con las víctimas de la violen­cia u otros testigos presenciales, nos enfrentábamos al problema de qué preguntas hacer y cómo. La forma de una pregunta sugiere res­puestas particulares y había respuestas particulares que estábamos­ más dispuestos a oír que otras. Éste es un asunto que vuelvo a tratar más adelante. Pero teníamos una dificultad adicional desde el princi­pio: ¿cómo se pregunta a víctimas de semejante barbarie —el padre y el hijo, o la madre y sus cuatro hijos pequeños que sobrevivieron porque no estaban ahí o se las arreglaron para esconderse en los cam­pos, desde donde vieron asesinar a viejos y jóvenes, mujeres y hom­bres, a cualquiera que estuviera en la parte musulmana de su aldea—, cómo se pregunta a tales víctimas del terror detalles de lo que vieron?

     Y no obstante, los “investigadores” están obligados a preguntar. Y algunas veces las víctimas, sobrevivientes y otros que estaban ahí, empiezan a hablar sin que se les pregunte —porque ya se les ha pre­gun­tado muchas veces, o porque es necesaria una narración pública­ de su sufrimiento. Sin embargo, esta narración también toma una for­ma prescrita. Aparece como un relato ritualizado, una memoria o recuento colectivo que se ha generado en nombre de toda la comu­ni­­dad —“musulmanes” o “yadavs” (numerosa casta agrícola) o “hin­dúes”­­ o los que sean. La práctica común en las “mohallas” y aldeas afectadas que visitamos era que nos llevaran a un punto central don­de se reunía mucha gente y los “viejos” o los “educados” nos da­ban lo que podría llamarse el relato autorizado de los sucesos lo­cales.

     Incluso en aquellos lugares en que mujeres, jóvenes o igual niños­ hablaban con nosotros por separado, y entonces emergían diferencias­ de énfasis y prioridad en sus diferentes relatos, lo que nos decían seguía surgiendo como parte de una declaración colectiva. Los gran­des­ rasgos de lo que ocurrió parecían ser conocidos por todos de la misma manera y las preocupaciones eran comunes a todos: el su­fri­mien­to de la colectividad, la necesidad de protección y compensación, la identificación de aquéllos que habían demostrado ser amigos­ en la adversidad (principalmente organizaciones religiosas y en cier­tos­ lugares donde había una presencia de la izquierda, activistas y asociaciones izquierdistas).

     El equipo de la pudr fue a Bhagalpur tres meses después de este brote de violencia, y es posible sugerir que la naturaleza ri­tualizada de estos relatos colectivos ya se había determinado mucho más para entonces. No obstante, no me queda duda de que una memoria colectiva, bajo una forma prescrita, habría tomado forma muy pronto tras el acaecimiento de los sucesos que describe. Esto tiene que ver con las condiciones de vida de las comunidades locales, la historia de las luchas anteriores y las difíciles relaciones con el Estado. Pero también tiene que ver con otro factor: que el propósito de la narración pública es al menos en parte el de transmitir efectivamente un punto de vista particular sobre el Estado y sus agentes.

     La situación que produce cualquier brote de violencia de gran envergadura hace más profunda la división visible en cualquier momento entre la gente privilegiada y el pueblo llano en la India. Tales­ situaciones también sirven para nivelar a las comunidades y hacer que grupos enteros de quienes se sospecha algo formen parte del “pueblo llano”. En esas ocasiones, el informante —habitante de una aldea lejana, artesano analfabeta, miembro anónimo de un refugio provisional e incluso la élite de una comunidad como los médicos o profesores universitarios— tiende a volverse parte de un sujeto colec­ti­vo que se acerca al investigador o investigadora como a “una perso­na influyente” y le hace un llamado de ayuda, justicia o compasión.

     En consecuencia, gran parte de nuestras conversaciones con la gente local en Bhagalpur versaba sobre prolijos detalles de pérdida de propiedades, heridas y muertes que no necesariamente considerá­ba­mos centrales para nuestra investigación. Con insistencia se nos pedía ir un poco más lejos, a tal o cual aldea, para que viéramos nosotros mismos la destrucción de tal casa, para tomar nota también­ de tales o cuales nombres. Se nos pedía también asentar “Reportes de Primera Información” [First Information Reports] y evidencias que la policía supuestamente había omitido o rehusado asentar, o por lo menos que ayudáramos a asentarlos pues, como algunos infor­man­tes dijeron: “Vivimos bajo una amenaza constante y bien pueden­ matarnos antes de que alguien se tome la molestia de asentar nuestras­ evidencias”. En otros lugares no obtuvimos más que una escueta respuesta: “No sabemos nada. No estábamos aquí”.

     Con mucha frecuencia, los relatos que nos daban participaban del carácter de narraciones “con derechos de prioridad”. Se construían de una manera más o menos consciente, para falsear “teorías”­ o explicaciones particulares del curso de los acontecimientos. Los “hindúes”, a quienes se acusó de formar una procesión armada y seguir tácticas extremadamente agresivas durante su marcha por la ciudad de Bhagalpur, haciendo estallar así la violencia el 24 de octu­bre, declararon que se trataba de una ordinaria procesión religiosa, igual a cualquier otra que se hacía en las festividades importantes, y que se acompañaba de cantidades muy grandes de mujeres y niños que cantaban himnos religiosos y tocaban instrumentos musicales al caminar. Los “musulmanes”, a quienes la administración local y otras personas acusaron de hacer preparativos para un “disturbio” desde mucho antes del 24 de octubre, declararon por todo el distrito­ y casi sin excepción que nunca habían tenido ninguna pelea con los hindúes y que no tenían ningún motivo de temer un “disturbio”, que siempre había existido una perfecta amistad entre los hindúes y musulmanes del distrito, y que “incluso entre 1946 y 1947”, mientras el resto del norte de la India ardía, no había (o muy pocos) problemas en Bhagalpur.

     Incluso cuando la defensa del grupo o colectividad inmediata no estaba en juego, como cuando hablamos con profesionistas e intelectuales urbanos, la defensa de algo más amplio y más in­tan­gible­ a veces importaba: el “buen nombre” de la ciudad (o región), por ejemplo, o la posibilidad misma de que hindúes y musulmanes vivieran juntos en el futuro— lo que por supuesto tendrá que suceder. Esta clase de mentalidad era lo que llevó a mucha gente a subrayar la importancia de dar lo pasado por pasado. Quizá algún razonamien­to similar estaba detrás de la pronunciada tendencia a echar la culpa del conflicto a “intrusos”: dirigentes políticos en Patna y Delhi, “ban­das­ criminales”, una administración corrupta y cobarde. La teoría de una instigación y conducción “criminal” de los disturbios era especialmente popular. El argumento consiste en que “castas crimina­les” provenientes del otro lado del Ganges (que corre de oeste a este a través del distrito justo al norte de la ciudad de Bhagalpur) llegaron­ a la ciudad y a otros lugares donde hubo gran cantidad de luchas, que estas castas (designadas como “criminales” por el antiguo ré­gi­men­ colonial) fueron la causa de gran parte de la criminalidad en Bha­gal­pur incluso en otras épocas “normales”—, y que las bandas criminales que utilizaban libremente estos elementos “ajenos” fueron­ responsables en gran medida de la violencia en 1989.

     Las dificultades de la reunión de evidencias son, sin embargo, sólo una parte del problema de reconstruir la historia de sucesos como éstos. El problema de cómo escribir acerca de semejantes expe­riencias, al que ya se ha aludido, es igualmente riesgoso, pues existe el peligro obvio de caer en lo sensacionalista, de exagerar y así presen­tar semejante lucha y sus consecuencias como extraordinarias —abe­rran­tes. No obstante, existe, por otra parte, un peligro por lo menos igual de sucumbir a las exigencias de un discurso académico, de sa­near, “naturalizar” y con ello mitigar y volver menos indigesto lo que es intensamente feo y desorientador. El discurso académico tiende también a orillar el momento de la violencia al ámbito de lo ex­cep­cional y lo aberrante, como trataré de mostrar en un momento.

     Las discusiones acerca de la lucha sectaria en la India encuentran necesario tratar de equilibrar un relato de las atrocidades “hindúes” mediante un relato de las atrocidades “musulmanas” (o “sikhs”). Así, a unas cuantas semanas de nuestra visita a Bhagalpur, el ministro principal de Bihar habló, en un anuncio público de las medidas tomadas para restaurar la normalidad, de la cantidad de templos y santuarios hindúes que habían sido destruidos en el distrito junto con grandes cantidades de lugares sagrados “musulmanes”: contra todas las evidencias, pues ningún equipo de investigadores había informado de ningún templo o santuario hindú dañado o destruido en esta ocasión. Asimismo, un filme documental sobre los hechos violentos de Bhagalpur, elaborado por un emprendedor cineasta independiente, Nalini Singh, y mostrado en la televisión nacional en marzo de 1990, equiparaba a Jamalpur (la única aldea hindú que fue atacada durante el desarrollo de los “disturbios”) a Logain (el lugar de las peores masacres de musulmanes), implicando que los ataques y las víctimas eran del mismo orden, aunque los cálculos más confiables sugieren que murieron siete personas y cerca de 70 casas y chozas fueron quemadas y saqueadas parcialmente en Ja­mal­pur, mientras que en Logain hubo 115 muertos y todo el “basti” [asen­ta­miento] musulmán fue saqueado, quemado y destruido.17

     Esta supuesta exigencia “liberal” de documentar y presentar “am­bas­ partes del caso” frecuentemente se acompaña de la búsqueda por parte de los científicos sociales de “fuerzas externas” y “cir­cuns­tan­­cias excepcionales”, las cuales, según esta perspectiva, habrán de encontrarse detrás de semejantes actos de violencia ex­tra­or­di­na­ria.­ En cuanto a Bhagalpur, periodistas así como otros investigadores­ han señalado a elementos “criminales”, a la administración local y a la maliciosa propaganda de la Vishwa Hindu Parishad (vhp) y otras organizaciones militantes hindúes. Así lo explica una nota periodísti­ca del 19 de noviembre de 1989:

 

¿Es posible que gente que vive en comunidad [siempre han vivido en comunidad] y comparte mutuamente sus preocupaciones cotidianas —acerca de la comida y bebida, el matrimonio de las hijas y la política electoral— hayan de volverse enemigos de la noche a la mañana? ¿Qué tiene que ver esta gente con la controversia sobre Babri Masjid y Ram Janmabhoomi [disputa político-religiosa ocurrida en el norte de la India]? Pero los elementos criminales de ambas comunidades vieron su oportunidad y verdaderamente con mucha rapidez llenaron la mente del pueblo con una venenosa locura.

 

     El que esta labor de envenenar la mente del pueblo haya podido rea­lizarse tan rápido no parece plantear ningún problema al es­critor:­ su importancia nunca se discute. En lugar de ello se nos dice: “Los disturbios de Bhagalpur no son tanto producto de sentimientos sec­ta­rios [“comunales”] cuanto una calamidad provocada por cri­­mi­nales”.18­

     La moral de esta historia, que se prolonga desde los relatos nacio­nalistas del periodo antes de la independencia, es que “el pueblo” es esencialmente secular. La misma nota periodística citada continúa así:

 

Los criminales están armados con rifles, escopetas, bombas, hachas, hachuelas, lanzas y la bendición de [poderosos] dirigentes políticos. ¿Qué puede hacer el pueblo? [Bechari janta kare to kya kare?]. Los miembros de ambas comunidades [musulmana e hindú] deseaban vivir juntos en paz y amistad, pero al final los criminales lograron diseminar el veneno entre ellos.19

 

     Las explicaciones de la violencia en términos de “procesos históricos­ más amplios” no son tan ajenas a esta clase de análisis como podría parecer a primera vista. En lugar de ocuparse de los propagandistas de la vhp y los elementos criminales, de la negligencia de los funciona­rios locales, se ocupan de la “criminalización” de la política; la “co­mu­nalización” de la vida pública india, sin excluir al gobierno; cam­bios­ económicos a largo plazo —la ascendencia de las “castas atra­sadas”, surgimiento de nuevos grupos de negociación, sindicalismo, conflictos laborales, etcétera. El cuidadoso y detallado informe­ de la pudr sobre los “disturbios de Bhagalpur”, por ejemplo, hace una elaborada declaración —aunque algo confusa— sobre el complejo­ conjunto de circunstancias que rodeó este brote de violencia: “Una simplificación común de los disturbios ha consistido en achacar la responsabilidad de éstos a criminales. En nuestra opinión es más exacto decir que la responsabilidad es de una suma de relaciones entre criminales, la policía, el gobierno, los políticos, la élite dominante y la economía y, en cualquier momento dado, una o todas estas cosas —junto con algunas personas de la región— fueron factores­ significativos y agentes en los disturbios”.20

     Sin embargo, con demasiada frecuencia la postulación de proce­sos históricos complejos de largo plazo no da lugar a la condición de agente histórico y a la responsabilidad humana, y se vuelve una de­claración sobre el carácter esencial y perenne (“secular”) de la mayor parte de la gente involucrada. La “dimensión económica” en particular tiende a emerger como el factor dominante. Dos ejemplos­ tomados de la obra de Asghar Ali Engineer, quizá el escritor más destacado en lo relativo al tema de los conflictos sectarios recientes, servirán para ilustrar este punto:

     Jabalpur 1961: “La causa aparente fue la ‘fuga’ de una muchacha hindú con un joven musulmán. Sin embargo, aunque provocó la intervención de poderosos prejuicios religioso-culturales entre las dos comunidades [...], no fue la verdadera razón. La verdadera razón era otra. El joven musulmán era hijo de un magnate bidi (tabaquero)­ local que había logrado establecer poco a poco su control sobre la industria bidi (tabaquera) local. Sus competidores hindúes estaban muy resentidos por este hecho. No carece de importancia el que la industria bidi perteneciente a los musulmanes en Jabalpur haya sufri­do grandes daños durante los disturbios”.

     Bhiwandi 1970: “[Bhiwandi] es un próspero centro de la industria­ textil mecanizada, en la cual bastantes musulmanes son propietarios­ de telares mecánicos y una gran cantidad de artesanos musulmanes trabajan como tejedores en estos telares [...] Asimismo, al estar ubica­da en la autopista nacional Bombay-Agra, Bhiwandi recibe gran parte de su ingreso del cobro de derechos de puerta a los vehículos de transporte que pasan por el lugar. De manera que su municipio tiene un ingreso nada despreciable, por esto, la política municipal local adquiere gran importancia. Diferentes partidos y grupos políti­cos compiten entre sí para hacerse del control del concejo municipal. Una parte de los musulmanes, dada su aumentada prosperidad debida a la industria textil, desarrollaron grandes aspiraciones políti­cas que desafiaron a la dirigencia tradicional, y esto llevó a una ten­sión comunal [...]”.21

     En sus versiones más extremas, este punto de vista economicista tiende a reducir toda la historia a una lucha por la tierra y la ganancia.­ He aquí el relato de un periodista de la “Economía del comunalismo” en Bhagalpur:

 

“Sería simplista descartar los recientes disturbios comunales de Bhagalpur como una manifestación de la cara obscura de nuestra civili­za­ción. Debe enfocarse la atención en la ruinosa economía, la agonizan­te industria y la decadente estructura agraria feudal de la región que alimenta [¿alienta?] semejantes sucesos”.

 

     Además,

 

“La religión no es una consideración que tomen en cuenta los compra­dores y vendedores de [armas de fuego]. La ganancia es la motivación principal. Tienen un interés creado en mantener viva la tensión comunal [...] Otro factor que la mantiene es la ganancia que se obtiene de las operaciones de campos de refugiados [sic]”.22

 

     Es obvio que no trato de sugerir que los intereses y contradicciones económicos carezcan de importancia. Sin embargo, hay cosas más importantes que un interés material estrechamente concebido inclu­so en la historia de nuestros propios tiempos. No obstante algunos de los escritos más refinados de las ciencias sociales siguen reduciendo­ la vida de hombres y mujeres al juego de intereses materiales o, en otras ocasiones, a grandes movimientos impersonales en la economía­ y la sociedad sobre los cuales los seres humanos no tienen control. El cometido de estos escritos es sugerir que la batalla “real” no está donde parece estar —digamos, en cuestiones históricas o nociones de honor, ni en la importancia central de la religión o en los lazos del pueblo con símbolos culturales y religiosos particulares— sino en la cuestión de los intereses materiales inmediatos. En los conflictos­ a este nivel, además, sobre todo son los grupos de élite los que cuen­tan.­ Permítaseme citar una vez más el informe de la pudr: “El mayor beneficio material de largo plazo que los grupos de élite [de las áreas rurales] probablemente obtengan de los disturbios actuales son tierras”. O también, en cuanto a la persistente tensión entre hindúes y musulmanes en las aldeas: “uno de los factores más impor­tan­tes que contribuyen a este estado de cosas es la propiedad, es­pe­cial­­mente las tierras, de los que abandonaron sus casas. Los que tienen puestos los ojos en el despojo de tierras o en la compra de terrenos baratos siguen profiriendo amenazas”.23 (¿Sólo ellos?)

     Permítaseme reiterar, no obstante el riesgo de parecer superficial, que lo que trato de demostrar no es que la tierra y la propiedad no tengan importancia en la provocación o perpetuación de la lucha­ sectaria. Lo que quiero demostrar es que poner el acento en estos factores a menudo deja poco espacio a las emociones del pueblo, a los sentimientos y las percepciones —en una palabra, un espacio insuficiente a la condición de agente.

     Hay un aspecto particular de este problema de la condición de agente, que puede ser expresado de forma más explícita. La masa “del pueblo” aparece llevando un papel bastante pasivo en muchos de nuestros análisis de situaciones de “disturbios”. Son los intereses económicos, las luchas por la tierra, el juego de las fuerzas del mercado y con frecuencia la manipulación por parte de las élites, lo que controla las cosas. “El pueblo” encuentra su lugar, una vez más, fuera de la historia. De esa manera, quizá, sus cualidades­ prístinas (su “pureza”) se conservan, pues el mensaje de gran parte de los escritos sobre la violencia sectaria en la India de los últimos tiempos es el mismo que se halla en las historias nacionalistas de antes de la independencia. Es sugerir que sucesos como los de Bha­gal­pur 1989 no representan el verdadero flujo de la historia india: son excepcionales, resultado de coyunturas inusuales. Es pretender que el que ocurran con las proporciones y frecuencia que hemos visto en los años ochenta sigue sin marcar una diferencia fundamen­tal en el “secularismo” esencial del pueblo24 y en nuestras caras tradicio­nes nacionales: “se­cu­la­ris­mo”, “no violencia”, “coexistencia pacífica”.­

 

 

III

 

Esto es, a mi parecer, una historia inaceptable. Es inaceptable no sólo porque tiende a ser reduccionista y no sólo porque sigue hacien­do uso de una gastada retórica nacionalista, sino porque, quieran sus lectores o no, da una cualidad de esencial al “comunalismo” y a los “disturbios comunales”, delineándolos como entidades trans­pa­ren­­tes e inmutables, alrededor de las cuales sólo cambia el contexto.­ En esta parte, quisiera detenerme un poco más en las deficiencias de escribir la historia siguiendo esta dirección.

     Un punto que ya demostré pero sobre el que quisiera insistir es que las grandiosas narraciones globales que producimos —y debemos seguir produciendo— como historiadores, politólogos, sociólogos y demás, tienden a ser únicamente acerca del “contexto”, o por lo menos éste es el interés primario: las “fuerzas más importantes” de la historia que se unen para producir violentos conflictos de la especie que hemos examinado anteriormente. Una ventaja, o si se prefiere, consecuencia de esto es que nos permite eludir el problema de representar el dolor. Se trata de una historia saneada que nos pone relativamente a salvo de un sentimiento de incomodidad con la cual logramos una relativa tranquilidad. En ella, la violencia, el sufrimiento y muchas de las cicatrices dejadas por la historia de esa violencia y sufrimiento, quedan suprimidas.

     Sin embargo, me parece algo de la mayor urgencia que los historiadores y científicos sociales dediquen más atención al momento de la violencia y traten de alguna manera de representarla en sus escritos. Hay por lo menos dos razones para ello. En primer lugar, el momento de la violencia, y del sufrimiento, nos dice mucho acerca­ de nuestra condición hoy en día.25 En segundo lugar, la experiencia de la violencia de maneras cruciales es parte integrante de nuestras “tradiciones”, nuestro sentido de comunidad, nuestras comunidades­ y nuestra historia.

     Las cicatrices de semejantes experiencias son evidentes, basta ver las construcciones populares de las historias con las que vivimos —la construcción de esos indolentes (o piadosos) personajes que suelen pasar por “el hindú”, “el musulmán”, “el sikh”, que con dema­sia­da frecuencia tienen consecuencias bastante terroríficas. No trata­ré, en esta breve declaración, de analizar en detalle la cambiante ima­gen propia de las diferentes comunidades religiosas y sus cons­truc­­ciones del Otro. Sin embargo, una referencia a algunos aspectos­ de la imagen de “hindúes” y “musulmanes”, tal como aparece en la propaganda reciente de los hindúes, puede ayudar a ilustrar la impor­tan­cia del problema.

     Muchos observadores han señalado las nuevas alturas que han alcanzado la militancia y propaganda hindúes durante los últimos años. Esto ha sido de manera muy visible obra del Vishwa Hindu Parishad (vhp) y a las claras ha tenido que ver con la aumentada frecuencia y escalada del conflicto hindo-musulmán en los años ochenta. Sin embargo, lo que no se ha subrayado lo suficiente es que las violentas consignas y exigencias de organizaciones como el vhp y los “disturbios” que han hecho estallar no envenenan la mente “del pueblo” sólo por un momento. Por el contrario, dada nuestra historia, los recursos disponibles para las fuerzas “seculares” y “comu­na­les” del país, el oportunismo de la mayor parte de nuestros partidos­ políticos más importantes y los persistentes y repetidos brotes de violencia sectaria, las más indignantes insinuaciones acerca del carác­ter “maligno”, “peligroso”, “amenazador” de la “otra” comunidad —o comunidades—26 llegan a ser aceptadas ampliamente y se con­vier­ten­ en parte del dogma popular.

     Nada que no sea esta aceptación puede explicar la clase de atroci­dades perpetradas en los casos recientes de lucha sectaria: el llamado­ a no dejar vivo a ningún musulmán hombre, mujer o niño, que se cumplió en varios lugares de Bhagalpur; la masacre de los 18 viajeros­ musulmanes que viajaban en un autobús de alquiler junto con el chofer hindú, cuando fueron detenidos en un camino rural importan­te dos semanas y media después de que cesaron los “disturbios” generalizados y su sepultura en un campo donde después se sembró­ ajo (el ajo se considera impuro); la mutilación de los senos de las mujeres; el empalamiento de niños y bebés, tras lo cual las estacas con todo y víctimas fueron lanzadas al aire al son de carcajadas y gritos de triunfo.27

     Lo que está detrás de esta brutalidad enloquecida e increíble, sugiero, es la creencia de que las víctimas son monstruos reales o en potencia, que han hecho todo esto y cosas peores a “nosotros”, o que lo harán a la menor oportunidad. En muchos casos, las supuestas­ atrocidades, para las cuales se supone que estas acciones son una justa recompensa, se toman como si hubieran sucedido “ayer” o “el otro día”, en “la ciudad” o en un distrito vecino o un poco más lejos: en Bhagalpur el rumor que desató los peores ataques hindúes en el campo fue que todos los estudiantes hindúes que vivían en una casa de huéspedes propiedad de un musulmán en cierto lugar de la ciudad­ cercano a la universidad (muchos de los cuales venían por supuesto de las aldeas de Bhagalpur) habían sido asesinados durante los prime­ros dos días de los “disturbios”.28 En otros casos, la venganza parece haberse buscado por lo que “ellos” “nos” habían hecho, generalmen­te, en el pasado. Lo que importa destacar en esto, es que lo que re­sulta para muchos de nosotros una rabiosa e insensata propaganda­ hindú, es creída por muchos más.

     En una de sus formas más “restringidas”, esto conduce a la visión­ de que todos los musulmanes de la India son “pakistaníes”: vean, nos dicen, su reacción durante cualquier partido de cricket entre la India y Pakistán. De esto se desprende el argumento según el cual los musulmanes locales se proponen crear otro Pakistán, en un lugar tras otro —Bhagalpur, Moradabad, Meenakshipuram (Tamil Nadu). A estas alturas estamos ya en el punto en que se representa a los musulmanes como inherentemente turbulentos, fanáticos, violentos.

     Agresión, Conversión, Sexualidad Desenfrenada: éstos son los temas que constituyen la historia de la expansión del islamismo, tal y como la cuentan los historiadores y propagandistas hindúes. “Don­de­quiera que haya comunidades musulmanas, inevitablemente habrá­ una ‘danza de aniquilación’ en nombre del islamismo”. Es “deber re­ligioso de todo musulmán” “raptar y forzar a entrar en su propia re­­ligión a las mujeres que no son musulmanas”. Varios panfletos y vo­lantes distribuidos por las organizaciones militantes hindúes en lugares donde ha habido luchas últimamente pintan la imagen de un marido “hindú” y su mujer con dos hijos (Ham do, hamaare do; “No­sotros Dos, Nuestros Dos”) al lado de una familia “musulmana” —un hombre con cuatro esposas y muchos hijos, acompañados de un lema que habla por sí solo: Ham paanch, hamaare pacchis (“Nosotros­ cinco, nuestros veinticinco”).29 Así, se desarrolla un “sentido común” o consenso totalmente nuevo, relativo a las prácticas maritales y sexuales de “los musulmanes” (aquí, como en otros casos, referido sólo a los hombres musulmanes), a su perverso carácter y su violento­ temperamento.

     Quizá baste para ilustrar el tenor de la reciente propaganda y creencias hindúes acerca de los musulmanes, si reproduzco aquí la substancia de sólo un volante que se distribuyó en Bhagalpur en algún momento entre el último trimestre de 1989 y enero de 1990. Bajo el título de Hindu Brothers Consider and Be Warned (Hermanos hindúes, consideren y sean advertidos),30 el volante pregunta:

 

     1.  ¿No es verdad que la población musulmana está aumentando, mientras la de los hindúes esta disminuyendo [sic]?

 

     2.  ¿No es verdad que los musulmanes están completamente organizados [preparados], mientras los hindúes están completamente desorganizados [dispersos]?

 

     3. ¿No es verdad que los musulmanes tienen un inagotable suministro­ de armas mientras que los hindúes están completamente desarmados?

 

...

 

     5.  ¿No es verdad que el Congreso ha sido electo para gobernar duran­te los últimos cuarenta años con solamente 30 por ciento de los votos: dicho de otro modo, que el día en que los musulmanes lleguen a formar­ el 30 por ciento de la población, ganarán el poder?

 

     6. ¿No es verdad que los musulmanes se convertirán en el 30 por ciento de la población en 12 o 15 años: dicho de otro modo, que en 12 o 15 años los musulmanes se convertirán fácilmente en los gobernantes­ de este país?

 

     7.  ¿No es verdad que, tan pronto obtengan el poder, destruirán a los hindúes desde la raíz, como lo hicieron en Pakistán?

 

     8. ¿No es verdad que, cuando destruyan a los hindúes, no se detendrán­ a pensar cuál hindú pertenece al (partido) Lok Dal, cuál es socialis­ta y cuál un [o una] congresista, cuál pertenece a las castas “adelantadas”,­ cuál a las “atrasadas”, o cuál es un harijan (intocable)?

 

     9.  ¿No es verdad que las vidas y haberes de incluso aquella gente serán destruidos bajo el dominio musulmán, el cual usa hoy una políti­ca corrupta para hacer dinero ilegalmente y multiplicar su riqueza?

 

...

 

     11.  ¿No es verdad que después de conceder Pakistán, la tierra que quedó es manifiestamente de los hindúes? [...]

 

...

 

     13. ¿No es verdad que a los hindúes [sic] se les prohíbe comprar tierra o establecerse en cachemira, mientras los musulmanes cachemiras son libres para comprar tierra donde quieran en el país?

 

...

 

     16. ¿No es verdad que los cristianos [sic] tienen su propia “home­land31 o país, los musulmanes [sic] también tienen su propia “homeland” o país, donde gozan de todas las seguridades, pero que los hindúes no han podido conservar su país debido a que bajo la bandera del se­cu­la­ris­mo ha sido convertido en un “dharmshala” [hospicio]?

 

     17. ¿No es verdad que mientras los hindúes estén en el poder, los mu­sulmanes pueden vivir en paz, pero que tan pronto como los musul­manes lleguen al poder, la vida se tornará difícil para los hindúes —es decir, serán destruidos?

 

     18. ¿No es verdad que todos los legisladores musulmanes [miembros del parlamento], independientemente del partido al que pertenezcan, pasan noche y día trabajando para favorecer los intereses de los mu­sul­ma­nes, mientras que no hay un solo legislador hindú en Delhi que haga a un lado el interés personal y se dedique a los intereses de los hindúes?

 

...

 

     21. ¿No es verdad que aquellas mujeres musulmanas que han sido divor­ciadas de sus esposos son mantenidas por el gobierno a través del Comi­té Waqf, con fondos tomados de los recursos públicos; lo que quiere decir que para la manutención y las gozosas —(o lujuriosas)— vidas de los musulmanes, la mayoría de la comunidad hindú ha tenido que llevar la carga de un impuesto adicional?

     Si estas cosas son verdad, entonces hermanos hindúes deben desper­tar­ de inmediato —despierten mientras es tiempo. Y prometan sacrificar­ su riqueza, su cuerpo, su todo en aras de la protección del pueblo y nación hindú y de la declaración de este país como una nación hindú.

 

     Lo que se desprende de todo esto es por supuesto un horror a “lo musulmán” y la exigencia de “desarmarlo” mediante la privación de derechos y la desculturización: adopten “nuestros” nombres, “nues­tro” lenguaje, “nuestro” vestido. La consecuencia es la exi­gencia­ de que si los musulmanes desean permanecer en este país, deben aprender a vivir como “nosotros” (¿quiénes?, esto nunca que da muy claro que digamos, pero en las circunstancias no parece importar):

 

Hindustan mein rahan hai, to hamse milkar rahna hoga

(“Si desean vivir en el Indostán, tendrán que vivir como nosotros”)

Hindustan mein rahna hai, to Bande Mataram kahna hoga.

(“Si desean vivir en el Indostán, tendrán que proclamar el lema, Bande Mataram —Victoria a la madre”.)

 

     Junto a esto en ocasiones aparece el paradójico argumento según el cual “nosotros” haremos ciertamente justicia a minorías como la de los musulmanes, pues, como se trata abrumadoramente de conversos locales, se trata de “la sangre hindú que fluye por sus venas”.32 Pero el mensaje central sigue siendo el mismo: “Vivan como nosotros” o —su sangriento corolario— sufran la aniquilación: Babar ki san­tan, Jao Pakistan ya kabristan (“¡Descendientes de Babar! Escojan: Pa­kistán o la tumba”), consigna que parece haber sido seguida al pie de la letra por grandes secciones de la policía y de la población local hindú en Bhagalpur y otros lugares.

     El reverso de este envilecimiento de lo “musulmán” es la promoción de una imagen de lo “hindú” bastante diferente de la que había sido publicitada comúnmente desde los tiempos de la colonia hasta hoy. El acento de esta propaganda hindú militante no cae tanto en el carácter no violento, pacífico, tolerante de “los hindúes” —aunque­ sorprende que incluso esta proposición se conserve. Más bien cae en cómo “los hindúes” han sido tolerantes por demasiado tiempo; siguen siendo “demasiado tímidos”; la exigencia de los tiempos “no es tolerancia, sino coraje”. “Los hindúes” deben reclamar ahora, por fin están reclamando ahora lo que es legítimamente suyo. Si los “cristianos” tienen su propia nación y los “musulmanes” la suya, ¿por qué habrán “los hindúes” de carecer de su propia nación, su propio país, su propio Estado en el único territorio que habitan, donde forman una mayoría absoluta y donde han vivido durante miles de años? Durante demasiado tiempo se les ha pedido a los “hindúes” que hagan concesiones sobre la base de su “tolerancia” y el pretexto del “secularismo”; ya no deben permitir este abuso, ya no deben dar concesiones. Garva se kaho ham Hindu hain (“Anuncien­ con orgullo que son hindúes”) e Hindu jaaga, desh jaagega (“Los hin­dúes­ despiertan, la nación habrá de despertar”), han proclamado ruidosamente las paredes de Delhi y otras ciudades del norte de la India durante los últimos años.

     El que estas tradiciones, valores, imágenes y autoimágenes asocia­das­ a comunidades particulares no tengan nada de perenne o sacrosanto queda demostrado de forma contundente por la historia de la campaña “shuddhi”, llevada a cabo por la Arya Samaj y otras organi­za­ciones hindúes a partir de los últimos años del siglo xix. Lajpat Rai observaba en su History of the Arya Samaj, publicada en 1914, que “La Arya Samaj, al ser una iglesia védica, y como tal una or­ga­ni­za­ción­ hindú, se enfrasca en el reclamo de sus ovejas descarriadas que se han apartado del rebaño hindú y convierte a cualquiera que esté dispuesto a aceptar sus enseñanzas religiosas”.33 El movimiento “shud­dhi” fue una reacción directa a los ataques de los misioneros cris­tia­nos­ al hinduismo y a sus esfuerzos por convertir a hindúes de casta baja y en menor medida de casta alta en el siglo xix; y la inspira­ción cristiana de la organización Arya (integrada en una “iglesia”) y del lenguaje de Lajpat Rai (“ovejas descarriadas” [...] llevadas de nuevo ante su pastor) es evidente.

     Lajpat Rai también hacía notar que mientras “shuddhi” significa­ literalmente “purificación”, la práctica militante hindú de fines del siglo xix y principios del xx había transformado su significado. Ahora­ se aplicaba a una gama de prácticas: i) conversión al hinduismo de gen­te­ que pertenecía a religiones “extranjeras”; ii) reconversión de aque­llos que en algún momento de su pasado inmediato o lejano se habían­ integra­do a una religión “extranjera”, iii) reclamación, es decir, elevar la con­di­ción­ de las clases “antyaj” (deprimidas) y volverlas totalmente­ hindúes.34

     Esta redefinición de la comunidad hindú y de la práctica hindú legítima, y esta adopción de tácticas “cristianas” como la conversión, tenían algo que ver con la importancia atribuida a las cifras en los cálculos políticos y administrativos del régimen en los últimos años de la India colonial.35 A medida que la reafirmación de identida­des comunitarias ganaba impulso a muchos niveles —hindú, musulmán, sikh, ahir, patidar, nadar, bihari, oriya, telugu— y la competencia­ económica y política alcanzaba nuevas proporciones, militantes orga­ni­­zaciones y dirigentes de la comunidad hindú hacían un llamado a los hindúes para que renunciaran a nociones y prácticas religiosas “perversas”, a tradiciones de división de castas “tontas” y “antinacio­nales”, a restricciones de comensalía mixta y de viajes al extranjero, a ideas “fantásticas” sobre la contaminación y la prohibición con­se­cuen­te de reconversión que aseguraba que “millones de hindúes que fueron convertidos a la fuerza hayan seguido siendo musulmanes­ hasta la fecha”.36 En los años veinte, los miembros de la Arya Samaj y dirigentes hindúes más ortodoxos “redescubrieron” el “De­va­las­mrti”, el cual se consideraba haber sido escrito un siglo o más después­ de los ataques árabes a Sindh, y prescribía prolijas reglas para la readmisión al hinduismo de hindúes que habían sido convertidos a la fuerza; y, en los años treinta, los ritos “vratyastoma” (su­pues­ta­men­te establecidos en el Atharvaveda y los Brahmanas) para la readmisión de los que se consideraba que habían caído de la sociedad­ “aria”.37 La autoridad de los Shastras [antiguos textos religiosos hin­dúes]­ había recibido un nuevo perfil para encajar en una nueva tradición.

     Lo que es verdad de las “tradiciones hindúes”, o sea que no son estáticas ni irreversibles, es verdad de las tradiciones, imágenes y autoimágenes de otras comunidades. También se puede decir que es válido, mutatis mutandis, para lo que durante 70 o más años se ha denominado sencillamente un “disturbio comunal”. El carácter y modos cambiantes de la lucha sectaria, incluso en este periodo relati­va­mente corto, necesitan un estudio cuidadoso, y es necesario subrayar­ que no hay un “disturbio” esencial alrededor del cual sólo cambia el contexto.

     La violencia sectaria de los años ochenta parece haber tomado formas nuevas y cada vez más horríficas. Las luchas recientes entre gente perteneciente a diferentes denominaciones religiosas no se ha limitado a batallas campales callejeras o misteriosos ataques y asesinatos­ en callejones, los cuales eran la característica distintiva de los primeros­ disturbios. Los peores casos recientes de violencia —Bhagalpur 1989, Meerut 1987, los “disturbios” anti-sikh de Delhi en 1984, los “disturbios” anti-tamil de Colombo en 1983, los “disturbios” hindo-musulma­nes de Moradabad en 1980 y otros38— han llega­do a convertirse en po­gromos, masacres organizadas en que grandes­ multitudes, de cien­tos,­ miles y hasta, en algunos lugares, decenas de miles de personas han atacado las casas y propiedades y vidas de pequeños, aislados y previamente identificados miembros de la “otra” comunidad.

     Actualmente, si hay una o dos muertes en algún incidente, como observaba un dirigente local del Partido Comunista (Marxista) de la India de Bhagalpur, ni siquiera se considera un disturbio.39 Los ataques dirigidos contra jóvenes y viejos, ciegos y minusválidos, mujeres,­ niños y bebés; el objetivo de exterminar al “enemigo” y de ahí la des­trucción física (de vidas, propiedades, implementos de trabajo y sem­bradíos) a gran escala; la desvergonzada participación de la poli­cía; el linchamiento de gente hallada en trenes o autobuses que pasa­ban por las áreas afectadas; todos estos rasgos se han convertido en las características habituales del “disturbio comunal” de hoy.

     Cuando ocurrió por vez primera el linchamiento de pasajeros de ferrocarril a gran escala en 1947, se hizo el señalamiento según el cual el país recién había sido dividido, se estaban formando dos estados nuevos, necesitaban tiempo para consolidar sus posiciones, las fuerzas armadas y la policía también se habían dividido: con­fu­sión,­ criminalidad y violencia graves eran casi inevitables. Cuando se repitieron semejantes actos en 1984, se dijo que una dirigente mun­dial y una primer ministro enormemente popular había sido ase­sinada, y que cuando cae un coloso es natural que haya algún des­orden, una reacción excepcional. Ahora se ha vuelto innecesario ale­gar circunstancias excepcionales cuando se lincha o se quema vi­va a la gente durante las luchas sectarias: los periódicos informan de estos sucesos, algunas veces en sus páginas interiores, sin un co­men­­ta­rio especial.40

     Está claro que esto no carece de relación con otros tipos de vio­len­cia en nuestra sociedad, en otros contextos —los cuales también pasan­ rápidamente de lo “extraordinario” a lo “ordinario”. Con­sidérese, por ejemplo, el somero reportaje sobre la muerte de cinco cam­pe­si­nos­ voluntarios de Bihar, entre las decenas de miles que se volcaron a Delhi para asistir a una manifestación política organizada por el Fren­te del Pueblo Indio (Indian People’s Front), los cuales fueron atrope­lla­dos y muertos por una furgoneta de tres ruedas cuando dormían sobre el asfalto la noche del 7 de octubre de 1990;41 o los informes de intentos recientes de autoinmolación de estudiantes de escuela y universidad que protestaban en contra del es­ta­ble­ci­mien­to­ de cuotas­ de puestos de trabajo en el gobierno para gente de las “cla­ses atrasadas”,42 los cuales pronto pasan a la tercera o quinta página de los periódicos nacionales tras su primera aparición sensa­cio­nalista en la prensa —lo cual desde luego no es menos problemático.

     El discurso sobre la violencia estigmatiza sucesos de este tipo como “extraordinarios” pero los trata como si fueran completamente ordinarios: intrascendentes y merecedores de poca atención. Es en este contexto que abordo, finalmente, otro “fragmento” de Bhagalpur que proporciona una perspectiva un poco diferente de la violencia, un comentario diferente del significado de los “disturbios comunales” hoy en día. Presento este fragmento aquí no como un pedazo más, ni siquiera como otra especie, de “evidencia”. Lo propongo, en cambio, como la articulación de otra posición de sujeto que surge­ de una cierta experiencia (y entendimiento) de la lucha sectaria, la cual puede ser que diga algo acerca de los parámetros de nuestra propia posición de sujeto y de nuestro propio entendimiento. Además, esta articulación ofrece un comentario a los límites de la forma­ del discurso historiográfico y su búsqueda de la omnisciencia.

     El fragmento en cuestión toma la forma de una colección de poemas escritos por un profesor universitario de Bhagalpur,43 re­si­den­­te de una localidad mixta hindo-musulmana, predominantemente de clase media baja, que no fue escenario de ninguna de las “grandes”­ matanzas de 1989, pero que sin embargo sufrió repetidos ataques cuyas secuelas y cicatrices durarán para siempre. En los poemas de Manazir Aashiq Harganvi, escritos en su mayor parte durante los primeros cinco días de la violencia, vemos algo del sentido del terror­ y desolación que experimentó entonces tanta gente en Bhagalpur. Los poemas hablan de obscuridad, de largas noches y de cómo esas noches y días parecían sucederse sin sentido, interminablemente. Hablan de la gritería llena de histeria que marcó esos tiempos, gritos­ de auxilio que sin embargo se ahogaron en medio de las carcajadas y gritos de los atacantes:

 

Jaan leva hansi

Bhayanak kahkahe

Bachao ki awaazen

Balwaiyon ke beech

phansi rah gayeen

 

(Risas sedientas de sangre

gritos terroríficos:

[nuestros] gritos de auxilio perdidos entre los atacantes)

 

     Tenemos aquí imágenes de campos cubiertos de cadáveres y la imposibilidad de contarlos:

 

Ek... tin... sattar

Sau... do sau... dhai sau,

Yeh ginti paar nahin lagegi

Inhen ginne se pahle hi

Tum aa jate ho

Bam aur goli lekar

Ginti ki tadad badhane

Lamhe ki rupahli tasveer

Koi dekhe aakar!

 

(Uno... tres... setenta

cien... doscientos... doscientos cincuenta:

esto es cuento sin cuento

pues antes que termine

ustedes vuelven otra vez

con bombas y balas

para aumentar las cantidades que hay que contar.

¡si tan sólo alguien pudiera venir y ver

la belleza de este momento!)

 

     Tenemos una representación de la “vela”, la espera del fin en la obscuridad y de la aparición de un atisbo de luz, pero también —lo que es más estremecedor— la espera de que sencillamente regresen los atacantes:

 

Dangai phir aayenge,

Aisa hai intezar

 

(Los alborotadores habrán de volver:

esperamos con expectación.)

 

     Entre estos poemas hay muchos que hablan de violación: una declaración metafórica de las humillaciones sufridas por una comuni­dad, ¿o una descripción literal de actos que sucedieron?

 

“Mar gaye bete mere

Biwi Mari

Aur yeh beti jise tum saath

mere kankhiyon se dekhte ho

beshumar haathon ne loota hai ise”.

    

(“Me mataron a mis hijos,

mi esposa está muerta

Y esta hija, a la que ves por el rabillo del ojo, sentada a mi lado—

Cuántos han abusado de ella”.)

 

     Al igual que este poema, hay muchos otros dirigidos a vecinos y amigos —o a gente que alguna vez fue “vecina” o “amiga”. Vecinos convertidos en asesinos, gente —conocida y desconocida— huyendo una de otra, y gente (“todos nosotros”) temerosa de verse en el espejo­ por miedo de lo que ellos y nosotros podamos ver. En los poemas hay llamados, acusaciones. Hay imágenes de vacuidad:

 

“Kuch bhi nahin rah gaya hai kahin”

 

(“No queda nada, en ninguna parte”)

 

“Aadmi bahut hi bauna ho chuka hai

Apni lambai ka jhootha ahsas bhi baki nahin bacha”

 

(“El hombre se ha convertido en un enano,

sin poder seguir engañándose de su estatura”)

 

“Ham behad khokhle ho haye hain”

 

(“Nos hemos vaciado [de significado]”)

 

“Aadhe-adhure log”

 

(“Gente mutilada, gente incompleta”).

 

     Y la interminable búsqueda de nosotros mismos, de nuestros seres queridos, de nuestros amigos:

 

Khud apne aap ko dhoondte hue

Ab tum us kinare par khade ho

Jahan se koi nahin lauta

Koi nahin laut-ta dost

Ab to tum bhi nahin laut paoge

Yaad ki sirf ek shart rah jayegi ki jab bhi kahin

Fasad hoga

Tum bahut yaad aoge

(En la búsqueda de ti mismo ya has alcanzado aquella orilla

de donde nadie ha regresado

nadie regresa jamás, amigo mío.

Ahora también tú te has perdido para siempre:

Sólo queda una condición de memoria que cuando quiera, dondequiera

que suceda un disturbio—

me acordaré de ti)

 

     Es un fragmento que nos dice mucho de los “disturbios” de Bhagalpur de 1989, y también nos dice cuánto de esta historia jamás podremos escribir.

 

 

IV

 

Los procedimientos historiográficos comunes desde el siglo xix pare­cen haber necesitado tomar un centro prescrito (el de la formación del Estado, de la nación-Estado) como el punto de vista privilegiado del historiador y los archivos “oficiales” como la fuente primaria del historiador par la construcción de una “historia” general adecuada. El poder de este modelo puede verse fácilmente en la escritura de la historia moderna de la India.

     Se trata de procedimientos que no son fácilmente desechables, tanto porque los Estados y naciones son principios centrales de orga­nización de la sociedad humana actual, como porque el historiador debe necesariamente abordar periodos, territorios, grupos sociales y formaciones políticas constituidas en unidades o bloques. Sin embargo, el hecho de su constitución —por medio de la circunstancia­ histórica y por medio del historiador— necesita ser tomado en cuenta.­ La provisionalidad y debatido carácter de todas estas unidades (obje­tos del análisis histórico) debe subrayarse.

     Quisiera sugerir, en contra de los procedimientos establecidos, que, a pesar de toda su solidez y cobertura aparentes, lo que las fuentes oficiales nos dan también es un fragmento de historia.44 Es más, lo que los historiadores llaman “fragmento” —el diario de un tejedor, un poemario de un poeta desconocido (a esto podríamos añadir todas esas literaturas de la India que Macaulay condenaba, mitos­ de la creación y canciones de mujeres, genealogías familiares y tradi­cio­nes históricas locales)— tiene una importancia central en el desafío­ de la construcción de la historia por parte del Estado, en el pensar otras historias y delimitar esos debatidos espacios mediante los cuales­ se busca constituir unidades particulares y destruir otras.45

     Si el carácter provisional de nuestras unidades de análisis nece­si­ta ser destacado, también es el caso del carácter provisional de nuestras­ interpretaciones y de nuestros conceptos teóricos. La arrogación de un conocimiento “total” y “objetivo” para nada es tan común como solía ser en la escritura de la historia. No obstante, las tentaciones de discursos que pretenden ser omnímodos son grandes. El anhelo de un enunciado “completo”, todavía sigue entre nosotros.

     Esta urgencia seguirá siendo una parte importante y necesaria del esfuerzo historiográfico. Sin embargo, al mismo tiempo estaría bien que se reconociera el carácter provisional de las declaraciones que hacemos, su propia historicidad y ubicación en un contexto político específico, y en consecuencia la preferencia que dan a formas­ particulares de conocimiento, relaciones y fuerzas particulares de exclusión de los otros. Nada de esto significa negar la importancia o eficacia de ciertas posiciones de sujeto en un cierto contexto históri­co. Sin embargo, en la situación presente de la India, el punto de vista omnímodo de un nacionalismo sin fisuras que al parecer muchos de nosotros hemos aceptado como científicos sociales e his­to­ria­do­res­ parece especialmente inadecuado.

     La historiografía nacionalista dominante que insiste en este punto de vista necesita ser desafiada no sólo por su uso interesado de las categorías de “nacional”, “secular”, etcétera. Necesita ser desafiado­ también por el lugar privilegiado que da a lo que se suele llamar lo “general” en detrimento de lo particular, de lo más grande en de­­tri­men­­­to de lo más pequeño, de lo “establecido” [mainstream] en de­­tri­men­­to de lo “marginal”— por su visión de la India, y de todo el sur de Asia, solamente desde la ciudad de Delhi.

     El equipo del pudr del que fui miembro estaba casualmente en Bhagalpur la víspera del día nacional de la India, el 26 de enero de 1990. La tarde del 25, oímos extractos de la Constitución india leídos en la televisión nacional: “Nosotros, el Pueblo de la India, habiendo­ solemnemente resuelto constituir a la India como una República Sobe­ra­na, Socialista, Secular y Democrática, y asegurar para todos sus ciudadanos: Justicia social, económica y política; Libertad de pen­sa­mien­to, expresión, creencia, fe y culto...”.46 La lejanía de Delhi se nos­ reveló de pronto en esa ocasión de una manera que es difícil volver a captar por medio de la escritura.

     Durante los días inmediatamente anteriores, habíamos visto a hombres, mujeres y niños en muchos lugares, llevando sus cosas en pequeños bultos, huyendo de sus aldeas hacia lugares “más seguros”­ por miedo a lo que pudiera suceder el 26 de enero. Había un fuerte rumor según el cual ese día de fiesta nacional los musulmanes —“trai­­cio­­­ne­ros” como siempre— izarían banderas negras (o incluso la bande­ra de Pakistán) en sus edificios religiosos y habría otro “disturbio”. Había­mos visto acaloradas discusiones entre aldeanos y citadinos mu­sul­ma­nes,­ en las que unos hablaban de que huir sólo agravaba los rumores alarmistas y los peligros, mientras que otros los acusaban­ de impruden­tes en vista de “todo lo que ha pasado”. Se nos pidió en un campo de auxilio anotar evidencias y “Reportes de Primera Infor­ma­ción” porque­ la policía, que debía haberlos asentado, era la culpa­ble y, en muchos casos, todavía se escudaba en su cargo. Las palabras­ “justicia” y “li­ber­tad”­ se atoraban bastante en la garganta en esta ocasión.

         La lejanía de Delhi que mencioné no depende sólo de una distan­cia­ física. No me cabe duda de que muchos sentían la misma lejanía en Kota y Jaipur, en Meham y Maliana (Meerut), en Tilaknagar, al otro lado del río Jamuna de la capital de la India, y de hecho al interior­ de la propia ciudad vieja de Delhi —donde también hablar de “jus­ti­cia”­ y “libertad” a menudo debe parecer duro. Debemos perseverar en la búsqueda de maneras de representar esa lejanía en las historias­ que escribimos.

 

NOTAS

 

        1 Véanse las muchas reseñas de Subaltern Studies y del libro de Ranajit Guha Elementary Aspects of Peasant Insurgency in Colonial India, Oxford University Press, Delhi, 1983, las cuales critican que estas obras se han concentrado demasiado en el momento de la rebelión y violencia abiertas. Esta crítica encaja con una tendencia más general en los “estudios campesinos” y la historia social que ha dado lugar al reciente énfasis en las “formas cotidianas” de la existencia y resistencia del pueblo: cf. J. C. Scott, Weapons of the Weak: Everyday Forms of Peasant Resistance, Yale University Press, New Haven, 1985.

     2 Cf. Lata Mani, “The Female Subject, The Colonial Gaze: Eyewitness Accounts of Sati” (ponencia presentada en un taller sobre “Cultura, conciencia y el Estado colonial”, celebra do en Isle of Thorns, Reino Unido, 24-27 de julio de 1989), donde se hace una observación similar acerca de la condición de agente histórico (agency) y el momento del sufrimiento, entre otras proposiciones.

     3 Es necesario hacer la misma observación respecto de la clase de escritura histórica y de ciencia social que se examina en este ensayo. He tomado deliberadamente mis ejemplos de algunos de los escritos de los mejores académicos liberales y de izquierda activos actualmente. Esto se debe a que es entre ellos, más que entre los chauvinistas historiadores y científicos sociales “hindúes”, “musulmanes” o “sikhs”, que se da un debate serio acerca del “secularismo” y “comunalismo” y el significado de la violencia sectaria. También me parece que una crítica de sus escritos no sólo es más difícil de hacer, sino que, en términos de la construcción de una alternativa a las tendencias políticas e ideológicas dominantes (chauvinistas) en la India actual, es aún más necesaria.

     4 Véase, por ejemplo, Ashis Nandy, “An Anti-Secularist Manifesto”, Seminar número 314; T. N. Madan, “Secularism in Its Place”, Journal of Asian Studies, 46, 4 (1987); Partha Chatterjee, Bengal 1920-47: The Land Question, K. P. Bagchi and Co., Calcuta, 1984, Preface; Dipesh Chakrabarty, “Invitation to a Dialogue”, en Ranajit Guha, ed., Subaltern Studies, Vo­lu­me IV, Oxford University Press, Delhi, 1985; G. Pandey, The Construction of Communalism in Colonial North India, Oxford University Press, Delhi, 1990.

     5 Véase en ibid, p. 6 y ss., un examen del peculiar uso de esta palabra en la India.

     6 Bipan Chandra, Modern India, National Council for Educational Research and Training, Nueva Delhi, 1971. Los números en las citas y en el texto que están entre corchetes remiten a las páginas de esta edición.

     7 Sumit Sarkar, Modern India: 1885-1947, Macmillan, Nueva Delhi, 1983.

     8 Por ejemplo, no hay un equivalente de los debates en Alemania sobre el significado del holocausto y de toda la experiencia del Nacional Socialismo. Los historiadores y filósofos alemanes han lidiado con la cuestión de si esto fue una aberración aislada en el tiempo o algo producto del “carácter nacional” alemán; cf. Theodor Adorno, Minima Moralia. Reflections from Damaged Life, 1951 (edición inglesa, New Left Books, Londres, 1974); Karl Jaspers, The Future of Germany, University of Chicago Press, Chicago, 1967.

     9 Véase Muhammad Umar Memon, “Partition Literature: A Study of Intizar Husain” (y las referencias que cita), Modern Asian Studies, 14, 3 (1980); Aijaz Ahmad, “Urdu Literature in India”, Seminar número 359 (julio de 1989); Alok Rai, “The Trauma of Independence: Some Aspects of Progressive Hindi Literature, 1945-1947” y S. S. Hans, “The Partition Novels of Nanak Singh” en A. K. Gupta, ed., Myth and Reality. The Struggle for Freedom In India, 1945-1947, Manohar Publications, Delhi, 1987.

     10 Tapati Chakravarty, “The Freedom Struggle and Bengali Literature of the 1940s” en ibid., p. 329.

     11 Los sucesos de Delhi 1984, Meerut 1987, Bhagalpur 1989 han sido reseñados de esta manera. Véase un ejemplo aún más reciente en el reportaje de Tavleen Singh sobre los comentarios acerca de los disturbios de Gonda, Indian Express, 14 de octubre de 1990.

     12 Los detalles incluidos en los siguientes dos párrafos están tomados del informe de la pudr, Bhagalpur Riots, Delhi, abril de 1990 y de las notas en que se basa.

     13 Mientras mucha gente de las localidades en cuestión no bajaba la cifra de víctimas de dos mil, la cuenta oficial de muertes fue de 414, hasta abril de 1990. Los cálculos extraoficiales más cautelosos sugieren que quizá mil personas hayan perdido la vida, 90% de la cuales eran musulmanes; ibid., p. 1.

     14 Me refiero aquí a nuestros propios esfuerzos como equipo de investigadores. Satish Saberwal y Mushirul Hasan también notan la “totalmente injustificada confianza” de los medios de comunicación masiva en la versión oficial de los sucesos en casos recientes de luchas de este tipo; “Moradabad Riots, 1980: Causes and Meanings” en Asghar Ali Engineer, ed., Communal Riots in Post-Independence India, Sangam Publications, Delhi, 1984, p. 208.

     15 Como hace constar el informe de la pudr, el apoyo dado a este equipo de diez miembros por parte de activistas locales del partido Comunista de la India (marxista) “efectivamente duplicó nuestra capacidad”. Bhagalpur Riots, p. 70.

     16 Vale la pena notar, de hecho, que se nos insistió repetidamente que fuéramos a ver los lugares donde también los hindúes habían sido víctimas de los ataques —particularmente una aldea llamada Jamalpur y unas cuantas secciones de la ciudad de Bhagalpur. Habíamos decidido visitar estos lugares en cualquier caso, incluso antes de iniciar nuestra investigación en el lugar de los hechos en Bhagalpur, precisamente para que pudiéramos ver y escuchar a “ambas partes”.

     17 pudr, Bhagalpur Riots, p. 17.

     18 Ved Prakash Vajpayee en Navbharat Times, 19 de noviembre de 1989, traducción mía.

     19 Ibid. He aquí otro ejemplo todavía más burdo del mismo tipo de argumento: “en la India el material básico es muy bueno. Quiero decir, el pueblo. Es honesto, inteligente y generoso. Sólo está a la espera de ser incorporado a la corriente principal [mainstream] de la nación. Lo que falta es una guía apropiada [...]”; A. S. Raman, “Leaders to blame for communalism”, Sunday Mail, 14 de octubre de 1990.

     20 Bhagalpur Riots, p. 6.

     21 Engineer, “Causes of Communal Riots” en Engineer, ed., Communal Riots in Post-Independence India, pp. 36-37.

     22 Sumitra Kumar Jain, “Economy of Communalism” en The Times of India, reproducido en India Pakistan Times, mayo de 1990.

     23 Bhagalpur Riots, pp. 32 y 37.

     24 Debo añadir que “secularismo” y “comunalismo” posiblemente no sean los términos más útiles para usar en nuestras investigaciones de las conciencias sociales y políticas de los diferentes sectores del pueblo indio. Esto es un señalamiento hecho por varios académicos y también por mí en mi libro The Construction of Communalism.

     25 Un detallado reportaje periodístico acerca de la violación de dos monjas que eran maestras en una escuela conventual en Gajraula, Uttar Pradesh, habla de que los tres violadores, que no tenían encima más que ropa interior, se dirigían unos a otros con los apelativos de “ustad” y “gurú” (términos honoríficos), mientras sometían a las monjas a punta de pistola (Hindustan Times, 23 de julio de 1990). Ésta es la clase de jerga que se atribuye comúnmente a jóvenes rufianes que molestan a mujeres y muchachas en los autobuses urbanos de Delhi y en las películas de Bombay. Vale la pena meditar en la cuestión de qué tan grande es el paso entre este tipo de acoso de mujeres y la clase de ataque violento que implica la violación.

     26 Esto se verifica, desde luego, no sólo en las construcciones de las diferentes comunidades religiosas, sino también en los estereotipos de las diferentes castas y comunidades tribales, cuando se les tilda de “sucias”, “mendaces”, “turbulentas”, “feroces”, “criminales”, etcétera, los cuales han tenido una amplia influencia desde el siglo xix, si no es que antes.

     27 Todos estos casos sucedieron en Bhagalpur —véase Bhagalpur Riots, passim—, pero los ejemplos se multiplican al examinar otras áreas.

     28 De hecho, el rumor era infundado y fue divulgado intencionalmente. La mayor parte de los estudiantes que vivían en casas de huéspedes salieron de la ciudad tan pronto estallaron los disturbios, si no es que poco antes, y muchos fueron ayudados en su segura huida por sus caseros musulmanes. El número de estudiantes muertos o desaparecidos no pasa ahora de seis: de éstos, sólo han sido hallados los cuerpos de dos (uno hindú, el otro musulmán); Bhagalpur Riots, p. 12. Sin embargo, en la perturbada y peligrosa condición de la ciudad y del distrito en los primeros días tras el estallido de la violencia, al parecer muchos estudiantes no pudieron llegar a sus casas directamente. Durante este tiempo, y de hecho por mucho tiempo después, ni las autoridades del distrito ni las de la universidad investigaron o desmintieron la historia de la masacre de estudiantes. Al contrario, se publicó en la prensa, e incluso se difundió la noticia por radio (tanto local como la bbc), y fue creída inmediata y ampliamente. Todavía gozaba de amplio crédito cuando visitamos Bhagalpur a fines de enero de 1990.

     29 Véase Asghar Ali Engineer, “On the Theory of Communal Riots” en Engineer y Moin Shakir, eds., Communalism in India, Ajanta Publications, Delhi, 1985, p. 62; y los volantes y panfletos coleccionados por el equipo de la pudr en Bhagalpur. Las dos citas anteriores en este párrafo provienen de un volante titulado Bhagalpur ka Sampradayik danga kyon?, publicado en nombre del “Pueblo de Bhagalpur”; y V. D. Savarkar, Six Glorious Epochs of Indian History, traducido por S. T. Godbole, Bal Savarkar Publishers, Bombay, 1971, p. 175.

     30 Hindu Bandhuon, Socho aur Sambhlo (por Rajeshwar, Akhil Bharat Hindu Mahasabha), el cual se encuentra entre los panfletos mencionados en la nota 29 (traducción mía).

     31 El texto en hindi usa la palabra inglesa.

     32 Cf A. Shankar, Chetavni 2 Desh ko Khatra, Vishwa Hindu Parishad s. f. Acerca de algunos de los problemas de lógica que surgen de la declaración de que los musulmanes indios son conversos (conversos a fuerzas) y al mismo tiempo descendientes de Babar (primer emperador mogol), véase Alok Rai, “Only bigots feel that conversions follow invasion”, The Times of India (edición de Lucknow), 13 de agosto de 1990.

     33 Lajpat Rai, A History of the Arya Samaj (1915), Orient Longmans, Nueva Delhi, 1967, p. 120 (las cursivas son mías).

     34 Ibid., p. 120 n.

     35 Acerca del impacto de la Gait Circular, la cual sugería que se elaboraran estadísticas separadas en el censo de 1911 para los “hi¼ndúes dudosos”, por ejemplo, véase ibid., pp. 124-125, y Kenneth W. Jones, “Religious Identity and the Indian Census” en N. G. Barrier, ed., The Census in British India, New Perspectives, Manohar, Delhi, 1981, pp. 91-92.

        36 Cf. V. D. Savarkar, Hindu-Pad-Padshahi or A Review of the Hindu Empire of MaharashtraB. G. Paul and Co., Madras, 1925, pp. 272-273. Las palabras entrecomilladas están tomadas de Savarkar, Six Glorious Epochs of Indian History, traducción de S. T. Godbole, Bal Savarkar Publishers, Bombay, 1971, pp. 154, 188, 192 y 193 y passim.

     37 J. T. F. Jordens, Dayanand Sarasvati. His Life and Ideas, Oxford University Press, Delhi, 1978, pp. 170 y 322 n.

     38 Para datos sobre algunos de éstos, véase Engineer, ed., Communal Riots in Post-Independence India y Engineer y Shakir, eds., Communalism in India; pucl y pudr, Who are the Guilty? Report of a Joint Inquiry into the Causes and Impact of the Riots in Delhi form October 31 to November 10, Delhi, 1984; Uma Chakravarti y Nandita Haksar, The Delhi Riots: Three Days in the Life of a Nation, Delhi, 1987; S. J. Tambiah, Sri Lanka: Ethnic Fraticide and the Dismantling of Democracy, Londres, 1986; y Veena Das, ed., Mirrors of Violence: Communities, Riots, Survivors in South Asia, Oxford University Press, Delhi, 1990.

     39 Entrevista con Shri Arun, Bhagalpur, 20 de enero de 1990.

     40 Hubo ejemplos de esto en Badaun y Bhagalpur en 1989.

     41 “5 rallyists crushed to death” [5 manifestantes mueren aplastados], Hindustan Times, 9 de octubre de 1990, p. 5.

     42 Las protestas se dieron a raíz de un anuncio del gobierno emitido el 7 de agosto de 1990, que reservaba un porcentaje de puestos gubernamentales para las llamadas “demás clases atrasadas”, aparte de los ya reservados para intocables y tribus. Para informes detallados de los desórdenes y las inmolaciones de protesta véase Economic and Political Weekly, India Today y los diarios nacionales de septiembre y octubre de 1990.

     43 Manazir Aashiq Harganvi, Ankhon Dekhi Bhagalpur ke Bhayanak Fasad ko Dekhne Baad, Maktaba Kohsar, Bhagalpur, 1989. Las traducciones de los párrafos siguientes son mías.

     44 Cf. Gramsci: “¿Es posible escribir (o concebir) una historia de Europa en el siglo xix sin un tratamiento orgánico de la Revolución francesa y de las guerras napoleónicas [...]? Uno podría decir, por ello, que el libro de Croce sobre la Historia de Europa no es sino un fragmento de historia”. Selections from the Prison Notebooks of Antonio Gramsci, Q. Hoare y G. N. Smith, editores, Lawrence and Wishart, Londres, 1971, pp. 118 y 119. Debe quedar claro desde luego que no estoy defendiendo la clase de historia “objetiva” e “integral” que pedía Gramsci.

     45 Cabría añadir que, dada la gran dificultad, cuando no imposibilidad, de traducir culturas y conciencias a otras lenguas, una nueva historiografía requiere también de un esfuerzo más concertado para recuperar lo que en la India seguimos llamando lo “vernáculo” (y también el dialecto) en términos tanto de las fuentes como del ámbito del debate histórico. Junto con ello, existe la necesidad de reconocer que lo “vernáculo” puede ser también lo “nacional”, y de muchas maneras.

     46 Constitution of India, Preámbulo.

 

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