BERNARD S. COHN

 

 

 

REPRESENTACIÓN DE LA AUTORIDAD

EN LA INDIA VICTORIANA

(PRIMERA PARTE
LECTURA DEL COLONIALISMO
)

 

 

 

Contradicciones culturales en la construcción

de un lenguaje ritual

 

     Para mediados del siglo xix, la sociedad colonial de la India se carac­te­rizaba por una marcada separación entre un pequeño grupo gober­nante extranjero, de cultura británica, y 250 millones de indios, a quienes los británicos controlaban de hecho. La superioridad militar­ de estos extranjeros quedó demostrada sin lugar a dudas tras la bru­tal­ represión de una extensa revuelta militar y civil que se había ex­ten­di­do por gran parte del norte de la India entre 1857 y 1858. En las dos décadas siguientes a dicha acción militar se codificó una teoría de la autoridad, fundamentada en ideas y supuestos sobre la forma apropiada de ordenar a los grupos de la sociedad india y su relación con sus gobernantes británicos. En términos conceptuales, los británicos, que habían comenzado su dominio como “invaso­res” (out­si­ders), posteriormente se volvieron “naturales del país” (insiders), al de­positar en su monarca la soberanía de la India median­te­ la Ley para el Gobierno de la India decretada el 2 de agosto de 1858. Esta nueva relación entre la monarca británica, sus súbditos indios y los príncipes nativos de la India se proclamó en los principa­les centros del dominio británico en el subcontinente el 8 de noviem­bre de 1858. En la proclama, la reina Victoria aseguraba a los príncipes indios que “sus derechos, dignidad y honor”, así como el control de sus posesiones territoriales serían respetados, y que la reina estaba comprometida “con los nativos de nuestros territorios indios por las mismas obligaciones del deber que nos compromete con todos nuestros demás súbditos”. A todos sus súbditos indios se les garanti­za­­ría el poder practicar sus religiones. Además, disfrutarían de “la protección­ igual e imparcial de la ley”, y en la elaboración y adminis­tración de la misma “se prestaría la debida consideración a los an­ti­guos­ derechos, usos y costumbres de la India”. La reina informó a los príncipes y a sus súbditos indios que se haría todo lo posible por estimular “la pa­cí­fi­ca industria de la India, por promover obras de utilidad y mejoras públicas” y que “disfrutarían de ese progreso social que sólo puede asegurarse mediante la paz interna y el buen gobierno”.1

     La proclama se basaba en dos supuestos principales: En primer lugar, había una diversidad cultural, social y religiosa indígena en la India y, en segundo, los gobernantes extranjeros tenían la responsabilidad de mantener una forma equitativa de gobierno, encaminada no sólo a proteger la integridad inherente a esta diversidad, sino también a fomentar el progreso social y material que beneficiaría a los gobernados.

     La proclama puede verse como una declaración cultural que engloba dos teorías de gobierno divergentes e incluso contradictorias.­ Por un lado, se buscaba mantener a la India como un orden feudal; por el otro, se propiciarían cambios que inevitablemente conducirían­ a la destrucción de dicho orden. Estas teorías sobre el dominio británico incorporaban ideas acerca de la sociología de la India y la relación de los gobernantes con los individuos y grupos de la so­cie­dad­ india. Si la India habría de ser gobernada de un modo feudal, entonces se tendría que reconocer o crear una aristocracia india, la cual tendría el papel de “leales feudatarios” de la reina británica. En cambio, si la India fuera gobernada por los británicos de un modo “modernista”, entonces tendrían que desarrollar principios que apun­ta­rían hacia una nueva especie de orden cívico o público. Los adeptos­ a esta opinión deseaban una forma representativa de gobierno sobre­ la base sociológica de comunidades e intereses que serían re­pre­sen­­tados por individuos.

     Los británicos adeptos tanto a la forma feudal como a la represen­ta­tiva de gobierno colonial compartían varias suposiciones sobre­ el pa­sa­do y presente de la India y sentían la persistente necesidad y convenien­cia­­ de un gobierno monárquico para la India. En ambas formas, aun­que los indios se asociaran a sus gobernantes blancos como feu­da­ta­rios o como representantes de comunidades e intereses, las decisiones reales que afectaran a todo el sistema serían tomadas por los gobernantes británicos del régimen colonial. Los gobernantes británicos daban por sentado que los indios habían perdido su dere­cho a go­ber­­nar­se a sí mismos por su propia debilidad, lo cual los lle­vó a ser subyugados por una serie de gobernantes “extranjeros”, situación que se remontaba a las invasiones arias y, en el pasado más reciente, a la conquista por parte de los británicos de los mogoles, sus predecesores como gobernantes imperiales de la India. Todos los británicos in­te­re­sa­dos en gobernar a la India aceptaron el hecho aparente de la incapacidad de los indios para gobernarse. Lo que se debatía entre los británicos era si esta incapacidad era inherente o permanente, o si acaso bajo una tutela apropiada los indios podían llegar a ser lo suficientemente capaces para gobernarse solos. La teo­ría feudal podía abarcar la teoría del gobierno representativo y la posibilidad de evolu­cionar hacia dicha capacidad, pues los británicos habían pasado por una etapa feudal en su propia historia y, en términos analíticos, el presente de la India podía verse como el pasado­ británico. La política,­ la sociedad y la economía británicas habían evolucionado hacia su forma moderna a partir de este pasado, de ahí que teóricamente la entonces sociedad feudal india podía evo­lu­cio­­nar también hacia una sociedad moderna en un futuro lejano. En términos políticos, los miembros del grupo gobernante discutían sobre la eficacia política de apoyar a terratenientes, príncipes y campesinos, o a los emergentes­ indios de las ciudades que habían tenido­ una educación occidental, según un acuerdo general acerca de la na­tu­ra­le­za de la sociedad india y el logro de los más altos objetivos para la India, sin poner en entredi­cho las instituciones existentes del régimen colonial.

     En las décadas de 1860 y 1870 se reafirmó la noción según la cual “una vez establecida la autoridad, ésta tiene que tener un pasa­do seguro y utilizable”.2 El pasado, que estaba codificándose y requería ser representado tanto a los británicos en la India y en Inglaterra, co­mo a los indios, tenía un componente británico y uno indio, y una teoría sobre la relación existente entre ambos. La reina era la monarca tanto de la India como de Gran Bretaña, un centro de autoridad para ambas sociedades. El titular del gobierno británico en la India tuvo, a partir de 1858, un título y una doble función: como gobernador general tenía la responsabilidad más alta ante el par­lamento y, como “virrey”, representaba a la monarca y su relación­ con los príncipes y pueblos de la India.

     Desde 1858, como parte del restablecimiento del orden político,­ lord Canning, primer virrey de la India, emprendió una serie de ex­tensas giras por el norte del país para hacer patente la nueva re­la­ción­ proclamada por la reina. Estas giras se caracterizaron prin­ci­pal­­men­­te por la celebración de durbars o reuniones a las que asistía gran cantidad de príncipes y notables indios, y funcionarios indios y británicos.­ En dichas reuniones se rendían honores y se entregaban premios a los indios­ que habían demostrado lealtad a sus gobernantes extranjeros duran­te los levantamientos de 1857-1858. En estos durbars, se otorgaba a los in­dios títulos como los de rajá, nawab, rai sahib, rai bahadur y khan bahadur, se les entregaban ropajes y emblemas especiales (khelats); se les concedían privilegios especiales y algunas exenciones de los procedimientos administrativos normales y se les daban recompensas­ en forma de pensiones y concesiones de tierras por acciones varias como la protección de europeos durante el levantamiento y el su­mi­nis­­tro de tropas y provisiones a los ejércitos británicos. Los durbars eran un modelo derivado de los rituales cortesanos de los emperado­res mogoles, utilizados por los gobernantes indios del siglo xviii, tan­to hindúes como musulmanes, y posteriormente adaptados por los británicos a principios del siglo xix, donde los funcionarios ingleses actuaban como gobernantes indios.

     El rito central que tenía lugar en el durbar del mogol era un acto de incorporación. La persona que recibía el honor hacía una ofrenda­ de nazar (monedas de oro), o peshkash (bienes como elefantes, caba­llos, joyas y otros objetos de valor). La cantidad de monedas de oro ofrecidas, o la naturaleza y cantidad del peshkash presentado, se califica­ba y refería cuidadosamente al rango y condición social de la persona que obsequiaba la prestación (prestation). El mogol ofrecía un khelat, que entendido en forma estricta era un conjunto de prendas de vestir específicas y ordenadas que consistía de una capa, un turbante, chales, varios adornos para el turbante, un collar y otras alhajas, armas y escudos, pero también podía incluir caballos­ y elefantes con varias guarniciones que simbolizaban la autoridad y señorío. También se calificaba la cantidad de estos artículos y su valor.­ Algunas insignias, ropas y derechos, como el uso de tambores y cier­tos estandartes, se reservaban para miembros de una familia go­ber­nan­­te. Bajo el régimen de los mogoles y otros gobernantes indios, estas prestaciones rituales constituían una relación entre el otorgante y el recipiendario, y no se entendían como un simple intercambio de bienes y valores. El khelat era un símbolo que representaba “la idea de continuidad o sucesión [...] y esa continuidad descansa en un fundamento físico, que depende del contacto del cuerpo del recipiendario con el cuerpo del otorgante por medio de los ropajes”.3 El recipiendario se incorporaba por medio de los ropajes al cuerpo del otorgante. Esta incorporación, según F. W. Buckler, se basaba en la idea de que el rey representa un “sistema de gobierno del cual él es la encarnación [...] incorporando a su cuerpo [...] las personas de aquéllos que comparten su gobierno”.4 Aquéllos incorporados de esta forma, no sólo eran siervos del rey, sino parte de él, “justo como el ojo es la principal función de la vista, y el oído en cuanto a lo que se ha de oír”. El término nazar, las monedas de oro ofrecidas por el subordinado, proviene de una palabra árabe y persa que significa “voto”. En su forma típica, se ofrece en la moneda del gobernante, y expresa el reconocimiento del que hace el ofrecimiento de que el gobernante es la fuente de riqueza y bienestar. El ofrecimiento del nazar es el acto recíproco a la recepción del khelat y parte del acto de incorpora­ción. Estos actos, vistos desde la perspectiva del recipiendario, que ofrece el nazar y que a su vez re­ci­be el khelat, eran actos de obediencia,­ promesas de lealtad, y la aceptación de la superioridad del otorgante­ del khelat.

     En los durbars había reglas sólidamente establecidas para la colo­ca­ción relativa de personas y objetos. El orden espacial de un durbar fijaba, creaba y representaba las relaciones con el gobernante. Entre más cerca estuviera uno del gobernante o de su representante, ma­yor sería su nivel social. En un durbar, tradicionalmente, el per­so­na­­je­ real se sentaba en almohadas o en un trono bajo colocado en una plataforma ligeramente elevada; todos los demás se ponían en filas dispuestas verticalmente a la izquierda y la derecha a lo largo de la sa­la o tienda de audiencias. En otros durbars las filas se podían or­de­nar­­ horizontalmente y estar separadas por barandales, pero en ambos­ casos, entre más cerca se estuviera de la persona de la figura real, más se participaba de su autoridad. Al entrar al durbar, cada persona­ manifestaba su obediencia al gobernante, generalmente postrándose y tocándose la cabeza de varias maneras para saludar. En términos mogoles, el que hacía el saludo “ponía su cabeza (la cual es el asiento de los sentidos y de la mente) en la mano de la humildad, ofre­cién­do­la a la asamblea real como regalo”.5 Si se ofrecía nazar o pesh­kash, y se recibían khelats u otros honores, la persona se adelanta­ba y las prestaciones eran vistas o tocadas por el personaje real; entonces­ sería ataviada por un funcionario o por el gobernante y recibiría otros objetos de valor. Si lo que se daba eran caballos y elefantes, se lle­va­ban hasta la entrada de la sala de audiencias para ser exhibidos.

     Los británicos, en los siglos xvii y xviii, tendían a interpretar equivocadamente estos actos, al verlos como de naturaleza y función económica. Se veía el ofrecimiento del nazar y del peshkash como pago de favores, que los británicos traducían como “derechos” relativos a sus actividades comerciales. En el caso de los subordinados­ de los gobernantes indios, los derechos establecían privilegios que eran la fuente de riqueza y de prestigio social. Los británicos interpre­ta­ban los objetos —telas, vestimentas, monedas de oro y plata, anima­les, armas, joyas y orfebrería y otros objetos— que formaban la base de la relación mediante incorporación, como bienes utilitarios que eran parte de su sistema de comercio. Para los indios, el valor de los objetos no dependía de un mercado, sino del acto ritual de incorpora­ción. Recibir una espada de manos del mogol o de antiguo linaje por haber sido propiedad de varias personas, tenía un valor que trascen­día por mucho su valor “en el mercado”. Las telas y vestimentas que eran elementos clave del khelat adquirían el carácter de verdaderas reliquias. Había que guardarlas, mantenerlas de generación en gene­ra­ción y exhibirlas en ocasiones especiales. No eran para usarse como prendas ordinarias. Los británicos glosaron el ofre­ci­mien­to del nazar como soborno y el peshkash como tributo, siguiendo sus propios códigos culturales, y supusieron que se trataba llanamente de un quid pro quo.

     En la segunda mitad del siglo xviii, la East India Company se alzó tras una serie de luchas con sus competidores franceses como el más poderoso de los estados indios, al lograr derrotar al nawab de Bengala en 1757; al nawab visir de Awadh y al emperador mogol en 1764; a Tipu, sultán de Mysore, en 1799 y a los marathas bajo el do­mi­nio de Scindhia en 1803. Su posición como una potencia nacional dentro del sistema de estados de la India del siglo xviii le venía de su designación como diwan (funcionario o institución civil en jefe) de Bengala por el emperador mogol en 1765, y el establecimiento de su papel como “protectora” del emperador mogol en 1803, cuando lord Lake tomó Delhi, capital del imperio mogol. En lugar de deponer al mogol y proclamarse gobernantes de la India como sucesores del im­pe­rio mogol, los británicos se conformaron, por instrucciones de lord Wellesley, su gobernador general, con ofrecer al mogol “toda demos­tra­­ción de reverencia, respeto y atención”.6 Al establecer a la East India Company como lo que Wellesley y otros oficiales de aquel tiempo concibieron como “protectora” del emperador mogol, creyeron que con ello tendrían “posesión de la autoridad nominal del mogol”.7 Los británicos pensaron que la adqui­si­­ción de la “autoridad nominal” podría ser útil, pues aun cuan­do­ el mo­gol en términos europeos no tenía “poder, dominio y autori­dad­ real, casi cada estado y clase de pueblo en la India sigue re­co­no­cien­­do su autoridad nominal”.8 Sir John Kaye, cuya History of the Indian Mu­ti­­ny era y en muchos aspectos sigue siendo la obra fundamental so­bre las “causas” del Gran Levantamiento, comentó la relación habida entre la East India Company y el mogol de 1803 a 1857, diciendo que se había creado una “paradoja política”, puesto que el mogol “se ha convertido en un pensionado, una comparsa, una marioneta. Sería un rey, y un no rey —algo y nada— una realidad y una farsa al mismo tiempo”.9

     Después que la East India Company logró el control militar de Ben­gala en 1757, su influencia creció y sus empleados regresaron a Ingla­te­rra cargados de riquezas; esta influencia y riqueza comenzó a repercutir en Inglaterra sobre el sistema político nacional. El problema de la relación de la East India Company con la corona y el parlamento­ se volvió un asunto político crucial. Se pretendió un arreglo median­te la Ley de la India de 1784, la cual hacía al parlamento responsable en última instancia del gobierno de la India, pero conservaba a la East India Company como instrumento de la actividad comercial y del gobierno sobre los territorios de la India que la compañía había lle­ga­do a dominar. El parlamento y los directores de la compañía comenzaron a poner límites a la adquisición de fortunas privadas por parte de sus empleados, mediante la reduc­ción y luego la eliminación de ac­ti­vi­da­des comerciales privadas y al definir como “corrupción” la incorporación de funcionarios de la East India Company a los grupos gobernantes nativos mediante el intercambio de nazar, khelats y peshkash, los cuales habían sido declarados actos de soborno.

     Con esta definición de “corrupción”, y manteniendo al em­pe­ra­dor­­ mogol como el centro simbólico del orden político indio, se es­ta­ble­ció otra paradoja política. La corona británica no era la corona de la India; los británicos en la India eran súbditos de sus propios re­yes pero los indios no. El mogol seguía siendo la “fuente de honor” para los indios. Los ingleses no podían ser incorporados mediante actos simbólicos a un gobernante extranjero, y quizá fue más im­por­tan­­te que no hayan podido incorporar indios a su gobierno por medio de pro­cedimientos simbólicos.

     A finales del siglo xviii, a medida que los funcionarios de la East India Company cumplían funciones de tasadores y recaudadores de impuestos, jueces y magistrados, legisladores y ejecutivos en el orden político indio, sus empleadores y su parlamento les prohibieron­ participar en rituales y constituir relaciones formales con indios que fueran sus subordinados. No obstante, en las relaciones con gobernantes territoriales aliados de los británicos que fueran sus subordina­dos, los oficiales de la East India Company se dieron cuenta de que la lealtad tenía que ser simbolizada para que fuera efectiva a ojos de di­chos subordinados y sus seguidores. De ahí que los británicos co­men­­zaran a practicar la costumbre de otorgar khelats y aceptar nazar y peshkash en las reuniones formales que podrían ser reconocidas como durbars por los indios.

     Aunque los británicos, como “gobernantes indios” en la primera­ mitad del siglo xix, siguieron practicando la costumbre de aceptar nazar y peshkash y otorgar khelats, trataron de restringir las ocasiones­ de tales rituales. Por ejemplo, cuando un príncipe o notable visitaba­ la Casa de Gobierno (Government House) de Calcuta, o cuando el go­ber­­na­­dor general, gobernadores, comisionados y funcionarios británicos menores salían de gira, se celebraba un durbar. Los khelats siempre se concedían en nombre y con el permiso de los gobernadores de las presidencias o del gobernador general. El oficial que recibía el ofrecimiento nunca conservaba lo que los indios ofrecían como nazar y peshkash. En su lugar, se hacían valuaciones y minuciosas listas de los objetos ofrecidos y presentados, los cuales se depositaban fi­nal­men­te en la Toshakhana, una tesorería especial del gobierno encarga­da de recibir y consignar los regalos. A diferencia de los indios, los británicos reciclaban los regalos que recibían, ya fuera directamente­ al dar a un indio lo que otro había dado, ya fuera indirectamente, subastando en Calcuta lo que se había recibido y utilizando los fondos­ así obtenidos para comprar otros objetos que serían dados como regalo. Los británicos siempre trataban de asimilar a términos econó­mi­cos lo que daban y recibían, al informar a los indios del valor exac­to de los objetos o dinero que se les permitiría dar. Así que si una persona iba a dar 101 rupias como nazar, recibiría un chal o vestidura­ ceremonial del mismo valor como khelat.

     En apariencia se había conservado el ritual mogol, pero los signi­fi­cados cambiaron. Lo que había sido para los gobernantes indios un ritual de incorporación, ahora se había vuelto un ritual que seña­la­b­a la subordinación, sin lazos místicos entre la figura real y el ami­­go y servidor elegido que se estaba convirtiendo en parte del gobernante. Al convertir lo que era una forma de dar regalos y pres­ta­cio­nes­ en una especie de “intercambio económico”, la relación entre el fun­cio­na­rio británico y el súbdito o gobernante indio se volvió contractual. En la primera mitad del siglo xix los británicos, a medida que ampliaban su dominio, fundamentaban su autoridad en la idea del contrato y del “buen gobierno”. Crearon un ejército mercenario en donde el contrato se expresaba metafóricamente como “comer la sal de la compañía”. La lealtad entre los soldados indios y sus oficiales­ europeos se mantenía a base de paga regular, trato “justo” y observa­ción de la regla de no interferir en las creencias y costumbres religiosas indígenas. Cuando se presentaba alguna insubordinación, se basaba en la creencia, por parte de los soldados, de que se había vio­la­­do­ su “contrato”, explícito o implícito, obligándolos a usar som­bre­­ros­ de cuero, o a viajar sobre las “aguas negras [del océano]” (actos considerados impuros), o a ingerir substancias prohibidas como grasa­ de cerdo o de buey. El Estado se convirtió en el creador y ga­ran­te de las relaciones contractuales entre los propios indios en rela­ción­ con el uso de los recursos básicos de mano de obra y tierras,­ mediante la in­tro­duc­ción de las ideas europeas de propiedad, renta y beneficio. Los señores locales, que eran el pilar de un orden social apoyado en conceptos cosmológicos y que mantenían el orden debido­ mediante la acción ritual, se convirtieron en “terratenientes”. Los “re­yes” indios­ a quienes se les permitía una autonomía interna en sus dominios queda­ron reducidos a la condición de “jefes y príncipes”. Se les controlaba­ mediante tratados de naturaleza contractual, ya que estos tratados garantizaban las fronteras de los estados, prometían el apoyo de la East India Company a una familia real y sus descendientes a cambio de renunciar a la facultad de declarar guerras, y eran válidos mientras­ “ejercieran el buen gobierno” y aceptaran la supervisión de un funcionario inglés.

     Me atrevería a afirmar que en la primera mitad del siglo xix hubo una deficiencia y contradicción en la constitución cultural-simbólica de la India. “Una constitución cultural simbólica”, para citar a Ronald Inden,

 

abarca cosas tales como esquemas de clasificación, suposiciones acerca­ de cómo son las cosas, cosmologías, visiones del mundo, sistemas éticos,­ códigos legales, definiciones de las unidades de gobierno y grupos so­cia­les, ideologías, doctrinas religiosas, mitos, rituales, procedimientos­ y reglas de etiqueta.10

 

     Los elementos dentro de una constitución cultural-simbólica no son un mero conjunto de artículos o cosas, sino que se ordenan en un patrón que establece las relaciones de los elementos entre sí y construye su valor.

     La teoría indígena de gobierno en la India se basaba en ideas de incorporación y en una teoría sobre la jerarquía, en la que los gobernantes no sólo estaban por encima de los demás, sino que podían abarcar a aquéllos a quienes gobernaban. De ahí la duradera importancia del emperador mogol, incluso como un “pensionado”, pues tanto súbditos indios de la East India Company como gobernan­tes de los estados aliados aún poseían títulos honoríficos que sólo el emperador podía otorgar. Incluso en la India británica en las mezquitas se seguía leyendo en su nombre el khutba [oración o ser­món­ de los viernes en las mesquitas; se entendía como un reconocimiento­ de soberanía]; las monedas de la East India Company hasta 1835 tuvieron su nombre inscrito y varios de los estados indios siguieron acuñando moneda hasta 1859-1860 con el año del reinado del em­pe­ra­­dor mogol estampado en ellas. Aunque los británicos se referían al emperador mogol en inglés como “King of Delhi” (el rey de Delhi), continuaron usando sus títulos imperiales completos cuando se diri­gían a él en persa. Como la monarca de Gran Bretaña no fue la monarca de la India sino hasta 1858, era difícil para los go­ber­na­do­res­ generales honrar a los indios con medallas y títulos. Cuando un go­ber­na­dor general salía de gira y celebraba durbars para los gobernantes indios, normalmente sólo recibía a un gobernante a la vez, evitando el problema de considerar a un gobernante por en­ci­ma de otro en términos de su colocación en relación con el cuerpo del gobernador general. No fue sino hasta la década de 1850 que los británicos­ trataron de regularizar la costumbre de disparar salvas como signo de respeto hacia los gobernantes indios. El sistema de rangos que los saludos por salvas indicaban no se definió sino hasta 1867. Los esfuerzos por parte de los gobernadores generales por simbolizar un nuevo orden o por eliminar algunas de las contradicciones y lagunas en la constitución cultural-simbólica de la India enfrentaron el escepticismo e incluso la repulsa de los directores de la East India Company y del presidente del Consejo de Control en Londres.­ Lord William Bentinck, gobernador general de 1828 a 1835, fue el primero en darse cuenta de la conveniencia de ubicar una capital “imperial” lejos de Calcuta, e hizo notar a sus empleadores en Londres­ la “necesidad de un punto cardinal” para su sede de gobierno.11 Agra era su elección para dicho “punto cardinal”, pues creía que era la capital de Akbar, y pensó que era poca la diferencia entre las condiciones políticas de los tiempos de Akbar (tercer emperador mogol) y las de los suyos, pues ambos gobernantes estaban preocupados por la “preservación del imperio”.12 Agra se consideraba como la “joya más brillante” de la “corona” del gobernador general,13 ya que estaba­ ubicada “en medio de todos los escenarios de la gloria pasada y fu­tu­ra, donde el imperio habrá de salvarse o perderse”.14

     Cuando Bentinck planteó la posibilidad de cambiar de capital en 1829, la junta de directores prohibió que se considerara tal medida señalando que su gobierno no era el gobierno de un único soberano­ independiente sino que la India “está gobernada por una potencia ma­rí­ti­ma distante, y la posición de la sede del Gobierno debe conside­rar­se con referencia a esa circunstancia particular”. Era precisamente este pasado marítimo-mercantil lo que Bentinck buscaba cambiar, pues creía que el carácter del régimen británico “había dejado de ser el in­con­sis­ten­te carácter de mercader y soberano”,15 y ahora era el de una potencia imperial. Lord Ellenborough, que fue presidente del Consejo­ de Control de 1828 a 1830, durante la investigación periódi­ca del es­ta­do de los territorios de la East India Company previa a la re­novación de su carta de privilegios vein­te­ñal por el parlamento, su­girió al entonces­ primer ministro, el duque de Wellington, que el gobierno de la India­ debía transferirse a la corona.16 La sugerencia fue rechazada por el duque quien, según pensó Ellenborough, estaba­ “ansioso de no de­sa­ve­nir­se con los intereses comerciales de Londres”.17

     Ellenborough se convirtió en gobernador general de la India a raíz de la gran derrota del ejército de la East India Company a manos de los afganos en 1842, y estaba decidido a restablecer el prestigio­ del poderío británico en la India. Dirigió una invasión a Afganistán, que culminó con los saqueos de Ghazni y Kabul, como acto punitivo.­ A Ellenborough se le ocurrió simbolizar la derrota de los afganos musulmanes mandando que lo que se pensaba eran las Puertas de Somnath, un famoso templo hindú de Gujarat (que había sido saqueado y profanado hacía seiscientos años por los musulmanes y las puertas llevadas a Afganistán), fueran regresadas a la India en son de triunfo y colocadas en un templo recién construido en Gujarat. Así, giró instrucciones para que las puertas de madera de sándalo fueran llevadas en un carro por la ciudad de Punjab y traídas a Delhi, acompañadas por una guardia de honor y con la debida ce­re­mo­­nia. Ellenborough manifestó su intención publicando un decreto­ “a todos los príncipes y jefes y pueblo de la India”. El regreso de las puertas sería, proclamó Ellenborough, la “más orgullosa hazaña de vuestra gloria nacional; la prueba de vuestra superioridad militar sobre las naciones del otro lado del Indo”. Además, se identificó con los pueblos y príncipes de la India “en interés y sentimiento”, declaró­ que el “heroico ejército” reflejaba “el honor inmortal sobre mi país nativo y adoptado”, y prometió que conservaría y acrecentaría “la felicidad de nuestros dos países”.18 En un espíritu similar escribió a la joven reina Victoria sobre esta victoria diciendo que “la recobra­da autoridad imperial [quedaba] ahora [...] transferida al gobierno británico”, y que todo lo que restaba por hacer era convertir a los príncipes de la India en “feudatarios de una emperatriz”, si “su majes­tad se volviese la cabeza nominal del Imperio”.19

     Ellenborough mandó acuñar una medalla especial para honrar a los soldados británicos e indios del ejército de la East India Com­pa­ny que habían servido en China durante la guerra del opio. El du­­que de Wellington sintió que Ellenborough, por medio de esta acción, había usurpado las prerrogativas de la corona.20 La acción de Ellen­bo­rough y su proclamación relativa al regreso de las Puertas de Somnath provocó una acerba crítica y burla entre los británicos tanto­ en la India como en Inglaterra. Aunque las preocupaciones de Ellen­bo­rough por las representaciones simbólicas del papel imperial de los británicos en la India no fueron la causa de su destitución en 1844, se tomaron como indicios de una visión de la relación entre la India e Inglaterra que tenía poco apoyo en Inglaterra o la India.

     Las contradicciones y dificultades de definir una constitución simbólico-cultural se remontan a los esfuerzos realizados durante la primera mitad del siglo xix por construir un lenguaje ritual mediante­ y gracias al cual se representara la autoridad de los británicos a los indios. El persistente uso del lenguaje mogol suscitaba continuas dificultades, como arduas negociaciones entre los funcionarios britá­nicos y los súbditos indios sobre las cuestiones de precedencia; for­mas­ de tratamiento; la validez del derecho a usar títulos mogoles; que si el mogol seguiría recibiendo nazar tanto de funcionarios indios como británicos y otorgando khelats y extendiendo sanads [privilegios reales] durante la sucesión del masnad [príncipe] en los estados indios. Los británicos se referían a esta última práctica como el “tráfico de sanads”.

     El conflicto no sólo se daba entre los nobles y las élites y los ofi­cia­les británicos, sino que llegó a afectar la vida diaria de las cortes y oficinas locales de la East India Company, en lo que llegó a conocer­se como la “controversia de los zapatos” (shoe controversy). Los británicos en la India seguían una lógica metonímica en su relación con sus súbditos indios, y el que los indios usaran zapatos en presen­cia de los británicos se veía como un intento por establecer relaciones­ de igualdad entre los gobernados y sus gobernantes. De ahí que se obligara siempre a los indios a quitarse los zapatos o sandalias al entrar a lo que los británicos definían como su espacio —sus oficinas­ y casas. En cambio, los británicos se obstinaban en usar zapatos cuan­do ingresaban a espacios indios, incluyendo mezquitas y templos. La única y significativa excepción que se permitía era cuando un indio usaba habitualmente ropas europeas en público: entonces se le permi­tiría usar zapatos en presencia de sus amos ingleses en ocasión de rituales de tipo occidental tales como las recepciones del gobernador­ general, un salón, tertulias o bailes.

     Los británicos experimentaron varias formas de ritual para señalar los actos públicos. La colocación de la primera piedra de los edificios del Colegio Universitario Hindú y del Colegio Universitario­ Mahometano en Calcuta en 1824 se celebró “con el famoso e im­po­nen­­te ceremonial típico de la Masonería”.21 Los colegios se fundaron­ bajo los auspicios del Comité para la Instrucción Pública, el cual estaba constituido por indios y europeos que obtenían fondos para estas instituciones en gran medida de fuentes privadas. El objetivo de los colegios sería instruir a los indios en “los principios fundamen­tales de las ciencias morales y físicas”.22 Los miembros de las logias francmasónicas de Calcuta, que eran varias, desfilaron en procesión por las calles de Calcuta encabezados por una banda y la insignia y estandarte de cada logia, y se reunieron en la plaza donde se construiría el edificio:

 

Entonces, sobre el pedestal, se depositaron las Copas, el Cubo y otros implementos de la Ceremonia [...] El reverendo hermano Bryce [...] pronunció una oración solemne dirigida al gran arquitecto del universo [...] Hasta donde alcanzaba la vista, se veían filas y filas de rostros humanos y los techos de las casas en todos los flancos estaban llenos de gente nativa ansiosa por ver la imponente escena.23

 

     Tras la oración, se depositaron monedas y una charola de plata con la inscripción alusiva en el lugar donde se colocaría la primera piedra. La piedra descendió y se ungió con grano, aceite y vino. A continuación el Gran Maestro provincial dio un discurso y el fin de la ceremonia se señaló por la ejecución del himno nacional, “God Save the King”. No sólo es europeo el lenguaje de este ritual, sino también la institución que se festejaba y el ideal público-cívico que la animaba. La educación que se ofrecería en estas dos instituciones sería laica y secular, no se ocuparía de transmitir el conocimiento sagrado como en las instituciones educativas indígenas. Aunque una institución era para hindúes y la otra para musulmanes, la admisión no se reservaba para grupos particulares de hindúes o musulmanes, a diferencia de lo que se acostumbraba en las instituciones nativas. El hecho de reunir fondos mediante suscripción pública, lo cual se veía como una acto de caridad de estilo europeo, así como la obtención de fondos mediante loterías públicas, caracterizaban el acto si no como algo único, ciertamente como algo novedoso.

     Las primeras décadas del siglo xix estuvieron llenas de celebraciones de las victorias británicas en la India y Europa, ir y venir de gobernadores generales y héroes militares, muertes y coronaciones de reyes ingleses y cumpleaños reales. El lenguaje de estos acontecimientos tendría toda la traza de los que se celebraban en Inglaterra, con fuegos artificiales, desfiles militares, luces, cenas con sus ceremo­nio­sos brindis, acompañamientos musicales, rezos cristianos y, sobre­ todo, muchos discursos. Los indios participaban en forma marginal como soldados en los desfiles, como sirvientes o como espectadores­ de las partes públicas de las celebraciones.

 

 

Los sucesos como estructura: el significado

del levantamiento de 1857

 

Las contradicciones de la constitución cultural-simbólica de la India­ británica se resolvieron con el alzamiento de 1857, conocido tradicio­nalmente como el “Motín indio”, que culminó con la profanación de la persona del emperador mogol, una brutal demostración del poder que los británicos tenían para someter a los indios y el estable­cimiento de un mito sobre la superioridad del carácter de los británi­cos ante los desleales indios.

     El juicio del emperador, tras el aplastamiento de la rebelión, anun­ció formalmente la transformación del gobierno.24 Llevar a jui­cio­ a un rey significa que los que lo hacen creen que es un acto de justicia y “una negación explícita del derecho del rey a gobernar”. Su significa­do, según Michael Walzer, es que cercena al pasado del presente y fu­turo, y establece nuevos principios políticos que marcan el triunfo­ de una nueva clase de gobierno.25

     El juicio del emperador tiene que considerarse en relación con la Ley del Gobierno de la India de 1858 y el decreto de la reina del 1 de noviembre de 1858. El juicio y la sentencia de exilio del empera­dor­ y el fin del gobierno mogol se acompañó de una desacralización com­ple­ta del orden político anterior de esta sociedad. La ley par­la­men­­taria y la proclama de la reina declaran el inicio de un nuevo or­den. Este nue­vo orden necesitaba un centro, necesitaba un medio por el cual los indios se pudieran relacionar ahora con este centro y con el desarro­llo de la expresión ritual de la autoridad británica en la India.­

     En el sistema cultural anglo-indio, se puede mencionar la Gran Rebelión entre 1857 y 1858 como señal de cambios cruciales. Para las élites gobernantes británicas, tanto en Inglaterra como en la India,­ los significados atribuidos a estos acontecimientos, y los cambios constitucionales resultantes, fueron cada vez más el pivote alrededor­ del cual giraba su teoría del dominio colonial. La guerra condujo a definir nuevamente la naturaleza de la sociedad india, la relación necesaria y apropiada de los gobernantes con los gobernados y la re­con­si­deración de los objetivos del gobierno de la India, lo cual a su vez provocó incesantes cambios en los arreglos institucionales ne­ce­sa­rios para llevar a cabo estos objetivos. Para los ingleses de la segun­da mitad del siglo xix, al viajar por la India, ya como visitantes, ya en cumplimiento de su deber, era obligada una peregrinación a los lugares de los grandes sucesos del “Motín” —el Delhi Ridge (colinas boscosas cercanas a Delhi), el Memorial Well y los Jardines de Kanpur, coronados por una gran estatua de mármol del Ángel de la Resurrección, y la Residencia en Lucknow. Tumbas, mausoleos, lápi­das y sus inscripciones, y las placas que están empotradas en las paredes de las iglesias europeas recordaban a los ingleses el martirio,­ sacrificio y triunfos definitivos de militares y civiles cuyas muertes sa­cralizaban, para los ingleses victorianos, su dominio en la India.

     Los ingleses, desde 1859 hasta principios del siglo xx, vieron al “Motín” como un mito heroico que encarnaba y expresaba sus valores­ centrales, los cuales les explicaban a ellos mismos su dominio en la India: sacrificio, deber, fortaleza; ante todo, el “Motín” simbolizaba el triunfo decisivo sobre aquellos indios que habían amenazado a la autoridad y orden rectamente constituidos.

 

 

La formalización y representación del lenguaje

ritual: la Asamblea Imperial de 1877

 

Los veinte años siguientes a la desacralización de Delhi y el aplastamiento definitivo del levantamiento de 1858 se caracterizaron por la consumación de la constitución simbólico-cultural de la India bri­tá­nica. Sólo enumeraré brevemente los componentes del conteni­do de esta constitución, y enseguida describiré cómo estos com­po­nen­­tes­ quedaron representados en un acto ritual, la Asamblea Imperial de 1877, que se celebró para proclamar a la reina Victoria emperatriz de la India.

     El hecho político central fue el fin del gobierno de la East India Com­pany y el establecimiento de la monarca de Gran Bretaña como monarca de la India en 1858. Este acto podría verse como recíproco de la desacralización definitiva del imperio mogol. Ponía fin a la am­bigüedad de la posición británica en la India pues ahora la monar­quía británica abarcaba tanto a Gran Bretaña como a la India. Se es­ta­ble­ció un orden social en el que la corona británica se consideraba el centro de la autoridad y capaz de ordenar en una jerarquía única a todos sus súbditos, indios y británicos. Los príncipes indios eran aho­ra los “leales feudatarios indios” de la reina Victoria, a quien debían deferencia y lealtad a través de su virrey. El gobernador general y el virrey, al ser la misma persona, era inequívocamente el depositario de la autoridad en la India, y todos los británicos e indios tenían un rango respecto de él, según el cargo desempeñado, según la pertenencia a varios grupos con cierta posición social. Los británicos actuaban en la India de acuerdo con una teoría ordinal de la jerarquía, en la que los individuos tenían un rango según su precedencia —y esta precedencia se basaba en criterios fijos y conocidos, establecidos por adscripción y sucesión, o méritos y cargos desempeñados. Para 1876 se hizo un esfuerzo por agrupar a los príncipes aliados por región, con la asignación de un rango fijo respecto de otros gobernantes en su región. El área del estado de un príncipe, su renta, la fecha en la que se había aliado a la East India Company, la historia de su familia, su posición respecto al imperio mogol y sus actos de lealtad hacia los británicos, todo se ponderaba, estableciéndose un índi­ce para determinar el rango de cualquier gobernante. Esta condición social se reflejaba posteriormente en los durbars celebrados por los go­ber­na­do­res o vicegobernadores de la región, o cuando el virrey-go­ber­na­dor general hacía una gira oficial. Se estableció un código de conducta para la asistencia de los príncipes y jefes al durbar. Las ro­pas que usaban, la armas que podían llevar, el número de cortesanos y soldados que podían acompañarlos al campo del virrey, dónde se encontrarían con los funcionarios británicos en relación con el campo, el número de salvas que se dispararían en su honor, el momento de la entrada a la sala o tienda del durbar, si el virrey se levantaría y aproximaría para saludarlos, en qué parte de la alfombra virreinal serían saludados por el virrey, dónde se sentarían, cuánto nazar podrían ofrecer, si tendrían derecho a una visita del virrey, todo esto se­ña­la­ba el rango y podía ser cambiado por el virrey para subirlo o ba­jar­lo. En la correspondencia al virrey los saludos, los tipos de títulos indios que los británicos usarían, las fórmulas para cerrar las cartas, todo se calificaba, y se traducía en un gesto de aceptación o aprobación.

     De manera similar, los indios que se encontraban bajo el dominio­ di­rec­to de los británicos, tenían de ordinario un rango en sus ciu­da­des,­ distritos y provincias en los libros del durbar de varios fun­cio­na­rios.­ Los hombres más prominentes del distrito recibían un rango sobre la base de la renta pagada, posesión de tierras, antepasados de sus fa­mi­lias y actos de lealtad o deslealtad hacia el gobierno británico. Los oficiales y empleados indios del gobierno imperial o provincial obtenían su rango según sus cargos, tiempo de servicio y méritos, y las masas, según casta, comunidad y religión.

     Inmediatamente después de la supresión de la rebelión y el es­ta­ble­­­ci­mien­to de la reina de Inglaterra como “la fuente de honor” para la India, se hicieron investigaciones acerca del sistema de títulos­ reales indios, con el fin de ordenarlos en una jerarquía. Los bri­tá­ni­cos­ no sólo organizaron el sistema, sino que aquellos que poseían títulos­ tenían que “demostrar”, según criterios establecidos por los bri­tá­ni­cos­, que sus títulos eran legítimos. De ahí que sólo el virrey tuviera la capaci­dad de otorgar títulos indios, basado en la recomendación de fun­cio­­na­rios locales o provinciales. El fundamento para otorgar un título se especificaba a partir de actos de lealtad, servicios sobresalientes y prestados con antigüedad en el gobierno, actos especiales de caridad como el patrocinio de escuelas y hospitales, contribuciones a fondos especiales y “buena” administración de recursos dirigidos a la mejora de la producción agrícola. Los títulos concedidos a los indios­ eran vitalicios, aunque algunas de las familias más prominentes­ abri­ga­ban la suposición de que si el sucesor de la cabeza de la familia­ de­mos­tra­ba buen comportamiento, a su tiempo sería premiado con la renovación del título otorgado anteriormente para la siguiente gene­ra­ción. Para la década de 1870, honores y títulos estaban es­tre­cha­men­­te unidos a los objetivos explícitos de un nuevo orden gubernamental: “progreso con estabilidad”.

     En 1861, se estableció una nueva orden real de caballería india, la Estrella de la India. En un principio, esta orden, que incluía caballeros indios y británicos, tenía sólo veinticinco miembros, que eran los príncipes indios más importantes y los oficiales civiles y militares británicos más experimentados y destacados. En 1866, la orden se expandió por la adición de dos categorías inferiores, y para 1877 había varios cientos de personas que tenían un título de caballero de la orden, el cual era individual y otorgado por la reina. Las in­ves­ti­du­ras y celebración de capítulos de la orden añadían un importante componente europeo al lenguaje ritual que los británicos estaban estableciendo en la India. Los atavíos de la orden eran ingleses y “feudales”: una capa o manto, un collar, un medallón con la efigie de la reina (para los musulmanes era una condenación usar tal medallón por ostentar la representación de una figura humana) y un pendiente con joyas incrustadas. La investidura era al estilo europeo, ya que se leía el auto, se realizaba la presentación de la insignia, mientras el recién armado caballero se arrodillaba ante el monarca o su representante. El aspecto contractual del nombramiento quedaba dolorosamente claro para los recipiendarios indios pues los atavíos recibidos tenían que ser devueltos a la muerte del titular. A diferencia de las prestaciones recibidas de gobernantes indios anteriormente, las cuales se conservaban como objetos sagrados en salas especiales y eran exhibidas y usadas en ocasiones especiales, estos artículos tenían que devolverse. Los estatutos de la orden exigían a los recipiendarlos firmar un contrato que obligaba a los herede­ros a devolver los objetos. Los indios también objetaban uno de los es­tatutos que especificaba las condiciones bajo las cuales se podía res­cindir el nombramiento de caballero por actos de deslealtad. Los tí­tu­los de caballero se convirtieron en recompensas por “buenos servicios”.

     La relación entre la corona y la India se caracterizó poco a poco por las giras que los miembros de la familia real hicieron por la In­­dia, siendo la primera la del duque de Edimburgo en 1869. El príncipe de Gales hizo una gira de seis meses por la India entre 1875 y 1876. Las giras reales no sólo eran importantes en la India en términos de la representación del vínculo entre los príncipes y los pueblos de la India y su monarca, sino que se reseñaban ampliamente en la prensa­ británica. Al regreso del príncipe de Gales, en las principales ciu­da­des­ inglesas se organizaron exposiciones de los exóticos y valiosos regalos que se le hicieron. Es una ironía que uno de los regalos más importantes que el príncipe de Gales dio para corresponder fuera una traducción al inglés de los Vedas debida a Max Müller.

     Durante el periodo de 1860 a 1877 se extendió rápidamente lo que puede concebirse como la definición y expropiación de la civili­za­ción india por parte de los gobernantes imperiales. La dominación­ co­lo­nial­ se basa en formas de conocimiento, tanto como se basa en insti­tu­ciones de control directo. Desde la creación en 1784 de la So­cie­dad Asiática de Bengala (Asiatic Society of Bengal), fundada por sir Wi­lliam­ Jones y otros eruditos europeos, hubo una acumulación constan­te de conocimientos acerca de la historia de la India, sus sis­te­mas de pensamiento, sus creencias y costumbres religiosas y su socie­dad e instituciones. Gran parte de esta acumulación se obtuvo de la ex­pe­rien­­cia práctica en las cortes, en la tasación y recaudación de ren­tas públicas y el concomitante imperativo inglés de ordenar y cla­si­fi­car­ la información. Durante este periodo, cada vez más europeos llegaron­ a definir lo que pensaban era la singularidad de la civilización india.­ Esta definición incluía el desarrollo de un aparato para el estudio de las lenguas y textos indios, lo que cul­mi­nó en ediciones uniformes­ y autorizadas, no sólo para los europeos, sino para los propios indios,­ de los que se consideraban los “clásicos” del pensamiento y la literatura­ india. Gracias a que se estimuló a los indios para producir libros de texto escolares, éstos empezaron a escribir la historia a la manera de los eu­ropeos, a menudo sirviéndose de las ideas que los europeos tenían­ acerca del pasado de la India. En la década de 1860 se inició un es­tu­dio arqueológico en el que los europeos decidían cuáles eran los gran­des monumentos de la India, y cuáles había que conservar o cata­lo­gar como parte de la “herencia” india. Se realizaron censos y se llevó a cabo un estudio etnográfico para describir a “los pueblos y culturas de la India”­ y divulgarlos en monografías, fotografías y me­dian­te cua­­dros­ estadís­ticos, no sólo para sus propios oficiales, sino para los cien­tí­­fi­cos sociales,­ de manera que la India pudiera formar parte del laboratorio de la humanidad. Los británicos creían que las artesanias de la India habían­ caído en franca decadencia ante la tec­­no­­lo­­gía occi­den­­tal y los produc­tos­ manufacturados con máquinas, por lo que de­cidieron re­co­lec­tar­­las, preservarlas y colocarlas en mu­seos. Además se fundaron escuelas de arte en las ciudades más impor­tan­tes, donde los indios pudieran aprender a hacer esculturas, pintu­ras y artesanías, de sabo­r indio pero atractivas y aceptables para los gustos occidentales. Los arquitectos indios empezaron a construir edificios de estilo europeo,­ pe­ro con motivos decorativos “orientales”. El gobierno imperial esta­ble­ció co­mi­tés para buscar y preservar manuscritos en sánscrito, persa, árabe y en lengua vernácula. Cada vez más los indios educados habrían de aprender su propia cultura a través de ideas y erudición europea. Los gobernantes británicos definían qué era indio, en sentido oficial y “objetivo”. Los indios tenían que parecer indios: antes de 1860, los soldados indios, así como sus oficiales europeos, usaban uniformes de estilo europeo; ahora los uniformes de indios e ingleses incluían turbantes, fajines y túnicas que se consideraban mogoles o indios.

     Esta visión concretizada y objetivada de la India, su vida, pensamiento, sociología e historia habrían de integrarse para celebrar la culminación de la constitución política de la India, mediante el establecimiento de Victoria como emperatriz de la India.

 

 

La Ley de Títulos Reales de 1876

 

El 8 de febrero de 1876, por vez primera desde la muerte de su esposo en 1861, la reina Victoria inauguró las sesiones del parlamen­to. Para sorpresa de la oposición liberal, anunció en su discurso que se presentaría una propuesta de ley al parlamento para hacer adicio­nes a su Dignidad y Títulos Reales. En su discurso se refería al “since­ro afecto” con el cual “Mis súbditos indios” recibieron a su hijo, el príncipe de Gales, de gira por la India en aquel entonces. Con esto comprobaba que “viven felices bajo Mi gobierno, y son leales a Mi trono”.26 Por eso consideró que era oportuno hacer una adición a su Dignidad y Títulos Reales.

     En un discurso pronunciado el 17 de febrero de 1876, el primer ministro Disraeli revisó las discusiones realizadas en 1858 referentes­ a la declaración de Victoria emperatriz de la India. En aquel en­ton­ces se había considerado prematuro hacer emperatriz a Victoria­ por las inestables condiciones en la India. Pero decía  Disraeli que en los veinte­ años siguientes había habido un interés cada vez mayor por la India en Gran Bretaña. La visita del príncipe había estimulado un sen­ti­mien­­to­ mutuo de simpatía en estos dos países, y Disraeli estaba con­ven­­ci­do­ de que un título imperial, cuya naturaleza exacta no se especificaba, “dará gran satisfacción no sólo a los príncipes, sino a las naciones­ de la India”.27 Significaría “la decisión unánime del pueblo de este país de conservar nuestro lazo con el imperio indio”.28 En este discurso, Disraeli subrayaba la diversidad de la India, describiéndola como “un antiguo país de muchas naciones”, variados pueblos y razas, “que difieren en religión, en costumbres y en leyes —algunos de ellos altamente dotados y civilizados, y muchos de ellos de una rara prosapia”. “Y esta vasta comunidad está gobernada”, seguía di­cien­do, “bajo la autoridad de la reina, por muchos príncipes soberanos, algunos de los cuales se sientan en tronos que fueron ocupados­ por sus ancestros cuando Inglaterra era una provincia romana”.29 La hiperbólica fantasía histórica pintada por Dis­rae­li era parte del mito escenificado después en la Asamblea Im­pe­rial. La India era pura diversidad —no tenía una unidad de grupo coherente excepto la que le había dado el dominio británico mediante el sistema in­te­gra­dor de la corona imperial.

     Así, la defensa de esta ley por parte de los conservadores se basaba en la idea de que los indios eran una clase de pueblo diferente­ de la de los británicos. Los indios eran más susceptibles a las frases grandilocuentes y sería mejor gobernarlos incitando sus imaginacio­nes orientales, pues “atribuyen un enorme valor a distinciones muy sutiles”.30 Se afirmaba que, dadas las relaciones constitucionales entre la India y Gran Bretaña, los príncipes indios de hecho eran feu­da­ta­rios, y la ambigüedad existente en la relación de los príncipes con la soberanía británica se reduciría si el monarca británico tenía un tí­tu­lo de “emperador”. Aunque a algunos gobernantes indios se les llamaba “príncipes” en inglés, sus títulos en lenguas indias correspon­dían a los de reyes, por ejemplo maharaja. Con el título imperial, el orden jerárquico quedaría claro e inequívoco. Se señalaba que la rei­na Isabel usó un título imperial, y que en la práctica, desde los tiem­pos­ de Canning en la India, los príncipes y gobernantes indepen­dientes de Asia, como los amirs de Asia Central, usaban títulos im­pe­ria­­les para referirse a la reina. Se insistía en aseverar que los bri­tá­ni­cos­ eran los sucesores de los mogoles, quienes tenían una corona imperial entendida por los indios de todas las condiciones. Los británicos, decían­ los conservadores, eran los sucesores de los mogoles; por esto, era correcto y apropiado que la monarca de la India, la reina Victoria, fuera declarada emperatriz.

     Se aprobó la Ley de Títulos Reales y se recibió la sanción real el 27 de abril de 1876. La necesidad de superar el acre debate y las notas adversas en la prensa, en especial la forma en que llegaron a los­ periódicos indios y se discutían entre los indios con educación occidental, se volvieron parte de los motivos para planear la Asamblea Imperial. Los tres principales artífices de la asamblea, Disraeli, Sa­lis­bu­ry (secretario del exterior para la India) y lord Lytton (el virrey recién designado) se dieron cuenta de que la Asamblea Imperial tenía que diseñarse para causar una gran impresión a los británicos en Inglaterra, así como a los mismos indios.

 

 

Las intenciones de los artífices de la Asamblea Imperial

 

Lord Lytton, virrey y gobernador general recién designado, regresó­ a Inglaterra de Portugal, donde prestó sus servicios como embajador,­ en enero de 1876, para subsanar su “ignorancia absoluta [...] con res­pec­to a la India”. Este esfuerzo incluyó reuniones en febrero con miembros del personal del Servicio Indio y otras personas en Lon­dres­­ consideradas “expertas” en la India. El más influyente era Owen Tudor Burne, quien a raíz de estas reuniones acompañaría a Lytton a la India como su secretario privado y sería considerado por éste como el iniciador del plan para la asamblea.31

     Lytton escogió a Burne como secretario privado para “que ayuda­ra a restablecer amistosas y sólidas relaciones entre la India y Af­ga­nis­tán y al mismo tiempo proclamar el título imperial indio, cuestio­nes ambas [escribió Burne] en las que se me reconocía una destreza es­pe­cial”.32 Como era el caso de la mayor parte de los virreyes, Lytton llegó a la India con escaso conocimiento del país o, algo quizá más im­­por­tan­te, sobre el funcionamiento del gobierno de la colonia. La mayor parte de los más altos funcionarios del Raj (gobierno colonial­ de la India) había ascendido por todo el escalafón de la administra­ción pública, lo que significaba veinte o treinta años de experiencia y sólidas relaciones en la burocracia, así como una capacidad su­ma­men­­te desarrollada para la intriga política. Los virreyes se quejaban amargamente de su frustración al intentar llevar a cabo sus planes y políticas, dictados por la situación política en Inglaterra. Tocaba al se­cre­ta­rio privado del virrey articular la oficina del virrey con la bu­ro­cra­cia. Lo relacionado con nombramientos, promociones, desig­na­ciones y honores pasaba primero por sus manos. Los virreyes de­­pen­dían de los conocimientos del secretario privado sobre las relaciones personales y facciones dentro de la burocracia y de su ca­pa­ci­dad para utilizar el poder virreinal con eficacia en lo referente­ a la administración pública. Tras veinte años de experiencia en varios­ puestos clave como miembro del gabinete, Burne tenía amplias rela­ciones con funcionarios en la India, y por sus servicios en Irlanda y Londres estaba bien relacionado con los políticos más prominentes en Inglaterra.

     Los planes para la Asamblea Imperial se iniciaron en secreto poco después de la llegada de Lytton y Burne a Calcuta, en abril de 1876. Se estableció un comité que incluía a T. H. Thornton, quien sería el secretario del exterior para el gobierno de la India y responsa­ble de las relaciones con los príncipes y jefes indios, y al general de­ división (después mariscal de campo) lord Roberts, intendente general del ejército indio, encargado de la planeación militar de la asamblea. También estaba en el comité el coronel George Colley, secretario militar de Lytton y el mayor Edward Bradford del departamento político, jefe de la recién establecida policía secreta.

     El presidente del comité era Thomas Thornton, que había ocupado principalmente puestos en el secretariado, donde fue secretario­ de gobierno del Punjab durante doce años antes de ser brevemente secretario del exterior. El general de división Roberts, quien se había labrado una reputación como especialista en logística, quedó encargado de la planeación de los campos en Delhi.33 Lord Lytton estaba muy impresionado por las aptitudes de Roberts. El trabajo de Roberts fue tal en la planificación de la asamblea que fue elegido­ para tomar el mando de las fuerzas británicas en Afganistán, piedra angular de la carrera política posterior de Roberts en la India e Inglaterra.34

     El comité aprovechó las ideas y sugerencias de un pequeño e influyente grupo de oficiales políticos, hombres que habían servido durante muchos años como residentes o agentes de los gobernadores generales en las principales cortes indias. En las primeras eta­pas del trabajo, el general de división sir Henry Dermot Daly (acerca de quien Lytton escribió: “hay un consenso universal de opinión según el cual no hay nadie en la India que sepa manejar a los príncipes nativos tan bien como Daly”35), parece haber formado parte del grupo. Daly afirmaba que celebrar un durbar en el que to­dos los príncipes principales estuvieran representados sería im­po­si­ble­ por los celos y susceptibilidades de los jefes.36 La mayor parte­ de los expertos políticos sostenían la opinión de que “problemas de pre­ce­den­­cia y empolvados reclamos de varios tipos surgirían indefec­ti­blemente, y envidias y resentimientos e incluso dificultades más serias­ se seguirían”.37 Lytton trató de superar la oposición de los funciona­rios políticos ignorándolos discretamente, e insistiendo en que la reunión en Delhi no sería un durbar, sino más bien una “Asamblea Imperial”. De esta forma en particular esperaba que los problemas de precedencia no surgieran y, al controlar cuidadosamente los encuentros con los príncipes, se evitaría discutir los varios reclamos territoriales.38

     Para fines de julio de 1876, el comité había terminado su plan pre­li­mi­nar, que se divulgó al consejo del virrey y del cual se envió un bo­rra­dor­ a Londres para que Salisbury y Disraeli lo aprobaran. En esta etapa y hasta agosto, se mantuvo estrictamente el secreto, ya que Lytton temía que un anuncio prematuro del plan suscitara una protesta en la prensa india —europea e india— acerca de los detalles del plan, y que provocara un debate tan “impropio” como el que caracterizara a la Ley de Títulos Reales.

     Lytton esperaba lograr mucho con la asamblea. Abrigaba la espe­ranza de que ésta colocara patentemente “la autoridad de la reina sobre el antiguo trono de los mogoles, con quienes la imaginación y tradición de [nuestros] súbditos indios asocian el esplendor del poder supremo”.39 Por ello se decidió que la asamblea se celebrara en Delhi, la capital mogol, en lugar de Calcuta. En este tiempo Delhi era una ciudad relativamente pequeña que se recuperaba de la des­truc­­ción provocada por la rebelión de 1857. Se trataba a los habitan­tes de la ciudad como si fueran un pueblo conquistado. Una de las “con­ce­sio­nes” anunciadas en nombre de la reina en la asamblea fue la reapertura de [la mezquita de] Zinat ul Musajid, cerrada durante largo tiempo al culto público por “razones militares”, y la devolución­ a los musulmanes de Delhi de la mezquita Fatepuri en Chandi Chowk, que había sido confiscada en 1857.40

     La elección de Delhi como sede también evitaba que se asociara a la corona con algún centro claramente regional como Calcuta o Bom­­bay. Delhi tenía la ventaja de estar emplazada en un lugar relati­va­mente central, aun cuando las instalaciones disponibles para una reunión de gran cantidad de gente eran limitadas. La ubicación de la asamblea­ estaba relacionada con la Delhi británica más que con la mogol, pues el sitio elegido no fue la gran Maidan (plaza de armas) frente al Fuerte Rojo (la cual fue desalojada y hoy es el centro de los rituales políticos de la India), sino un área cercana al Delhi Ridge en terrenos­ escasamente poblados entonces, área que fue el escenario de la gran victoria británica en el “Motín”. El campo británico se levantó en las co­li­nas y a cierta distancia de la ribera derecha del río Jamuna.

     La asamblea sería una ocasión para despertar el entusiasmo de “la aristocracia nativa del país, cuya simpatía y cordial lealtad no es una despreciable garantía para la estabilidad [...] del Imperio Indio”.41 Lytton luchaba por estrechar fuertes lazos entre esta “aristocra­cia” y la corona. Creía que la India nunca se conservaría solamente con “buen gobierno”, es decir, mejorando la condición del ryot (agri­cul­tor), administrando cabalmente la justicia y gastando enormes sumas de dinero en obras de irrigación.

     La supuesta impresionabilidad especial de los indios con desfiles­ y espectáculos y la posición clave de la aristocracia eran los temas definitorios de la asamblea, la cual, según escribió Lytton, habría de tener un efecto también en la “opinión pública” de Gran Bretaña,­ y serviría como un apoyo para el gobierno conservador de Inglaterra.­ Lytton esperaba que una asamblea bien lograda, bien reseñada por la prensa, y que mostrara la lealtad de los prínci­pes y pueblos indios,­ sería prueba de lo acertado de la Ley de Tí­tu­los Reales.

     Lytton quería que la asamblea ligara más estrechamente a las co­mu­ni­da­des británicas oficiales y no oficiales en la India en apoyo del gobierno. Esta expectativa no se logró mediante la asamblea. Los gobernadores tanto de Madras como de Bombay se pronunciaron en contra de la celebración de la asamblea y por algún tiempo parecía que el gobernador de Bombay ni siquiera asistiría. Aducía que había una hambruna en Bombay y que su presencia era necesaria en ese lugar; sería mejor gastar cualquier suma destinada por el gobierno central o la presidencia a la participación en la asamblea en paliar la hambruna. Ambos gobernadores se quejaban de la perturbación causada por tener que dejar sus gobiernos durante dos semanas y porque gran parte de sus funcionarios tendrían que asistir a la asamblea.

     Muchos británicos en la India, dentro y fuera del gobierno, y varios diarios británicos influyentes veían a la asamblea como parte de una política para promover socialmente a los “negros”, para pres­tar­ demasiada atención a los indios, ya que la mayor parte de las con­­ce­­sio­­nes y gracias estaban dirigidas a ellos. Lytton escribió que enfrentaba “dificultades prácticas para satisfacer al elemento europeo, el cual tiene un carácter belicoso, y para salvar la dificultad de favorecer más a la raza conquistada que a la conquistadora”.42

     La oposición a los planes en Londres y la India era tan fuerte que Lytton escribió a la reina Victoria:

 

si la corona de Inglaterra llegara a tener la desgracia de perder el gran­dio­so y magnífico imperio de la India, no será por la desafección de los súbditos nativos de su majestad, sino por el partidismo en Inglaterra, y la deslealtad e insubordinación de aquellos miembros del Servicio Indio de su majestad, cuyo deber es cooperar con el gobierno [...] ejecutando sus órdenes con disciplina y lealtad.43

 

 

La sociología colonial y la asamblea

 

En términos analíticos, el objetivo de la asamblea era hacer manifiesta y convincente la sociología de la India. Se seleccionó a los in­vita­dos en relación con las ideas que los gobernantes británicos tenían acerca del orden social propio de la India. Aunque se daba mayor importancia a los príncipes en cuanto gobernantes feudales y en cuanto “aristocracia natural”, la asamblea incluiría también otras categorías de indios, “caballeros nativos”, “terratenientes”, “editores­ y periodistas” y “hombres representativos” de varios tipos. En la dé­ca­da de 1870 se empezó a notar una contradicción en la teoría bri­­tá­ni­ca sobre la sociología de la India. Algunos miembros del grupo go­­ber­nan­te británico veían a este país en términos históricos como una sociedad feudal consistente de señores, jefes y campesinos; otros como una sociedad cambiante que se componía de comunidades. Estas comunidades podían ser grandes y algo amorfas como hindúes, musulmanes, sikhs, cristianos, animistas; vagamente regionales­ como bengalíes o gujaratis; castas como brahmanes, rajputs, baniyas. La definición de las comunidades podía basarse también en criterios­ educativos y ocupacionales, es decir, indios occidentalizados. Aquellos gobernantes ingleses que veían a la India como formada por comunidades, buscaban controlarlas mediante la identificación de los “hombres representantes”, dirigentes que se consideraba hablaban­ por sus comunidades y que podían dar forma a sus reacciones.

     Según la teoría feudal, existía una “aristocracia nativa” en la India.­ Lytton, para definir y regular esta aristocracia, planeó el es­ta­ble­ci­mien­­to de un consejo y un College of Arms [institución dependiente­ de la corona dedicada al diseño, concesión y registro de escudos de ar­mas] en Calcuta. El consejo sería de carácter puramente consultivo, convocado por el virrey, “quien mantendrá la maquinaria comple­ta­men­te bajo su control”.44 La intención de Lytton era llevar a cabo los arreglos necesarios para la constitución del consejo “para que el vi­rrey, al mismo tiempo que daba la impresión de consultar a la opi­nión nativa, pudiera sofocar el poder de los miembros nativos, y aun así asegurar el prestigio de su presencia y consentimiento”.45 El plan para un consejo para la India no tardó en toparse con problemas­ cons­­ti­­tu­­cio­­na­­les y la oposición del consejo de la India en Londres. Se ne­ce­si­ta­ba una ley parlamentaria para establecer tal cuerpo, y el par­la­men­to­ no se reuniría durante el verano y el otoño de 1876. El re­sul­ta­do, anunciado durante la asamblea, fue el nombramiento de veinte “con­se­­jeros de la emperatriz”, con el objeto de “consultar, de tiempo en tiempo, en cuestiones de importancia, el parecer y sentir de los prínci­pes y jefes de la India, y así asociarlos al poder soberano”.46

     El College of Arms de Calcuta sería el equivalente indio del College of Arms británico de Londres, el cual establecería y ordenaría­ en efecto una “nobleza” para la India. Para los gobernantes británicos­ de la India los títulos indios habían sido un problema exasperante des­de principios del siglo xix. A los ingleses les parecía que no existí­a una jerarquía estable, ordenada linealmente, o algún sistema co­mún de títulos, como el que les era familiar en su propia sociedad. Los que se pensaba eran títulos reales, como rajá, maharaja, nawab o bajadur, parecían ser usados arbitrariamente por los indios, y no correspondían a un control real de un territorio o institución, o a un sistema jerárquico de distinciones de condición social.

     Había un plan coordinado al establecimiento del College of Arms para presentar en la Asamblea Imperial a noventa de los príncipes y jefes indios más prominentes con grandes estandartes adornados con sus blasones. Estos estandartes tenían la forma de escudos al estilo europeo. Los crestones también eran europeos; los motivos heráldicos se derivaban de la historia de la casa real de que se tratara.­ Las representaciones de la “historia” en los crestones incluían los orígenes míticos de las familias, sucesos que las conectaban al gobier­no mogol y, en particular, aspectos históricos que unían a los prín­ci­pes­ y jefes indios al dominio inglés.

     Los estandartes se obsequiaron durante la Asamblea Imperial a los príncipes indios asistentes. Estos ofrecimientos sustituían la anti­gua costumbre mogol del intercambio de nazar (monedas de oro) y peshkash (posesiones valiosas) por khelats (ropajes honoríficos) los cuales caracterizaron la costumbre británica anterior del durbar. Eli­mi­­nando éstos, que habían sido rituales de incorporación, los británicos remataron el proceso de redefinición de la relación entre el gobernante y el gobernado iniciado a mediados del siglo xviii. Lo que había sido un sistema de autoridad basado en la incorporación de subordinados a la persona del emperador, ahora era una expresión de un orden jerárquico lineal en el cual el ofrecimiento de un estandarte de seda convertía a los príncipes indios en súbditos legítimos de la reina Victoria. Según la concepción británica de esta relación, los príncipes indios se volvieron caballeros ingleses y debían ser obedientes y ofrecer su fidelidad a la emperatriz.

     Lytton era consciente de que algunos de los funcionarios más experimentados y duros que habían servido en la India y eran ahora­ miembros de la secretaría para el consejo de la India, verían el ofre­ci­mien­to de los estandartes y el establecimiento del College of Arms como algo “trivial y tonto”.47 Lytton pensó que esta reacción sería un gran error. “Políticamente hablando”, escribió Lytton, “el campe­sinado indio es una masa inerte. Si acaso se llega a mover, se mueve por obediencia, no a sus benefactores ingleses, sino a sus príncipes y jefes nativos, por más tiránicos que sean”.48

     Los otros posibles representantes políticos de la “opinión nativa”­ eran aquéllos a los que Lytton se refería desdeñosamente como los “ba­­boos”, indios a los que se había enseñado a escribir “artícu­los se­mi­sediciosos en la prensa nativa, y que nada representan sino la ano­ma­lía social de su propia posición”.49 Sentía que los jefes y príncipes indios no eran una simple nobleza, sino “una poderosa aris­to­cra­cia”,­ cuya complicidad podían asegurar y utilizar eficientemente los britá­ni­cos en la India. Además de su poder sobre las masas, la aristocracia­ india podía ser dirigida fácilmente, si se le estimulaba en forma apropiada, ya que “les afecta fácilmente el sentimiento y son susceptibles a la influencia de símbolos a los cuales los hechos se corresponden en forma inadecuada”.50 Lytton decía que los británicos podían ga­nar­se “su lealtad sin renunciar ni un ápice a nuestro poder”.51 Para respaldar su argumento, Lytton se refirió a la po­si­ción británica en Ir­landa y especialmente a la reciente experiencia con los griegos jó­ni­cos, quienes, a pesar del “buen gobierno” que los británicos les daban, renunciaron con entusiasmo a todas estas ventajas a cambio de lo que llamó “unas banderitas con los colores de Grecia”. Para subrayar­ su argumento sobre la aristocracia india, añadía que “entre más al oriente se esté, más importantes se vuelven las banderitas”.52

 

 

La puesta en escena de la sociología colonial de la India:

Los invitados a la Asamblea Imperial

 

En el centro del escenario, según dispusieron los diseñadores de la asamblea, estaban los sesenta y tres príncipes gobernantes que fueron­ a Delhi. Lytton los describió como gobernadores de cuarenta mi­llo­nes­ de personas y dueños del control de territorios más grandes que Francia, Inglaterra e Italia.53 Se consideraba a los jefes gobernantes y a los trescientos “jefes titulares y caballeros nativos” que asistieron como la “flor de la nobleza india”. Lord Lytton escribió:

 

Entre ellos estaba el príncipe de Arcot y los príncipes de Tanjore de la pre­si­den­cia de Madras; el maharajah Sir Jai Mangal Singh, y algunos de los principales talukdars de Oudh; cuarenta representantes de las fa­mi­lias más distinguidas de la provincia noroccidental, scions de la ex fa­mi­lia real de Delhi; descendientes del saddozai de Cabul y los je­fes alora de Sindh, sardars sikhs de Amritsar y Lahore, rajputs de las montañas Kangra; el jefe semiindependiente de Amb, en la frontera de Ha­za­ra, legados de Chitral y Yassin, quienes venían en el séquito del maharaja de Jammu y Chasmere; árabes de Peshawar, jefes pata de Kohat y Derajat; biluch tommduis de Dera Ghazi Khan; ciudadanos prominentes de Bombay; nobles gond y maharatha de las provincias centrales; rajputs de Ajmere y nativos de Birmania, la India Central, Mysore y Baroda.54

 

     Esta letanía de nombres, títulos y lugares era para Lytton y los ingleses­ la personificación de la asamblea. Los observadores ingleses notaron todo el tiempo los exóticos nombres, “bárbaros” títulos y, sobre todo, las elaboradas variaciones de ropajes y apariencia. La lista de in­vi­ta­dos­­ incluía representantes de muchas de las desposeídas familias reales indias que habían sido despojadas de sus bienes y tierras, como el hijo mayor del “ex rey de Oudh”, el nieto del sul­tán Tipu, y miembros de la “ex familia real de Delhi” (la casa del emperador mogol). La presencia de estos descendientes de las antiguas grandes­ casas reinantes de la India proporcionaba algo del sabor de un triunfo romano a la asamblea. De ahí que la concepción británica de la his­toria india se tradujera en una especie de “museo viviente”, con los descendientes tanto de los enemigos como de los aliados de los ingleses exhibiendo el periodo de la conquista de la India. Los “go­ber­nantes” y los “ex gobernantes” eran encarnaciones fo­si­li­za­das de un pasado que los conquistadores británicos habían creado a fi­na­les del siglo xviii y principios del xix. Toda esta “historia” se había reunido en Delhi para anunciar, exaltar y glorificar la autoridad británica representada en la persona de su monarca.55

     La conjunción del pasado y del presente se proclamó en el primer­ anuncio oficial de la Asamblea Imperial, cuando se declaró que entre los invitados estarían “aquellos príncipes, jefes y nobles en cuyas personas la ambigüedad del pasado se asocia a la prosperidad del pre­sen­te”.56 Indios de todas partes del imperio e incluso algunos asiáticos­ venidos del otro lado de las fronteras se veían en su diversidad como una declaración de la necesidad de mando imperial británico. El virrey, actuando en nombre de la emperatriz, representaba la única autoridad que podía mantener la unión de la gran diversidad inheren­te a la “sociología colonial”. La unidad del imperio se veía literalmen­te­ como la que proporcionaban los superordinados y celestiales go­ber­­nan­tes británicos de la India. La diversidad se mencionaba fre­cuen­te­­men­te en los discursos que fueron una característica de los diez días que duraron las actividades de la asamblea. En el Banquete de Estado­ previo a la asamblea, con un público variopinto de indios en sus “tra­jes nativos” y de británicos en levitas y uniformes, Lytton proclamó que si uno quisiera saber el significado del título imperial, todo lo que tendría que hacer era “mirar a su alrededor” y ver un imperio “mul­ti­tu­dinario en sus tradiciones, así como en sus habitantes, de una variedad casi infinita de razas que lo pueblan, y de credos que han labrado su carácter”.57

     La sociología colonial de la India de ninguna manera era fija ni estaba dividida rígidamente en rangos y órdenes. El sistema de clasi­ficación se basaba en criterios múltiples que variaban con el tiempo y de región a región de la India. La base de la clasificación consistía de dos tipos de criterios, uno que los gobernantes ingleses considera­ban “natural” como la casta, raza y religión y otro, consistente en cri­­te­­rios sociales, que podía incluir méritos, educación —tanto occidental­ como india—, el financiamiento de obras de interés público, actos de lealtad realizados en beneficio de sus gobernantes ingleses y la historia de las familias vista como ascendencia y genealogía. Lo que los ingleses consideraban como “aristocracia natural” de la India contrastaba por momentos con la categoría de “caballeros nativos”, cuya condición social se basaba en sus acciones (criterio social) más que en su ascendencia (criterio natural).

     La mayor parte de los veintidós indios que fueron invitados por el gobierno de Bengala como “caballeros nativos” eran grandes terra­te­nientes, que controlaban extensas fincas como Hatwa, Darbangha y Dumroan en Bihar, u hombres como Jai Mangal Singh de Monghyr, quien había hecho leales servicios durante la “Rebelión” santhal y el “Motín” de los cipayos.58

     El contingente de “nobles y caballeros nativos” de Madras estaba­ encabezado por los descendientes de dos gobernantes depuestos: el príncipe de Arcot y la hija del último maharaja de Tanjore. Además de los grandes terratenientes de la presidencia de Madras, entre los invitados oficiales había miembros indios del consejo legislativo de Madras y dos funcionarios indios menores del servicio civil. El contin­gente de Bombay de “nobles y caballeros nativos” era el más variado,­ y aparentemente se seleccionó por sus cualidades representativas. La ciudad de Bombay envió dos parsis, uno de los cuales, sir Jamesetji Jajeebhoy, era el único indio de ese entonces que poseía un título hereditario de caballero inglés y el gobierno británico lo había declarado dirigente de la comunidad parsi (zoroástrica) de Bombay. Además, había un prominente mercader, considerado el “miembro representante de la comunidad mahometana”, un abogado defensor­ gubernamental de la suprema corte de Bombay y otro destacado abogado. En términos de “comunidades” de la cosmopolita Bombay, había dos parsis, dos marathas, un gujarati y un musulmán. Del res­to de la presidencia vinieron varios grandes terratenientes, un juez del tribunal para causas de mínima cuantía (small claims court), un recau­da­dor delegado, un profesor de matemáticas del Colegio Universita­rio de Deccan, y el traductor oriental del gobierno de Bombay.59

 

 

Logística y planificación física:

los campos, el anfiteatro y los motivos decorativos

 

Para fines de septiembre de 1876 se tenían las listas de invitados y se habían enviado las invitaciones oficiales. La organización se centró­ entonces en los propios arreglos físicos de la asamblea, el lugar y pre­paración de los sitios de los campos, los cuales habrían de albergar­ a más de 84 000 personas, que se concentrarían en Delhi a fines de diciembre. Los campos se distribuyeron en un semicírculo de cinco millas, uno de cuyos cabos era la estación de ferrocarril de Delhi. Para la preparación del sitio se requirió quitar cien aldeas, arrendán­doles a los agricultores sus tierras, lo que les impidió sembrar sus cultivos de invierno. Hubo que hacer un trabajo considerable para tra­zar una red de caminos, traer agua, establecer varios bazares e ins­­ta­la­cio­nes sanitarias adecuadas. Como siempre sucedía con las gran­des concentraciones indias del siglo xix, los británicos estaban muy preocupados por la posibilidad de un brote epidémico, y se tomaron amplias precauciones médicas. Hubo que contratar mano de obra, mucha de la cual provenía de los campesinos de las aldeas des­plazadas para construir los campamentos. La preparación en sí para la construcción de éstos comenzó el 15 de octubre, siendo el general de división Roberts el encargado general.

     Se instruyó a los gobernantes indios que fueron invitados para que trajeran sus tiendas y ajuares; se planearon los horarios de los trenes para transportar a los miles de sirvientes y animales que acom­pa­­­ñaban a los gobernantes. Se impusieron estrictos límites al número­ de personas de los séquitos de sus amos. El número de sirvientes per­­mi­­ti­­do a cada jefe se determinaba por el número de salvas dis­pa­ra­das­ para saludarlos, donde los que recibían un saludo de más de die­ci­sie­­te salvas se les permitía llevar quinientos; los de quince podían llevar cuatrocientos; once, trescientos; nueve, doscientos y a aquellos “feu­da­tarios” sin saludos se les permitía cien.60 Los encargados de la or­ga­ni­za­ción calculaban que los gobernantes indios y sus séquitos sumarían 25 600 personas, pero después de las celebraciones, el cálculo quedó en 50 741 indios en sus campos, 9 741 en los campos imperiales entre secretarios, sirvientes y personas de los séquitos, y otros 6 438 en los “campos misceláneos”, como los de la policía, correos y telégrafos, el bazar imperial y los visitantes.61 Excluyendo los campos de las tropas —aproximadamente una cuenta de 14 000— que asistieron a la asamblea, había ocho mil tiendas le­van­ta­das­ dentro y alrededor de Delhi para albergar a los invitados. En total, asistieron a la asamblea por lo menos 84 000 personas,­ de las cuales 1 169 eran europeos.

     El campo imperial central se extendía milla y media, por media milla de ancho, en las planicies colindantes del lado noreste de las colinas del Delhi Ridge y abarcaba los terrenos del acantonamiento militar que existía en vísperas del “Motín”. El conjunto de tiendas de lona del campo del virrey estaba frente al camino principal, de ma­ne­ra que se facilitara el acceso a grandes cantidades de visitantes, europeos­ e indios, a quienes recibiría el virrey en audiencias. Wheeler, cronis­ta oficial de la asamblea, describió las tiendas del virrey como “casas de lona” y “el pabellón” —la enorme tienda del dur­bar— como “un palacio”.62 En esta tienda celebraba el virrey sus cortes, sentado en la silla virreinal colocada sobre una plataforma elevada, tras la cual colgaba un retrato de la reina Victoria ataviada de negro y de rostro adusto, que contemplaba todos los actos. Frente al virrey se extendía­ la enorme alfombra virreinal, estampada con el escudo de armas del gobierno imperial indio. Se acomodaron las sillas en la alfombra­ formando un burdo semicírculo para los miembros de su séquito y los acompañantes importantes del jefe que llegara a presentar sus res­pe­tos a los recién proclamados emperatriz y su virrey. Alrededor de la pared de la tienda virreinal había filas de sirvientes con esco­bi­llas­­ de pelo de caballo y yak (para espantar las moscas) ata­via­dos con la librea del séquito del virrey, y a ambos lados de la tienda detrás de las sillas había soldados de caballería europeos e indios. Toda la escena se alumbraba con la brillante luz de lámparas de gas.

     Inmediatamente a la derecha del campo del virrey estaba el cam­po­ del gobernador de Bombay, y a la izquierda el campo del goberna­dor­ de Madras, seguidos por los campos de los vicegobernadores. En la punta sudeste del campo imperial, adyacentes a los campos del virrey y del gobernador de Madras, estaban los campos del co­man­dan­­te en jefe del ejército indio y los comandantes de los ejércitos de Madras y Bombay. Éstos tenían sus propias entradas y eran casi tan grandes como los del virrey; a espaldas de los campos del virrey, gobernadores y vicegobernadores estaban los de los comisionados principales, el ministro residente de Hyderabad y los agentes del gobernador general para la India Central, Baroda y Rajputtana. Para entrar a éstos había que tomar caminos internos, pues no daban ha­cia las planicies.

     Esparcidos por las planicies a una distancia de una a cinco millas­ se encontraban los campos de los indios, organizados por regiones.­ Al este de las colinas, en los terrenos aluviales del río Jumna y en el lugar más próximo al campo imperial, los del nizam de Hyderabad, el gaekwar de Baroda y el maharajah de Mysore, “campos nativos­ especiales”. Frente al campo imperial se ubicaban los de los jefes de la India Central, siendo el campo del Maharajah Sindhia de Gwalior el más cercano al del virrey. Dos millas y media al sur quedaron los cam­pos de los jefes de la provincia noroeste de Bombay y de la pro­vin­cia­ central; formando una fila a lo largo de las murallas ponien­te y sur de la ciudad de Delhi estaban los jefes del Punjab, reservándo­se­ el mejor lugar para el maharajah de Kashmir, quien, a una distancia de dos millas, era el más cercano al campo imperial. Los jefes rajputana acam­pa­ron a lo largo de cinco millas sobre la carretera Gurgoan, justo al sur del campo imperial; junto a la carretera de Kootub, en cinco millas­ y media, estaban los campos de los talukdars de Oudh. Los nobles de Bengala y Madras se encontraban a una milla del campo principal.

     Había un marcado contraste entre la disposición de los campos europeos y los campos indios, ya que los europeos estaban bien ordenados, con calles rectas y perfectas filas de tiendas a cada lado, con pasto y flores sembrados para dar el toque inglés, el cual los bri­tá­ni­cos llevaban consigo por toda la India. La plantas provenían de los jardines botánicos de Saharanpur y Delhi. En los campos indios fueron asignados espacios a cada gobernante y se les dejaba en libertad para disponerlos a su antojo. Desde la perspectiva de los europeos, los campos indios se encontraban amontonados y desorga­ni­zados, cuyos fuegos para cocinar les parecían puestos ar­bi­tra­ria­men­­te, con una confusión de gente, animales y carretas que impedía­ el libre tránsito. Con todo, la mayor parte de los observadores eu­ro­peos­ comentaban lo vibrante y colorido de los campos indios.63

     El contraste entre el campo imperial y los demás no pasaba inad­ver­tido para algunos de los indios. Sir Dinkar Rao, dewan (primer mi­nistro) de Sindhia, le comentó a uno de los asistentes de Lytton:

 

Si cualquier persona quisiera entender por qué los ingleses son y necesariamente deben seguir siendo los amos de la India, sólo le bastaría subir a la Torre Flagstaff [el punto más alto de donde se dominaban los campos] y contemplar este maravilloso campo. Que note el método,­ el orden, la limpieza, la disciplina, la perfección de toda la organización­ y reconocerá al punto toda la traza del derecho a mandar y gobernar­ que una raza posee sobre otras.64

 

     Lo dicho por sir Dinkar Rao es exagerado y quizá dictado por un interés propio; sin embargo, señala efectivamente uno de los aspectos­ principales que Lytton y sus asociados querían lograr con la Asamblea, o sea representar la naturaleza del dominio británico tal como la entendían, y esto era lo que el campo representaba en su propia teoría de gobierno: el orden y la disciplina, que en su ideología forma­ban parte de todo el sistema colonial de control.

 

 

El anfiteatro y la precedencia

 

Desde que comenzó la planeación, el problema de cómo sentar a los gobernantes indios se consideraba el más crucial de todos, del cual dependería el buen resultado de la Asamblea Imperial. Como hemos visto, los problemas de precedencia, que en opinión de exper­tos como Daly plagaban un durbar, debían evitarse. Lytton lo pudo hacer mediante un artilugio terminológico al convertir el durbar en una asamblea. Insistió en que la asamblea no se parecería a un durbar, “en sus disposiciones o ceremonias, o a cualquiera de esas reuniones­ lla­ma­das así por costumbre”,65 siendo que el ritual en sí para pro­cla­mar­ el nuevo título no se celebraría “bajo una lona”, sino “al aire li­bre, en la planicie, despojándolo de los problemas de precedencia, intercambio de regalos y otros impedimentos de un durbar or­di­na­rio”.66­ Los organizadores dieron con una solución óptima para resol­ver la asig­na­­ción de asientos en la Asamblea Imperial. Se decidió que los prínci­pes se sentarían en una tribuna semicircular, por regiones de norte a sur. El virrey se sentaría en un estrado, en su silla virreinal, úni­ca­men­te rodeado de los miembros más allegados de su personal y de su familia. El estrado se colocó de tal manera que todos los indios, por lo menos los de la primera fila, estarían a igual distancia de la perso­na del virrey. Así, nadie podría afirmar su superioridad respec­to de sus iguales. La tribuna se dividiría por provincias o agencias, excepto el gaekwar de Baroda, el nizam de Hyderabad y el maharaja de Mysore, quienes estarían en una sección especial al centro de los asientos. Cada una de las secciones geográficas más im­por­tan­tes tenía una entrada propia, y como la precedencia para cada una de las unidades geográficas estaba suficientemente definida, ahí no surgiría, según pensaban los organizadores, el problema de precedencia interregional. Había un camino aparte para llegar a las entradas, y tiempos asignados para las llegadas. Los funcionarios europeos se sentarían entremezclados con los indios, por ejemplo, el vi­ce­go­ber­na­dor de Punjab con los príncipes y notables de Pun­jab, el agente general de Rajputana y los diferentes ministros residentes entre los jefes de esa región. Lytton escribió:

 

Los jefes no tienen tantos reparos en sentarse en grupos de su propia nacionalidad y provincia, como en mezclarse y quedar clasificados con los de otras provincias, como en un durbar. Cada jefe procederá de su campo al estrado que se le haya asignado en una procesión de elefantes propia, en el momento de recibir al virrey.67

 

     Además del pabellón para sentar a los grandes, se levantaron dos amplias tribunas colocadas oblicuamente respecto a dicho pabellón para los acompañantes y otros visitantes. Numerosos soldados del ejército indio y de los ejércitos de los príncipes estaban de pie en filas semicirculares frente al pabellón, como los sirvientes y otros indios. Intercalados con los espectadores había muchos elefantes y caballos con sus mozos de cuadra y mahouts (jinetes).

     Para subrayar la singularidad del acto, los organizadores desarrollaron un motivo de diseño general que podría calificarse de “vic­toriano feudal”. Lockridge Kipling, padre de Rudyard Kipling y director de la escuela de arte de Lahore, pintor prerrafaelista menor­ y para usar su propia descripción, “ceramista monumental”, fue el encargado general del diseño de los uniformes y decoraciones para la asamblea.

     Un gran estrado para el virrey se construyó enfrente del pabellón­ con forma de hexágono, de cuarenta pies por lado, lo que daba un perímetro de 240 pies, y la base de mampostería tenía diez pies de alto. Había una amplia escalinata que llevaba a lo alto de la pla­ta­for­­ma en la que estaba puesto el trono virreinal. El estrado tenía un gran dosel y sus postes estaban adornados con coronas de laurel, coronas imperiales, águilas a manera de gárgolas, estandartes que mos­tra­ban la cruz de San Jorge y la bandera del Reino Unido; tam­bién­ tenía una colgadura, sobre la cual estaban bordadas la Rosa, el Trébol­ y el Cardo junto con la flor de Loto de la India. De los postes colgaban­ los escudos con el arpa irlandesa, el león rampante de Es­co­cia y los tres leones de Inglaterra. El pabellón semicircular de 800 pies en el cual estaban sentados los jefes y los altos funcionarios de gobierno estaba decorado con flores de lis, y las lanzas doradas que sostenían la lona ostentaban la corona imperial. De los postes de la parte de atrás colgaban los grandes estandartes de seda con los escudos de ar­mas de los príncipes y jefes. No todos los observadores se dejaron im­pre­sio­­nar por la escena. Val Prinsep, un pintor a quien se encargó una pintura del acto para que los príncipes dieran como regalo colectivo­ a su nueva emperatriz, estaba horrorizado por lo que consideraba una ostentación de mal gusto. Al ver el lugar, escribió:

 

¡Horror de horrores! ¿Qué debo pintar? Cierta especie de cosa que supera  al Palacio de Cristal en fealdad [...] todo es hierro, oro, rojo, azul y blanco [...] El estrado del virrey es una especie de templo escarlata de 80 pies de alto. Nunca hubo semejante charrada o un gusto tan atroz.68

 

Y seguía diciendo:

 

Han amontonado adorno sobre adorno, color sobre color. [El estrado virreinal] es como el remate de un pastel de día de reyes. Pegaron bordados en placas de piedra y escudos de hojalata y hachas de guerra por todas partes. El tamaño [de toda la colección de estructuras] le da una opulenta apariencia, como de un circo gigantesco y las decoraciones son las idóneas.69

 

 

La Asamblea Imperial

 

El 23 de diciembre, todo estaba listo para la llegada de la figura cen­tral de la Asamblea Imperial, el virrey lord Lytton. Los ochenta y cuatro mil indios y europeos habían ocupado sus extensos campos, los caminos estaban abiertos y el sitio estaba terminado. Las activida­des de la asamblea durarían dos semanas, y el propósito era celebrar­ la ascensión de la reina Victoria a su título imperial como “Kaiser-i-Hind”. El título había sido propuesto por G. W. Leitner, profesor de lenguas orientales y rector del Colegio Universitario Gu­ber­na­men­tal­ de Lahore. Leitner era húngaro de nacimiento y co­men­zó su carrera­ como orientalista, lingüista e intérprete del ejército inglés durante la guerra de Crimea, realizó sus estudios en Cons­tan­ti­no­pla, Malta y el King’s College de Londres, obtuvo un doctorado en la Uni­ver­si­dad­ de Friburgo y era profesor de árabe y turco, y profesor de árabe y derecho mahometano en el King’s College de Londres antes de ir a Lahore en 1864.70 Leitner afirmaba que los nativos de la India conocían muy bien la palabra Kaiser, pues la habían usado escritores­ mahometanos respecto al César romano, por lo que el gobernante­ del imperio bizantino debió ser conocido como Kaiser-i-Rum. En el caso particular del gobernante británico de la India era apropiado, pensaba Leitner, pues combinaba nítidamente los títulos imperiales de “césar’’ romano, “káiser’’ alemán y “czar’’ ruso. En el contexto indio tendría una singularidad propia, y no correría el riesgo de ser mal pronunciado por los indios como el título de emperatriz, ni asociaría al dominio británico títulos gastados como “shah”, “pa­dishah” o “sultán”. Evitaba una asociación abierta del título con los títulos hindúes o musulmanes.71

     Lord Lytton había sugerido a lord Salisbury a fines de julio de 1876, ya fuera por la lectura de Lytton o de Burne del panfleto de Leit­ner, que “Kaiser-i-Hind” era “totalmente familiar para la mentalidad oriental”, y “ampliamente reconocido” en la India y Asia cen­tral­ como “símbolo del poder imperial”. Además, el título era igual en sánscrito y árabe, “sonoro” y no “trillado o monopolizado por ningu­na corona desde los césares romanos”. Lytton le dejó a Sa­lis­bu­ry la solución definitiva al problema del título indio de la reina.72 Salisbury estuvo de acuerdo en usar Kaiser-i-Hind y fue anunciado debida y oficialmente en The Times el 7 de octubre de 1876. El título fue til­da­do de desconocido por el distinguido orientalista R. C. Caldwell, y Mir Aulad Ali, profesor de árabe y urdu en el Trinity College de Dublín, pensó que era “absurdo” pues formaba “la imagen de una dama eu­ro­pea, vestida con atavíos en parte árabes y en parte persas, peculiares de los hombres y con un turbante indio en su cabeza”.73

     La llegada de Lytton a la estación de ferrocarril de Delhi fue el co­mien­zo oficial de la asamblea. Se apeó del vagón de ferrocarril jun­to con su esposa, sus dos jóvenes hijas y su séquito oficial más cercano, dio un breve discurso de bienvenida a los gobernantes indios­ y altos oficiales de gobierno allí reunidos, dio un buen apretón de manos a algunos de los presentes y enseguida montó un cortejo de elefantes que lo esperaba.

     Sobre el lomo del elefante que tenía la fama de ser el más grande­ de la India, propiedad del Rajah de Banaras, iban lord y lady Lytton en un houdah de plata (palio colocado sobre el elefante) creado para la visita del príncipe de Gales el año anterior.

     La procesión, conducida por tropas de caballería, avanzó por la ciudad de Delhi hasta el Fuerte Rojo, pasó alrededor de la mezquita de Jama Masjid y siguió hacia el noroeste donde estaban los campos en la colina. El itinerario de la procesión seguía una valla formada por soldados del ejército indio, indios y británicos, entre quienes se inter­ca­laban contingentes de los ejércitos de los estados principescos, ves­ti­dos con su armadura “medieval” y llevando armas indias. Lytton comentó que los soldados nativos ofrecían “una apariencia de lo más sorprendente y peculiar [...] una exhibición vívida y variada de extrañas armas, extraños uniformes y extrañas figuras”.74

     Le tomó a la procesión tres horas ir de la ciudad a los campamen­tos. Al paso del virrey, su séquito y otros funcionarios británicos, algunos de los sirvientes de los príncipes indios se unieron a la cola de la procesión oficial. Sin embargo, ninguno de los príncipes asistentes o indios notables caminaba en la procesión. Se trataba de gente que, como se vería durante toda la asamblea, buscaba recibir mercedes y honores de su emperatriz, y contemplar a los británicos actuando en su nombre como monarca de la India.

     Lytton dedicó la semana entre su llegada y fastuosa entrada y el inicio de la asamblea (que se celebró para leer la proclama oficial de la ascensión de Victoria al trono imperial el 1 de enero de 1877), a dar audiencias a los jefes más prominentes y ofrecer varias recepciones y cenas a visitantes y participantes distinguidos. En total, Lytton sostuvo 120 audiencias durante su estancia en Delhi, contando las visitas de cortesía para corresponder a las de muchos de los príncipes, y recibió a varias delegaciones que entregaron peticiones y manifestaciones de lealtad para la nueva emperatriz.75

     De estas reuniones, las más importantes fueron las celebradas para los príncipes en la tienda de recepciones del virrey. El príncipe en turno llegaría a una hora convenida acompañado de algunos de su séquito. Al entrar, según fuera su condición social precisa, sería salu­da­do por el virrey, quien enseguida le ofrecería “su” escudo de armas­ bordado y cosido en un gran estandarte de seda. Las armas de los gobernantes indios fueron diseñadas por Robert Taylor, funcionario­ del servicio civil bengalí y aficionado a la heráldica. La primera vez que Taylor diseñó escudos de armas para gobernantes indios fue en ocasión de las vistas del duque de Edimburgo en 1869 y del príncipe de Gales en 1876. Lord Lytton decidió que para la asamblea, ade­más­ de las ya diseñadas por Taylor, se crearan otras ochenta.

     Los blasones que Taylor creó se referían a su concepción de los orígenes míticos de las diferentes casas reinantes, su identificación­ con dioses o diosas particulares, sucesos en su historia, características topográficas de sus territorios, o incorporaban algún emblema ancestral asociado a una casa gobernante o incluso a un grupo de casas. La mayor parte de las armas de los rajputs tenían un sol que simbolizaba su ascendencia hasta Rama. Los jefes sikhs del Punjab tenían un jabalí en sus estandartes. El color del fondo de la insignia también podía usarse para denotar grupos regionales de jefes, porejemplo algunos tenían árboles o plantas particulares cuyo significa­do era sagrado para alguna familia. Incluso se representaron sucesos­ del Motín siempre y cuando significaran lealtad hacia los británicos.­ Por momentos la imaginación de Taylor parecía agotarse. Cachemira, un estado de contención creado por los británicos en 1854 me­dian­te­ la instalación de un maharaja en territorios controlados an­te­rior­men­­te por otros gobernantes, se conformó con tres líneas sinuosas que representaban las tres cordilleras del Himalaya, y tres rosas para representar la belleza del valle de Cachemira. Las armas se bordaron en grandes estandartes de seda, de cinco por cinco pies, al estilo romano, ya que la forma de los estandartes indios, que son banderines de seda, no se consideró apropiada para llevar las armas de la nueva nobleza feudal.76 Además del obsequio del estandarte y del escudo de armas, a los gobernantes indios más importantes se ofrecía­ un gran medallón de oro que colgaba de un listón alrededor de sus cuellos. Jefes menores recibían medallones de plata al igual que cientos de funcionarios civiles y soldados, indios y británicos.

     No todo salió bien a la hora de ofrecer los estandartes y medallones; el manejo de los estandartes resultó torpe y difícil por el peso de los postes de bronce y sus aditamentos, y no les quedó claro a los indios para qué servían. Pensaron que podrían usarse en las procesiones si se ataban al lomo de los elefantes. Un oficial del ejército británico, al hacer entrega de medallas de plata a varios de sus soldados de caballería indios en urdu, no fue capaz de trasmitirles el sentido de las mismas. Se dirigió a sus tropas como sigue: “Suwars [cerdos —quería decir sowar, palabra urdu que significa soldado de caballería], su emperatriz les ha enviado un billi [gatos —quería decir­ billa, medallón] para que lo lleven colgado al cuello”.77 La intención­ era sustituir la entrega de khelats por los ofrecimientos enviados por la emperatriz y obviar la presentación de nazar (las monedas de oro). Es significativo que el regalo más importante haya sido una represen­tación de la versión británica de los pasados de los gobernantes indios­ simbolizados en sus escudos de armas.

     Al mediodía del 1 de enero de 1877, todo estaba listo para la en­tra­da del virrey en el anfiteatro. Los príncipes y otros notables estaban sentados en sus secciones, la gradería de los espectadores estaba llena, y miles de tropas indias y europeas formadas en filas. El virrey y su pequeño séquito, incluyendo a su esposa, llegaron hacia el interior del anfiteatro al son de la “Marcha de Tannhäuser”. Al des­cen­der del carruaje seis trompetas, vestidos con trajes medievales, tocaron una fanfarria. Entonces el virrey subió a su trono al compás del himno nacional. El heraldo principal, descrito como el oficial inglés más alto del ejército indio, leyó la proclama de la reina que anunciaba que a partir de entonces se añadiría el título de “em­pe­ra­triz­ de la India” a su Dignidad y Títulos Reales.

     T. H. Thornton, secretario del exterior del gobierno de la India, leyó una traducción al urdo de la proclama del nuevo título. Tras ello se hizo un saludo de 101 cañonazos y las tropas reunidas dispara­ron feux-de-joie. Los ruidos del cañón y de los fusiles hicieron que los elefantes y caballos que estaban en el acto huyeran en estampida; hubo varios muertos y heridos entre los que estaban cerca de los animales y se levantó una gran nube de polvo que duró hasta el fin de los actos.

     Lytton dio un discurso en el que, como se acostumbraba en los discursos de los virreyes en las ocasiones más importantes, subrayaba el cumplimiento de la promesa de su emperatriz, señalada en su proclama del 1 de noviembre de 1858, según la cual se lograría una “prosperidad progresiva” combinada con el libre disfrute, por parte de los príncipes y pueblos de la India, “de sus honores hereditarios” y la protección “de sus legítimos intereses”.

     La “providencia” había creado la base histórica de la autoridad británica en la India, la cual había apelado a la corona “para reemplazar y superar el gobierno de buenos y grandes soberanos” pero cuyos sucesores habían fracasado

 

en el aseguramiento de la paz interna de sus dominios. La lucha se volvió crónica y la anarquía surgía una y otra vez. Los débiles eran presa de los fuertes, y los fuertes víctimas de sus propias pasiones.

 

     El gobierno de los sucesores de la casa de Tamerlane [gobernante mongol (1336-1405) antepasado de la dinastía mogol en la India], seguía diciendo Lytton, “ha dejado de ser la vía para el progreso del Oriente”. Ahora, bajo el dominio británico, todos “los credos y razas” quedaban protegidos y guiados por “la mano firme del poder imperial”, la cual ha conducido a un avance rápido y a “una prosperidad cada vez mayor”.

     Entonces, Lytton se refirió a los códigos apropiados de conducta para los componentes constitutivos del imperio. En primer lugar, se refirió a “los Administradores y Fieles Oficiales británicos de la Co­ro­na”, a quienes se expresaba el agradecimiento de la reina por sus “grandes trabajos en bien del Imperio”, y su “perseverante ener­gía,­ virtud pública y entrega personal, sin parangón en la historia”. En particular destacó a “los oficiales de distrito” por su paciente in­­te­­li­­gen­­­cia y valor de que dependía la operación eficiente de todo el sis­te­ma de administración. Se hacía patente el agradecido reconocimiento de la reina a todos los miembros del servicio civil y militar por su capacidad para “sostener el alto carácter de su raza, y para realizar los benignos preceptos de su religión”. Lytton les dijo que “otorgaban a todos los demás credos y razas de este país los ines­ti­ma­bles­ beneficios del buen gobierno”. Se felicitó a la comunidad eu­ro­pea­­ no oficial por los beneficios que la India había recibido “de su empresa, industria, energía social y virtud cívica”.

     El virrey agradeció a los príncipes y jefes del imperio en nombre de su emperatriz la lealtad y disposición mostradas para ayudar a su gobierno “si era atacado o amenazado”, y que había sido para “unir la corona británica y a sus feudatarios y aliados que Su Majestad ha consentido graciosamente aceptar el título imperial”.

     El virrey dijo a los “súbditos nativos de la emperatriz de la India”­ que “los intereses permanentes de este imperio exigen la supervisión­ y dirección suprema de su administración por funcionarios británicos”, quienes deben “seguir formando el canal práctico más im­por­tan­­te mediante el cual las artes, las ciencias y la cultura de Occidente [...]­ pue­da fluir libremente hacia el Oriente”. No obstante esta afirmación­ de la superioridad inglesa, había un lugar para que los “nativos de la In­dia” participaran en la administración “del país que vosotros habi­táis”. Sin embargo, los cargos en los niveles más altos de la administra­ción pública no sólo debían ser para aquéllos con “aptitudes intelectua­les”, sino también para los que eran “dirigentes naturales”, “por nacimien­to, rango e influencia hereditaria”; es decir, la aristocracia feu­dal,­ la cual estaba siendo creada en la asamblea.

     El virrey concluyó su discurso leyendo un mensaje telegráfico de “la Reina, vuestra Emperatriz”, quien manifestaba a todos los re­u­ni­dos su afecto. “Nuestro gobierno”, decía en el telegrama, se ba­sa en los grandes principios de libertad, igualdad y justicia, “los cuales habrán de fomentar su felicidad” y aumentar su “prosperidad­ e impulsar su bienestar”.78

     La conclusión del discurso del virrey fue saludada con grandes vítores, y cuando callaron, el maharaja Scindia se levantó y se dirigió­ a la reina en urdu y dijo:

 

Shah in Shah, Padshah, Dios os bendiga. Los príncipes de la India os bendicen y oran para que vuestro hukumat [el poder de dar órdenes absolutas que deben ser obedecidas, soberanía] permanezca firme para siempre.79

 

     A Scindia siguieron otros gobernantes que expresaron su agradecimiento y prometieron su lealtad. Lytton tomó la declaración de Scindia, que parece haber sido espontánea, no obstante su olvido al dirigirse a la reina de usar el título de Kaiser-i-Hind, como signo del cumplimiento de la intención de la asamblea.

     Las actividades de la asamblea continuaron por otros cuatro días. Entre otras, hubo una competencia de tiro, la inauguración de la Carrera de la Copa Real, ganada como era debido por uno de los ca­ba­llos de los príncipes, varias cenas y recepciones y la presentación de manifiestos de lealtad y peticiones por parte de varios cuer­pos­ regionales y civiles. También hubo una amplia exposición de ar­te­sa­nías indias. Los actos concluyeron con una marcha de las tropas im­pe­ria­les, seguidas de contingentes de los ejércitos de los príncipes. Se anunciaron largas listas de nuevos honores, a algunos príncipes se les permitió aumentar las salvas de sus saludos, y a doce europeos y ocho indios se les concedió el título de “Consejero de la Emperatriz”.­ Se armó a treinta y nueve nuevos miembros de la orden de la Estrella­ para celebrar la ocasión y se crearon numerosos nuevos títulos no­bi­liarios para los indios. Se liberaron miles de prisioneros y a muchos­ se les redujo la sentencia, y se dieron premios en dinero a miembros de las fuerzas armadas. El día de la proclama se llevaron a cabo ceremo­nias­­ en toda la India para celebrar la ocasión. En total, más de tres­cien­­tas­ de tales reuniones se celebraron en las capitales de las presidencias,­ en todas las estaciones civiles y militares, hasta en los cuarteles locales tahsiles. En las ciudades, los planes para la ocasión fueron diseñados­ en general por funcionarios indios locales, e incluyeron durbars, pre­sen­tación de poemas y odas en sánscrito y otras lenguas, desfiles de escolares y regalos de dulces para los niños, alimentación de pobres,­ distribución de ropas a los necesitados, culminando generalmente con un espectáculo de fuegos artificiales por la noche.

 

 

Conclusión

 

Los historiadores han prestado poca atención a la asamblea de 1877; en el mejor de los casos se le considera una especie de locura, un gran tamasha, o espectáculo, pero que tuvo pocas consecuencias prácticas. En las historias del nacionalismo indio se le menciona como la ocasión en que, por vez primera, los primeros dirigentes y pe­rio­dis­tas nacionalistas de toda la India se reunieron en el mismo lugar al mismo tiempo, pero se descarta debido a que se piensa que fue un mero escaparate para ocultar las realidades imperiales. También se considera como un ejemplo de la insensibilidad de los gobernantes imperiales, quienes gastaron grandes sumas de recursos públicos en tiempos de hambruna.

     En el momento en que fue planeada e inmediatamente después, la asamblea fue bastante criticada en la prensa de lengua india así como en los periódicos de habla inglesa. Al igual que los intentos de Ellenborough de glorificación imperial, muchos la veían de alguna manera como algo no inglés y como la expresión de las des­bo­ca­das imaginaciones de Disraeli y Lytton.

     Con todo, tanto indios como europeos siguieron refiriéndose a la asamblea como una especie de hito, un acto que señalaba un antes y un después. Se volvió la referencia obligada para valorar las ceremonias públicas. Se puede decir que el acto se repitió en dos oca­sio­nes: en 1903, cuando lord Curzon organizó un durbar imperial en Delhi para proclamar a Eduardo VII emperador de la India exactamente en el mismo lugar en el que se proclamó el título imperial de su madre y, en 1911, también en el mismo lugar, cuando Jorge V se presentó para coronarse como emperador de la India. Curzon, un hombre de una energía e inteligencia enormes, y con una creencia­ casi megalómana en su propio poder para gobernar la India, invirtió­ casi seis meses para planear “su” durbar, y siempre se esforzaba por seguir las formas que Lytton había establecido. Cuando se apartaba de dichas formas, se sentía obligado a ofrecer detalladas y prolijas expli­ca­ciones de sus cambios y adiciones. En todo caso, Curzon que­ría que el durbar imperial fuera más “indio” que la asamblea, de ahí que el mo­ti­vo del diseño fuese “indo-sarraceno”, más que “victoriano feudal”. También quería una participación más activa en el propio acto de par­te de los príncipes, quienes debían de ofrecer actos direc­tos de ho­nor. Esta clase de participación se volvió el interés central del durbar imperial de 1911, cuando muchos de los príncipes más prominentes,­ durante el propio durbar, se arrodillaron in­di­vi­dual­men­­te ante su emperador, en lo que se llamó “el pabellón de los homenajes”, el cual reemplazó el estrado del virrey como pieza cen­tral­ del anfiteatro.

     ¿Cuál fue la importancia o consecuencia no sólo de la Asamblea Imperial y de los Durbars Imperiales, sino también del lenguaje ritual creado para expresar, hacer patente y obligada la construcción británica de su autoridad sobre la India? ¿Acaso Lytton y sus sucesores­ lograron sus objetivos? En cierto nivel la respuesta es no, pues la In­dia, Pakistán y Bangladesh son hoy naciones independientes. La idea de una permanencia del gobierno imperial es una curiosidad casi olvida­da para muchos historiadores, desde los que ven los acontecimientos de 1877 a 1947 como un toma y daca, hasta los que los ven como la cul­mi­na­ción de la lucha antiimperialista de los pueblos indios.

     Creo, sin embargo, que hay otra forma de ver el problema del logro o fracaso de las intenciones de Lytton y sus asociados y la co­­di­­fi­­ca­­ción del lenguaje ritual. Me he centrado casi exclusivamente­ en la construcción británica de la autoridad y sus representaciones. Cuan­do­ los indios, en particular durante los primeros años de su movimiento­ nacional, llegaron a desarrollar su propio lenguaje polí­ti­co público, mediante sus propias organizaciones, ¿qué lenguaje usa­ron?­ Me incli­no a pensar que efectivamente usaron el mismo lenguaje­ que usa­ron sus gobernantes británicos. Las primeras reuniones de los Comités del Congreso de Toda la India (All India Congress Co­mi­ttees)­ eran muy parecidas a los durbars, con sus procesiones y el lugar central de las figuras más prominentes y sus discursos, los cuales se convirtieron en el vehículo mediante el cual trataron de participar en la consolidación de valores de “gobierno progresivo” y la ob­ten­ción­ de la felicidad y bienestar de los pueblos indios. El lenguaje bri­tánico fue eficaz en el sentido de estableccer los términos del dis­curso del movimiento nacionalista en sus etapas iniciales. De he­cho, los primeros nacionalistas afirmaban que eran más leales a los verdaderos fines del imperio indio que sus gobernantes ingleses.

     Se considera que el primer Movimiento de No Cooperación de 1920-1921 señala el establecimiento definitivo de Gandhi como la figura­ crucial en la lucha nacionalista. Era la primera vez que se intentaba usar un nuevo lenguaje en la forma de no cooperación y resistencia pasiva. A fin de cuentas, éste fue el primer rechazo maduro y extenso­ de la autoridad británica en la India. El movimiento empezó por el anuncio de Gandhi según el cual los indios debían devolver todos los honores y emblemas concedidos por el gobierno imperial. Con esto, Gandhi no atacaba las instituciones de gobierno, sino la facultad de ese gobierno de dar sentido y hacer obligatoria su autoridad mediante la creación de honores.

     La mayor parte de las contribuciones de Gandhi al movimiento nacionalista se enfocaba en la creación y representación de nuevos códigos de conducta basados en una teoría de la autoridad radicalmente diferente. Estas contribuciones se manifestaron en una serie de iniciativas. Los indios ya no debían usar ni ropas occidentales ni las ropas “nativas” decretadas por sus gobernantes imperiales, sino simple ropa campesina hilada en casa. La oración comunal y no la atmósfera de durbar de las reuniones políticas, era la ocasión de divulgación de su mensaje. La costumbre india de peregrinar se adaptó a la política al transformarse en las marchas de Gandhi, y la idea del paidatra (la marcha del político entre el pueblo) todavía forma parte de los rituales políticos de la India.

         No obstante, el lenguaje británico no murió fácil o rápidamente y es posible que siga vivo de varias maneras. El fin del imperio se ma­ni­fes­tó en el mismo lugar donde se puede decir que empezó, en 1857, cuando se profanó el palacio mogol y los oficiales ingleses bebieron vino y comieron carne de puerco. El momento de la transferencia de la autoridad del virrey al nuevo primer ministro de una India in­de­pen­diente se hizo patente en el Fuerte Rojo al arriar la bandera del Reino Unido a medianoche, el 14 de agosto de 1947, ante una mu­che­dum­bre­­ de indios jubilosos.

 

 

 

NOTAS

 

        1 “Queen Victoria’s Proclamation, 1 November 1858”, en C. H. Phillips, H. L. Singh y B. N. Pandey (editores), The Evolution of India and Pakistan 1858-1947: Select Documents, Londres, 1962, pp. 10-11.

     2 J. H. Plumb, The Death of the Past, Boston, 1971, p. 41.

     3 F. W. Buckler, “The Oriental Despot”, Anglican Theological Review, 1927, número 8, p. 241.

     4 Ibid., p. 239.

     5 Abu Al Fazl, The Ain-i-Akbari, traducido por H. Blochman, editado por D. C. Phillot, 2a. ed., Calcuta, 1927, clxvii.

     6 Wellesley a Lake, 27 de julio de 1803, en Montgomery Martin (editor), The Despatches, Minutes and Correspondence of the Marquess of Wellesley During His Administration in India, Londres, 1837, vol. 3, p. 237.

     7 Ibid., p. 208.

     8 Wellesley a la Junta de Directores, 13 de julio de 1804, en Martin, The Despatches, Minutes..., 1837, vol. 4, p. 153.

     9 John W. Kaye y George B. Malleson, Kaye’s and Malleson’s History of the Indian Mutiny of 1857-1858, 2a. ed., Londres, 1892, vol. 2, p. 4.

     10 Ronald Inden, “Cultural Symbolic Constitutions in Ancient India”, mimeografiado, 1976, pp. 6-8.

     11 “Bentinck Minute 2 January 1834”, i.o.l.r. [Indian Office Library and Records] Board’s Collection, 1551/62/250, p. 83.

     12 Ibid., p. 94.

     13 John Rosselli, Lord William Bentinck, Berkeley, 1974, p. 192.

     14 “Extract Political Letter To Bengal 3 July 1829”, i.o.l.r. Board’s Collection, 1370/54/508, p. 12.

     15 “Bentinck to Ct Director, Minute, 2 January 1834”, i.o.l.r., Board’s Colection, 155/62/252, p. 83.

     16 Albert H., Imlah, Lord Ellenborough: A Biography of Edward Law, Earl of Ellenborough, Governor General of India, Cambridge, 1939, p. 41.

     17 Ibid., p. 42.

     18 John William Kaye, History of the War in Afghanistan, Londres, 1851, vol. 2, pp. 646-647.

     19 Lord Colchester (editor), The History of the Indian Administration of Lord Ellenborough, Londres, s. f., p. 64.

     20 Ibid., pp. 324-38.

     21 A. C. Das Gupta (editor), The Days of John Company: Selections from the Calcutta Gazette, 1824-1832, Calcuta, 1959, p. 23.

     22 Ibid., p. 26.

     23 Ibid., p. 3.

     24 Punjab Government Records: Correspondence, vol. 7, segunda parte, p. 39; H. L. O. Garrett, “The Trial of Bahadur Shah II”, Journal of the Punjab University Historical Society, vol. 1, primera parte, abril, 1932, pp. 3-18; F. W. Buckler, “The Political Theory of the Indian Mutiny”, Transactions of the Royal Historical Society, 4a. serie, vol. 5, 1922, pp. 71-100.

     25 Michael Walzer, Regicide and Revolution, Cambridge, 1974, p. 6.

     26 Parliamentary Debates de Hansard, tercera serie, ccxxvii, 1876, p. 4.

     27 Ibid., p. 409.

     28 Ibid., p. 410.

     29 Ibid., p. 409.

     30 Ibid., p. 1750.

     31 Lytton a Salisbury, 12 de agosto de 1876, i.o.l.r., E218/518/1, p. 367.

     32 Major General Sir Owen Tudor Burne, Memories, Londres, 1907, p. 204, y passim para su trayectoria política.

     33 Field-Marshal Lord Roberts of Kandahar, Forty-one Years in India, Nueva York, 1900, vol. 2, pp. 91-92.

     34 O. T. Burne, “The Empress of India”, Asiatic Quarterly Review, vol. 3, 1887, p. 22.

     35 Lytton a Salisbury, 11 de mayo de 1875, i.o.l.r., E218/518/1, p. 147.

     36 Ibid., p. 149.

     37 L. A. Knight en su artículo “The Royal Titles Act and India”, Historical Journal, vol. xi, núm. 3, 1968, pp. 488-507, presenta detalles de muchos de los reclamos territoriales y quejas de entonces, que se pensaba podrían emerger en el durbar; T. H. Thornton, General Sir Richard Meade, Londres, 1898, p. 310.

     38 Lytton a Salisbury, 11 de mayo de 1875, i.o.l.r., E218/518/1, p. 149.

     39 Lytton a la reina Victoria, 21 de abril de 1876, i.o.l.r., E218/518/1.

     40 i.o.l.r. Political and Secret Letters from India, enero y febrero de 1877, núm. 24, párrafo 20.

     41 Lytton a la reina Victoria, 4 de mayo de 1876, i.o.l.r., E218/518/1.

     42 Lytton a Salisbury, 30 de octubre de 1876, ibid.

     43 Lytton a la reina Victoria, 15 de noviembre de 1876, ibid.

     44 Lytton a Salisbury, 30 de julio de 1876, ibid., p. 318.

     45 Ibid., p. 319.

     46 Gazette of India, número extraordinario, 1 de enero de 1877, p. 11.

     47 Lytton a Salisbury, 11 de mayo de 1876, i.o.l.r., E218/518/1, p. 149.

     48 Ibid.

     49 Ibid.

     50 Ibid., p. 150.

     51 Ibid.

     52 Ibid.

     53 i.o.l.r., Political and Secret Letters from India, febrero de 1877, número 24, párrafo 5.

     54 Ibid.

     55 Para una lista de los invitados más importantes, véase ibid., anexos 1 y 2.

     56 Gazette of India, número extraordinario, 18 de agosto de 1876.

     57 i.o.l.r., Political and Secret Letters from India, febrero de 1877, núm. 24, anexo 11, “Speech of Lord Lytton at State Banquet”.

     58 i.o.l.r., Imperial Assemblage Proceedings 8, 15 de septiembre de 1876, Temple Papers, manuscritos europeos, F86/166.

     59 Ibid.

     60 i.o.l.r., Imperial Assemblage Proceedings 8, 15 de septiembre de 1876, Temple Papers, manuscritos europeos, F86/166.

     61 Las cifras se encuentran en i.o.l.r., Political and Secret Letters from India, 6 de agosto de 1877, núm. 140, anexo 8.

     62 J. Talboys Wheeler, The History of the Imperial Assemblage at Delhi, Londres, 1877, p. 47.

     63 Wheeler, op. cit., p. 47.

     64 Citado en Lady Betty Balfour, The History of Lord Lytton’s Administration. 1876-1880, Londres, 1899, p. 123.

     65 Lytton, “Memorandum”, i.o.l.r., Imperial Assemblage Proceedings 8, 15 de septiembre de 1876, Temple Papers, manuscrito europeo F86/166, párrafo 16.

     66 Ibid.

     67 Ibid., párrafo 18. Véase asimismo Thornton, General Sir Richard Meade, Londres, 1898, apéndice del capítulo 21,          “Note on the Arrangement of the Imperial Assemblage”.

     68 Val C. Prinsep, Imperial India. An Artist’s Journal, Londres, 1879, p. 20.

     69 Ibid., p. 29.

     70 G. W. Leitner, Kaiser-i-Hind: The Only Appropriate Translation of the Title of the Empress of India, Lahore, 1876, pp. 11-12.

     71 Ibid., p. 9.

     72 Lytton a Salisbury, 30 de julio de 1876, i.o.l.r., E218/515, pp. 321-322.

     73 Athenaeum, número 2559, 11 de noviembre de 1876, pp. 624-625, núm. 2561, 25 de noviembre de 1876, pp. 688-689.

     74 Lytton a la reina Victoria, i.o.l.r. Letters Despatched to the Queen, 12 de diciembre de 1876 al 1 de enero de 1877, E218/515/2.

     75 Thornton, op. cit., p. 305.

     76 R. Taylor, The Princely Armory Being a Display for the Arms of the Ruling Chiefs of India after their Banners as Prepared for the Imperial Assemblage held at Delhi on the First Day of January, 1877, i.o.l.r., mecanografiado, y Pioneer Mail, 4 de noviembre de 1904 (recorte incluido en Taylor, Princely Armory en i.o.l.r.).

     77 Burne, Memories, pp. 42-43.

     78 Gazette of India, número extraordinario, 1 de enero de 1877, pp. 3-7.

     79 Thornton, p. 310.

 

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