Enrique Pichón Riviere El Proceso
Grupal
-Prólogo-
Connaissance de la mort. E. Pichon-Riviere El
sentido de este prólogo es el de esclarecer algunos aspectos de mi esquema
referencial indagando su origen y su historia, en busca de la coherencia
interior de una tarea que muestra en estos escritos, de temática y enfoques
heterogéneos, sus distintos momentos de elaboración teórica. Como
crónica del itinerario de un pensamiento, será necesariamente autobiográfico,
en la medida en que el esquema de referencia de un autor no se estructura
sólo como una organización conceptual, sino que se sustenta en un fundamento
motivacional, de experiencias vividas. A través de ellas, construirá el
investigador su mundo interno, habitado por personas, lugares y vínculos, los
que articulándose con un tiempo propio, en un proceso creador, configurarán
la estrategia del descubrimiento. Podría
decir que mi vocación por las Ciencias del Hombre surge de la tentativa de
resolver la oscuridad del conflicto entre dos culturas. A raíz de la
emigración de mis padres desde Ginebra hasta el Chaco, fui desde los cuatro
años testigo y protagonista, a la vez, de la inserción de un grupo
minoritario europeo en un estilo de vida primitivo. Se dio así en mí la
incorporación, por cierto que no del todo discriminada, de dos modelos
culturales casi opuestos. Mi interés por la observación de la realidad fue
inicialmente de características precientíficas y, mas exactamente, míticas y
mágicas, adquiriendo una metodología científica a través de la tarea
psiquiátrica. El
descubrimiento de la continuidad entre sueño y vigilia, presente en los mitos
que acompañaron mi infancia y en los poemas que atestiguan mis primeros
esfuerzos creativos, bajo la doble y fundamental influencia de Lautréamont y
Rimbaud, favoreció en mí, desde la adolescencia, la vocación por lo
siniestro. La
sorpresa y la metamorfosis, como elementos de lo siniestro, el pensamiento
mágico, estructurado como identificación proyectiva, configuran una
interpretación de la realidad característica de las poblaciones rurales
influidas por la cultura guaraní, en las que viví hasta los 18 años. Allí
toda aproximación a una concepción del mundo es de carácter mágico y está
regida por la culpa. Las nociones de muerte, duelo y locura forman el
contexto general de la mitología guaraní. La
internalización de estas estructuras primitivas oriento mi interés hacia la
desocultación de lo implícito, en la certeza de que tras todo pensamiento que
sigue las leyes de la lógica formal, subyace un contenido que, a través de
distintos procesos de simbolización, incluye siempre una relación con la
muerte en una situación triangular. Ubicado
en un contexto en el que las relaciones causales eran encubiertas por la idea
de la arbitrariedad del destino, mi vocación analítica surge como necesidad
de esclarecimiento de los misterios familiares y de indagación de los motivos
que regían la conducta de los grupos inmediato y mediato. Los misterios no
esclarecidos en el plano de lo inmediato (lo que Freud llama "la novela
familiar") y la explicación mágica de las relaciones entre el hombre y
la naturaleza determinaron en mí la curiosidad, punto de partida de mi
vocación por las Ciencias del Hombre. El
interés por la observación de los personajes prototípicos, que en las
pequeñas poblaciones adquieren una significatividad particular, estaba
orientado -aún no conscientemente- hacia el descubrimiento de los modelos
simbólicos, por los que se hace manifiesto el interjuego de roles que
configura la vida de un grupo social en su ámbito ecológico. Algo de
lo mágico y lo mítico desaparecía entonces frente a la desocultación de ese
orden subyacente pero explorable: el de la interrelación dialéctica entre el
hombre y su medio. Mi
contacto con el pensamiento psicoanalítico fue previo al ingreso a la Facultad
de Medicina y surgió como el hallazgo de una clave que permitiría decodificar
aquello que resultaba incomprensible en el lenguaje y en los niveles de
pensamiento habituales. Al
entrar en la Universidad, orientado por una vocación destinada a instrumentarme
en la lucha contra la muerte, el enfrentamiento precoz con el cadáver -que es
paradójicamente el primer contacto del aprendiz de médico con su objeto de
estudio- significó una crisis. Allí se reforzó mi decisión de trabajar en el
campo de la locura, que aún siendo una forma de muerte, puede resultar
reversible. Las primeras aproximaciones a la psiquiatría clínica me abrieron
el camino hacia un enfoque dinámico, el que me llevaría progresivamente, y a
partir de la observación de los aspectos fenoménicos de la conducta desviada,
al descubrimiento de elementos genéticos, evolutivos y estructurales que
enriquecieron mi comprensión de la conducta como una totalidad en evolución
dialéctica. La
observación, dentro del material aportado por los pacientes, de dos categorías
de fenómenos netamente diferenciables para el operador: lo que se manifiesta
explícitamente y lo que subyace como elemento latente, permitió incorporar en
forma definitiva a mi esquema de referencia la problemática de una nueva
psicología que desde un primer momento tendería hacia el pensamiento
psicoanalítico. El
contacto con los pacientes, el intento de establecer con ellos un vínculo
terapéutico confirmó lo que de alguna manera había intuido; que tras toda
conducta "desviada" subyace una situación de conflicto, siendo la
enfermedad la expresión de un fallido intento de adaptación al medio. En
síntesis, que la enfermedad era un proceso comprensible. Desde
los primeros años de estudiante trabajé en clínicas privadas, adquiriendo
experiencia en el campo de la tarea psiquiátrica, en la relación y
convivencia con internados. Ese contacto permanente con todo tipo de
pacientes y sus familiares me permitió conocer en su contexto el proceso de
la enfermedad, particularmente los aspectos referentes a los mecanismos de
segregación. Tomando
como punto de partida los datos que sobre estructura y características de la
conducta desviada me proporcionaba el tratamiento de los enfermos, y
orientado por el estudio de las obras de Freud, comencé mi formación psicoanalítica.
Esta culminó, años más tarde, en mi análisis didáctico, realizado con el Dr.
Garma. Por la
lectura del trabajo de Freud sobre "La Gradiva" de Jensen tuve la
vivencia de haber encontrado el camino que me permitiría lograr una síntesis,
bajo el común denominador de los sueños y el pensamiento mágico, entre el
arte y la psiquiatría. En el
tratamiento de pacientes psicóticos, realizado según la técnica analítica y
por la indagación de sus procesos transferenciales, se hizo evidente para mí
la existencia de objetos internos, múltiples "imago", que se
articulan en un mundo construido según un progresivo proceso de
internalización. Ese mundo interno se configura como un escenario en el que
es posible reconocer el hecho dinámico de la internalización de objetos y
relaciones. En este escenario interior se intenta reconstruir la realidad
exterior, pero los objetos y los vínculos aparecen con modalidades diferentes
por el fantaseado pasaje desde el "afuera" hacia el ámbito
intrasubjetivo, el "adentro". Es un proceso comparable al de la
representación teatral, en el que no se trata de una siempre idéntica
representación del texto, sino que cada actor recrea, con una modalidad
particular, la obra y el personaje. El tiempo y el espacio se incluyen como
dimensiones en la fantasía inconsciente, crónica interna de la realidad. La
indagación analítica de ese mundo interno me llevó a ampliar el concepto de
"relación de objeto", formulando la noción de vínculo, al que
defino como una estructura compleja, que incluye un sujeto, un objeto, su
mútua interrelación con procesos de comunicación y aprendizaje. Estas
relaciones intersubjetivas son direccionales y se establecen sobre la base de
necesidades, fundamento motivacional del vínculo. Dichas necesidades tienen
un matiz e intensidad particulares, en los que ya interviene la fantasía
inconsciente. Todo vínculo, así entendido, implica la existencia de un
emisor, un receptor, una codificación y decodificación del mensaje. Por este
proceso comunicacional se hace manifiesto el sentido de la inclusión del
objeto en el vínculo, el compromiso del objeto en una relación no lineal sino
dialéctica con el sujeto. Por eso insistimos que en toda estructura vincular
-y con el término estructura ya indicamos la interdependencia de los elementos-
el sujeto y el objeto interactúan realimentándose mutuamente. En este
interactuar se da la internalización de esa estructura relacional, que
adquiere una dimensión intrasubjetiva. El pasaje o internalización tendrá
características determinadas por el sentimiento de gratificación o
frustración que acompaña a la configuración inicial del vínculo, el que será
entonces un vínculo "bueno" o un vínculo "malo". Las
relaciones intrasubjetivas, o estructuras vinculares internalizadas,
articuladas en un mundo interno, condicionarán las características del
aprendizaje de la realidad. Este aprendizaje será facilitado u obstaculizado
según que la confrontación entre el ámbito de lo intersubjetivo y el ámbito
de lo intrasubjetivo resulte dialéctica o dilemática. Es decir, que el
proceso de interacción funcione como un circuito abierto, de trayectoria en
espiral, o como un circuito cerrado, viciado por la estereotipia. El mundo
interno se define como un sistema, en el que interactúan relaciones y
objetos, en una mútua realimentación. En síntesis, la interrelación
intrasistémica es permanente, a la vez que se mantiene la interacción con el
medio. A partir de las cualidades de la interacción externa e interna,
formularemos los criterios de salud y enfermedad. Esta
concepción del mundo interno, y la sustitución de la noción de instinto por
la estructura vincular, entendiendo al vínculo como un protoaprendizaje, como
el vehículo de las primeras experiencias sociales, constitutivas del sujeto
como tal, con una negación del narcisismo primario, conducían necesariamente
a la definición de la psicología, en un sentido estricto, como psicología
social. Si bien
estos planteos surgieron en una praxis y están sugeridos, en parte, en
algunos trabajos de Freud (Psicología de las masa y análisis del yo), su
formulación implicaba romper con el pensamiento psicoanalítico ortodoxo, al
que adherí durante los primeros años de mi tarea, y a cuya difusión había
contribuido con mi esfuerzo constante. Pienso que esa ruptura significó un
verdadero "obstáculo epistemológico, una crisis profunda, cuya
superación me llevó muchos años, y que quizás se logre recién hoy, con la
publicación de estos escritos. Esta
hipótesis parecería confirmada por el hecho de que, a partir de la toma de
conciencia de las significativas modificaciones de mi marco referencial, me
volqué más intensamente a la enseñanza, interrumpiendo el ritmo anterior de
mi producción escrita. Sólo en 1962, en el trabajo sobre "Empleo del
Trofanil en el tratamiento del grupo familiar", en 1965 con "Grupo
operativo y teoría de la enfermedad única" y en 1967 con
"Introducción a una nueva problemática para la psiquiatría", logro
una formulación más totalizadora de mi esquema conceptual, si bien algunos
aspectos fundamentales se relacionan entre sí, y muy escuetamente, recién en
"Propuestas y metodología para una escuela de psicólogos sociales"
y "Grupo operativo y modelo dramático", presentados respectivamente
en Londres y Buenos Aires, Congreso Internacional de Psiquiatría Social y
Congreso Internacional de Psicodrama, en el año 1969. La
trayectoria de mi carrera, que puede describirse como la indagación de la
estructura y sentido de la conducta, en la que surgió el descubrimiento de su
índole social, se configura como una praxis que se expresa en un esquema
conceptual, referencial y operativo. La
síntesis actual de esa indagación puede señalarse por la postulación de una
epistemología convergente, según la cual las ciencias del hombre conciernen a
un objeto único: "el hombre - en - situación" susceptible de un
abordaje pluridimensional. Se trata de una interciencia, con una metodología
interdisciplinaria, la que funcionando como unidad operacional permite un
enriquecimiento de la comprensión del objeto de conocimiento y una mútua
realimentación de las técnicas de aproximación al mismo. Enrique
Pichón Riviere (en
"El Proceso Grupal", 1971) Obra
facilitada por la Escuela de Psicología Social del Sur – Quilmes ( Argentina) http://www.geocities.com/Athens/Forum/5396/index.html |