William Pierce

 

 

CONFITERÍAS EN LAS BIBLIOTECAS

EL PRÓXIMO PASO LÓGICO

 

 

 

 

Los administradores bibliotecarios que quieran atraer la atención nacional hacia sus bibliotecas tendrían que pensar en inaugurar una confitería en el edificio. Innumerables publicaciones relacionadas con bibliotecas, así como también USA Today, The Chicago Tribune y The San Francisco Chronicle, le han dado una amplia cobertura a la convergencia de la cado una amplia cobertura a la convergencia de la comida y las bibliotecas en los últimos meses. ¿Quién hubiera imaginado que una innovación tan simple iba a recibir tanto interés por parte de la prensa? ¿Es la idea en sí de la comida en las bibliotecas o, más bien, la noción iconoclasta de repudiar viejas barreras y tradiciones, lo que atrajo la atención de los medios? Durante décadas, los alimentos estaban categóricamente excluidos del entorno bibliotecario. Se consideraba prohibido comer en las bibliotecas, tan fuera de lugar como comer en una iglesia o un aula. Pero ahora, en esta era más distendida y libre de trabas en la que vivimos, las costumbres y prácticas tradicionales de las bibliotecas, antes consideradas sacrosantas, se están reevaluando en relación con la meta fundamental. Y ésta, al menos en lo que respecta a las bibliotecas públicas, es que más gente utilice la biblioteca.

No existe casi investigación alguna sobre el tema de la comida como un atractivo en las bibliotecas (un artículo escrito en los '80 confirmó que la comida está permitida en eventos infantiles y actividades especiales). Los administradores bibliotecarios, que estén pensando en desafíar el status quo de la biblioteca histórica que prohibe la coa histórica que prohibe la comida, deben fijarse, en cambio, en los objetivos administrativos del mundo comercial. Durante años, teóricos con fines de lucro, como Peter Drucker y Tom Peters, instaron a las corporaciones formales a adaptar las estrategias basadas en el cambio, la flexibilidad y la innovación. De lo contrario, las empresas más propensas a satisfacer las necesidades de la sociedad simplemente se interpondrán y se quedarán con la participación en el mercado. En el mundo bibliotecario parece existir una falacia monopólica, en especial, en las comunidades pequeñas y medianas, basada en el hecho de que no existe la competencia entre las bibliotecas: Si nadie compite por nuestros clientes, ¿por qué no seguir con el negocio como siempre? La realidad, por supuesto, es que el uso de la biblioteca pública convencional se está viendo amenazado por la distribución de información en línea a los hogares. Como una manera de hacer frente a este desafío -y de conservar la participación en el mercado de los usuarios- sería prudente que los administradores consideren la instrumentación de pasatiempos, tales como cafés y confiterías.

En un principio, sólo las bibliotecas públicas grandes ofrecían lugares de comida a s ofrecían lugares de comida a sus usuarios. En general, las confiterías o mini-restaurantes estaban ubicados en un área designada dentro de complejos bibliotecarios más extensos. Es posible que los lectores apreciaran esta comodidad, que era casi innecesaria, ya que estas bibliotecas están habitualmente en áreas urbanas que cuentan con varios lugares para comer. Es la biblioteca más pequeña, o rural, la que lógicamente debería proveer este servicio a los visitantes, debido a la probable falta de sitios para comer en las proximidades. De lo contrario, las visitas a la biblioteca se limitarán a los horarios entre comidas, y los usuarios tal vez no regresen una vez que salieron a comer. Esto quizá sea admisible para las bibliotecas que buscan limitar la permanencia promedio de sus usuarios, pero no favorece al estudiante, lector o investigador serio que destinó un día completo para trabajar en la biblioteca. En la sociedad actual, parece que los estadounidenses están listos para comer en el lugar y el momento que les plazca. La mentalidad tradicional, que prohibe la comida en las instalaciones bibliotecarias, es irreal, y quizás hasta algo draconiana, en un mundo que trata de ofrecer comodidad, confort y consumismo.

La aversión filosófica de algunos administradores bibli;fica de algunos administradores bibliotecarios hacia las confiterías en las bibliotecas es, tal vez, más facil de comprender que los argumentos que apuntan a cuestionar por qué no se debe permitir la comida en sí en la biblioteca. ¿Los insectos son el motivo de la prohibición en nuestra era de eficiencia tóxica? ¿O acaso las bibliotecas que prohiben la  comida en sus instalaciones no tienen comedores para el personal o áreas para comer en otras partes del edificio? De igual modo, ¿qué biblioteca que prohibe alimentos no organiza un evento especial ocasional en el cual se transmite al personal y al público algún tipo de insecto al que le atraen las exquisiteces? Dejando de lado los insectos, quizá los temores de derrames, peleas por la comida o sólo el comportamiento pendenciero del cliente común se infundan en la persona del bibliotecario, tradicionalmente correcto, con respecto a la comida en la biblioteca. The Chicago Tribune se burló cariñosamente de este estereotipo bibliotecario en un artículo sobre confiterías en bibliotecas, publicado en diciembre del año pasado: "¿Café con leche en las bibliotecas? En una época, el concepto se habría vislumbrado como la peor pesadilla de un bibliotecario, imaginando visiones desagradables de gente comiendo yes desagradables de gente comiendo y bebiendo con ruido entre las estanterías. Pero ya no es más así". El artículo continúa con la descripción de las experiencias de varias bibliotecas del área de Chicago, que ya tienen confiterías o que están pensando en instalar una.

Dos bibliotecas de California ofrecen interesantes casos de estudio con respecto a las confiterías y la filosofía administrativa de satisfacer al cliente. Hace poco, The San Francisco Chronicle describió a la nueva Biblioteca Pública de San Francisco -que cuenta con confitería, galería y sala de conciertos- como estéticamente "un edificio en el cual quedarse  simplemente por el placer de estar ahí". Cuenta con un área de comida en un jardín terraza y salas para que los usuarios se reúnan e interactúen en un ambiente confortable. En San Diego, donde se está planificando una nueva biblioteca en el centro de la ciudad, el San Diego Union-Tribune llevó a cabo una encuesta de opinión que apuntaba a discernir qué características y servicios creían los lectores que debía tener el nuevo edificio. En una demostración de apoyo a las comodidades ofrecidas por su par del norte, casi la mitad de los encuestados se mostraron a favor de s encuestados se mostraron a favor de las instalación de una confitería, así como también de salas de reunión y áreas en el exterior. Si bien estas son bibliotecas metropolitanas grandes, que atienden a miles de usuarios por día, la política que tienen sobre la hospitalidad a los lectores merece ser imitada por bibliotecas de cualquier tamaño o ubicación.

En el último congreso de la ALA en Nueva York, una sesión, que trató el tema de los cafés en las bibliotecas, se centró en la manera en que las bibliotecas públicas se pueden beneficiar con las experiencias en el servicio de comida de las librerías y otros negocios minoristas. Los presentadores sugirieron que la mayoría de las bibliotecas deberían adoptar una actitud sin fines de lucro en relación con los servicios gastronómicos: el servicio ofrecido debería ser una comodidad para el usuario, o un atractivo para que regrese. Aún así, algunas bibliotecas -en general, las más grandes y urbanas- sacan provecho generosamente de su servicio de comida. En Los Angeles, por ejemplo, donde se inauguró una confitería y un gran comedor en febrero pasado, en la biblioteca sucursal céntrica de la ciudad, los administradores decidieron que la confitería d decidieron que la confitería debía ser una fuente de ingresos administrada en forma independiente: Se espera que el LAPL Central BookEnds Cafe, administrado por Panda Management, obtenga ganancias por más de U$S90.000 para la biblioteca anualmente.

La idea de tener una empresa comercial, rentable o no, bajo los auspicios de la biblioteca tal vez sea el motivo por el cual algunos administradores bibliotecarios sean reticentes a instalar una confitería. Después de todo, muchos administradores de bibliotecas y bibliotecarios se volcaron a su profesión como una alternativa a las carreras supeditadas al consumismo. Una posible solución sería concesionar la administración del café a un contratista privado profesional, como el caso del Bookends de Los Angeles. De lo contrario, el funcionamiento del comedor público estaría a cargo del personal de la biblioteca o de voluntarios. (A los administradores que estén pensando en una confitería manejada exclusivamente por voluntarios se les aconseja leer un artículo de Cheryl Ann McCarthy que apareció en el número de junio/julio de 1996 de American Libraries, sobre cómo coordinar y motivar a voluntarios para proyectos especiales.)

La biblioteca como sitio, o lugar de reunión, donde se puede obt de reunión, donde se puede obtener e intercambiar información en una atmósfera sociable, es un objetivo lógico para los administradores de las bibliotecas públicas que buscan expandir la influencia de su biblioteca en la comunidad y, por lo tanto, terminar con la amenaza de que se vuelvan obsoletas. El papel de estas confiterías quizá sea convertir a las bibliotecas públicas en sitios más tentadores y acogedores para los visitantes. Tomando prestada una frase de la descripción del programa de la sesión del congreso de la ALA en 1996, llamado "El expresso y el entorno", las confiterías de las bibliotecas "crean una imagen que atraerá a los clientes y los hará regresar".

 

 

 

 

William Pierce

Salina Public Library

Kansas

 

 

"Libraries Brewing Up to Lure Readers", Chicago Tribune, 10 de diciembre de 1995, nw 1:2. 

Robert Hass, "A Poet Visits the New Main Library", San Francisco Examiner, 14 de abril de 1996, C13. 

Cheryl Ann McCarthy, "Volunteers and Technology: The New Reality", American Libraries,  Junio/Julio 1996, 67. 

ALA Conference Preview, American Libraries, Abril 1996, 132. 

Copyright 1997. 

Este artículo apacolor="#FFFFFF">Este artículo apareció originalmente en LIBRES: Library and Information Science Electronic Journal (ISSN 1058-6768), 31 de marzo de 1997. Vol. 7, Núm. 1. 

 

 

 

Traducido con la correspondiente autorización de los autores.

Departamento de Informática y Sistemas.

Facilitado por la Biblioteca Nacional de la República Argentina