La semilla del Cardo simbolizando la siembra de cultura

Bibliotecas Rurales Argentinas

 

 

'Fábula de un hombre'
ELISEO ALBERTO

Capítulo 1.
Para Patricia Lara Magaña
Por esas tristes cosas de la vida, el domingo trece de febrero de 1983, víspera de San Valentín, el emigrante José González y González se vio obligado a matar a un hombre en defensa del amor, que es una legítima manera de matar en defensa propia. Tendría El Padre Jordán se demoraba un siglo. José se puso a cantar un guaguancó que había aprendido de niño en el puerto de La Habana: Billy The Kid se casó con la Pequeña Lulú. El eco multiplicaba la tristísima rumba por los pabellones. Se había enamorado de Do José dejó a la Pequeña Lulú en una estación del Metro, le dio sin saberlo el que sería el vigésimo sexto y último beso de sus labios, y se presentó con la conciencia tranquila en las oficinas de la policía para explicar lo sucedido. Sin tener en cuenta la En ciertas circunstancias, la memoria es una forma de ternura. Entonces se llama nostalgia. Hay hombres que no saben qué hacer con ella. José, por ejemplo. Quince años después del crimen, y obligado a tomar una decisión que habría de cambiarle la existenc -Perdón por la demora -dijo el Padre Jordán al entrar en la celda, acompañado por Morante, el custodio de la galera: -Me dicen que deseas hablar conmigo. ¡Después de tantos años! Debes estar muriéndote, cubano.
Morante regresó a la garita de observación. José demoró tres horas en contar los horrores de su vida. Se sentía poseído por sus otros José, los inocentes. Había olvidado la humanidad del miedo. De nada se arrepentía, salvo de haber perdido a Lulú de aquel -¡Morante, abre la reja, sácame de este basurero! -gritó el Padre Jordán al escuchar las confesiones del cubano.
-Yo no creo ni en la madre que me parió pero usted sí -dijo José y sujetó al Padre por la sotana: -Me han propuesto vivir como animal la mitad de mi condena... ¿Qué hago?
-Acepta. Y que sea Dios y no yo quien te perdone.
Morante no encontraba la llave de la cerradura. La torpeza lo ponía de mal humor. Por puro instinto de conservación, José dio un salto de cabra. El custodio lo recibió con un gancho en la boca del estómago. Si de algo se vanagloriaba era del salvaje ofici Dos días después, al filo del mediodía, el alcaide de la Cárcel Metropolitana descorchaba una botella de champaña para brindar con los miembros del Comité HS la firma de un proyecto que habría de darle la vuelta al planeta. Así habló, convencido:
-Si lo que ustedes buscan es un tío que no sea el mejor baladista ni el chico más sexi ni el banquero poderoso, tengo al candidato ideal. Un salvaje que no podrá comandar a nadie ni presidir nada. Haremos de él un modelo. Un antilíder. Se llama José.
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Capítulo 2.
José supo que había llegado a su destino cuando se abrió ruidosamente una puerta metálica y descubrió ante sí una reja de barrotes aún más gruesos que los de su cárcel anterior. Se acordó de Galo La Gata trenzado en la ventana. Sacudió la imagen con un go La única oponente del proyecto era la biólogo Ofelia Vidales. Estuvo en contra desde antes de la elección del modelo, cuando sus colegas discutieron la posibilidad de subirle la parada a todos los zoológicos con la inclusión de un animal que, hasta ese mo Al principio, el público se sintió confundido. Y con razón. Algunos turistas pasaban de largo sin reparar en la jaula del Hombre. Otros se detenían para decirle alguna frase de burla. Poco a poco fue despertando más interés. El departamento de estadística Al segundo mes de exposición la fama de José había conmovido al país. Un modisto de estirpe le donó su colección de verano para que exhibiese sus playeras en aquella novedosa vitrina, y un restaurante florentino anunció el compromiso de alimentarlo de por El proyecto siguió adelante, acorde a lo previsto, aunque se reforzó la seguridad con rondas cosacas. Los colegios llevaban a los alumnos a la galería de los simios para que vieran de cerca al único animal que ríe, al único animal que sueña, al único anim -Un ser dotado de inteligencia -aseguraban las guías del Zoo: -Por su cerebro voluminoso, el peso de la masa encefálica y su posición vertical, el Hombre es muy peligroso. Mejor tenerlo entre rejas.
Era como si el hombre se estuviese viendo por primera vez a sí mismo. Científicos de los cinco continentes se dieron cita para descubrir, anonadados, que el Homo Sapiens era una criatura fascinante. Los periódicos multiplicaron una noticia propia de telen Un hombre importante. Ofelia Vidales no quería reconocerlo pero había comenzado a sentir compasión por el cubano. Consideraba la lástima un sentimiento confuso y traicionero. La lástima le había hecho dar un par de pasos en falso. Por lástima se había cas -¿Puedo ayudarte en algo? -se atrevió a preguntarle una vez.
-Consígueme rábanos para la ardilla Lelé -dijo José.
Lelé solía visitarlo al atardecer, cuando el público se había marchado, y a él le gustaba alimentar esa amistad con cáscaras de frutas frescas. Era una ardilla roja y mansa, de coleta gruesa como trenza de mulata. Pasaba la noche en un rincón de la celda, Gracias a Dios que existía Lorenzo Lara.
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Capítulo 3.
Lorenzo Lara era el encargado de limpiar la galería de los simios, desde la jaula de Fifí La Chimpancé hasta la suite del Homo Sapiens, pasando por la siempre peligrosa aventura de recoger en una pala las rocas de caca de Cuco el Orangután. Había nacido e -Los hombres y los animales nos acostumbramos rápido a la desgracia -dijo el campechano: -¿Verdad, Cuco? Fíjate en la ardilla Lelé. O en Fifí, la chimpancé que vive a cuatro puertas. Ellos saben. ¿Conoces a Aníbal el León, a Rodolfo el elefante, a la cebr -Pero si dejan la puerta abierta, todos se escapan -ripostó José: -Nadie soporta vivir entre cuatro paredes...
-La libertad es el único sueño del tigre, compañero.
-No me digas compañero. Hablas demasiado.
-Y solo. Me la paso hablando solo. Ha sido un placer conocerte. Si me necesitas, sabes dónde encontrarme.
-Yo no necesito a nadie. Me basto solo.
-Nadie se basta solo.
-¿Faltará mucho? -preguntó José.
Lorenzo entendió la enigmática pregunta:
-Están por abrir la entrada al público. A las diez. Vienen hechos la raya. Nunca he entendido por qué corren con tanto apuro.
-¿Y qué se supone que debo hacer?
Lorenzo se apoyó en la vara de la escoba:
-Portarte como un hombre -dijo.
Al principio, el campechano y el cubano se trataron con la discreta cortesía de dos desconocidos, pero día a día fue naciendo entre ellos un afecto que los conduciría en breve a la amistad. Lorenzo comenzó a visitarlo por las noches. Jugaban al dominó, a -¿No te han dicho que soy un asesino? -dijo José la primera noche que Lorenzo pasó a verlo, dos meses después de su llegada al Zoo.
-Algo me dijeron, pero no les creí. Será que nunca he visto a uno. Pensé que te haría bien la visita de un amigo.
-No te pases de listo. No tengo amigos.
-Yo tampoco. En eso nos parecemos. Te traje arroz con frijoles.
-¿Y si escapo? ¿No pensaste que puedo volar de esta pajarera?
Cuco, indiferente, contemplaba la escena desde la jaula vecina.
-Tú serás un asesino pero no tienes cara de loco. No te rindas.
-¿Rendirme? ¡Puedo ser libre! ¡Qué fácil! No sabes lo que es eso. Voy a dejarte encerrado en mi jaula. ¡Cuco: soy libre! Óyeme, imbécil.
José arrebató a Lorenzo el aro de llaves.
-Escapar, puedes. Claro. Al menos de la pajarera. Aunque dudo que llegarás muy lejos. Desde que llegaste, el Zoo es una fortaleza. Yo pierdo mi trabajo pero tú pierdes más. Sería mal negocio regresar a la cárcel. Desde aquí se ven las estrellas.
- ¡Ay, mi madre! -dijo José. Le salió del alma.
Cuco alargó el brazo y robó un puñado de arroz. Lelé no intervino. Olfateaba el aire. Hacía parpadear el hocico como tecla de telégrafo.
-Odio al mono -dijo José. Cuco abrió los ojos.
-Es un orangután. Equivocar las especies puede costarte caro. Llegarás a estimarlo. Es cuestión de tiempo.
-Tiempo me sobra.
-El tiempo nunca sobra: siempre falta. ¿Conoces el estanque de los patos? ¿La pradera africana? ¿Que tal si damos una vuelta?...
La ardilla Lelé los siguió de rama en rama. El elefante Rodolfo decía no con la trompa: no, no, no. No que no. Los elefante siempre dicen no. En la pista del lago, un pelícano y un cisne intentaban emprender vuelo: cómo, con las alas partidas, pensó José. -¿Sabes, compañero? Antes que yo, mi padre estuvo veinte años limpiando jaulas en el Zoo. Era anarquista, de hueso colorado. Papá siempre decía compañero. Con él descubrí que el hombre no es sólo el único animal que ríe y que llora, como dicen las guías d -Billy The Kid se casó... -comenzó a rumbear José.
-Escúchame, cubano: estoy hablando... Una vez, papá me dijo algo que no he olvidado. Me dijo que el hombre es el único animal dispuesto a sufrir en lugar de otro. Eso pensaba papá. Eso pienso yo.
José se tragó el guaguancó.
-Piensa, José. Piensa. El hombre es el único animal dispuesto a morir por otro, de poner el pecho a la bala que va al pecho de otro... Semejante tontería no la cometen los leones ni los camellos ni los cerdos. Pregúntale a Monique.
-¿Dónde está Lelé? -interrumpió José.
-Quién sabe, compañero.
-No me digas compañero.
-Bien. No te digo compañero. Ya está.
Esa larga jornada de confesiones, José reveló a Lorenzo una pena que se había tragado durante quince años: nunca había hecho el amor con una mujer. Estuvo cerca de los misterios del sexo aquella medianoche enredada en que había tenido que acuchillar a un Aníbal el león, la cebra Monique, Rodolfo el elefante, se habían recogido en las covachas. El Zoo parecía un reino abandonado. Sólo el rinoceronte seguía corriendo por el prado reseco, incansable, perseguido ahora por una banda de murciélagos. Su pesado t -Se rompió el lavamanos -dijo José sin levantar la vista.
-Mañana. Mañana lo arreglo -prometió Lorenzo el cerrar la reja de entrada con tres vueltas de llave. Y se marchó.
El barrio estaba en calma; el cuarto, sin hacer. Pariente dormía en el centro de la cama. El vecino de los bajos oía un tema de Mecano. Lorenzo buscó un retrato de su padre. En la foto, el anarquista apunta a cámara con una escoba. Hace malabares sobre un Toda la noche, gota a gota, José soñó que había una gata en la ventana.
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Capítulo 4.
Galo le escribió treinta largas cartas en seis meses, ninguna de amor. A José le agradaba recibir aquellos manuscritos y perfumados donde La Gata lo ponía al tanto de lo sucedido en la Cárcel Metropolitana durante su ausencia. De pronto, el amigo enmudeci José los invitó a pasar a la jaula. "Dios y el Diablo han venido a verme", dijo orgulloso a los maquillistas. Morante deseaba pedirle un par de favores. El primero: una recomendación. Su hijo aspiraba a una beca universitaria y un aval del Homo Sapiens se -Me acaban de despedir. Tú me conoces: siempre he estado entre leones. ¿Acaso olvidaste los buenos tiempos? -dijo.
José no prometió nada, aunque aceptó conversar con las autoridades. El Padre Jordán traía dos noticias, una buena y otra mala. La buena no era tan buena: Ruy el Bachiller estaba en libertad y pronto le editarían un libro de memorias ingratas bajo el títul Los de la Comisión HS estaban felices. Las encuestas reconocían a José como uno de los ciudadanos más influyentes del planeta. Las universidades laicas convocaron en sus cursos de verano a una reflexión materialista sobre la evolución de las especies, y l Otros zoológicos colocaron seres humanos en sus galerías pero la operación fue un fracaso. La gente quería un González de pura cepa. Se ofrecieron sumas millonarias por un descendiente del cubano. "Los hombres no se dan en cautiverio", dijo el vocero del -José. Siempre José. Por esa bestia, mi padre y yo hemos vivido en la vergüenza. Yo no maté a nadie, doctora -dijo Regla: -La suerte no toca dos veces a la puerta. Tengo que velar por mis siete hijos. Nunca pensó en mí, ¿por qué tengo que pensar en él?... José. Siempre José. Ofelia se sentía enjaulada entre las cuatro paredes de una angustia tan impertinente que ni siquiera le dejaba disfrutar la suerte cara de tenerlo todo en este mundo, menos la dicha de la felicidad. Nunca antes había pensado tanto en s Ofelia se llenó de valor y decidió encontrar a la muchacha por la que José se estaba pudriendo en vida. Era lo mejor para todos, en especial para ella. Como buena biólogo, llevó la investigación con rigor casi obsesivo. Consultó la prensa de la época, abr La Pequeña Lulú trabajaba de camarera en una cafetería de caminos, atendiendo de día a los camioneros y amándolos barato por las noches en el vagón de una rastra abandonada. Ofelia llegó a una hora prudente y tendió su emboscada. Dorothy había oído hablar -Olvídelo.
-José te defendió. ¿Eso no cuenta?
-Una estupidez. ¿Usted nunca ha cometido una estupidez?... ¡La estupidez más grande que he visto en la vida!
-Puede reabrirse el caso. José no es inocente pero fue inocente. Y tú eres su único testigo.
-José no existe. Ese José no es José. Yo tampoco soy la misma. ¿Le pidió que me buscara?
-Me dijo que tuvo que matar al hombre que quiso abusar de ti.
-La pistola no tenía balas. Xavier Urbay fue mi novio.
-¡Tu novio!...
-Que haya sido mi novio no cambia nada. José le clavó la trincha cuarto veces. Una, dos, tres, cuatro puñaladas, ¿no le parece terrible? Desde entonces tengo pesadillas. Esa es mi condena. Apenas conocía a José. Esa noche fuimos al cine. Luego al Parque. -Ni siquiera sabe que vine a verte.
-¡Ya decía yo! Mire, pierde su tiempo y me hace perder el mío.
De regreso a casa, Ofelia se sorprendió a sí misma diciendo que ese hombre, del que tanto renegaban, podía hacer feliz a cualquier mujer. A una mujer como ella, por ejemplo. Encendió un Marlboro. El humo le viró el estómago. Tuvo una arcada.
-¡Si yo no fumo! -dijo y tiró el cigarro.
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Capítulo 5.
El Zoo empezaba a ser un sitio habitable. Madame Dolly, la anciana bondadosa, nunca dejó de llevar los periódicos. Gracias a las gestiones de José, el custodio Morante consiguió por fin el puesto de velador en el foso de los leones y, de paso, el Padre Jo Ofelia estaba presente el día que un fanático quiso disparar contra el Homo Sapiens, justo en la fecha que se cumplía el primer año del Proyecto HS. El criminal llegó a la hora de más visitantes, disfrazado con turbante y túnica amarilla, y llevaba espeju Esa noche, José revivió en sueños la escena del atentado, de atrás hacia delante, de vuelta a la semilla como en un cuento de Alejo Carpentier. Cuco abrió los ojos. La sangre entró en las venas. La herida cicatrizó. El loco se incorporó del piso. La pisto Luego del frustrado atentado, los miembros de la Comisión HS nombraron a Morante en el cargo Velador de José. Lo primero que ordenó al asumir la nueva misión fue despedir a Ofelia. El amor siempre estorba en una cárcel. Ofelia intentó defender sus derecho A partir de ese momento, Lorenzo se convirtió en el enlace de un amor más que difícil, imposible. Los guardianes de las garitas jamás reparaban en aquel cero a la izquierda, en ese animal de manada, en el insignificante empleado de overol que, con un esco Tres días antes de la fuga, Max Mogan, descubrió las cartas del cubano en el ropero de su esposa y tuvo pruebas de una duda que lo venían atormentando desde hacía demasiado tiempo. Odiaba a José. Amaba a Ofelia. A José lo odiaba de una manera clara, inclu José parecía, ahora sí, una fiera enjaulada. Lorenzo trató de consolarlo. La rabia resulta indomable. El cubano decidió que iba a luchar en defensa propia. Por su amor. No sería la primera vez. Pasó el día de espaldas al público, contra las rejas, tararea -¿Cuanto demora hacer el amor? -preguntó José al abotonarse el overol de barrendero. Se encasquetó la gorrita de pelotero. Le quedaba grande.
-Toda la vida. Te hice un mapa. Ayuda. Ofelia no sabe que te has vuelto loco. Te toca rescatarla. Y convencerla. Tampoco se trata de una violación. Se verán en mi cuarto. Es lo mejor.
Lorenzo le entregó la llave. Se tumbó en el catre:
-Hay dos escaleras: una principal y otra de emergencia. Aquí, donde pinté una cruz roja, está el Zoo. La azul es la casa de Ofelia. La verde, mi cuarto. Llegas caminando. Dispones hasta las cinco de la mañana. Nos vemos al rato. Me siento Marcelino pan y -¿Y si me pierdo?
-Te mato.
-Me gustan los hombres que hablan claro.
-No pensarás dejarme encerrado.
-Lo juro. Pase lo que pase, regreso. Palabra.
-Huélela bien, que a lo peor no se repite. Dile cosas bonitas, de Oscar Wilde si quieres. Nada político. Puros besos. Con eso basta. No te hagas el macho. Si se te quiere subir encima para domarte, déjala. Ella sabe más que tú. Ah, me olvidaba: el Padre J José le tendió la mano.
-Gracias, compañero -dijo. Un soplo de aire le dio una bofetada al salir de la jaula, escobillón al hombro. Cojeaba porque se le había dormido el pie derecho. Caminó hasta el portón del Zoo. Dio las buenas noches. Nadie le respondió: los rancheadores de l 'Fábula de un hombre'
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Capítulo 6 y último.
Aunque Santa Fe había cambiado mucho en quince años, José supo guiarse por sus instintos entre la jungla de coches, bajo los relámpagos de los neones. El difunto Cuco le había enseñado el arte de escalar rejas, así que la cerca que amurallaba el jardín de Quién no la entiende. En unas pocas horas, suficientes para resolver un par de ecuaciones elementales, Ofelia había ordenado su futuro paso a paso, y estaba dispuesta a darlos con fría resignación. Permanecería en Europa el tiempo que fuese necesario para Por primera vez, desde su rara juventud, José olía a pulmón lleno el aire de la libertad. Chapoteaba en las fuentes de los parques, corría como venado por los pasos peatonales y provocaba desórdenes de tránsito al cruzar las cebras del asfalto sin respeta Morante traía una botella de vino tinto en cada mano, como banderillas de torero. Quería celebrar con un buen amigo la noticia de que a su hijo le habían concedido la beca en la Universidad, y como no tenía un buen amigo, ni siquiera regular o malo, pensó -¡Despierta, José!... Mira que voy a tener ingeniero en casa.
Lorenzo lo escuchó desde la recámara de la jaula. Apagó la lámpara. Se cubrió con la sábana de pies a cabeza. Morante golpeó los barrotes con una de las botellas de vino. La botella se rompió. Un cristal le cortó la mano. Sangraba: puro vino. La llave del José y Ofelia llegaron al cuartucho de azotea. Pariente dormía en la ventana. Lorenzo había preparado la escena con natural cursilería, muy propia de él. Rosas en el florero de barro. La mesa para dos. Una botella de champaña. Toallas limpias en el baño. A escasos dos kilómetros del paraíso, Lorenzo Lara (o lo que iba quedando de él) pensaba en sus amigos. ¿Cómo ayudarlos? Cómo. ¡Qué pregunta tan difícil! El brazo izquierdo le colgaba del hombro. En un aparente descuido de sus verdugos, quedó solo en la o El animal que fuimos era cazado por la bestia rencorosa que hemos llegado a ser. El amor perseguido por el odio. Al intentar vencer la tapia del Zoo, sin aliento, a la biólogo se le dobló un tobillo. Cuando Morante vio desde el helicóptero que alguien iba Nunca se supo, o si se supo no se dijo, qué fue de José y de Ofelia. Se supone que lograron confundirse en la muchedumbre que salió a las calles al día siguiente, como si no hubiese sucedido nada grave aquella noche. Por un tiempo relativamente breve se e

 

 

 

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