La semilla del Cardo simbolizando la siembra de cultura

Bibliotecas Rurales Argentinas

 

 

RENÉ VERGARA

¡Qué Sombra más Larga Tiene este Gato!

CAPITULO PRIMERO

ROBO Y MUERTE

El cadáver de Rebeca Levi de Bryner, vestido de fiesta, ocupaba, en posición decúbito lateral derecha, el centro de su propia cama. Calzaba fina gamuza negra, medio taco, número 36; el zapato izquierdo se encontraba cerca de la mesita de noche, al lado A los pies de la cama se hallaba un blanco abrigo de visón, tal vez no muy apropiado para usarlo a mediados de septiembre. Una argolla de oro macizo que, a simple vista, le quedaba estrecha, adornaba, simbólicamente, su dedo anular izquierdo.
Bello rostro ovalado, cabello negro, ondulado.
Cortés, inspector jefe de la Brigada de Homicidios, conectaba sus recuerdos: "Rebeca, hija de Batuel y esposa de Isaac, madre de Esaú y Jacobo. Judía, judío. Judá, el cuarto hijo de Jacobo. David y sus descendientes: Jesús". Cerró el circuito y miró Aquella mujer debió estar muy cerca de la línea de los cincuenta años. Rubicunda, un metro y sesenta centímetros. Sí, sesenta kilos. Ojos azul-celestes. Un pequeño bigotito le sombreaba la región naso labial. Pecas centrales en los pómulos y una lim La data de muerte, según apreciación policial, iba de ocho a doce horas.
Cortés se aproximó al médico de la Brigada de Homicidios:
-¿Te has fijado, sin duda, Osvaldo, en el irritante y penetrante olor que existe cerca del cadáver?
-Sí. Parece éter. Trataré de establecerlo durante la autopsia.
-Gracias.
El médico se acercó al cadáver iniciando el examen de rigor en busca de un indicio o seña que permitiera llegar a pesquisar causa de muerte.
Osvaldo Rojas, curtido en su largo oficio de "examinador de fiambres" y conocedor de hábitos humanos, le rindió a esa muerta, un insólito homenaje: se despojó de los guantes de goma que, por invariable costumbre de defensa, ya se había colocado. No pres Llamó al inspector con un imperceptible gesto:
-Es una lástima que las puertas y ventanas hayan sido abiertas: el éter es un líquido volátil.
-Lo sé. Así encontramos la casa. Lo siento, Osvaldo. Tendrás que trabajar intensamente en lo tuyo. Parece que éste será un caso donde la muerta no cooperará con la policía.
-Esta mujer, gracioso, por si de algo te sirve, jamás fue operada, ni ha sido madre. Su aspecto externo obliga a concluir: órganos sanos; quizá si un tanto gordita para su estatura. Durante la autopsia veré el corazón. En la casa no hay anestésicos ni -¿En la casa?
-Bueno, en esta habitación. Ella no presenta signo alguno.
-En otras palabras: ignoras cuál fue la causa de muerte.
-¿Cómo podría? No basta un simple examen de los tejidos externos.
La voz del médico había vibrado en el aire como una campana de vidrio.
-Lo siento, Osvaldo, pero necesito tu opinión ahora. Te pido sólo una aproximación de acuerdo con el cuadro general. Un médico experimentado, como tú, divagando sobre probables causas de muerte, tiene, necesariamente, que concluir mejor que yo. Si te -No me halagues macabramente, estúpido.
-Creo que vamos a luchar contra el tiempo y necesito redondear una pista precisa y pronto. El enemigo de siempre, parece que esta vez es de otra categoría. ¡Apúrate, Osvaldo!
-Tú también apreciaste el olor...
-Sí. ¡Al grano! No me vengas con el viejo examen morguero. Allí faltará, como siempre, la útil atmósfera, la ropa, la posición de la víctima; la distribución, forma y color de los muebles, puertas y ventanas, alrededores, paredes. No olvides que hace -No voy a discutir contigo. No te diré, por ejemplo, que no veo relación entre una bacinica y un crimen...
-Ah. Párate ahí. El caso de Domingo Berindoague Ramirez fue solucionado por una bacinica. ¿Recuerdas?-
-En el Instituto Médico Legal hay instrumental, tiempo normal, sentido humano, método y otros profesionales con los cuales uno puede conversar científicamente. La verdad criminal no es solamente externa...
-Esa frase última es mía, ladrón intelectual. Menos mal que algo has aprendido de tu jefe.
-¡Al grano! Estamos perdiendo un tiempo precioso con tus burocráticos razonamientos.
-¡Hazlo tú!
-¡Carajo! Bien sabes que no sé. ¡No soy científico de delantal blanco! No sé agarrarme la cola con los dientes. Soy solamente un investigador en apuros. Habla, te lo ruego.
-Le encuentro "color" a schock. Tú debes saber, jefe, que la anestesia es sólo un envenenamiento pasajero del sistema nervioso, que suspende, actuando sobre cerebro y médula, la sensibilidad al dolor.
-Lo sé. ¡Sigue!
-No lo creo. Pero existe una sensibilidad individual que nadie puede, de buenas a primeras, prever, calcular, mucho menos un ladrón común y silvestre...
-Estás loco doctorcillo. El que aquí robó es de primera.
-Además, las emociones derivadas del temor a la muerte, proximidad de la muerte, amenazas serias, etc., causan, a veces, por exceso de adrenalina, la muerte. Esta señora, por raza, si de raza puede hablarse, estaba muy lejos de resistir una emoción fran -Bien, Osvaldo, gracias. Todo lo tendré en cuenta. La herida sobre el cuello posterior es vital, la cadena no cayó de milagro: creo que el mayor peso, lógicamente, quedó en la parte de atrás y que hubo simultaneidad entre el tirón y la caída del cuerpo -No importa, estoy curtido.
-Saca la joya estando Rebeca viva y sentada... en la cama.
-No, animal. Le quitaron la joya cuando la víctima se encontraba en la actual posición.
-¿Por qué?
-Porque la herida se encuentra en la parte que resistió el tirón dado desde adelante. Tomó la joya en la mano y tiró, la mujer ya había entrado en schock.
-Espera, brujo del bisturí. ¿Desde cuál lado da el tirón? Lado o ubicación del ladrón respecto a ella.
-Se agacha un poco enfrentándola desde el lado izquierdo y, con la mano derecha -presunción por mayoría-tira.
-En este caso, la cadena abierta por violencia habría caído sobre el cubrecama. La única forma es: viniendo desde el lado derecho y tirando ese mismo lado, un poco hacia el centro, la parte más larga de la cadena, por así decirlo, quedó, como la vemos, La casa, sita en Avenida Holanda -barrio alto-, al llegar a Aguilucho, era un perfecto cuadrado de un piso hecho con ladrillos, cemento, fierro, madera, arena, cal, vidrio... Una especie de letra "U" de jardínes, la cercaba. Una muralla baja -ladrillos Tres pasadizos externos, de brillantes baldosas color burdeo -eran los contornos más internos de la "U"-estaban unidos a las murallas de la casa propiamente tal. Las baldosas se levantaban cincuenta centímetros sobre el nivel del jardín. Tres escalones Pastelones romboidales, de sesenta centímetros de largo por cuarenta de ancho, estaban unidos por las puntas de los ejes mayores formando otra "U", ahora blanca, sobre el césped: trébol; violetas eran las orilleras de paredes y baldosas. Las ventanas te Las luces del interior "alcanzaban a alumbrar", a través de las dos únicas ventanas del frente, sólo parte de los pasillo externos y del jardín; era necesario encender, desde adentro, una luz especial -farol chinesco de hierro forjado ubicado en la arist Casi frente a la casa, lado oeste, un foco de alumbrado público cubría de luz una gran parte del antejardín suroeste y los pasadizos del mismo lado, incluyendo parte de la reja y de la muralla norte.
Cinco puertas: calle, entrada principal, garage y dormitorio este y oeste, comunicaban la casa con el exterior. Cinco posibilidades de robo, cinco invitaciones a entrar y salir en casos de urgencia. La cerradura de la calle, picaporte y llave, carecía -Esta casa-comentó Cortés al detective Eduardo Greenhill-, es aparentemente inexpugnable, como todas las casas que he conocido. Ninguna resiste a las llaves falsas, ganzúas, palancas, "napoleones", "austití", soplete, limas, sierras, diamantes, "gatos", -A su lista, jefe, se pueden agregar los ganchos y las escalerillas de los monreros-escaladores, los destornilladores especiales de los "destripadores" de cerraduras, los...
El inspector, que estaba francamente inspirado, no dejó que Greenhill siguiera enumerando las incontables formas y modalidades del robo, y siguió con su reflexión de jefe:
-La defensa de las casas, sistemas de seguridad, cualquiera que éste sea, es útil para mantener a salvo intimidades y valores, así se cree y se piensa. Jamás los arquitectos han construido, ni siquiera soñado, una sola casa a prueba de ladrones, porque -Sí, jefe; pero no vale la pena hablar del asunto, es perder el tiempo y alarmar inútilmente.
-No, muchacho. Yo creo en la advertencia oportuna que se funda en la experiencia.
Los dos hombres seguían recorriendo el lugar del hecho.
A primera vista, examen externo, no se había ejercido, en ninguna cerradura, violencia, y allí se había cometido un robo de joyas y dinero -cantidad desconocida-y la dueña de la casa "había fallecido" durante el robo. Se ignoraba cómo habían ocurrido lo

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Isaac Bryner, abogado, cincuenta y dos años, con un fuerte dolor al nervio ciático -caminaba con lentitud y encorvadamente-, declaró, explicablemente nervioso: todo investigador criminal lo sabe cuando la mente acepta o cree conocer la causa emocional... -"Anoche discutí con mi mujer: ella quería ir al cine y yo quería jugar bridge. No nos pusimos de acuerdo y resolvimos quedarnos en casa: ella viendo televisión; yo, leyendo. En la mañana de hoy la encontré muerta. Vi abiertos los cajones del tocador Su voz tenía un tono bajo, arrastrado. La mímica que mostró era lenta, avara: encogimiento de hombros y pequeñas tensiones del cuello. Probablemente se debía a la tragedia y a la ciática.
El inspector Cortés empezó a... conversar con el abogado:
-Señor Bryner, de una u otra manera, permaneceremos juntos durante algún tiempo y tendré, necesariamente, que hacerle innumerables preguntas. Nosotros, obvio, somos prácticamente desconocidos. Este país no tiene... todavía, policías para extranjeros.. -¡Soy chileno, señor!
-Mejor. Nuestra sociedad, entonces, no elige a sus policías. Somos productos de un estado de ... necesidad y de una escuela donde cada profesor enseña lo que puede y lo que quiere y donde los alumnos tienen solamente la obligación de asistir. Usted v El abogado Bryner, extrañado, asintió. Siempre ocurre así con las víctimas de delitos: reaccionan de acuerdo a una mezcla de interés, educación, angustia e impotencia. Además, el inspector resultaba, a veces, convincente; generalmente, odioso. Retomó -Por ejemplo, abogado Bryner, y no se extrañe: ¿por qué durmió usted anoche en el dormitorio del oeste? ¿Dónde acostumbra a dormir?
-En el que queda al otro lado, junto a mi esposa.
-¿Por qué no lo hizo anoche?
-¡Ah! Usted observó que las camas estaban arregladas, ¿cierto, señor?
-Las camas pudieron haber sido hechas hoy, anoche.
-Hace días que duermo solo: arreglé el catre porque, según mi medico, debo dormir en cama dura, como aún no estoy habituado a este tipo de cama, me cuesta mucho conciliar el sueño, no me queda entonces otro recurso que ponerme a leer en la noche y a Rebe -Los inocentes, abogado, aparecen sólo después del culpable. Ocurre, en investigaciones criminales, que toda persona hace el detective y trata siempre de adelantarse al juicio policial. En todo ser humano adulto hay un mezcladísimo y mal digerido mundo Bryner volvió a asentir. El inspector siguió su charla. Rojas estaba enojado. Greenhill sonreía porque conocía muy bien a su maestro y jefe: sabía hacia cuales cerros se encaminaba.
-Usted comprenderá fácilmente, abogado Bryner, que la "obra gruesa" de un crimen no escapa a la apreciación de ningún ser normal, sea o no policía; pero sí escapan los detalles: éstos saltan, se ocultan, disfrazan, escurren, se olvidan, cambian, se alter -Si, inspector.
El asentimiento de Bryner fue casi mecánico. El abogado miró seriamente y con auténtica preocupación a aquel hombre de brazos largos y modales extraños, voz baja y calmado. El inspector esquivó el análisis mirando hacia fino parquet casi totalmente cub Bryner agregó:
-¿Qué deduce usted, inspector?
-Lo señalado: ella debió tener una poderosa razón que yo necesito conocer. Investigar, señor, es ir resolviendo pequeños puzzles, es ir explicándose calces menores, porque sólo las pequeñas cosas conducen al esclarecimiento de los grandes crímenes. Los -No, inspector, al contrario. Ahora deseo cooperar con usted. Me llama la atención, su extraño sistema o método. Creo que usa deducción-inducción y que los invierte. ¿Es así? Si las condiciones no fueran las que son, créame, inspector, que me gustarí -Me ha agradado oírle -Cortés miró al doctor Rojas-, pero se va a desilusionar. Lo mío es oficio, realidad. Oficialmente camino muy pegado a la tierra, al drama y estoy algo más que saturado de dolor ajeno: no reacciono. Carezco de vuelo mental. Como -Es curioso lo que dice. Jamás lo vi así. ¿A cuál de los dos grupos corresponde el mío?
-Mucho me temo, abogado, que estemos enfrentando a un verdadero cerebro criminal. Por cierto, es aún temprano para asegurarlo. Ahora, dígame, por favor, lo que usted hizo el día de ayer, incluyendo en lo posible, a su esposa. Hágalo libremente, tal co El abogado Bryner había levantado el ánimo. El propio doctor Rojas había relegado su eterno mal humor.
La mente humano suele ser curiosísima: casi todas debidamente estimuladas, se alzan por sobre obstáculos altos y ronronea el deseo de vencer. Algunas frases, de apariencia normal, por el tono o el contenido, excitan, encauzan, motorizan hacia actitudes -Muy bien, inspector. Me levanté tarde, así lo hago todos los domingos. Creo que era bien cerca del mediodía. Rebeca me sirvió, como siempre el desayuno. Ese era su trabajo extra, de día domingo. ¿No toma apuntes, inspector?
-No.
-Su memoria debe ser, entonces, tan buena como su capacidad de observación.
-Ni una ni otra son excepcionales. Ignoro hasta el número de teléfono de mi casa.
-¡No puede ser!
-Sí. No llamo. Falta de uso es ausencia de asociaciones. Sin embargo, Isaac, si algo hiere mi "normalidad" por denominarla de alguna manera, pregunto, insisto, altero, molesto, irrito, canso, aburro.
-Bueno. Leí el diario, lo viene a dejar el mismo hombre desde hace muchos años.
-¿Cómo lo sabe?
-Mi esposa le daba el dinero a la empleada cada mes para que lo cancelara. Yo lo contraté.
-¿Cuánto tiempo hace qué no lo ve?
-¡Años!
-Seguramente lo echa por debajo de la puerta principal, porque ustedes mantienen sin llave la inútil puerta de calle. La única que puede saber si el diarero es el mismo, es Margarita. ¡Ah! Olvídelo. Siga, por favor. ¿Le duele el estómago? ¿Está marea Cortés había observado que Bryner había hecho algunas muecas de dolor y que había sacudido la cabeza como para espantar o aquietar un mal interno.
-No lo sé. Me siento raro. Debe ser la tragedia, el nervio ciático, los remedios, el recordar... o todo junto. ¿Qué sé yo? No, no es nada. Fuimos a almorzar a Las Vertientes. Hay allí un pequeño restaurante que tiene piscina. Caminamos y yo, hasta -Probablemente -interrumpió el inspector-no quería quedarse sola.
-No, señor. Cuando yo iba a jugar bridge ella me acompañaba. Los judíos jugamos en clubes durante la semana, domingos y festivos lo hacemos en familia. Ella era muy amiga de los "Michelín", perdón de los Michaely. Discutimos, es cierto, ya lo he dich Bryner se apoyó en el respaldar de un sillón y cerró los ojos. El inspector le hizo un gesto al doctor Rojas y éste acudió.
-¿Se siente bien? Soy médico.
-Si, doctor. Un pequeño mareo.
-¿Vio, en algún momento -siguió el inspector-algo extraño? ¿Escuchó algún ruido anormal?
-No. -Bryner volvió a abrir los ojos. Estaba pálido-. En esta casa jamás había ocurrido nada. Los ruidos que aquí se escuchan son de afuera: ladridos de los perros del frente, maullidos de gatos vagos, el vecino Juan Dall'Osso que canta en napolitano -¿Cuál vecino es ese?
-El de la casa del oeste. El que tiene un canario flauta que canta desde que amanece...Deme agua, por favor.
Bebió a pequeños sorbitos: la ciática no le permitía levantar la cabeza. Parecía un pájaro grande, un ave.
-El del norte tiene una pareja de gatos...
Bryner se había repuesto y siguió su desordenado y pintoresco relato:
-La empleada del este, ríe tan fuerte que uno sabe cuándo está en la calle o en la casa o en la esquina. Se lo pasa pololeando con diferentes hombres: lecheros, entregadores de gas, carteros, ahora está pololeando con el carabinero. Usted sabe, debe co Un enorme gato gris claro y joven se desperezaba en un sillón cubierto de felpa beige. El abogado continuó:
-Creí que lo habíamos dejado afuera. A veces ha ocurrido y él "llama"...
-¿Cómo?
-Araña la parte inferior de las puertas. Afuera vi una sombra, la sombra de un gato y dije: ¡Qué sombra más larga tiene ese gato! o algo así.
-¿Gato oscuro?
-Usted sabe, inspector, el dicho.
El abogado sonreía apenas y por primera vez, y, como el rostro parece ser la única prisión del espíritu, aquella leve sonrisa prometía una pronta liberación.
-En verdad, necesito saber si era o no oscuro.
-¡Caramba! ¡Eso no puede ser importante!
-Abogado, no juzgue. Ya estábamos de acuerdo. Recuer...
-Déjeme pensar. Perdón.
Pasaron diez segundos. El encorvado levantó un poco la cabeza y miró hacia arriba diciendo:
-Sí. Negro. ¿Es qué usted no cree en refranes y dichos?
-No, no puedo creer. La luz del foco de la calle sumada a la luz de esta pieza, con la puerta ¿abierta o entreabierta?
-Abierta.
-Daban luz suficiente para ver el color de un gato. ¿Sí o no? ¿Era o no suyo el gato?
-No, estoy muy seguro de lo primero. En cuanto a mi gato, él viene a mí.
-¿Al llamarlo?
-No necesito hacerlo, lo he probado en circunstancias parecidas. ¿Tiene usted experiencia en gatos? ¿Es supersticioso?
El inspector suspiró imperceptiblemente:
-Alguna. Soy latino con algo de sangre vasca, los creadores de la voz "aquelarre", tan legítima y tenebrosa. Dijo usted que había salido al jardín. ¿Salió?
-No. Creo que solamente me asomé. Por supuesto, abrí la puerta y miré. Es decir, la entreabrí; porque de haber sido... mi gato, habría entrado. Ningún gato entró.
-¿Cómo estaban las persianas?
-Corridas, como están ahora. No las he movido.
-Así como están, usted no puede ver hacia afuera.
-Me está desilusionando, inspector: hacia afuera se ve. Yo puedo ver.
-No lo dudo, pero solamente hacia abajo, hacia las baldosas y sólo verá aquellas que quedan más cerca de la puerta. ¿Dónde vio la sombra?
-Perdón, inspector: ha vuelto a sorprenderme. La vi afuera, en el jardín. Ahora recuerdo bien: estaba casi pegada a las baldosas.
-Entonces, mi amigo, estamos de acuerdo: usted salió.
-Sí.
-¿Vio toda la sombra del gato o parte?
-Vi un contorno oscuro, más oscuro que el resto del jardín...
-¿Era un gato?
-Pasaron dos minutos largos de nervioso silencio. Nadie, en el grupo, miraba hacia otra cara. La escena era de vergüenza individual, colectiva y expectante. Terminado el proceso de reconsideración mnemónica, contestó:
-No estoy seguro y hasta ahora lo estaba. Usted me está obligando a pensar de un modo distinto al que yo acostumbro. Algo raro hay en todo esto. Parece presión intelectual. Estoy asombrado y molesto.
-No, señor Bryner. Nada es raro. Ya le expliqué que sólo soy un policía de carne y huesos y que, como tal, pesquiso la realidad. Usted también me sorprendió a mí con su versión de la sombra del gato. Mi sorpresa no importa, lo que interesa es que el -Sí. ¿Cómo lo supo?
-Ella, según usted, lo acompañaba a todas partes. Además, estaba vestida como para salir. Es decir, se había cambiado las ropas que usó en el paseo campestre: nadie va a Las Vertientes, en septiembre, de día, con una tenida de encaje y abrigo de visón. -¡Uf! Al cine.
-¿Iban todos los domingos?
-Sí. Cine o bridge.
-Gracias. ¿A qué hora decidieron ir al cine?
-¿Sigue usted dudando de mí?
-Se lo he dicho antes, señor Bryner. Estoy simplemente ordenando mi mente, aclarando detalles. No olvide usted, que el asesino es muy hábil y que nos lleva una enorme delantera.
El abogado demostró contrariedad controlada. El inspector insistió:
-¿Llamó usted al señor Michaely para decirle que no iría a jugar bridge?
-¡No!
-No se encapriche, Isaac. Al señor Michaely le faltaba un jugador y contaba con usted. Eso ocurrió, según usted, a las veinte horas. Seguramente ya su esposa estaba vestida para ir al cine y se daba los últimos retoques.
El abogado se mordió los labios:
-Creo que llegó otro jugador.
-¿Lo cree o lo sabe? Hablaré con el señor Michaely para aclarar esto tan sin importancia. ¿O la tiene?
-No es necesario. En verdad, yo le dije a él que no podría ir.
-¿A qué hora?
El abogado suspiró hondamente:
-Cerca de las veintiuna o algo así.
-Entonces... discutieron como una hora y su señora casi lo convence a usted. ¿Por qué cambió de parecer?
-¡Usted es un demonio! ¡No contestaré! ¡No cambié!
-Cuando recorrí la casa -la voz del inspector era monótona, impersonal, lenta, grave -vi que ninguno de ustedes tuvo, anoche, apetito: los dos platos de ave con mayonesa no fueron tocados, así siguen en el refrigerador y ambos habían tenido un día agitad -Inspector, dígame, con toda honestidad. ¿cree qué yo asesiné a Rebeca?
-No, hombre. No se comporte como un niño. Lo volveré a repetir: busco explicaciones sobre detalles porque es mi oficio, mi único oficio. Yo sé que no es usted, me consta. Por otra parte, es distinto mi trato para con un asesino. Lo que busco en uste Isaac Bryner disminuyó aún más su estatura, ya parecía un medio circulo. Era difícil verle el rostro.
El inspector se dirigió al médico examinador policial:
-Cuando termines, Osvaldo, ordena el levantamiento del cadáver. No esperaremos por el viejo y macabro formalismo "orden del juez".
-¿Razón del apuro?
-Evitar en lo posible, una traba mental conductiva a un hombre que no sabe que es un buen testigo y cuya declaración necesito.
-Entiendo, Carlos. Así se hará.
De media vuelta el inspector habló con el jefe de expertos en huellas y ordenó:
-Darío Aliaga, practica, por favor, un examen a fondo. Para ganar tiempo, tómale una necrodactilia a la difunta y una ficha al marido, quiero decir, al viudo. Cuando llegue la empleada harás lo mismo. Es morena, pelo liso, tiene casi cuarenta años. -¿Y qué?
-Bueno. Hay un cepillo, peinetas. Encontré varios cabellos. Aquí trabaja hace veinticinco años.
-Perdón, "Mono".
-No importa. No creo que tengas éxito con las huellas papilares, porque un ladrón capaz de entrar en una casa sin dejar huellas de violencia en puerta alguna, tampoco dejará huellas dérmicas. Tal vez pisadas, porque no puede andar por el aire. De toda -¿Destripo las chapas?
-Sí.
-Tú mandas, "Mono". Así se hará.
-Ah, Darío. Respecto de los pisos, trabajarás esta noche con reflectores y linternas y lo harás milímetro a milímetro, especialmente en los pasadizos y jardínes. Juntos veremos la salida del dormitorio del oeste y el jardín. En esa habitación revisa a -Por tu voz y por las órdenes me doy cuenta que estamos empantanados. ¿Es cierto?
-Sí, y con el agua al cuello.
Volvió sobre el doctor Rojas. Cortés parecía un cuidadoso maestro de ceremonias:
-Para qué voy a decirte lo que me interesa la causa de muerte. "Sopla", además las ropas, Osvaldo. Creo que el asunto será dificilísimo. Tal vez encuentres algunas manchas de CH-O CH en alguna parte.
-Veo que recuerdas química.
-No. Te vi anotando la fórmula del éter.
-Tramposo. ¿Por qué lo ves tan difícil?
-No es que lo vea, lo presiento. Lo que veo es un buen trabajo de ladrón. Quizá si un tanto apresurado o descuidado. Probablemente tuvo miedo.
-¿A qué?
-Miedo a su conciencia. Él no podía saber que le estaba robando a una mujer agónica. Pensó que ya era cadáver, por eso no se acercó al lecho para abrir el broche... Cualquier cosa la comunicas aquí. No me moveré.
Llamó al fotógrafo y al dibujante:
-Necesito fotografías de toda la casa, habitación por habitación, jardín, baldosas, puertas, muebles. Todo numerado y medido. ¡Ah, Torrente! hay dos que pueden ser muy importantes: desde el dormitorio del oeste hacia el edificio del mismo lado y otra a Se acercó a Greenhill y le dijo al oído:
-Anda a ver al señor Isidoro Michaely, tiene un negocio de modas en la calle San Diego, y averigua todo lo que sepa de un partido de bridge que se iba a jugar o se jugó anoche en su casa. Establece claramente las llamadas telefónicas que se hicieron ent Le dio una palmada en la espalda y el casi rubio detective desapareció. El inspector llamó a Ricardo Dagach y le dio una sola orden:
-Entrevista o enamora, te será fácil, a la empleada del lado este. Tómate el tiempo que creas prudente. Tú tienes fama de Don Juan. Que te cuente todo lo ocurrido la tarde del domingo, lo de la calle, por cierto; según su costumbre debió estar pololea El abogado Bryner preguntó:
-¿Estoy detenido?
-Ay, amigo mío. Lo que está es explicablemente confuso, atormentado, afligido, desorientado.
-¿Sabía usted que me dedico a los seguros y a la aviación comercial?
-No.
-¿Qué será de mí sin Rebeca?
-Se habituará. Irá a jugar bridge todos los días.
-Usted me tiene así: jamás vi a un hombre trabajar con tanta seguridad entre la vida y la muerte. Oí sus órdenes y sus comentarios, porque usted no cuida el tono de voz y mi casa es pequeña.
-Ay, abogado. Charlar no es una competencia entre nosotros. No pasa de ser una necesidad. Usted, en bridge, debe quedarse con todos los remates y, por cierto, siempre tendrá estrepitosas caídas. Olvide lo competitivo y su orgullo judío de tener que s -¿De qué está hablando, inspector?
-De vaguedades. Ayúdeme, Bryner, a desatar este lío. Deje de lado, si puede su natural curiosidad "racial", por denominarla de alguna manera.
-¿Cómo, inspector?
-Olvidándose un poco del dolor, de las aprensiones y de la vanidad. Sé que es pedir mucho. Es tan difícil hablar de esto. Todo viudo se cree la estrella del crimen. Por oficio he visto mucha muerte, muchos deudos. Sé que hay un modo "social" de reac -Sigo desorientado, inspector. Su lenguaje es poco piadoso.
-Es natural, jamás se dedicó a la investigación criminal. Hágame caso en todo, aunque le desagrade. Será algo así como un pacto entre usted y yo.
Bryner lo miró a los ojos y movió afirmativamente la cabeza. Luego, con voz profunda, dijo:
-De acuerdo. Lo haré por ella.
-Bien. Gracias. No olvide que será muy duro y que yo puedo llegar a extremos que no sospecha.
-Le di mi palabra, Cortés.
-Anoche, usted pensaba en Michaely y en los otros jugadores. Bullía en usted el recuerdo de otros domingos compartidos con hombres amigos. Cuando su esposa se opuso al bridge, su contrariedad se centró en un punto que no deseo precisar; pero sí me inte -¿Adónde quiere llegar?
-A la verdad. Olvídelo, abogado. Habíamos quedado en que me haría caso. Todavía creo que le interesa aclarar como murió su mujer. ¿Cierto?
-Sí. Déjeme pensar. La puerta, la puerta, jardín. Michaely. La sombra, el gato, el libro. La puerta...
Así pasaron más o menos siete minutos de letanía inconexa, al menos, así lo parecía. El abogado se paseaba por el pequeño dormitorio y pensaba...
Dos empleados de la morgue se llevaron el cadáver. Bryner no se dio cuenta. Seguía en su desesperado paseo. Aquello era un monólogo: una mente sacudida por fuertes emociones tratando de recordar hechos y esquivando una realidad espantosa que se escurr

CAPÍTULO SEGUNDO

LA RECONSTITUCIÓN DEL GATO

El inspector interrumpió a Bryner con una pregunta aparentemente extraña:
-¿Tiene usted médico?
-Sí.
-¡Llámelo! Dígale que es urgente su presencia aquí.
-¿Por qué?
Cortés respiró hondamente.
-Porque necesito a alguien que lo conozca a usted y que sepa medicina.
No había escapatoria, Cortés ya era un muro. Lo llamó.
El doctor Esteban Friedman tenía unos cuarenta años de edad. El inspector lo enteró del caso de un modo sumarísimo. Luego preguntó:
-¿Cree usted, doctor, que este paciente suyo sufra alucinaciones?
-¡No! -gritó el médico.
-¡Absurdo! -gritó el abogado.
-Un momento, señores. Trataré de explicarme mejor: está contrariado, gravemente contrariado por la sucesión y suma del mismo cuadro y se encierra en esta pieza. Fuma y bebe bastante durante unas dos horas. En mi opinión desea olvidar. Está desesperad -No, inspector -insistió el médico.
-Es probable que la voz "alucinación" no sea la más apropiada. Sin embargo, ¿podría, en las condiciones señaladas, oír ruidos raros e imaginar, por ejemplo, que vio la sombra de un gato...muy largo?
-¡Inspector! Isaac es normal y de contextura fuerte.
-No lo dudo. Lo he estado viendo y lo veo. No me refiero al físico... externo de Isaac. Observe usted.
-¿Cuánto whisky bebió usted anoche?
-Dos o tres vasos.
-¿Cuántos cigarrillos fumó?
-Usted lo sabe.
-El doctor no.
-Seis o algo así. Yo no bebo ni fumo para contabilizar...
-¿Ha visto usted, doctor Friedman, contrariado a su paciente?
-No. Soy sólo su médico físico.
-Recién lo defendió con calor.
-No necesito defensores.
-¿Desde cuándo usa anteojos bifocales?
-Desde que era estudiante. Los uso para leer y escribir. De cerca no veo muy bien.
-¿Cuándo vio la sombra del gato, los llevaba puestos?
-Creo que sí. No estoy muy seguro. ¿Es muy importante?
-No lo sé, pero en el campo de las posibilidades está el que estuvieran empañados, sucios; que una pequeña partícula de polvo, un trocito de tabaco o una simple pelusa, cualquier cosa, le haya podido alterar la visión. Incluso el estado emocional que vi -Yo creía -interrumpió Friedman-, que los policías buscaban las informaciones sobre los criminales en sus propios archivos.
-Cierto. Eso ocurre cuando los criminales están prontuariados y eso hay que lograrlo de alguna manera, al menos, la primera vez.
-Perdón.
-No se preocupe, doctor. Espero, eso sí, que llegue a entenderme y darme su opinión después de oír el siguiendo cuadro: un hombre con gordura abdominal, que no hace ejercicios físicos, cincuentón, casado, sin hijos, sin problemas económicos, sin otras i -Sí, perfectamente.
-Gracias. Está pensando en pedir disculpas y en sus amigos; en la pena de Rebeca y en el rey de diamante. Su mente vaga como pájaro sin ramas. El sueño viene y se va. En el fondo es incapaz de causar daño alguno, mucho menos a su mujer. Pero es orgu Se volvió hacia Bryner con extraordinaria rapidez y preguntó:
-¿Qué largo tenía, abogado Bryner?
-No sé. Me pareció muy larga.
-¿Dónde la vio?
-Ya se lo he dicho: en el jardín.
-¿En qué parte? ¿Para qué voy a enumerarle todo lo qué hay afuera?
-¡Déjeme pensar! Creo que... sobre las baldosas. No, no estoy seguro. No veo la importancia que pueda tener un gato o su sombra...
-Sí, ya sé que para usted no es importante. ¿Y para usted, doctor Friedman?
El aludido carraspeó:
-Yo no soy especialista en gatos.
-Lo sé. Es especialista en personas, ¿cierto?
-En cierto modo, sí.
-Ayúdeme, entonces, doctor; porque en eta clase de asuntos es fundamental saber lo que le pasaba al testigo. Vea y escuche, doctor.
De nuevo encaró a Bryner:
-¿Qué libro estaba leyendo?
-"Crónicas de la violencia".
-¿Lo terminó?
-No.
-¿Recuerda la página en la cuál quedó?
-No.
-¿Recuerda el relato?
-Sí. Creo que si. Ah, tengo el libro marcado: una punta de la hoja está doblada.
-¿Es su costumbre?
-Sí.
El inspector tomó el libro en sus manos y lo abrió en la marca. Dijo:
-Voy a leer. Avíseme cuando se ubique:
-... la dulce Isla. En 1604 el pirata francés Gilbert Girón secuestró en Manzanillo al obispo Altamirano. Con el escarnio póstumo de ser paseada su cabeza en una pica paga su afrenta a los cubanos. Pero Mabuya quien infunde su fuerza al brazo del neg -Ahí. Ahí iba. No, un poco más adelante.
-... en el instante en que decapita al pirata. En 1717 los vegueros cubanos se declararon en rebeldía contra el expoliador Estanco del Tabaco que amenazaba con arruinarlos. El gobernador Guaso Calderón sofoca el movimiento y ahoga a los rebeldes..." < -Ahí sí. Recuerdo que el extraño hombre Guaso, obviamente, como chileno, me llamó la atención.
-Impesquisable -comentó el inspector-. La referencia será siempre valedera porque es casi inolvidable y prende a la primera. ¿De qué se trata el relato?
-No sé.
-¿Cuánto tiempo estuvo leyendo?
-Un rato largo. Una hora o algo así.
-El libro está marcado en la página 81, "Mayuba regresa"; la breve historia de Cuba, escrita por Lisandro Otero, empieza en la página 77. Usted se habría leído cuatro páginas en algo más de una hora.
Dirigiéndose al doctor Friedman expuso:
-Sostengo que Isaac Bryner, ayer, después de las veinte horas, no se encontraba mentalmente bien y pudo, en esas condiciones, imaginar hechos y darlos por reales, por ocurridos. Le ruego venir esta noche, doctor Friedman, a las veintiuna horas. Tratare Cuando el doctor se marchó, el abogado se quedó mirando al inspector con cierta tristeza:
-¿Está usted tratando de pesquisar mi anormalidad o mi anormalidad de anoche? ¿Qué tiene que ver mi estado, supuestamente anormal, con la muerte de mi mujer?
-¿Recuerda usted si en la mañana de hoy cerró la puerta de su dormitorio, la que da al jardín? Es muy importante para mí. No se deje guiar por el hábito; establézcalo, si puede, con fidelidad.
-Pero, usted ha contestado mi pregunta con otra pregunta.
-Déjese, Isaac, de... perder el tiempo. ¡Respóndame!
El abogado volvió a tratar de recordar y esta vez Cortés tuvo la sensación de concentración absoluta. Tal vez ya estaba entregado, vencido y se dejaba guiar por tan abruptos y delicados senderos.
-Creo, Cortés, que la cerré.
-¿Entonces...abrió para mirar afuera cuando el gato maulló?
-Sí. Lo sé porque esta persiana está mala: no deja mirar hacia arriba. Me pareció que el gato venía desde la casa vecina y que luego saltó a la mía. La verdad es que maulló muy cerca de aquí, de eso estoy seguro. Sí, abrí y miré. Fue entonces que vi -¿Cómo la qué produce todo cuerpo qué se aleja de la luz?
-¿Qué quiere usted decir?
-En su versión hay varios gatos: uno que viene por la pandereta en dirección a esta casa, éste pudo proyectar una larga sombre debido a la luz y ubicación del foco; el que usted ve en el suelo, gato o sombra y el que maulló.
-Pudo ser uno solo.
-Sí, lo admito; pero usted debió verlo venir. Usted abrió cuando el gato maulló. No le vio venir o vio a otro gato.
-Es cierto, inspector.
-No se preocupe, estamos avanzando. Si es lo que creo, el gato o los gatos parece que fue o fueron inspiración para alguien más. La verdadera y criminal inspiración.
-Me perdí.
-No importa. La sombra es falta es luz en la luz. Creo que usted vio una imagen oscura sobre la superficie del jardín. No era una sombra proyectada. Esa opacidad no estaba interfiriendo haces luminosos. Gracias, amigo Bryner. Hemos dado, al parecer -De la casa vecina. Ya se lo he dicho. Yo creí que era el mío. Venía por la pandereta. No tiene otro camino, inspector.
-Lo sé. ¿Lo vio venir? Ese es el punto.
-No estoy seguro. Podría inventar, pero me he dado cuenta que para usted todo es el gato. ¿De qué se trata, inspector? ¿O es qué me va a tener en ascuas todo el tiempo?
-No. No lo pretendo así. Porque no me gusta el misterio adopté este oficio y siempre digo lo que observo y pido ayuda a todo el mundo.
-Es cierto, he podido comprobar lo que dice.
-La única luz que usted tenía para ver un cuerpo extraño proyectado, era la del farol de la calle. Descarto la de su pieza porque esa sólo lo proyectaba a usted cuando casi cubría el umbral y porque usted oyó el maullido afuera. Su oído, anoche, no est -En la certeza también la hubiera abierto, el gato quería entrar, ¿no le parece lógico?
-Sí, pero un gato que maúlla y rasguña una puerta, está allí mismo: en el rasguñar no existe ninguna distancia. Usted necesitaba solamente entreabrir la puerta. Así ocurrió siempre y así seguirá ocurriendo. Usted, al no verle entrar y al no verle cerc -¡Uf! ¡Dios mío! ¿Y adónde nos conduce todo esto, inspector?
-Creo que a la solución, poco más o menos, del caso. ¿Dónde estaba anoche su gato, señor Bryner?
-No sé. Descarté, usted sabe, al del maullido por el color. Cerré la puerta y seguí leyendo en cama.
-Creo que volvió a beber...
-Sí.
Un gato gris claro pasó por entre las piernas del inspector. Éste sonrió diciendo:
-¿Sabe usted si algún extraño conoció a este gato en esta casa? Perdón, cuénteme la historia de este gato.
-No la conozco bien. Mi pobre mujer adoraba a estos animales. Hemos tenido unos cuantos. Éste, al que llamamos "Mosch", voz que significa gato en mallorquín, nos fue regalado hace seis años por un amigo sefardí-judío español. Es un gato que trae las -¿Gato o gata?
-Gato.
-¿Está usted seguro?
-Por gato lo dejamos y su comportamiento ha sido de macho.
-¿Puede precisarlo?
-En el amor toma la iniciativa y no ha tenido gatitos -Bryner sonrió por segunda vez en el día-. Agregó:
-¿También tiene importancia?
-No. Es macho. Lo de los seis años sí. Ya no me interesa el amigo sefardí.
-¿Por qué tienen importancia los seis años?
-Lo aclararemos oportunamente. No se preocupe más. Iré a almorzar a un restaurant alemán. Lo invito.
-No, gracias. Margarita debe estar aquí muy pronto, se ha atrasado, no ocurre nunca. Quédese usted, ella preparará un almuerzo agradable.
-Acepto con gusto. Gracias. Seguiremos conversando y, de vez en cuando, le echaré una mirada más a la casa y al trabajo de mis hombres. Isaac, no seré enteramente franco con usted, porque todavía lo necesito tal como es. Si hablo profesionalmente, pu -Si, y será imborrable. Un hombre que, por el imperio de su ley, manda en mi casa, al extremo de enviar, sin consultarme, el cadáver de mi esposa a la morgue; un señor que me atribuye alucinaciones; que revisa mueble por mueble, todas mis cosas; un seño El inspector Cortés soltó la risa:
-No lo pinte así, parezco un entrometido. Es que el delito todo lo altera, en especial, la conducta, porque instinto, cerebro y conducta, son conceptos que pueden y deben ser abiertos, separables en un análisis; pero, funcionalmente, naturalmente englob -Es curioso, inspector, lo que usted me ha dicho. En otras palabras, en cada detective hay un carabinero.
-No, no he dicho eso. Carabineros fue antes "guardián" y antes... fue el tipo policial importado desde la vieja y culta Europa. Todo se trajo de afuera: nombres, escalafón, uniformes, función, armas y hasta la forma y el color de los cuarteles. Por o -Estoy entendiendo, inspector Cortés. ¿Cree qué conocía a mi esposa?
-Sí, y no me estoy refiriendo a su esposa en los últimos momentos de su vida, no, me refiero a un conocimiento anterior y adecuado a sus fines delictuales. Sobre su familia, Bryner,, y esta casa, sabía lo necesario para hacer lo que todos lamentamos. U -Clarísimo, Cortés. Se acabaron mis reservas. Me convertiré en un conejillo porque...confío en usted.
-Gracias.

*************

Cuando Margarita Leal llegó, fue enterada por el propio inspector, de la tragedia. La mujer rompió a llorar con lentitud, suavemente. Lloró veinticinco años de amistad y afecto, una integración de soltera a casada estéril. Después hizo la peor cazuela -¿Margarita -preguntó el inspector-,recuerda a personas extrañas que, en esta casa, de un modo u otro le hayan llamado la atención?
-No, señor.
-Piense, por favor. Es más importante que sollozar. Nada va a ocurrirle a usted. Por ejemplo, ¿cómo es el jardinero?
-Yo soy el jardinero -contestó Bryner.
-¡Ah! ¿Ha venido alguna vez un gasfiter, un electricista?
-No.
-No puede ser. Veinticinco años es mucho tiempo.
-Es que yo mismo arreglo cañerías y enchufes, interruptores y cortocircuitos.
-Bien, amigo Bryner, lo felicito. ¿Cómo es el cartero? Supongo que su patrón no reparte la correspondencia.
-El de ahora es gordo y pelado -la mujer se había sonrojado, pero no sollozaba.
-¿Y el anterior, el otro?
-Ya no lo recuerdo.
-Es todo, Margarita. Gracias. Si llega a recordar a una sola persona que le haya parecido extraña, haga el favor de llamarme y comunicármelo. Puede ser muy importante.
-Espere, inspector. A esta casa vienen: el señor Michaely y señora, los señores Kiblisky, son tres, el que entrega el pan, el vendedor de periódicos; un tal comandante Sánchez; el tintorero; la señora María, es lavandera. Me faltan otros... ¡Ah! la se -Gracias. Me refería a un extraño propiamente tal.
La mujer volvió al sollozo:
-Es muy difícil recordar, señor. ¡Ah! Un hombre vino a arreglar los resortes de los sillones. Estuvo aquí toda una tarde...
-¿Cómo era?
-Bajo, gordo. Lo trajo doña Rebeca. Vive muy cerca, aquí, a la vuelta.
-¿Fue eso antes o después de la llegada del gato?
-Fue hace muy poco, señor.
-Gracias. Piense en otro u otra.
-¿Mujeres? Solamente la María, pero ella es prima mía. También vino un maestro a arreglar el reloj del comedor. Lo trajo la señora. Era un hombre de edad. Estuvo aquí un rato, se lo llevó y lo devolvió funcionando esa misma tarde.
-¿Sabía usted algo, abogado?
-No. Al parecer aquí se hicieron muchos arreglos que yo ignoraba. ¿Sabes, Margarita, si el relojero era Emilio?
-No, señor.
-¿Uno con un perro grande?
-Sí. Recuerdo que al perro lo dejó en el jardín y que el gato se asustó mucho.
-Lo conozco, inspector. Vive en Providencia con Pedro de Valdivia. Allí tiene un taller de relojería. Es alemán.
-Margarita -siguió el inspector-¿tiene usted zapatillas?
-Sí. Las uso en casa.
-Muéstremelas, por favor.
Eran de género y suela.
-Gracias. ¿Tiene usted, Isaac, zapatillas de goma?
-No. Las tuve, pero de eso hace ya muchos años.
-Siga pensando, Margarita. Ha sido muy útil su colaboración. De un modo u otro aclararemos la muerte de su patrona.
A la referencia hecha por el inspector, Margarita contestó con una afirmativa inclinación de cabeza y con un profundo sollozo. Cortés pensó: "Servilismo y afecto. Conducta condicionada a un lenguaje tradicional. ¡Qué vaina!"
El gato gris pasó de nuevo por entre las piernas del policía y éste volvió a mirarlo con atención y volvió a pensar: "Alto, joven. Tu ama y probablemente tú lo vieron. No te encariñes con la policía, gatito, porque nunca nos llevaremos bien: no hago vi Sonó el teléfono. Era el doctor Rojas:
-"Mono". Éter. No podemos precisar la causa de muerte. También vale el schock. Lo creemos muy probable. Muerte rara aunque explicable. Mucha grasa sobre el corazón.
-¿Algo en las ropas?
-Nada. Seguiremos un poco más. Queremos ver, con los colegas, lo que haya en el bulbo. Te veré más tarde.
-Bien. ¿Tarde? Ven como a las veintiuna horas. Conversaremos sobre unas pisadas. No me moveré de esta casa porque necesito revisarla un poco más y hacer otras averiguaciones.
-Creo que ya tienes alguna idea ¿o me equivoco? Lo deduje por tu voz.
-Parece que hay algo. No es muy firme todavía. Chao.
A las dieciocho horas llegó una camioneta trayendo focos, una máquina fotográfica de galería, una Finger print a pilas y un telón negro, alquitranado, que pusieron sobre la pandereta del lado oeste para impedir el paso de la luz del foco de alumbrado púb La búsqueda de rastros se inició con la oscuridad, sobre baldosas, parquets, alfombras, jardínes. Las linternas policiales siguieron el camino señalado por el uso de los moradores, después fueron hacia los campos previamente señalados por el inspector: En el muro de la calle no se encontraron raspones ni desmoronamientos de tierra o polvo de ladrillo, arena o cementos. La reja no mostraba lugares limpios por el apoyo de manos o pies que siempre producen los escalamientos de personas; pero, en el jardí La huella sobre el césped no tenía el puente que dejan los zapatos con tacos: todo el césped parecía uniformemente aplastado. "Sí, eran zapatillas. Al menos, carecían de tacos. Zapatillas, como las de las baldosas." Usó la voz:
-Lo que faltaba: atletas dedicándose al delito.
-No prejuzgues, "Mono" -agregó Aliaga, el experto-. Bien puede tratarse sólo de un hombre alto.
-Sí, alto, de noventa kilos aproximadamente, que salta metro y medio fácil con el apoyo, supongo, de una mano sobre el pilar de ladrillos: las huellas están casi en línea recta con el pilar y dirección norte. Usó, para apoyarse, la mano izquierda. Si h A contra luz y colocando las manos como pantallas, los detectives y expertos siguieron la revisión de toda superficie. De la huella de pisada se tomó una clara fotografía. Era inútil, por el césped, intentar un vaciado en yeso; pero el pasto también fu Cortés se quedó mirando unos pequeños puntos luminosos que aparecían sobre el pasto y en tierra, parecían pequeños fragmentos de vidrio molido, un tanto oscuros. Tomó una potente lupa en sus manos y los examinó de cerca. Exclamó:
-¡Hexagonales! ¡Qué curioso! No es vidrio común. Tal vez... cuarzo -levantó con cuidado los cuatro trocitos y los envolvió en papel de seda blanco.
Aliaga recogía numerosas muestras de metal brillante, unas eran amarillas, otras rojizas, blancas. Abundaban las primeras. Llamó al inspector:
-¿Qué quieres qué haga con ellas?
-Envíalas al Laboratorio.
-¿Junto con las que tú recogiste?
-No. Esas las veré yo mismo.
Otro contorno de pie calzado, al parecer, otra vez zapatilla de goma: pequeños dibujos muy gastados era perfectamente visibles a contra luz. Fueron fotografiados a tamaño natural. Ese pie derecho, ocupaba justo el centro del pasadizo de baldosas color -Aquí faltan los pies izquierdos -señaló Aliaga-. Se trata de un cuarenta y cuatro. Sin duda son hermanos del que hay en el jardín.
-¿De qué son, Darío?
-No sé, "Mono". Pueden ser de tenis, basquetball, volleyball.
-Cuarenta y cuatro. Ágil, joven, audaz, diestro y zurdo, culto -rezaba el inspector en voz alta.
-¿Por qué culto? -preguntó Bryner.
-Porque sabe más Criminalística que muchos jefes policiales: roba con zapatillas de goma gastada; aún ignoramos como entró en la casa; ausencia total de huellas dactilares. No sigo, amigo Bryner, secretos del oficio.
-De nuevo me convenció.
-Estamos empezando el rastreo. ¿Quién sabe lo que aún queda por ver y lo que no hemos visto en lo que ya hemos mirado? Lo que ha dejado o querido dejarnos ese gigante.
-¿Por qué gigante?
-¿Puede usted imaginar a un enano con zapatos del cuarenta y cuatro?
-Puede hacerlo para despistar. Incluso... puede tratarse de una mujer.
-No ha aprendido nada. Un buen ladrón jamás da ventajas y las zapatillas grandes serían un obstáculo para correr, saltar, escalar.
-Usted dijo que conocía la casa.
-Evidentemente, pero no podía saber sobre lo contingente, nadie lo sabe. Por eso no se descuidan. ¿No comprende usted que un ladrón se juega, por lo menos su libertad temporal, una paliza de los moradores o un mordisco de perro? En este caso... la vid Greenhill llegó acompañado de Alfonso Pérez, el vendedor de periódicos. Lo dejó esperando y se acercó a su jefe:
-El señor Michaely llamó a las veinte horas y el señor Bryner lo llamó a las veintiunas horas más o menos. Michaely lo llamó desde el número 394045, al mismo número obvio, llamó Bryner. No era un compromiso formal. Al club llegó otro jugador, un tal J -Gracias. Hazlo pasar.
Cortés cerró su cara y se mordió los labios. Las aletas de su nariz parecían sopladores de fragua.
Pérez, resultó ser un viejo amigo del inspector: se saludaron con cariño, con familiaridad.
-¿Desde cuándo entrega usted diarios en esta casa?
-Hace años. No recuerdo cuántos. Más de diez en todo caso.
-¿Algún inconveniente?
-No. Es un buen cliente -Pérez movió la cabeza y estiró los músculos faciales para decir "No"-. A veces pasa por el quiosco y me encarga novelas policiales y revistas.
-¿A qué hora entrega, Alfonso?
-Temprano, cerca de las siete.
-¿Lo hace usted mismo?
-No. Ya estoy viejo. Tengo muchachos para el reparto.
-¿Quién entregó el diario ayer?
-Mi hijo. Otro Alfonso Pérez que tiene catorce años y que es un buen alumno de liceo. Supe lo del crimen ocurrido aquí y supuse que vendría usted. ¿Cómo anda el asunto?
-Regular. Tengo serios problemas. Cuando me enteré de la dirección me puse "saltón": esta esquina, este barrio, tiene algunos crímenes sin solución. ¿No sé si los recuerda?
-¡Claro! Nadie olvida un crimen: el del chofer gordo, y ese otro ... del ciclista que era hermano de un senador...
-El del ciclista se resolvió.
-¡Ah! Si puedo ayudarlo en algo, como siempre, cuente conmigo.
-Lo sé. Gracias, Alfonso.
Entró en la casa y encaró a Bryner:
-Usted dijo haber llamado a la casa del señor Michaely. Agregó que los judíos jugaban...
-Es cierto. Le mentí, inspector. Quería ir al club. Rebeca sabía muy bien que la dejaría sola porque ese club no tiene servicios higiénicos para damas. Fue, en verdad, la verdadera causa del enojo. Lo siento y no por usted, por ella...que murió disg -Hombre, yo hubiera entendido el asunto. ¿Qué tiene ese club que está cambiando las milenarias costumbres de algunos israelitas?
-Nada en particular, aunque existe una gran libertad de expresión y el nivel de juego es alto. También es alta la conversación y el humor.
-¿Se come bien?
-No. Muy mal. Un señor, ex empleado de los carros comedores de los ferrocarriles del Estado, su familia y un mozo, preparan algunos platos y nos atienden.
-¿Concurren solamente judíos?
-No. Van chilenos, árabes, españoles, italianos, húngaros, rusos, yugoeslavos, polacos, alemanes y hasta un danés...
-¿Dijo usted danés?
-Sí. Erick Simmon, un notable jugador que también practica ajedrez. Creo que a usted le gustaría ir. Lo invito, inspector.
-Voy a tener que echarle una miradita a ese club. Sí, acepto su invitación, tal vez mañana o pasado pase por allí. ¿Qué chilenos van?
-Abogados, periodistas, ex policías.
-¡No me diga! ¿Quienes?
-Gacitúa, el célebre "Caifás", Zablach, Montecinos, el comandante Sánchez...
-El comisario Zablach murió.
-Es cierto, pero fue hasta dos días antes de morir.
-¿Y los periodistas?
-Camino, José Saldaño, Pedro Fornazzari, Renato González, Julito Martínez...
-¡Hum! La vieja guardia. ¿En qué otra cosa me ha mentido?
-En nada más. No es mi costumbre porque no tengo edad para mentir. Es decir, he aprendido a vivir con la verdad.
-Parece que el mareo y el dolor de cabeza están pasando, ¿no?
-Sí, inspector. Ahora me siento mejor. Gracias por no retarme. No me gusta porque me pongo violento.
-No hable así, Isaac, porque todavía puedo considerarlo como sospechoso...
El experto Aliaga terminaba de examinar todas las cerraduras y se acercó a dar cuenta al inspector:
-Nada particular. No hay señales de instrumento alguno. El cilindro de la puerta principal está en perfectas condiciones de funcionamiento.
-¿Y la puerta del oeste?
-Cierra muy bien. Observé la pequeña cerradura con lente de aumento y no presenta un solo rasgo extraño nuevo...
-¡Qué lástima ! Por allí pudo redondearse perfectamente todo este asunto... La respuesta a la pregunta ¿cómo entró ese hombre a esta casa? es definitiva para establecer el quién.
-¿No están hilando muy delgado? Solamente el quién da el cómo; así al menos, lo aprendí de Sandoval Smart. Aquí no hay modus operandi que valga. Estás en cero y es un señor cero.
-Cierto. Pero hay cómos, que señalan claramente el quién. Este es uno de esos casos excepcionales. Bueno me parece que lo es. Estoy profesionalmente desafiado y desesperado. Tú sabes, mejor que cualquier otro, que estoy en la lona, por eso ordeno di -¡Escucha "Mono"! Bien sabes que soy tu amigo y sabes también que en Criminalística no nos llevamos ventajas. Sabes que formamos equipo. Si llegaras a establecer el cómo entró, ¿cómo sabrás quién entró? Aquí no hay huella alguna que señale la individua -No sigas, Darío. Revisa todos los interiores de la casa y cuando termines, seguiremos, si te parece, esta interesantísima y criminalística conversación.
-Bien, "Mono". Lo haré ahora mismo.
-Aquí te estaré esperando y pensando en lo que has dicho. Me incomunicaré. Suerte, viejo amigo.
Diez cigarrillos ordinarios no es una buena medida de tiempo cuando el fumador consume, además, su propia angustia. Cortés se encapuchó la mente, cerró todo lo sensible que en él había. Desconectado, siguió repasando el caso: gozaba de la extraña facul Aliaga se acercó cuando encendía el cigarrillo número once. Le quedaban nueve en la cajetilla.
-Tenías razón, "Mono". Encontré otros rastros de metales en el interior. Ven.
Fueron.
-¡Mira esta alfombra!
Un insignificante trozo de bronce estaba aprisionado en el tejido.
-¿Qué harás ahora?
-No lo sé. Estoy confuso, aturdido.
-¡Pero, si era lo que andabas buscando! Parecen limaduras. ¿Qué te pasa?
-¿Qué hay del parquet?
-Si te fijas es escaso por la abundancia de alfombras. En algunos trozos libres se encuentran algunas pequeñas rayitas levemente curvas, unas son antiguas y otras son nuevas. Ignoro el origen.
-"Mosch", sin duda.
-¿De qué hablas?
-Del precioso gato gris que hay en esta casa. ¡Caramba! Es mucho el cuidado puesto. ¡Qué extraña seguridad!
-¿De qué hablas, "Mono"? ¿Estás bien?
-No.
-Así lo veo. Sacas una pista del aire y te ayudo a probarla. Luego la dejas. ¿Qué hay?
-Estoy extraviado en el cómo. No avanzo; al contrario, retrocedo.
-Te ayudaré: cobre, bronce, estaño. ¡Limaduras!
Las palabras de su experto cayeron sobre el juicio del inspector una a una y empezaron a extenderse y recogerse, a unirse y separarse de otras voces, con otros hechos, formando la danza de la búsqueda de la verdad: un remolino de centrífuga cerebral al q -Prepara en el jardín, lado oeste, cerca de la pared norte, la que da al fondo, una máquina fotográfica y coloca la grabadora en la puerta del dormitorio de ese lado. Deberás actuar desde afuera, incluso, si lo prefieres, puedes esconderte en el fondo. Siguió, después de rascarse la cabeza con su largo brazo y larga mano:
-En el césped, frente a la puerta del que fuera dormitorio de Bryner, hay unas cuantas pisadas grandes. Tenías razón, son zapatillas.
-¿Cómo lo supiste?
-El pasto está aplastado a lo largo y ancho de las pisadas, no existe en ellas, en ninguna, ese puente que deja la altura del taco. Es decir, no existe parte de pasto levantado cerca del talón. Fotografíalas. Hay algo, además, allí, que deseo mostrart -Bien, "Mono".
Aliaga fue a lo suyo.
El inspector habló con Greenhill al oído y el excelente detective desapareció del escenario.
Cerca de las veintiuna horas los doctores Rojas y Friedman llegaron casi juntos. Ambos conversaron separadamente con el inspector. Friedman mostraba entusiasmo: por primera vez en su vida, integraba, desde adentro, un equipo de investigadores de la B.H El inspector se dirigió al abogado Bryner:
-Es casi hora del... de ayer. La hora de su llamado a Michaely. Una o dos horas antes del robo. Los hechos están por producirse. Nos ayudaría el que usted volviera a hacer lo mismo que hizo ayer. ¿Tiene inconvenientes?
Cortés sabía, experiencia personal y cierta, que situar a una persona era un "arte" muy difícil. Se valía de actitudes, de un lenguaje especial y simple, tocando recuerdos y avivando conciencia. Para lograrlo, desafiaba y atormentaba.
-No. Aunque jamás he dado una representación pública o casi pública de mis actos íntimos.
-Limítese a los hechos y no se apure. No olvide que todo será una reconstitución tipo pesquisa y que todos los presentes vamos a cumplir un rol dado. Para usted puede llegar a ser muy duro.
En el dormitorio fueron situados, junto a Bryner, los dos médicos. Afuera, Cortés y Aliaga. En la puerta de entrada a la casa, el detective Dagach. En el living-comedor, Torrente y García, que conversaban en voz baja, con Margarita Leal. La puerta de Bryner gritó a través de la puerta:
-¡Cuándo usted quiera!
Nadie contestó. Un profundo silencio cubría toda la casa. El abogado, extrañado, volvió a gritar con mayor fuerza. Tampoco obtuvo respuesta.
Se mordió los labios y movió, hacia los lados, la cabeza. Estaba inquieto y lo demostraba. El doctor Rojas, silenciosamente, como si fuera un autómata, le dio a beber un vaso de whisky; Friedman le encendió un cigarrillo americano. Silencio y oscurida En toda espera que limite con la angustia real o ficticia, con lo conocido o lo extraño, el tiempo lo cambia todo en la mente de los hombres. Siempre parece pasar lento, detenerse o regresar. Y toda conciencia en lucha, toda memoria, adquiere otros con Bryner apuró personal y violentamente su segundo trago y cambió la aplastada luciérnaga vieja por una nueva. Iba desde el control a la molestia: estaba interpretando su rol con grosera naturalidad. Su mente vagaba entre alfileres, lanzas y dagas. Una Todo se reanimaba de un modo distinto.
¿Sabría el inspector lo que había pasado con Rebeca? ¿Rebeca? Ayer no más, sus ojos celestes lavándose en lágrimas. ¿Ayer? ¿Vivía? Un saber de hecho, un comprender real y brusco, directo, no es lo mismo que entrar paso a paso y conscientemente en un cri Se hizo tan sensible que oyó correr el agua de la llave de la cocina y vio el viejo lavaplatos blanco y a Rebeca preparando la comida. "¿Qué comida? Si hoy es lunes y ella no está en casa. El inspector me está confundiendo. ¿O será el whisky?"
Escuchó una tos extraña, seca. Sin duda, tos de hombre que, al parecer, venía de la calle: "Debe ser uno de esos silenciosos detectives de Cortés. Parecen fantasmas. ¿O sería la tos del criminal? ¿Por dónde entró esa bestia a mi hogar? ¿Qué le estaba Su sentir era legítimo, también lo era su miedo, un miedo parido, un doble miedo derivado de dos mundos que muy pocos humanos pueden separar. "Ah, sí: reconstitución tipo pesquisa policial. Es un miedo provocado. Un miedo inútil."
Sentía que su conciencia se agradaba lenta y calladamente. Su conciencia se iba arrastrando, palpando y tocando todas sus cosas, todo su hogar y hasta podía precisar el tiempo del crimen y la espantosa realidad anterior a la muerte de Rebeca. El crimin Se desvistió lentamente y se echó en la cama mirando hacia el techo y viendo delantales blancos y una camilla.
-"Hoy es lunes y ni siquiera he ido a mi oficina. ¿Es lunes?"
Sabía que estaba acompañado de dos médicos, girando la cabeza podría verlos. Sabía que afuera estaba el inspector. Gritó:
-¿Qué día es? ¿Qué día es hoy?
Nadie contestó, nadie respondió, ni siquiera su médico y "compatriota". Traspiró. Sentía que el espíritu se le achicaba y que las sábanas era muchas para él. Desplazó la baja luz de su lámpara de noche lejos de su rostro: le molestaba el calor y no qu Se levantó y miró hacia el jardín a través de la persiana y comprobó que todo, al menos, en esa parte seguía siendo igual al corto ayer del crimen. Pero, "¿qué hacían esas luces en el jardín que parecían relámpagos?" Sabía que no volvería a ser el mismo El blanco techo inmóvil empezó a bajar.
Desde afuera, desde su jardín, vino primero un ruido leve como de tímidos arañazos dados en la parte baja de la puerta. Los ruidos de uñas crecían en el silencio y en el sobresalto... Eran un tambor. Se dio vueltas en la cama y terminó por sentarse. El techo se le vino encima. Se sentía agobiado, desesperado, vencido, martirizado. Miró hacia los doctores suplicando ayuda. Volvió al whisky y a sus fantasmas... Ya casi podía tocar el techo con las manos. Dos sombras seguían en un rincón. Volvió -¡Muy bien, abogado Bryner! ¡Muy bien!
-¡No! ¡No puede ser! -gritó éste-. Yo cerré la puerta. Lo hice y tengo testigos y uno es policía, médico...
-Es cierto. Lo sé. Usted tiene conciencia de haberlo hecho y lo hizo. Cerrar es, para usted, como para cualquier persona, un acto reflejo. En esa zona está la costumbre, el hábito; pero hay otra verdad.
El inspector gritó una orden:
-¡Enciende, Aliaga!
Una fuerte luz iluminó casi todo el jardín.
-Asómese, una figura oscura era apenas visible en sus contornos porque estaba pegada a las baldosas, justo en el ángulo baldosas-jardín. El detective Greenhill, vestido enteramente de negro, se levantó.
-¿No sería así la larga sombra del gato?
-Puede ser. Estoy confuso. Ah, pero así es distinto: hay demasiada luz de cerca y esa lona oculta la luz del farol de la calle.
De nuevo tronó la voz de Cortés:
-¡Dagach, quita la lona! ¡Aliaga, apaga la luz! ¡Greenhill, a lo tuyo!
Cortés preguntó con voz suave:
-¿Qué es lo que ve ahora?
-Una larga sombra...
-Gracias. Muchas gracias, mi amigo.
-¿Cómo abrió la puerta?
-Cubriendo con una delgada cartulina el lugar donde tiene que entrar el picaporte. La puerta queda cerrada-abierta.
-Si no lo oí a usted, mucho menos pude oír al ladrón cuando lo hacía.
-Cuando el ladrón entró, seguramente usted dormía. El ladrón debió saberlo por sus ronquidos. Entró calzando zapatillas de goma y con el sigiloso andar de los mejores de su oficio.
-¿Cómo sabe usted, que yo ronco, si mi esposa ha muerto?
-Por declaración de Margarita Leal. El ladrón, además, lo anestesió con éter, cuyas consecuencias las ha sufrido usted durante todo el día y, seguramente, en el alucinante cuadro que ha vivido. Le ruego perdonarme, pero, en verdad, era fundamental.
-Sí.
-Menos mal, así no sufrió.
-Ahora tendrá usted que guardar silencio sobre todo lo que sabe. No hable de este asunto con persona alguna, incluyendo al señor Michaely, porque trataremos de cazar al audaz "amigo de lo ajeno" que fue capaz de hacer esta gracia. Mi gente, hasta la so -No hay de qué, inspector -contestó el último de los aludidos-. Me gustaría seguir ayudando, de ser posible, en la pesquisa, y, saber algunas cosas.
-¿Qué doctor?
-¿Cómo produjo los ruidos que parecían arañazos?
-Con las manos del gato. En esa puerta, si usted se fija bien, hay una serie de pequeñas marcas de uñas de gato, han sido hechas por el gato de la casa. Las marcas son viejas, muy viejas, nuevas y recientes. "Mosch" tiene la costumbre de entrar por al -Tal vez se aburrió de estar acostado -comentó Friedman.
-No. Acostado estuvo muy poco tiempo: sólo unos segundos antes de aparecer Bryner, desde que el catre sonó, hasta que el abogado dio la espalda al jardín: el criminal estiró el brazo con la cartulina o lo que sea que haya usado. Bryner cierra y aplasta -¿Cómo sabe que estuvo muy poco tiempo acostado?
-El césped y el trébol son algo así como relojes-balanzas naturales: se levantan, según peso, en un tiempo determinado. Un proceso de turgencia vegetal que es medible.
-El peso me parece decisivo.
-Y lo es, sólo que es un peso compartido: pies, rodillas, brazos, plexo, pecho, cara. La mayor presión fue ejercida hacia el lado de las baldosas, obviamente, el lado que más demoró en levantarse.
-¿Cómo lo sabe, inspector?
-Dos hombres míos han estado todo el día experimentando.
-¿Podré seguir ayudándole?
-No lo creo, pero si llego a necesitar otro médico, lo llamaré, porque el actual tiene pésimo carácter.
-¿Le fue fácil darse cuenta del modus operandi usado por el criminal?
-¡Por Dios, doctor Friedman! Todavía estoy en eso. El problema de las puertas cerradas obliga a descartar cuidadosamente a los moradores y eso, usted debe entenderlo bien, lleva tiempo. En este caso, Bryner ayudó mucho con sus dislocaciones mentales ca -¿Cómo llegará al ladrón?
-Lo ignoro, doctor. Lo impreciso de ahora seguirá tomando cuerpo por el camino de la exacta valorización e interpretación de detalles. Sin embargo, todo es mucho menos que cuando recién llegamos a esta casa. Yo diría que la sombra del gato tiene un dé

CAPÍTULO TERCERO

LA PESQUISA

-En la Asesoría Técnica (Departamento de la Policía Civil creado por el comisario Vicente Zablach Salem, encargado de llevar un registro de los delincuentes habituales y profesionales clasificados por nombres, apodos, edades, vestimentas, estaturas, marc -No lo sé. Supongo que sí. Jamás pesquisé robos.
-Una vez es la primera. Lo veremos. ¿Cómo es qué pesquisas homicidios y no pasaste por hurtos y robos? Esta policía tiene defectos estructurales.
-Usted me sacó de la escuela policial y me llevó directamente a la B.H. ¿Qué quiere qué haga?
-Nada. Clásicamente se entiende que el asesinato es el delito-rey. Clasificación monárquica que todavía corresponde a la época: es verdaderamente difícil pesquisarlo y existen reyes ... fuera de la baraja. También se entiende, mayoritariamente, por c El inspector se rió ruidosamente. Greenhill también. A ambos les gustaba jugar con las creencias reglamentarias existentes en policía. Greenhill volvió al diálogo, con su maestro y amigo, porque el cuartel quedaba aún a treinta minutos de distancia y -Usted resulta, casi siempre, un verdadero profanador de principios. Más que arbitrario, es un déspota del intelecto.
Cortés se atacó de risa.
-Sí. Lo soy, muchacho. Estoy obligado por las circunstancias: muchos casos y poco personal. No puedo perder tiempo en idioteces...
-Conversemos en serio, inspector. ¿Cuál es la verdadera razón?
-Los delincuentes tampoco siguen la escalerilla reglamentaria. Sería divertidísimo, si la siguieran, porque un hurtador podría reclamar de una detención por robo. Los ladrones estarían como dando examen para recibirse de homicidas y sólo de éstos podrí Esta vez reían Greenhill y Sayen. Dagach atorado con saliva, tosía y lagrimeaba. El inspector siguió:
-Criminal y poesía son voces que corresponden a un hacer social. Ambos son actitudes, oficios existenciales, posiciones derivadas del estado de necesidad frente al grupo que manda. En verdad, delincuencia es una eclosión de la ética y una prueba diaria -Es increíble que usted hable así -comentó Greenhill-. Usted es el que entrena y guía, el que enseña y manda...
-Casi como un jefe de banda, ¿cierto? Soy solamente un inspector a cargo de la parcela roja, de los problemas, del oficio. Otros inspectores o comisarios... cuidan perros presidenciales, llenan tarjetas o saludan a los gerentes de bancos. Encima, esca -No busque símiles ingratos para nuestra organización...
-¿Nuestra?
-De la sociedad, entonces.
-¿La sociedad? ¡Linda cosa! Una agrupación de humanos de distinta condición, donde todos y cada uno vela nada más que por sus propios intereses.
-Así no es posible conversar -aseveró Greenhill-. Usted razona de modo extraño y, además es el jefe.
-Es cierto -contestó Cortés-. Razono en forma extraña para ti, porque para mí las voces no son sólo símbolos de retraso del hombre que, casi siempre, las usa con personales fines utilitarios. Es cierto que soy el jefe, pero también es cierto que soy el -Estoy de acuerdo, inspector, porque me consta -remachó Greenhill-lo que dice. Cuando uno es joven, ignoro si usted tuvo o no juventud, siente y piensa distinto. Hay más ideal, más ensueño y uno sabe que tiene que abrirse camino con esfuerzo y limpieza -Vamos por partes, Eduardo. Fui joven, qué duda cabe, joven-policía, que no es lo mismo, por eso no puedes hablar como yo. Me crié en cuarteles, entre la libertad y la prisión. Mis primeros contactos sexuales fueron con mujeres y empleadas en la polic -Hay jóvenes, en otras unidades policiales, que no están corrompidos, inspector. Lo sé porque me junto con ellos.
-También lo sé; ¿cuánto tiempo durarán sin contagiarse? Los sobrevivientes rebeldes, egresados de la escuela policial, no podrán jamás levantar cabezas ni banderas limpias, porque, entre el escalafón medio y el alto, se ha formado un muro de contención q -Eso lo aprendí bien, don Carlos. Jamás lo he puesto en duda. Me encanta aceptar el desafío de criminales hábiles, pero estoy como anonadado. ¿Por qué no se ha contagiado usted?...
-Me cubro con cadáveres. Nadie se mete con muertos. Los fiambres no pagan dividendos a la policía.
-¿Por qué sigue en ella?
-La B.H. es una policía distinta.
-Sí, pero está sujeta a una jefatura general y a los mismo reglamentos de las otras unidades.
-No es tan así ... en la práctica. Nadie se mete con nosotros y cuando lo hacen es para cobrar un dividendo publicitario. Nada más.
-Es cierto: yo no conozco a los jefes del servicio.
-Yo tampoco -aseguró Dagach.
-Inspector -siguió Greenhill-, no entiendo muy bien el ciego rol que juego. ¿Qué es para usted, delito? Dígamelo, porque no tengo alma de autómata.
-Me parece que en lo íntimo del proceso conductual siempre hay una lucha entre instinto y razón, siendo esta última más joven que el instinto: millones de años contra unos seis y ocho mil. La mejor razón es de viejos selectos. A pensar se debe empezar Se produjo un silencio de algodón empapado en sangre propia y fresca.
Greenhill se rehizo y preguntó:
-Ya que está hablando tan en serio, inspector, ¿por qué es usted policía?
Cortés volvió a sonreír. Parecía sólo un niño:
-Porque también necesito ganarme, como se dice "la vida". Yo no inventé el sistema institucional existente. Como tú, como todos, me encontré formando parte de él; me encontré reglamentado, medido, encasillado, clasificado. Convertido, casi en una fich La camioneta estaba por entrar al Parque Forestal. Esos hombres habían olvidado hasta el crimen que pesquisaban. El chofer-detective conscientemente había disminuido la velocidad: no había apuro por llegar a ninguna otra parte que no fuera la verdad de En la ribera sur del río Mapocho, el funcionario optó por detener el motor. Se encendieron cinco cigarrillos y la charla del inspector siguió el curso del viento en dirección a los tímpanos.
-...Sólo una placa separa o diferencia a delincuentes de policías...
-¡No puede ser! -gritó Greenhill.
-¡No! -gritaron al unísono Dagach y Sayen.
-No, señor -dijo el respetuoso detective-conductor.
-... Es como si todavía estuviéramos jugando al "Paco-ladrón" con dos diferencias: somos adultos y las penas que provocamos son horribles porque nuestros penales no admiten ningún calificativo. La placa que nos separa de los delincuentes también suele El motor empezó otra vez a rugir. Nadie había ordenado nada. El propio Cortés sacó la cabeza por la ventanilla para mejor mirar el paisaje nocturnos y respirar otro aire... Cerca de un árbol vio a un esquelético gato acurrucado...

*************

Tres fichas, tres nombres saltaron desde los archivos, pero ninguno medía un metro noventa: Alfredo Carter, 48 años; Luis Gutiérrez, 30 años y Pedro Romero, 29 años.
-A ellos, muchachos -ordenó el inspector-. A pesar que no corresponden al nuestro, algo puede salir. Empezaremos por el más joven.
El encargo se hizo en el teatro de la policía civil. Los resultados fueron: Carter, fallecido en Viña del Mar dos meses antes; Gutiérrez, preso por robo en Antofagasta y Romero, enfermo de sífilis en el hospital San Luis.
-¡Carajo! -exclamó el inspector-. Parece que hemos regresado a cero.
-Usted lo sabía -repuso Greenhill-. De todos modos conversaré con ellos, salvo que usted ordene lo contrario.
-Conversa con el luético. Antofagasta está muy lejos y el caso es grave. ¿Crees, cómo yo, que puede existir alguna relación entre los tres ladrones? ¿Que el anestésico...
-¿Quizá? Hay ese asunto de la entrada a la casa que me desorienta, para mí es demasiado bueno el saltador de Holanda.
-No creo que estemos tan mal, señor -apuntó Dagach-. Al parecer, nos ha fallado una pista o dos: Asesoría Técnica y la condición de los ladrones anestesistas; pero, quedan los joyeros. Iré a ver a Bryner con un dibujante para que me describa las joyas. -Por cierto, Ricardo. ¿Cómo pude omitir esa diligencia de cajón? -refunfuñó Cortés-. ¡Hazlo ya! Que los dibujos estén bien hechos y salgan en todos los diarios de la tarde de hoy mismo.
Con la lista de las joyas se habló con los joyeros de Santiago y se les entregaron volantes, lo mismo se hizo con los de provincia y con los de Buenos Aires. Lima, Montevideo. (La pesquisa se internacionaliza, un pomposo y estúpido calificativo: Ningun -El robo existe únicamente porque existen los reducidores y quienes van a comprarles. ¡Qué competencia puede haber contra joyas "choreadas"! ¡Ah, pero no es lo mismo comprar joyas con olor a muerta! Nosotros no nos arreglaremos con los Alí Babá santiagu Dagach era partidario de pedir la colaboración de todas las unidades policiales, en particular la de la Brigada Móvil, hermana melliza (nacieron juntas) de la B.H. Decía:
-Estamos trabajando solos en un caso en el que a nosotros nos falta experiencia. Nos parece difícil el asunto alhajas. A lo mejor es fácil, para los especialistas.
"El turco Dagach" había pasado de la Escuela de Derecho a la Escuela Policial y de ésta a la B.H. No conocía el resto de la policía.
-¡No! ¡No de no! No solicitaremos ayuda alguna. Ellos no pueden ir más lejos que nosotros ni más rápidamente. ¡Jamás ha existido una unidad especializada en robos y hurtos! La Policía Civil no puede empantanarse porque un ladrón se salió de lo común ut -Claro. Donde vea la invisible mano de un gato.
El inspector siguió:
-Todos aquellos que no guarden relación alguna con lo común y corriente. Debe hacer más de uno, nuestro desconocido "amigo" no iba a debutar con una muerte sin perder los estribos. Visitarás y conversarás con las víctimas. Conversarás desde tu oficio, Los detectives sonrieron por dos motivos: el manejo del "Ah" y no era el menor, al verlo metido en la pesquisa de un robo. Siguió hablando porque... era el jefe y todos sabían que necesitaba desahogarse de alguna manera:
-El hampa se alegra cuando cuenta con un buen ladrón o un buen asesino. Es una forma de falso desquite contra la policía, porque el sistema, por ambos lados, necesita de mediocridades para hacer valer a los jefes. Esto abarca, como bien lo saben, toda Greenhill asintió abiertamente. Le parecía que su jefe era, a veces, además de policía, un enjuiciador franco y certero de la cosa pública.
Los funcionarios se despidieron. Cortés había logrado sacar a los suyos de las listas del Te Deum, Parada Militar y Teatro Municipal, servicios policiales de Fiestas Patrias. Seguirían en el caso, aunque faltaban tres días para las festividades, no esp

***************

Ricardo Dagach pensaba en forma muy distinta: fue por su cuenta a ver a Bryner, la casa, el barrio. Sabía que podía hacerlo porque su inspector casi nunca se oponía a la iniciativa de sus hombres, con la sola excepción de Greenhill, a quien trataba como Se detuvo en la esquina de Holanda y observó. La escena de esa mañana era muy parecida a la que puede verse en cualquier barrio residencial santiaguino: varias señoras y algunas empleadas barrían los frentes de las casas y conversaban entre ellas: otras -El barrio parece tranquilo.
No es lo mismo vivir una esquina por un día que vivirla por años. Nadie deja de mostrar su saber:
-Bueno, señor, usted está viendo sólo las casas ricas. En los pasajes y citées la cosa cambia un poco. Venga por aquí un sábado por la noche o un viernes.
-Gracias. ¿Conoce a mucha gente por aquí?
-A casi todo el mundo. Llevo unos cuantos años en esta esquina. ¿A quién busca?
-A un hombre que presumo joven. Usa zapatillas del 44.
-¡Hombre! Una señora pata...
-Sí, así es -contestó sonriendo el detective-. También es patudo por dentro.
Ambos interlocutores rieron con ganas.
-No, pero como ahora estoy alertado, abriré un poco más "el dos de oro". No es mucho lo que tiene la policía. Yo creía que el inspector Cortés era más hábil.
Dagach se desconcertó: "¡Caramba! ¿En qué habrá visto mi oficio?" Prefirió preguntar, era más fácil. Iba a hacerlo, cuando una joven pasó mirando a Dagach.
-Estoy gustando mucho este año -comentó "El turquito" a Pérez.
-Ella es vecina de los Bryner, se llama Sofía Rojo -informó el viejo canillita-. Y no se crea irresistible: la apodan "La Casa Alonso", porque le da "pelota" a todo el mundo.
Dagach la siguió y la abordó en la esquina: había olvidado un encargo-orden del inspector: enamorar a Sofía Rojo. Traspiraba.
-¿Es cierto qué usted estuvo el domingo conversando con un carabinero?
-Sí, señor; pero ... él es un amigo así no más. Nada serio. A mi me gustan los policías sin uniforme. Usted, por ejemplo.
Era como mucho: primero el vendedor de diarios y, ahora, la joven empleada. Volvió a pensar: "Debe existir un andar policial, un modo de pararse, de hablar, ¿qué sé yo? Algo hay ". Fue directamente al asunto:
-¿Cómo sabe que lo soy?
La joven Rojo lo miró extrañada y coqueta:
-Lo vi llegar y salir, lo vi colocar la lona sobre la muralla. Lo vi conversar con el chofer de la camioneta y con un viejo chico de brazos largos. Sus bigotes y su andar de marinero no se pueden olvidar.
Así es: el preocupado hombre del hacer policial ve poco, porque tiene la mente puesta exclusivamente en la investigación del caso; debe cumplir órdenes. Un franco sonambulismo profesional, una deformación sensorial que se ahonda con el mayor desarrollo Asombrado por la extraordinaria memoria de la joven se entusiasmó y volvió a preguntar:
-¿No vio algo raro?
Era una pregunta abierta con un solo punto referencial, casi vago: "raro"; un detective pregunta desde su posición humana, esencial, que nunca es la de otras personas, incluyendo a los policías.
-Sí: un peladito que manejaba una máquina fotográfica muy chica, casi no se le veía en la mano.
"Torrente y su minimáquina" -pensó.
-Me refiero a hombres y al día domingo, cuando usted conversaba con el carabinero.
-No, y no me hable más del carabinero, no es importante para mí.
Siempre las voces, frases, forman una "escala" de ruidos y unos suenan desafinadamente al oyente y olvida los anteriores y posteriores: se queda en el de la molestia; hay otros que se quedan en el agrado. Los jóvenes casi nunca escuchan toda la frase, l Dagach se dio cuenta, no por nada trabajaba con Cortés; no por nada tenía fama de mujeriego. La miró a los ojos: creyó leer en ellos enojo y picardía. Su juicio le hizo arriesgar otra pregunta:
-¿Era buen mozo?
-¿Quién?
-No lo sé, Sofía. Si lo supiera preguntaría directamente. En eso ando, averiguando. ¡Ayúdeme! -La palabra clave de Cortés.
-Sí, y no era como usted cree. Era alto, joven, como usted. En la esquina de Holanda estuvo un rato largo. Miraba mucho. Después caminó en una y otra dirección siempre por la acera del frente. Me pareció conocido. De una u otra manera algo de ese h -Yo soy bajito, Sofía. Mi nombre es Ricardo Dagach, detective de la B.H. A sus órdenes.
-Usted sabe mi nombre.
-Sí y es muy bonito. Aquel hombre alto ¿usaba bigotes?
-No, y se vestía muy mal: bluejean oscuro y sweater negro. Llevaba una bolsa, también negra, en las manos. Sé que había algo en él, pero no he podido recordarlo. Creo que era algo brillante...
-¿Un anillo? ¿Anteojos? ¿Hebilla?
-No, no puedo. No es ninguna de esas cosas. Sí, es metal brillante y delgado. No lo recuerdo en las manos ni en la cintura. A decir verdad, a veces lo veo y a veces no. No puedo fijarlo. No, no recuerdo.
-Si vuelve a verlo, llámeme, Sofía. Significa mucho para mí. Hasta pronto.
-Adiós, Ricardo.
Siguió vagando y pensando: "Sí, volvería a verla. No era tan fea y era joven. He progresado: sé cómo es y cómo viste. Bien podría encontrarme ahora con el ladrón y reconocerlo. porque ella fue certerísima en su descripción. Conversaré con mi jefe. El Barrio Alto le seducía por su quietud y porque lo veía enraizado: casas grandes y árboles viejos. Su sangre de nómade se alteraba al comprobar lo opuesto: Él venía de la Estación Central, esquina del sur y de la costa, mezcladora instintiva de destin En Los Leones con Bilbao vio una casa igual a la de Bryner: ladrillos, garage, ventanas, rejas y puertas. Allí estaban hasta las baldosas color burdeo, sólo que no formaban la letra "U", éstas formaban una "L". Con su linterna buscó el nombre del arqui -Soy funcionario de la B.H. -decirlo abría más puertas y voluntades que decir: soy policía o funcionario de Investigaciones-y deseo saber cuántas casas como ésta ha construido.
-Ocho. Aquí tengo las direcciones.
-Si me lo permite, las copiaré.
-Hágalo, pero dígame ¿por qué y para qué necesita esos datos?
-Parece que un hábil y joven ladrón y homicida sigue sus construcciones.
-No le entiendo ¿Cómo es eso?
-Ay, señor, se lo diré otro día. No pasa de ser una corazonada. Usted perdone, pero estoy muy apurado.
-Mis casas son muy seguras.
-Sí; pero no para este pájaro. Gracias, ha sido muy amable.
-¡Oiga! ¡Joven!
Sordo a los gritos se encaminó hacia un paradero de taxis y le ordenó al chofer:
-¡La Pesca! ¡Pronto!
Sonreía y calculaba. De dos saltos subió la pequeña escalinata del Cuartel General:
-Jefe, sé más o menos cómo viste el hombre: bluejean negro, sweater negro, una bolsa también negra. Es alto, delgado y feo. No usa bigotes. Más o menos joven, unos treinta años...
-¿Cómo lo supiste?
-Cumpliendo sus órdenes, jefecito: enamorando a la Sofía Rojo, la empleada de al lado de los Bryner.
-¿Por qué le das fe?
-Recordó hasta la máquina fotográfica del "Pelao Torrente" Reconoció que yo me había subido al techo, es decir, a la muralla.
-¿Qué más?
-No me atrevo.
-¡Dilo! Éste es un crimen.
-A usted lo describió como "el hombrecito de los brazos largos".
-¡Caramba! La muchacha puede ser una buena testigo. ¿Qué más?
-No puede recordar algo brillante que ese individuo usaba el día del crimen. No es anillo. Es metal. No es hebilla, tampoco es gorra ni anteojos.
-¿Dónde lo llevaba?
-Ni en las manos ni en la cintura.
-¿Qué dices?
-Repito lo que dijo Sofía.
-¡Carajo! Bien podemos pensar un rato y hasta excitarnos, porque el asunto lo amerita. Lo haremos por asociación, buscando semejanzas, diferencias. ¿Qué es lo qué tenemos? Un objeto de metal brillante que fue visualizado desde una acera a otra por una -No, señor.
-A ella no le importa mucho.
-Te lo dijo a ti, probable rival. A nosotros, sí. ¿Dónde lo vio?
-En la esquina de Hernán Cortés y Holanda.
-¿Qué hacía?
-Estuvo detenido y después paseó mirando.
-¿Paseó por dónde?
-Por la acera del frente. Usted lo dijo.
-Yo lo deduje. Bien, faltan elementos. Las manos las llevaba ocupadas con la bolsa. La bolsa puede tener un anillo de...
-En las manos no. Ella descartó manos y cintura, y , algo dijo respecto de... No recuerdo.
-¡Llámala!
-No sé el número. ¿O es qué usted cree qué una empleada aparece en la guía?
-Llama a la casa de Bryner, allí te darán el número.
Discó una vez.
-Gracias, Margarita.
Volvió a discar:
-Mi jefe desea hablar contigo, Sofía.
-Espera.
Se volvió hacia su jefe:
-¿Qué le digo? Ella no desea hablar con usted.
-Dile... lo que te parezca.
-Aló, Sofía. Es sobre aquello brillante que llevaba el hombre... ¿Qué era?
-¡Ah! He estado pensando. Me parece que era como un adorno alargado.
-Gracias, Sofía.
Cortó.
-Jefe, cree que era un adorno alargado.
El inspector creó un nuevo rezo:
-Brillante, metal, adorno, alargado... raya... Hay que descartar manos y cintura. A ver: cadena, eslabón de cadena. ¡Piensen! Cadena.
-¿Cree usted qué era un reo prófugo y con grillos?
-Llámala de nuevo, gracioso. Cuando el caso termine irás veinticuatro horas a un calabozo, sin grillos. No la llames. Debo hablar con esa joven. ¡Vamos!
Todo jefe policial sale acompañado a hacer diligencias. Es el único modo de darse a conocer como tal: el trato respetuoso de los subalternos.
-¡Llámala! Dile que voy. Que nos espere.
La camioneta hasta usó la sirena en una esquina: un camión no quería dar el paso y Cortés saltó uno de sus principios. Iban rápidamente hacia cordillera, hacia la concreción, probable de un extraño rezo.
Sofía estaba en la puerta. Cortés la saludó diciendo:
-Hemos pensado en cadena, eslabón.
-No. Señor. No me fijé bien porque estaba, usted sabe...
-Lo sé y le estamos muy agradecidos. ¿Por qué dice usted que no lo llevaba en la mano?
-Bueno... Recuerdo la bolsa, los hombres no la usan. Creo que más abajo de la bolsa vi o creí ver algo brillante, alargado. Me parece, eso sí, que no lo vi siempre. Por ello estoy insegura, confusa. No quiero equivocarme.
-¿A qué se refiere?
-Se me pierde, señor.
-Dagach dice que usted tiene muy buena memoria. Hágame un favor. Mire hacia la casa y descríbalo. Perdone, Sofía: diga como es y como viste.
-Bajo, menos bajo que usted; moreno, peludo, calvo en la frente, dos dientes de oro, piernas torcidas, mueve mucho los hombros al andar, usa bigote, narigón, tiene lunares grandes en la frente, lleva un anillo en la mano derecha, viste traje azul...
-Basta, niña. Es usted notable, increíble. Me la llevaré a la policía...
-Es que lo he visto muchas veces, señor.
-¿Cuántas?
-Seis o siete.
-De todos modos es usted muy buena memorizadora. Ahora vamos a centrarnos en ese individuo...
-¿Qué vamos a hacer?
-A recordar a ese sujeto. ¿Cómo llevaba la bolsa?
-Me parece que le colgaba de la mano derecha.
-Usted dijo que el objeto era de metal, brillante, alargado y delgado.
-Sí, así era.
-Y que se encontraba entre la bolsa y los pies ¿cierto?
-Sí.
-¿Le llegaría el fondo de la bolsa a las rodillas?
-No lo vi así.
-Podríamos decir que el objeto estaría entre las rodillas y los pies..., calzados, zapatillas.
-Si, señor. Por ahí.
-¿Era el bluejean de color...
-Negro, teñido.
-¿Cómo lo sabe?
-Aquí hay dos jóvenes y se juntan con una docena de jóvenes más. Todos usan bluejeans. He tenido que lavarlos, plancharlos, coserlos y hasta comprarlos. Jamás he visto bluejeans negros.
-Puede que esté de luto -aventuró Dagach.
- Lo averiguaremos. Gracias, Sofía. Repito: usted ha sido una colaboradora extraordinaria. Lo del bluejean me parece menos importante. Yo jamás los he visto negros.
-Sin embargo, los hay -comentó Greenhill-Yo tengo uno, se venden menos que los azules, pero hay.
-Creo que no es alargado, que es circular, debe ser un sujetador de pantalones, de esos que usan los ciclistas. usa uno solo y en la pierna derecha. Por eso Sofía no pudo precisar la imagen completa al verlo pasar por el frente: cuando iba hacia la cor -¿Qué hora?
-La despedida.
-¿De quién?
-Del carabinero, hombre ¿Cómo puedes ser tan idiota?
-¿Qué se yo lo que usted tiene en la cabeza?
Fue y regresó malhumorado:
-Las dieciocho o las diecinueve horas. Algo así. Ella no tiene reloj.
Greenhill miró hacia el suelo para que Cortés no le viera la cara.
-¡Llámala!
La joven volvió a integrarse al grupo. Jamás había sido tan importante.
-Señorita, deseo que escuche el material casi completo: zapatillas negras, de basquet, teñidas o no; bluejean negro, teñido o no, bolsa negra, de mano, probablemente de esas que regalan ciertas líneas aéreas...
-Son azules -interrumpió Greenhill.
-Es cierto. Bolsa teñida de negro -el tono del inspector fue durísimo y Greenhill comprendió que no debía intentar otra interrupción-feo, ciclista, sweater negro, sin bigote, joven, delgado, un metro noventa. ¿Falta algo, Sofía?
-Sí, mueve mucho la cabeza hacia los lados. Parece un pájaro.
-Gracias, niña. Tu mejor observación ha sido la última.
Se volvió hacia su gente y gruñó:
-Si no encuentran a este gato-pájaro no van a encontrar a nadie. Por otra parte, debe haber dejado muy cerca de aquí la bicicleta: o vive o trabaja en este barrio...
- Pudo ser un olvido -se atrevió a decir Greenhill, y siguió-. Los ciclistas siempre olvidamos sacarnos los sujetadores.
-Esos son aficionados. Él es un ciclista permanente o casi -comentó Cortés.
-¿Por qué? -preguntó el osado y temerario Greenhill
-¡Ah! Porque usa un sólo sujetador. Revisaremos todo este barrio puerta a puerta. ¿Bolsa?
Greenhill lo vio venir y se apresuró a decirle:
-No siga, inspector. En verdad hemos adelantado bastante.
-¿No veo en qué? Ese hombre no está detenido.
-Usted está cansando. No deduzca más.
-Es mi obligación, por eso me pagan y te pagan. Además, él está ganando tiempo, un tiempo precioso. Sabe que estoy detrás de él y ahora sé que se nos puede ir al extranjero. Callaré, pero seguiré pensando en la bolsa. ¿No ves la asociación, idiota? S -Antes, señor, tendrá que oírme -imploró Dagach.
-¿Qué más, Turquito?
-Tengo una lista de ocho casas que son iguales a las de Bryner. Las construyó un tal Alfredo Chegneaut.
-¡Cómo no lo dijiste antes!
-Usted estaba metido en el sujetador y muy irritado, casi como ahora.
-Hombre, Turquito, Ricardo, mi hijito. Te felicito. Has tenido un gran día. Ahora es cuestión de suerte ¡Greenhill!
Los tres policías se pusieron a conversar en la esquina de las monjas francesas. Parecían tres asaltantes.
-Olvida todo lo que había ordenado. Olvida los partes. Primero veremos esas casas, pueden haber sido robadas y si no lo han sido, seguramente lo serán. Con una sola bastaría. Colocaremos puntos fijos en los interiores de las que no hayan sido robadas -Me quedo con la que conozco -contestó Dagach.
-¿Cuál conoces?
-Ay, inspector, una muy bonita que existe en Los Leones.
-En esta semana son las fiestas patrias -reclamó Greenhill-. ¿Cree usted que van a recibir extraños en sus casas? Algunos pueden haber salido...
-No me importa nada. Si han salido entraremos con llaves falsas. y no he hablado de mañana: se hará ahora mismo.
Ocho hombres cambiaron de domicilios, y otros se transformaron en choferes de alquiler, vendedores de diarios, limpiadores de calles, ciclistas, motorizados, curas y patrullaron todo el Barrio Alto en una silenciosa búsqueda. El inspector estaba feliz: Regresó solo al cuartel. Encontró a Sayen de guardia. Éste tenía los enormes pies sobre el escritorio. Se paró y lo saludó con respeto. El inspector lo enteró de lo ocurrido y Sayen, a su vez, lo informó sobre el despacho de los servicios especiales. -¿Por qué cree, señor, que volverá a robar y justo en esas casas?
-Porque sabe lo de la cerradura del dormitorio chico. Debe estar muy enterado, además, de los pormenores de la muerte de Rebeca Levi; los periodistas son acuciosos cuando tienen información, y si no la tienen... son grandes fabuladores. Él la vio mori -¿Vigila? ¡Qué ladrón más raro! ¿A quién?
-Claro. Es muy posible que trate de seguir nuestros pasos. A lo mejor estuvo en la reconstitución.
-¡No! Yo estuve afuera con Dagach. Estuve en la puerta.
-Cierto, te vi; pero él pudo verla desde el frente. Había mucha gente. Yo también. Él tenía todas las piezas del puzzle en sus lugares, nosotros estábamos en las orillas, observando el desorden. Nadie sabía nada, "portero".
-¿Pudo hacerse sospechoso?
-¿De quién? Solamente de Sofía Rojo, pero ella no es policía, se fijó en ese hombre el domingo solamente por su calidad de hombre y no porque le pareciera sospechoso de ninguna cosa, si lo hubiera vuelto a ver en la reconstitución, habría reaccionado en -¿Y por eso volverá a robar? No tiene por usted ni por nosotros respeto alguno.
-Al contrario, lo tiene. Pero, se llevará una desagradable sorpresa.
-Señor, faltan dos días para el dieciocho.
-¡Al diablo con el dieciocho! Andamos detrás de un peligroso ladrón-asesino. Él tampoco podrá pensar en banderitas ni desfiles. Bonito sería que la policía interrumpiera su trabajo para celebrar festividades añejas. No somos particulares, y por ello l -Me pierdo inspector. Espero, eso sí, que logre cazar al ladrón metalúrgico.
-Ustedes, me refiero a Greenhill, Dagach y tú, han estado todo el día buscándome el odio. Aliaga encontró un trozo de bronce en el parquet del living-comedor. Tú lo viste: era muy parecido a los de la pisada del jardín. ¿No ves la relación?
-No, señor. Lo siento.
Cortés sentía verdadero cariño por Sayen. Lo sabía leal, noble, fuerte, sencillo. Más de una vez se había jugado el pellejo por sus compañeros. Frenó su ira. Sabía muy bien que un cuerpo policial, como todo organismo vivo, recurre a lo que tiene y qu -Perdona, Abraham. Este caso me tiene mal. En la casa de Bryner sólo había tres personas y un gato; dos eran mujeres y Bryner, tú lo sabes bien, es abogado. Ninguna de ellas tiene que ver con metales.
-Bryner arreglaba cañerías y enchufes. En el garage tiene un montón de herramientas de mecánico.
-Sí, Sayen, sí. Bryner sufre de ciática y si no la sufriera tampoco podría saltar. ¿Para qué diablos iba a saltar su propia reja? Tú me vuelves loco, muchacho. Eres un adoquín con placa policial. Para que de alguien que salta se desprendan partículas -Sí, señor.
-Espera que termine, muchachito. Nadie, en esa casa, calza cuarenta y cuatro.
-Sí, me convenció. No me castigue más. ¿Cuál es el oficio del ladrón?
Silencio de colcha, de sopa espesa y caliente. La mejor combinación celular-nerviosa-policial, tampoco conocía la respuesta. El inspector quedó frío. Sayen también podía golpear muy duro con las palabras. Después de un rato, como siempre ocurre, el h -Lo ignoro. La cosa debe estar entre relojero, electricista, mecánico, cerrajero, tornero, gasfiter. No lo sé. Será cuestión de precisarlo. Necesito algún tiempo y alguna paz. Necesito limpiarme los oídos con un alambre para clavar todas las pregunt

CAPÍTULO CUARTO

EL GATO

La noche de la muerte de Rebeca Levi, Samuel Domínguez, a quien más tarde la policía conocería con el apodo de "El Samuelito", llegó, como siempre, en bicicleta a su casa de la calle Dávila, ubicada casi frente a la Novena Comisaría de Carabineros. Su m La casa verde, una más entre la Avenida La Paz y Fariña, de adobes, se alineaba junto a sus iguales. Domínguez la arrendaba a un ex sargento de carabineros, de apellido Soto, que seguía sintiéndose policía no obstante haber jubilado veinticinco años ant La pareja se besó. Un chiquillo, de unos seis años de edad, fue alzado en brazos y acariciado cerca del techo. Se estaba acostumbrando a la altura.
Un dueño de casa, después de un fatigoso y azaroso día-noche de trabajo, siempre produce alegría y la busca, si es que tiene familia y ésta gira alrededor del amor. Pero, no todos los días son iguales.
-Tengo pollo asado, Samuel.
-No comeré, Tina. Las cosas no andan bien: había una mujer y murió.
-¿Le pegaste?
-No. Bien sabes que no me gusta la violencia. No puedo sacarme a esa mujer de la cabeza: era gordita, pequeña y muy blanca. Con la misma cara se me figura una moneda luminosa, un pulpo de chocolate. ¿Qué sé yo? Hasta la he visto girando en el aire. -¿Por qué dices: "Parece una moneda"?
-Porque la tengo aquí -Samuel señaló con su dedo índice derecho, su entrecejo-. Se ha venido conmigo delante o en los lados de mi bicicleta, junto al manubrio y, sigue conmigo. Es horroroso, desquiciador, llevar entre los ojos un escenario de crimen ilu -¡Estás loco, Samuel! Es sólo una impresión fuerte. Ya pasará. Seguramente es la primera vez que te topas con un muerto.
-No, he visto muchos. Es la primera vez que mato.
-¿No puede ser? ¡Dios mío!
-No levantes la voz: el niño puede escucharte. Probablemente se impresionó demasiado al verme aparecer tan repentina y sigilosamente junto a ella. Mi estatura es horrible y esta ropa negra y mis movimientos largos... Yo la creí dormida. ¡Pobrecita! < -Ella no puedo saber si eras alto o bajo: cuando a uno lo enfocan con una linterna sólo ve la luz. Me lo has hecho cien veces.
-No es lo mismo, Tina. Yo estaba jugando contigo. Una luz alta que camina, luz extraña y en la propia casa...ni siquiera un hombre permanecería tranquilo. Recorría la habitación en busca de joyas; no la había visto: estaba sentada en la orilla de la c -¿Qué dijo?
-Nada. Gritó de un modo raro y bajo, mitad pájaro y mitad perro... Movió un brazo, el derecho, como aleteando. Ese es el brazo del molino. Quise calmarla y no supe cómo hacerlo. Después se quedó quieta y celeste. Blanca. Entonces empezó a redondea -¿Qué edad tenía?
-Unos cincuenta años. Esa mujer debió vivir al margen de todo, lejos de extraños, de la realidad...
-¿La anestesiaste, Samuel?
El ladrón movió afirmativamente la cabeza y con voz aún más baja murmuró espirando:
-Desgraciadamente. Lo hice por oficio. Uno tiene que tomar medidas de seguridad personal. No era sólo por ese robo, por todos los que he cometido.. Son gajes de la misma causa. Esto es lo duro para mí, Tina: la maté con el éter o del susto...
-Pudo haber estado enferma...¡No lo tomes así, corazón!
-¿Enferma? La vi bajar del auto: estaba radiante. ¿Cómo debo tomarlo? Yo soy un asesino y ni siquiera he herido a una persona.
-¿Robaste?
-Algunas joyas y cerca de mil escudos en billetes. Las joyas no sirven para nada.
-¿Son de mala clase?
-Son muy buenas, pero tendremos que enfrentar al inspector Cortés, de la Brigada de Homicidios. Es lo grave para nosotros: se me echará encima y no descansará hasta detenerme.
-Él no sabe de ti. Jamás te ha visto.
-Pero yo sí sé de él y lo he visto muchas veces. ¡Ay, esposa mía, Tina, presiento que llegó el final!
-Es la mujer muerta la que te tiene mal.
-¡Cierto! Esa muerta me seguirá en la figura de un hombre chico, incansable, con cara de mono y que tiene el brazo más largo del país.
-No te entiendo.
-No hace falta. Nada cambiaría si me entendieras. El pulpo de chocolate se pondrá amargo y duro. Lo sé, lo estoy viendo venir, golpeando en esta puerta.
-Podemos irnos hacia el sur, Samuel. Es más tranquilo. Los policías están hechos a otras vidas, otras costumbres. Perfectamente puedes pasar inadvertido.
-No tenemos dinero. Mi reducidor no ha podido vender mis últimos robos: dice que no hay compradores porque escasea la plata. Necesito dar un golpe de billetes grandes, azules. La Escuadra Libertadora empaquetada: treinta o cuarenta centímetros de barc -Bien; pero come algo. Ese inspector no puede ser infalible.
-Tina, ese hombre es policía sólo porque le gusta cazar asesinos. Goza esposando a los huidizos. Jamás se he metido con ladrones o estafadores; pero no perdona muerto. Se cree el ángel vengador de esta sociedad podrida, que lo trata miserablemente. ¡ -Pero si no te conoce, Samuel.
-Sí me conoce: yo fui hace años, por una corta temporada. cajero del Casino de la Policía Civil, don Oscar Lennon era el encargado y me contrató. Allí nos tratamos. Es cierto que de eso hace más de diez años, pero con un hombre así... nadie está segu -Samuel, tú eres un hombre culto, sin prontuario. Llevas más de dos años robando casi todos los domingos en la más perfecta impunidad. Sin duda tienes una buena técnica, ropa especial, un amplio conocimiento de cerraduras y una clara inteligencia. Nun -Tina, por última vez te digo que es peligrosísimo. Lo conozco no sólo por haberlo tratado en Investigaciones, sino porque he ido a verlo y a oírlo cada vez que ha dado una conferencia. Sé cómo piensa, incluso, he leído sus libros y he estudiado el mat Las dos últimas frases las había dicho mirando sin ver, embobado y así seguía. Tina se preocupó aún más de lo que estaba. Nunca sabe el ser humano cuánto es lo que puede soportar. Domínguez parecía haber tocado fondo. Para salir de dudas optó por pre -¿Irás mañana al taller?
No hubo respuesta. Acortó distancia y de piel a piel la repitió con su mejor voz, usando un tono claro, mesurado, cariñoso. Lo vio regresar desde el infierno y respiró tranquila al oírlo decir:
-Sí, mi hijita. No puedo faltar. Se notaría. La gente puede hablar y eso podría llegar a los oídos del inspector que tampoco son humanos.
Sí, ése era su marido. No sólo un gigantón en lo físico: sabía luchar en todo terreno y jamás se descuidaba, llegando, a veces, hasta la temeridad. Sí, se había recuperado en pocos minutos. Jamás le diría lo ocurrido. ¿Para qué? Al saberlo tomaría co -Ya que es tan hábil, Samuel, dime todo lo que sabes de él. Quizá pueda ayudarte.
El ladrón secó su extraña traspiración de la frente y cuello con un pañuelo. Encendió un cigarrillo y sonriendo dijo:
-Es bajo, flaco y feo. Tiene los brazos muy largos, por eso le dicen "Mono". Se crió en el barrio Matadero como un pelusa cualquiera. Creció entre choros y policías, entre homosexuales, prostitutas, regentes y cafiches. Ha vista florecer la rosa de l -¿Tiene familia?
-Sí. Pero cuando pesquisa se olvida de ella.
-¿Tiene amigos?
-Miles. Es la excepción que quebró la regla. Sus amigos le son incondicionales: se lo permiten todo.
-¡Caramba! ¿Tiene amante?
-No sé tanto de él, mujer. Ahora comeré algo. Parece que el susto se me está pasando...
-Es que si tiene amante, bien podrías robarle.
-¡Estás loca! Pesquisa con verdadero ahínco el crimen en sí. ¿Imaginas lo que haría si alguien, un ladrón, fuera contra los suyos? ¡No! ¡Sírveme! Además, habría que acercársele para hacer averiguaciones, lo que equivaldría a meterse en las patas de las -Perdona, Samuel. Fue la desesperación. Lo hice para ayudarte de alguna manera....
Comieron en silencio. Tina acostó al niño que cabeceaba en un sillón. El matrimonio también se fue a la cama.
Cuando Samuel Domínguez apagó la luz, ambos espíritus seguían encendidos al rojo y ambos lo sabían: ese matrimonio se había compenetrado más allá de la materia que germina. Samuel habló en voz baja, taladrando su mente, su oficio, su vida, en un monólog -Es curiosa la vida. Mi estatura, agilidad, fuerza, inteligencia y cultura me han servido, hasta hoy, para salir adelante en todo, incluso en el difícil y peligroso campo del delito. Ignoro cuánto dinero tenemos en joyas, pieles, cuadros, cuchillerías, -¿Te retiras?
-Sí, Tina. El hombre sobresaliente, el hombre cabeza en cualquier actividad bien remunerada, ha luchado y lucha contra otros hombres. Se premia o lo premiaban con objetos de arte, joyas, condecoraciones. Premiaba a su mujer con pieles, rubíes, esmeral -¿A quienes te refieres?
-A un "Mono" y a una muerta incansable.
-¡Duerme! Deja esa obsesión.
-¿Cuál? Están unidos. Ignoro lo que sabe o pueda llegar a saber Cortés. Sé que no dejé huellas papilares porque usé guantes. Además, las huellas dactilares no me importan, no estoy fichado y a mí no me van a contar la historia de la dactiloscopia. No -No, no deseo verla ni siquiera a la luz del día. ¿No crees Samuel, que tu operario podría encontrar el escondite?
-No. Es un muchacho sin cerebro que sólo sirve para pasarme herramientas y sujetar puertas. Apenas si ha aprendido a copiar llaves.
-Bien, esposo mío. Ahora que te has confesado, duérmete.
-No puedo. Estoy reviviendo hechos, revisando el caso, para ver de qué podría valerse ese endiablado inspector. Estoy aprovechando la ausencia de la señora azul... Al saltar la muralla tampoco dejé huellas. Perdona que hable en voz alta, esto también -Pero, si el olor a éter no tiene tu nombre.
-Buscarán en las farmacias. ¿Qué sé yo?
-¿En cuál? Yo lo compro en la botica del frente. Recupérate y pronto, porque si no lo haces, serás presa fácil para el inspector.
-Trataré, mi amor. Sé que investigarán sobre compradores. Menos mal que aún tenemos bastante de ese líquido. El piso era de parquet y tenía alfombras, no, no seré detenido por huellas de pisadas. ¿Huellas? ¡Las baldosas! ¡Sí, Tina, me pillarán! Pisé -¿Quemar qué? ¿Qué botarás?
-Las zapatillas de goma. Ahora saben cuánto miden mis pies, que son verdaderamente grandes y hacia qué lado cargo el cuerpo. Son más que un buen par de pistas: son un aviso negro con arabescos blancos.
-Hazlo mañana, Samuel. Por bueno que sea el inspector, ya te lo he dicho, no es mago ni brujo ni adivino.
-No estoy tan seguro. A veces es algo más que todo eso. No podré dormir pensando en mis viejas zapatillas y en la condena que pueden significar. Esa señora no se saldrá con la suya. No le daré chance alguna al inspector.
-¿Volvió la señora?
-No, menos mal. Por eso estoy desesperado.
-Más peligrosas son las joyas: las que allí dejaste y la estrella que trajiste.
-Tienes razón. Todo se lo llevaré a mi compadre. Él es chico, jamás será perseguido por tener los pies enormes.
-¿Cómo puedes pensar así? No van a detener a todo hombre que tenga los pies grandes y mucho menos allanar sus casas.
-Trabajo en ese barrio, harán rondas, vigilarán. Créeme, conozco mi oficio, he estudiado para ladrón.
-Es medianoche. Llegar a Yrarrázaval, abrir el taller, sacar las joyas, las zapatillas, el éter, te llevará mucho tiempo. Luego... tendrás que ir a la casa de tu compadre; puedes sufrir un accidente, estás muy nervioso. Te pueden robar. ¿Por qué no? -No sé. A esa casa fui llamado hace algún tiempo, cinco o seis meses, para arreglar una cerradura en cuyo interior se había quebrado una llave. Fue a buscarme la propia señora. La arreglé y revisé las otras cerraduras. Entonces me di cuenta de la exi -¿No dejaste huellas en la otra casa?
-Debo haber dejado muchas porque actué en la misma forma, salvo que, para entrar, usé presión y un delgado punzón de acero. Como nadie murió, nada ha pasado. Eso es lo terrible que tiene este caso: el inspector lo verá todo, preguntará hasta por las op -¿Qué más hay?
-Ah, aplasté el trébol cuando me tendí sobre él. En estos momentos o en horas más, estarán calculando mi estatura...
-No encuentro, en lo que has dicho, nada peligroso. ¿Te vio la empleada, cuando arreglaste la llave quebrada?
-Sí, pero sólo de paso. Fui en bicicleta y la dejé en el jardín, frente a la cocina. Me vio desde arriba.
Samuel Domínguez empezó a vestirse con apresuramiento. Su negra chomba le daba el aspecto de boxeador en training.
-¿Quieres café?
-No. No me gusta el café con chocolate amargo.
-¿Otra vez?
-No, no del todo. Sólo estoy viendo un aspa de molino. No sé lo que ella quiere, pero yo me estoy jugando la libertad. Iré como un demonio, para eso tengo un par de buenas piernas y resistencia suficiente.
-¡Cuídate! No estás solo en este lío.
El nervioso gigante remontó Dávila hasta Recoleta y siguió por Avenida Santa María hacia los contrafuertes. Cruzó el puente del Arzobispo y tomó Las Lilas. Luego, Pedro de Valdivia hasta Yrarrázaval. En su mente se había producido un cambio: el inspec -¡Fíjate, jetón! ¿Te crees el dueño de la calle?
Samuel calló. No estaba en condiciones de meterse en otro lío, con el que vivía era más que suficiente. Además, no le gustaban los niños ebrios. Subió en su bicicleta y echó a andar, pero el borrachito le dio un puntapié a la rueda delantera y Samuel -Pareces una hormigota ¡Ah puchas, la porquería hedionda que llevabas!
El lugar más o menos oscuro, no ocultó el brillo de las piedras finas: le fue fácil recogerlas. Por las dudas, se ayudó con su linterna. Como ignoraba cuantas eran, corrió el riesgo de llamar la atención de otros trasnochadores y volvió a abrir su nego Como pudo utilizando manos y piernas, logró enderezar la rueda y volvió a montar en su vehículo. Sabía que algunos rayos necesitarían las manos de un experto. Tendría que arreglarla. El borrachito volvió a acercarse:
-¡Eran joyas! ¡Las vi! ¡Tú debes ser un ladrón!
Le dio un empujón suave, suficiente para sentarlo en el medio de la calzada. Un rápido pedaleo lo alejó del lugar. Iba como huyendo y de bajada. Flecha negra lanzada contra un rostro. Pensaba llegar hasta Vicuña Mackenna, pero en Pedro de Valdivia fr Retomó el camino hacia la casa de su reducidor. Sabía que le quedaban algunas horas de absoluta impunidad: "Tal vez días, y con suerte"...
En el solitario Parque Forestal respiró profundamente el frío aire. Ya no veía fantasmas con tules, no tenía espacio: toda su mente la ocupaba un corto apellido. Volaban los árboles y las sombras. En el nocturno paisaje era un rápido cuchillo de goma Golpeó con brusquedad: estaba quemando la odiosa energía que dan la rabia y la impotencia. Su propio compadre abrió la puerta con un:
-No son horas, Samuel...
-Un ladrón en apuros no tiene horario. Hace algunas horas murió la mujer en cuya casa robé.
-¿La mataste?
-No. Murió de susto. Aquí traigo el botín y estas zapatillas que debo quemar, porque dejé huellas en unas baldosas. El caso lo pesquisará Cortés.
-¿Por qué él?
-¡Hombre, compadre del carajo, por la muerta!
-¿Cómo lo sabes?
-No se pierde "fiambre" y éste es con robo. Estará feliz al comprobar que un choro rompió el compromiso.
-¡La gran... siete! Se acabaron nuestros sueños de vivir y robar en la Argentina. ¿Qué haremos, Samuel?
-Vine por respuestas tuyas. Por lo pronto quemaremos las zapatillas y guardarás estas joyas en lugar aparte. No podrás vender una sola. Olvídate de ellas. Mejor entiérralas, y esto vale también para la Argentina. Cuando me calme, intentaré otro robo -¿Y el inspector?
-Él es la verdad, dirá: estaba viva antes del robo. No sé que pasa con el éter. A mi me aflige, me ahoga y lo huelo muy poco y desde lejos. ¿Qué pasará con los que tienen que aspirarlo varias veces y tan encima?
-Se duermen. ¿Qué otra cosa puede pasar? Para eso lo usan los médicos en ...
-Lo sé, idiota. Me refiero a lo que sucede con el corazón, pulmones, cerebro...
-¿Cómo quieres qué lo sepa yo?
-¿Ves? Por allí se echa a perder el asunto para mí y para ti: también ignoro lo que podría decir al ser detenido. Soy cobarde ante lo desconocido...
Reyes empezó a preocuparse, las últimas palabras de su compadre le habían llegado al hueso. Asió una botella de bencina y empapó las zapatillas. Acercó la llama de un fósforo:
-Verás como las llamas lo consumen todo.
El humo era espeso y acre. El género se consumió con alguna rapidez, pero la goma se defendía. Volvió a empapar las enormes y ya deformadas plantas, éstas se recogieron un poco más formando globitos encadenados. Tuvo que quemar madera y usar unas espe -Menos mal. Cortés tendrá una pista menos. He trabajado duro.
-O tendrá una pista más... ¿Quién podría saberlo? Bueno, compadre, me voy. Tina está nerviosa. ¿Qué hora es?
-Las dos y cuarenta y cinco minutos.
-Si me va bien... regresaré el próximo domingo.
-Cuídate mucho. Yo también tengo miedo. ¿Crees qué pesquisará los otros robos?
-Sí, compadre. Tirarán de la cuerda como los ilusionistas y sacarán todo lo que haya en mi sombrero y luego, en el tuyo. Interrogarán a Tina y a mi hijo, a tu mujer y a tus hijos, vecinos, familiares, amigos, amantes. No dejarán piedra en su sitio. E -Caramba, compadre, usted sí alienta. Está pintado para dar pésames y consuelo.
El pedaleo en sentido contrario, rumbo al sur, era mecánico, inconsciente: un mono hacía piruetas en una cabeza ardiente y en un manubrio frío. El mono era pequeño y tenía placa policial de plata. "¿Qué habré olvidado ahora? ¿Me habrá visto esa emplead En quince minutos estuvo en calle Dávila y cortó hacia el poniente.
El carabinero de guardia lo vio llegar y se saludaron:
-Lo pillé trasnochando, don Samuel. ¿Una farrita perdida, tal vez?
-No amigo. Un cliente había extraviado la llave y no podía entrar a su casa. Buenas noches.
Apenas abrió, su mujer lo interrogó con una sola letra:
-¿Y?
-Todo bien; solamente tuve un incidente sin importancia con un ebrio. Reyes quemó las zapatillas y guardó las joyas. ¡Las joyas! ¿Cuántas serían? ¿Las habré recogido todas?
-¿De qué hablas? ¿Qué dices?
-Otro error, aunque involuntario: cuando el borracho me empujó, caí de la bicicleta y, la bolsa, mal cerrada, se abrió. Algunas joyas cayeron sobre el suelo. No sé cuántas eran.
-¿Las qué cayeron?
-Esas y las que robé.
-¿Cómo puede ser?
-Es que tú no has robado nunca. No sabes lo que es estar expuesto a que te den un tiro, te muerda un perro, se suelte una cornisa.
-No me vengas con cuentos, Samuel Domínguez. Tú eres un ladrón profesional que toma todas las precauciones.
-Lo sé, mujer, pero nunca había robado a un muerto y me enceguecí. Ni siquiera elegí bien. Recuerdo que le saqué a tirones la estrella del cuello.
Tina tiritó.
-¿Qué es lo qué crees ahora?
-Que... que algunas pueden estar todavía en la calle. Ese enano también me puso nervioso. ¡Qué día maldito! Debo cerciorarme. ¡Iré!
-Escucha, mejor ladrón de Chile, ese inspector te ha hecho, sin dar un solo paso, perder los estribos. Quemar las zapatillas fue un error, bastaba con esconderlas o botarlas en cualquier parte. Un vecino pudo oler la goma quemada y ubicar la casa de Re -Cualquiera puede hacerlo en su propia casa.
-¿Después de la llegada de un ciclista qué viste de negro y pasada la medianoche? ¿Un ciclista que golpea con fuerza y lleva una bolsa?
-¿Cómo sabes qué golpeé con fuerza?
-Estás enojado y así, eres sólo una bestia física. Tus golpes pudieron despertar a más de un vecino. Estás pidiendo a gritos que te detengan. Oí cuando te disculpabas con el carabinero. ¿Qué le dirás ahora? ¿Voy a ver si se me quedaron botadas en la -Que te enfermaste. ¿No sé? Que el niño...
-No metas al niño en esto tan sucio, ciclista repetido y acobardado. Sale y dile que te detenga. Así ganarías tiempo y te tranquilizarías. Porque si sigues como estás, hasta un policía ciego daría contigo.
-No te enojes, Tina. ¡Razona! ¡Oriéntame!
-Un ciclista enorme, porque eres un elefante, en una misma noche, efectúa dos veces el mismo recorrido; el mismo ciclista, cerrajero, dueño de un taller, abre dos veces de madrugada, su taller, y, con linterna en mano busca otra vez lo que antes no encon El hombre bajó la cabeza.
-Sí, sólo soy un ladrón asustado. Tengo que ir y no sólo por mí...
-Intenta, al menos reconstituir los hechos, en especial, el robo. ¿Qué fue primero que robaste? Usa la cabezota que Dios te dio...
Detuvo las vivencias y las aprensiones en un extraordinario esfuerzo mental. Volvió a situarse delante de la puerta de aquel dormitorio. La voz de su mujer se interpuso entre Bryner dormido y él: decía: "Habla, Samuel. Necesitas hacerlo" Se volvió hac -El dinero del velador del hombre y su reloj.
-¿Después?
Domínguez juntó las manos.
-Sí, el prendedor de ella, uno muy bonito que llevaba sobre el vestido y luego la...
-¿Por favor, querido?
-... estrella...
Vaciló. Tomó asiento al lado de su mujer, recostándose en el vientre cálido, tibio. Tina le pasó las manos sobre los cabellos y la cara. La barba áspera estaba húmeda. La voz del hombre bajó el tono y entrecortó las frases, sonaba distinta y distante -...un mueble, había más dinero; la cartera de mujer estaba abierta y también tenía dinero y un prendedor. De un cofrecito saqué anillos y otras joyas. Después tomé unos aros... No recuerdo de dónde, un relojito. Creo que una cruz o algo así, no esto -¿Cuándo te diste cuenta del fallecimiento?
El hombre se estrechó a su mujer y tembló. Con un ojo la miró asombrado:
-Después de sacarle el prendedor.
-¿La habías anestesiado?
-Sí.
-Comprendo. Después vino el tirón a la estrella y tus manos tocaron su cuerpo sin vida...
Se puso de pie de un salto y salió a la calle sin siquiera fijarse en el carabinero. La carrera en bicicleta era de desesperación: "Miraré bien. Puede que encuentre alguna más. Pronto aclarará y cualquiera podrá verla. Ese borracho chico pudo recoger Abrió el taller y encendió otra vez las luces y otra vez empuñó su linterna. Recorrió la vereda milímetro a milímetro. Recordó las palabras de su mujer y le parecieron sensatas: siempre ocurre lo mismo, el que no lava loza no quiebra platos. No encont No recordaba facciones ni ropas. No recordaba nada porque no le había dado importancia. "Ah, pero él puede recordarme. Tiene que recordarme: yo lo empujé. Podría reconocerlo por su reacción. Lo buscaré. Buscaré al hombre pequeño que me rehuya o huy Recorrió las fuentes de sodas y los bares haciendo ostentación de su presencia con su más alto hablar y golpes en los mesones al pedir cerveza. En la última "boite", al llegar a Vicuña Mackenna, le pareció verlo. No, era sólo parecido a la vaga sensaci Diez de Julio puede ser un lugar para ocultar a un ebrio en fuga, a un ladrón o varios, un asesino o montones. Es una avenida que de día da incontables martillazos sobre hierro y tuercas. Pinta, pule, compra y vende vehículos, engrasa, aceita, arregla Siguió recorriendo, lleno de aprensiones, las pecaminosas y bulliciosas calles y callejuelas de los alrededores de la avenida. Lo llamaban bocas pintarrajeadas de miseria, alcohol, tabaco, drogas:
-Ven a casarte, nene.
-¡Piérdete conmigo!
-¿Quieres una novia fiel?
-Ven a mi, chiquito, soy barata y rica.
-¿Tienes un cigarrillo?
Seguía teniendo miedo y rabia. Taconeaba frente a las mujeres sin oír las gastadas frases de siempre. Era una búsqueda desesperada e inútil que ya empezaba a oprimirle el pecho. Sabía que no podía preguntar: ¿Ha visto por aquí al enano borracho qué me No aparecía y no apareció.
Aclarando tomó el camino de su casa a marcha lenta, marcha de derrota, de fracaso como investigador: "Chomba negra, pantalón bluejean y bicicleta azul. Diez, cien o más personas me vieron esta madrugada. Una de ellas pudo ser policía. Uno de los hombr Su verde casa parecía más brillante que la última vez que la viera de lejos. No quiso fijarse en el carabinero. Su mujer mantenía la misma angustia en la mirada:
-Nada, mujer. En la calle no apareció joya alguna y ningún enano.
-¿Cuál enano?
-¡No importa cuál! Nada importa una joya más, tengo tantas.
-¿Irás al taller?
-Quiero dormir un sueño tan larga como el de la dama gorda. Estoy cansado, aburrido, amargado...
-¿Puedo hacer algo por ti?
-Sí. Dejarme tranquilo.
Desde el dormitorio una voz fina preguntó:
-¿Estás de pie, papá?
-Sí, hijo.
-¡Ven!
-Es que ya me voy para el trabajo. ¡Duérmete! Aún es muy temprano para ti.
Se volvió hacia su mujer:
-Perdón, Tina. Iré al taller.
-Tienes sueño, duerme un rato...
-Lo sé y sé también que no puedo cambiar mis hábitos.
-Pero, si desde anoche es lo único que has hecho.
-También lo sé. No trates de enmendarme. Quiero que el vecindario de aquí y de allá me vean como siempre y a la misma hora. Sé que el carabinero de guardia es peligro vivo, que me vio salir dos veces, pero me es imposible cambiar lo hecho.
Desesperado besó a su mujer y a su hijo y regresó al taller pedaleando con lentitud y pensando con calma: "Si el borracho tiene una más de esas joyas las venderá y con ese acto tan simple me mandará a prisión de por vida". Atravesando el río se preguntó Abrió el taller y recomenzó su diario vivir honesto, tal como lo hacen millones de seres y miles de delincuentes en ésta y en otras ciudades. Honrados a la espera de la oportunidad, honrados en el disimulo. Honradez aparente, quisquillosa, el verdadero Pedro Miguel Pérez, el muchachito que le servía de ayudante, seguía comiéndose un enorme pan blanco. Saludó a su patrón con un murmullo apagado por migas y saliva y se puso a barrer el taller, a limpiar y ordenar los mostradores llenos de limas, tuercas -Espera, Pedro Miguel, lo haré yo. Tú limpia los lados del esmeril.
Con la escoba en la mano y una insignificante esperanza en el ánimo, empezó a barrer y a mirar la superficie de cemento y los pequeños cuadrados de tierra de los árboles. Definitivamente perdió toda esperanza.
Tiró la escoba en un rincón y tomó un modelo de llave para matar el tiempo y copiarlo. No logró emparejar los sacados ni los cantos. Un montoncito de bronce brillante se acumuló frente a sus ojos al lado de las puntas de sus hábiles dedos: las partícul Volvió a sentir helada la nuca enorme y con los ojos cerrados siguió, durante un trecho corto, la marcha de las frías gotas de sudor que se deslizaban desde su frente. Ya empezaba a conocer esos síntomas... o lo que fuera. Se negó a pensar en la causa Miró sin ver la hora, su reloj de pulsera y tomó su bicicleta.
-Pedro, iré a ver a una señora... cliente que me tiene citado a las diez...
Fue... hacia la ruta que lo obsedía con todas las características externas del embrujado, magnetizado por una casa de ladrillos rojos, imantado por el peligro, por el poderoso juego razón-instinto-destino que otro hombre personificaba.
Desde lejos vio el negro furgón de la morgue. Era un negro frío, un negro acero, un negro que hería el verde de los árboles y el violeta de los contrafuertes cordilleranos. Dos automóviles y la camioneta de la B.H. La gente, agolpada sobre la reja, mi Diez metros cuando pasó frente a la casa, ya eran cientos y bien podrían ser miles o millones; pero su mujer y su hijo, el dinero y la vanidad, eran amarras firmes y el tiempo nunca parece ser igual para los humanos que se oponen entre sí, para los que ci "No me vio. Y si me hubiera visto y supiera de mi autoría, no se habría movido de ese jardín. Juega sus piezas de acuerdo a un plan. Jamás improvisa. No van a cambiar un sistema que siempre le ha dado resultados". Diez metros en línea recta y en el Se desmontó con desgano y había ido a buscar energías.
-Don Samuel, su esposa acaba de llamarlo.
-Gracias.
Discó el número de su casa dejándose llevar por el dedo. Uno nunca sabe de la importancia de los recuerdos sobre recuerdos: el saber útil es sólo un recuerdo a tiempo.
-¿Qué pasa?
-¿Cómo estás?
Diálogos del amor. Alguien debe contestar al otro. No es posible un diálogo de preguntas.
-Bien. ¿Qué ocurre?
-Nada. Simple aprensión: te vi demasiado cerca del peligro y deseaba oírte.
-Diez metros cortos.
-¿Qué pasó?
-Una visita de cortesía hecha a la distancia. No te preocupes y no vuelvas a llamar. Nuestro amigo saltón, chico y peludo, el de las manos largas, también tiene el mejor oído del país.
-Entiendo, vida.
-Gracias. No iré a almorzar. Tengo mucho trabajo.
Su empleado seguía comiendo pan.
-¿Alguna otra cosa, Pedro?
-No, don Samuel ¿Qué pasó con sus zapatillas negras?
-Se las comió el ácido. Iré a comprarme otras.
Estaba inquieto. Salió.
En una tienda del barrio compró un par de pantalones claros, un sweater amarillo y zapatillas de un azul que tenía mucho de celeste. Necesitaba cambiar de aspecto y derrumbar patrañas. Cambiar el ánimo, ser otro; no temer. Regresó a su taller y se cam Un cliente gordo y rubio quería una simple llave y no pudo hacérsela al primer intento. Lo logró traspirando. Pasó tres horas arreglando las cremalleras y las chapas de un Chevrolet. No sintió hambre. A las dieciocho terminó de arreglar un cilindro d Dos detectives -los revólveres mostraban bultos en las mismas partes traseras de los vestones-, tendían una lona alquitranada entre la casa de dos pisos y la de Bryner. Domínguez pasó lentamente. Allí estaba la empleada de la casa vecina. Se detuvo f Otra vez diez metros, tal vez ocho, lo separaban de su enemigo. Esos metros eran su ventaja y su libertad. Cortés lo ignoraba todo. Lo vio salir hasta la misma puerta de calle. Casi podría rozarlo. Cierto, estaba más viejo y lento, su gesticulación Cerca de las veintiuna horas llegaron otros vehículos y dos hombres se encaminaron hacia el lugar del hecho, ambos portaban maletines de médicos. Unos focos fueron encendidos y una pareja de carabineros disolvía el enorme grupo de curiosos: la función i "Fantasmas de carne y hueso intentando lo imposible. Nunca podrán entender que un asesino también puede ser visita en su propio crimen y no por remordimientos. Para agacharse sobre una huella hay que tener oficio y el oficio se adquiere por acumulación Por la calle Chile-España se encaminó hacia el sur. Llevaba las retinas llenas de imágenes sobrepuestas: una casa con un gato gris y dos mujeres de distinta condición social y una llave quebrada en una cerradura; la misma casa sola, con excepción de los El caminar, como el mirar y casi todo lo sensorial, obedece lo aceptemos o no, a una derivación del sentir o del pensar o a ambos en cualquier orden. Lo animal del hombre es siempre lo primero. Animal confuso, variable, sugestionable, débil, fuerte, in Domínguez recurrió a lo mejor que tenía: su inteligencia y, recomenzó a vivir hechos y a situar personas. No tenía apuro dentro de su dramática urgencia: los robos le habían enseñado el valor de la calma. Sabía que el tiempo que gastara, si lo gastaba Un hombre siempre huye cuando el peligro es real. Lo mismo hacen los animales. El cerebro humano, montado sobre el viejo instinto, cambia poco el asunto: se empieza por analizar hechos y conductas y todos son supervalorados o despreciados. Cuesta ser Cortés buscaba al autor de los delitos cometidos en Avenida Holanda, porque era su obligación de oficio. La gente recurre al policía por necesidad social, por la misma razón recurre al cerrajero. Cerrajero y policía son roles comunitarios; para que se Cortés, por ejemplo, se sentía desafiado por los criminales y aceptaba el reto en su esencia. Allí no hay reglamentos ni obligaciones que valgan. Domínguez desafiaba a la sociedad y sus instituciones, incluyendo, por accidente, al inspector, y también Curiosamente Samuel Domínguez estaba inquieto y satisfecho. Insomne y preocupado porque el rival era fuerte, pero él también lo era: "Todavía lo tengo clavado en mi sitio del hecho y ya han pasado más de doce horas" -pensaba. Siguió caminando con mayor Sólo un vehículo se veía frente a la casa de la calle Holanda: la vieja camioneta verde de la B.H. "El hombrecito tiene un trabajo duro y no soltará la presa así como así. Debe estar estrujando las baldosas e interrogando a las alfombras."
Todos los curiosos habían sido vencidos por el sueño, el hambre, la sed, el cansancio o lo que fuera: el interés por saber lo que pasa, siempre es, mayoritariamente, corto. Ningún grupo es profundo, aunque se trate de una selección de individuos. Para Dio la vuelta por Aguilucho y salió a la Avenida Los Leones. Tenía ánimo para fijarse en las luces del tránsito y hasta en algunas mujeres: el acróbata peludo se había caído del manubrio.
Su mujer estaba en pie, dispuesta a dar y recibir: por un hijo y un marido toda hembra normal lucha. Lo besó:
-¡Ay, Samuel! Te cortaron el cabello, traes otras ropas y hasta otras zapatillas. Te ves diferente y hasta guapo.
Había notado un favorable cambio en su hombre.
-Gracias, amor mío. Lo sé: una empleada me miró, me desnudó y me acostó en su lecho de pupilas negras. El hombre sigue trabajando mi caso. Llevó todo un laboratorio y dos médicos. Es un maniático del crimen.
-¿Sigues con miedo?
-Sí, es natural que lo tenga y no quiero perderlo. Creo que excitado se hacen mejor las cosas. De las tres casas que tengo vistas para robar, hay una que ocupa un comerciante de la Vega Central. Deposita los lunes. He estado haciendo averiguaciones. -Con tanto dinero debe andar armado. ¿Qué edades tienen los niños?
-No lo sé. Los vi ir al colegio. También vi al viudo, es increíble, ese hombre está ayudando a la policía. Para mí, que no quería a su mujer.
-No puedes saberlo y no vale la pena preocuparse de ese asunto. Llamó el compadre. Dijo que iría a verte al negocio...
-¿Pasa algo?
-No agregó nada más.
-¿Cómo está el niño?
-Bien. Te echó de menos a la hora de almuerzo.
-Tina, ¿sabes por qué intentaré robar el próximo domingo?
-Necesitas dinero, lo has dicho varias veces.
-No, no es eso. Lo necesito, es cierto. Sé que tengo que huir; pero en el fondo, Cortés también se asustará. Será la primera vez que un ladrón lo desafía públicamente. Me agradará hacerlo. Probablemente termine con su carrera.
-¿Y si no te da tiempo?
-Terminará con la mía... Pero, no te preocupes, me lo dará: el caso de Holanda lo mantendrá ocupado unos cuantos días más. Me acostaré. Estoy muy cansado y tengo el ánimo quieto. El peligro cierto es un buen tónico para los nervios. El temor no va c -¿Cómo sabrá Cortés que el autor del robo y... de...
-La casa es igual y usaré si puedo, el mismo modus operandi para entrar. Sé que eso es lo que lo tiene loco...
-Él no es investigador de robos.
-No, pero los está investigando, eso es segurísimo. En cierto modo, él también ha quebrado el trato.
-¿Supongo, y, perdona, que no volverás a matar?
-Nunca lo he hecho. La muerte de esa pobre mujer... fue un accidente. ¿Sabes, Tina? hoy estuve a casi un metro del inspector...
-¿Fuiste a la casa, estúpido?
-Sí. Quería ver de cerca a mi adversario porque necesito dormir, robar y seguir viviendo. Es de carne y huesos. Ahora, yo seré el fantasma y conmigo perderá. Yo me colgaré de su placa y de su revólver...

CAPITULO QUINTO

EL INSPECTOR

-No me gusta este catre de campaña, no pasa de ser una lona suelta y unos palos y ya llevo tres días tratando de dormir en él. Me voy a casa porque, además, aquí fuman mucho, hay ruidos intermitentes de desagradable origen y gritos que vienen desde los -¿Lo acompañamos, señor? -ofrecimiento del detective Pinto que agregó en voz baja, con la boca fruncida y para sus compañeros: está con los monos.
-¡No! Y es natural que un "Mono" esté con los monos. Te quedarás de guardia hasta segunda orden. ¡Vamos, Sayen!
-Sí, señor. ¿Por Independencia o Avenida La Paz?
-¡Cementerio!
-Siempre lo mismo.
-No preguntes si conoces la respuesta.
-Usted recorre, casi todos los días, la ruta de los muertos. Sólo los necróferos anidan entre cadáveres. Debiera vestir de negro y comer moscas verdes.
La camioneta pasó frente al Instituto Médico Legal y giró en la plazuela del Cementerio General hacia el poniente. Entró por San José y se fue orillando nichos impregnados de aceite.
-Déjame en la esquina de la Avenida Francia.
-Sí, señor ¿Alguna orden para mañana?
-¿Mañana? Me "suena " esa palabra, debe ser algo así como la madre de la esperanza. Sí, cierren o quemen esa vaina...
Bajó y miró hacia el cielo: las nubes iban hacia el hipódromo. La avenida y las calles solas. Las rojas luces de su camioneta seguían achicándose. Hacia el oeste dormían los vivos, hacia... los muertos. Orinó apoyado en la alta acacia que había fren -Otra vez tarde, inspector Cortés. Faltas tres días y al cuarto llegas de madrugada. ¿Ignoras que Bell inventó el teléfono? ¿Cómo es? ¿Ardiente o fría?
-¡Morena! ¡Blanca! ¡Indiferente! Rojas la hizo charqui en el Instituto.
Subió los veintiocho escalones sin contarlos. ¿Para qué? Ya los tenía gastados en los bordes.
-¿Por qué diablo tienes que estar levantada? Ya llevas tres quinquenios trasnochando. Bien sabes que el crimen es incontrolable y que yo no paso de ser un miserable pesquisa: un oficio cruel, inútil, tonto y cansador. A veces matan a deshoras...
-Déjame seguir a mí: denuncian tarde o las primeras averiguaciones son difíciles. Tú deberías llevar una vida normal... Es tarde, inspector: me acostumbré a esperarte. Bien harías cambiando la letra de tu cantinela de madrugada o poniéndole música. La besó y la miró como si se tratara de una sexy extraña.
Ambos rieron. El inspector era un buen actor íntimo, de dormitorio.
-¿Qué es ahora, Carlos? Estás preocupado y cansado.
-Imagínalo.
-¿Una vieja perdió a su loro regalón?
-Justo, sólo que hay un gran ladrón metido en el asunto y...
-¡Tienes qué cazarlo! A ti, el gran policía, así al menos lo dicen los periódicos, no se les va a escapar un pobre y triste ladronzuelo que tuvo la osadía de meterse en un crimen, zona exclusiva del Inspector-Jefe de la B.H., prohibida para ladrones. N -Te saltaste esa parte en la que te refieres, dramáticamente, a tu preocupación por mi vida, esa en que dices: "...y una pensando en los mil peligros que corres por esas calles de Dios"; la que rematas con lastimero tono: "Un día de éstos me dirán que so -Eres un "Mono" insoportable.
-Me lo dicen por segunda vez en menos de una hora. Colectivo tratamiento de sugestión: lo voy a creer.
-¿Qué es ahora?
-Lo de siempre: me entretiene cazar criminales. Tengo un cine propio en este largo y rojo país que siempre me está ofreciendo películas policiales nuevas con argumentos viejos: se mató, mató y se mató, mató y se hirió, mató y lo mataron, robó y lo matar -¡No lo hagas más, Carlos! No necesitas ser policía. Cada vello tuyo es un delito y por cada poro manas sangre. Todas tus palabras son rojas y hasta tus pensamientos llevan luto. ¿Si el crimen no es tuyo, por qué sigues pesquisando? ¡Dímelo! Hago vale Miró hacia las puntas de sus pies y lentamente levantó la cabeza hasta los ojos de su mujer, allí se quedó leyendo la misma y vieja preocupación. La pasó por alto y se detuvo en cierto brillo expectante. Eso era nuevo. Unió el contenido de las últimas -Un hombre, Anita, como yo, calla ciertas cosas. Hay sectores que tienen que ser estrictamente personales, íntimos. Crecí viviendo "verdades ajenas", creencias extrañas, ritos sociales. Aprendí las voces y, como las repetía en la misma forma que mis m -Estás difícil, corazón, incluso para mi condición de egresada de Derecho y compartidora adherida a la central humana del crimen. Sigue, te hará bien hablar. Sé muy bien que no dejarás tu oficio.
-Tú sabes que lo nuevo siempre tiene un vestido viejo: las palabras que usamos. Lo recién llegado a la exteriorización es un torturante enfoque. ¿De dónde viene? Tal vez del mucho ver y sentir lo mismo. ¿Desde cuándo? Francamente no lo sé. Símbolo y La voz de Cortés se enfrió. Carente de emoción se transformó en instrumento: voz de flauta, guitarra o tambor, con mucho de bisturí, de látigo.
-... Es cierto, esa división es sólo una conducta derivada. Por aquí también puede andar el problema: si se alteran las condiciones socioeconómicas, cualquier hombre de luz está obligado a delinquir o morir. La concepción delito nació hace miles de añ -¿Todo humano, Carlos?
-Dura pregunta. No, creo que habría que excluir, de alguna manera, a débiles mentales, sifilíticos, ebrios consuetudinarios. Al menos, que no pudieran tener descendencia.
Recordando lo dicho sonrió imperceptiblemente: "El crimen -pensó- delito mayor, tiene, puesto así, un grupo culpable: los mejores hombres". Por mecanismos de la afinidad, casi como leer en sus propias células, ¿recordar?, dudó entre incluirse o no en el -Y sin embargo, nada has dicho de la razón de tu lucha.
-Creo que sí, en parte he contestado. En ciertos problemas, todos los que atañen al hombre, no pueden darse respuestas directas. Sí y no, son opiniones aunque sumes todos los noes y todos los síes.
-Permíteme, inspector, hacerte antes otra pregunta. ¿Cómo explicas a los delincuentes intelectuales?
-En cierto modo, estás ejerciendo presión sobre la debilidad general que acuso por el caso que investigo.
-No te corras, por favor. ¡Contesta!
-Los contenidos de la experiencia vital, sensopercepciones, son depurados, revisados por la mente en abstracto en sus rasgos más sensibles, elevados por la inteligencia analítica a la claridad, al examen, al menos, es lo que se busca. También es un proc -Comprendo, aunque no lo creas, inspector, todo lo que has logrado extraer del crimen. Insisto, sin embargo: ¿por qué luchas tú y desde la policía?
-Porque comprender, es el gran verbo. Un verbo-desafío que llega hasta la fisiología del propio esfuerzo, que llega hasta tratar de explicarse la intención o fin caracol y caracolas hechos en espirales azules. Nada existe, en esta época, que sea mejor -Obtenidas a la fuerza.
-Me estoy refiriendo al contenido. La fuerza también es una verdad: pero, en policía, siempre hay una verdad mayor: el individuo, con o sin placa. Nos hemos demorado siglos, milenios en comprenderlos, porque no era, al parecer, cuestión de tiempo o cue Desde allí se fue al silencio, a recordar mil vidas rotas, miles de hecho amalgamados en la tragedia diaria y millones de circunstancias. Recordando clasificaba, separaba y seleccionaba lo útil, aquello que pudiera ser blandido contra el error inmenso. La misma pregunta llegó al ensimismado. Le pareció que la voz venía desde lejos. La vibración le llegó al cerebro y luego se le alojó en las entrañas. La respuesta subió desde sus vísceras a las palabras.
-Gracias -dijo primero y continuó-. Aunque no lo creas, el hombre aprende a silenciarse para mejor oírse. Cuando me cansa la amarga verdad del silencio... salgo a oírte y a oír a otros. Jamás te diré de donde vengo. El diálogo, cuando es formativo, -¿Dudas de mi capacidad?
-No, de la mía. Toda sociedad, todo pueblo, es, actualmente, una inconcebible mezcla de seres dispares que se entrecruzan de los más extraños modos. Toda sociedad, humana o animal, está compuesta de víctimas y victimarios. Sólo la humana tiene policía Tosió y encendió un cigarrillo. Su mujer no se atrevió a interrumpirlo.
-Por supuesto, nadie quiere ser víctima de delito alguno, salvo que serlo, reporte ventajas ciertas: algunas pseudo violaciones, estafas consentidas, robos con secuela de despojo hereditario, lesiones cobrables, etc. Si a un grupo humano cualquiera se l -¿Quieres un café? Está en el termo.
-Sí, gracias.
Bebió su tacita y se acercó a la ventana...
-¡No vayas, como siempre a mirar hacia el cementerio! ¿A cuántos de los que allí se encuentran habrás servido?
-A ninguno. Nadie trabaja para los muertos, ni siquiera cuando se les entierra. Pesquiso para vivos. Trato de dificultarles el crimen, porque, Anita, si no existiera la pena y sus verdaderos agravantes: incalificables cárceles y presidios, increíble l Regresó al lecho y siguió bebiendo café.
-... Muchos salen y es gravísimo, por influencias políticas, sociales, económicas...
-¡No puede ser!
-Sí, porque hay un escalafón único de autoridades en los llamados poderes públicos y casi toda "autoridad" obedece al político del mando cierto, por humanas razones de sobrevivencia que, en muchos casos, es sobrevivencia propiamente tal. Burlar la mala -Estoy conforme, Carlos. Además, tú solucionas la mayoría de los casos.
-¿Solución? Un crimen aclarado y su autor debidamente castigado no devuelve la vida a la víctima, no consuela. En los casos de delitos contra la propiedad, el dinero siempre se diluye, se transforma en morado y escuálido caldo al pasar por manos de auto -Gracias, corazón, por permitirme compartir tus inquietudes. ¿Qué pasa con el caso de ahora?
-Que el autor es un profesional del delito y ya sabes lo que significa. Con él, casi nada vale. Es astuto, hábil, culto. No ha dejado huellas comunes. Mi vieja Criminalística no me está sirviendo de mucho y trato de cazarlo de cualquier manera. Los -¡Cuenta, cuenta!
-Bueno, pero como el hablar da sed, dame algo para aplacarla.
-¿No quieres comer?
-No, gracias.
Bebió cerveza helada y siguió alegre, hasta los pequeños y opacos ojos se le habían avivado; de nuevo era Cortés en lucha; en sus confidencias había dejado gran parte de la amargura que lo saturaba.
-Sé que es joven, alto, atleta o algo así. Tiene los pies enormes y es un innovador que se aprovecha de las facilidades, casi errores, que inconscientemente le brindó un arquitecto: puso pestillo inferior y superior en un lado de la puerta y sólo picapo -Ese no es error de un arquitecto: muchas puertas tienen los mismos mecanismos de cierre.
-Sí, lo sé. No levantes la voz, despertarás a los difuntos más cercanos. Él ha construido nueve casas muy bonitas y en todos los dormitorios ha colocado las mismas cerraduras... Sólo se pueden abrir normalmente por dentro.
-Bueno, es lo natural. ¿No te parece?
Ana de Cortés estaba feliz, por fin entraba en un tema discutible: el delito y su pesquisa. Las causas del delito interesan, al parecer, muy poco. Además, veía que la viva llama de interés profesional de su marido seguía resplandeciente, generosa.
-No, no me parece, porque también se abren por fuera y esos dormitorios están, en cierto modo, casi en la calle porque las rejas no son de seguridad.
-Cualquier puerta puede ser violentada por dentro o por fuera, son sólo posiciones. Lo has dicho tú muchas veces, inspector.
-Sí, es cierto. Sólo que esta vez no había señal alguna de violencia y siempre que se dan facilidades, los ladrones aumentan.
-¿No es también un modus operandi robar así?
-¡Vaya si lo es! Nadie lo duda, pero hay que descubrir al gracioso para clasificarlo, sólo entonces se redondeará el contenido del Modus Operandi. Por el momento, ni siquiera podemos advertir a los otros propietarios o arrendatarios ni aconsejarles el c -¿Nueve cerraduras?
-Sí. Roba joyas y dinero. Al parecer, la muerte no lo detiene, porque Rebeca Levi debió morir cuando él actuaba.
-¿Estás seguro, inspector?
-En el cuello tenía una herida con reacción vital, se produjo cuando el ladrón tiró de la cadena para robarle la joya.
-¿Qué estás haciendo para cazar a esa fiera?
-Ya te lo he dicho: todo lo que me ha sido y me es posible. Por fin estás de mi lado. Debió inclinarte el tirón. Vigilo las otras casas.
-¿Todas?
-No, excluyo la de Bryner y la del arquitecto: no tengo personal suficiente; he hecho publicaciones y encargos de las joyas. Están revisando las farmacias en busca de compradores de éter y es difícil, no se puede preguntar a cualquier empleado: ¿Aquí co -¿Qué pasa con el éter?
-Lo usa para anestesiar a sus víctimas.
-¿Anestesió a Rebeca Levi?
-Sí.
Anita hizo un gesto de natural repulsión y se mordió los labios: le fue fácil imaginarse la escena. Su pequeño marido se hizo el no vidente y continuó:
-Tengo rondas móviles por las calles del Barrio Alto y por los alrededores de las casa. Ejercemos controles sobre los joyeros santiaguinos y hemos encargado las joyas a provincia. Personalmente estoy atemorizando al hampa; el detective Dagach enamora a -Basta, inspector. Es un buen ladrón, ya te tiene de cabeza.
-¡Y de qué modo! Los días pasan y sigo sin señales de nuestro hábil desconocido.
-¿Podría él conocerte a ti?
-¡Qué asociación más simple! Sí.
-Quise decir, ¿podría saber lo que tú piensas?
-No lo creo. A ti te costó quince años de matrimonio sacarme la "pepa". Además, no se me había ocurrido ponerlo así. Gracias.
-No me refería a esa parte, gracioso. ¿Has pensado en él? ¿Cómo vive y razona?
-No, porque creo tener una idea muy clara...
-¡Dímela! ¿Quieres?
-Bien, sargento. Está asustado, y, nadie en ese estado razona en modo alguno. La razón creo yo, facultad tan escasa, germina en paz interna-externa y ambos estados son muy difíciles de alcanzar. Él está impedido, salvo que sea amoral. El asustado ve -¿Has solucionado todos los casos, jefecito?
-No, quedan algunos, pero ninguno se relaciona con robos de joyas o dinero. Nuestro desconocido no iba a matar, iba a robar, lo que es muy diferente. Sé muy bien que el robo con homicidio está aumentando, pero el que investigo es otro delito en cuanto -¿Estás esperando qué cometa un error final?
-Sí, porque...
-¿Dime, Carlos, no es tu posición un tanto sádica?
-Yo ignoro si soy o no más fuerte o hábil que el ladrón que busco. Estoy seguro que físicamente es muy poderoso. Sé que tiene un oficio y que lo hace bien. Yo otro. Por cierto confío en que cometa un error, nadie es perfecto. Emocionalmente le llevo -¡Pero tú la tienes como investigador!
-Sí, pero estar a la espera de un error mayor o al resultado de una diligencia policial no me produce placer, al contrario: me destroza.
-Está bien, "Cabezón". Me entrego.
-Nuestro "amigo" ha cometido varios: matar o causar una muerte obliga a una reacción social-institucional superior. Sé que no tuvo intención, que no podía calcular las consecuencias de su acto, se basaba en el éxito. El éter es siempre difícil de manej -¿Había robado en una casa igual a la de los Bryner?
-No lo sé. Un detective anda en eso. Sé, sí, que lo intentará: encontró una veta y la seguirá explotando. Robar es, para habituales profesionales, un hábito. En su último golpe no se llevó mucho dinero y no puede vender las joyas.
-Puede tener dinero, vender otras joyas.
-Sí, puede, y estaría perdido el caso. Él "puede" va por el dinero. Las joyas son un tanto más difíciles, aunque hay compradores en los que no se puede confiar: carecen de sentido público.
-Te muestras, sin embargo, muy seguro, corazón.
-Sí, porque las asociaciones mentales son indestructibles en todo individuo, gran mayoría, que no ejerza continuamente la teoría libre, tuvieron o tienen la inteligencia necesaria para encontrar el medio o la forma de robar con cierta impunidad y nada má -¿Qué otro errores ha cometido ese... infeliz?
-¡Quiero dormir, sargento...!
-¡Dilo! Llévame a tu cine rojo... Compré el derecho con una libreta, amor e hijos, inquietud y tensión, sobresaltos y soledad...
-Parece extorsión sentimental. No importa, allá voy, compañera: no le dio importancia a una empleada doméstica, una tal Sofía Rojo, la actual polola de Dagach y ella lo describió más o menos bien: estatura, edad aproximada, ropas, fealdad y, sobre todo, -¡Sigue, jefecito, con el relato y no divagues!
-Sweater negro, bluejean y una bolsa... ¡Y estaba pololeando! El carabinero no se dio cuenta de nada. ¡Qué mujercita! Un verdadero pozo, bazar.
-¿No son un tanto superficiales tus afirmaciones? Me parecen imprecisas.
-Sí, Anita, la imprecisión de un metro noventa centímetros, ladrón, Barrio Alto, de día y a esa hora; zapatillas negras y del cuarenta y cuatro; imprecisas como entrar a robar valiéndose de circunstancias contingentes y usando la fisiología del hábito de -Ésa es una deducción posterior o anterior a lo declarado por Sofía Rojo. No tiene valor. No me refería a tu oficio. Ubícate sólo en lo que esa muchacha dijo.
-No puedo, mi oficio es global. El tiempo tiene una importancia relativa.
-Perdón, yo sólo soy tu mujer. Trato de ayudarte. Continúa, por favor. A ti nada ni nadie te hace perder el hilo cuando narras un caso policial.
-... sobre afiladas puntas de una reja de hierro. Imprecisas como anestesiar a un matrimonio y robarle, desde el cuello a tirones, una joya a una pobre mujer agónica que recién había tenido un incidente con su marido. La mujer lloraba lentamen...
-Déjate de usar recursos personales en el relato. Has cuenta que no lo estás haciendo para mí. ¡Pobrecita!
-¿Quién?
-Y no sigas, por favor, con la muletilla "imprecisa".
-Imprecisa como llevar en las ropas y en su cuerpo partículas de metales diferentes. Un día daré con ese oficio y mi desconocido quedará de pie en el medio de un cielo sin nubes. ¡Ay, Anita! ¿Te imaginas el control emocional qué tenía ese hombre?
-¿Por qué "tenía"?
-Ah, porque ya no puede entrar tan sigilosamente en casa alguna. Ni siquiera duerme con tranquilidad, y como puede estar dándole vueltas al verbo "escapar", voy a poner vigilancia en las oficinas de Pasaporte, no deseo que un gigante asustado viaje así -¿Qué harás ahora?
-Dicen que hay unos individuos muy curiosos y los deseo conocer. Juegan por dinero y la mayoría es israelita. Debe ser un espectáculo verlos: "Amarillo es el oro, blanca es la plata..." -dejó de cantar y se dijo- : "Ah, pero el bronce, no. ¿Bronce? Co -Estás loco de atar, Carlos Cortés. ¿De qué se trata ahora?
-De asociaciones y metales.
Echó mano a un trozo de papel que guardaba en la billetera y lo abrió: allí estaban las casi redondas partículas brillantes recogidas junto a la pisada del jardín.
-Tráeme el microscopio grande. Voy a mirar piedritas. Ah, trae también una Química Inorgánica.
Su mujer voló a buscar los encargos: sabía muy bien que su hombre había entrado en uno de esos estados febriles próximos a la solución de un caso criminal, la aparente inconexión de lenguaje era el gran síntoma, "lenguaje y libertad", como él decía, "par El inspector observó con rigidez estatuaria y consultó varias veces el texto y volvió a mirar.
-Sí, aquí están los prismas hexagonales del cuarzo. ¡Qué raro! ¡Son negruzcos! No alcanzo a comprender; no estoy bien, algo más de una idea bulle en mi cabeza y así no puedo aislar, ver lo que necesito. Es un esfuerzo tonto. Iré a ese club, prismas de -¡Ignoras hasta la horas qué es! Te irás a dormir, tozudo y no te despertaré aunque hayan cazado al ladrón-asesino o maten al mismísimo...
-¡No lo digas! Iré.
-Bien. ¡A la cama! Prefiero un marido cuerdo a un inspector loco, por genial que sea o lo pretenda...

CAPÍTULO SEXTO

EL BORRACHO CHICO

Le fue difícil levantarse desde la acera y no sólo por su ebriedad, que era bastante, sino también y principalmente por la brusca y sorpresiva caída. Finalmente lo logró, a medias; pero al apoyar la manos derecha sobre el suelo, sintió, en la palma, un Siguió caminando en zig-zag por Yrarrázaval rumbo al oeste. Ebrio, es fácil descender y no sólo por una avenida. Aún le dolía su pequeña espalda, un brazo y una pierna. Era un chico que no estaba acostumbrado a los golpes, un chico que había sido rega En la puerta del la "boite" alguien lo reconoció y lo tomó de un brazo:
-¡Hombre! ¡Julio! ¡Julito!
Sabía que ese era su nombre. Lo miró arrugando la piel que rodea a los ojos, parpadeando y pestañeando como para aclarar un poco su ya borrosa visión. Finalmente pudo verlo: no, no era el gigante, era chico y viejo. Una voz amable y cariñosa, volvió a "Parece pregunta. Alguien pregunta. ¿Soy yo el pobre muchacho? ¿Santiago? Yo soy del sur y soy jinete, lo sé bien; hace minutos vi el potrero del fundo donde me crié..." Santiago y sur eran voces cuyos significados todavía conocía, "¿Quién habló del su -Tengo sueño.
Fue lo último que dijo: estaba dormido.
Su interlocutor lo tomó del brazo y lo arrastró hacia lo más espeso de la noche, a la incomunicación total. La misma voz se alejaba con su nombre y apenas era audible en su conciencia: "Julito, Julito". El sueño había vencido al temor y al gigante. Se

***************

Ocho horas más tarde Julio Olguín despertó en un hotel de la calle San Diego. Estaba vestido y tiritaba el viejo "Morse" de los borrachos cocidos por el alcohol. Se sobó y se frotó las manos y encogió repetidamente los hombros: "calistenia" para calent -Buenos días, Julio.
Con el anillo oculto, en la mano empuñada, lo miró larga y trabajosamente, como si estuviera derrumbando , ladrillo a ladrillo, una espesa muralla de tiempo y de alcohol que le impedía reconocer a aquel hombre. Un endiablado esfuerzo de los desechos men La voz del otro hombre vino en su ayuda:
-Soy Aníbal Jacques, de Osorno, tu tierra, tu tío. Soy hermano de la que fue tu madre.
Entraron las palabras y salió el llanto. Olguín se le fue a los brazos: tampoco había crecido emocionalmente. Necesitaba, hacía años, alguien a quien abrazar, una voz de su sangre para oír, alguien para volver a sentir confianza, seguridad. Sí, lo rec El hombre siguió:
-Te encontré anoche a la salida de una "boite" o algo así. Estabas borracho. Yo no lo estaba tanto. Un taxi nos trajo hasta acá. Conozco a la dueña, también es osornina y medio pariente. Pediré desayuno.
Tocó un timbre y minutos después una mujer gorda y sonriente entraba en la pieza saludando.
-Queremos desayuno, doña Otilia. Este es mi sobrino Julio, el hijo de Marta.
-¿Ah, sí? ¿Cómo estás Julito?
Julito hizo una mueca inconsciente-consciente. Su lengua seguía siendo trapo-esponja seca. Bebieron café y comieron tostadas con mermelada de damasco.
Don Aníbal se vistió lentamente.
-No creo que sea bastante alimento. Afuera hay un bar y algo comeremos.
En la calle otra vez después de comer sandwiches y beber vino. Caminaron hacia el Parque Cousiño, don Aníbal llevaba una caja grande de cartón vacía y un cordel. Era una marcha lenta, de recuperación física y de recuerdos. Una marcha prometedora. El -¿Desde cuándo estás aquí?
Conocía la música de esas palabras y comprendió, por el tono, que algo le estaban preguntando. Su lengua estaba húmeda. Salió del paso con un tímido:
-No sé. Era la frase que más conocía: la había usado siempre. "No sé y no tengo" eran las frases entre las que había crecido y vivido. Se sorprendió a sí mismo cuando se oyó decir:
-Llegué hace poco. Sonrió al aire del mediodía: entendía y lo entendían. Saberse casi normal alegra el ánimo. Sintió deseos de cantar y de seguir hablando. Agregó:
-No conozco mucho la ciudad.
-¿Corres en algún hipódromo?
-No. Un caballo me tiró en el Club Hípico y quedé con la espalda en malas condiciones. Se me había pasado el dolor; pero, anoche... ¿Anoche? La escena se le vino nítida. La mente es curiosa, prodigiosa. Siguió:
-... un gigante me pegó y me empujó. Me ha vuelto a doler.
-¿De qué vives?
-Espera, tío. Déjame pensar un rato. Una mano enorme y mal olor. Anoche. ¡Ah! Ahora sí, ¿Decía usted?
-¿De qué vives?
-Los otros jinetes me dan plata a veces y datos. Vendo informaciones a todo el mundo y siempre alguien gana. El anillo...
-Mala vida, sin duda. ¿Qué anillo?
-Nada. Olvídelo. ¿Qué hace usted?
-Compro y vendo huevos. Me da para vivir. Es fácil y sólo me ocupa las mañanas.
-Dígamelo en detalles, tío, porque no le entiendo.
-En un gran negocio de la calle Meiggs con Salvador Sanfuentes, compro huevos y los vendo a particulares. A los comerciantes minoristas nos hacen descuentos especiales. Algo gano. Sólo que no puede comerme el capital. También entrego en algunos negoc -¿Puede vivir con eso?
-Sí, hombre. Hago varios viajes, por cierto, en el bus, con las frenadas, suelo romper algunos y se los vendo a doña Otilia, ella se los sirve a los clientes. Así me ayudo a pagar la pieza. ¿Dónde vives tú?
-No tengo domicilio.
-Puedes vivir conmigo y ayudarme, si lo deseas, a vender huevos. Compraríamos una canasta grande.
-Lo pensaré, tío, gracías; por ahora tengo otras cosas que hacer, por ejemplo, vender este anillo.
Lo sacó con cierto orgullo. El tío lo tomó en sus manos.
-Sin duda es una buena joya. Puedes capitalizarte muy bien. ¿Cómo llegó a tus manos?
-Por medio del gigante que anoche me empujó. Yo caí sobre el anillo.
-¿Quién es el gigante?
-No sé. Yo iba por Yrarrázaval. Ahí tiene un negocio o algo así, trabaja por allí. No recuerdo muy bien. Creo que él subió a una bicicleta. Era de noche, madrugada... Sí... Había otras joyas. Las vi o me pareció verlas. Creo que es un ladrón. Sí, -¿Estabas ebrio?
-Sí, pero un robo no tiene que ver con mi ebriedad.
-Pudo ser un joyero.
-No, los joyeros... se me fue la idea.
-No vendas ese anillo. Yo me quedaré con él y veré lo mejor para ti. Ahora iré a buscar huevos. Si lo deseas... puedes acompañarme.
-No, tío. Deme el anillo, lo venderé mañana. Ahora necesito acostarme, estoy muy adolorido y la cabeza me da vueltas.
-Como quieras. Ya sabes que en el hotel de San Diego tienes pieza y comida. ¡Cuídate!
-Lo haré, tío. Gracias.
Las horas transcurrieron silenciosas y lentas para el pequeño hombre adolorido. ¿Cuánto tiempo hacía que no había descansado en una pieza con leve calor de hogar? Su espíritu descansó también aliviado como en un regazo lejano y perdido. Durmió... un s -Es hora de comer, sobrino... Doña Otilia tiene lista la mesa. ¿Cómo te sientes? Has dormido todo el día.
-Mejor, mucho mejor, tío, gracias. Sí, sin duda había mejorado: coordinaba mucho mejor sus movimientos y su mente no estaba tan llena de nebulosas.
Su tío le hablaba de otros tiempos y se dejó llevar por la conversación. Volvió a la cama y a acariciar la idea de vender ese anillo, jugaba con él en sus manos y se preguntaba: "¿Cuánto me darán?"
En la mañana el tío volvió a insistir:
-Bien, sobrino ¿has pensado en lo que te dije ayer? ¿Te decides a trabajar conmigo o sigues con el asunto del anillo en la cabeza?
-Prefiero vender el anillo.
-Sólo espero que no te metas en un lío. Hasta pronto. Los dos hombres se separaron al llegar a la Avenida Viel: uno iba hacia el barrio Estación Central; el otro, hacia el centro.
Un hombre rubio, de anteojos oscuros, estaba detrás de un mostrador dibujando números azules con un lápiz. Olguín se acercó y habló con voz suave, arrastrada, tímida:
-¿Sabe usted quién compra joyas?
El rubio lo miró a los ojos y después a las ropas.
-¡No!
-Podría comprarla usted. Es muy buena.
-Compro con factura y usted seguramente no la tiene. ¿Cierto?
-No.
-También compro a conocidos y usted es un extraño. Vaya a otra parte. El centro está lleno de joyerías y los joyeros, como en todo oficio, somos hombres muy distintos. Salió pensando en lo difícil que parecía ser vender una joya. Entró en una joyería -¡Muéstrala!
La entrenada vista de halcón, experto en cetrería, la vio con claros y fríos ojos sobre la abierta, pequeña, débil y temblorosa mano. Simultáneamente la pesó y tasó. Esa grasosa máquina de calcular también pesó y tasó al pequeño vendedor. La tomó con -¿Cuánto?
-No sé. Lo que usted quiera.
La respuesta vino cortante:
-¡Cien escudos!
-Me parece muy poco. Quinientos, si es que no le molesta mucho.
-Doscientos cincuenta. No olvides que yo correré todos los riesgos: policías, encargos, registros tontos, citaciones...
-Cuatrocientos.
-Trescientos.
-Bueno.
Estiró el pequeño brazo adolorido. Seis billetes verdes eran solución para unos cuantos días. Eran, además, alcohol y probablemente una mujer. Se encaminó hacia Diez de Julio... donde todo es fácil y difícil. En un restaurante comió merluza frita y be -Hice el negocio del anillo.
-¿Cuánto?
-Trescientos escudos.
-Esa joya vale millones de pesos. Aquí está el encargo hecho por la policía. Proviene de un robo con homicidio ocurrido hace dos días en el Barrio Alto. El encargo lo hace el inspector Cortés de la Brigada de Homicidios. ¿Sabes quién es?
-Usted lo acaba de decir.
-Te echará la mano encima muy pronto.
Le pasó el diario que tenía el encargo policial marcado con lápiz; un circulo azul rodeaba el anillo dibujado.
Olguín leyó y tragó saliva:
-Nada tengo que ver con este asunto, tío. Le dije que el gigante era un ladrón.
-¿Por qué?
-Esa noche llevaba una bolsa o algo así. Él tropezó conmigo o yo con él, no lo tengo muy claro. El paquete o bolsa se cayó. Salió un olor muy fuerte, olor a remedio, a hospital y varias joyas.
-Debes llamar a la policía. El hecho es que tú has vendido una de esas joyas. Te juzgarán y te condenarán.
-No. Yo iré a ver a ese gigante y usted y yo saldremos de pobres. Todo volverá a ser como en los viejos tiempos de Concepción.
-No. No me interesa salir de pobre. Estoy conforme con lo que soy y con lo que hago. No te metas en más líos, Julio. Cuando en algo anda mezclada la muerte, siempre es mal asunto. Debes creerme porque soy muy viejo. La tranquilidad es lo que vale. -No se avanza.
-Tampoco retrocedo y no iré a la cárcel.
-Gracias, tío, por su interés en mí. Trescientos escudos son "un coco de mono". Prefiero el dinero en abundancia.
-¿Qué harás, muchacho loco?
-¡Chantajearé al gigante!
-¿Cómo, si no pasas de ser un pajarito?
-Ya verá tío. No voy a dejar escapar una oportunidad así.
-La policía tampoco. El chantaje es un delito sucio.
-Robar también lo es y matar lo es mucho más. La información habla de diez valiosas joyas por lo menos y dinero. Si el anillo, según usted, vale millones, ¿cuánto será el total? Ese gigante pagará caro el empujoncito que me dio. Debo ser el único que -¿Le viste la cara?
-Un poco antes del encuentro con usted, él me andaba buscando y pude verlo más o menos bien. Usted no diga nada, tío. Sé que nos irá bien. Mi caballo corre solo en esta carrera. No puede ser más fijo. Usted me ha servido de mucho. Ahora tengo hasta Salió a la calle con ímpetu: por primera vez, en muchos años, tenía ambición y una dirección... casi fija.
No recordaba muy bien la clase de negocio ni la esquina ni la altura de la avenida donde había tenido el incidente; pero si recordaba una estatura agrandada por el miedo, una rostro vago, una bicicleta, unas ropas oscuras y unas joyas desparramadas por e Pensó en los negocios que conocía en ese barrio: bares. ¡Ah! Había un bar en la misma Plaza Ñuñoa. Sí, desde allí partiría. Bajó del bus y pasó a beberse una cerveza. Bien podía gastar trescientos escudos verdes en pesquisa tan prometedora. Empezó a Oscurecía y ni siquiera había revisado seis cuadras de la avenida. Se dio cuenta que no era fácil establecer un hecho así y mucho menos lo era encontrar a un individuo alto y brusco. Comenzó a observar ciclistas: algunos le parecían muy chicos, gordos, Cenó con su tío y doña Otilia. Cuando los dos hombres se fueron a acostar, Julio habló del asunto:
-No he podido encontrar el negocio...
-No sigas atormentándote, sobrino... Pueden ser sólo visiones de borracho.
-¿Visiones? Usted vio el anillo, lo tuvo en las manos y lo volvió a ver en el diario, en el encargo de la policía y era el mismo. Todavía me duele la espalda y ya estaba casi sano; todavía cojeo. Vi su rostro en ese negocio y los volví a ver en la "bo -Esos anillos llamados "Tú y yo" son abundantísimos: todos los hombres ricos se los regalan a sus esposas. Más que un símbolo de amor es un símbolo de riqueza, de competencia, de moda, de ostentación...
-¿Hacia dónde va, tío?
-Hacia la casualidad: bien pudo ser un "Tú y yo" de otra persona, de cualquier persona y, en ese caso, tú no habrías cometido delito alguno al venderlo.
-¿Y las otras joyas?
-Allí está el ebrio y sus visiones. Una bolsa con joyas y con remedios se le cae a un ciclista enorme, un gigante. El remedio es un líquido que huele mal, un líquido de olor muy fuerte. ¿Qué bebiste esa noche? ¿Fuera de la policía, quién podría creer -No me interesa la policía, ni usted. Me creerá el ladrón y para mí será suficiente. No trate de disuadirme tío, porque he sufrido mucho sin dinero y solo. Usted sabe que durante años tuve plata, familia y amigos. No puedo dejar de lado la oportunida -¡Estás loco, muchacho! Imaginas cosas.
-¿Loco? Por primera vez en mi vida he dejado de beber y me voy a acostar temprano.
-Es lo peor: el alcohol te calmaría. No pensarías tan disparatadamente. Joyero, ciclista, gigante, ladrón, médico o practicante, farmacéutico o enfermero y asesino, no calzan, muchacho. No pueden calzar. No hay orden, no es lógico. Y tú eres el test -Tío, ignoro lo que pretende; pero sé que es cierto lo que vi y sé que usted vio la joya, ¿para qué me cambia las cosas? ¡Tío!
El tío empezó a roncar: su vida era más sencilla, más fácil.
Olguín, con los ojos cerrados, regresaba al incidente: subía y bajaba la avenida: una cerveza aquí, vino más allá: orinaba en la calle y en los baños; se sentaba, caía. Concluyó en que había varias avenidas que se entrecruzaban como venas ardientes. No Los que no mueren dormidos o inconscientes, mueren despiertos. Despertar es seguir acumulando tiempo hasta alcanzar la personal medida que se nos ha otorgado. La recuperación de energías, para mantener vida la ambición, se renueva noche a noche, sea el Al día siguiente tío y sobrino, reticentes, controlando la conducta externa, se fueron a sus quehaceres: Estación Central y huevos para uno; Avenida Yrarrázaval y un fantasma para el otro.
Valía la pena ver de mañana esas cuadras, esos rostros, los parques y hasta los niños. Hacía tiempo que el sol del este no le daba en plena cara. Caminó tres cuadras, su vieja sed lo obligó a beber ... un refresco. Sonrió con el sabor dulce y las burb En la misma esquina oeste de la Plaza Ñuñoa conversó con el suplementero del quiosco:
-¿Conoce usted, amigo a un hombre joven y alto?
-No. Yo sólo me fijo en manos, billetes y monedas. No levanto la vista salvo que la voz sea femenina y grata. Por aquí todos son jóvenes y altos, usted lo puede comprobar.
-¿A qué hora cierra?
El suplementero lo miró con detención, sorprendido. "Ese chico hace preguntas peligrosas, pero es muy poca cosa".
-Cuando termina la última función del cine, enano, y eso depende de los días y de las películas.
-¿No recuerda haber conversado conmigo el domingo en la noche o en la madrugada del lunes?
"¿Qué se le habrá perdido?"
-No.
-¡Usted estaba cerrando!
-Bueno, tengo que cerrar.
-Gracias.
El cine estaba cerca. Un muchacho barría la entrada. Se acercó.
-¿A qué hora cerraron el domingo?
-Pasada la medianoche.
-¿Es usted acomodador?
-Sí, señor.
-¿No recuerda a un borrachito que se quedó dormido?
-Todos los borrachos se duermen y muchos que no lo son.
-Es que el dormido era yo. Estaba ebrio.
-Ya le contesté: todos se duermen.
-Es que me pusieron la linterna en la cara.
-Sí, uno tiene que saber si el espectador está dormido o muerto. El administrador es el que entiende de muertos. ¿Se lo llamo?
-No, gracias.
El muchacho siguió barriendo. Olguín no vio sus risueños escobazos.
Siguió caminando: "Si el cine cerró a medianoche me acerco a lo fundamental: la hora del incidente. ¿Cuánto habré demorado en llegar a ese lugar? ¿Dónde estará el negocio? ¿Tres cuadras más allá, cuatro, cinco? ¿Qué negocios cierran después de median ¿Por qué a esa hora? Bien podría ser el lugar del robo". Siguió la marcha: fiambrería, carnicería, farmacia, casa particular, otra. Una cortina se mantenía cerrada y anotó el número en una pequeña libreta de tapas negras y siguió anotando: tienda, tall -¿Le duele mucho, señor?
-No, todo lo contrario: me provoca una enorme alegría.
-Perdón.
El gigante, montado en una bicicleta azul, desaparecía entre los vehículos.
Olguín olvidó sus dolores. Borró todo lo que había escrito y anotó: "Cerrajero", el número y nombre de la avenida.
Pasó por el cemento de la acera pisando fuerte, tal como lo hace el triunfador novicio; pasó por encima del lugar donde le renaciera el dolor de la espalda, donde estuviera involuntariamente tendido en el suelo. Había regresado a su madrugada perdida: e Regresó al centro de la ciudad: tenía que pensar bien y pronto. Almorzó en una fuente de soda y se metió en un rotativo para "matar el tiempo" que solía ser un arte muy difícil incluso para él que tenía exceso de práctica: "Sí, lo llamaré por teléfono; -Necesito abrir una cerradura, la llave...
-Muy bien. Dígame ¿dónde vive?
La voz era normal, entera. Se oía el ruido de un soplete: había dos personas, nadie deja, en estos tiempos la llave del oxígeno abierta.
-No. Iré con la cerradura, ya la saqué. ¿A qué hora cierran?
-A las veinte.
En la esquina, metido en un taxi, esperó por ... la hora. Estaba tenso, crispado. Un ciclista de ropa clara cerró una cortina y montó en su bicicleta azul
-Sígalo chofer. No le pierda de vista. Le pagaré muy bien. Ese hombre me dio un cheque sin fondos y necesito averiguar su domicilio.
-Ocurre con demasiada frecuencia en estos días.
-Sí. Así parece.
La marcha fue lenta porque en las primeras cuadras el tránsito era pesado para vehículos de cuatro ruedas: apenas era visible la cabeza del ciclista haciendo quites de serpiente. Atravesaron la ciudad unidos por la ambición y el crimen, la vista y los m Le pasó un billete de cincuenta escudos al conductor:
-Olvídese, amigo, del favor que me ha hecho.
-No se preocupe, señor. Gracias.
Pasó frente a la casa en dirección a la calle Salas y regresó. En Avenida La Paz esperó fumando. Nada le dolía porque nada duele en la espera que va a culminar con el éxito. Un niño de pelo negro se asomó a la puerta y corrió hacia la avenida. Una mu -¡Samuel!
El niño no le hizo caso alguno y se quedó mirando al hombre chico que fumaba en la esquina. La mujer entró a su casa y salió el gigante. Éste también gritó el mismo nombre. El niño empezó a correr con la cabeza baja, parecía asustado. La estrecha pue Olguín caminó hacia Independencia y subió a un microbús "Matadero-Palma". Todo, o casi todo estaba listo. Bajó en Ñuble. En la esquina compró dos botellas de vino y una de pisco: tenía que celebrar el acontecimiento. Jamás volvería a hacer esfuerzo m -Veo que has tenido éxito, chantajista. ¿Te dio el dinero?
-Aún no, pero las cosas caminan, aunque no tan rápidamente como usted supone.
-Caminan, ya lo creo, pero caminan hacia la cárcel, hacia otra paliza o hacia tu muerte. ¿Crees qué ese gigante se dejará esquilmar por un pobre diablo como tú?
-No le queda otro camino.
-Pero, si tú ya no tienes la joya...
-No importa la joya: tengo el encargo del diario; sé dónde la vendí. Si, tío, ese hombre me dará lo que le pida. Tiene mujer y un hijo, y ahora, un nuevo socio. Vive frente a una comisaría y vive dos vidas muy distintas, por eso será presa fácil. Ya Señaló su sien izquierda y sonrió.
No durmió las primeras hora, seguía planeando: "Lo llamaré por teléfono y le diré lo que sé de las joyas y de él". No pudo adelantar: ignoraba como reaccionaría el gigante.
Su tío lo miró con pena:
-No sigas, muchacho. Todavía puedes ser honrado. Es más fácil.
-No, tío. Usted no sabe lo que me agrada este asunto: tendré a un hombrón a mi servicio. Usted no puede imaginárselo, porque tampoco es alto.
Apagó la luz.
Al día siguiente lo llamó desde un teléfono público de Pedro Valdivia Norte. Eligió ese teléfono porque era el menos expuesto a curiosos: nadie ajeno a la transacción podría oírlo:
-¿Don Samuel Domínguez, por favor?
-Con él, señor.
-Habla con el hombre que la noche del domingo último usted empujara frente a su negocio.
Domínguez tuvo la voz para la imagen que lo obsedía. Pensó en toda una gama de ideas conocidas y que iban desde la extorsión al probable extorsionador a la amenaza. Su pensamiento fue rápido, tal como ocurre con todo acorralado:
-¿Y?
-Yo recogí una joya, un anillo, un "Tú y yo" de oro blanco con dos brillantes grandes y otros pequeños.
-¿Qué tengo qué ver con eso?
-Usted es el ladrón: vi cómo recogía las otras joyas, las que se le cayeron de la bolsa. Leí, además, el aviso que puso la policía en los diarios con relación al robo con homicidio ocurrido ese mismo domingo en el Barrio Alto. ¿Sigo, señor ladrón?
Se produjo un silencio largo, de cañería oxidada. La voz de Domínguez fue de cristal filudo:
-¿Qué desea?
-¡Veinte mil escudos!
-¿Está usted loco? No tengo nada que ver con ese asunto. No tengo... ese dinero.
-Bien. Entonces iré a ver al inspector Cortés. No olvide a su mujer y a su hijo Samuel. Es mejor arreglar a la buena. ¿No le parece?
Olguín cortó la comunicación y se pasó el día viendo películas malas y comiendo hot-dogs. Cerca de las veinte horas volvió a llamar:
-Espero, amigo, que lo haya pensado mejor. Soy el hombre del anillo... Todavía no he dicho nada.
-No tengo tanto dinero. Podría darle algo en efectivo y un cheque a fecha. Usted me entregará el anillo. No tengo nada que ver con la muerte, puedo explicarle el asunto.
-No necesito explicación oral, la quiero en billetes y ya sabe el precio del anillo, que, como joya, casi los vale.
-¡Véndalo!
-No, porque no soy ladrón. Su anillo quema.
-Espéreme unos días. Tal vez el domingo yo haga un buen negocio.
-No. Mañana nos veremos, es decir, usted le dará un paquete con el dinero a su hijo y él me lo entregará en Avenida La Paz, frente a la comisaría. Es más seguro para mí.
-No meteré a mi hijo en esto, es sólo un niño.
-Bien, que lo lleve su mujer. No olvide: mañana a las veintiuna horas.
-Está bien.
Volvió al hotel de San Diego y conversó con su tío.
-Mañana seré rico. ¡Veinte millones ! Se entregó mansito.
-No, no me hables de tu sucio chantaje. Mañana te irás de aquí. No quiero volver a verte, miserable.
-No lo tome así, tío. Es una buena oportunidad para los dos. Ese hombre robará para mí... Sí, celebraremos muy bien las fiestas patrias...
-No me interesa. Te irás de aquí mañana porque si no lo haces, yo mismo llamaré al inspector Cortés y le contaré toda la porquería que estás haciendo.
-Está bien, tío. Me iré... No olvide que usted es el único pariente que me queda y que yo llevo su sangre...

CAPÍTULO SÉPTIMO

EN LA ORILLA DEL CRIMEN

Samuel Domínguez Valderrama colgó el auricular y encendió un cigarrillo; las chupadas eran profundas y lanzaba el humo hacia arriba para que lentamente se disolviera. Así también , lentamente, se fueron apagando sus pensamientos. Tomó una lima fina y e -Tú cerrarás, Pedro Miguel, porque voy a hacer una diligencia que puede llevarme mucho tiempo. Toma las llaves del taller, abrirás después de las fiestas... si es que no he vuelto. Toma este regalo de Fiestas Patrias. Pórtate bien, "Largurucho".
Le tendió un billete de cien escudos.
-Gracias, don Samuel. ¿Cómo entrará usted?
-Acabo de hacer un juego de llaves.
-¿Pasa algo grave, señor?
-Nada, preocupaciones propias de la vida del hombre.
-Es que lo oí hablar de su hijo.
-Cosas del colegio, el muchacho es un tanto flojo... No olvides mis instrucciones.
-No, señor.
Empuñó fuertemente el manubrio de su bicicleta y montó. No iba a perder la cabeza así como así. Necesitaba ayuda e iba a buscarla a Recoleta abajo. Allí, junto a una casita blanca, de techo rojo, esperó a su compadre. Otra vez el tiempo se había dete -...No le recuerdo muy bien, era de madrugada cuando él tropezó conmigo. Sé que es pequeño y que estaba ebrio. Me conoce bien: sabe de mi familia, dónde trabajo y dónde vivo. Creo que debes pasar con el auto y golpearlo en la cabeza. Lo llevaremos a -¿Por qué no lo haces tú?
-Te lo he dicho: me conoce; me tiene miedo y gritaría sólo al verme.
-También puede gritar conmigo.
-No. Tú no figuras en su mente. Bastará un pequeño golpe de laque o de mano, es muy pequeño.
-Pero, frente a la comisaría es correr mucho riesgo.
-Estará oscuro. El vehículo tapará la visión del carabinero de guardia si es que estuviere mirando hacia el auto.
-Puede pasar gente, esa esquina tiene movimiento.
-Sí, lo sé, aunque a esa hora disminuye bastante, pero no olvides que mañana es dieciocho y un hombre aturdido será tomado fácilmente por ebrio. De todas maneras, debes golpearlo desde el interior del auto.
-¿Qué haremos con él?
-¡Quitarle el anillo! Yo subiré al vehículo en la próxima esquina, en Echeverría.
-¿Enviarás a tu mujer a la esquina?
-¿Estás loco? ¿Para qué? No meteré a mi mujer en esto.
-Tendrás que usarla de carnada porque él no me conoce y yo tampoco lo conozco a él. Él estará esperando, así me lo dijiste, por Tina. Estará mirando hacia tu casa para verla salir.
-No insistas, ella no irá. Dijiste algo cierto: estará mirando hacia mi casa y no podrá disimular su nerviosidad: no ignora que yo tuve que ver con una muerte.
La última frase de Domínguez le pegó en el estómago a Reyes: sintió náuseas y vio que el piso se le movía. Se recuperó como los buenos boxeadores: era mucho lo que se estaba jugando:
-No me gusta esto, tú estás metido en el lío; lo mío es menor, no he muerto a nadie.
Domínguez lo miró desde arriba y apretó las mandíbulas:
-No tan menor, compadre: tú tienes las joyas de Holanda; tú quemaste mis zapatillas; tú has vendido las especies de todos mis robos y eres el que las lleva y las vende en el extranjero; tú eres mi socio y hasta hemos usado tu auto para robar, tú...
-Está bien compadre. Lo haré.
-Mejor, mejor así. Verás que el asunto no es para morirse. El chico no es tonto; eligió bien el lugar, pero la comisaría le servirá a él para darle seguridad y a nosotros para...
-¿Para qué?
-Estará confiado: nadie puede pensar que actuaremos casi frente a ella. Todo será cuestión tuya. Si no me ve, nada raro pasará.
-Entonces, ven conmigo, puedes esconderte en la parte trasera del auto.
-No, hazlo solo. No podemos correr riegos: yo soy demasiado alto y grueso, tu coche es muy pequeño y con sólo dos puertas.
-¡Puedo equivocarme de chico!
-Yo tampoco lo conozco: después del... domingo, del robo, no estaba para contemplar enanos borrachos. Él estará mirando hacia mi casa y llegará a la hora o un poco antes. De todos modos esperará. Colocarás el auto en Avenida La Paz, un poco antes de l -No eches boca.
-Es cierto. Él no puede calcular la sorpresa que le daremos por intruso. Echarás a andar y cuando alcances alguna velocidad pararás el motor: el auto se deslizará silenciosamente porque esa avenida está inclinada en dirección al cementerio. No se dará -¡Por Dios, Samuel! Yo no soy idiota. Lo que me preocupa es lo que haremos con él, si logro golpearlo y meterlo en mi auto. Creo que tú estás pensando lo peor...
-No; es cuestión de quitarle la joya y, por supuesto, saber quién es.
-¿Para qué?
-¡Quién es y cuánto sabe! Nada más.
-¿Y si el resultado no te gusta?
Otra vez reinó el silencio. La cercanía de la muerte impregna hasta los pensamientos de cierta angustia; es un estado de "mutación" súbita de la conducta transmisible: las funciones vitales entran a trabajar en el mínimum, vacilación y quietud. Las pal Reyes soltó el nudo de su lengua casi seca, con voz baja y lenta murmuró:
-Matar es otra cosa.
-Nadie ha hablado de muerte.
-Tú lo has hecho y ella está en el aire, es pringosa y desespera. Siempre pasa lo mismo con los ladrones jóvenes: pierden el valor cuando el peligro es real.
-No es cierto: el domingo robé con una muerta en la habitación.
-Muerta por accidente. Esta vez no será así: matarás por miedo.
-No lo sé. Por eso tendrás que ir tú al encuentro del chico. El miedo que yo tengo se llama Cortés.
-No podrá conectar un caso con otro. Son personas muy distintas.
-Ay, compadre, usted sí que está pensando en muerte.
-Sí, no nos engañemos más, Samuelito: los dos pensamos lo mismo... ¿Quién sabe? A lo mejor razona.
-¿De quién hablas?
-Del borracho chico.
-¡Ah! ¡Ojalá! A lo mejor no.
-¿No sé? Nunca me he visto en apuros serios y ciertos. Tampoco he visto a otros. ¿Tú?
-No recuerdo.
-No mienta, compadre, esa clase de apuros no se olvidan.
-Puede ser, pero es mucho mejor tratar de olvidarlos y ya no se puede: la estoy viendo cerca de mí.
-¿A quién? No conteste, compadre, lo sé. No piense así, mañana lo sabremos.
-Yo ya estoy clavado en esa esquina y en una sola hora... ¿Tú, Samuel?
-No puedo decir lo mío, estoy confuso y triste, compadre. ¿No será mejor entregarse? Yo no he muerto a nadie.
-No te creerán, Samuel. Ya hay una muerta. Un muerto o dos es lo mismo para la ley.
-Puede que no pase nada. Que ese pobre hombre se conforme con algunos pesos, es mi esperanza...

MÁS ADENTRO

A las veinte y treinta minutos, Reyes tenía su automóvil detenido a más o menos veinte metros de la esquina de la calle Dávila. Había decidido que era mejor verlo llegar. La avenida tenía escaso tránsito de vehículos y de personas. Desde allí no podía Julio Olguín estaba llegando también a su esquina. Desde lejos parecía un niño que recién usaba pantalones largos. Llegó al lugar de la cita, que él había elegido, desde el poniente. Apenas asomó en la esquina fue absorbido por las inquietas pupilas d Una carreta vacía, tirada por un caballo negro, hizo cantar el pavimento. Pasó muy cerca del auto de Reyes. El carretero dormitaba. El chico también advirtió el ruido y giró la cabeza: sin duda estaba atento. El carabinero de guardia era bien visible Nadie podría pensar que en esa esquina se transaría un robo de joyas, una muerta y un chantaje. Encendió un cigarrillo y siguió mirando hacia la verde casa de su esperanza. Sabía que había llegado un poco antes: la hora la había visto, por última vez, O no sintió el aproximarse del vehículo o no le dio importancia. No alcanzó a llegar al número veinte ni a ver el paquete terminado y amarrado con cordeles. Recibió el golpe en un lado de su pequeña cabeza y se dobló hacia el hombro izquierdo. Quedó s El auto siguió su marcha con lentitud. Ni siquiera hubo un ¡ay!. Reyes había atravesado la esquina de Dávila con las luces bajas y con la sigilosidad de un caracol. Se había corrido y sentado al lado derecho del auto; llevaba la puerta entreabierta Después de pasar los pasajes encendió las luces grandes y miró hacia atrás por el retrovisor: vio las luces de unos vehículos lejanos y el cemento brillante, húmedo, solferino, como si alguien hubiera regado las luces con lágrimas muy pequeñas y algunas Domínguez subió sobre la carrera. El auto siguió en dirección al Cementerio General, dio vuelta en la plaza y tomó el camino del Hospital San José, Independencia y hacia el norte. Conchalí es todavía un barrio con mucho de campo.
-Para en un lugar oscuro.
-Mejor es uno claro -respondió Reyes-. Veremos mejor y no pondremos saltones a los posibles curiosos.
-Como quieras. ¿Le diste muy duro?
-¿Cómo puedo saberlo?
-Es que no se queja, ni se mueve. ¡Para!
Domínguez le tiró la luz de su sorda linterna en el rostro:
-Está muerto y lleno de sangre.
-¡No!
-¡Míralo!
Miró. Ambos hombres miraron aquel breve cuerpo y esos abiertos ojillos de ratón.
-Un hombre tiene que tener cuerpo de hombre y resistencia de hombre. No basta con la cara y los pelos. Con el golpe que le dí, sólo podía morir un niño. Me pareció más grande cuando lo ví llegar a la esquina. ¡Ah, puchas! Tengo la mano ensangrentada -Lo dejaremos en cualquier parte. Si nadie te vio pegarle, nada pasará. Echa para adelante, el camino que se une a la Panamericana será el mejor: no pasa nadie.
El silencio volvió a caer sobre los dos hombres como una fina lluvia de goma negra sobre tierra roja recién abierta.
-¡No corras! Nadie te sigue.
-No corro. No sé lo que hago...
El automóvil disminuyó la marcha: una voz unida a otra suele llegar hasta la conciencia de un asesino.
-¡Para aquí! Acércate a las zarzamoras. Trataré de dejarlo cubierto, así ganaremos tiempo.
Domínguez bajó el cuerpo al camino y lo trajinó con nerviosidad:
-Esa porquería chica ni siquiera tiene el anillo. Ven, ayúdame a tirarlo sobre las matas...
-¡Vámonos! Viene un vehículo.
El regreso, por fuera y por dentro, velocidad y muerte, fue afiebrado: dos volcanes en franca erupción. Giraron a menos de cien metros del cadáver y a gran velocidad, por milímetros esquivaron al enorme camión que se acercaba.
-Iré a lavar el auto y a lavarme las manos. Te dejaré en Dávila. Ya hablaremos. Ese chico tenía demasiada sangre...
-Como quieras. Te dije que sólo lo golpearas.
-Eso hice. Yo no soy un hombre de fuerza. Probablemente estaba enfermo o era muy débil. ¿Qué sabe uno de estas cosas? Trataré de arrancarme a la Argentina. En Buenos Aires te estaré esperando. Si reduzco las joyas te enviaré dinero.
-No lo necesito, ex socio y menos de tus asesinas manos. No había razón para matarlo así, sin oírlo, sin saber quién era, ni qué quería.
-Tú no puedes reprocharme nada. Lo hice por ti y tú también eres un asesino.
-No levante la voz compadre, que yo no muero como un conejo. Usted es sólo hombre a la segura, nunca arriesga nada. Que te vaya bien. Yo daré un golpe dentro de unas horas y lo que obtendré no necesita de un reducidor-asesino.
-Está bien, sigue esperando por tu inspector. ¡Delátame a él!
-Sabes que no lo haré, miserable. El inspector no es mío, es de la ciudad y ojalá se gane bien el sueldo de este mes para verte llorar en una celda ¡cafiche de ladrones estúpidos!

CAPÍTULO OCTAVO

EL CLUB

El inspector entró al atardecer en la calle Miraflores. No necesitaba apurar la marcha porque la suya era una cita abierta. Dejó el automóvil en una esquina y caminó para mejor pensar en su oficio: imperiosa y constante tortura leve.
Sabía muy bien que los días habían transcurrido con las horas estrechamente ligadas, sin presentar resquicios entre las llamadas diurnas y nocturnas, agrupadas, monótonas, sin huellas.
Tenía el cerebro lleno de informaciones dispersas y diferentes y en los oídos internas voces retumbantes que pugnaban por salir y cuyos significados no podía concretar en modo alguno. Los ojos cansados de ver pequeños rostros numerados, de leer informes Necesitaba distraerse, hacer o ver algo distinto. Tomó la calle como un descanso, miró un farol y lo enjuició: "Poca luz y muchos bichos". En la larga fila de focos se agrupaban los manchones negros: "¿Por qué siempre será así: luz y sombra y siempre Decidió caminar para darle tiempo y ocasión a su mente de seguir en la divagación libre, lejos del crimen del Barrio Alto y de la inútil cacería humana que había desatado. Así llegó hasta el mismo costado de la Biblioteca Nacional y regresó mirando vitr En el final de la calle vio dos escuelas universitarias, clínicas y asociaciones de profesionales, casi logró pensar en la limpieza del esfuerzo de otros individuos: desde allí vio un sector del Parque Forestal y un doble asesinato lo envolvió. Había de Miró hacia arriba: el gris edificio tenía cuatro pisos y una plancha de bronce no muy reluciente: "Colegio de Dentistas". Se detuvo en la puerta para despedirse del aire fresco y del nocturno y naciente paisaje cercano. Presintió el río sucio y rumoros Los jugadores eran, en su mayoría, "inmigrantes" de la vieja "Academia de Billares Brunswich" que, después del fallecimiento de Mario Petric, el mejor y más humano concesionario de los clubes santiaguinos, tuvieron que abandonar el local de San Antonio c Un abogado, Guillermo Millas, enamorado del bridge, inquieto, decidió formar "tienda aparte" y arrendó el local de la calle Miraflores. Todos los jugadores de bridge y de chiflota, son casi los mismos, lo siguieron. Como premio a su visión y esfuerzos Médicos, abogados, ingenieros, arquitectos, periodistas, industriales, comerciantes, policías, etc., la vieja raíz brunswichniana, florece en el nuevo local. Algunas veces los socios recuerdan los tiempos de las puertas cerradas para evitar allanamiento La vieja raíz no pasa, alrededor del bridge, de ser una entretención-excusa que reúne a hombres distintos e inquietos que necesitan de un lugar libre, donde todos son más o menos iguales en derechos y en deberes, y donde, además, son desafiados en el cam Por cierto, el bridge que se juega es el de más alto nivel nacional y, para cumplir un contrato, rubber bridge, se usan singulares inflexiones de voz, gesticulaciones irregulares o casi, toses voluntarias, etc. Algunos jugadores suelen "semblantear" has El club ha sufrido altas y bajas, pero se está asentando debido al esfuerzo colectivo de sus heterogéneos integrantes, donde prima el israelita.

LA VISITA

El inspector llegó como a su casa: en su juventud también había gastado algunas horas entre piques y tréboles, corazones y diamantes. También había sido un tenaza perseguidor de la chiflota de corazón, con él también rezaba aquello de la "La bestia debe Encontró a Isaac Bryner con las cartas en la manos. Fue presentando ceremoniosamente al resto de los socios y no era por el cargo ni el oficio, era porque Cortés provocaba con su sola presencia, encontradas y extrañas reacciones.
Un tal "Don José" hombre de edad y muy delgado, iba y venía por entre las pequeñas mesas verdes llevando, en sus temblorosas manos, bandejas con sandwiches, refrescos, cigarrillos, té o café. Era el nombre más voceado:
-¡Eh, don José, Traiga una pilsener.
-No olvide, don José, la torreja de limón.
-¡Don José, cámbieme un "chirimoyo" chico!
Ocupó la silla de espectador en la mesa de Bryner. Quería mirar y miró sin poder dejar de oír la voz de Michaely que le decía a Benjamín Alaluf y a Rostocotoff, cosas sobre él. Cortés sabía que su nombre era conocido en esos lugares: hay actividades qu Un viejo amigo, ex prefecto de la Policía Civil, lo saludó con cariño:
-Es bueno que venga por estos lados, que se entretenga un poco. Usted sabe que los crímenes jamás terminarán. Más gente, más delitos. ¿Quiere café?
-Si, gracias, César.
Desde una mesa vecina saltó al aire una castiza palabrota. Un hombre de áspero bigote y patillas de prócer, al que llamaban Manolo, también abogado, se había levantado blandiendo el as de pique en su mano derecha mientras decía a gritos:
-¡Compañero! si yo marqué pique con el ocho, usted debió volver pique! Ahora llevaré este as al "ropero de don Vala" -alusión a un ex ministro de Estado que sigue desobedeciendo las marcas de los partners y que, según se dice: "tiene un ropero lleno de De otras mesas salieron varios ¡Shhh! pidiendo silencio con inusitados ruidos de golpes de manos y pies.
Un cuico -mirón- de otra mesa alzó la voz:
-Usted debió ir de diamante y chica de diamante. Su compañero falla el segundo diamante y vuelve corazón. Usted toma de as de corazón y...diamante chico. Dos caídas...
- Sí, pero usted -repuso el aludido- ha visto tres manos por lo menos y ahora se hace el brujo.
-No, solamente la suya y el muerto.
-No, señor campeón. Cuando terminó el remate...
-¡Don José! ¡Otra pilsener!
-¡Otra para mí!
-¡Paso!
-Es cierto, perdón.
Sonó el teléfono. Alguien atendió y gritó:
-¡Inspector Cortés! ¡A la reja! -llamado que se usa en los penales-. Perdón, lo llaman por teléfono. Otro agregó: "Otra vez se está convirtiendo en cuartel". Otro: "Ya no hay salud".
-Sí. Dí.
-Pinto, señor. Un muerto en el San Cristóbal casi frente al zoo.
-Iré. No, tengo el auto aquí cerca.
Se volvió hacia Bryner:
-Volveré pronto. Un pequeño asunto. No quiero perderme las incidencias del juego. Además, tenemos que conversar. Espéreme, por favor.
-Supongo que todo sigue igual ¿cierto?
-No, algo ha cambiado, por eso necesito su ayuda. El hombre es un ciclista o usa continuamente bicicleta. Analizando la versión de Sofía Rojo, concluimos así.
-¿Qué ganaremos con eso, inspector?
-Se reducirá bastante el grupo de sospechosos.
-¿Qué más hay?
Cortés notó cierta desilusión en el rostro de Bryner.
-Algunos oficios descartados. Creemos que se trata de un cerrajero por la abundancia de partículas de metal que encontramos en su casa, en particular, bronce y esmeril. Por esa razón estoy aquí: tenemos que confirmarlo o descartarlo. ¿Mandó usted a ar Los ojos de Bryner se ampliaron desmesuradamente y hasta tomaron otro brillo: misterio de la fisiología. Tiró las cartas sobre la mesa con un "discúlpenme, caballeros".
-Creo que sí. Estoy seguro y sólo hace unos meses. Pero no fuí yo. Margarita debe saberlo. La llamaré.
-Aló, habla Isaac. ¿Recuerdas, Margarita, que hace algún tiempo se echó a perder o se quebró la llave dentro de la cerradura de la puerta principal?
-Sí, don Isaac, así fue y un hombre vino a arreglarla.
-Muy bien, ¿Recuerdas en qué llegó?
-Déjeme ver... Sí... en bicicleta.
-Muy bien, Margarita. ¿Cómo era? Es importante qué lo recuerdes.
-No señor, no lo recuerdo.
-¿Dónde fuiste a buscarlo?
-No fui yo, fue la señora.
-Gracias.
Se volvió hacia Cortés moviendo negativamente la cabeza.
-Desgraciadamente lo contrató mi señora, pero el cerrajero fue en bicicleta.
-Margarita tendrá que reconocerlo.
-No, inspector. Acaba de decírmelo.
-No es lo mismo, Isaac, el que lo ha preguntado usted y por teléfono a que lo haga personalmente yo. Se lo colocaré entre varios otros ciclistas. Además, ya el caso se está cayendo solo...
-¿Por qué?
-Porque los cerrajeros... No se preocupe. Volveré pronto y seguiremos conversando. Sin duda estamos cerca del final. Gracias. Voy a ver un cadáver al San Cristóbal.
Salió a la calle feliz: algo importantísimo había confirmado, establecido. Mientras encendía un cigarrillo oyó, a través de la ventana, que Michaely seguía informando a sus amigos y a todos los miembros del club:
-Ese inspector es el que está investigando la muerte de Rebeca y el robo de joyas. A mí también me hicieron preguntas sobre el crimen. ¿Quién sabe en qué andará por aquí? Yo no creo en esa "visita".
-Lo invité yo -aclaró Bryner- . Le hablé del club y mostró interés en conocerlo. Es un hombre excelente y un investigador francamente profesional.
-No hay policía bueno -aseguró un judío chiquito y gordo al que llamaban "Pista".
-¡No olvide que yo también soy socio! -gritó el ex prefecto.
-¡Y yo! -coreó el excomandante Sánchez.
-Bueno -siguió Pista (así le dicen los húngaros a los que se llaman Esteban)-, me dio sed la visita. ¡Don José! ¡Trae coca!
-Está bien. No grite ¿La quiere con o sin papelillo?
Desde otra voz, desconocida para el inspector, saltó un rumor:
-Anda prófugo. El cheque es grandote.
-Si lo pillan, como siempre, pagará el padre.
-¡Ah! Es que se la juega como peña.
-Dos piques.
-Paso.
-Dos sin triunfo.
-¡Don José!
-Paso.
-Cuatro piques. Este partner mío no saca puntitos.
-¡Qué viejo estás, José! Ya no sirves.
-No crea, compañero, tengo una dama y un rey.
-Entonces, debo estar cerca del little slam -seis basas sobre el book-. Abrí con veinticuatro puntos y son "buenones".
-¡Don José!
-¿Qué?
-Necesitamos otro mazo de cartas, a esta reina de trébol le salió bigote.
-No, es sólo un trocito de aceituna.
El inspector sonrió. Tiró la cola de su cigarrillo y caminó en procura de su auto. Durante el corto recorrido al cerro lo acompañaron otros rostros y otras voces. Seguía llenándose de vivencias y ordenándolas con cuidado o tratando de hacerlo. No pod El cadáver del cerro era el de un ex ebrio hambriento al que se le había atragantado un hueso de pollo. El hambre atrasada siempre tiene apuro. Ordenó el levantamiento del cadáver y regresó al club un poco antes de las veintiuna y treinta. El bridge h -¿Algo importante, inspector? -preguntó Bryner.
-No, el muerto de rutina, el que nunca falta y al que uno termina por habituarse: un accidente gastronómico: franco y primitivo estado de necesidad orgánica.
-¡No puede ser!
-Sí y son frecuentes.
-¿Hay categorías en el crimen?
-Sí, como en la vida, como en el bridge.
-¿Son los más ricos los que encabezan el ranking ?
-En el mío son los más útiles. Cuando matan a un profesor o a un intelectual me duele. Los solamente ricos, su gran preocupación, Isaac, cuando mueren, cualquiera que sea la forma, producen alegría entre sus herederos; pero, casi nadie es solamente ric -Pero eso suena a injusto y cruel -terció el presidente del club-. Me extraña que un oficial de policía hable así.
-Abogado Millas, esta no es cuestión emocional, ética o moral. Es cuestión de peligrosidad cierta, de recidivismo auténtico o probable, casi impunidad por superioridad y carácter. Cuando nace el terror pánico y colectivo, nadie piensa en las víctimas n -Bueno, si usted lo pone así. Pero sigue siendo duro lo que ha dicho.
-Siempre es dura la verdad tanto como lo es el auténtico "misterio", generalmente una extraña medida para determinar capacidad o incapacidad de investigadores. Parece ser, generalizando, que lo "blando", para seguir con su terminología, importa poco. -Sí, aquí está el inspector.
Cortés levantó el fono:
-Dí, Pinto.
-Perdone, señor. Del retén "Los Pasos de Huechuraba" llamaron recién comunicando que había un muerto fresquito sobre unas zarzamoras.
-¿Estás bromeando?
-No, señor. ¿Cómo podría?
-Nosotros...
-No, ya te dije: tengo el auto. Avisa al doctor Rojas y a los del Laboratorio. Pasaré por él. ¡Vuela!
Regresó a la mesa para despedirse. Estaba nervioso.
-¿Otro muerto, inspector? -preguntó el abogado Millas.
-Sí.
-¿Cuántos se producen en el día?
-Depende del día, presidente, del mes, del año. Depende de la política nacional y de la internacional. Depende de la moneda y del valor del cobre.
El inspector lo miró con simpatía. Sabía que era un excelente abogado en el campo procesal-penal. Bien podía darle una respuesta clara, precisa; pero, ya no tenía tiempo. Siguió:
-Lo siento, señor Millas. Otro día conversaremos. Será hasta dentro de algunos muertos.
-Adiós, inspector.
-Adiós, Isaac. Mañana iré a conversar con Margarita. Le ruego esperarme en su casa.

CAPÍTULO NOVENO

EN LOS PASOS DE HUECHURABA

Dos luces pequeñas zigzagueban a todo el ancho del camino.
-¡Cuidado Horacio! -gritó al conductor del camión el joven descendiente de alemanes que lo acompañaba.
Horacio, el chofer, esquivó al pequeño trompo de latas. Asomó la cabeza por la ventanilla y escupió e insultó al conductor del auto chico:
-¡Tómalo con papaya, hijo de la gran...!
Su acompañante volvió a gritar:
-¡Para, Horacio! Sobre las zarzamoras hay algo muy raro: parece un niño vestido de hombre.
-¡No digas leseras! Este viaje al norte está resultando como la mona.
-Bueno, echa para atrás.
El camionero obedeció. La voz de su acompañante se dejó oír:
-Un poco hacia la derecha. Despacio. Otro poco. Así. Para. Está bien.
La potente luz del busca caminos dejó a la vista, en una cama-escenario de hojas verdinegras, el cuerpo de un hombre muy chico. El peso de ese cuerpo había formado una especie de nido cóncavo entre las ramas.
-¡Ah, chitas! -exclamó el camionero-. Lo tiraron a... Tiene rota la cabeza. ¿Qué haremos, Erick?
-Nada.
-¡Es que podría estar vivo...!
-No, Horacio. Sólo un pájaro o un ratón podría subir a este lugar. Allí lo tiraron. Apenas se está sujetando en las ramas centrales. Se está hundiendo lentamente, en unos minutos más, habrá desaparecido entre las hojas. Su inmovilidad es absoluta. El crimen es y será siempre un poderoso imán: detiene una vida y paraliza momentáneamente a los vivos. Todo pasajero se detiene a mirar, caviloso y sorprendido, a aquel que llegó a su destino.
Las voces que pedían al camionero que volviera a encender el busca caminos, eran desesperadas y mayoritarias. Otras luces se encendieron y otros busca caminos. El cielo del lugar parecía haberse transformado en cielo de aeropuerto. Pero ninguna luz er Erick Wiener movió la pequeña palanca del reflector: un largo, poderoso y ascendente camino de luz atravesó sombras, zarzas y rebotó en el pequeño cuerpo para perderse, disminuido, en los potreros cercanos. Seguía hundiéndose entre las hojas y las ramas -¡Es sólo un niño!
-¡No apaguen todavía!
-¡Hay demasiados criminales sueltos!
-¡Cuidado con la billetera!
-¡Miguel, alguien me corrió mano!
-Soy yo, mi hijita.
-¡Ah!
-¡Se está hundiendo! ¡Se va a caer!
Desde el cercano retén de Carabineros llegó la autoridad:
-¿Qué pasa? ¿Qué pasa, aquí, ah?
Buscaban como siempre la información. Después... actuarían... conforme a reglamento.
Horacio Aguilar, chofer del camión, habló:
-Pasábamos por aquí y mi... pioneta vio el cadáver.
-¡Ah! ¿Qué más?
-Nada más.
-¿Cuál es tu pioneta? ¡Enciende las luces!
-Ya partieron mal, sargento. El rubio.
Los dos carabineros se consultaron en voz baja. El sargento sacó libreta y lápiz.
-¡Ya! ¡Nombre y dirección!
-Erick Wiener Wallenstein, Valdivia.
El sargento lo miró con asombro y se sacó la punta del lápiz de los labios.
-¡Dígamelo letra a letra! Nombrecito... y la cara de príncipe que tiene. ¿Qué hace de pioneta?
-Mi padre tienen una pequeña flota de camiones. Estoy recorriendo las rutas, haciéndome al oficio.
-¿Por qué?
-Porque soy el mayor de mis hermanos y debo tomar el puesto de mi padre, está muy viejo.
-¿Hacia dónde iban?
-A Arica, respondió Aguilar.
-¿De dónde vienen?
-De Puerto Montt. ¿Por qué pregunta tanto sobre nosotros?
-Porque ustedes lo encontraron, así lo han dicho; pero también pudieron ser ustedes: el cadáver está muy... muy...
-Fresco, mi sargento.
-Sí, eso. Están detenidos. Los demás deben circular. ¡Se acabó la función!
Wiener reclamó:
-No deben detenernos a pesar de la breve data. El cadáver presenta dos procesos de tiempos diferentes en la sangre: una está casi seca, adherida al cuero cabelludo, cabellos y piel de la cara; la otra es recientísima. Entre una y otra, hay un lapso de -¿Cómo lo sabe? -preguntó el más joven de los carabineros.
-Por la acción de la fibrina en presencia del oxígeno. En las huellas dejadas por los dibujos de los neumáticos, los pequeños conitos están, casi todos, especialmente los del lado derecho del camino, lado del muerto, con sus vértices intactos: debió ser -Puede ser un hombre solo -argumentó el sargento.
-No -contestó Wiener-. Sólo dos hombres pueden lanzar un cadáver a esa altura: las zarzamoras pasan del metro y medio.
-Pero, si ese muerto debe pesar muy poco.
-Sesenta kilos. El cadáver debe tener equimosis en los brazos y en las piernas. Será cuestión de examinarlo. Un simple vistazo bastará: si no los hay, murió en otro lugar; si es golpe el de la cabeza, y así lo parece, allí se encontrarán las infiltrac -¡Usted no es pioneta! ¿Qué es? -preguntó el otro carabinero.
-Egresado de medicina y me fascinan todas las causas de muerte. Estos son mis documentos.
Extendió la cédula de identidad y carnet universitario. Agregó:
-Supongo que nos dejarán en libertad.
-No lo sé. Llamaremos a la Brigada de Homicidios. Ellos sabrán a que atenerse. Nosotros...
Llamaron. Una camioneta verde llegó antes de media hora. El corpulento detective Sayen comandaba el grupo. Fue enterado de todo lo ocurrido y sintió viva atracción profesional por el joven Wiener.
-Está en libertad, señor; pero me gustaría que hablara con mi jefe, el inspector Cortés. Creo que ambos les será grato el encuentro. Debe estar por llegar.
Aguilar también se acercó al hijo de su patrón.
-Yo no sabía, muchacho, que eras médico. Nunca lo dijiste.
-Porque no lo soy. Tengo pendiente el examen de grado.
-Fue bonito lo que les dijiste a los carabineros. Por cierto entendí muy poco. ¿Cómo pudiste ver tanto en tan poco rato?
-No creas que el tiempo es poco: lo he hecho antes. Ver un cadáver es, para mí, como para ti ver un motor. A propósito Horacio, ¿de qué marca era el cochecito qué nos sacó del camino?
-Parecía un Fiat.
-¿Sabes el año?
-No.
Un hombre chico llegó saludando a todo el mundo y muy en especial, casi con familiaridad a los carabineros. Éstos le informaron con detalles, incluso agregaron algunas de las fundamentales observaciones de Wiener. Cortés agradeció de viva voz, pidiéndo Sayen le presentó al "joven alemán" y le secreteó:
-Iremos a pie -dijo Cortés-. Así podremos charlar y ver. ¿A qué iba al norte?
-A ver la ruta. Tengo cinco hermanos, dos son hembras y todos estudian. Como yo estoy casi fuera de la Universidad, he decidido enterarme del negocio de mi padre. Es, en cierto modo, un viaje de vacaciones. Mi padre está feliz y yo también.
-¿Se dedicará al transporte?
-Sí, señor.
-¿Y sus estudios?
-Todavía soy muy joven. Necesito madurar en otros aspectos, conocer el país y conocerme. Hasta aquí soy un teórico, un conocedor de textos.
-¿Quiere decir qué dejará la medicina?
-No, quiero decir, inspector que trataré de vivir un poco. Usted tal vez no sepa lo que es estudiar día y noche.
-No, no lo sé. No sé estudiar, sólo trato de comprender y francamente ignoro de dónde viene lo que llamamos conocimientos y lo que el conocimiento es...
Wiener abrió los párpados. Lo que ese hombrecito había dicho lo oía por primera vez y sintió que su espíritu se había estremecido. Lo miró con atención: el inspector no mostraba nada anormal, al contrario.
-Aquí es, señor. -Señaló el sargento.
Un fotógrafo fijó la escena en cuadros sucesivos desde los alrededores hasta el cadáver. Lo bajaron de las zarzamoras. Cortés no le quitaba la vista al doctor Rojas que iniciaba el examen:
-Fractura de cráneo -dijo éste-. Menos de una hora de data. Creo que fue golpeado por atrás y en otro lugar: aquí no hay la sangre que debiera haber. Fue sujetado de manos y pies por dos personas después de la muerte. Algunas regiones presentan equim -Gracias, Osvaldo. Registra los bolsillo y dame lo que encuentres.
Lo hizo y le entregó 210 escudos en billetes, una cédula de identidad, un recorte de diario doblado en cuatro, un pañuelo sucio, una libreta de tapas negras y un lápiz.
-¿Es todo?
-Sí, "Mono". No te puedes quejar, este muertito está cooperando con la policía.
-¿Para qué, Osvaldo?
-¡Hombre! El carnet le pertenece.
Wiener le comentó a Sayen:
-El doctor Rojas es lo mejor que he visto describiendo causa de muerte. Es increíble. ¿Cuántos años lleva en esto?
-No sé. Siempre lo he visto examinando cadáveres o bebiendo cerveza. Unos veinte años o algo así.
Cortés revisó cuidadosamente la libreta: la escritura era irregular, con ligados ampulosos y finales ascendentes, infantil; tenía nombres y borrones, números y anotaciones, curiosísimas sobre negocios y empleados de la Avenida Irarrázaval y calle Dávila. -Dame una linterna, Sayen. Apaguen todas las luces. Sargento, interrumpa, por favor, todo movimiento en el camino durante algunos minutos.
Se agachó sobre el cadáver y fue observando lentamente, hebra por hebra, el tejido de aquellas ropas húmedas y manchadas. En cuatro pies recorrió el camino de las manchas de sangre desde las marcas del pequeño vehículos hasta las zarzamoras. Miraba y m Poco a poco se fue transformando en estatua de sangre y huesos. Perdió todo movimiento y toda noción de tiempo y circunstancias. Cerebralmente estaba por entrar en la etapa de las diferenciaciones: las células de los conocimientos generales del caso de El hallazgo de ese cadáver y de esos papeles-documentos, lo estimularon más allá de su oficio, había sido tocado en su verdadero yo. Ya no necesitaba ojos ni oídos ni su extraño sentido de distancia ni el término ni el de peso, ni siquiera el de peligro Al casi petrificarse, contagió al grupo formado por extraños y compañeros y aquella labor policial común se convirtió en ensimismamiento colectivo, arrobación. Erick Wiener, Aguilar y los carabineros, estaban asombrados, particularmente el médico, que n Una motocicleta con escape libre, rompió el singular encantamiento. Cortés se rehizo con gestos parecidos a las reacciones de un felino en lucha contra el frío. Al mirar hacia el grupo captó los fragmentos finales de lo ocurrido y dijo:
-Perdón, señores, fue involuntario.
Pero ya estaba lanzado en otra etapa: ahora tenía que hablar, sacar, como un prestidigitador profesional, lo que había logrado extraer:
-Esta es la larga sombra de un gato que empieza a aclararse, a transformarse, a humanizarse. Este cadáver -señaló con el dedo índice derecho el pequeño cuerpo inerte-correspondió a Julio Olguín Jacques. Fue asesinado por intentar chantajear al ladrón m Calló. Nadie en el grupo pensaba en el tiempo. Nadie hubiera podido medirlo.
El extraño y, al parecer inconexo monólogo, había satisfecho un estado de humana necesidad: el acumulador sensorial-intelectivo había soltado gran parte de su energía interna.
El sargento-jefe del retén "Los pasos de Huechuraba", lo seguía mirando como se mira a un alienado: ese lenguaje y gestos de un pretérito tan reciente y la quietud anterior y la de ahora, según él, no correspondían a ningún ser normal, porque la normalid Sayen, que conocía a su jefe, sabía que el caso había terminado; pero antes recogería a todos sus compañeros que se endurecían en puntos fijos. Enviaría también orden de regreso al cuartel a los patrulleros de calles. Greenhill y Dagach no deberían per Wiener permanecía como embrujado: había asistido a una representación cuyo guión ignoraba. Sin embargo, ese hombre pequeño había logrado meterlo de cabeza en ella. ¿Cómo se internaba en el mundo de la relación de personas y hechos? Por afinidad intele El chofer Aguilar miraba hacia todos lados y se rascaba la cabeza como si le estuviera dando cuerda a su inteligencia. Sabía que, de uno u otro modo, había entrado en un mundo distinto, un mundo donde el asombro no tiene valor.
El inspector preguntó en un tono normalísimo, alzando apenas la voz y presintiendo que sólo él mismo podía contestarse:
-¿Quién será Aníbal Jacques?
Su voz fue y envolvió cadáver y zarzas, testigos y vehículos, caminos y lejanía, cerros y nubes y regresó a sus oídos como un rumor distante e inconcreto.
Era uno de sus recursos, al que siempre recurría en apreturas. Recurso-ganzúa para cerrar ex misterios. Las letras de la frase bailaron entrelazadas.
En todos los tímpanos quedó sólo el ruido, el murmullo de las distintas ondas sonoras, la música. La frase golpeó los cerebros sin obtener respuestas. Percibir contenidos no es sólo un proceso consciente, hay zonas donde el tenue contacto escapa al con El inspector sostenía una blanca tarjeta de visita en sus manos y la sacudía con cierto frenesí, casi histerismo, tratando de extraer algo concreto de esas pequeñas letras negras.
Repitió. Se repetía:
-¿Jacques? ¿Jacques?
Cerró los ojos y se guardó la tarjeta. Se aquietó. Volvió a endurecerse cerrando toda comunicación con el medio. Necesitaba oírse en el mínimum para oír el brote de la respuesta. Así pasaron dos o tres largos minutos. Rojas encendió un cigarrillo, e El rostro de Cortés se relajó y abrió los ojos. Fue perfectamente visible su agitado proceso respiratorio. Se dirigió al doctor Rojas en suave tono de confidencia:
-¿Sabes Osvaldo? bien puede tratarse de un tío de este fiambre. Hablaremos por teléfono con el tal Aníbal Jacques. ¿No te parece?
-Haz lo que quieras.
El grupo se dirigió al retén. Cortés había ordenado el levantamiento del cadáver. Las pisadas ya habían borrado hasta las huellas de sangre y los conitos de polvo.
Marcó el número anotado en la tarjeta:
-Aló, con don Aníbal Jacques, por favor.
-¿Quién habla?
-Inspector Cortés, de la Brigada de Homicidios.
-Un momento...
La gruesa voz femenina dejó pendiente la comunicación.
Una voz aflautada, voz de viejo, nerviosa, preguntó:
-¿Qué pasa, señor?
-¿Es usted tío de Julio Olguín?
-Si, señor. ¿Qué le ha ocurrido?
-Iré a verlo, señor. Estaré allí en veinte o treinta minutos más. Es...sólo una investigación de rutina...

CAPÍTULO DÉCIMO

EL TÍO Y EL GATO

Sayen ocupó el teléfono después del llamado de su jefe:
-Pinto, díle a los detectives que se reúnan con "El Mono" en el hotel "Las Violetas", San Diego con Ñuble. Es urgente, parece que "El gato" está a punto. Deja recado para aquellos que vayan llegando. Supongo que llamaste a todas las direcciones anotad -Sí, "Turco". No te preocupes. Yo también trataré de colarme. ¡Cómo voy a perderme la probable detención de ese criminal que me cuesta cien escudos en gastos extras y cinco kilos de peso!
Cortés, en la camioneta de B.H., junto al doctor Rojas; los peritos del Laboratorio en el viejo auto negro; el camión de los Wiener con el sargento como acompañante y el Chevrolet 51, plomo, del suegro de Cortés y que éste usaba como propio, a cargo de u -La verdad es, "Mono", que has hecho demasiado "teatro" en este caso. Me tienes irritado. No era tan difícil asociar, por ejemplo, Aníbal Jacques con Julio Olguín Jacques. Jacques no es un apellido común y los con "s" final son menos que los sin "s". -¡Ah, estuviste hojeando! Bien pudiste decirme que era el tío. Perdimos preciosos minutos tratando de establecer relación o parentesco.
-Pero si tenías la dirección anotada, era cuestión de marcar el número.
-¿Cómo sé yo, la parte del señor Aníbal en este asunto? No es lo mismo preguntar directamente por el tío.
-Tú no hablaste directamente con él: el recado se lo pudieron dar en forma distinta.
-Es cierto, Osvaldo, pudo ser como tú dices, pero no fue así. Cuando hablé con él usé el "tío". Ahora conozco su voz y su angustia. Se vio con el jinete hace muy poco...
-¿Cómo lo sabes, brujo del infierno?
-La tarjeta de visita es nueva y Olguín no era, precisamente, en cuanto a limpieza, el embajador de Inglaterra. Además, estaba temiendo el drama: sabía que el muchacho andaba metido en líos. Lo de "Tío" lo obligará con su conciencia ante la policía. -Dale con el calificativo hueco: te faltan razones. ¿Cómo puedes tú basarte en la guía de teléfonos para saber cuántos Jacques hay en el país? Tú sí que eres extraño para mí, pauta de lo mediocre. A veces me parece que vienes del grupo que a la pregun -Era jinete.
-Lo fue. Tenía los músculos de las piernas muy blandos. ¿Cómo se relacionó con "El gato?" No voy a seguir, doctor. No puedo darme el lujo de enojarme. Seguiré pensando, si me lo permites.
-Lo estás tomando mal, "Mono". Sólo quería referirme a tu actuación. ¿Te parece bien haber dado la sensación de total espiritualización?
-Tú deberías juzgar solamente por los resultados. En nada te pareces a mí. No comprenderás jamás cómo me duelen mis errores: ese muchacho podría estar vivo si yo no fuese tan ciego, tan abierto a mis compañeros de trabajo.
-A Dios gracias que no me parezco a ti.
-¡Qué amor propio! Estás imposible. Sabes que no controlo muchos de mis actos. ¿Cómo voy a saber la razón de la mecánica mental en el calce de los indicios y el por qué de mi gesticulación o la ausencia de ella? Si tú lo sabes, ¡dímelo!
-Conoces tu oficio, Cortés, eso es indudable. Conoces a la especie humana. Sabes, por tanto, cómo impresionar a un auditorio circunstancial.
-¿Cómo, Osvaldo?
-¡Tal como lo haces!
-No es respuesta. Me conoces veinte años y sabes que carezco de toda condición histriónica. El actor conoce el guión, yo no. La gente paga por verlo actual A mí, como a ti, nos pagan por pesquisar y bien sabes que son muy pocos, víctimas y familiares -Es que... me pareció falso, Carlos.
-Sí, lo entiendo. A veces se califica de falso lo no común, lo nunca visto. Los sentidos también se acostumbran a la rutina y cuando un humano se atreve a romper algunos moldes, sus actos son juzgados inapropiados, anormales, falsos. Los calificativos -¿Me estás insultando?
-Bien sabes que no me es posible.
Seis cuadras de silencio y humo de cigarrillos envolvieron a ambos hombres. Rojas preguntó:
-¿Resentido?
-No. Estaba pensando en el joven Weiner. Bien podríamos tratar de interesarlo en el trabajo nuestro a tal punto que llegue a desear quedarse con nosotros. Está bien dotado. Le enseñaríamos Criminalística y tú tendrías un buen ayudante y yo, un excele -¡Ah, "Mono" bandido! ¡Por eso lo hiciste!
-¿Qué hice?
-¡TE-A-TRO!
-No, Osvaldo. Relacionar ciertos hechos no es tan fácil como tú te lo imaginas. En ese momento no pensaba en nadie, calumniador. Tu crítica ya no me molesta, con los años he logrado formar anticuerpos contra las frases-Rojas. Me molestaría hacer lo qu -¡"Mono" vanidoso y cretino! ¿Qué harás con el tío?
-No sé. Bien puedo usarlo, de alguna manera, en la pesquisa. Necesito verlo. Tú sabes lo importante que es la fisiología y, necesito saber cuál es su empaquetadura física...Wiener podría ser un buen detective.
La camioneta cruzaba la Alameda a regular velocidad, porque Cortés no se permitía excesos ni estúpidos bocinazos ni sirenas locas.
En el camión, la charla era muy distinta. El sargento Rosales le decía a Wiener:
-... es el caso de solución más rápida que conozco.
-¿Conocía usted al inspector?
-Sí. Lo llamamos, es nuestra obligación, cada vez que hay un crimen o un muerto en mi jurisdicción.
-¿Qué sabe de él?
-Siempre es amable con los carabineros y nos explica cosas. Insiste mucho en una estricta protección del lugar del crimen. Agradece toda cooperación y nos felicita cuando hemos actuado bien. Nos envía revistas policiales, fotografías de casos y hasta -¿Cuántos?
-No lo sé. Yo llevo quince y a él siempre lo he visto en lo mismo: averiguando quién mató. Debe estar cansado ¿no le parece, doctor?
-No, amigo Rosales. Esa clase de hombres no se cansa nunca. ¿Por qué me habrá invitado a mí a conocer al tío de la víctima? Parece que trabaja el crimen muy abiertamente, sin secretos tontos ni falsos misterios, lo que no deja de ser una costumbre nor -A usted lo invitó porque yo le hablé de usted. También se lo conté al detective Sayen y él debe haber dicho lo mismo que yo. Usted estuvo muy bien cuando habló del cadáver y del auto.
Wiener sonrió y pensó en otra verdad: la gente, en una conversación, capta, por lo general, ciertos aspectos del todo. No puede ser de otro modo, de ningún otro modo.
En Avenida Matta con San Diego el cortejo se alargó: otros autos policiales y taxis se agregaron a la fila.
Wiener comentó:
-Como sea, las cosas las hace bien y con rapidez. El inspector se había detenido en la puerta del hotel. Llamó a Greenhill:
-Aquí hay, Eduardo, una dirección y un nombre: Dávila 878, Samuel Domínguez. Queda frente a la Novena Comisaría de Carabineros. Lleva contigo a Dagach, Sayen, Pinto, Baltra y Rosales.
-¿Quién es Rosales?
-El sargento de Huechuraba. Pide más hombres. Ubícate en la comisaría y marca cada cinco minutos este número. No hables, no digas nada. Deja la movilización lejos del lugar y cubre la casa y las calles de modo que "El gato" no pueda escapar. Detrás -¿Me perderé esto?
-No tiene importancia. Si es lo que creo, no pasará más allá de un chequeo de datos. Tú lo sabes casi todo.
-¡Qué voy a saber! Llevo tres días metido en una casa ajena, tratando de dormir de día.
-¡Gusto de saludarte!
Cuatro de los vehículos se movilizaron. El inspector tocó el timbre. Una mujer gorda y vieja se asomó por una de las ventanas del segundo piso:
-¿Qué desean?
-Tengo una cita con don Aníbal.
-¿Sube usted o baja él?
-Subo.
La puerta fue abierta desde arriba por un tirón que alguien dio al cordel amarrado al picaporte. Cortés empezó a subir. Detrás de él iban: el doctor Rojas, Wiener, Aguilar, García, Torrente.
Don Aníbal estaba vestido de azul oscuro. Era un hombre de edad que se defendía muy bien de los años: canas escasas, una que otra arruga, y una doble barba colgante. Recibió al inspector con miradas inquirentes. Lo reconoció porque, en mala policía, e La primera frase fue un:
-¿Qué le ocurrió, señor?
La emoción también es ávida.
-Tengo una cédula de identidad. ¿Es éste su sobrino?
-Sí. ¿Qué le pasó, señor?
El tío no soltaba presa.
Hasta la gorda Otilia aumentó el ritmo de su respiración. Los espectadores policiales esperaban con ansiedad la respuesta del inspector. El drama estaba situado. Hay cargos oficiales que siempre conllevan conflictos, formando una rara mezcla fina-tosc Cortés hizo ademán como para encender un cigarrillo y deteniendo la mano le ofreció uno a don Aníbal. Con voz suave, lenta, empezó a desgranar palabras simples:
-Parece que al muchacho le gustaba beber y que no tenía buenas juntas. ¿Qué cree usted?
Rojas movió la cabeza: "¿De dónde habrá sacado este "Mono" asqueroso tan precisa información sobre el alcohol?"
-Sí, bebía mucho. Aquí no le conocí amigos. ¿Dónde está ahora?
Wiener pensó que el inspector estaba francamente acorralado, que no podía seguir evitando la respuesta.
-Parecía muy enfermo, estaba como agotado.
La voz de Cortés había dado matices distintos y cierta rapidez.
-Sí, no andaba bien. Me gustaría verlo, saber lo que le ha ocurrido. ¿Por qué está usted aquí y con tantos policías?
Wiener tragó saliva. El propio Rojas cerró los ojos por su amigo. Un detective carraspeó apagadamente. Un bocinazo largo llegó desde San Diego. Don Aníbal tenía los ojos y los pómulos con lágrimas. Cortés llevó su voz a un tono medio, metálico, impe -Julio Olguín Jacques... andaba con algún dinero, algo así como doscientos escudos. ¿Sabe usted, que es su tío, cómo los obtuvo?
Don Aníbal miró con humildad al inspector, su mirar tenía mucho de animal herido. Pareció que aquel viejo rostro lo era aún más y sólo habían pasado segundos. También miró al grupo y a doña Otilia. El señor Jacques tomó asiento en un sofá. Cortés mir La voz vino débil, apagada, lejana. Voz de drama con la que se visten las peores confesiones. Voz en correspondencia con el dolor y en armonía con los cambios fisiológicos que aquel hombre había acusado:
-Vendió un anillo que el domingo había encontrado en Yrarrázaval. Era producto, según Julio, de un robo de joyas. Yo mismo leí en el diario el encargo que usted hizo. Tuve hasta la joya en mis manos.
-¿Sabe el nombre del ladrón?
-No, pero es un cerrajero que tiene taller en Yrarrázaval. Don Aníbal sollozó y siguió llorando su honradez y su vergüenza. Siguió:
-El ladrón tiene mujer y un hijo y vive frente a una comisaría. No sé más, excepto que Julio quería cobrarle veinte mil escudos por no denunciarlo a usted...
-¿Sabe dónde vendió la joya?
-No. Le dieron una mugre: trescientos escudos.
-¿Tiene usted un lápiz azul, un bolígrafo?
-Sí.
-¿Hizo usted estas marcas?
Le extendió el recorte del diario donde aparecía el encargo de las joyas. El papel tenía unas leves manchas de sangre.
-Sí, señor. Supongo que no es delito.
-No, ni mucho menos... Fue encontrado en uno de los bolsillos del cadáver de su sobrino. El cuerpo fue hallado en la comuna de Conchalí encima de unas zarzas... ¿Me está escuchando, señor Jacques?
-Sí, señor.
-No se cumplen tres horas del hallazgo. ¿Tiene Julio algún otro familiar?
-Se lo dije inspector. Por eso lo eché de aquí.
-¿Tiene cosas de él?
-Terminó como su padre... Infeliz. Creer en ilusiones rojas...
Don Aníbal se limpiaba mocos y lágrimas y seguía su retahíla. El inspector estaba conversando con doña Otilia:
-Necesito el teléfono.
-Por allí, señor, en ese cuarto.
Llamó a Greenhill:
-¿Cómo anda eso?
-Tranquilo.
-Ahora llamo yo. Alerta a tus hombres.
Marcó el número de la calle Dávila.
Una voz ronca hizo una sola pregunta:
-¿Va a hablar o no?
Estaba irritado, inquieto, sobresaltado. Insistió:
-¿Qué desea? ¡Hable de una buena vez!
El inspector tosió:
-Te equivocaste de hombre, Samuel Domínguez. El chico que acabas de asesinar no tenía la joya, ¿cierto? Ahora cuesta el doble: los cadáveres son más caros que los anillos.
-¿Quién habla? ¿De qué habla?
La voz de Cortés endureció y tomó el filo del acero:
-Del muerto de Huechuraba. De ese que llevaste allí en un coche europeo. De ese que mataste a lacazos y por la espalda.
Transcurrieron diez segundos o algo más. La voz del interlocutor de Cortés vino arrastrada, doliente:
-No tuvimos esa intención, inspector Cortés.
-Iré a buscarte en unos minutos más. Te avisaré.
-Saldré cuando usted me avise. Gracias.
Cortó.
-"Mono", bien pudiste ir y detenerlo como lo has hecho siempre. ¿Para qué sigues actuando?
-Lo sé, sin embargo, como nunca he sido chantajista...
-¿No te entiendo, Carlos?
-La calle no es lo mismo que la casa. Piensa en esa mujer y en ese niño. Además, Samuel Domínguez me reconoció y seguramente no piensa que yo soy un actor. Los delincuentes, algunos, no son idiotas.
-Está bien. No lo había visto así.
-Gracias. El crimen y su pesquisa nunca son clásicos; los deshumanizamos nosotros con definiciones y la burocracia policial-judicial, el lenguaje y la conducta amanerada que todos usamos. ¿Ves como tengo razón al pensar que Erick Wiener debe reemplazart El aludido se sobresaltó. Había presenciado varias escenas extrañas, pero no creía estar en las mentes de esos dos hombres. Se sintió mal como cobayo rubio y pensó: "Bueno, la función social llamada pesquisa es increíble, irreal y extraordinariamente h El inspector apuró el paso en dirección a la salida. Don Aníbal lo llamó:
-Quería darle las gracias. Ya estoy bien. Oí que lo tenía acorralado.
-Sí "tío" y mansito. Nos veremos.
Descendió con velocidad los sucios escalones del hotel. En la calle llamó a Wiener:
-No tenemos mucho tiempo y deseo conversar con usted. Si no tiene inconveniente, puede ir con nosotros a la detención.
El joven médico subió al vehículo del inspector musitando un "gracias" que nadie oyó. Se acomodó entre Cortés, que guiaría el auto y Rojas, su colega.
La primera palabra la dijo el doctor de la B.H.
-¡Cuidado!
En la Avenida Matta, rumbo al norte, el inspector casi choca con un camión.
Wiener pensaba iniciar conversación: "¿Cómo lo haré con este par de "angelitos ?" Rechazó la idea por impracticable.
Rojas le preguntó, casi al llegar a Diez de Julio:
-¿A qué especialidad se dedicará, colega?
-A los caminos.
-No bromee conmigo. Todavía es muy joven.
-No es broma, lo haré. Además, creo que la profesión médica puede llegar a aburrirme. ¿No piensa lo mismo, inspector?
Necesitaba oír a Cortés: en ese hombre ya creía.
-No. Sé que es útil. Me consta. Desde ella se puede llegar a ser... Mejor me callo.
-¿A qué? -insistió Wiener.
-¿A qué va a ser? ¡A pesquisar, qué carajo!
-No le haga caso, Wiener, es un deformado.
-Tu diagnóstico no sirve. El muchacho puede entender que lo usas para cubrir tus complejos.
-¡Cállate, miserable!
Alameda. La camioneta siguió por Ahumada. El centro de la ciudad estaba embanderado y vacío. Unos hombres lavaban calles y veredas.
En la Plaza de Armas, Cortés preguntó:
-¿Y... doctor Wiener?
-Supongo que sí. Necesito unos días para arreglar ciertos asuntos.
-¿De qué hablan?
-Tú lo has oído todo. Hablamos con él. Wiener acaba de aceptar el cargo de ayudante tuyo.
-¡No puede ser! ¿Cómo pudo convencerlo este imbécil? Debe tener pacto con el diablo. Esto no es serio.
-Defiéndeme, Wiener. Pero hazlo como si estuvieras dando examen. Apúrate, porque no te quedan muchas cuadras.
-¡Déjalo, mi....
-Creo que me convencieron cuatro hechos: el interrogatorio del tío fue lo primero. Perdón por el orden, no soy muy ordenado para pensar. Segundo, el que ustedes me hayan colocado en este lío lo he tomado como un desafío en el tiempo; tercero, lo ocurri -Te arrepentirás, muchacho.
-No olvides, Osvaldo, que dijo "PO - LI- CÍ- A".
-Seguramente, doctor Rojas, ¿Cuántos años lleva usted con él?
-No preguntes idioteces.
Cortés reía con toda su alma. Descendió del vehículo y entró al cuartel policial a la carrera. Greenhill se le acercó:
-La luz sigue encendida como puede comprobarlo si mira hacia la parte inferior de la puerta. ¿Cómo están las cosas?
-Bien. Domínguez ya sabe que estoy aquí.
Tomó el teléfono y marcó el número de la casa del frente.
-Llegó la hora, Samuel. Despídete de los tuyos.
-Ya lo hice, señor.
La puerta de la casa verde se abrió lentamente y una enorme figura empezó a dibujarse poco a poco: una manogarra, una pierna elástica y luego el perfil de una cabeza. La enorme sombra, que, de espaldas a la comisaría cerraba la puerta de su casa con lla -Lo sabía, inspector. Lo supe cuando mi compadre Reyes me contó que le había dado un lacazo al enano. Lo he sabido siempre, desde que se murió la señora de la calle Holanda. Sin embargo, siempre alenté esperanzas. Soy porfiado, quizá si lo sea por la -No hay de qué "Gato". Iremos a buscar a tu compadre y el auto. Así, los peritos tendrán menos trabajo para encontrar sangre. La madrugada está llena de sombras, pero ninguna es más larga, ambiciosa, violenta y hábil que la tuya.
-Dígame, inspector ¿qué ha ganado usted con mi caso?
Cortés acusó sorpresa ante la pregunta.
-Gané un proyecto de policía, ese que va allá -señaló a Wiener-. Uno no tiene mucha seguridad en este oficio; pero con esos dos, Greenhill y el nuevo, dejo herederos.
-¿Lo ganó en mi caso?
-Sí, saltó de pioneta a detective. Tú no deberías extrañarte: saltaste de cajero del casino de la policía a ladrón y asesino. El nuevo, también tiene la mano larga y fina como para asir, en lo oscuro de un camino solitario, la sombra de un gato extraor

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