La semilla del Cardo simbolizando la siembra de cultura

Bibliotecas Rurales Argentinas

 

 

'Jamás saldré vivo de este mundo'
BENJAMÍN PRADO

CAPÍTULO 1.
Volvió a caer, ahora mientras buscaba un sitio por el que atravesar el río. Durante unos segundos, al extenderse la humedad sobre su ropa, al sentir en la piel aquella sensación fría y oscura estuvo a punto de abandonar, de quedarse allí, inmóvil, tendido Podía oír a los perros cada vez más cerca; podía escuchar cómo el sonido implacable y metálico de la jauría devoraba sin piedad, poco a poco, la distancia que le separaba de él. Se preguntó si serían los mismos animales quienes lo iban a matar cuando le d Siguió corriendo, hasta un claro del bosque. Allí había una pequeña casa de madera de pino, una especie de cabaña abandonada que algunos pescadores habían usado quince o veinte años antes para guardar sus aparejos o para tomar una taza de café junto al fu -Me apuesto algo a que nunca has visto nada parecido.
Asier pensaba en esa noche cuando se detuvo a tomar aliento; cuando, a lo lejos, cortando la oscuridad como un cuchillo, surgidos en la profundidad del bosque, le pareció descubrir ya los haces de las linternas. Estaban muy cerca. Volvió a pensar en la ví -Maldita seas -dijo-, estés donde estés.
Y es probable que, de haber encontrado las palabras necesarias, hubiese añadido: "Malditos seáis tú y el día en que te conocí, porque ese día empecé a estar muerto".
Asier había llegado a Santa Marta dos meses antes, una mañana de mediados de junio. Hacía un calor infernal y la playa estaba llena de gente, de bañistas que leían periódicos deportivos junto al mar, bajo una pequeña sombrilla; de niños que construían ext Los últimos tiempos no habían sido para él los mejores: trabajos temporales, semanas y semanas sin empleo, un par de pequeños robos en una joyería y en un hipermercado, una condena de sesenta días de cárcel... Así que, en parte por ir a un lugar nuevo y e Aquella noche, después de recorrer toda la ciudad, Asier estaba en un bar llamado Bahía de Cádiz. Al otro lado de los escaparates podía ver a ocho o diez clientes sentados alrededor de mesas de mármol puestas en la playa, muy cerca del mar. Sobre las mesa -Debe de venir mucha gente a Santa Marta en esta época del año -dijo.
El camarero le observó unos instantes. Después se concentró de nuevo en los vasos. En el televisor, a uno de los actores debió caérsele algo de las manos porque de pronto se pudo escuchar un ruido de cristales rotos. Al fin, le contestó:
-Mucha gente. Sí. Demasiada.
Asier miró otra vez las mesas de la terraza. Le pareció que había alguna clase de relación entre el mar y las velas encendidas, aunque no habría podido explicar cuál.
-Supongo -dijo- que un bar es un negocio duro en esta época del año. ¿No es mucho para una sola persona?
El camarero cruzó una mirada con los hombres que miraban el televisor y los tres esbozaron una sonrisa. Asier se puso a pensar, por alguna razón, en un juego que él y sus hermanos hacían cuando eran niños: cerraban los ojos y daban vueltas y más vueltas, El calor era insoportable. El aire parecía algo estancado, una sustancia pegajosa. Entonces, a su espalda, se abrió la puerta y Asier pudo sentir una ráfaga cálida y después un perfume dulce, un olor espeso que parecía envolverle igual que una red. Al vol La chica cerró el bolso, dejó el cigarrillo encima del mostrador con un ademán de desamparo y dijo:
-Vaya, parece que ésta tampoco va a ser mi noche.
Asier sacó una caja de cerillas y encendió una. La chica lo miró unos instantes y luego se acercó a él. Asier pensó que, después de todo, tal vez aquél era su día de suerte. Lo pensó mientras ella se le acercaba, mientras su piel parecía aún un poco más p CAPÍTULO 2.
Iban en el coche y Asier se preguntó si en realidad Laura habría creído una sola palabra de toda su historia: que estaba en Santa Marta para buscar a un amigo, pero no lograba encontrarlo; que su padre era dueño de un negocio de coches de segunda mano y e Asier estaba junto a ella en el descapotable blanco, sintiendo que el viento se llevaba su mala suerte, sin sospechar que la mayoría de las personas están hechas justo de todo aquello que creen haber dejado atrás. Pasaron junto a un campo de fútbol y cerc -Mis hermanos y yo jugábamos a tragarnos el humo de las cerillas. Había que encenderlas y aspirar muy rápido, antes de que empezase el fuego. Después notabas un sabor como a cobre, un gusto amargo, algo que amenazaba con quemarse dentro de tus pulmones. M -Bueno, creo que estaba equivocada -dijo Laura-, a juzgar por el modo en que me estás mirando.
Los dos rieron porque los dos sabían que era verdad. O al menos una parte de la verdad. A Asier le gustaba todo en Laura: la piel blanca, los ojos de un azul mineral, el cuerpo que intuyó limpio y abundante, firme y perfecto; pero también pensaba en la ro -De manera que estás perdido en Santa Marta -le dijo, entre trago y trago de un vaso de coca-cola que había sacado a la playa y bebía en una de las mesas de manteles rojos del Bahía de Cádiz-, sin amigos y ¿tal vez sin dinero? ¿Sin trabajo? ¿Sin billete d A Asier le pareció que le había calado; pudo sentir la ironía en las palabras de la joven, notar cómo los restos de su historia llegaban hasta él y le golpeaban igual que trozos de madera de un barco hundido. Seguía haciendo mucho calor y la noche era tra -Bueno, tengo que admitir que en estos momentos me vendría bien encontrar a ese amigo.
Sabía que aquello era sólo un montón de ruido sin nada detrás, una manera absurda de mantener la pelota en el tejado, unos segundos, hasta que Laura se fuese. Miró hacia la entrada del bar, vio que el descapotable seguía allí, en marcha, con la radio ence -¿Tienes un hotel donde dormir? -preguntó la chica.
-Pues... He estado por ahí todo el día y, ya sabes... No, aún no.
Continuaron hablando y Asier, que entre mentira y mentira intercalaba historias de su vida real, se dio cuenta de que a Laura le interesaban más las cosas que habían sido ciertas, sus empleos en un aserradero y en una mina de carbón, la vez que estuvo un Al final todo fue muy rápido: Laura se levantó y anduvo hasta su coche; Asier, detrás de ella, mientras la veía arrojar el bolso al pequeño portamaletas trasero y encender las luces y girar despacio el volante, se preguntaba si habría una forma de pararla -Escucha... No sé si podría interesarte. En el jardín de mi padre hay una pequeña casa. A lo mejor te viene bien estar ahí un par de días. Hasta que encuentres a tu amigo... ¿Vale? Muy bien, Asier, entonces, sube al coche.
Estuvo otros diez o doce segundos parado, sin llegar a entender muy bien qué sucedía: había una calle y un bar y un océano; luego estaban el descapotable blanco y la chica y ella le estaba diciendo a alguien llamado Asier que subiera al coche.
-¿Sí o no? -insistió Laura.
-De acuerdo -dijo Asier-. Sólo hasta que encuentre a mi amigo.
Primero vio la colina y después la casa, levantada entre los árboles, en medio de un inmenso jardín. Al acercarse, Laura hizo una señal con las luces, un hombre se asomó desde el otro lado de la verja y, después de cruzarla, avanzaron con lentitud por aqu Dejaron atrás la mansión principal y llegaron a la pequeña casa donde iba a dormir Asier, una construcción de una planta con un porche de madera y adelfas plantadas junto a las ventanas. El hombre que les había abierto la verja y otro sirviente estaban es -Son chinos -dijo Laura- y llevan mucho tiempo con mi padre. Se llaman Jing Li y Xuang Pei, pero no intentes recordar cuál es cada uno o te volverás loco.
La muchacha se acercó a los hombres y les dijo algo y ellos se miraron. Luego se volvieron hacia él: su aspecto no parecía amistoso.
Laura le hizo señas para que bajara del coche. Asier abrió la puerta y los perros se levantaron, pero uno de los hombres les gritó alguna cosa que hizo que volvieran a tumbarse; de forma que empezó a caminar entre ellos, lentamente, con los músculos casi Al llegar a la casa se sintió mucho mejor: era un sitio agradable, Laura estaba allí y cuando dijo: "Entonces... buena suerte y hasta mañana", él puso su mano sobre la puerta, la rodeó con su brazo libre, la atrajo hacia sí y la besó. Ella sonrió y luego Él se quedó allí, viéndola desaparecer en las sombras. Durante unos momentos lo olvidó todo, los perros, las verjas, los criados chinos... Sentía en los labios algo dulce y un poco mareante, como dicen que es el sabor del veneno.
CAPÍTULO 3.
Abrió los cajones de la cómoda y la nevera; le echó un vistazo a los muebles de la cocina y al del cuarto de baño; fue del comedor a la habitación mientras registraba de una forma obsesiva cada centímetro de la casa, lo mismo que si estuviese buscando alg Al despertar unas horas más tarde, lo hizo de una forma pesada, casi dolorosa, con la angustia de alguien que lucha por desatarse, por llegar desde el fondo hasta la superficie. Había en la casa una luz que le pareció cortante, dañina, y esa clase de calo Se dio una ducha y se puso un suéter Fred Perry color malva que la noche antes había visto en el armario. Había también otro rosa, uno verde, uno celeste, todos poco más o menos de su talla. ¿De quién serían? ¿Del padre de Laura? Encendió un cigarrillo y Al principio se le ocurrió que lo mejor sería que se marchara, bajar a la ciudad en busca de un empleo; aunque al final se dijo que era más útil quedarse allí hasta que apareciera Laura. No lograba imaginar qué rumbo tomarían las cosas, ni tampoco estaba Debía ser alrededor de media mañana cuando oyó el ruido de un coche y, al abrir los ojos, vio a Laura en su descapotable blanco. Llevaba gafas de sol, un pañuelo de tonos crema en la cabeza y un traje de color tabaco. La chica dijo:
-Por lo que parece no eres muy bueno intentando encontrar a la gente -se refería a ese hombre que era dueño de un barco, Gabriel, el amigo desaparecido que Asier se había inventado.
-Ehhhh... Sí, de algún modo... Tal vez lo mejor sea que empiece a darme...
-Yo creo que habrá que dejarlo para otro día.
Laura abrió la puerta del automóvil y dio unos diminutos golpes en el asiento del pasajero con la palma de la mano: ven aquí, no tengo todo el día, a qué esperas. Asier comenzó a andar hacia ella y a la vez que iba registrando pequeños datos quizás inserv -Vaya -dijo Laura-, veo que te sienta muy bien el polo de mi hermano.
-Sí, yo... Dile que le compraré uno nuevo en cuanto vaya a Santa Marta.
-Bueno, creo que voy a tener que gritar mucho para que me oiga.
-¿Está... muerto?
La mujer rio con ganas.
-¡No! De hecho, puede que los que estén muertos sean todos los demás. No creo que Luis tenga muy buena puntería.
Mientras atravesaban el jardín y uno de los sirvientes chinos les abría la verja e iban dejando atrás el bosque, le contó que su hermano estaba en Kenia, en un safari, y que hacía eso dos veces al año. Asier vio junglas y elefantes, lianas y escopetas, co -Luisito y sus historias -dijo Laura
A Asier no le pareció que hubiera demasiado cariño en esas palabras; en realidad no le pareció que hubiese nada dentro de ellas, excepto desinterés. Cerró los ojos y recordó la casa del padre de Laura tal y como acababa de verla unos segundos antes, con l Llegaron a la zona pantanosa, la chica entró por un pequeño camino forestal y condujo alrededor de la ciénaga; subieron por otra carretera hasta un pinar y allí tomaron un sendero que conducía hasta el río. Laura apagó el motor, bajó del coche y fue hacia Estoy esperando -dijo ella-. ¿O es que no sabes nadar?
-Bueno, hay un problema.
-No me digas que has olvidado el bañador... -su sonrisa era maliciosa.
Asier echó un vistazo a la derecha y a la izquierda, para comprobar que estaban solos, se quitó el suéter y empezó a desabrocharse los pantalones. No estaba seguro de si eso era justo lo que tenía que hacer o justo lo que no tenía que hacer. Laura seguía -Me aburro -dijo.
Acabó de desnudarse y entró al río. El agua era tibia, de color esmeralda, y la corriente inofensiva. Cuando estuvo al lado de Laura se besaron, subió las manos por su piel, pudo sentir cómo su espalda se arqueaba, tocó un instante sus senos, ella lo empu Al terminar el baño, Laura sacó del coche una cesta con refrescos y bocadillos, un termo con café y un par de trozos de tarta, puso un mantel junto a la orilla y los dos comieron con apetito, hablando de una cosa o de otra. De vez en cuando, Asier la acar A media tarde estaban de vuelta en la casa. Asier fue a darse una ducha y pensaba bajar a Santa Marta cuando vio a los dos hombres acercándose por el jardín. Al principio no supo quiénes eran, pero según se aproximaban fueron apareciendo en ellos, lo mism -Ahora el Coronel le espera -dijo el que iba delante.
-¿Quién es el...? ¿El coronel es el padre de Laura?
-El Coronel es el jefe -acabó el otro criado chino. Tal y como lo dijo, la palabra jefe parecía explicarlo todo, ser un concepto que no admitía resistencia ni alternativas; de manera que Asier los siguió, bajo un sol insano, hasta llegar al invernadero. A CAPÍTULO 4.
El hombre se detuvo junto a él.
-Mi hija me ha contado que busca usted un empleo en Santa Marta -dijo. Su tono de voz era el de alguien acostumbrado a dar órdenes y a no perder el tiempo.
-Sí, así es. Aunque... en realidad sólo hasta que encuentre a un amigo con quien...
El Coronel hizo un gesto de impaciencia, levantó la mano como diciendo: "quieto ahí, ni una palabra más, pero qué se ha creído".
-Mire, podemos ahorrarnos esa parte -dijo.
-Sí, señor.
Al padre de Laura pareció gustarle esa actitud obediente porque, de forma inesperada, echó un brazo sobre los hombros de Asier y se lo llevó hacia el fondo del invernadero, igual que si fuese a decirle algo confidencial, algo que no debieran oír los sirvi -Escuche: es probable que yo le pueda prestar ayuda; dígame detrás de qué anda y veremos qué es lo que puedo hacer.
Es posible que Asier no fuese demasiado listo, pero sí lo bastante como para darse cuenta de qué estaban hablando, para saber lo que significaban de verdad esas palabras: Laura no es para ti; olvídate de ella y quizá te consiga un trabajo de camarero; cog Se volvió una vez más hacia donde estaban Jing Li y Xuang Pei, tan inalterables como un par de hienas disecadas, mientras preparaba algo que decirle al Coronel. Pero no hizo falta, porque justo entonces Laura entró en el invernadero.
-¡Eh! ¡Pero qué es esto! -dijo- ¿una reunión secreta?
Anduvo hasta Asier con una gran sonrisa y le tomó la mano. La cara del Coronel al mirar el animal inexplicable que debían de parecerle aquellos dedos entrelazados se transformó en algo brumoso y oscuro.
-Me juego algo a que mi padre ya te ha convencido para ir de pesca, ¿no? ¿Le has dicho que estuviste en un barco en África?
-En realidad estábamos hablando sobre el modo de encontrarle a nuestro huésped un trabajo.
-¡Un trabajo! ¡Pero papá, si hoy es sábado! Escucha: el lunes nos ocuparemos de eso y, por ahora, ¿no crees que podríamos ser un poco corteses e invitarle a cenar?
El Coronel pareció calibrar la situación. Sus ojos se rasgaron de esa forma en que lo hacen los de una persona que tasa un riesgo, que evalúa a un enemigo, aunque Asier supo en ese mismo instante que no le importaba el tamaño del que él era, sino el tamañ -Hoy no puedo, cariño -contestó al fin el Coronel-. Sin embargo... Déjame ver... ¿Y si el viernes llamo a unos amigos y organizamos una barbacoa? Antes solían gustarte.
A Laura le pareció una gran idea. El Coronel, con las hortensias azules en la mano, empezó a caminar hacia el fondo del invernadero. De pronto se giró y dijo:
-Por cierto, mi hija tenía razón: cualquier día de estos usted y yo nos vamos a ir de pesca.
Sin saber bien por qué, aquello le sonó a Asier como una amenaza.
Los días fueron pasando mientras se acercaba la fecha de la barbacoa. Asier pensó que el coronel aparecería en cualquier momento a buscarle, que le iba a llevar a algún bancal del río y quizá se sentaran en un puente y a la vez que enrollaban los sedales Por las mañanas, él y la chica bajaban a Santa Marta, se bañaban en la playa, ella le pedía que le contase historias sobre la época en que trabajaba en el aserradero o en la mina de carbón o en el barco anclado frente a las costas de África y él exageraba De noche, cenaban en alguno de los restaurantes del puerto y normalmente Laura pagaba con una tarjeta American Express. La vio muchas veces coger uno de aquellos recibos y poner en él su firma: el trazo firme, las letras inclinadas. Algunas tardes, Asier Durante todo ese tiempo, Asier había intentado hacer el amor con Laura. Se besaban en el jardín, hablaban junto al mar con las manos unidas y a veces, en el coche, le había permitido acariciarla. Pero nada más. Habían llegado todo lo lejos que pueden hace ¿Morirías por mí? Ya sabes, como los mineros, como uno de esos leñadores.
Él le respondió y entraron. Laura encendió una vela y, de pie, empezó a desnudarse. Llevaba una blusa roja y una falda muy corta; las fue abriendo lentamente y, mientras las dejaba caer, susurró:
-Me apuesto algo a que nunca has visto nada parecido.
Aquella vez tampoco hicieron el amor, aunque ella, después de dejarse recorrer minuciosamente, sin prisas, centímetro a centímetro, se deslizó hacia él y dijo:
-Ni te imaginas lo que te espera.
No era todo lo que Asier quería, pero era mucho. Estaba pensando eso cuando le pareció escuchar un ruido en el bosque. Por alguna causa, se puso a pensar en Jing Li y Xuang Pei, los dos sirvientes chinos.
El viernes, Asier estuvo todo el día nervioso, en espera de la barbacoa. Laura le había dejado un traje de su hermano y él se estudiaba una y otra vez: la chaqueta suelta, abrochada; el pañuelo dentro o fuera; el polo verde, el polo malva. Por la noche, e -Oiga, Asier -dijo-, vamos a pedirle un gran favor: nos han fallado un par de camareros y falta gente en la cocina; si no hacemos algo, todo esto va a ser un desastre. ¿Nos ayudaría usted? Vaya dentro, muchacho, dígale a Xuang Pei que yo le he enviado. ¿L CAPÍTULO 5.
Al día siguiente, Laura tampoco apareció por la casa y Asier tuvo la premonición de que nunca volvería. ¿Por qué? ¿Qué es lo que él pudo haber hecho? ¿Qué es lo que a ella le habrían contado? Las preguntas sin respuesta daban vueltas dentro de él desde la Pasó la tarde inquieto, con la sensación de estar perdido en un túnel. Se tumbaba en la cama, salía al jardín, cambiaba de canales en el televisor: ...unos buzos han encontrado los restos de la Armada Española frente a las costas de Cuba... y ahora el núm En un par de ocasiones pensó ir a Santa Marta. Aunque, entonces, jamás cruzaría de nuevo la puerta del jardín de Laura. Puede que ya no tuviera ninguna razón para quedarse, pero a veces las personas se comportan de ese modo: saben que ya han perdido y fin Cuando empezaba a oscurecer, oyó que un coche entraba en la casa y hacía sonar el claxon. Luego escuchó voces y risas. Entró al comedor y fue hasta la nevera. Había comprado algunas provisiones en la ciudad: un paquete de salchichas, queso en aceite, bote Venía caminando lentamente entre Jing Li y Xuang Pei. Llevaba pantalones verde-oliva, camisa sahariana color crudo, botas militares y, alrededor de la muñeca, mostrando una relación incongruente con todo lo demás, una pulsera hecha con tiras de cuero amar -¡Eh! -gritó en dirección a la casa-. ¡Oiga!
Asier abrió la puerta y salió al porche.
-Usted debe ser Luis, el hermano de Laura -dijo, y a la vez que lo hacía contó los perros: eran nueve.
-Mi padre le agradece la ayuda que nos prestó en la barbacoa, anteanoche -dijo, sin molestarse en contestar.
-¡Ah, eso! Dígale que no tenía por qué haber...
-... Sin embargo, hay algunos aspectos -al decir esa palabra miró a derecha e izquierda a Jing Li y Xuang Pei- referentes a su estancia en nuestra casa -se pasó una mano por la mandíbula, con el ademán de un hombre que no se decide, que está a punto de em -¿Mi estancia? Bueno, usted ya sabe que no vine solo. Usted ya sabrá que...
-...Podemos hablar, por ejemplo, de su alojamiento.
-¿Qué?
-Del traje blanco que destrozó en la cocina.
-No, mire... Fue Laura la que...
-¿Hablamos de los polos Fred Perry? ¿Hablamos de las cuentas en los restaurantes de Santa Marta? -su voz había ido creciendo, se había agudizado más y más, hasta convertirse en un aullido.
-Pero, escuche: en cuanto pueda hablar con Laura...
Luis hizo un gesto: se acabó, hasta ahí podríamos llegar, has colmado mi paciencia. Los criados chinos se abalanzaron sobre Asier; uno de ellos le sujetó los brazos y el otro le golpeó en el estómago, una, dos, tres veces. Golpes eficaces, certeros. Cayó -Escucha, hijo de puta -le dijo Luis, acercándose a su oído, igual que si tuviera que contarle un secreto-: si vuelves a pronunciar una sola vez el nombre de mi hermana te mataremos. ¿Me entiendes? Mandaré que te hagan pedazos y te echen en la comida de l No... yo... espere... -intentó hablar Asier. El hombre le agarró del pelo.
-Te gustan las niñas ricas, ¿eh? Como mi hermana, ¿a que sí? ¿Qué es lo que más te gusta de ella? ¿Los ojos? ¿La nariz? ¿Las manos? -miró a Jing Li y Xuang Pei, se pasó la lengua por los labios, tragó saliva-. ¿O son las tetas? ¿Qué me dices? ¡Menudas tet Asier se quedó en aquel lugar, doblado sobre sí mismo. Ya no sentía dolor, igual que si los primeros golpes le hubieran inmunizado contra los últimos; igual que si todo aquello sucediese muy lejos de él, le pasara a otra persona, fuese algo que le habían Los dos sirvientes chinos le llevaban la comida y los materiales. Su tarea consistía en pintar una valla de hierro que había en la parte trasera de la casa. La valla limitaba la parcela del Coronel frente a una explanada y, más allá, el inicio del bosque; -No... No nos gusta de rojo. En realidad sería mucho mejor si la valla estuviese pintada de verde.
Asier comenzó de nuevo una tarea lenta y pesada: quitar el rojo, dar otra capa de minio, poner el verde. Tardó otros seis días en eso y restó otras 50.000 pesetas a su deuda. Cuando Luis fue a supervisar el resultado, miró a los sirvientes chinos y dijo: -Bueno... No estoy seguro. Jing, Xuang, ¿qué decís vosotros? Me parece que lo mejor hubiera sido pintarla de negro.
Asier tardó otros seis días. Ahora estaba seguro de que eso era lo único que iba a hacer, pintar y despintar una y otra vez la valla. No se trataba de hacer un trabajo ni de devolver el dinero: estaba cumpliendo una condena. Se sentía mal, con la sensació CAPÍTULO 6 (...y último).
Lo que quedaba del mes de julio y la mitad de agosto se fue muy deprisa. Asier estaba ocupado desde la mañana a la noche con la valla y en urdir fórmulas que acortasen su castigo: seguía trabajando durante la media hora que le daban para la comida; aprend Durante las horas de trabajo, a la vez que intentaba sobreponerse a la fatiga, al desfallecimiento y a aquel sol que ya no parecía quemar su piel sino atravesarla, se preguntó muchas veces por Laura y según le daba vueltas a todo lo que había ocurrido fue El último día, nada más terminar, sintió un mareo; estaba exhausto, le daba la sensación de haber pintado aquellos barrotes con su propia sangre; pero a pesar del agotamiento se sentía feliz, liberado, era alguien que acababa de abrir una trampa o de atra Luis llegó un poco más tarde. Llevaba una camisa de camuflaje y pantalones cortos de color caqui. Se puso a observar atentamente y al final dijo:
-Bueno, con esto la deuda... Aunque -se giró hacia Jing Li y Xuang Pei-, un momento... ¿A vosotros qué os parece? ¿Habíamos dicho blanco o negro? ¿Jing? ¿Xuang? No sé, pero el caso es que... Sí, ahora estoy seguro: negro, eso es en lo que quedamos.
Asier sintió que se venía abajo y después que algo crecía en su interior, algo hirviente, con sabor a plomo, parecido a aquel fuego que les quemaba los pulmones a él y a sus hermanos cuando aspiraban el fósforo de una cerilla. Se lanzó contra Luis, pero u -¿Qué te creías, desgraciado? ¿Creías que íbamos a permitir que os la llevarais también a ella?
Era extraño, estar ahí caído, en silencio, con una línea de sangre que brotaba de uno de sus pómulos; estar ahí, a los pies de aquellos hombres, bajo el cielo limpio de agosto, junto a la valla pintada de blanco, mientras a un kilómetro, a dos kilómetros Siempre había esperado a que llegase la noche para coger las asas y enterrarlas. A favor de la oscuridad, mientras le daba la espalda a Jing Li o Xuang Pei, Asier sacaba de vez en cuando una de aquellas agarraderas de alambre de uno de los cubos de pintur Cayó una vez más. Tenía la ropa empapada después de cruzar el río. Los perros estaban cada minuto más cerca. Se preguntó cuánto le quedaba para la vía del tren. Es curioso, pero mientras intentaba escapar, mientras la jauría iba acercando un poco y despué No podía más. Dentro de é,l todo parecía desgarrarse: los tendones, los órganos, los huesos. Las voces de sus perseguidores se escuchaban ahora con claridad. Entonces, al fondo, vio la luz de unos faros: era un coche que venía de la ciénaga. Abandonó su c Una vez tuve mucha suerte pero ahora se ha vuelto
mala.
Por mucho que pelee y me esfuerce
Jamás saldré vivo de este mundo.
Asier pensó una vez más en Laura. ¿Le había querido alguna vez? ¿Le recordaría alguna vez, ahora mismo, desde Londres, desde Moscú, desde Casablanca? Aunque, en realidad, la chica no estaba tan lejos: en esos momentos acababa de aparcar su BMW blanco en l -Vaya, parece que ésta tampoco va a ser mi noche.

 

 

 

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