José Zorrilla

 

La calentura
(continuación de "El puñal del godo")



Drama fantástico en un acto
José Zorrilla

Personajes
Florinda
Don Rodrigo
Theudia
El Moje Romano

Al Señor Don Leopoldo Augusto de Cueto, encargado de negocios por S.
M. C. en Dinamarca.
Querido Leopoldo: Te dedico esta obrilla, cuyo manuscrito te
envío, para que lleves á Dinamarca un recuerdo de nuestra última
entrevista. Al hojearle en Copenhague, acuérdate de tu mejor amigo.
José Zorrilla
Madrid, 3 de octubre de 1847.

Acto único

Cabaña del monje ROMANO
Escena primera
ROMANO, solo.
ROMANO Señor, Tú, que al más mezquino
gusano infundes aliento
para que pueda contento
cumplir su vital destino;
Tú, cuyo soplo divino
á cuanto crece y respira
fe en tu omnipotencia inspira,
no dejes que sólo el hombre
tu poder tenga y tu nombre
por una inútil mentira.
Fué rey, y se ve sin trono;
noble, y se ve sin honor;
soldado, y perdió el valor.
¿Qué le resta en su abandono?
Doquier cree tu eterno encono
ver; nadie en su mal le abona;
todo el mundo le abandona;
vuelve ¡oh Dios! al que olvidado
se ve rey, noble y soldado,
sin valor, honra y corona.
Jesús, hijo de María,
Redentor del universo,
por el justo y el perverso
expiraste el mismo día.
Duélete de su agonía,
por la que en la cruz sufriste,
y que no imagine el triste
que si por todos bajaste,
al desdichado olvidaste
y al pecador redimiste.
Mas ya es de noche; el nublado
espesa; brilla la llama
del relámpago; el mar brama
á lo lejos irritado.
¡Infeliz! Él, descarriado,
ni aun verá los elementos
turbarse, y á pasos lentos
cruzando el monte sin tino,
lo arrastrará el torbellino
de sus tristes pensamientos.
En fin, Dios cuidará de él.
Nada se puede esperar
de tan intenso pesar
ni de infortunio tan cruel.
Henchido tiene de hiel
su corazón, y enemigo
siempre invencible, consigo
le lleva siempre. (Escuchando) Ya creo
que sube.. Pero, ¡qué veo!
(Entra THEUDIA embozado)
¿Quién es?
THEUDIA
(Mostrándose)
Un antiguo amigo.

Escena II
ROMANO y THEUDIA
ROMANO¡Theudia!
THEUDIA Yo soy, buen anciano.
ROMANO¡Qué os vuelvo á ver!
THEUDIA ¡Ay de mí!
Por imposible lo dí,
mas Dios me dió su mano.
ROMANODecís bien, Dios está en todo;
y pues os trae á mi amparo
segunda vez, está claro
que es el mejor acomodo.
Ea, sentaos; tomad
posesión de mi chozuela;
(Siéntase THEUDIA á la lumbre)
calentaos; ¿no os consuela
esa llama?
THEUDIA Sí, en verdad.
ROMANOAcercaos más; así.
¿Traeréis hambre?
THEUDIA De dos días.
ROMANOViandas hay, aunque frías.
THEUDIADadme; aun hay calor en mí
que suplirá al de la lumbre,
y comer frío no daña
á quien trae de la campaña
la privación por costumbre.
ROMANOEntrad, pues, á ese pastel,
como si fuera á una plaza
enemiga.
THEUDIA ¡Buena traza
tiene!
ROMANO Pues, firme con él.
Aquí tenéis un vasijo
con vino añejo de Oporto..
THEUDIAPadre, me dejáis absorto.
¿Aquí vino?
ROMANO Bebed, hijo;
(THEUDIA come y bebe)
gozad el bien que os, da Dios,
y aprended que en Él tan sólo
no cabe falta ni dolo;
y pues os crió, de vos
cuida su paterna mano,
porque sin su voluntad
no bulle en la inmensidad
ni el átomo más liviano.
THEUDIAAnciano, tenéis razón,
y nadie en su gran poder
mayor fe puede tener
que Theudia en su corazón.
Sí, padre; yo he visto al hombre
en su agonía mil veces,
y siempre le oí con preces
invocar su santo nombre.
No hay mercader tan infame
ni tan blasfemo soldado,
que, por la muerte llamado,
á Dios muriendo no llame.
Y tal vez al pensamiento
que puse una noche en Dios,
debo el hallarme con vos
aquí, y en este momento.
ROMANOOs creo, Theudia; sin duda
os creo; porque los males
son recuerdos celestiales
con que nuestra fe, se ayuda.
(THEUDIA aparta la vianda)
¿No más?
THEUDIA Soy sobrio, aunque godo;
mas el hambre y el cansancio,
por la pasta y por el rancio
me han hecho olvidar de todo.
Dios me perdone. Ahora, hermano,
decidme...
ROMANO No os fatiguéis
en preguntas.
THEUDIA ¡Oh! ¿Sabéis
de él?
ROMANO Sí sé.
THEUDIA ¡Dios soberano,
gracias! Ya desconfiaba
de volverle en vida hallar.
¿Quién es de él? ¿Quién hace?
ROMANO
Vegetar
como una planta que traba
raíces en un peñón,
por un turbión producida,
y espera, al peñasco asida,
que la arranque otro turbión,
THEUDIA¡Infeliz! ¿Cuánto ha que vino?
ROMANOTres meses ya. Todavía
era de noche, y dormía
yo aún, cuando un repentino
golpe en la puerta asentado,
estremeció la cabaña.
Tal visita era harto extraña,
y acudí sobresaltado.
Abrí, entró; sombrío, mudo,
avanzó con lento paso;
colgó, sin hacerme caso,
espada, casco y escudo
en el pilar; se metió
en la pieza que ocupaba
la otra vez, y como estaba,
sobre una piel se tendió.
Durmióse al Punto. ¡Ay de mí!
¡Cómo venía el cuitado!
Herido, roto, embarrado:
lloré cuando tal le vi.
Llaméle, mas no dormía:
fuerza febril le sostuvo
hasta llegar; mas cuando hubo
el fin que se proponía
tocado, le abandonó
su vigor calenturiento,
y en un aletargamiento
anonadado cayó.
La hambre, el pesar, la fatiga,
que al par en él presa hicieron,
vi que á la par le rindieron.
Con solicitud amiga
desnudóle, y le abrigué
de unas pieles al calor;
espirituoso licor
vertí en su boca, y dejó
que con el sueño cobrara
las fuerzas que abandonado
le habían; me eché á su lado,
y esperé á que despertara.
THEUDIA¡Oh, buen amigo, dejad
que os bese la noble mano!
ROMANOÉl infeliz, yo cristiano,
cumplí con la caridad.
THEUDIA¡Bendígaos Dios!... Mas, seguid,
seguid.
ROMANO El sol se ocultaba
ya, cuando él se despertaba
poco á poco.
THEUDIA Y ¿qué hizo?
ROMANO Oid.
Tendió una vaga mirada
en torno de sí; me vió,
y el infeliz sonrió
sin poder decirme nada;
porque al hallar un amigo
que lloraba junto á él,
su suerte vió menos cruel,
y echóse á llorar conmigo.
THEUDIA¡Oh! Se comprende muy bien.
ROMANOVistióse; tomó alimento,
y oramos por un momento.
Hízolo él como quien
pone en Dios una fe santa,
y en alas de su oración,
entero su corazón
al trono de Dios levanta.
Tranquilo después le vi,
y tendiéndome la mano,
dijo: «Ya lo veis, hermano,
vuelvo á vos, mirad por mí.»
De entonces acá, ni aun tiene
voluntad: orad, le digo,
y se arrodilla conmigo;
id ó venid, y va ó viene.
THEUDIA¿Y nunca os dijo...?
ROMANO Jamás;
como en el tiempo pasado,
en silencio se ha encerrado,
y yo nunca quise atrás
la vista hacerle volver,
por no renovar la herida
que el recuerdo de su vida
le debió en el alma hacer.
Mudo así, pero tranquilo,
vive, y tengo á buen consejo
dejarle, como le dejo,
vivir quieto en este asilo.
Mi hospitalidad recibe
con gratitud, no desdeña
bajar al monte por leña,
sacar agua del aljibe,
encender fuego, arreglar
los trastos, de la cabaña;
nada le ofende ni extraña;
conmigo vive á la par,
todo á ambos es común.
Para él pedí á mi convento
más nutritivo alimento;
se lo sirvo; pero aún
no ha dado señal ninguna
de ver sí hay más que agua y pan
come de lo que le dan,
sin notar mudanza alguna.
Mas á veces, como á impulso
de algún vértigo arrastrado,
sale desatalentado
de la cabaña, y le llamo
en vano; de risco en risco
huye montaraz, arisco,
como un acosado gamo
que huyendo va del ojeo,
y metido en la espesura
se está, hasta que cierra obscura
la noche. ¡Ay! Entonces veo
en su cara macilenta
y el cansancio que le abate,
las huellas de la tormenta
interior que le combate.
Le hago orar, y se consuela;
mas bajo el sayo eremita
la sangre Real se le irrita
y el corazón se revela.
Hoy tarda ya. El desdichado,
hoy, como nunca sombrío,
me dijo: «Orad, padre mío,
por este desventurado.
Orad más que ningún día
hoy, porque yo os aseguro
que es el día más obscuro
que hay en la existencia mía.»
THEUDIA¿Hoy? ¿Quién sabe el día fijo
á su recuerdo más cruel?
¡Son tantos! Padre, por él
oremos.
ROMANO Oremos, hijo.
(Al irse á arrodillar ambos, THEUDIA, que escucha,
detiene al
Ermitaño)
THEUDIAMas aguardad un momento,
pues, ó me engañó el oído,
ó á lo lejos he creído
oír un grito.
ROMANO Fué el viento
de la tempestad acaso.
(Abre la puerta del fondo; se ve relampaguear)
Ved cómo el nublando avanza.
THEUDIAMi oído es fino, y alcanza
de alguno que sube el paso.
ROMANOTenéis razón; es su huella,
la reconozco.
(Óyese muy á lo lejos un grito lúgubre)
THEUDIA ¡Dios santo!
¿Qué grito es ese?
ROMANO Es de espanto,
de agonía.
THEUDIA¡Ah, si se estrella
algún barco!
ROMANO Vamos, pues,
al mar; tal vez tiempo haya
de atraer hacia la playa
al náufrago, si lo es.
(ROMANO y THEUDIA van á entrar, ROMANO delante. DON
RODRIGO sale al mismo tiempo, y encarándose sólo con
ROMANO, sin reparar en THEUDIA, le dirige la palabra.
THEUDIA permanece en el fondo.)

Escena III
Dichos y D. RODRIGO
RODRIGO Padre, no os mováis de aquí;
no, no es náufrago el que grita.
ROMANO¿Quién es?
RODRIGO La sombra maldita
que viene detrás de mí.
Cerrad, cerrad.
ROMANO Son antojos
que os forja algún desvarío.
RODRIGONo; oí Su voz, padre mío,
y la he visto por mis ojos.
Como un pájaro marino,
como un vapor, avanzaba
por sobre el mar, que la daba
sobre sus ondas camino.
Á la torva claridad
de un relámpago la vi.
¡Maldita sombra! ¡Ay de mí!
Me la trae la tempestad.
(DON RODRIGO se sienta junto á la lumbre, tapándose la
cara
con las manos)
ROMANO
(Á THEUDIA)
Aun no ha reparado en vos;
no os mováis de ahí.
(Á D. RODRIGO)
Hijo mío,
con ese vértigo impío
luchad; acudid á Dios.
RODRIGO¡Ay, padre! Dios no me escucha,
y á Satanás á la tierra
ha enviado á moverme guerra,
y es desigual esta lucha.
Yo á todo mi ánimo apelo,
pero por grande que sea,
¿quién, quién á un tiempo pelea
contra sí mismo y el cielo?
Ya os he dicho esta mañana
que hoy era mi día aciago,
y témome algún estrago
contra el que mi fuerza es vana.
ROMANOIndigna superstición,
hija de la fantasía.
RODRIGODel acíbar que se cría
en mi triste corazón.
Hija de la sangre amarga
que por celestial sentencia
envenena mi existencia,
cuanto más triste, más larga.
¿Qué me resta ya que hacer?
Llamó al cielo y no me oyó;
me mostré á la tierra, y no
me quiso reconocer.
Sí, sí; ésta es la misma hora
del crimen; éste el fatal
día de tan criminal
aniversario, y ahora
la sombra debe venir
á mis puertas á llamar,
sin que la pueda ahuyentar...;
dejadme, pues, sucumbir.
Del África viene, sí;
yo la he visto balancearse
sobre el agua, y acercarse
á la playa contra mí.
¿No habéis oído en la calma
nocturna un horrendo grito?
Fué el espíritu maldito
que viene á pedir mi alma.
ROMANOSerenaos, don Rodrigo.
RODRIGOJamás me llaméis así;
bajo este nombre perdí
todo cuanto tuve amigo.
Solo en la tierra me hallo;
pereció cuanto leal
era á ese nombre fatal,
¡hasta mi último caballo!
(DON RODRIGO se levanta, transportado por los recuerdos
á los tiempos pasados. Varía de carácter, hasta volver á
caer en su desvarío al fin de esta escena. -Depende del
actor)
Un generoso corcel
con paramentos de malla;
todo un corcel de batalla.
¡Qué bizarro iba yo en él!
Sobre él, de venganza rayo,
encerrado en mi armadura,
llegué en una noche obscura
al campo de don Pelayo.
Con él, al pie de una encina,
pasé aquella noche horrenda,
y abrigo, falto de tienda,
le di con mi capellina.
Apenas el alba nueva
por el Oriente asomaba,
ya sobre él caracoleaba
por las márgenes del Deva;
y al escuchar los clarines
del feroz morisco bando,
su noble raza mostrando,
bufó y erizó las crines.
Al combate me lancé
sobre él; con él me metí
entre los moros, y á mi
sabor los alanceé.
Tras de su tropel impío,
cuando ya huían deshechos,
tenaz se arrojó de pechos
conmigo en mitad del río.
La corriente nos llevó;
llegué yo, hiriendo y matando,
hasta Causegadia, cuando
el monte se desplomó.
Cuantos árabes delante
llevaba, huyendo de mí,
se sepultaron allí,
bajo el peñasco gigante.
Mas de entra el golfo de espuma
que alzó el peñón desplomado,
sacóme á la orilla á nado,
flotando como una pluma.
Allí di en tierra con él,
rendidos al fin los dos;
yo tendí la diestra á Dios,
y la siniestra al corcel.
Leal junto á mí yacía,
y al ir perdiendo el sentido,
me apercibí, conmovido,
que la mano me lamía.
Era el amigo postrero
que tenía, y yo pensaba
que á par de él aun expiraba,
si no rey, buen caballero.
¡Mas Dios no lo quiso así!
Al volver de mi desmayo,
de las gentes de Pelayo
cercado en torno me vi.
Halláronme al explorar
el campo al siguiente día.
¡Más hiel allí todavía
restábame que apurar!
Pelayo me dijo: «Amigo,
¿quién eres? Por ti vencí»
Yo ufano, ¡necio de mí! contesté:
«Soy don Rodrigo»
Todo el mundo se echó atrás
con horror, y replicó
don Pelayo: «Ya se hundió,
para no alzarse jamás,
don Rodrigo, y de su nombre
no habrá ya rey en España;
mas tú has hecho en la campaña
cuanto puede hacer un hombre,
y en premio de tu valor,
á faz del pueblo te abono
yo; libre eres, te perdono
por lo bravo lo impostor»
De sangre con una venda
cegó-mis ojos la ira
al oír que de mentira
era mi palabra prenda.
Quedé inmóvil de coraje,
y teníendome por loco,
dejáronme poco a poco
á solas con tal ultraje.
¡Solo aquella vil canalla,
por quien lidié, me dejó!
Mas no estaba solo, no;
mi fiel corcel de batalla
pacía en una ladera;
sobre la silla me eché,
el acicate le hinqué,
y se lanzó á la carrera.
Pensé en vos y en Lusitania,
y hacia vos me dirigí;
mas era sino ¡ay de mí!
perder en mi ciega insania
todo cuanto me era fiel.
¡En mi vértigo infernal,
me olvidé que era mortal
mi desdichado corcel!
Desbocado le traía
día y noche, sin cesar.
A mí la hiel del pesar
de alimento me servía,
del universo enemigo
para huir; mas á él, que no,
¡noble animal! expiró,
y con él mi último amigo.
(DON RODRIGO, al volverse, da con THEUDIA, que se ha
puesto de rodillas á su lado á sus últimas palabras, y
que le dice:)
THEUDIASeñor, aun os quedo yo.
RODRIGO¡Theudia!
THEUDIA No, echéis un caballo de
menos; mientras yo viva,
aun la fortuna no os priva
de un amigo y de un vasallo.
RODRIGOAlza, y que yo te reciba
en mis brazos. ¡Ay! Creí
que tú también, como todos
ingrato, harías allí
causa común con los godos,
volviéndote contra mí.
THEUDIA¡Yo contra vos hacer bando!
No: si ante vos estallando
la tierra se nos derrumba,
para entonces yo os demando
la mitad de vuestra tumba.
RODRIGOSí, te reconozco bien;
tú solo fueras capaz
de mirarme sin desdén.
THEUDIAY de vengaros también
del mundo entero á la faz.
RODRIGOMas ¿cómo hiciste jornada
hacia aquí?
THEUDIA Allá en Covadonga,
viendo que era hombre de espada,
me pusieron de avanzada
por la noche. Que me exponga
yo más que éstos, justo es,
me dije; soy un soldado,
y no hay completo un arnés
en campo tan mal armado;
de facción quedéme, pues.
Creí juntarme con vos
a la aurora; mas la lucha
se trabó antes; yo os f uí en pos,
pero la gente era mucha,
y quiso apartarnos Dios.
Caí herido; de un paisano
lleváronme á la cabaña,
y cuando ya me vi sano,
volviendo al campo de España,
nuevas de vos pedí en vano.
Mas comprendí que vivíais
por un soldado que habló
de uno que por rey se dió;
Y juzgando que os vendríais
aquí, tras vos eché yo.
Orillas del Duero dí
con los huesos de un corcel;
cerca los pedazos vi
de un arnés; fijéme en él,
y el vuestro reconocí.
RODRIGO¿No viniste, pues, por mar?
THEUDIANo, y que lo penséis me asombra.
RODRIGO¿Conque al llegar yo...?
THEUDIA De entrar
acababa.
RODRIGO ¡Horrendo azar!
THEUDIA¿Qué hay?
RODRIGO ¡No eras tú aquella sombra!
ROMANOSeñor...
RODRIGO Dejadnos, anciano,
á solas por un momento.
ROMANO
(Á THEUDIA.)
ldle, por Dios, á la mano.
THEUDIA
(Á ROMANO)
Yo procuraré con tiento
calmar su espíritu insano.

Escena IV
DON RODRIGO y THEUDIA
RODRIGO¡Theudia!
THEUDIA Señor...
RODRIGO Escúchame. Tenía
sed de volverte á ver, de hablar contigo,
porque tú ves la desventura mía
tan inmensa cual es; porque testigo
de mi poder y de mi gloria un día,
tú solo puedes consolarme amigo;
porque rey, necesito un caballero,
no un monje en mi pesar por compañero.
THEUDIAEs un siervo de Dios.
RODRIGO Mas nunca ha sido
ni soldado ni rey; ni nació godo;
ni vió jamás su nombre escarnecido
y su honor arrastrado por el lodo;
ni se vió de su pueblo maldecido,
y rechazado, en fin, del mundo todo.
¿Qué decir puede semejante amigo
al inmenso dolor de don Rodrigo?
Nada. Siento exaltarse mi cabeza
en esta soledad, y se enloquece
débil ya mi razón. Sí; la pereza
de esta vida inactiva me enflaquece.
Theudia, bullir en mi cerebro siento
mil siniestras imágenes, que aumenta
como una inundación cada momento.
THEUDIAQuimeras son con que Satán os tienta.
RODRIGO¡Pero odiosas, proféticas acaso!
¡Tentaciones horribles que no puedo
vencer! ¡Qué vida tan horrenda paso,
Theudia! ¡Ah, no me abandones! Tengo miedo.
THEUDIA¡Miedo, señor! ¿De qué?
RODRIGO Theudia, de
todo;
de todo cuanto siento y cuanto miro;
de todo cuanto lleva un nombre godo:
de Dios, de mí, del aire que respiro.
THEUDIA¿De Dios? ¿No es infinita su clemencia?
RODRIGOY también su justicia. ¿Crees que alcanza
un día de forzada penitencia,
el rayo á detener de su venganza?
No; un reino entero pereció á mis manos
por mi crimen fatal, y un pueblo entero,
esclavo de los fieros africanos,
venganza pide contra mí..., y yo infiero
que Dios se la ha de dar. La tierra hispana,
tinta en la sangre de mi pueblo humea,
sangre doquiera que la huella mana,
sangre por mí vertida! Hay una idea
arraigada en mi mente, una profunda
convicción en mi seno guarecida,
en que mi sino proverbial se funda,
y que es, Theudia, el tormento de mi vida,
THEUDIA¡Superstición!
RODRIGO Tal vez; pero se aferra
más cada día al corazón; se extiende
más cada día por mi mente, y cierra
más mi horizonte á cada punto: atiende.
Es la ley celestial; sobre la tierra
abre Dios un infierno al rey que vende,
cual yo, á sus pueblos; á este rey malvado
le señala un espíritu, que impío
le acosa, al pueblo hasta dejar vengado;
y yo siento ese espíritu á mi lado
que venga de su rey al reino mío.
THEUDIA¡Superstición!
RODRIGO No, no; yo sé, yo creo
que, de Dios mensajero, tras mí vaga
Inístico ser que por doquier me amaga,
y por doquiera junto á mí lo veo.
THEUDIAMas ¿quién es ese ser?
RODRIGO No sé; un
fantasma
que marcha tras de mí cuando camino;
su huella siento, y dé terror me pasma;
va á mi lado, es mi sombra, mi destino.
Escucha: á veces, á la luz postrera
del día, bajo hacia la mar; me place
verla estrellarse humilde en la ribera,
al triste son que con sus hondas hace.
¿Qué busco allí? No sé. Voy arrastrado
allí por un instinto poderoso,
á esperar al fantasma, amedrentado;
porque le temo, aunque le busco ansioso,
y no en vano. Del África viniendo,
acercarse le veo de ola en ola,
su caprichosa oscilación siguiendo,
la playa hasta tocar callada y, sola,
Huyo al verle llegar, y me parece
(yo no sé si es el viento que murmura);
mas creo que se ríe y me escarnece,
y en lengua que no sé, volver me jura.
THEUDIA.¡Mísero!
RODRIGO Hoy le esperé; del horizonte
destacarse le vi, crecer, llegarse
más que nunca visible; huí hacia el monte,
mas mi sangre sentí paralizarse
cuando lo oí lanzar hondo lamento
que estuvo en tierra para dar conmigo,
y gritarme le oí: «¡Vuelve, Rodrigo,»
Y esta vez fué su voz, no la del viento.
THEUDIAFué, señor, vuestra loca fantasía;
fué que la soledad y la abstinencia
exaltan vuestra mente cada día
más, y os minan la frágil existencia.
RODRIGOTheudia, ya te he dicho: esta es la hora
del crimen; es el de hoy el mismo, día
del año, y esa sombra vengadora
sale hoy á reclamarme del abismo.
El eco de su voz, en mi memoria
toda entera evocó la edad pasada;
sí, todo cuanto fué, toda mi historia;
fué voz por un espíritu lanzada.
THEUDIAFué voz por vuestro espíritu forjada.
RODRIGO¡Ah! Lo ignoras tal vez. Hoy ha diez años
que á Florinda ultrajé.
(THEUDIA va á hablar, D. RODRIGO le pone la mano en la
boca)
No lo repitas.
Hoy en la soledad ecos extraños
que te devolverían mis malditas
palabras...; pero sábelo: á esta hora...
en mi palacio de Toledo... Aun veo
aquella escena amante, abrasadora;
veo aun su rostro virginal que llora...,
y aun ¡sacrílego amor! que la amo creo.
THEUDIA¡Señor!
RODRIGO ¿Tú alguna vez en el seguro
recinto del palacio no la viste?
THEUDIA¡Jamás la conocí, ¡mas la maldigo!
RODRIGO¡Theudia! Inocente fué; yo te lo juro.
THEUDIAPero os perdió su amor.
RODRIGO ¿Quién le
resiste
cuando Dios nos le da para castigo?
THEUDIA¡Infeliz!
RODRIGO ¡Lloras, Theudia! Te comprendo:
te inspiro compasión.
THEUDIA Señor, sí lloro,
es porque vos no veis y yo estoy viendo
que Dios, que de piedad es un tesoro,
á vos me guía por su propia mano,
porque guíe desde hoy vuestro destino
porque os recuerde yo que el ser humano
tiene su origen en el Ser divino.
Avergüénceos, pues, vuestra locura;
los ojos levantad al Dios que dijo:
«Venid á mí en las horas de amargura;
padre, os perdono en nombre de mi hijo»
Necesitáis trabajo y ejercicio;
las fieras de las selvas nos convidan
á sacudir de la pereza el vicio,
y así echaréis las sombras que se anidan,
de la inercia á favor, en vuestro juicio.
¿Recordáis que sois rey? He aquí un vasallo.
¿Que sois harto infeliz? He aquí un amigo.
¿Cenobita os hacéis? Como batallo,
rezo; mandad, llorad, orad conmigo,
pronto á partir con vos la vida me hallo;
tendréis en mí un esclavo, don Rodrigo;
de cuanto vuestro fué, yo solo os quedo,
mas aun sois para mí rey de Toledo.
Mientras que viva yo, vuestra ventura
seguirá, atado siempre á vuestra huella;
si os condena la suerte á vida obscura,
no ha de faltaros, pese á vuestra estrella,
ni un vasallo que os cave sepultura,
ni un amigo leal que os llore en ella;
y siempre queda mundo, don Rodrigo,
al que le queda Dios y un buen amigo.
RODRIGOTheudia, tienes razón; Dios te me envía
cual hora de consuelo y de bonanza
en la borrasca de la angustia mía,
cual iris mensajero de esperanza;
tienes razón: tú irás siempre conmigo.
THEUDIASiempre.
RODRIGO Y emprenderemos otra vida
mejor para mi espíritu.
THEUDIA Y os digo que
cobraréis vuestra quietud perdida.
RODRIGOBatiremos el monte.
THEUDIA Y volveremos
con hambre á la cabaña.
RODRIGO Y de la
lumbre
al amor, de otros tiempos hablaremos.
THEUDIAY oraremos también.
RODRIGO Tengo costumbre
de orar al acostarme.
THEUDIA Pues lo haremos
juntos todas las noches.
RODRIGO Me
temía,
Theudia, que el campamento.,...
THEUDIA
¿Lo cristiano
en mí amenguara? ¡Oh, no! Con alegría
sufro, y tengo fe en Dios.
RODRIGO
(Con amargura)
¿La corte mía
frecuentaste?
THEUDIA Jamás; noble he nacido,
mas vivir en la corte no he querido
nunca.
RODRIGO Por eso crees, y el alma pura
conservas y leal.
THEUDIA Es lo que ahora
necesita, señor, vuestra amargura:
fe cierta, y lealtad consoladora.
Mas se hace tarde; reposad tranquilo
esta noche, señor, y nuestra nueva
vida mañana empezará. Este asilo
es seguro, y no hay nadie que se atreva
á penetrar en esta selva.
RODRIGO Pero
si esta noche...
THEUDIA El pavor echad del alma;
yo estoy con vos, y yo soy un guerrero.
RODRIGOMas ¿ya no te me irás?
THEUDIA Dormid en
calma,
señor; yo velo aquí.
RODRIGO No; estás rendido
de fatiga; esta noche necesitas
reposo tú. Mi lecho muy mullido
no es, mas yo te le doy con infinitas
albricias por tu vuelta.
THEUDIA ¿Y vos?
RODRIGO Un
rato
quiero estarme á la vera de la lumbre
conmigo mismo á solas.
THEUDIA Mas...
RODRIGO
Ingrato
el sueño huye de mí, y es mi costumbre
recogerme á altas horas.
THEUDIA Hoy, empero,
no tardaréis.
RODRIGO No á fe, que con el día
te pienso despertar. Vé, pues; lo quiero.
THEUDIAOs obedezco.
RODRIGO Vé, y en mí confía;
yo te despertaré.
(Va D. RODRIGO á sentarse á la lumbre; THEUDIA,
contemplándole, dice desde la puerta, levantando los
ojos al cielo:)
THEUDIA¡Dios justiciero,
yo adoro tu piedad! Si tardo un poco,
desventurado rey, le encuentro loco.

Escena V
DON RODRIGO, solo.
RODRIGOY ¿por qué, si feliz ser ya no puedo,
con Dios no vivirá y conmigo mismo
en paz? Bien dice Theudia; sí, mi miedo
sólo es superstición, sonambulismo.
¡Lejos de mí, quiméricas visiones!
Ellos reposan en la tumba todos,
y la tea apagó de las traiciones
el huracán que dispersó á los godos.
En mí acabó mi raza; fué sentencia
del sumo Dios, que condenó al misterio
de obscuridad perpetua mi existencia;
mas lo que vale me mostró el imperio.
Señor, yo acato tu poder, y acepto
mi sacrificio entero. Si no pura,
obediente mi alma á tu precepto,
el cáliz beberá de su amargura.
Sí; muerto para el mundo, en la montaña
viviré, de la cruz bajo el abrigo,
y arrostraré la execreación de España
en nombre del que fué rey don Rodrigo.
FLORINDA
(Dentro)
Don Rodrigo.
RODRIGO ¡Dios mío! ¿Quién me nombra?
(Ábrese la puerta del fondo, y á la luz de un relámpago
se presenta FLORINDA, desmelenada y las ropas en
desorden. Este personaje es altamente fantástico, y la
determinación de su carácter en la escena depende
solamente de la actriz. FLORINDA presenta en su
fisonomía, en sus miradas y en sus acciones, la vaguedad
de la locura y la exaltación de la fiebre. Contesta
maquinalmente, y no se fija en nada más que en el fuego,
junto al cual se coloca con el placer de un loco que
logra el capricho de su demencia, hasta que, calmándose
poco á poco, entra lógicamente en el sentido de la
escena)

Escena VI
DON RODRIGO y FLORINDA
RODRIGO¡Una mujer!
FLORINDA
(Fijándose en la lumbre)
Aun arde; á tiempo llego.
(Siéntase FLORINDA al lado del fuego, gozando de su
calor con
insensata avidez.)
RODRIGO¿Qué traéis? ¿Qué buscáis?
FLORINDA Sed,
frío, fuego.
RODRIGOMas ¿quién sois?
FLORINDA Nadie ya; soy una
sombra.
RODRIGO¡Sombra! ¿Quién me la trae?
FLORINDA La
mar, el viento.
RODRIGOY ¿de dónde?
FLORINDA Del África.
RODRIGO ¡Es la mía!
¡Ah! ¿Qué quiere de mí?
FLORINDA Vida,
alimento.
¡Agua!... Tengo el temblor de la agonía.
¡Agua!
RODRIGO¡Ay de mí! Yo creo que deliro.
FLORINDA¡Agua!...La calentura me sustenta,
y en el momento en que me deje, expiro.
¡Agua!
RODRIGO Ahí la tienes.
(Señalando una vasija)
FLORINDA
(Después de beber)
Gracias. Dios en cuenta
te lo tenga, buen hombre. ¡Qué cansada
estoy!... A esos peñascos he trepado,
por este fuego y esa luz guiada.
Temí que me la hubieras apagado.
¡Qué agradable calor! ¡Cómo consuela!
Allá en la obscuridad, ¡qué frío hacía
sobre la mar! Pues ¿y en el monte? Hiela.
RODRIGO¡Sobre la mar!
FLORINDA Sin duda; yo venía
todas las noches á esta playa.
RODRIGO
¡Todas!
FLORINDATodas. Todas las noches de seis años,
siempre viendo pasar las naves godas
ante mí, y yo ¡qué afán! presa entre extraños.
Porque yo estaba África cautiva,
allá en un torreón..., sobre una roca
que daba al mar...; mas ya no estaba viva.
RODRIGO¿No estabais viva ya?
FLORINDA No; estaba loca.
Yo lo sabía bien, porque sentía
que la razón se me iba por momentos;
mas el dolor con la razón huía,
y gozaba en mis locos pensamientos.
Un día mi señor trajo á un anciano
á la torre, y mostrándome, le dijo:
«Hela ahí» El viejo me tomó la mano,
ó hizo de mí un examen muy prolijo.
Aquel viejo era un sabio. «¡Pobre esclava!
decía. Mis pronósticos son ciertos;
esta es la fiebre que la vida acaba.»
«¿Nadie la curará?», lo preguntaba
mi señor... Yo afanosa le escuchaba.
Y el viejo contestó: «Tal vez los muertos.
Si el Rey que la infamó resucitase;
si á su edad virginal volver pudiera,
á su patria, á su amor, cual si tornase
de un ensueño, tal vez en sí volviera.
Tan sólo esta impresión desesperada
la podría curar. Mas id con tiento,
pues sólo por la fiebre alimentada
cuando la deje, morirá.»Y ya siento
que se va poco á poco.
RODRIGO ¡Desdichada!
El eco de su voz ¡ay! me estremece,
mas me atrae como imán; no sé qué encanto
siniestro tiene para mí; es el canto
traidor de una sirena que adormece.
FLORINDAVivifica esta llama; bien has hecho
en no apagarla. Mira, me devora
la fiebre..., me consume hora por hora
la vida... Mas percibo que mi pecho
se fortalece á su calor un poco;
muy poco, porque tiene mi existencia
un plazo fijo, y á su extremo toco.
Hoy moriré tal vez: es mi sentencia.
RODRIGO¡Hoy!
FLORINDA Hoy, que es día aciago. Tú no puedes
comprenderlo, es verdad; pero yo quiero
que lo comprendas. Oye: en las paredes
de mi prisión había un agujero
que daba sobre el mar. Desde él veía
siempre atada una barca en la ribera,
que encima de las ondas se mecía,
ó imán eterno de mis ojos era.
En ella sobre el mar iba y venía
todas las noches yo; me aproximaba
á estas playas; en ellas percibía
un ser de quien soy sombra; le llamaba,
venía..., mas mi barca se volvía
á África y yo volvía á ser esclava.
RODRIGO¿Veníais á esta playa en las tinieblas?
FLORINDA¿Te he dicho eso? ¡Ja, ja!...,No; lo soñaba.
RODRIGO¡Lo soñabais! Mas ¿hoy...
FLORINDA Hoy en
las tinieblas
nocturnas descendí de la montaña.
RODRIGOMas ¿cómo?
FLORINDA Como sombra, por el viento.
Rompió la tempestad, y en un momento
Mi hermano el huracán me trajo á España.
RODRIGO¿Vais á España?
FLORINDA Pues qué, ¿no estoy en
ella?
RODRIGOAun no.
FLORINDA ¿Conque es decir que ya no puedo
esta noche llegar?
RODRIGO ¿Dónde la huella
queríais dirigir?
FLORINDA Voy á Toledo.
RODRIGO¡A Toledo! Y ¿á qué?
FLORINDA Allí he nacido.
RODRIGOYo también.
FLORINDA Allí fuí rica y querida.
RODRIGOYo también.
FLORINDA En su alcázar he vivido.
RODRIGOYo también.
FLORINDA Allí amé, mas fuí vendida.
RODRIGOTambién yo.
FLORINDA Una corona allí he perdido.
RODRIGOYo también.
FLORINDA Y allí, en fin, perdí mi vida.
RODRIGO(Dadme fuerzas, Señor; luz en su mente
derramad, y abreviad este suplicio.)
Conque ¿moristeis?
FLORINDA Di: ¿vive
realmente
el que pierde el honor, la fe y el juicio?
RODRIGONo vive, no.
FLORINDA Pues bien, yo estoy ya
muerta;
mas soy mi sombra, y á merced del viento
sobre la tierra voy vagando incierta,
porque un secreto revelarle intento.
RODRIGO¿A quién?
FLORINDA Al Rey.
RODRIGO¿A cuál?
FLORINDA Al de los godos.
RODRIGOY ¿qué vais á decirle?
FLORINDA Es una
historia
que él solo entenderá: no es para todos.
Nadie la sabe aún; en mi memoria
vive no más; y mira, he canecido
sólo por conservarla en ella escrita;
por ella mi nación me ha maldecido,
y por ella mi raza está maldita.
RODRIGOY la mía también.
FLORINDA Odio, detesto
cuanto fuí.
RODRIGO Yo también.
FLORINDA Hasta el cariño
de los que ser me dieron, y el honesto
pudor de virgen y el candor de niño.
Óyela, pues, entera la recuerdo,
mas no me la interrumpas; esta fiebre
me abandona, y tal vez si tiempo pierdo,
al par mi historia con mi ser se quiebre.
RODRIGOHabla.
FLORINDA Yo era una flor que cultivaba
un Rey en el jardín de su palacio;
con solícito afán él me cuidaba,
y yo con mi perfume embalsamaba
de su Real corazón todo el espacio.
Era aquel Rey galán, Rey de las flores,
y una elegir debía para esposa;
yo era entre ellas la flor de sus amores...
¡Mas Dios me hizo brotar de los traidores
tallos de una letal flor venenosa!
Aquella flor de quien nací capullo,
en vez de contemplarme con orgullo
hija suya por ser y la elegida,
del aura de la envidia oyó el arrullo,
y envidió mi favor y odió mi vida.
Iba de noche el Rey enamorado
al jardín, mientras yo, casta, plegaba
mis hojas sobre el cáliz delicado,
y él, en silencio y á mis pies echado,
con el aroma de mi amor soñaba.
Si en la sombra hacia mí tendió la mano,
tropezó de mi honor con las espinas,
porque yo, frágil flor, y él, Rey liviano,
recelé y me previne..., y no fué en vano.
Una noche espesísimas cortinas
de tinieblas velaban tierra y cielo;
tendióme el Rey la mano, el aura errante
inclinó á mi rival hacia adelante;
no halló espinas el Rey, y con anhelo,
de la traidora flor gozó ignorante.
RODRIGO¡Ah!
FLORINDA Y al siguiente día, audaz, risueño,
confiado, mis hojas purpurinas
vino á besar con amoroso empeño;
yo, ajena á la traición hecha en mi sueño,
cerréme, y dí á sus labios mis espinas.
Indignó al Rey galán mi fantasía,
y viendo que de noche flor liviana
á su liviano amor correspondía,
desairándole hipócrita de día,
me deshojó á la fuerza una mañana.
RODRIGO¡Ah! Comprendo, infeliz, tu horrenda historia.
FLORINDA¡Imposible!
RODRIGO Recobra tu memoria,
de ti las nieblas del delirio aparta;
respóndeme... Una noche á tu aposento
fué el Rey tras el perfume de una carta.
FLORINDANo era mía.
RODRIGO En la sombra el suave aliento
sintió de una mujer.
FLORINDA El mío no era.
RODRIGOSu mano halló otra mano.
FLORINDA No era
mía.
RODRIGO¿Cuál era, pues, la flor que el Rey cogía?
FLORINDALa que el aura inclinó porque él la asiera.
RODRIGO¿Cuál la que deshojó con mano fiera?
FLORINDALa que en su cáliz virginal dormía.
RODRIGO¡Ah! De una vez tus pensamientos fija:
tú la inocente flor, ¿quién fué la rea?
FLORINDA
(Con misterio)
De su tallo nací.
RODRIGO ¡Maldita sea!
FLORINDA
(Con espanto)
¡Es mi madre!
RODRIGO De tigres eres hija.
FLORINDAY tú que la maldices, tú, ¿quién eres?
RODRIGO¿Quién he de ser sino quien fué contigo
de su generación plaga y castigo?
FLORINDA¡Tú!
RODRIGO Mírame.
FLORINDA ¿Eres tú?
RODRIGO Mira te digo.
FLORINDA¿Tú... el Rey infamador de las mujeres?
RODRIGO¡Tú Florinda infeliz!
FLORINDA ¡Tú don Rodrigo!
(Pausa)
Mi alma se va... la vida me abandona.
Sí; de nuevo la luz brilla en mi mente;
recuerdo..., reconozco..., me perdona,
sin duda, Dios.
RODRIGO
(Acercándosela)
¡Florinda!
FLORINDA
(Rechazándole)
¡Atrás! Detente.
Yo no soy la mujer que hundió tu trono;
yo soy mi sombra, que pasó á tu lado
al volver á su tumba, solamente
para decirte: «¡Adiós, Rey desdichado!
Yo, de tu crimen víctima inocente,
blanco seré de universal encono
y execración de la futura gente;
mas el juicio de Dios tengo en mi abono»
RODRIGO¡Florinda!
FLORINDAAparta..., tentador... El alma
se separa del cuerpo... dulcemente;
la tierra huye de mí... ; yo la abandono
sin pesar...; siento en mí la dulce calma,
la paz, la sombra del sepulcro...
RODRIGO
¡Ah!
FLORINDA
¡Tente!
¡Hasta la eternidad! ¡Yo te perdono!
(Cae)
RODRIGO
(Asoma THEUDIA)
No hay perdón para mí, yo le rechazo.
¡Tierra de maldición, libre muy presto
vas á verte de mí!

Escena VII
DON RODRIGO, THEUDIA y FLORINDA (muerta).
THEUDIA Señor, ¿qué es esto?
RODRIGOEs que el rayo de Dios de herirme acaba,
que mi vida fatal llegó á su plazo.
THEUDIA¡Una mujer!
RODRIGO Mi sombra: ésa es la Cava.
THEUDIA¡Cielos! Mas ¿dónde vais?
RODRIGO Á la
montaña.
THEUDIA¿A qué?
RODRIGO A buscar en el sepulcro abrigo
del odio universal contra la saña.
THEUDIAEsperadme, señor.
RODRIGO
(Desde la puerta)
Nadie conmigo;
solo en la culpa, solo en el castigo:
¡la maldición del cielo me acompaña!
(Cierra la puerta de golpe)