Ana Benda * Un
destino de Dios La
narrativa de Federico Peltzer ISBN 987-9254-08-2 © Ana Benda, 2000. © Tiago Biavez, abril de 2000. Editorial TIAGO BIAVEZ Hay una sed ardida de Dios: la de Federico Peltzer. INTRODUCCIÓN El tema de esta investigación es la manifestación
de Dios, por revelación u ocultamiento, en la narrativa de Federico Peltzer.
Mi interés personal apunta a la temática religiosa, y la recurrencia de ésta
en su obra es evidente. El tema de Dios es una constante desde la primera
hasta la última de sus publicaciones, en la narrativa, en la poesía y aun en
el ensayo. Su planteo en tal ámbito es un cuestionamiento permanente. La
búsqueda de Dios asume en Peltzer la dimensión de una actitud metafísica poco
frecuente, por su sinceridad y hondura, en la literatura argentina
contemporánea. La lectura de su obra completa sugiere otros temas
quizá más evidentes: el del amor, la muerte, la soledad y los más
estrictamente literarios: la presencia de lo quijotesco en su obra1 o la
recreación mitológica2. Respecto de los tres primeros, creo importante
señalar que, a mi juicio, adquieren su verdadera dimensión en el cono de luz
que la imagen de Dios proyecta sobre la concepción antropológica. No
constituyen materia de este trabajo, pero resultarán tangencialmente tocados. La temática religiosa es, por otra parte –con
honrosas excepciones–, una ausencia en la crítica y la investigación
literaria argentina, aunque no son pocos los autores que la tratan en
profundidad, desde Bernárdez y Marechal hasta Sábato, por aludir sólo a los
de este siglo. Peltzer, como crítico, dice: "Novela y Dios son una dimensión más del
enfrentamiento hombre-Dios. Cerrar el camino de Éste a la novela, por
jugueteos literarios es, por lo menos, ingenuo, porque es una mutilación, y
todo miembro atrofiado tiende a compensarse." 3 Delimito mi investigación al marco de la narrativa
del autor, compuesta por diez obras en el momento de finalizar esta
investigación4. Su único ensayo publicado, El amor creación en la novela5,
será (especialmente para el tercer capítulo) un pilar de sustento de muchas
afirmaciones de esta tesis, pero su género literario lo excluye de la materia
de mi estudio. En cuanto a la poesía6, circunscribo su papel a confirmar lo
que la narrativa formula. El planteo metodológico de mi trabajo determina
esta exclusión. Incluir la palabra poética del escritor argentino
significaría partir del estudio de sus fuentes (Quevedo y Salinas, entre los
más notables), como procedimiento análogo al observado respecto de la
narrativa en el primer capítulo, lo cual diversificaría en exceso el enfoque
y atentaría contra la unidad. Las citas de textos líricos son, sin embargo,
reiteradas. El valor estético del verso de Peltzer y la unidad temática de su
obra completa me invitan a frecuentarlo. Considero que esta solución me
permite, por una parte, delimitar el área de la investigación, y, por otra,
me da libre acceso a la totalidad de la obra del escritor argentino. También interesa su "paratexto" vital y
su marco generacional, que trazo en breves rasgos. Federico Jorge Marcelo
Peltzer, nacido en Buenos Aires el 13 de abril de 1924, casado, egresó como
abogado de la Universidad de Buenos Aires (U.B.A.) en 1948. Secretario de
Juzgado en 1949, Secretario de Cámara en 1955, Juez Nacional de Primera
Instancia en lo Civil en 1958, Juez de la Cámara Nacional de Apelaciones en
lo Civil en 1973, se retiró voluntariamente de su actividad en 1975. Fue
profesor de Derecho Civil en la Universidad Católica Argentina (U.C.A.) como
adjunto del Dr. Guillermo A. Borda. Colaboró con el mismo en el Tratado de
Derecho Civil Argentino, Parte General y Sucesiones7. Se desempeñó como profesor de Introducción a la
Literatura, por más de veinte años, en la Facultad de Historia y Letras de la
Universidad del Salvador. Profesor de Introducción a la Literatura y de
Literatura Española del Siglo de Oro en la Universidad Nacional de Mar del
Plata, desde 1975 hasta 1988. Profesor de Literatura Española Moderna y
Contemporánea en la Universidad Nacional de La Plata, desde 1984 hasta 1989.
Profesor de Literatura Española del Siglo de Oro en la Universidad Nacional
de Lomas de Zamora, desde 1985 hasta 1991. Fue jurado del Premio Nacional de Literatura (tres
veces), del Premio Municipal de Literatura (cinco veces), del Premio Emecé
(tres veces), del Gran Premio del Sesquicentenario, del Premio Kennedy, del
Fondo Nacional de las Artes (tres veces). Ha dictado conferencias y cursos en casi todas las
universidades del país. También en España, en 1966, invitado por el Instituto
de Cultura Hispánica de Madrid y en Bolivia, Cochabamba, donde dio un curso
sobre Teoría de la Novela en el Centro Cultural de Portales. Colaboró en las revistas Sur, Ficción, El Hogar,
Esto es, Señales y en los diarios La Nación, La Prensa, El Día de La Plata,
La Gaceta de Tucumán, La Capital de Rosario, y El Litoral de Santa Fe. Es, desde 1983, miembro de la Academia Argentina de
Letras8. Enrique Anderson Imbert ubica a Peltzer entre los
escritores argentinos nacidos entre 1915 y 1930: "Uno de los fenómenos interesantes es la
aparición, al final de la década del 50, de un grupo de narradores católicos
que, sin desviarse de las creencias tradicionales, iluminan con cruda luz la
condición pecadora del hombre y escriben con procedimientos experimentales
(en la Argentina, por ejemplo, Dalmiro Sáenz, Hellen Ferro, Federico Peltzer,
Bonifacio Lastra y otros)." 9 Alfredo Rubione, coincidiendo en lo cronológico y
atendiendo al suceso histórico que los nuclea, dice: "La llamada generación del cincuenta, nacida
entre 1915 y 1930 o también mencionada como generación de 1955, conjunto de
escritores nacidos entre 1920 y 1930, lleva, en la segunda denominación, no
sólo el año en que comienzan a aparecer masivamente sus trabajos, sino
también la referencia al acontecimiento político que es hito de la vida
social argentina: la interrupción, por vía revolucionaria, de la segunda
presidencia constitucional del gobierno del general Perón." 10 Al nombrar a los integrantes de la generación cita
a los siguientes: "F. J. Solero, Héctor Alvarez (Murena), J. J.
Manauta, Alberto Rodríguez (h.), Néstor Bondoni, Carlos Prelooker, David
Viñas, J. Ardiles Gray, Diego R. Oxley, Beatriz Guido, Juan Carlos Ghiano,
Adolfo Pérez Zelaschi, Rodolfo J. Walsh, Marco Denevi, Dalmiro Sáenz, Luis M.
Lozzia, Valentín Fernando, Adolfo Jasca, David José Kohon, Federico Peltzer,
Jorge Masciángioli, Fernando Rosemberg, Rubén Benítez, Marta Lynch, Elvira
Orphée, Pedro Orgambide, Humberto Constantini, Antonio Di Benedetto, María Esther
de Miguel, Miguel Brascó, Haroldo Conti, Joge W. Abalos, Rodolfo Modern,
Eduardo Dessein, Jorge Riestra, Martín Noel, Miguel Angel Speroni, Alberto
Vanasco, Enrique Wernique, Gastón Gori, Guillermo House, Eduardo Goligorsky,
Sara Galllardo, María Granata, J. J. Hernández, Daniel Moyano, Héctor Tizón,
Abelardo Arias." 11 Alude al papel de los concursos literarios:
"En la década del cincuenta las editoriales acentuaron la modalidad que
algunas de ellas habían puesto en práctica en años anteriores: otorgar premios
a escritores desconocidos. Este estímulo fue proporcionado, por ejemplo por
Kraft [...] en 1959 Compartida de Federico Peltzer fue ganadora;[...] La
editorial Emecé otorgó el primer premio [...] en 1955 a Federico Peltzer por
Tierra de nadie [...]" 12 Peltzer también les adjudica importancia cuando se
refiere a ellos: "Y aún me atrevo a profetizar diciendo que
vamos hacia una narrativa argentina de real valor. El estímulo de un lector
exigente y que no da cuartel; la emulación; la oportunidad que significan los
concursos (casi todos ellos serios y bien intencionados); [...]" 13 Rubione ubica a la generación dentro del realismo,
pero acota: "Es de hacer notar aunque sea obvio que no
toda la producción literaria era realista. Hubo quienes prosiguieron el gusto
por la ficción como Peltzer, Masciángioli, Riestra." 14 En cuanto a la bibliografía publicada acerca del
autor hasta la fecha, consta de una numerosa serie de artículos menores,
aparecidos especialmente en diarios y revistas. Reseño algunos de ellos
referidos a la narrativa en la "Bibliografía" de este trabajo,
ordenados cronológicamente según las publicaciones del autor, y clasificados
por ítems. Destaco, dentro de la bibliografía citada, el
artículo de P. M. Fuentes y, especialmente, el de Elisa Calabrese quien,
desde el tema de la soledad se propone ver "[...] cómo las técnicas
narrativas, el funcionamiento del discurso y la elaboración formal de la
novela convergen hacia el intento de caracterizar al hombre no sólo en tanto
esencia humana invariable, sino también de manera implícita, plantear la
naturaleza de la modernidad, condición que comparte con gran parte de la
novela contemporánea europea, desde Proust en adelante." 15 No se ha publicado ningún estudio de la obra
completa del escritor ni existe bibliografía que trate, en profundidad,
alguna de sus obras. Los dos trabajos antes destacados no exceden la calidad
de artículos. Anderson Imbert lo nombra dos veces en su Historia
de la Literatura Hispanoamericana: la primera, ya mencionada (en nota 9) y
luego, unas páginas más adelante: "[...] Federico Peltzer (1924), quien después
del convincente análisis de una extrovertida en Compartida (1959) logró un no
menos convincente análisis de un introvertido en La razón del topo (1971),
novela de la soledad o, mejor dicho, de un solitario, que está enmarcada
hábilmente por el perturbador relato de Hawthorne, ‘Wakefield’; [...]"
16 El mismo autor alude a él reiteradamente en Teoría
y técnica del cuento. En el capítulo 11, "Relaciones internas entre la
trama total y sus partes", refiriéndose a los cuentos Completados dice: "Por ejemplo, Federico Peltzer reparó en que
ciertos cuentos que había escrito tenían un fondo religioso común y entonces
los enmarcó con dos parábolas sobre Dios –la del principio, ‘El profesor de
ajedrez’; y la del final, ‘La revancha’– y publicó el conjunto en un libro:
El silencio." 17 En el capítulo 13, "Formas abstraídas:
morfología", hablando de Figuras de contradanza, afirma: "Federico Peltzer tiene una ‘Ronda para un
infinito’ constituida por siete episodios separados tipográficamente."
18 En el capítulo 17, "El tiempo y los procesos
mentales", tratando el Monólogo interior narrado, dice: "Un ejemplo de Federico Peltzer, tomado de ‘La
música del sol’. Un director de orquesta, enfermo, febril, está tendido en
una playa, bajo el sol ardiente; gracias al narrador seguimos las
ondulaciones de su mente agitada por la Pastoral de Beethoven, por imágenes
de su mujer Ingrid, por las sensaciones que recibe:" 19 A continuación, cita un fragmento del cuento. Por
última vez, en el capítulo 18, "Primacía de lo narrativo sobre la
descripción, el escenario, el diálogo y la caracterización", aludiendo a
Agentes no humanos, menciona a "[...] Federico Peltzer en ‘El barrilete
y las manos’, [...]" 20 Figura varias veces nombrado en El problema de las
generaciones literarias, entre otros integrantes de su generación (p. 136), a
propósito de sus dos primeras novelas (p. 143) y dos veces en una entrevista
a M. E. de Miguel (pp. 235/ 236), en la que ella lo menciona entre los
escritores aparecidos por esos años y agrega: "Federico Peltzer, agudo y
humano." 21 Dice de él Mazzei: "La narración con buena dosis lírica, de tal
modo que a veces se torna decididamente poemática tiene competentes figuras
en Beatriz Guido, Alberto Ponce de León; Luisa Mercedes Levinson (Lisa
Lenson); Abelardo Arias, Federico Peltzer, María Angélica Bosco, Juan José
Hernández, Atols Tapia." 22 Aparece tratado en la Enciclopedia de la literatura
argentina23. Tras una suscinta referencia a su labor profesional, el texto
indica los libros publicados por Peltzer a la fecha de la edición y concluye: "Peltzer es, sin duda, uno de los nombres
importantes de nuestra narrativa, como lo demuestran sus tres novelas y su
libro de cuentos. El tratamiento riguroso de la estructura en todas sus obras
–tan apegadas a las concepciones tradicionales de la novelística– y un estilo
sobrio y expresivo, son quizás sus rasgos más destacados." 24 Luis Gregorich
afirma: "Sólo la necesidad de resumen ha impedido
tratar en extensión contribuciones tan características de esta generación
como las pulcras novelas y cuentos de Federico Peltzer (en especial,
Compartida);" 25 Figura entre los nombrados en Quién es quién en la
Sociedad Argentina.26 Dice Horacio J. Becco: "Expresivo, sobrio, constructor de línea
tradicional, ha logrado, con sabia penetración psicológica, la creación de
ambientes y tipos. Ha estudiado paralelamente los personajes en la narrativa
contemporánea de su país, como parte de una constante labor crítica
profesional." 27 En cuanto a su inclusión en antologías, registro
las siguientes: a) "Giuoco Piano" es publicado en la
selección de César Magrini28 precedido de una entrevista. Dos años antes
había integrado Con muerte y con niños. b) "A Bariloche", un cuento que nunca más
aparece publicado, figura en la selección hecha por Nicolás Cócaro y Antonio
Serrano Redonnet.29 c) Varios poemas de La sed con que te llevo y La mi
muerte son incluidos en el trabajo de Raúl Gustavo Aguirre.30 d) "El eterno retorno", un cuento que
Peltzer luego integrará a El cementerio del tiempo, aparece en la revista
Letras de Buenos Aires.31 e) En 40 cuentos breves argentinos32 el compilador
toma un cuento de Un país y otro país: "El honor". f) La figuración más importante es, sin duda, la de
la antología que Borges compila para traducir al italiano: Racconti
argentini33. En ella aparece, entre ocho cuentos más de autores argentinos,
"Il professore di scacchi" ("El profesor de ajedrez"). Tan escasa presencia del escritor en los estudios
acerca de la literatura argentina34 permite insinuar que Peltzer pertenece al
grupo de escritores serios de nuestro quehacer literario que podría
considerarse postergado por la crítica y por las preferencias editoriales, en
cuanto a las dificultades para publicar y reeditar y en tanto los libros no
aparecen a la vista del público. El mismo Peltzer lo hace manifiesto:
"[...] levanto el eco de mi voz gastada/ ausente de la amable antología
[...]" 35 Cuenta, sin embargo, con el Primer Premio Emecé 1955
por su primera publicación, la novela Tierra de nadie; con el Premio Kraft
1958 para la novela argentina por su segundo libro: Compartida; con la Faja
de Honor de la S.A.D.E., 1964, por su primer libro de poesía: La sed con que
te llevo; con el Premio de ensayo inédito 1969 del gobierno de la provincia
de Santa Fe por El amor creación en la novela; con la Pluma de Plata del Pen
Club Argentino, 1976, por Un país y otro país; con el Premio Internacional de
novela Gonzalo Losada, 1985, por La vuelta de la esquina; con el premio
"Esteban Echeverría", otorgado por Gente de Letras en 1986 por el
conjunto de la obra narrativa y, por último, con el premio a la personalidad
del año en poesía otorgado por el Rotary Club de Capital Federal, en 1993. Si un cierto silenciamiento editorial rodea su
obra, es indudable que cuenta con el prestigio oficial que su labor como
hombre de letras (profesor, académico, conferencista), le ha labrado. La
materia literaria siempre cobra hondura en manos de Peltzer, ya sea como
creador, ya como crítico. Estas dos vertientes se aúnan en él en concierto
poco frecuente. Sus novelas, ensayos, artículos, cursos y clases lo muestran
como lector de vastísimo espectro, como conocedor profundo y acabado de lo
literario. Creo importante aclarar que el enfoque del tema de
esta investigación exige recurrentemente fundamentación teológica. Acudiré en
tales casos a autores diversos, pero con señalada reiteración a la palabra
del teólogo suizo Hans Urs von Balthasar (1905-1988). Doctor en Germanística
(filosofía y literaturas germánicas), su tesis Apocalipsis del alma alemana
"[...] intentó ‘desvelar, a través de las grandes figuras espirituales
modernas, la actitud religiosa última, a menudo oculta, [...]’" 36 Mi posición ante la obra de Peltzer apunta también
al descubrimiento de esta "actitud religiosa última, a menudo
oculta". La orientación de los estudios de Balthasar, su
vocación estética, su actitud frente a los planteos religiosos del artista y
del escritor en particular, su utilización de las categorías dramáticas para
el estudio de la verdad revelada, su saber37 y amor profundos por las
angustias del hombre contemporáneo, me conducen a encontrar en sus obras la
posibilidad de integrar las dicotomías planteadas por Peltzer desde una
totalidad. Descubro en el teólogo suizo una capacidad de diálogo con el
hombre y la cultura de este tiempo como no había experimentado en otro
pensador católico. Es esta condición de su pensamiento y actitud lo que le
valió acceder al honor del Premio Pablo VI, recibido en Roma de manos de Juan
Pablo II en 1984, que "[...] consagra oficialmente su obra." 38 El Papa dice de él: "En el último consistorio quise reconocer y
honrar solemnemente los múltiples méritos de su larga e incansable actividad
como maestro espiritual y científico cualificado, concediéndole la dignidad
cardenalicia. Aceptamos humildemente el designio de Dios que, de forma
inesperada, ha querido llevarse de este mundo a tan fiel servidor de la
Iglesia." 39 Su obra capital (Gloria, 7 tomos, Teodramática, 5
tomos y Lógica, 3 tomos) muestra la elaboración de una estética teológica en
la que se revela como un conocedor tal de ambas disciplinas, de las
literaturas europeas (incluso la española), del teatro, de la filosofía y,
esencialmente, de la analogía arte-revelación, que eximen mi explicación de
cualquier otro dato. Respecto del método de esta investigación, creo que
la primera consideración a formular es que la totalidad de la obra de
Peltzer, contemplada desde la perspectiva del tema que me ocupa, ha impuesto
su propia metodología. He intentado dejar hablar lo más posible al mismo
autor; de ahí que la organización del trabajo tenga, en cierto sentido, una
forma que también le es propia. He realizado un camino en espiral,
acercándome, desde las fuentes del pensamiento hasta la estructura narrativa
y los elementos estilísticos, en búsqueda del centro constituido por el tema
de esta investigación. Dice Hans Urs von Balthasar: "De la misma manera que nosotros damos vueltas
alrededor de una estatua cambiando de punto de vista a fin de tener una
visión global, así el conocimiento rodea al objeto con un desplazamiento
infinitesimal de aproximaciones sucesivas." 40 Estas "aproximaciones" van internalizando
la mirada en el objeto, de modo que se procede desde la periferia hacia la
entraña del mismo y la materia revela, gradualmente, su consubstancialidad
con la forma. El método, pues, como camino, surge del propio texto. Éste
determina un proceder heurístico. El siguiente paso conlleva una tarea
hermenéutica, que aflora en una clave de interpretación. El tercer momento,
básicamente presente en las conclusiones parciales y en la final, es
axiológico, en cuanto produce una valoración del material analizado. El primer capítulo es eminentemente comparativo.
Los objetos a comparar son el Dios de Peltzer con el de Mauriac, Unamuno y
Lagerkvist. Se fundamenta en el rastreo de las fuentes del pensamiento del
autor respecto del tema de Dios, consideradas como tales por él mismo.
Obedece a la intención de encuadrar la cosmovisión teológica del escritor en
su marco de referencia contemporáneo. El segundo capítulo se aboca a seleccionar,
organizar e interpretar el material estrictamente teológico reunido en la
obra completa de Peltzer: la publicada y, en algún caso, la inédita. Me
propongo dilucidar la imagen de Dios que la producción de Peltzer presenta
desde una perspectiva dramática, mediante la observación de la acción y el
seguimiento del discurso del personaje. El tercer capítulo plantea, como tónica
metodológica dominante, el enfoque de los elementos de la narración y de lo
estilístico propiamente dicho. Consiste en el análisis de aquellos relieves
de la materia literaria que dicen relación con el tema de la investigación.
Dejo de lado las múltiples consideraciones que pudieran abordarse respecto de
la obra en general, y pormenorizo en aquéllas que, destacando la unidad
teológico-antropológica del escritor argentino, echan luz, encarnadas en la
sustancia literaria, sobre su imagen de Dios. Si bien en cada capítulo parto de un punto de vista
metodológico diferente, los procedimientos utilizados en cada caso se
interrelacionan y complementan en su función hasta integrar una unidad. Mi proceder rastrea una experiencia religiosa
peculiar encarnada en personajes. Contemplo la fenomenología de un hecho
teológico dramáticamente vivo en una realidad estética. El objetivo primordial de este trabajo no es
demostrar una hipótesis prefijada, sino mostrar la imagen del Dios que
Peltzer presenta en toda su extensión y profundidad. El autor continúa
publicando (de hecho, durante la elaboración de esta tesis aparecieron tres
libros), lo cual ciñe mis conclusiones al marco de la provisionalidad. Todo
lo que afirmo queda referido a lo publicado por Peltzer hasta 1993 y a los
inéditos citados. Capítulo I LOS MAESTROS “Para hacer a Dios hay que matar primero mil dioses plurales heredados” F. Peltzer La razón del topo La imagen de Dios que manifiesta la narrativa de
Federico Peltzer aparece marcada por determinadas influencias. Recorreré,
aunque someramente, el camino de los autores que dejaron su impronta en el
escritor argentino en lo que a ese tema se refiere. Acudo a las fuentes con
el propósito de deslindar lo que Peltzer toma de ellas, el modo en que lo
elabora y lo que le es estrictamente propio. Este primer capítulo
compendiará, pues, el análisis de las experiencias literarias y filosóficas
que, según el mismo autor, determinan más y hasta modelan su imagen de Dios. Tres son los maestros reconocidos por el escritor
argentino: François Mauriac, (francés, 1885-1970, Premio Nobel de Literatura
en 1952), Miguel de Unamuno, (español, 1864-1936) y Pär Lagerkvist, (sueco,
1891-1974, Premio Nobel de Literatura en 1951). El testimonio de la
influencia lo da el mismo Peltzer. Respecto de Mauriac, en su artículo
"Narrativa argentina contemporánea" 41; en otro titulado "Dios
en la literatura argentina" 42; en su Curso sobre "Los hombres en
la novela contemporánea" 43. Él mismo alude a este influjo en una carta
a R. Barufaldi44 y en una conferencia posterior en la que dice: "Alguien también dijo: el pecado, la caída,
están tomados como ocasión de encuentro, de reconciliación, aun de redención.
No sé si es así. Sé, en cambio, que eso es Mauriac, y no niego que éste, por
lo menos en cierta etapa, influyó en mí." 45 Respecto de Unamuno, Peltzer atestigua su influjo
en el mencionado artículo "Dios en la literatura argentina" 46; con
más claridad aún en "Unamuno en tres novelas" 47; en su artículo
"Dios en la literatura argentina" 48; en las múltiples menciones
que de él hace a lo largo de su obra (Compartida, p. 187; La razón del topo,
p. 170; Un país y otro país, p. 117; Los poemas del niño, p. 36); en el
planteo de la fe de un personaje, Gilardi, el médico de Tierra de nadie, p.
129; en la alusión velada: Compartida, p. 104 y Poesía secreta, p. 51; en un
poema: "Congoja" de Un ancla en el espejo. Respecto de Lagerkvist, Peltzer alude múltiples
veces a su influencia: en el Prólogo a las Obras Completas; nombrándolo en el
artículo citado: "Dios en la literatura argentina" 49; en una
alusión de Compartida, p. 133; en La razón del topo, p. 298; en las menciones
del autor sueco en "La pantalla azul", pp. 85, 96, 100, 114/ 115,
(El silencio) y en la contratapa del mismo libro, refiriéndose a Lagerkvist
como a "su confesado hermano mayor" y citando La Sibila; en el
epígrafe de Un país y otro país nombrando Peregrino en el mar; en La vuelta
de la esquina mencionando a Barrabás (pp. 183/ 184); en la misma conferencia
en la cual se refiere a Mauriac, diciendo: "Mara puede sentir que, en lo que siempre
supuso el mal, puede haber algo bueno. Y esto es Lagerkvist, que también
influyó en mí." 50 Y, por último, en su discurso de recepción en la
Academia Argentina de Letras, en el que menciona "[...] a mi admirado
Pär Lagerkvist, [...]" 51 Metodológicamente, estructuraré el desarrollo de
este primer capítulo como un triple paralelo temático-causal. La influencia
de los tres escritores que se registra en Peltzer atañe, desde la perspectiva
de mi investigación, a la concepción de Dios en cada uno, y opera sobre la
del argentino como causa generadora o desencadenante de su imagen de Dios. Me adentraré en el análisis de las obras
seleccionadas en cada autor focalizando sólo aquellos temas que dejan su
sello en la imagen de Dios del escritor argentino. Estos son: el mal; la
inmortalidad; la resurrección; la fe; el deseo, el silencio, la crueldad y la
maldición de Dios; la figura de Cristo y los elegidos. La diversidad de grado de esta influencia y la
cantidad de obras que en cada caso la evidencian, determinará la extensión de
cada apartado. 1. François Mauriac. Ceñiré el estudio de Mauriac a dos de sus novelas:
Nudo de víboras y El mico, porque expresamente Peltzer sintetiza en ellas la
impresión del autor francés sobre el aspecto de su obra que me ocupa. Los temas a desarrollar en este paralelo son: el
mal, el deseo de Dios, la hipocresía y la inmortalidad. Esta temática concierne más estrictamente al campo
de la criatura y a cuestiones metafísicas, psicológicas y dogmáticas que a lo
teológico propiamente dicho. Sin embargo, opera a modo de primer encuadre y
constituye un marco referencial dentro del cual se encarna la concepción de
Dios en estrecho paralelo con la del hombre. 1.1. El mal. El nudo de la estructuración del personaje de
Mauriac es el análisis psicológico del monstruo que anida en cada criatura y
el relato argumental se devana como la revelación de un misterio interior
abominable que con el correr de la historia, sin embargo, se trueca en fuente
de Gracia. Dice Luis, protagonista de Nudo de víboras: "No hay nada en mí, desde mi voz hasta mis
gestos, hasta mi risa, que no pertenezca al monstruo que he levantado contra
el mundo y al que he dado mi nombre." 52 Porque Luis se odia: "Lo había previsto todo, menos que se pareciera
a mí. ¿Hay acaso padres a quienes les gusta que les digan: ‘su hijo se le
parece’? La medida del odio que me tengo me ha dado la vista de este espectro
de mí mismo." 53 (se refiere a Roberto, su hijo natural). La falta
de amor por sí mismo constituye el corazón del drama de Luis: "Pero yo había perdido la fe en las criaturas
o más bien en mis posibilidades de agradar a ninguna de ellas [...]" 54 La pregunta por la etiología del conflicto resulta
ineludible. ¿Sobre qué pilares asienta Luis su autodesprecio? Seguramente
uno, subjetivo, es su conciencia de no ser amable, inmediatamente usada como
arma. Luis se constituye en víctima-verdugo: "Me apresuraba a desagradar
a propósito por temor a desagradar naturalmente." 55 Pero en el
fundamento de este pilar subyace su insaciable y angustiosa sed de amor: "De pronto tenía la sensación de no
desagradar, ya no desagradaba, ya no resultaba odioso. Una de las fechas
importantes de mi vida fue aquella noche en que me dijiste: ‘Es
extraordinario en un muchacho tener unas pestañas tan largas.’" 56 A esto suma la certeza de que sólo el amor redime: "Yo no era un monstruo, la primera muchacha
llegada que me hubiera amado hubiera hecho de mí lo que hubiese
querido." 57 Pero cuando descubre que Isa, su mujer, lo eligió
tan sólo porque fue rechazada por Rodolfo, "De tus explicaciones se
deducía que tu familia y tú os habíais lanzado ávidamente sobre el primer
caracol encontrado." 58 "Nadie iba a querer casarse conmigo."
59, el segundo pilar del auto-desprecio, el objetivo, ya está edificado. Esta
urdimbre objetivo-subjetiva se consumará cuando el no elegido sea sustituido:
Isa se refugia en los hijos: "[...] no tenía ojos más que para los
pequeños." 60 Resulta coherente entonces que él vaya aborreciéndolos, sintiéndolos
enemigos. A todos, excepto a María. En El mico, el mal se presenta como elemento
constitutivo medular de la naturaleza humana. La hipocresía de la Baronesa,
la dureza de corazón de Paule y aun el egoísmo de Bordas se destacan contra
el telón de fariseísmo de la vida provinciana, de modo que no parecen
conflictos individuales, sino, más bien, simbolizaciones de lo humano. Quedan
excluidos de esta apreciación Galeas y Guillaume, los que aparecen como
víctimas, y el segundo, especialmente, como víctima-salvadora del único
rescatable: el preceptor. El final de la Baronesa, presa en las garras de su
familia, y la enfermedad de Paule, reconstituyen el equilibrio. La lúcida maestría de Mauriac para sondear el mal
en el misterio de sus criaturas se respira también en los personajes de
Federico Peltzer. Si el mal es en Mauriac ante todo subjetividad:
"La maldad es mi razón de ser." 61 (dice Luis de sí), en Peltzer
muchas veces cobra existencia objetiva, realidad fuera del ser: "Mediaba
un desafío entre el mal y yo." 62 explica el médico de "La mesa de
roble". La criatura, acechada y alcanzada entonces por el mal, es su
víctima: "El mal no estaba en mí que elegía, sino a pesar de mí; el mal
era algo exterior." 63 A la definición tradicional en la Metafísica de mal
como privación de un bien, como falta o deficiencia64, como carencia, Peltzer
opone aquí una construcción literaria que "entifica", da ser al
mal, existencia objetiva. Y lo hace creando criaturas literarias que expresan
existencialmente la realidad del mal. Dice Eduardo Huerta, un personaje de La
vuelta de la esquina: "El mal, ¿qué era? ¿Dónde lo había visto
distinto, separado de eso que llamanos el bien?" 65 Esta separación a que alude el médico confirma el
señalado dualismo de absolutos. Asegura la existencia de mal no como ausencia
de bien sino como presencia real. Y casi en el final de la novela, pregunta a
su mujer el mismo personaje: "—¿Qué es el mal, Elsa? —Creí que lo sabías. Tan luego vos... —¿Yo? Yo veo el mal, lo toco. El otro día se lo
decía, no sé a quién. Mis manos contra el mal, eso es una apuesta
razonable." 66 La doble experiencia, personal y profesional que
Eduardo hace del mal, se estructura en este breve diálogo. La alusión de Elsa
a saberlo, se refiere sin duda a la existencia de la amante de su marido, su
vivencia del mal, su pecado. Y la referencia de él a tocarlo, manifiesta la
otra vertiente: el mal físico, la enfermedad, lo que el médico palpa. Quizá sea razonable aventurar que este dualismo
filosófico con el que Federico Peltzer atenta, en alguna medida, contra la
metafísica tradicional, (en cuanto creador, ya que el suyo no es mester
teórico, aunque revele un sustento metafísico) reconstruye su equilibrio en
la doble derrota de Eduardo. En efecto, el médico resulta vencido en su
"apuesta razonable" contra la enfermedad (la muerte lo vence cuando
quiere) y en su conocer el mal en la infidelidad: pierde a la amante, Olga, y
no podrá salvar su matrimonio con Elsa aunque sobrevivan juntos. Un texto del
Cardenal Henri de Lubac echa luz sobre la postura de Peltzer: "Cuando decimos que el mal no tiene realidad
positiva, no decimos que no es nada o que sólo es un bien menor, o que no es
más que la sombra inconsistente proyectada por la realidad del bien. No
decimos que sólo es un componente indispensable de la armonía total y que se
desvanece como mal a los ojos de quien se eleva para percibir esta armonía.
Decimos, al contrario, que tiene toda la terrible y sombría realidad del NO.
No sólo es la simple ausencia, sino la antítesis del SÍ. Fuerza antagónica,
potencia de negación, de rechazo, de oposición, de rebelión." 67 La existencia objetiva del mal se plantea en Tierra
de nadie como una realidad del mundo de los adultos contra la que lucha Juan,
el protagonista, a partir del imperativo de su amor por Rosita. Pero su
propio despertar sexual hará sucumbir su batalla solitaria: "Lo estaban ganando todos para la causa
perdida de todos. Juzgaba que el mal era lo inevitable, la ley; encontraba
una extraña razonabilidad en el mal. Y la estupenda aventura del bien se le
deformaba como una montaña alta hasta la crueldad." 68 Este Sísifo adolescente sucumbirá a la presión de
la selva sensual. Sin amor que sostenga su heroicidad, convertirá al mal su
sed y pretenderá, habiéndolo consumado, (en la violación de Rosita),
consumirlo: "La totalidad del mal también puede ser un alivio." 69
La profundidad de su anhelo no podrá contentarse con menos. El sentimiento
absolutizador de Juan adolescente pervive en Mario Kremer, protagonista de La
razón del topo. Es, seguramente, lo que lo lleva a decir, intentando
denodadamente perder a la mujer que ama y que lo ama: "Quiero destruirlo
todo." 70 Si el mal existe per se, "separado",
(Eduardo Huerta), y es "inevitable" (Juan), la ley que impone, la
sed que despierta, debe ser la de destruirlo todo (Mario Kremer). La nada se
constituye en meollo de este reino. Destruir es el modo de edificarlo. Pero existe también otra raza de personajes en
Peltzer. Los que hacen la experiencia del mal y lo asumen como propio, los
que se animan a ver que el mal está dentro, y no se defienden, conciente o
inconcientemente, objetivándolo. Manuel, por ejemplo, el muchacho de "La
pantalla azul". Tras haber vivido el amor prohibido con Dolores, dice:
"La traición es el mal." 71 Y la frase está lejos de ser una
definición abstracta. Manuel se llama a sí mismo traidor; ha descendido al
oscuro reino del corazón humano. Laura (Compartida), que también hace esta
experiencia, conduce el tema del mal hasta su territorio teológico: "Dicen los cristianos que el dolor tiene un
sentido... Es un principio bello y consolador. Pero la victoria del mal, esa
hecatombe diaria de buenos propósitos ¿tiene un sentido también? ¿Puede el
mal servir a un plan luminosamente bueno?" 72 Así, pues, el mal en Mauriac se encuadra en un
contexto de pecado y sus personajes encuentran en él la redención. La
introspección de Luis en su propia maldad ("Conozco mi corazón, este
corazón, este nudo de víboras; [...]") 73 lo lleva a su oscura
conciencia de pecador ("No es tal vez para vosotros los justos que ha
venido tu Dios, si vino fue para nosotros." 74) y esa es la puerta:
"No puedo ya negar que existe en mí un camino que podría conducir a
Dios." 75 En su blasfemia de amor: "Isa, ¿no hay en mi maldad algo
que se parece más que tu virtud al signo que tú adoras?" 76 Luis ha
encontrado la cruz en su corazón. Dice Federico Peltzer de él: "Si en algún error persevera Louis es en lo
que podríamos llamar el pecado contra la esperanza, porque se juzga y se
condena irremisiblemente, sin comprender que por ese camino condena también a
los seres que le rodean." 77 Esta afirmación de Peltzer que con tanta exactitud
nombra el drama de Luis ("pecado contra la esperanza") da en el
meollo de su dolor: Luis es el no-amado, el que por eso no puede amar, ni
confiar, ni esperar entonces en el Amor. Pero el diario que empieza a
escribir lo sumerge en las profundidades de su "nudo de víboras",
del mal, de su condición de pecador, y allí Alguien lo está esperando, a él,
al que pecaba contra la esperanza. Para Mauriac en el mal-pecado opera la
Gracia. Para Peltzer el mal, objetivo o subjetivo, es siempre escollo en la
búsqueda del Padre. Es escándalo para la razón que no puede conciliar la
existencia de un Dios misericorde con la del mal. Así aparece en el diálogo
entre el Padre y el muchacho de "Claustro de profesores":
"—¿Les bastó un instante para esa cosa espantosa que es el mal eterno,
este mal?" 78 y la conclusión es inmediata: Dios permitió el mal, luego
Él es el responsable: "—Padre, ¿por qué Dios no los confirmó en el
bien, enseguida, antes de que pecaran?" 79 Desde estos cuentos hasta "El Filisteo"
pasan unos quince años, pero el planteo no se altera. Dice Elías en diálogo
con el Filisteo: "El hombre es libre y Dios dispuso que así
fuera". ‘¿Por qué libre para el mal?’, me atreví a objetar. ‘Libre
también para el mal’, corrigió." 80 Inevitablemente, el tema del mal debía desembocar
en el de la libertad. La voz del Filisteo la recusa. El suyo no es un alegato
filosófico sino un grito de rebeldía, ya que en el escenario del
"theatro mundi" el autor los ha arrojado a vivir su drama. La
criatura humana no es concebible sino como ser libre. Y de tal grado debe ser
el don de su libertad que, ejerciéndolo, pueda decir al creador su
"fiat" o negarlo. Pretender anular la libertad no significa, como
parece insinuar el Filisteo, solucionar el dramático problema del mal. En
todo caso, bien y mal, para la criatura, son términos reales sólo en el
contexto de la libertad. La claridad metafísica de Elías evidencia, en su sintético
"también" la postura racional de Federico Peltzer. El grito rebelde del Filisteo manifiesta la de su
corazón aterido frente al mal. Los dos personajes encarnan fuerzas
antagónicas que se debaten en el interior del creador a lo largo de su obra
completa. 1.2. El deseo de Dios. Luis desea a Dios agónica, desesperadamente: "He tardado sesenta años en componer este
viejo que se está muriendo de odio. Soy lo que soy; tendría que convertirme
en otro: ¡Oh, Dios! ¡Dios!... ¡Si existieras!" 81 Y más adelante, adentrado en su propio misterio y
tocando los bordes del Misterio, dirá parafraseando el epígrafe de Santa
Teresa: "Siempre me he confundido sobre el objeto de
mis deseos. No sabemos lo que deseamos, no amamos lo que creemos amar."
82 Él ha descubierto, sin duda, a quién desea y ama. Muerta Isa, a la que escribe el diario que ella
nunca llega a leer, y tras haber vivido como un avaro que odia a los hijos y
no quiere dejarles nada en herencia, les entrega todo y se alivia. Descubre
que: "He sido prisionero toda la vida de una pasión que no me
poseía." 83 La libertad, tras este despojo, es el terreno del encuentro.
La entrega de su tesoro le ha permitido ver, allende, otro. Entonces aparece
"alguien", un no nombrado: "Sería preciso una fuerza, me decía, ¿qué
fuerza? Alguien. Sí, alguien en quien nos encontraríamos todos y que saldría
garante de mi victoria interior a los ojos de los míos; alguien que
testimoniaría por mí y que me hubiera descargado de mi inmundo fardo, que lo
hubiera asumido..." 84 El deseo de Dios en Mauriac se presenta como un
deseo de "alguien", como necesidad de un encuentro con otro. Dice José Vives: "Es desde la creaturalidad como vamos a Dios.
Es nuestra condición creada y nuestra relación con las criaturas lo que nos
enciende ‘el hambre de Dios’, aunque esta hambre ya no pueda saciarse a
partir de las criaturas." 85 En Peltzer es sed angustiosa, anhelo de Dios. Me
animaría a decir que, en diferente nivel de lectura, no hay personaje de
Peltzer que no busque a Dios, interrogando e interrogándose, clara u
oscuramente, sea cual fuere la anécdota en que se sitúa. Una primera
manifestación frecuente del deseo de Dios es la evidencia de que el amor
humano no basta. Esta experiencia repetida en muchos de los personajes y
confirmada en la poesía, despierta, simultáneamente, una desilusión profunda,
yo diría metafísica, y una angustiosa sed de otro amor que colme el anhelo.
El momento de la desilusión se registra en múltiples ocasiones. En
Compartida, por ejemplo, dice Laura: "Podemos amar, ser amados... y
perder. Si no basta el amor, ¿qué basta?" 86 En La noche, con su
maestría para sugerir negando, el autor deja entrever esta insuficiencia del
amor humano cuando, tras el amor, se vuelve a ser dos: "—No, no es tristeza. —... —Tampoco es desencanto. Es que... —... —No sé... No sé explicarte... Siempre lo he
sentido." 87 En La razón del topo, dice Mario: "Y me dio pavor, porque, al sentir aquello,
abarqué, por así decirlo, en toda su dimensión, la imposibilidad de poseer,
de fundirse con el otro; ni siquiera por el amor, puesto que entonces yo la
amaba y no era bastante." 88 En El silencio, dice Manuel: "—Dolores... por encima del amor está... —¿Dios? La pregunta quedó así, una interrupción que no
esperaba, ni estaba prevista, aunque no podía desdeñarse. —No sé... Tal vez sea Dios... O tal vaz seamos
nosotros, con amor –¡por favor, creeme, no me olvido!–, pero sabiendo. Así no
puedo... No puedo ser traidor... con vos." 89 La voz poética del autor confirma el tema. En La sed con que te llevo: "¿Por qué no
bastan/ mi cuerpo que tú ves,/ el tuyo que yo quiero?" 90 Y en La mi
muerte: "Tengo tu ser entero,/ y busco más allá." 91 El momento de la otra sed, la segunda
manifestación, aparece con claridad en La razón del topo: "—Si Dios no existe, si no hay nada más que la
vida y la muerte, esto es la locura. —Los hombres tenemos sed de justicia, de
equilibrio. Y Cristo prometió... —Supongamos... —me interrumpió Dolores—. Supongamos
que exista. ¿Por qué ha de tener interés en el equilibrio? —Porque lo ha puesto en nuestros corazones, porque
anhelamos..." 92 (El tema de la insuficiencia del amor humano y la
sed de otro amor volverá a ser tratado en III, 2.3. "La criatura
única"). Tal es la fuerza de este anhelar en Mario Kremer que dirá, unas
páginas más adelante, haciéndonos pensar en el juego lingüístico del
creer-crear (creo) del maestro Unamuno: "Clamar hasta que Dios escuche, si existe; o
hasta hacerlo nacer, de puro anhelo." 93 La teoría del amor creación, extensamente
desarrollada por Peltzer en el ensayo El amor creación en la novela
("Algunos opinan que el amante ‘crea’ el objeto amado." 94) aparece
aquí referida a Dios, evidenciando su raíz unamuniana. Es la afirmación por
el absurdo (la criatura creadora del creador) de la medida de su sed. La idea
reaparece una y otra vez, especialmente en las dos últimas novelas citadas.
(El ensayo y La razón del topo son, ambas, publicaciones de 1971). Sin duda,
uno de los móviles del deseo es el ocultamiento de Dios: "Y están tus
ojos/ dolidos de buscar/ al siempre oculto." 95 De este modo, el deseo de Dios se sacia en Luis,
que morirá después de haber vivido el misterioso encuentro, según testimonia
Janine. La ausencia inicial de Dios en Mauriac será colmada por Otro. En
cambio queda como permanente sed en los personajes de Peltzer. No podía ser
de otro modo. En Mauriac la creación literaria es testimonio de fe; en
Peltzer, búsqueda de "mi Dios imprescindible". 96 1.3. La hipocresía. Otro tema de encuentro entre François Mauriac y
Peltzer es la crítica a la falsa religiosidad centrada en la idea de la
hipocresía. Este tema, claramente antropológico, adquiere dimensión teológica
en cuanto testimonio. La criatura construye su imagen de Dios a partir de la
que recibe. La hipocresía de quien revela a Dios muestra la falsedad de la
criatura y desfigura el Vero Icono. Contra ella reaccionan con violencia
Mauriac y Peltzer. En las dos novelas del primero, ésta es una actitud
frecuente en Isa o la Baronesa. La postura de ambas parece estar
caracterizada en primer término por el dogmatismo "[...] no había sacrificio que no hubiera sido
capaz de hacer para que conservaran intacto el depósito del Dogma: ese
conjunto de costumbres y de fórmulas -esa locura." 97 y en segundo lugar, por la falta de caridad
"Que caridad era sinónimo de amor lo habías olvidado, [...]" 98 La
imagen que proyectan se vuelve abominable para el que se siente excluido de
la Gracia: Luis (Nudo de víboras), Paule (El mico). Dice el primero: "Parecía que yo odiara con un odio expiable
todo lo que tú profesabas y no dejo, en efecto, de odiar a los que hacen
alarde del nombre de cristiano; pero, ¿no es verdad acaso que muchos
empequeñecen una esperanza, desfiguran un rostro, ese Rostro, esa Cara?"
99 Y le recrimina Paule a la Baronesa: "Y es por
culpa suya que uno detesta todo lo que usted ama: los curas y el resto."
100 Prejuicios y moralismos sustituyen en estos seres al amor por el hermano.
Paule relata porqué la "lamparilla", signo de la presencia del
Santísimo, fue quitada del altar del castillo: "No hubo entre ellos nada más que esos
monólogos alternados. Una sola vez, en el jardín del presbiterio, había
apoyado su cabeza cansada sobre el hombro de la joven, que se lo retiró, casi
inmediatamente. Pero un vecino los había visto. De ahí vino todo." 101 El sacerdote es en estas dos obras de François
Mauriac, un ser débil, un elegido-desamparado: "Sí, estaba loco de soledad. No recibía ningún
socorro de Dios... Como si alguien después de haberlo seducido y apresado en
la trampa, no se hubiese ocupado más de él." 102 y en Nudo de víboras: "—Es un santo varón —decías del Abate
Ardouin—; pero un verdadero niño que no cree en el mal. Mi marido juega con
él como el gato con el ratón." 103 En Peltzer las figuras sacerdotales son muchas.
Analizaré aquí las que por su contenido negativo, son críticas y
transparentan hipocresía. Las demás, de nítido contenido positivo, el Padre
Santiago (Tierra de nadie), el padre Moldes (Compartida), Monseñor Beyle
("El bastón y la lumbre", El silencio) y el sacerdote que confiesa
a Elsa (La vuelta de la esquina) serán condideradas en "La epifanía de
Dios", II, 3. El primero, cronológicamente, es el obispo de
"Precio de sangre", un cuento de Con muerte y con niños, que:
"[...] era severo, amaba la limosna, ‘la llave del cielo’, decía
[...]" 104 y que vive en "‘[...] la ciudad de la impostura
[...]’" 105 porque mientras él ora sus sacerdotes llenan la imagen del
santo con sangre de cordero para que se realice "el milagro". En "Claustro de profesores" (El
silencio), aparece el flamante obispo, aquel al que la providencia parece
haberle mandado el chico que le dice: "—Yo quiero tener un Dios, como
los otros chicos." 106 Desea que lo bauticen y tomar la primera
comunión. Pero el cura es duro, hiriente, dogmático. El muchacho pretende saber,
lo tortura el tema del mal, y él lo acusa de soberbio. Sin embargo:
"Antes de callarme comprendí que el soberbio era yo [...]" 107 Al
final se dice: "Quizá supo que nadie me importó tanto como él, y que lo
había perdido." 108 porque "Hablé a su inteligencia y no era
cuestión de inteligencia." 109 Luego aparece en Un país y otro país, en el cuento
"El honor", el Arzobispo Raimundo, quien, tras hacer prevalecer su
teoría respecto de la defensa de la ciudad cristiana contra los moros,
escudado en su poder político, huye cuando el ataque se produce "[...]
con el propósito de hacer rogativas en el santuario de la Virgen [...]"
110 y "Esa feliz circunstancia salvó a los notables." 111 Pero
muere Gonzalo de Céspedes, el que "[...] asumió la dirección de las
obras que contrariaban su parecer." 112 Y muere "[...] cavando hasta el final, porque eso era
lo acordado. Sobre la limpia sangre del pecho, la pala y la espada
(desenvainada a medias) intentaban formar los brazos de una grotesca
cruz." 113 Nadie duda, enfrentando al Arzobispo con el
Condestable, acerca de quién se lleva "El honor". Este cuestionamiento básico de la caridad en las
figuras sacerdotales de Peltzer lleva a otro interrogante: ¿y la Iglesia?.
Sólo una vez la pregunta aparece en los cuentos directamente. Es en "El
bastón y la lumbre". Uno de los ladrones le dice a Monseñor Beyle: "—Dígame: ¿para qué sirve la Iglesia? Monseñor
pareció pesar la pregunta. Quizá se la había hecho más de una vez a sí mismo;
quizá su respuesta, entonces, no había coincidido con la que ahora tenía
ganas de dar. —No sé muy bien." 114 Y algo más adelante, en el mismo diálogo cuyo tema
no parece interesar mucho al Padre Beyle (o quizá le interesa en lo más
esencial: el amor, y no en la definición, ya que: "Pensó que no tenía derecho a extenderse
mucho, mientras ellos se morían de hambre y esperaban algo más concreto de
él." 115 como si prefiriera esa celebración de la eucaristía
en el ofrecer alimento a una celebración de la palabra en el proponer
doctrina), dice: "—Tal vez ahora la Iglesia no sea como antes. —¿Y qué era? —Permanencia, amparo, suavidad. Ahora ha de ser...
quizá una levadura. ¡Eso! —se entusiasmó, como si sólo entonces comprendiera
algo plenamente—: una levadura. Los hombres hacen todo; lo tienen todo. Está
bien hecha la masa, pero sólo le falta una cosa: la levadura, lo que da
sabor, consistencia." 116 La levadura es en Mateo, el primer evangelista,
símbolo del Reino. Y Monseñor Beyle identifica a la Iglesia con ella, dice
que la Iglesia es, o debería ser, el Reino. Es decir, el reinado de Cristo en
el corazón del hombre. Quizá éste sea el sentido de su frase siguiente:
"—Hay hombres que no le toman el peso a la vida, se deslizan." 117
Es decir, son gente necia, sin cuestionamientos, con todo resuelto. No pertenecen
al Reino, ni éste les pertenece. El tema de la Iglesia reaparece sólo una vez
más, con un amargo y doliente tono irónico en La razón del topo: "Sintió ganas de ser Dios para siempre, de
escaparse de mamá y meterse bajo el manto de la Madre Iglesia, tradicional y
fecunda en varones dignos de figurar en él..." 118 Confluyen en esta cita la alusión a la maternidad
sustitutiva de la institución y la huída de la maternidad carnal,
habitualmente mostrada como opresora, (lo trataré en "Los nombres de
Dios": II, 1.2.2.) Aparece también en la cita anterior el paradojal
deseo de ser Dios para huir de Dios. Volviendo a Mauriac, el tema de la hipocresía del
creyente tiene como consecuencia la rebeldía del protagonista: "Hasta entonces la irreligión no había sido
para mí más que una forma hueca en que había vertido mis humillaciones de
pequeño campesino enriquecido, despreciado por sus camaradas burgueses: la
llenaba ahora con mi decepción amorosa y mi rencor casi infinito." 119 Luis lucha contra Isa y contra Dios porque no lo
aman, y contra sí por la misma causa: "‘Toma, decía yo, creía que el
Cristo había dicho...’" 120; así fustiga a Isa y a Cristo que dijo, y a
sí mismo, verdugo de todos, porque es víctima de lo esencial: el desamor. En los personajes de Peltzer no hay irreligión ni
religiosidad, hay desesperado anhelo de Dios y frustración. La hipocresía
clerical es un hecho que no altera el resto de los hechos. Es un mal más, uno
entre tantos, pero ni muy escandaloso ni muy redimible. A veces me parece que
Peltzer siente al mal más poderoso que la Cruz, una fatalidad de la que nadie
puede sacar bien alguno, ni Dios. 1.4. La inmortalidad. En Mauriac es certeza, en Peltzer, desesperada
necesidad. Le escribe Luis a Isa rememorando la escena de la
muerte de María, su hija amada: "El Abate Ardouin te levantaba, te hablaba de
esos niños a los que hay que imitar para entrar en el Reino del Padre: ‘Está
viva, la ve, la espera.’ Tú sacudías la cabeza. Estas palabras ni siquiera
llegaban a tu cerebro; tu fe no te servía para nada. No pensabas más que en
aquella carne de tu carne que iba a ser enterrada y que se iba a pudrir;
mientras que yo, el incrédulo, sentía, ante lo que quedaba de María, todo lo
que significa la palabra ‘despojo’. Yo tenía la sensación irresistible de una
marcha y de una ausencia. Ya no estaba allí; ya no era ella. ‘¿Buscáis a
María? Ya no está aquí [...]’" 121 Es en la muerte de esta niña donde Dios hablará
claramente a Luis. El relato aparece en la página final de su diario: "Sin embargo, fue a la cabecera de aquella
camita que conocí el secreto de la vida y de la muerte... Una niñita ofrecía
su muerte por mí... He querido olvidarlo. Incansablemente he tratado de
perder esta llave que una mano misteriosa me ha devuelto siempre, en cada
esquina de mi vida." 122 La lectura teológica se proyecta espontáneamente
sobre la realidad y el lector siente y sabe que este monstruo de avaricia y
crueldad "[...] prisionero toda la vida de una pasión que no me
poseía" 123 encontró a Cristo, crucificado por él, para él, en su María. En Peltzer la muerte es tema constante en toda la
obra (desde títulos, a historias de personajes) y la muerte tiene mil caras,
como el horror de la muerte de niños, o niños salvando a otros (abuelo,
madre) de la muerte, hasta la destrucción de las cosas queridas (un
barrilete), o la muerte como juego y desafío, o como bendición, o vidas que
se parecen a la muerte más que a la vida, la muerte del ser amado o peor aún,
del amor, el proyecto de matar a quienes le dieron la vida sintiéndose oscuro
instrumento del destino, o el suicidio, y la peor de todas, la muerte de
Dios, pero nunca la muerte es certeza de otra vida más allá de ella. A veces,
asoma la pregunta: "¿Es que la vida puede corromperse? ¿No se
corrompe –tal vez– esa caricatura suya que miramos, tocamos y a veces amamos
demasiado?" 124 y así permanece, como angustiado interrogante. Y
aparece el horror de la vejez-muerte y lo corruptible: "Y entonces, el olor, el sutil olor del
cadáver, que se insinúa, que crece, que por fin se hace insoportable."
125 El cuento más ilustrativo respecto del tema de la
inmortalidad es, sin duda, "La mesa de roble". Se estructura como
el monólogo de tres suicidas, un publicista, un juez y un médico, que,
muertos, relatan sus historias. Esperan su juicio. El clima que crea el
relato, el ambiente en el que transcurre la acción, el grito agónico y
repetido, la tremenda imagen de Dios que el autor nos presenta, todo hace
pensar que si Federico Peltzer cree en la inmortalidad, ésta en nada se
parece a lo que llamamos salvación. Una cierta presencia de A puerta cerrada,
la obra teatral de Sartre, se cierne sobre el cuento. Pero el dolor profundo
que éste alberga lo ubica en un contexto cristiano, lo salva de la fría
asepsia del escritor francés. Aunque aquí, en Peltzer, la muerte definitiva y
total, la aniquilación del ser, sería una bendición: "Entonces comprendieron que ninguna cosa viva
muere jamás, y sintieron un temor desamparado: el de no contar con el
olvido." 126 Vista a esta luz, no hay lucha humana contra el mal
que tenga sentido: "Taciturno, repasaba mi obra: iluso salvador
de la vida, no había hecho otra cosa que preparar un bocado mejor para la
muerte." 127 dice el médico, en el mismo cuento. En El
cementerio del tiempo se completa la idea: "[...] y escuchó lo que no es dado oír a los
mortales (como dicen algunos), salvo si se permiten acceder a la inmortalidad
del amor, esa súplica al vacío, esa pobre demanda frente a la nada." 128 En las novelas, el tema se presenta por primera vez
en Compartida. Laura se refiere a la inmortalidad desde el comienzo de la
obra. No es más que una esperanza, de la que a veces duda, profundamente
vinculada al amor. La primera alusión es: "[...] esta débil esperanza de
inmortalidad." 129 Y de inmediato la refiere al amor: "A veces pienso que la inmortalidad –esa
mercancía que aseguran los dogmas–, es algo relativo: los hombres sólo están
destinados a sobrevivir en quienes los amaron. Para los demás, será un día
como si no hubieran existido. Pero... alguno debe llevar la cuenta, cargar
sobre sus espaldas, como una cruz, la totalidad del amor." 130 La interpretación de la primera parte del párrafo
muestra quebrado el intento de saltar a lo trascendente: sobrevivir en otro
no es la inmortalidad. En la segunda parte, el "alguno" que debe llevar
la "cruz" y la "totalidad del amor", constituyen una
clara referencia cristológica. Pero, sin duda, nos encontramos tan sólo
frente a una expresión de deseo. Más adelante, Laura se va a vivir un tiempo
con Hans enfermo, a Misiones. Allí dice: "A propósito de esto, se me ha ocurrido pensar
en cómo seríamos si nos creyéramos eternos... Es posible que hiciéramos cosas
tremendas; o también que no hiciéramos nada, absolutamente nada, como si la
falta de otra eternidad por ganar nos dejara inmóviles, tan sólo esperando
que obrara el desgaste del viento, o del mar, como las piedras." 131 De aquí se desprende que, al no ser eternos,
tenemos una "eternidad por ganar". En el final de la novela, Laura
convierte su esperanza en oración: "—Dios mío: dame otra vida para
amar..." 132 Todos los temas analizados hasta ahora (el mal, el deseo de
Dios, el silencio y la soledad, y hasta en cierto sentido la hipocresía), han
sido carne de su carne. La "débil esperanza" se le ha convertido en
una súplica. La necesidad de Dios se traslada, irremediablemente, a la
necesidad de inmortalidad, de vivir en el amor. En La razón del topo el tema reaparece brevemente.
La primera vez, tras la muerte de Iván, dice Mario Kremer: "[...] porque nos cortamos (morimos), para
anudarnos vaya a saber dónde." 133 La segunda vez sentencia: "La vieja sed de inmortalidad desvanecida,
ahogada por un mar de ridículo. Falsa grandeza. El ridículo es la
desproporción." 134 Peltzer oscila del deseo a la esperanza, de la
negación rotunda al anhelo de la aniquilación total. En "El Nadador", primera nouvelle de El
mar que tanto sabe de las piedras, el protagonista, en las puertas del
suicidio, sólo vislumbra el infierno: "Más allá. Por ahora (lo sabe el nadador que
siempre ha vigilado sus reservas de energía), más allá sólo queda el mar, es
‘mar adentro’, la tierra de nadie, el lugar sin límites (el infierno), los
suicidas van al infierno, sentencias del viejo catecismo." 135 El péndulo ha abierto su perímetro de giro y ha
tocado los bordes del infierno. La inmortalidad es su presupuesto. El tema aparece también en la poesía de Peltzer.
Por primera vez en La sed con que te llevo: "Vivo en mi ser, el que será
eterno." 136 y luego, en versos poseídos por el amor y su deseo de
celebración: "[...] Y que haya alguien/ detrás/ tomando
nota/ de ti, de mí, que somos, que fuimos,/ del amor que seremos/ el día
aquel,/ final,/ en que no seamos como hoy,/ sino un todo enamorado,/
cantando, no sé qué,/ cantando." 137 La salvación en y por el amor, se condensa con
estremecedora afirmación en la poesía: "Cuerpo tocado con amor no
muere." 138 En el mismo libro dice: "Morir es
estrenarse." 139 Pero esta confianza, solidificada por la brevedad de la
expresión, se vuelve incertidumbre pocas páginas más adelante: "[...] mi
eternidad tan improbable." 140 El análisis precedente evidencia que la impronta de
Mauriac sobre Federico Peltzer respecto de la concepción de Dios se
manifiesta en la similitud de los temas que rodean y enmarcan su figura.
Ambos se cuestionan ante la experiencia metafísica del mal, sondean el deseo
de Dios presente en el corazón de sus criaturas, verifican en él la
hipocresía de los creyentes, y se preguntan por la fe en la inmortalidad.
Pero la conclusión de ambos es diferente. En efecto, Mauriac es un creyente que,
desde la fe, indaga con realismo en la naturaleza humana y con esperanza en
la de la Gracia. En la narrativa de Peltzer se advierte, en primer término,
el sello de los temas de Mauriac, y, al profundizar en ellos, la abundancia
de disimilitud en la resolución. Es frecuente en él la mirada de la angustia
y la de la rebeldía. Acusa a Dios por permitir el mal, verifica el deseo de
Dios como insaciable y la hipocresía de quienes deberían ser sus testigos más
fieles, y no logra creer en la inmortalidad. Oscila entre afirmar y negar sin
renegar de Dios. En este no renegar parece consistir la permanencia de su
atadura, más allá de la profundidad del cuestionamiento. 2. Miguel de Unamuno. El escritor español es otro de los autores que
marcan con su peculiar impronta la imagen del Dios de Federico Peltzer. Dos
de sus obras en particular, San Manuel bueno, mártir, de corte literario, y
Del sentimiento trágico de la vida, ensayo filosófico, ejercen nítida
influencia sobre el escritor argentino. La primera, dramática historia del
cura que no cree (o cree no creer), ve la luz casi al final de su vida, con
la guerra civil en ciernes. Su voz, cansada de tanta controversia interior y
de tanto afán por despertar a una España que lo desoía, juega en esta obra su
última carta: que el pueblo unido de Valverde de Lucerna sea ejemplo para su
España quebrada, la que le dolió tanto. La fuerza unitiva de ese pueblo es la fe de don
Manuel. Pero, tal fe ¿existe? Seguramente es ilustrativa la afirmación de
Valbuena Prat acerca de Unamuno: "Quiso crear aquello en que no
creía." 141 Del sentimiento trágico de la vida en los hombres y
en los pueblos, "[...] el más filosófico de los escritos de Unamuno
[...]" 142, plantea la idea de Dios como "[...] consecuencia del
instinto de inmortalidad del alma." 143 Los puntos de encuentro entre Miguel de Unamuno y
Federico Peltzer en cuanto a la imagen de Dios son, pues, evidentes. Tres
temas profundamente entretejidos perfilan, a mi juicio, esta relación: 2.1. Inmortalidad, resurrección y fe. Ceñiré el paralelo Unamuno-Peltzer a estas tres
ideas exclusivamente. Sin duda, la riqueza temática de las dos obras
unamunianas elegidas (y de otras que no incluyo por razones de precisión,
pero serían referentes aptos, como por ejemplo La agonía del cristianismo)
suministra material abundante para encarar una investigación más vasta y
profunda. Pero reitero el objetivo de este primer capítulo, ya enunciado al
iniciar el estudio de Mauriac: analizar en las obras seleccionadas tan sólo
los temas comunes al autor en cuestión y a Federico Peltzer. Considero, en
este caso, que la impronta acuñada por Unamuno sobre Peltzer se focaliza en
la trilogía inmortalidad-resurrección-fe, porque es en ella y a partir de
ella donde el sustrato común se verifica: agonía vital nacida de la paradoja:
desesperado anhelo del corazón e imposibilidad de la razón para creer. Dice Unamuno en Del sentimiento trágico de la vida,
ubicando la génesis de su filosofar en la agonía misma del ser hombre:
"[...] nuestro íntimo problema vital: el hambre de inmortalidad."
144 y unas páginas más adelante, dando la respuesta a tal hambre:
"Porque lo específico religioso católico es la inmortalización
[...]" 145 En madurada síntesis Unamuno acierta en el corazón de la fe
católica: la "inmortalización". Es decir, el haber sido
inmortalizados. No usa inmortalidad, de manifiesta semántica abstracta.
Supone un dador ejemplar de tal don, imposible de alcanzar para la naturaleza
humana. Este es Cristo resucitado. Porque como dice Pablo: "Y si no
resucitó Cristo, vana es nuestra predicación, vana también nuestra fe."
146 Dicho en otras palabras: "Genuinamente, el Cristianismo no es un
conjunto de doctrinas filosóficas, morales o políticas más o menos
aceptables, sino la ‘buena noticia’ de que la muerte, el enemigo más poderoso
y temido de la humanidad, ha sido destruida para siempre por medio de la
resurrección de un hombre: Jesús, el Cristo." 147 La unidad inmortalidad-resurrección-fe es, pues,
vincular, necesaria. Concluye nuestro autor: "Y puede, a partir de esto, afirmarse que
quien no crea en esa resurrección carnal de Cristo, podrá ser filocristo,
pero no específicamente cristiano." 148 Esta resurrección, garantía y anticipo de la
nuestra, constituye el segundo pilar de la fe, tan medular de lo cristiano
como el anterior. La trilogía unamuniana se encarna en don Manuel,
cura de Valverde de Lucerna. La relatora, Angela, cuenta: "Y al llegar a lo de ‘creo en la resurrección
de la carne y la vida perdurable’, la voz de don Manuel se zambullía, como en
un lago, en la del pueblo todo, y era que él se callaba." 149 Harto elocuente es su silencio. Más adelante,
Angela transcribe un diálogo: "—Pero usted, padre, ¿cree usted? Vaciló un momento y, reponiéndose, me dijo: —¡Creo! —Pero ¿en qué, padre, en qué? ¿Cree usted en la
otra vida?, ¿cree que al morir no nos morimos del todo?, ¿cree que volveremos
a vernos, a querernos en otro mundo venidero?, ¿cree en la otra vida? El pobre santo sollozaba. —¡Mira, hija, dejemos eso!" 150 Tras esta muda confesión, el corazón de don Manuel
necesita ser perdonado: "—Y ahora, Angelina, en nombre del pueblo, ¿me
absuelves? Me sentí como penetrada de un misterioso sacerdocio
y le dije: —En nombre de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, le
absuelvo, padre. Y salimos de la iglesia, y al salir se me
estremecían las entrañas maternales." 151 Unamuno dirá en Del sentimiento trágico de la vida: "El amor de la mujer, sobre todo [...] siempre
en su fondo compasivo, es maternal." 152 Y dice Angela de su amor por don Manuel: "Empezaba yo a sentir una especie de afecto
maternal hacia mi padre espiritual; quería aliviarle del peso de su cruz de
nacimiento." 153 Es interesante destacar que la absolución que don
Manuel reclama es "en nombre del pueblo", en nombre de aquéllos a
los que ama y cree engañar, y cuida de engañar bien para que no descubran la
verdad, y a los que seguirá engañando para que sean felices. Pero ella se la
da en nombre de Dios Uno y Trino, confirmando la sacramentalidad del amor
humano verdadero. Esta confianza en el amor humano de confesión, en el amor
humano misericorde, el de Angela por don Manuel, es la que lo lleva a buscar
en la mujer que lo ama su absolución y a creer que ella puede, efectivamente,
servírsela. Este amor es análogo en lo compasivo al de Dios por su criatura.
Por eso dice Unamuno en Del sentimiento trágico de la vida: "Creer en Dios es amarle, y amarle es sentirle
sufriente, compadecerle." 154 y también "[...] no se puede conocer
bien nada que no se ame, que no se compadezca." 155 porque "La
compasión es, pues, la esencia del amor espiritual humano." 156 Afirma Moeller en su estudio sobre Unamuno: "[...] persiguió sin duda una especie de
evidencia racional del hecho de la revelación." 157 y más adelante:
"A fuerza de interrogarse y racionalizar su fe, Unamuno la vio
volatilizarse." 158 Esta experiencia del escritor vasco se encarna en
su criatura literaria. Don Manuel enseña a creer y mueve a creer con el
testimonio permanente de su amor. Él, que no cree en su fe. En la última comunión que da a Lázaro, (hermano de
Angela), le dice en secreto: "‘No hay más vida eterna que ésta..., que
la sueñen eterna..., eterna de unos pocos años.’" 159 Don Manuel es un desesperado. Huye del ocio y la
soledad, a la que teme, porque no puede permanecer solo consigo mismo, con
sus dudas. Define su vida como "[...] una especie de suicidio continuo,
un combate contra el suicidio, que es igual; [...]" 160 La terrible
lucidez del sacerdote para desnudar el corazón de su conflicto adquiere plena
luz en las palabras de Moeller: "La incomparable grandeza de Unamuno
está en afirmar, en verso y en prosa, en ensayos filosóficos y en obras de
teatro, en artículos de crítica y en novelas, la absurdez fundamental de este
mundo si no hay un más allá." 161 Padece en carne propia el grito de abandono de
Cristo en la cruz, sintiéndose él también un abandonado de la providencia: "Y cuando en el sermón del Viernes Santo
clamaba aquello de: ‘¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?’,
pasaba por el pueblo todo un temblor hondo como por sobre las aguas del lago
en días de cierzo de hostigo." 162 En esta desesperación parece consistir su santidad.
Más de diez veces se alude a ella en el breve relato de su historia, desde
las primeras líneas en que Angela cuenta que el obispo promueve el proceso de
beatificación, hasta llegar, al final, a denominarlo mártir. Martirio sin
duda constituido por su agonía, su lucha interior y su necesidad de hacer
creer, creyendo no creer. Este don Manuel-Miguel relaciona, en giro
calderoniano, la fe al sueño: "¡Y entonces sí que creía en la vida
perdurable! Es decir, me figuro ahora que creía entonces. Para un niño creer
no es más que soñar." 163 Y luego: "—Tú, Angela, reza siempre, sigue rezando para
que los pecadores todos sueñen hasta morir la resurrección de la carne y la
vida perdurable..." 164 Lo que no puede aceptar con la razón, pero tampoco
desgajar de su anhelo, queda al cobijo de los sueños. Pareciera que la compleja criatura Manuel-Miguel
inhibe, a fuerza de razón, el proceso de la Gracia. Entroniza a la primera y
no logra doblegarse en obediencia a la recepción del don. Concluye Emilio del
Río en "Ateísmo y agonía de don Miguel de Unamuno": "No se
rinde don Miguel, por eso no se le rinde Dios." 165 La lucha de fuerzas
antagónicas es evidente: "¿Contradicción? ¡Ya lo creo! ¡La de mi corazón
que dice sí, mi cabeza, que dice no!" 166 Balthasar resuelve esta dicotomía: "La relación esponsal entre fe y razón,
fecundada por la fuerza generadora de la fe, fundamenta así todo el
pensamiento teológico. No se trata únicamente de que la razón sea elevada y
adquiera la capacidad de pensar en el interior de la fe. ‘La fe tampoco puede
sin la razón desarrollar y desplegar su contenido, y por eso ha de
depositarlo en el seno de la razón, a fin de que ella se nutra y adquiera forma.’"
167 Pero Unamuno no logra la boda razón-fe que
Balthasar plantea, y entonces, movido por el deseo esencial de creer, la
razón, arma-obstáculo, es descalificada: "Ya veremos más adelante, al tratar de la fe,
como ésta no es en su esencia sino cosa de la voluntad, no de razón, como
creer es querer creer, y creer en Dios ante todo y sobre todo es querer que
le haya." 168 Dice de esto Moeller: "La fe unamuniana no es la respuesta del espíritu a una luz venida de Dios, portadora de una certeza natural... es el bosquejo de una antropología de la voluntad de creer en un hombre que no ha recobrado la fe sobrenatural." 169 Emilio del Río enfoca el mismo punto de un modo más
personalista aún: "Se diría incluso que su necesidad de combatir
a la razón humana en todas sus formas –en el camino hacia Dios y al interior
de la fe sobre todo– no es comprensible sino como una especie de acusación de
sí mismo, de su impaciente necesidad de pruebas y razones antes de que se
pueda él mismo ‘entregar’." 170 Considero iluminador este cordial chispazo sobre
nuestro maestro hecho desde el "rendirse" y "entregarse",
o, dicho con otras palabras, desde la experiencia de Dios. Unamuno no pudo
hacer suya la vivencia de que: "Lo que no puede resolverse, le ayudará a
convertirse cada vez más en verdadero ‘creyente’: un hombre que no se
abandona a su concepción de Dios, sino a Dios mismo; que al romperse la
imagen de Dios y de la salvación que tenía, llega a la revelación del
totalmente otro, del Dios viviente: a la cruz de Jesucristo." 171 El creer de don Manuel aparece como un fingir creer
que no es sino un desesperado desear creer para dar testimonio a su pueblo y
confirmarle la fe. También en esto don Manuel es la encarnación de las ideas
de su autor. Dice Unamuno en el ensayo que nos ocupa: "La fe crea, en cierto modo, su objeto. Y la
fe en Dios consiste en crear a Dios y como es Dios el que nos da la fe en Él,
es Dios el que se está creando a sí mismo de continuo en nosotros." 172 Analizaré a continuación cómo plantea el escritor argentino
la trilogía unamuniana inmortalidad-resurrección-fe. La teoría de Peltzer acerca del amor creación
parece espejarse en las ideas del maestro: "Es el furioso anhelo de dar finalidad al
universo, de hacerle consciente y personal, lo que nos ha llevado a creer en
Dios, a querer que haya Dios, a crear un Dios, en una palabra." 173 El triple tema unamuniano aparece en Peltzer como
presencia y como ausencia reveladora. ¿Hablan de ellas sus personajes? Si
Dios es tema fundacional en el universo de sus criaturas, si inmortalidad y
resurrección son el meollo, la justificación de la fe (San Pablo), ¿cuánto y
cómo hablan de ellas los personajes? La primera respuesta es el silencio. Hay mucho más
silencio que palabra. Igual que don Manuel, las criaturas de Peltzer hacen
del corazón de la fe el carozo de su duda. Y callan, casi siempre. Basta
pensar que en la obra de Federico Peltzer –que consta de dieciséis libros
publicados y los inéditos (La puerta del limbo, y los poemas de El silencio y
la sed y Cantares, son los que el autor me ha facilitado para esta
investigación)–, sólo fugazmente, en alusiones brevísimas, aparece la
inmortalidad. (Recuerdo que este tema de Peltzer fue desarrollado en el
paralelo con Mauriac, I, 1.1.4.) En Compartida, la inmortalidad es para Laura: "débil esperanza" 174 "[...] algo
relativo [...]" 175 carencia: "[...] la falta de otra eternidad por
ganar [...]" 176 y luego oración: "—Dios mío, dame otra vida para
amar..." 177 En La sed con que te llevo adelanta: "[...] el día aquel,/ final,/ en que no seamos
como hoy,/ sino un todo enamorado,/ [...]" 178 Y en otro poema:
"[...] alguna vez, después del tiempo, estallaré de vida." 179 En La mi muerte arriesga aseverando: "Cuerpo
tocado con amor no muere." 180 En La razón del topo es metafórica simultaneidad de
certeza y duda: "[...] nos cortamos para anudarnos vaya a saber
dónde." 181 Este es todo el material que su vasta obra aporta
al tema de la inmortalidad. ¿Qué ocurre con la resurrección? Laura, en
Compartida, menciona la palabra en una hondísima y conmovedora oración: "Dios mío: empiezo a descubrir en mis
penumbras. Parece que me acercara a Ti, el olvidado en un recodo. ¡Cuánto
hacía que no te hablaba! Y hoy me ha vuelto tu Nombre como un deseo, más aún,
como una sed. Tengo sed de decirte palabras; pero antes debo terminar esta
historia que acometí y que es mi penitencia, mi camino, mi peregrinar.
Después, acaso logre mi pequeña, mi limitada resurrección. Después... Cuando
pueda dedicarte todas las palabras. Siento como si a un tiempo estuviera en
cruz y me miraras... Pero también siento que no hay más segura resurrección
que la de los crucificados." 182 En Con muerte y con niños duda primero y afirma
después: "[...] el cuerpo es un don y hay que cuidarlo
por si es cierto que resucita, [...]" 183 "El amor no resucita, no
despierta." 184 En La razón del topo, durante el monólogo motivado
por la Sonata número dos para viola y piano, de Brahms, la viola enrostra su
sentencia: "La resurrección no existe." 185 En otro momento, Mario
Kremer, el protagonista, confirma: "No hay resurrecciones de este
tipo." 186 En Los oficios: "La sangre es un camino con renuevos,/ un gran
espejo de apretados rostros; baila en puntas de pie, corre a la muerte,/
agota el escenario y resucita." 187 Y en un poema de Cantares en el tiempo: "En cada hombre te mueres,/ Cristo de cruz
repetida./ Resucitaste una vez/ no siempre en mí resucitas." 188 Concluyendo: inmortalidad y resurrección oscilan en
Peltzer desde la negación al deseo, profundamente vinculado al amor. Su actitud
tiene más relación con la aceptación de la duda que con la certeza. Es porque
duda que no niega. Y esa duda es su atadura: "La fe, creo yo, consiste
en continuar a pesar de todo, saltando sobre las dudas." 189 Esta fe hace pensar en don Manuel. Sobre todo
cuando en el mismo cuento anteriormente citado, el médico dice: "La fe irradia, es un contagio; quien la posee
y la exhibe ante otros ya no tiene derecho a perderla, porque los ha
comprometido, aunque no se lo proponga. Nadie cae solo con su fe vencida."
190 En Compartida, Laura habla varias veces de su fe.
Citaré solo las más relevantes: "Cada vez se estrecha más el cerco en torno a
nuestras creencias. Nacemos y estamos ricos de ellas. Pero se van
desvaneciendo, una a una, hasta que se nos adentra esta dolorosa costumbre de
dudar. Pero entonces ya no podemos mirar al mundo con los mismos ojos: somos
sus engañados. Y adoptamos esa actitud de defensa que nos quiebra el amor a
flor de labios." 191 Tras la riqueza primigenia, edénica, llega el
exilio, (pérdida, desengaño), territorio de la duda. Entonces: "Los desesperados rara vez rezan como todos;
tienen otro lenguaje, hecho de súplicas e improperios, para dirigirse a Dios.
Rezar es uno de los pocos actos que podemos realizar absolutamente solos. Por
eso hay palabras insospechadas en la oración de los que sufren, palabras
nuevas, desgarradoras, que jamás dirían delante de otros." 192 Estos "desesperados" rezan, aun con
"improperios". No reniegan. No pueden hacerlo. Están sujetos a una
fuerza más grande que la propia desesperación: su fe. No advierten, en la
desolación de su noche, que esta sujeción los salva, porque la fuerza que los
ata no es meramente un imperativo interior, sino una Voz, un Llamado. La
certeza de lo que afirmo se desprende de los textos. Es fundamental al
respecto un diálogo entre Laura y Ana Gardner, la mujer judía de la que se
hace amiga en el barco que las lleva a Eldorado: "—Laura: ¿crees que hay un Dios, el tuyo o el
mío, y que lleva la cuenta? La miré. Temblaba. Me pareció que había hablado demasiado y que no
podía retroceder. Le contesté como si fuera otra la que hablara, escuchando,
irreconocible, mi propia voz: —En todo caso debe haber Alguien que ponga límite a
todo esto tan gratuito. —Te consideras una víctima. —Lo soy. Como vos, como los otros. —¿Y si todo fuera razonablemente despiadado? —Entonces —dije—, habría que bautizar a Dios con un
nombre cruel. —¡Tienes fe!—, gimió, no sé si como un lamento o
con una voz de triunfo." 193 Sin duda, Laura tiene fe. Pero sabe más de sus dudas,
sus desengaños, su desesperación, que de ella. En La noche, Mara, la protagonista, habla de su fe
e interroga la de su ocasional compañero de una solitaria tarde de domingo,
en una larga página. Las afirmaciones esenciales respecto de la propia fe son: "No creo que esté perdiendo la fe.
Simplemente, lo veo a Dios de lejos, como si fuéramos juntos por el mar, pero
en barcos diferentes." 194 Y de la fe de la que él duda o descree, dice Mara: "—¿Pero no creyó nunca? —... —¿Ni de chico? —... —Quiere decir que creyó en algo. Ha de tenerla ahí
abajo..." 195 Mara afirma la propia fe y la de un casi
desconocido como hechos incontrovertibles, ciertos, pero complejos. La de
ella, cargada del silencio de Dios, una fe sin respuesta. La de él, dormida
fe en un Dios dormido "con un solo ojo." 196 En La razón del topo, el tema de la fe aparece muy
comprometido con el del amor. Dice Mario Kremer: "Dolores cree en mí y espera en Dios. ¿Cómo
será su Dios? Casi nunca hemos hablado de eso. Cierta vez me dijo que, antes,
tuvo una fe más o menos armada. Creía en Dios por inercia. Después lo sintió
lejano, como si le volviera el rostro. Por fin prescindió de ese Dios
olvidadizo." 197 Luego, tras una larga página en la que habla de su
Dios, su "Dios gendarme, su "Dios de estado policial",
concluye: "Y ahora, desde el río, Dolores invoca al Dios
en que no cree para que nos dé el amor para ella, mujer, y el hombre de su
fe." 198 La tibieza y el desinterés de la fe de Dolores se
revierten ante el hecho del amor humano. Reza cuando ama, porque "Creer
es sólo amar, y nada puede ser y debe ser creído si no es el amor." 199
Cree cuando ama, necesita creer, ante todo en "el hombre de su fe".
Pero Mario Kremer no podrá creer, en principio, en sí mismo, y a partir de esta
incredulidad recusará el amor. "El amor, en su realidad íntima, sólo
puede ser conocido por el amor." 200, afirma von Balthasar, el teólogo
suizo. Mario Kremer no se conoce en el amor. Igual que Luis (Nudo de
víboras), se detesta. Y no puede soportar la idea de ser amado. Por nadie. Ni
por Dolores ni por Dios. Creo que, de todos modos, es la "criatura
única" (III, 2.) de Peltzer quien contesta en "Claustro de
profesores", cuando el sacerdote pregunta: "—[...] ¿Crees o no en Dios? —Sí... En el fondo, sí." 201 Es harto elocuente lo que Peltzer dice respecto de
inmortalidad, resurrección y fe, pero es mucho lo que calla. Si muestra la
realidad de la fe en algunos personajes, con pinceladas sutiles que desnudan
pautas contradictorias muchas veces, es innegable que inmortalidad y
resurrección permanecen en ocultamiento. Lo esencialmente cristiano:
inmortalidad y resurrección, es en la voz del Maestro y en las criaturas del
escritor argentino lastimadura dogmática que proyecta su sombra sobre la
imagen de Cristo, el protagonista excesivamente ausente del escenario
literario de Peltzer. A propósito de Lagerkvist y también en el capítulo II
de esta investigación intentaré dar cuerpo a esta hipótesis. Sin embargo, resulta paradójicamente revelador leer
a Peltzer, no ya como creador, sino como crítico, cuando analizando tres
novelas del maestro vasco dice: "¿No se imaginaba, tal vez, no creer, porque
no veía el signo, la señal inconfundible de que su persona, sola o enredada
en la maraña del destino de su pueblo, iba a sobrevivir? ¿Puede alguien dar
aquello que no tiene? Si a tantos comunicaba la fe que él solo pensaba hecha
de gestos y palabras, sin correspondencia con una actitud interior, ¿no
habría detrás, en una hondura que él no podía explorar, otra ciudad
sumergida, como aquella del lago de su tierra, desde la cual Dios le dictaba
sus palabras y sus gestos?" 202 2.2. Los símbolos. La hondura con que Peltzer cala en el misterio de
Unamuno me lleva a intentar, antes de finalizar este paralelo, el análisis de
dos símbolos que aparecen en la novela del escritor vasco bajo la figura del
doble. Son el de Blasillo y el de la ciudad sumergida, cuya interpretación
alumbraba Peltzer en la cita anterior. Blasillo es el loco del pueblo: "Y como hubiera en el pueblo un pobre idiota
de nacimiento, Blasillo el bobo, a éste es a quien más acariciaba, y hasta
llegó a enseñarle cosas que parecía milagro que las hubiese podido aprender.
Y es que el pequeño rescoldo de inteligencia que aún quedaba en el bobo se le
encendía en imitar, como un pobre mono, a su don Manuel." 203 De todas las cosas que, dice Angela, aprendió
Blasillo de don Manuel, una sola se hace manifiesta en la novela: "Luego, Blasillo el tonto iba repitiendo en
tono patético por las callejas, y como en eco, el ‘¡Dios mío, Dios mío!, ¿por
qué me has abandonado?’, y de tal manera, que al oírselo se les saltaban a
todos las lágrimas, con gran regocijo del bobo por su triunfo
imitativo." 204 Blasillo es el eco del más agónico grito de don
Manuel. Es su doble. Todo lo que sabemos de él es que es "un pobre
idiota de nacimiento", "el bobo". Privado de la razón que
priva a don Manuel de creer, sólo puede "imitar". Imitar a su
Cristo, que esto es el cura para él. La traslación Blasillo-don Manuel-Cristo
aparece claramente en el texto: "Y en aquel momento pasó por la calle Blasillo
el bobo, clamando su ‘¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?’. Y
Lázaro se estremeció creyendo oír la voz de don Manuel, acaso la de Nuestro
Señor Jesucristo." 205 En este sentido, Blasillo prefigura al Vidente, un
personaje de Peltzer que aparece en La vuelta de la esquina y su grito, el de
Jesús, es semilla que arraiga hondo en el escritor argentino, ya que brotará
configurando la interioridad más profunda de sus criaturas. Lo analizaré en
III, 3.3.1. Pareciera que en Blasillo, el doble, se personifica
la salvación de don Manuel. En este tonto, bobo, idiota sin más identidad que
la de eco agónico del maestro, imitador grotesco, parece Unamuno retratar, en
esperpento, en capricho goyesco, la silueta del creyente. Creer es locura,
bobera, idiotez, no cosa de razón; creer es sólo imitar al Inimitable, llora
Unamuno en Blasillo. Es interesante señalar que las tres veces que
Blasillo habla, repite lo mismo: las palabras del abandono de Jesús en cruz,
el Viernes Santo. Son las palabras cruciales de don Manuel las que Blasillo
espeja. El pobre imitador, sin embargo, ríe al decirlas. La distinción de
Norbert Hoffmann: "Jesús grita de dolor, pero no contra, sino a
Dios (‘Dios mío, Dios mío...’) Se queja, pero no de Dios. Su grito mortal es
oración." 206 se aplica a don Manuel y su doble. El primero clama
a Dios y un temblor recorre al pueblo entero. El segundo, riendo sin
comprender y haciendo llorar a quienes lo escuchan, reza. El poder curador,
la catarsis del corazón que las palabras del abandono traen al mundo, operan
por don Manuel el temor y por Blasillo la compasión. La consideración de Blasillo como el doble de don
Manuel aparece confirmada en los capítulos finales. Cuando: "El pueblo
todo observó que a don Manuel le menguaban las fuerzas, que se
fatigaba." Blasillo "[...] lloraba más que reía, y hasta sus risas
sonaban a lloros." 207 Los procesos vitales muestran su coincidencia. Pero
el momento en que esto se patentiza es en la muerte del cura: "[...] fue Blasillo el bobo quien más se
arrimó. Quería coger de la mano a don Manuel, besársela. Y como algunos
trataran de impedírselo, don Manuel les reprendió diciéndoles: —Dejadle que se me acerque. Ven, Blasillo, dame la
mano." 208 Luego: "[...] y cogido de la mano por
Blasillo, que al son del ruego se iba durmiendo." 209 Para concluir:
"Y no hubo que cerrarle los ojos, porque se murió con ellos cerrados. Y
al ir a despertar a Blasillo nos encontramos con que se había dormido en el
Señor para siempre. Así que hubo que enterrar dos cuerpos." 210 Don Manuel y Blasillo mueren tomados de la mano, en
el mismo acto, que para el segundo tiene la placidez salvífica de una
dormición. Ambos con los ojos cerrados, como que cerrados a la luz de la fe
uno y de la razón el otro los tuvieron siempre, y porque en realidad no son
sino uno, el mismo entierro es para los dos. La salvación encarnada en
Blasillo se confirma cuando al final de la novela Angela se confía a él: "[...] que él me ampare desde el cielo."
211 En cuanto al símbolo de la ciudad sumergida,
Unamuno lo presenta por primera vez vinculado al silencio de don Manuel
cuando reza el credo: "Y al llegar a lo de ‘creo en la resurrección
de la carne y la vida perdurable’, la voz de don Manuel se zambullía, como en
un lago, en la del pueblo todo, y era que él se callaba. Y yo oía las
campanas de la villa que se dice aquí que está sumergida en el lecho del lago
–campanadas que se dice también se oyen la noche de San Juan–, y eran las de
la villa sumergida en el lago espiritual de nuestro pueblo; oía la voz de
nuestros muertos que en nosotros resucitaban en la comunión de los santos.
Después, al llegar a conocer el secreto de nuestro santo, he comprendido que
era como si una caravana en marcha por el desierto, desfallecido el caudillo
al acercarse al término de su carrera, le tomaran en hombros los suyos para
meter su cuerpo sin vida en tierra de promisión." 212 Esta villa sumergida puede ser vista como doble de
Valverde de Lucerna, tal como Blasillo de don Manuel. Y en ella, bellísimo,
insondable símbolo, corporiza Unamuno el misterio de la comunión de los
santos. En el silencio de don Manuel, esta Jerusalén sumergida aflora en las
campanas que Angela, la que tiene fe, oye. Y lo que oye es "la voz de
nuestros muertos que en nosotros resucitaban". La resurrección que don
Manuel no puede creer aparece viviendo, latiendo en la presencia de la villa
sumergida, en la que la "caravana" de los santos llevará a su
"caudillo" "desfallecido" hasta "la tierra de
promisión". La Jerusalén sumergida prefigura la celestial, y al hacerlo
revela la esperanza. Es en diálogo entre Angela y Lázaro que se devela
el símbolo de la villa especular en cuanto a su vinculación con la fe de don
Manuel: "—Y creo —añadía— que en el fondo del alma de
nuestro don Manuel hay también sumergida, ahogada, una villa y que alguna vez
se oyen sus campanadas. —Sí —le dije—, esa villa sumergida en el alma de
don Manuel, ¿y por qué no también en la tuya?, es el cementerio de las almas
de nuestros abuelos, los de nuestra Valverde de Lucerna [...]" 213 Lo que más admira Angela del cura es su voz: "[...] su voz –¡qué milagro de voz!–
[...]" 214 Ella es la que, por "milagro", sale a la luz desde
un inconciente sojuzgado por la razón unamuniana donde yace "sumergida,
ahogada", en las campanadas. Esta Jerusalén sumergida, doble, espejo de la real,
encuentra su propia identidad en las últimas palabras que don Manuel dirige a
su pueblo: "Vivid en paz y contentos y esperando que
todos nos veamos un día en la Valverde de Lucerna que hay allí, entre las
estrellas de la noche que se reflejan en el lago, sobre la montaña." 215 Ya no se trata de la sumergida sino de la
encaramada, la Jerusalén celestial. De ésta es especular la villa sumergida,
en la que, ahogada en abisal silencio, espera la fe de don Manuel. Los dos símbolos del doble que analizo manifiestan,
pues, claramente, su entidad teológica. En Blasillo se salva don Manuel, y su salvación
consiste en creer en la resurrección de la carne y la vida perdurable,
misterios, ambos, que se consumarán en la Valverde celestial, la futura, pero
se hallan ya prefigurados en la comunión de los santos, en la Jerusalén
sumergida. Desde esta perspectiva hermenéutica, los dobles
revelan lo que la palabra del ensayista y la del novelista niega: inmortalidad
y resurrección son contenidos de la fe de Unamuno. Más aún: son contenidos
agazapados en el íntimo recinto del creador, al resguardo de su razón
aniquiladora. Lo cual equivale a afirmar que Unamuno cree, verdaderamente,
allí donde se pudo permitir creer: fuera del reino de la razón. A esto me
refería en la premisa inicial del presente apartado, cuando afirmaba la
agonía vital común a Unamuno y a Peltzer: desesperado anhelo del corazón e
imposibilidad de la razón para creer. Los símbolos, sumergidos, nacen, sin
duda, del desesperado anhelo. Es el mismo Peltzer quien defiende la fe de
Unamuno: "Pero amar lo creado es detener los ojos con
complacencia en la huella del creador. Hay una raíz de amor a Dios en ese
desaforado amor por el hombre, como lo hay en esa vocación perpetua para el
creer imposible en Él [...] Sabemos que hombre con tal porfiada sed de
inmortalidad, debió recibir su anhelo de una fuente inagotable." 216 Es visceral la comprensión que derrama Federico
Peltzer sobre Unamuno, seguramente hermanado al escritor vasco en la vivencia
común acerca del silencio de Dios: "Unamuno experimentó a Dios como
‘aquel que calla desde el comienzo del mundo.’" 217 Y respecto del silencio de Dios afirma,
refiriéndose a Unamuno: "Aunque se sintió solo, quizá no lo estuvo
nunca, porque supo ser hermano. Otro le prestó, a destellos, infinita
compañía." 218 Concluyendo, las coincidencias temáticas entre
Unamuno y Peltzer se ubican en dos centros medulares de la fe: la vida eterna
(inmortalidad) y la resurrección. En el primero son muy manifiestos el deseo
y la necesidad de creer en ambas junto a la imposibilidad de la razón para
hacerlo. Los personajes del segundo hacen patente el silencio y la duda, que
oscilan desde el anhelo hasta la negación. El encuentro del escritor vasco con el argentino se
encuadra en terreno intelectual. Los dos someten su fe al análisis de la
razón y acaban dudando o negando lo que esta última no es capaz de aceptar.
Pareciera que las enfrentan en duelo en lugar de reunirlas en alianza. Lo que claramente los diferencia es cuánto discurre
Unamuno acerca de inmortalidad y resurrección y de cuánto silencio las rodea
Peltzer. La breve hermenéutica de los símbolos del primero
llevada a cabo en esta investigación muestra, sin embargo, una grieta en su
estructura racional. Si es posible dar crédito a las conclusiones que de allí
se desprenden, se podría afirmar que lo que el maestro vasco cree difiere de
lo que él dice creer. No es otra cosa lo que Peltzer sostiene (en nota 202).
Esta aseveración abre, por su parte, conjetura similar sobre el escritor
argentino. No hallo otra manera de explicar tanto perseverar conjunto en la
duda y en la atadura a Dios. 3. Pär Lagerkvist. La influencia de Pär Lagerkvist sobre la imagen de
Dios de Federico Peltzer es más determinante y trágica que la ejercida por
los otros dos maestros. Ni de Mauriac ni de Unamuno se desprende el Dios
cruel y silencioso hasta la disolución de la Revelación, su Palabra, que
surge de la lectura del escritor sueco. El peso de la impronta sellada por Lagerkvist sobre
Peltzer me lleva a encarar el presente apartado del primer capítulo con mayor
profundidad que los dos anteriores. Analizaré a Lagerkvist tan sólo planteando temas
comunes entre él y Federico Peltzer, a igual que con Mauriac y Unamuno. Las obras de Pär Lagerkvist escogidas para esta
investigación son: El verdugo, Barrabás, La sibila, Muerte de Ahasverus,
Peregrino en el mar y La Tierra Santa. La abundancia de material seleccionado para este
apartado está en función de la profundidad de la influencia, ya señalada.
Además, no es posible lograr una visión de conjunto de la problemática del
escritor sueco, menos conocido en nuestro medio que los dos anteriores, sino
a través de la totalidad que estas obras revelan. Desarrollaré este paralelo en cinco temas: el mal;
el silencio de Dios; la maldición de un Dios cruel; la figura de Cristo y los
elegidos. 3.1. El mal. Este es el primer tema, que, en orden de
importancia, se presenta. Lo analizaré en El verdugo, de Lagerkvist. La escena inicial de la novela transcurre en una
taberna donde el Verdugo está presente. Dice el Viejo, uno de los reunidos
para beber: "—Hablo en serio del poder que tienen las cosas del
patíbulo, porque eso es cierto y seguro." 219 Y más adelante agrega: "—Sí, el mal tiene poder curativo, es
innegable [...]" 220 Con esto queda asentada la primera doble
afirmación: el mal tiene poder hasta para hacer el bien. Ejemplificando lo aseverado, otro de los
parroquianos cuenta una historia en la que aparece un niño "salvado"
por el verdugo de morir bajo su espada. Terminado el relato, uno de los
hombres agrega: "—Es como si en el mismo mal hubiera también algo
bueno." 221 Continúan las reflexiones: "—¡Que el verdugo pueda tener semejante poder!
Lo que has contado es un verdadero milagro, porque si él no te hubiera
salvado ahora estarías perdido. —¡Ya lo creo que hace milagros! Para eso es peor
que los santos..." 222 Los subrayados destacan lo que llamaré cristología
de signo inverso. Obrar un milagro para salvar lo perdido sólo puede
referirse a la acción redentora de Cristo en la cruz. Pero aquí el verdugo es
agente de esa redención, luego, un Cristo. La inversión se aclara y acentúa
con "peor que los santos..." Creo que Lagerkvist lee la historia de
la creación y la redención con signo contrario. Es decir, no estructura un
orden nuevo por creer falso o inexistente el Plan de Salvación, sino que lo
trueca, lo tergiversa y confiere a lo cristológico una semántica antagónica a
la que posee. Dice Siwek: "El Mal no es una pura nada ni una simple
negación de una perfección cualquiera. Es una privación." 223 En la cosmovisión de Lagerkvist, en cambio, el mal
es origen. Dios es un ser cruel, casi me atrevería a decir un Dios-Demonio,
Cristo es sustituido por el verdugo y el lugar del hombre redimido es ocupado
por el hombre condenado. Ninguna de las piezas ha sido omitida, pero todas
han sido cambiadas de signo. No existe un Dios Padre revelado por Cristo a la
criatura, creada en el amor, sino más bien un demiurgo poderoso y silente,
cuyo brazo es el verdugo, manifestación de la maldición. Este hace evidente
que en Dios no hay paternidad. Su palabra es la anti-palabra, la maldición y
la negación de la paternidad divina. El cielo calla, cruel, frente al mal,
más poderoso que el bien. El silencio de Dios, que no entraña palabra alguna
de salvación, es abandono, vacío, nada. La criatura no resulta redimida en
Cristo sino condenada en el Verdugo. El insondable misterio del Amor se
desfigura en una maléfica irracionalidad, indescifrable y pérfida. Esto es lo
que, en síntesis, llamo cristología de signo inverso. Retomando el diálogo en la taberna, inmediatamente
después de lo antes citado, dirá otro de los parroquianos: "—¿Y
Jesucristo, que nos salvó de todos los pecados?" 224 Siguiendo la lógica
interna de la conversación, aparecerá el gran ausente: "—Me gustaría saber de dónde recibe sus
fuerzas el mal. Para mí que se las da el Diablo [...]" 225 La segunda afirmación que Lagerkvist hace respecto
del mal, –que este contiene al bien–, resulta causa perfectamente coherente
de la primera, –el mal tiene poder hasta para hacer el bien–. Lo ejemplifica
la historia del Verdugo que se enamora de su víctima, pero porque:
"—Estaba escrito" 226 fatalmente llega a ser su verdugo. Aquí también
creo leer una cristología de signo inverso, ya que no se afirma que el Bien,
la Redención, asuma el mal en la cruz, sino lo contrario. En la tercera historia, que constituye la tercera
afirmación, aparece Galg Lasse, el ladrón sin manos, poseedor de la
mandrágora, el antídoto contra el mal. La sola existencia de algo que tiene
poder contra el mal habla de una grieta o fisura en su naturaleza. Lagerkvist
no puede creer en un "Dios Padre Todopoderoso", como reza el Credo,
pero tampoco puede sustituirlo por un mal todopoderoso. Galg Lasse cuenta cómo obtuvo la mandrágora y el
relato es un ascenso de los infiernos a la tierra: "—Cuando al fin la arranqué, retembló la
tierra, y se abrieron sus entrañas vomitando sangre y cadáveres a la
superficie. Un río de sangre, de cadáveres y de fuego se desató sobre el
mundo en medio de las tinieblas... Un río de espanto y dolor... Y el mundo
ardía... ¡Era como si el infierno se hubiera volcado sobre la
tierra...!" 227 No hay Cristo que descienda "pro nobis",
sino lo contrario: ascenso de lo infernal. La mandrágora es presentada aquí
como el antídoto contra el mal. Para la fe, Cristo vence al mal, a través de
un símbolo semánticamente idéntico al patíbulo: la cruz. La cruz es
simultáneamente juicio y gracia. En ella el Padre juzga y condena el pecado
en Cristo y por mediación de Él concede su gracia. Desde Lagerkvist, el mal
parece invencible. Son trágicas la sustitución (mandrágora-Cristo) y la
inversión (ascenso-descenso). Dice Jean Daniélou: "En el diálogo entre creyentes y ateos, la
cuestión del mal ocupa un puesto esencial. Esta cuestión es, para muchos
hombres, fuera de toda ideología, el principal obstáculo para la creencia en
Dios. Por otra parte, el tema es de los que no se pueden abordar sin temblor,
porque ante el sufrimiento del hombre todo discurso parece irrisorio. Además,
el mal sigue siendo siempre el misterio cuyas profundidades no ha sondeado
nunca ninguna mirada humana. La única actitud ante el mal, sea el que sea, es
la de luchar contra él. Y los esfuerzos seculares de los hombres para librar
a sus hermanos del mal son profundamente valederos. Sin embargo, siguen
siendo impotentes para llegar al mal en su raíz. Sólo Cristo ha penetrado en
este abismo y ha destruido el mal en su origen. Por eso, la única palabra que
puede decirse es la suya." 228 Creo cierto esto que Daniélou afirma y creo también
que cuando esta "única palabra" no es aceptada, el abismo queda
totalmente oscuro y ocupado por la nada. Así parece ser la experiencia
religiosa de Lagerkvist. Esta nada no es sólo un vacío de bien, es el mal, el
mal como origen, como principio de una cristología de signo inverso. No es,
por tanto, análoga al caos o la tiniebla del Génesis. Dice Clément: "La nada, por definición, no es ‘algo’. Es un
concepto límite que significa que el hombre no existe por sí mismo, sino que
Dios constituye ‘su origen, su centro y su fin’ (san Máximo el Confesor) en
Él que, como decía Pablo a los atenienses, vivimos, nos movemos y existimos
(Hechos, 17, 28)." 229 Y ¿cómo se plantea el tema del mal en el escritor
argentino? Porque en el comienzo de este trabajo ya fue tratado en paralelo
con Mauriac, cito aquí aquellos textos de Peltzer no usados en ese apartado.
Dejo a cuenta del lector la reconsideración de los anteriores. Lo analizaré en dos cuentos de El silencio, y en
dos novelas: Compartida y La vuelta de la esquina. El cuento en el que más claramente aparece el mal
en relación a Dios (en otros aparecerá en la criatura) es "Claustro de
profesores". Las ideas se presentan en la siguiente secuencia:
"Todo se desencadenó –supongo– la mañana aquella en que empezamos a
discutir el problema del mal." 230 Sigue con el padrenuestro del
adolescente: "—‘[...] y no nos hagas caer en la
tentación.’" 231 Se menciona el pecado de los ángeles (por soberbia, en
el primer instante, determinando así la existencia del mal) y el muchacho
sintetiza su dolor, su queja: "—Padre: ¿Por qué Dios no los confirmó en
seguida, antes de que pecaran?" 232, para terminar en el siguiente
diálogo: "—Pero pudo crearlos e iluminarlos con su
Gracia... —No midas la eternidad con el patrón de nuestros
minutos. Les bastó un instante y ahí pecaron. —¿Lo sabía Dios? Adiviné lo que venía detrás. Me sentí al borde de
un desierto por atravesar. —¡Cómo no iba a saber! —Es decir que todo estaba previsto... —Sí: El sabía. —¿Para qué los creó? ¿Para qué nos creó? —Por amor. —Un amor que hace posible el infierno..." 233 El diálogo encierra un grito de rebeldía, acentuada
por la presencia clara de elementos metafísicos (libertad, bien, mal) y teológicos
(gracia, salvación, condenación, predestinación, libre albedrío). El nivel
teórico del discurso se rebate solo: no es posible concebir la criatura sin
libertad, y ésta implica la polaridad bien-mal. Dice Olivier Clément: "¿Por qué Dios ha creado al hombre
trágicamente libre, trágicamente responsable, carga ésta tan pesada que sin
cesar la ponemos a los pies de los ídolos y los inquisidores? La respuesta de
la Gran Tradición Cristiana es unánime: Dios ha creado al hombre libre porque
le llama a la deificación –a una condición divino-humana en la que su
humanidad transfigurada encontrará la plenitud. Ahora bien, esta llamada
exige una respuesta libre. La unión que procediese de una simple imantación,
sería automática, animal, indigna de una existencia personal que pretende, en
su misma adhesión, una entera responsabilidad." 234 La libertad adquiere en las maduras palabras del
escritor y teólogo francés su dimensión trascendente. Desde esta óptica
Clément analiza la creación y la caída (temas, ambos, del diálogo citado): "[...] se interpreta el tema de la creación
del hombre por Dios en el sentido de un riesgo corrido voluntariamente por el
Creador, de una infinita vulnerabilidad asumida entonces por Él. La caída
[...] se convierte en la prueba de la libertad, prueba necesaria para la
conciencia, sin la cual no hay amor personal." 235 La libertad que dolidamente recusa el muchacho
porque posibilita el espacio del mal, el pecado, el infierno, es la que
confiere a la criatura toda su dignidad, hasta permitirle ser
"antagonista" 236 de Dios, es decir, enfrentarlo y aun, negarlo.
Este es, en último análisis, el verdadero drama humano: en el "theatro
mundi", el Autor y el hombre, calderonianamente, representan sus
papeles. En palabras de Clément: "El colmo del Todopoderío de Dios Creador es
haber puesto frente a Él, libertades capaces de resistirle." 237 Y agrega Vives: "Todo es libertad y todo es gracia, porque la
misma libertad es gracia y es don, no sólo como facultad, sino como
ejercicio. La libertad está orientada y encarada hacia su único bien, del
cual procede y hacia el cual tiende, y sólo en este su bien se realiza como
tal." 238 De aquí concluye Vives que, donde no hay libertad,
no hay amor. En el cosmos que Peltzer crea, Dios aparece
responsable de la existencia del mal porque lo ha permitido y la libertad del
ángel o del hombre resulta tan sólo "un poder cuyo alcance
ignoraba." 239 Consumado el pecado, la culpa anida en el corazón que se
siente a sí mismo verdugo. Pero según la lógica que venimos analizando, Dios,
creador de este orden injusto, se apresura a castigar, Verdugo también Él. Así es, en el cuento "El silencio", la
experiencia de Caín: "También madre halló en el mejor lugar del
mundo la serpiente. Y Él lo permitió. ¡Él cerró los ojos, como siempre, y
dejó el poder abandonado, a merced de la primera mano dispuesta a asirlo!
Después maldijo, claro. Es su modo de hablar con los hombres, cuando el
tiempo del horror llega y es inútil inclinar el oído y escucharlos." 240 Ninguna respuesta de la Teología alcanza, porque:
"[...] la teología me hizo mal. Explica, pero de una manera racional,
fría, coherente. Todo encadenado, todo previsto." 241 Y no hay respuesta porque hay absurdo, porque el
primero en no amar el orden creado es el Creador. Dice: "Perdí la cabeza y quise también destruírme,
porque advertí que lo hecho no era bueno... Había usado el poder, como mejor
podía. Y aquel poder enorme no había engendrado más que dolor; muerte y
dolor." 242 La influencia de Lagerkvist sobre Peltzer en esta
época de su narrativa es indubitable. En dos de las novelas, Compartida y La vuelta de la
esquina, reaparece el tema. En la primera, Laura lo tematiza como el
"daño inocente": "—¡Es cierto! Somos inocentes de casi todo el
mal que hacemos." 243 Sobre el final de la novela, la protagonista ha
buceado más hondo en su propio corazón. Allí ha hecho la experiencia del mal.
Y las palabras se modifican. Salta de la rebeldía del "daño
inocente" a la conciencia de pecado. En diálogo con Ana, la amiga judía,
esta realidad se revelará así: (Ana): "—Pecar es hacer sufrir a alguien... —A Hans, o a mi madre, por ejemplo... —Por ejemplo a Dios..." 244 En La vuelta de la esquina, la terminología
teológica manifiesta una profundización mayor aún de la conciencia de pecado.
Dice Elsa al respecto: "—¡No, Eduardo! No podemos seguir parados
sobre tantas mentiras. Tenemos que aceptar que somos culpables, tenemos que
pagar de alguna forma el mal que nos hemos hecho. Pero, además, tenemos que
salvar... Eduardo, hay que salvar a ese hombre." 245 Desde la imagen de Dios y de hombre que los cuentos
muestran hasta este Dios y esta criatura de La vuelta de la esquina, el tema
ha hecho un largo proceso. Los dos signos más perceptibles del mismo son, a
mi juicio, la atenuación de la influencia de Pär Lagerkvist (fuertísima en la
concepción de Dios que se advierte en El silencio, especialmente en el cuento
homónimo y en "La pantalla azul" y muy vigente todavía en Un país y
otro país) y el adentramiento en la interioridad y el misterio del yo. Empero, las palabras de Elsa que tan bien delimitan
el cosmos teológico del pecado ("somos culpables", "tenemos
que pagar [...] el mal que nos hemos hecho", "tenemos que salvar
[...] a ese hombre") mantienen viva una ausencia: la de la
trascendencia. Culpa, reparación y salvación son aquí inmanentes a la
criatura. (Destaco al respecto el valor semántico del pronombre "el mal
que nos hemos hecho"). No hay Otro que cargue la culpa, un inocente que
pague y salve. Ni hay, entonces, Buena Noticia de esa salvación. En estas
palabras de Elsa falta la Palabra, el Verbo. Dios permanece en silencio. 3.2. El silencio de Dios. Lo trataré, en Lagerkvist, en La sibila y en El
Verdugo. Dice la Sibila: "Cierto que me había sentido
una con él, glorificada por él, pero enseguida me encontraba completamente
sola y abandonada y él no estaba en mí. Sí, casi siempre me sentía abandonada
por él, perdida en un vacío infinito. Yo lo deseaba, pero él permanecía
indiferente; lo llamaba, pero no me respondía. Preguntaba ¿Quién eres? Pero él
no me lo decía. ¡Tú, a quien amo por sobre todas las cosas! Y sin embargo no
me daba una respuesta. Jamás una respuesta." 246 Y exclama del silencio de Dios el Verdugo: "¡Hoy he crucificado a tu propio hijo!, le
grité en un salvaje arrebato de furia. Mas no se alteró ni un rasgo de su
rostro firme e insensible. Era como si estuviera tallado en piedra. Yo estaba de pie en medio del frío y del silencio,
y sentía que el viento de la eternidad me estaba helando. No había nada qué
hacer. Ni con quién hablar. Nada. No me quedaba más que tomar otra vez mi
hacha y regresar por el mismo camino. Entonces, comprendí que Él no era Su
Hijo." 247 Impresionan en este párrafo el silencio pétreo de
Dios y la temperatura espiritual que provoca, el clima de vacío glacial que respira.
Insensibilidad y paternidad no se compatibilizan. Lagerkvist cae preso en la
urdimbre lógica que crea: un Dios cruel no puede ser padre, es un verdugo. Y
el Hijo, figura del hombre, su víctima. En Peltzer, el tema se registra en los cuentos
"El silencio" y "Las arcas" y en las novelas Tierra de
nadie y La noche. En "El silencio" dice Caín: "Porque, un día, dejé de interrogarlo: su
silencio había durado bastante y ya no esperaba oír su voz de nuevo."
248 Se pregunta el protagonista de "Las
arcas": "¿Será acaso más benigno su Dios? ¿Salvará a su pueblo
después de aplacar su cólera? ¿Querrá purificarlos, a través de una
interminable sucesión de caídas y de encuentros? No lo sé y tampoco deseo
multiplicar la infinita sucesión de mis preguntas. Podría desvelarme durante
una eternidad enlazándolas, sin hallar por eso una respuesta satisfactoria.
Acaso no la haya ni jamás la descifre ningún hombre." 249 Este Dios silencioso aparece también en las novelas
de Peltzer. En Tierra de nadie, Silvia, la prostituta, tras contarle a Juan
que se le murió un hijo, dice: "—No. A Dios lo hice de lado cuando me fui del
pueblo. Desde entonces no lo he vuelto a llamar y me parece que no vendría.
Es decir, un día lo llamé... Cuando el chico. Si no vino entonces ya no puede
venir más." 250 Silvia palpa en la ausencia el silencio. Con mayor
claridad lo evidencia Mara, en La noche, en dos momentos en que habla de
Dios: "—No siento nada. Silencio, nada más
[...]" 251 Y más adelante: "—Porque... porque ven sufrir, y lo ven a Dios
callado, lejos. Y entonces se apuran, como en los accidentes... para ayudar,
sólo para ser los primeros en ayudar. —... —Antes de que llegue ese Dios... porque a lo mejor
no llega." 252 El silencio de Dios es distancia y ausencia e
implica crueldad. La continuidad de la obra no muestra que los
personajes de Peltzer tomen partido por la lógica simple y coherente de
Silvia: si Dios fue sordo al dolor inocente, al más grave escándalo del mal,
entonces, "lo hice de lado". ¿Por qué no lo hacen de lado? Creo que este silencio de Dios que tanta queja
arranca y tanta atadura crea en el escritor argentino es antes, silencio del
hombre. Es la criatura la que no puede comunicarse con su semejante y extraer
de este diálogo la presencia de Dios en su vida, su respuesta, quizá porque
ni puede ser vista ni se siente semejante a Dios. Entonces el silencio se instala como un hecho
irreparable en el mundo de los hombres, como un signo de falta de amor. Lo
vemos, en efecto, aparecer trágicamente en las relaciones del amor humano.
¿Cuándo una historia de amor de pareja en la narrativa de Peltzer perdura,
triunfa? Ni en los cuentos (Dolores y Manuel, "La pantalla azul";
Malena y Leo, Ricardo y Myriam, "Accidente de tránsito", ambos de
El Silencio). Ni en las novelas (Rosita y Juan, Tierra de nadie. Laura y
Hans, Compartida. Mara y el pintor, La noche. Mario y Dolores, La razón del
topo. Eduardo Huerta y Elsa, o él y Olga, Rita y el hombre, La vuelta de la
esquina). Un solo final quiebra en Peltzer esta tradición de condena del amor:
es el de "Scheherazada", la historia entre Elvira y Juan. Es la
única vez que dos criaturas del escritor argentino creen en ese poco de
felicidad posible que la vida les tenía reservada. Lo inusual del desenlace
abre una perspectiva diferente en la consideración del amor humano en
Peltzer. Una vez antes, Peltzer insinuó engañosamente un final de amor feliz
en "Las Furias no se han ido", cuento de El cementerio del tiempo.
El lector puede acabar la lectura pensando que Crisótemis llegará al amor con
Pílades. Pero éste, en la tragedia griega, se casa con Electra. Sin duda, el
final abierto que insinúa la felicidad sólo es engaño literario, paradoja
vital... Tampoco la lírica de Peltzer es siempre celebración
del amor. La única amada perdurable es la muerte, y el amor, que llega, canta
y se va, es más bien sed que coronación. En Pär Lagerkvist tampoco hay historias de amor que
signifiquen algo más que fracaso: Diana y Tobías, en Muerte de Ahasverus
(salvedad hecha del final inesperado y fugaz, en las puertas de la muerte).
Giovanni y la mujer del medallón, en Peregrino en el mar. La Sibila y el
hombre sin brazo, en La sibila. La única excepción de peso es el amor entre
el Verdugo y la mendiga, misteriosamente tratado (El verdugo). El amor, en casi todos los casos, nace de la
atracción y muere en la incomunicación, a veces acelerada por el destino.
Pareciera que en el consumarse, se consume. Quiero decir que en esta
cosmovisión Dios calla y el hombre le reprocha su silencio, pero es el mismo
hombre el que calló antes, desconfiando, descreyendo de la comunicabilidad.
La palabra humana queda ausente. ¿Cómo podría darse entonces en la relación
con Dios? La criatura no es mediadora, Dios no se "encarna" y el
plan no se cumple. No hay diálogo entre los hombres porque éste no es
"sacramento" (sacramentum, mysterion) ni lo será su palabra. Su
palabra oculta más que revela, y si la Revelación es, según Balthasar, una
sobrepalabra o palabra esencial, ésta que oculta y no perdura en amor alguno
se parece a una anti-palabra. ¿Qué otra cosa le es coherente que no sea el
silencio de Dios? Charles Moeller testimonia y explica desde la fe el
silencio de Dios en la Introducción a Literatura del siglo XX y Cristianismo,
titulada, justamente, "El silencio de Dios": "En cierto sentido, Dios nos habla sin cesar.
En otro sentido, guarda silencio. Si conocemos el designio de su providencia,
ignoramos todo lo que se refiere a sus caminos particulares. El confiarnos a
la fe es nuestra única actitud cristiana. Hay períodos en que los hombres
notan con más claridad la aparente ausencia de Dios en el mundo. Este es uno
de esos períodos." 253 Balthasar desarrolla con notable profundidad esta
premisa en El problema de Dios en el hombre actual: "Se ha disipado, en cuanto concepto y en
cuanto sentimiento, la cercanía de Dios en la Naturaleza, en todo el cosmos
visible, que en otros tiempos pasaba sin rupturas por sus bordes hacia lo
divino inobservable. ‘El terror ante la ausencia de Dios en el mundo, la
sensación de no poder ya realizar lo divino, la consternación ante el
silencio de Dios, ante el encerramiento de Dios en su propia condición
inaproximable, ante la secularización del mundo, vaciándose de sentido, ante
el pragmatismo, sin ojos ni rostro, de las leyes del mundo, incluso cuando ya
no se trata de la Naturaleza, sino del hombre: esa experiencia, que parece
que debiera interpretarse teóricamente como ateísmo, es una auténtica
experiencia de la más honda existencia..., con la cual todavía no sabe
arreglárselas ese modo de pensar y hablar que es corriente en el
Cristianismo.’" 254 Balthasar plantea aquí, y a lo largo del libro, a
mi juicio, un desafío: que el cristiano contemporáneo aprenda a dialogar con
aquéllos que han hecho la experiencia abisal del silencio y la ausencia de
Dios en el mundo. Aquélla de la que muchos creyentes, quizá, se sientan
exentos, protegidos y asegurados por sus dogmas. Por eso agrega el teólogo,
concluyendo el capítulo titulado "El ocultamiento de Dios en nuestro
tiempo": "Considerado así, el fenómeno amedrentador del
ateísmo moderno podría ser, entre otras cosas, una medida de la Providencia
para obligar a la Humanidad, y sobre todo a la Cristiandad, a volverse hacia
un más alto modo de pensar en Dios. Precisamente, a la virulencia
anticristiana de ese ateísmo no se puede contestar con un correspondiente
‘anti’ de los cristianos; la respuesta cristiana debe recibir el golpe ciego
y enemigo en toda su hondura, y saber transformarlo en algo luminoso y
unitivo." 255 En el capítulo siguiente, "La idea cristiana
del Dios siempre mayor", desarrolla el tema que el título plantea en la
Patrística, de cuya teología se desprende una "actitud de adoración ante
el misterio." 256 Sintetizo el espíritu del capítulo en este párrafo: "Sobre ese fondo de oro laboran los Santos
Padres. Tienen el sentido de la dialéctica del Dios ‘siempre más grande’. Los
ángeles, precisamente porque están cerca de Dios, dice Crisóstomo, entienden
mejor que nosotros la incomprensibilidad de Dios. Y sabe más el que sabe de
la incomprensibilidad de Dios, que el que no sabe de ella." 257 Balthasar acerca magistralmente las ideas del Dios
Totalmente Otro y el ateísmo contemporáneo: "Sólo los cristianos penetrados en lo más
íntimo de que Dios es totalmente diverso serán capaces de interpretar a los
ateos actuales su propia experiencia del existir, sin establecer
cortacircuitos." 258 Y cierra el capítulo con el siguiente párrafo: "Si el hombre, emergido de la Naturaleza como
mundo, mira extrañado a su alrededor en ese espacio más frío y solitario que
él construye y que es él mismo, ¿no debería serle explicada la dignidad de
esa soledad, a ese hombre enajenado y aparentemente perdido, haciéndole ver
que Dios, más solitario e inimitable que todo, sólo puede ser encontrado en
una soledad digna de Él, comunicada desde su propia esencia, monos pro
monon?" 259 Me pregunto, ¿quién explicará la "dignidad de
esa soledad"? ¿No será ésta la misión del cristiano que se atreva a
hacer la experiencia de la soledad y del silencio interior, del abismo,
análogo en cierto modo al de la Cruz? Creo que sólo de este silencio brota
una palabra humana que transparenta la Palabra y que deviene digna de ser
oída por quien, quizá en actitud más humilde o más rebelde que la del
creyente habitual, cree no oír la Palabra. Dice Balthasar de este abismo que vislumbro
insoslayable para el diálogo con el no creyente: "[...] su silencio no es sabio ni sublime, ni
místico ni impuesto por obligaciones: más bien es cauto, contenido, brotando
de la buena razón de quien no quiere decir una palabra que no pueda cubrir
con su vida." 260 Evidentemente confiar en la fe no fue posible para
Lagerkvist. Y lo es cuestionada y dificultosamente para Peltzer. Por eso,
este Dios que no responde, que arrasa y devasta a la criatura con la que toma
contacto, se revela como un Dios cruel. Y cuando se hace palabra y se
manifiesta, maldice. Este es el tercer tema en paralelo: 3.3. La maldición de un Dios cruel. Lo analizaré en La sibila, Muerte de Ahasverus y
Peregrino en el mar, de Lagerkvist. Sin duda, las tres novelas permanecen en
el ámbito de una cristología de signo inverso, como planteé en El verdugo. Dice el judío errante: "Sí, dios es cruel. En eso ella tenía razón.
Insensible y perverso. Proclive a la venganza contra quien se arriesgue a
enamorarse de algo que no sea él mismo. Y contra los que se atreven a
prohibirle reclinar la cabeza contra los muros de su casa. Amargo y
despiadado. Nada le importan los hombres, sólo se interesa por sí mismo. Y no
perdona nunca, nunca olvida. ¡Pero yo no me preocupo de nada más que de mí
mismo! Y lo odio tanto como él me odia. Él me maldice, y a él lo maldigo yo
también." 261 Esta maldición que dice haber recibido es la del
comienzo del relato, la que Cristo profiere cuando él le prohibe descansar
contra el muro de su casa: "‘—Porque no puedo reclinar la cabeza contra
tu casa, maldita será tu alma para siempre.’" 262 Y dirá de esta crueldad de Dios la Sibila: "Dios es implacable. Quienes dicen que es
bueno es porque no lo conocen. Es lo más inhumano que existe. Y es brutal y repentino
como el rayo. Como el rayo que parte de una nube que uno ignora
que lleva un rayo. Cae sobre uno de improviso y exhibe toda su maldad. O la
crueldad de su amor. De él puede esperarse cualquier cosa." 263 Y Ahasverus, cercano el final de su vida-maldición
se pregunta: "¿Por qué me persigues? ¿Por qué no me dejas
nunca en paz? ¿Por qué no me dejas nunca? ¿Qué te he hecho para que tengas
que vengarte, para que pienses siempre en tu venganza?" 264 El dios cruel despliega aquí el rostro polifacético
de su maldad y es un perseguidor, un enemigo vengativo. En Peregrino en el mar la crueldad de Dios
encuentra su espejo perfecto en la madre de Giovanni, el sacerdote enredado
en una historia apasionada con la mujer del medallón. Esta madre es la
antimadre, la negación del amor y del amparo, como Dios es en Pär Lagerkvist
un antidios, la negación del amor y la misericordia. En una larga página que
creo, se justifica citar, el escritor sueco retrata a una criatura inhumana,
imagen y semejanza de su Dios: "Su cólera se exasperó después en contra de
mí. Empezó a atacarme con enfurecidos reproches que parecían difamaciones. Lo
curioso es que de ninguna manera trató de hacerme volver al camino recto, de
convencerme que debía renunciar a mi horrible pecado y volver al camino que
llevaba a Dios. Tal vez lo pensaba, pero no lo dijo. No estaba en ella la
posibilidad de pedir ni de rogar en tal sentido. Se contentaba con
enfurecerse, con amenazarme y con pedir para mí las maldiciones de Dios. Se
hubiera dicho que yo la había engañado o más bien que había engañado a Dios,
sustrayéndole lo que constituía su propiedad... lo que por otra parte era
verdad. De pequeño me había puesto a mí, su hijo, en los amantes brazos de
Dios en vez de guardarme entre los suyos. Y he aquí que yo había despojado a
Dios de ese precioso obsequio, atrayendo así su cólera sobre ella tanto como
sobre mí mismo. Me describía los tormentos del infierno, me decía lo que
podía esperar un sacerdote, un hombre consagrado a Dios, cuando traicionaba
su promesa de castidad para convertirse en un adúltero, lo que uno podía
imaginarse de peor y lo que al diablo le permitiría torturarme, en forma
inconcebible. Le satisfacía en verdad, con la idea de las torturas que el
diablo me infligiría. Me entregaba al diablo con el mismo ardor con que otra
vez me había entregado a los brazos de Dios. Y nunca me tomaba en los suyos.
Se mostraba inhumana como siempre, y acabé por pensar, como no lo había hecho
nunca antes, que cuando fui pequeño tampoco me trató jamás como a un niño,
como a su hijito parecido a los demás, que no recordaba que me hubiera
acariciado nunca, ni me hubiera pasado la mano por la cabeza, ni jugado
nunca, ni bromeado conmigo, ni haberme siquiera dado un tirón de orejas. Yo
había sido siempre alguien aparte, el elegido, el que ella y Dios escogieron.
El que había sido donado a otro. Al Señor, al Todopoderoso, para que se
sirviera de él. A él había entregado su único hijo. Y ahora me entregaba al diablo." 265 En contraste estremecedor Balthasar nos muestra su
imagen trascendente del amor de la madre: "En la vida humana, después de que la madre ha
sonreído al hijo a lo largo de días y semanas, hay un momento en que recibe
como respuesta la sonrisa del hijo. Ella ha despertado el amor en el corazón
del niño, y al despertar éste al amor despierta también al conocimiento: las
impresiones vacías de los sentidos se reúnen ahora, plenas de sentido,
alrededor del núcleo del tú." [...] "Pero del mismo modo que el
niño no despierta al amor si no es amado, así también ningún corazón humano
despierta al conocimiento de Dios sin la libre donación de su gracia, en la
imagen de su Hijo." 266 La crueldad de Dios es en Lagerkvist especular de
la crueldad humana, aun en aquellos seres, (la madre, por ejemplo), en los
que su presencia es monstruosa. Pero más allá de todos los condenados, Lagerkvist
nos mostrará la más terrible de las maldiciones: la que el Padre arrojó sobre
el Hijo. Para él, Cristo es el gran maldito. Lo veremos en el próximo tema. En el marco de esta cristología de signo inverso,
cuya coherencia interna es verdaderamente notable, resulta lógico que de un
tal silencio de Dios se desprendan crueldad y maldición. Porque Dios crea o
permite el mal (o es creado por el mal). Y el mal cae sobre la criatura
humana mientras Dios calla. Esto ya es cruel. Y cuando Dios habla, maldice.
No es posible engendrar a partir del mal, que es origen, ni otro Dios ni otra
criatura. Y también es coherente que el hombre, creatura del desamor,
blasfeme. Es el acto propio de su condición de condenado. Dice acerca de esto
Peltzer en el Prólogo a las Obras Completas de Lagerkvist: "Maldecir a Dios es una forma de reconocerlo,
de seguir encadenado a Él, como diría la Sibila." 267 También para Peltzer Dios es cruel y maldice. Lo rastrearé en los cuentos "Las arcas",
"El Filisteo" "Claustro de profesores" y "Ronda para
un infinito", en las novelas Tierra de nadie, Compartida, y La razón del
topo y lo confirmaré en la poesía (La sed con que te llevo). Dice Ziusudra en "Las arcas": "Sé
que los dioses son crueles y sabios;" 268 Y el Filisteo llorará unas veces la crueldad de
Dios: "‘¡Tu Señor es un mal Señor!, grité.’ Habla
cuando quiere, calla cuando le parece mejor a su capricho. Envía la peste, la
guerra, la muerte por doquier; quema los campos, mata a los niños antes de
darles tiempo de ser culpables, hunde en la soledad a las mujeres de los
querreros y los labradores; castiga a los que no saben, ciega a los que
quisieran ver, confunde a los que desearían oír [...]" 269 Y otras veces gritará su maldición: "Malditos porque sí, por no saber cómo ni
dónde orientarse en este laberinto más complejo que aquel extraño edificio
trazado en nuestra isla para ahorrar la visión del monstruo que alienta en su
cavidad más honda." 270 También el muchacho de "Claustro de
profesores" ve a través de la teología tan sólo crueldad en Dios: "—Y la Teología me hizo mal. Explica, pero de
una manera racional, fría, coherente. Todo encadenado, todo previsto. Veía a
los otros: cada objeción contestada, un puntito a favor de Dios. Y la paz,
para ellos... —Y ¿tú? —Yo no. Sentía que, detrás estaba la vida,
inexplicable, dura. Estaba la dureza de Dios, el Padre, el Autor." 271 En Un país y otro país dirá el protagonista de
"Ronda para un infinito": "Quería creer en un Dios que diera sentido a
todo aquello tan inútil, pero no lo encontraba. Se revolvía en acusaciones
contra el Dios sordo e insensible." Y algo más adelante:
"¿Proyectaba el personaje en Dios sus limitaciones, sus fracasos; o Dios
era realmente un ser impasible y cruel hasta la inhumanidad? Todavía (y en el
primer caso, se entiende), ¿no era el Autor responsable de las
limitaciones?" 272 En las novelas de Federico Peltzer la imagen del
Dios cruel sigue presente. En Tierra de nadie aparece una larga página sobre
este Dios verdugo, con el que el protagonista se hermana y al que sigue
amando a pesar de todo: "Dios era cruel y culpable. En su mano estaba
el remedio, pero rara vez desclavaba su mano y la dejaba caer paternalmente
sobre el hombre. Le hubiera gustado discutir con Dios y echarle en cara su
impasible crueldad para con él. Pero Dios se volvía sordo en los momentos
cruciales. Parecía brindarse a toda hora, se tropezaba con Él en todos los
caminos, salvo cuando sólo de Él podía esperarse una salida. Decididamente, no
había que buscarlo en las encrucijadas. Y, sin embargo, lo apretaba una
amargura irrebatible que lo llamaba a la sumisión con una voz muy vieja,
tanto, que se había olvidado de hablar. Tal vez fuera posible buscarlo, tal
vez apareciera en el último momento, en ese instante que precede al derrumbe,
cuando ya la esperanza ha renunciado y se empiezan a considerar las
perspectivas del abismo. Quizá llegara a tiempo para que se le dijera: ‘Dios
mío, te llamé y no viniste; llegas tarde, es cierto, pero ayúdame a recoger
lo que todavía puede salvarse’. Pero a Dios no se lo convence. Y Dios castigaría con mano pesada, porque no le
interesaban los balbuceos de arrepentimiento de sus criaturas caídas. Después
del castigo quizá diera otra oportunidad y fuera posible inclinarlo al
perdón, instarlo a ejercitar su magnanimidad de soberano poderoso. Antes, no:
era ineludible pasar por el dolor. Para el dolor no hay puentes; se cae en él
y se lo recorre paso a paso, sin un salto, antes de llegar a las rosas de la
otra orilla. Y sin embargo también, sobre el rencor, a pesar del
castigo, lo amaba. Estaba dolorido, pero lo amaba igual, porque Él se había
complacido en hacerlo fuerte, bueno, valiente; y lo había defraudado. Ambos
estaban agobiados por otra fuerza que no se animaban a reconocer como propia
y preferían considerar extraña, sin nombre ni procedencia. Eran hermanos
fracasados y eso los unía. Ingenuamente, como cuando era un niño, se animaba
a hablarle a Dios; y a compadecerlo; a Él, que lo estaba golpeando. ¿Quién era
el más sufriente?" 273 La inversión de los términos es aquí muy notoria:
el adolescente es un cristo piadoso y sufriente, y Cristo, un verdugo
impotente. Y más aún: Juan es capaz de esperar, contra toda esperanza,
"otra oportunidad". Y sigue declarándole su amor. Fe, esperanza y
caridad aparecen como virtudes de la naturaleza humana, negadas a la
naturaleza divina. El grito contra Dios se alza, agónico, en esta primera
novela de Peltzer. En Compartida y La razón del topo se evidencia la
contraparte de este Dios cruel: la actitud del hombre frente a Él. Dice
Laura: "Los desesperados rara vez rezan como todos;
tienen otro lenguaje, hecho de súplicas e improperios, para dirigirse a
Dios." 274 Y Mario Kremer reflexiona en medio de un diálogo
con Dolores: "Hay momentos en que sería necesario, casi
saludable, insultar a Dios; un modo de liberarse del rencor y de la
impotencia. Después suele resultar más llevadera su lejanía." 275 El tema está presente también en la lírica. Dice en
La sed con que te llevo: "No sé si te he rezado maldiciendo/ esta vida
sin vida y con amor." 276 La primera reflexión que surge de comparar crueldad
y maldición de Dios en Pär Lagerkvist y en Peltzer es que en el último
existe, aun en el mismo clima alienante y trágico, alguna condición más
positiva, más entrañablemente buena de la criatura humana que se revierte sin
duda a su Creador y el lector no deja de percibir que si Lagerkvist blasfema,
Peltzer, en agónica rebeldía, se queja. Hay un Dios cruel y criaturas malditas en la obra
de Peltzer, pero no al extremo de la ignominia de la Sibila ni del infierno
de maldad de la madre de Giovanni. Ninguno de los personajes de Peltzer
devuelve a Dios la maldición, como lo hace el judío errante. Las diferencias
son, pues, claras: respecto de la bondad (Federico Peltzer) o maldad (Pär
Lagerkvist) de la naturaleza humana; respecto de la relación de cada autor
con Dios (Peltzer: queja; Lagerkvist: blasfemia) y respecto de sus personajes
con Dios (en Peltzer no devuelven la maldición, en Lagerkvist sí.) Y si así es Dios, el Padre, ¿cómo ven ambos autores
al Hijo? 3.4. La figura de Cristo. La obra de Lagerkvist en que con mayor atención y
profundidad la trata es Barrabás, por la que el escritor accede al Nobel de
Literatura en 1951. El drama de Barrabás, "el sustituido",
radica en no poder creer. Dice: "¿Cómo podría creer en el hombre cuyo cuerpo
había visto clavado en una cruz? En el hombre cuyo cuerpo se hallaba sin vida
desde hacía tiempo y que no había resucitado, según lo verificara él
mismo." 277 Dos veces reitera Barrabás en esta reflexión la
palabra hombre. No ha podido ver más que eso en Cristo, sólo un hombre débil
que fue crucificado. Esto se observa desde el comienzo del relato:
"—¿El Mesías?... No, no lo era —murmuró para sí mismo." 278 A partir de allí nada le ha bastado: ni ser el
"reemplazado", ni ver la tumba vacía, ni llegar a la
"luz" tras vivir en las "tinieblas" de la mina por obra
casi milagrosa de la fe de otros; nada. La mañana de la anunciada resurrección va al lugar
porque: "Que el muerto no pudiera resucitar de entre
los muertos, ya lo sabía, por cierto; mas quería comprobarlo con sus propios
ojos." 279 Frente al mismo hecho, la tumba vacía, la mujer del
labio leporino, que tiene fe, dirá: "—El Hijo de Dios ha
resucitado..." 280 Y Barrabás racionalizará su impotencia: "Favorecidos por la oscuridad, se habían
llevado al querido maestro, a quien adoraban, a fin de poder decir más tarde
que había resucitado, exactamente según lo había predicho él. No era
necesario ser un sabio para adivinar eso." 281 La identidad más honda de Barrabás es la que
descubre Pedro, sobre el final de la obra: "No tenemos derecho a
condenar a un hombre porque no tiene Dios." 282 Pero éste no es el Pedro evangélico; es un hombre
distante, frío, que no se muestra comprometido con el dolor humano, a quien
no se ve transformado por el Amor. Sin embargo, "el sustituido" quiere creer
(igual que nuestro anterior maestro, don Miguel de Unamuno): "—Porque yo quisiera creer —contestó Barrabás,
sin alzar la mirada hacia ninguno de los dos." 283 ¿Es a Dios a quien cuestiona Pär Lagerkvist por
esta falta de fe de Barrabás? ¿Esa es su última queja? ¿No hay una queja
anterior, hecha a las criaturas, y no al Creador, igual a la que sugerí en el
tema del silencio? Quiero decir, alguien tan carente de amores primordiales,
tan marcado por la falta de paternidad que llega al parricidio, por esa
maternidad que no lo fue en realidad porque su madre, una moabita vendida
para prostituta "[...] lo había maldecido en sus propias entrañas
y lo había traído al mundo maldiciendo al cielo y a la tierra." 284 ¿no tiene cerrado el camino hacia el Amor? ¿No es
la historia que los hombres le tejen sin amor, la falta de "imagen y
semejanza" en la criatura respecto del Creador, la que no lo deja llegar
a Dios, y no Dios mismo? Afirma Balthasar: "Es cierto que el hombre posee una especie de
conocimiento previo de lo que es el amor, puesto que de no ser así no podría
captar la señal de Jesucristo; sin contar con que de no ser así, tal señal
sería ininteligible y contradictoria, puesto que lo que aparece aquí es el
amor de Dios hecho carne, es decir, el amor de Dios bajo la figura del amor
humano." 285 Barrabás es un hombre marcado por múltiples
contradicciones: nadie tan salvado como él y sin embargo tan imposibilitado
para creer, con el signo del Señor en el pecho pero tachado, creyendo luchar
en Roma por los cristianos y haciéndolo en realidad en su contra. Dirá por él
Lagerkvist: "No, Barrabás no quería al Crucificado. Lo
odiaba. Era él quien había muerto a esa mujer. Él quien había exigido su
sacrificio y vigilado para que no pudiera evitarlo. Pues él había estado en
el foso. Ella le había visto y había ido a su encuentro tendiéndole sus
propias manos suplicantes; y le había asido del borde del manto. ¡Y sería el
Hijo de Dios! ¡El Hijo pleno del amor de Dios! ¡El Salvador del mundo!"
286 Pareciera que Barrabás odia en Cristo su propia
imposibilidad de creer. Y si la raíz de esta imposibilidad para entender el
Amor es su carencia de amor humano, volvemos al planteo de Balthasar: el
ateísmo de Barrabás hunde su espada en el corazón del lector cristiano
contemporáneo para cuestionarle su compromiso con el amor. Claramente lo hace
Lagerkvist en la descripción de la conducta de los cristianos con quienes
Barrabás comparte la celda, en las páginas finales de la novela. Pedro se le
acerca una vez, lo reconoce, le habla y no lo juzga. Pero Barrabás no recibe
de ellos más que silencio, distancia y soledad: "Se apartaron de él en silencio y volvieron al
lugar donde antes estaban sentados. El anciano los siguió, con paso lento y
suspirando. Barrabás quedó de nuevo solo." 287 La sentencia joánica se cierne amenazadora sobre la
imagen plástica de esta dolorosa escena: "Si alguno dice: ‘Amo a Dios’, y aborrece a su
hermano, es un mentiroso." 288 Dice Peltzer en el Prólogo a las Obras Completas de
Lagerkvist respecto del Cristo que el escritor sueco nos presenta: "Es muy reveladora su concepción de Cristo:
trasunta amor hacia su humanidad pero también lo percibe como limitado y
herido por la crueldad de su Padre. En una palabra, siente dolor por esa
víctima, pero no advierte el papel que juega en la Redención; sobre todo,
pasa por alto su glorificación posterior. El Cristo de Lagerkvist no tiene
Pascua." 289 Cristo es la gran víctima del Padre cruel para
Lagerkvist. Es la suya imposibilidad de adentrarse en el amor vicario del
Hijo. Dicho con palabras de Balthasar: "Nadie es capaz de encuadrar en áridos
conceptos el profundo misterio de cómo es posible que Dios ya no vea mi culpa
en mí, sino en su querido Hijo que es quien la lleva ahora sobre sí, y que
Dios, transformado en amor paciente, me mire y me ame porque soy un amado
doloroso para su Hijo. Y sin embargo tal como él nos ve al amarnos, así somos
para él, verdad absoluta e inapelable." 290 Y la figura de Cristo, ¿cómo se plantea en Peltzer?
Cristo no pasa en todos sus cuentos de ser una mención o cuando más, una
esperanza. No es un tema. Y esto no deja de ser notable en quien tanta
extensión, profundidad y conflicto tiene el planteo acerca de Dios. Por otra
parte, siendo Cristo el Verbo, la Palabra reveladora del Padre, desconocer o
relativizar su peso es buscar un camino errado para conocer al Padre:
"Nadie va al Padre sino por mí." 291 Jesús remite al Padre, y éste
da testimonio de sí en Jesús. Pero este Dios con el que pleitea Peltzer, es
el Dios conocido en la experiencia existencial del hombre, no el Dios que nos
sale al encuentro en el Hijo o en su Palabra. Pareciera que la rebeldía
también pasa por la elección del camino hacia Dios, exaltando la misma
libertad de la que en otras instancias reniega. También en las novelas de Peltzer la figura de
Cristo está sospechosamente ausente. En Tierra de nadie, es una alusión fugaz y
despersonalizada: "En amor siempre es necesario un Cristo." 292 En La noche, la mención se enmarca en un contexto
con marcado influjo de Lagerkvist: "—¿Cristo? No sé. Es más difícil encontrarlo.
Ya le dije lo del cuarto oscuro... —... —¿Cómo? No sé. —... —Rezo poco. —... —Miro mucho a los mendigos [...]" 293 El diálogo se interrumpe. Al continuarlo, dice
Mara: "—No me acuerdo. Creo que de Cristo. —... —Yo le decía que miro a los mendigos [...]"
294 La relación Cristo-mendigo recuerda a la mendiga
del escritor sueco, aquélla que se enamora del Verdugo y lo ama tiernamente.
Y por otra parte confirma la visión sólo humana de un Cristo sólo humano. Su
menesterosidad no le revela al escritor nada oculto tras de ella, no alude a
ninguna divinidad. En La razón del topo aparece en una escena de un cementerio: "[...] el Cristo despojado de manos, hecho y
puesto ahí de intento quizá, para que nadie le pida nada, porque un Dios sin
manos no puede dar, sólo compadecer; [...]" 295 Ya en "Precio de sangre", un cuento de
Con muerte y con niños, se había hecho presente esta imagen del Cristo de las
manos impotentes: "Recordó, años atrás, su primera visita a la
Catedral. Había mirado una figura blanca, manchada de sangre, en un madero.
Su madre le dijo: ‘Es Cristo, es Dios’. Pero un Dios debe tener las manos libres
para salvar a las madres y estrangular a los matadores de corderos. Un Dios
clavado no hace milagros." 296 En La vuelta de la esquina, también aparece, dos
veces y fugazmente, Cristo: "Se dio cuenta de que representaba la Cena.
Estaba Cristo, en el medio, bastante desteñido y con su acostumbrado aire
ausente." 297 Y más adelante: "Arriba colgaba un crucifijo grande: sin duda
estaba ahí desde que crearon el Juzgado. ¿A cuántos habría visto? El juez y
el condenado, pensó. ¿Para qué? Recordó la imagen de Cristo, un cuerpo
vencido, inclinado hacia la tierra. Sin proponérselo, recordó que se hacía
llamar ‘el hijo del hombre’. Nunca lo entendió, aunque estaba escrito en
varias partes. El hijo del hombre tenía que sufrir también, como todos los
hombres, como él." 298 La inclusión de la imagen del cordero en la cita de
"Precio de sangre" acentúa el carácter escriturario del párrafo y
destaca, por contraposición, la impresión reiterada del protagonista de La
vuelta de la esquina: la de un Cristo inútil. La lectura antropomórfica que Peltzer hace de lo
religioso tiene peso determinante, a punto tal de impedirle la penetración
del fenómeno sub specie contraria. Volveré reiteradamente sobre esta idea a
lo largo del trabajo. Peltzer ve en el "todopoderoso",
crueldad. Y en el "todomanso", impotencia. No advierte la clave de
amor que le permita develar en el ocultamiento el poder del que se entrega a
la muerte manso como un cordero, y la mansedumbre de su poder, que no hará
violencia a la libertad del hombre. A pesar del tono grave que este conflicto
evidencia, creo oportuno señalar, reiterando las diferencias entre Lagerkvist
y Peltzer, que en este último aparecen ciertas pinceladas de humor totalmente
ausentes del clima trágico que el primero crea. Estos rasgos son unas veces
irónicos, otras veces cordiales. Monseñor Beyle, ejemplificando estos
últimos, nos acerca una imagen de Cristo totalmente diversa de la que nos
brindó el Filisteo, cálida, cercana y por demás profunda: "—No, no soy perfecto, Monseñor. —Bueno, bueno, no se disculpe... Al fin y al cabo,
el mismo Jesucristo lo recomendaba; pero creo que sin mucha convicción."
299 El clima que este personaje crea está absolutamente
ausente de la obra del escritor sueco. 3.5. Los elegidos. Este Dios con el cual los hombres toman contacto a
través de la experiencia del mal, silencioso y cruel, tiene sus elegidos. En
el desarrollo de este quinto tema mostraré su progresión hacia la elección
del instrumento. Lagerkvist lo desarrolla en Barrabás, La Sibila,
Muerte de Ahasverus, Peregrino en el mar y La Tierra Santa. Sin duda Barrabás, "el sustituido", es un
elegido y lo es la Sibila: "Yo estuve realmente emocionada cuando me
comunicaron la noticia. ¿Elegida? ¿Había sido yo la elegida? ¿Era a mí a
quien llamaban al templo? ¿Me buscaban a mí para ponerme en contacto con
Dios? ¿Era yo la elegida para servirlo, para interpretar su pensamiento que
él me trasmitiría llenándome con su espíritu; poseída de un extraño
encantamiento? ¿Yo? ¿Me habían elegido para eso?" 300 Pero esta elección de Dios se manifiesta de
inmediato, para ella, como una tremenda prolongación de su maldición: "Lo que para mí era como una gracia divina,
como una predestinación, un llamado suyo, el hecho de haberme deseado y
elegido, y haberme hecho su profetisa por cuyos labios se expresaba...
parecía ser en cierto modo nefando. ¡Ser elegida por Dios era nefando!"
301 La Sibila es al mismo tiempo que elegida, maldita.
Lo segundo en directa razón de lo primero y en profunda coherencia dentro de
la dialéctica de esta cristología de signo inverso, que hará del elegido una
presa de Dios cruel. Dice a Tobías Ahasverus: "—No hay límites para el trabajo que se toma
si se trata de alguien a quien ha elegido. —¿Que ha elegido? —Sí, entonces no larga la presa. No la deja escapar
jamás. Ya nunca le devuelve la libertad... Pero bien se ve que tú no sabes
qué es eso de estar perseguido por Dios. —¡Perseguido! —Sí. —¿Por Dios...? ¿Es posible?" 302 Giovanni, en Peregrino en el mar, al hacer el
relato de su historia empleará con semántica diversa, en varias
oportunidades, la palabra "elegido": "[...] se abandonó de pronto y me apretó
contra ella, aunque no fuera yo el elegido, sino un desconocido [...]"
303 Y más adelante: "Y entre sus senos y mi pecho yo sentía,
mientras tanto, el medallón con la imagen de su verdadero bienamado, el
elegido, el que no era como los demás, el de la frente pura, el de aquél por
quien daría testimonio ante Dios." 304 En estas frases de Giovanni, tomadas de la lectura
que hace de su experiencia, es evidente que él se ve a sí mismo como el
"no elegido" por ella. Pero sin duda la lectura de toda su historia
lo revela como el elegido de Dios (o sea, el maldito), ya que el medallón que
debía contener el Vero Rostro, estaba vacío. Cuando Giovanni vuelve a emplear el término
"elegido" es en la larga página ya citada (en nota 265), referida a
su madre, la cual termina así: "Yo había sido siempre alguien aparte, el
elegido, el que ella y Dios escogieron. El que había sido donado a otro. Al
Señor, al Todopoderoso, para que se sirviera de él. A él había entregado su
único hijo. Y ahora me entregaba al diablo." 305 El elegido es aquí el rechazado por el amor
primero, el que le era debido, el materno; es arrojado a Dios,
"donado" dice la traducción, como si se exaltara el gesto de quien
da mucho más que el valor de lo dado. Y en definitiva la entrega del
"único hijo" (¿no admite doble lectura el eco cristológico de la
frase?) se hace al diablo, al mal que deviene así alfa y omega en la
cosmovisión de Pär Lagerkvist. Y en el último libro de la trilogía, La Tierra
Santa, en medio de un clima entre onírico y apocalíptico, Tobías se encuentra
con María y murmura: "Decía que era la madre del Hijo de Dios...
era curioso. ¿Por qué hablaba de eso? ¿Qué tenía él que ver con eso? Ella
había sido elegida para eso, decía, pero no porque hubiera en ella algo
notable, lo mismo pudo haberle sucedido a otra mujer, a cualquiera de las
vecinas o a una mujer de otra aldea. Lo dio a luz sin sospechar quién era, y
cuando llegaron los pastores, los tres reyes, no comprendía nada. Y tampoco
supo nada de que había de ser crucificado, de modo que era tan feliz con su
hijo como podía serlo cualquier otra madre. Pero cuando lo crucificaron sintió que una espada
le atravesaba el corazón y desde entonces ya nunca más fue la misma. Desde
entonces fue la verdadera elegida... pero para sufrir." 306 Más allá de la raigambre protestante de esta imagen
de María (menos negativa sin duda que la que aparece en Barrabás), vemos que
Lagerkvist plantea en ella el concepto de "elegida para sufrir". La elección nunca es glorificación, exaltación.
Siempre es nefasta, hunde en la maldición (a la Sibila), o en la persecución
(a Tobías) o en el mal (a Giovanni). Siempre es como para María, una elección
para el sufrimiento. A propósito de esta imagen de María en el escritor
sueco, es curioso señalar que en la narrativa de Peltzer pocas veces se hace
mención de la Virgen. En "La Orquídea", de Un país y otro país,
piensa Tito en el velorio de su madre: "La Virgen de la capilla es una
estatuita más, y las estatuas ya no tienen oídos." 307 Ante la pérdida
de la madre, la Madre pudo aparecer como refugio, amparo, consuelo. En
cambio, ella repite la actitud del Dios de Peltzer. En "Artículo 30", un cuento de Con muerte
y con niños, también aparece la Virgen. Se la invoca en el rezo del rosario y
las letanías: "Pura empieza el rosario, en voz alta"
308 y "las letanías llegan: ‘Mater...’ ‘Virgo...’ ‘Especulum...’
‘Domus...’ ‘Regina...’" 309 Se la vincula al perdón: "De rodillas.
La Virgen de Aranzazú puede perdonarme. Y Tú con Ella. Voy hilando Avemarías
como quien teje un telar. ¿Qué he tejido? ¿Palabras?" 310 Igual que en "La orquídea", su presencia
es mención o invocación, pero más allá de la ternura simple con que aquí es
nombrada, los hechos, al final, no se le atribuyen. Si ha tomado partido por
los más desvalidos, los que le rezaban, estos no tienen en cuenta su
participación a la hora del desenlace. Su intercesión no establece el
diálogo; más bien, acentúa el silencio de la criatura. En las novelas, la Virgen también aparece poco. En
Compartida, como una esperanza, quizá de retorno al paraíso perdido, al edén
materno: "Busqué algo en la cabecera de mi cama y vi,
como siempre, la estampa de la Virgen, una copia de la Anunciación de Fra
Filippo, aquella de los Uffizzi. Me pareció que los colores eran muy dulces y
que también era dulce el aire de recepción de la Virgen. Alguna vez volvería
la dulzura a nosotros." 311 En La vuelta de la esquina, Elsa se asombra de la
imagen que su marido conserva en el pecho. Parece ver en ella una leve grieta
en el mal, alguna perduración del bien materno: "En el cuello asomaba la cadena de plata;
podía adivinar, debajo, la medalla de la Virgen que, según le había contado,
le regaló la madre cuando entró en la Facultad. No comprendía por qué seguía
usándola. Se sintió mejor. Antes, cuando él estaba lejos, le daba seguridad
saber que la llevaba consigo." 312 Más adelante dice Elsa, tras haberse confesado:
"Sintió necesidad de rezarle a esa Virgen también joven, una mujer
preservada de toda miseria, pero que conocía el dolor. Casi de mujer a mujer,
o de hija a madre que sabe, a fuerza de tener muchos hijos y escucharlos a
todos." 313 Las menciones de la Virgen, como las de Cristo, son
escasas y poco sustantivas. Ambas ausencias transparentan el conflicto
religioso del autor que se verbaliza en la idea de Dios. Retomando el tema del elegido, éste aparece en
"El silencio", "El Filisteo", "Las arcas",
"La mesa de roble" y "La pantalla azul", y en la novela
La vuelta de la esquina. Caín, el protagonista del cuento "El
silencio", es el no elegido por el amor de Dios, quien, según él
interpreta la aceptación de los sacrificios, escoge a Abel: "Así me
sentía, solitario, frente a Aquél que elegía, según el dictado de su
capricho, los frutos de que alimentaba su poder." 314 Y ¿en qué se convierte el postergado, el no
elegido, el inevitable en esta dialéctica de un Dios injusto para Peltzer,
que decide caprichosamente a quien señala y ama?: "Ahora estaba solo,
frente a padre y madre, no ya a su lado. Y no era el continuador; era el
maldito." 315 Caín mata a su hermano y entonces cree descubrir
cuál es su papel en los designios de Dios: "Era como reconocerme un rostro que había
estado oculto y que nacía en aquel instante, para manifestar lo que hay de
horrible en el hombre; o quizá como asistir, a través de los ojos de un
hermano, al nacimiento de una especie nueva, la de los verdugos, cuya
progenie nunca podrá ser borrada de la tierra." 316 La palabra "elegido" se repite, una y
otra vez a lo largo de los cuentos. Así, en el diálogo entre David y el
Filisteo: "Nuestro pueblo lleva una señal, porque ha sido elegido para
erguirse sobre todas las naciones" (David) "Mi despecho creció: el
pueblo que él llamaba elegido era un usurpador, un verdugo." (el
Filisteo) 317 La reiteración del término es notable en este
cuento: "[...] Y ella (la voz) hablaba de modo
inequívoco a sus elegidos." 318 "Era el elegido..." (David)
319 "Quizá hasta el fin de los tiempos existan los elegidos y los
réprobos..." 320 y "Escapaba, un elegido más, de la ira ciega de su
rey... " 321 También aparece en "Las arcas": "Las arcas debían separarse: una, con los
elegidos por el otro...; nosotros hacia la isla de confusos límites."
322 Sin duda la frecuencia del término tiene relación
con el tema de ambos cuentos. El "elegido" aparece frecuentemente en
Peltzer relacionado a la idea de instrumento. El hombre es elegido por Dios
para ser su instrumento. Dice Caín en su confesión a Set: "[...] porque yo era el autor, y la muerte se
había valido de mí para cegar a Abel, mi hermano, el que no podía dejar de
existir sobre la tierra." 323 Y más adelante: "Entonces las visiones dejaron de hostigarme y
comprendí que la vida es una, que nace incansablemente de sí, y que yo había
sido un ciego y torpe instrumento... no sé; apenas algo más que el hacha
abandonada en el bosque, que quizá no exista ya, porque el viento y la lluvia
la habrán borrado para siempre." 324 Y el personaje que se siente a sí mismo instrumento
se vive como verdugo, porque él es instrumento del mal. Así, el juez de
"La mesa de roble", dice: "El juez –yo– se siente instrumento, martillo,
arma de la mentira; el juez es un verdugo. ¿En nombre de qué?" 325 Y agrega más adelante: "Me creí
instrumento." 326 Y aun: "Me creí víctima y verdugo, un verdugo al
revés." 327 Esta es también la experiencia de Manuel: "A veces siento como si todo estuviera ligado
por un orden invisible, como si yo fuera parte de ese orden y anduviera a
ciegas, sin poder mandarme, sin elegir." 328 Y su sentir se perpetúa en el tiempo del escritor,
subterráneamente, hasta reaparecer en su última novela, La vuelta de la
esquina. Dice Huerta, el cirujano: "—Lo mejor y lo peor de nuestra carrera es
esto: el poder, el enorme poder y, al mismo tiempo, hasta qué punto nos
sentimos instrumentos." 329 Cristo es el elegido del Padre, y el elegido para
sufrir, para ser víctima inocente, para redimir. Pero esto sólo es
comprensible, aceptable, desde la fe en el misterio de Amor que el Plan de la
Redención supone. Fuera de la economía de este plan es lógico entender que la
idea del elegido repugne a la razón. Y rechazada en Cristo, es rechazable en
cualquier criatura. Dios es silencio, es sin palabra, sin verbo para la
criatura de Peltzer. Y cuando interrumpe el silencio, maldice o muestra su
impotencia, su hastío. Cristo es su elegido, un desconocido, apenas un
esperado. No es bueno que Dios elija, dicen los personajes del escritor
argentino, porque si lo hace crea a Caín, al Filisteo, a Ziusudra, al no
elegido, y éste se convierte en verdugo, en instrumento del mal que Él ha
permitido desde el comienzo. También en Pär Lagerkvist aparece la relación
elegido-instrumento. Así la Sibila redondeará en una sola ambas ideas, dando
un tremendo alarido que aúna la blasfemia al más profundo y doloroso
sentimiento de ser víctima de un Dios Verdugo: "Pero tengo el puño cerrado contra quien
procedió así conmigo, contra quien se abusó por tal manera en su cueva
subterránea, en el agujero de su oráculo, aprovechándose de mí como de su
instrumento indefenso, violando mi cuerpo y mi alma, poseyéndome con su
terrible espíritu, con su vértigo, con su así llamada inspiración, con su
cálido aliento, su desconocido fuego, para que mi cuerpo, con su avidez
profunda diera a luz a ese idiota, que es una ofensa para los hombres, para
la razón y para el género humano, y para mí, que había de engendrarlo. Me
eligió para sacrificarme, para llenarme la boca de espuma y hacerme engendrar
un loco. ¡Para arrebatarme la vida entera!. Y me privó de toda dicha
verdadera, de toda la dicha humana, de toda la alegría a que tienen derecho
los demás y les proporciona la paz y la confianza. Me privó del amor, me
separó de mi amado, me quitó todo, todo, y no me dio nada en cambio, nada
como no fuera él mismo, quedándose permanentemente en mí, llenándome con su
presencia, con su insatisfacción, sin concederme jamás la paz, porque él
tampoco es la paz, y nunca me abandona: no me abandona nunca! ¡Cierro contra él los puños! ¡Contra él aprieto las
impotentes manos!." 330 En este universo de tremenda coherencia interna que
Lagerkvist ordena a partir del mal, la blasfemia es el acto de identidad del
condenado, así como su contraparte, la alabanza, es el acto de identidad del
hombre redimido en un universo cuyo principio creador y ordenador es el bien. Dice Peltzer en su Prólogo a las Obras Completas de
Lagerkvist: "La blasfemia puede ser un modo de oración,
cuando traduce la disconformidad radical del hombre que padece. Es un reclamo
desesperado, el único que puede proferirse, cuando no sentimos la paternidad
de Dios sobre nosotros." 331 Pareciera que Peltzer solidariza su sentir con el
del maestro, y en el "sentimos", como en el "nosotros"
une su experiencia a la del escritor sueco. La reiterada cristología de signo inverso que
permanentemente leo en Lagerkvist me remonta a Balthasar. Si como dice el
teólogo suizo en Sólo el amor es digno de fe: "Creer es sólo amar, y
nada puede y debe ser creído si no es el amor." 332 ¿cómo podría amar a
Dios esta mujer que se ha sentido elegida por el odio, la ignominia, la
crueldad de dios, de los que ha sido "instrumento indefenso"?
Aunque en realidad no es Dios quien la ha tratado así, sino los sacerdotes
creadores de ese dios caprino de la simbólica cueva subterránea, falsos y
simuladores, de los que dice: "Me daba cuenta asimismo de que ellos no se
dedicaban a dios sino a su templo, que era éste y no a él a quien amaban; al
templo, con todas las apariencias y riquezas de este mundo." 333 Sin embargo, no los hace responsables a ellos de su
nefasto destino, sino a Dios. Por eso le dice ella al Judío Errante: "Estás ligado a dios por su maldición lo mismo
que lo estarías si te hubiera bendecido. Él es tu destino. Tu alma está
poseída por dios, y por su maldición vives una vida con dios. Lo odias, te
burlas y lo ultrajas. Pero si interpreto correctamente tu relato, a ti nada
en el mundo te preocupa como no sea él, sólo estás poseído por él. A eso
llamas el odio que le tienes. Pero precisamente ese odio ardiente de dios es,
quizá, tu contacto con dios." 334 Este es el ápice de la inversión: el vínculo
Dios-hombre y su respuesta derivada (el vínculo hombre-Dios), es el odio. He desarrollado en paralelo temas de Pär Lagerkvist
a partir de la narrativa de Federico Peltzer para analizar en ambos autores
el mal en el origen, en la génesis de la realidad o de la experiencia
religiosa, y, oriundo de él, el silencio de un Dios cruel cuya única palabra
es maldición para la criatura, elegida para ser instrumento de su odio. Pero es imprescindible destacar que, más allá del
paralelo, la diferencia de grado entre el escritor sueco y el argentino es
determinante. Creo que la obra de Lagerkvist muestra a un hombre desesperado
frente a un Dios en el que no puede creer. Dice de su fe Peltzer: "Tal vez haya en ese obstinado apego a la vida
un amor oculto pero irrefrenable, al Autor que tanto se esconde. Una cosa es,
en efecto, el odio a Dios, o la falta de fe en Él, y otra la vuelta de
espaldas a su imagen en nosotros. Estamos tan prisioneros, tan determinados
por lo que nos condiciona, que a menudo nos engañamos acerca de nuestras
verdaderas creencias, como también sobre la razón de nuestros actos. Pero el
culto a la vida supone un homenaje implícito, quizá, a su Creador, pero no
por eso menos real. Implica reconocer en ella algo sagrado, porque por
ella somos, y todo es en ella." 335 Peltzer, en cambio, revela en su obra una
desilusión tal que convierte su literatura en la búsqueda de un paraíso
perdido, conocido y amado. Dios es el interlocutor de su angustiada
experiencia de Dios. Se enfurece o se entristece porque siente que Él ha
permitido el mal en el mundo y muchas veces el hombre sólo parece ser su
instrumento, pero compadece a ese Dios que está solo y en doloroso silencio,
menesteroso de la criatura. Lo dice Caín: "Te voy a revelar un gran secreto, lo que
aprendí en innumerables noches como esta: Él, también, está solo. Quizá su
silencio envuelva un llamado más doloroso que nuestras protestas o nuestas
súplicas; quizá, simplemente, se calla para que lo busquemos, para que nunca
nos cansemos de buscarlo." 336 La mirada compasiva de Peltzer sobre Dios configura
otra notoria diferencia entre él y Lagerkvist. Antes de finalizar estas notas sobre Pär
Lagerkvist, quisiera referir al escritor sueco esta cita de Balthasar, ya
aplicada anteriormente a Peltzer: "Considerado así, el fenómeno amedrentador del
ateísmo moderno podría ser, entre otras cosas, una medida de la Providencia
para obligar a la Humanidad, y sobre todo a la Cristiandad, a volverse hacia
un más alto modo de pensar en Dios." 337 Creo que toda la misteriosa estructura de la fe,
sacudida sísmicamente por la experiencia de la lectura de Pär Lagerkvist,
adquiere a la luz de Balthasar un sentido y un compromiso diferentes. ¿No se lee, acaso, desde otra profundidad esta
frase de la Sibila: "Él no es como nosotros, y nosotros no podemos nunca
comprenderlo. Es inasible, insondable. Es Dios." 338 si se la interpreta
desde Balthasar cuando dice: "Y sabe más el que sabe de la
incomprensibilidad de Dios, que el que no sabe de ella."? 339 No pretendo con esto forzar la interpretación de
Lagerkvist ni leer lo que él no dice o niega. Pero pienso que, abroquelado en
su razón coherente, sabe, y con dolor, que Dios es el totalmente otro, el
incognoscible. Sabe que es "incomprensible, insondable". Lo sabe
misterio. Esta es su mayor sabiduría. Y es su pobreza, porque no puede
aceptarlo así. Entonces lo busca y lo destruye con la razón, desde ella, a la
medida de ella, cuando en realidad la más alta palabra de la racionalidad
humana es la de su impotencia, su ineficacia ante lo sobre-racional. En este
punto de la interpretación convergen la influencia de Unamuno y la de
Lagerkvist sobre Peltzer. Dios se les niega (ellos así lo interpretan) porque
ambos maestros se atrincheran, no se entregan. Y el vasco parapeta su
incredulidad tras la razón y la convierte en medida de su fe, mientras el
sueco blasfema su angustia, pero sigue buscándolo y haciendo de su ateísmo,
de la demonización de Dios, la suya. Dice Federico Peltzer de la visión de Dios de Pär
Lagerkvist en el Prólogo de sus Obras Completas: "El hombre encadenado busca una salida que lo
libere. El escritor no puede hallarla en Dios, porque no cree en Él; por lo
menos, no reconoce en él los atributos que hacen de Dios la bondad suprema,
unida al máximo poder; es decir, el Salvador de las criaturas caídas. No
puede, así, sentirlo a Dios como todopoderoso, y no le llegan los efectos de
su misericordia." 340 ¿Y le llegan a Peltzer? A juzgar por su obra, creo
que en algunos instantes. En otros, el mal acapara su visión de la realidad,
y no hay en él resquicio para "el Salvador de las criaturas
caídas." Concluyendo, la influencia de Lagerkvist sobre la
imagen de Dios de Peltzer revela, a partir del análisis de los temas comunes
realizado en este capítulo, su importancia capital. En cuanto a lo que a imagen de Dios se refiere, no
es posible aprehender en profundidad la de Peltzer desconociendo la del Dios
de Lagerkvist porque ésta opera a modo de matriz de aquélla. La influencia,
más notoria en el período 1964-1973, aproximadamente, y explícita en "La
pantalla azul" (El silencio), perdura en el tiempo, y hasta la
publicación de La vuelta de la esquina (1986) Peltzer no se desembaraza de
ella. Es claro que los elementos constitutivos básicos de
esta imagen son antagónicos respecto de los del Dios que se revela en Cristo.
Así, la crueldad atenta contra la vicariedad, el silencio contra la
revelación, el Hijo víctima contra el Hijo Redentor, la maldición contra el amor,
los elegidos para sufrir contra los elegidos para participar de Dios. Sin
duda, lo más doloroso de esta cristología de signo inverso está, justamente,
en ser tal, una cristología: en no negar la estructura cristiana para adherir
a otra o a ninguna, sino en permanecer a su amparo para construir una
esencialmente diversa, pero signada por su fisonomía. En Peltzer coincide, a juzgar por lo que la obra
manifiesta, este influjo de Lagerkvist con una experiencia parental de sus
criaturas (lo analizaré en II, 1.2.) de tal naturaleza que las figuras
padre-madre-Dios Padre resultan signadas por sellos comunes. Este hecho
enraiza más aún el cuño de Lagerkvist y lo desplaza de lo intelectual a lo
vital-afectivo, convirtiéndolo en entrañable. Creo que aquí radica su fuerza. Pero una diferencia medular distancia a Lagerkvist
de Peltzer. La obra del primero es el testimonio de un hombre desesperado. La
del segundo muchas veces desnuda la angustia de su autor y otras deja asomar
alguna esperanza. La nada suele ser el destino último de los personajes del
sueco. La criatura única de Peltzer sigue buscando. 4. Conclusión. Este escueto triple paralelo temático, sustentado
en la comparación, permite adoptar frente a la imagen de Dios que Federico
Peltzer manifiesta en su obra, la perspectiva genética en lo que a literatura
y filosofía concierne. Sin duda, Peltzer lector resulta tocado por el Dios
que revelan Mauriac, Unamuno y Lagerkvist y por la experiencia religiosa que
testimonian. Peltzer escritor mira en el espejo del otro creador una imagen
de Dios semejante a la propia y, por su mediación, sabe más de ella. Considero que la influencia de Mauriac es, de las
tres, la más extrínseca. Entre ambos existen temas comunes en lo
teológico-metafísico (el mal), en lo psicológico (el deseo de Dios y la
hipocresía) y en lo dogmático (la inmortalidad). Sin embargo, esta impronta
opera más a modo de continente que de contenido. En estructuras temáticas
iguales, cada uno opta por posturas disímiles. La influencia de Unamuno, más interior, concierne
al espacio de lo intelectual y descubre las dudas comunes a ambos. Coinciden,
esencialmente, en lo que no logran creer. Inmortalidad y resurrección son,
para los dos, escollos en la fe. Unamuno y Peltzer se encuentran no tanto en
el experimentar a Dios cuanto en el pensarlo. El sello de Lagerkvist imprime carácter al Dios de
Peltzer. El influjo del escritor sueco es el más profundo y totalizador, el
menos ortodoxo, el más vital. Si el lector de Peltzer se pregunta por la
génesis de los atributos de Dios que contradicen su esencia (crueldad,
silencio, maldad, indiferencia), sin duda la respuesta es Lagerkvist. Unamuno
no puede creer, pero Dios, para él, es Dios. Lagerkvist tampoco, pero su Dios
no es tal. El pensador vasco se cuestiona a sí mismo al cuestionar su fe.
Lagerkvist cuestiona a Dios. Y sin embargo no corta el vínculo con Él, aunque
éste llega a ser el odio. Tampoco Peltzer se desentiende de Dios, a pesar de
su reiterada queja. El orden adoptado al tratar a los tres maestros
pretende ir, pues, de la influencia más periférica a la más visceral y
mostrar qué elementos de la imagen del Dios de Peltzer dicen relación con
estos autores. Sin duda, este triple paralelo no agota las
influencias, pero creo que todas las restantes resultan de menor importancia.
(De hecho, la poesía de Peltzer evidencia nítidamente la de Quevedo y la de
Salinas). Si éste es el material que Peltzer toma y recrea al
orquestar su imagen de Dios, resulta pertinente iniciar su análisis desde la
perspectiva del creador. Capítulo II EL CREADOR “Yo no supe a Dios sino a su rayo e imaginé un infierno donde estaba la gloria de su Amor trazando soles y su blandura cincelando pétalos” F. Peltzer Poesía secreta El objetivo de este segundo bloque de trabajo,
esbozadas ya las influencias, es la investigación de la imagen de Dios tal
como el creador, Federico Peltzer, la presenta en su obra. Desde una perspectiva relacionada con la dramática
interna de los personajes asistiré, por así decirlo, a la representación del
papel de cada uno, pretendiendo rastrear dicha imagen en su acción y
discurso. Desglosaré el tema en tres ítems. En el primero
analizaré los nombres de Dios, en especial el de Padre. En el segundo, las
cualidades, con particular referencia a dos de ellas: un Dios jugador y Dios,
poderoso impotente. En el tercero, la epifanía de Dios, estructurada en tres
aspectos: la presencia física, la voz y la mirada. 1. Los nombres de Dios. A modo de introducción de este apartado, enumeraré
los nombres con que Peltzer alude a Dios en su obra. 1.1. La enumeración. Dios es en la obra completa de Federico Peltzer,
una nítida presencia y también, una definida ausencia. Él, ¿cómo la nombra? ¿Con qué nombre llama a este
Ser que tan profundamente lo convoca, hasta lograr convertirse en su
silencio? Sin duda, la creación humana se cristaliza en dar
nombre. Toda una tradición literario-filosófico-teológica subyace en el tema
del nombre. Nombrar es completar, casi crear lo nombrado. Hay
en la cosa a nombrar una espera del nombrador. Encontrar el nombre es
descubrir la idea que Dios tiene de ella. Esa idea de Dios existe en ella.
Revelar el nombre presupone el encuentro con el ser de la cosa, con su
esencia. Y pareciera que existe en la cosa una
inabarcabilidad que la mantiene libre. Nunca se entrega en su profundidad
íntegra, de modo que lo más conocido se torna lo más misterioso, sobre todo
en su conexión con la totalidad del ser. De ahí que todo conocimiento, lejos
de agotarse en sí mismo, resulte promesa de un conocimiento mayor. La cosa está para ser nombrada. Y el nombrador sólo
se conoce a través de lo extraño del objeto. La otreidad lo constituye en
sujeto. Nombrar supone la fecundación de la interioridad
por la cosa y la devolución transubstanciada de la cosa al mundo. Nombrar es
parir lo espiritualmente poseído. Un verdadero proceso materno de
concepción-alumbramiento se sintetiza en el dar nombre. Lo peculiar del tema que me ocupa es el objeto a
nombrar: Dios, el Innombrable. Como en ningún otro caso la condición de
inabarcable es aquí manifiesta. ¿Qué nombre es posible dar a lo por
excelencia inefable? Como en ningún otro caso, Dios espera al nombrador y se
mantiene libre del nombre, que no puede agotarlo. Y como en ningún otro caso,
el nombrador se conoce a sí mismo nombrándolo. Dice la voz poética de
Peltzer: "Todo nombre es un rezo,/ por ti, por mí,/ por
el nombrado/ y el que nombra." 341 El proceso de interiorización que el escritor vive
se hace evidente, con el correr del tiempo, en el progresivo aumento de los
nombres de Dios, en la personalización que estos sufren y en el arribo al
Dios sin nombre, al Innombrable. En Con muerte y con niños, 1961, Dios comienza a
aparecer hacia el final, y lo hace sin nombres creados por el autor. En
"Olor" es simplemente Dios: "Pero Dios quería que valiera la
pena." 342 En "Artículo 30" Dios es, sobre todo, el Dios de
las interjecciones primarias, la palabra que involuntariamente brota ante la
experiencia de la muerte: "¡Dios, qué distinto es todo con el sol!"
343 o "¡Dios mío! No me mandes la voz de las preguntas." 344 Es sólo el tú del diálogo con la angustia: "De
rodillas. La Virgen de Aranzazú puede perdonarme. Y Tú con Ella."345 En
"Precio de sangre", un cuento duro sobre los hombres de la Iglesia,
los "milagros" y la impostura, Dios es sólo Dios, una vez Cristo,
siempre un impotente, un ser ajeno al hombre, sin piedad ni fuerza. Un
impasible al que el dolor no toca. En El silencio, 1973, el tema de Dios se hace
capital en muchos de los cuentos, y la creatividad respecto de sus nombres se
manifiesta con riqueza singular, como en ninguno de los otros libros. En
"El profesor de ajedrez" el cuento inaugural, Dios es nombrado por
primera vez, como "individuo". El término aúna su matiz despectivo
al hecho de nombrar sin otorgar identidad. El segundo nombre acentúa la
cualidad de desconocido: "forastero"346. Y en el cuento que cierra
el libro, "La revancha", Dios vuelve a ser denominado
"forastero"347. En ambos aparece insistentemente repetida una
tercera denominación, "el profesor". Su contraparte es el hombre,
"el alumno". Los términos parecen elegidos ex-profeso para
aproximarse pero no caer en el par evangélico: Maestro-discípulo.
Profesor-alumno imponen distancia, restan cordialidad y despersonalizan la
relación. La palabra-desenlace del cuento es la revelación de la identidad
del individuo-profesor-forastero: "[...] ¿Cómo me dijo que se llamaba? El profesor contestó: —Dios." 348 En "El silencio", uno de los cuentos más
centrados en el tema de Dios, Caín lo nombra con un predicativo y su sinónimo: "¡Él es el muro que nos ha sido destinado
desde un comienzo, la pared que subsistirá hasta el fin! Nosotros podemos
escribir los múltiples nombres con que se hace llamar, o trazar extraños
signos en ella; y aún concebir la ilusión de descifrarlos. Así también lo
hice, y las respuestas que leí fueron los inventos de mi mano, la sed que
acumulé en el desierto y que se ahondó en mis huesos para imaginar, rendido,
algún signo que la saciara. ¡Pero la sed está viva y la pared no tiene
palabras para mí!" 349 En el sentir de Caín Dios es el límite, el
silencio. Nombrarlo es una ilusión. Con Dios no hay ni vínculo ni lazo.
Nombrarlo es promover un dolor sin sentido, porque Dios no tiene palabras
para devolver al hombre. Y Dios es sin nombre, casi. Esto se evidencia en la
reiteración con que Peltzer lo denomina con un demostrativo, el que más
distancia implica, y, más a menudo todavía, con un indefinido: "Así me sentía, solitario frente a Aquél que
elegía, según el dictado de su capricho, [...]" 350 y "[...] todo
el tiempo sentía la presencia de alguien que me espiaba deseando que le
hablara." 351 Es notable la diferencia semántica entre este
"alguien" (con minúscula) de Peltzer y el mismo término que, usado
por Mauriac, suena cargado de significación. El mismo "alguien"
aparecerá otras veces en los cuentos, con valores diferentes, pero aludiendo
a Dios siempre. Así en "El bastón y la lumbre": "‘Alguien llegará cualquiera de estas noches’,
se había dicho a menudo. No sabía quién, pero esperaba una aparición, una
visita; tal vez una mano que viniera a buscarlo para otro viaje." 352 El indefinido, en la ternura de Monseñor Beyle,
nombra veladamente a ese Dios-Muerte que aguarda: aparición, visita, mano.
También en "La mesa de roble" se usa el término. Lo hace el segundo
suicida, el juez: "Me creía delegado por... alguien." 353 No se
anima a llamarlo por su nombre. Agrega: "Quizá imaginen por quién. El me
había puesto [...]" 354 Y al comienzo de la aparición de Dios, en el
mismo cuento, dice el relator: "Era como si todo el tiempo alguien hubiera
estado allí escuchando, sin ser advertido, lo que habían expresado con tanta
libertad." 355 Otro nombre reiterado es "Autor". Set, el
de inconfundible ternura, así lo llama en "El silencio":
"invisible autor" 356 En "Claustro de profesores" el
muchacho, renegando de la teología, dice: "Estaba la dureza de Dios, el Padre, el
Autor." 357 Y la frase parece mostrarlo recusando también de la
filiación, en postura claramente antagónica a la de Set. En Un país y otro país, 1976, se repite el último
nombre en "Ronda para un infinito". Llama a Dios: "Autor
responsable de las limitaciones" 358 La creatureidad del hombre se lanza
contra Dios como un reproche. El don gratuito de la vida no es vivido como
tal. La rebeldía lo vivencia como castigo. Dios resulta responsable de las
limitaciones, del mal en suma. En "Claustro de profesores" se mencionan
otros dos nombres, poco frecuentes en Peltzer: Cristo y el Salvador. Pero no
deja de llamar la atención que aparecen a propósito de la condenación del
demonio, el ángel caído, como si Peltzer quisiera poner en escena a los
personajes del drama con nombres contradictorios: Cristo, el Salvador, es el
que no salva. En "La pantalla azul", y usado como
predicativo, Dios es nombrado como "el jugador": "[...] dándose a aquel juego que los poseía
como si otro fuera el jugador [...]" 359 Así vemos entroncarse este tema de los nombres de
Dios con el de un Dios jugador. Esta afirmación se corrobora en La razón del
topo: "[...] algo que te mandó ese Dios balanceador que arma y
descalabra a sus muñecos." 360 En Tierra de nadie, la primera novela, Dios es el
"[...] Dueño del poder." 361 En La razón del topo aparecen dos modos más de
nombrar a Dios relacionados con el de Tierra de nadie: "Muy poco hablábamos de nuestro querer vivir,
de esa especie de pliegos con peticiones que todos quisiéramos presentar al
Gran Proveedor." 362 "[...] todo-lo-quita, porque es el único que
todo lo puede dar." 363 El último y quizá más rico de los nombres, aparece
en el final de "La mesa de roble". Lo he separado del otro
apelativo del mismo cuento ("alguien") por considerarlo
especialmente significativo: "Porque yo era el mendigo en quien no reparó
al entrar; un mendigo mudo que deseaba ardientemente ser reconocido."
364 Es Dios quien se nombra a sí mismo mediante un
predicativo. Desvinculada de su contexto, la frase adquiere una carga
conmovedora de amor y misterio. Inserta en el monólogo del Dios suicida,
desolado e impotente del final del cuento, la significación se trueca. En "El Filisteo", cuento escrito en 1980,
la temática del nombre madura, se silencia, se despoja de otros nombres. Dice
el protagonista: "[...] para quien busca lo que aún trato de
averiguar: el nombre tras el cual se esconde el más sabio y el más
fuerte." 365 Dios permanece escondido tras su nombre
desconocido. El nombre que no se conoce es otra máscara de Dios para
ocultarse. La esencia, que podría revelarse en él, permanece innombrable:
"[...] me enteré de muchas cosas, entre otras, del celo de su Dios innombrable
[...]" 366 Pareciera que el concepto se va profundizando, y más que no
nombrar por desconocer, la experiencia del Filisteo es imposibilidad de
abarcar, de nombrar lo excesivo: "El amor, el rechazo, las preferencias de su
Dios sin nombre, se me ocurren similares al abismo cuyo fondo nadie puede
sondear; [...]" 367 Esta condición de abismal corrobora el proceso de
profundización, de intimismo que el tema va adquiriendo, su distanciamiento
del deseo reiterado de nombrar, observado en cuentos anteriores, y su
inmersión en el misterio. Más adelante repetirá la frase idéntica: "¿No
pecó el rey Ajab contra su dios sin nombre [...]?" 368 Ya en el final
del cuento, aparece el único nombre de Dios: "No he podido saber, en cambio, el Nombre ni
el Secreto que el Otro esconde, si en verdad existe y es algo más que el
recurso de que se ha valido para sojuzgar a su pueblo único, celoso y
vengativo como él." 369 Es llamativa en los personajes de Peltzer esta
dolorida actitud de decir lo teológicamente más rico con un tono tal de
despecho y reproche que la lectura resulta inversa. La experiencia de lo
absoluto de Dios, de lo misterioso por incomprensible, por superior, por
excesivo, de su Otreidad total, el desprendimiento del antropomorfismo,
parece crucial en la experiencia de Dios. Pero aquí opera a la inversa. La
imagen de Dios desmaterializada en el Nombre, el Secreto, el Otro, es
cuestionada en el espejo de su pueblo. En él, su unicidad, su celo y su
proclividad a la venganza lo retrotraen a un esquema estrictamente
antropomórfico. Pareciera que la luz brilla y se opaca, se afirma y
se niega en este proceso, en esta lucha febril y contradictoria del hombre
que no cesa en su anhelo, perseguidor o perseguido de una sed más grande que
él, hasta estallar, imperativa: "Pero alguna vez El tendrá que mostrar su
rostro, revelar su nombre y dar una respuesta clara, porque no es bueno que
el corazón se agote preguntando lo que no puede saberse." 370 El camino bíblico-evangélico transita desde el
antropoformismo de un Dios que pasea en el paraíso a la hora de la brisa o se
enoja, hasta el Dios Excesivo de la Cruz, hasta el Dios Totalmente Otro.
Peltzer usa las palabras del misterio para decir lo antropomórfico. Emplea la
voz de la trascendencia para hablar de una contingencia tal en Dios que lo
aniquila como Dios. Insiste en una "pauperización" de Dios
llamándolo "mendigo", "Otro", "Alguien", en
contextos tales que despojan a esos nombres de toda grandeza, de toda
Presencia. Recorrer la lista de los nombres atribuidos a Dios
por Peltzer en su narrativa (Dios, Tú, individuo, forastero, el profesor,
muro, Aquél, alguien, Autor, jugador, Dueño del poder, Gran Proveedor, el que
todo-lo-quita, mendigo, innombrable, dios sin nombre, Otro) permite descubrir
que se originan en un experimentar a Dios como a un extraño, a un
desconocido, a un ser despersonalizado algunas veces y distante otras. Pero
confirman, al mismo tiempo, la certeza de la existencia del ser diferente,
superior y límite del hombre. No hay negación de Dios. Hay, sí, rebeldía. Un
deseo permanente de enfrentar al Otro con el poder de la propia palabra sin
resignarse a vivir sin su Palabra, de negar su paternidad sin asumir la
orfandad, de afirmar su crueldad o su dureza sin olvidarlo. Sus criaturas se
confrontan con Él como adversarios porque creen en su existencia, pero no
experimentan su amor. Aunque en algunos (el Filisteo, por ejemplo), la
esperanza permenece abierta. 1.2. Dios Padre. Enumerados y analizados los nombres con que Peltzer
llama a Dios, me abocaré a investigar en el escritor argentino el más
esencial y universal, el más rico en connotaciones psicológico-teológicas: el
de Padre. Fundamentaré este aspecto de la investigación en un
texto del teólogo belga Antoine Vergote: Psicología religiosa. El objetivo es intentar la lectura psicológica de
un determinado símbolo literario de Peltzer: el de las figuras parentales.
Creo que a la luz de los elementos que la obra de Vergote aporta y dada la
rica coincidencia de ciertos personajes del escritor argentino con las
afirmaciones del teólogo, es posible enriquecer la lectura desde este
enfoque. Dice A. Vergote: "Arriesgándonos a proponer una interpretación
psicológica de la historia religiosa del símbolo paternal, diremos que el
padre representa un modelo arcaico de Dios, que no comienza por adquirir su
verdadera significación sino a partir del momento en que desaparece la
evidencia original intuitiva." 371 1.2.1. La relación padre-Padre. La focalización apunta, pues, en primer término, a
descubrir la imagen de Dios en Federico Peltzer a partir de la imagen del
padre real que aparece en la obra, entendiendo que éste, en cuanto hecho
literario, ya es un padre símbolo. Dice Caín, confirmando la relación padre-Padre:
"Por fin, los ojos se hicieron voz, y me llamó, y era parecida a la voz
de padre, pero más ronca, más total, como si brotara de todas las cosas y el
mundo fuera su garganta." 372 Explica Vergote: "En sus principales obras sobre la religión,
Freud nos muestra que, en virtud de su función propia, el padre despierta en
el hombre la representación de Dios." 373 En el cuento "El silencio" aparece,
coincidentemente, una primera mención, que enmarca la concepción. Dice Set:
"Padre era duro y silencioso; por necesidad, no por su índole." 374
Dios es para Peltzer, reiteradas veces lo vimos, duro y silencioso. La
criatura no parece tener otra opción primera más que la de ver a Dios según
el rostro de su padre. La disculpa inmediata ("por necesidad") hace
suponer una segunda naturaleza en el padre, más íntima, más tierna y
comunicativa pero que, habitualmente, no se exterioriza. La analizaré al
final de este ítem. Sin duda, el texto donde el tema del padre se
perfila con claridad neta es en el repetido sueño del médico de "La mesa
de roble": "A menudo, de noche, me asaltaba el mismo
sueño agotador: me veía en la infancia, en nuestro jardín, protegido por un
cerco demasiado pulcro. Mi padre mataba hormigas con la máquina fumigadora y
yo lo ayudaba. Era preciso tapar con barro las bocas de los hormigueros, para
que el veneno resultara eficaz y ni una hojita fuera amenazada. Pero el humo
salía por innumerables agujeros: junto al arriate, en el cantero de las
rosas, entre los jacintos, cerca de la huerta... Corría, las manos llenas de
barro. Quería servirle; era mi padre, lo amaba, y me había llamado a
colaborar en aquella delicada tarea. Pero su voz no bastaba para hacerme
ubicuo. Las columnitas de humo parecían una burla de aquella tierra que
contenía en sí el mal, como otra semilla. Entonces mi padre me llamaba con
una palabra dura: ‘Inútil’. Sonaba como el peor de los insultos, porque
revelaba la contradicción entre mis fuerzas y el verdadero poder. Jamás
alcanzaría su estatura; siempre fracasaría ante el mal. Me despertaba
sudoroso, febril, y revivía mi experiencia de la niñez. Así era yo: un ser inútil, enfrentado al mar, el
mar que siempre desborda." 375 La escena de infancia adquiere un manifiesto
carácter simbólico en la memoria del médico, que corporiza en ella su
angustia metafísico-religiosa: las hormigas son el mal y el padre es Dios.
Desde esta lectura, el "jardín", el "barro" y el
"veneno", las menciones del deseo de servir, la paternidad de quien
lo convoca, su amor y el llamado a colaborar en la obra circunscriben el
episodio en un marco cosmogónico. El padre-Dios es sólo una voz que lo llama
con una palabra dura: "inútil". (Analizaré esta palabra en III,
3.3.2.) Resulta interesante interpolar a este texto, para ampliar el espectro
de la comprensión, otro de Vergote: "Uno de los rasgos más desconcertantes y a la
vez más fascinantes de la gran tradición judeo-cristiana, es el aparecer
esencialmente como la religión del Padre y de la Palabra [...]" 376 Sin duda en esta tradición se enmarca el escritor
argentino con su mención del Padre que es una voz, una palabra. Pero lo
terrible es la naturaleza de esta palabra, lo que ella "revelaba"
(es término de Peltzer) del Padre, que no es la paternidad, esencia de la
promesa y de la dialéctica de la fe (el Padre supone al Hijo que se confirma
como tal por la palabra paterna) sino su antítesis: la desprotección, la
negación del hijo y el insulto. El médico continúa con su historia y unas páginas
más adelante vuelve al sueño, en un párrafo que comienza así: "Una
mañana descubrí que mi fe no era tan profunda", con lo cual nos queda
asegurada la identidad del Padre al que aludía. Más adelante dice: "Me quería convencer de que lo hecho estaba
bien; y perdonarme por no tener más fuerzas... ‘Inútil’. La antigua voz
paterna volvía. Siempre mi limitación, siempre el error, cuando estaba a
punto de ganar. Las piernas cortas y la meta demasiado alta... Y el humo, el
humo brotando como una risa de la tierra virginal y sabia. ¿Para qué salvar,
para qué intentar aquel cambio que, a mi muerte, borrarían el hastío y el
desgaste?" 377 Se advierte con claridad, desde la frase
encabezadora del párrafo, que habla de la relación con Dios, pues lo que se
cuestiona es su fe. De ahí en más se destacan: la culpa del hombre, fundada
en su creatureidad, y el Dios-voz-palabra que repite su sentencia leitmotiv:
"inútil". Y la palabra: "Sonaba como el peor de los insultos, porque
revelaba la contradicción entre mis fuerzas y el verdadero poder." 378 Sólo así es un insulto (en sí misma o en otro
contexto podría ser claramente vaciada de esa significación), ya que ofende
la desmesura de lo que injustamente se le exige en relación a sus fuerzas. La
actitud del "verdadero poder" que nada hace en el jardín por ayudar
al hijo, sino que sólo insulta, se ajusta a la imagen del Dios cruel, oriunda
o confirmada en Lagerkvist. Volviendo a "La mesa de roble", la
conclusión soteriológica queda planteada como un interrogante: "¿Para
qué salvar?" Sin duda, desde la culpa del inocente y frente a un Dios
esencialmente injusto, ¿qué significa la salvación? Dice Vergote: "[...] este esbozo nos permite poner en claro
los componentes humanos que integran la imagen paternal y que cabe reducir a
tres notas fundamentales: la ley, el modelo y la promesa." 379 Y más adelante: "La exposición realizada sobre el símbolo del
Padre, introduce naturalmente en una psicología de la culpabilidad, puesto
que la función paternal en la génesis de la experiencia humana o religiosa,
se define por la palabra que es a la vez prohibición, reconciliación, y
reconocimiento." 380 Vemos pues, relacionando los dos pares de trilogías
de Vergote, que la ley supone la prohibición, el modelo la reconciliación y
la promesa el reconocimiento. Pareciera que en Peltzer esta doble trilogía se
inserta en el relato: la ley-prohibición en la idea de la culpa, esbozada en
términos como "perdonarme", "limitación",
"error" (y quizá, llevando más lejos esta lectura, la prohibición
del padre podría rastrearse en la alusión sexual edípica sugerida con
"tierra virginal y sabia" como símbolo materno). El padre que
impone entre el hijo y la madre la ley, la prohibición, que separa al niño de
la madre, se convierte para él en modelo, porque el niño se identifica con el
padre, al que lo une una ternura inicial, interiorizando su ley. Este es el
paso del modelo-reconciliación que Vergote elabora a partir de Freud. Creo
advertir que en el texto de Peltzer esto no sucede: "[...] la antigua
voz paterna que volvía [...]" lejos de obrar como la palabra que
"[...] exorciza la fascinación" muestra a Dios como aquel al que el
hombre no quiere parecerse, porque su dureza, su incomprensión de la
limitación creatural y su insulto hacen imposible la reconciliación. Si, entonces, no puede darse la
promesa-reconocimiento (dice Vergote: "[...] el padre es aquel que
reconoce al hijo." 381) este Dios de Peltzer no actúa como padre, no
reconoce al hijo en su semejanza, no tiene promesa para hacer. Por eso
"¿para qué salvar?" No hay qué ni de qué salvar, porque no hay
salvación. Y no la hay porque no hay amor. No hay límite entre el mal y el
Reino. El mal reina. Y el hombre es un "inútil" frente a él. Si bien el material que este cuento, "La mesa
de roble", aporta al estudio de la figura del padre real es muy rico,
indagaré en otras obras de Peltzer, de modo que el muestreo del material
atestigüe la objetividad del análisis. Una pauta reiterada en el tratamiento de la figura
paterna es su ausencia. En Tierra de nadie, ni Juan, el protagonista, ni
Rosita, tienen padre. Los dos han muerto. En "Siesta", un cuento de Con muerte y
con niños, la ausencia es distancia: "[...] el padre vuelto a casar,
lejos, [...]" 382 y "[...] el padre siempre lejos." 383 También Laura, en Compartida, reitera una y otra
vez la distancia: "[...] intuía la distancia que lo separaba de
mis problemas y le tenía fastidio, porque bebía mucho y su aliento era fuerte
cuando me besaba al regresar de sus visitas." 384 Otra pincelada remarcada en el retrato paterno es
la debilidad (lo confirmará "Jano") que, enfrentada a figuras
maternas, se agudiza. Así, en La razón del topo, Mario Kremer refiere, en
tríptico, situaciones vividas con el padre (pp. 54 a 56). El común
denominador es la actitud débil, pasiva, indecisa de éste, que si bien
promueve el acercamiento del hijo y facilita su aceptación del padre: "[...] pugno por decirle (y no sé decirle) que
aquella noche se ha muerto el ídolo, el semidiós, pero ha nacido el hombre, y
que me gusta verlo fallar [...]" 385 también determina la identificación con el fracaso "[...] como sin duda fallaré yo en el futuro,
porque no tengo estatura (ni la tendré) para que el traje de mármol
incorruptible me siente;" 386 La preponderancia de la figura materna sobre la
paterna es clara en la afilada lucidez de Mario Kremer: "Admitió la
dirección materna [...]" 387 También es frecuente en las novelas de Peltzer
saltar de Dios a la figura paterna o realizar el movimiento inverso,
confirmando la tesis de Vergote. Lo primero se verifica en La razón del topo.
Dice Kremer refiriéndose a Dios: "Un ser impecable –casi como papá–
[...]" 388 y el movimiento contrario aparece en La noche: "Papá era
una especie de presidente, de providencia." 389 El lenguaje teológico
(lo trataré en III, 3.3.1.) se confirma: "—Me buscaban solamente cuando les hacía
falta. —... —Para la alianza. —... —Contra papá y mamá. Eso es lo bueno de tener hermanos."
390 La conversión de los términos es elocuente:
hermanos=hombres; papá y mamá=Dios; padre=poder ("presidente" +
"providencia"). Luego, padre=Dios. Y es transparente la inversión
respecto del planteo bíblico: la alianza es entre los hermanos y contra las
figuras parentales. Algún eco de Lagerkvist resuena todavía en Mara. En La vuelta de la esquina la imagen paterna se
endurece: "El pantalón, mojado, le gritó su evidencia:
la vejiga no había podido resistir. De chico le sucedía, cuando su padre le
pegaba." 391 La distancia que apareciera en "Siesta" o
que denunciara Laura, se mantiene, aunada en esta novela a una frialdad
notoria: "No quería conocer las razones de aquel hombre
duro, exigente, que no sabía salvar la distancia, no le preguntaba sino cuánto
dinero necesitaba (a fin de mes) y jamás se había acercado para darle un beso
o averiguar qué le pasaba [...] En religión, ni oír hablar de Dios: ‘Mi
religión es mi conducta’. ‘Hablar de ese Dios tan curioso me parece un
manoseo con las cosas serias, casi como hablar de cuestiones sexuales delante
de las señoras.’" 392 La conclusión a que conduce el retrato aparece en
boca de la esposa, perfilando los sentimientos filiales y descubriendo el
meollo de la figura paterna: "—Los chicos te tienen miedo. A fuerza de ser
duro, sos injusto. Así no pueden tener confianza en vos." 393 Más allá de la riqueza que la lectura psicológica
de los símbolos puede aportar, las conclusiones respecto de la imagen de Dios
en Peltzer no se modifican en lo esencial. Dios no es Padre, su crueldad
niega la paternidad, no se revela en su Palabra, es un Dios de silencio, la
salvación no existe. Son, en definitiva, las mismas notas puntualizadas en el
paralelo con Pär Lagerkvist. Sólo que aquí no han sido deducidas del
personaje Dios sino del personaje padre. Dice Vergote al respecto: "El [término] de ‘transferencia’ de cualidades
paternales sobre Dios, es más apropiado [que el de ‘proyección’] a condición
de que se respete la distancia que separa la imagen del padre de la de
Dios." 394 Esta es la distancia que intento salvar. 1.2.2. La relación madre-Padre. En su análisis acerca de "La religión del
padre" Vergote atestigua: "Se pueden encontrar extrañas nuestras
consideraciones, pero los datos positivos aportados por nuestra encuesta
sobre los símbolos parentales de Dios, atestiguan que la imagen divina se
revela como la síntesis compleja de ambas figuras parentales." 395 Ya antes había afirmado: "Podemos concluir, por lo tanto, que en los
dos sexos las cualidades maternales y parentales evocan el ser de Dios, lo
cual muestra, en nuestra opinión, que, al menos entre los sujetos cristianos,
la idea real de Dios se forma por la mediación de dos imágenes parentales
reconocidas en sus funciones diferenciales." 396 O sea, uno de los elementos constitutivos de la
idea de Dios es el símbolo de la madre. Balthasar coincide en este punto con
Vergote cuando afirma: "Es natural, pues, que el niño vea lo
absoluto, perciba a ‘Dios’ en su madre y en sus procreadores (Parsifal,
Simplicius), y que sólo en un segundo y tercer estadio tenga que aprender a
distinguir el amor a Dios del amor experimentado." 397 El segundo término de este ítem será, pues, el
análisis de la figura materna para develar desde ella la imagen del Dios de
Peltzer. Entre los cuentos, es "Jano" el que presenta la imagen
materna más articulada en un personaje. No es mucho pero sí harto revelador
lo que sabemos de ella: "[...] la mujer gruesa miró, desafiante, como
si quisiera significar que a su hijo le daba lo mejor, de puro buena madre, y
que la ropa (resultado del sacrificio de su marido y, sobre todo, de ella)
debía ponerse, mostrarse, porque para eso la habían comprado." 398 Más adelante (el relato se interpola con la
historia del narrador) dice: "La madre, escudada en su honestidad y su
eficacia, hundió también la cuchara en el helado propio (que para dar ejemplo
pidió de frutilla, aunque le gustaba la crema portuguesa), mientras el chico
parecía conformarse, con una larga práctica de resignación, como si le
hubieran ofrecido un juguete y al ir a comprarlo, se encontrara con que
estaba vendido y debiera elegir otro, inclusive de más precio, pero no el que
buscaba." 399 Y la última mención es una reflexión del relator,
Jano, acerca de la madre: "‘Implacable’, pensó. ‘Es implacable. Hará de
él lo que se proponga. Terminará por elegirle la carrera, el empleo... Se
casará con una mujer de la que no estará enamorado pero, eso sí, parecida a
la madre.’" 400 Es evidente la carga de castración que esta mujer
vuelca en el hijo. Su amor enfermo, que comienza siendo un castigo para sí
("[...] pidió de frutilla, aunque le gustaba la crema portuguesa.")
se prolonga en "implacable" castigo sobre el chico. Y el componente
edípico que el narrador plantea en el final de la última cita es claro, sobre
todo si se tiene en cuenta la labilidad de la figura del padre: "El
hombre era delgado, enjuto, con ojeras de fumador" 401 y "[...]
resultado del sacrificio de su marido y, sobre todo, de ella [...]" 402
Es un pobre hombre sin lugar en la trinidad familiar, o porque no supo
hacérselo, o porque la "mujer gruesa" no le permitió encontrarlo.
Desde la elemental elección de lo que se van a servir en el café se muestra,
en la diferencia, el desacuerdo con su mujer: "[...] El padre era partidario de una bebida sin
alcohol, mientras que ella insistía en un helado de fruta." 403 Él, incómodo con ella: "Probablemente quería liquidar el paseo lo más
pronto posible y estaría, ya, añorando la tensión de la oficina." 404 es su adversario, su contrincante vencido, nunca su
cónyuge. Esta mujer, carente de nombre y de atributos maternales, tampoco es
esposa. Su autoritarismo ("‘Es tarde, hay que ir a casa, rezar y
acostarse en seguida’[...]" 405) y su posesividad ("Ella miraba al marido, sin duda para hacerle
notar el mayor éxito de su gestión y para que tuviera en cuenta que le era
imprescindible." 406) involucran "tanta inquisición" para el
marido como para el hijo. Además de este cuento, las cinco novelas publicadas
por Peltzer también muestran, con mucha riqueza en algunos casos, figuras
maternas. En Tierra de nadie, la madre de Rosita aparece
caracterizada, esencialmente, como una mujer cruel: "Doña Rosa era
cruel." 407 Usa con Juan un lenguaje harto hiriente: "¡Su hija con
un empleadito, chiquilín y huérfano! Jamás lo permitiría." 408 Su
crueldad rebosa frustración y egoísmo: "¡Claro que sos poco! ¿O te crés que ví’a
permitir que pase penurias, como yo, con un chiquilín que no sabe nada de la
vida? ¿Pa qué es linda? Cuando se tiene una hija como Rosita se le busca un hombre
rico, no un güérfano como vos. Y por suerte, ya los tiene a montones."
409 Se la llama "harpía", es grosera y
violenta, y en definitiva, la responsable del drama final. En el borde del
desenlace, enfrentado al suicidio tras la violación, dirá Juan: "Sí.
Dios era cruel y culpable." 410 El primer calificativo es usado
textualmente por Peltzer en relación a la madre y el segundo se desprende del
papel que ella juega en la relación de los dos adolescentes. Señalo como muy
significativo el traslado a la imagen divina de cualidades atribuidas a la
madre, en confirmación de la tesis de Vergote. En cuanto a la madre de Juan, sólo mencionada para
hacer pesar su muerte, su ausencia, aparece sobre el final de la novela, y,
misteriosamente, sin voz: "Lo único borrado era la voz." 411 Esta
madre muda se asemeja mucho al Dios en silencio que la obra de Peltzer
presenta. Los atributos específicos de las dos madres reales de Tierra de
nadie: "cruel" y silenciosa, son los que más frecuentemente Peltzer
adjudica a Dios. Compartida brinda también material para el análisis
de la figura materna. Frialdad y distancia son las pautas de conducta de la
madre de Laura: "[...] mamá, esa extraña [...]" 412 y
"Papá y tía Inés eran más dispuestos para la intimidad; mi madre, no. Lo
hubiera considerado una flaqueza." 413 Laura se descubre en dolorosa semejanza con su
madre: "[...] tenía las mismas inclinaciones que
mamá, tempranamente despiertas. Bastaba mirarme... Era una perdida
[...]" 414 Esta mujer que tanto marca con las múltiples caras
de su desamor a la protagonista, al final de la novela se aleja por segunda
vez de la hija, reeditando quizá el abandono, pero abriendo también la
esperanza de una relación fundada en el perdón: "—[...] Quiero darte
tiempo. [...] Para que aprendas a mirarme como a tu madre." 415 En La noche, Mara hace una sola mención precisa de
su madre: "Mamá era una mujer con una solicitud enorme; pero no sabía
acariciar." 416 El lacónico modo con que expresa la única carencia que
le adjudica muestra al lector una imagen caracterizada por la frialdad,
atributo ya verificado en obras rastreadas. Muy abundante es el material que La razón del topo
ofrece para el análisis del tema que me ocupa. La madre que Peltzer retrata
en esta novela confirma los rasgos de las anteriores. En la falta de ternura,
por ejemplo: "Era una mujer dura, de voz grave y fuerte,
mandona; pero tenía los ojos dulces. Tal vez pudo ser otra, si no hubiese
sido como era. Quiero decir que, allá abajo, había un fondo de dulzura al que
jamás se llegaba." 417 La frase de Mario Kremer recuerda aquella otra de
Set, referida a la verdadera "índole" de Adán. La presencia, tanto
en lo femenino como en lo masculino, de una naturaleza que se deja intuir
pero no se explicita, de un "corazón" (en el sentido bíblico del
término) que existe pero no se muestra, determina vínculos sin comunicación,
ataduras sedientas de amor permanentemente. Tal presencia perfila ya la
silueta de la contradicción, el silencio y la antinomia
revelación-ocultamiento que desarrollaré en las "Conclusiones". Dice en otro momento Mario Kremer de su madre:
"Supe, cierta vez, que no quería tener niños. Pero nací." 418 El
patrón que rige las relaciones humanas también deja su huella en el lazo
entre Dios y el hombre, ya que el Dios de Peltzer no parece desearlo nunca.
Él es el que advierte "[...] que lo hecho no era bueno." 419 La
criatura queda implícita en el neutro de la aseveración. Tampoco la madre de
Mario lo deseó. Su femineidad resulta cuestionada en esta afirmación y en rasgos
de su retrato como "dura", "voz grave y fuerte",
"mandona". El vínculo que establece con el hijo es edípico: "Aquella mujer concreta no fue la mujer. Me
pareció un mal sueño, un rito cumplido al margen de lo real. Quizá imaginé
que un monstruo me tenía entre sus brazos para arrancarme de mi madre; y que
yo, de puro ingrato, me prestaba a ello... Ya no era sólo de mi madre, para
ella, hasta que ella quisiera conservarme suyo y de nadie más." 420 En La vuelta de la esquina las apariciones de
figuras maternas son escasas y, en alguna medida, aplacan la crueldad y
dureza de las anteriores: "[...] la madre, una mujer apocada, joven
todavía, pero decidida a clausurar su vida para todo lo que pudiera
significar una afirmación." 421 Otros rasgos se mantienen. La protección excesiva,
por ejemplo, con su carga de asfixia y cercenamiento de la libertad: "Su
madre (demasiado protectora) [...]" 422 También permanece el vínculo
edípico, muy relacionado con el anterior y tan anulador como él de la
posibilidad de crecer y, en suma, de ser: "[...] el temor de que ninguna
mujer pudiera hacerle olvidar lo que había recibido de su madre." 423 1.2.3. La síntesis de las dos imágenes parentales. A. Vergote enumera los caracteres propios de las
dos imágenes parentales: "El padre aparece como titular de la autoridad
legisladora, poder, fuerza, norma, inteligencia ordenadora y juez; distante,
severo, inconmovible, dinámico: es el que aporta la claridad, el que orienta
hacia el porvenir, el que dirige, el que toma la iniciativa, el que hace tomar
al niño conciencia de su pequeñez, el que es fuente de prestación. Por su
parte, la madre aparece como interioridad, profundidad, intensidad, refugio;
acogedora, afectiva, tierna, servicial, paciente; la que participa en las
preocupaciones del niño, le protege, le cuida, sabe esperar, está siempre
dispuesta, descubre lo que es delicado, permite ser infantil, acoge y
ampara." 424 Comparemos ahora la caracterización del padre y la
madre en las obras de Peltzer con las notas que Vergote codifica. Los términos usados en el retrato del padre son:
"duro", "silencioso", muerto, lejano, ausente, distante,
"impecable", "presidente", "providencia",
débil, dominado, exigente, temible, castigador, injusto. Más allá de la
contradicción que algunos pares revelan, (es importante tener en cuenta que
los rasgos se refieren a personajes diferentes de obras diferentes, y que lo
antagónico es lenguaje frecuente en Peltzer) sólo aparecen en relación a
Vergote los que se refieren a la prohibición, que, desprovistos de los últimos,
más vinculados con el modelo y la promesa, determinan la experiencia humana
de un padre duro y cruel, un juez. En cuanto a la madre, los términos del retrato son:
"desafiante", "escudada en su honestidad y eficacia",
"implacable", autoritaria, posesiva, "cruel", frustrada,
egoísta, culpable, muda, "esa extraña", silenciosa, fría,
abandonadora, "dura", "mandona", "no sabía
acariciar", sobreprotectora, no desea ser madre. Ninguna de las pautas
de lo que podríamos llamar el "en sí" de lo materno ("interioridad,
profundidad, intensidad") se dan en la madre de la narrativa de Peltzer.
El resto de las pautas, las que constituyen un "para el otro" (ser
servicial, tierna, acoger, cuidar, etc., y especialmente descubrir lo que es
delicado o permitir ser infantil) quedan radicalmente descartadas del retrato
y, me atrevería a decir, sustituidas por sus contrarios. La madre aporta poco
de su especificidad a la constitución de la imagen de Dios. No suaviza ni la
dureza ni la crueldad paterna, ni fecunda en su calor, en su interioridad o a
su amparo la ley del padre, para que ésta se convierta en modelo y promesa.
No se quiere bien, no se acepta mujer, no desea al hijo ni permite la
identificación de éste con el padre, que por otra parte, no aparece como
modelo. Es más, ella manifiesta en su imagen y conducta caracteres
típicamente masculinos e instaura en el vínculo con el hijo una pesada carga
edípica. El lector establece rápidas relaciones entre ella y el Dios de
Peltzer. Es notoria la extremada ausencia de virtudes, cualidades o rasgos
positivos en ambos retratos. Existen, sin embargo, en los cuentos de Peltzer,
algunos párrafos breves, casi perdidos en la totalidad de la obra a los que
me atrevo a prestar especial atención antes de terminar este tema, ya que su
análisis puede convertir la taxativa afirmación anterior en una pregunta. Dice en "La mesa de roble": "[...]
estaban inundados por aquel vibrante amor de padre" 425 La frase no
parece tener explicación sumada a todas las otras que hemos citado. Quizá
emerja, también, de una "ciudad sumergida... desde la cual Dios le
dictaba sus palabras" como señala Peltzer refiriéndose a don Miguel de
Unamuno. En el mismo contexto se encuadra la alusión de Set
acerca de la segunda naturaleza del padre, que sin duda existe, porque
arranca del hijo la explicación, la disculpa. Y la acotación, me animo a
leer, vale para el Padre. Es una intuición de terneza, hecha por un personaje
que a lo largo del cuento revela su peculiar sensibilidad para percibir este
aspecto del amor (en Eva, en Mariel, en Adán, en Caín, en Dios). Creo que
cada personaje aloja en sí algún timbre de la voz de su autor. La de Set es,
quizá, la más cálida palabra de Peltzer acerca del Padre. Más adelante, en el
mismo cuento, Set describirá largamente su experiencia de la ternura del
Padre: "Así crucé el desierto. Un día avisté un
arbusto, y no era una visión. Lo toqué y bendije a la tierra que le daba
sustento, porque estaba otra vez en un país como el de padre. Más adelante
pude saciarme en un arroyo y recostarme a dormir bajo la sombra de un
verdadero árbol. Entonces olvidé la sed que había padecido, el frío y el
calor. Boca abajo, clavé mis uñas en aquel suelo que producía frutos, levanté
mis ojos para buscar al invisible autor que me había salvado, y aunque nunca
lo vi, y quizá tampoco vea jamás su rostro, ni reciba el aliento de su voz,
como padre y Caín, le dije palabras elegidas y sentí en mi corazón que me
escuchaba. Comprendí que me hallaba de vuelta, pero no en mi
país; y que todo el tiempo, su mirada había seguido mi huella y su mano me
había levantado. Aprendí entonces que es necesario el desierto para gustar el
sabor de la vida." 426 Los subrayados destacan un lenguaje de dulzor
inusual en Peltzer al referirse a la relación Dios-hombre. Pocas veces los
personajes del escritor argentino bendicen, o levantan sus ojos para buscar a
Dios, o se saben salvados, o dicen "palabras elegidas". Nunca otro
personaje fue escuchado y protegido por la mirada y la mano de Dios. Este es
un Dios Padre providente. De El habla la naturaleza benigna que otorga a Set
el olvido del mal. Y la prueba (el cruce del desierto) adquiere sentido. La
vida adquiere sentido cuando se ha hecho la experiencia del amor de Dios. Creo que no es posible, a la luz de la totalidad de
los textos analizados, cerrar este tema del padre con una afirmación unívoca.
Lo que gritan el médico ("La mesa de roble"), la madre
("Jano"), Laura, Mario Kremer, Mara, Elsa, Eduardo Huerta, y lo que
susurra Set ("El silencio") no es idéntico. Sin duda, la reiteración de unas voces y la
aparición temprana en la vida del autor de la otra, la fugacidad de su paso y
su falta de continuidad, dan pie a otorgar más peso a las primeras que a la
de Set y fundamentan lo negativo de la teolgía del escritor argentino, a la que
me refería al finalizar el punto anterior. En efecto, cuando la mayoría de
las criaturas de Peltzer se refieren a su padre o a su madre, nombran a un
ser con quien mantienen o mantuvieron una relación compleja, conflictiva,
signada por el desamor, el abandono o la sobreprotección enfermiza. Desde
esta óptica es coherente la imagen del Dios de Peltzer. El Dios de su obra es
un padre semejante a las figuras parentales de sus personajes. En tal
similitud apoyo la aplicación de la tesis de Vergote a este aspecto de la
narrativa de Peltzer. Pero la existencia de la voz solitaria y dispar de
Set alcanza para afirmar que el Dios duro y cruel de la obra de Peltzer no es
su único Dios. No es el de todos sus personajes y, por sobre todo, no es el
que justifica la búsqueda. Es el de la palabra y la rebeldía, el que se gesta
ante la evidencia del mal. Sin embargo, hay otro, guarecido en el silencio
del creador. Es el que aflora en Set. En El se puede creer y al que, por
esto, es ineludible perseguir. 2. Las cualidades de Dios. La referencia a los nombres se completa con la
enumeración de las cualidades que Peltzer atribuye a Dios en su obra. En primer término pasaré revista, desde una
perspectiva general, a las que aparecen como atributos, positivos unos,
negativos los más, para detenerme luego en dos particularmente
significativos: Dios jugador y Dios, poderoso impotente. 2.1. Los atributos. Desarrollaré este primer tópico en los cuentos
"El jugador de ajedrez", "La revancha", "Claustro de
profesores", "El bastón y la lumbre" y "La mesa de
roble" de El silencio. En "Las arcas" y "El
Filisteo". En "Casos extremos" II y "Ronda para un
infinito" de Un país y otro país. En "Scheherazada", de El mar
que tanto sabe de las piedras. En La sed con que te llevo y Los oficios, poesía,
y en las novelas Tierra de nadie, Compartida y La razón del topo. Las cualidades no siempre aparecen enunciadas con
un adjetivo. Muchas veces constituyen una aposición, un predicativo o un
predicado. Otras, están implícitas en la significación de un verbo o en la de
una frase completa. Por eso, además de citar, agrego en este ítem la
enumeración como método de trabajo, a fin de no sumar citas para extraer de
ellas sólo la palabra en cuestión. En dos de los cuentos, "Las arcas" y
"El Filisteo", las cualidades son atribuidas a los dioses cuando,
en el contexto veterotestamentario, se alude a los pueblos paganos. En "El jugador de ajedrez" Dios aparece
como desafiante, aburrido, impasible. En "La revancha", se mantiene joven, no
reconoce al hombre, se muestra sagaz, distraído, caprichoso, imprevisible,
respetuoso sólo de ciertas reglas. En "Claustro de profesores" es el que
sabe, tiene todo previsto, está aburrido, es cruel, impasible, duro. Su amor
hace posible el infierno. En "El bastón y la lumbre" se equivoca y
se muestra menesteroso del hombre, lejano, inaccesible y solo. En "La mesa de roble" su voz suena
hastiada, aparece desolado, yerra, odia las estadísticas, siente miedo y
desea destruirse, luego ser reconocido y, más adelante, dormir, sólo dormir.
Padece un desengaño infinito y mucho cansancio. No quiere resolver. En "Las arcas" los dioses son invisibles,
llenos de impureza, vengadores. En "El Filisteo" son sordos, ciegos, impasibles, aburridos. Y el Dios que el Filisteo busca es el más sabio y el más fuerte, se manifiesta como peregrino, viajero, movedizo. En "Casos Extremos" II, cuento de Un país
y otro país, Dios está muerto. Y en "Ronda para un infinito", del
mismo libro, es sordo e insensible, impasible y cruel hasta lo inhumano. En "Scheherazada", Dios es inexplicable,
contradictorio, sórdido, solícito. En La sed con que te llevo es el "siempre
oculto." 427 En Los oficios es "mi dios", "mi
dios imprescindible", "dios extraño." 428 En Tierra de nadie es ese "Dueño del
poder." 429 En Compartida dice Laura: "Dios era el
ausente, el olvidado, un desconocido [...]" 430 En La razón del topo Dios es "el obsesionado por lo inmutable." 431 Y
también: "Tal vez Dios tenga índole de bromista y se burle con lo serio.
Quizá sea su manera de no llorar por los hombres." 432 Pero sin duda la caracterización más completa del
Dios de Mario Kremer aparece en una larga página en la que se pregunta
primero cómo es el Dios en el que cree Dolores y luego se interroga acerca de
la imagen de su Dios: "¿Te acordás de tu Dios, Mario? ¿Alguna vez lo
sentiste de verdad? ¿O fue una más, entre las innumerables convenciones que
era mejor aceptar callado, porque discutirlo habría sido peligroso para la
tranquilidad, ese valor supremo de tu ámbito? Era un Dios muy lejano. Una mezcla de papá y de
abuelos con barbas que todo lo prohibían. [...] Y si tal programa no se
cumple, el poder, la avasalladora mano que aplasta, el lento infierno donde
el invisible Dios gendarme delegará en su famoso lugarteniente los suplicios
que El no se atreve a ejecutar, aunque inventa." 433 Este resulta ser: "Otro Dios: un intangible y desaliñado sujeto
de misterioso origen, colector de clavos y espinas. No el propagador del
perdón, la paz y el amor." 434 Y la conclusión: "Tuviste un Dios de estado
policial." 435 Este Dios, de nítido origen psicológico, armado desde la
rebeldía ante la imposición religiosa familiar, niega a Dios. En Él no es
posible creer. Lo primero que la heterogeneidad de rasgos
extraídos de los textos revela es lo no convencional de la imagen. Un Dios
aburrido, distraído, caprichoso, hastiado, miedoso, cansado, desolado, que
frecuentemente yerra y que desea dormir hasta destruirse, no compatibiliza
con la imagen ortodoxa del Dios cristiano. El antropoformismo de la mayoría de sus notas y la
insistencia en calificarlo con defectos se evidencian en la primera lectura.
No hay virtudes en Dios. Sólo en pocos personajes (Set, Monseñor Beyle) asoma
la ternura por Él. Este último sabe que "Dios nunca despoja hasta el fin
[...]" 436 Sabe a Dios menesteroso del hombre y quizá, en
algunos momentos, la misma mirada tiene Dios para sí mismo cuando necesita
ser reconocido en el mendigo ("La mesa de roble"). Una segunda lectura del listado descubre que el
Dios de Peltzer no sería tal sin Lagerkvist. Caracteres como impasible,
insensible hasta lo inhumano, cruel, duro, lleno de impureza, vengador, sordo
y ciego, irresoluto, tienen, sin duda, su origen en el maestro sueco. En otras cualidades se advierte la impronta
bíblica. Así, Dios es el que sabe, el que tiene todo previsto, el más sabio,
el más fuerte, el imprevisible, el invisible. El Dios peregrino, viajero,
movedizo, que envía a su pueblo por el desierto y después, de vuelta, hacia
la Tierra Prometida. Misteriosamente, estas cualidades, mostradas como
atributos de Dios en el texto bíblico, aquí tienen, en su mayoría, una
connotación crítica. En el Dios muerto se patentiza la tragicidad de
toda una temática filosófico-literaria contemporánea. El resto de las cualidades parecen ser las que
nacen de las experiencias más personales de Dios que Peltzer hace, las más
despojadas de influencias. Dios es para él desafiante, aún joven, no reconoce
al hombre, sagaz, respetuoso sólo de ciertas leyes, su amor hace posible el
infierno, odia las estadísticas, sufre un desengaño absoluto. Las cualidades enumeradas confirman e intensifican
la imagen de Dios del escritor argentino que este segundo capítulo va
perfilando y corroboran lo negativo de su teología. Este Dios no es Dios. No es el "Totalmente
Otro". No es el que todo lo sabe y lo puede, el que por amor crea la
criatura libre y por amor la redime. No es Amor, ni Origen ni Misterio. Casi
no hay en Él perfección. Es menos que un ser humano. Es una suma de defectos
sin grandeza. Es la obra de una agónica catarsis que necesita purificar de
escoria la imagen recibida y la forjada. Pero, justamente, esta necesidad
catártica confirma, por un lado, su existencia y, por otro, revela el
profundo deseo del Dios vivo, del verdadero. En el Dios que el escritor
muestra no es posible creer. No tiene sentido buscarlo. La afanosa sed de El
que evidencia la creación literaria de Peltzer habla de otro Dios. Esto es
innegable. Pero el Vero Icono permanece oculto en el silencio. La palabra del
escritor argentino afirma lo que Dios no es y calla lo que es. 2.2. Un Dios Jugador. Entre las cualidades atribuídas por Peltzer a Dios,
se destaca, por la insistencia con que es planteada, la de jugador. La temática del juego en Peltzer, no se ciñe, sin
embargo, a su relación con Dios. Aparece muy ligada a la vida, como si ésta
fuera muchas veces un juego (travesura, apariencia o derrota). Sólo desarrollaré, ciñéndome estrictamente a mi
tema, la relación Dios-juego. Dice en La sed con que te llevo: "¡Oh,
Dios que tanto juegas!" 437 Dios juega algunas veces con el hombre, pero las
más, lo hace su juguete. Este tema muestra estrecha relación con otro de I,
3.3.5: el hombre como instrumento de un Dios cruel. Son múltiples las facetas del juego de Dios o con
Dios: escondidas, cartas, dados, ajedrez y disfraces. El primero aparece en
La noche: "Pero algún día dejaremos de jugar a las escondidas con
Dios." 438 El segundo en Los oficios: "Otro mezcla los naipes y se burla;/ otro
permite el goce del instante,/ el intenso minuto,/ la borrachera que el azar
disipa." 439 El tercero en La sed con que te llevo: "La
vida es como un dado/ [...]/ La mano que jugaba nos tiró." 440 Los dos
últimos, de más extenso y profundo tratamiento en Peltzer, serán analizados a
continuación. Los rastrearé en los cuentos "El profesor de
ajedrez", "La revancha", "La pantalla azul", y
"La mesa de roble" del libro El silencio y en "Jano" de
Un país y otro país. En el primero y el segundo, Dios juega al ajedrez con el
hombre; en el tercero y en el quinto, el hombre es el juguete de Dios y en
"La mesa de roble" Dios habla de sus juegos, el de los disfraces. En "El profesor de ajedrez", Peltzer
enfrenta a Dios y al hombre en una partida de ajedrez que el primero propone.
La imagen, por demás rica y elocuente, del creador y su criatura
"jugando", por invitación del primero, esta guerra simbólica del
tablero-batalla, corresponde a la concepción que se va perfilando claramente
en el escritor argentino respecto de la relación Dios-hombre. El juego al que
el profesor desafía, rápidamente se presenta como una ciencia: "No jugaban, sino que estudiaban métodos
[...]", "Ya conoce casi tanto ajedrez como yo." 441
"Pero, antes, vamos a dar la última lección.", "El hombre miró
el tablero, repasó la posición y la consideró a la luz de todo lo que
sabía." 442 "Esta ha de ser la última lección." 443 El juego se manifiesta como un aprendizaje para el
hombre, del que ha de salir vencido. Su primer error aparece registrado en la
segunda línea del cuento: "[...] no entendió bien el apellido;"
(del desafiante), desconoce al adversario, se mide contra quien no puede. Y
el segundo, su audacia (¿o soberbia?): "En realidad el hombre apenas
sabía mover las piezas, pero aceptó." 444 ¿No resuena algún eco lejano y
un tanto velado de la escena inicial entre el ángel caído por soberbia y
Dios? Pero aquí, el movimiento que desatará el mal no arranca del creado (el
ángel deseó ser como Dios) sino del Creador: Él es el que propone jugar. Y
propone jugar para ganar, porque uno de los contrincantes, Él, es el profesor
y el otro debe aprender a jugar. Este aprendiz resulta, ante la maestría del
adversario, el verdadero juguete. Y aprende, por último, que "Es malo
fiarse mucho, ¿no?" 445 El juego de Dios con el hombre es el reverso, la
antítesis de la providencia. El hombre es para Dios un instrumento, un
juguete de su hastío: "[...] como si pensara en que ya era tiempo de
irse a otro pueblo menos aburrido." Dios es un "forastero", de
apariencia semejante "[...] a los dandies de la época de Mansilla."
446 No es un padre. Es coherente que su conducta no sea la providencia con el
hijo. Condena al hombre a perder, porque nunca debió instar al hombre a
"medir sus fuerzas". Y es notable la ceguera del hombre,
inexplicable casi en quien sabe algo de ajedrez, porque no prevé la jugada
del adversario, cree que "Estábamos iguales..." 447 cuando en
realidad está a una movida de ser derrotado por la sabiduría. El segundo cuento que plantea el tema del juego de
ajedrez es "La revancha". La trampa parece acechar desde el título,
porque Dios le juega sucio al hombre aceptando la partida por tiempo para
decirle cuando ya es tarde: "—Anda, pero no marca el tiempo... para
mí." 448 Este Dios tramposo, "distraído",
"imprevisible", caprichoso, se enfrenta a un hombre que juega con
"lealtad" y que ha dedicado toda la vida a prepararse para ese
momento. Hasta parece haber hecho de su adiestramiento un sacerdocio de
triple voto: pobreza ("Decidido a formarse con solidez, renunció a
muchas cosas: no trabajó (vivía de la exigua renta que le dejó su madre)
[...]"), castidad ("[...] no se casó [...]") y una compulsiva
obediencia a su decidida vocación ("[...] no emprendió otros estudios,
aparte de aquel absorbente adiestramiento;") 449 Las conclusiones del
cuento anterior se reiteran: Dios no juega al ajedrez con el hombre, la
guerra es contra el hombre, el hombre es su juguete. La humillación del
fracaso se hace clara al final: "Con un último arranque, el hombrecillo gritó
[...]" 450, "[...] hecho un inútil enredo de manos y
lágrimas." 451 Y Dios: "Después miró a los demás, como para
hacerlos testigos de que él no tenía la culpa." 452 No hay padre, ni filiación, ni providencia. Hay un
Dios superficial y frívolo que usa al hombre como juguete para aliviar su
aburrimiento. En Un país y otro país reaparece el tema con
semántica equivalente: "[...] un juego del que sólo eran piezas,
peones insignificantes que despejaban el terreno para el jaque final
[...]" 453 Consideraré a continuación el segundo aspecto del
tema del juego, que surge como conclusión del anterior: el hombre es juguete
de Dios. Aparece con nitidez en "La pantalla
azul", (aunque ya fuera esbozado en "El silencio"). El cuento
relata la historia de Manuel, el muchacho joven y Dolores, la mujer casada.
Él recuerda la primera noche de amor: "Y ni siquiera podía abandonarse del todo,
porque la novedad del amor era tal que no le bastaba amar, sino que le era
preciso mirarse (y mirarla) amando, dándose a aquel juego que los po-seía
como si otro fuera el jugador, y también los mirara, o usara, para algo oscuro
que se había reservado, y apenas les concediera aquel reducido infinito de
tortura-goce a fin de que soportaran, o admitieran, su papel de piezas
insustituibles." 454 Manuel y Dolores se poseen, pero son más bien
poseídos por un juego que otro juega. Ellos resultan tan sólo las piezas en
este ajedrez de tres que no se nombra. El verdadero jugador es Otro, alguien
que los mira. Muchas veces Dios aparece en Peltzer mirando al hombre,
silenciosamente. Y no suele haber amor en la mirada, ni ternura, ni compasión.
En Caín, por ejemplo, es la mirada del juez ("Entonces empecé a sufrir
los ojos sobre mí." 455) En "La pantalla azul" usa las piezas
para llevar a cabo "algo oscuro que se había reservado", un destino
que les es desconocido, del que no son actores sino títeres, instrumentos. A
ellos sólo les queda soportar o admitir. No elegir. El verdadero jugador, el
Omnisciente, dispuso el tablero y las piezas. Y la certeza de ser
"insustituibles", quizá la única que pudo ser positiva, tiene más
relación con el secreto de Caín ( "Porque Dios nos necesita." 456)
que con ningún supuesto de amor. El hombre como juguete de Dios aparece también,
explícitamente, en "Jano". No se refiere aquí a las relaciones de
pareja, sino que surge de las melancólicas reflexiones del relator, que una
tarde de domingo repasa en un café de la plaza del pueblo la seguidilla de
amargores de su vida. Identificado con el chico de la mesa vecina, (ya lo
vimos en el tema del padre) de frustrada infancia por culpa de una madre
"implacable", piensa: "¿O, en fin, mediaba algo más grave, más
oscuro, que ni él ni la mujer, ni el chico (la presunta víctima), alcanzaban
a percibir, un juego del que sólo eran piezas, peones insignificantes que
despejaban el terreno para el jaque final, la combinación decisiva que
estaría encadenada con otras y serviría a un plan muy vasto, inhumano a
fuerza de abarcar la humanidad entera? Sí, indudablemente Dios vendía y
sustituía los juguetes." 457 Más clara aún que en la cita de "La pantalla
azul" es esta referencia al juego de ajedrez ("peones",
"jaque"), e idéntica la alusión a las personas como piezas, y ese
"algo oscuro que se había reservado" se convierte en "un plan
muy vasto, inhumano a fuerza de abarcar la humanidad entera" que reitera
la imagen de incomprensibilidad: "[...] mediaba algo más grave, más
oscuro [...]". La frase final de la cita recuerda otra anterior: "[...] mientras el chico parecía conformarse,
con una larga práctica de resignación, como si le hubieran ofrecido un
juguete y, al ir a comprarlo, se encontrara con que estaba vendido y debiera
elegir otro, inclusive de más precio, pero no el que buscaba." 458 Ese vender y sustituir de Dios es un usar sin
respeto, porque lo que vende y sustituye es un objeto, una pieza, un peón
insignificante. Llegamos, pues, a las mismas conclusiones que en el juego de
ajedrez: tampoco aquí hay padre, ni filiación, ni providencia. El plan (la palabra no debe haber sido tomada al
azar por Peltzer) es un tablero de juego, sobre el que un Dios frívolo mueve,
según su antojo, las piezas. En "La mesa de roble", Dios habla de sí
mismo, teoriza acerca de su juego, lo explica: "El poder siempre engendra... no sé... un
sentimiento de culpa. Cuando yo hacía las cosas, antes... sí, cuando las
hacía, era todo entusiasmo: un ingenuo entusiasta, creaba de prisa, como un
chico que monta el juguete complicado con el que se promete jugar días y
días, sin desarmarlo, sin variar. Pero una vez tuve que detenerme: las
manos... estaban llagadas... llagadas a fuerza de crear. Entonces, sin
quererlo, vi. Quiero decir que, desde el borde del espacio destinado a mi
juguete, empecé a ver los frutos de lo creado. Sentí, como ustedes, miedo...
algo que no suelo sentir. Perdí la cabeza y quise también destruirme, porque
advertí que lo hecho no era bueno. Todavía me estremece el recuerdo de aquel
desengaño: infinito, sí, infinito. A mí las cosas me ocurren siempre así, con
desmesura. Había usado el poder, como mejor podía. Y aquel poder enorme no
había engendrado más que dolor, muerte y dolor. ¡El poder es Dios!" 459 La creación, el fruto del poder, es un
"juguete complicado" y frente al Dios bíblico que vio bueno lo
hecho, este Dios ve lo contrario, siente miedo y el más anti-divino de los
deseos: el del suicidio, motivado por el desengaño infinito, ya que sólo
había logrado engendrar muerte y dolor. Creación y criatura son un juguete
trágico en manos de un Dios asombrado e inseguro de ser tal, impotente,
balbuceante, autodestructivo, culpógeno. La imagen es degradada, miserable,
no mueve a compasión sino que despierta la rebeldía. Cerca del final del
cuento, otra vez Dios habla de su juego: aquí es el de los disfraces: "‘¡He querido tanto que me descubran! pero
están los disfraces... siempre los disfraces. No he podido abandonar la manía
de jugar con ellos. Nunca me pude acostumbrar a mi verdadera imagen, ésta que
rompe tantas cosas...’" 460 Dios que no se quiere o no se acepta, tan inmaduro
como el de la cita anterior, igualmente depresivo, juega a disfrazarse para
que lo descubran, para llamar la atención, para que se interesen por Él, lo
busquen. Se confirma el secreto de Caín: "Dios está solo y nos necesita",
"[...] se calla para que lo busquemos, para que nunca nos cansemos de
buscarlo." 461 En la narrativa de Peltzer Dios juega. No logra ser
más que por brevísimos chispazos padre providente. Es un niño irresponsable
del poder, que juega a ser otro, que ni se ama, ni ama lo que hizo, ni es el
amor; pasa del entusiasmo al hastío, pierde la cabeza. Su imagen destruye. No
hay un Padre universal que vele por el hombre. Dios no es Dios. El hombre
está infinitamente solo, es un juguete del capricho de su Creador. En este
Dios que juega no se puede creer. La actitud del Dios jugador de Peltzer
difiere radicalmente de la que presenta, por ejemplo, Péguy en "El juego
del ganapierde". El Dios del autor francés dice: "He jugado muchas veces con el hombre,/ pero,
¡por Dios!, que era sólo para salvarle/ y he temblado de no poder salvarle,
de no lograr salvarle/ y Yo mismo me preguntaba con miedo si sería capaz de
salvarle." 462 En síntesis, el Dios de Peltzer juega a cinco
juegos: escondidas, cartas, dados, ajedrez y disfraces. Juega contra el
hombre, hace del hombre su juguete o juega solo. En el primer caso, el hombre
es su adversario, con lo cual queda destinado a perder irremisiblemente. En
el segundo, es juguete de Dios. En el tercero, su espectador. Este Dios
jugador de Peltzer, antagónico de un Dios providente, es un burlador. Sin embargo, más allá de lo que Peltzer dice, está
su búsqueda. Si éste fuera realmente su Dios, ¿para qué buscarlo? ¿No será
también el juego literario un disfraz? ¿No habrá más allá de esta palabra
otra palabra velada, quizá porque como dice Vergote el pudor religioso es más
fuerte aún que el pudor sexual, otra palabra que en vez de nombrar calla a un
Dios más digno de fe? ¿No será la creación narrativa de Peltzer una gran
queja nacida de la visión del mal en el mundo, al que no le encuentra
sentido? ¿No será un disfraz tras el que esconde su desilusión y la
justifica? ¿No será su razón unamuniana la que se burla de sí misma, de su
impotencia, de su vacío, en el artificio de este fantoche divinizado? ¿No habrá que medir al Dios de Peltzer en el deseo
y la búsqueda, más que en la queja irónica y despiadada del encuentro? 2.3. Dios, Poderoso Impotente. Entre las cualidades esenciales y reiteradas
atribuidas por Peltzer a Dios encuentro la de un Dios sin poder, en estrecha
relación, sin duda, con el mismo tema en Lagerkvist (especialmente en La
Eterna Sonrisa). Esencial, digo, porque atenta contra lo medular de
la fe cristiana esta visión de Dios despojado de un atributo –si es posible
aplicar a Dios el término– que corresponde al ser mismo de Dios. Tan
inherente a su esencia que no parece posible el acto de fe si Dios no es
todopoderoso. La percepción de un Dios impotente (y además sordo
e impasible, cualidades que analizaré más adelante) aparece no sólo en la
creación de Peltzer, sino también en su labor como crítico. Dice en
"Dios en la literatura argentina", refiriéndose a Arlt: "Siente, como tantos escritores y personajes
literarios de hoy, la presencia de un Dios sordo, impotente o impasible:
[...]" 463 Rastrearé este tema en los cuentos "El
silencio", "Claustro de profesores" y "La mesa de
roble"; "Las arcas" y "El Filisteo"; "Virtud de
la siesta", de El cementerio del tiempo; Los oficios, La sed con que te
llevo y La mi muerte y en la novela La noche. La primera vez que se plantea, aparecen
contrapuestos el poder del hombre al de Dios, y este último cuestionado. Dice
Caín: "[...] porque no sabía lo que hacía, y porque
tenía un poder cuyo alcance ignoraba. Pero Él, que podía mucho más que yo,
¿por qué no detuvo mi brazo? ¿Qué misterio exigía que todo eso ocurriera? ¿O
no era tampoco dueño del poder?" 464 Invirtiendo los términos, Peltzer nos muestra que
el poseedor del poder es el hombre. Un poder "cuyo alcance
ignoraba", un desconocido poder para el mal (se refiere a la muerte de
Abel), que Dios no detiene y por el que, en la visión de Peltzer, resulta
culpable. El oscuro destino que llevó a Caín al primer crimen, a crear la
primera muerte, le hace pensar en un Dios sin poder, que además no lo amó lo
bastante como para preservarlo. En la misma larga confidencia a Set dice
Caín: "¡El cerró los ojos, como siempre, y dejó el
poder abandonado, a merced de la primera mano dispuesta a asirlo!" 465 Es interesante la secuencia poder-brazo-mano. Le
otorga una connotación clara de poder físico, de poder-fuerza. El Dios que
carece de él es un Dios anti-providente, porque abandonar el poder significa
dejarlo en manos del mal, desentenderse de la tutela sobre el hijo. Y la
queja se acentúa en el "como siempre", revelando el cansancio del
hombre-Caín que ha visto actuar así a Dios una y otra vez. Es profunda la relación que se establece entre el
Dios sin poder y el mal todopoderoso. Vuelvo a una afirmación del primer
capítulo de esta investigación, cuando al analizar a Mauriac decía que
Peltzer otorga al mal existencia objetiva, realidad fuera del ser. ¿De quién
es "la primera mano dispuesta a asirlo"? ¿Quién usurpa este poder
para obrar el mal? Muy pocas veces Peltzer nombra al demonio, pero en cuanto
poder para el mal, el Maligno es una existencia real, una presencia objetiva,
sin duda, en muchos de sus cuentos. La segunda aparición del tema se da en
"Claustro de profesores", en un diálogo entre el muchacho y el
sacerdote: "—Nos creó para la salvación. Nosotros
elegimos. Nos dio a su Hijo para salvarnos. ¿Qué más podía hacer? —Podía muy poco... —¡Todo lo puede, menos destruir el orden que El
mismo trazó! —¡Al diablo con su orden! ¿Y los milagros?"
466 Lo racional no tiene peso ante la voz de la
desesperación. Pero el milagro que el muchacho reclama (queda claro en el
contexto del cuento) es el del amor, no el del poder. Y, en la experiencia
que se relata, este amor se le negó en el ámbito familiar primero y se lo
negará el sacerdote después. Es comprensible que simultáneamente lo exija y
no lo espere de Dios. En el mismo libro, Peltzer reitera la presencia de
un Dios sin poder en "La mesa de roble". Al comienzo dice "la
voz", "el ser": "[...] Hablaban del poder y reviví mi
conflicto. El poder siempre engendra... no sé... un sentimiento de
culpa." 467 Y más adelante: "Había usado el poder como mejor podía. Y
aquel poder enorme no había engendrado más que dolor; muerte y dolor. ¡El
poder es Dios!" 468 Analizo la secuencia. La primera afirmación es: el
poder engendra el sentimiento de culpa. La segunda, explicación de la
primera: el poder engendra muerte y dolor. O sea, por la muerte y el dolor,
la culpa. La tercera es la inesperada definición: "¡El poder es
Dios!". Leída a la luz de las dos anteriores significa: Dios es la
muerte, el dolor, la culpa. No es el poder, no puede evitar el mal. Igual que
la criatura, queda sometido a sus efectos. Dios es su víctima. Por eso ha
dicho antes: "Odio las estadísticas. Ellos las hacen, me
urgen a que compare, analice, resuelva... No puedo. ¡No puedo! Es como si me
quisieran acorralar." 469 El grito de impotencia de Dios, su desmesurada
minimización en esta imagen oficinesca, sujeto a decidir (¿decidir?) la
salvación o condenación por un expediente con el que se equivoca, parece
sacada de la experiencia del autor. El lector se pregunta si es Dios el que
se rebela contra la necesidad de resolver o es Peltzer que recuerda con dolor
irónico la carga de la justicia, la impotencia humana para sentenciar. (Esta
idea es el tema de La vuelta de la esquina). El repetido "no puedo"
parece confirmar la interpretación acerca de "¡El poder es Dios!".
Al final del cuento dirá: "Tengo que resolver... pero no puedo resolver.
Quisiera, tan sólo, dormir. No sé: hagan lo que puedan... Como yo." 470 La escena remite, sin duda, al encuentro de los
hombres con Dios en la novela de Lagerkvist La eterna sonrisa. Allí Dios
contesta al aluvión de quejas de los humanos contra él con la misma frase,
repetida cuatro veces: "—He hecho lo mejor que he podido." 471 El abandono, la orfandad en que los deja es
infinita. Del sentimiento y la conciencia de este abandono parece nacer la
rebelión. Dice el juez: "Una vez interpelé al poder que me sujetaba,
en una tarea absurda. El poder nunca explica: manda seguir. Pero aquella
pregunta se me hizo costumbre. Quien se atreve a preguntar, ya se ha
rebelado." 472 Y Peltzer se ha atrevido a preguntar, una y mil
veces. La rebelión es su hábito intelectual. Más sana, más humana sin duda
que la aceptación sin cuestionamientos. Más difícil pero más digna. Retomo ahora, en unidad, las citas de Caín
("El silencio") y las de Dios ("La mesa de roble"). La
primera observación que surge es la del parecido entre Caín y Dios. Veamos.
Dice Caín de sí: "Sentí el miedo que mi poder inspiraba" 473 y Dios
dice: "Sentí, como ustedes, miedo..." 474 Este temor nace en ambos
de la culpa. En Caín, la de haber matado a Abel. En Dios, la de "ver los
frutos de lo creado": la muerte y el dolor. Y porque son los frutos de
lo creado dice Caín: "La muerte de Abel era su obra." y desea que
la culpa caiga sobre Dios: "[...] para que la muerte de mi hermano fuera
su carga [...]" 475 Efectivamente, su deseo se cumplirá. Es Dios quien
la carga, quien se siente culpable al extremo de ansiar aniquilarse:
"[...] Quise también destruirme." Dios y su criatura son
semejantes, aquí como en el texto bíblico. Pero imagen y semejanza de
imperfección, en este caso. Dios es un impotente. Está lejos de ser el Padre
Todopoderoso y Creador que se alegraba al ver que lo hecho era bueno. Por eso
se preguntará Ziusudra, el protagonista de "Las arcas": "¿Cómo
confiar en el poder de los dioses, si éstos precipitan lo mismo al placer que
a la muerte?" 476 Y como respondiéndole dirá el Filisteo: "Sí, había muchos dioses, y muy extraños. Y
sus características eran el poder y la debilidad, la certidumbre y el
desconcierto." 477 Tres pares de opuestos (placer-muerte,
poder-debilidad, certidunbre-desconcierto) se vinculan a lo esencial de Dios.
Dios es lo positivo y lo negativo, el bien y el mal. Los pares de contrarios
coexisten en El. Dios no es absoluto ni es el Bien absoluto. Es tan finito,
limitado, débil, imperfecto como el hombre. Dios es igual al hombre. La
antropomorfización de su imagen es total. Y entonces, total es la desilusión
de la criatura, que no se engrandece ni diviniza al descubrir su semejanza,
sino que asiste, con desolación, al descubrimiento de un Dios impotente. Pero
un Dios sin poder ¿es Dios? ¿O es el espejo en que la criatura mira con
desazón su sed de infinito, de absoluto, sin hallar más que su propia imagen?
Esto le ocurre al hombre de "Casos Extremos" II. Asiste al paso de
la procesión portadora del ataúd de Dios, y oye el grito: "¡Dios ha
muerto!" 478 resonar fuera y dentro de sí. Entonces: "El hombre trepó a la cureña, se asomó y,
antes de levantar los brazos hacia el cielo gris de la ciudad desnuda, miró
la imagen de su propio rostro." 479 El tema de la muerte de Dios como señal de
impotencia reaparece en Los oficios, en un poema titulado "El
sacerdote": "Como Dios se murió, guardo el oficio,/ porque el viejo
ritual es necesario." 480 Otras manifestaciones del desamor y la impotencia
de Dios son su aburrimiento, su desinterés y su sueño. Se hacen evidentes en
El cementerio del tiempo: "Dios –es mi parecer– posiblemente sea
inmortal. Proclamar su muerte sería ingenuo. Más sensato es pensar que se ha
dormido de puro aburrimiento." 481 En Los oficios: "Cuando aprendas que Dios está ocupado/ y es
mejor respetarle sus problemas." 482 o "Y tu Dios te concede su
bostezo, perezoso durmiente,/ prisionero del tiempo y de sus grietas;/
[...]". 483 También en La sed con que te llevo: "Dios se duerme mirando/ [...]" 484 En La mi muerte: "Golpear y golpear/ en el sueño de Dios y que
despierte." 485 Y en La noche: "A veces me parece que Dios se duerme; no para
todos, sólo para alguno de nosotros. Entonces nos deslizamos... Se duerme con
un solo ojo." 486 Esta imagen de un Dios que ha muerto, duerme o
tiene otros problemas, claramente antropomórfica, peyorativa, rebelde, lo
despoja absolutamente de toda posibilidad de "divino intercambio".
Peltzer no cree que el hombre sea el gran problema de Dios, descree de su
amor, de su paternidad y por lo tanto, de su providencia: "En ocasiones, he golpeado a mi vez en la
puerta estrecha sin que del otro lado dijeran: ¡adelante! Pero siempre me ha
quedado la sospecha de que el Dueño quizá la haya enmascarado para forzarme a
reconocerla. Porque da y quita. Da paternalmente y parece generoso. Esto lo
he sentido en momentos de euforia, cuando es posible creer que se toca la
raíz de la vida. Pero después nos distrae, nos hace dar vuelta la cara, y
roba, sin ruido, como un ladronzuelo tramposo que no se anima a usar la
violencia. Aunque tal vez sólo con lo nuestro pueda sentir un poco de
felicidad. Y lo que nos da sea como una semilla, para que hagamos crecer la
planta con que saciará su hambre. Por eso somos desdichados. Él ha de
arrepentirse y llamar. Su lenguaje: ahí está el problema." 487 Hay una rebelión arcaica y entrañable resonando en
la angustia de la voz que grita la muerte de Dios. Y la de Caín y la de
Ziusudra, ¡cuánta desilusión cargan! ¡Y cuánta desilusión tiene este Dios de
sí mismo! El "Totalmente Otro" no ha podido revelar su
"otredad". El corazón del hombre no sabe de reposo hasta hallar a
Dios, y por ahora no ha encontrado más que un espejo. Junto a la impotencia, atributo aniquilador de la
esencia divina, Peltzer alza otro: el de un Dios que mata. Así en La sed con
que te llevo: "Llamarás, llamarás y estarás solo./ ¿Qué cara importará
cuando nos mates?" 488 Y en La mi muerte: "Triste sueño de Dios que se interrumpe/ para
matar al hombre y recrearlo." 489 o "Siempre hay un Dios hambriento
y los lebreles/ le señalan la presa en que descarga/ su dolor de matar
[...]" 490 El cuento "El Filisteo", sin embargo,
evidencia un cierto viraje de Peltzer frente al tema. Quizá se podría pensar
que el encuadre histórico lo lleva a mostrar a Yahvé como un Dios de poder.
Las citas al respecto se reiteran: "Sí, estaba en ella, no había escapado con su
pueblo. Cautiva, conservaba su poder." 491 y "Cada pueblo tiene un
dios —dijeron— y con Él debe entenderse. No queremos un poder tan grande entre
nosotros, porque es invisible y nos rechaza." 492 dicen los habitantes de Ecron, siempre aludiendo al
Arca. "Nuestro dios elige o repudia porque sí. Todo
lo puede, su voluntad es el bien y la vida." 493 le dice un anciano de Gat al Filisteo y éste siente
que tan grande como su poder, que él mismo constató frente al Arca, es su
desamor. Y la última y más reveladora de las alusiones al tema es una
reflexión del Filisteo, al promediar la historia. Acaba de ver a Goliat, el
gigante guerrero de su pueblo, derrotado por David, un pastor, un niño casi,
con sólo una piedra. Dice: "El poder, sin duda, no es cosa de los
hombres. Acude a sus manos, obra en ellas y con ellas; después las quema,
como los cedros de la montaña cuando los abraza el rayo." Y agrega:
"[...] derribó a nuestro mejor guerrero, un hecho prodigioso que,
quienes lo contemplamos, sólo pudimos atribuir al poder de su extraño
dios." 494 El poder proviene de Dios y usa las manos del
hombre como instrumento. "Después las quema". Recuperada la imagen
de un Dios poderoso, permanece ausente la de un Dios de amor. El usa al
hombre, que sigue siendo su instrumento. El Dios con poder, a cuya manifestación parece tan
reacio Peltzer, también aparece en La razón del topo: "Y si tal programa no se cumple, el poder, la
avasalladora mano que aplasta, el lento infierno donde el invisible Dios
gendarme delegará en su famoso lugarteniente los suplicios que El no se
atreve a ejecutar, aunque inventa." 495 El poder de Dios existe. Pero destruye. Sólo una
vez, la voz poética del escritor confiesa su incapacidad para ver al otro
Dios, el verdadero, el que colma de amor el deseo del corazón: "Yo no supe a Dios sino a su rayo/ e imaginé
un infierno donde estaba/ la gloria de su amor trazando soles/ y su blandura
cincelando pétalos." 496 Pero la voz no logra permanecer en este cauce.
Quizá sea esta imposibilidad de Peltzer para ver un Dios de amor lo que
justifique su insistencia en quitarle el poder. Tal vez a modo de castigo,
desde la convicción de que no hay más poder que el del amor, lo único
todopoderoso. Todo el cuestionamiento de Peltzer frente a lo
religioso, su búsqueda a partir de la imagen recibida por educación, la
experiencia de la muerte y del mal, y la edificación gradual de su Dios
parece sintetizarse en una frase de Ziusudra: "Las preguntas se agolpaban dentro de mí,
consumían mis días y desvelaban mis noches. Quería –ahora lo sé– comprender a
mis hermanos, los que habían muerto, pero también penetrar el secreto de los
dioses vengadores, quizá porque imaginaba que estos necesitan de una
ilimitada adhesión para que descifremos la clave de su poder. Ningún hombre
es padre de sus dioses; los lleva adentro, a menudo a pesar de sí, y los
padece. Todos los hombres somos responsables de los dioses que acogemos,
apremiados por el espanto que producen las tinieblas." 497 Si Dios (los dioses) es vengador, no hay adhesión
posible. ¿Cómo podría el mal mover el corazón del hombre al amor? Quizá sea atinado preguntarse en este punto de la
investigación cuánto peso tiene en la raíz de la imagen de un Dios impotente
la presencia, en sus personajes, de una madre omnipotente. Quizá un amor
primero más tierno y acogedor, menos posesivo y dominante, hubiera sido más
apto para sembrar y despertar en su "criatura única" (III, 2) una
fe sana. Fe en el amor. En síntesis, los personajes de Peltzer oscilan
desde afirmar que Dios es impotente hasta descubrirlo todopoderoso. Son
mayoría los que optan por la primera aseveración y adjudican el poder, que no
experimentan en Dios, al hombre o al mal. Los que advierten a Dios
todopoderoso sienten al hombre su víctima. Creo que así como Dios juega a los disfraces en la
obra del escritor argentino, también sus criaturas disfrazan su conflicto. No
se trata, en el fondo, del poder, ya que recusan tanto a un Dios impotente
como a uno todopoderoso. Se trata del amor, que no vivencian en ninguno de
los dos casos. Pero el deseo de hallar a Dios permanece. La búsqueda se
empeña volviendo una y otra vez al mismo tema. Muy grande ha de ser el deseo
para explicar tamaña insistencia; muy sangrante el "espanto que producen
las tinieblas". ¿No tendrá algo de "ilimitada adhesión" esta
perseverancia casi inexplicable de Peltzer? Armar pieza a pieza, obra a obra
el rompecabezas de este Dios que casi no logra ser padre, que hastiado
abandona el poder o lo usa arbitraria, vengativamente, que juega con el
hombre, y no renegar de Él, creo yo, es una "ilimitada adhesión". Federico Peltzer dice de su maestro, Miguel de
Unamuno, con agudeza y amor profundos: "Hay una raíz de amor... en esa
vocación perpetua para el creer imposible en Él." 498 También el suyo es
un "creer imposible". Misteriosa la tozudez de su sed, porfiada su
búsqueda, obstinado hasta la insensatez su anhelo. Ha de sostenerse en muy
honda "raíz de amor". 3. La epifanía de Dios. El análisis de los nombres y las cualidades de Dios
en la narrativa de Peltzer constituye un soporte sólido para adentrarse en la
observación de cómo se manifiesta cuando aparece como personaje o cuando
otros se refieren a El como a uno más. El "theatro mundi", la
riquísima parábola barroca de la existencia humana, se encarna en la obra del
escritor argentino con notable profundidad. En la escena de la narrativa de
Peltzer, Dios convive con la criatura. Su epifanía siempre mantiene la dialéctica
de presencia y ausencia, de revelación y ocultamiento. Así dirá Peltzer en La
sed con que te llevo: "Y están tus ojos / dolidos de buscar/ al siempre
oculto." 499 La espera del "siempre oculto" no cesa. Pareciera
que, más bien, dada la certeza de la existencia del que busca, el
ocultamiento abreva la sed. Dice en La razón del topo, en diálogo entre
Dolores y Mario: "—¡Pero si vos no creés en el amor! Si tampoco
lo aceptás... —Puede que Él quiera manifestarse." 500 Este latido de esperanza presupone alguna fe. Sin
embargo, el contexto negativo del que se desprende, la jugarreta lógica por
la que Mario Kremer pretende mantener "la actitud" ("Casi he
conseguido perderla, mi mejor éxito." 501) sume al lector en la
paradoja. Y agrega: "—... hay que darle otra oportunidad. Esperar,
por si se decide. Tal vez se arrepienta... [...] —¿De qué? —De nosotros, de los hombres que ha hecho.
Arrepentimiento y piedad: todo junto. —¿Y mientras tanto? —Esperar: nada más. Esperarlo. Por si aprovecha su
turno." 502 Peltzer invierte los términos de la relación (no un
Dios que espera al hombre arrepentido, sino un hombre esperando al Dios
arrepentido). Mario Kremer, el enfermo de soledad y soberbia, el deseoso de
destruirlo todo, dice esperar en un Dios inesperable para privarse de su
única esperanza: Dolores. Sin embargo, ¿nada subyace debajo de su
esperanza-ardid? Su propio lenguaje, ¿no es una trampa? (Él ha dicho algo
semejante respecto del de Dios: "Su lenguaje: ahí está el
problema." 503) ¿No proyecta a Dios su propio deseo imposible,
"arrepentimiento y piedad"? Sentir piedad por sí mismo, por su
historia determinada en el desamor, por su imagen del heredado "Dios
gendarme", piedad por su fracaso matrimonial, piedad tan medular por
"la actitud" que lo moviera a renegar de ella y cesar en la
autodestrucción. Piedad que lo acercara a saber que todo lo que espera
entrará en su vida con Dolores, por mediación de ella. Pero sin duda la
tragicidad de Mario Kremer radica en una suerte de fidelidad a su
autodestrucción que lo hace invulnerable al amor. La perspectiva de esta
investigación afirma una temática religiosa en la raíz del destino literario
de un personaje sin pretender con esto contradecir la validez y la
verosimilitud de tal destino. En resumen, la epifanía, a igual que los nombres y
las cualidades, se desarrolla, mayoritariamente, en una vía negativa. Es de
una larga noche del alma que brota en Peltzer la imagen de Dios. Cuando llega
la luz, ésta enfoca los caracteres más sombríos de la figura. Aquéllos que el
escritor le asignó en la confluencia del Dios heredado, su experiencia
personal y la impronta literaria (Lagerkvist, Unamuno). La figura no es para
él luz. Ni se ilumina a sí misma ni puede irradiar luz alguna. Quizá ésta sea
la razón de una de sus preguntas más profundas y religiosas: "Dios mío,
¿por qué, por qué tanta sombra?" 504 3.1. La Presencia Física. En alguno de los cuentos de Federico Peltzer, Dios
es un personaje. No es solamente alguien de quien el escritor habla, o a
quien le habla, sino que su presencia se corporiza y convive, bajo disfraz o
en calidad de Dios real, con personajes humanos. Estos cuentos son "El profesor de
ajedrez", "El silencio", "La mesa de roble" y
"La revancha", del libro El silencio. Y "Las arcas" y
"El Filisteo", de Fronteras. En otras dos obras, las menciones que Peltzer hace
de Dios interesan específicamente para este tema. Ellas son: La sed con que
te llevo y La razón del topo. En el primero de los cuentos mencionados, Dios es
presentado así: "El individuo era alto, canoso y con barba muy cuidada,
como los dandies de la época de Mansilla." 505 El matiz irónico que el
escueto retrato desliza, hace imaginar, corroborando su actitud en el cuento,
un Dios todavía joven, desafiante, competitivo. No es un padre maduro y bondadoso.
La "barba muy cuidada" lo acerca y aleja, casi simultáneamente, de
la figura tradicional del Padre. Un solo rasgo más aparece en el cuento:
"Miró el rostro impasible del profesor." 506 Esta actitud despoja
al Dios-dandy del humor filoso de su apariencia y lo vincula a la imagen
generalmente dura y poco comprometida con el hombre que le es habitual en
Peltzer. El laconismo del diálogo final confirma esta impasibilidad. Este
Dios-dandy, mundano, "aburrido", parece más ocupado de sí y de su
éxito que del amor y del hombre. En el cuento que cierra el libro, "La
revancha", cuyo tema se centraliza en el tiempo, un solo dato se agrega
a la imagen que "El profesor de ajedrez" nos brinda: "Al llegar el profesor (por quien no había
pasado un día, como suele decirse), el jugador de ajedrez experimentó una
fuerte emoción." En cambio: "[...] el jugador envejeció en el
pueblo [...]" 507 La inmutabilidad de Dios, que no sufre el efecto
del tiempo, anticipa el fracaso del hombre, que le impondrá jugar "con
reloj", firmando así su derrota. Esta condición inalterable de Dios no
contiene alabanza alguna. El autor enjuicia en ella una situación de
privilegio respecto del hombre, finito, limitado por el tiempo que se le
impone y lo derrota, acosado, en última lectura, por la muerte. Dios, a salvo
de ella, puede encapricharse, jugar arbitrariamente, ridiculizar a su
contrincante. Quien no puede morir no puede amar, cree Peltzer. Son las
palabras finales de un bellísimo poema: "[...] Amaría a un Dios muerto./ Quizá le
soñaría/ resurrección más clara./ Mi Dios debe tener muerte conmigo/ y morir
los dos para ser uno,/ renacido, valiente,/ combativo, triunfante./ Gloria de
revivir con Dios de amigo./ Porque sólo quien muere sabe amar." 508 Cristo no ha logrado ser para el poeta su "Dios
muerto", aunque misteriosamente el texto se le ajuste de modo estricto. En "El silencio" hay abundante epifanía
de Dios, en lo que a presencia física se refiere (más adelante analizaré
"La Voz" y "La Mirada"). Dice Set al comienzo de la historia: "Pero, no obstante, es como si una invisible
mano estuviera sobre ellos para preservarlos; una mano que se avergüenza de
ser muy grande y que discierne: allí, el resplandor; aquí, las hormigas. Y
todo le pertenece, todo cumple a ciegas su mandato. Presiento que hay mucho
camino y que la mano nos ha de cubrir." 509 Para la benéfica mirada que Set tiene de Dios, esta
primera presencia encarnada en la mano es protección, poder, cuidado. En una
mano paterna. Cuando en el cuento resuena la voz de Caín, el lenguaje cambia
de tono y contenido. Dice: "[...] no conocía su voz, ni el resplandor de
su rostro, y mi primer gesto de gratitud había merecido su rechazo." 510 Negada la filiación, Dios es un desconocido. En la
dialéctica de Peltzer elegir implica rechazar. Abel es el preferido, Caín el
postergado. Sin embargo el vínculo con Dios se mantiene: "Nunca volví a oír su voz, aunque en ciertos
instantes he sentido su presencia. Pero, así como no pude abrazarme contigo,
no he logrado salvar con Él esa distancia." 511 La presencia es una realidad, pero despojada del
amor. Las voces de Set y de Caín constituyen un diálogo interior en Peltzer.
El tema, siempre Dios. Una lo afirma y paternaliza, la otra lo rechaza,
maldice y añora. No hay más acuerdo que el de la atadura. En el cuento "Las arcas", Dios se
manifiesta básicamente como una voz. (Lo analizaré en el próximo tema). Una
sola vez se encarna y desciende hasta Ziusudra con un gesto humano, tangible: "Levanté la cabeza, miré y me estremecí. Creí
sentir sobre mi hombro la presión de una mano, apenas un impulso que me
ordenaba seguir. Entonces, sin volverme atrás, comencé el descenso." 512 Su presencia física no es más que ese apretón breve
del hombro de Ziusudra que lo decide a partir, abandonar reinos y súbditos,
poder y esplendor, vicio y muerte. En la mayoría de los casos la manifestación física
de Dios se hace por medio de su mano. También en la poesía aparecen las manos de Dios. En
La sed con que te llevo, con una pesada carga negativa: "Dios no puede/
humanizar sus manos." 513, acentuada en La razón del topo: "Y si tal programa no se cumple, el poder, la
avasalladora mano que aplasta, el lento infierno donde el invisible Dios
gendarme delegará en su famoso lugarteniente los suplicios que Él no se
atreve a ejecutar, aunque inventa." 514 La antigua huella del maestro Lagerkvist resurge en
esta imagen desgarrada. El Dios heredado es moralista y castrador. El amor
nada configura en su imagen. Su actividad primordial es la prohibición. Este
Dios castigará con "avasalladora mano" las transgresiones en el
infierno, mediante su "lugarteniente": el demonio. En el análisis
de Lagerkvist intenté adentrarme en la demonización de Dios articulada por el
sueco. ¿Qué diferencia tienen, en esta cita de Peltzer, Dios y su "lugarteniente"?
Uno inventa, el otro ejecuta. En todo caso, el ejecutor es menos cobarde,
parece sobreentenderse. Sin duda, la deformación de moralizar la experiencia
de Dios, grave en sí misma por lo que entraña de minimización y de reducción
a mero prejuicio humano, ha dado aquí su resultado más grave: la
autocondenación. Creo que la angustia de las criaturas de Peltzer es
catártica porque desenmascara la verdad y la lleva hasta sus últimas
consecuencias: ese Dios gendarme a cuyas órdenes tortura el demonio, no es
Dios. Nada es más ajeno a Dios que ese dios, porque él es, igual que para
Lagerkvist, el demonio. Pero si la catarsis libera en tanto que purifica, el
mito destronado no logra ser sustituido en Peltzer. El escritor argentino
sabe mucho más cómo Dios no es que cómo es. En síntesis, es posible afirmar que en mano, voz y
ojos sintetiza Peltzer la corporeidad de Dios, ya que en esta trilogía básica
se manifiesta. Sin embargo, en este Dios de Peltzer casi no hay ejercicio del
tacto. Ni toca al hombre ni es tocado por el hombre. El tacto impone
cercanía, su ausencia habla de distancia. Una sola vez, ese apretón breve en
el hombro de Ziusudra. Esta presencia lejana poco tiene del Cristo del
evangelio que para curar toca (al sordo-mudo, con su saliva, al leproso, a la
suegra de Pedro, por nombrar algunos casos.) O que se deja tocar (por la
mujer que lo unge con perfume, por la hemorroísa, por Juan que le apoya la
cabeza en el hombro.) Más afinidad hay en este caso (y en todo otro) entre el
Dios de Peltzer y el Dios invisible, sólo voz y mirada, del Antiguo
Testamento y entre Él y la figura materna que la narrativa de Peltzer
presenta. En varias oportunidades destaca Peltzer otro modo
de epifanía de Dios, ya no corpórea, sino como una energía que se manifiesta
en vibración. Así en "La mesa de roble": "Cuando la sombra acabó, detrás de la mesa de
roble empezó a sentirse una suave y creciente vibración. Era como si todo el
tiempo alguien hubiera estado allí escuchando, sin ser advertido, lo que
habían expresado con tanta libertad. Esa vibración, ahora, daba un tono
distinto a la luz, disipaba el miedo, y hundía en un sosegado olvido las
historias. Los funcionarios se hacían trasparentes, mientras ella crecía; o
más bien luminosos, como si les prestara luz y vivacidad. Las sombras experimentaban
una suave violencia que las ponía fuera de sí, y las trasportaba hacia aquel
misterio donde todo se confundía y nada podía considerarse individual.
Sentían que el agobio se desvanecía para dar paso a una desbordante vitalidad
que provenía de aquella constante fuente, o energía, que se limitaba tan sólo
a vibrar detrás de la mesa. Y las sombras, además, advertían el retroceso de
algo a través de un tiempo que ya no era tiempo, pero las trasformaba de modo
similar, hasta volverlas a unos años remotos, quizás al comienzo de la
adolescencia, cuando la vida tendía las primeras trampas y la necesidad del
amparo paterno era imperiosa como la más urgente sed. Sintieron, pues, que la
vibración correspondía a una presencia y vislumbraron un gesto (ignoraban si
hecho o no por una mano, porque nada era visible), un gesto ante el cual los
funcionarios, siempre con el mismo respeto, o más bien devoción, se retiraron
y los dejaron solos, pero ahora sin soledad, porque estaban inundados por
aquel vibrante amor de padre. Entonces el miedo desapareció, pulverizado por
un poder que no le daba tregua, y lo reemplazó otra evidencia; no ya la de
que todo era justo y estaba bien, sino una paz de vida sin pasado, un
estreno, una vida de verdad, aquélla que se les había prohibido todo el
tiempo y ahora estaba al alcance de la mano. Y en medio de aquel poblado silencio,
distinguieron, como siempre sin palabras, el llamado de la voz que decía: "‘¿Qué esperan de mí?’" 515 Esta energía que se presenta como vibración,
incluye una presencia, un "alguien", que despersonaliza y
destemporaliza, transporta al misterio, deviene "amor de padre",
inunda de paz y termina convirtiéndose en una voz. También en "El Filisteo", Dios se
manifiesta de modo semejante, a través del Arca de la Alianza: "Con ella partió también esa vibración extraña
que penetró en mi espíritu y que no he vuelto a sentir, aunque a veces, en
sueños, parece visitarme y creo percibir voces cuyo significado no
comprendo." 516 Como en "La mesa de roble", se mantiene
aquí la relación: vibración-voz. En síntesis, Peltzer presenta a Dios en su obra
desde dos perspectivas: el Dios persona y el Dios energía. En el retrato del
primero destaca un elemento: las manos. (Es interesante consignar que hará lo
propio en el retrato de la criatura humana.) En el segundo, el acento está
puesto en la despersonalización y el distanciamiento de Dios. Pero fuere cual
fuere su epifanía, persona o energía, la naturaleza del escritor le exige ser
mensaje. Peltzer necesita la existencia de esa Palabra, aunque la haga
permanecer muchas veces en el silencio vedado de un secreto, aunque la haga
maldecir o aunque, revelada, contradiga a un Dios creíble. 3.2. La Voz. Planteada esta sed del escritor argentino de la
Palabra de Dios, analizaré la manifestación de su Voz en la obra. La temática de la Voz de Dios parte, en Peltzer,
del presupuesto de que la palabra no es reveladora: "Y está lo que no
puede/ decirse, porque nada,/ nada traduce nunca." 517 Si se descree de
la capacidad de la palabra humana para ser mostradora del ser, ¿es posible
afirmar algún poder de revelación en la palabra divina? Este presupuesto, que
late en toda la obra de Peltzer, vuelve a explicitarse en La razón del topo: "—Señor mío: soy torpe para expresarme. La
comunicación... —No existe." 518 La respuesta de Mario Kremer es tajante, segura,
lacónica. Creo, por otra parte, que la Voz de Dios,
encarnación de su palabra, supone la escucha del hombre. Peltzer presenta
muchas veces al hombre aguardando la palabra de Dios. Pero Este suele
permanecer en silencio o aparecer caracterizado como sordo: "A veces he soñado/ que Dios no tiene cara;/
que es sólo un viejo oído/ y que está sordo,/ y tal vez aturdido/ oyéndose la
muerte." 519 La Voz de Dios aparece claramente en cuatro
cuentos: "El silencio", "La mesa de roble", "Las
arcas" y "El Filisteo". Con menor insistencia en el resto de
la obra. La rastrearé en Compartida, La vuelta de la esquina, La mi muerte y
Poesía secreta. El primero de los cuentos señalados es medular para
este punto, porque es el que más conclusiones me permite sacar. Dejo su
consideración para el final. En "La mesa de roble" el tema de la Voz
se presenta así: "Y en medio de aquel poblado silencio,
distinguieron, como siempre sin palabras, el llamado de la voz que decía:
[...]." 520 El narrador atribuye a la voz cinco cualidades: "La voz lo interrumpió, un poco hastiada, sin
ninguna solemnidad." 521 Y más adelante: "La voz, antes paternal, se hacía monocorde,
suplicante, a pesar de sus escasos matices." 522 Esta peculiar aparición de Dios, un Dios-energía,
pierde solemnidad y paternidad, y se manifiesta por medio de una voz
hastiada, monocorde, suplicante. Parece negarse a sí mismo, gradualmente, los
atributos divinos, y va abandonándose en una nada progresiva que lo aniquila.
El cuento deja un regusto amargo. Es preferible la maldición a este hastío.
Porque no es comparable el amor, que hasta puede llegar a la cólera, con la
indiferencia. Seguramente, Peltzer vuelca aquí su cansancio, el hartazgo de
un peregrinaje tras El que se le esconde en demasía. El tema de la voz reaparece en "Las
arcas". El dios habla a Ziusudra y su voz emana del muro: "Pegué mi oído a la piedra y entonces pude
percibir lo que dijo la voz, la demanda que no olvidaré nunca." 523 El mensaje es que los hombres han sido condenados
por los dioses, y sólo unos pocos justos sobrevivirían al diluvio. Noé y los
suyos en un arca, Ziusudra y los suyos en otra. Y una segunda y última vez,
tras esperarla angustiosamente en medio de las viscisitudes del viaje,
reaparece la voz: "Como si retumbara por los corredores de un
sepulcro, me llegó la voz, sonora y pausada." 524 Esta vez para indicarle cuál es la tierra que les
fue asignada. En ambos casos, la voz admite de Ziusudra sólo una pregunta.
Luego: "Calló y no he vuelto a escuchar esa voz." 525 Igual que en
Caín, permanece en este personaje el deseo de la voz, e igual que Caín,
siente que el elegido es el otro, Noé, al que su Dios le habla: "Su dios –decían– era celoso y único. Los
colmaba igualmente de bienes y de honores; pero hablaba. Hablaba a menudo, a
través de sus elegidos, y su pueblo sabía a qué atenerse." 526 Ziusudra no puede entender el silencio de Dios.
Este don parece reservado tan solo a Set. La última vez que la voz aparece,
Ziusudra ha renunciado a llegar con los suyos a la tierra prometida. Ruega
por ellos a los dioses, para que los preserven del vicio y los conserven en
la piedad, porque de lo contrario: "[...] la tierra abundante en todos los bienes
se anegará, se anegará en la hondura del mar, y sólo quedará como el
recuerdo, o la leyenda, de lo que pudo ser la morada del hombre, de no haber
renunciado al paraíso, cegado por la voz de los demonios que le imponen
correr siempre más lejos en su afán hasta caer en el abismo por no reconocer
la bienaventuranza que lo rodea." 527 La que aquí resuena no es la voz de Dios, sino la
de los demonios. Es la única vez en los cuentos de Peltzer que la voz se les
atribuye, y se los muestra responsables de la caída del hombre en el abismo. El Filisteo mantiene el tono y los temas de
Ziusudra. Los elegidos son los otros: "Ellos poseen ese tesoro. Hasta en sus peores
tinieblas, aquí también, una voz les habla, y esa voz quizá llegue a tiempo
para salvarlos". "[...] Tengo –y tenemos– un Dios que nunca habla,
un Dios caído y roto que pide ofrendas pero no abre horizontes." 528 La voz que se le niega, el tesoro de la palabra que
no se le ofrece, es la salvación. Este es el meollo del tema que analizo. La
voz de Dios es su palabra, y ésta, la salvación. Por eso: "Poco importaba: por encima del rey estaba
siempre la voz, y ella hablaba de modo inequívoco a sus elegidos." 529 La voz es superior a todo, está por encima de todo
y se revela a unos pocos, a los elegidos. Dice David del Vidente, uno de
ellos: "‘Parecía escuchar una voz’" 530 Es tal el poder universal
de esta voz que aún sin escucharla, porque no va dirigida a los filisteos,
estos le obedecen: "[...] O tal vez su Dios nos mandó a hacerlo
y, sin escuchar su voz, obedecimos." 531 En "El silencio" las voces antagónicas de
Set y Caín vuelven a perfilar sus diferencias en este tema. Dice Set: "[...] Y aunque nunca lo vi, y quizá tampoco
vea jamás su rostro, ni reciba el aliento de su voz, como padre y Caín, le
dije palabras elegidas y sentí en mi corazón que me escuchaba." 532 La aceptación por parte de Set de su destino
personal y familiar le hace plantear su relación con Dios desde el don que
éste le hace y no, como Caín, desde lo que Dios le niega o no le acepta. Por
eso Set tiene para El "palabras elegidas" y se siente escuchado,
aunque Dios le devuelva silencio. En el final del cuento la idea se aclara y
afirma: "Ahora sé que no puedo esperar ninguna voz,
porque sólo mis manos deben hablar sobre la tierra. El tiempo de las palabras
se ha ido y ellas no bastan ya para crear. Mis manos tienen ese poder; mis
manos, y el calor que les dé Mariel, la que guarda las llaves de mi
fuerza." 533 Set posee la clarividencia y la paz del hombre que
conoce su misión. El es continuador en la Creación, el sucesor de la Palabra.
No espera la voz porque ésta le es misterioso mandato, en sus manos, de
completar la obra y completarse en el amor de Mariel. Set parece poder
contemplarlo todo a partir del amor, así como Dios, desde arriba. En la
primera escena del cuento dice: "Estoy en lo alto de la loma y quiero
descansar." 534 Y: "Ahora puedo verlos, abajo, sin ser visto.
Parecen pequeños, pero se arrastran de prisa, porque están vivos y no tienen
mucho tiempo." 535 Set es un hombre sabio y misericorde. Nada exige ni
reclama de Dios. Todo le ha sido dado y él ha sabido discernir los tiempos:
se ha terminado el de la palabra engendradora de Dios; éste es el de las
manos que deben hablar sobre la tierra, el del hombre creador. Sin duda su
voz es una de las más maduras, cálidas y armonizadas del escritor argentino.
En el mismo cuento, junto a la suya suena la voz de Caín. Dice la primera vez
que menciona el tema que me ocupa: "Su rostro se había transfigurado, como si
viera algo que yo no veía, o alguna voz le hablara con un lenguaje que yo no
podía escuchar. Esperé mucho tiempo: deseaba caer en el mismo éxtasis. Pero
nada ocurrió para mí." 536 Para entender a Caín es necesario partir de la
imagen que él tiene de sí. Dice: "¿No era yo, Caín, el primogénito, aquél a
quien madre saludó como el hombre adquirido por merced del Señor? [...] Mía
era la idea del sacrificio [...] ¿Por qué el Señor, que a madre le había
enviado mi vida, en prenda de reconciliación, no me aceptaba?" 537 Caín ha creído ser el elegido, por ser el
primogénito, el enviado, el bendito. Dios no habla su lenguaje porque no se
somete a su lógica de derechos. Entonces, celoso, envidioso, soberbio, se
siente rechazado. El nudo de su conflicto es con Dios, no con Abel:
"Sentí que, hiriéndolo podía causar dolor a quien así me había excluido
de su lado." 538 Set contempla a Dios a partir del don y de su aceptada
creatureidad. Caín lo observa desde sus creídos privilegios y las supuestas
obligaciones de Dios para con él. Lo reduce a su criterio, pretende poseerlo
desde su razón y amurallado en esa atalaya, no se entrega, espera que Dios se
le entregue. Destierra a Dios del misterio, único ámbito en el que puede ser
contemplado y se destierra a sí mismo de todo acercamiento, aunque la
necesidad permanece: "Frente a la inmutable noche esperé todavía la
llegada de la voz."539 Siento a Caín sordo frente al silencio de Dios.
No se cuestiona, no se pregunta ni duda. No se interroga acerca de la verdad,
ni de la justicia. Erige su corazón en medida y yerra, porque quiere ser
Dios. Y Dios se rebela a su imperio. No hay más camino que abandonarse al
misterio, en el que el Señor conduce. Set lo halló. Caín, el primogénito, se perdió en sí mismo. Se
sintió rechazado por Dios y lo rechazó sin más. En este sentido, digo, lo
siento sordo al mensaje del silencio divino, sordo al desafío de buscar el
conflicto en el interior del propio corazón en lugar de revertirlo hacia
afuera. Por eso dice: "¿Dónde estaba el que así se manifestaba a mi
hermano y era sordo y ciego para mí?" 540 Sordera y ceguera son sus propios atributos (en
nota 536). El los convierte en atributos de Dios. Caín estructura la imagen
de Dios a partir del espejo en que se mira, a partir de sí mismo. Ya se había
planteado esta idea de la semejanza en el tema "Dios, Poderoso Impotente"
(II, 2.2.3.) Caín no se acepta sino como el primogénito. No es tratado como
tal por Dios y entonces rechaza a Dios que, según él cree, lo rechaza. Dicho
en otros términos, no se conoce, ni accede al conocimiento de Dios porque
calca su propia imagen sobre la de El, ocultándolo. Dios no le habla, no se
somete y Caín dice: "[...] todo el tiempo sentí la presencia de
alguien que me espiaba deseando que le hablara. Pero nada podía decirle,
porque no conocía su voz, ni el resplandor de su rostro, y mi primer gesto de
gratitud había merecido su rechazo." 541 Caín es duro con Dios (seguramente por eso verá
siempre un Dios duro y cruel) y no titubea en defraudar la esperanza divina.
La suya es la voz de la razón, lo revela claramente su palabra: "No
conocía ni la voz ni el rostro". Consumada la muerte de Abel e inaugurada la
experiencia y la palabra "muerte" para el género humano, Dios se
manifiesta a Caín: "Por fin, los ojos se hicieron voz, y me
llamó, y era parecida a la voz de padre, pero más ronca, más total, como si
brotara de todas las cosas y el mundo fuera su garganta. La voz me preguntó
por mi hermano y no supe responder. Porque lo había matado, pero no sabía que
la muerte podía alcanzarlo. Y sólo quería protestar por aquella elección que
me había dejado en soledad. Traté de esconderme pero la voz me apremiaba.
Días y noches la escuché, al borde del desierto. Por fin respondí como pude,
lo que pude. La voz me maldijo y sentí que no podía esperar perdón." 542 Esta voz paterna que lo llama, apremia y maldice,
trae la condenación. Así interpreta Caín los hechos. Quizá quepa entender que
es él mismo el que se había condenado ya, negándose a abrirse a Dios,
negándose a revisar la verdad en el propio corazón soberbio, queriendo ser
Dios, el que crea y elige y determina. Más adelante agrega: "Nunca volví a oír su voz, aunque en ciertos
instantes he sentido su presencia." 543 Dios ha cesado de ser palabra para Caín, pero la
orfandad en que lo sume no es absoluta. La "presencia" sigue
alimentando la sed. Al terminar su confidencia con Set, Caín mismo lo dirá: "[...] se calla para que lo busquemos, para
que nunca nos cansemos de buscarlo." 544 Set y Caín hacen del mismo Dios una experiencia
antagónica. En el primero toda sed se sacia, todo deseo se satisface. El don
de Dios colma a Set, lo aproxima a la sabiduría del hombre que todo lo acepta
porque todo lo comprende en el amor. Ni pidió ni exigió. Y sintió bueno lo
que le fue dado. En Caín la experiencia de Dios es inversa. Ni se sacia la
sed ni se satisface el deseo. Pide, exige el don de ser elegido, y éste le es
negado. No ahonda en sí mismo la búsqueda para descubrir que Dios, en
realidad, nada le debía. Protesta, se queja. No acepta, seguramente porque no
se acepta. Y cuando le revela a Set el gran secreto de Dios que descubrió
("Porque nos necesita") no puede liberarse de sí, y en lugar de
entender la "necesidad" de Dios como la cifra de su escandaloso
amor, ya que, estrictamente, nada necesita, sólo puede verla a la pobre luz
de sí mismo y agrega: "Él también está solo." 545 En Caín la
antropomorfización de Dios es radical. Si no, ¿a qué decir
"también"? Pero aún así se despide de Set con estas palabras:
"Que Él te guíe... hasta la vuelta." 546 En un último rincón del
corazón, a resguardo de la razón, Caín confía en la providencia. Él, que no
ha hecho más que enumerar su experiencia de abandono y crueldad divinos. Las
palabras humanas parecen, a veces, confundir el dolor con la verdad. Set y
Caín son, así lo creo, las voces con que Peltzer se debate frente a Dios. En otras obras aparece también el tema de la Voz.
En la mayoría de ellas, Dios es, cuando menos, el que calla, o el que no oye,
y su sordera es análoga a la de la criatura. Así en Compartida, dice Laura:
"[...] y no quería oír su voz severa [...]" 547 Antes había
comprometido el silencio con la ausencia materna: "Y un día, aquella mujer que parecía tan sin
recodos, desapareció de ese ámbito, dejó un vacío que, en adelante, sólo fue
poblado por el silencio." 548 Sin embargo, la última vez que el tema aparece, una
esperanza se abre paso: "Hay un silencio que cubre las palabras, pero
también una hora para despertarlas y permitirles cobrar otra vida, cumplir su
destino de flechas en procura de alguien que las reciba con temblor."
549 En La vuelta de la esquina: "—No se los oye desde aquí. Estamos muy
arriba. —Como Dios... [...] —Justamente en eso pensaba. A lo mejor tampoco nos
oye. —Y como no nos oye... —Hace lo que mejor le parece. —Y se equivoca. —Y pagamos el pato." 550 En La mi muerte dice: "Pero todo es mentira; hasta nosotros,/ viva,
doliente, mentirosa imagen/ de una sola y veraz Voz en silencio." 551 En Poesía secreta pervive Caín en los versos que
afirman: "Boca más firme que ninguna boca,/ la boca sin
palabras/ del callado Señor,/ el Juez Ausente." 552 Muchas voces de Peltzer, pues, hablan de la Voz. Y
no dicen todas lo mismo. La mayoría afirma Su silencio, y, en oposición, la
de Set da testimonio de Su palabra y Su ternura. 3.2.1. Las figuras sacerdotales. Antes de concluir este apartado acerca de la Voz como
manifestación de Dios en la obra de Federico Peltzer, quiero referirlo a
cuatro personajes y completar así un tema que quedara pendiente en el primer
capítulo: el de las figuras sacerdotales. Allí, a propósito de "La
hipocresía" en Mauriac, analicé al Obispo de "Precio de
sangre", al de "Claustro de profesores" y al Arzobispo
Raimundo, el de "El honor". Estos son tres personajes de la
narrativa del escritor argentino que confirman, a través de su ausencia,
dureza o falta de compromiso, la imagen de un Dios jugador, cruel, que no ama
al hombre ni es padre. Las figuras sacerdotales que resta analizar son las
positivas, las que con su actitud y su palabra, de allí la inclusión en el
tema de "La Voz", hacen presente un mensaje de amor. Son por demás
significativos en el contexto de la obra completa de Peltzer estos cuatro
sacerdotes: el padre Santiago (Tierra de nadie), el padre Moldes
(Compartida), Monseñor Beyle ("El bastón y la lumbre") y el que
confiesa a Elsa (La vuelta de la esquina), porque la Voz que a través de su
ministerio se revela es la de otro Dios, diferente del que la Voz sin disfraz
manifiesta. Insisto en la idea de "otro Dios" (que
retomaré al tratar el Vidente), porque creo que allí reside una clave del
silencio de Peltzer. Sus personajes y aun su lírica aluden, cualifican y
retratan a un Dios que no puede ser objeto de fe alguna, porque en Él no es
posible creer. El Dios en el que creen sus criaturas, el plausible, permanece
guarecido por el silencio, es el "Dios oculto", el que esporádicamente
aflora en algún verso: "Yo no supe a Dios sino a su rayo/ [...]"
553 o a través de algún personaje (Set o los que analizaré a continuación o
el Vidente), mostrando un rostro que nada tiene que ver con la crueldad, el
abandono del hombre, la falta de poder o cualquiera de las otras notas que
habitualmente Peltzer le atribuye. En este Dios oculto, sumergido, como el del maestro
Unamuno, manifiesto como amor a través de algunas pocas criaturas, afincan su
fe los personajes de Peltzer. El otro, el de la impronta de Lagerkvist, el de
la rebeldía y la razón, el del antropomorfismo y la herencia, es una imagen
catártica de la que intentan desembarazarse. Así lo atestigua Mario Kremer:
"Para hacer a Dios hay que matar primero a mil dioses plurales heredados."
554 Leída desde este enfoque, la obra de Peltzer es
religiosa en cuanto constituye una sincera e incansable búsqueda de Dios.
Dios es "el tema" de Peltzer. Hay en su obra otros capitales: la
muerte, la soledad, el amor, (idea planteada en la "Introducción") pero
Dios es la encrucijada en que convergen y cobran dimensión metafísica. El padre Santiago, personaje de la novela de 1955 "Era un vasco grandote, cincuentón,
[...]" 555 "¡Gran tipo el padre Santiago! Todos, con o sin fe, lo
respetaban. Era un hombre y velaba. Su protección gravitaba sobre todos ellos
sin que la sintieran." 556 Las cualidades más remarcadas por Peltzer en el
retrato del cura son su hombría, su paternidad, su compromiso: "[...] pero cuando era necesaria su ayuda,
allí estaba, como una providencia minúscula que hubiera bajado a la
parroquia." 557 En tres de sus apariciones en la novela, el autor
lo muestra "jugándose" por alguien: por los obreros de la Forestal
(pp. 34/ 35), por Juan ante la implacable doña Rosa (pp. 166/ 167) o ante el
juicio simplista y duro de los policías respecto del suicidio del
protagonista, al final (pp. 198/ 199). Esta solidaridad del padre Santiago es
la cara humana antagónica de un Dios que juega. Su tomarse en serio al hombre
es la epifanía del Dios que no puede vivir sin el hombre, del que habla el
Vidente. Hasta la muerte es para el vasco un desafío vital: "Hay que morir viviendo la muerte, no
dialogando con ella. [...] La muerte es una jugada definitiva y no es lícito
ensayar con ella. Es hora de resoluciones, no de titubeos. Toda la vida debe
enseñar a morir." 558 Algo hay en el padre Santiago que es como el
reverso de San Manuel, el personaje de Unamuno, (por algo Peltzer lo eligió
vasco), sobre todo en la solidez de su fe y en la sencillez sin
cuestionamientos de su entrega: "A Dios le gusta que se deje todo así, en el
ímpetu de una caída. Suele dar mucho en esos casos. Tú renuncias y te
devuelve. Quiere tener el privilegio de la generosidad máxima." [...]
"Dios es un amigo que siempre está a nuestra disposición, [...]"
559 Sin embargo, no es la suya fe sin rebeldía: "[...] el vasco tiró el breviario con furia,
para vengarse del Dios injusto. Nunca había sentido eso: ni siquiera cuando
la calumnia se le hundió en las carnes para mostrarle todo el desamparo que puede
caer sobre un hombre; aunque tenga a Dios..." 560 Sin duda, la más evidente manifestación del amor de
Dios es el testimonio del cura en el final de la novela, cuando recusa juzgar
el suicidio de Juan: "—Yo no lo defiendo. Digo que hay almas que
necesitan escapar del mundo porque nosotros no les dejamos lugar en él. Nos
toca una gran porción de culpa. No les mostramos a Dios, ni les hacemos un
poco de espacio a nuestro lado, siquiera para darles tiempo hasta que lo
encuentren. Tienen que seguir buscando solos y no descubren más salida que la
muerte." 561 Este amor que asume a la criatura desde su raíz y
no la enjuicia, sino que se apropia de la culpa, revela una potencialidad de
redención en el amor humano que es sacramento de otra Redención, la de Cristo.
La última frase del cura, contra el fondo del amanecer, cuando se va
"[...] para consolar a la abuela" 562 plantea una de las actitudes
más cruciales de que Peltzer da testimonio en su obra: la búsqueda de Dios: "Todo es cuestión de búsqueda... Ninguno de
nosotros está en condiciones de juzgar lo que él buscaba cuando se colgó del
árbol." 563 El padre Moldes, más joven y culto que Santiago,
cree también en las obras, el servicio, la entrega a los más necesitados.
Igual que Santiago y Monseñor Beyle, habla de lo humano con palabras muy
humanas, no endilga sermones pseudo-teológicos, ni busca a quién adoctrinar.
En la novela se la ve a Laura buscándolo y él, en general silencioso,
acompaña su dolor, la hace pensar, le da un punto de referencia seguro: él sabe
qué quiere y adónde va. Tiene un territorio y una posesión: los desvalidos.
Dice Laura: "[...] cuidar a los enfermos o los mendigos
del padre Moldes." 564 Y otra vez: "Tal vez el padre Moldes hubiera
encontrado palabras para arrancarme, pero estaba lejos, entre sus pobres,
[...]" 565 La primera vez que dialogan Laura le pregunta qué
es el amor. Él, inesperadamente, dice: "El viejo Platón dijo que era el deseo de
engendrar en la belleza... Creo que tenía razón." 566 Este cura filósofo no es un teórico. Es, como
Santiago, un hombre jugado por los que sufren, que, además, valora el
sufrimiento: "La señorita Cánepa me ha contado que ustedes dos han
sufrido mucho. Mejor que mejor." 567 Esta valoración lo convierte en un
hombre compasivo, capaz de transparentar a un Dios paternal, que ama y sólo
juzga en el amor. Dice Laura: "—[...] Tengo que pagar... —Tal vez esté pagando; o haya pagado y no lo
sepa." 568 Y más adelante:"Todos estamos acorralados,
Laura. Hay Quien lo sabe y mira." 569 Tiene un modo peculiar de conducir
a la verdad, seguramente aprendido del maestro Platón. Dice Laura: "—[...] Debo buscar mi verdad... —¿Su verdad?" 570 El uso intencional del posesivo dice mejor que un
largo razonamiento lo que el padre Moldes piensa: no hay "mi"
verdad, ni la hay solitaria y teórica. Por eso, retomando la idea de
"buscar" que Laura planteara, le dice al irse: "Necesito su ayuda para mis pobres. No hay más
solitarios que los inútiles." 571 El padre Moldes suscita en el lector profunda
atracción. Peltzer evidencia en el tratamiento de este personaje su capacidad
para sugerir, para retratar al modo impresionista, con sólo algunas
pinceladas. Vierte un juego de luz y sombra sobre la criatura literaria que
resulta equilibrio de palabra sugestiva y preñado silencio. Monseñor Beyle es uno de los personajes más
entrañables del escritor argentino, uno de los más inolvidables por su
humanidad profunda y sabia y por su peculiar humor. (Esta última nota, no muy
frecuente en Peltzer, aparece también en los cuentos de tema quijotesco. En
especial en uno de Fronteras referido a Dulcinea. Está cargado de ironía,
ternura, picardía y simpática misoginia). El gusto por jugar marca el carácter de Monseñor
Beyle: despeinar al padre Yáñez, su secretario, "[...] la frecuente
tentación de hacer travesuras, de desordenar." 572 y entretenerse de
noche con las adivinanzas literarias. También su fe parece impregnada de
humor: "—No soy perfecto, Monseñor. —Bueno, bueno, no se disculpe... Al fin y al cabo,
el mismo Jesucristo lo recomendaba, pero creo que sin mucha convicción."
573 Su sabiduría (no la del que mucho sabe, sino la del
que encuentra en las cosas sabor y así mucho gusta) le otorga una mirada
compasiva hacia los seres humanos: "Monseñor Beyle sentía piedad. También un poco
de culpa. Debía haber guardado algo de dinero para aquellos asaltantes."
574 Este anciano paralítico que dialoga horas con la
extraña trinidad de ladrones que osa asaltar la curia por puro aburrimiento,
que los acoge, alimenta y les muestra cómo encontrar el sentido de la vida,
aparentemente vacía a fuerza de perfección técnica, también es piadoso con la
muerte. Les dice a los ladrones, hablando de ella: "—Es una voz solapada, sorda. Suena a veces...
La muerte, ¿comprenden? A cierta altura de la vida, se la siente a menudo.
Avisa que está cerca. Uno se acostumbra... Ya la sentirán." 575 Y luego:
"Uno termina por acostumbrarse y convivir con ella. Es más: siente una
especie de gratitud por ese aviso. Un huésped leal; [...]" 576 Todo el cuento es un alarde de ternura e ingenio en
que el autor crea un espacio para explicitar lo más positivo de su teología
acerca de la fe, el mal, el diablo y el infierno y, por única vez en su obra
total, la Iglesia. Temas que reaparecen en otros cuentos del mismo libro
("El silencio", "La pantalla azul", "Claustro de
profesores") tienen aquí un tono y un desarrollo cabalmente diferente.
El Dios de la fe de Monseñor Beyle es un Dios encarnado que da sentido a la
vida, aunque ésta lleve el rostro de la cruz en su invalidez, aunque la
muerte se yerga como límite y el mal exista. Hay un algo trágico en muchos de
los personajes mejor trazados de Peltzer (Caín, el reo; Manuel, el
adolescente que descubre el mal en el amor; Laura, la compartida; Mario
Kremer, el suicida moroso; Elsa, la hamletiana, –por nombrar sólo algunos–),
ausente en Monseñor Beyle. Es el único personaje protagónico que presenta
enfermedad física. Sin embargo, es más sano que muchos otros. Su traviesa
esencialidad encerrada en la parálisis es capaz de transfigurar la dolencia en
sabiduría. La arquitectura del cuento, brillantemente estructurada con toques
policiales, territorio al que sólo vuelve Peltzer en La vuelta de la esquina,
logra su excelencia en el desenlace. El autor nos introduce en el juego
nocturno de Monseñor Beyle, el de la adivinanza literaria. Allí el lector,
investigador de un robo inexistente cometido por ladrones que se presentan a
sí mismos como tales y por motivos que ellos mismos explicitan, deberá
averiguar, si en la primera lectura no le es evidente, quién es el autor de
la estrofa citada. En el comienzo del cuento está la clave: "A la izquierda, una de esas mesitas de
ruedas, para enfermos: el breviario, una Biblia, la edición de San Juan de la
Cruz (recuerdo de un tío viejo, medio poeta), más pastillas. El arsenal para
pasar la noche estaba completo." 577 Creo que todo lector de la obra completa de Peltzer
lamentará conmigo que el escritor no haya logrado mantener en personajes
posteriores el humor entrañable del obispo. El sacerdote que confiesa a Elsa (La vuelta de la
esquina) es presentado como una voz: "La voz le llegaba, irreal [...]" 578
"La voz del sacerdote era serena, suave." y "La voz era más
dulce, más solícita." 579 Las cuatro últimas cualidades atribuidas a la voz
asombran si se piensa que Peltzer nunca antes las atribuye a la Voz de Dios.
Esta voz "irreal", en cuanto voz sin presencia, le trae una
verdadera Buena Nueva: la del amor. Lo esencial de la confesión se articula
sobre dos argumentos del ministro: primero: "Aquí viene para sentirse limpia
y libre, no para juzgarse." 580 Segundo: "Hay que vivir, y para
vivir hay que amar... y amarse." 581 Sintetizando, en el final de la
confesión el sacerdote le dice: "No sea usted juez, porque el amor no
juzga, ni siquiera a uno mismo." 582 Este hombre cree en el amor: "¿De dónde le brotaba esa fe en el amor, él
que estaba condenado a vivir solo, sin otra compañía que algunos amigos de la
parroquia que le daban retazos de vida de hogar?" 583 Al salir le dice: "—Vuelva con fe: en usted,
en el amor." 584 Y su fe es sacramento para Elsa. Por su voz ella y el
lector descubren en Peltzer un Dios que ama al hombre y que lo impulsa a
amarse. La clave que la confesión explicita es que Elsa no se ama. Multitud
de personajes de Peltzer son, en este sentido, Elsa. Ella es un personaje
colectivo de la narrativa del escritor argentino cuyo meollo es el propio
desamor. Es por demás significativa la presencia fugaz de
este sacerdote (aparece por única vez en la novela) que con su voz
misericorde ("serena", "suave", "dulce",
"solícita") revela a un Dios misericorde cuando afirma: "—No
hay otra salida que el amor." 585 Estas cuatro figuras sacerdotales testimonian la
experiencia de la fe. Creen en un Dios en el que es posible creer. Creen en
el amor y en el hombre. La voz y la vida de cada uno son evidencia de fe. No
es posible escuchar la Voz del Dios de Peltzer sin prestar oídos a estas
cuatro voces. En síntesis, lo que este rastreo del tema de la Voz
como epifanía de Dios en Peltzer revela es, en primer lugar, lo contradictorio
de sus voces. Set y Caín corporizan posturas distintas. Lo que Mario Kremer,
los tres suicidas, Ziusudra, el Filisteo, el juez, su secretario y Laura
dicen de ella es antagónico de lo que afirman el Padre Santiago, el Padre
Moldes, Monseñor Beyle y el confesor de Elsa. En segundo lugar, de la Voz se
desprende el deseo permanente de los personajes de escuchar la Buena Noticia
y la experiencia, contraria de aquél, de no hallar casi más que el silencio
de Dios. En tercer término, este Dios en silencio encuentra su soporte
antropológico en la convicción de la criatura de que la comunicación no
existe (en nota 518). 3.3. La Mirada. En la obra de Peltzer, la mirada es otro signo de
la epifanía de Dios, íntimamente relacionado al anterior. Aparece en los
cuentos "El silencio", "Claustro de profesores" y
"Las arcas", en poemas de La sed con que te llevo y La mi muerte, y
en las novelas Compartida y La vuelta de la esquina. En el primero, Set y Caín hablan de su experiencia
de la mirada de Dios, igual que lo hicieron respecto de la voz, y no
coinciden en este tema, como ocurrió en el otro. Dice Set de Dios:
"Quizá en este instante me mire, como yo los miro allá, abajo,
agitándose en sus tareas..." 586 Set mira, Dios lo mira. Para Set, la
mirada de Dios es buena. También lo es la suya. Set mira contemplando,
desprovisto del deseo de poseer y despojado de sí tras el viaje, que lo hizo
conocedor de la verdad. Y dice de la mirada de Dios: "El, mirándome,
alentando la necesidad que tiene de mí." 587 ¿Será que siempre vemos a
Dios como nos vemos? Caín, el de corazón duro, ve duro a Dios. Cuando
revela a Set su secreto, le dice: "La maldición de Dios es un duro látigo, pero
no basta para fulminar a un hombre; Él la atenúa. Porque nos necesita."
588 Set traslada a su lenguaje la experiencia de su
hermano y la propia y las palabras pierden filo y dureza, sugieren: Dios,
mirándolo alienta su sed del hombre. Sólo en el contexto del amor es
comprensible la frase de Set. Sólo en el desamor la de Caín. El entendió que
Dios lo necesitaba como ciego instrumento. La necesidad que Dios tiene de
Set, en cambio, es amorosa. Set la vive así. Por eso, al llegar al país donde
encuentra a Caín, tras cruzar el desierto dice: "[...] todo el tiempo, su mirada había seguido
mi huella y su mano me había levantado." 589 La mirada, la mano, el rostro, y aun el silencio de
Dios son para Set signos de su amor. Toda su epifanía lo es. La última vez
que en el cuento Caín alude al tema de la mirada, lo hace así: "Entonces empecé a sufrir los ojos sobre mí.
Un ojo el sol, que traspasaba las ramas y me marcaba a fuego; y ojos en la
espesura y en las fuentes, que sólo tenían aguas amargas para mi sed; ojos en
la noche de hielo y ojos en la arena que pisé después de correr, la misma que
tú has conocido, y en cuyo borde me detuve." 590 Las palabras de Caín muestran la dolida encarnación
del tema: "sufrir los ojos sobre mí [...]". El verbo alude a los
sentimientos y ya no se habla de la mirada sino de los ojos. La experiencia
es más real, más carnal, más fuerte. Un panteísmo de la culpa trasladada al
exterior lo sacude, y la naturaleza, benéfica para Set, deviene el ojo
acusador de Dios para su hermano. En "Claustro de profesores", una vez
aparece el tema de la mirada. Dicen en diálogo el muchacho y el sacerdote: "—Me parece que Dios nos mira. —¿Te hace bien eso? —Sí. Es como tener muchos hermanos." 591 La mirada de Dios es aprobadora, benéfica, instaura
la paternidad, que crea el vínculo filial. También en "Las arcas", Ziusudra siente
sobre él la mirada del dios: "Pero yo he puesto mis ojos sobre ti, he
reparado en tu pureza, sobre todo en tus lágrimas. Te he visto solícito en el
gobierno inútil, piadoso en sacrificio, atento a las voces de los
sueños." 592 Dios ha puesto los ojos sobre él. La connotación
bíblica de la frase y del adjetivo que le atribuirá más adelante:
"justo", revela el amor de Dios por él. Este "poner los
ojos" es un moroso detenerse, un "reparar" en la criatura,
especialmente en su sufrimiento. La mirada de Dios descubre la bondad del hombre
y la palabra enumera sus virtudes. Ziusudra es, a los ojos del Dios que lo
elige, puro, sufriente, solícito, piadoso, atento. En su poesía Peltzer plantea también el tema de la
mirada. En La sed con que te llevo, el amor humano, reflejo, hace a la criatura
capaz de ver a Dios: "Todo amor es imagen./ Por el mío/ verás,
verás al Otro." 593 Y la contraparte: "Todo amor es mirado."
594 En La mi muerte, el tema de la mirada,
enigmáticamente, se revela y concentra en dos versos: "Creo que tanto cuerpo nos fue dado/ para el
ojo de Dios que engendra el uno." 595 En la narrativa aparece en Compartida, sobre el
final de un diálogo singular entre Laura y el Padre Moldes: "—Todos estamos acorralados, Laura. Hay Quien
lo sabe y mira. —¿Entonces? —Entonces es preciso sentirse mirado..." 596 En La vuelta de la esquina se sintetizan las
ausencias de voz y de mirada de Dios: "‘Hay que ser bueno: Dios lleva la cuenta’, le
enseñaba su madre. Hacía mucho que había empezado a desconfiar de esa remota
contabilidad. Un día sintió que Dios era sordo. Otro día –varios años
después– lo sintió ciego. Entonces dejó de contar con él." 597 Es interesante cotejar el tema de la voz y la
mirada en Peltzer con la Escritura. En Peltzer son dos procesos separados:
Dios habla o mira. Releer las citas permite comprobar que Dios mira en
silencio o habla sin mirar. En la Escritura son simultáneos, se dan en la
unidad de Dios que se manifiesta unificándolos. En el Génesis, por ejemplo: "Dijo Dios: ‘Haya luz’, y hubo luz. Dios vio
que la luz era buena y la separó de las tinieblas." 598 Y más adelante:
"Dios llamó al suelo seco ‘Tierra’ y a la masa de agua ‘mares’. Y vio
Dios que todo era bueno." 599 Y en los Evangelios: "Fijando en ellos su mirada, Jesús les dijo:
‘Para los hombres es imposible, pero para Dios todo es posible.’" 600
También: "Jesús lo miró, sintió cariño por él y le dijo [...]" 601
O "Jesús miró fijamente a Simón y le dijo: [...]" 602 A esto podría agregar lo dicho respecto de "La
presencia física", II, 3.3.1., cuando me refería al papel del tacto en
Jesús. Un Dios que mira, habla y toca al hombre, que además come con él y se
da en comida, que se deja ungir con perfume por la mujer, se revela como un
hombre pleno y asume la naturaleza humana en totalidad, desde la instancia
primera de lo sensorial, alborada del conocimiento. ¿Qué diferencias proyecta la unidad bíblico
evangélica respecto de la dicotomía de Peltzer? La primera es que en la
unidad del que se dona, la entrega es total. Dios, Uno, sólo puede otorgarse
íntegro. La entrega parcial implica un no entregarse, una reticencia en el
don, una cierta mezquindad. La segunda es, en consecuencia, que si el don
divino sólo puede ser total, el análisis racional que presupone
diversificarse en sólo voz, o sólo mirada, en entregas parciales, es
evidentemente un antropomorfismo, característica que reiteradamente he
señalado en la imagen de Dios que me ocupa. La tercera es que esta
"incapacidad" de Dios para la entrega absoluta, o sea su
antropomorfización, parece ser la proyección a Dios de una realidad interior
del hombre, como si queriendo verlo, sólo consiguiéramos vernos. Con lo cual
vuelvo a una pregunta anterior: ¿No será que vemos a Dios como nos vemos? ¿No
será que le proyectamos nuestra finitud y así volvemos insaciable nuestra sed
de infinito? ¿No miramos la imagen de nuestro doble en el espejo cuando
negamos a Dios la posibilidad de la entrega unitaria y total? Este miedo de
dar, de abrir, de ser, que después leemos en el espejo que creemos Dios ¿no
es racionalidad, en suma, nefasta racionalidad que pretende ser la medida de
todas las cosas y no entiende al Sin Medida, racionalidad incapacitada para
saltar al Misterio, antropomorfismo que nos ciega para el Totalmente-Otro?
Hay un algo de narcisismo de signo contrario en la raíz de esta actitud. Un
mirar la propia imagen en el espejo del agua, y odiarla. Y a partir de esta
primigenia experiencia en la que tantos factores tienen peso, desde los
ingobernables congénitos hasta la educación, la influencia del medio y la
automodelación, aparecemos como inocentes condenados por nosotros mismos a
nuestro propio desamor, y seguramente, al de los demás y al de Dios, porque a
todos vemos confundiéndolos con nuestra imagen. No es Dios quien condenó a Caín al principio, sino
él quien no se conoció, quien sólo pudo verse como "el
primogénito", y proyectó a Dios su condena: "La voz me maldijo y
sentí que no podía esperar perdón." 603 No pudo separar el ser del acto.
Comprometió en el pecado su naturaleza toda y se halló irrescatable. Pero lo
era antes de matar a Abel: Caín no se amaba. La muerte de Abel no hace más
que consumar esa certeza. Le llevará años aproximarse al perdón (que más
tiene de olvido o de conversión a lo onírico que de absolución) del que habla
al final de la historia. Creo que la única redención posible para Narciso
(Caín, el hombre), es dejar de verse un día en el espejo del agua para
comenzar a mirarse en el espejo de otro. 604 En uno tal que lo ame, que se
constituya en verdadero "tú" de un diálogo verdadero, ya que su
tema no es más que la verdad, o sea, el amor. Porque sólo en el amor la
verdad subyace y sólo él sabe descubrirla. Esta sustitución del espejo
narcisista por un tú convierte a cada uno de los polos dialógicos,
simultáneamente, en amado y amante. Instaura un espacio interior que es,
simultáneamente, paraíso perdido, rincón materno donde se conoció la
felicidad y tierra prometida, hogar paterno que el ser anhela. La Vida
Eterna, el Reino, ha sido inaugurado. Recuperación y cumplimiento se aúnan en
una experiencia presente porque descubren un abismo de interioridad que tan
sólo se revela a la dialéctica del amado-amante. Intimidad inapropiable,
abierta sólo a la voz y la mirada del amante para la contemplación del
misterio; creada por la voz y la mirada del amante, ya que antes el amado no
la supo existiendo en él. El amante es el nombrador. Es quien llama al amado
por su nombre, y lo despierta, lo reúne, lo crea en su mejor yo. Es quien
dice el nombre del amado y le descubre, al nombrarlo, su cifra de identidad
más honda. 605 Cuando esta plenitud abisal de lo humano se actualiza, es Dios
quien se manifiesta en el misterio del otro. El plan de Dios se rehace en
cada historia humana si ésta es capaz de sumergirse en sí misma hasta tocar
su límite. Allí saben, amado y amante, no más Narcisos, que la redención sólo
se entiende contemplada desde la encarnación porque "lo que no se asume,
no se redime" (San Justino). Comprenden que al Amor se llega por el
amor, y que en él la criatura descubre la culpa, la gravedad de obrar contra
el amor. Y allí, en el amor, debe descubrirlo, porque sólo allí es redimible.
A la luz del amor se revela el juicio, porque el amor es el que juzga, y al
juzgar en la redención, justifica. Ya no es posible mirarse en el espejo y
odiarse (Caín), ni mirarse y amarse solo (Narciso). Sólo el otro es capaz de
liberar la experiencia, nombrándola en el amor. El silencio de la soledad de
Caín es su atadura con el mal. No pudo esperar el perdón de Dios porque no
pudo verse en el amor de otro. No fue el amado liberado por un amor tal que
no le exigió ser digno para amarlo, sino que le sirvió su amor para que,
constituyéndose en amado, se amara y se perdonara y fuera capaz de amar. Sólo
el amor perdona y cura. Sólo el amor sana porque desciende hasta el límite de
la criatura finita y ve allí su propia finitud, y se compadece de la de
ambos. Quien así ha sido amado y ha amado así, en esta luz enceguecedora que
el amor derrama sobre las cosas, descubre o redescubre su vocación. Encuentra
el sentido de todo lo que le es dado o negado, porque todo en definitiva le
es otorgado, y aun lo imposible es posible a los ojos del Amor. Pero un amor
tal es un don, un kairós. Caín cree que este don no le fue dado. ¿Quién de
nosotros habría de condenarlo por eso? ¿Quién sumará otro infierno a su
infierno? ¿Quién será capaz de juzgar, tras abismarse en el misterio del
propio corazón y otear los bordes del Misterio? ¿Quién no rescatará, en lo
catártico, lo salvífico de su símbolo? ¿Quién no deseará el amor del otro
como verdad del propio amor, para despojarse de toda primogenitura? ¿Quién,
deseándolo no lo pedirá y pidiéndolo no lo recibirá? 3.3.1. El Vidente. Para cerrar los temas de "La Voz" y
"La Mirada", quiero referirme a un personaje de la novela La vuelta
de la esquina, el Vidente, en quien ambas experiencias se aúnan. El es, sin
duda, la figura más cristológica de la obra de Peltzer, y también la más
enigmática. Aparece siete veces a lo largo de la novela de estructura
policial, creando, por la diversidad de su naturaleza respecto de la del
esqueleto central, una suerte de efecto fantástico-trascendente. Es de notar,
también, que junto al Vidente aparecen otros elementos, atípicos unos dentro
del género, como las Voces (reminiscencias del coro del teatro griego), poco
frecuentes otros, como la temática netamente metafísica. La identidad del
personaje, magníficamente configurada, reúne al loco, el mendigo, el profeta,
el Cristo. (En un poema de Los oficios, publicado tres años después,
reaparece.) Peltzer lo presenta en la cárcel, (pp. 135 a 138),
caracterizándolo como una persona muy esperada, viejo, canoso, con la barba
en desorden. Es el Vidente, "no puede vivir sin el hombre". 606
Pobre, alto, flaco (¡cuánto tiempo y dolor han pasado sobre el Dios-dandy de
"El profesor de ajedrez"!), está en la cárcel por y para hablar,
ésa es su misión. "—Es un loco lindo. Se cree el salvador de toda esta
mersa, un santo [...]" 607 Le dicen "maestro". Habla como
profeta y actúa como Cristo: "—¡Dejalos libres! Yo asumo las culpas de
ellos." 608 El Tano le pregunta: "—¿Quiénes son los hijos del Señor?" y él
contesta: "—Los que sufren, ¿no lo sabías?" Y la respuesta a
"—¿Quién es el Señor?" 609 quedará pendiente hasta el final de la
novela, cuando fuera de la hilación del relato dirá: "—El Verbo, ¿te
acordás?" 610 En la tercera y quinta aparición del Vidente, (pp.
191 y 229), en la cárcel una y en una plaza la otra, el tema de su identidad
queda develado entre simbolismos y paradojas. El Vidente se reza a sí mismo.
Más allá de la locura que esto aparenta, subyace la afirmación de que él es
una figura cristológica, que Peltzer confirma cuando dice: "Quedaron
ella y el muchachito flaco. Se repetía la historia: un discípulo, la mujer...
Nadie más." 611 La alusión a Cristo en cruz, Juan y la Virgen, inesperada,
leve, descubre al poeta en el narrador. Le basta un toque para
transubstanciar un cuadro casi grotesco, protagonizado por un loco en una
plaza de barrio, en la escena del Gólgota. La segunda aparición del Vidente, (pp. 164 a 170),
en la fila del agua, pone de relieve tres temas básicos. El primero,
reiterado, el de su identidad: él es el Vidente. Esta es su diferencia, su
superioridad no elegida. Lo dice una mujer: "Hasta adivina sin
cobrar." 612 y él lo confirma al revelar el destino del Loco: "El viejo, de pronto, pareció oír u oler algo
extraño. [...] —Hay sombras fuera, sombras que te miran, te están
esperando." 613 "El Vidente lo miró, completamente seguro y sin
poder detenerlo." 614 El segundo tema que se manifiesta es su misión: la
opción por los pobres junto a la certeza de la existencia de otra justicia: "—¿De qué justicia me habla? —La de los hombres, esa que usted sirve. —¿Y qué otra hay? La voz llegó, rotunda: —Tiene que haber otra." 615 El tercer tema, el más teológico y definitorio del
personaje, es el de la obediencia: "Oigo la voz. Tengo que
obedecer." 616 El es el que oye la Voz y la convierte en palabra para el
hombre. Es el que ve. Ve más que el hombre y mira al hombre con mirada que no
es de hombre. Por esto, digo, se reúnen en él dos temas de esta
investigación: "La Voz" y "La Mirada". Las dos últimas apariciones del Vidente, (pp. 246 y
271), en la cárcel y en diálogo telefónico con Rita, plantean la cuestión
soteriológica: en lenguaje aporteñado e inconexo, el personaje despliega,
como las cuatro figuras sacerdotales antes analizadas, una teología basada en
el amor: "Hay otro, él me manda. Yo obedezco, siempre
obedezco... Hasta que se manifieste. No se puede forzarlo, pero se puede
hacerle fuerza, la fuerza del amor, hermano [...] Es lo que estamos haciendo.
Hace mucho que estamos empeñados en... ¡bueno! en... el rescate." 617 La cita reitera la obediencia, y con un misterioso
plural (¿trinitario? "estamos"), no empleado por el personaje
antes, inserta un término evángelico nítido: "rescate" (Mc, 10,
45). En esta aparición analizada, el Vidente pone de manifiesto que Dios es
el que nos ama. En la última, telefónica, le pide a Rita amor para el Tano,
preso y a punto de ser injustamente sentenciado. Y amor para el juez, que
"Necesita más amor que nadie." 618 Al que tiene experiencia del
amor de Dios se le impone convertir la vida en misión: hacer que este amor
sea para todos y que todos se amen guardando analogía con ese amor. Es por demás interesante la observación de lo
teológicamente positivo que Peltzer despliega en este personaje. Palabras o
situaciones que en el resto de la obra expresan rebeldía, en el tratamiento
del Vidente adquieren un tono francamente diverso. Pareciera que en su campo
de irradiación cesara la influencia de Lagerkvist. Me refiero, por ejemplo, a
la comprensión de la obediencia en el amor, y a la imagen reiterada de un
Dios que no puede vivir sin el hombre y que lo ama: "Él... Él me parece
que... también. Él ama. [...] Tiene que amarnos. Si no..." 619 El Vidente
titubea, pero al fin lo afirma y aun lo reclama. El ocultamiento de lo que se
revela, la penumbra en que el personaje se muestra, el silencio de que está
penetrada su palabra, permiten a Peltzer decir lo que desde otra luz,
negaría. Sólo bajo disfraz, encubierto, su Dios es capaz de descubrir el
rostro. Al modo de Unamuno, que encarna en Blasillo lo medular de su fe,
Peltzer puede decir que Dios ama al hombre por boca de un
loco-mendigo-santo-maestro-profeta que es figura de Cristo. En síntesis, lo primero que la mirada de Dios
manifiesta a lo largo de la obra completa de Peltzer, a igual que lo revelado
por la Voz, no es unívoco. Una es la experiencia de la mirada que hace Caín y
otra la de Set, la de algunas figuras sacerdotales, la del Vidente. En estos
últimos se revela ese "otro Dios" de Peltzer, al que me refería en
el final del tema de "La Voz". En segundo término, si fuera posible
cuantificar el porcentaje de lo teológicamente positivo y lo negativo del
escritor argentino, lo último ocuparía el primer lugar. En su obra
sobreabunda el Dios cruel, jugador, sordo, mudo, impotente. Y hay marcada
ausencia de amor y paternidad. Pero es innegable que la obra completa es
búsqueda de Dios y que éste, fugazmente, se revela como amor y providencia.
Por eso, digo, la epifanía que Peltzer desarrolla no es unívoca. En tercer
término, la Mirada constituye, comparada a la Voz, la epifanía de un Dios
menos duro y cruel. Pareciera que, en un ámbito de silencio, el Dios de
Peltzer puede relacionarse con el hombre en actitud algo más paternal y
amorosa. Por último, Peltzer creador sigue escribiendo. Nos hallamos ante un
mundo abierto, cambiante, en gestación permanente. No es posible sacar
conclusiones definitivas, sino más bien asomarnos a contemplar su proceso,
asombrados de la simultaneidad con que su palabra desenmascara,
catárticamente, al dios inexistente, y devela la esperanza: "Pero queda
un arraigo que se vincula al Niño,/ es el Niño, está adentro, nunca salió de
adentro,/ y ha mandado un mensaje: que te aparezcas, pronto,/ para verte y
dormir de nuevo en el Pesebre,/ mientras los dones caen goteando de la
mesa." 620 4. Conclusión. El segundo capítulo de esta investigación se ha
adentrado, pues, en la exégesis de la imagen de Dios tal como el creador la
manifiesta a lo largo de su obra completa. Ha recorrido los nombres que el
escritor le atribuye e intentado desentrañar el peso que la experiencia
parental carga al llamarlo Padre en la simbolización de la criatura
literaria. Ha pormenorizado las cualidades con que lo califica deteniéndose
en las dos más reiteradas: jugador y poderoso impotente, antitéticas de
providente y de todopoderoso. Por último, ha observado al Dios personaje
analizando su retrato, su voz y su mirada como modos elegidos por el creador
para relacionarlo con el hombre y ha desembocado en esta triple conclusión: a) La
imagen literaria del Dios de Peltzer no es unívoca. Se compone de elementos
contradictorios. b) La
palabra estética de Peltzer referida a Dios revela, reiteradamente, lo que
Dios no puede ser. En este sentido, entiendo, opera con intención catártica.
Afirmar que Dios es lo que lo niega como Dios sería el intento de purificar
la imagen divina del componente idolátrico con que fue recibida. Nombrarlo
como lo que no es lo exorciza. Y mueve, profundamente, a compasión y temor.
Este proceso de arrancar las máscaras de Dios implica, evidentemente, la
existencia subyacente de un Dios positivo, creíble. c)
El Dios en el que es
posible creer asoma en algunos pocos personajes y permanece oculto en el
silencio del escritor. Capítulo III LA CREACIÓN “Si el amor no me crea, no quiero ser creado” F. Peltzer La mi muerte Vista la imagen de Dios que la obra completa de
Peltzer presenta, me propongo en este último capítulo el análisis de algunos
elementos literarios que conduzcan a una hermenéutica global de la misma. Es
mi propósito desentrañar la imagen de Dios y la semejanza Dios-creatura no ya
desde una perspectiva teológica sino desde el punto de vista del discurso de
Peltzer. 1. LA UNIDAD DE LA OBRA. La lectura reiterada de las obras del autor permite
comprobar el entretejido que las vincula. El amplio espectro que el hecho
presenta me induce a desglosarlo por niveles, de modo que resulte evidente. El primero, por más notorio, es la urdimbre
novelesca. Peltzer logra este efecto en las cinco novelas mediante dos
recursos: a) el preanuncio de un personaje que será creado en la siguiente o
la supervivencia de un personaje de otra anterior; b) la repetición de
situaciones semejantes. El segundo es la presencia, en gran parte de la
obra, del tema del amor creación. Este, explicitado en el ensayo de 1971,
opera a modo de pilar vertebrante de la unidad, profundizando y extendiendo
el entretejido a los cuentos y la poesía, y adquiriendo, en algunos libros,
entidad de leitmotiv. El tercero es la reiteración de ideas, lugares e
imágenes a lo largo de la narrativa y de la poesía. No tienen envergadura de
temas, como podrían ser el de Dios u otros que darían lugar a otra
investigación (la muerte, el amor, la soledad). Son perfiles más sutiles,
líneas de continuidad que completan su silueta si el lector las rastrea a lo
largo de toda la obra y contribuyen a dimensionar la profundidad de su
entramado. El último y central, del que los anteriores son
substrato y hacia el que apuntan, es la creación, a partir de múltiples
personajes, de una criatura única. Peltzer logra esta unidad, en primer
término, mediante la atribución del mismo nombre y de cualidades similares a
personajes de obras diferentes. Y, en segundo lugar, por la constante del
abandono que muchas de sus criaturas manifiestan junto a su más hondo deseo:
el de ser amadas, que desemboca en la certeza de la insuficiencia del amor
humano. El entretejido que planteo no pretende agotar las
posibilidades de relación de unas obras con otras, que es vastísimo, tanto en
el nivel temático como en el estilístico, del mismo modo que el análisis del
tema de Dios no pretende agotar la semántica de la obra de Federico Peltzer.
Apunta, sí, a mostrar su existencia y a analizarla en aquellos aspectos que
revelan la unidad antropológico-teológica de su obra. Es decir, esta criatura
única que vive en la obra del escritor argentino, este ser desesperado (Juan,
Laura, Rosa, Mara, Mario, Caín, Manuel, Elsa, Eduardo Huerta, el Tano, el
Nadador, el hombre de "El mar que tanto sabe de las piedras"),
solo, enamorado de la muerte, para el que el amor es apenas breve fiesta,
jugador poderoso o impotente, silencioso, cruel consigo mismo, ávido de amor
e incapaz de amarse, hijo abandonado de una madre cruel y un padre débil,
este ser es fiel semejanza del Dios de Peltzer. Antropología y teología se
corresponden en él estrechamente. De modo tal que la unidad de esta
investigación literaria se configura desde un centro teológico que ahonda en
sus fuentes (Los maestros), analiza la palabra estética que la encarna (El
creador) e intenta desentrañar las interrelaciones de la concepción teológica
y la antropológica del autor a partir de la fisonomía del personaje único
enmarcado en la unidad de la obra, el espacio, el tiempo y el lenguaje (La
creación). El objetivo del presente capítulo es observar dicha
unidad desde una perspectiva literaria contemplando la criatura única como
imagen del Dios creado por Peltzer y la relación funcional que el entramado
antropológico-teológico tiene con sus derivaciones literarias, ya que es en
este territorio donde se encarna. Tales derivaciones configuran el
tratamiento del tiempo y del espacio narrativos y también el del lenguaje,
elementos que, más allá de los propósitos literarios evidenciados por el
autor, siempre acaban consumándose en terreno metafísico. 1.1. La urdimbre novelesca. La obra completa de Federico Peltzer y las novelas
en particular, se contienen unas a otras, o son contenidas, a partir de la
presencia de personajes que, concebidos en una, crecen y se desarrollan en
otra, o, a la inversa, por mención de personajes de novelas anteriores, o a
partir de la creación de una situación semejante a otra para personajes
diferentes. 1.1.1. El preanuncio y la supervivencia del personaje. Desarrollaré, en primer término, la imbricación de
Tierra de nadie, Compartida y La razón del topo por presencia de personajes
según los dos ítems planteados. Y en segundo término, la de estas tres con La
noche y La vuelta de la esquina por la reiteración de situaciones semejantes
en la vida de sus criaturas. En Tierra de nadie aparece en germen Hans, el
alemán con quien Laura se casa en Compartida. En la primera novela de Peltzer
se llama Fritz, es "un alemán bebedor y generoso", dueño de un
botecito en el que salen a remar Juan y Rosita 621. Sin duda en Fritz se
gesta Hans, pero como ocurrirá otras veces, la historia esbozada y la
definitiva no coinciden totalmente. Peltzer parece complacerse en este juego
de asemejar pero no identificar. Así, Fritz se casa con una
"aventurera", que luego "[...] se enredó con un viejo rico que
pasó por allí en tren de negocios." 622 Esta no es exactamente la
historia de Laura, pero tampoco deja de serlo en las líneas esenciales. Cuando
vuelve a nombrarlo, ya Fritz es Hans: "[...] esperando enamorado y borracho la hora
de estar a solas con la mujer que, a pesar de quererlo, era también de
otro." 623 En Compartida, Hans asume a Fritz, olvida la
diferencia de nombre e historia y es uno con él: "Con quien más se daba era con un adolescente,
casi un chico, empleado también, que después se mató por algo espantoso que
salió en los diarios. Eso lo afectó mucho, dijeron. Tenía un bote con el cual
salía a menudo los domingos, cuando iba a pescar; también se lo prestaba al
chico para que paseara con la novia. Después que el otro se mató, Hans hizo
una de esas cosas simbólicas que me encantaban en él: tejió una corona de
flores y hundió el bote. Ya no tuvo escape: pasó los domingos, de sol a sol,
en el boliche, sin otra amistad que la ginebra." 624 Cuando Laura va a visitarlo a Misiones, le muestran
la tumba de Juan: "En un lugar casi vacío vi una cruz pequeña,
de madera. Ella se persignó. Leí el nombre: ‘Juan...’ —¿Quién era? —Un chico que murió hace dos o tres años, no
recuerdo bien. Su marido lo quería mucho... —¿Uno que se mató?" 625 Una novela es realidad para la otra, de modo que
los mundos ficcionales narrativos configuran una estructura profundamente
verosímil en la que se realiza la interferencia recíproca de los papeles. En Compartida reaparece el Padre Santiago, el cura
de Tierra de nadie: "A veces se agregaba un cura vasco que se llamaba
Santiago y sentía mucha simpatía por Hans." 626 Y Clara, la prostituta
de Tierra de nadie con la que Juan no logra iniciarse, irrumpe también en
Compartida: "—¿Dónde has estado? Me miró con una sonrisa torcida. —Fui a visitar a una amiga. —¿A quién? —El nombre no tiene importancia. Se llama... creo
que Clara..."627 En La razón del topo, publicado doce años después
que Compartida, reaparece Laura: “—Esta tarde, al salir de la oficina, uno de los
abogados nos llevó a la costanera, a la parte donde termina, después de los
carritos. Teníamos ganas de pasear y fuimos con Laura. —¿Quién es Laura?. —La secretaria, una buena persona. Viuda, sin
hijos, ni familia. Está enamorada del abogado: dice que se parece al marido.”
628 Entre las dos Lauras ocurre lo mismo que entre
Fritz y Hans. En la semejanza hay diferencias. Una vez más aparece mencionada
en la novela: "Lo quería, ¿te das cuenta? Y él la alejaba.
Me explicó que, si lo seguía viendo, se iba a morir." 629 En este caso preanuncia lo que ocurrirá con
Dolores, y luego, en el final, Laura (¿otra Laura?, ¿la misma Laura de
siempre?) cierra la más dolorosa novela de Federico Peltzer: "El lunes
se instalará en la pieza de Don Hernando una pensionista: Laura, como la
compañera de Dolores. Es viuda, parece que se ha cansado de vivir sola y se
conforma con dormir, bajo el mismo techo, con otra gente cualquiera."
630 Pareciera que Peltzer ha seguido devanando, en
silencio, el hilo de la historia de Laura, y aquí la mostrara en otro
momento. Así como hay en él un Dios de la palabra y un Dios del silencio, hay
personajes gestados por la palabra que siguen viviendo y creciendo en su
silencio, para asomar, fugazmente, en otra novela diferente de la que los dio
a luz. 1.1.2. La situación semejante en personajes
diferentes. El segundo término de la interrelación, el vínculo
entre las tres novelas ya tratadas con La noche y La vuelta de la esquina se
produce por la reiteración de situaciones semejantes en la vida de los
personajes. Jorgelina Loubet dice en la presentación de La
vuelta de la esquina: "[...] en La vuelta de la esquina como en
otras novelas de Federico Peltzer, Compartida y La razón del topo, se repite
el personaje de la muchacha de pueblo, pero desarrollando su historia
novelesca en Buenos Aires." Señala también: "Curiosamente, como en
La vuelta de la esquina, uno de los focos de La noche lo constituye el
encuentro amoroso y fortuito entre dos desconocidos y, en ambos casos, por
iniciativa de la mujer." 631 Agrego que esta pauta se repite entre Eduardo
Huerta y Olga (La vuelta de la esquina) y entre Dolores y Mario (La razón del
topo). Pedro M. Fuentes, en un artículo sobre el escritor
argentino, apunta al mismo centro de la interrelación: "La esporádica confesión de Graziani frente al
Padre Santiago, en Tierra de nadie (pág. 94-95) es el drama vivido por Hans,
sin palabras, en Compartida, como las discusiones y cavilaciones de Juan
sobre el amor, la tentación y la pureza son el cuerpo mismo de Laura."
632 Cito las observaciones de la escritora argentina y
las de Pedro M. Fuentes a modo de confirmación de mi punto de vista acerca de
la urdimbre novelesca de Peltzer. Un momento de Compartida, comienzo de IX, 2ª parte,
recuerda la escena en la Costanera descripta en La noche 633. Coinciden el
paseo "cerca del río" y la mención del "vaporcito de
Montevideo." En La razón del topo se registra, a igual que en La
noche y "El nadador", el peso de un gesto aparentemente
intrascendente: mirar fotos. Lo hace Mara en ese domingo que será definitorio
de su vida: "Hoy, antes de salir, me puse a revolver
cajones. [...] Uno donde tengo cosas viejas. Postales, estampas,
cuadernos." 634 Y en la imaginación de Mario Kremer lo hace Anita:
"A lo mejor revuelve fotografías." 635 Ambas miran una foto del
Colegio de Hermanas. Ambas están con una compañera. Para ambas, verse en el
pasado causa el enfrentamiento con el presente. En Mara, consigo misma. En
Anita, con la muerte. Y el mismo Mario Kremer, ya perdida Dolores, hilvanará,
sobre el final de la novela, su monólogo, mirando el propio pasado en las
nueve fotografías. El texto referido a ellas aparece entre paréntesis, pero
es el sustento real de su pensamiento que, carente de Dolores, ha quedado sin
vida, reducido a sí mismo, crucificado a "la actitud". Para el
Nadador, las fotos son el testimonio de la "infidelidad
desesperada" de su mujer, que lo pondrá ante las puertas de la
muerte-infierno: "Sólo que las fotografías de aquella historia
dejaban lugar a las palabras de mi historia, y éstas eran un tormento más
refinado, más cruel, porque aquí la imaginación reconstruía las
escenas." 636 La idea de la "alianza" para conspirar
contra los grandes se registra también en ambas novelas. En La razón del topo
como deseo del hijo único: "Ningún amigo para conspirar juntos y escapar
en compañía del mundo de los grandes, y hacer la gran alianza." 637 En La noche, como realidad entre hermanos: "[...] Me buscaban solamente cuando les hacía
falta. —... —Para la alianza. —... —Contra papá y mamá. Eso es lo bueno de tener
hermanos." 638 En Compartida, La razón del topo y La vuelta de la
esquina aparece el recurso teatral o cinematográfico de crear en un personaje
la percepción de otro antes por el oído que por la vista. Dice Laura: "De pronto oí que alguien, con un pronunciado
acento extranjero, me hablaba. [...] levanté la cabeza y vi [...]" 639 Y en La razón del topo: "Cuando uno está solo, es quizá la voz,
advertida de lejos, lo más sensual que puede brindarse. [...] La voz de
Dolores." 640 Cuando Mario Kremer dice esto, aún no la ha visto.
En La vuelta de la esquina el confesor de Elsa es, al comienzo, sólo una voz.
Por eso: "[...] la voz le llegaba, irreal." 641 También en estas tres novelas se presenta el caso
de matrimonios sin hijos y se hace referencia a la consulta médica en las dos
últimas. Laura dice: "Tal vez con un hijo se hubiera sacudido. Ver
prolongar la vida propia es algo que –se me ocurre–, debe hacer pensar en la
necesidad del mundo. Pero, en la guerra, había tenido una de esas
enfermedades que los soldados adquieren en la primera noche de licencia, al
entrar a una ciudad. No tendríamos hijos, [...]" 642 Mario relata la consulta con mucha ironía de su
parte, tras aclarar: "Anita no me perdonó mi jerga curialesca, no la
falta de vástagos." 643 Y respecto de Elsa y Eduardo dice el autor: "No llegó el hijo [...] Pero pasó el tiempo,
vieron a varios especialistas. Elsa estuvo, naturalmente, atendida como
nadie." 644 Un último rasgo común a las cinco novelas del
escritor argentino es el propósito deliberado de justificar el título
(también presente en algunos cuentos, como "El bastón y la
lumbre"). Dice en Tierra de nadie: "—¡Pero su edad está sobre ellos, la soportan,
no la eligen! Es la tierra de nadie." 645 En Compartida Laura se aplica muchas veces la
palabra-título. En las pp. 191/ 192, por ejemplo, lo hace seis veces. Y al
final de la novela sintetiza: "Fui una mujer compartida." 646 En La noche pregunta Mara: "—¿Estuviste en Florencia, en la tumba de los
Medicis? —... —Pienso en Julián, el guerrero. ‘La noche’, ¿te
acordás? —... —Eso es: la mujer que cae, con una tristeza
infinita, dormida... No, dormida no; relajada. Y el brazo izquierdo escondido,
detrás de una máscara antigua." 647 En La razón del topo, Mario Kremer se aplica muchas
veces el término "topo" en relación a "la actitud". Las
pp. finales (285 a 299) insisten, en párrafos diversos, acerca de la
descripción de los hábitos del animal, hasta que dice: "[...] es mejor huir de todo y hacerse
topo." 648 En La vuelta de la esquina aparece repetidamente la
frase que la titula, en las pp. 124, 269, 298 y en una copla: "Para olvidar el amor/ le pones tapa y
sordina./ Se te pierde lo mejor/ a la vuelta de la esquina." 649 Las cinco novelas, pues, mediante dos recursos: la
supervivencia o el preanuncio del personaje y la reiteración de una situación
semejante, conforman una suerte de unidad narrativa cuya peculiaridad más
relevante radica, a mi juicio, en que ésta no se sustenta exclusivamente en
lo temático sino en pilares formales. Las historias, de hecho, no guardan
ninguna semejanza argumental. Se constituyen en unidad a partir de una
urdimbre vinculante más sutil y profunda que las relaciona sin restarles
independencia y las enmarca en un presente creador, ya que cada una sobrevive
y reaparece en la siguiente. 1.2. El ensayo: columna vertebradora de la unidad. En este rastreo de la mutua imbricación de una
novela en otra por obra de un personaje, no mencioné La noche, porque no
aparecen en ella seres de las otras novelas. En cambio, está muy presente el
ensayo El amor creación en la novela. Este actúa a modo de matriz de una idea
que recorre la obra toda de Peltzer, no sólo las novelas, la reúne y la
vertebra: el amor crea su objeto. El amante crea al amado, "no ve al
otro ser tal cual es; lo ve como quiere que sea." 650 El rastreo de las quince obras restantes publicadas
a la fecha de finalización de esta investigación (cuentos, novelas y poesías)
permite verificar la presencia de estas ideas (excepto en Los oficios y Los
poemas del niño), aun en obras anteriores al ensayo (éste aparece en 1971,
cuando Peltzer ya había dado a luz seis libros). Recorreré, cronológicamente,
las trece obras publicadas que contienen el tema a fin de demostrar lo
afirmado. En Tierra de nadie, dice el autor acerca de Juan:
"Imaginaba que, inventando el amor, iba a hacerlo acudir." 651 y de
la relación de Rosita y Juan: "Rosita era el espectador admirado de su habilidad
y de su hombría. En aquel deslumbramiento hallaban estímulo sus proezas. Era,
en cierto modo, su obra." 652 En Compartida, la presencia de la tesis del ensayo
es insistente: "A menudo me ha sucedido que, frente a los
míos, me he sentido como si los hubiera creado para mí, dándoles una
substancia invisible para los otros." 653 También: "[...] somos un
poco lo que nos hacen. En nuestra hechura se mezclan numerosas manos."
654 Y después: "Me irás haciendo de nuevo, día a día, tal como soy, la
verdadera." 655 En Con muerte y con niños dice el relator de
"Giuocco piano": "[...] que creyeron construir ese muñeco que
los amantes imaginan como nacido de sus besos en el momento del amor. Ese
muñeco de humo." 656 En La sed con que te llevo confirma: "Yo confío
a tus manos/ la creación del rostro nuevo/ [...]" 657 En La noche la presencia del amor creación es muy
fuerte por la correspondencia temático-técnica: Mara crea, de alguna manera,
al personaje masculino. Por eso no logra salir de su monólogo. La comunicación
plena no se establece y el silencio del partner dialógico es la evidencia
clara en el terreno técnico de esa realidad temática. Dice Mara: "[...]
Dos monólogos. Siempre ha de ser así." 658 No se trata solamente de que
la idea del amor creación está presente en la novela, sino de que se
efectiviza su mecánica: Mara crea al hombre que necesita para verse a sí
misma en totalidad, en el único espejo acabado: el diálogo, el otro, un tú
que le permita reconocer al propio yo. El silencio absoluto del personaje
creado obliga al lector a crearlo, a su vez, en una suerte de adivinación de
sus palabras, ausentes en el texto. La idea, pues, del amor creación: "No importa, pues, para nuestras
consideraciones, que el objeto sea lo que llamamos real, o mera invención; lo
que sí interesa es el acto creador que sobre él se realiza." 659 se encarna en esta novela de modo notorio. Dice
Mara: "—Hacen, es cierto, hacen mujeres. Una boca,
un abrazo, un modo de decir cualquier palabra... Ya está hecho el mundo de la
nueva mujer, con un fragmento. [...] —Nosotros también. Yo te hice, a mi manera."
660 Más adelante: "—¿Para ser yo? ¿Qué soy? —... —¿Otra? —... —¿Cual? —... —¿La que me hicieron quiénes?" 661 Y sobre el final: "—después no sabré si eras... alguien... O si
te hice yo, un día, hoy, porque te necesitaba. Necesitaba que fueras... Pero
más tarde... una mañana... no serás más. O serás lo que yo te hice." 662 En La mi muerte dice: "[...] porque me
nombras, me haces,/ soy lo que me has mirado." 663 La creación también
se proyecta a Dios: "El hombre es criatura/ que va creando a Dios a cada
instante." 664 Y el deseo metafísico surge como valoración del ser, cuyo
único presupuesto digno es el del amor: "Si el amor no me crea,/ no
quiero ser creado." 665 En La razón del topo el tema aparece
insistentemente. Unas veces mostrando su fracaso, otras aferrándose
desesperadamente a su postulado (pp. 49, 109 y 130). Como en La mi muerte,
también se vincula a Dios: "[...] clamar hasta que Dios escuche, si
existe; o hasta hacerlo nacer, de puro anhelo, [...]" 666 El sustento filosófico del ensayo se introduce en
la novela primero en forma de imagen: "[...] en Dolores, mi rama de
Salzburgo [...]" 667 Luego, dialécticamente: Mario Kremer dialoga con
dos de los soportes de la tesis de Peltzer, Ortega y Stendhal: "¡Ah
español célebre! [...] Tenías razón: pas de Stendhal [...]" 668 Más
adelante, le explica a Dolores una parte de la tesis del ensayo. Ella
resuelve todo lo escuchado en dos palabras, con ese gesto certeramente
afilado que es maestría de Peltzer para los finales: "—¿Qué es la cristalización? [...] —Sí, vos. Te has pasado la vida desmenuzándolo todo
y siempre has perdido al paso la oportunidad de ser feliz." 669 En El silencio el leitmotiv irrumpe dos veces en
"La pantalla azul", a propósito del amor entre Dolores y Manuel: "[...] porque el día no tenía más que noches y
necesitaban decirse y saberse, crearse o inventarse;" 670 Y más
adelante, él dice: "Dolores ha tenido el don de descubrirme y de hacerme
aceptar de inmediato sus opiniones sobre mí. [...] además, parece alumbrar
ciertas honduras mías cuando se refiere a ellas." 671 En Un país y otro país el tema aparece, por primera
vez, con matiz nítidamente irónico: "La mujer amada no existe, es un compuesto,
una suma, un agregado. Ya lo dijeron Stendhal, y Proust, y Durrell. ¡Qué
comparsa! Hay que ponerle un antifaz. ¿Por qué? Porque no tiene rostro.
Nosotros se lo prestamos. ¿Me seguís?" 672 En el cuento que recrea a Dulcinea, dice: "Reía y se admiraba a un tiempo, porque nunca
se figuró inspiradora de pasión tan alta y constante, como si sólo se
alimentara de su fantasía y no del objeto que la provocaba, y era ella
misma." 673 Y poco después: "Porque lo que el amante dice perfecto
es perfecto, sólo que nadie más, sino él, puede advertirlo." 674 La
última vez, en relación con el nombre: "Porque ella creaba su nombre
para siempre, le daba vida a un ser distinto, cuando lo nombraba." 675 En Poesía secreta: "Puedo borrar lo que
pareces tú,/ pero no la que sé, la que te hice." 676 En La vuelta de la esquina: "Comprendía su exaltación, inclusive aceptaba
que todo podía ser un gran engaño, pero no le importaba: esta vez quería que
fuese como él la imaginaba, la estaba creando a su manera, le daba lo que
había visto y adivinado en ella y también lo que deseaba ver." 677 Los oficios y Los poemas del niño son los únicos
libros en los que no registro presencia alguna del tema. En El cementerio del tiempo ("Talla sobre
madera") dice: "[...] el amor va tallando al ser querido,
hasta conseguir que surja la imagen deseada, no siempre coincidente con su
apariencia." 678 En El mar que tanto sabe de las piedras la creación
del amado se realiza en la nouvelle que da nombre al libro, ejecutada por
Marina: "‘Te estoy bautizando para mí. ¿Cómo te
llamás?’ Su inútil nombre, signo de su disconformidad, el gesto contrariado,
infantil: ‘No me gusta, no sirve. Yo te bautizo de nuevo’. ‘¿Y cómo vas a
llamarme?’ ‘Pedro, solamente para mí. Pedro, acordate’". [...]
"‘Ahora estamos bautizados, tenemos nombres, somos nuevos...’" 679 La creación del objeto amado se aúna a otro tema
reiterado en Peltzer: dar nombre, "bautizar". En síntesis, la reiteración del leitmotiv es
elocuente por sola presencia. Recorre, casi, la totalidad de la obra
publicada a la fecha operando en ella un singular entramado. Huelga aclarar
que me ciño a citar lo indispensable para la demostración, ya que en muchas
obras el tema reaparece con insistencia. Lo dicho a modo de conclusión al finalizar "La
urdimbre novelesca" toma forma más acabada tras mostrar que la idea del
amor-creación vertebra la casi totalidad de la obra de Peltzer. La unidad
engloba a las novelas, los cuentos y la poesía por obra del ensayo. Asistimos
a la consolidación de una estructura estética que orquesta sus elementos con
virtuosismo sinfónico. 1.3. Las reiteraciones en la trama. Revisada la imbricación de unas novelas en otras y
la presencia del amor creación en la mayor parte de la producción de Peltzer,
mostraré, brevemente, a continuación, otra imbricación, más sutil e inestable,
que relaciona sólo a algunas obras con otras, pero confirma el entretejido.
Actúa como una fina malla de hilo reveladora de la permanencia de ideas,
ambientes, sensaciones, que aparecen en una obra y en otra, creando en el
lector la experiencia vital del lugar ya visto, la frase ya leída, la
impresión ya percibida. Ceñiré este muestreo al número mínimo de citas por
obra. Descarto las interrelaciones entre novelas porque ya fueron tratadas en
"La urdimbre novelesca". En Tierra de nadie, por ejemplo, se gesta un tema
que reaparece en La sed con que te llevo, La mi muerte y en La noche: la
muerte como amada. Dice el Padre Santiago: "—Los médicos tienen la costumbre de
personificar demasiado. Hablan de la muerte igual que los poetas: como si se
tratara de una querida." 680 En La sed con que te llevo: "Como dos
criaturas,/ su muerte con mi muerte/ se enamoraron/ hoy." 681 En La mi muerte: "[...] ella y yo siempre
fuimos/ la misma cosa única,/ nombrada, enamorada." 682 En La noche, por dos veces, aparece la idea. Dice
Mara: "—¡Claro! El perfecto amante... El que fuera
un perfecto amante querría hasta la muerte del otro. Su muerte se enamoraría
de la muerte de la persona que quiere. ¿Te parece bien? —... —Lástima que la idea no es mía. —... —De un amigo de casa. Escribe." 683 Este "amigo de casa" es Federico Peltzer.
Por única vez en su obra, el autor se nombra a sí mismo. Más adelante, Mara
vuelve al tema: "—[...] Y, como te dije, habría que enamorarse
de la muerte." 684 En Compartida, una escena del comienzo (XIX, 1ª
parte), en la que Laura se despide en la estación de Jean Dupont, repite otra
de "Siesta" (Con muerte y con niños) en la que Rosa hace lo propio
con Arturo. Son semejantes las relaciones entre los personajes, los
sentimientos de cada uno, el clima de lo narrado. También la partida de Laura
de su pueblo rumbo a la ciudad, retoma la escena de "Siesta". Laura
se anima a hacer lo que Rosa dejó en intento: irse. El pueblo es el mismo,
descripto con los mismos elementos: Rosa: "Pero el tren corre a las cuatro de la tarde,
a la hora del calor; cuando la siesta aún no ha terminado." "Los
chicos se han dispersado, tal vez hacia el club, porque median tres horas
desde el almuerzo y pueden bañarse en la pileta." "El carrito de
los helados está por ahí, [...]" 685 Laura: "Eran las tres de la tarde y en verano."
"Cuando llegó el tren, [...]" "Pensé que, en el club, otros
chicos estarían jugueteando en la pileta [...]" "Un carrito de
helados pasaba [..]" 686 Rosa es el germen de Laura. En ambas (también en
Juan) tiene peso definitorio el tema de la carne, que avanza desde su reclamo
sensual hasta adquirir verdadera dimensión metafísica. En este sentido, Laura
es un personaje gestado bajo el cono de luz de la influencia de Mauriac. Ella
dice: "Después, cuando leí a Mauriac, [...]" 687 El interés por el fútbol es un hilo temático que
recorre la narrativa de Federico Peltzer, desde Tierra de nadie: ("el
‘gol’ de Pancho" 688, "Tito, con la pelota saltarina" 689)
pasando por Con muerte y con niños ("mientras él jugaba a la pelota”
690) y llegando en Un país y otro país a constituirse en tema de un cuento:
"Descenso". En La vuelta de la esquina aparece con mucha
insistencia (pp. 81, 109/ 110, 118, 120, 163, 168 y 259), y en El cementerio
del tiempo, toda la V parte del libro está dedicada al tema. Los cuentos son
"Descenso" (el mismo de Un país y otro país),
"Retaguardia", "La víctima" y "El titán". En La vuelta de la esquina aparece de pronto, en la
imaginación del Tano, como un resabio del libro publicado trece años antes,
una imagen: "Imaginó un cuarto de paredes blancas, con
muebles sólidos, rústicos, de lisa madera negra, una colcha azul, lo mismo
que las cortinas, lámparas con pantallas azules." 691 En El silencio, en el cuento "La pantalla
azul", se alude al mismo elemento, que señala el lugar y la posibilidad
del amor, la zona de la cita. El Tano soñaba, esperando a Elsa, que esa zona
lo albergara también a él. En Los oficios aparece, anticipada, la imagen de un
poema de Los poemas del niño (quizá ya estuviera escrito): "¿Y quién nombró a la muerte en el jardín/
donde tanteaba tu niñez la vida?" 692 La imagen se despliega en "Niño en el jardín
de la abuela y una presencia", el primer poema del libro de 1991, en el
que se relata el envenenamiento por una fruta. También en Los oficios reaparece un símbolo de El
silencio, extraído del cuento "El Bastón y la lumbre": "[...] Y sombra y artificio,/ persistes en tu
empeño,/ desnudo el cuerpo, con tu fe desnuda,/ el bastón y la lumbre
abandonados,/ con el silbo de Dios a tus espaldas." 693 En El cementerio del tiempo, Peltzer retoma la idea
de un poema de Los oficios: "El hombre transparente". El ser es
transparente, sin consistencia, hasta que el amor se la brinda. Este le
otorga solidez, peso, certeza. Es "[...] la hora de tocarse y percibir la carne
sobre el hueso, la sangre entre las venas, el latido del pulso, la luz tras
las pupilas que miran al desierto." 694 El Cesante (de Los oficios) reconoce: "[...] que te fue negado el único aire
respirable,/ el amor que era un peso de jazmines,/ la personal, la sola
gravedad/ capaz de mantenerse en pie sobre la tierra." 695 Cecilia Labanca alude, en carta al autor, a una
relación entre el muchacho de "Claustro de profesores" y Manuel: "[...] hay una conexión entre este muchacho y
el protagonista de "La pantalla azul". Los identifica un común
rechazo del mal: como potencialidad humana en un caso; en sí mismo, en el
otro." 696 La correlación sutil entre personajes, situaciones,
ambientes, es vastísima en la obra de Peltzer. Baste, como muestreo que no
pretende agotarla, este breve registro. La cualidad sinfónica de su obra a la
que me refería al concluir el tema anterior se solidifica en el rastreo de
las reiteraciones que pone a luz la profundidad del entramado. Al lector de la
obra completa del escritor argentino se le hace patente el ser convocado a
una experiencia de notable unidad estética. 2. La criatura única. Analizada la mutua imbricación de las novelas, la
presencia vertebradora del leitmotiv: el amor creación, y la reiteración de
ideas, situaciones y ambientes, me resta adentrarme en la problemática de la
criatura única, a partir de la verificación de los nombres, las cualidades y
el sentir común de los personajes tras los que subyacen el abandono y el
deseo de ser amado. Es interesante advertir que en el análisis de la criatura
del escritor argentino se evidencia idéntica tematización a la formulada en
el análisis de su imagen de Dios: los nombres, las cualidades y la epifanía.
Entiendo que la profundidad ontológica con que Peltzer plantea los temas del
abandono y el deseo de ser amado, autorizan a hablar de una epifanía del ser
humano en su obra. 2.1. Los nombres. Algunos nombres de personajes, en especial
femeninos, aparecen repetidos a lo largo de la obra de Peltzer. El más usado, y el más significativo por su
semántica, es Dolores. Así llama Peltzer a la protagonista de "La
pantalla azul" (El silencio), y en el mismo libro a un personaje de
"El camino del árbol". Dolores es la mujer de la que se enamora
Mario Kremer (La razón del topo), la heroína de "Poder" II (El
cementerio del tiempo) y un personaje de "La orquídea" (Un país y
otro país). Rosa es el nombre de la madre y la hija en Tierra
de nadie, la protagonista de "Siesta" (Con muerte y con niños) y un
personaje apenas mencionado en "Scheherazada". Inés es la novia de "Jano", la
destinataria de las cartas en "El muerto" (El cementerio del
tiempo) y la tía de Laura en Compartida. Aurora se llama la primera mucama de La razón del
topo y la mujer de Galíndez en La vuelta de la esquina. Eulalia es una de las tías de "Siesta" y
una hermana de Larsan en El cementerio del tiempo. Diana es una de las tres mujeres de "Desnudo
con antifaz" (Un país y otro país) y otra de "El camino del
árbol" (El silencio). Pura es el nombre de una de las mujeres de
"Artículo 30" y de dos de las mucamas de La razón del topo. Elvira aparece dos veces en El mar que tanto sabe
de las piedras, en "El nadador" y en "Scheherazada". La repetición de nombres masculinos es menos
frecuente. Se da en Eduardo ("La pantalla azul", es un hermano de
Manuel), el personaje de "Cuando se enfría el golpe" (El cementerio
del tiempo) y Eduardo Huerta, el cirujano (La vuelta de la esquina). Horacio
es el marido de Mara, el personaje de "El hermano Horacio", otro de
"La orquídea" y un ex-novio de Elvira ("Scheherazada").
Juan (Tierra de nadie), Juan Lóizaga ("Week End", Un país y otro
país), el hermano de Marina en "El mar que tanto sabe de las
piedras" y Juan Carlos Ramírez ("Scheherazada"). Gerardo (el
hermano de Elsa que se suicida) y Gerardo Ahrens (La vuelta de la esquina). Es en cambio frecuente en los personajes masculinos
la omisión del nombre del protagonista. Esto contribuye a universalizar el
conflicto, a mostrarlo como situación del hombre genérico, y no de uno en
particular . Aparece así en "Giuoco Piano" (no se dan los nombres
ni del marido ni del amante), "El Profesor de Ajedrez",
"Claustro de profesores": "el muchacho" y el relator sin
nombre, el sacerdote nombrado obispo, "El camino del árbol",
"La revancha" (El silencio), el pintor de La noche y el
protagonista de La vuelta de la esquina, nombrado unas veces como "el
Tano" y otras como "el hombre", igual que el personaje de
"El mar que tanto sabe de las piedras". También son frecuentes, en personajes masculinos
especialmente, los apodos: el Tano y el Chato, el Loco y la Joya (La vuelta
de la esquina) y el Mocho ("Retaguardia", El cementerio del
tiempo). Algunas pocas veces los apodos aluden a mujeres: Chacha
("Artículo 30", Con muerte y con niños). Cuando los protagonistas son niños, muchas veces se
silencia el nombre. Y así resultan "un niño enfermo", "el
chico", "un chico bien vestido", "el pequeño
inventor" ("El barrilete y las manos" y "Un día de pies
desnudos"). Es "el chico", "el nieto"
("Olor"), "el chico" ("Precio de sangre"),
"chico", "pibe" ("Descenso", El cementerio del
tiempo). Otras veces, el trabajo individualiza al personaje:
el publicista, el juez, el médico ("La mesa de roble"); o la
diferencia: el mayor, el rubio, el bajito (los tres ladrones de "El
bastón y la lumbre"); o el vínculo: la abuela (Tierra de nadie). Repetidas veces los nombres adquieren valor de
símbolo. Ocurre con el Vidente, Dolores, Pura, Clara (la prostituta) o Mara,
amarga según la etimología que aparece en las páginas finales de la novela.
La insistencia contrastante entre el nombre y la conducta del personaje en
Pura I y en Clara es por demás elocuente. A veces el nombre sorprende: Segismundo es el perro
de Iván (La razón del topo). Muchos de los nombres que Peltzer escoge muestran
su propia raíz étnica: en Fritz, Hans (Johann Heilemann), Adolfo, Eduardo,
Segismundo, Ricardo, Gonzalo, Raimundo, Ernesto, Olga, Elsa, Carlota, Elvira,
Amalia, es clara la procedencia germánica. 2.2. Las cualidades. En cuanto a las cualidades similares atribuidas a
personajes diferentes, éstas se refieren, especialmente, al pelo y a las
manos. Sin duda, muchas otras notas de este nivel son
observables en las criaturas de Federico Peltzer, pero no se reiteran en la
medida de las que señalo, evidenciándose desde la primera hasta la última
obra. Por otra parte, la repetición insistente muestra que no son mera o
casual cualidad de la apariencia, sino apariencia en la que lo esencial de la
criatura del escritor argentino se revela: el abandono y el deseo de amor (en
el pelo), la inutilidad o el poderío del propio obrar (en las manos). Y esta
esencialidad guarda relación estrecha con la imagen de Dios que Peltzer
muestra en su obra, en especial en lo que se refiere a su paternidad y su
poder-impotencia. De modo tal que vuelve a actualizarse el paralelo
criatura-Creador, ya que en el capítulo anterior, al tratar los nombres de
Dios, el de Padre se constituyó en el principal y el poder-impotencia
divinos, en una de las cualidades más extensamente tratadas por Peltzer. Creo oportuno señalar aquí que el plan del segundo
capítulo de ninguna manera responde a la aplicación de un esquema
preexistente a la imagen de Dios que Peltzer revela, sino que surge del
análisis de la misma. De igual modo procedo con su criatura. No le aplico un
molde intentando observarla desde él, sino que, por el contrario, de su
observación extraigo la matriz en que, creo, el autor la gesta. Y, con
posterioridad, advierto el paralelo Creador-criatura. A esto me refería en el
comienzo de este capítulo (III, 1. "La unidad de la obra"). 2.2.1. El pelo. Peltzer ha creado en narrativa y en poesía,
múltiples seres cuyo pelo otro personaje desea tocar. Por suave, castaño,
despeinado. Pero sobre todo, porque en él la criatura revela su desamparo. En Tierra de nadie el dato se muestra en germen:
"[...] mientras sus dedos jugueteaban con el pelo que el agua había
enredado." 697 y "[...] compadeciendo [...] el desorden del pelo
movido íntimamente por el aire de la tarde." 698 En Compartida la imagen ya ha tomado cuerpo y
significado: "Me hubiera gustado hundir las manos en su
pelo rubio y protegerlo, no sabía de qué." 699 En seguida: "[...]
sentí, de nuevo, la tentación de acariciarle el cabello." 700 En La sed con que te llevo: "No eres voz, no
eres pelo acariciado." 701 En La noche dice Mara: "—Que tiene lindo pelo. —... —Ya sé... Es rebelde, es suave." 702 Y más
adelante: "—Tocalo. —... —Aunque me despeines. Si te gusta, tocalo."
703 En La razón del topo recuerda Mario: "Anita
tenía un aire desvalido, el pelo castaño, suave [...]" 704 A igual que
en la primera cita de Compartida, por el pelo se manifiesta la necesidad de
protección y éste la reclama provocando el deseo de ser acariciado: "El pelo revuelto me atraía las manos
[...]" 705 (se refiere a Iván), "[...] las manos se me iban hacia
el pelo sin rostro, [...]" 706 "Ha de ser bueno pasarle estas mías
por el cuello, subirlas, abrir los dedos, hundírselos en el pelo." 707
(en ambos casos alude a Dolores), "¡Qué bueno es tocar tu pelo!"
708 (le dice Pura a Mario). Anita, en cambio, es el único personaje de Peltzer
que rechaza este contacto: "—¿Qué te pasa? —Te he dicho que no me gusta... —¿Qué no te gusta? —Que me toques el pelo. Me erizo." 709 Toda la imposibilidad de encuentro entre ambos se
simboliza en esta frase de ella. En El silencio ("La pantalla azul")
recuerda Manuel: "[...] tiene el pelo castaño, suave;" 710 En
"El camino del árbol": "[...] y el pelo en desorden, aunque no
sea necesario tocarlo para saberle la suavidad? " 711 En "El bastón y la lumbre": "En realidad estuvo a punto de despeinarlo,
pero se contuvo. Despeinar al P. Yáñez era su obsesión desde varias noches
atrás." 712 En "Accidente de tránsito" confiesa
Malena: "[...] y tenía deseos de acariciarle el pelo." 713 En Poesía secreta Peltzer dice: "Amor, guía tu
mano,/ despéiname este pelo que está suelto, [...]" 714 Y en La vuelta de la esquina: "Ahora miraba el mechón de pelo rubio,
cuidadosamente desordenado a la izquierda de la cara. Sería bueno
apartárselo, besarle la parte que cubría." 715 Más adelante: "[...]
mientras la mano de ella le desordenaba el pelo." 716 Y: "[...] la
mano de ella deslizada sobre el pelo, pero de otra manera, una compensación
imposible." 717 2.2.2. Las manos. Las manos son, en las criaturas de Peltzer, las
hacedoras. Sus personajes no construyen con la inteligencia, con la voluntad,
con el deseo o con la esperanza. Toda facultad se encarna en las manos, que
resultan potentes o impotentes. Por eso, la impotencia del Dios de Peltzer
muchas veces se manifestó en un Cristo sin manos o con las manos clavadas a
una cruz que no le permitía hacer. Lo antropológico se entreteje a lo
teológico. Quizá, lo más revelador acerca de las manos sea lo
que dice Mara: "—... las mujeres tenemos manos... alfareras." 718 A lo largo de la producción de Federico Peltzer es
muchísimo lo que se dice de las manos de los personajes. Tomaré de las obras
en que se las menciona sólo las citas más relevantes ya que en algunas las
manos aparecen casi página a página (por ejemplo en La razón del topo, El
silencio, Poesía secreta y La vuelta de la esquina). Procederé
cronológicamente, como en los casos anteriores. En Tierra de nadie, la mano de Juan es poder: "Tropezaba, empujada por la mano que se
cerraba sobre el brazo redondo, impotente ante esa presión que llevaba a la
primitiva lujuria de la selva." 719 En Compartida, Laura revela el poder y la
impotencia de las manos: "Pero somos un poco lo que nos hacen. En
nuestra hechura se mezclan numerosas manos." 720 "Tal vez un hijo
sea eso: una mano que retoma algo nuestro, que no deja caer y lo lleva a
través del tiempo, junto a otras manos, sobre otras carnes." 721 y
"[...] somos la huella viva de una mano que nos puso aquí, [...]"
722 En Con muerte y con niños dice el barrilete
("El barrilete y las manos"): "El viento adoptó ese aire que ponen los que
no tienen la culpa de su fuerza, y yo quedé merced de la mano." 723 En "Giuoco Piano": "¡Tenemos tanto
poder en nuestras manos!" 724 Y en "Precio de sangre": "La mano
debía ser firme, levantar la tapa del vidrio, palpar el cuerpo y recoger la
sangre." 725 En La sed con que te llevo (retomo una cita
iniciada en "El pelo"): "No eres voz, no eres pelo acariciado,/ ni
brazos en mi frío,/ ni mano que amortigüe/ esta soledad de ser un hombre."
726 En La noche dice Mara: "—Tengo miedo de las manos... De ahí viene
todo." 727 Y luego: "—No, no estaban así. Las manos
siempre buscan algo. Las he sentido hablar." 728 Las menciones de las manos sobreabundan en esta
novela: "Y tal vez una mano, cerca ¡Pero, no! las
manos perturban todo." 729 "—... en las manos hay... no sé qué. Es
una piel distinta. Saben más cosas. Son pura obediencia, pura humildad."
730 Hay más citas en pp. 75 y 82. En La mi muerte dice la voz poética de Peltzer: "Mis manos nada pueden,/ porque no te
despiertan." 731 Y "El amor, esa mano/ que borra para hundir mejor
la huella." 732 En La razón del topo, Mario Kremer alude
simultáneamente al poder y la impotencia de las manos: "Quizá mi sentimiento de culpa y mi fidelidad
nazcan sólo porque ahora puede crearla como yo la quise y no fue, como no la
supe hacer cuando estaba en mi mano lograr que fuera." 733 Puntualizo las páginas en que registro la aparición
de las manos en esta novela: 79, 85, 87, 99, 120, 157, 167, 174, 175, 176, 177,
189, 223, 225, 240, 252, 261, 263, 265, 279, 283, 292, 293 y 299. Y sólo
señalo las menciones semánticamente ricas. El objetivo del listado es mostrar
la poderosa presencia de este rasgo en la obra de Peltzer. Mario Kremer
establece, innumerables veces, la relación mano-abandono (tema desarrollado
más adelante): "Me abandonó una mano." 734 En El silencio dice Set: "Mis manos tienen ese poder; mis manos, y el
calor que les dé Mariel, [...]" 735 Y Malena recuerda su propia frase: "‘¡Tus manos!’, exclamaba, como estimulándolo
para proporcionarme aquellos éxtasis a medias que apenas vislumbraba y
confundía con la plenitud." 736 Y el juez de "La mesa de roble": "Ninguna mano, sola, puede hacer nada."
737 En Poesía secreta la sobreabundante presencia de
las manos se refiere, en cada caso de los que citaré, a contactos poderosos o
impotentes, con realidades diversas. Al tiempo y la muerte, en "Manos
cerradas": "Tengo mis manos/ cerradas en tu tiempo./ Y de
tanto abarcarlo/ mis manos envejecen/ pidiéndole un contorno/ ¿llegará el
día/ de morir por las manos,/ como un río sin cauce?" 738 En "Amalgama" la unidad en el amor se
construye y verifica su finitud por las manos: "Con tus manos me
abarco./ [...]/ y cuatro manos vienen/ a confirmar la pérdida infinita."
739 La mano, conducida por el amor, se atreve hasta contra el silencio: "Amor, guía mi mano,/ ciérrala con suavidad/ y
haz un puño con ella./ Enséñale a golpear hasta que caiga/ la contenida
puerta del silencio." 740 Y la mano es todopoderosa: "Dos dedos bastan./
A veces sobra en su amplitud la mano." 741 La mano es creadora,
develadora de la esencialidad y de lo efímero: "También con estas manos/ gastadas hasta el
hueso,/ escribir en tu piel otra palabra,/ sellarla y descifrarla,/ aunque
después se borre,/ apenas balbuceo/ que tan sólo en amor se perpetúa."
742 Y toda espera cristaliza en las manos: "¿No ocurrirá el milagro,/ la alquimia de las
voces,/ la triste opacidad/ de futuros espectros,/ cobrando luz y forma/ con
el tenaz aliento de las manos?" 743 En La vuelta de la esquina las manos aparecen
mencionadas unas cien veces. Registro las páginas en las que lo verifico: 21
(3 veces), 23, 30 (2 veces), 35, 38 (4 veces), 41, 44, 49, 51, 52, 56, 61 (3
veces), 68, 71, 74, 76, 77, 84, 88, 89, 94 (2 veces), 95, 98, 100 (2 veces),
102 (2 veces), 103, 108, 111 (2 veces), 114, 126 (2 veces), 129 (2 veces),
132, 141, 145 (2 veces), 146, 149 (5 veces), 150, 151, 152, 153 (5 veces),
158, 160, 174, 181, 207, 227, 231, 234 (2 veces), 243, 248, 249 (7 veces),
251, 270, 275, 276 (2 veces), 279, 280, 281, 285, 289, 293 (4 veces), 294 (3
veces) y 295. Destaco la multiplicidad de menciones en la página 249. Rita se pregunta: "‘¿Qué pueden mis manos?’ El
hombre le había dicho que tenían poder." 744 Eduardo Huerta piensa: "Manos para salvar y
para destruir" 745 En la segunda aparición de Las Voces (misterioso
personaje colectivo de la novela, sólo voz, reminiscencia del teatro griego)
una dice: "Nada puedo, por lo cual sufro ante semejante
evidencia. Soy solamente una voz, no una mano poderosa." 746 A propósito del Vidente dice el autor: "El Vidente le puso una mano sobre el hombro.
La sintió huesuda, extrañamente firme y cálida. Una mano distinta,
inolvidable, aunque pasara el tiempo. Además de la voz, hablaba la mano, tal
vez mejor que las palabras." 747 La insistente repetición de algunos nombres de los
personajes y de su caracterización a través del pelo y las manos son pautas
exteriores que sugieren la configuración de una criatura única a través de la
pluralidad de los personajes gestados. 2.3. La epifanía. El lector ha verificado la unidad de la obra a
partir de la comprobación de la urdimbre novelesca, del papel del ensayo en
tal unidad y de las reiteraciones en la trama. La repetición de nombres y
cualidades en los personajes permite internarse en la constatación de la
existencia de otro triple común denominador que los caracteriza y aúna: el
abandono, el deseo de ser amados y la imposibilidad del amor humano para
salvarlos. Tal trilogía constituye la más esencial revelación de la criatura
de Peltzer. 2.3.1. El abandono como "descenso". Adentrarse en el hondón de la criatura única del
escritor permite develar un centro, profundamente íntimo, esencial, en el que
este ser multifacético, femenino o masculino, adolescente o maduro, muestra,
en llaga, su modo peculiar de vivir la condición humana: el abandono. Cuando todas las máscaras han caído, el personaje,
desnudo, revela esta experiencia psicológico-religiosa: se siente abandonado.
Y desde esa orfandad (humana y divina) susurra o grita su más visceral
anhelo: el de ser amado. La doble vertiente del tema (el desamparo y el deseo
de ser amado) muestra su irrefutable relación con otros dos de este trabajo:
las imágenes parentales (analizadas en "Dios Padre" (II, 1.1.2.),
"Un Dios jugador" (2.2.2.) y "Dios, Poderoso Impotente"
(2.2.3.) Es decir, la orfandad primordial en que las figuras madre-padre
sumen a la criatura y desde aquí, la constitución de una imagen de Dios que
en lugar de contenerla amorosamente, de darle arraigo y sentido, juega con
ella o le patentiza su impotencia, configuran este desamparo y sacan a luz el
deseo de la criatura de ser amada, o sea, de ser salvada. Insisto en el
paralelo entre los capítulos II y III, o, dicho en otras palabras, entre
teología y antropología en Federico Peltzer. Rastrearé el tema en toda la narrativa del autor y
en sus libros de poemas. En Tierra de nadie se evidencia en la historia de
Juan. Su orfandad y su pobreza, que lo descalifican ante doña Rosa, son la
base sobre la que se asienta su tragedia. Juan es cabalmente un desamparado.
"Estaba desamparado." 748 Y el amor de los dos adolescentes lo
está: "[...] la quería en el fracaso, en el desamparo." 749 También
el cura: "Nunca había sentido eso: ni siquiera cuando
la calumnia se le hundió en las carnes para mostrarle todo el desamparo que
puede caer sobre un hombre; aunque tenga a Dios..." 750 Y Juan abandona a quien más ama: "Rosita era
una pobre chica, asaltada, vejada y abandonada por él." 751 Porque, en
definitiva: "¿Dios? No podía pensar en Él sin rencor. Los había
abandonado [...]" 752 En esta novela la experiencia que analizo es
nombrada tan sólo con una palabra: abandono. El creador no maneja todavía la
trilogía terminológica con que, a partir de Compartida, la irá diciendo: abandono,
desamparo, desvalimiento. En Con muerte y con niños, si bien las palabras
definitorias del tema no aparecen, hay personajes que nítidamente padecen
desamparo. Por ejemplo, el primer chico de "El barrilete y las
manos", el de "Un día de pies desnudos" y el de "Precio
de sangre". La percepción del desvalimiento óntico de la criatura
comienza a delinearse. Las palabras, que aún no han tocado el carozo de la
experiencia, son "dependencia", "debilidad",
"refugio": "[...] aunque fuera para pedirme dinero, esa
dependencia tan humana de la mujer, su debilidad." 753 "—Me resigné
temprano. Soy débil, como mi madre." 754 "[...] buscamos refugio en
otro ser..." 755 En Compartida, la obra en que madura el tema, Laura
lo manifiesta en múltiples ocasiones, hablando de sí misma o de Hans. En su
vertiente familiar, la experiencia le es causada por la madre: "Pero
ella –decían– nos había abandonado para vivir con otro hombre." 756 Los
abandonados son Laura y su padre. La tía Inés intenta paliar la ausencia materna
con: "[...] la solicitud que tenía para nuestro abandono." 757 pero
la herida inicial de la privación materna marca a Laura irremediablemente: "Soy una mujer madura y me estremezco todavía
al recordar ciertos hechos de mi vida. Suelo imaginarme pequeña y desamparada.
¡Todos somos desamparados!" 758 La protagonista universaliza su experiencia.
Comienza por verificarla en Hans: "Me hubiera gustado hundir las manos en su
pelo rubio y protegerlo, no sabía de qué." 759 Y: "—[...] lo amé, débil, buscador de mí como
de un refugio, aferrado a mi vida con todo su desamparo de hombre extraño,
venido desde un mundo implacable con sus criaturas." 760 Y la traslada, sin dudar, a un "todos"
que es la criatura humana. Transcribo un diálogo entre Laura y Hans: "—[...] Tal vez porque encuentro que estamos
desamparados. —¿Más que otros? —No... —contesté— No más que todos los
desamparados." 761 La palabra aparece una y otra vez a lo largo de la
novela, referida a ella, a él, a la condición humana. A veces, trocada por
sinónimos teológicamente significativos: "Me sentía desheredada y
sola." 762 Sin duda la orfandad, en su significación más profunda, es la
experiencia de Laura. Cuando la muerte ronda a Hans, el desamparo adquiere
mayor consistencia metafísica: "Ahora estaba blando, arenoso para mis manos.
Sí: era más mío en su abandono, mío como nunca... Y yo sentía piedad."
763 Las citas se reiteran, referidas a Hans (pp. 106,
184 y 224), a Adolfo (p. 194), a la madre, la abandonadora (p. 204), a la
casa del pueblo (p. 217), a ella misma (p. 235). En La noche, Mara repite textualmente la frase de
Laura: "—Todos estamos desamparados." 764 Y más
adelante: "—No; no era desgraciada. Pero eso no quita que estuviera sin
amparo." 765 La experiencia, más pormenorizada en Laura, reincide en Mara
y se extiende a Horacio: "¡Toman un aire tan desamparado cuando son
culpables!" 766 (se refiere a la infidelidad de él y la generaliza en un
"todos"); al pintor: "—Porque lo siento desamparado." 767
A un hombre que ve: "llegar a semejante grado de abandono, de
miseria..." 768 A ellos dos: "—Estar juntos... abandonarse. —... —A esto. A estar juntos." 769 A la mujer que vivió una historia de amor con el
pintor: "—así, de golpe, que ella, o cualquier otra,
estaba desamparada, sola, con una espada sobre la cabeza?" 770 Mario Kremer, el protagonista de La razón del topo,
es, de todos los personajes de Peltzer, el "abandónico" por
antonomasia. Le dice Delmira, la cuñada, refiriéndose a él y a su mujer:
"Eso se llama neurosis de abandono. Lo leí en un libro." y él
contesta: "—Somos abandónicos..." 771 Rastrear
abandono y desamparo en esta novela, en toda su extensión, es imposible
dentro de los límites del tema en la presente investigación. Los términos
aparecen casi página tras página, y hasta varias veces en la misma (por
ejemplo: p. 283). Son usados en todas sus variantes gramaticales: como
sustantivos, como adjetivos y como verbos, en sentido afirmativo o negativo,
son referidos a casi todos los personajes, al amor, la vida y la muerte, y
aún a las cosas. Intentaré un breve muestreo, ordenando según el sujeto. Dice Mario respecto de Anita: "sin mi vigilante amparo" 772 "Anita
tenía una aire desvalido" 773
"me pedía lectura, como quien pide amor, o amparo" 774
"Resultaba imposible empujarla a ninguna empresa, porque las abandonaba
sin autorizarse a desearlas" 775 "Anita estaba sola, [...]; y no
abandonó a nadie." 776 "Todo se borró: abandonó su mundo, la vida
posible" 777 "No le creo su abandono" 778 Y pormenoriza Mario acerca de su relación con
Anita: "Y siempre sentí que no nos
abandonábamos" 779 "—A lo mejor te quiso. Pero vos la
abandonaste." 780 "recuperó su entereza, ese innato valor de las
mujeres para amparar al hombre indefenso." 781 Y a propósito del abandono en que lo sume su
muerte: "porque también al hueco de los seres que
abandonan debemos acostumbrarnos." 782 Y de la relación de Anita con su amante: "Y él, sorprendido, abandonado, [...]"
783 y ella: "Sin esperanza y sin remordimientos, se abandona [...]"
784 Y de Dolores: "Seguro que sabe abandonarse" 785 "y
era como si toda ella se hubiera empequeñecido hasta hacerse una criatura
abandonada y a mi disposición" 786 "Está sentada, pulcra y con
abandono a un tiempo; dueña de sí. Pero la pienso inerme, abandonada [...]
Mucho más abandonada que cualquier hombre en su caso, [...]" 787
"brindándoseme con ese abandono aplicado que las mujeres usan para
querer a quien no las busca." 788 "La sentí, abandonada, la
reconocí. [...] Se abrazaba con el abandono de las mujeres despreocupadas del
efecto que producen." 789 "Me besa, me recorre. No me puedo
abandonar." 790 "Por primera vez sentí su lengua en mi boca, no con
cálculo, con abandono, como si necesitara probar mi sabor." 791 "Ya
no había abandono" 792 "La tomo y la atraigo hasta mi hombro. Su
abandono es total." 793 "Cuando su abandono llegaba hasta mí con
toda la simplicidad de un don gratuito. Dolores ardiente y abandonada,
[...]" 794 "Me abandonó una mano" 795 "el pelo con ese
desamparo que mueve a hundir los dedos, a desordenárselo." 796 "El
rostro de Dolores, su cuerpo, su primer abandono" 797 La naturaleza del abandono de Dolores pone de
manifiesto el doble valor semántico del término. Referido a ella, significa
entrega en la mayoría de los casos. Referido a los demás, casi siempre es
sinónimo de desamparo. Otros personajes secundarios aparecen, también,
como sujetos del abandono: doña Carlota, la dueña de la pensión: "El
desamparo absoluto." 798 La cuñada de Mario Kremer: "Delmira me
miraba con aire de súplica y desamparo." 799 También el amor:
"provocaría el desgano, el abandono; lo que después vino." 800 Y la
vida anterior: "profano tierras ajenas abandonadas para siempre, pisoteo
la actitud." 801 Y las cosas: "Los restos que en una mudanza se
abandonan para el nuevo dueño, para la basura." 802 Mario, el "abandónico", se adjudica el
término, en todas sus variantes gramaticales, múltiples veces. Así como
Dolores es la protagonista de la capacidad de abandonarse al amor, Mario lo
es de la incapacidad de hacerlo, de la lucha por intentarlo, condenada de
antemano al fracaso: "No quiero abandonarme y me abandono."
803 "Debo de haber tenido un aire de extremo desamparo porque," 804
"Quien abandona, se queda solo." 805 "la expresión
desvalida," 806 "Se ríe de mi cara. Me adivina el desamparo."
807 "Me siento culpable de ese abandono que no comparto. Porque no sé
abandonarme, [...], pero no puedo abandonarme." 808 "tendrás que
casarte como sea, abandonar tu actitud..." 809 "necesitaba su
amparo" 810 "Mario Kremer,
por ejemplo, fue un neurótico, un sediento de amor, un abandonado desde la
infancia." 811 "Abandonémonos. Pasado algo surgirá. Abandónate,
Mario, en los amorosos brazos del vacío, ya que no supiste abandonarte a
tantos brazos llenos." 812 En El silencio son muchos los personajes que
registran la experiencia. En "El camino del árbol", la mujer que
motiva el via crucis del protagonista: "[...] obligado a volverse, a mirarla y a
quedarse prendido de su desamparo, porque era lo que irradiaba ella;"
813 Aunque él es el verdadero abandonado, el
incomprendido, burlado y engañado. El que en Noche Buena vive el Viernes
Santo. En "Accidente de tránsito", Leo "[...] tenía una borrachera silenciosa,
lánguida, como si el whisky le sacara afuera un viejo y largo
desamparo." 814 Y Ricardo ve "[...] en su andar el abandono lánguido y esa
especie de desvalimiento que pareciera ser la principal característica de
Myriam." 815 En "La mesa de roble", el juez habla,
como Laura, de "todos": "A partir de entonces empecé a
descubrirles otra cara. No la de la astucia y el crimen. Una cara de
infinito... no sé. Tal vez la palabra exacta sea ‘desamparo’." 816 En Un país y otro país el protagonista de "La
música del sol" vive la muerte de Ingrid, su mujer como abandono
irreparable. En el cuento I de "Las brasas del libro", la vivencia
llega al corazón de Sancho: "Al cabo de mucho meditar, Sancho sintió su
desamparo." Y pocas líneas después: "Sintió, de golpe, su
desvalimiento." 817 En "La orquídea", dice de Marta su amante,
Mariano Bermúdez: "Recostada en el sillón, exhibía su aire de abandono,
[...]" 818 Otros personajes, como el profesor de literatura comparada
del primer cuento, el suicida de "Ronda para un infinito", el
protagonista de "Jano" y el de "Horas extra", más allá de
que las palabras que especifican y delimitan la experiencia no aparezcan
referidas a ellos, las viven, en profundidad. En La vuelta de la esquina el autor verifica el
abandono en Elsa: "[...] complicándolo con ese desamparo que
empezaba a irradiar de ella y a empujarlo a él." 819 Y lo ratifica en ella: pp. 153 y 210, en Huerta:
pp. 171 y 178. Y en "un hombre cualquiera", un pasajero anónimo del
colectivo: "Parecía desamparado así, con su cansancio en exhibición,
casi impúdico." 820 Pero sin duda el gran desamparado, el abandonado, el
desvalido, es el protagonista. El reo inocente, extranjero y casi sin
familia, el hijo de la guerra y la injusticia, el que hace, en el desenlace,
la experiencia del abandono total: "El hijo del hombre tenía que sufrir también,
como todos los hombres, como él." 821 En la analogía cristológica se muestra la hondura
de su desamparo. Esta aparece repetidas veces en la obra: "Empezaba a pegársele ese aire de algunos
presos que parecen llevar una cruz sobre los hombros." 822 Y más adelante piensa, tras haber mirado el vitral
de la Ultima Cena: "Empezó a entrever cierto sentido en la ubicación del
vitral, [...]" 823 La palabra abandono como sustantivo, adjetivo y
verbo se repite referida a personajes diferentes. A Elsa la abandona el
abuelo que se suicida (p. 61), y ella acumula abandonos (p. 176) o abandona
su mano (p. 219), o se identifica con un personaje de novela (p. 231). Rita
no puede y no quiere abandonarse (p. 225), el Tano se abandona a ella (p.
224) y también lo hace el sobrino enfermo (p. 132). Olga a Eduardo (pp. 171 y
179). Muchos otros personajes y aun las cosas (p. 191) son sujetos activos o
pasivos de tal experiencia. Acerca del Tano, protagonista del mayor abandono,
dice una de las Voces: "Con él estoy en vigilia y no me permito
abandonarlo: [...]" 824 y sobre el final: "¿Por qué el ángel del
hombre lo había abandonado en una esquina?" 825 En El cementerio del tiempo, aparecen en profundo
desvalimiento, el Señor Rius ("Regreso"), Crisótemis ("Las
furias no se han ido"): "Estaba con mis tías viejas [...], mi abuela.
Con ellas gocé la sola calidez y la mejor ternura que me han sido
dadas." 826 También el astronauta inmolado por la
ciencia-poder, Chernikoff ("A cada uno su turno"), el protagonista
de "La isla y la torre" y el de "El hombre transparente". La poesía de Peltzer confirma el tema. Dice en La
mi muerte: "Mas, si la voz olvida,/ Lázaro se confirma en
el sepulcro/ y se muere despacio de su muerte,/ que es sólo el abandono/ a la
gran soledad que no reclama." 827 Y en Los oficios: "Soy el esbozo de una vida
enorme,/ el proyecto de un hombre abandonado." 828 Son, pues, abandonados, Juan, huérfano y pobre;
Laura, que no puede cerrar la herida del desamparo materno; Mara, que lo
descubre en su peregrinación al santuario del propio yo, una tarde de
domingo; Mario Kremer, el que todo lo abandona para poder ser de todo,
especialmente del amor, abandonado, y el Tano, protagonista del desamparo
óntico, el más solo, la víctima más desnuda, la simbolización más acabada de
la condición humana expresada por Federico Peltzer. Es interesante consignar la frecuencia inusitada
con que la palabra "abandonado" aparece en Lagerkvist,
particularmente en La Sibila. El escritor sueco testimonia con desgarradora
angustia el abandono como un descenso de sus personajes al infierno interior.
En ellos, el amor materno, paterno o el de enamoramiento es impotente para
detener esta caída que se configura como un viaje sin retorno. Es la
experiencia de Barrabás, la del Verdugo, la de los hombres en "La eterna
sonrisa", del niño de "Papá y yo", de la Sibila, del Judío
Errante, de Tobías, Ahasverus y Giovanni. Sus temas son oriundos de este
viaje: el mal, el silencio, la crueldad y la maldición de Dios, Cristo,
víctima del Padre y los elegidos. Lagerkvist es una de las voces que más
desesperadas se alzan en el ámbito de la literatura contemporánea,
testimoniando este viaje. Se cuenta entre los que sin sustento
metafísico-teológico que les marque la vía del retorno, descienden pero no
pueden creer en la resurrección. Las palabras de W. Maas se ajustan al
escritor sueco: "[...] allí donde la experiencia humana se
condensa en su forma más aguda, allí donde se expresa ejemplarmente, a saber,
en la poesía y en la literatura, el infierno es la descripción del lugar del
hombre moderno, el lugar existencial negativo puro y simple. La palabra
infierno expresa, pues, precisamente el lugar en que él se encuentra."
829 La cristología de signo inverso que planteé al
desarrollar el tema del mal en Lagerkvist (I, 3.3.1.) es también oriunda de
este viaje. Dice Maas: "En los siglos XI-XII Rupert von Deutz habla
de Cristo como el ‘maledictus a Deo’, y ciertamente pro nobis, en nuestro
lugar." 830 El lenguaje del escritor sueco se adueña de esta
terminología pero no de su espíritu. No le es posible, desde su propia noche
interior, abrirse al misterio de la representación vicaria de Cristo, del
"pro nobis". Pero la más profunda desesperación del viaje no
radica tanto en su destino sino en la ausencia de retorno. Dice Balthasar: "Dios ‘no dejó (o abandonó) a Jesús en el
Hades’, donde estaba. El acento recae en que Jesús volvió (Ek nekron aparece
unas cincuenta veces en el Nuevo Testamento.)" 831 En síntesis, Federico Peltzer toca la entraña de su
criatura única y desemboza allí la experiencia última de la condición humana:
el abandono. La naturaleza del desamparo que sus personajes revelan es mucho
más que psicológica. Se gesta como experiencia del abandono parental, que
oscila desde la orfandad hasta la carencia de ternura, pero lo trasciende,
involucrándose en una clara dimensión metafísico-teológica. Constituye un
descenso a la profundidad de la propia historia guardada en la memoria y
origina la entrada en una zona de soledad, en un "Sancto Sanctorum"
del propio mundo íntimo: el reino del abandono. Esta profundidad de la criatura
única de Peltzer otorga, a mi criterio, universalidad a la obra del escritor
argentino. Porque en ella se palpa, al desnudo, la condición humana. Se
trasciende el tiempo y el espacio, y el último dolor de ser hombre se expresa
estéticamente. La mismidad de la criatura hace epifanía en su abandono. El
centro desnudo del ser vuelve patente, como todo contacto metafísico
realista, una teología subyacente. En el misterio de Dios la criatura puede
asomarse a su propio misterio, incomprensible y aun absurdo fuera de Él. Estas
criaturas de Peltzer no tienen a quien referir su abandono y lo cargan sin
hallarle sentido. Sin embargo, a diferencia de las de Lagerkvist, gritan
desde él su deseo de ser amadas. Verificarse carenciadas de los dos amores
primigenios y no darse por vencidas, seguir reclamando amor es, si no una
resurrección, una afirmación vital, sin duda. 2.3.2. El deseo de ser amado. Desde el infierno de soledad al que descienden
Juan, Laura, Mara, Mario, el Tano, el Nadador, surge como grito el deseo de
ser amados. Cada uno lo dice con su lenguaje o lo padece en el silencio de
quien no puede decirse a sí mismo su dolor más hondo. "El hombre se siente abandonado por Dios y
experimenta a Dios como ausencia porque el Dios verdadero, tal como se reveló
en Jesús, es un Dios escondido, humilde, que acompaña al hombre en su
‘descenso ascencional’, pero no le libra de la prueba. La tentación objetiva
es la de no vivir como imagen de Dios, [...] es incluso pretender amar sin
creerse previamente amado por otro que es puro amor." 832 Rastrearé el tema en toda la obra de Peltzer,
exceptuando el ensayo El amor creación en la novela, que no lo contiene. En Tierra de nadie no hay cita puntual del mismo,
pero es indudable que Juan se suicida al no ser amado-aceptado por doña Rosa.
Si el amor le era imposible, la vida misma se volvía imposible. Nada
importaba para Juan más que ese amor: "Como un relámpago asomó el orgullo del hombre
querido por una mujer hermosa: ninguna posesión de la tierra hace sentir tan
rico." 833 A la imposibilidad de vivir sin el amor de Rosita,
él suma su pecado: la violación de la que ama. Mata el amor que la
madre-verdugo no les permite vivir, y se mata. En Compartida, Peltzer muestra que toda la vida de
Laura es búsqueda y reclamo de ser amada. La herida que produce el abandono
de la madre resulta irreparable. Y la evasión del padre, sumido en el
alcohol, es otro abandono, del que también la hará víctima Hans. Laura se
entregará a cualquiera intentando ser amada. Buscará con el cuerpo,
confiándole una redención que no puede darle y que la abismará en la culpa.
El pecado sexual se convierte en estas dos novelas iniciales en el lenguaje
del grito. Juan y Laura padecen bíblicamente la carne. Pero el hambre de esta
carne doliente es símbolo de una carencia que ella no satisfará ni podrá
enmascarar. No es el placer el que cura. Sólo cura el amor. Por eso, en el
desenlace, Laura pedirá: "Dios mío: dame otra vida para amar..."
834 En el final de la historia, cuando llega a ver el fondo de su corazón,
dice: "Ahora advierto que sólo he querido amar en mi
vida y que he elegido caminos en espiral." Y pocas líneas después:
"Siento que estas noches de trabajo a solas, sin vanidad, sin propósito
ulterior, no serán inútiles. Alguna vez podré releerlas y me diré que todo
camino oscuro lleva a un sitio luminoso. Tengo sed de amor." 835 El diario que escribe la lleva, también en espiral,
al fondo de su propio infierno. Desciende, dantescamente, a su oscuridad. Su
deseo de ser amada es el "sitio luminoso" que desde allí atisba. Dice
de ella María Esther de Miguel: "Bajo su aparente rebelión, una pasividad casi
fatalista la ha ido entregando a los acontecimientos; sin fuerzas para
oponerse se ha ido dejando llevar de una situación a otra, de descenso en
descenso hasta su soledad final, aquélla a la que nunca se llega bruscamente,
sino después de sucesivas y parciales derrotas." 836 En La noche, Mara descubre, en su diálogo-monólogo
con un otro-espejo su raíz desvalida: "—Antes, no. Hoy lo sentí. ¡Es terrible!... —... —No sentirse querida. —... —Peor que insegura: segura." 837 La presencia del otro-objeto le permite
constituirse en sujeto y mirarse. Entonces emerge al conocimiento su deseo: "—... a veces siento que me falta una...
presencia; una presencia necesaria. Un vacío... —... —Alguien que quisiera, que me quisiera, al
lado." 838 También en el hombre verifica Mara la carencia de
amor: "—Cuando sospecha que voy a hablar de usted,
los ojos le brillan. No lo han de haber querido de chico." 839 La novela es el viaje exterior e interior de Mara
en búsqueda de sí, desde las fotos en que miró su infancia hasta el ómnibus
al que sube sola y de noche para regresar. La búsqueda le revela las dos
realidades que las citas anteriores puntualizan: la experiencia
"terrible" de "no sentirse querida" y la necesidad de ese
"alguien" que la ame. En La razón del topo, Mario patentiza, a lo largo
de su diario, innumerables veces, su experiencia de no haber sido querido.
Cito una: "[...] nunca he creído, con seriedad, con
verdadera convicción, que se me pudiera querer." 840 Sin embargo: "Viví con la sospecha de que
Mario, el hombre no querido, no se moriría sin serlo; [...]" 841 Dolores
es la confirmación de la sospecha. Dolores lo ama: "—Mario, te quiero.
Me gustaría ser tu elección más honda, definitiva." 842 Y Mario la ama: "—Te quiero, Dolores. Eso queda. Aunque no sea
conmigo, vivirás. Cuando nos han querido... Me tapó la boca suavemente. Su mano era una orden. —No quiero esa vida, Mario. No quiero una posible
vida que sea ésta, o varias otras, sola, con uno, con muchos. Quiero tu vida:
para mí, para quitártela. Me la quiero apropiar y después devolverte la vida
que no has tenido." 843 Ningún otro personaje de Peltzer tiene, como Mario
Kremer, el amor al alcance de la mano. Pero ninguno, como él, está herido de
impotencia por el propio desamor. Dolores no puede curarle el deseo de
muerte, más fuerte que el impulso vital. "Estamos abandonados contra lo
que constituye nuestra más íntima esencia, a saber, estar hechos para el
otro. Culminación y radicalización última de esta ausencia de comunicación es
la muerte, o, lo que en última instancia es lo mismo si se considera
bíblicamente, el sheol." 844 Mario responde, en definitiva, a su vocación de
topo, a su autodestrucción: "La tentación, que generará el pecado es la
búsqueda de seguridad, el regreso a la caverna, en lugar de la aventura de
trascenderse, ‘de ser para’, que es la verdadera estructura de su
personalidad." 845 Esta es su venganza radical contra la vida, contra
Dios y contra sí mismo. No es capaz de salir de sí, de permanecer en la
mirada amante de un "tú" que configure su "yo": "Pero si alguien me hubiera amado más... No habrías reconocido el amor... Si me hubieran amado de veras... Ahora te ama Dolores..." 846 En este sentido, midiendo lo que se le ofrece y
rechaza, es la más agónica de las criaturas de Peltzer. La que más
rotundamente niega el milagro del amor: "Quizá porque el milagro no puede llegar si
las manos, antes, no le abren las puertas" 847 En La vuelta de la esquina, el deseo de ser amado
se muestra con mayor claridad que en otros personajes en Elsa: "[...] me
hubiera gustado ser querida" 848 En Tierra de nadie, Compartida, La noche, y La
razón del topo, los protagonistas llegan a saber que el más hondo deseo del
propio corazón es el de ser queridos. En La vuelta de la esquina el autor
penetra más adentro aún, y la interioridad vislumbra una realidad más
profunda: la necesidad de amarse a sí mismo. Porque Elsa, como Luis,
(Mauriac, Nudo de víboras) no se quiere: "—¿Por qué se odia tanto?"
849 le pregunta el Tano. La confesión de ella tematiza este trasfondo en la
voz del sacerdote: "Un hombre ya viejo, cansado de oír a
hipócritas, pero también conocedor de los que se empeoran por falsa humildad,
o simplemente porque no se quieren." 850 En una sola frase desnuda ante la mujer la entraña
de la criatura humana: "No hay que ser resignado ni tampoco soportar
todo. Hay que vivir, y para vivir hay que amar... y amarse." 851 Tiene mucha fuerza la sencillez de su lenguaje, el
destierro de la vía negativa que ejecuta la primera frase, la solidez
afirmativa de la segunda. Es por demás significativo que Peltzer eche luz
sobre este último estadio del corazón del hombre en el espacio de un
confesonario y por la voz de un sacerdote. Ella se supo no querida y engañada
por Eduardo. Pero debió llegar a pedir perdón por el propio pecado, para
descubrir que no se amaba, que se juzgaba con crueldad y que no se tenía
misericordia: "—Estaba llena de odio, padre. —No, no creo. —Sí, padre. No me puedo juzgar mejor de lo que soy. —Aquí viene para sentirse limpia y libre, no para
juzgarse." 852 La unidad antropología-teología en la obra de
Peltzer es muy profunda y siempre se mantiene dentro de los límites de la
inmanencia. Si esto se atisba en la cita anterior, muestras más claras
aparecen en La vuelta de la esquina y en La razón del topo. En la primera: "Un día sintió que Dios era sordo. Otro día
–varios años después– lo sintió ciego. Entonces dejó de contar con Él. Dios,
como el gobierno, tiene demasiados problemas, [...]" 853 Más adelante, refiriéndose a la justicia, dice el
mismo personaje: "Sintió que lo suyo iba a terminar mal, que la
gran farsa, la ceremonia complicada se ponía seria, se revestía con todos sus
ornamentos. Y, ciega y sorda, empezaba a levantar esa mano que tanteaba en la
entrada de Tribunales para aplastarlo." 854 La justicia, esta suprema creación del hombre, es
semejante a Dios. Como Él, es inmutable. Así lo siente Ahrens: "Miró el cielo, dijo para las alturas
indiferentes e inmutables: [...]" 855 Esta aseveración corrobora otra, anterior, de Mario
Kremer: "[...] el mundo se hace cada día; justamente
ese empeño da tantos dolores de cabeza a Dios, obsesionado por lo
inmutable." 856 El Dios cruel, silencioso, jugador e impotente, es
semejanza de una criatura investida de sus mismos atributos negativos. Juan,
Laura, Mara, Mario, Caín y Elsa han sido crueles, sobre todo, consigo mismos,
sus propios verdugos, sus más certeros enemigos. Silenciosos respecto de la
palabra más medular que se debían a sí mismos: la de la compasión. Jugadores,
en cuanto no pudieron entenderse ni entender la vida como realidad sagrada.
Impotentes, muchas veces, para amar, pero siempre, para amarse. Este desamor
propio que le es revelado a Elsa en su confesión es entraña de muchos otros
personajes de Peltzer ("[...] Pero tiene que quererse un poco más."
857 le dice Mara al hombre) y los pone a las puertas del suicidio. El
conflicto solamente se resuelve así en el adolescente de Tierra de nadie, en
los tres protagonistas de "La mesa de roble" (el publicista, el
juez y el médico), en "Ronda para un infinito" y en tres personajes
apenas mencionados de La vuelta de la esquina (el abuelo, el padre y el
hermano de Elsa). Pero aparece como tentación o como deseo de autodestrucción
permanente: en Hans, una vez en Laura (p. 160), determinando a su padre, el
médico que "vivió muerto" y se menciona en Anita (p. 145), La razón
del topo. Ronda a Inés y su novio ("Jano", Un país y otro país) y a
Elsa. Dice ésta: "Pero no vengo a gozar, vengo a cumplir con lo
que quería, lo voy haciendo: destruirme, destruirlo. Hacer una cosa de la que
no se vuelva." 858 Tres veces más vuelve Elsa a la idea del suicidio
(pp. 60, 68 y 218). El lector recorre sus palabras y escucha el repetido
leitmotiv de Mario Kremer, el frustrado suicida por excelencia de la obra de
Peltzer. Le dice Dolores: "Usted es un suicida lento" 859 Cito, al
vuelo, su reiterado monólogo acerca de este tema: "la idea de perder hace perder. Y yo, desde
chico, he estado convencido de que perderé siempre." 860 "¿Cómo
arreglarme, esta vez, para perder?" 861 "Quiero destruirlo
todo." 862 "El placer. ¿Cuál? Este de perderlo todo." 863
"¿Qué me queda por matar, antes de morirme?" 864 También en los cuentos aparece el deseo de ser
amado. En Con muerte y con niños no hay mención puntual
del tema, pero determina la conducta de Rosa ("Siesta") quien igual
que la Laura inicial, siente el grito desde el cuerpo: "Hay mucha conciencia (excesiva) del propio
cuerpo en la siesta de pueblo. Rosa intuye que no debe ser tan sólo de ella,
que es un derroche, una sustracción. ¡Un cuerpo para uno!" 865 En "Giuoco piano" el deseo de volver a
recuperar a la mujer que lo engaña, y a la que sigue amando, se encarna en
una partida de ajedrez con el amante: "Y yo comenzaré con mi mujer otra labor de
hormiga, para revivirla y despertar lo dormido, lo ahogado. Estaremos solos,
lejos." 866 El vencedor no ganará una batalla sino el amor.
Pero, imprevistamente, es la muerte quien decide, no las voluntades
enfrentadas. En El silencio, lo dice Manuel: "A veces creo que estoy esperando la ocasión
de ser desgraciado de veras. No mucho: lo bastante para compadecerme y
quererme más. O que me quieran." 867 En "Claustro de profesores", la relación
entre el sacerdote y el muchacho se enmarca en una argumentación teológica,
pero el último reclamo del joven, algo que él no dice y a lo que el cura no
sabe responder, es el de ser amado: "Hablé a su inteligencia y no era
cuestión de inteligencia." 868 Sólo esa experiencia pudo haberlo abierto
al Dios de amor que no verifica y que su interlocutor no acierta a revelarle.
La impotencia del sacerdote para despojar de racionalismo su discurso y
acoger la necesidad de padre que tiene el muchacho ("—Vine a que me
bauticen." 869, es decir, a ser hijo), lo deja a éste abandonado a su
orfandad. Lo que en el cuento los personajes callan (uno su deseo de ser
amado; el otro su imposibilidad de amarlo), el silencio, en suma, respecto
del último tema humano, es lo medular. En Un país y otro país, dice el protagonista de
"Ronda para un infinito": "Hubiera sido bueno vivir así, con alegría,
con pasión; enamorarse de alguien en un pic-nic o permitirse la
tragedia." 870 Lo dice cuando ya no hay tiempo, cuando ya ha
muerto la mujer que él amó y que lo amó, cuando el mar llama al suicidio. Su
dolorosa memoria del amor pasado es nostalgia de un paraíso perdido y
desesperado grito de su carencia. La vida era soportable mientras ella
viviera. Muerta, convertido en imposible el deseo de ser amado, pierde
sentido. En "Jano", el relator convive con su fracaso y a tal punto
se identifica con él que el hecho de rememorar lo que el amor fue no tiene
poder para hacerle desear ser amado. "A él le nacían palabras para mostrarle la
riqueza de su amor y ella le devolvía luz para saberse y amarla, como si una
parte de su ser hubiera estado dormida, sin estrenar, esperando que la
iluminara." 871 Él ya está muerto: "La muerte es una cuestión de tiempo y los
impacientes son los únicos que se suicidan. Cuando perdió todo lo suyo,
cuando perdió también a Inés, se dio a espiar la muerte y a seguir sus
adelantos. ‘Ya estoy bastante muerto’, se decía [...]" 872 En El cementerio del tiempo, el tema se manifiesta
como esperanza en Crisótemis: "El amor tiene nombre para mí, hace mucho que
lo tiene y llena mi tiempo con el ritmo terrible de la espera. Cuando se va
el Atalaya también yo corro a los muros, a mirar hacia lo lejos, por si
alguna señal anuncia el regreso de aquel rostro que una vez me hizo nacer con
su mirada." 873 La presencia del deseo de ser amado no aparece tan
desarrollada en los cuentos como en las novelas. La posibilidad de extenderse
y ahondar en el personaje que la segunda brinda y el primero restringe
constituye, sin duda, una de las explicaciones del hecho. La poesía también confirma el tema, aunque con
relegada insistencia. La sed con que te llevo, el primer libro de poemas,
plantea desde el título el tema del deseo del amor. Pero la experiencia del
mismo es fugaz y lo permanente es el ansia. No hay en esta obra formulación
explícita del deseo de ser amado sino más bien del de amar, de la insaciada
sed. En La mi muerte se inaugura el tema por vía negativa: "Si el amor
no me crea,/ no quiero ser creado" 874 Sólo enmarcando la interpretación
de estos versos en la idea del amor-creación es posible vincularlos al deseo
de ser amado. El amor crea al amado. Luego el anhelo manifiesto es el de ser
amado como única justificación del existir. La vía negativa se mantiene en Poesía secreta: "Me pongo a no quererte/ y me resulta amor y en
él me arraigo./ Entonces vuelvo a este querer sin tiempo/ y hago de todo amor
y en amor vivo." 875 La totalización que la experiencia del amor
significa, ajena a la voluntad del amante, configura un vivir en el amor, o
sea, una satisfacción del deseo de ser amado. Pero la celebración que el goce
del amor acarrea es breve en la lírica de Peltzer. Mucho mayor peso tiene la vía negativa en la
mención del tema en Los oficios: "Entonces aceptarás que no te amaron,/ que en
vano competiste con los hombres/ felices, irresponsables, crueles,/ y que te
fue negado el único aire respirable,/ el amor que era un peso de jazmines,/
la personal, la sola gravedad/ capaz de mantenerse de pie sobre la
tierra." 876 Los dos pretéritos verbales negativos ("no te
amaron", "te fue negado") cierran la esperanza de ser amado.
En el próximo apartado analizaré la trascendencia semántica que el uso del
tiempo pasado tiene en Peltzer. En el poema final de Los poemas del niño vuelve a
asomar la vía negativa: "[...] el escándalo de amar sin ser
amado,[...]" 877 El vigor teológico del sustantivo devela un dolor
medular y deja al desnudo el deseo permanente. Dice Maas de esta experiencia: "País sin retorno, absoluta separación de los
vivientes, estar olvidado de Dios, silencio, tinieblas; en resumen: Soledad y
abandono son las características esenciales del Sheol." 878 La insistencia en la denominada "vía
negativa" al formular el deseo de ser amada que la criatura de Peltzer
hace, bosqueja el paisaje de ese "país sin retorno". En síntesis, el abandono que padece la criatura
única de Peltzer es revelador de su anhelo más visceral: el de ser amada.
Adentrada en el proceso que la lleva a tal verificación descubre otra
realidad más profunda: no se ama. Este desamor, que la arrastra hasta el suicidio
o sus confines, oriundo del abandono parental, funda su incapacidad para dar
y recibir amor verdadero. Pero su impotencia no anula el deseo de ser amada y
clama por amor. El personaje de Lagerkvist, en cambio, no trasciende su
abandono. Se sume en él y, entonces, en la desesperación. ¿Y a quién le
reclama amor la criatura de Peltzer? ¿A otra u otras criaturas? ¿A Dios? Este
es el tema del próximo bloque. 2.3.3. Impotencia del amor humano. El deseo de ser amado inhabita, pues, el corazón
del personaje de Peltzer. Pero esta criatura se agota en sí misma. En primera
instancia porque no se ama y no es capaz de dar o de recibir amor. En
segunda, porque aunque el amor se constituyera en un hecho de su vida, no
saciaría la sed. El amor humano, por presencia o por ausencia, por revelación
o por ocultamiento, siempre muestra un allende. No basta. No salva, no
redime. El amor es impotente: "[...] aquel evidente no-quererse-nada,
pero-nada, el miedo a la soledad, a tener que decirse desde su aridez que
nada sirvió para nada, que el amor no lo puede todo, o que el amor no puede
hacer milagros [...] ‘yo puedo’, ‘tú no puedes’, ‘no podemos’". 879 Orfeo sintetiza trágicamente esta imposibilidad: él
puede, por amor, descender al Hades a rescatar a Eurídice. Pero no puede
arrancarla de allí. Peltzer alude así al mito: "Tampoco envidio a Orfeo
y el rescate/ no es obra de mi voz ni mi descenso." 880 Esta certeza de
sus personajes aparece insistentemente a lo largo de la obra. Lo dicen Laura,
Mara, Mario Kremer, Manuel y en la poesía, lo confirman La mi muerte y La sed
con que te llevo. El tema ya fue desarrollado en "El deseo de
Dios", I, 1.1.2. Remito a las notas 86 a 91 de aquél a fin de
dimensionar, en este punto de la investigación sobre el escritor argentino,
el peso del tema desde la perspectiva del abandono. Si el amor humano no basta para liberar a la
criatura del infierno de su abandono, el centro indiviso del ser
corpóreo-espiritual que lo padece experimenta la sed de otro amor, de uno tal
capaz de salvarlo. Y esta es sed de Dios. Los personajes de Peltzer la
atestiguan. Mario Kremer (en notas 92 y 93), también el protagonista de
"El hombre transparente" (El cementerio del tiempo, nota 128), y en
poesía se patentiza en La sed con que te llevo y La mi muerte (en notas 136,
137 y 138). La fragilidad de todos estos clamores radica, a mi
juicio, en su naturaleza. La esperanza de salvación como rescate está puesta
en una idea: la inmortalidad. La dialéctica unamuniana tiñe con su
perspectiva racionalista el planteo de los personajes de Peltzer, y, de
alguna manera, les impide la salida. La ausencia de Jesús, Hombre-Dios, en la obra del
escritor adquiere aquí todo su peso. La criatura abandonada por los otros y
hasta por sí misma clama su deseo de amor, verifica la impotencia del amor
humano para liberarla de su propia cárcel, y a la hora de la fe en el
Salvador, calla y se pierde; permanece encadenada, esclavizada a su propio
desamor o al amor finito de otro ser y desesperada, impotente, declara: "Te prefiero en tu infierno, que es el mío./
Si volviera contigo, salvaría/ el derecho a mirarte y a morirnos." 881 El amor humano sólo es capaz de rescatar hasta la
muerte, o más trágicamente aún, como lo sugieren los versos de Peltzer, para
la muerte. El poema concluye: "Si nada puedo ya, puedo nombrarte./ ¿No ves,
Ariadna mía, allá en la noche,/ la luz que nos convida al laberinto?"
882 Esta es la experiencia del límite. El poeta ha
descendido hasta el fondo de la propia "noche" y la "luz"
no muestra el camino del ascenso, no es cristológica sino humana, sólo
conduce al laberinto. Balthasar contiene y explica esta experiencia del
límite haciéndola carne de su teología: "La existencia humana es limitada; es
existencia para la muerte. La expresión humana termina, de una vez por todas,
en la muerte; y lo que se ha dicho en palabras en el decurso de la vida
mortal queda siempre vinculado –ya se trate de cosas importantes o no– a la
forma de la temporalidad y, por tanto, de la transitoriedad y por ende,
inevitablemente también de la inutilidad." 883 (En "El lenguaje metafísico", III,
3.3.2., analizaré el reiterado uso del término "inútil".) La criatura única de Peltzer no puede dar con el
último eslabón de la Alianza: "Por tu causa yo, tu Dios, me hice tu Hijo;
por tu causa yo, el Señor, tomé figura de esclavo; por tu causa yo, que vivo
sobre todos los cielos, bajé a la tierra y debajo de la tierra; por ti,
hombre, me hice como un hombre desamparado, libre entre los muertos;
[...]" 884 Los personajes, en varias obras, aluden al
infierno. En Tierra de nadie, el Padre Santiago le dice a
Juan: "Tú y yo, todos, llevamos una posibilidad de
cielo y otra de infierno adentro. Lo que aflora al final será decisivo. [...]
Dije que todos llevamos al cielo una dosis de infierno, de nuestro infierno.
No podemos dejarlo en el camino, porque tenemos que presentarnos tal como
somos, sin mutilar el alma. [...] Los santos también tienen su infierno. Y a
veces el de ellos es más crujiente de gemidos que el nuestro. Pero es una
cuestión de tiempo, de agilidad: el lastre cae más hondo, con mayor limpieza.
Creo que el sedimento de infierno que debe haber en el cielo ha sido
acumulado en su mayor parte por los santos." 885 En Compartida dice Julieta Guerrero: "Mi casa
es un infierno." 886 Y Laura le
recrimina a Adolfo: "Tu casa es un templo, ¿no es así? ‘un infierno’, la
llamó tu hija." 887 Y él concluye: "Tenés razón: mi casa es un
infierno." 888 Mario Kremer dice: "Y si tal programa no se cumple, el poder, la
avasalladora mano que aplasta, el lento infierno donde el invisible Dios
gendarme delegará en su famoso lugarteniente los suplicios que él no se
atreve a ejecutar, aunque inventa. A veces deseaste –¿lo recuerdas, Mario?–
un camino pronto y seguro para ese infierno, terminar así con toda la farsa:
el suicidio, por ejemplo. Te dijeron que era un método infalible." 889 Y
en la misma página: "Y el infierno te parecía el único lugar donde se te
permitiría ser tú, quitarte la careta de recitador, de buen alumno, de joven
casto y estudioso, de persona formal. El infierno, para ti, ha de haber sido
como esos cuartos de vestir del año novecientos en que las mujeres se
quitaban el corset después del baile." 890 Dice Mons. Beyle: "Tal vez el infierno sea simplemente eso: el
vacío, el pleno vacío, en medio de la perfección." 891 Y el publicista de "La mesa de roble": "Si nos asomamos hasta el fondo de cada ser,
nadie alcanza a perdonarse demasiado. Y hay un infierno que hacemos a nuestra
medida, tal vez con la esperanza de que sea el más cruel, el más duro, y no
merezcamos ningún otro." 892 En Poesía Secreta, el tema aparece en la nota 880 y
en: "Yo no supe a Dios sino a su rayo/ e imaginé
un infierno donde estaba/ la gloria de su Amor trazando soles/ y su blandura
cincelando pétalos." 893 En La vuelta de la esquina, dice Elsa: "‘—¡Es infernal!’ El hombre no se dio por aludido. Podía referirse a
muchas cosas." 894 En otros momentos las referencias son más veladas.
Piensa Huerta: "A veces sentía que estaba bajando mucho,
bajando con Olga, con Elsa, hasta un límite. Cuando llegara no habría más
polvo, ni problemas, solamente vacío. Arriba y abajo. Lo de arriba ya no
sería visible." 895 Huerta alude a un descenso y un llegar al vacío. La
dirección del movimiento y la nada en que éste desemboca parecen referirse al
infierno. Confirmando lo primero, el autor ya había dicho (respecto del
Tano): "[...] había empezado la reducción, el descenso." 896 Y una
de las Voces vaticina: "Ha llegado el día señalado para su
descenso." 897 En Los oficios, la mención se hace en dos poemas:
en "El Tahur": "No me quites, mi dios, la noche larga:/ es mi
condena y soy un condenado/ que adora los rincones de su infierno." 898 y en "El sacerdote": "Sólo conozco dudas y deseos,/ creo en la luz
de Lucifer, la estrella/ que guiña sus engaños en la noche." 899 En "El nadador" (El mar que tanto sabe de
las piedras) dice el protagonista: "Sí, había pasado demasiadas veces por el
mismo infierno. Y ya no podía soportar ni una sola vez más, el infierno
puesto al alcance de los ojos y las manos. ‘El infierno tan temido’, aquella
historia de Onetti que leí desde afuera en su momento y que aún así me
estremeció, un infierno que, con el tiempo, no me fue ahorrado." 900 Y:
"Más allá. Por ahora (lo sabe el nadador, que siempre ha vigilado sus
reservas de energía), más allá sólo queda el mar, es ‘mar adentro’, la tierra
de nadie, el lugar sin límites (el infierno), los suicidas van al infierno,
sentencia del viejo catecismo." 901 El infierno se convierte en palabra de la rebelión
más ancestral. La salida hacia él es el suicidio (Mario Kremer, el Nadador) o
la permanencia, por venganza hacia Dios, en un infierno inmanente. Dice
Balthasar: "[...] la rebelión tiene todavía el carácter
de una acusación contra Dios: que haya creado la culpa o la haya consentido:
que haya producido al Diablo, el más infeliz de todos los seres (con el cual
lloran los poetas y se solidarizan.)" 902 Sin Cristo, la experiencia de la "noche"
del alma no es cercanía de Dios en su ocultamiento, sino ausencia definitiva,
infierno. Las palabras de Marcel Jouhandeau tematizan el hecho desde la
perspectiva de la rebeldía: "‘Por mí solo, puedo erigir frente a Dios un
imperio sobre el cual nada puede Dios: el Infierno’." 903 Sin embargo, si la criatura única de Federico
Peltzer no acierta a hallar la salida de su "noche oscura" porque
Cristo no es para ella experiencia en la fe, hay indicios en la obra que
permiten volver a aplicar a este tema la hipótesis de la palabra catártica. Dice Laura: "Puedo renegar de la Fe, del Amor,
pero no en presencia de un crucifijo." 904 ¿Por qué? Si la criatura
abandonada llega a adorar "los rincones de su infierno", ¿por qué
el crucifijo se convierte en alusión tácita a la Esperanza? ¿Esperanza de
qué? ¿No lo es, acaso, de la creencia en la única salvación posible? ¿No hay
otro "rincón" interior en el que la criatura abandonada adora en
silencio al crucificado que descendió hasta el infierno por ella? Casi en el final de La vuelta de la esquina, dice
Rita: "Afuera y adentro. Rejas. Y sombras. Dios mío, ¿por qué, por qué
tanta sombra?" 905 La frase entera se reúne en una pregunta a Dios. Este
es el interlocutor último de la criatura. A él dirige el dolido interrogante
acerca de su situación de encarcelada. La "sombra", símbolo de la
condición humana, le es referida. La hipótesis de esta investigación vuelve a tomar
cuerpo en este punto medular: al Dios de Federico Peltzer, al que él revela
en su obra, hay que buscarlo más allá de su palabra. La ausencia de Cristo,
como lenguaje del silencio, lo priva, categóricamente, del ascenso, de la
Resurrección. Sus personajes en la narrativa y sus voces en la poesía beben
hasta el fondo el cáliz de la soledad sin acertar a remitirlo a Cristo. La
agonía de la noche que viven radica, justamente en la ausencia del Hijo. La
criatura única no encuentra costado abierto en el cual depositar su propio
abandono. No da con el Abandonado. Palpa su nihilidad y su condición
creatural, que dice fundamento en Dios, hace su kénosis, pero no puede
referirla a la kénosis del Kyrios, única en la que la propia cobra sentido.
906 Creo que las siguientes palabras de Balthasar se ajustan a la experiencia
de la criatura única del escritor argentino: "Y sin embargo, en esta soledad cristiana,
propiamente cristológica, radica una esperanza para quien rehusando todo amor
se condena a sí mismo. El que quiere estar solo sin reserva ¿encontrará
finalmente junto a sí a alguien aún más solo, al Hijo abandonado por el
Padre, que le va a impedir a él vivir hasta el final ese infierno que él
mismo ha elegido? 907 En síntesis, la unidad de la obra de Federico
Peltzer, verificable en la urdimbre novelesca que entretejen el personaje y
la situación repetidos, que la presencia insistente del ensayo vertebra y las
reiteraciones sutiles en la trama extienden, es el ámbito en el cual habita
la criatura única del escritor argentino, descubierta tal a partir del nombre
y la cualidad común. Ella hace epifanía sacando a luz lo medular de la
condición humana: el abandono, clamando su deseo de ser amada y atestiguando
la impotencia del amor humano para satisfacer su necesidad. El viaje en el
cual esta criatura palpa su realidad más íntima es un descenso, cuyo destino
final es el infierno inmanente, la propia condición pecadora no reconocida
sino recusada y atribuida a Dios por vía de la libertad personal negada. Sin
embargo, Dios es el interlocutor cuando la criatura hace la experiencia del
límite, de la finitud, de la soledad última. En este punto y en la
declaración de impotencia del amor humano para saciar la sed de amor de la
criatura radican, a mi juicio, los elementos esenciales de la conflictiva
religiosidad de Peltzer. 3. El espacio, el tiempo y el lenguaje. Probada la unidad de la obra y la existencia de la
criatura única, pretendo adentrarme en la concepción del espacio y del tiempo
de Peltzer a fin de sondear allí dos claves para la interpretación de lo
antropológico y lo teológico: la libertad y la esperanza. Por último,
intentaré incursionar en su lenguaje, apuntando sólo a dos vertientes del
mismo que dicen relación estrecha con el tema de esta investigación: el
vocabulario teológico y el metafísico. Creo que profundizar en este tríptico desde un
ámbito radicalmente estético echa luz sobre la imagen de Dios que Peltzer
configura. 3.1. El espacio sin libertad. La concepción del espacio narrativo en Peltzer
muestra clara relación con la temática central de su obra y confirma la
imbricación antropología-teología. El escenario en que la criatura única
representa su papel es espejo de su ámbito interior. De modo tal que las
variaciones geográficas (la selva, el pueblo, la ciudad, la pensión, la
cárcel), resultan marcadas por un denominador común: la carencia de libertad.
Este sello determina a la criatura, pero es ella misma quien lo impone. El
personaje de Peltzer se vive a sí mismo en un espacio que no le permite ser
libre porque inicialmente no cree en la libertad. También la experiencia del
propio cuerpo se configura a partir de esta convicción. Por eso, ese espacio
primordial en que el yo habita resulta un locus repleto de exigencias irrecusables,
de las que es víctima. Rastrearé esta hipótesis en las cinco novelas de
Peltzer, sumándole alguna confirmación tomada de la poesía. La mayor
extensión de la primera respecto del cuento la torna material más apto para
este análisis, en tanto que en ella la cualificación del espacio aparece en
su máxima riqueza de elementos. Excluyo, por esta misma razón, El mar que
tanto sabe de las piedras. Procederé, como en casos anteriores,
cronológicamente. En Tierra de nadie, el espacio geográfico esencial
es la selva. Este escenario se interrelaciona con los procesos sentimentales
de Juan: "El amor era la alegría de la noche, el
perfume de la selva, el esplendor de la luna. Era la borrachera de la vida y
el aire espeso y el renuevo que hacía ver las cosas desde otro ángulo; porque
recién con él se abrían los ojos para aprehenderles el sentido." 908 El despertar sexual de Juan aparece acicateado por
la selva: "El trópico no es amigo de dilaciones, le gusta irrumpir,
semejante a la savia, en una borrachera de sol. No hay medianías: los bejucos
son gigantes, las cañas se agobian, ávidas de sobresalir, el río es largo,
interminable, capaz de satisfacer al más empecinado viajero. Y todo llega
pronto a la madurez: los árboles se van enredando entre ellos, febriles de
compañía; las flores estallan, premiosas de fruto, generosas de polen; hasta
los animales, en el pudor del monte, se arriman con la luna, en un precoz
desborde de sexo." 909 La selva, exuberancia, humedad y calor, despierta
en Juan una temprana madurez para el amor que no encontrará comprensión en
los que lo rodean y desatará la tragedia. En el comienzo de la historia, el
espacio resplandece de connotaciones vitales: "Parecía que se hubiera asentado en ellos [los
ojos de Rosita] esa alegría de vivir de la naturaleza en el trópico."
910 Pero las sombras caen sobre el amor de los
adolescentes y sobre el paisaje. La escena final transcurre de noche y entre
la niebla: "Iba por la orilla del río, a tientas, para aprovechar la
niebla que estaba espesa." 911 La historia de la tierra y la suerte de
Rosita y Juan se relacionan sutilmente: "El milagro de la selva se les adentraba a
través de los ojos. Así debió ser América, la saqueada, la violada en su
refugio de mujer inválida. Tuvo que defenderse a muerte y la ayudó la
naturaleza con su ruda entereza de muralla. Pero quedaban las piedras para
demostrar que atendía un reclamo de amor. América era la fuerza, ingenua y
tremenda, avasalladora o dócil; era cuestión de ponerse frente a frente:
hacerse de ella para rendirla, o tratar de robarla y morir." 912 La selva es mostrada como factor determinante de
los hechos: "Eran jóvenes, y eso no se perdonaba; pobres, y eso tampoco
lo pasaría por alto doña Rosa; otros codiciarían el lugar de él, porque en la
selva una mujer hermosa es como una fruta excepcional: hay que cortarla
rápido, casi sin madurar, para que los demás no se adelanten." 913 También el cuerpo como espacio primordial aparece
en la novela imponiéndose a la libertad: "Afilaba el cuchillo de monte, para ocupar las
manos sin que ellas arrastraran por otro lado el pensamiento. Sentía una
tozuda urgencia de misterio. Y el más inquebrantable era la mujer, la
ineludible mujer. Ahora se llamaba Rosita y parecía haberse bautizado para
salvarlo de una entrega sin atenuantes, cuando precisamente se le estaba
haciendo insoportable el cúmulo de turbias sensaciones que le dictaba el
cuerpo. Antes era la nada; el vacío felizmente asexual. Ignoraba esa
dimensión, vagaba, era libre. El cuerpo lo llevaba, obediente como un animal
fiel. Pero de pronto se cuadraba ante su inercia y le decía: ‘Estoy aquí; te
he dado tregua, pero vuelvo por mis fueros. Dame lo que te pido, o renuncia a
la paz.’" 914 Los dos espacios, el geográfico y el corporal,
resultan acuciantes. Reclaman, imponen, determinan. Es muy significativa al
respecto la frase subrayada en la cita precedente. Antes del despertar sexual
"vagaba, era libre." No lo será después. Juan, preso de su cuerpo,
ya no encontrará libertad en la selva. Y ésta, en el último capítulo, se constituirá
en escenario de su propia cacería: "Iban a ser implacables para cazarlo,
[...]" 915 La palabra "cárcel", una de las que mejor connota
la concepción del espacio de Peltzer, aparece sobre el final de la novela:
"Después, por su edad, iría a un reformatorio. La cárcel era para los
hombres." 916 Tiene relación directa con el delito de Juan, pero también
con el espacio, y no como lugar de destino futuro del protagonista, sino como
escenografía presente: Juan es, en la novela, un preso de la selva lujuriosa
y del despertar violento y exigente de su cuerpo. También del desamparo
afectivo en que lo sumen su orfandad, la dureza de doña Rosa y la procacidad
de sus compañeros de trabajo. Pero si Juan es una víctima, los demás, sus
verdugos, no lo son menos: "Ninguno se había visto libre de perder. Eran
vencidos: por eso estaban allí, buscando en el juego la compensación de una
pequeña victoria contra la gran derrota." 917 Si Juan es culpable, lo son todos, dice Ramón: "¡Todos tenemos un poco de culpa! Primero nos
reímos de sus amores; y después nos reímos de su desgracia. Ya la cosa no
está para bromas: ¡Nos ha arrugado la cara de un golpe! Nadie le alargó una
mano..." 918 La falta de libertad de uno, Juan, es la de todos,
y esta carencia es, en la interpretación del protagonista, desamor de
alguien: "Se preguntaba la causa de esa crueldad puesta
en movimiento contra él. ¿Merecían su vida, sus pasos, semejante despliegue
de odio? ¿O era, en realidad, algo común, ejercitado con todos? ¿Lo habían
superado los demás, los dóciles –o mejor–, los esclavos?" 919 Es claro que el desamor que reprocha es el de Dios,
por eso dirá: "Dios era cruel y culpable." 920 La criatura víctima,
presa de sí y de un ámbito que le impide la libertad, resulta inocente del
daño que hace, y Dios, el verdadero culpable en la concepción de Peltzer.
Dice Balthasar: "Esta idea es rebelión interior: rebelión
contra la idea de la culpa misma, que sólo es comprensible si es algo que no
tendría que ser, y si presupone una prohibición; pero más profundamente,
rebelión contra la idea de Dios, único en quien puede recaer la culpa, y que
debe responder de haber creado un ser que resulta culpable porque
existe." 921 Es interesante verificar que en el alegato final
del Padre Santiago en defensa de Juan (en nota 561) abundan las alusiones
espaciales: "escapar del mundo", "lugar en él", "un
poco de sitio a nuestro lado". Considero que la relación espacio-falta de
libertad, queda sólidamente demarcada en esta primera novela de Peltzer. Compartida, su segunda novela, presenta espacios
diversos en estrecha correlación con el tiempo del relato. El presente de la
protagonista transcurre en el departamento de la ciudad. Desde allí rememora
su ámbito inicial, el pueblo, y otro, también pasado pero transitorio: Misiones,
la selva, donde vivió temporadas junto a Hans. El espacio sin libertad es una
realidad más palpable en esta novela que en la primera, porque aquí aparece
más tematizado. Una palabra en especial hace evidente la experiencia espacial
de Laura: "cerco", con sus variaciones gramaticales (verbo:
"cercar", participio adjetivo: "cercada".) Sobre el final
de la primera parte dice la protagonista: "Veía caer todo: mi casa, mi padre que se
moría, víctima al final de su enfermedad, yo misma, encerrada por una cintura
de alusiones, de miradas. Me veía dentro de aquel cerco adonde nadie
penetraba sino para herirme; como el doctor Morales, que me proponía
tiernamente un fin de semana en Buenos Aires, mientras papá agonizaba con una
enfermera que él enviaría; o como Felicitas y Silvina, que me despreciaban
con esa compasión feroz que se tiene para lo caído, lo sucio, cuando antes
fue estimado y acaso valioso." 922 La cita pone de manifiesto la actitud victimaria de
Laura, (la misma de Juan), prisionera de un "cerco" en el que unos
(Morales) la convierten en despreciable y otros, (Felicitas, Silvina) la
desprecian. El tema de la culpa que la protagonista intenta negar aludiendo
al "cerco", o sea, a su falta de libertad, surge al final en
"lo caído, lo sucio". El escenario de la segunda parte es la ciudad. En
él, Hans hace una verificación que lo trasciende: "[...] y de pronto me
decía que estábamos rodeados de un cerco y que jamás podríamos salir."
923 De una sola pincelada, Peltzer convierte una experiencia individual en un
planteo metafísico. Los dos plurales verbales otorgan tal universalidad a la
expresión de Hans que el "cerco" de Laura y el suyo propio se
constituyen en límite existencial de la criatura humana. Más adelante, en el
barco donde la invita a pasear Guerrero, Laura constatará una doble realidad:
el cerco ajeno y su propia debilidad: "Veía que me cercaban, pero no tenía fuerzas
para sacudir el asedio." 924 En el diálogo con el Padre Moldes, Laura insiste: "—¡No, padre! No es eso. Estoy acorralada,
simplemente. Desde chica se me tendió un cerco, no sé cuál, ni por quién,
pero el cerco existió. Quiero romperlo, salir a la luz, ser yo misma, sin una
mano que me obligue a torcerme." 925 La experiencia espacial de la falta de libertad
manifiesta en "acorralada", "cerco", se profundiza aún
más en "sin una mano que me obligue a torcerme". La respuesta del
Padre Moldes ("—Todos estamos acorralados, Laura. Hay Quien
lo sabe y mira." 926) da como un hecho la finitud de la libertad humana
y la trasciende en la certeza del Amor que mira. Sin duda, Peltzer conoce las
respuestas, porque si un personaje pregunta desde la rebeldía, otro contesta
desde la fe. Pero sin duda también, lo que sabe no le basta. Por algo la
protagonista de la novela es Laura, y no el Padre Moldes. La experiencia de ella, la de vivir
"cercada", se extiende desde los espacios geográficos (pueblo,
ciudad, departamento) al propio cuerpo: "Y yo aquí, cercada... Cercada por mi cuerpo,
¿oyes?" 927 Y más adelante: "En verdad estoy cercada por un cuerpo
todavía exigente y un vacío por llenar." 928 Este cuerpo que le impone su reclamo carnal aparece
como el cerco más exigente para Laura (y para Juan). Esta es la vivencia
primordial y más íntima del espacio carcelario. La imagen del propio cuerpo
como espacio del yo aparece repetidas veces en la novela. Así, dice Laura en
la tercera parte: "Traté de situarme en mi nueva morada. Pensé
que era admirable este ambular del cuerpo nuestro, por casas, por ciudades,
por regiones, sosteniéndonos, amparándonos, sirviendo de prueba de nuestra
existencia a los ojos de los demás, de caja para nuestras palabras, de
testigo." 929 Más adelante, la realidad espacial de lo corpóreo
se evidencia en la identificación cuerpo-feudo-campo y la nueva asunción de
un hilo temático aparecido en el último capítulo de Tierra de nadie:
presa-cazador: "Manos derechas, izquierdas, neutras,
avanzando, avanzando. Compartida... compartida. Sería su presa, otra vez,
porque no daban cuartel; ¡porque iban derecho a lo suyo! Mi cuerpo era su
feudo, el campo donde se aplacaban." 930 En síntesis, Peltzer pone a Laura, su criatura, a
representar su papel en espacios diversos, sin unidad de lugar, pero al mismo
tiempo unificados por una pauta común: los hechos que allí se alojan, según
la lectura que de ellos hace el personaje, lo determinan. Dice Laura: "[...] llegué a dudar de mí, o, mejor dicho, a
dudar de que fuera yo quien había vivido y sufrido y estado siempre tan
determinada por los hechos." 931 Y agrega más adelante, acentuando las notas
espaciales de esta referencia: "Vivo en la trampa, me desenvuelvo en ella.
Palpo sus muros resbaladizos, como impregnados de resina. Quisiera
salir." 932 El cerco ha alzado más altas sus paredes y,
constituido en "trampa", comienza a perfilar su silueta carcelaria. La noche, la más atípica de las novelas de Peltzer,
difiere de las cuatro restantes también en este planteo. La acción transcurre
en una unidad temporo-espacial en la que el verdadero escenario es el
interior de Mara. Indicios como el jardín de Palermo donde se conocen, la
confitería de la cerveza y el sandwich de queso, el río, el banco, la estatua
de Viale, el departamento de él, el lugar donde comen o el de la caminata,
después, no constituyen más que un marco escenográfico que le permite a Mara
hablar de sí misma y saberse. No son los espacios de la novela los que
determinan su vida sino otros a los que ella alude: su casa,
fundamentalmente, ámbito de una relación matrimonial rutinaria, en la que
nada es: "—Porque siempre he jugado una comedia: eso es
lo que ahora sé. Y tendré que añadir un poco más." 933 La experiencia carcelaria también aparece en Mara.
Es negada al comienzo como realidad impuesta desde fuera, pero confirmada
como la que ella misma se impone: "—No soy una prisionera. Yo misma me
ato." 934, y generadora de la necesidad de libertad: "—No hacemos nada malo... Y es una liberación. —... —No sé... pero me siento libre." 935 La imagen del "cerco" de Laura es, en
Mara, la de atadura: "—Puede ser... Vivimos atándonos. Nudos y
moños y sogas y... Nos atamos para no correr." 936 Más adelante otra imagen verifica su cárcel: "—Por ejemplo... no sé. No puedo decir en
concreto. Tal vez esas cosas que se hacen con buena voluntad, con fe... y que
salen mal. En momentos así he sentido como si me encerraran en una garita de
centinela, pero sin ventanas. Aislada –¿sabe?–, sin posibilidad de
comunicarse. Y después..." 937 Y vuelve a insistir, con su elegida terminología:
"—Por todo... Por todo lo que ata y no deja desatarse." 938 También
para ella, como para Juan y Laura, el cuerpo es un espacio que esclaviza: "—Sí, hay que hacerle concesiones. —... —Como todo el mundo. Algunas humillantes. Nosotras,
las mujeres, lo sabemos. —... —Y a pesar de todo, lo quiero. El cuerpo me
humilla, pero soy yo. Puedo darlo y darme." 939 Mara es una de las criaturas más realistas y
sensatas de Peltzer, aunque sin duda su sensatez está teñida de amarga
resignación. Ni se suicida como Juan, ni se comparte como Laura, ni se
encierra como Mario, ni se venga como Elsa. Seguramente porque algo esencial
la diferencia de ellos. Mara es madre, tiene dos hijos. Esta fuerza de la
realidad la hace capaz de irse sola: "—Para empezar a componer la máscara."
940 Siente, como Juan y Laura, que: "—No debés sentirte culpable. Las cosas
llevan. Nadie tiene la culpa." 941 La providencia divina es, en estas tres novelas,
una gran ausencia. El destino trágico de la criatura humana se cierne sobre
los personajes a medida que la concepción del espacio narrativo de Peltzer va
mostrando su progresiva reducción. De la selva inmensa, escenario de la
primera novela, al pueblo-ciudad-departamento de la segunda, a ciertos
lugares de la ciudad en la tercera, para llegar a la pensión de Mario Kremer
en la cuarta, La razón del topo. Esta reducción espacial es apariencia
sensible del proceso que la libertad sufre en el interior de la criatura y
concreción del mismo en el campo de la realidad. La razón del topo se inicia mostrándonos el ingreso
del protagonista a su espacio definitivo, la prisión que libremente elige a perpetuidad.
Dice: "Entro a mi mundo postrero. Un paso decisivo." 942 El modo grandilocuente, solemne, que el
primer calificativo impone, hace pensar que Mario Kremer nombra su tumba más
que la pensión. El espacio-pensión que comienza siendo su libertad, en cuanto
es su elección, se va constituyendo en cárcel. Inquilino de sí mismo a la
fuerza, Mario no es libre en ninguna parte. En su discurrir permanente y a
solas, en monólogo, universaliza esta experiencia subjetiva y la convierte en
axioma para la conducta humana: "Aprendí [...] que el destino existe, que
nadie es dueño de sus actos, porque llega atado y sólo hace aquello que le
dejan hacer." 943 Y en la
página siguiente: "Nunca la libertad, nunca la sensación del propio
poder." 944 A lo largo de la producción literaria completa de
Peltzer, los personajes pendulan respecto del tema de la libertad. Desde
recusarla, porque es puerta del mal (el Filisteo, en nota 80) hasta exigirla
con impotencia, vencidos antes de comenzar. La libertad humana finita no es
libertad para la criatura de Peltzer. No le basta. La vive como insuficiente
para su sed y entonces se priva de ella y rechaza su condición creatural
porque se niega a depender. Experimenta todo espacio como carcelario, aun el
de la naturaleza más vasto en extensión, (la selva), y el del propio cuerpo.
Se encierra, (Mario Kremer), pero vive el espacio elegido como "inhumano
encierro" 945, de suerte que resulta un "[...] hombre condenado, prisionero, obligado
a soportar e incapaz de sufrir más aquella cadena a perpetuidad." 946 Huye de su espacio natural hacia la libertad, pero
ésta, inexistente en sus convicciones, le es prisión. La certeza de estar
preso sólo le llega a la luz del amor. Dice Mario de Dolores: "Llenó el cuarto, impregnó el aire de mi
prisión. Sólo ahora me considero preso aquí: porque una mujer puede hacer
sentir la necesidad de salir hacia fuera, adonde los otros están vivos.
¿Estoy yo muerto?" 947 La fuerza vital que el amor le muestra, revela,
dejándolo al desnudo, su instinto de muerte, y el espacio elegido
desenmascara su verdad: es su "mundo postrero", una tumba. Dice
Andrés: "Pero en cualquier hipótesis, el mundo como
mundo del hombre y por tanto como historia libre, sería limitación y por
tanto dolor, esperanza y frustración, y finalmente, como tal mundo,
decrepitud y muerte, a la vez que proyecto, tarea grandiosa y vocación a la
plenitud." 948 De aquí en adelante, Mario se dirá: "Estás
aquí, acorralado, [...]" 949 y se verá en el espejo de otro ser,
Segismundo, el perro de Iván, peyorativamente: "Parecía una prueba de la falta de sentido
aquel debatirse del perro en su cadena, y mi libertad encadenada por una
decisión." 950 Escuchará el enojo de Dolores: "—¡Estoy harta
de tu cueva!" 951 Experimentará
el amor como una amenaza a su prisión: "Sentí que el primer gesto, la primera caricia
precipitarían lo restante, como una cadena que se desenrosca o una amarra que
se suelta:" 952 y sentirá las exigencias de su cuerpo como Juan,
Laura o Mara: "Y Mario (un hombre todavía útil) se
despreciará mirando su envejecido, declinante cuerpo, porque será el
prisionero de su instinto, de la sensación imposible, lo que no pudo hacer,
ganar." 953 Su paulatina y voluntaria (a diferencia del
Gregorio kafkiano) conversión en topo es un proceso conciente que le revela
su profunda identidad: "Ser topo es obrar en silencio, desde abajo,
condenado a la tiniebla, a las húmedas galerías donde no se aventuran los que
quieren claridad hasta el exceso." 954 La cueva se ha convertido, súbitamente, en
laberinto (esta palabra tipificará la concepción del espacio en La vuelta de
la esquina): "[...] muchos recintos forman su laberíntico
palacio." 955 "O quizá hoy la tengan al alcance de la mano, pero no
deseen abandonar el laberinto y hagan de eso una cuestión de honor." 956 El laberinto presupone un descenso "ad
inferos". Maas alude a la significación espacial del infierno en la vida
y en la literatura contemporánea: "De hecho, infierno es una exacta descripción
del ‘lugar’ de la existencia humana hoy." "‘Infierno’ es la palabra
clave de la interpretación que hoy domina acerca de la existencia del hombre.
Una mirada hacia la gran poesía (en tanto que poetización de la experiencia
del hombre) de este siglo y del pasado (por ejemplo: Claudel, Rimbaud,
Baudelaire, Beckett, Kafka, Le Fort, Bernanos, Sartre, Solyenitzen, entre
otros), lo muestra claramente." 957 El espacio sin libertad en su dimensión esencial,
la carcelaria definitiva, la infernal, aparece nítidamente en las páginas
finales de la novela: "La cadena perpetua es una ley común. Puede
ser prisión efectiva, o no. Todo depende de la imaginación con que cada ser
la asuma." 958 Mario Kremer ha vuelto a universalizar: todos somos
condenados (de ahí la referencia a "infernal") a cadena perpetua,
todo espacio es prisión. Y lo es en tanto que espacio sin libertad.
Paradojalmente, esta carencia que lo constituye en espacio infernal, es la
afirmación de la existencia de la libertad: "[...] por ser el infierno la consecuencia
última de la libertad creada." 959 La vuelta de la esquina toma la cárcel como espacio
protagónico. Uno de los hilos de la narración, estructurada como convergencia
policial de varios, el que desarrolla la historia del personaje principal,
centraliza su acontecer espacial, precisamente, en la cárcel. La reducción a
la que me refería al comenzar el análisis de La razón del topo logra aquí su
ápice. Cárcel o prisión ya no son metáforas para designar una experiencia
existencial, sino el nombre del lugar real donde ésta se ejecuta. El término
"laberinto", ya alumbrado en la novela anterior, la recorre a ésta
desde las primeras hasta las últimas páginas. Su reiterada presencia, como
palabra o como realidad descripta pero no nombrada, vertebra la concepción
del espacio y lo cualifica con peculiaridad única. Dice la primera vez que lo
menciona: "Hay un ritmo para bailar, otro para el amor,
otro para caminar por los senderos que se cruzan en los laberintos." 960 Aunque después no lo nombre, son claras las
alusiones: "Después, en sentido inverso, los pasillos, las puertas."
961 "—Llévenlo al baño. Después a Devoto." El hombre se sintió ligado otra vez, conoció más
pasillos." 962 Y: "Cuando le hicieron la segunda seña (o la
tercera), se acercó, arrastrando los pies: cansancio, pasillos y
bandeja." 963 "Después los corredores, oscuros, fríos, aunque
afuera el sol picara un poco." 964 y: "Tiempos distintos, muchos
pasillos estrechos, pocos espacios abiertos para mirar alrededor y
elegir." 965 La ciudad, el espacio real más amplio de la novela,
también es sentido como laberíntico y en tal sentido develado como infernal: "Anduvieron varias cuadras en silencio,
interrumpidos por los semáforos, el tránsito espeso, los loquitos que querían
pasar de cualquier manera [...] Necesitaba salir de ese amontonamiento,
correr, llegar y descubrir el juego de una vez. Casi sin quererlo dijo: —‘¡Es infernal!’" 966 Más adelante, otra vez el espacio-ciudad es
caracterizado como laberinto: "Iban por una calle de La Boca. Cada dos o
tres cuadras doblaban, tomaban otra, tejían un laberinto a propósito."
967 Para huir, también hay que construir un laberinto: "Años atrás habría escapado, en seguida:
habría tejido un laberinto con sus pasos, sus aguantaderos, las falsas
pistas." 968 Y la vida misma parece ser uno: "Elsa escuchó: sabía que aquello iba a
terminar en otra cosa. Sus pasos habían tejido ese laberinto, ahora la salida
era difícil, había que desandar el camino para restablecer la verdad."
969 Y también Tribunales: "Tribunales es un mundo y buscar un expediente
en medio de ese diluvio de juicios, oficinas, empleados, es una pretensión
absurda." 970 y: "Marcelo vaciló, pero al fin prefirió no
entrometerse. Con pocas palabras y muchos ademanes le indicó pasillos,
vueltas, recovecos, puertas cerradas, pero que pueden abrirse." 971 El laberinto, organización de lo carcelario donde
la criatura se pierde ("Perdidos, temprano pero perdidos." 972), se
le dificulta la salida (en nota 969) y está a merced del monstruo que lo
habita, es, pues, la concreción más acabada del espacio en La vuelta de la
esquina y su revelación más honda, la que el autor sugiere y guarda en su
silencio: el Minotauro es la justicia. Una vasta terminología denota la experiencia que
hacen los personajes de esta novela: la de vivir en cualquier lugar como en
prisión. Señalaré los usos más frecuentes. El término "preso" se
aplica a un interno de Devoto 973 y a Huerta 974 y el de
"prisionero" a los que martiriza el Rey de los Asirios 975 en un
párrafo en el que el episodio histórico penetra la memoria de Rita, camino al
trabajo, y otra vez sobre el final, cuando el Tano mira un cuadro en el
despacho del juez. 976 "Cárcel" aparece en relación a otro preso,
inocente 977 y "carcelero" nombrando a uno real, de Devoto. 978
"Calabozo" figura dos veces en un diálogo entre un policía y el
Vidente. 979 "Esclavo" es atribuido a Huerta, 980 dos veces Rita lo
menciona en su cuento a Marquitos 981 y después se lo aplica a ella misma.
982 "Cautiverio" dice el Vidente. 983 "Rejas" aparece en
relación a las reales de Devoto 984 que separan al Tano de Rita 985 y de la
libertad, en un sueño. 986 Rejas que Rita mira como tales, en la joyería
cerrada y vuelve a mencionar, vinculándolas a lo que vive. 987 "Cerco" (pervive la
experiencia de Laura) es atribuido a Huerta
989 y "cercada" a Elsa. 989 "Acorralado" es
predicativo del Tano, 990 de Olga 991 y, usado como gerundio, alude al
Vidente. 992 La terminología se completa con "atado" 993
"encerrado" 994 "celda" 995 "red" 996 y
"esposas". 997 Todas estas palabras nombran, metafóricamente o no,
espacios o situaciones carentes de libertad. Otras referencias espaciales significativas
aparecen en la novela. Por ejemplo, el uso de "sombra" como lugar:
como sinónimo de preso, 998 sintetizando una experiencia de descenso:
"caerse en un pozo, en una sombra." 999 o como personificación, en
el lenguaje del Vidente, 1000 desenmascarando el sitio de la justicia: "Siempre el poder. Poder, sombras, sombras que
golpean contra el poder. Justicia para las sombras. Poder contra las sombras.
Los golpes del poder dan en la sombra. La justicia es una sombra del poder. O
mejor no: el poder es una sombra de la justicia." 1001 hasta llegar a la desesperada pregunta-oración de
Rita: "Rejas. Y sombras. Dios mío, ¿por qué, por qué tanta sombra?"
1002 También en esta novela aparece la referencia al
cuerpo como espacio. La hace Huerta respecto de su trabajo en la morgue: "[...] sobre el cadáver que no era nadie, sólo
un campo para ejercitarse en esa tarea de miniaturista." 1003 y de Olga:
"Ya no podía trabajar solo, ni dejar de enseñarle lo que sabía, ni pasar
muchos días sin entrar en ese cuerpo, ‘mi cuarto’, como le dijo." 1004 Aurora, la mujer de Galíndez, recordando a un
novio, confirmará esta imagen: "Ella le pedía que cambiara, él
aprovechaba para recorrerla como un agrimensor." 1005 Y como en el caso
de Juan, Laura, Mara y Mario, el cuerpo impone sus exigencias. Así monologa
Huerta: "O, qué diablos, las fuerzas que empujan, que
bailan en la cabeza, la novedad, al fin y al cabo el sexo puede asumirse
porque sí, no buscarle complicaciones." 1006 El análisis precedente del espacio en La vuelta de
la esquina permite concluir que su sustrato es la falta de libertad, el cual
aparece con claridad y repetidas veces en el decurso de la novela. En una
conversación entre Rita y el Tano, por ejemplo: "Él dijo que sí, que bueno que había otras
cosas tan terribles como la guerra. ¿Por ejemplo? Por ejemplo la suerte de
los humillados, los que no pueden elegir. ¿Se rebelaba? No, era manso. Pero
eso no quitaba que sintiera ciertas cosas. ¿Cuáles? La gente que nunca, pero
lo que se dice nunca, puede imaginar otro horizonte." 1007 Una de las Voces dice al respecto: "Algunos ni siquiera se distinguen sobre el
mapa; inmóviles, aguardan que las manos los retiren; otros, reducidos a un
ínfimo espacio, esperan, ya quietos, ya revolviéndose por retomar su sendero
de hormigas, condenadas de cualquier modo a no llegar a su guarida
final." 1008 Son interesantes en este trozo las especificaciones
espaciales ("mapa", "ínfimo espacio",
"sendero", "guarida") y el participio
legislativo-teológico: "condenadas". Con otro lenguaje, el mismo
tema aparece en un diálogo entre presos: "—¿Y qué querés que haga? ¿Podemos elegir
nosotros? El otro hizo un gesto de exagerado asombro. —¡Ah! El ñorse quiere elegir... ¿Sos colifa?"
1009 Y Huerta piensa: "¿Por qué y cómo se entrelaza todo, se
complica, usa a los hombres? ¿Por qué se sentía tan usado, tan incapaz de
determinar nada?" 1010 También Rita piensa: "El hombre siempre entendía. ‘Es inútil
rebelarse’, decía, ‘las cosas suceden lo mismo’. O no. A veces daban ganas de
estallar, de gritar, romper algo, irse. ¿A dónde?" 1011 Señalo la referencia espacial de la última
pregunta. Otra de las Voces dice con todas las palabras lo que el Tano, Rita,
Huerta o los presos han balbuceado: "Soy indulgente con su ceguera, que atribuye a
la fatalidad sus males, como si todo lo que sus manos tocan se volviera
contra él. Y ya se siente envilecido y esclavo, sin recordar –acaso porque
jamás lo pensó– que ningún mortal es libre ni puede seguir los impulsos de su
corazón." 1012 Esta convicción acerca de la inexistencia de la
libertad humana es, justamente, el sustento del personaje colectivo las Voces
dentro de la novela. Ellas, las que la revelan, llegan desde el teatro griego
con su fe en el destino: "¿Qué destino, qué fin espera a unos y otros,
los que ostentan aún su poder y quienes lo padecen? ¿Qué pasos será preciso
que den en adelante, creyendo quizá elegirlos, aunque obedientes a un trazado
imposible de torcer? Entre tanta oscuridad como los envuelve, nosotras,
acostumbradas a su espesor, sabemos que una ley parece cumplirse tarde o
temprano, la que gobierna el destino de los buenos y los perversos."
1013 Si el destino rige la vida de la criatura única de
Peltzer, ésta ha de ser, necesariamente, inocente del daño que ejecuta, ya
que no es libre. La idea aparece varias veces en la novela (también en
Compartida, en nota 243), pendulando desde el ser inocente hasta el sentirse
culpable. Así, el Tano: "Otra vez se sintió culpable. Todo aquello era
por él, aunque nada hubiera hecho, salvo subir a un auto y desear a la mujer
que lo invitó. Un desorden, un absurdo, y esas ganas furiosas de
protestar." 1014 Más adelante: "El hombre piensa que no puede ser,
que sin duda también había sido culpable. No del asalto, claro, ni de la
muerte del cajero; pero sí de otras cosas, algo secreto, tanto que ni
siquiera él puede descifrarlo, aunque apele al fondo de su memoria."
1015 Luego: "Al fin, todos tenían su razón y nadie era culpable."
1016 Prosigue: "Claro que el pobre no tenía la culpa... Pero él
tampoco." 1017 Después: "A la fatalidad le gustan los
inocentes." 1018 Cerca del desenlace dice el Vidente: "—¡Ahí, en esa casa de nadie, están juzgando a
un hombre! Yo lo conozco. No tiene culpa, nadie tiene la culpa. En la casa de
nadie juzgan la culpa de nadie. O de todos nosotros... Sí, ustedes, y yo, y
ellos, sobre todo ellos." 1019 Y al final piensa el Tano, elaborando la síntesis
de que es capaz: "Se había quedado allí, había cedido, era su
culpa." 1020 Esta oscilación entre la inocencia y la culpa,
gestada en la falta de fe en la libertad, origina a su vez una crisis de fe
más profunda aún, más totalizadora: nadie cree en nada. Roura duda de la
culpabilidad del Tano 1021 pero también de su trabajo 1022 y de la justicia. 1023 Toda su actitud se sintetiza en esta
frase abstracta: "—¿La verdad? Creo muy poco." 1024 El juez es un
escéptico ("—Está muy escéptico, doctor." 1025) que
no cree en la justicia que administra ni en muchas otras cosas: "No hay milagros, no hay milagros aquí... El
juez miró la araña, los libros, la alfombra, los muebles, hasta el crucufijo,
detrás. No hay milagros. Dijo despacito: Lástima que yo... El único milagro
sería... el perdón... o la verdad. ¿Y quién la sabe?" 1026 El Tano no cree en la felicidad con Rita: "Si salgo le voy a pedir que nos casemos
enseguida. Eso le gustará. Aunque después... No habría ningún después
complicado: Rita era de las que saben que no todo son rosas." 1027 Ni Huerta la espera con Olga: "Ya sin Elsa, después sin Olga. Después...
nada; [...] Y no creer en nada, ni para un año después ni para otra vida.
Dejarse arrastrar." 1028 Nadie cree en la justicia: "¿Justicia? Le daba náuseas esa palabra
pretensiosa, altanera, que todos invocaban como si fuera algo sagrado. ¿Quién
creía, pero de veras, en la justicia?" 1029 Entonces, la conclusión final del Tano es la única
válida: "Pensó que siempre hay una esquina donde estamos parados, con
todo el riesgo sobre nuestras espaldas. Y que dar la vuelta es lo mismo: nada
sirve." 1030 El proyecto humano revela su inutilidad.
"Inútil" es uno de los términos que con mayor asiduidad recorren la
obra completa de Peltzer (lo analizaré en "El lenguaje metafísico",
3.3.2.) La vuelta de la esquina no sólo muestra el ápice
del espacio como laberinto-cárcel, poniendo de relieve la carencia de
libertad sobre la que se sustenta, sino que manifiesta una tragicidad
sustancial de la criatura única que descree de todo (no sólo de la justicia)
y todo lo experimenta como inútil. Creo que, a igual que en el tema de Dios, para
valorar en su justa medida la palabra estética de Peltzer, es necesario tener
en cuenta su función catártica. En esta novela con máscara policial y carozo
metafísico, Peltzer parece hacer la purificación, por el temor y la
compasión, de su propia labor como juez y aun de sus más profundas
convicciones. Creo que resulta ineludible para quien ha hecho un descenso al
fondo de sí mismo tan raizal y analítico, (es su obra la que lo testimonia),
decir, en algún momento: "nada sirve", tocar el límite de lo humano
y confirmar su nada. Me pregunto si esta afirmación, hecha desde la libertad,
no alberga una actitud positiva. Seguir viviendo y creando (Peltzer siguió
publicando después de La vuelta de la esquina) tras haber escrito esto, ¿no
lo confirman? En cuanto a la presencia del espacio sin libertad
en la poesía, elijo algunos versos de Los oficios que acentúan la concepción
analizada en La vuelta de la esquina: En "El fiscal": "Tras el proceso en regla,/ fue condenado el
hombre/ a pena capital:/ admirar los barrotes de su jaula." 1031 Y en "El vigía": "Mira el vigía desde su agreste altura,/ su
atalaya entre rejas, su cárcel elegida." 1032 Y en "El acólito": "Afirmo estar aquí, frente a mi noche,/ [...]/
y este vasto paisaje indescifrable/ que otra mano más firme/ trazó en la
empresa de elegir el marco/ para el hombre, ese actor de última hora/ que
estropea la escena concedida." 1033 El espacio sin libertad, prisión en las dos
primeras citas, destino en la tercera, muestra relación estrecha entre la
poesía y la narrativa del escritor argentino. El rastreo de los espacios novelísticos de Peltzer
permite probar la hipótesis de este bloque: su locus carece de libertad. La
creación avanza desde la selva hasta la cárcel, reduciendo la superficie. El
proceso cercenador se aplica también a la libertad, que acentúa, paso a paso,
la tragicidad de su mutilación. La imbricación antropológico-teológica se
hace manifiesta en la progresiva paganización de la imagen de Dios, que acaba
suplantando providencia por destino. La realidad providencia, de suyo, sólo
tiene sentido en tanto su objeto sea la criatura libre. O, dicho de otro
modo, en un plan de amor. Si éste o la libertad no existen, la providencia es
insostenible. Afirma Andrés: "Por eso se puede decir que toda antropología
es una cristología imperfecta y que la Cristología es la plena antropología:
‘He aquí el hombre’ (Jn 19, 5)." 1034 El Cristo ausente en la obra de Peltzer revela, en
el espacio sin libertad, otra razón de ausencia. 3.2. El tiempo sin esperanza. La concepción del tiempo en la narrativa de
Federico Peltzer evidencia, a igual que la del espacio, estrecha relación con
la temática central de su obra y confirma la interrelación
antropología-teología. El presupuesto de este apartado es la ausencia de
esperanza en la génesis de lo temporal encarnada en las criaturas. La ruptura
del tiempo lineal es el leitmotiv con el que el autor manifiesta su actitud
frente a esta realidad. En buena parte de su narrativa, la acción no avanza
cronológicamente desde un punto hacia el desenlace. El creador inicia el
relato en un momento cercano al final, y, mediante el procedimiento del
racconto, vuelve hacia el pasado a medida que incursiona en el breve futuro
que media entre el comienzo y el desenlace. Este modo narrativo acentúa a
veces su peculiaridad y empieza por el final ("El silencio") o
invierte de modo absoluto la cronología ("Ronda para un infinito").
Exige, sin duda, indiscutible maestría, por cuanto el suspenso queda anulado
y los hechos contados, por así decirlo, "antes" de tiempo, no son
el soporte del interés. La parábola narrativa de Peltzer apunta más a decir
quién es la criatura a la que le ocurrió algo que a relatar lo ocurrido. El
tratamiento del tiempo, pues, destaca también la actitud metafísica
permanente del autor. En el narrar de Peltzer apenas hay futuro. Casi
todo ocurrió ya en el pasado. Y lo que resta por acontecer está
predeterminado por lo ocurrido. Esta observación sustenta, básicamente, mi
hipótesis de un tiempo sin esperanza. Analizaré el tratamiento de lo temporal desde tres
vertientes: el tiempo como elemento de la estructura narrativa, el tiempo
vital de los personajes y las reflexiones de los mismos acerca de aquél. Las
rastrearé en los cuentos "Claustro de profesores" y "El camino
del árbol" (El silencio), "Ronda para un infinito" (Un país y
otro país), "El Filisteo" (Fronteras) y "El cementerio del
tiempo" (El cementerio del tiempo), en las cinco novelas y en
"Scheherazada" (El mar que tanto sabe de las piedras.) "Claustro de profesores" ejemplifica una
de las tomas de posición de Peltzer frente al tiempo. El relato se inicia
casi sobre el final de los hechos. Todo lo que constituye la materia
narrativa, la relación del sacerdote con el muchacho, ya está consumado. El
discurso es un hito en el cual, el flamante obispo, desdoblado, viviendo y
mirándose vivir al mismo tiempo (como Mario Kremer), habla, avanza hacia el
desenlace que no existe, porque el real ya ocurrió: "Había pasado un año
desde aquel viernes por la noche." 1035 y vuelve hacia atrás mediante el
racconto, explicándole al lector su historia con el muchacho. Esta aparece
relatada a borbotones, sin orden cronológico, prendida de palabras del
discurso: "‘Casi podría decirles que me voy en paz.’ —¡Cómo puedo quedarme en paz, sabiendo que te
alejas!" 1036 o entretejida a él: "Pero quedaba el chico.
‘... que han enseñado y seguirán haciéndolo...’" 1037 Creo que lo esencial del cuento, en lo que al
tiempo se refiere, es que todo ya pasó, hace un año. El "hoy"
también está en pasado: "El homenaje era para mí." [...] "Me
habían elevado a la silla episcopal." 1038 El presente verbal aparece
brevemente en el discurso encomillado, en la transcripción de algún diálogo
con el muchacho, en la escena final: "—Gracias... Al padre Nolan y a mí nos gusta
caminar." 1039 El futuro asoma apenas y marca la condena:
"‘Ya nunca estaré solo’, pensé. ‘¿O estaré más solo que nunca?’"
1040 No hay esperanza, porque todo ya ocurrió, y lo que ocurre en el presente
no tiene poder para reparar el pasado. El deseo del sacerdote de volver a ver
al joven, de algún futuro para la relación, recorre todo el cuento, pero no
produce el reencuentro: "¿Me saludaría después?" 1041 "No
tenía la certeza, ni siquiera la esperanza, de que me saludara al
final." 1042 "Miré por encima de las cabezas; ya no estaba
él." [...] "Pensé que, tal vez, se hallara más cerca, entre la fila
de los que me saludaban, y que por eso no me fuera posible verlo." [...]
"Miré la salita por todos lados, como si pudiera estar escondido
ahí." [...] "Tenía la esperanza de verlo en la vereda, alejado por
su timidez. ¡Dios, Dios! ¿Por qué permites menudas ilusiones que no se
cumplen?" 1043 y "Todavía al doblar la esquina miré hacia atrás,
por si acaso." 1044 Todo acabó, hace un año: "Quizá supo que nadie
me importó tanto como él, y que lo había perdido." 1045 Se puede decir y
repetir tres veces a sí mismo "‘No soy responsable.’" 1046
reabriendo la temática del "daño inocente" de Laura, pero no deja
de esperar. Y la esperanza no se cumple. El incumplimiento es doble, porque
también el joven puso su esperanza en el sacerdote. Esperó ser amado para
poder creer y su espera fue defraudada. La impotencia del amor humano reedita
en este punto su vigencia. Esta desesperanza temática doble que el cuento plantea
en su línea argumental encuentra, pues, excelente forma literaria en la
concepción de lo temporal con que Peltzer la estructura. El lector sabe que
todo ocurrió ya, y que lo ocurrido es irreversible, a partir de dos niveles
de lectura: el del mensaje y el del esqueleto temporal del cuento. Este
último pregona, a la luz de otros relatos, algo más profundo que el primero:
no se trata de la anécdota aislada de dos personajes en una situación
determinada. Se trata de la concepción antropológica del creador, de lo que
cree acerca del amor humano y del tiempo de la criatura. Habla de la
impotencia de uno y de la falta de esperanza del otro. En "El camino del árbol" la temática del
tiempo y su tratamiento tienen papel primordial. En cuanto a lo primero,
aparecen en el cuento el tiempo del protagonista, su "apuro" porque
debe salvar a la desconocida, y el tiempo de los otros: "Y la conversación que se cruza, y el tiempo
que se va, siempre se le va, a él, no a los otros; los demás no tienen apuro,
[...]" 1047 Este enfrentamiento recorre todo el cuento, aísla
al protagonista, lo marca como alguien diferente. Dice: "Y él tratando de explicarles su urgencia, y
que no la vio a Diana, pero que la va a ver, aunque sea dormida. El tiempo
suyo, su tiempo; personal, como su muerte." 1048 Su tiempo nace en una promesa: "‘Espéreme, no se mueva, pase lo que pase, voy
a volver.’ ‘Sí, pero pronto.’ ‘Lo más pronto que pueda.’" 1049 La promesa es pagar, hacerse cargo de la deuda
ajena, la de ella: "Y él: ‘Le vamos a pagar.’ ‘Bueno: traiga la plata.
Yo lo espero. Hasta entonces ella no sale.’" 1050 Una identidad
cristológica se va adueñando del hombre: "[...] el préstamo, la usura, dar a otros,
Cristo en otros, dar a Cristo, un silogismo perfecto, qué lógica, correr,
correr, sembrar el tiempo, el precioso tiempo, para volver donde ella estaba,
[...]" 1051 Y ella que lo llama "Señor": "[...] con su intacta fe en el hombre que
llamó ‘Señor’." 1052 Los amigos que sentencian: "‘Te
crucificarán.’" 1053 y "‘[...] ¿no sabés que quien se mete a
redentor...?’" 1054 hasta que al final, apoyado en el árbol-cruz, al que "[...] sería bueno que le nacieran brazos,
unos brazos enormes, para hundirse en ellos, para confiarles el cansancio de
una noche demasiado larga, [...]" 1055 Y otra vez los demás, que no entienden: "‘tipos a montones así, miralo, se emborrachan
hasta la inconciencia; más en estas noches, yo no sé qué placer pueden
sentir.’ ‘No da más, ¿nos acercamos?’ ‘Ya se arreglará solo.’" 1056 Todo esto ocurre en Nochebuena, paradojalmente,
porque la Navidad parece ser para el protagonista un Viernes Santo sin
Resurrección, puro fracaso humano, pura desesperación. En el casi incoherente
monólogo final aparece "[...] el chico de la cruz futura [...]"
1057 En esta temática del tiempo, salvar es, pues, el centro. Y el hombre
pretende, rodeado de los que no entienden, salvar a quien no quería salvarse:
"‘Váyase, ya ve que estoy bien, no quiero su plata.’" 1058 El papel
cristológico fue un fracaso: no había criatura que quisiera acoger su salvación.
Había esperanza para la muchacha provinciana que irradiaba desamparo, (p.
163), y tenía el pelo suave, (p. 163), pero ella no supo esperarla. En cuanto al tratamiento del tiempo, el cuento
tiene por momentos, en especial en las páginas iniciales, un ritmo vertiginoso.
Peltzer logra esta celeridad de la acción mediante la frase breve: "Llamó desde el bar y bajaron a abrirle. ‘¿Qué
hacés a esta hora?’ ‘Mirá, te voy a contar...’ ‘Pasá, están los muchachos.’
‘Te explico en el ascensor, dos palabras.’" 1059 El uso reiterado de los puntos suspensivos que
suprimen, con apuro, lo no esencial. El diálogo sólo encomillado, sin raya ni
interlocutor definido, dando a conocer únicamente lo imprescindible. El tiempo de la acción es prolijamente detallado:
"[...] la modorra de la tarde agitada, [...]" 1060 "[...] y
parecía inútil pensar en las ocho de la noche, una hora hasta la casa,
[...]" 1061 "Son las diez de la noche, han pasado dos horas
[...]", "Las once menos cinco, va a mover cielo y tierra, después
[...]" 1062 "[...] son las dos, qué importa, mañana nadie se
levanta hasta las doce." 1063 y "[...] la última casa, la última
plata, las cinco, cuando ya no había ningún lugar adonde ir; [...]" 1064 En esta carrera contra el tiempo, el hombre inserta
el tema de la fe: "Y el hombre, muy curtido para creer, ya no
creía en nada; tal vez un poco en su fuerza, nada más." 1065 dice del "hombre macizo", el que le
alquila el altillo para escribir. Con su mujer hace "Una apelación a la
fe; [...]" 1066 y piensa para sí que: "[...] es bueno creer en
algo, en las cosas simples que se celebran una vez al año." 1067 Porque
quizá "[...] él, ahora, estuviera viviendo su ocasión única, una vez en
la vida [...]" 1068, y están los amigos que no le creen: "‘¡A quién
le vas a hacer creer ese cuento!’" 1069 y los que lo creen borracho, al
final. Era un problema de fe. Lo es querer salvar, pero también querer
salvarse. La "mujer acorralada" eligió una realidad semejante a la
del cuadro que el hombre va a colgar en el altillo: "Ronda de
presos". El espacio sin libertad reedita sus coordenadas. La temporalidad lineal aparece quebrada también en
este cuento. El relato empieza cuando la acción ya está al filo del
desenlace, cuando al via crucis del hombre le faltan unas pocas estaciones
antes de la crucifixión en el fracaso. La libertad de la criatura se niega a
la salvación. Pero ésta existe; el hombre reunió el dinero; el rescate era
posible. Así como en "Claustro de profesores" cada uno creyó y
confió en el otro y resultó desesperanzado por el otro, en este cuento la
salvación por el otro era plausible. Era amor; sólo había que creerlo y
esperarlo. La mujer no lo hace. La criatura es prisión para sí y para los
otros. La concepción de lo espacial sin libertad se entreteje a la de lo
temporal sin esperanza y el lenguaje teológico irrumpe en la experiencia
humana mostrando la envergadura metafísica que el autor es capaz de
imprimirle a una anécdota cualquiera. En las manos de Peltzer toda materia
narrativa, por insignificante que parezca, logra convertirse en vehículo de
una meta-historia que siempre resulta ser la condición humana. "Ronda para un infinito" es, entre los
cuentos, el ejemplo más acabado de ruptura de la cronología y de
desesperanza. Analizaré ambas afirmaciones. La primera escena del cuento, si
se me permite el término teatral (está dividido en siete), es el desenlace.
Desde allí, el relato avanza hacia el pasado. La inversión del proceso
temporal cronológico es, pues, absoluta. ¿Qué objetivo persigue? El lector
queda despojado de la intriga, ya que en poco más de diez líneas sabe qué
pasó. La acción restante irá revelándole las causas de lo acontecido. La
atención es desviada del hecho y dirigida a sus motivaciones; obligada, pues,
a una lectura más profunda de la realidad. Es posible entonces indagar en el
corazón del protagonista sus razones para morir. Si la ordenación de las
escenas hubiera sido cronológica, las causas habrían mermado su peso en
beneficio del desenlace. Pareciera que Peltzer ha corporizado en esta pieza
el proceso de gestación del cuento. Se dice que, habitualmente, el escritor
concibe primero el desenlace y, en función de él, el resto. Peltzer ha
escrito como pensó. El final es la secuencia causal invertida, cada una de
las escenas concatena con la anterior y la siguiente el proceso causal, y
cada una es temporalmente posterior a la que le sigue. Este modo extremo de
invertir el tiempo, que convierte el futuro en pasado y el avanzar en un
retroceder, aparece dentro del cuento espejado en la caracterización del
protagonista: "[...] el personaje (un hombre herido,
frustrado, que bien podía ser él) miraba la vida hacia atrás, sin
esperanzas." 1070 En ese mirar permanente "hacia atrás", al
pasado, radica la negación de la esperanza, sobre todo porque se ha
"preterizado" el futuro. La nostalgia de lo que no fue tiñe lo que
fue y la melancolía invade el presente. ¿Y qué motiva el mirar "hacia
atrás"? ¿No es el ser humano criatura proyectada hacia el futuro, lo
cual también incluye la muerte como último proyecto vital? Si la memoria
retiene del pasado la cifra de la identidad, en el futuro se cifra la
esperanza. La narrativa de Peltzer, insistentemente, remite la mayoría de los
hechos al pasado y desde él suele remontarse a otros pasados anteriores
mediante el racconto. La insistencia en el mirar "hacia atrás"
parece contener una dosis de obsesión por el análisis y otra de patología
melancólica. El pasado adquiere para esta mirada un carácter uterino, seguro,
y el futuro un algo amedrentador. El amor, en cuanto proyecto, es temible:
"[...] todo lo que se ama es temible." 1071 El temor es un
sentimiento determinante en la vida del protagonista: "(caso del hombre con aquella mujer que amó y
por miedo no arraigó a su vida)." 1072 y al final todo un largo párrafo sobre el tema: "El verdadero motivo residía en el miedo. Un
miedo cuya índole parecía difícil de desentrañar; o tal vez no tuviera índole
ninguna. Un miedo a secas, que lo temía todo, y en todo se corporizaba: desde
el chillido de las lechuzas (la muerte), hasta las llamas (el diablo y su
infierno). Él, ciertamente, no había elegido su miedo, y quizá por ahí fuera
posible deslizar alguna acusación más allá del hombre. O quizá todo fuera un
juego sometido a ciertas reglas: el miedo, sí, pero también la fuerza para
destruirlo, o para espantarlo. Y acaso el hombre amara su miedo, porque así
se salvaba de la vida, que puede ser como una muerte, o un demonio, para
quienes temen vivir." 1073 Muchos de los temas centrales de Peltzer aparecen
incluidos en este cuento breve, como pinceladas del retrato del protagonista.
Así, la falta de libertad en la segunda escena, la soledad en la tercera, la
ausencia de esperanza y la acusación contra Dios sumadas a la falta de fe, el
temor de amar y el deseo de autodestrucción en la cuarta, el abandono del ser
querido, la muerte, la condenación y la vida como juego macabro en la quinta.
Considerado desde esta perspectiva, "Ronda para un infinito" es una
excelente síntesis temática de los motivos capitales que la obra de Peltzer
desarrolla. Analizado desde un punto de vista más estructural, se hace
evidente que las escenas más despojadas de contenido (la primera y las dos
últimas), son las que, como columnas, soportan el esqueleto formal del
cuento, ya que la primera contiene el desenlace, 1074 la sexta el motivo
desencadenante puntual del suicidio y la última opera la recopilación de los
datos diseminados, también en orden invertido: "El hombre se dejó caer. El hombre caminó por
la escollera. El hombre atravesó la playa. El hombre salió de la cabaña. El
hombre leyó el diario. El hombre fue a buscar el diario a la estación. El
hombre estaba solo." 1075 Las siete repeticiones del sujeto, el laconismo de
cada frase, los seis verbos en pretérito terminativo y el séptimo, durativo,
que convierte a la soledad en un estado, son recursos que crean un efecto
desenlace-latigazo por puro peso estilístico, ya que el desenlace conceptual
es conocido desde la primera escena del cuento. La perfección estructural de la pieza, la
teatralidad del relato organizado en escenas, la inversión absoluta de lo
temporal, la fluencia constante de la acción regresiva, el rigor expresivo
llevado a su punto máximo y la visión metafísica de lo cotidiano y menudo
convierten al cuento, a mi juicio, en paradigma del género. Materia y forma
hallan en él unidad perfecta. Es, sin duda, el ejemplo más extremo de ruptura
del tiempo lineal y acabada síntesis de la temática de su autor. La palabra
estética de Peltzer logra plasmar en él su dramática concepción del tiempo
sin esperanza encarnándola en una criatura en la que convergen sus motivos
medulares en relación de causa y efecto con magistralidad notable. 1076 El tratamiento del tiempo en "El
Filisteo", a diferencia de los tres cuentos anteriores, aparece referido
a un acontecimiento soteriológico puntual: la venida de Cristo, que en el
relato es nombrada como "el tiempo". Dice el protagonista:
"Sí, ya no es tiempo, porque todavía no es el tiempo." 1077 Esta
totalización de lo temporal en lo cristológico hace que el Filisteo quede
fuera del tiempo, porque su presente es un pasado referido al suceso
esperado, que aún no ha llegado, que lo condena por haber nacido filisteo y
antes del tiempo. Toda su reflexión acerca del tiempo alude al cumplimiento: "Algo, sí, he creído entender después de
deslizarme durante siglos entre los hombres; algo demasiado terrible, o
demasiado grande para abarcarlo con palabras y darle cabida en mi
corazón." 1078 Es, junto a Laura y la protagonista de
"Scheherazada", uno de los pocos personajes de Peltzer que cifra el
tiempo en el futuro. Pero, como la mayoría, no puede esperar ni creer:
"[...] más aún, algo del increíble futuro, que no espero ver jamás
consumado." 1079 En el contexto del relato, ninguno de los creyentes
contribuye a afirmar su fe o su esperanza de salvación en El que vendrá, y él
se autoexcluye porque el acontecimiento futuro le es "increíble" y
no espera verlo. No le basta para sentirse justificado saberse justo ni que
David lo llame así: "Filisteo, tú eres justo. Y esa condición tal vez
tenga acogida en los designios de mi Señor." 1080 Tampoco le alcanza la
certeza del Rey respecto de la misericordia divina: "[...] después de
derramar a raudales su misericordia sobre el hombre." 1081 Como en todos
los personajes de Peltzer que se plantean el tiempo, pesa sobre él la carga
inexorable del destino: "La tarde caía, estábamos los dos muy tristes;
yo por mi destino, o por el destino de los que éramos su pueblo; él quizá por
mí, su amigo lleno de preguntas." 1082 El tema del elegido (tratado en I, 3.3.5.),
desencadena la rebeldía del Filisteo. Dice éste, refiriéndose a David: "Era el elegido y tenía derecho a todo; hasta
a descansar en su ciudad, a la espera del tiempo en que brotara de sus
descendientes aquel hombre que anunció, y de quien hasta hoy, muy cercana
también mi muerte, no he tenido la menor noticia." 1083 Remitido o remitiéndose al pasado, excluido o
excluyéndose del acontecimiento único, el Filisteo descifra en las últimas
líneas del cuento su trágica concepción del tiempo: "Pasa el río con su rumor constante. Pasa
entre nosotros, que pasamos. Va hacia otro mar en cuyo horizonte ninguna isla
se divisa. No importa: pasa el río. No deja nunca de correr." 1084 En el eterno devenir no hay acontecimiento que
quiebre la sucesión, no hay kairós. La vida se convierte en "ser para la
muerte" y en el tiempo no cabe la esperanza. El Filisteo confirma el
enraizamiento de las criaturas del escritor argentino en el pasado, la
impotencia vital que les niega el futuro, la determinación del destino, la
doliente incapacidad de creer y esperar en el amor y el desesperado remitirse
siempre a sí mismos, presos de sí y condenándose a la desesperanza. "El cementerio del tiempo", la pieza que
da nombre al libro de cuentos de 1990, es una reflexión acerca del tiempo.
Miguel Larsan es un coleccionista de relojes. Su tarea "—Es como guardar
el tiempo muerto." 1085 Este custodio del pasado afirma, sin embargo,
que "—Un reloj es la cosa más viva que existe." 1086, pero sus
relojes de colección no funcionan, no marcan el tiempo. Son pasado y muerte,
como sus propietarios; todos juntos forman "el cementerio del
tiempo". Para Larsan "—[...] nosotros no somos los dueños del
tiempo." [...] "El tiempo es... es lo más fuerte." 1087 La insinuada incredulidad de Larsan puede explicar
esta absolutización del tiempo: "—El Relojero... ¡El Gran Relojero!
¿Usted cree?" 1088 El tema de la muerte ronda detrás del tiempo desde
el epígrafe del cuento. El joven pensionista afirma: "No tenemos bastantes manos ni bastante sitio
para sepultar toda esta muerte que nos rodea." 1089 Los relojes detenidos de Larsan no son más que
metáforas de su desesperado deseo de vivir y hacer vivir para siempre: "Ya no compraba relojes. Quería arreglarlos a
todos, darles cuerda, ponerles máquinas, vísceras, hacer que latieran, de
nuevo, para siempre. Como sus dueños." 1090 El coleccionista del pasado y la muerte sólo
pretende exorcizar su obsesión coleccionando lo temido. Acaba internado, cada
vez más obsesivo. Toda la parábola acerca del tiempo que el cuento significa,
excluye al futuro. El escenario es el "cementerio", el pasado; y la
protagonista, la muerte, en ropaje de reloj detenido. En Tierra de nadie, la concepción del tiempo es
lineal, y el sucederse de los hechos, cronológico. En esta primera novela, de
1955, el tiempo no ocupa lugar central. Cuando alguno de los personajes
reflexiona sobre él, sin embargo, marca su tragicidad: "Algún día... Quería vengarse apurando el
tiempo. Pero ese devorador mastica mucho justamente cuando
más prisa tenemos." 1091 Para Juan, el tiempo personal, la edad, es un
enemigo. Se lo hace sentir doña Rosa: "—[...] ¿O te creés que ví’a permitir que pase
penurias, como yo, con un chiquilín que no sabe nada de la vida?" 1092 No puede conciliar su decisión limpia de vivir el
amor junto a Rosita con el tiempo que le imponen desde afuera. Por eso le
dice irónicamente al cura: "Pero habré hecho las cosas a tiempo. ¡Y eso
sí que les importa! No apurar, no adelantarse al paso de todos." 1093 Tras la violación de Rosita, Juan encarna la
concepción del tiempo sin esperanza: "Había un contraste fatal entre eso y el amor
en el río, al caer de la tarde, en cada uno de los momentos en que llegaba
prometiendo futuros. Era algo que ya no podía modificarse ni aunque Dios
quisiera." 1094 Esta desesperanza humana condice con la imagen del
Dios "cruel y culpable", "sordo" y carente de paternidad
que menciona pocas líneas después. Sin duda también con la impotencia, que
Peltzer le atribuirá en obras posteriores. En la página final de la novela,
el padre Santiago reúne las coordenadas de lo espacial y lo temporal,
desplaza la responsabilidad, adjudicada por Juan a Dios, hacia el hombre, y
da testimonio de su misericordia: "—Yo no lo defiendo. Digo que hay almas que
necesitan escapar del mundo porque nosotros no les dejamos lugar en él. Nos
toca una gran porción de culpa. No les mostramos a Dios, ni les hacemos un
poco de sitio a nuestro lado, siquiera para darles tiempo hasta que lo
encuentren. Tienen que seguir buscando solos y no encuentran más salida que
la muerte." 1095 En síntesis, el tratamiento del tiempo se bosqueja
en Tierra de nadie a partir de breves acordes iniciales que bastan, sin
embargo, para perfilarlo privado de esperanza. La voz de la rebeldía carga a
Dios la culpa de esta temporalidad desesperada. La voz de la fe se la
enrostra a la criatura. Pero más allá del responsable, para ambas, es un
hecho. En Compartida, el tratamiento del tiempo no avanza
cronológicamente. Comienza después de lo que pudo ser, para la economía del
relato, el desenlace: la muerte de Hans: "Hoy, el primer día sin
Hans." 1096 La primera afirmación que hace Laura respecto del
tiempo se refiere al futuro: "Tengo por delante mucho tiempo; tiempo vacío.
Llenar la vida es fácil, pero a condición de tener algo que también sea vida
entre las manos." 1097 El suyo es un futuro no vital, por eso volverá una
y otra vez al pasado tratando de desentrañarlo, de arrancarle, en múltiples
raccontos, su sentido. La novela mantiene permanentemente ese movimiento
presente-pasado, igual que La razón del topo y La vuelta de la esquina. En la
primera parte, Laura va desde su presente, en el departamento de Guerrero y
acompañada por su madre, hasta su pasado infancia-adolescencia en el pueblo.
En la segunda, desde su presente hasta su pasado juventud a partir de la
llegada a la ciudad: "Llegué a Buenos Aires una noche calurosa, como
ésta." 1098 En la tercera, desde su presente hasta su pasado más
cercano, compartida por Hans y Guerrero. Este constante reflujo de lo
pretérito sobre lo actual otorga al pasado un carácter tan determinante del
presente que la historia toda de Laura (y como tal, pasado) anida en su ayer.
Ella busca en él sin finalidad predeterminada: "Hasta podría darse el caso de que, a partir
de ahora, toda mi historia brotara sin más objeto que éste: hacerse
historia." 1099 Sin embargo, la profundidad con que indaga en lo
que fue, confiere a su intento una cualidad esencial: la de búsqueda de su
identidad. Dice: "A veces pienso en mi vida como algo muy lento
que, de golpe, se hubiera acelerado. No puedo, entonces, reconocerme. Dicen
que somos los mismos, que hay una indestructible unidad entre nuestro pasado
y el presente." 1100 Es muy frecuente en esta novela que la primera
palabra del capítulo denote temporalidad. Ya porque el morfema es un verbo (en
presente: I, IX, XVIII, XXIV, primera parte; II, tercera parte; en pretérito
imperfecto: XII, primera parte y XIV, segunda parte; en pretérito indefinido:
XI, XIV, XV y XXII, primera parte; III, VII, VIII, IX, X, XI, XIII y XX,
segunda parte y II, V, VII, IX, XVI y XVII, tercera parte; en pretérito
perfecto: I, XV, XVII, segunda parte y I, tercera parte); ya porque es un
adverbio o un complemento circunstancial de tiempo (II, IV, VI, VII, X, XIII,
XVII, XIX, XX, XXI, XXII y XXIII, primera parte; II, IV, XVI, XXI, XXIII y
XXV, segunda parte y IV, VI, X, XIV, XVIII y XX, tercera parte); ya porque es
una construcción temporal (VIII, primera parte y XVIII, segunda parte); ya
porque es un adverbio seguido de verbo (III y V, primera parte). Es, sin
duda, significativa esta insistencia en encabezar el relato con una palabra
semánticamente temporal. La imagen del reloj aparece relacionada a la
experiencia del tiempo de Laura: "Estoy sola y fatigada. He perdido la noción
del tiempo. Siempre sucede en estos casos. La muerte tiene ese poder: llega a
una casa cualquiera e inmoviliza un poquito de tiempo a su alrededor. Es como
si todos los relojes se detuvieran." 1101 Y más adelante: "En esa época largamente vivida, en ese ir y
venir de la aguja que era como el péndulo de otro reloj interior, [...]"
1102 La colección de Miguel Larsan aparece anticipada. Inmersa en esta trágica conciencia del tiempo,
Laura apuesta todas sus esperanzas al amor, pero pronto descubre que:
"—Nunca pasa nada en el amor [...]" 1103 Entonces universaliza su
experiencia: "Nada les sucedía, nada importante,
definitivo. Vivían esperándolo, como yo... y no llegaba nunca. Era como un
escozor de ser algo, de poder cambiar su destino, otra vida, la más
propia." 1104 Esta espera de la criatura de Peltzer, que el amor
humano defrauda por impotente, se siembra en el tiempo. Es realmente una
espera metafísica, en cuanto se la nombra como "escozor de ser algo, de
poder cambiar su destino". Libertad y esperanza, dos de las cuestiones
de disputa permanente, aparecen aquí en crisis. Peltzer vuelve en La noche al tratamiento lineal
del tiempo y delimita la acción en una unidad muy estricta: desde "—Las
seis, tal vez las seis y media." 1105 de un domingo, hasta la
medianoche: "—Sentémonos: estoy cansada. ¡Pero diez
minutos! Hasta las doce... " 1106 El devenir temporal es minuciosamente
pormenorizado: "—Realmente es una tarde preciosa;" 1107
"—Pero está anocheciendo." 1108 "—Alrededor de las nueve y
media." 1109 "—¡Ah! Los apagan a las diez... ¡Qué tarde!... "
1110 En Mara –como en la mayoría de los personajes de
Peltzer– hay una conciencia lúcida y pesimista del tiempo, que a veces se
manifiesta particularmente nítida en el lenguaje, con gran sugerencia y
notable economía de recursos: "—‘Ahora’ es... desde hace un tiempo."
1111 (El adverbio constituye, sin duda, una pieza estilística importante en
manos de Peltzer. Lo destaco aquí en función de su invariabilidad). Es decir,
el presente es, casi, pasado y entonces, el futuro, casi, no existe. El tema
se retoma pocas páginas más adelante: "—Tengo mucho miedo y piedad. Piedad por lo
que fui, miedo por lo que seré." 1112 En el contexto de la página, lo que Mara dice temer
es la vejez, pero creo que integrada la frase al discurso todo de la
protagonista, su significado es más amplio. Mara le teme al futuro porque
éste es para ella el pasado. Porque no espera nada de él, ya que lo siente
incapaz de prometerle algo: "—No sé. Nada más que buscar. No de esperar a
que pasara algo: adelantarme." 1113 Y en la misma página: "—¿Hacia adelante? ¿Yo
miro hacia adelante?" Poco después, ella misma parece contestar a esta
pregunta: "—Sí, lo contrario. Que lo mirara como algo ya pasado."
1114 La última vez que alude al tema dice: "—No soy ninguna oportunidad.
Con vos hubiera pasado igual." 1115 Mara avanza en la delimitación del
tiempo hasta convertir el futuro en pasado, simplemente porque no existen las
oportunidades y entonces no es posible confiar en el cambio de lo por venir.
Este fatalismo, profundamente entretejido al descreimiento en la libertad,
recuerda a Mario Kremer, al Tano, a Eduardo Huerta. Las últimas frases de la
novela muestran el deseo de Mara de ver al hombre entrando en el pasado: "—[...] quiero verte caminar de
espaldas." 1116 "—[...] y no te des vuelta [...]" 1117 Mara subraya, pues, en su tiempo sin futuro, la
ausencia de esperanza. En La razón del topo, a igual que en Compartida, el
tratamiento del tiempo no es lineal. Mario Kremer comienza el relato con su
llegada a la pensión: "[...] aunque apenas asoma octubre." 1118 y
termina con su permanencia allí, tras la partida de Dolores y don Hernando.
El tiempo que media entre el inicio y el final se acerca a los dos años (pasó
dos navidades: p. 233, y la última vez que ve a Dolores es en mayo: p. 267.)
Su relato se encarga de pormenorizar el devenir temporal: "Mañana es 9
de julio [...]" 1119, o sea, lleva casi diez meses en la pensión: "Ha pasado casi un año desde que llegué a esta
casa." 1120 "[...] después de esta segunda Navidad en mi cuarto,
[...]" 1121 "Salí por primera vez, al cabo de un año y medio, fui
al primer cuarto, [...]" 1122 Durante este lapso, Mario indaga en su pasado de
infancia, juventud y matrimonio buscando, igual que Laura, una clave de
identidad. Y a poco de llegar, en la primera Navidad, se le impone el
presente: Dolores. Oscilará entre pasado (Anita) y presente (Dolores), sin
atreverse a permitirle a este último convertirse en futuro. Aunque diga:
"Debo escribir, pues, en presente, [...]" 1123 el pasado lo
determina con tal energía y tanto teme que el presente se haga futuro, que
indaga en lo pretérito execrándolo y refugiándose en él simultáneamente: "Aquellos años me marcaron para siempre.
Aprendí dos cosas, sobre todo: primero, a no rebelarme más, a admitir que el
destino existe, que nadie es dueño de sus actos, porque llega atado y sólo
hace aquello que le dejan hacer; y después, el valor del tiempo, esa
corriente que circula por uno, y se va, pero llevándose algo del ser,
robándole cosas que no se perciben, a las que ni siquiera se les da importancia,
y que no vuelven nunca." 1124 Ni libertad ni esperanza en la cosmovisión de Mario
Kremer. Determinación, "destino", y el tiempo como realidad
meramente subjetiva, que pasa, arranca y proyecta a la muerte, nunca como
realidad objetiva que contiene un futuro en el que algo puede acontecer.
Porque cuando el futuro irrumpe como promesa (Dolores) en el presente, Mario
se niega a vivirlo, "atado" al pasado. Este marca y sella,
inexorablemente, y lo actual adquiere una cualidad definitiva, que anula todo
futuro. Kremer reflexiona ante el recuerdo de una imagen de infancia, el Rey
de los Asirios lanceando los ojos de los prisioneros tras la batalla: "Y yo, de chico, miraba ese relieve,
horrorizado más por el tiempo, que por la crueldad. Porque –pensaba– los que
hasta ahora veían, en el ahora inmediato no veían más, y aquello era para
siempre. El ojo no se recupera, diría un oculista sentencioso. Y a mí me
aparecía un vacío en el estómago, como si me hubieran sacado las cosas que lo
llenaban. Sólo después supe que eso era el valor del instante, es decir, el
tiempo." 1125 La fatal determinación del pasado tiñe de
melancolía su presente: "Mira el presente, todo lo que se fue. ¡Qué
triste cosa puede resultar vivir, sentir el peso de tantas ausencias: algunos
seres, ciertas cosas... la juventud! Y pensar hacia adelante, pero casi sin
tiempo; porque ya se ha sobrepasado la mayor parte del tiempo, y lo que ahora
falta es poco. Digamos... diez años." 1126 Su presente es añoranza del pasado y su único
futuro: la muerte. El pasado es todo: lo mejor y lo peor: "¿El tiempo?... Que todo lo mastica, lo
tritura." [...] "Pero yo no puedo decidir. Tropecé, estoy
marcado." [...] "¡Nunca hiciste nada! Nunca tuve motivos para hacer
nada." 1127 El tiempo es un destructor, y nada se puede esperar
de él como no sea la muerte. Mario, que sabe mirarse con despiadada lucidez,
enumera los hechos acaecidos en la terna temporal y les adjudica, en cada
caso, valor de "peso": "Por eso tú, Marito, te torturas elaborando
los hechos del pasado, del presente y del porvenir. Te pesan las cosas de
antaño, con bastantes espinas, ésas que tu mamá te hizo acumular y te
empalagaron hasta quitarte el sabor de la vida." [...] "Pero te
pesa asimismo este presente que es trampa de ratón, porque ahí está el queso,
y se llama Dolores, y te martilla noche a noche." [...] "Y te pesa
–¡hasta qué grado!– el futuro, porque te van a desarmar el andamio que
construiste [...]" "[...] ¿No te preparaste, desde siempre, a vivir
tu fracaso como si ése fuera tu único programa vital factible?" 1128 El pasado es un peso de rosas (¡!), el presente un
peso de trampa y el futuro un peso ("¡hasta qué grado!") de fracaso
asegurado. La neurosis del personaje aparece aquí, desplegada sobre la
coordenada temporal, en toda su magnitud. Promediando la novela, la desesperación ante el
futuro inasible y la regresión al pasado van in crescendo: "Ahora puedo
rabiar, gritar mi odio contra el tiempo, lo que se adelanta y lo que llega
tarde; tanta cosa que parece cruzarse cuando no se debe cruzar y no acude en
el momento de su sazón." Y en la misma página: "—Vas a recuperar esa fe, Mario. Conmigo... —¡Con nadie! No quiero nada. Ya elegí: he
perdido." 1129 El tiempo parece parte de un juego absurdo que la
criatura sin libertad está condenada a jugar, sin entender ni encontrarle
sentido, gritando la única rebeldía que puede: su deseo de perder. Y la
negación del presente aparece formulada en pasado: "ya elegí" y
todo el futuro es reducido a otro pasado: "he perdido". Remitirse al futuro es siempre, en esta novela,
aludir a la muerte. Mario se sueña muerto, con Anita: "‘¿Qué podemos hacer?’ ‘Nada.’ ‘¿Nada?’ ‘No,
nada. ¡Estaremos así para siempre! Hasta que aprendamos a no sentir el
tiempo. Eso es la muerte.’" [...] "‘No. Todo sin después. El
instante...’" 1130 Un pertinaz y desesperado empeño por negar el
futuro lo acosa. Pero la causa de esta negativa, que es recusación de la
vida, parece estar, esencialmente en su subjetividad. La minuciosa manía de
análisis lo sumerge y empantana en el pasado. Pero no porque: "Lo que
pasa es que nada pasa; que nada me ha pasado nunca." 1131 (su frase
recuerda las de Laura, en notas 1103 y 1104 y anticipa la de Dolores, casi
idéntica: "—Cosas del amor, de lo que va a pasar. Han de
ser mentiras. —¿Por qué? —Porque nunca pasa nada como una cree que va a
pasar." 1132) sino porque: "Mario Kremer consumió su vida impidiendo que
le pasara lo que deseaba más ardorosamente." 1133 Sabe con lucidez dolorosa que es él mismo quien se
impone un tiempo sin esperanza y que éste no es una realidad objetiva que lo
determina, porque "Ahora está Dolores al alcance de la mano [...]"
1134 y él elige un futuro sin futuro, sin ella: "Dolores, Dolores; todo
lo demás es el pasado, la muerte." 1135 La muerte no es, entonces, como
ha pretendido demostrar, la promesa única del futuro. La muerte es sumirse en
el pasado: "Comprendo, al fin comprendo. Es preciso
desvalorizar a Dolores, afirmar a Anita, mi mujer, para no ser el hombre de
la otra. Más simplemente: para no ser el hombre." 1136 Y esto elige. Pero no tanto por presión de las
circunstancias, por falta de libertad objetiva, por destino de la criatura,
sino por razones subjetivas vinculadas a su propia historia. Por miedo, creo,
en definitiva. Un miedo sobre el que no se anima a saltar para lograr vivir.
Toda la antropología, con su concepción psicologista, y la teología del autor
convergen sobre el protagonista. El Dios de Peltzer (cruelmente poderoso o
impotente, jugador, silencioso y distante, antipadre) y su criatura (madre
dura y dominante o padre débil, abandonada y enferma de desvalimiento, sumida
en un espacio al que considera carente de libertad y en un tiempo que percibe
despojado de esperanza) parecen haber engendrado a este suicida en potencia
que es Mario Kremer. Es muy fuerte en él, como en Laura, la creencia en
la determinación, muy serio el conflicto con la libertad. El mismo planteo
aparece en Tierra de nadie, sólo que Juan no tiene edad suficiente para
evidenciar conciencia clara del problema y Mara, en La noche, aunque la puntualiza
reiteradas veces, no tiene estructura narrativa para explayarse acerca de él.
Mario reflexiona: "Antes quería ganar, pensaba que podía
hacerlo, pero no. Ocurre que algunos, como Mario Kremer (pág. 118 de un
manualcito sobre neurosis) no ganan nunca, porque se fabrican las condiciones
para perder. (¿Y por qué, si puede saberse? Porque son así. ¿Y quién los hizo
así? El medio. ¿Y entonces? Entonces aguantarse." 1137 La responsabilidad-culpa le es adjudicada al
"medio", lo cual es coherente a partir del descreimiento en la
propia libertad. Pero resulta evidente que por este camino la criatura se
vuelve impotente para decirse su verdad última. Creo que hay en esta actitud
un rechazo de la realidad pecado, consecuencia de la realidad libertad. Mario
monta, para saberse, un gigantesco andamiaje psicologista. Pero no logra
saberse en el amor de Dolores, ni perdonarse. Corporiza la culpa fuera de él,
la adjudica al "medio", y tampoco logra lanzarse al riesgo de amar.
Don Hernando alude en su segunda carta a una raíz del conflicto de Mario que
éste no incluye en su análisis: la soberbia: "No nos encerremos, pues,
en la soberbia del uno." 1138 Quizá indagar en esta vertiente hubiera
equilibrado la balanza culpa ajena-culpa propia, permitiéndole algún dinamismo
de salida, ya que la que él sondea lo paraliza. Así, buscador de infinito,
acaba preso de la finitud más alienante: "Mañana: hay que pensar sólo en mañana. Hacer
la lista para la estusiasta Pura II, afeitarse, asearse, leer alguna
biografía." 1139 Una liturgia cotidiana carcomida por la nada: "Abandónate, Mario, en los amorosos brazos del
vacío, ya que no supiste abandonarte a tantos brazos llenos." 1140 Mario Kremer, la criatura más trágica de la
narrativa de Federico Peltzer, excluye, como ninguna otra, el futuro de su
concepción temporal. Obsesivo arqueólogo de su yo, cava en las ruinas de su
pasado sin acertar la salida de sí mismo. No es posible plantear la esperanza
en la temporalidad del personaje, porque él estructura realidades terminadas
y cerradas, incapaces de mutación alguna. La insistencia con que se empecina
en lo pretérito es su más agónico grito de sed de esperanza. El tratamiento del tiempo en La vuelta de la
esquina avanza linealmente desde un momento dado de la acción, que no es el
punto inicial de la historia, hasta su desenlace, sustentando la cronología
de la estructura policial, pero vuelve al pasado muchas veces, indagando en
la memoria de cada personaje, revelando las causas de cada conducta. Así,
desde el pasado inicial, los personajes saltarán a pasados más remotos de sus
propias historias, y el presente y el futuro sólo tendrán cabida en los
diálogos. Como en casi toda su narrativa, Peltzer se ocupa en
esta novela de dar pautas que permitan medir el tiempo del relato. En
coincidencia con lo señalado en Compartida, p. 364, dice Graciela S. Puente: "Desde el comienzo de la novela, la primera
palabra, si bien es un índice de ficta e imprecisa temporalidad (‘Entonces’),
instituye una vertebración dentro del devenir." 1141 Comienza un viernes de marzo: "Se vio otra vez, en la tarde del viernes,
parado en la esquina, respirando el aire de marzo, [...]" 1142
"Miró el reloj: las siete menos cinco." 1143 Y acaba el jueves siguiente, cuando el Tano ve al
Juez: "[...] el jueves estará con el juez...
[...]" 1144 Siete días para la destrucción y la condena. Precisa los
hechos día por día en la multiplicidad de historias que relata, acentuando,
mediante este tratamiento meticuloso del tiempo, el carácter policial de la
novela. Demostraré lo dicho rastreando, a modo de muestra, las referencias al
primer día de la acción, el viernes, en todas las historias que, como hilos,
van entretejiendo la compleja trama del relato: la del Tano, Elsa, Elsa y
Eduardo, Galíndez, el Vidente, Ahrens, el juez, Rita, Eduardo y Olga. Así, el
autor se ocupa de precisar que es viernes en relación al Tano cuando dice: "Por suerte era viernes. Se levantó cerca de las doce, [...]" 1145 y
más adelante: "Pensó en cómo se achicaba la tarde del
viernes, después de tantas horas apretadas, llenas de vida distinta."
1146 En relación a Elsa: "Ahora marchaba a paso de hombre, porque era
la peor hora. Y viernes. La gente se iba de golpe. La envolvían los otros
coches, las miradas." 1147 En relación a Huerta y Elsa: "Salieron pasada la una con otro matrimonio al
que se ofrecieron a llevar. Eso amortiguó la distancia, establecida de nuevo,
no sabían porqué. Ya casi no quedaban huellas del intento del viernes
[...]" 1148 En relación a Galíndez, el muerto: "La ciudad estaba apretada, como todos los
viernes. La gente se preparaba para sus cosas, sus salidas, sus encuentros.
Todo seguía igual. Allá, en el quinto piso, los ojos abiertos de Galíndez
miraban el techo. Era el día de su cumpleaños." 1149 En relación al Vidente, la gente de la villa y el Loco,
que es asesinado esa noche: "Era la tarde del viernes." 1150 En
relación a Ahrens: "‘Los del viernes fallaron y pagaron [...]’"
1151 En relación al juez: "—¡Ah, cierto! Estuve el viernes en casa de la
familia. Gente de medio pelo..." 1152 En relación a Rita, Eduardo y
Olga, el día no es nombrado, pero sí deducible a partir del estricto
ordenamiento cronológico de los hechos y la orquestación de los capítulos.
También el dato de la lluvia del viernes a la noche aparece minuciosamente
mencionado a propósito de cada uno de los personajes que actúa ese día.
Remito a las páginas de la novela a fin de no prolongar este apartado: Elsa y
el Tano, p. 126; Eduardo y Elsa, p. 209; Galíndez y el juez, p. 199; el
Vidente y el Loco, p. 169; Ahrens, p. 156. La narración en tercera persona utiliza, como
tiempo básico, el pretérito indefinido, y desde éste salta a menudo a un
tiempo anterior que permite al lector conocer el pasado del personaje y
descubrir el momento de su encuentro con otro. Así, por ejemplo, en el capítulo
4, ocurre con la historia de Elsa y Eduardo, p. 32 y siguientes. O en el
final del 5 con el Tano, que regresa mentalmente a una escena de infancia: p.
50, y en el 6, p. 55, en el que recuerda cómo conoció a Rita. El autor anda y
desanda la cronología del relato. En el capítulo 21, ya en mitad de la
novela, vuelve a la tarde del viernes, e instalado en la villa miseria,
recomienza. La ruptura del tiempo lineal alcanza en esta novela su expresión
más acabada, porque la multiplicidad de historias convergen en la coordenada
temporal, que es tejida y destejida muchas veces, desde perspectivas,
ámbitos, psicologías e intenciones narrativas diferentes. La novela se
presenta como un complejo rompecabezas minuciosamente concebido, de ajuste
perfecto. Muchas veces se insiste en la inexorabilidad del
pasado, del hecho ya consumado: "Hay veces en que uno presiente el pozo en que
ha caído; siente como un vacío en el estómago y maldice el momento en que dio
el paso que lo hizo caer. El tiempo no corre para atrás." 1153 o
también: "¿Vos querés volver al tiempo para atrás, querés?" 1154 Insisto en que la tragicidad de esta concepción
está más en la falta de libertad de la criatura que en el peso del
acontecimiento actuado. El futuro, poco mencionado, aparece como condena: "—La semana que viene paso tu causa al juez...
¡Estás frito!" 1155 o, paradójicamente, contemplado por un muerto: "Encima del sillón gobernaba el retrato del
abuelo, mirando hacia el futuro, los ojos altos, [...]" 1156 El pasado, pues, en ésta como en las anteriores
novelas de Peltzer, determina el tiempo, y el futuro no existe o no contiene
esperanza vital ninguna. Nada de lo que se emprende, para estas criaturas,
puede ser vivido como promesa. Todo parece destinado al fracaso. Dice Huerta: "Elsa era lo que estaba gastado, muerto, sobre
eso no tenía dudas. Y Olga... Olga era lo nuevo, lo que también se gastaría,
después. Entonces sería definitivamente tarde. El pozo." 1157 Y piensa el Tano: "Si salgo bien le voy a pedir que nos casemos
en seguida. Eso le gustará. Aunque después... No habría ningún después
complicado: Rita era de las que saben que no todo son rosas." 1158 Y Rita: "Mañana, cuando llamara, se quedarían con el
día vacío, la semana larga. Y así, siempre así. La rutina. Terminaremos por
casarnos y seremos como éstos." 1159 Y Elsa: "¿Algo nuevo? A cierta altura es infantil,
ilusorio creer que podemos cambiarnos, ser distintos, tal vez mejor que
antes. Todo puede mudarse, a veces, pero hay que contar con los
fantasmas." 1160 Ninguna de las cuatro criaturas centrales es capaz
de creer que el futuro contenga promesa alguna. Dice Elsa del tiempo: "El tiempo, sí; el tiempo que confunde las
cosas, que termina por hacerlas irreales." 1161 No es el que cura o posibilita perdonar o
perdonarse. Es el que "confunde", el que traslada el caos
primigenio al futuro, el que "termina por hacerlas irreales",
vaciándolas de sustancia, convirtiéndolas en nada. El tratamiento del tiempo en El mar que tanto sabe
de las piedras no aporta novedades comparado con las obras anteriores:
comienza con la acción ya avanzada, emplea el racconto con insistencia,
pormenoriza los tiempos de la acción, insiste en el uso del pretérito verbal.
La novedad es de índole temática y aparece en "Scheherazada". Por
primera vez en la obra completa de Peltzer asoman el futuro y la esperanza.
Sobre el final de la última nouvelle, el reencuentro de Elvira y Juan supone
la aceptación de una felicidad humana limitada. Piensa Elvira: "El momento, sí, como dice Amalia, el puro
momento, donde se sobrepasa el límite, aunque desaparezca pronto. El momento,
sí, con toda su riqueza, su infinito valor. Sólo cuando tomamos conciencia
del momento podemos descifrar la vida." 1162 La criatura ha dejado de pretender lo absoluto en
el ámbito de lo humano. Ha valorado "el momento" y descubierto que
en él se toca y "sobrepasa el límite" y, paradojalmente, le ha
atribuido "infinito valor". En la experiencia del amor humano
limitado, finito, Elvira es capaz de "descifrar la vida", que
parece haber perdido, ante sus ojos, su velo de enigma insondable y fatal. En
la página siguiente aparece una afirmación única en la narrativa de Peltzer: "Hacemos nuestra historia, cada vez es nueva,
cada vez permite pensar que habrá una noche más." 1163 La libertad hace su inesperada irrupción en el
espacio de la escena humana y, ante su presencia, el tiempo se configura en
esperanza. La oración brota entonces del corazón de Elvira: "¡Dios, que
no se acaben nunca las noches, que sean una sola!" 1164 Dios es, sin duda, el interlocutor de la criatura
única de Peltzer. "Scheherazada", a igual que las figuras
sacerdotales positivas y el Vidente, quiebra la posibilidad de hacer
afirmaciones unívocas acerca de la obra de Peltzer. Afirmar y negar,
contradecir lo dicho, son los modos peculiares de la palabra del creador. En síntesis, las obras analizadas permiten decir
que la criatura única de Peltzer vive, casi permanentemente, en un tiempo
carente de futuro, despojado de esperanza. Pero la nouvelle abre un
interrogante y somete a condición de provisoria esta afirmación categórica
respecto de la cosmovisión del autor, que sigue publicando. La realidad temporal es expresada, básicamente,
mediante dos lenguajes: el del discurso y reflexiones de los personajes y el
del tratamiento de la estructura temporal. En el primer nivel es observable
que: a) La
determinación que impone el pasado es el común denominador de la mayoría de
los personajes (el flamante obispo o el muchacho, el hombre de "El
camino del árbol", el suicida, el Filisteo, Larsan, Juan, Laura, Mara,
Mario Kremer, el Tano, Elsa, Eduardo, Rita). Esta aseveración, sin embargo,
no determina el desenlace entre Elvira y Juan. b) La
anulación frecuente del futuro ocurre mediante el suicidio. c) La
certeza acerca de la impotencia del amor humano para significar
futuro-esperanza es reiterada, excepto en la historia de
"Scheherazada". d) La
relación pasado-muerte, futuro-muerte aparece con insistencia. e) La
identidad pasado-futuro es una constante hasta la publicación de la nouvelle. En el segundo nivel son verificables: a) La
frecuencia con que Peltzer utiliza la ruptura de la cronología. b) La
reiteración del racconto. c) La
iniciación del relato en un punto cercano al desenlace. d) La
inversión temporal parcial o rotunda. e) La
pormenorización meticulosa de los tiempos interiores de la narración. f) La
abundancia de morfemas temporalmente connotativos. La manifiesta tragicidad de esta concepción (de la
que no excluyo "Scheherazada", pero cuya consideración no sobrepasa
lo excepcional) remite al tema del abandono como un descenso (apartado 2.3.1.
de este capítulo). 1165 Si para la criatura única de Peltzer el espacio es,
casi siempre, cárcel, el tiempo le es, en la mayoría de los casos,
condenación. Ambos términos aproximan la semántica de "infierno".
Despojada por sí misma de libertad y de esperanza, se ve remitida al destino
y al pasado. Abandonada allí, grita su deseo de ser amada, que es grito por
Dios, porque verifica paso a paso, desde la selva hasta la cárcel, la
impotencia del amor humano para salvarla. Pero la nouvelle que cierra la
última publicación del escritor argentino relativiza esta conclusión, en
tanto que otorga poder al amor humano y abre el espacio a la libertad. Si
bien el Cristo ausente de la narrativa de Peltzer reveló, en el espacio sin
libertad, una razón de ausencia y muestra otra en la repetida negación del
futuro y la esperanza, no es posible afirmar taxativamente que lo
escatológico no ha irrumpido en la historia. Sobreabunda, sin duda, una
inmanencia que se agota en sí misma, incapaz de contener trascendencia
alguna. La voz poética de Peltzer dice magistralmente este dolor de
impotencia: "y que yo soy otoño,/ colmado de los ‘fue’,/ los ‘pudo ser’,
los ‘nunca’." 1166 Pero la esperanza ha asomado en el universo de la
criatura de Peltzer. 3.3. El lenguaje. El análisis del lenguaje ofrece al investigador
vasto material de trabajo en la obra completa de Peltzer. En este apartado
final pretendo referirme tan sólo a dos vertientes del mismo, relacionadas
con el tema de esta tesis: el empleo de vocabulario de génesis teológica y la
significación metafísica de una palabra-leitmotiv: "inútil". 3.3.1. El lenguaje teológico. La obra completa de Federico Peltzer 1167 utiliza,
reiteradamente, terminología teológica para referirse al amor humano o a
otras realidades. El hecho es sin duda significativo, ya que la problemática
del autor frente al tema de Dios podría fundamentar, coherentemente, su
recusación. Si la conclusión del capítulo II fue la necesidad de buscar al
Dios de Peltzer más en su silencio que en su palabra, catarsis de lo que Dios
no es, y en algún signo diseminado a lo largo de su producción, este apartado
final pretende observar otro de esos signos. Escojo del vocabulario
específico las palabras más usadas y las semánticamente más connotativas
respecto de este punto de vista. Ellas son: "bautismo",
"ungir", "sagrado", "epifanía",
"confirmar", "reino", "culpa",
"absolución", "cruz", "redimir",
"providencia", "salvar", "resucitar",
"Cristo", "alianza", "infierno". Y una
palabra-tema: "nombre". Alguna, como "cruz" y "culpa",
están profundamente incorporadas al lenguaje no teológico, pero aún así
considero significativo su empleo, pues pudieron ser descartadas y suplidas.
En cuanto a "resucitar", "Cristo", "alianza" e
"infierno", ya fueron analizadas a lo largo de esta investigación
con referencia a los diversos temas planteados (ver: I, 2.2.1. y 3.3.4.; III,
1.1.1. y 2.3.3.); por ello no las incluyo en este rastreo. Peltzer utiliza
una gama mucho más vasta de palabras de índole teológica que la que me
propongo observar, pero muchas de éstas aparecen en usos esporádicos (es el
caso de "pecar", 1168 "obediencia", 1169
"mártir", 1170 o "trinidad" 1171). Incluyo en este último apartado la poesía de
Peltzer en razón de su naturaleza estilística. "Bautismo" aparece en Tierra de nadie
aludiendo a la primera relación sexual: "Hablaban con sorna de una iniciación que no
dejaba huellas, que era sólo el paso necesario para dar los demás. Pero él
sentía gravitar la trascendencia del acto. Quería revestirlo de solemnidad,
como a un bautismo. Y no acertaba a conciliar el bien y el mal para unirlos
en un mismo rito." 1172 En Poesía secreta, en el marco del amor: "[...] Porque otro beso,/ el único imborrable,
el puro acorde,/ ha de estar esperando que mi boca/ acierte el tono exacto y
nos muramos/ con el bautismo de su mordedura." 1173 En La mi muerte, referida a esta última: "Algunos sentirán/ que es preciso inventarle
otro nombre a la muerte./ ¡De prisa, improvisados/ bautistas oficiantes!"
1174 En El mar que tanto sabe de las piedras: "Y bautizó a esa noche, quizá con la esperanza
de que el nombre la fijara no sabía bien dónde: ‘La noche en que fui
mirado’." 1175 Es indudable que un término tan definidamente
teológico-sacramental es empleado con propósito definido. En los dos primeros
casos, el significado se acerca al de iniciación, y en los dos últimos se
relaciona con el de dar nombre. Vinculado a esto último, aparece reiterado el
tópico del "nombre" en un marco teológico-metafísico, porque se
refiere al nombre de Dios o de la criatura en cuanto designación de lo más
íntimo de su yo y, en uno de los usos, con referencia bíblica. Así, dice
Laura: "Dios mío, empiezo a descubrir en mis
penumbras. Parece que me acercara a Ti, el olvidado en un recodo. ¡Cuánto
hacía que no te hablaba! Y hoy me ha vuelto tu Nombre como un deseo, más aún,
como una sed." 1176 En La sed con que te llevo: "Todo nombre es un rezo,/ por ti, por mí,/ por
el nombrado/ y el que nombra." 1177 "[...] inventándome nombres/
que no sean un rezo." 1178 En La noche, toda una página se refiere al nombre
de la protagonista. Extracto lo que interesa a este apartado: "—A mí me pusieron Mara. [...] —¿Amarga? —... —¿Y dónde está eso? —... —¿Vos has leído la Biblia? [...] —Es como si alguien naciera... —... —... sellado." 1179 En Un país y otro país: "Porque ella creaba su nombre siempre, le daba
vida a un ser distinto, cuando lo nombraba." 1180 En Poesía secreta: "Yo sabía tu voz, no tu suspiro./ Sabía este
pavor de oír mi nombre/ formándose en el aire de tu boca." 1181
"saber el nombre y por el nombre ser." 1182 y "hasta Dios
tiene nombre." 1183 En Los oficios: "[...] y un silencio de a dos que inventa el
nombre." 1184 y "Tal vez la mano/ firme el dibujo con tu nombre/ y
seas." 1185 Dos veces el tópico del nombre se refiere a Dios,
otras dos al "rezo", otra alude a la significación bíblica como
aquélla que da la clave del propio yo y otras dos apunta a designar lo
esencial del ser al extremo de crearlo. En relación con este ítem aparece en Peltzer el
término "ungir". En Tierra de nadie: "Era la mujer en cruz, abierta para el dolor y
el sufrimiento, como si el amor la ungiera para recibirlos." 1186 En Con muerte y con niños: "[...] ungido por haber estado entre sus
manos, [...]" 1187 En La mi muerte: "río-dios que me ves, un hombre ungido/
besando a una mujer, mientras te vas." 1188 En El silencio escribe Manuel: "No sé porqué se me ocurre una palabra:
ungido. Sí: estar ungido. Ella lo ha dicho: yo soy su amor." 1189 Y piensa el hombre de "El camino del
árbol": "[...] porque es un hombre en quien alguien
confía, está ungido, las mujeres tienen ese poder, se dan, y uno está
obligado a no defraudarlas para ser hombre." 1190 En Un país y otro país, Dulcinea: "Se sintió ungida desde siempre, dueña de otro
antes, y ahora ajena, porque aquél la hizo suya con el solo poder de quererla
tanto." 1191 En La vuelta de la esquina: "¡Qué poderoso es un hombre ungido por la
confianza!" 1192 En El mar que tanto sabe de las piedras: "[...] la ungida por un don y una sabiduría
capaces de arrancarle su propia raíz y ponerlo todo al descubierto."
1193 El amor y la confianza son capaces de
"ungir", como óleos eficaces para signar. Sellan, imprimen
carácter. "Sagrado" aparece en relación al amor:
"Y es sagrado el amor,/" 1194 y a la vida: "Y la vida es un
juego sagrado." 1195 "Epifanía" es usada en La mi muerte: "Quizá de tanto amor se muera el hombre,/ y lo
que no es su muerte/ sino el instante en que se manifiesta,/ sólo sea el
encuentro/ con su perpetua amada, epifanía/ en que abarca el amor, lo
reconoce/ y se recuesta en él, fuego desnudo." 1196 En Un país y otro país: "De golpe, como en una epifanía, le estalló
una lumbre adentro, y lo amó desde siempre y para siempre, [...]" 1197 En Poesía secreta: "Por ti viajaba como por abismos,/ guardaba el
miedo de su epifanía." 1198 Y en El cementerio del tiempo: "[...] desde muy adentro, percibió algo así
como una epifanía, se vio consistente, igual que las pirámides, [...]"
1199 El amor y la muerte son dos realidades que hacen
epifanía en la criatura. "Confirmar" aparece en La razón del topo:
"Las mujeres necesitan confirmación, como los catecúmenos y ciertos
actos jurídicos" 1200 En Poesía secreta: "Miro tu ser aquí./ Tu carne ardida entre mis
manos;/ tu voz que me estrenó/ palabras sin retorno;/ este vibrar suspensos/
entre poesía y muerte./ Te miro y te confirmo." 1201 En La vuelta de la esquina: "Siempre estaría insegura, siempre necesitaría
que le confirmaran el amor." 1202 Y en Los oficios: "[...] exceso que confirma/ tu modesto papel
de mediador, [...]" 1203 En El mar que tanto sabe de las piedras: "[...] lo que leyeron los mismos ojos, para
confirmar algo que antes habían visto." 1204 Son el amor o la mirada del amante los que
confirman el amor. Y la mujer es la necesitada de confirmación. "Reino" figura en La sed con que te
llevo: "‘Otra parte’ es el nombre/ del reino
rescatado." 1205 En Poesía secreta: "Vuelvo de las palabras y los gestos/ y miro
las fronteras de este reino/ que abarcan mis dos brazos." 1206 y:
"Hay una voz que anuncia:/ ‘Sólo para los dos/ arde la luz del
Reino’." 1207 Y en El mar que tanto sabe de las piedras: "[...] me pregunto si el suyo es otro reino,
un país extraño del que cada brazada me libera." 1208 "Culpa" aparece en Tierra de nadie con un
singular valor comunitario: "¡Todos tenemos un poco la culpa!" 1209
y "Nos toca una gran porción de culpa." 1210 A partir de esta obra
inicial, la palabra se repite múltiples veces, pero aludiendo siempre a una
realidad individual. Así, por ejemplo: "He purgado las culpas
cometidas,/ [...]" 1211 "Absolución" aparece una sola vez con la
peculiaridad semántica que quiero destacar: "Hasta sería un poco divertido estudiar las
distintas reacciones. Después, la absolución; o, no –¿cómo se llamaba?–, una
palabra larga: el sobreseimiento, ¡eso!" 1212 En este caso, el término teológico se antepone al
jurídico, como si el protagonista, inocente, requiriera más ser absuelto que
sobreseído. "Cruz" es otra palabra frecuente en el
léxico de Peltzer. En Tierra de nadie aparece dos veces en la misma página:
"Era la mujer en cruz, [...]" y algunas líneas después:
"Sintió un extraño placer ante la pesada cruz que aceptaba por
ella." 1213 En Compartida, figura reiterada: "Quería vivir, afirmarme, saltar por encima de
esos clavos que anulaban a mi padre y lo mantenían fijo en su cruz."
1214 y "Siento como si a un tiempo estuviera en cruz y me
miraras..." 1215 En La vuelta de la esquina: "Apenas pudo doblarse, porque no lo dejaron.
Estaba en cruz, entre los otros. Una pantorrilla se anudó a sus piernas,
quedó inmóvil, pronto para lo que viniera. Sintió golpes en las orejas, en el
estómago, en el cuello." 1216 Y más adelante: "Empieza a pegársele
ese aire de algunos presos que parecen llevar una cruz sobre los hombros."
1217 En Los oficios: "[...] carne y carne, dolor,
cruz abrazada, [...]" 1218 En El mar que tanto sabe de las piedras: "‘No sé si ustedes saben, pero Ramírez tiene
un problema muy serio. Una cruz.’" 1219 Si bien la palabra es frecuente en cualquier nivel
de discurso como metonimia, homólogo de dolor, el autor avanza aquí sobre esa
significación aludiendo a su vicariedad y dejando implícita la inocencia del
reo que la carga, con lo cual se ha adentrado en el corazón teológico de la
cruz, aunque su intención sea poner de relieve el escándalo de que Dios la
permita. "Redimir", "Redentor" son
usados con frecuencia. El primero, dos veces en sentido negativo: "Y en
esa soledad ya irredimible,/ blanca,/ como una gota de sangre,/ tú."
1220 En La razón del topo: "—Digo que era sola; irredimible. Sola
¿entendés?" 1221 Las dos veces, lo irredimible es la soledad. Este tema
central de Peltzer despliega su tragicidad en la carga de fatalismo que el
adjetivo le impone. "Redentor" figura en Compartida: "Pensaba en Hans como en una especie de
redentor, uno de esos redentores pequeños de que siempre estamos necesitadas
las mujeres." 1222 En La razón del topo, con el habitual sentido
irónico del protagonista: "Los rebeldes somos, en cierta medida,
redentores; no importa si frustrados o no." [...] "no es posible
hacerse redentor sin aceptar aniquilarse." 1223 "Un redentor redime
a la especie." 1224 "[...] me ha dejado, en lo que a ella respecta,
en inmejorables condiciones para ser el topo-redentor-testigo, señor de su
actitud, propuesta y llevada adelante con cierto garbo y muy firme
voluntad?" 1225 y "La seguí en pensamiento (el de ella) dedicándome
alguna esperanza, algún proyecto, en esa loca empresa de redimir al redentor,
que parece haber acometido con tanta porfía." 1226 En El mar que tanto sabe de las piedras: "[...] el viejo redentor, convicto y confeso
en su absurda omnipotencia, [...]" 1227 En dos de estas citas aparecen el sustantivo y el
verbo seguidos, remarcando la imposibilidad del propósito, la impotencia del
amor y el obrar humanos para salvar. "Providencia" figura en La
noche: "—[...] Papá era una especie de presidente, de providencia."
1228 En La razón del topo: "La Providencia se me viene a la carga
justamente ahora." 1229 "Salvar" aparece en Tierra de nadie:
"Estaba allí alguien que era preciso salvar." 1230 En Compartida,
le dice Laura a Hans: "—¡No podemos salvarnos así! No salvaremos
siquiera nuestro cariño. Él se inclinó sobre un plato vacío y dijo muy
despacio, como si hablara para sí: —Estoy cansado de salvar, Laura. Tenemos derecho a
un mundo donde no sea necesario salvarse." 1231 "Siempre hay un
momento para salvar a un hombre, pero no siempre es posible
reconocerlo." 1232 "Desde entonces me quedó este deseo de
sacrificarme voluntariamente, de hacerme un poco víctima, salvo cuando otros
acudían con insistencia para salvarme." 1233 En La noche, dice Mara: "—No es que crea a ciegas, como un
adolescente. Es... una riqueza, ¿comprendés? Una cosa que vale mucho, que da
sentido a todo. No es posible que se muera. Alguien tiene que salvarlo."
1234 En La razón del topo dice Mario Kremer: "Un paso atrás significa volver para siempre
atrás; reconocer que lo andado hasta aquí fue un error; que no se puede. Y
necesito poder, para salvarme." 1235 "Quizá los dos necesitamos abrazarnos
una noche (o muchas) y escondernos en los cuerpos diferentes, pero sabidos,
con esa costumbre del otro sexo que da la vida en común, para salvarnos a
través de aquel contacto tan íntimo; [...]" 1236 y "Es muy difícil
salvar al que se condenó a sí mismo." 1237 En "Accidente de tránsito" dice Ricardo: "¿Por qué no podremos creer que lo perdido no
es tal, que está más bien salvado en alguna parte?" 1238 En Un país y otro país: "A veces quisiera creer, porque me parece un
escándalo que lo parido, sentido, creado por una criatura humana, se vaya con
el cuerpo, y no exista un lugar donde se concentre, se salve." 1239 En Poesía secreta: "Estas pruebas que hacemos/ son como un juego
a salvación o muerte." 1240 En La vuelta de la esquina: "Tanta sabiduría para aconsejar a los demás,
tanta sentencia, y ninguna salvación para él." 1241 "—La verdá es
que vos se lo pediste. Como tiene ese conocido... A lo mejor podías
salvarlo." 1242 "—Lo van a condenar. Nosotros, nadie más que
nosotros podemos salvarlo." 1243 y "—Tenemos que aceptar que somos culpables,
tenemos que pagar en alguna forma el mal que hemos hecho. Pero, además,
tenemos que salvar... Eduardo, hay que salvar a ese hombre." 1244 Y en Los poemas del niño: "El padre está de vuelta, le cuentan el
suceso:/ gracias al Dios que salva y al ángel que custodia." 1245 En El mar que tanto sabe de las piedras: [...] por salvar lo que no podía o no quería ser
salvado." 1246 La necesidad de salvación oscila entre la duda
acerca de la posibilidad de ser salvados (y aún se duda del propio deseo:
Mario Kremer, o se lo sabe inexistente en otro: el Nadador) y una certeza
fugaz, incapaz de permanecer, porque su fundamento –salvo en la cita de Los
poemas del niño– no es trascendente. Esta breve reseña del vocabulario teológico que
Peltzer fragua a lo largo de su producción literaria revela la paradoja de
una presencia que sus personajes y su lírica discuten y rechazan, pero que
hacen manifiesta a través del lenguaje. En el nivel de la palabra se opera
una suerte de revelación en el más intencional de los ocultamientos. Algunos
de los términos asombran particularmente: "bautismo",
"ungir", " epifanía", "reino",
"absolución". Pareciera que negar con determinadas palabras puede,
de un modo inefable, afirmar. Si la criatura única del escritor argentino
creyera verdaderamente que Dios es el que ella ha revelado, no tendría razón
de ser esta terminología teológica que, para decirlo con sus palabras, lo
confirma. Tanto se plantea y cuestiona la redención y la salvación dentro de
la inmanencia, tanto tensiona y verifica el límite de lo creatural, que su
agónica sed de trascender se constituye en prueba de existencia. El objetivo de este apartado ha sido mostrar,
reunido, el lenguaje léxico-teológico que el escritor argentino emplea, y leerlo
desde la perspectiva de esta investigación: la de su silencio. Peltzer calla
la positividad de Dios, y revela su negatividad con palabras estrictamente
teológicas. 3.3.2. El lenguaje metafísico. El abandono de la criatura única de Peltzer, la precariedad
del amor humano para salvarla, lo espacial como carcelario y lo temporal como
determinación por el pasado hacen epifanía en un término que adquiere
estatura metafísica: "inútil" y sintetiza la angustiada
antropología y la desesperanzada teología de Peltzer. En ella grita la
criatura única su límite, que es impotencia radical, y grita su sed de
trascender. Grita, sub specie contraria, su agónico deseo de creer. La palabra recorre la obra completa con frecuencia
inusitada. Como adverbio generalmente ("inútilmente" también
aparece), como adjetivo, como sustantivo abstracto. La construcción más
reiterada es "era inútil". La suma del pretérito verbal más la
significación del adverbio aúnan la concepción de lo temporal al fracaso predeterminado
del quehacer humano, revelando una filosofía de vida con notable economía de
recursos. Citaré tan sólo las páginas en que registro el
término, obra por obra, y me limitaré a hacer referencia a algunos casos. Tierra de nadie: páginas 30, 97, 180, 181, 192,
194, 196, y en la 199: "En el río se levantaba la niebla como un telón
ya inútil." Peltzer cierra su primera novela con esta palabra. Compartida: 22, 34 (tres veces), 55, 58, 59, 61,
80, 83, 90, 103, 111, 112, 119, 120, 124, 135, 140, 154, 183, 212. Una vez es
usado el antónimo y otra se niega la inutilidad. Dice Ana: "—[...] Me siento útil; soy feliz con lo que
hago." 1247 y Laura, al final: "Siento que estas noches de trabajo
a solas, sin vanidad, sin propósito ulterior, no serán inútiles." 1248 Con muerte y con niños: 25, 142, 161. No aparece en La sed con que te llevo ni en Los
poemas del niño. La noche: 86, 91, 106. 111, 145 (dos veces). La mi muerte: 15, 16, 18. La razón del topo: 18, 37, 61, 100, 189, 256, 280,
y 288. El silencio: 39, 50, 67, 76, 255, 233 (dos veces),
237. Recuerda el médico de "La mesa de roble": "Entonces mi padre me llamaba con una palabra
dura: ‘Inútil’." [...] "Así era yo: un ser inútil, [...]" 1249 La condición de "inútil" se ha trasladado
de las cosas, las circunstancias o las acciones a un personaje, que resulta
marcado como por un sello a causa del apelativo paterno. Un país y otro país: 130, 177, 234, 236. Poesía secreta: 21, 29, 40, 57, 74, 78, 79, 81. En La vuelta de la esquina la palabra aparece más
reiterada que en ninguna obra, (registro cuarenta y seis veces), en las
páginas 16, 23, 25, 31, 43, 44, 46, 54, 66, 67, 75, 84, 100, 103, 104, 109,
110, 112, 122 (dos veces), 125, 133, 139, 145, 151, 154, 165, 166, 173 (dos
veces), 174, 177, 178, 182, 213, 224, 231, 235, 244, 246, 247, 251, 289, 295,
296 (dos veces). No es de extrañar que la novela acerca de la justicia inútil
y el amor humano inútil acopie tal repetición del término que la cifra. Los oficios: 9, 23, 35, 41, 75. El cementerio del tiempo: 121, 144. El mar que tanto sabe de las piedras, "El
nadador": 18, 33, 36, 37 (dos veces), 46, 47 (dos veces), 49, 52, 56;
"El mar que tanto sabe de las piedras": 68, 77 (dos veces), 78, 90,
95, 102, 114 (dos veces); "Scheherazada": 117, 118, 146, 154, 155,
161, 166, 175 y 194. Pormenorizaré someramente el rastreo del término en
La vuelta de la esquina a fin de sacar conclusiones alusivas a la totalidad
de la temática de Peltzer. Referiré la palabra a los distintos personajes
descartando las reiteraciones. Estos la atribuyen a las más diversas
circunstancias, a sí mismos y a otros. Roura, el inspector de policía:
"Pronto se convenció de que era inútil, y empezó el bombardeo."
1250 El Loco: "Había consumido medio tarro de talco inútilmente."
1251 Huerta: "Tal vez sintió que era una locura, un paso absurdo e
inútil, [...]" 1252 El Tano en relación a Galíndez: "[...] que el día menos pensado lo iba a
matar, o a dejar inútil para toda la vida. Galíndez no perdió la línea."
1253 Elsa con referencia a su padre: "[...] aquel desplante del suicidio (porque no
fue otra cosa, una hombrada inútil), [...]" 1254 Rita respecto de Gino: "[...] el marido, que era bastante inútil y
prepotente." 1255 El Chato: "Después pensó que era inútil: los tres
estaban sentenciados." 1256 Las Voces dicen de los mortales: "Algunos quizá piensen que tanto esfuerzo es
inútil, si bien queda la dignidad y la belleza de sus actos en favor de la
vida." 1257 El Tano: "Pensó en el odio que había visto, en
tanta crueldad inútil, la guerra." 1258 Olga: "[...] sabía que era
inútil [...]" 1259 Rita recuerda una frase del Tano, a la que asiente:
"‘Es inútil rebelarse’, decía, ‘las cosas ocurren lo mismo’." 1260 El Tano en relación al Vidente: "Ahora el hombre sintió rencor. No contra
aquel pobre infeliz, colmado con su miseria inútil, sino contra otros, los
que movían verdaderamente los hilos." 1261 Y el Vidente dice de los hombres de la justicia: "—Suben y bajan, tiesos. Se toman muy en serio
la representación. Miren cómo aprietan los portafolios. ¿Saben qué llevan
adentro? Papeles con palabras inútiles, [...]" 1262 Y Elsa: "—Es inútil. Decididamente es
inútil." 1263 En la cosmovisión de Peltzer, todo, en suma, es
inútil. El esfuerzo, el intento, los hombres, el amor y la venganza. Y es
coherente que así sea, ya que sin libertad, sometida su criatura al destino,
que le impone el abandono, la sumerge en el pasado y la despoja de esperanza,
toda obra humana resulta inútil. Pero esta inutilidad, ¿afecta también a la
vida, a su sentido más medular? ¿Es posible afirmar esto cuando el personaje
más negado a vivir de la obra de Peltzer ha asegurado: "La vida es un
juego sagrado."? 1264 Creo que hay en el escritor argentino una
conciencia metafísica muy aguda acerca de la finitud humana, de la nihilidad,
pero ésta no implica, necesariamente, caída en el absurdo. Considero, por el
contrario, que ella es, en génesis, religiosa. Desde esta perspectiva, la
inutilidad es la trágica contraparte de la aseidad divina. La verdadera
profundidad ontológica radica, a mi entender, en este desnudar la condición
humana en su zona más visceral y en revelar estéticamente el conflicto de ser
sólo criatura, atada al tiempo, al espacio, a la soledad, a la muerte; dueña
de una palabra estética tan mortal, perecedera y provisoria como ella misma.
La problemática que la imagen de Dios conlleva en Peltzer impide la
recuperación absoluta del sentido trascendente por la fe. Pero su obra no
implica un ateísmo, sino un viaje hasta el fondo de la propia concepción de
Dios y una agónica catarsis de lo que El no es pero la experiencia personal
vivenció como si fuera. Me pregunto cuántos que se dicen creyentes se han
atrevido a esta peregrinación. Es su experiencia de Dios una misteriosa
atadura, más sólida que sus voces, más entrañable que el depojo al que la
somete, más vinculada al silencio de que rodea al Dios creíble que a la
palabra con que dilucida imágenes falsas. La experiencia del límite expresada en la
inutilidad revela, por otra parte, la certeza de la existencia de algo más
allá del límite. Es quizá esta oscura confianza la que opera, en Los poemas
del niño y en el final abierto a la esperanza del amor humano de
"Scheherazada", una suerte de reconciliación de la criatura única
con su propio pasado. Esta significa, a mi entender, la recuperación del
sentido de lo acontecido en dolorosa y madura aceptación: "Y fue preciso el laberinto, fue necesaria la espiral, la infancia ente los cuartos con olor a eucaliptus, la irrupción del amor, el escándalo de amar sin ser amado, la víbora del odio midiendo la mejor pradera, la muerte cara a cara haciendo guiños, las ciudades que exceden de sus nombres, otra vez el amor en las ciudades, y los libros ajados como amistad que desdibuja el tiempo. Y fue preciso todo, suma y resta, para encontrar aquella antigua esquina, desvelar el otoño y restituir el arraigado olor de las fogatas, las hojas que se van con la humareda, el pueblo adormecido en la memoria." 1265 Así cierra su libro de poemas de 1991. El poeta
reitera: "Y fue preciso [...] fue necesaria [...] y fue preciso todo,
suma y resta,/ para encontrar [...] desvelar [...] restituir [...]" La
inutilidad desenmascara el último rostro de la criatura, pero no significa la
pérdida definitiva del sentido, sino que, por el contrario, opera una velada
aceptación ("fue preciso"), y promueve una entrega paradojalmente
libre del ser a la vida. Lo ya consumado no es absurdo porque sirve
"para encontrar [...] desvelar [...] restituir [...]" La palabra
poética acierta en el núcleo de una reconciliación con el ayer profundamente
cargada de sugerencias. La vida es aprehendida en su valor
"sagrado", y como tal, referida implícitamente a Dios. El camino estético por el que Peltzer sondea el
corazón de la criatura carga una dura cruz de pobreza: asumir el naufragio.
No asirse de ningún preconcepto, arriesgarse a abandonar toda hechura ajena,
demolerlo todo en búsqueda de la verdad, internarse, descender. Andar solo y
a ciegas, para "encontrar", "desvelar",
"restituir". 4. Conclusión. El primer objetivo de este capítulo III ha sido
enfocar la totalidad de la obra de Peltzer desde un punto de vista
estructural y mostrar la íntima cohesión que la entreteje. Esta hipótesis se
sustenta en tres niveles de análisis. El primero: descubrir la urdimbre
novelesca, es decir, el entramado que vincula las cinco novelas por presencia
del personaje común o de la situación semejante; desnudar el papel del ensayo
(El amor creación en la novela) como vertebrador de una idea que reúne las
publicaciones restantes; y puntualizar las reiteraciones temáticas y
escenográficas de la obra completa. El segundo: verificar, a partir de los
nombres reiterados y las cualidades similares, la existencia de una criatura
única, un trans-personaje que los contiene a todos, cuyo carácter queda
existencialmente tipificado en una triple constante: el abandono como
"descenso", el deseo de ser amado y la impotencia del amor humano
para saciar su sed de amor. El tercero: observar el tríptico
espacio-tiempo-lenguaje: la espacialidad como carcelaria y laberíntica, sin
libertad; la temporalidad remitida al pasado determinante, sin esperanza, a
excepción del desenlace de "Scheherazada"; y el lenguaje revelador
de la matriz metafísico-teológica de la sustancia estética. El segundo objetivo ha sido mostrar que los
elementos de la estructura literaria orquestados en la obra completa de
Peltzer manifiestan, además de su profunda interrelación, una estrecha
vinculación con la imagen de Dios (temática desarrollada en II). Lo
antropológico y lo teológico hacen explícitas, desde esta perspectiva, sus
coincidencias. La epifanía de Dios es análoga a la de la criatura, y lo
negativo de la primera guarda relación de causa o consecuencia respecto de la
segunda, así como pone de relieve que su génesis se halla en alguno de los
Maestros (I). CONCLUSIONES El tema de esta investigación, Dios en la narrativa
de Federico Peltzer, se sustenta en la verificación de que toda temática en
manos de Peltzer, interpretada en profundidad, toca terreno
metafísico-teológico. Lo religioso, entendido como búsqueda unamuniana,
quiero decir agónica, racional, más atada a permanecer en búsqueda que a
coronar en encuentro, es el humus en que germinan sus temas literarios. Este
trabajo es la exposición analítica de esta realidad en el campo de la
creación, pero deseo agregarle un ejemplo tomado de su labor como crítico: el
discurso con que se incorpora a la Academia Argentina de Letras trata
"La nostalgia del reino". Tras un meticuloso y profundo rastreo del
tema en la literatura argentina, concluye: "Y ésta es la buena nostalgia, la que mueve a
buscar, a buscar siempre el Paraíso, tal vez con la esperanza de que, a
fuerza de quererlo tanto, alguna vez asome y justifique la vida consagrada a
apostar en favor de su existencia." 1266 Con un violento giro de muñeca, orienta todo lo
anteriormente dicho hacia su propio territorio, el teológico, y tiñe el
oficio de escritor con una frase sugerentemente cargada de religiosidad:
"vida consagrada". La obra completa del escritor muestra la
permanencia del tema de Dios a lo largo de toda su producción, al mismo
tiempo que insiste en los aspectos negativos de la imagen revelada.
Contradictoriamente, se aferra a Dios y al intento de mostrarlo desprovisto
de amor, al modo de Lagerkvist. La figura de Dios aparece en parte expuesta a
la superficie, desnudada por la palabra estética, y en mayor proporción
oculta, guarecida en el silencio del creador, pero de modo tal que lo oculto,
por una parte, soporta y fundamenta lo emergente y, por otra, lo contradice.
No hay, para Peltzer, revelación en el ocultamiento. La valoración del
silencio con que rodea a Dios es un punto clave de esta investigación, pues
se constituye en un verdadero lenguaje teológico. La triple dialéctica afirmación-negación,
palabra-silencio y revelación-ocultamiento, que desarrollaré a continuación
permite confirmar, en y desde el lenguaje mismo de Peltzer, todo lo expuesto
sobre el tema de Dios en esta investigación. Mi intento es concluir haciendo
exégesis de la sintaxis del discurso del escritor argentino. La dialéctica afirmación-negación. Es frecuente en el uso lingüístico de Peltzer negar
afirmando o afirmar negando. El primer caso lo verifica Mario Kremer, el
sofista desesperado de salvación, que afirma a Dios para perder a Dolores y
negarse a sí mismo toda salvación: "Me callo. De pronto siento ganas de ser
salvado. A punto de correr hacia ella, hago un esfuerzo enorme, pienso en
Anita, en el niño Mario, en la muerte. Es preciso seguir por el mismo camino.
Casi he conseguido perderla, mi mejor éxito." 1267 El segundo aparece en el Prólogo a las Obras
Completas de Lagerkvist. Dice Peltzer: "Maldecir a Dios es una forma de reconocerlo,
de seguir encadenado a Él, como diría la Sibila." 1268 La síntesis de ambas vías, un juego simultáneo de
afirmación y negación, se vincula al tratamiento del tiempo (ver III,
3.3.2.): consiste en referirse a lo ya acontecido como a un futuro
hipotético, descreyendo del hecho: "Amaría a un Dios muerto./ Quizá le soñaría/
resurrección más clara./ Mi Dios debe tener muerte conmigo/ y morir los dos
para ser uno,/ renacido, valiente,/ combativo, triunfante./ Gloria de revivir
con Dios de amigo./ Porque sólo quien muere sabe amar." 1269 Todo lo que se afirma queda negado por el suceso,
pero éste resulta negado por la afirmación. La contradicción es topos constante del lenguaje de
Peltzer (remito a II, 1.2.3. y 2.2.1.) Las figuras parentales y la de Dios
asumen atributos antagónicos muchas veces. Pero lo que Peltzer niega de Dios,
Set (II, 3.3.2.), las cuatro figuras sacerdotales (II, 3.2.1.) y el Vidente
(II, 3.3.1.) lo afirman con su vida. Contradecir es recurso frecuente en El
mar que tanto sabe de las piedras: "[...] todopoderosos, indefensos, dominantes
en su aceptada tiranía, a merced del otro hasta la gozosa esclavitud,
[...]" 1271 "[...] su aire desvalido a pesar del poder que
irradiaba, [...]" 1271 Contradecir al extremo de decir lo opuesto de lo
que se siente, pretendiendo que el otro adivine lo sentido: "(‘Ya te dije que no sirvo para nada... ¿Por
qué no me dejás de una vez?’) Traducir: ‘¡No me dejes!’" 1272 Y Dios es: "[...] el Dios inexplicable, contradictorio,
cuyos silencios son tan frecuentes como la seguridad de su presencia. El Dios
sórdido y el Dios solícito [...]" 1273 La envergadura del procedimiento logra su climax en
el decirse a sí mismo contradictoriamente: "Yo que tanto no fui, que tanto he sido,/ para
el no ser de ahora imperdonable,/" 1274 Y en la afirmación por el absurdo: "Clamar a Dios hasta que escuche, si existe; o
hasta hacerlo nacer, de puro anhelo, [...]" 1275 Peltzer manifiesta frecuentemente su imposibilidad
de hacer la experiencia de Dios sub specie contraria pero revela, en cambio,
notable capacidad para leer sub specie contraria en la propia palabra y en la
de otros: así lo hace Ana respecto de Laura: "—¡Tienes fe!—, gimió, no
sé si como un lamento o con una voz de triunfo." 1276 Mara respecto del
hombre, que niega su fe: "—Quiere decir que creyó en algo. Ha de tenerla
ahí abajo..." 1277 y Peltzer respecto de Unamuno: "¿No se imaginaba, tal vez, no creer, porque
no veía el signo, la señal inconfundible de que su persona, sola o enredada
en la maraña de su pueblo, iba a sobrevivir?" 1278 La dialéctica afirmación-negación configura, pues,
su efecto sinfónico en la orquestación de lo contradictorio. Peltzer
confronta términos que se le aparecen como antagónicos sin acertar a
reunirlos en la paradoja. Opone inconciliablemente. El misterioso vínculo que
reúne los pares de opuestos permanece vedado a este proceder dialéctico que
opera sobre una lógica de la apariencia. Lo que se revela es lo contrario de
lo que se oculta: "Padre era duro y silencioso; por necesidad, no por su
índole." 1279 Un racionalismo extremo parece sustentar esta
confrontación permanente que acaba erigiéndose en recusación de la
creatureidad, tomando lo humano como medida de lo divino, antropomorfizando
la imagen de Dios, cargándola de negatividad por despechado amor, por agónica
rebeldía. La dialéctica palabra-silencio. El segundo par dialéctico es el constituido por el
binomio palabra-silencio. La actitud primigenia de Peltzer ante la palabra es
la incredulidad acerca de su capacidad para revelar: "Y está lo que no puede decirse, porque nada,/
nada traduce nunca." 1280 Mario Kremer confirma esta impotencia: "—Señor mío: soy torpe para expresarme. La
comunicación... —No existe." 1281 Esta postura fundamental se traslada a lo teológico
y sobreviene la desconfianza ante la experiencia de la condición hermética de
la palabra de Dios: "Su lenguaje: ahí está el problema." 1282 Dentro de esta consideración se encuadra la valoración
de la palabra y de toda revelación como disfraz: "‘¡He querido tanto que
me descubran! pero están los disfraces... siempre los disfraces. No he podido
abandonar la manía de jugar con ellos. Nunca me pude acostumbrar a mi
verdadera imagen, ésta que rompe tantas cosas...’" 1283 La búsqueda de Dios se ha encajonado en un callejón
sin salida porque este dios no es Dios. Si la revelación
("descubran") es un ocultamiento ("disfraces"), la verdad
es inaccesible. O el juego literario es también un disfraz tras el que se
esconde la desilusión, la queja por el mal reinante en el mundo y la
justificación del propio error. Quizá la razón se burla en él de su
impotencia entronizando el artificio de este fantoche divinizado. Sin embargo, la palabra es, también, poderosa. Esta
es la segunda consideración. Así aparece en "Poder" II la palabra
de Dolores, que, aunque falaz, es capaz de "salvar" a Germán: "Decir o no decir algo puede ser un ejercicio
decisivo. Sobre todo cuando la libertad está en juego. Ya se sabe: un bien
valioso." 1284 La última consideración es la función catártica de
la palabra, a la que he aludido reiteradas veces en este trabajo (ver: pp.
170; 199/ 200; 215; 239/ 240; 342/ 343; 402): "Para hacer a Dios hay que
matar primero a mil dioses plurales heredados." 1285 Rastrear el tema de
Dios en la obra de Peltzer es asistir a las mil representaciones de las
muertes de los mil dioses heredados. Por lo tanto, no es posible decir quién
es el Dios de Peltzer atendiendo tan sólo a su palabra, porque ésta confiesa
su función catártica dilucidando lo que no es. Es necesario acudir a su
silencio. En cuanto al silencio, la consideración básica que
Peltzer hace respecto de él es su poder: "Marta Elena no habla, no hablará y todo
seguirá igual. Pero, ¡qué borrachera ese poder retenido, ese perdonar a cada
instante y ser dueña, por el silencio, del matrimonio, los hijos, la amistad,
el dinero, hasta la vida de los otros! Ignacio, el certero espadachín;
Cristián, el inconciente Cristián, atravesado en cruz, como en los dramas de
Calderón. Marta Elena toma otro cognac. Eso le da una
seguridad mayor. Se siente real y responsable. Todo gira, hasta el silencio.
Con sólo abrir la boca y emitir unos ruiditos significativos, cuatro vidas
cambiarían." 1286 El silencio de Marta Elena es su "poder
retenido". También en Dios lo es. Esta certeza del poder del silencio lleva a Peltzer
a construir con él un personaje: el hombre (sin nombre) de La noche. El
lector debe adivinar-deducir las palabras de quien no pronuncia ninguna, a
partir de las de Mara. Asiste al diálogo peculiar entre las palabras de un
personaje y el absoluto silencio del otro. Este logro es, sin duda, el climax
formal en su tratamiento del silencio. Reiteradas veces a lo largo de la obra completa de
Peltzer el lector asiste a la afirmación del valor del silencio en la
comunicación: "Después, digamos de cierta edad (la nuestra)
aprendemos a escuchar lo que dice un hombre: y sobre todo lo que no
dice." 1287 La capacidad de sugerir es, también, arte del
silencio del escritor argentino. Lo que apenas se esboza, lo que no acaba de
decirse, es una arista en la que se rozan el silencio y la palabra. Estos silencios de múltiples rostros se asemejan al
medallón de la amada de Giovanni (Peregrino en el mar, Lagerkvist), el que,
en lugar de contener el vero icono del amor, lo oculta por ausencia. El silencio se confronta a la palabra y resulta
vencedor en el terreno del misterio: "Entonces, con tu mano en la tiniebla,/ trazas
la cruz que desdibuja el aire/ y tu pobre palabra desafía/ la dignidad que
guarda tu silencio/ para decir los nombres que no fuiste/ [...]" 1288 Esta "dignidad" del silencio es el meollo
de Juan, el personaje de "Scheherazada": "Pero me pareció más digno así, me creí capaz
de preservar lo puramente nuestro, y de mantener también a resguardo esta
mezcla de mi deber, la devoción por lo que fue y la piedad que siento por
Susana." 1289 "No quiero, no debo decirte más." 1290
"[...] uno se disminuye si las dice." 1291 Y Juan llega a universalizar su silencio haciéndolo
tocar la condición humana: "Yo también una historia, la de algunas cosas
que llevo calladas, como todos los hombres, porque no encuentro a quién
decírselas." 1292 Este silencio creatural se traslada a Dios y, en
vez de provocar el alejamiento, se convierte en causante de la búsqueda: "[...] se calla para que lo busquemos, para
que nunca nos cansemos de buscarlo." 1293 Pero en la dialéctica permanente, el silencio de
Dios, que tanta queja arranca al escritor argentino, aparece como la verdad
que desnuda lo falaz de lo humano: "Pero todo es mentira; hasta nosotros,/ viva,
doliente, mentirosa imagen/ de una sola y veraz Voz en silencio." 1294 Si el ápice literario del silencio es la
constitución de un personaje, el vértice teológico es el silencio del Hijo en
la obra de Peltzer. Lagerkvist organiza una cristología de signo contrario, y
Peltzer, una cristología implícita con un Cristo en ausencia. Sin duda, en
este sentido, el escritor argentino es voz de su siglo. La ausencia de Jesús
ya fue analizada en I, 3.3.4. y en III, 2.2.3. Cuando tanto se peregrina tras
la manifestación de Dios y tanto se centra la búsqueda en la palabra, no
someter a consideración el Verbo es, sin duda, un rehusarse significativo.
Cada tema de esta investigación podría ser planteado, estrictamente, desde la
consideración de esta ausencia, y cada uno hallaría en ella la justificación
de su resolución. El silenciamiento del Verbo remite el planteo de Dios a su
estado veterotestamentario y lo condena al ocultamiento, lo priva del
cumplimiento de la promesa, y con ello de la esperanza, le cercena la
libertad del sí posible. La dialéctica de Peltzer se apoya, en último
término, en esta ausencia. Sólo Cristo puede ser respuesta para quien cala
tan a fondo en la condición metafísica de lo humano. Su ausencia se
entroniza, literariamente, en un elocuente silencio que, a su vez, erige al
silencio en lenguaje único para el diálogo con el misterio. La dialéctica palabra-silencio se estructura, pues,
contradictoriamente, a partir de la impotencia y el poder de la palabra, que
descubre su función catártica y se enfrenta al poder del silencio creatural
(cuya cúspide es la creación de un personaje en silencio) y del divino (cuya
cima es el silenciamiento y la ausencia del Logos). Paradojal toma de posición para quien elige, como
oficio, la palabra. Él mismo dice: "El escritor ha de servir a su vocación, este
doloroso oficio de decir, como una necesidad, la palabra o el silencio de
cada uno." 1295 Confirmo, con esta cita, mi teoría. Peltzer
entiende el oficio del escritor como un decir "la palabra o el
silencio". La dialéctica revelación-ocultamiento. Lo dicho respecto de la dialéctica de la
afirmación-negación y de la dialéctica palabra-silencio me lleva al último
item de esta conclusión: el de revelación-ocultamiento. Este par aparece
expuesto con gran extensión y profundidad en El mar que tanto sabe de las
piedras. El cuerpo es la primera manifestación de que las imágenes revelan y
ocultan: "El nadador lo mira, casi desnudo, conoce muy
bien lo que cubre la bikini azul. Los otros –supone– pueden deducirlo, porque
la parte cubierta por la tela fina permite ciertas marcas, claros indicios de
lo que no se ve." 1296 La actitud también enmascara: "[...] un dosificado juego de palabras, un
sabio dominio del cuerpo, el oculto y al par visible idioma de los
ojos." 1297 Pero lo esencial es metafísico, está más allá de lo
aparente y para acceder a ello es necesario transponer lo sensorial: "[...] de entender con los sentidos y ver más
allá de lo visible, para que no se le escapara la clave;" 1298 La criatura única de Peltzer siempre bucea en lo
metafísico. A veces confía en la revelación de lo oculto para
hallar el secreto: "[...] algo distinto me revelará la otra cara de
Juan, la que no vi nunca." 1299 Otras, teme y descree de la revelación: "No sé si temía una revelación que hiciera
todo más difícil, o al revés, que no hubiera tal revelación: [...]" 1300 Ocultar y revelar es el lenguaje de la epifanía de
la criatura única. Pero lo que se oculta no asoma en lo que se revela. Dice Balthasar: "Las cosas están no sólo develadas: siempre y
hasta el último momento están siempre y esencialmente encubiertas. Tal
encubrimiento significa sin duda una limitación de su develamiento, pero no
necesariamente una limitación de su verdad. Pues el encubrimiento no se
contrapone al develamiento como una barrera que limita desde el exterior sino
más bien como una forma o propiedad del develamiento mismo. De hecho, las
cosas están develadas dentro de su calidad de encubiertas, y es en esta forma
que se convierten en objeto del conocimiento." 1301 Esta no es, sin duda, la postura de Peltzer frente
al tema. Su gnoseología (coherente con su antropología y su teología), sienta
como premisa una suerte de imposibilidad de acceso a la verdad porque el
objeto del conocimiento es incapaz de revelar su esencia ya que la apariencia
no transparenta la esencia, sino que la oscurece. Dice Balthasar: "Por otra parte, la expresión y la palabra
mostraron claramente que la esencia que aparece se mantiene siempre oculta en
su intimidad, en su libre ámbito interior. Tiene por cierto, en cuanto
apariencia, su lado exterior, pero precisamente en éste se advierte que
detrás existe una parte interior que no aparece, de la cual surgen las
apariencias y que se expresa no apareciendo en las apariencias." 1302 Tampoco aquí hay encuentro entre el teólogo suizo y
el escritor argentino. Peltzer no advierte aparición alguna de la esencia en
la apariencia, sino que, por el contrario, la esencia, inaccesible de por sí,
permanece oculta e inaprehensible, guarecida tras la apariencia y
radicalmente diferente de ésta, enmascarada, disfrazada. En los sonetos de El silencio y la sed, el planteo
del ocultamiento se focaliza en la figura de Cristo y toma las imágenes de la
máscara y el disfraz, de la ausencia, el silencio, el vacío y la niebla, en
estructuras sintácticas contradictorias muchas veces: "Con máscaras de amor se ha disfrazado",
"¿Es verdad que en la ausencia estás conmigo?", "¿Cómo olvidar, Señor, aquel abrigo,/
aquella nota de inefable acento/ y el corazón, cuajado en pensamiento,/ que
sin palabras dialogó contigo?/ Tu ausencia era el desierto [...]/ ¿Cómo
olvidar después las horas crueles,/ el vacío, el silencio, [...]",
"Inquisidor de mí, no me responde./ Arde y oculta su señal de fuego./
[...] La voz, una espesura entre la niebla...", "Tan silencioso Tú,
mi bien hablante;/ tanto decir desde tu voz callada", "Destejía a
mi Dios como una tela./ Lo desarmaba en voces sin sonido;/ Era un nombre sin
alma ni sentido,/ el viento ausente de la encumbrada vela:", "¡Y
Dios, allá, mirando, tan callado!" 1303 La "noche del alma" no logra ser asumida
como revelación por la criatura única de Peltzer. Esto es, sin duda,
inherente a la implícita cristología de un Verbo ausente, porque sólo en su
abandono en la cruz es posible, para la fe, el sentido del propio abandono.
Para la criatura de Peltzer el ocultamiento de Dios tan sólo es lo que parece
ser para una lógica intramundana: ausencia, distancia. El juego dialéctico no
puede resolverse en la paradoja de que la "noche" sea el momento
del mayor conocimiento: "Para el creyente, el grito con que el Hijo
muestra en la cruz su abandono es quizá la expresión más elevada del
conocimiento de Dios. En ese instante, el Hijo toma sobre Sí todo el pecado y
el sufrimiento del mundo y, de este modo, consuma su misión. Él sabe que lo
que quería hacer por amor al Padre y para Él, está hecho. Y hasta tal punto
está consumado, que Él ha sido desposeído de todo. Sólo queda su acción
última, su ‘noche’, que está dispuesto a soportar hasta el final. Y, en la
medida en que en ella se han cumplido todas las promesas y prefiguraciones de
la Antigua Alianza, esta noche es la constatación última de la verdad y, por
consiguiente, el último y más elevado conocimiento." 1304 En definitiva, este triple proceso dialéctico
permite aproximarse, respecto del tema de Dios en la narrativa de Federico
Peltzer, a lo que Moeller denomina "‘significación de las
significaciones’": la figura del Dios de Peltzer aparece revelada con
una palabra contradictoria y el Dios posible, aquél en el que se puede creer,
permanece, como el cuerpo sumergido del iceberg, oculto en el silencio. Esta
velada existencia justifica los escasos acordes armoniosos sobre su figura y
la larga peregrinación del escritor tras el que "tendrá que mostrar su rostro, revelar su nombre y dar una
respuesta clara." 1305 La obra completa del escritor argentino es agónica
afirmación de la existencia de Dios. Termino este trabajo que, durante cinco años
significó la mayor pasión literaria que he experimentado en mi vida, con la
cita del soneto que reúne, acabadamente revelada, la triple dialéctica
planteada en las Conclusiones. En él se verifican, con hondísima elocuencia, con
belleza extrema, la presencia y envergadura del tema de Dios en Peltzer, su
búsqueda religiosa, su sed. Es la plegaria que brota de un hontanar anhelante
de Dios y parece abrir la "segritissima camera" a un encuentro. La
oración gestada en una larga "noche del alma" que confiesa un
destino de Dios. "Como el desnudo Adán de la Sixtina, me siento ya flotante y desprendido; miro entre antiguas nubes confundido al hombre que ayer fue, mientras declina el sol, por sombra oblicua ensombrecido. La tarde cae. En el ocaso erguida se apaga la otra luz que llamé vida, el fuego que se amansa en el olvido. Como el Adán desnudo miro el rayo de aquel Rostro de luz que en mi desmayo imagino llegar, aunque no viene. Y ya en la noche del temblor oscura, creo escuchar al ángel que murmura: ‘El dedo que te suelta te sostiene’". 1306 BIBLIOGRAFÍA 1. Obras de Federico Peltzer. 1.1. Libros CONSULTADOS EN ESTA INVESTIGACIÓN. Peltzer, Federico, Tierra de nadie, Buenos Aires,
Emecé, 1955. —, Compartida, Buenos Aires, Kraft, 1961. —, Con muerte y con niños, Buenos Aires, Emecé,
1961. —, La sed con que te llevo, Emecé, 1964. —, La noche, Emecé, 1966. —, La mi muerte, Emecé, 1969. —, El amor creación en la novela, Buenos Aires,
Columba, 1971. —, La razón del topo, Buenos Aires, Emecé, 1971. —, El silencio, Buenos Aires, Emecé, 1973. —, Un país y otro país, Buenos Aires, Emecé, 1976. —, Poesía secreta, Buenos Aires, Botella al mar,
1981. —, La vuelta de la esquina, Buenos Aires, Losada,
1986. —, Los oficios, Buenos Aires, Agón, 1989. —, El cementerio del tiempo, Buenos Aires, El gato
negro, 1990. —, Los poemas del niño, Buenos Aires, Agón, 1991. —, El mar que tanto sabe de las piedras, Buenos
Aires, Grupo editor latinoamericano, 1993. 1.2. Libros publicados con posterioridad a la
presentación de esta investigación —, Poesía sobre la poesía, Buenos Aires, Botella al
mar, 1994. —, El silencio y la sed, Buenos Aires, Agón, 1994.
* —, Cantares en el tiempo, Buenos Aires, Agón,
1994.* —, Un ancla en el espejo, Buenos Aires, Grupo ELA,
1995. —, La puerta del limbo, Buenos Aires, Emecé, 1997. —, Fronteras, Buenos Aires, El Francotirador,
1999.* —, Aquel sagrado suelo, Buenos Aires, Emecé, 2000. 1.3. Artículos. Peltzer, Federico, "Cada uno y su libro",
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Señales, Buenos Aires, diciembre 1959, número 116, año XI, p. 20. —, "Narrativa argentina contemporánea",
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Buenos Aires, mayo 1960, número 120, año XII. —, "Narrativa argentina contemporánea"
(continuación), pp. 5/ 11; "Luisa Mercedes Levinson, La pálida rosa del
soho", p. 15, en Señales, Buenos Aires, junio 1960, número 121, año XII. —, "Dios en la literatura argentina" en
Señales, Buenos Aires, noviembre-diciembre 1960, número 126/ 127, año XII,
pp. 7/ 14 y (continuación) enero 1961, número 128, año XII, pp. 5/ 10. —, "La responsabilidad del artista según
Jacques Maritain", en Señales, Buenos Aires, mayo-junio 1961, número
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inocente", en Señales, Buenos Aires, julio-agosto 1961, número 131, año
XII, pp. 21/ 22. —, "Juan José Manauta, Cuentos para la dueña
dolorida", pp. 17/ 18; "Jorge Capello, La hermosa vida", pp.
20/ 21; "Eduardo González Lanuza, Los martinfierristas", pp. 55/
56, en Señales, Buenos Aires, noviembre-diciembre 1961, número 133, año XII. —, "Qwertyuiop, por Dalmiro Sáenz", en
Señales, Buenos Aires, mayo-junio 1962, número 136, año XII, p. 47. —, "La alfombra roja, por Marta Lynch",
en Señales, Buenos Aires, enero-febrero-marzo 1963, número 140, año XII, p.
31. —, "Hugo Ramón Foguet, Hay una isla para usted
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de 1960. Con muerte y con niños: Gamboa, Lore de, "Con
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de 1971. La razón del topo: Loubet, J., en Criterio, 27 de
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geometra", en El Día, La Plata, 16 de setiembre de 1973; Loubet, J., en Criterio,
11 de abril de 1974. Un país y otro país: Noej, Martín A., "Dos
formas de un sueño", en La Nación, 12 de noviembre de 1976 y Loubet, J.,
"Un país y otro país", en Criterio, 24 de marzo de 1977. La vuelta de la esquina: Gómez, C. A., en La Gaceta,
Tucumán, 13 de julio de 1986. El cementerio del tiempo: Miguel de, M. E.,
"Intenso libro de cuentos", en La Nación, 27 de enero de 1991;
Clucellas, María Isabel, "El cementerio del tiempo", en La Prensa,
27 de enero de 1991; Modern, Rodolfo, "Sustancia y forma", en
Clarín, 31 de enero de 1991 y Delgado, Roberto, "Esa limitada
realidad", en La Gaceta, Tucumán, 11 de agosto de 1991. El mar que tanto sabe de las piedras: en La Nación,
8 de agosto de 1993 y Steimberg de Kaplán, Olga, "Celebrando la básica necesidad
de la vida", en La Gaceta, Tucumán, 17 de octubre de 1993. 2.4. Material adjunto: Correspondencia. 2.4.1. Publicada. Barufaldi, Rogelio, "Carta a Federico Peltzer,
último premio Kraft", en Criterio, Buenos Aires, 14 de enero de 1960,
año XXXII, número 1347, pp. 16/ 17. Peltzer, Federico, "Respuesta a Rogelio
Barufaldi", en Criterio, Buenos Aire, 25 de febrero de 1960, año XXXII,
número 1350. 2.4.2. Inédita. Carta del Profesor Antonio Rubén Turi a propósito
de la publicación de El silencio. * Respuesta de Federico Peltzer, 28 de marzo de 1974.
* Carta de Cecilia Labanca por la misma publicación.
* Carta de Olga Steimberg por la publicación de La
vuelta de la esquina. * 1. En
Un país y otro país los cuatro cuentos titulados "Las brasas del
libro"; los agrupados en el título "El Barroco II (Dos
visitas)": I. La honra de Sancho; II. La deshonra de Aldonza, en
Fronteras.; la frecuente alusión en Tierra de nadie y La razón del topo, el
poema "Dulcinea", y el análisis de la relación don Quijote-Dulcinea
en El amor creación en la novela. 2. Corresponden
a este tema los cuentos I y II de "Las entretelas de Penélope" y
"Electra" (Un país y otro país), "Nos preocupa Antígona",
"Sísifo sin absurdo" y "Las furias no se han ido" (El
cementerio del tiempo), y "Como un vago reconocimiento"
(Fronteras). 3. "Dios
en la literatura argentina", en Señales, Buenos Aires,
noviembre-diciembre 1960, número 126/ 127, año XII, p. 7. 4. Tierra
de nadie, Buenos Aires, Emecé, 1955; Compartida, Buenos Aires, Kraft, 1959;
segunda edición: 1961; Con muerte y con niños, Buenos Aires, Emecé, 1961; La
noche, Buenos Aires, Emecé, 1966; La razón del topo, Buenos Aires, Emecé,
1971; segunda edición: 1972; El silencio, Buenos Aires, Emecé, 1973; segunda
edición: 1974; Un país y otro país, Buenos Aires, Emecé, 1976; segunda
edición: 1977; La vuelta de la esquina, Buenos Aires, Losada, 1986; El
cementerio del tiempo, Buenos Aires, El gato negro, 1990 y El mar que tanto
sabe de las piedras, Buenos Aires, Grupo editor latinoamericano, Buenos
Aires, 1993. Las citas de esta investigación son tomadas de la primera
edición, excepto en Compartida, en la que cito la segunda. Incluyo un
inédito, La puerta del limbo, al cual tengo acceso, como al resto del
material inédito, por gentileza del autor. A la fecha de publicación de este
estudio, La puerta del limbo ha sido publicada, Buenos Aires, Emecé, 1997.
Fronteras, Buenos Aires, El francotirador, 1999. Aquel sagrado suelo, Buenos
Aires, Emecé, 2000. 5. Peltzer,
F., El amor creación en la novela, Buenos Aires, Columba, 1971. Publicado
posteriormente: Poesía sobre la poesía, Buenos Aires, Botella al mar, 1994. 6. Publicada:
La sed con que te llevo, Buenos Aires, Emecé, 1964; La mi muerte, Buenos
Aires, Emecé, 1969; Poesía secreta, Buenos Aires, Botella al mar, 1981; Los
oficios, Buenos Aires, Agón, 1989 y Los poemas del niño, Buenos Aires, Agón,
1991. Inédita: Cantares y El silencio y la sed. Publicada con posterioridad:
Cantares en el tiempo, Buenos Aires, Agón, 1994. El silencio y la sed, Buenos
Aires, Agón, 1994. Un ancla en el espejo, Buenos Aires, Grupo ELA, 1995. 7. Borda,
Guillermo A., Tratado de Derecho Civil, Sucesiones. Con la colaboración de
Federico J. M. Peltzer, ex Juez en la Cámara de Apelaciones en lo Civil,
Buenos Aires, Perrot, 1980. 8. Enumero
algunas de sus publicaciones en el Boletín de ese organismo: "Discurso
de recepción del Dr. Federico Peltzer: La nostalgia del reino en la prosa
argentina contemporánea", número 189/ 190, 1983, pp. 197/ 223. "Homenaje
a Eduardo González Lanuza", número 193/ 194, 1984, pp. 241/ 250. "Discurso
de recepción a don Roberto Juárroz", número 201/ 202, 1986, pp. 363/
370. "La
personalidad múltiple del Dr. Osvaldo Loudet", número 211/ 212, 1989,
pp. 29/ 36. "Discurso
de recepción al Dr. Delfín L. Garasa", número 217/ 218, 1990, pp. 241/
250. España
y el Nuevo Mundo, Buenos Aires, Academia Argentina de Letras, 1992. Prólogo
(pp. 11/ 36) y compilación de F. Peltzer. 9. Anderson
Imbert, Enrique, Historia de la Literatura Hispanoamericana, Buenos Aires,
Fondo de Cultura Económica, 1954, tomo II, p. 359. (El
subrayado en las notas de todo el trabajo es mío). 10. Historia
de la Literatura Argentina, Rubione, A. V. E.: "La narrativa de
1955", Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1982, p. 457. 11.
Ibid, p. 458. 12.
Ibid, pp. 463/ 464. 13. "Panorama
de la literatura argentina contemporánea", en Señales, Buenos Aires,
junio 1960, número 121, año XII, p. 10. 14. Rubione
A., ob. cit., p. 482. 15. "Una
palabra acerca del silencio: La razón del topo de Federico Peltzer", en
Revista de la Universidad de Mar del Plata, abril-mayo 1980, vol. II, número
1, p. 107. 16. Anderson
Imbert, E., ob. cit., pp. 404/ 405. 17. Anderson
Imbert, E., Teoría y técnica del cuento, Buenos Aires, Marymar, 1979, p. 163. 18.
Ibid, p. 220. 19.
Ibid, p. 321. 20.
Ibid, p. 340. 21. Cambours
Ocampo, Arturo, Buenos Aires, A. Peña Lillo, 1963. 22. Mazzei,
Angel, Literatura americana y argentina, Buenos Aires, Troquel, 1968, p. 347.
23. Orgambide,
Pedro y Yahni, Roberto, Enciclopedia de la literatura argentina, Buenos
Aires, Sudamerica- na, 1970, pp. 496/ 497. 24. Ibid,
p. 497. 25. Historia
de la literatura argentina, Gregorich, Luis: "La generación del
55", Buenos Aires, Centro editor de América Latina, 1968/ 1976, p. 1269. 26. Buenos
Aires, [S.E.], 1982, p. 546. 27. Becco,
Horacio Jorge, Diccionario de Literatura Hispanoamericana -Autores-, Buenos
Aires, Huemul, 1984, p. 235. 28. Veintidós
cuentistas, Buenos Aires, Centurión, 1963, pp. 239/ 253. 29. Cuentos
fantásticos argentinos, Buenos Aires, Emecé, 1976, pp. 211/ 220. 30. Antología
de la poesía argentina, Buenos Aires, Fausto, 1979, tomo II, pp. 801/ 806.
Poemas: "[Porque tienes tu muerte]" y "[Hoy]" de La sed
con que te llevo; "[El tren que nos desliza]" y "[A veces he
sentido]" de La mi muerte. 31. Enero-febrero-marzo
1981, número 2, año 1, p. 93/ 98. 32. Sorrentino,
Fernando, Buenos Aires, Plus Ultra, 1992, pp. 171/ 176. 33. Racconti
argentini, A cura di Jorge Luis Borges, Milano, Franco Maria Ricci editore,
1981, p. 105/ 107, (traduzione di Gianni Guadalupe). 34. Las
bibliotecas consultadas son: Academia Argentina de Letras, Congreso de la
Nación, "D. F. Sarmiento" de la Caja Nacional de Ahorro y Seguro,
Instituto Argentino de Literatura de la U.B.A., Dirección Nacional del libro,
del Maestro, Ricardo Güiraldes, Signos (Universidad del Salvador), Catálogo
Municipal y Catálogo Universitario. 35. Peltzer,
Federico, Los oficios, Buenos Aires, Agón, 1989, p. 85. 36. Chantraine,
Georges, "Nota biográfica", en Communio, año 10, julio/ agosto, IV/
88, p. 281. 37. "Henri
de Lubac ha dicho que Balthasar ha sido probablemente el hombre más culto de
nuestro tiempo." dice el Cardenal Ratzinger en la Homilía del funeral de
Balthasar, Ibid, p. 350. 38. Ibid,
p. 280. 39 "Carta
de Juan Pablo II al Cardenal Ratzinger con motivo del funeral de Hans Urs von
Balthasar", Ibid, p. 279. 40. Balthasar, Hans Urs von, Analogie
und Dialektik. Zur Klärung der Theologischen Prinzipienlehre Karl Barth,
citado por Servais, Jacques en su tesis doctoral "Une Theologie des
‘Exercises Spirituels’. Hans Urs von Balthasar, interprète de Saint
Ignace". 41. Peltzer,
Federico, en Señales, Buenos Aires, mayo 1960, número 120, año XII, p. 6. 42. Peltzer,
F., en Señales, Buenos Aires, enero 1961, número 128, año XII, pp. 6 y 8. 43. Clase
en el Instituto Superior de Cultura Hispánica, 15 de octubre de 1969.
Inédita. 44. Criterio,
25 de febrero de 1960, Nº 1350, Buenos Aires. F. Peltzer: Respuesta a R.
Barufaldi: "Quizá podría aplicársele con propiedad la frase lapidaria de
Mauriac en Nudo de Víboras: ‘Para creer en la resurrección de la carne, tal
vez sea necesario haber vencido a la carne. El castigo de aquéllos que han
abusado de ella, es no haber podido siquiera imaginar su resurrección’". 45. Peltzer,
F. Conferencia: Testimonio de un novelista. Rosario, 18 de noviembre de 1966
y Mendoza, 22 de abril de 1967. Inédita. 46. En
Señales, ob.cit., Buenos Aires, enero 1961, número 128, año XII, pp. 9 y 10. 47. Peltzer,
F., "Unamuno en tres novelas", en Estudios, Buenos Aires, 1964,
número 557. 48. En
Señales, ob. cit., Buenos Aires, noviembre-diciembre 1960, número 126/ 127,
año XII, p. 7. 49. En
Señales, ob. cit., Buenos Aires, noviembre-diciembre 1960, número 126/ 127,
año XII, p. 7. 50. Peltzer,
F., Testimonio de un novelista, ob. cit. 51. Peltzer,
F., "La nostalgia del reino en la prosa argentina contemporánea",
en Boletín de la Academia Argentina de Letras, Buenos Aires, número 189/ 190,
1983, p. 223. 52. Mauriac,
François, Nudo de víboras, Buenos Aires, Sudamericana, 1964, p. 198. 53. Ibid,
p. 126. 54.
Ibid, p. 74. 55.
Ibid, p. 27. 56.
Ibid, p. 36. 57.
Ibid, p. 60. 58.
Ibid, p. 53. 59.
Ibid, p. 52. 60. Ibid,
p. 61. 61. Ibid,
p. 89. 62. Peltzer,
Federico, El silencio, Buenos Aires, Emecé, 1973, p. 240. 63. Ibid,
p. 99. 64. Jolivet,
Regis, Tratado de Filosofía, III: Metafísica, Buenos Aires, Lohlé, 1957, p.
227. 65. Peltzer,
F., La vuelta de la esquina, Buenos Aires, Losada, 1986, p. 109. 66. Ibid,
p. 290. 67. Lubac,
Henri de, Paradojas y nuevas paradojas, Buenos Aires, San Juan, 1992, p. 119. 68. Peltzer,
F., Tierra de nadie, Emecé, 1955, p. 73. 69. Ibid,
p. 173. 70. Peltzer,
F., La razón del topo, Buenos Aires, Emecé, 1971, p. 272. 71. Peltzer,
F., El silencio, p. 121. 72. Peltzer,
F., Compartida, Buenos Aires, Kraft, 1959, p. 227. 73. Mauriac, F., ob. cit., p. 119. 74.
Ibid, p. 119. 75.
Ibid, p. 119. 76.
Ibid, p. 120. 77. Peltzer,
F., "Los hombres en la novela contemporánea", ob. cit. 78. Peltzer,
F., El silencio, p. 56. 79. Ibid,
p. 57. 80. Peltzer,
F., Fronteras, "El Filisteo", ob.cit., p. 75. 81. Mauriac, F., ob. cit., p. 172. 82.
Ibid, p. 190. 83.
Ibid, p. 192. 84.
Ibid, p. 201. 85. Vives,
José, Examen de amor, Santander, Sal Terrae, 1978, p. 95. 86. Peltzer,
F., Compartida, p. 226. 87. Peltzer,
F., La noche, Buenos Aires, Emecé, 1966, p. 91. 88. Peltzer,
F., La razón del topo, p. 108. 89. Peltzer,
F., El silencio, p. 124. 90. Peltzer,
F., La sed con que te llevo, Buenos Aires, Emecé, 1964, p. 27. 91. Peltzer,
F., La mi muerte, Buenos Aires, Emecé, 1969, p. 52. 92. Peltzer,
F., La razón del topo, p. 234. 93. Ibid,
p. 251. 94. Peltzer,
F., El amor creación en la novela, Buenos Aires, Columba, 1971, p. 9. 95. Peltzer,
F., La sed con que te llevo, p. 29. 96. Peltzer,
F., Los oficios, p. 45. 97. Mauriac, F., ob. cit., p. 79. 98. Ibid,
p. 83. 99. Ibid,
p. 120. 100. Mauriac,
F., El mico, Buenos Aires, Emecé, 1961, p. 43. 101. Ibid,
p. 32. 102. Ibid,
p. 31. 103. Mauriac,
F., Nudo de víboras, ob. cit., p. 86. 104. Peltzer,
F., Con muerte y con niños, Buenos Aires, Emecé, 1961, p. 158. 105. Ibid,
p. 160. 106. Peltzer,
F., El silencio, p. 52. 107.
Ibid, p. 71. 108.
Ibid, p. 68. 109.
Ibid, p. 58. 110. Peltzer,
F., Un país y otro país, Buenos Aires, Emecé, 1976, p. 115. 111.
Ibid, p. 115. 112.
Ibid, p. 114. 113.
Ibid, p. 116. 114. Peltzer,
F., El silencio, p. 145. 115.
Ibid, p. 145. 116.
Ibid, p. 146. 117.
Ibid, p. 146. 118. Peltzer,
F., La razón del topo, p. 294. 119. Mauriac,
F., Nudo de víboras, ob. cit., p. 79. 120.
Ibid, p. 85. 121.
Ibid, p. 103. 122.
Ibid, p. 216. 123. Ibid,
loc. cit., p. 192. 124. Peltzer,
F., Con muerte y con niños, p. 78. 125. Ibid,
p. 130. 126. Peltzer,
F., El silencio, p. 212. 127. Ibid,
p. 239. 128. Peltzer,
F., El cementerio del tiempo, Buenos Aires, El gato negro, 1990, p. 151. 129. Peltzer,
F., Compartida, p. 48. 130. Ibid, p. 49. 131.
Ibid, p. 180. 132.
Ibid, p. 241. 133. Peltzer,
F., La razón del topo, p. 121. 134. Ibid,
p. 277. 135. Peltzer,
F., El mar que tanto sabe de las piedras, Buenos Aires, Grupo Editor
Latinoamericano, 1993, p. 55. 136. Peltzer,
F., La sed con que te llevo, p. 74. 137. Ibid,
pp. 48/ 49. 138. Peltzer,
F., La mi muerte, p. 84. 139. Ibid,
p. 21. 140. Ibid,
p. 84. 141. Valbuena
Prat, Angel, Historia de la Literatura Española, Barcelona, Gili, 1964, tomo
III, p. 460. 142. Ibid,
p. 478. 143. Ibid,
p. 478. 144. Unamuno,
Miguel de, Del sentimiento trágico de la vida, Madrid, Espasa-Calpe, 1967, p.
50. 145.
Ibid, p. 57. 146.
Pablo, I Corintios, 15, 14. 147. Bonete
Perales, Enrique, "La sociedad moderna frente al mal y la muerte",
en Communio, Madrid, Encuentro, año II, nov./ dic., VI/ 89, p. 467. 148. Unamuno,
M. de, ob. cit., p. 53. 149. Unamuno,
M. de, San Manuel bueno, mártir, Madrid, Alianza, 1985, p. 18. 150. Ibid,
p. 50. 151. Ibid,
p. 51. 152. Unamuno,
M. de, Del sentimiento trágico de la vida, p. 107. 153. Unamuno,
M. de, San Manuel bueno, mártir, p. 34. 154. Unamuno,
M. de, Del sentimiento trágico de la vida, p. 157. 155. Ibid,
p. 107. 156. Ibid,
p. 107. 157. Moeller,
Charles, Literatura del siglo XX y Cristianismo, Madrid, Gredos, 1960, tomo
IV, p. 73. 158. Ibid,
p. 78. 159. Unamuno,
M. de, San Manuel bueno, mártir, p. 61. 160.
Ibid, p. 53. 161.
Moeller, Ch., ob. cit., pp. 151/
152. 162. Unamuno,
M. de, San Manuel bueno, mártir, p. 16. 163. Ibid,
p. 65. 164. Ibid,
p. 66. 165. Río,
Emilio del, "Ateísmo y agonía de don Miguel de Unamuno", en El
ateísmo contemporáneo, Madrid, Cristiandad, 1973, vol. IV, p. 737. 166. Unamuno,
M. de, Del sentimiento trágico de la vida, p. 18. 167. Balthasar,
H. U. von, Gloria, Madrid, Encuentro, 1988, tomo I, p. 106. 168. Unamuno,
M. de, Del sentimiento trágico de la vida, p. 91. 169. Moeller,
Ch., ob. cit., p. 111. 170. Río,
E. del, ob. cit., p. 738. 171. Hoffmann,
Norbert, "El Cristo crucificado y el mal en el mundo", en
Communnio, ob. cit., pp. 515/ 516. 172. Unamuno,
M. de, Del sentimiento trágico de la vida, p. 147. 173. Ibid,
p. 120. 174. Peltzer,
F., Compartida, p. 48. 175.
Ibid, p. 49. 176.
Ibid, p. 180. 177.
Ibid, loc. cit, p. 241. 178. Peltzer,
F., La sed con que te llevo, p. 49. 179. Ibid,
p. 67. 180. Peltzer,
F., La mi muerte, loc. cit., p. 84. 181. Peltzer,
F., La razón del topo, loc. cit., p. 121. 182. Peltzer,
F., Compartida, p. 206. 183. Peltzer,
F., Con muerte y con niños, p. 19. 184. Ibid,
p. 92. 185. Peltzer,
F., La razón del topo, p. 123. 186. Ibid,
p. 270. 187. Peltzer,
F., Los oficios, p. 31. 188. Peltzer,
F., Cantares en el tiempo, Buenos Aires, Agón, 1994, p. 48. 189. Peltzer,
F., El silencio, p. 238. 190. Ibid,
p. 238. 191. Peltzer,
F., Compartida, p. 23. 192. Ibid,
p. 85. 193. Ibid,
p. 165. 194. Peltzer,
F., La noche, p. 51. 195. Ibid,
p. 52. 196. Ibid,
p. 52. 197. Peltzer,
F., La razón del topo, p. 205. 198. Ibid,
p. 207. 199. Balthasar,
H. U. von, Sólo el amor es digno de fe, Salamanca, Sígueme, 1988, p. 93. 200. Ibid,
p. 67. 201. Peltzer,
F., El silencio, p. 71. 202. Peltzer,
F., "Unamuno en tres novelas", ob. cit., p. 544. 203. Unamuno,
M. de, San Manuel bueno, mártir, p. 15. 204.
Ibid, p. 16. 205.
Ibid, p. 45. 206.
Hoffmann, N., ob. cit., p. 516. 207. Unamuno,
M. de, San Manuel bueno, mártir, p. 60. 208.
Ibid, p. 67. 209.
Ibid, p. 67. 210.
Ibid, p. 68. 211.
Ibid, p. 78. 212.
Ibid, p. 18. 213.
Ibid, p. 42. 214. Ibid,
p. 14. 215. Ibid,
p. 67. 216. Peltzer,
F., "Unamuno en tres novelas", ob. cit., p. 545. 217. Moeller,
Ch., ob. cit., p. 143. 218. Peltzer,
F., "Unamuno en tres novelas", ob. cit., p. 545. 219. Lagerkvist,
Pär, Obras Completas, Buenos Aires, Emecé, 1967, p. 330. 220.
Ibid, p. 330. 221.
Ibid, p. 343. 222.
Ibid, pp. 343/ 344. 223. Siwek,
Paul, El problema del mal, Buenos Aires, Huarpes, 1945, p. 33. 224. Lagerkvist, P., ob. cit., p. 344. 225.
Ibid, p. 344. 226.
Ibid, p. 349. 227.
Ibid, pp. 353/ 354. 228. Daniélou,
Jean, "La Teología del mal frente al ateísmo", El ateísmo
contemporáneo, ob. cit., p. 313. 229. Clément,
Olivier, Sobre el hombre, Madrid, Encuentro, 1983, p. 33. 230. Peltzer,
F., El silencio, p. 54. 231.
Ibid, p. 55. 232.
Ibid, loc. cit., p. 57. 233.
Ibid, p. 58. 234.
Clément, O., ob. cit., p. 51. 235.
Ibid, pp. 13/ 14. 236. Vives,
J., ob. cit., p. 57. 237. Callerand,
Florín, Creación constante, Chile, Paulinas, 1984, p. 30. 238. Vives,
J., ob. cit., p. 137. 239. Peltzer,
F., El silencio, p. 38. 240.
Ibid, p. 39. 241.
Ibid, p. 72. 242.
Ibid, p. 245. 243. Peltzer,
F., Compartida, p. 167. 244. Ibid,
p. 231. 245. Peltzer,
F., La vuelta de la esquina, p. 279. 246. Lagerkvist, P., ob. cit., p. 739. 247. Ibid,
p. 375. 248. Peltzer,
F., El silencio, p. 39. 249. Peltzer,
F., Fronteras, "Las arcas", p. 53. 250. Peltzer,
F., Tierra de nadie, pp. 159/ 160. 251. Peltzer,
F., La noche, p. 51. 252.
Ibid, p. 55. 253.
Moeller, Ch., ob. cit., p. 23. 254. Balthasar,
H. U. von, El problema de Dios en en el hombre actual, Madrid, Guadarrama,
pp. 209/ 210. 255.
Ibid, p. 211. 256.
Ibid, p. 215. 257.
Ibid, pp. 215/ 216. 258.
Ibid, p. 217. 259.
Ibid, p. 222. 260.
Ibid, p. 233. 261. Lagerkvist, P., ob. cit., p. 802. 262.
Ibid, p. 704. 263.
Ibid, p. 793. 264.
Ibid, p. 866. 265. Ibid,
p. 935. 266. Balthasar,
H. U. von, Sólo el amor es digno de fe, ob. cit., pp. 68/ 69. 267. Peltzer,
F., Prólogo a las Obras Completas de P. Lagerkvist, ob. cit., p. 51. 268. Peltzer,
F., Fronteras, "Las arcas", p. 53. 269. Ibid,
"El Filisteo", p. 73. 270. Ibid,
p. 80. 271. Peltzer,
F., El silencio, p. 73. 272. Peltzer,
F., Un país y otro país, pp. 177/ 178. 273. Peltzer,
F., Tierra de nadie, pp. 194/ 195. 274. Peltzer,
F., Compartida, loc. cit., p. 85. 275. Peltzer,
F., La razón del topo, p. 234. 276. Peltzer,
F., La sed con que te llevo, p. 75. 277. Lagerkvist, P., ob. cit., p. 102. 278.
Ibid, p. 80. 279.
Ibid, p. 95. 280.
Ibid, p. 97. 281.
Ibid, p. 96. 282.
Ibid, p. 170. 283.
Ibid, p. 151. 284. Ibid,
p. 126. 285. Balthasar,
H. U. von, Sólo el amor es digno de fe, ob. cit., p. 55. 286. Lagerkvist, P., ob. cit., p. 122. 287.
Ibid, p. 170. 288.
I Juan, III, 20. 289. Peltzer,
F., Prólogo a las Obras Completas de P. Lagerkvist, ob. cit., p. 27. 290. Balthasar,
H. U. von, Sólo el amor es digno de fe, ob. cit., p. 95. 291. Juan,
14, 6. 292. Peltzer,
F., Tierra de nadie, p. 150. 293. Peltzer,
F., La noche, p.66. 294. Ibid,
p. 67. 295. Peltzer,
F., La razón del topo, p. 53. 296. Peltzer,
F., Con muerte y con niños, p. 160. 297. Peltzer,
F., La vuelta de la esquina, p. 117. 298. Ibid,
p. 299. 299. Peltzer,
F., El silencio, p. 130. 300. Lagerkvist, P., ob. cit., p. 723. 301.
Ibid, p. 738. 302.
Ibid, p. 836. 303.
Ibid, p. 930. 304.
Ibid, p. 930. 305.
Ibid, loc. cit., p. 935. 306. Ibid,
p. 988. 307. Peltzer,
F., Un país y otro país, p. 210. 308. Peltzer,
F., Con muerte y con niños, p. 149. 309. Ibid,
p. 149. 310. Ibid,
p. 143. 311. Peltzer,
F., Compartida, p. 38. 312. Peltzer,
F., La vuelta de la esquina, p. 231. 313. Ibid,
p. 235. 314. Peltzer,
F., El silencio, p. 35. 315. Ibid,
p. 37. 316. Ibid,
p. 36. 317. Peltzer,
F., Fronteras, "El Filisteo", p. 72. 318.
Ibid, p. 65. 319.
Ibid, p. 74. 320.
Ibid, p. 73. 321. Ibid,
p. 75. 322. Ibid,
"Las arcas", p. 30. 323. Peltzer,
F., El silencio, p. 36. 324.
Ibid, pp. 38/39. 325.
Ibid, p. 224. 326.
Ibid, p. 238. 327.
Ibid, p. 241. 328.
Ibid, p. 94. 329. Peltzer,
F., La vuelta de la esquina, p. 107. 330. Lagerkvist, P., ob. cit., pp. 794/
795. 331. Peltzer,
F., Prólogo a las Obras Completas de P. Lagerkvist, ob. cit., p. 25. 332. Balthasar,
H. U. von, Sólo el amor es digno de fe, ob. cit., p. 93. 333. Lagerkvist, P., ob. cit., p. 727. 334. Ibid,
p. 805. 335. Peltzer,
F., Prólogo a las Obras Completas de P. Lagerkvist, ob. cit., p. 58. 336. Peltzer,
F., El silencio, pp. 40/ 41. 337. Balthasar,
H. U. von, El problema de Dios en el hombre actual, loc. cit., p. 216. 338. Lagerkvist, P., ob. cit., p. 803. 339. Balthasar,
H. U. von, El problema de Dios en el hombre actual, ob. cit., loc. cit., p.
216. 340. Peltzer,
F., Prólogo a las Obras Completas de P. Lagerkvist, ob. cit., p. 22. 341. Peltzer,
F., La sed con que te llevo, p. 41. 342. Peltzer,
F., Con muerte y con niños, p. 126. 343.
Ibid, p. 135. 344.
Ibid, p. 143. 345.
Ibid, p. 143. 346. Peltzer,
F., El silencio, p. 11. 347.
Ibid, p. 252. 348.
Ibid, p. 13. 349.
Ibid, p. 40. 350.
Ibid, p. 35. 351.
Ibid, loc. cit., pp. 35/ 36. 352.
Ibid, p. 37. 353.
Ibid, p. 224. 354.
Ibid, p. 224. 355.
Ibid, p. 242. 356.
Ibid, p. 27. 357.
Ibid, p. 73. 358. Peltzer,
F., Un país y otro país, p. 178. 359. Peltzer,
F., El silencio, p. 108. 360. Peltzer,
F., La razón del topo, p. 152. 361. Peltzer,
F., Tierra de nadie, p. 117. 362. Peltzer,
F., La razón del topo, p. 251. 363. Ibid,
p. 276. 364. Peltzer,
F., El silencio, p. 246. 365. Peltzer,
F., Fronteras, "El Filisteo", p. 59. 366.
Ibid, p. 65. 367.
Ibid, p. 66. 368.
Ibid, p. 75. 369. Ibid,
p. 80. 370. Ibid,
p. 80. 371. Vergote,
Antoine, Psicología religiosa, Madrid, Taurus, 1975, p. 218. 372. Peltzer,
F., El silencio, p. 37. 373. Vergote,
A., ob. cit., p. 232. 374. Peltzer,
F., El silencio, p. 21. 375. Ibid,
p. 233. 376. Vergote,
A., ob. cit., p. 236. 377. Peltzer,
F., El silencio, p. 237. 378. Ibid,
loc. cit., p. 233. 379. Vergote,
A., ob. cit., p. 234. 380. Ibid,
p. 245. 381. Ibid,
p. 234. 382. Peltzer,
F., Con muerte y con niños, p. 12. 383. Ibid,
p. 12. 384. Peltzer,
F., Compartida, p. 37. 385. Peltzer,
F., La razón del topo, p. 55. 386.
Ibid, p. 55. 387.
Ibid, p. 84. 388.
Ibid, p. 206. 389. Peltzer,
F., La noche, p. 107. 390. Ibid,
p. 107. 391. Peltzer,
F., La vuelta de la esquina, p. 22. 392. Ibid,
p. 62. 393. Ibid,
p. 63. 394. Vergote,
A., ob. cit., p. 254. 395. Ibid,
p. 240. 396. Ibid,
p. 230. 397. Balthasar,
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Ibid, p. 234. 400.
Ibid, p. 235. 401.
Ibid, p. 230. 402.
Ibid, p. 231. 403.
Ibid, pp. 231/ 232. 404.
Ibid, p. 233. 405.
Ibid, p. 239. 406.
Ibid, p. 238. 407. Peltzer,
F., Tierra de nadie, p. 13. 408.
Ibid, p. 19. 409.
Ibid, p. 141. 410.
Ibid, p. 194. 411. Ibid,
p. 196. 412. Peltzer,
F., Compartida, p. 15. 413.
Ibid, p. 29. 414.
Ibid, p. 83. 415.
Ibid, p. 229. 416. Peltzer,
F., La noche, p. 110. 417. Peltzer,
F., La razón del topo, p. 127. 418. Ibid,
p. 83. 419. Peltzer,
F., El silencio, p. 245. 420. Peltzer,
F., La razón del topo, p. 84. 421. Peltzer,
F., La vuelta de la esquina, p. 34. 422. Ibid,
p. 32. 423. Ibid,
p. 33. 424. Vergote,
A., ob. cit., p. 228. 425. Peltzer,
F., El silencio, p. 243. 426. Ibid,
p. 27. 427. Peltzer,
F., La sed con que te llevo, p. 29. 428. Peltzer,
F., Los oficios, p. 45. 429. Peltzer,
F., Tierra de nadie, loc. cit., p. 117. 430. Peltzer,
F., Compartida, p. 86. 431. Peltzer,
F., La razón del topo, p. 169. 432.
Ibid, p. 114. 433.
Ibid, p. 206. 434.
Ibid, p. 206. 435. Ibid,
p. 207. 436. Peltzer,
F., El silencio, p. 136. 437. Peltzer,
F., La sed con que te llevo, p. 75. 438. Peltzer,
F., La noche, p. 56. 439. Peltzer,
F., Los oficios, p. 49. 440. Peltzer,
F., La sed con que te llevo, p. 70. 441. Peltzer,
F., El silencio, p. 11. 442.
Ibid, p. 12. 443.
Ibid, p. 13. 444.
Ibid, p. 11. 445.
Ibid, p. 13. 446.
Ibid, p. 11. 447.
Ibid, p. 12. 448.
Ibid, p. 253. 449.
Ibid, p. 251. 450.
Ibid, p. 254. 451. Ibid,
p. 255. 452. Ibid,
p. 254. 453. Peltzer,
F., Un país y otro país, p. 235. 454. Peltzer,
F., El silencio, p. 108. 455. Ibid,
p. 37. 456. Ibid,
p. 40. 457. Peltzer,
F., Un país y otro país, p. 235. 458. Ibid,
loc. cit., p. 234. 459. Peltzer,
F., El silencio, pp. 244/ 245. 460. Ibid,
p. 246. 461. Ibid,
p. 41. 462. Péguy,
Charles, Palabras cristianas, Salamanca, Sígueme, 1982, p. 43. 463. En
Señales, ob. cit., Buenos Aires, noviembre- diciembre 1960, número 126/ 127,
año XII, p. 10. 464. Peltzer,
F., El silencio, p. 38. 465.
Ibid, p. 39. 466.
Ibid, p. 66. 467.
Ibid, loc. cit., p. 244. 468.
Ibid, loc. cit., p. 245. 469.
Ibid, p. 244. 470.
Ibid, p. 247. 471.
Lagerkvist, P., ob. cit., p.
430. 472. Peltzer,
F., El silencio, p. 227. 473.
Ibid, p. 38. 474.
Ibid, p. 245. 475.
Ibid, p. 39. 476. Peltzer,
F., Fronteras, "Las arcas", p. 41. 477. Ibid,
"El Filisteo", p. 62. 478. Peltzer,
F., Un país y otro país, p. 105. 479. Ibid,
p. 106. 480. Peltzer,
F., Los oficios, p. 47. 481. Peltzer,
F., El cementerio del tiempo, p. 140. 482. Peltzer,
F., Los oficios, p. 75. 483. Ibid,
p. 43. 484. Peltzer,
F., La sed con que te llevo, p. 65. 485. Peltzer,
F., La mi muerte, p. 40. 486. Peltzer,
F., La noche, p. 52. 487. Peltzer,
F., La razón del topo, pp. 80/ 81. 488. Peltzer,
F., La sed con que te llevo, pp. 75/ 76. 489. Peltzer,
F., La mi muerte, p. 40. 490. Ibid,
p. 89. 491. Peltzer,
F., Fronteras, "El Filisteo", p. 62. 492.
Ibid, p. 63. 493.
Ibid, p. 66. 494.
Ibid, p. 70. 495. Peltzer,
F., La razón del topo, loc. cit., p. 206. 496. Peltzer,
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F., Fronteras, "Las arcas", p. 41. 498. Peltzer,
F., "Unamuno en tres novelas", ob. cit., p. 544. 499. Peltzer,
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F., La razón del topo, p. 273. 501.
Ibid, p. 274. 502.
Ibid, p. 275. 503.
Ibid, loc. cit., p. 81. 504. Peltzer,
F., La vuelta de la esquina, p. 267. 505. Peltzer,
F., El silencio, loc. cit., p. 11. 506. Ibid,
p. 12. 507. Ibid,
p. 251. 508. Peltzer,
F., La mi muerte, pp. 40/ 41. 509. Peltzer,
F., El silencio, p. 18. 510. Ibid,
p. 36. 511. Ibid,
p. 38. 512. Peltzer,
F., Fronteras, "Las arcas", p. 38. 513. Peltzer,
F., La sed con que te llevo, p. 65. 514. Peltzer,
F., La razón del topo, loc. cit., p. 206. 515. Peltzer,
F., El silencio, pp. 242/ 243. 516. Peltzer,
F., Fronteras, "El Filisteo", p. 64. 517. Peltzer,
F., La sed con que te llevo, p. 29. 518. Peltzer,
F., La razón del topo, loc. cit., p. 35. 519. Peltzer,
F., La mi muerte, p. 86. 520. Peltzer,
F., El silencio, p. 243. 521. Ibid,
p. 243. 522. Ibid,
p. 246. 523. Peltzer,
F., Fronteras, "Las arcas", p. 32. 524.
Ibid, p. 39. 525.
Ibid, p. 40. 526.
Ibid, p. 41. 527. Ibid,
pp. 52/53. 528. Ibid,
"El Filisteo", p. 56. 529.
Ibid, loc. cit., p. 65. 530.
Ibid, p. 68. 531. Ibid,
p. 70/71. 532. Peltzer,
F., El silencio, p. 27. 533.
Ibid, p. 43. 534.
Ibid, p. 17. 535.
Ibid, p. 18. 536.
Ibid, p. 34. 537.
Ibid, p. 35. 538.
Ibid, p. 36. 539.
Ibid, p. 34. 540.
Ibid, p. 35. 541.
Ibid, pp. 35/ 36. 542.
Ibid, loc. cit., p. 37. 543.
Ibid, p. 38. 544.
Ibid, loc. cit., pp. 40/ 41. 545. Ibid,
p. 40. 546. Ibid,
p. 42. 547. Peltzer,
F., Compartida, p. 74. 548. Ibid,
p. 24. 549. Ibid,
p. 181. 550. Peltzer,
F., La vuelta de la esquina, p. 287. 551. Peltzer,
F., La mi muerte, p. 62. 552. Peltzer,
F., Poesía secreta, p. 84. 553. Peltzer,
F., Poesía secreta, loc. cit., pp. 82/ 83. 554. Peltzer,
F., La razón del topo, p. 87. 555. Peltzer,
F., Tierra de nadie, p. 32. 556.
Ibid, p. 34. 557.
Ibid, p. 126. 558.
Ibid, p. 130. 559.
Ibid, p. 133. 560.
Ibid, p. 169. 561.
Ibid, p. 199. 562. Ibid,
p. 199. 563. Ibid,
p. 199. 564. Peltzer,
F., Compartida, p. 240. 565.
Ibid, p. 142. 566.
Ibid, p. 135. 567.
Ibid, p. 112. 568.
Ibid, p. 148. 569.
Ibid, p. 149. 570.
Ibid, p. 148. 571. Ibid,
p. 149. 572. Peltzer,
F., El silencio, p. 129. 573.
Ibid, loc. cit., p. 130. 574.
Ibid, p. 139. 575.
Ibid, p. 147. 576.
Ibid, p. 148. 577.
Ibid, p. 128. 578. Peltzer,
F., La vuelta de la esquina, p. 232. 579.
Ibid, p. 233. 580.
Ibid, p. 232. 581.
Ibid, p. 235. 582.
Ibid, p. 234. 583.
Ibid, p. 234. 584.
Ibid, p. 235. 585. Ibid,
p. 233. 586. Peltzer,
F., El silencio, p. 18. 587.
Ibid, p. 19. 588.
Ibid, p. 40. 589.
Ibid, p. 27. 590. Ibid,
p. 37. 591. Ibid,
p. 59. 592. Peltzer,
F., Fronteras, "Las arcas", p. 33. 593. Peltzer,
F., La sed con que te llevo, p. 53. 594. Ibid,
p. 32. 595. Peltzer,
F., La mi muerte, p. 60. 596. Peltzer,
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F., La vuelta de la esquina, p. 50. 598. Génesis,
1, 3 y 4. 599. Ibid,
1, 10. 600. Mateo,
19, 26. 601. Marcos,
10, 21. 602. Juan,
1, 42. 603. Peltzer,
F., El silencio, p. 37. 604. "Es
que quiero sacar/ de ti tu mejor tú./ Ese que no te viste y que yo veo,/
nadador por tu fondo, preciosísimo." Salinas, Pedro, Poemas escogidos,
Buenos Aires, Espasa-Calpe, 1953, p. 73. 605. Ver
en Baltasar, H. U. von, La esencia de la verdad, capítulo II: La verdad como
libertad. Punto B: La libertad del sujeto, pp. 111/ 125 (especialmente pp.
119/ 123) y Salinas, Pedro, ob. cit., p. 59. 606. Peltzer,
F., La vuelta de la esquina, p. 135. 607.
Ibid, p. 136. 608.
Ibid, p. 136. 609.
Ibid, p. 138. 610.
Ibid, p. 250. 611.
Ibid, p. 230. 612.
Ibid, p. 165. 613.
Ibid, p. 168. 614.
Ibid, p. 169. 615.
Ibid, p. 166. 616.
Ibid, p. 170. 617.
Ibid, p. 248. 618.
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p. 248. 620. Peltzer,
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Federico, Tierra de nadie, p. 15. 622. Ibid,
p. 102. 623. Ibid,
p. 152. 624. Peltzer,
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inédito, p. s/n. 632. Fuentes,
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marzo/ abril 1961. 633. Peltzer,
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p. 229. 656. Peltzer,
F., Con muerte y con niños, p. 86. 657. Peltzer,
F., La sed con que te llevo, p. 68. 658. Peltzer,
F., La noche, p. 149. 659. Peltzer,
F., El amor creación en la novela, p. 10. 660. Peltzer,
F., La noche, p. 105. 661 Ibid,
p. 127. 662. Ibid,
p. 150. 663. Peltzer,
F., La mi muerte, p. 56. 664. Ibid,
p. 76. 665. Ibid,
p. 87. 666. Peltzer,
F., La razón del topo, loc. cit., p. 251. 667. Ibid, p. 108. 668. Ibid, p. 142. 669. Ibid, p. 242. 670. Peltzer,
F., El silencio, p. 108. 671. Ibid,
p. 112. 672. Peltzer,
F., Un país y otro país, p. 69. 673. Ibid, p. 129. 674. Ibid, p. 129. 675. Ibid, p. 183. 676. Peltzer,
F., Poesía secreta, p. 34. 677. Peltzer,
F., La vuelta de la esquina, p. 190. 678. Peltzer,
F., El cementerio del tiempo, p. 78. 679. Peltzer,
F., El mar que tanto sabe de las piedras, "El mar que tanto sabe de las
piedras", p. 90. 680. Peltzer,
F., Tierra de nadie, p. 130. 681. Peltzer,
F., La sed con que te llevo, p. 24. 682. Peltzer,
F., La mi muerte, p. 26. 683. Peltzer,
F., La noche, p. 123. 684. Ibid,
p. 140. 685. Peltzer,
F., Con muerte y con niños, pp. 17, 22, 23. 686. Peltzer,
F., Compartida, p. 87. 687. Ibid,
p. 44. 688. Peltzer,
F., Tierra de nadie, p. 37. 689. Ibid,
p. 139. 690. Peltzer,
F., Con muerte y con niños, p. 73. 691. Peltzer,
F., La vuelta de la esquina, p. 147. 692. Peltzer,
F., Los oficios, p. 9. 693. Ibid,
p. 82. 694. Peltzer,
F., El cementerio del tiempo, p. 151. 695. Peltzer,
F., Los oficios, p. 76. 696. Labanca,
Cecilia, Carta a F. Peltzer, inédita, [s/f]. 697. Peltzer,
F., Tierra de nadie, p. 114. 698. Ibid,
p. 147. 699. Peltzer,
F., Compartida, p. 105. 700. Ibid,
p. 107. 701. Peltzer,
F., La sed con que te llevo, p. 72. 702. Peltzer,
F., La noche. p. 79. 703. Ibid,
p. 138. 704. Peltzer,
F., La razón del topo, p. 45. 705. Ibid, p. 97. 706. Ibid, p. 116. 707. Ibid, p. 140. 708. Ibid,
p. 240. 709. Ibid,
p. 132. 710. Peltzer,
F., El silencio, p. 86. 711. Ibid, p. 163. 712. Ibid, p. 128. 713. Ibid, p. 183. 714. Peltzer,
F., Poesía secreta, p. 22. 715. Peltzer,
F., La vuelta de la esquina, p. 70. 716. Ibid,
p. 100. 717. Ibid,
p. 153. 718. Peltzer,
F., La noche, p. 104. 719. Peltzer,
F., Tierra de nadie, p. 177. 720. Peltzer,
F., Compartida, loc. cit., p. 158. 721. Ibid,
p. 125. 722. Ibid,
p. 231. 723. Peltzer,
F., Con muerte y con niños, p. 77. 724. Ibid,
p. 94. 725. Ibid,
p. 157. 726. Peltzer,
F., La sed con que te llevo, p. 72. 727. Peltzer,
F., La noche, p. 35. 728. Ibid, p. 93. 729. Ibid, p. 29. 730. Ibid, p. 40. 731. Peltzer,
F., La mi muerte, p. 63. 732. Ibid,
p. 65. 733. Peltzer,
F., La razón del topo, p. 265. 734. Ibid,
p. 246. 735. Peltzer,
F., El silencio, p. 43. 736. Ibid,
p. 177. 737. Ibid,
p. 224. 738. Peltzer,
F., Poesía secreta, p. 12. 739. Ibid, p. 16. 740. Ibid, p. 23. 741. Ibid, p. 45. 742. Ibid,
p. 52. 743. Ibid,
p. 59. 744. Peltzer,
F., La vuelta de la esquina, p. 132. 745. Ibid, pp. 174/ 175. 746. Ibid, p. 207. 747. Ibid,
p. 249. 748. Peltzer,
F., Tierra de nadie, p. 165. 749. Ibid, p. 183. 750. Ibid, loc. cit., p. 169. 751. Ibid,
p. 193. 752. Ibid,
p. 194. 753. Peltzer,
F., Con muerte y con niños, p. 84. 754. Ibid,
p. 146. 755. Ibid,
p. 66. 756. Peltzer,
F., Compartida, p. 43. 757. Ibid, p. 37. 758. Ibid, p. 89. 759. Ibid, loc. cit., p. 105. 760. Ibid, p. 27. 761. Ibid, p. 114. 762. Ibid, p. 30. 763. Ibid,
p. 215. 764. Peltzer,
F., La noche, p. 65. 765. Ibid, p. 108. 766. Ibid, p. 24. 767. Ibid, p. 35. 768. Ibid, p. 62. 769. Ibid, p. 81. 770. Ibid, p. 112. 771. Peltzer,
F., La razón del topo, p. 130. 772. Ibid, p. 17. 773. Ibid, loc. cit., p. 45. 774. Ibid, p. 99. 775. Ibid, p. 251. 776. Ibid, p. 257. 777. Ibid, p. 265. 778. Ibid, p. 266. 779. Ibid, p. 158. 780. Ibid, p. 186. 781. Ibid, p. 253. 782. Ibid, pp. 253/ 254. 783. Ibid, p. 159. 784. Ibid, p. 162. 785. Ibid, p. 79. 786. Ibid, p. 116. 787. Ibid, p. 149. 788. Ibid, p. 172. 789. Ibid, p. 214. 790. Ibid, p. 215. 791. Ibid, p. 235. 792. Ibid, p. 239. 793. Ibid, p. 243. 794. Ibid, p. 244. 795. Ibid, loc. cit., p. 246. 796. Ibid, p. 270. 797. Ibid, p. 272. 798. Ibid, p. 68. 799. Ibid, p. 128. 800. Ibid, p. 77. 801. Ibid, p. 251. 802. Ibid, p. 283. 803. Ibid, p. 109. 804. Ibid, p. 117. 805. Ibid, p. 153. 806. Ibid, p. 181. 807. Ibid, p. 188. 808. Ibid, pp. 192/193. 809. Ibid, p. 236. 810. Ibid, p. 249. 811. Ibid, p. 276. 812. Ibid,
p. 283. 813. Peltzer,
F., El silencio, p. 163. 814. Ibid, p. 183. 815. Ibid, p. 185. 816. Ibid, p. 228. 817. Peltzer,
F., Un país y otro país, p. 120. 818. Ibid,
p. 203. 819. Peltzer,
F., La vuelta de la esquina, p. 70. 820. Ibid, p. 132. 821. Ibid, p. 299. 822. Ibid, p. 116. 823. Ibid, p. 118. 824. Ibid, p. 207. 825. Ibid, p. 288. 826. Peltzer,
F., El cementerio del tiempo, p. 57. 827. Peltzer,
F., La mi muerte, p. 39. 828. Peltzer,
F., Los oficios, p. 47. 829. Maas,
W., "Descendió a los infiernos", en Communio, Madrid, Encuentro,
Año 3, I/ 81, p. 70. 830. Ibid,
p. 81. 831. Balthasar,
H. U. von, Misterium Salutis, Madrid, Cristiandad, 1968, T. III/2, p. 741. 832. Andrés,
A., "Qué ocurriría en el mundo si nadie quisiera descender a los
infiernos", en Communio, Madrid, Encuentro, Año 3, I/ 81, p. 12. 833. Peltzer,
F., Tierra de nadie, p. 120. 834. Peltzer,
F., Compartida, loc. cit., p. 241. 835. Ibid,
p. 240. 836. "Tres
formas de soledad en tres novelas argentinas", en Señales, Buenos Aires,
mayo-junio 1961, número 130, año XII, p. 9. 837. Peltzer,
F., La noche, p. 122. 838. Ibid,
p. 135. 839. Ibid,
p. 19 840. Peltzer,
F., La razón del topo, p. 171. 841. Ibid, p. 167. 842. Ibid, p. 246. 843. Ibid, p. 265. 844. Maas,
W., "Descendió a los infiernos", ob. cit., p. 78. 845. Andrés,
A., "Qué ocurriría...", ob. cit., p. 11. 846. Peltzer,
F., La razón del topo, p. 202. 847. Ibid,
p. 283. 848. Peltzer,
F., La vuelta de la esquina, p. 95. 849. Ibid, p. 91. 850. Ibid, p. 233. 851. Ibid, p. 235. 852. Ibid, p. 232. 853. Ibid, p. 50. 854. Ibid, p. 112. 855. Ibid,
p. 160. 856. Peltzer,
F., La razón del topo, p. 169. 857. Peltzer,
F., La noche, p. 39. 858. Peltzer,
F., La vuelta de la esquina, p. 94. 859. Peltzer,
F., La razón del topo, p. 141. 860. Ibid, p. 195. 861. Ibid, p. 215. 862. Ibid, loc. cit., p. 272. 863. Ibid,
p. 277. 864. Ibid,
p. 283. 865. Peltzer,
F., Con muerte y con niños, p. 21. 866. Ibid,
p. 86. 867. Peltzer,
F., El silencio, p. 86. 868. Ibid, loc. cit., p. 58. 869. Ibid, p. 51. 870. Peltzer,
F., Un país y otro país, p. 180. 871. Ibid,
p. 227. 872. Ibid,
p. 231. 873. Peltzer,
F., El cementerio del tiempo, p. 63. 874. Peltzer,
F., La mi muerte, loc. cit., p. 87. 875. Peltzer,
F., Poesía secreta, p. 34. 876. Peltzer,
F., Los oficios, pp. 75/ 76. 877. Peltzer,
F., Los poemas del niño, p. 47. 878. Maas,
W., "Descendió a los infiernos", ob. cit., p. 73. 879. Peltzer,
F., El mar que tanto sabe de las piedras, "El nadador", p. 51. 880. Peltzer,
F., Poesía secreta, p. 10. 881. Ibid,
p. 10. 882. Ibid,
p. 10. 883. Balthasar,
H. U. von, Gloria, Madrid, Encuentro, 1989, tomo VII, p. 119. 884. Balthasar,
H. U. von, El problema de Dios en el hombre actual, ob. cit., (Homilía para
el Sábado Santo, Pseudo-Epifanio), p. 269. 885. Peltzer,
F., Tierra de nadie, p. 137. 886. Peltzer,
F., Compartida, p. 209. 887. Ibid,
p. 210. 888. Ibid,
p. 210. 889. Peltzer,
F., La razón del topo, loc. cit., p. 206. 890. Ibid,
p. 206. 891. Peltzer,
F., El silencio, p. 144. 892. Ibid,
p. 214. 893. Peltzer,
F., Poesía secreta, loc. cit., pp. 82/ 83. 894. Peltzer,
F., La vuelta de la esquina, p. 90. 895. Ibid, p. 175. 896. Ibid, p. 112. 897. Ibid, p. 206. 898. Peltzer,
F., Los oficios, p. 46. 899. Ibid,
p. 47. 900. Peltzer,
F., El mar que tanto sabe de las piedras, "El nadador", p. 48. 901. Ibid,
loc. cit., p. 55. 902. Balthasar,
H. U. von, El problema de Dios en el hombre actual, ob. cit., p. 255. 903. Ibid,
p. 255. 904. Peltzer,
F., Compartida, p. 241. 905. Peltzer,
F., La vuelta de la esquina, loc. cit, p. 267. 906. Creo
importante reiterar aquí que la presente investigación se refiere a un autor
cuya producción literaria sigue en marcha y cuya obra inédita a la fecha de
finalización de este trabajo suma más que el cincuenta por ciento de la
publicada. La criatura única de Peltzer no ha cerrado su ciclo. Por tanto, la
validez de estas afirmaciones, (de tenerla) se circunscribe a lo que el autor
lleva publicado a la fecha. 907. Balthasar,
H. U. von, Teología del descenso a los infiernos, ob. cit., p. 13. 908. Peltzer,
F., Tierra de nadie, pp. 57/ 58. 909. Ibid, p. 24. 910. Ibid, p. 15. 911. Ibid, p. 190. 912. Ibid, p. 66. 913. Ibid, p. 117. 914. Ibid, pp. 50/ 51. 915. Ibid, p. 191. 916. Ibid, p. 191. 917. Ibid, p. 186. 918. Ibid, p. 189. 919. Ibid, p. 192. 920. Ibid, loc. cit., p. 194. 921. Balthasar,
H. U. von, El problema de Dios en el hombre actual, ob. cit., p. 252. 922. Peltzer,
F., Compartida, pp. 84/ 85. 923. Ibid, p. 111. 924. Ibid, p. 142. 925. Ibid, p. 148. 926. Ibid, loc. cit., p. 149. 927. Ibid, p. 130. 928. Ibid, p. 163. 929. Ibid, p. 171. 930. Ibid, p. 191/ 192. 931. Ibid,
p. 160. 932. Ibid,
p. 163. 933. Peltzer,
F., La noche, p. 147. 934. Ibid, p. 36. 935. Ibid, p. 40. 936. Ibid, p. 41. 937. Ibid, p. 63. 938. Ibid, p. 128. 939. Ibid, pp. 68/ 69. 940. Ibid,
p. 151. 941. Ibid,
p. 151. 942. Peltzer,
F., La razón del topo, p. 13. 943. Ibid, p. 86. 944. Ibid, p. 87. 945. Ibid, p. 91. 946. Ibid, p. 129. 947. Ibid, pp. 169/ 170. 948. Andrés,
A.,"Qué ocurriría en el mundo...", ob. cit., p. 12. 949. Peltzer,
F., La razón del topo, p. 200. 950. Ibid, p. 214. 951. Ibid, p. 219. 952. Ibid, p. 235. 953. Ibid, p. 276. 954. Ibid, p. 293. 955. Ibid, p. 289. 956. Ibid,
p. 299. 957. Maas,
W., "El misterio del Sábado Santo", ob. cit., pp. 1/ 2. 958. Peltzer,
F., La razón del topo, p. 296. 959. Andrés,
A., "Qué ocurriría en el mundo...", ob. cit., p. 26. 960. Peltzer,
F., La vuelta de la esquina, p. 10. 961. Ibid, p. 16. 962. Ibid, p. 24. 963. Ibid, p. 26. 964. Ibid, p. 241. 965. Ibid, p. 243. 966. Ibid, p. 90. 967. Ibid, p. 120. 968. Ibid, p. 200. 969. Ibid, p. 277. 970. Ibid, p. 291. 971. Ibid, p. 292. 972. Ibid, p. 134. 973. Ibid, p. 48. 974. Ibid, p. 97. 975. Ibid, p. 266. 976. Ibid, p. 298. 977. Ibid, p. 113. 978. Ibid, p. 47. 979. Ibid, p. 166. 980. Ibid, p. 105. 981. Ibid, p. 181. 982. Ibid,
p. 182. 983. Ibid,
p. 137. 984. Ibid,
pp. 48, 49, 246 y 249. 985. Ibid, pp. 80/ 81. 986. Ibid, p. 264. 987. Ibid, p. 267. 988. Ibid, p. 170. 989. Ibid, p. 190. 990. Ibid, p. 11. 991. Ibid, p. 170. 992. Ibid, p. 248. 993. Ibid, p. 182. 994. Ibid, p. 166. 995. Ibid, p. 46. 996. Ibid, pp. 170/ 181. 997. Ibid, p. 47. 998. Ibid, p. 50. 999. Ibid, p. 75. 1000. Ibid, p. 168. 1001. Ibid, p. 244. 1002. Ibid, loc. cit., p. 267. 1003. Ibid, p. 99. 1004. Ibid, p. 103. 1005. Ibid, p. 145. 1006. Ibid, p. 101. 1007. Ibid, p. 76. 1008. Ibid, p. 88. 1009. Ibid, p. 134. 1010. Ibid, pp. 179/ 180. 1011. Ibid, p. 182. 1012. Ibid, p. 206. 1013. Ibid, pp. 282/ 283. 1014. Ibid, p. 81. 1015. Ibid, p. 113. 1016. Ibid, p. 176. 1017. Ibid, p. 184. 1018. Ibid, p. 271. 1019. Ibid, p. 294. 1020. Ibid, p. 298. 1021. Ibid, p. 259. 1022. Ibid, p. 260. 1023. Ibid, p. 261. 1024. Ibid, p. 260. 1025. Ibid, p. 198. 1026. Ibid, p. 288. 1027. Ibid, loc. cit., p. 188. 1028. Ibid, p. 171. 1029. Ibid, p. 271. 1030. Ibid, p. 298. 1031. Peltzer,
F., Los oficios, p. 63. 1032. Ibid, p. 73. 1033. Ibid, pp. 85/ 86. 1034. Andrés,
A., "Qué ocurriría en el mundo...", ob. cit., p. 17. 1035. Peltzer,
F., El silencio, p. 49. 1036. Ibid, p. 75. 1037. Ibid, p. 53. 1038. Ibid, p. 47. 1039. Ibid, p. 79. 1040. Ibid, p. 79. 1041. Ibid, p. 54. 1042. Ibid, p. 58. 1043. Ibid, p. 78. 1044. Ibid, p. 79. 1045. Ibid, loc. cit., p. 68. 1046. Ibid, p. 78. 1047. Ibid, p. 161. 1048. Ibid, p. 162. 1049. Ibid, p. 165. 1050. Ibid, p. 164. 1051. Ibid, p. 167. 1052. Ibid, p. 167. 1053. Ibid, p. 167. 1054. Ibid, p. 169. 1055. Ibid, p. 172. 1056. Ibid, p. 172. 1057. Ibid, p. 172. 1058. Ibid, pp. 171/ 172. 1059. Ibid, p. 161. 1060. Ibid, p. 159. 1061. Ibid, p. 163. 1062. Ibid, p. 166. 1063. Ibid, p. 161. 1064. Ibid, p. 169. 1065. Ibid, p. 164. 1066. Ibid, p. 166. 1067. Ibid, p. 166. 1068. Ibid,
p. 167. 1069. Ibid,
p. 160. 1070. Peltzer,
F., Un país y otro país, p. 177. 1071. Ibid, p. 176. 1072. Ibid, p. 178. 1073. Ibid, p. 179. 1074. En
La vuelta de la esquina, la narración del suicidio del padre de Elsa parece
la continuación de esta historia: "Alguien lo vio caminando por el borde
de la escollera [...] solo, a pesar del viento, las olas que rompían y lo
mojaban; [...] lo había visto saltar, casi en la punta de la escollera, donde
el mar era profundo." p. 62. 1075. Ibid,
pp. 181/ 182. 1076. Ver:
Anderson Imbert, E., Teoría y técnica del cuento, ob. cit., p. 220. 1077. Peltzer,
F., Fronteras, "El Filisteo", p. 80. 1078. Ibid, p. 56. 1079. Ibid, p. 67. 1080. Ibid, p. 73. 1081. Ibid, p. 73. 1082. Ibid, p. 73. 1083. Ibid, p. 74. 1084. Ibid,
p. 80. 1085. Peltzer,
F., El cementerio del tiempo, p. 103. 1086. Ibid, p. 103. 1087. Ibid, p. 105. 1088. Ibid, p. 106. 1089. Ibid,
p. 106. 1090. Ibid,
p. 107. 1091. Peltzer,
F., Tierra de nadie, p. 41. 1092. Ibid, loc. cit., p. 141. 1093. Ibid, p. 166. 1094. Ibid, p. 194. 1095. Ibid, loc. cit., p. 199. 1096. Peltzer,
F., Compartida, p. 17. 1097. Ibid, p. 17. 1098. Ibid. p. 93. 1099. Ibid, p. 15. 1100. Ibid, p. 25. 1101. Ibid, p. 15. 1102. Ibid, p. 84. 1103. Ibid,
p. 114. 1104. Ibid,
p. 211. 1105. Peltzer,
F., La noche, p. 25. 1106. Ibid, p. 128. 1107. Ibid, p. 12. 1108. Ibid, p. 58. 1109. Ibid, p. 70. 1110. Ibid, p. 86. 1111. Ibid, p. 51. 1112. Ibid, p. 63. 1113. Ibid, p. 117. 1114. Ibid, p. 120. 1115. Ibid, p. 138. 1116. Ibid, p. 152. 1117. Ibid, p. 153. 1118. Peltzer,
F., La razón del topo, p. 11. 1119. Ibid, pp. 114/ 115. 1120. Ibid, p. 132. 1121. Ibid, p. 233. 1122. Ibid, p. 248. 1123. Ibid, p. 14. 1124. Ibid, p. 86. 1125. Ibid, p. 101. 1126. Ibid, pp. 122/ 123. 1127. Ibid, p. 169. 1128. Ibid, p. 199/ 200. 1129. Ibid, p. 217. 1130. Ibid, p. 220/ 221. 1131. Ibid, p. 223. 1132. Ibid, p. 268. 1133. Ibid, p. 223. 1134. Ibid, p. 223. 1135. Ibid, p. 223. 1136. Ibid, p. 226. 1137. Ibid, p. 278. 1138. Ibid, p. 80. 1139. Ibid,
p. 283. 1140. Ibid,
p. 283. 1141. Puente,
G. S., Voces en "La vuelta de la esquina" de Federico Peltzer,
1986, p. 9, inédito. 1142. Peltzer,
F., La vuelta de la esquina, p. 50. 1143. Ibid, p. 56. 1144. Ibid, p. 272. 1145. Ibid, p. 51. 1146. Ibid, p. 114. 1147. Ibid, p. 59. 1148. Ibid, p. 274. 1149. Ibid, p. 88. 1150. Ibid, p. 163. 1151. Ibid, p. 253. 1152. Ibid, p. 285. 1153. Ibid, p. 111. 1154. Ibid, p. 134. 1155. Ibid, p. 112. 1156. Ibid, p. 141. 1157. Ibid, p. 175. 1158. Ibid, loc. cit., p. 188. 1159. Ibid, p. 182. 1160. Ibid,
p. 231. 1161. Ibid,
p. 234. 1162. Peltzer,
F., El mar que tanto sabe de las piedras, "Scheherazada", p. 196. 1163. Ibid,
p. 197. 1164. Ibid,
p. 197. 1165. Dice
al respecto Maas: "Por tanto, si y en tanto que por una parte abandono
de Dios y de los hombres, ausencia de relación, son el resumen de sheol, y
por otra parte el sheol está presente en medio de esta vida, entonces puede
darse la igualdad descenso=abandono, abandono= descenso. Ambos son conceptos
casi intercambiables, si no se quiere dejar de atender a determinados matices
y desplazamientos de acento en cualesquiera usos. El concepto de sheol, que
en principio parecía míticamente lejano, obtiene así relevancia y actualidad
antropológica en el concepto existencial de abandono. El sheol resulta vivo
en en el fenómeno experimentable del abandono en el más amplio sentido. Ya
hemos dicho al comienzo que este fenómeno se encuentra también presente en la
moderna literatura." "Descendió a los infiernos", ob. cit., p.
74. 1166. Peltzer,
F., La sed con que te llevo, p. 57. 1167. Exceptúo
de esta consideración el ensayo El amor creación en la novela por razones de
género literario. 1168. Peltzer,
F., Compartida, p. 231. 1169. Ibid,
p. 227. 1170. Peltzer,
F., El silencio, p. 166. 1171. Peltzer,
F., Poesía secreta, p. 21. 1172. Peltzer,
F., Tierra de nadie, p. 52. 1173. Peltzer,
F., Poesía secreta, p. 38. 1174. Peltzer,
F., La mi muerte, p. 25. 1175. Peltzer,
F., El mar que tanto sabe de las piedras, p. 110. 1176. Peltzer,
F., Compartida, loc. cit., p. 206. 1177. Peltzer,
F., La sed con que te llevo, loc. cit., p. 41. 1178. Ibid,
p. 42. 1179. Peltzer,
F., La noche, pp. 142/ 143. 1180. Peltzer,
F., Un país y otro país, loc. cit., p. 183. 1181. Peltzer,
F., Poesía secreta, p. 44. 1182. Ibid,
p. 46. 1183. Ibid,
p. 55. 1184. Peltzer,
F., Los oficios, p. 31. 1185. Ibid,
p. 36. 1186. Peltzer,
F., Tierra de nadie, p. 124. 1187. Peltzer,
F., Con muerte y con niños, p. 100. 1188. Peltzer,
F., La mi muerte, p. 45. 1189. Peltzer,
F., El silencio, p. 105. 1190. Ibid,
p. 166. 1191. Peltzer,
F., Un país y otro país, p. 131. 1192. Peltzer,
F., La vuelta de la esquina, p. 85. 1193. Peltzer,
F., El mar que tanto sabe de las piedras, "El mar que tanto sabe de las
piedras", p. 84. 1194. Peltzer,
F., La mi muerte, p. 45. 1195. Peltzer,
F., La razón del topo, p. 245. 1196. Peltzer,
F., La mi muerte, pp. 35/ 36. 1197. Peltzer,
F., Un país y otro país, p. 131. 1198. Peltzer,
F., Poesía secreta, p. 44. 1199. Peltzer,
F., El cementerio del tiempo, pp. 148/ 149. 1200. Peltzer,
F., La razón del topo, p. 183. 1201. Peltzer,
F., Poesía secreta, p. 55. 1202. Peltzer,
F., La vuelta de la esquina, p. 212. 1203. Peltzer,
F., Los oficios, p. 29. 1204. Peltzer,
F., El mar que tanto sabe de las piedras, "El nadador", p. 52. 1205. Peltzer,
F., La sed con que te llevo, p. 28. 1206. Peltzer,
F., Poesía secreta, p. 9. 1207. Ibid,
p. 15. 1208. Peltzer,
F., El mar que tanto sabe de las piedras, "El nadador", p. 11. 1209. Peltzer,
F., Tierra de nadie, loc. cit., p. 189. 1210. Ibid,
loc. cit., p. 199. 1211. Peltzer,
F., Poesía secreta, p. 9. 1212. Peltzer,
F., La vuelta de la esquina, loc. cit., pp. 133/ 134. 1213. Peltzer,
F., Tierra de nadie, p. 124. 1214. Peltzer,
F., Compartida, p. 37. 1215. Ibid,
loc. cit., p. 206. 1216. Peltzer,
F., La vuelta de la esquina, p. 21. 1217. Ibid,
loc. cit., p. 116. 1218. Peltzer,
F., Los oficios, p. 23. 1219. Peltzer,
F., El mar que tanto sabe de las piedras, "Scheherazada", p. 170. 1220. Peltzer,
F., La sed con que te llevo, p. 22. 1221. Peltzer,
F., La razón del topo, p. 257. 1222. Peltzer,
F., Compartida, p. 106. 1223. Peltzer,
F., La razón del topo, p. 105. 1224. Ibid, p. 134. 1225. Ibid, p. 166. 1226. Ibid, p. 194. 1227. Peltzer,
F., El mar que tanto sabe de las piedras, "El nadador", p. 51. 1228. Peltzer,
F., La noche, loc. cit., p. 107. 1229. Peltzer,
F., La razón del topo, p. 171. 1230. Peltzer,
F., Tierra de nadie, p. 135. 1231. Peltzer,
F., Compartida, p. 125. 1232. Ibid,
p. 137. 1233. Ibid,
p. 233. 1234. Peltzer,
F., La noche, p. 129. 1235. Peltzer,
F., La razón del topo, p. 118. 1236. Ibid,
p. 252. 1237. Ibid,
p. 269. 1238. Peltzer,
F., El silencio, p. 203. 1239. Peltzer,
F., Un país y otro país, p. 209. 1240. Peltzer,
F., Poesía secreta, p. 34. 1241. Peltzer,
F., La vuelta de la esquina, p. 61. 1242. Ibid, p. 239. 1243. Ibid, p. 278. 1244. Ibid, loc. cit., p. 279. 1245. Peltzer,
F., Los poemas del niño, p. 13. 1246. Peltzer,
F., El mar que tanto sabe de las piedras, "El nadador", p. 37. 1247. Peltzer,
F., Compartida, p. 178. 1248. Ibid,
loc. cit., p. 240. 1249. Peltzer,
F., El silencio, loc. cit., p. 233. 1250. Peltzer,
F., La vuelta de la esquina, p. 16. 1251. Ibid, p. 25. 1252. Ibid, p. 44. 1253. Ibid, p. 84. 1254. Ibid, p. 100. 1255. Ibid, p. 110. 1256. Ibid, p. 122. 1257. Ibid, p. 139. 1258. Ibid, p. 151. 1259. Ibid, p. 173. 1260. Ibid, loc. cit., p. 182. 1261. Ibid, p. 247. 1262. Ibid,
p. 295. 1263. Ibid,
p. 296. 1264. Peltzer,
F., La razón del topo, p. 245. 1265. Peltzer,
F., Los poemas del niño, p. 47. 1266. En
Boletín de la Academia Argentina de Letras, ob. cit., p. 223. 1267. Peltzer,
F., La razón del topo, loc. cit., p. 274. 1268. Lagerkvist,
P., Prólogo a las Obras Completas, ob. cit., loc. cit., p. 51. 1269. Peltzer,
F., La mi muerte, loc. cit., pp. 40/ 41. 1270. Peltzer,
F., El mar que tanto sabe de las piedras, p. 41. 1271. Ibid, p. 78. 1272. Ibid, pp. 111/ 112. 1273. Ibid,
p. 195. 1274. Peltzer,
F., Poesía secreta, p. 83. 1275. Peltzer,
F., La razón del topo, loc. cit., p. 251. 1276. Peltzer,
F., Compartida, loc. cit., p. 165. 1277. Peltzer,
F., La noche, loc. cit., p. 52. 1278. Peltzer,
F., "Unamuno en tres novelas", en Estudios, Buenos Aires, 1964,
número 557, loc. cit., p. 544. 1279. Peltzer,
F., El silencio, loc. cit., p. 21. 1280. Peltzer,
F., La sed con que te llevo, loc. cit., p. 29. 1281. Peltzer,
F., La razón del topo, loc. cit., p. 35. 1282. Ibid,
loc. cit., p. 81. 1283. Peltzer,
F., El silencio, loc. cit., p. 246. 1284. Peltzer,
F., El cementerio del tiempo, p. 114. 1285. Peltzer,
F., La razón del topo, loc. cit., p. 86. 1286. Peltzer,
F., El cementerio del tiempo, pp. 113/ 114. 1287. Peltzer,
F., "A Bariloche", en Antología del cuento fantástico, Cócaro N. y
Serrano Redonnet, Buenos Aires, Emecé, 1976, p. 216. 1288. Peltzer,
F., Poesía secreta, p. 81. 1289. Peltzer,
F., El mar que tanto sabe de las piedras, p. 153. 1290. Ibid, p. 141. 1291. Ibid, p. 142. 1292. Ibid, p. 154. 1293. Peltzer,
F., El silencio, loc. cit., pp. 40/ 41. 1294. Peltzer,
F., La mi muerte, loc. cit., p. 62. 1295. "Panorama
de la literatura argentina", en Señales, Buenos Aires, junio 1960,
número 121, año XII, p. 11. 1296. Peltzer,
F., El mar que tanto sabe de las piedras, pp. 23/ 24. 1297. Ibid, p. 35. 1298. Ibid, p. 79. 1299. Ibid, p. 178. 1300. Ibid,
p. 155. 1301. Balthasar,
H. U. von, La esencia de la verdad, Buenos Aires, Sudamericana, 1955, p. 231. 1302. Ibid,
p. 232. 1303. Peltzer,
F., El silencio y la sed, ob.cit. 1304. Speyr,
Adrienne von, El hombre ante Dios, Madrid, Encuentro, 1978, p. 42. 1305. Peltzer,
F., Fronteras, "El Filisteo", loc. cit., p. 80. 1306. Peltzer,
F., El silencio y la sed, Buenos Aires, Agón, 1994, p. 53. * Se agradece a la doctora Ana
Benda, la autorización para la publicación de este libro |