Ángel de Saavedra (Duque de Rivas)


Malek-Adhel



Tragedia en cinco actos

Advertencia
Habiendo venido casualmente a mis manos las apreciables obras
de madama Cottin, leí con sumo placer en ellas la preciosa novela
titulada Matilde, y concebí inmediatamente el proyecto de escribir
esta tragedia, aunque no dejaron de arredrarme la maestría con que
aquella famosa escritora desempeñó su argumento y las bellezas de
toda especie con que lo engalanó su delicadeza y sensible pluma.
Consulté mi pensamiento con algunos inteligentes, y, aunque todos
procuraron disuadirme, haciéndome patentes las dificultades con que
iba a luchar, yo, ya decidido, tracé en grande esta composición,
venciendo en cuanto pude los obstáculos que me ofrecía el reducir a
cinco actos, a un solo lugar y a doce o catorce horas de tiempo, una
acción de una novela de cinco o seis años de duración, complicada
con mil incidentes importantísimos, que llena tres tomos abultados.
Procuré, sin embargo, escoger los sucesos más interesantes,
reunirlos y apresurar notablemente la catástrofe; y, después de
trazar, borrar, meditar y escribir, formé al fin con gran
desconfianza un prolijo plan de esta tragedia, que manifesté a mis
amigos y mereció su agrado. Dediquéme entonces con calor a
versificarla, y lo logré en pocos días, pues la mayor parte de sus
razonamientos son casi traducción literal de la elegante y
sentimental autora de la Matilde, y, siguiendo siempre sus huellas,
llegué al cabo de mi tarea.
Por tanto, esta tragedia es más de madama Cottin que mía; suyo
es el argumento, suyas las situaciones, suyos los caracteres y suya
la mayor parte del diálogo; y míos, solamente el plan dramático, los
versos y alguna que otra escena, tal vez las más endebles.
Finalmente, si hay bellezas en Malek-Adhel, son de aquella insigne
francesa, y todos los defectos, míos.
Espero, sin embargo, que si algún día sale a la escena, la
mirarán con indulgencia los que conocen la dificultad de este género
de trabajo y los obstáculos que hay que vencer para dar forma
trágica a la acción de una novela.
A. DE S.

MALEK-ADHEL
PERSONAS
MALEK-ADHEL, hermano de Saladino.
MATILDE, princesa de Inglaterra.
GUILLELMO, arzobispo de Tiro.
LUSIÑÁN, rey de Jerusalén.
HUGO, príncipe de Tiberíades.
RICARDO, rey de Inglaterra.
PRÍNCIPES CRUZADOS.
DAMAS de Matilde.
ESCUDEROS de Lusiñán.
GUARDIAS.
PAJES.

La escena es en Ptolomayda. Los cuatro primeros actos, en un salón
del palacio de los reyes cruzados, y el quinto, en la capilla
extramuros donde estaba el sepulcro de Montmorency.
La acción empieza al amanecer y concluye a medianoche.

Acto primero

ESCENA I
MATILDE, sola
MATILDE.Ya de Carmelo en la fragosa cumbre
brilla la luz del sol, y sus reflejos
al ronco mar, imagen espantosa
de mi confuso y agitado seno,
próximo anuncia el tremendo día
que mi Destino va a fijar... ¡Oh cielos!...
¡Matilde desdichada!... ¡Cuál palpita
tu enamorado y afligido pecho!...
Paz deliciosa, cuyas dulces alas
mi edad primera plácidas cubrieron,
¿dónde estás?... ¿Dónde estás, mansión dichosa
de inocencia y virtud? ¡Fatal momento
en que osé abandonar vuestro recinto
sacrosanto y feliz!... Ya el mudo sueño
huye con las tinieblas de la noche;
la decisión se acerca... ¡Dios eterno!
Hoy, ¡para siempre!..., en los desiertos mares
este sol mismo esconderá su fuego
y ya mi suerte, ¡oh confusión!, ¡oh, día!
Malek-Adhel, Malek-Adhel... Guillelmo...
volad en mi favor. ¡Piadoso y santo
arzobispo de Tiro! Sí, tu celo
convertirá a mi amante, y Dios benigno
con la fe santa alumbrará su pecho.
Mas cuánto tarda, ¡cuánto! Hoy el concilio
va a resolver... y acaso... Me estremezco.
No, prelado ejemplar; sin tu presencia
no osará decidir... Sin ti, ¿qué espero?
¿No podrá suspenderse? ¡Ay!, si el buen Hugo
favorecer quisiera mis intentos;
no me abandonará: la amistad pura
le ha unido con Adhel, y es caballero.
¿Y sin rubor podré manifestarle
el criminal amor en que me incendio?
¡Criminal! ¡Ah! ¿Por qué, Dios de venganza,
amo a un infiel, a un impío sarraceno?
Pero tú, que formaste sus virtudes,
sabrás, benigno, perdonar mi yerro.
Tu piedad sólo...

ESCENA II
MATILDE y HUGO
HUGO. La condesa Herminia
me dijo, alta princesa, ha corto tiempo
que a este lugar mis pasos dirigiera
a encontrarme con vos. Y ansioso vengo
a vuestras plantas. ¡oh Matilde!,
de escuchar y cumplir vuestros preceptos.
MATILDE.¡Hugo ilustre!
HUGO. Señora...
MATILDE. En vos
tan sólo
puede encontrar mi agitación consuelo.
Que no extrañéis el infeliz estado
en que mi corazón se encuentra os ruego.
Sabéis de Saladino las propuestas
que de Jerusalén cede el imperio
al gran Malek-Adhel, su hermano heroico,
con tal que a mí se enlace en himeneo.
¿Sabéis que los obispos y legados
ha ocho luces discuten en secreto
sobre abrazar o rechazar al punto
esta proposición, y ya el Consejo
va a congregarse por la vez postrera,
y hoy debe decidir?... Mas ¿podrá hacerlo
sin escuchar el parecer prudente
del prelado de Tiro, cuyo celo,
profunda ciencia y santidad sublime
tan necesarios son para el acierto?
HUGO.Tal mi dictamen es; tal es, Matilde;
y sin la autoridad del gran Guillelmo,
cualquiera decisión... Mas ¡oh princesa!,
Ricardo y Lusiñán están resueltos...
El concilio tal vez...
MATILDE. ¡Oh Dios!
HUGO.Señora, ¿Y si la decisión se hubiese puesto
en vuestra mano?...
MATILDE. ¡Ay Hugo!
HUGO.
Alta princesa,
perdonad, perdonad. Estuve un tiempo
al lado de Malek. Cuando los muros
de la santa Sión rotos cayeron ante
el poder del furibundo persa,
y el trono del insigne Godofredo
Saladino ocupó, yo, cautivado
y entre cadenas bárbaras envuelto,
a sus plantas me vi. Su hermano heroico,
el gran Malek-Adhel, cuyo denuedo
humilló los católicos pendones,
movido a compasión, rompió mis hierros.
Y vida y libertad, hijos y esposa,
sus generosas manos me volvieron.
Conozco las virtudes eminentes
que le adornan, Matilde. Si su acero
es rayo destructor, terror y asombro
de las huestes cruzadas; si su esfuerzo
con mengua nos lanzó de Palestina,
su corazón tiernísimo y sincero,
su esplendente heroísmo, su grandeza,
su generosidad, sus altos hechos,
encanto son de amigos y enemigos...
¡Oh Dios piadoso!... ¡Los errores ciegos
de Mahomet infernal virtudes tantas
hundirán para siempre!
MATILDE. ¡Justo Cielo!
HUGO.Amo a Malek-Adhel. ¿Y quién, señora,
no lo ha de amar, si llega a conocerlo?
MATILDE.Príncipe, ¿qué decís?... ¡Verdad terrible!...
HUGO.Notorios son los infortunios vuestros.
Harto, señora, sé que sus virtudes
a vos patente como a nadie fueron.
MATILDE.¡Cuánto ignoráis aún!... ¡Suerte tremenda!...
Escuchad Mas ¡ay mísera!... Yo tiemblo...
HUGO.¿Qué, señora? No alcanzo, confiadme...
MATILDE.Príncipe, ¡qué tristísimo secreto
os voy a revelar!... Compadecedme...
Un sagrado solemne juramento
me obliga a ser su esposa. Si el concilio
reprueba las propuestas...
HUGO. ¡Ah!... ¿Y
es cierto,
princesa? ¿Habéis jurado ser su esposa?
¿Esposa de un infiel?
MATILDE. Príncipe, os
ruego
que me compadezcáis.
HUGO. ¿Cómo?...
MATILDE.
Cautiva
en el ondoso mar del sarraceno
de ese Malek-Adhel, su noble brío
vi con pavor y su marcial denuedo.
Después, un año en su poder, lo heroico
de su alma y los hermosos sentimientos
conocí por mi mal, y absorta entonces
vi que aquel corazón de duro hierro
en los sangrientos y hórridos combates
abrigaba dulcísimos afectos.
¡Dios!... ¡Cuánto le debí!... ¡Qué nobles muestras
de sumisión!... En el alcázar regio
que allá venera el Támesis umbrío
no encontrara jamás tanto respeto.
Él... ¿Para qué me canso, Hugo prudente,
sus acciones sublimes refiriendo,
si vos le conocéis?...
HUGO. Sí; le conozco,
y sé el voraz inapagable incendio
en que ardió al admirar las perfecciones
con que os dotó tan liberal el Cielo.
MATILDE.Completó un giro en derredor del mundo
del refulgente sol el curso eterno,
y en su poder me vio, más combatida
de su ardoroso llanto, de sus ruegos
de su constante amor y sus virtudes
que esta playa lo está del mar horrendo.
HUGO.¿Por qué no fue la fuga vuestro escudo?
MATILDE.Mil veces lo intenté. Mas, ¡ay!, el Cielo
contrarió mi afanar. Cuando en Damieta,
sola me vi, dispuse en el momento
mi peligro evitar. Huyo anhelosa
con cien cristianos bravos caballeros,
y en busca voy de un santo cenobita,
que habitaba en las costas del Bermejo,
para fortalecer con sus virtudes
mi vacilante y combatido pecho.
Le encuentro al fin; mi suerte miserable
le hago patente, y su sublime ejemplo,
y su honda austeridad, y su prudencia,
y su ferviente orar, y sus consejos,
vigorizan mi espíritu abatido
y la tranquilidad torna a mi seno.
A volver a estos muros me aprestaba,
cuando una tropa vil de árabes fieros
sorprende a los cristianos de mi escolta,
al santo penitente fin horrendo
dan al pie del altar, ante mis ojos:
es vana la defensa, es vano el ruego.
Cuantos intentan defenderme rinden
al filo agudo el generoso cuello.
Y ya la muerte atroz me amenazaba,
cuando al crujir del pavoroso acero
miro a Malek-Adhel con sus valientes,
que me busca y me encuentra en tanto riesgo.
Llega, combate, vence, ahuyenta, humilla,
desbarata a los viles bandoleros
y me salva la vida.
HUGO. ¡Oh generoso
y valiente Malek!
MATILDE. Estadme atento,
escuchad algo más. Mirando ufano
su sangre y sus heridas con desprecio,
sólo cuida de mí, que, desmayada
me ve en el lodo del sangriento suelo.
Servido de los suyos, me acomoda
en su caballo, de sudor cubierto,
y me aleja veloz de aquellos sitios,
do me llevara mi destino adverso.
Al asomar la plateada luna
en la abrasada arena del desierto,
me hallo de inmensa soledad cercada
y de pavor y hondísimo silencio
con Adhel y los pocos que le siguen...
Pero aun riesgo mayor guardaba el Cielo
a esta infeliz...
HUGO. ¡Oh Dios!
MATILDE. Cuando
los rayos
de la primera luz aparecieron
y ansiosos esperábamos el día,
se aumentaron, ¡oh príncipe!, los riesgos.
La sed y la fatiga y los ardores
de la abrasada arena en nuestros pechos
robaron el valor y la constancia,
y más al advertir presagios ciertos
de que a agitar los vastos arenales
de aquel espacio el requemado viento
del ardoroso Sur se preparaba,
y a dar a nuestras vidas fin funesto.
Entonces, con terribles alaridos,
los bárbaros soldados sarracenos
que siguen a Malek claman furiosos,
en ronco grito y en tumulto fiero,
que el amor de su jefe a una cristiana
con tales plagas castigaba el Cielo.
Y, fanáticos, rompen la obediencia,
y en mí vengar su situación quisieron.
El gran Malek-Adhel, que, absorto,
mira la infame sedición y horrible intento,
empuñando la corva cimitarra
su número desprecia, y sobre ellos
se lanza denodado, como suele
el rayo ardiente al resonar del trueno,
y mata, y atropella, y todos ceden,
y me salva otra vez. Viles, huyeron
dejando a su señor, y a mí en sus brazos,
yerta, y pálida, y muda, y sin aliento.
¡Dios! Tú lo presenciaste.... tú, ¡oh Dios santo!,
vistes allí su amor y su respeto.
Él me salvó mi vida tantas veces,
salvó mi honor y mi inocencia a un tiempo.
¿Quién su moderación, y su heroísmo,
y su amor, y su llanto, y sus esfuerzos
pudiera ver sin interés?....¡Ay Hugo!,
entonces el terrible juramento
mi labio y mi alma toda pronunciaron,
que no es mi corazón rígido acero.
HUGO.Cuánto combate, ¡oh Dios!... ¿quién resistiera?
Bien vuestro amor y gratitud comprendo.
Pero ¿después?
MATILDE. Llegamos a Damieta,
venciendo al fin tan horroroso riesgo.
Y entonces, ¡oh virtud!, con mi palabra
el gran Malek, premiado y satisfecho,
a sí mismo se vence, y, generoso,
me da la libertad y cien guerreros
cristianos para escolta. Y al gallardo
noble Montmorency, francés excelso,
le encarga mi custodia. ¡Amable joven
que murió en mi defensa! El filo horrendo
de la sañuda Parca ante mis ojos
cortó cual tierna flor su ilustre cuello.
Ved, pues, mi situación... Estos tratados,
esta paz que el Soldán nos ha propuesto,
todo es obra de Adhel... Si los obispos
se opusieran... ¡Oh Dios!... Sólo Guillelmo...
HUGO.¿Y de Tiro juzgáis que el gran prelado
podrá acceder a que una el himeneo
a una princesa, honor del cristianismo,
con un príncipe infiel?...
MATILDE. ¡Infiel!...
El Cielo,
el Cielo, que conoce sus virtudes,
alumbrará su generoso pecho.
De Guillelmo las santas persuasiones...
HUGO.Si así fuese...
MATILDE. Suspéndase el Consejo.
Por piedad, por piedad...
HUGO. Pero,
Matilde,
un tenebroso impenetrable velo
nos esconde el lugar donde se encuentra
el prelado de Tiro; ni sabemos
a dó se encaminara, ni si torna,
y tal vez la tardanza...
MATILDE. Nada
debo
ocultaros, ¡oh príncipe! Movido
de mi justo temor y de mis ruegos,
el gran Malek-Adhel marchó en su busca,
dejando los festines y torneos
do a favor de la tregua que gozamos
ostentaba su amor y su denuedo.
Y por Kaled de recibir acabo
de que hoy llegan los dos aviso cierto.
Y es forzoso...
HUGO. ¡Matilde!
MATILDE. Hugo,
acordaos
que Adhel os libertó del cautiverio.
HUGO.Lusiñán y Ricardo se aproximan.
MATILDE.Vos mi esperanza sois y mi consuelo.

ESCENA III
MATILDE, HUGO, RICARDO, LUSIÑÁN y PRÍNCIPES CRUZADOS
RICARDO.Matilde, ya el concilio venerando
por la postrera vez reunido vemos,
y sin duda, su voto será guerra,
no vergonzosa paz. Así lo espero
de los sabios prelados que lo forman
y de su rectitud y santo celo.
Y con esta esperanza, hermana mía,
quiero manifestarte mis deseos.
El grande Lusiñán de Palestina
y de Jerusalén rey verdadero
tu mano anhela y elevarte al trono
do mi brazo otra vez ha de ponerlo.
Soy tu hermano y tu rey; le he prometido
que tú suya serás, que el himeneo...
MATILDE.Señor..., Ricardo... ¿Qué? ¿Cuándo reunidos
los jefes de la Iglesia discutiendo
están sobre la paz que Saladino,
por sus embajadores, ha propuesto;
cuando vos, ¡oh mi hermano!, y las cabezas
del católico ejército europeo
a su ciencia y virtud han confiado
tan ardua decisión; sin datos ciertos
de cuál será su voto, de mi mano
disponéis?
LUSIÑÁN. ¡Oh Matilde!
RICARDO. ¿Y el
Consejo
podrá votar jamás? ¡Oh infamia! ¡Oh mengua!
¿Qué presa vil de un torpe sarraceno
que de la alta princesa de Britania?
¿La hermana de Ricardo?... Me avergüenzo
de que tal duda, baldonosa, horrible,
quepa un instante en tu cristiano pecho.
MATILDE.¡Señor!...
RICARDO. Matilde, tu inocencia sólo
te puede disculpar... Hoy el decreto
de los obispos fijará...
MATILDE. ¿Y acaso
osarán
decidir sin que Guillelmo,
cuya alta clase y santidad sublime,
ciencia y reputación?...
RICARDO. Ya te
comprendo
el gran prelado de la excelsa Tiro,
de Ptolomayda y de sus muros lejos,
se ignora dónde está. Más dilaciones
no admite el decidir.
MATILDE. Yo, por el
Cielo,
te juro que antes que concluya el día
dentro de estas murallas le veremos.
RICARDO.¿Hoy debe de llegar? ¿Cómo?...
MATILDE.
Ricardo,
hoy mismo; yo lo sé.
LUSIÑÁN. ¡Destino
adverso!
MATILDE.Y qué, ¿no será justo, hermano mío,
para resolución de tanto peso,
esperar su llegada? ¡Oh vos, valientes
príncipes!, decidid.
LUSIÑÁN. Ricardo
egregio:
¿y vos consentiréis que se suspenda
de los santos obispos el consejo
ni un instante? ¡Señor!...
MATILDE. ¡Hugo!
HUGO.
Si llega,
cual la princesa afirma, el gran Guillelmo
debe al punto cesar y suspenderse,
hasta escuchar su veto. El santo celo
que arde en su corazón, y su prudencia
y su ínclita virtud...
PRÍNCIPES CRUZADOS. Quede
suspenso
el concilio.
HUGO. Sí; debe suspenderse.
La equidad y razón lo están pidiendo.
RICARDO.Quede, pues.
LUSIÑÁN. ¡Ah Matilde!
MATILDE. Acompañadme,
Hugo; y vosotros, príncipes excelsos,
avisad sin tardanza a los prelados
que-esperen la llegada de Guillelmo.

ESCENA IV
RICARDO y LUSIÑÁN
LUSIÑÁN.Señor, ¿así ceder?... Hoy que se cumple
la vergonzosa tregua en que yacemos,
¿la decisión va a suspenderse? ¡Oh mengua!
¿Cuando ceñimos el tajante acero
a la negociación darle acogida
y dilaciones tímidas?... Ya veo
que los ínclitos reyes de Occidente
sus formidables huestes condujeron
orillas del Jordán. no a ser amparo
de la santa Sión, del verdadero
rey de Jerusalén, sino a dejarlos
presa infeliz del torpe sarraceno;
no a exterminar los impíos musulmanes,
sino, ¡oh baldón!, a contratar con ellos.
RICARDO.¿Así ultrajáis mi amistad sagrada?
Soy jefe del ejército europeo,
no soy su soberano; y esta tregua
y estas negociaciones no tuvieron
mi aprobación jamás, pues mientras pueda
la espada fulminar, paces no quiero.
Pero al común sentir me fue forzoso
acceder... ¿Lo ignoráis?
LUSIÑÁN. Amigo
tierno:
perdonad, perdonad... A un desdichado,
que se lamente permitidle al menos.
Con esta dilación...
RICARDO. ¿Y, por ventura,
pudierais albergar algún recelo
del prelado de Tiro?
LUSIÑÁN. No, conozco
su santidad, su rectitud. Mas, ¡cielos!,
le debe tanto a Adhel, al venturoso
Adhel...
RICARDO. ¿Qué, Lusiñán?...
LUSIÑÁN. ¡Ah! Nada temo
más que el perder a la sin par Matilde.
Y que tal vez vos mismo.... me estremezco,
os declaréis de Lusiñán contrario,
obediente a un tiránico decreto.
RICARDO.¿Quién? ¿Yo?... Jamás. Juré ser vuestro amigo
y nunca quebranté mis juramentos.

Malek-Adhel
Ángel de Saavedra (Duque de Rivas)

Copyright (c) Universidad de Alicante, Banco Santander
Central Hispano 1999-2000

Malek-Adhel
Ángel de Saavedra (Duque de Rivas)

Acto segundo

ESCENA I
MATILDE y HUGO
HUGO.Alta princesa, en este mismo instante
acaba de llegar el gran prelado
de la opulenta Tiro, y a sus plantas,
príncipes, y caudillos, y soldados
corren llenos de gozo y de ternura
su bendición a recibir. ¡Qué encanto
de sublime virtud brilla en su frente,
do el venerable curso de los años
esculpió candidez y alta prudencia!
Su humildad, su sencillo y pobre ornato,
su luenga y blanca barba, a nuestros ojos
de un apóstol ofrecen el traslado.
Todos anhelan verle, y se atropella
la multitud para salirle al paso.
Y él, tendiendo las manos a los cielos
y lágrimas de gozo derramando,
da gracias al Señor Omnipotente,
que le torna, otra vez a los cristianos.
MATILDE.¡Oh Dios!... ¡Dios de bondad!... ¿Y viene solo?
HUGO.El príncipe Malek viene a su lado.
MATILDE.¿Malek-Adhel?
HUGO. Malek-Adhel,
señora;
y la visera levantada en alto
muestra a la muchedumbre aquel semblante
do luce el heroísmo, y de admirarlo
nadie se excusa, que virtud y gloria
al mayor enemigo tornan grato.
MATILDE.¿Y dónde está? Decid.
HUGO. Su tarda huella
Guillelmo dirigía hacia el palacio
del legado apostólico.
MATILDE. ¿Y adónde
el príncipe Malek?

ESCENA II
MATILDE, HUGO y MALEK-ADHEL
MALEK-ADHEL. El Cielo santo
a tus plantas me trae.
MATILDE. ¡Adhel!
MALEK-ADHEL.
¡Matilde!
MATILDE.¡Eterno Dios!... ¿Es ilusión?... Su labio;
me asegura que el Cielo le conduce...
Dios de piedad, benigno Dios... ¿Amarlo
será ya permitido al pecho mío?
MALEK-ADHEL.¿Qué escucho?... ¿Qué rigor?...
MATILDE. ¿Os ha enviado
Guillelmo a este lugar?... ¿La voz eterna
de Dios que os llama?... ¿Los consejos sabios
del piadoso arzobispo?... ¿Los errores?... ¿Sabéis?...
MALEK-ADHEL. ¡Matilde! Sólo sé que os amo.
Que es mi pecho un volcán que me devora
y que estoy junto a vos... He libertado
a Guillelmo del filo de la muerte,
que ya estaba su cuello amenazando.
A Ptolomayda, libre, le he traído.
Ya mi oferta cumplí... Ya se lograron
vuestros deseos... ¡Ah!...¡ Cuántos te mores!...
¡Qué esperanza falaz!...
MATILDE. ¡Dios!... ¡Qué agitado
!...
¡Qué incertidumbre!... Príncipe...
MALEK-ADHEL.
Matilde,
mi mente funestísimos presagios
encuentra donde quier... Ningún consuelo
basta a mi corazón... ¿De quién lo guardo?
¡Hugo!... ¡Matilde!...
MATILDE. ¡Dios!
HUGO. Príncipe augusto:
¿por qué tanto temor, tal sobresalto?
MALEK-ADHEL.¡Ay amigo!
HUGO. ¡Señor!
MALEK-ADHEL. Todo
conspira
contra Malek-Adhel... Esos prelados
decidirán... De Lusiñán conozco
la astucia, el ascendiente... Sí, Ricardo...
HUGO.Calmad la agitación que os enajena.
El prudente Guillelmo...
MATILDE. Nuestro
amparo,
nuestro apoyo será.
MALEK-ADHEL. ¡Matilde! ¡Cielos!
MATILDE.¡Ah!, me estremezco... ¡Oh Dios! Procuro en vano
preguntarle... Y él.¿qué? ¡Cielos! Cuál temo
escuchar su respuesta... Demostrando
está su turbación, ¡Adhel!... ¡Ay triste!
MALEK-ADHEL.¡Matilde!
MATILDE. ¿Qué...?
MALEK-ADHEL. Matilde,
¿se borraron
de vuestro pecho ya...
MATILDE. ¿Qué?
MALEK-ADHEL.
...las ofertas
que nadie más que el Cielo y yo escuchamos
de vuestro amor en medio del desierto
y de la muerte atroz casi en los brazos?
MATILDE.¿Borrarse de mi pecho? ¿Qué pronuncia
mi amado Adhel?... ¡Ah!..., ¿Dudas?...
MALEK-ADHEL. ¡Tan
amargo
es mi destino!
MATILDE. Pues de vos depende
nuestra felicidad... Sí... El Cielo santo...
MALEK-ADHEL.¿Seréis mía, Matilde?
MATILDE. En la presencia
del Dios eterno, cuyo justo brazo
castiga inexorable a los perjuros,
mi pecho a un tiempo, príncipe, y mi labio
confirman el sagrado juramento
de ser vuestra o de nadie. Aseguraos
de mi verdad, Malek. Heme dispuesta
a unirme a vos con duradero lazo
por una eternidad. De vos tan sólo
una respuesta nada más aguardo.
¿Conocéis ya a mi Dios?... ¡Decid!
MALEK-ADHEL.
¡Matilde!
¿Qué pretendéis?... ¡Cruel!
MATILDE.
¡Desventurado!
¿Qué?... Nuestra eterna dicha solamente.
Y vos ¿la rehusaréis?... ¡Adhel!... ¿Negaros?...
HUGO.Príncipe, reparad que hacia este sitio
se acerca Lusiñán apresurado.

ESCENA III
MATILDE, HUGO, MALEK-ADHEL y LUSIÑÁN, que sale con la
espada en la mano.
LUSIÑÁN.¿Qué altivo musulmán tiene la audacia
de hollar con planta osada este palacio?
¿Quién?...
MALEK-ADHEL. Yo: Malek-Adhel.
LUSIÑÁN. ¿Cuándo pensaba
no tornaros a ver sino en el campo,
ceñida la coraza refulgente,
donde, por siempre, fueran acabados
al fulminante impulso de mi lanza
nuestra rivalidad, nuestros insanos
debates, nuestros odios, que extinguirlos
ni aun la muerte podrá, vuelvo a encontraros?
¿Y dónde?... Aquí... ¡Oh furor!...
MALEK-ADHEL.
Ese importuno
denuedo reprimid, y sosegaos,
¡oh Lusiñán!; a la princesa augusta,
en cuya alta presencia nos hallamos,
respetad cual debéis. Y respetadme
como enemigo vuestro, que, fiado
en las juradas treguas, ha venido
de buena fe y de paz a este palacio,
a rendir a Matilde el homenaje
debido a su virtud, beldad y encanto.
Ni vuestro altivo orgullo ni ese acero,
que injusto brilla en la indignada mano,
pueden darme pavor en este sitio,
cuando en la lid jamás me lo causaron.
Ahora es tiempo de paz.
LUSIÑÁN. Paz vergonzosa.
MALEK-ADHEL.Cual ofendido habláis, y no me pasmo.
Esa arma retirad, que no me asusta.
Deponed ese bélico aparato...
Aquí no asienta bien...
LUSIÑÁN. Si aquí no
asienta,
asentará, ¡oh Malek, cuando vengando
mi religión, mi amor, mi fama y trono
a vuestra altiva frente arranque el lauro
que orgulloso ostentáis.
MALEK-ADHEL. Si esa
esperanza, Lusiñán,
os consuela por acaso,
esperad a que llegue tal momento,
que el Destino, quizá, puede guardaros.
LUSIÑÁN.Y que tarda, y que tarda a mi impaciencia.
MATILDE.Rey de Jerusalén, ¡eh!, reportaos.
Moderad ese orgullo y demasía.
Cuando todo el ejército cristiano,
fiel a su honor y a su jurada tregua
prodiga obsequios mil a los vasallos
del triunfante y glorioso Saladino,
¿vos solo osáis con atrevido labio
las paces perturbar? ¿Y así, orgulloso,
desnudáis el acero en el sagrado
asilo de mi estancia?
LUSIÑÁN. ¡Oh Dios!... Princesa:
perdonad, perdonad; como encargado
de la custodia vuestra...
MATILDE. ¿Y qué
enemigos
a mi seguridad han atentado?...
Aquí el príncipe entró con mi anuencia,
y puede entrar cuando quisiere a salvo;
y ese celo imprudente y ese arrojo
que refrenéis, ¡oh Lusiñán!, encargo.
(A Malek-Adhel, llevándole aparte.)
Príncipe, el tiempo vuela. Los afectos
en que estáis hora mismo naufragando
conozco bien. Mas si mi amor de todos
puede triunfar, y todos apagarlos,
deponedlos por mí. Vuestra alma entera
ocupad, embebed en un cuidado
más grande y eminente. No se trata
de intereses al tiempo limitados.
A los eternos dirigid la mente.
Mi pecho, por mil dudas devorado,
teme, sospecha, duda, desespera...
Mas ¿qué digo?... Malek, marchad volando;
al arzobispo ved; aún puede haceros
de mi amor digno su consejo sabio.
Prestadle honda atención.
MALEK-ADHEL. ¡Matilde!...
¡Ah triste!
MATILDE.Ya Dios no me permite el escucharos.
A Guillelmo buscad... ¡Ay!, de que restan
cortísimos Momentos, acordaos.
MALEK-ADHEL.¡Matilde!... Bien... Humilde, os obedezco.

ESCENA IV
MATILDE, HUGO y LUSIÑÁN
MATILDE.(Al ver que Lusiñán quiere seguir a
Malek-Adhel.)
Lusiñán, Lusiñán, ¿adónde el paso
intentáis dirigir?
LUSIÑÁN. ¡Cruel Matilde!
MATILDE.Esperad, esperad.
LUSIÑÁN. ¡Ah!... Será en vano
intentar seducir al jefe augusto
de la iglesia de Tiro.
MATILDE. Vuestro labio,
¿qué se atreve a alentar? ¿Qué vil ponzoña
ese pecho maléfico ha engendrado?...
¡Seducir, seducir!... ¿Así ultrajarme?
¿Cómo habláis con tan torpe desacato?
¿Qué pretendéis de mí?...
LUSIÑÁN. Basta,
Matilde;
de pesares sin fin soy triste blanco.
Sé que me aborrecéis.
MATILDE. Vuestra
altiveza,
vuestra rabia feroz y orgullo insano,
¿qué deben esperar?
LUSIÑÁN. ¡Destino
horrible!
Ardo en amor, el fulminante rayo
no es más voraz que la insaciable llama
en que por vos, ¡ay mísero!, me abraso.
A la vista cruel de ese dichoso
competidor, el pecho me agitaron
mis afectos terribles... El pretende
que le ceda mi reino y vuestra mano...
¿Y aún he de reprimir?...
MATILDE. ¿Qué estáis diciendo?
¿Cómo ha de pretender, ni imaginarlo,
que le cedáis un reino que, animoso,
ha sabido en la lid arrebataros?...
¿Cómo que le cedáis la mano mía,
mía, y de nadie más?...
LUSIÑÁN. Soy desdichado,
princesa; harto lo sé.
MATILDE. ¡Gran Dios, Guillelmo!
Guillelmo se aproxima con Ricardo.

ESCENA V
MATILDE, HUGO, LUSIÑÁN, GUILLERMO, RICARDO y PRÍNCIPES
CRUZADOS
MATILDE.¡Oh gran Guillelmo! ¡Oh venerable apóstol!
HUGO.Consuelo del ejército cristiano,
¡oh virtuoso padre! ¿Al fin los cielos
a nuestro seno os tornan? ¿Qué contrario
destino dilató tan dura ausencia?
¿Qué suceso feliz e inesperado
el volveros a ver nos proporciona?
GUILLELMO.De Dios eterno los decretos santos
humildes adoremos. Los destinos
de los mortales penden de su mano
omnipotente. A dar el cumplimiento
debido al ministerio de mi cargo,
a recorrer los pueblos oprimidos,
a consolar sus míseros cristianos,
me alejé de estos muros, y aún la tregua,
cual sabéis, no se había declarado.
Estuve en Ascalón y en Cesarea
los tristes cautivos confortando,
y pronto ya a tornar, los sarracenos
a descubrirme llegan; indignados
me acometen, me cargan de prisiones;
ni mi carácter ni mis largos años
su saña templa y furibundo encono,
y a Jafa me conducen como esclavo.
Ayub, que la gobierna, y cuyo pecho
de crueldades jamás se ve saciado,
en mí cebó su vengativa furia
y decretó mi muerte en un cadalso.
Fui sumido en un hondo calabozo,
de horrísonas cadenas abrumado;
y ya el día fatal se aproximaba,
cuando miro caer hechas pedazos
de la prisión las redobladas puertas
y un guerrero llegar; su fuerte brazo
quebranta mis pesados eslabones;
de la horrenda mazmorra, apresurado,
me saca y me liberta.
RICARDO. Gran
Guillelmo
¿y a quién, a quién, decid, auxilio tanto
debisteis?... ¿Conocéis?...
GUILLELMO.
¡Ah!... Sí; conozco
a mi libertador, noble Ricardo.
LUSIÑÁN.¿Y quién?...
GUILLELMO. Malek-Adhel.
LUSIÑÁN. ¿Cómo?
GUILLELMO. No acierto,
señor, por qué ocultísimo milagro
de la alta inescrutable Providencia
a libertarme encaminó sus pasos,
cuando todo parece conspiraba
a detenerle en Ptolomayda.
RICARDO.
Extraño
suceso, a la verdad! ¿Y cómo pudo
saber de vos Malek, ir a buscaros
y llegar tan a tiempo?..., son misterios,
¡oh arzobispo de Tiro!, que no alcanzo.
GUILLELMO.Misterios de virtud y de heroísmo
que no osaré jamás interpretarlos,
or respeto a la mano generosa
que obra el bien sin querer manifestarlo.
No es la primera vez que le he debido
la vida al gran Adhel. Allá en Damasco
me libertó también de los tormentos
y de la muerte. El Cielo ha destinado
a ese príncipe insigne y generoso
para sacarme del peligro a salvo.
LUSIÑÁN.¡Cuán prevenido estáis, ¡oh gran Guillelmo,
a favor de Malek veo con pasmo!
Y tanta prevención me da temores;
perdonad lo pronuncie sin reparo,
de que la integridad debida altere
para la decisión que ya esperamos
y que de vos, señor, depende sólo.
GUILLELMO.Mucho estimo a Malek. ¿Por qué negarlo?
Sí, le profeso paternal ternura.
Sus excelsas virtudes y los rasgos
de su heroísmo a amarle me obligaran,
si la fiel gratitud un deber sacro
no me impusiera, Lusiñán, de amarle.
Y yo haré en el consejo a los prelados
de ese príncipe insigne el justo elogio
como vos lo escuchaste. ¿Es necesario,
cuando de sostener se trata sólo
de la alma religión los sacrosantos
derechos, ser injusto?
LUSIÑÁN.
¿Por ventura
queréis en su favor manifestaros?...
¿Intentáis?...
GUILLELMO. Lusiñán, mis intenciones
no estoy a conferiros obligado.
Mas espero que el ojo penetrante,
que ve la oculta marcha de los astros,
las arenas del mar, y a cuya vista
no hay presente, futuro ni pasado,
contento quedará de mis ideas.
RICARDO.¿Y quién dudar pudiera, ¡oh padre amado?...
GUILLELMO.¿Y aunque dudaran, ¡oh señor!, debiera
quejarme yo ni concebir agravio?
Soy hombre y nada más. Todo hombre es frágil,
debilidad y error de los humanos
los atributos son, y pues que todos
sujetos al error, ¡gran rey!, estamos,
también a la sospecha y al recelo
lo debemos estar.
MATILDE. ¡Oh varón santo!
¡Apóstol venerable! Vos tan sólo
sois verdadero justo, y por dechado
de virtudes'sin. mancha, el alto Cielo
os concede a la Tierra.
GUILLELMO. El
entusiasmo
con que habláis, reprimid, incauta joven,
para objetos más dignos reservadlo.
Nadie vive en el mundo sin mancilla,
sujetos todos a faltar estamos.
HUGO.Señor, y al elogiar el heroísmo
del príncipe Malek, ¿podéis acaso
elogiarle a la par de humilde y dócil
en convertirse a Dios y en escucharos?
GUILLELMO.Príncipe: permitid no satisfaga
vuestra curiosidad... Ya los prelados
me aguardarán reunidos en el templo
adonde debo dirigir mis pasos.

Malek-Adhel
Ángel de Saavedra (Duque de Rivas)

Copyright (c) Universidad de Alicante, Banco Santander
Central Hispano 1999-2000

Malek-Adhel
Ángel de Saavedra (Duque de Rivas)

Acto tercero

ESCENA I
RICARDO, MATILDE y DAMAS de Matilde
RICARDO.Se cumplió tu afanar: por complacerte
quedó, Matilde, la sesión suspensa,
y ya el Consejo augusto y venerado
goza del gran Guillelmo la presencia.
Pero ¿qué esperas de él?... ¡Ah! ¿Por ventura
que su celo inflexible dictar pueda
que de Jerusalén el santo trono
ocupe un musulmán, un fiero persa?...
Mas tú anhelaste esperar su voto,
y yo te complací, por lo que espera
tu hermano y rey que a complacerle pronta
e hallará en adelante. La postrera
decisión del Consejo debe al punto
sancionarse, y al punto mis ideas
debes tú coronar.
MATILDE. ¡Oh Dios! ¡Ricardo!
RICARDO.¿Te demudas?... Matilde, ¿por qué tiemblas?
Educada en el claustro retirado
y dedicada a Dios tu edad primera,
¿cómo tales pasiones vergonzosas
en tu alma pura y cándida se albergan?
Y, aunque justas, y dignas, e inocentes
no criminales ni horrorosas fueran,
¿quién, ¡ay!, puede aprobar el hondo anhelo
con que a su impulso y frenesí te entregas?
Tú, que siempre miraste con desprecio
los goces miserables de la Tierra,
ejemplo de piedad y de virtudes,
¿Ahora en tanto, Matilde, los aprecias?
MATILDE.Me ofendes, ¡oh Ricardo! No; te juro
que a mi apenado corazón no inquietan
pasajeros afectos al presente,
ni por cosas mortales ves suspensa
mi triste y angustiada fantasía:
pensamientos más altos me enajenan.
¡Oh Dios, Dios de piedad!, a vuestra vista
nada hay oculto en la anchurosa Tierra:
vos penetráis el fondo de mi pecho;
si separarnos es voluntad vuestra,
me resigno sumisa, respetando
vuestros santos decretos... Mas ¿es fuerza
que esta separación, Señor benigno,
por una eternidad terrible sea?...
RICARDO.No comprendo, Matilde...
MATILDE. Basta sólo
que el Ser Omnipotente me comprenda.

ESCENA II
MATILDE, RICARDO, DAMAS de Matilde y HUGO
HUGO.Rey de Albión: volad; en este instante,
de este regio palacio ante las puertas,
el príncipe Malek se ha presentado
y ver a vuestra hermana, ansioso, anhela.
Mas Lusiñán el paso le detiene,
y agitados de cólera funesta
y desnudado el vengativo acero,
sin reparar en la jurada tregua,
combaten con furor. De Palestina,
dice el altivo rey, que en vano intenta
el príncipe llegar a estos salones,
sin antes obtener vuestra licencia.
Apresuraos, señor; ved que la sangre
va a inundar estas plazas.
MATILDE. ¡Oh Dios!,
vuela.
No tardes..., por piedad..., Hugo...
RICARDO.
Matilde,
calma esa impropia agitación que ostentas.

ESCENA III
MATILDE, DAMAS de Matilde y HUGO
MATILDE.Hugo, marchad también... ¡Ay de mí, triste!
¿Conseguirá Ricardo?...
HUGO. Sí, princesa.
Vuestro pecho aquietad. El rencoroso
Lusiñán, de Ricardo a la presencia,
su furia enfrenará... Y en el momento,
el generoso Adhel...
MATILDE. ¡Oh Dios! Me hiela
la sangre toda el vengativo encono
del atroz Lusiñán.
HUGO. Aquí se acerca, señora,
el gran Malek, y me retiro,
pues ya el Consejo que concluya es fuerza
su postrera sesión, y yo el primero
tornaré a datos la felice nueva
del decreto que aguardo favorable.
MATILDE.¡Favorable!... ¡Ilusión que me enajena!

ESCENA IV
MATILDE, DAMAS de Matilde y MALEK-ADHEL
MATILDE.¡Malek-Adhel! ¡Malek-Adhel!
MALEK-ADHEL. ¡Matilde!,
de amargura y dolor el alma llena,
vengo a buscar consuelo a vuestras plantas,
y armas y altivo arrojo me lo vedan.
¿Dó estoy? ¿Así el sagrado juramento
quebrantan los cristianos de la tregua?
¿Así ese Lusiñán, fiero y altivo,
del honor militar las leyes huella?
Mas, ¡ah!, si otro enemigo, a quien mis ojos
sin tanto encono ni desprecio vieran,
se hubiese opuesto a mi anhelosa planta,
desnudo el pecho miserable diera
al hierro matador, pues muerte sólo
es el consuelo que a Malek le queda.
MATILDE.¡Muerte! ¡Qué horror! ¡Adhel! ¡Cielo!, ¿qué
dices?
¿Y Guillelmo?
MALEK-ADHEL. Jamás, Matilde, encuentra
consuelo
alguno el que infelice nace.
Vano fue mi anhelar; la suerte adversa
le alejaba de mí; corrí en su busca
por toda la ciudad, vagando en ella;
por el pregunto al duque de Borgoña;
por él, a Alfredo de Turón; no aciertan
a decirme dó está. Torno a este alcázar,
y ya no le hallo en él, sino sus huellas,
y, ¡oh, fortuna terrible!, en el momento
de entrar en el Consejo, ante las puertas
del templo, do se juntan los prelados,
le alcanzo al fin; mas cuando ya no era
tiempo de que escuchara mis acentos.
MATILDE.¡Eterno Dios! ¡Eterno Dios!
MALEK-ADHEL. La
inmensa
multitud, que a admirarle se agolpaba,
me inspiró el acercarme. A la hora mesma
se cerró el templo. En este horrible instante,
tal vez la decisión ¡Cruel estrella!
MATILDE.¡Príncipe!
MALEK-ADHEL.¡Desdichado! Y qué, Matilde,
¿no le podréis hablar?... Posible fuera
suspenderse otra vez...
MATILDE. Ya no, ¡Dios mío!
MALEK-ADHEL.Día terrible... Muerte sólo resta.
(Quedan Matilde y Malek en profunda meditación, sentados
al fondo del teatro.)

ESCENA V
MATILDE, DAMAS de Matilde, MALEK-ADHEL, RICARDO y
LUSIÑÁN
LUSIÑÁN.¡Oh, cuál están! Miradlos; sí, miradlos.
¿De justo encono y de furor no llena
vuestro pecho, ¡gran rey!, ver al impío,
al seductor, al temerario persa
al lado de Matilde?
RICARDO. Sí; me indigna
el verlo más que a vos.
LUSIÑÁN. ¿Por qué mi
diestra
contenéis y el acero aquí pendiente
queréis que inútil y dormido tenga?
RICARDO.Lusiñán, un sagrado juramento
ha suspendido la horrorosa guerra.
Él viene a mi palacio a fuer de amigo:
soy caballero y ampararle es fuerza,
pues fuera indignidad causar injuria
a quien inerme a nuestros brazos llega.
Yo, el primero en el campo de batalla,
aunque respeto su virtud excelsa,
fulminaré la lanza vengadora
contra su pecho, y entre sangre negra,
de él sabré arrebatar la llama altiva,
que me horroriza y en furor me incendia.
Mas ahora mi rencor y noble saña
la fe del pacto y mi palabra enfrenan,
y sólo he de encontrar festivo obsequio,
pues no consentiré se le haga ofensa.
LUSIÑÁN.Pues yo que nunca...
RICARDO. Baste.
MATILDE. ¡Oh Dios!
RICARDO. Sin
duda,
ya los prelados el Concilio cierran,
y ya determinaron, pues advierto
que con el gran Guillelmo, a su cabeza,
salen del templo, y donde quier los vivas
y aclamaciones por el aire suenan.
Mas Hugo hacia este sitio, apresurado,
a darnos la noticia se acelera.
MALEK-ADHEL.Mi suerte se fijó.
LUSIÑÁN. También la mía.
MATILDE.Y mi eterno Destino, ¿qué me espera?

ESCENA VI
MATILDE, DAMAS de Matilde, MALEK-ADHEL, RICARDO, LUSIÑÁN
y HUGO
RICARDO.¿Cuál, príncipe, decid, de los prelados
ha sido al fin la decisión postrera?
Mas ¿qué penar anubla vuestra frente?
¿Qué turbación y embargo manifiesta
vuestra marchita faz?... ¿No resolvieron?
HUGO.Sí, señor; han resuelto.
RICARDO. Y ¿qué os
altera?
MALEK-ADHEL.¡Ah! Por piedad. no retardéis...
HUGO.
Matilde...
Cuando a ruego, señor, de la princesa,
esta mañana la sesión augusta
suspendieron los jefes de la Iglesia,
era el voto común que vuestra hermana
del héroe musulmán esposa fuera.
Pero del grande y ejemplar Guillelmo
la santidad, el celo y la elocuencia
mudaron la opinión de los prelados,
y todos, que le admiran y respetan,
su dictamen aclaman y le siguen...
LUSIÑÁN.Y ¿cuál es? Acabad.
HUGO. Que a las propuestas
del valiente Soldán en nada accede,
y que el permiso, inexorable, niega
para unir en los lazos de himeneo
a Matilde y a Adhel..., como no sea
que ese príncipe insigne, en el espacio
preciso de tres días, se resuelva
a abjurar sus errores infernales,
y a no emplear la formidable diestra
en favor de las lunas musulmanas.
MALEK-ADHEL.¿El término es tres días? ¡Ah! Me afrenta,
me agravia el que ese espacio vergonzoso
para un perjurio vil se me conceda.
¿Necesito ese tiempo, por ventura,
para no cometer una vileza?...
No, triunfador glorioso Saladino;
no, hermano, a quien adora mi alma tierna;
no, patria idolatrada... ¿Abandonaros?...
¿Venderos?... No será.
MATILDE. Ábrete, ¡oh tierra!
¿Qué rayo el alto Cielo me fulmina?
(Cae desmayada en los brazos de sus damas.)
HUGO.¡Infelice Matilde!
RICARDO.(A las damas de Matilde.)
A la princesa
retirad al momento de este sitio.
MALEK-ADHEL.¡Día de horror, Matilde! ¿Acaso fuera
Malek digno de ti, de tus virtudes,
si tan atroz perfidia cometiera?

ESCENA VII
RICARDO, LUSIÑÁN, MALEK-ADHEL, HUGO, GUILLELMO y
PRÍNCIPES CRUZADOS
GUILLELMO.¿Y perfidia juzgáis, príncipe ilustre,
el no empuñar las armas en defensa
de los infieles, y el seguir?...
MALEK-ADHEL. Yo juzgo
perfidia infame y vil, y atroz y horrenda,
abandonar al noble Saladino,
a quien ama mi alma toda entera.
Abandonar a un generoso hermano,
cuya amistad y sin igual terneza
quiere sacrificar su gloria y trono
por mi felicidad.... ¡oh torpe mengua!
¿Yo hacer traición a su cariño? ¡Nunca!
RICARDO.¿Conque ya renunciáis de la princesa
la mano y el amor?
MALEK-ADHEL. ¡Ah!... Yo
renuncio
sólo a cubrirme de la horrible afrenta
de ser traidor al noble Saladino
y a mi sangre... ¡Qué horror!... Esa belleza,
esa belleza ilustre que atesora
todas las perfecciones de la Tierra
y todas las virtudes de los Cielos,
no debe el premio ser de una vileza,
de una infame traición, de una perfidia...
¿Aceptar yo jamás tales propuestas.
¿Yo aceptarlas?... Las olas resonantes
que azotan sin cesar esta ribera,
antes se extenderán por el desierto,
inundando sus áridas arenas,
que yo a mi tierno hermano le abandone,
que contra ti o mi patria alce la diestra
sacrílega...
(La agitación le impide continuar, y habrá una larga
pausa.)
LUSIÑÁN.(A Guillelmo.)
¡Oh señor, oh varón santo,
cuánto os separan las virtudes vuestras
del resto de los míseros mortales,
que indignos son de penetrar la fuerza
de vuestra santidad y la sublime
rectitud indeleble, que está impresa
en vuestro justo corazón. La vida
y la felicidad vuestra prudencia
y vuestro celo me devuelven... ¡Cielos!
Todo lo debo a vos, de quien sospechas
tal vez osé abrigar... ¡Ah!... Os aseguro
que en mí la gratitud vivirá eterna.
GUILLELMO.No la merezco, Lusiñán. Protesto
que en la ocasión presente, en mis ideas,
ni vos ni otro mortal han influido,
ni vi los intereses de la Tierra.
HUGO.¡Oh inflexible virtud! ¡Oh santo Cielo!
Pero, señor, la mísera princesa...
GUILLELMO.Cuando llegue a explicarle los motivos
que a esta resolución me compelieran;
cuando escuche mis sólidas razones,
verá si el interés, si la pureza
de nuestra religión, esa alianza
que propuso el Soldán nos consintiera
aceptar. Sí; su virtüoso pecho,
mansión de la piedad, verá que fuera
exponer su virtud pura, inocente,
dando a un esposo musulmán la diestra,
a flaquear, tal vez, un día aciago
en la fe sacrosanta, ¡horrible idea!,
y lloráramos todos, responsables
de su infeliz reprobación eterna.
MALEK-ADHEL.No, inflexible varón; tales temores
albergar vuestro pecho no debiera.
¡Infelice de mí!... Vos escuchasteis
mis intentos, señor. y mis promesas:
vuestro indomable celo no ha podido
resolverse a ceder... ¡Ah!
GUILLELMO. Cuando esfuerza
el celo humano Dios; cuando Dios mismo
es el objeto de él, ¡.cómo pudiera
ceder?... Príncipe, no; cuando se lidia
por la causa de Dios, vencer es deuda,
aunque cueste dolor, tormento y llanto.
No puede ser cristiano el que le cela
a los ojos del mundo. El que prefiere
la opinión de los hombres, de la Tierra
la amistad e interés a Dios y al Cielo.
MALEK-ADHEL.¡Oh confusión! ¡Oh amor!; Cruel estrella!...
Señor, señor; en este infausto día
me habéis hecho más daño que pudieran
todos los hombres contra mí reunidos:
me habéis hecho infeliz. Sí; la tremenda
aflicción que me abruma a vos la debo
Y, sin embargo, os juro que en la Tierra
no hallo a quien tanto como a vos estime
y respete a la par. Os lo confiesan
mi corazón, mis labios... Aun espero
que para siempre de la Parca horrenda
no nos separará la atroz cuchilla
sin que reconciliado a vos me vea.
GUILLELMO¡Qué halagüeña esperanza en mí renace
al escuchar las expresiones vuestras!
MALEK-ADHEL.¡Ah! Mas ¿qué dudo? No, jamás: huyamos.
Señor, el regocijo que demuestra
(A Ricardo.)
por esta decisión vuestro semblante
mi desventura y aflicción aumenta:
tal vez, si os mereciese mi infortunio
al menos compasión, la amarga pena
no tan atroz me desgarrara el alma.
Mas harto advierto, ¡crueldad horrenda!,
que todo Ptolomayda, se conjura
contra Malek-Adhel, y en otra esfera
debe ya colocar sus esperanzas,
pues tan falaces fueron en la Tierra.
Yo me alejo, señor, de este recinto,
donde todo me abruma y atormenta;
torno a los brazos de mi tierno hermano;
mi consuelo y mi dicha aquí se quedan.
Cuando la decisión de los prelados
el generoso Saladino sepa...
No sé lo que será. Pero preveo
que va a empezarse la horrorosa guerra,
devastadora cual jamás, cual nunca
feroz, horrible, y bárbara y sangrienta,
y la calamidad y el exterminio abrumarán
la estremecida Tierra.
HUGO.¡Desventurado Adhel! ¡Piadoso Cielo!
RICARDO.¡Oh príncipes, venid! Hasta las tiendas
del excelso Soldán acompañemos
a su valiente hermano. Obsequio sea
debido a su valor y a sus virtudes.
GUILLELMO.¡Eterno Dios!, imploro tu clemencia.

Malek-Adhel
Ángel de Saavedra (Duque de Rivas)

Copyright (c) Universidad de Alicante, Banco Santander
Central Hispano 1999-2000

Malek-Adhel
Ángel de Saavedra (Duque de Rivas)

Acto cuarto

ESCENA I
MATILDE, sola
MATILDE.Confusión, amargura, hórrido espanto
por doquier me circundan. ¡Desdichada!
¡infelice Destino!... ¡Para siempre
le perdí, para siempre!... ¡Suerte infausta!
¡Suerte cruel!... ¡Gran Dios!, ¿y sus virtudes
se perderán también? ¿Qué hielo pasma
la sangre toda de mis venas?... ¡Cielos!

ESCENA II
MATILDE y HUGO
MATILDE.¡Hugo!... ¡Amigo!...
HUGO. Princesa infortunada,
hasta el campo enemigo del valiente,
del desdichado Adhel, seguí la planta,
en justo obsequio a su virtud sublime,
y en debido respeto a sus desgracias.
¡Cuál iba, eterno Dios!... Aquel semblante,
que el heroísmo y el honor inflaman,
he visto mustio, pálido, marchito
y regado de lágrimas amargas;
las primeras, sin duda, que sus ojos
supieron derramar. Estas murallas
veloz atravesó, y al ver, acaso,
la lúgubre mansión donde descansa
en la marmórea silenciosa tumba
el gran Montmorency, de pronto para,
tiembla, y del hondo de su noble pecho
un suspiro de horror, pálido, arranca.
Me ruega que le siga, y, presuroso,
a los reales del Soldán se avanza,
sin reparar en sus guerreros fieles,
que en su redor se agolpan y le aclaman,
la multitud penetra taciturno,
llega a su pabellón, a todos manda
que conmigo le dejen, anhelante
escribe y sella este papel, me abraza,
mi seno inunda de copioso llanto,
fuera de sí se arroja ante mis plantas:
y: «¡Oh tierno amigo! -con ardor me dice-.
Si caballero sois, si en vuestra alma
la sensibilidad tiene acogida,
tomad este papel, y sin tardanza
entregadlo a Matilde; de él depende
mi salvación eterna». Sus palabras,
su amistad, su actitud, su acerbo lloro
y el recordar que un tiempo quebrantara
el poderoso yugo de mi cuello,
tornándome una esposa idolatrada
y unos hijos cautivos inocentes,
no pude resistir, desventurada.
Juzgo no haber faltado a mis deberes,
pues tal vez de esta misteriosa carta
dependerá la paz, vuestra ventura
y de Malek la conversión ansiada.
Examinadla, pues. Yo me retiro.
(Entrega un papel cerrado a Matilde.)

ESCENA III
MATILDE, sola
MATILDE.¿Qué tiemblas, corazón?... ¿Qué te acobarda?...
¿Qué papel, Dios eterno?... Y qué, ¿mi pecho
aún osa concebir dulce esperanza?
(Lee.)
«No olvides, ¡oh Matilde!, el juramento
que en medio del desierto, en la sagrada
presencia del Señor Omnipotente,
en libertad hiciste; nada, nada
reservarme juraste, exceptuando
tu inocencia y tu fe. De tu palabra
el cumplimiento ya llegó. Interesa
a la quietud eterna de mi alma
tornarte a ver. Es fuerza que esta noche,
de la sombra a favor, dejes tu estancia,
yendo a la regia tumba do reposa
el gran Montmorency, que allí te aguarda
este infelice. Mas si tú, perjura,
de mí te olvidas, y en buscarme faltas,
allí desesperada horrible muerte
dará fin desastroso a mis desgracias,
y se hallarán junto al sepulcro mudo
donde el héroe francés en paz descansa
del desdichado Adhel los restos fríos.
Ya mi resolución está fijada».
(Representa.)
¡Oh Dios! ¡Eterno Dios! ¿Qué nuevo espanto
por mis helados miembros se dilata?...
¿Qué he leído?... ¡Infeliz!... ¿Mis tristes ojos
cansados de llorar tal vez me engañan?...
(Vuelve a mirar el papel.)
¡Ay!... Si yo falto, la espantosa muerte
dará horrorosa cima a sos desgracias...
¡Qué horror!... No... Yo, a salvarle... Mas ¿qué digo?
¿A buscar a un infiel, a quien acaba
de separar de mí la Iglesia augusta,
prohibiéndome el amarle?... ¡Desdichada!
¡Mis juramentos!... ¡Dios!..., ¡ah! Me asegura
que la quietud importa de su alma...
¿Será, tal vez?... Abismos espantosos
do quier circundan mi dudosa planta,
¿Qué partido me resta? Sólo encuentro
peligros, dudas, confusión amarga,
y huyen de mí la paz y la alegría,
y ya mi fuerza y mí valor desmayan...
Mas,¡ay!, Guillelmo llega... ¿Cómo puedo
(Oculta el papel.)
disimular con él?... ¡Oh suerte infausta!

ESCENA IV
MATILDE y GUILLELMO
GUILLELMO.Hija mía, Matilde... ¿Por ventura,
entenderme podéis?
MATILDE. Sí; preparada
a todo estoy, señor.
GUILLELMO. Es necesario
aceptar, ¡oh Matilde resignada!,
el cáliz de amargura que os presenta
el mismo Dios. Mirad que reservadas
tiene pruebas tan grandes para pocos
elegidos; a todos no señala
con la gloria de tales sacrificios.
MATILDE.Ya he recibido el de mi dicha, y calla
mi humilde corazón; y si le place
tanta conformidad, con toda el alma
le ruego que reciba el de mi vida.
GUILLELMO.La desesperación nunca le es grata;
escuchad, pues, princesa, las razones
que con voz imperiosa me obligaran
a dictar al Consejo la repulsa
que lamentáis. La lid extraordinaria
que ha agitado mi pecho, el Cielo sabe
inocente Matilde, al pronunciarla.
La justa gratitud y la ternura
que al obcecado Adhel debe mi alma
notorias son; notorios mis deseos
de su dicha y la vuestra,, i ob desgraciada!;
pero en su pecho, como el bronce duro,
no hicieron mella alguna mis palabras.
Se resistió a la luz..., ¡desventurado!
Aún no llegó el momento; reservadas
son las miras de Dios.
MATILDE.¿Y aun se preciso resignarse?
GUILLELMO. ¡Infeliz! ¿Dónde os
arrastra
vuestro dolor? De mi penosa vida
en la carrera perezosa y larga
he visto mil sucesos diferentes
y mil calamidades y desgracias;
mas no encontré jamás motivo alguno
para no resignarme con las altas
providencias del Ser Omnipotente.
¿Quién sus designios penetrar osara?
Tal vez la conversión del héroe persa
Para momento inesperado guarda.
Entre tanto, Malek ha resistido
mi persuasión. En vano ante sus plantas
me he prosternado; en vano sus errores
le he hecho patente, y con la antorcha clara
de la Eterna Verdad le he combatido.
Alguna vez mi pecho en esperanzas
dulcísimas viviera, pues acaso
le he visto conmoverse, y protestaba
que de la fe la esplendorosa lumbre
su corazón hería...
MATILDE. Si su alma
ha llegado a sentir...
GUILLELMO. Triste
princesa,
sin las obras, ¿qué sirven las palabras?
El que la luz conoce y la resiste
es doble criminal. Desde que en Jafa
mis cadenas rompió, ni un solo instante,
hasta que vi de nuevo estas murallas
dejé de persuadirle; mas en vano.
Inflexible y tenaz, imaginaba
que el abrazar nuestros sagrados dogmas
y de su amante hermano y de su patria
declararse traidor era lo mismo.
Es verdad que dejaros me juraba
entera libertad en nuestro culto,
y que en secreto de la Iglesia santa
humilde abrazaría los preceptos.
Pero esto ¿era bastante?... ¿En una vana
promesa solamente confiado,
debiera yo de la ciudad sagrada
colocarle en el trono y exponerla
a escándalos sin fin?... ¡Infortunada!
Si es tan difícil la pureza augusta
de la divina fe, guardar intacta
en medio de santísimos ejemplos,
¿qué será entre los riesgos que asombraran
a las mismas angélicas virtudes?...
¡Qué horror!..., hija, ¡qué horror! Si vos...
MATILDE. ¡Ah!...,
basta;
por piedad, no sigáis..: Os aseguro
que yo misma, yo misma pronunciara
la decisión que vos...
GUILLELMO. ¡Oh Dios
eterno!
Si tal virtud y altísima constancia
tienen asilo en su virgíneo pecho,
no tengo qué añadir... ¡Oh joven santa,
encanto de la Tierra y de los cielos!
MATILDE.¿Qué pronuncias? Yo tiemblo... ¡Qué palabras!
¡Ah!..., soy muy criminal... ¡Ay!...
GUILLELMO. ¡Hija
mía!,
¿qué nueva turbación, ¡cielos!, embarga
vuestro pecho?...
MATILDE. ¡Señor! Guillelmo ¡ay triste!
GUILLELMO.¿Qué preveo?... ¡Gran Dios!... ¡Matilde!...
MATILDE.
Nada,
nada puedo deciros; no, Ricardo...
GUILLELMO.Qué dudas, ¡ah!, mi corazón desgarran.

ESCENA V
MATILDE, GUILLELMO, RICARDO y LUSIÑÁN
RICARDO.Borrascoso y terrible fue este día
para tu corazón, ¡oh tierna hermana!
Pero a favor de tu virtud sublime,
¿de qué horrendos desastres no triunfaras?
MATILDE.¡Ay Ricardo!...
RICARDO. Las sólidas razones,
y el Cielo, y la piedad, que tanto ensalzan
al ínclito arzobispo, ya a tu pecho
habrán tornado la apacible calma.
Y dispuesta, sin duda, hora te miro
tu esfuerzo a completar.
MATILDE. ¡Dios!... ¿De qué
tratas?
RICARDO.Escuchadme tranquila. Los desastres
de la guerra feroz, desde mañana,
van a tornar a estremecer la tierra.
Saladino, furioso, ardiendo en rabia,
va a embestirme con alto poderío.
Adhel, su altivo hermano, con el ansia,
tal vez de conquistarte a viva fuerza
con el auxilio de sus fuertes armas,
le prestará su aterrador alfanje,
y es preciso quitarle esa esperanza.
Los valientes guerreros de la Europa,
por premio de sus ínclitas hazañas
en el dosel de Palestina quieren
ver alguna princesa de su patria,
y tú debes de ser.
MATILDE. ¿Cómo?
¡Ricardo!
RICARDO.Uniéndote himeneo sin tardanza
al grande Lusiñán, mi tierno amigo.
MATILDE.¡Cielos!
RICARDO. Con este enlace,
entusiasmadas
las católicas huestes numerosas,
volarán a la lid, y nuestras armas
con nuevo aliento y ardoroso brío:
arrollarán doquier las musulmanas
haces, y tremolar nuestros pendones
veremos en Sión.
LUSIÑÁN. Yo, con mi lanza,
sabré, señora, recobrar el trono
para ofrecerlo a vuestra bella planta.
RICARDO.Sí, Matilde; no dudo que al momento
mi determinación veré aprobada
por ti, y al punto...
MATILDE. No; jamás,
Ricardo,
¿Qué pretendes de mí?... ¿Qué?
RICARDO. Lo que aguarda
el ejército entero.
LUSIÑÁN. Lo que anhela
mi amante pecho.
RICARDO. Y lo que exige y manda
tu rey. tu hermano, yo.
MATILDE. ¡Qué tiranía!
¡Cielos!... Antes la muerte.
RICARDO. Ya me
cansan
tus tenaces repulsas. Desde el punto
que tornaste, Matilde, a estas murallas,
libre del cautiverio, los cristianos
se han ocupado más de tus extrañas
aventuras y amores delincuentes
que en el intento, y en la empresa santa
por que dejaron con esfuerzo heroico
sus esposas, sus hijos y sus patrias.
¿Y juzgas, di, que la mitad de Europa
haya venido al corazón de Arabia
tan sólo a presenciar, en ocio inerte,
debilidades que tu nombre inflaman?
Concluya todo ya. Nobles empresas
llenen las huestes que la Cruz esmalta.
Obedece su voto. Las antorchas
del himeneo alumbrarán mañana
tu unión con Lusiñán, que luego al punto
conmigo ha de tornar a las batallas,
donde su aliento y esforzado brío
del persa infiel abatirá la saña,
triunfando de Malek. Y la victoria
hará patente con ardiente llama
que es más digno de ti que el orgulloso
árabe infiel a Dios. Sí; ya tomada
ves mi resolución. Tu dicha anhelo,
pero más el honor de nuestra causa.
No haya más replicar. Sólo te cumple
obedecer. Prepárate: mañana
a Lusiñán por siempre has de enlazarte
del Dios omnipotente ante las aras.
MATILDE.¡Oh Dios! ¡Qué horror!... Jamás. jamás. Su vista
de terrible pavor mi pecho embarga...
¿Dónde me esconderé de los tiranos?...
A esta infeliz, eterno Dios, ampara.

ESCENA V
GUILLELMO, RICARDO y LUSIÑÁN
RICARDO.¿Lo veis, señor?... ¿Lo veis?
GUILLELMO. A
pesar mío.
LUSIÑÁN.¿Por qué la dulce persuasión que manan
vuestros sublimes y celosos labios
no usáis en mi favor? Vuestras instancias...
GUILLELMO.Jamás permita Dios que mi elocuencia
a la opresión y a la injusticia valga.
RICARDO.¡Opresión!... injusticia!...
GUILLELMO. ¿Y no lo
advierte
vuestro gran corazón, rey de Britania?
¿No es injusticia el aumentar las penas
que hoy a Matilde sin piedad contrastan?
¿No es injusticia atormentar su seno
con la reconvención dura y amarga?
¿No es crueldad el desoír su llanto
y abusar de su suerte y sus desgracias?
¿Y no será opresión el compelerla
a un lazo que detesta? ¿Y el forzarla
a que al momento calle y se resigne?...
¿Cómo así, excelso rey? Vos la esperanza
queréis quitar a Adhel. Y ¿qué se logra?
Y si con ella, por ventura, abraza
la augusta religión que profesamos,
¿no fuera un nuevo triunfo, una ventaja?
LUSIÑÁN.Señor, que ese perverso sus errores
abjure o no, ¿qué importa a nuestra causa?
Ni su alfanje me aterra ni su nombre.
Cima daremos a la empresa santa,
a su pesar, que Lusiñán respira
y empuña la tajante cimitarra.
GUILLELMO.A la verdad, señor, que la experiencia
pudiera deshacer vuestra esperanza.
Recordad que de Adhel el fuerte brazo
el trono hundió que vuestros pies hollaban,
y la memoria, ¡oh rey!, del infortunio
os quitará, tal vez, la confianza,
que solamente colocarse debe
en el supremo Dios de las batallas.
Mas, lejos de implorar su santo auxilio,
le ofendéis, le ofendéis con la arrogancia
y con querer, injusto, que Ricardo
por vos, oprima su inocente hermana.
RICARDO.Señor, os excedéis de las funciones
de vuestro sacro ministerio; basta.
LUSIÑÁN.Y ¿quién os constituye, por ventura,
juez de los reyes?... Vuestra lengua osada...
GUILLELMO.Defender la inocencia es deber mío
de quien pretenda sin reparo hollarla.
Si en público jamás falto al respeto
que es debido tener a los monarcas
y a los que jefes son de las naciones,
debo en secreto reprender sus faltas
y hablarles como a hombres acosados
de errores y pasiones, por desgracia.
Rey de Albión, si, deslumbrado y ciego,
oprimís a Matilde, vuestra hermana,
holláis la religión y la justicia,
y el Dios eterno les dará venganza.
Y vos, ¡oh Lusiñán!, tened por cierto
que si exigís con arrogante audacia
que Ricardo os mantenga la promesa,
que nunca debió hacer, os amenazan
el odio eterno y el airado brazo
del que en los tronos y en los reyes manda.

ESCENA VII
RICARDO y LUSIÑÁN
LUSIÑÁN.¿Qué me importa su orgullo y osadía
si vos sabéis cumplir vuestras palabras?
RICARDO.Y que inmutables son. Os juro, amigo,
que Matilde es ya vuestra. Sí; mañana,
a la primera luz, su amor eterno
os ha de consagrar ante las aras,
aunque el mundo se oponga.
LUSIÑÁN. Amigo
amado,
en gratitud mi corazón se abrasa.
RICARDO.Vuestra será. Y al punto, revistiendo
el fiero casco y la acerada malla,
volemos a la lid. Rindan sus torres
a nuestra vista Cesarea y Jafa;
y sembrando la muerte y el asombro,
cual rayo aterrador, nuestras espadas
por siempre ahuyenten a los fieros persas
de Palestina y de las dos Arabias,
y tremolar las cruces por el viento
mire Jerusalén en sus murallas.

Malek-Adhel
Ángel de Saavedra (Duque de Rivas)

Copyright (c) Universidad de Alicante, Banco Santander
Central Hispano 1999-2000

Malek-Adhel
Ángel de Saavedra (Duque de Rivas)

Acto quinto
(El teatro representa una magnífica capilla sepulcral.
adornada de despojos militares y alumbrada con una
lámpara, y en medio del foro debe levantarse un
magnífico sepulcro lleno de trofeos.)
ESCENA I
MALEK-ADHEL, solo
MALEK-ADHEL.¡Oh cuánto tarda!... Mi confuso pecho,
de horribles sobresaltos combatido,
no sabe qué esperar... ¡Cielos!... ¡Matilde!
¡Matilde! ¿Dónde estás? ¡Cruel destino!
¿En la mansión tranquila de la muerte
la intenta recobrar el amor mío?
¡Qué afán!... La paz habita en los sepulcros;
el silencio, el pavor tienen su asilo
en estas altas bóvedas oscuras,
do lúgubres resuenan mis suspiros.
El silencio, la paz, que yo, infelice,
me atrevo a perturbar en mi delirio.
En esta tumba, en sempiterno sueño,
del gran Montmorency los restos fríos
yacen por siempre... Por Matilde el cuello
dio denodado al espantoso filo.
Felice, ya estás libre del combate
de las pasiones en que yo me abismo.
¿Cuándo te seguiré? ¡Qué hielo horrible,
lento, discurre por los miembros míos!
¡Matilde!... ¡Oh tú, Matilde!... No. no viene.
Mi pecho, ¡oh dudas!... ¡Bárbaro martirio!
No; su pecho es mansión de las virtudes,
de la verdad su labio. Mas ¿qué digo?
Juró no abandonarme... ¡Justo Cielo!
Su religión, en este día mismo,
de mí la aparta.... me la roba, y ella
me dejará morir en hondo olvido.
Su religión.... ¡qué augusta se presenta,
cuán sacrosanta ante los ojos míos!
En ella, ¡qué dichoso yo sería!
¡Con ella!... No, jamás... ¡Oh Saladino,
oh patria, no! ¡Qué mar tan borrascoso
en mi apenado corazón abrigo!

ESCENA II
MALEK-ADHEL y MATILDE
MATILDE.¡Qué horror!... ¡Cielos! ¿Dó estoy? ¿Por qué mi
planta
a este lugar terrible me ha traído?... ¡Qué silencio!
MALEK-ADHEL. ¡Matilde!
MATILDE. ¡Oh Dios!
MALEK-ADHEL.
¡Matilde!
¿Te torno a ver? Dichoso es mi destino.
Me vuelves a la vida; a ti tan sólo
debo el dulce consuelo que respiro.
MATILDE.¡Adhel, Adhel! ¡Qué espanto!¿Con qué objeto
me convocáis, osado, en este sitio?
¿Qué pretendéis de mí?... ¡Dios! ¿Más desastres
reservados están? ¿Será preciso
resistir más combates?... Habla pronto...
Hazme al punto patente tus designios,
concluya de una vez tanto infortunio.
acaba.... acaba, pues... ¡Cruel prestigio!
Concluyamos, Adhel.
MALEK-ADHEL. ¡Ah! ¿Por qué
tiemblas?
Jamás tu pecho tan turbado he visto.
¿Qué te agita, Matilde?... El sobresalto,
el terror y la muerte están escritos
en tu marchita faz.
MATILDE. ¡Ah! ¿Me preguntas
qué agita, qué confunde el pecho mío?...
¿Dónde? En este lugar, que profanando
nuestras plantas están, a do he venido,
a pesar de mi hermano, de mi fama
y de mi Dios también... Yo me horrorizo.
La cristiandad entera ha separado
mi triste corazón del tuyo hoy mismo,
y ensangrentado, y devorado, y muerto,
cual en mi pecho mísero le abrigo,
me manda que le entregue sin demora
al hombre que aborrecen mis sentidos...
Unirme a Lusiñán en el instante
Ricardo quiere...
MALEK-ADHEL. No será, que
aún vivo.
¡Horrible tiranía, que enfurece
mi corazón!
MATILDE. El implorar tu auxilio
es el único medio que me resta
para librarme de ella. ¡Medio inicuo
y vergonzoso, con que mi alto nombre
en oprobioso deshonor mancillo!
Aún falta más a mi inquietud. ¡oh cielos!
En este suelo de pavor te miro,
donde la muerte en torno te circunda,
do tu frente amenazan mil peligros.
Si te descubren..., ¡ay!, un sanguinario
rival atroz, un pérfido enemigo
gozará la ocasión de la venganza...
Y yo a tu lado estoy..., ¡negro delito!,
junto a ti, de mi patria y de mi hermano
y de mi religión contrario impío...
¿Y no se abre la tierra y me confunde?
Sí; por mi voluntad aquí he venido,
y por debilidad quedo a tu lado,
y desoigo, culpable, el santo grito
de mi conciencia, que me acusa; y nada
me arredra, y, delincuente, aquí persisto,
sin fruto, destrozando mi alma toda
con mil remordimientos y martirios.
He aquí mi situación. ¿Y me preguntas
qué me agita? ¿Y aún quieres que tranquilo
mi espíritu te escuche?
MALEK-ADHEL. No,
Matilde;
ya ni tranquilidad ni calma exijo
de tu apenado pecho; sólo quiero
resolución. El tiempo, fugitivo,
huye y no torna; aprovechar es fuerza
los instantes: ya todo prevenido,
todo, lo está por mí. Llegó el momento;
huyamos para siempre de este sitio.
Mañana te verás libre y segura
en la Corte del bravo Saladino.
MATILDE.¿Qué osaste pronunciar? ¿Qué? ¡Temerario!
MALEK-ADHEL.No te ofusques... Escucha te suplico.
Para hollar con veloz y osada planta
todo temor, para animar tu brío
y decidirte, al fin, a mis propuestas,
no quiero recordarte tu destino;
no que obligada te verás mañana,
mañana de la aurora al primer brillo.
a un himeneo horrible que detestas:
no mi horrendo despecho, el hondo abismo
de tormentos do vas a despeñarme
con ese enlace atroz. El labio mío
sólo ha de recordarte el juramento
que pronunciaste, de que al Cielo mismo
garante hiciste, el rayo provocando
si faltabas a él y su castigo.
¡Oh Matilde! Recuerda tus palabras:
de todo me ofreciste el sacrificio,
tu inocencia y tu fe salvando sólo;
que cumplas hora tu palabra exijo.
Guarda, Matilde, tu inocencia intacta.
guarda pura tu fe; pero al abrigo
ponte de esos tiranos inflexibles,
que quieren inmolarte a su capricho.
Sígueme, pues, y nada te detenga;
ven a buscar defensa, amparo, abrigo,
de mi hermano en el seno cariñoso.
que ya te espera plácido y benigno.
En su Corte estarás más respetada
que en la que riega el Támesis umbrío
Tú sola vivirás en un palacio
do la pompa oriental muestra su brillo.
Allí nadie osará, ni aun con la vista,
tu mansión penetrar; nadie, y yo mismo
jamás en él imprimiré la planta
sin obtener primero tu permiso.
El Asia, el ancho mundo, el orbe todo
de tu pureza angélica testigos
y de mi sumisión y hondo respeto
serán, y yo mis ruegos y suspiros
sabré enfrenar y contener valiente
de mi amoroso afán el fuego vivo.
Sí, Matilde, Matilde; libre y pura
vivirás y tranquila en tu retiro,
fiel a tu Dios, cercada de cristianos
ejercitando tus sagrados ritos.
Y si, afable, te dignas de admitirme
a ejercerlos también allí contigo,
tal vez de tus augustas ceremonias
y de tu alta virtud al fin vencido,
mi corazón humilde dará entrada
a tu fe y a tu Dios.
MATILDE. Cesa, ¡oh martirio!
Si tú a reconocerlos accedieras,
si abrazarlos hubieras consentido,
no regara mis pálidas mejillas
el llanto acerbo de los ojos míos.
¡Oh, cuán felices fuéramos!... Ahora
lejos de avergonzarme de mi inicuo
y criminal amor, de él me jactara.
Y a tu lado, Malek empedernido,
en lugar de espantarme las miradas
de Ricardo, de todo el cristianismo
y del Dios vengador, yo los pusiera
de mi dicha y la tuya por testigos.
MALEK-ADHEL.Basta, Matilde; basta. Tus palabras
son de mi pecho bárbaro suplicio
¡Ah!... No lo ignoras..., no. Mi tierno hermano,
el heroico, el valiente Saladino,
aborrece tu culto. Inexorable,
ha jurado por siempre confundirlo.
Igual es ser cristiano, ante sus ojos,
que declararse su hórrido enemigo...
¿Y debiera yo serlo? A ser cristiano,
lo hubiera entre los hombres sostenido,
que al seguir a tu Dios, el defenderlo
fuera la obligación del brazo mío.
¿Y contra quién, Matilde? En la terrible,
en la guerra que atroz hubiera ardido.
¿Qué me restaba, di?... ¿Qué, por ventura,
en inerte baldón, en ocio indigno,
entre los dos ejércitos quedara,
viendo en uno mi esposa y mi Dios mismo;
en el otro, mi hermano y dulce patria?
¿Mil votos, por lo menos, que partido
tuvieran?... Decidid, nombrad, Matilde.
un juramento nuevo, uno inaudito
(si es que tanto alcanzáis), que no aparezca
sacrílego y terrible, y me decido
a pronunciarlo. Pero basta; advierto
en tu semblante pálido y marchito
la impresión del horror... Sí, te estremeces
y la razón me das... Harto te he dicho.
Sígueme, pues; tu decisión, sin duda,
obligará de nuevo a los obispos
a abrazar la opinión, que ya abrazaron,
y que Guillelmo contrarió. Rendidos
los guerreros cristianos de esta guerra
al peso atroz, verán con regocijo
esta ocasión, que espero proporcione
de amable paz el consolante alivio.
Sí; de la humana sangre los torrentes
que a inundar van en espumoso río
este suelo infeliz, tú sola puedes
contener, accediendo a mis designios.
Tú, de Jerusalén el alto trono
ocuparás; en ella su dominio
los cristianos tendrán..., y acaso, acaso,
todos, y aun el austero Saladino,
de tu virtud, de tu sublime ejemplo
y también de los cielos el auxilio,
cederán, y a tu Dios y a tu creencia,
al fin, tal vez se humillarán rendidos.
Pero si, ingrata y dura, te resistes
mis huellas a seguir, aquí, ahora mismo.
a mi amor, a mi vida, a mi esperanza
dará horroroso fin este cuchillo.
(Saca un puñal en ademán de herirse.)
MATILDE.¡Tente, tente!... no más... ¡Oh Dios eterno!
Tú me mandas seguirle. Mas ¿qué digo?
MALEK-ADHEL.No perdamos el tiempo. Sí, Matilde;
sígueme, ven.
MATILDE. Espera. No resisto...;
mas escúchame, Adhel.
MALEK-ADHEL. ¿Qué?
MATILDE. No a la
Corte
de tu glorioso hermano
Saladino me vas a conducir.
MALEK-ADHEL. ¿Dónde?
MATILDE. A la
cumbre
de famoso Carmelo; entre sus riscos
sabes se encuentra un santo monasterio.
Quede yo en él oculta, sea el abrigo
que de Ricardo y Lusiñán me esconda.
Así mi juramento ves cumplido.
MALEK-ADHEL.¿Y qué, Matilde?
MATILDE. ¡Oh Dios!
MALEK-ADHEL. ¿Qué te
estremece?
MATILDE.¿No adviertes..., qué rumor? ¡Cielos! ¡Perdidos
somos.... noble Adhel!
MALEK-ADHEL. No... Nada
temas.
MATILDE. ¡Que aquí llegan, Adhel!
MALEK-ADHEL. ¡Cruel
destino!
MATILDE.Ocúltate al momento. Sí, esta tumba
te esconda a los feroces
que a este sitio mueven la planta audaz.
MALEK-ADHEL. Qué, ¿Yo
ocultarme
como pudiera un vil?... No...
MATILDE.
Mi peligro
muévate, ¡oh noble Adhel! Si aquí me encuentran
sola, no importa; saben que contino
vengo a esta tumba a dirigir mis votos
al Soberano Dios. Mas si contigo
me sorprenden, ¡qué horror, muerta mi fama,
y burlados serán nuestros designios.
Ven, escóndete, pues... Sí..., ya penetran.
MALEK-ADHEL.Te obedezco, Matilde, a pesar mío.
(Se esconde detrás del sepulcro.)

ESCENA III
MALEK-ADHEL. (Oculto), MATILDE, LUSIÑÁN y dos ESCUDEROS
suyos
LUSIÑÁN.(A los escuderos, al tiempo de entrar en la
escena.)
Ya sabéis mi intención... Pero ¡Matilde!
¿Cómo en este lugar?
MATILDE. ¿Por qué,
atrevido,
con bélico aparato y armas fieras
profanáis este lúgubre recinto
y alteráis mi quietud cuando a los cielos
mis plegarias y súplicas dirijo?
LUSIÑÁN.En vuestra busca vengo. El gran Ricardo,
yo y el prelado de la excelsa Tiro
a un tiempo vuestra ausencia del palacio
con justo sobresalto conocimos.
La extraña hora de crueles dudas
nuestros pechos llenó. Despavoridos,
a buscaros atónitos marchamos,
y yo, en alas de amor, las pasos míos
dirijo a este lugar, donde os encuentro
de mis fieras sospechas combatido.
¡Ah Matilde, Matilde! En vuestra frente
tal turbación y confusión distingo,
que me llenan de horror...
MATILDE. Bien... Al momento
volved, ¡oh Lusiñán!, pues ya habéis visto
el lugar donde estoy... El sobresalto
a Ricardo aquietad y al arzobispo,
y sepa que tranquila aquí me encuentro,
donde no me amenaza algún peligro.
LUSIÑÁN.¿Dejaros yo, Matilde?... No; alejaos
de este sepulcro lóbrego y sombrío
a vuestro alcázar, a los dulces brazos
de vuestro hermano retornad conmigo.
MATILDE.En vano lo exigís... Marchad os ruego;
os seguiré bien pronto.
LUSIÑÁN. Ora es
preciso.
Vamos, vamos al punto, que a mi mente
llena de horror un bárbaro prestigio,
y... venid, sí; venid.
(En ademán de asirla.)
MATILDE. Y ¿cómo, osado?...
LUSIÑÁN.No vale el resistir. Es deber mío
arrancaros al punto de este suelo
pavoroso y terrible. El fuego vivo
en que por vos mi corazón se abrasa,
doquier encuentra horrendos precipicios.
Recordad que mañana el himeneo
en lazo indisoluble debe unirnos.
Y hasta que llegue tan feliz momento
no perderos de vista sólo exijo.
Seguidme.
MALEK-ADHEL.(Saliendo con denuedo de detrás del
sepulcro.)
No será.
MATILDE. ¡Desventurado!
LUSIÑÁN.¿Tú aquí?... ¡Oh furor!
MATILDE. ¡Ay Dios benigno!
MALEK-ADHEL.Qué, ¿te turbas? ¿Qué esperas? Vibra al
punto
el vengador acero. El brazo mío
a Matilde defiende, y el quererla
sacar de este lugar es un delirio.
¿Qué aguardas, Lusiñán? ¿Qué? Si conoces
la ley del caballero, si eres digno
del cetro de Sión y de la mano
de esta ilustre beldad, aquí, ahora mismo,
lo puedes demostrar. Llegó el momento,
Yo soy Malek-Adhel, yo tu enemigo
más implacable, más feroz, que anhela
beber tu sangre vil. Vamos.
LUSIÑÁN.
Impío.
Escuderos, mirad cómo profanan
sus sacrílegas plantas este sitio,
do la virtud reposa. Seduciendo
aleve estaba el corazón sencillo
de esta incauta princesa... ¡Horrible insulto!
¡Muera, muera!
MATILDE. Tened, viles
ministros
de su furor.
MALEK-ADHEL. Cobarde, ¿tú no
bastas?
LUSIÑÁN.(Desnuda la espada y se arroja sobre Malek,
mientras los escuderos le rodean, le sujetan y le
atraviesan sus dagas.)
Venguemos los ultrajes de Dios mismo.
¡Muera el infiel!, y con su sangre impura
al Cielo hagamos grato sacrificio.
MALEK-ADHEL.(Cayendo herido.)
Traidores... ¡Ay de mí!
MATILDE.(Corriendo a sostener a Adhel.)
¡Bárbaros!
MALEK-ADHEL.
¡Cielos!
LUSIÑÁN.Húndete para siempre en el abismo.
MATILDE.¡Oh verdugos!... ¡Qué horror! ¡Monstruo
inhumano!
¡Amado Adhel! ¡Adhel!... ¡Dios compasivo!
¡Tiembla, tiembla, perverso!... De esa tumba
álzate, sombra, y venga de tu amigo
el vil asesinato.
MALEK-ADHEL. ¡Oh Dios!...
Matilde,
huye de ese cobarde, de ese inicuo;
maldícele conmigo, y sosegado
bajo a las sombras del sepulcro frío.
(Expira.)
MATILDE.¡Ya expiró!... ¡Eterno Dios, dadle venganza!

ESCENA ÚLTIMA
MALEK-ADHEL (muerto), MATILDE, LUSIÑÁN, sus dos
ESCUDEROS, RICARDO, GUILLELMO, HUGO, PRÍNCIPES CRUZADOS,
DAMAS de Matilde, GUARDIAS y PAJES con luces
(Lusiñán con sus escuderos, queda a un lado de la escena
en la mayor confusión)
GUILLELMO.Aquí están, aquí están. Mas, ¡Dios!, ¿qué
miro?
RICARDO.Lusiñán, ¿y Matilde?
HUGO. ¡Cielo santo!
MATILDE.Ved a Malek, miradle. Sí; ese inicuo
y sus viles satélites horrendos
el negro asesinato han cometido.
PRÍNCIPES CRUZADOS.¿Qué dice?
RICARDO. ¡Lusiñán!
MATILDE. Él es el
monstruo,
el aleve, el traidor, el asesino.
GUILLELMO.¡Eterno Dios! En su sombría frente
la turbación de la maldad diviso.
Ved su temblor... No hay duda. En su semblante
está patente el bárbaro delito.
¿Y aun osará aspirar al santo cetro
su mano ensangrentada? ¡Me horrorizo!
RICARDO.¡Oh terrible atentado!... Me avergüenzo
de haberos abrazado como amigo.
Yo os abandono, sí; yo os abandono,
huyo de vos, ¡oh monstruo envilecido!,
con mis valientes, que su honor mancharan
en auxiliar a un pérfido asesino.
Vamos, Matilde, al punto.
MATILDE. No abandono
los restos de Malek. Ya tengo asilo
de Carmelo en la cumbre peñascosa,
del claustro silencioso en el retiro.
GUILLELMO.Inescrutables son vuestros decretos,
¡oh justo Dios! El mísero, el mezquino
mortal, tan sólo debe respetarlos
humilde, resignarse y bendecirlos.

FIN