JOSÉ
MARTÍ
ANTOLOGIA
DE VERSOS LIBRES
Estos
son mis versos. Son como son. A nadie los pedí prestados. Mientras no pude
encerrar integras mis visiones en una forma adecuada a ellas, dejé volar mis
visiones ¡oh, cuánto áureo amigo que ya nunca ha vuelto! Pero la poesía tiene su
honradez, y yo he querido siempre ser honrado. Recortar versos, también sé pero
o no quiero. Así como cada hombre trae su fisonomía, cada inspiración trae su
lenguaje. Amo las sonoridades difíciles, el verso escultórico, vibrante como la
porcelana, volador como un ave, ardiente y arrollador como una lengua de lava.
El verso ha de ser como una espada reluciente, que deja a los espectadores la
memoria de un guerrero que va camino al cielo, y al envainarla en el sol, se
rompe en alas.
Tajos
son éstos de mis propias entrañas -mis guerreros.-Ninguno me ha salido
recalentado, artificioso, recompuesto, de la mente; sino como las lágrimas que
salen de los ojos y la sangre sale a borbotones de la
herida.
No
zurcí de éste y aquel, sino sajé en mí mismo. Van escritos, no en tinta de
academia, sino en. mi propia sangre. Lo que aquí voy a ver lo he visto antes (yo
lo he visto, yo), y he visto mucho más, que huyó sin darme tiempo a que copiara
sus rasgos.- De la extrañeza, singularidad, prisa, amontonamiento, arrebato de
mis visiones, yo mismo tuve la culpa, que las he hecho surgir ante mí como las
copio. De la copia yo soy el responsable. Halle quebrados los vestidos, y otros
no y usé de estos colores. Ya sé que no son usados. Amo las sonoridades
difíciles y la sinceridad, aunque puede parecer brutal.
Todo
lo que han de decir, ya lo sé, y me lo tengo contestado. He querido ser leal, y
si pequé, no me avergüenzo de haber pecado.
POLLICE
VERSO
Si,
yo también, desnuda la cabeza
de
tocado y cabellos, y al tobillo
una
cadena burda, heme arrastrado
entre
un montón de sierpes, que revueltas
sobre
sus vicios negros, parecían
esos
gusanos de pesado vientre
y
ojos viscosos, que en hedionda cuba
de
pardo lodo lentos se revuelcan.
Y
yo pasé, sereno entre los viles,
cual
si en mis manos, como en ruego juntas,
las
anchas alas púdicas, abriese
una
paloma blanca. Y aún me aterro
de
ver con el recuerdo lo que he visto
una
vez con mis ojos. Y espantado,
póngome
en pie, cual a emprender la fuga!
¡Recuerdos
hay que queman la memoria!
¡Zarzal
es la memoria; más la mía
es
un cesto de llamas! A su lumbre
el
porvenir de mi nación preveo.
Y
lloro. Hay leyes en la mente, leyes
cual
las del río, el mar, la piedra, el astro,
ásperas
y fatales ese almendro
que
con su rama oscura en flor sombrea
mi
alta ventana, viene de semilla
de
almendro: y ese rico globo de oro
de
dulce y perfumoso jugo lleno,
y
hasta el pomo ruin la daga hundida,
copa
de mago que el capricho torna
en
hiel para los míseros, y en férvido
tokay
para el feliz. La vida es grave,
al
flojo gladiador clava en la arena.
¡Alza,
oh pueblo, el escudo, porque, es grave
cosa
esta vida, y cada acción es culpa
que
como, aro servil se lleva luego
cerrado
al cuello, o premio generoso
que
del futuro mal próvido libra!
¿Veis
los esclavos? Como cuerpos muertos
atados
en racimo, a vuestra espalda
irán
vida tras vida, y con las frentes
pálidas
y angustiosas, la sombría
carga
en vano halaréis, hasta que el viento
de
vuestra pena bárbara apiadado,
los
átomos postreros evapore!
¡Oh,
qué visión tremenda! ¡Oh, qué terrible
procesión
de culpables! Como en llano
negro
los miro, torvos, anhelosos,
sin
fruta el arbolar, secos los píos
bejucos,
por comarca funeraria
donde
ni el sol da luz, ni el árbol sombra.
Y
bogan en silencio, como en magno
océano
sin agua, y ala frente
porción
del universo, frase unida
a
frase colosal, sierva ligada
a
un carro de oro, que a los ojos mismos
de
los que arrastra en rápida carrera
ocúltase
en el áureo polvo, sierva
con
escondidas riendas ponderosas
a
la incansable Eternidad atada!
Circo
la tierra es, como el romano;
y
junto a cada cuna una invisible
panoplia
al hombre aguarda, donde lucen,
cual
daga cruel que hiere al que la blande
los
vicios, y cual límpidos escudos
las
virtudes: la vida es la ancha arena,
y
los hombres esclavos gladiadores.
Mas
el pueblo y el rey, callados miran
de
grada excelsa, en la desierta sombra.
¡Pero
miran! Y a aquel que en la contienda
bajó
el escudo, o lo dejó de lado,
o
suplicó cobarde, o abrió el pecho
laxo
y servil a la enconosa daga
desde
el sitial de la implacable piedra,
condenan
a morir, pollice verso;
llevan,
cual yugo el buey, la cuerda uncida,
y
a la zaga, listado el cuerpo flaco
de
hondos azotes, el montón de siervos!
¿Veis
las carrozas, las ropillas blancas
risueñas
y ligeras, el luciente
corcel
de crin trenzada y riendas ricas,
y
la albarda de plata suntuosa
prendida,
y el menudo zapatillo
cárcel
a un tiempo de los pies y el alma?
¡pues
ved que los extraños os desdeñan
como
a raza ruin, menguada y floja!
AL
BUEN PEDRO
Dicen,
buen Pedro, que de mí murmuras
Porque
tras mis orejas el cabello
En
crespas ondas su caudal levanta:
¡Diles,
bribón, que mientras tú en festines,
En
rubios caldos y en fragantes pomas,
Entre
mancebas del astuto Norte,
De
tus esclavos el sudor sangriento,
Torcido
en oro lánguido bebes,-
Pensativo,
febril, pálido, grave,
Mi
pan rebano en solitaria mesa
Pidiendo
¡oh triste! al aire sordo modo
De
libertar de su infortunio al siervo
Y
de tu infamia a ti! Y en esos lances,
Suéleme,
Pedro, en la apretada bolsa
Faltar
la monedilla que reclama
Con
sus húmedas manos el barbero.
HOMAGNO
Homagno
sin ventura
La
hirsuta y retostada cabellera
Con
sus pálidas manos se mesaba.
«Máscara
soy, mentira soy, decía;
estas
carnes y formas, estas barbas
y
rostro, estas memorias de la bestia,
que
como silla a lomo de caballo
sobre
el alma oprimida echan y ajustan,
por
el rayo de luz que el alma mía
en
la sombra entrevé, -¡no son Homagno!
Mis
ojos sólo, los míos caros ojos,
que
me revelan mi disfraz, son míos,
queman,
me queman, nunca duermen, oran,
y
en mi rostro los siento y en el cielo,
y
le cuentan de mí, y a mí dél cuentan.
¿Por
qué, por qué, para cargar en ellos
un
grano ruin de alpiste mal trojado
talló
el creador mis colosales hombros?
Ando,
pregunto, ruinas y cimientos
vuelco
y sacudo; a sorbos delirantes
En
la Creación, la madre de mil pechos,
Las
fuentes todas de la vida aspiro:
Muerdo,
atormento, beso las callosas
Manos
de piedra que golpeo
Con
demencia amorosa; su invisible
cabeza
con las secas manos mías
acaricio
y destrenzo; por la tierra
me
tiendo compungido, y los confusos
pies,
con mi llanto baño y con mis besos,
y
en medio de la noche, palpitante,
con
mis voraces ojos en el cráneo
y
en sus órbitas anchas encendidos,
trémulo,
en mí plegado, hambriento espero,
por
si al próximo sol respuestas vienen:-
Y
a cada nueva luz,- de igual enjuto
modo
y ruin, la vida me aparece,
como
gota de leche que en cansado
pezón,
al terco ordeño, titubea,-
como
carga de hormiga,- como taza
de
agua añeja en la jaula de un jilguero.»-
De
mordidas y rotas, ramos de uvas
estrujadas
y negras, las ardientes
manos
del triste Homagno parecían!
Y
la tierra en silencio y una hermosa
voz
de mi corazón, contestaron.
CRIN
HIRSUTA
Que
como crin hirsuta espantado
caballo
que en los troncos secos mira
Garras
y dientes de tremendo lobo,
Mi
destrozado verso se levanta?...
Sí:
pero se levanta!-a la manera
Como
cuando un puñal se hunde en el cuello
De
la res, sube al cielo hilo de sangre:-
Sólo
el amor, engendra melodías.
MI
POESIA
Muy
fiera y caprichosa es la Poesía,
a
decírselo vengo al pueblo honrado:
la
denuncio por fiera. Yo la sirvo
con
toda honestidad: no la maltrato;
no
la llamo a deshora, cuando duerme,
quieta,
soñando, de mi amor cansada,
pidiendo
para mí fuerzas al cielo;
no
la pinto de gualda y amaranto
como
aquesos poetas; no le estrujo
En
un talle de hierro el franco seno;
Ni
el cabello a la brisa desparcido,
con
retóricas le cojo:
No:
no la pongo en lindas
Que
morirán; sino la vierto al mundo,
a
que cree y fecunde, y ruede y crezca
libre
cual las semillas por el viento.
Eso
sí: cuido mucho de que sea
claro
el aire en su torno; musicales,
-puro
su lecho y limpio y surtido-
los
rasgos que la amparan en el sueño,
y
limpios y aromados sus vestidos.
Cuando
va a la ciudad, mi poesía
me
vuelve herida toda, el ojo seco
y
como de enajenado, las mejillas
como
hundidas, de asombro; los dos labios
gruesos,
blandos, manchados; una que otra
gota
de cieno -en ambas manos puras-
y
el corazón, por bajo el pecho roto
como
un cesto de ortigas encendido:
así
de la ciudad me vuelve siempre;
mas
con el aire de los campos cura,
bajo
el cielo en la serena noche
un
bálsamo que cierra las heridas.
¡Arriba
oh corazón: quién dijo muerte?
Yo
protesto que mimo a mi poesía:
jamás
en sus vagares la interrumpo,
ni
de su ausencia larga me impaciento.
¡Viene
a veces terrible! Ase mi mano,
encendido
carbón me pone en ella
y
cual por sobre montes me la empuja!
¡Otras;
muy pocas! viene amable y buena,
y
me amansa el cabello; y me conversa
del
dulce amor, y me convida a un baño.
Tenemos
ella y yo, cierto recodo
púdico
en lo más hondo de mi pecho,
envuelto
en olorosa enredadera.
Digo
que no la fuerzo y jamás la adorno,
y
sé adornar: jamás la solicito,
aunque
en tremendas sombras suelo a veces
esperarla,
llorando, de rodillas,
ella,
¡oh coqueta grande!, en mi nube
airada
entra, la faz sobre ambas manos
mirando
cómo crecen las estrellas,
de
oro, baja hasta mí, resplandeciente.
Diome
un día infausto, rebuscando necio.
Luego,
con paso de ala, envuelta en polvo
perlas,
zafiros, ónices, cruces
para
ornarle la túnica a su vuelta.
Ya
de un lado, tenía,
y
acicaladas en hilera,
Octavas
de claveles, cuartetines
de
flores campesinas; tríos, dúos
de
ardiente oro y pálida azucena,
¡qué
guirnaldas de décimas!, ¡qué flecos
de
sonoras quintillas!, ¡qué ribetes-
de
pálido romance!, ¡qué lujosos
broches
de rima rara!, ¡qué repuesto
de
mil consonantes serviciales
para
ocultar con juicio las junturas:
obra,
en fin, de suprema joyería!-
Mas
de pronto una lumbre silenciosa
brilla;
las piedras todas palidecen,
como
muertas, las flores caen en tierra
lívidas,
sin colores: ¡es que bajaba
de
ver nacer los astros mi Poesía!-
Como
una cesta de caretas rotas
eché
a un lado mis universos. Digo al pueblo
que
me tiene oprimido mi poesía:
yo
en todo la obedezco; apenas siento
por
cierta voz del aire que: conozco
su
próxima llegada, pongo en fiesta
cráneo
y pecho; levántanse en la mente,
alados,
los corceles; por las venas
la
sangre ardiente al paso se dispone;
el
aire limpio, alejo los invitados,
muevo
el olvido generoso, y barro
de
mí las impurezas de la tierra.
¡No
es más pura que mi alma la paloma
virgen
que llama a su primer amigo!
Baja;
vierte en mis manos unas extrañas
flores
que el cielo da, flores que queman;
-como
de un mar que sube, sufre el pecho-,
y
a la divina voz, la idea dormida,
royendo
con dolor la carne tersa
busca,
como la lava, su camino;
de
hondas grietas el agujero luego queda,
como
la falda de un volcán cruzado;
precio
fatal de amores con el cielo.
Yo
en todo la obedezco; yo no esquivo
estos
padecimientos, yo le cubro
de
unos besos que lloran, sus dos blancas
manos
que así me acabarán la vida.
Yo,
¡qué más!, cual de un crimen ignorado
sufro,
cuando no viene: yo no tengo
otro
amor en el mundo ¡oh mi .poesía!
¡Como
sobre la pampa el viento negro
cae
sobre mí tu enojo!
A
mí, que te respeto.
De
su altivez me quejo al pueblo honrado;
de
su soberbia femenil. No sufre
espera.
No perdona. Brilla, y quiere
que
con el limpio brillo del acero
ya
el verso al mundo cabalgando salga;
Tal,
una loca de pudor, apenas
un
minuto al artista el cuerpo ofrece
para
que esculpa en mármol su hermosura-
¡Vuelan
las flores que del cielo bajan,
vuelan,
como irritadas mariposas,
para
jamás volver, las crueles vuelan...