ANDRÉS
ELOY BLANCO
ANTOLOGÍA
ANGELITOS
NEGROS
¡Ah
mundo!... La negra Juana,
¡lo
malo que le pasó.
Se
le murió su negrito,
¡si
señó...!
-¡Ay
compadrito del alma,
tan
sano que estaba el negro!
Yo
no le miraba el pliegue
yo
no lo actaba el hueso;
como
yo me enflaquecía,
lo
medía con mi cuerpo,
se
me iba poniendo flaco,
como
yo me iba poniendo...
Se
me murió mi negrito,
Dios
lo tendría dispuesto,
ya
lo tendrá colocao
como
angelito del Cielo.
-Desengáñese,
comadre,
que
no hay angelitos negros.
Pintor
de santos de alcoba,
pintor
sin tierra en el pecho,
que
cuando pintas tus santos,
no
te acuerdas de tu pueblo,
y
cuando pintas tus Vírgenes,
pintas
angelitos bellos,
pero
nunca te acordaste
de
pintar un ángel negro;
pintor
nacido en mi tierra
con
el pincel extranjero,
pintor
que sigue el rumbo
de
tantos pintores viejos,
aunque
la Virgen sea blanca
¡pintame
angelitos negros!
¡No
hubo pintor que pintara
angelitos
de mi pueblo!
Angel
de buena familia
no
basta para mi cielo.
Yo
quiero angelitos blancos
con
angelitos morenos.
¡Aunque
la Virgen sea blanca
píntame
angelitos negros!
Si
queda un pintor de santos,
si
queda un pintor de cielos,
que
haga el cielo de mi tierra
con
los tonos de mi pueblo
con
sus ángeles catires,
con
sus ángeles trigueños,
con
sus angelitos blancos,
con
sus angelitos negros,
con
sus angelitos indios,
con
sus ángeles morenos,
con
su ángel de perla fina
con
su ángel de medio pelo,
que
vayan comiendo mangos
por
las barriadas del cielo.
Como
has de pintar tu tierra
así
has de pintar tu cielo,
con
su sol que tuesta blancos
con
su sol que suda negros,
porque
para eso lo tienes
calientico
y de los buenos.
¡Aunque
la Virgen sea blanca,
píntame
angelitos negros!
Si
al cielo voy algún día,
tengo
que hallarte en el cielo,
¡angelito
del diablo,
serafín
cucurusero!
¡No
hay iglesia de rumbo,
no
hay iglesia de pueblo
donde
hayan dejado entrar
al
cuadro angelitos negros!
Y
entonces ¿a dónde van,
angelitos
de mi pueblo,
zamuritos
de Guaribe,
torditos
de Barlovento?
Pintor
que pintas tu tierra,
si
quieres pintar su cielo,
cuando
pintes angelitos,
acuérdate
de tu pueblo,
y
al lado de ángel rubio
y
junto al ángel trigueño,
aunque
la Virgen sea blanca,
píntame
angelitos negros!*
*Existe
una versión musical popular de esta poseía.
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EL
LIMONERO DEL SEÑOR
(Leyenda
caraqueña)
En
la esquina de Miracielos
agoniza
la tradición.
¿Qué
mano avara cortaría
el
limonero del Señor?
Miracielos,
casuchas nuevas,
con
descrédito del color,
antaño
hubiera allí una tapia
y
una arboleda y un portón.
Calle
de piedras; el reflejo
encalambrado
de un farol;
hacia
la sombra, el aguafuerte
abocetada
de un balcón,
a
cuya vera se bajara,
para
hacer guiños al amor,
el
embozo de Guzmán Blanco
en
un algún lance de ocasión.
En
el corral está sembrado,
junto
al muro, junto al portón,
y
por encima de la tapia
hacia
la calle descolgó
un
gajo verde y amarillo
el
limonero del Señor.
Cuentan
que en Pascua lo sembrara,
el
año quince, un español,
y
cada dueño de la siembra
de
sus racimos exprimió
la
limonada con azúcar
para
el día de San Simón.
Por
la esquina de Miracielos,
en
su miércoles de dolor,
el
Nazareno de San Pablo
pasaba
siempre en procesión.
Y
llegó el año de la peste:
moría
el pueblo bajo el sol;
con
su cortejo de enlutados
pasaba
al trote algún doctor
y
en un hartazgo dilataba
su
puerta "Los Hijos de Dios".
La
terapéutica era inútil,
andaba
el viático al vapor
y
por exceso de trabajo
se
abreviaba la absolución.
Y
pasó el domingo de ramos
y
fue el miércoles del dolor
cuando,
apestada y sollozante,
la
muchedumbre en oración
desde
claustro de San Felipe
hasta
San Pablo, se agolpó.
Un
aguacero de plegarias
asordó
la puerta mayor
y
el Nazareno de San Pablo
salió
otra vez en procesión.
En
el azul del empedrado
regaba
flores el fervor;
banderolas
en las paredes,
candilejas
en el balcón,
el
canelón y el miriñaque
el
garrasí y el quitasol;
un
predominio de morado
de
incienso y de genuflexión,
-¡Oh
Señor Dios de los Ejércitos,
la
peste aléjanos, Señor!
En
la esquina de Miracielos
hubo
una breve oscilación;
los
portadores de las andas
se
detuvieron y Monseñor
el
Arzobispo, alzó los ojos
hacia
la cruz, la cruz de Dios,
al
pasar bajo el limonero,
entre
sus gajos se enredó.
Sobre
la frente del Mesías
y
hubo un rebote de verdor
y
entre sus rizos tembló el oro
amarillo
de la sazón.
De
lo profundo del cortejo
partió
la flecha de una voz:
¡Milagro!
¡Es bálsamo, cristianos,
el
limonero del Señor!
Y
veinte manos arracanban
la
cosecha de curación
que
en la esquina de Miracielos
de
los cielos enviaba Dios.
Y
se curaron los pestosos
bebiendo
el ácido licor
con
agua clara de Catuche,
entre
oración y oración.
Miracielos:
casuchas nuevas:
la
tapia desapareció:
¿qué
mano avara cortaría
el
limonero del Señor?
¿golpe
de sordo mercachifle
o
competencia de Doctor
o
despecho de boticario
u
ornato de la población?
El
Nazareno de San Pablo
tuvo
una casa y la perdió
y
tuvo un patio y una tapia
y
un limonero y un portón,
¡malhaya
el golpe que cortara
el
limonero del Señor!
¡Malhaya
el sino de esa mano
que
desgajó la tradición!
Quizá
en su tumba un limonero
floreció
un día de Pasión
y
una nevada de azahares
sobre
su cruz desmigajó,
como
lo hiciera aquella tarde
sobre
la Cruz en procesión,
en
la esquina de Miracielos,
el
limonero del Señor.
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ANDRÉS
ELOY BLANCO
"PODA"
-Los viejos árboles demasiado llenos de hojas, son viejos verdes. Merecen respeto el árbol de la Noche
Triste y el Samán de Gúere, resecos, apergaminados, de sobria expresión
arbórea. Pero un samán joven y
opulento de verdes, también satisface.
Sirve todo el trópico de una vez.
Y nunca he creído en el samán que se poda a sí mismo. He desconfiado y desconfiaré siempre del
artista que nace "hecho". Adivino
mucho de cultura apresurada y no poco de "dernier cri" en el que recién nace con
el plato del día. Por eso antes que
la obra de nuevo artista, me interesa su temperamento.
La vieja catalogación es odiosa. "Poetas épicos, poetas líricos, poetas
elegíacos". Falsa manera de
ver. No hay más que hombres verdes,
hombres maduros y hombres grises.
Se hace la elegía a los veinte años con una vehemencia trágica de
epopeya. La adolescencia es épica:
la de los hombres como la de los pueblos.
El joven poeta de hoy, que abomina, que abomina de la descripción y de la
opulencia verbal, se adelanta audazmente a decir su palabra; y la quiere suya,
resumidora de su nueva Verdad extrarradiante. Y al topar con su propia voz en el
trance de una metáfora suya, le da, sin darse cuenta, aquel mismo fervor del
adolescente de ayer, pescado en el júbilo épico del hallazgo. La lírica pura del poeta nuevo es épica
pura infusa en la hazaña del logro original. La epopeya bretona fue vasta y
polifónica. La epopeya de Pelayo
cabe toda en el grito astur simple y ecoante. No falta, pues, en el artista actual la
frondosidad, por más que tantos críticos proclamen su ausencia del verbo porque
no la buscaron en el temperamento.
No ha mermado la pujanza en la nueva adolescencia. Cambia de forma.
Para algunos, este saldo de poemas será la liquidación de mi adolescencia
épica. Para otros, acaso, el divorcio de la vieja manera para un amargo esfuerzo
de incorporación a la moda. Ni una
cosa ni la otra. Desde 1923
comtemplo la aurora de zarpadas nuevas.
Fuí un buen camarada de Gerardo Diego y me dolió en el alma la idea
precoz de Pepe Ciria. Les miraba
izar velas con cariñosa ansiedad. Pero nunca me presté para coros
"fashionables". No me seducía el
orgullo de las "inauguraciones". Yo
tenía fe en ellos, pero respeto demasiado mi sinceridad para dejarla en
casa. Yo quería oir mi
voz.
Nunca me he lamentado de mi adolescencia de epígono literario. Ni la he ocultado jamás. Así, frondoso, recibí pájaros de voz
venidos de las más nobles bocas de poetas.
Mi épica tropical está menos en mis poemas circunstanciales que en la
caliente resonancia que supe dar a los cantos que me venían de fuera. Nunca he visto un canario avergonzado de
cantar como los otros canarios. De
las verdades útiles, me hace falta, y mucha, la
hipocresía.
Por eso, me he esperado a mí mismo.
Bien hacía en creer que yo no podría podarme. Mucho verano y mucho ventarrón hacen
falta para hacerle la barba a un árbol joven. Las más sincera expresión de hoy es
sintética. Pero predomina en ella
el nervio épico que es el motor de la adolescencia. Una hazaña de ayer era larga y
lenta. Un Descubrimiento no cabía
en menos de seis meses. Una cruzada no cabía en menos de una vida. Se describía a sí misma en su larga y
enfática realización. Una hazaña de
hoy cabe en un salto al límite del aire y el Atlántico es un sorbo de ojos
aviadores.
Pero el sentido hazañoso de la adolescencia es el mismo. Y a proa se
vislumbra la playa ardua del Romanticismo.
Distinto e igual. El logro
de la metáfora pura no destruye el episodio, como cree algún miope. La metáfora en sí es un estupendo
suceso, un episodio fulgurante e inesperado. El milagro; han trasnformado el agua en
vino: metáfora suprema.
Yo no he desgajado mi copa.
Pido mi pase de sinceridad.
La Vida lo hizo todo. Al
dejar en este libro mis poemas de ayer, no los repudio. Los veo irse con el viento y amarillear
en el verano, que a golpes lentos me desvistieronn de ellos y me dejaron solo,
en mi primera interperie. Sin la
frondosidad de ayer, poco propicio al pájaro de viaje, cae el árbol a plomo en
su propia raíz. Arriba, un tallo
verde dirá la voz que le ha quedado.
Todo el sol puede ahora llegar al pie.
Para mañana, seguiré esperando.
No sé cuál será mi tono final.
Aspiro a saludar al poeta castellano de América, que sepa derivarse de
las necesidades de su ambiente, que sea trasunto lírico de la América por
encontrar. Aspiro a verle,
desvestido de ropajes prestados por culturas lejanas. Mientras tanto, yo estaré con todos y
conmigo, al acecho de la nueva distancia.
En las manos de una vecina romántica, pongo este libro lento y
congestionado de mis poemas de ayer.
Mañana iré a llevar mi nuevo libro a la nueva romántica. Y en un verso acoplado al ritmo de este
viento que angustia más sin hojas, me arrimaré a la niña que calcula la
velocidad del Recuerdo.
ANDRÉS
ELOY BLANCO
Caracas,
enero, 1934.
LA
VACA BLANCA (1922)
De
un amor que pasó, como un paisaje
visto
del tren, cuando se va de viaje,
de
un romance de un mes, en un cobijo
del
llano, una mujer me dejó un hijo.
Ella
murió y abrieron una fosa
y
allí metieron el residuo humano
y
una cúpula azul sobre una losa
fue
el mausoleo: el cielo sobre el llano.
Y
me dejó un pequeño
así
de grande y como flor de harina,
con
unos ojos como para un sueño
y
el laberinto de lengua china.
Yo
vine de muy lejos para verle.
Tenía
las
pestañas muy largas; me miró fijamente
y
me mostró la lengua bajo la calva encía,
con
una picardía
de
granuja que dice: -¿Qué me verá
esta gente?-
Tuvo
hambre. Yo anduve de covacha en
covacha
comprándole
su leche al niño ajeno;
cada
vez que encontraba una muchacha,
con
cierta gula le miraba el seno.
Había
seis mujeres:
eran
cinco doncellas y una vieja arrugada;
eran
diez pechos para los placeres
y
dos que no servían para nada.
Pasé
por el corral y hallé en la puerta
la
vaca blanca y su ternera muerta.
Y
se vino hacia mí la vaca blanca,
una
estrella en la frente y una cruz en el anca...
Mi
niño era de nieve, su ternera, de armiño;
por
su ternera, yo le dí mi niño.
Y
era aquel despertar por la mañana,
cuando
rompía el sueño
el
mugir de la vaca en la ventana
y
el breve ordeñador iba al ordeño.
Y
aquella boca en el pezón colgante
y
aquel mirar de vaca, mansamente,
y
después, él delante
del
testuz, y la vaca le lamía la frente.
Hoy
le enterramos.
Vino
la
fiebre y en dos días se me fue. En
el camino
he
encontrado la vaca; por la tierra albariza
se
acercaba a lo lejos su dolor de nodriza...
Los
dos nos arrimamos, y se puso a mirarme,
en
la frente dolida se le avivó el lucero
y
en sus ojos remotos parecían hablarme
del
dolor que le daba de perder mi ternero.
Y
la nodriza y todo
cuando
del llano tuve, se me quedó en el llano...
La
vaca me miraba... me miraba de un modo,
que
yo sentía la angustia de tenderle la mano...
***********************************
LA
RENUNCIA
He
renunciado a tí. No era
posible.
Fueron
vapores de la fantasía;
son
ficciones que a veces dan a lo inaccesible
una
proximidad de lejanía.
Yo
me quedé mirando como el río se iba
poniendo
encinta de la estrella...
hundí
mis manos locas hacia ella
y
supe que la estrella estaba arriba...
He
renunciado a tí, serenamente,
como
renuncia a Dios el delincuente;
he
renunciado a tí como el mendigo
que
no se deja ver del viejo amigo;
como
el que ve partir grandes navíos
con
rumbo hacia imposibles y ansiados continentes:
como
el perro que apaga sus amorosos bríos
cuando
hay perro grande que le enseña los dientes;
como
el marino que renuncia al puerto
y
el buque errante que renuncia al faro
y
como el ciego junto al libro abierto
y
el niño pobre ante el juguete caro.
He
renunciado a tí, como renuncia
el
loco a la palabra que su boca pronuncia;
como
esos granujillas otoñales,
con
los ojos estáticos y las manos vacías,
que
empañan su renuncia, soplando los cristales
en
los escaparates de las confiterías...
He
renunciado a tí, y a cada instante
renunciamos
un poco de lo que antes quisimos
y
al fina, cuántas veces el anhelo menguante
pide
un pedazo de lo que antes fuimos!
Yo
voy hacia mi propio nivel. Ya estoy
tranquilo.
Cuando
renuncie a todo, seré mi propio dueño;
desbaratando
encajes regresaré hasta el hilo.
La
renuncia es el viaje de regreso del sueño...
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EL
DULCE MAL
Vuelvo
los ojos a mi propia historia.
Sueños,
más sueños y más sueños... gloria,
más
gloria... odio... un ruiseñor huyendo...
y
asómbrame no ver en toda ella
ni
un rasgo ni un esbozo, ni una huella
del
dulce mal con que me estoy muriendo.
Torno
a mirar hacia el camino andado...
Mi
marcha fue una marcha de soldado,
con
paso vencedor, a todo estruendo;
mi
alegría una bárbara alegría...
y
en nada está la sombra todavía,
del
dulce mal con que me estoy muriendo.
Surgió
una cumbre frente a mí; quisieron
otros
mil coronarla y no pudieron;
sólo
yo quedé arriba, sonriendo,
y
allí, suelta la voz, tendido el brazo,
nunca
sentí ni el leve picotazo
del
dulce mal con que me estoy muriendo.
Volví
la frente hacia el más bello ocaso...
Mil
bravos se rendieron al fracaso
más,
yo fui vencedor del mal tremendo;
fuí
glora empurpurada y vespertina,
sin
presentir la marcha clandestina
del
dulce mal con que me estoy muriendo.
Fuerza
y potestades me sitiaron
y,
prueba sobre prueba, acorralaron
mi
fe, que ni la cambio ni la vendo,
y
yo les ví marchar con su despecho
feliz,
sin presentir nada en mi pecho
del
dulce mal con que me estoy muriendo.
Mujeres...
por mi gloria y por mis luchas
en
muchas partes se me dieron muchas
y
en todas partes me dormí queriendo
y
en la mañana hacia otro amor seguía,
pero
en ninguno el dardo presentía
del
dulce mal con que me estoy muriendo.
Y
un día fue la torpe circunstancia
de
querdarnos a solas en la estancia,
leyendo
juntos, sin estar leyendo,
mirarnos
en los ojos, sin malacia
y
quedamos después con la delicia
del
dulce mal con que me estoy muriendo.
**********************************
LAS
UVAS DEL TIEMPO (Madrid, medianoche del 31 de diciembre de
1923)
Madre:
esta noche se nos muere un año.
En
esta ciudad grande, todos están de fiesta;
zambombas,
serenatas, gritos, ah, cómo gritan!
claro,
como que todos tienen su madre cerca...
Yo
estoy tan solo, madre,
tan
solo! pero miento, que ojalá lo estuviera;
estoy
con tu recuerdo y el recuerdo es un año
pasado
que se queda.
Si
vieras, si escucharas este alboroto: hay hombres
vestidos
de locura, con cacerolas viejas,
tambores
de sartenes,
cencerros
y cornetas,
el
hálito canalla
de
las mujeres ebrias,
el
Diablo con diez latas prendidas en el rabo
anda
por esas calles inventando piruetas
y
por esta balumba en que da brincos
la
gran ciudad histérica,
mi
soledad y tu recuerdo, madre,
marchan
como dos penas.
Esta
es la noche en que todos se ponen
en
los ojos la venda,
para
olvidar que hay alguien que está cerrando un libro,
para
no ver la periódica liquidación de cuentas,
donde
van las partidas al Haber de la Muerte,
por
lo que viene y por lo que se queda,
porque
lo que sufrimos se ha perdido
y
lo gozado ayer es una pérdida.
Aquí
es de tradición que en esta noche,
cuando
el reloj anuncia que el Año Nueva llega,
todos
los hombres coman, al compás de las horas,
las
doces uvas de la Noche Vieja.
Pero
aquí no se abrazan ni gritan: "Felíz Año"
como
en los pueblos de mi tierra;
en
este gozo hay menos caridad; la alegría
de
cada cual va sola y la tristeza
del
que está al margen del tumulto acusa
lo
inevitable de la casa ajena.
¡Oh
nuestras plazas, donde van las gentes,
sin
conocerse, con la buena nueva!
las
manos que se buscan con la efusión unánime
de
ser hormigas de la misma cueva;
y
al hombre que está solo, bajo un árbol,
le
dicen cosas de honda fortaleza:
-
¡Venid, compadre, que las horas pasan,
pero
aprendamos a pasar con ellas!-
Y
el cañonazo en la Planicie
y
el Himno Nacional desde la Iglesia,
y
el amigo que viene a saludarnos:
-Felíz
Año, señores- y los criados que llegan
a
recibir en nuestros brazos
el
amor de la casa buena
y
el beso familiar a media noche:
-
La bendición, mi madre.
-
Que el Señor te proteja...
Y
después, en el claro comedor, la familia
congregada
para la cena,
con
dos amigos íntimos y tú, madre, a mi lado
y
mi padre, algo triste, presidiendo la mesa
¡Madre,
cómo son ácidas
las
uvas de la ausencia!
¡Mi
casona oriental! aquella casa
con
claustros coloniales, portón y enredaderas,
el
molino de viento y los granados,
los
grandes libros de la biblioteca,
-mis
libros preferidos: tres tomos con imágenes
que
hablaban de los Reinos de la Naturaleza-
Al
lado, el gran corral, donde parece
que
hay dinero enterrado desde la Independencia,
el
corral con guayabos y almendros,
el
corral con peonías y cerezas
y
el gran parrar que daba todo el año
uvas
más dulces que la miel de las abejas!
Bajo
el parral hay un estanque,
un
baño en ese estanque sabe a Grecia;
del
verde artesonado, las uvas en racimos,
tan
bajas, que del agua se podría cojerlas,
y
mientras en los labios se desangra la uva,
los
pies hacen saltar el agua fresca.
Cuando
llegaba la sazón tenía
cada
racimo un capuchón de tela,
para
salvarlo de la gula
de
las avispas negras,
y
tenían entonces
una
gracia invernal las uvas nuestras,
arrebujadas
en sus telas blancas,
sordas
a la canción de las abejas...
Y
ahora, madre, que tan solo tengo
las
doce uvas de la Noche Vieja,
hoy
que exprimo la uva de los meses
sobre
el recuerdo de la viña seca,
siento
que toda la acidez del mundo,
se
está metiendo en ella,
porque
tienen el ácido de lo que fue dulzura
las
uvas de la ausencia.
Y
ahora me pregunto:
¿Por
qué razón estoy yo aquí? ¿qué fuerza
pudo
más que tu amor, que me llevaba
a
la dulce anonimia de tu puerta?
¡Oh
miserable vara que nos mides!
el
Renombre, la Gloria... pobre cosa pequeña!
cuando
dejé mi casa para buscar la Gloria,
como
olvidé la gloria que me dejaba en ella!
Y
ésta es la lucha ante los hombres malos
y
antes las almas buenas;
yo
soy un hombre a solas en busca de un camino:
¿dónde
hallaré camino mejor que la vereda
que
a tí me lleva, madre, la vereda que corta
por
los campos frutales, pintada de hojas secas,
siempre
recién llovida,
con
pájaros del trópico, muchachas de la aldea,
hombres
que dicen -Buenos días,
niño-
y
el queso que me guardas siempre para merienda?
Esa
es la gloria, madre, para un hombre
que
se llamó Fray Luis y era poeta.
¡Oh,
mi casa sin críticos, mi casa donde puede
mi
poesía andar como una Reina!
¿Qué
sabes tú de formas y doctrinas,
de
metros y de escuelas?
tú
eres mi madre, que me dices siempre
que
son hermosos todos mis poemas;
para
tí, yo soy grande, cuando dices mis versos,
yo
no sé si los dices o los rezas...
Y
mientras exprimimos en las uvas del Tiempo
toda
una vida absurda, la promesa
de
vernos otra vez se va alargando
y
el momento de irnos está cerca
y
no pensamos que se pierde todo!
por
eso en esta noche, mientras pasa la fiesta
y
en la última uva libo la última gota
del
año que se aleja,
pienso
en que tienes todavía, madre
retazos
de carbón en la cabeza
y
ojos tan bellos que por mi regaron
su
clara pleamar en tus ojeras
y
manos pulcras y esbeltez de talle,
donde
hay la gracia de la espiga nueva.
que
eres hermosa, madre todavía
y
yo estoy loco por estar de vuelta
porque
tú eres la glora de mis años
y
no quiero volver cuando estés vieja!...
Uvas
del tiempo que mi ser escancia
en
el recuerdo de la viña seca
¡cómo
me pierdo madre en los caminos,
hacia
la devoción de tu vereda!
Y
en esta algarabía de la ciudad borracha
donde
va mi emoción sin compañera,
mientras
los hombres comen las uvas de los meses
yo
me acojo al recuerdo como un niño a una puerta.
Mi
labio está bebiendo de tu seno,
que
es el racimo de la parra buena,
el
buen racimo que exprimí en el día
sin
hora y sin reloj de mi inconsciencia.
Madre,
esta noche se nos muere un año;
todos
estos señores tienen su madre cerca
y
al lado mío mi tristeza muda
tiene
el dolor de una muchacha muerta...
Y
vino toda la acidez del mundo
a
destilar sus doce gotas trémulas,
cuando
cayeron sobre mi silencio
las
doce uvas de la noche vieja.
************************
LOS
HIJOS INFINITOS
(Fragmento
del Pomea "Canto a los Hijos")
Cuando
se tiene un hijo,
se
tiene al hijo de la casa y al de la calle entera,
se
tiene al que cabalga en el cuadril de la mendiga
y
al del coche que empuja la institutriz inglesa
y
al niño gringo que carga la criolla
y
al niño blanco que carga la negra
y
al niño indio que carga la india
y
al niño negro que carga la tierra.
Cuando
se tiene un hijo, se tienen tantos niños
que
la calle se llena
y
la plaza y el puente
y
el mercado y la iglesia
y
es nuestro cualquier niño cuando cruza la calle
y
el coche lo atropella
y
cuando se asoma al balcón
y
se cuando se arrima a la alberca;
y
cuando un niño grita, no sabemos
si
lo nuestro es el grito o es el niño,
y
si sangran y se queja,
por
el momento no sabríamos
si
el ay es suyo o si la sangre es nuestra.
Cuando
se tiene un hijo, es nuestro el niño
que
acompaña a la ciega
y
las Meninas y la misma enana
y
el Príncipe de Francia y su Princesa
y
el que tiene San Antonio en los brazos
y
el que tiene la Coromoto en las piernas.
Cuando
se tiene un hijo, toda risa nos cala,
todo
llanto nos crispa, venga de donde venga.
Cuando
se tiene un hijo, se tiene el mundo adentro
y
el corazón afuera.
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DONADO
POR LOGOS