ANDRÉS ELOY BLANCO

 

 

ANTOLOGÍA

 

 

ANGELITOS NEGROS

 

¡Ah mundo!... La negra Juana,

¡lo malo que le pasó.

Se le murió su negrito,

¡si señó...!

 

-¡Ay compadrito del alma,

tan sano que estaba el negro!

Yo no le miraba el pliegue

yo no lo actaba el hueso;

como yo me enflaquecía,

lo medía con mi cuerpo,

se me iba poniendo flaco,

como yo me iba poniendo...

Se me murió mi negrito,

Dios lo tendría dispuesto,

ya lo tendrá colocao

como angelito del Cielo.

 

-Desengáñese, comadre,

que no hay angelitos negros.

 

Pintor de santos de alcoba,

pintor sin tierra en el pecho,

que cuando pintas tus santos,

no te acuerdas de tu pueblo,

y cuando pintas tus Vírgenes,

pintas angelitos bellos,

pero nunca te acordaste

de pintar un ángel negro;

pintor nacido en mi tierra

con el pincel extranjero,

pintor que sigue el rumbo

de tantos pintores viejos,

aunque la Virgen sea blanca

¡pintame angelitos negros!

 

¡No hubo pintor que pintara

angelitos de mi pueblo!

Angel de buena familia

no basta para mi cielo.

Yo quiero angelitos blancos

con angelitos morenos.

¡Aunque la Virgen sea blanca

píntame angelitos negros!

 

Si queda un pintor de santos,

si queda un pintor de cielos,

que haga el cielo de mi tierra

con los tonos de mi pueblo

con sus ángeles catires,

con sus ángeles trigueños,

con sus angelitos blancos,

con sus angelitos negros,

con sus angelitos indios,

con sus ángeles morenos,

con su ángel de perla fina

con su ángel de medio pelo,

que vayan comiendo mangos

por las barriadas del cielo.

Como has de pintar tu tierra

así has de pintar tu cielo,

con su sol que tuesta blancos

con su sol que suda negros,

porque para eso lo tienes

calientico y de los buenos.

 

¡Aunque la Virgen sea blanca,

píntame angelitos negros!

 

Si al cielo voy algún día,

tengo que hallarte en el cielo,

¡angelito del diablo,

serafín cucurusero!

¡No hay iglesia de rumbo,

no hay iglesia de pueblo

donde hayan dejado entrar

al cuadro angelitos negros!

Y entonces ¿a dónde van,

angelitos de mi pueblo,

zamuritos de Guaribe,

torditos de Barlovento?

 

Pintor que pintas tu tierra,

si quieres pintar su cielo,

cuando pintes angelitos,

acuérdate de tu pueblo,

y al lado de ángel rubio

y junto al ángel trigueño,

aunque la Virgen sea blanca,

píntame angelitos negros!*

 

*Existe una versión musical popular de esta poseía.

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EL LIMONERO DEL SEÑOR

(Leyenda caraqueña)

 

En la esquina de Miracielos

agoniza la tradición.

¿Qué mano avara cortaría

el limonero del Señor?

Miracielos, casuchas nuevas,

con descrédito del color,

antaño hubiera allí una tapia

y una arboleda y un portón.

Calle de piedras; el reflejo

encalambrado de un farol;

hacia la sombra, el aguafuerte

abocetada de un balcón,

a cuya vera se bajara,

para hacer guiños al amor,

el embozo de Guzmán Blanco

en un algún lance de ocasión.

En el corral está sembrado,

junto al muro, junto al portón,

y por encima de la tapia

hacia la calle descolgó

un gajo verde y amarillo

el limonero del Señor.

Cuentan que en Pascua lo sembrara,

el año quince, un español,

y cada dueño de la siembra

de sus racimos exprimió

la limonada con azúcar

para el día de San Simón.

Por la esquina de Miracielos,

en su miércoles de dolor,

el Nazareno de San Pablo

pasaba siempre en procesión.

Y llegó el año de la peste:

moría el pueblo bajo el sol;

con su cortejo de enlutados

pasaba al trote algún doctor

y en un hartazgo dilataba

su puerta "Los Hijos de Dios".

La terapéutica era inútil,

andaba el viático al vapor

y por exceso de trabajo

se abreviaba la absolución.

Y pasó el domingo de ramos

y fue el miércoles del dolor

cuando, apestada y sollozante,

la muchedumbre en oración

desde claustro de San Felipe

hasta San Pablo, se agolpó.

Un aguacero de plegarias

asordó la puerta mayor

y el Nazareno de San Pablo

salió otra vez en procesión.

En el azul del empedrado

regaba flores el fervor;

banderolas en las paredes,

candilejas en el balcón,

el canelón y el miriñaque

el garrasí y el quitasol;

un predominio de morado

de incienso y de genuflexión,

-¡Oh Señor Dios de los Ejércitos,

la peste aléjanos, Señor!

En la esquina de Miracielos

hubo una breve oscilación;

los portadores de las andas

se detuvieron y Monseñor

el Arzobispo, alzó los ojos

hacia la cruz, la cruz de Dios,

al pasar bajo el limonero,

entre sus gajos se enredó.

Sobre la frente del Mesías

y hubo un rebote de verdor

y entre sus rizos tembló el oro

amarillo de la sazón.

De lo profundo del cortejo

partió la flecha de una voz:

¡Milagro! ¡Es bálsamo, cristianos,

el limonero del Señor!

Y veinte manos arracanban

la cosecha de curación

que en la esquina de Miracielos

de los cielos enviaba Dios.

Y se curaron los pestosos

bebiendo el ácido licor

con agua clara de Catuche,

entre oración y oración.

Miracielos: casuchas nuevas:

la tapia desapareció:

¿qué mano avara cortaría

el limonero del Señor?

¿golpe de sordo mercachifle

o competencia de Doctor

o despecho de boticario

u ornato de la población?

El Nazareno de San Pablo

tuvo una casa y la perdió

y tuvo un patio y una tapia

y un limonero y un portón,

¡malhaya el golpe que cortara

el limonero del Señor!

¡Malhaya el sino de esa mano

que desgajó la tradición!

Quizá en su tumba un limonero

floreció un día de Pasión

y una nevada de azahares

sobre su cruz desmigajó,

como lo hiciera aquella tarde

sobre la Cruz en procesión,

en la esquina de Miracielos,

el limonero del Señor.

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ANDRÉS ELOY BLANCO

 

"PODA"

 

 

         -Los viejos árboles demasiado llenos de hojas, son viejos verdes.  Merecen respeto el árbol de la Noche Triste y el Samán de Gúere, resecos, apergaminados, de sobria expresión arbórea.  Pero un samán joven y opulento de verdes, también satisface.  Sirve todo el trópico de una vez.

         Y nunca he creído en el samán que se poda a sí mismo.  He desconfiado y desconfiaré siempre del artista que nace "hecho".  Adivino mucho de cultura apresurada y no poco de "dernier cri" en el que recién nace con el plato del día.  Por eso antes que la obra de nuevo artista, me interesa su temperamento.

         La vieja catalogación es odiosa. "Poetas épicos, poetas líricos, poetas elegíacos".  Falsa manera de ver.  No hay más que hombres verdes, hombres maduros y hombres grises.  Se hace la elegía a los veinte años con una vehemencia trágica de epopeya.  La adolescencia es épica: la de los hombres como la de los pueblos.  El joven poeta de hoy, que abomina, que abomina de la descripción y de la opulencia verbal, se adelanta audazmente a decir su palabra; y la quiere suya, resumidora de su nueva Verdad extrarradiante.  Y al topar con su propia voz en el trance de una metáfora suya, le da, sin darse cuenta, aquel mismo fervor del adolescente de ayer, pescado en el júbilo épico del hallazgo.  La lírica pura del poeta nuevo es épica pura infusa en la hazaña del logro original.  La epopeya bretona fue vasta y polifónica.  La epopeya de Pelayo cabe toda en el grito astur simple y ecoante.  No falta, pues, en el artista actual la frondosidad, por más que tantos críticos proclamen su ausencia del verbo porque no la buscaron en el temperamento.  No ha mermado la pujanza en la nueva adolescencia.  Cambia de forma.

         Para algunos, este saldo de poemas será la liquidación de mi adolescencia épica. Para otros, acaso, el divorcio de la vieja manera para un amargo esfuerzo de incorporación a la moda.  Ni una cosa ni la otra.  Desde 1923 comtemplo la aurora de zarpadas nuevas.  Fuí un buen camarada de Gerardo Diego y me dolió en el alma la idea precoz de Pepe Ciria.  Les miraba izar velas con cariñosa ansiedad. Pero nunca me presté para coros "fashionables".  No me seducía el orgullo de las "inauguraciones".  Yo tenía fe en ellos, pero respeto demasiado mi sinceridad para dejarla en casa.  Yo quería oir mi voz.

         Nunca me he lamentado de mi adolescencia de epígono literario.  Ni la he ocultado jamás.  Así, frondoso, recibí pájaros de voz venidos de las más nobles bocas de poetas.  Mi épica tropical está menos en mis poemas circunstanciales que en la caliente resonancia que supe dar a los cantos que me venían de fuera.  Nunca he visto un canario avergonzado de cantar como los otros canarios.  De las verdades útiles, me hace falta, y mucha, la hipocresía.

         Por eso, me he esperado a mí mismo.  Bien hacía en creer que yo no podría podarme.  Mucho verano y mucho ventarrón hacen falta para hacerle la barba a un árbol joven.  Las más sincera expresión de hoy es sintética.  Pero predomina en ella el nervio épico que es el motor de la adolescencia.  Una hazaña de ayer era larga y lenta.  Un Descubrimiento no cabía en menos de seis meses. Una cruzada no cabía en menos de una vida.  Se describía a sí misma en su larga y enfática realización.  Una hazaña de hoy cabe en un salto al límite del aire y el Atlántico es un sorbo de ojos aviadores.

         Pero el sentido hazañoso de la adolescencia es el mismo. Y a proa se vislumbra la playa ardua del Romanticismo.  Distinto e igual.  El logro de la metáfora pura no destruye el episodio, como cree algún miope.  La metáfora en sí es un estupendo suceso, un episodio fulgurante e inesperado.  El milagro; han trasnformado el agua en vino: metáfora suprema.

         Yo no he desgajado mi copa.  Pido mi pase de sinceridad.  La Vida lo hizo todo.  Al dejar en este libro mis poemas de ayer, no los repudio.  Los veo irse con el viento y amarillear en el verano, que a golpes lentos me desvistieronn de ellos y me dejaron solo, en mi primera interperie.  Sin la frondosidad de ayer, poco propicio al pájaro de viaje, cae el árbol a plomo en su propia raíz.  Arriba, un tallo verde dirá la voz que le ha quedado.  Todo el sol puede ahora llegar al pie.

         Para mañana, seguiré esperando.  No sé cuál será mi tono final.  Aspiro a saludar al poeta castellano de América, que sepa derivarse de las necesidades de su ambiente, que sea trasunto lírico de la América por encontrar.  Aspiro a verle, desvestido de ropajes prestados por culturas lejanas.  Mientras tanto, yo estaré con todos y conmigo, al acecho de la nueva distancia.

         En las manos de una vecina romántica, pongo este libro lento y congestionado de mis poemas de ayer.  Mañana iré a llevar mi nuevo libro a la nueva romántica.  Y en un verso acoplado al ritmo de este viento que angustia más sin hojas, me arrimaré a la niña que calcula la velocidad del Recuerdo.

 

ANDRÉS ELOY BLANCO

Caracas, enero, 1934.

 

 

LA VACA BLANCA (1922)

 

De un amor que pasó, como un paisaje

visto del tren, cuando se va de viaje,

de un romance de un mes, en un cobijo

del llano, una mujer me dejó un hijo.

 

Ella murió y abrieron una fosa

y allí metieron el residuo humano

y una cúpula azul sobre una losa

fue el mausoleo: el cielo sobre el llano.

 

Y me dejó un pequeño

así de grande y como flor de harina,

con unos ojos como para un sueño

y el laberinto de lengua china.

 

Yo vine de muy lejos para verle.  Tenía

las pestañas muy largas; me miró fijamente

y me mostró la lengua bajo la calva encía,

con una picardía

de granuja que dice:  -¿Qué me verá esta gente?-

 

Tuvo hambre.  Yo anduve de covacha en covacha

comprándole su leche al niño ajeno;

cada vez que encontraba una muchacha,

con cierta gula le miraba el seno.

 

Había seis mujeres:

eran cinco doncellas y una vieja arrugada;

eran diez pechos para los placeres

y dos que no servían para nada.

Pasé por el corral y hallé en la puerta

la vaca blanca y su ternera muerta.

 

Y se vino hacia mí la vaca blanca,

una estrella en la frente y una cruz en el anca...

 

Mi niño era de nieve, su ternera, de armiño;

por su ternera, yo le dí mi niño.

 

Y era aquel despertar por la mañana,

cuando rompía el sueño

el mugir de la vaca en la ventana

y el breve ordeñador iba al ordeño.

 

Y aquella boca en el pezón colgante

y aquel mirar de vaca, mansamente,

y después, él delante

del testuz, y la vaca le lamía la frente.

 

Hoy le enterramos.  Vino

la fiebre y en dos días se me fue.  En el camino

he encontrado la vaca; por la tierra albariza

se acercaba a lo lejos su dolor de nodriza...

 

Los dos nos arrimamos, y se puso a mirarme,

en la frente dolida se le avivó el lucero

y en sus ojos remotos parecían hablarme

del dolor que le daba de perder mi ternero.

 

Y la nodriza y todo

cuando del llano tuve, se me quedó en el llano...

La vaca me miraba... me miraba de un modo,

que yo sentía la angustia de tenderle la mano...

 

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LA RENUNCIA

 

He renunciado a tí.  No era posible.

Fueron vapores de la fantasía;

son ficciones que a veces dan a lo inaccesible

una proximidad de lejanía.

Yo me quedé mirando como el río se iba

poniendo encinta de la estrella...

hundí mis manos locas hacia ella

y supe que la estrella estaba arriba...

 

He renunciado a tí, serenamente,

como renuncia a Dios el delincuente;

he renunciado a tí como el mendigo

que no se deja ver del viejo amigo;

 

como el que ve partir grandes navíos

con rumbo hacia imposibles y ansiados continentes:

como el perro que apaga sus amorosos bríos

cuando hay perro grande que le enseña los dientes;

 

como el marino que renuncia al puerto

y el buque errante que renuncia al faro

y como el ciego junto al libro abierto

y el niño pobre ante el juguete caro.

 

He renunciado a tí, como renuncia

el loco a la palabra que su boca pronuncia;

como esos granujillas otoñales,

con los ojos estáticos y las manos vacías,

que empañan su renuncia, soplando los cristales

en los escaparates de las confiterías...

 

He renunciado a tí, y a cada instante

renunciamos un poco de lo que antes quisimos

y al fina, cuántas veces el anhelo menguante

pide un pedazo de lo que antes fuimos!

 

Yo voy hacia mi propio nivel.  Ya estoy tranquilo.

Cuando renuncie a todo, seré mi propio dueño;

desbaratando encajes regresaré hasta el hilo.

La renuncia es el viaje de regreso del sueño...

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EL DULCE MAL

 

Vuelvo los ojos a mi propia historia.

Sueños, más sueños y más sueños... gloria,

más gloria... odio... un ruiseñor huyendo...

y asómbrame no ver en toda ella

ni un rasgo ni un esbozo, ni una huella

del dulce mal con que me estoy muriendo.

 

Torno a mirar hacia el camino andado...

Mi marcha fue una marcha de soldado,

con paso vencedor, a todo estruendo;

mi alegría una bárbara alegría...

y en nada está la sombra todavía,

del dulce mal con que me estoy muriendo.

 

 

Surgió una cumbre frente a mí; quisieron

otros mil coronarla y no pudieron;

sólo yo quedé arriba, sonriendo,

y allí, suelta la voz, tendido el brazo,

nunca sentí ni el leve picotazo

del dulce mal con que me estoy muriendo.

 

Volví la frente hacia el más bello ocaso...

Mil bravos se rendieron al fracaso

más, yo fui vencedor del mal tremendo;

fuí glora empurpurada y vespertina,

sin presentir la marcha clandestina

del dulce mal con que me estoy muriendo.

 

Fuerza y potestades me sitiaron

y, prueba sobre prueba, acorralaron

mi fe, que ni la cambio ni la vendo,

y yo les ví marchar con su despecho

feliz, sin presentir nada en mi pecho

del dulce mal con que me estoy muriendo.

 

Mujeres... por mi gloria y por mis luchas

en muchas partes se me dieron muchas

y en todas partes me dormí queriendo

y en la mañana hacia otro amor seguía,

pero en ninguno el dardo presentía

del dulce mal con que me estoy muriendo.

 

Y un día fue la torpe circunstancia

de querdarnos a solas en la estancia,

leyendo juntos, sin estar leyendo,

mirarnos en los ojos, sin malacia

y quedamos después con la delicia

del dulce mal con que me estoy muriendo.

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LAS UVAS DEL TIEMPO (Madrid, medianoche del 31 de diciembre de 1923)

 

Madre: esta noche se nos muere un año.

En esta ciudad grande, todos están de fiesta;

zambombas, serenatas, gritos, ah, cómo gritan!

claro, como que todos tienen su madre cerca...

Yo estoy tan solo, madre,

tan solo! pero miento, que ojalá lo estuviera;

estoy con tu recuerdo y el recuerdo es un año

pasado que se queda.

Si vieras, si escucharas este alboroto: hay hombres

vestidos de locura, con cacerolas viejas,

tambores de sartenes,

cencerros y cornetas,

el hálito canalla

de las mujeres ebrias,

el Diablo con diez latas prendidas en el rabo

anda por esas calles inventando piruetas

y por esta balumba en que da brincos

la gran ciudad histérica,

mi soledad y tu recuerdo, madre,

marchan como dos penas.

 

Esta es la noche en que todos se ponen

en los ojos la venda,

para olvidar que hay alguien que está cerrando un libro,

para no ver la periódica liquidación de cuentas,

donde van las partidas al Haber de la Muerte,

por lo que viene y por lo que se queda,

porque lo que sufrimos se ha perdido

y lo gozado ayer es una pérdida.

 

Aquí es de tradición que en esta noche,

cuando el reloj anuncia que el Año Nueva llega,

todos los hombres coman, al compás de las horas,

las doces uvas de la Noche Vieja.

Pero aquí no se abrazan ni gritan: "Felíz Año"

como en los pueblos de mi tierra;

en este gozo hay menos caridad; la alegría

de cada cual va sola y la tristeza

del que está al margen del tumulto acusa

lo inevitable de la casa ajena.

 

¡Oh nuestras plazas, donde van las gentes,

sin conocerse, con la buena nueva!

las manos que se buscan con la efusión unánime

de ser hormigas de la misma cueva;

y al hombre que está solo, bajo un árbol,

le dicen cosas de honda fortaleza:

 

- ¡Venid, compadre, que las horas pasan,

pero aprendamos a pasar con ellas!-

Y el cañonazo en la Planicie

y el Himno Nacional desde la Iglesia,

y el amigo que viene a saludarnos:

-Felíz Año, señores- y los criados que llegan

a recibir en nuestros brazos

el amor de la casa buena

y el beso familiar a media noche:

- La bendición, mi madre.

- Que el Señor te proteja...

Y después, en el claro comedor, la familia

congregada para la cena,

con dos amigos íntimos y tú, madre, a mi lado

y mi padre, algo triste, presidiendo la mesa

¡Madre, cómo son ácidas

las uvas de la ausencia!

 

¡Mi casona oriental! aquella casa

con claustros coloniales, portón y enredaderas,

el molino de viento y los granados,

los grandes libros de la biblioteca,

-mis libros preferidos: tres tomos con imágenes

que hablaban de los Reinos de la Naturaleza-

Al lado, el gran corral, donde parece

que hay dinero enterrado desde la Independencia,

el corral con guayabos y almendros,

el corral con peonías y cerezas

y el gran parrar que daba todo el año

uvas más dulces que la miel de las abejas!

 

Bajo el parral hay un estanque,

un baño en ese estanque sabe a Grecia;

del verde artesonado, las uvas en racimos,

tan bajas, que del agua se podría cojerlas,

y mientras en los labios se desangra la uva,

los pies hacen saltar el agua fresca.

 

Cuando llegaba la sazón tenía

cada racimo un capuchón de tela,

para salvarlo de la gula

de las avispas negras,

y tenían entonces

una gracia invernal las uvas nuestras,

arrebujadas en sus telas blancas,

sordas a la canción de las abejas...

 

Y ahora, madre, que tan solo tengo

las doce uvas de la Noche Vieja,

hoy que exprimo la uva de los meses

sobre el recuerdo de la viña seca,

siento que toda la acidez del mundo,

se está metiendo en ella,

porque tienen el ácido de lo que fue dulzura

las uvas de la ausencia.

 

Y ahora me pregunto:

¿Por qué razón estoy yo aquí? ¿qué fuerza

pudo más que tu amor, que me llevaba

a la dulce anonimia de tu puerta?

¡Oh miserable vara que nos mides!

el Renombre, la Gloria... pobre cosa pequeña!

cuando dejé mi casa para buscar la Gloria,

como olvidé la gloria que me dejaba en ella!

 

Y ésta es la lucha ante los hombres malos

y antes las almas buenas;

yo soy un hombre a solas en busca de un camino:

¿dónde hallaré camino mejor que la vereda

que a tí me lleva, madre, la vereda que corta

por los campos frutales, pintada de hojas secas,

siempre recién llovida,

con pájaros del trópico, muchachas de la aldea,

hombres que dicen  -Buenos días, niño-

y el queso que me guardas siempre para merienda?

Esa es la gloria, madre, para un hombre

que se llamó Fray Luis y era poeta.

 

¡Oh, mi casa sin críticos, mi casa donde puede

mi poesía andar como una Reina!

¿Qué sabes tú de formas y doctrinas,

de metros y de escuelas?

tú eres mi madre, que me dices siempre

que son hermosos todos mis poemas;

para tí, yo soy grande, cuando dices mis versos,

yo no sé si los dices o los rezas...

 

 

Y mientras exprimimos en las uvas del Tiempo

toda una vida absurda, la promesa

de vernos otra vez se va alargando

y el momento de irnos está cerca

y no pensamos que se pierde todo!

por eso en esta noche, mientras pasa la fiesta

y en la última uva libo la última gota

del año que se aleja,

pienso en que tienes todavía, madre

retazos de carbón en la cabeza

y ojos tan bellos que por mi regaron

su clara pleamar en tus ojeras

y manos pulcras y esbeltez de talle,

donde hay la gracia de la espiga nueva.

que eres hermosa, madre todavía

y yo estoy loco por estar de vuelta

porque tú eres la glora de mis años

y no quiero volver cuando estés vieja!...

 

Uvas del tiempo que mi ser escancia

en el recuerdo de la viña seca

¡cómo me pierdo madre en los caminos,

hacia la devoción de tu vereda!

Y en esta algarabía de la ciudad borracha

donde va mi emoción sin compañera,

mientras los hombres comen las uvas de los meses

yo me acojo al recuerdo como un niño a una puerta.

Mi labio está bebiendo de tu seno,

que es el racimo de la parra buena,

el buen racimo que exprimí en el día

sin hora y sin reloj de mi inconsciencia.

 

Madre, esta noche se nos muere un año;

todos estos señores tienen su madre cerca

y al lado mío mi tristeza muda

tiene el dolor de una muchacha muerta...

Y vino toda la acidez del mundo

a destilar sus doce gotas trémulas,

cuando cayeron sobre mi silencio

las doce uvas de la noche vieja.

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LOS HIJOS INFINITOS

(Fragmento del Pomea "Canto a los Hijos")

 

Cuando se tiene un hijo,

se tiene al hijo de la casa y al de la calle entera,

se tiene al que cabalga en el cuadril de la mendiga

y al del coche que empuja la institutriz inglesa

y al niño gringo que carga la criolla

y al niño blanco que carga la negra

y al niño indio que carga la india

y al niño negro que carga la tierra.

Cuando se tiene un hijo, se tienen tantos niños

que la calle se llena

y la plaza y el puente

y el mercado y la iglesia

y es nuestro cualquier niño cuando cruza la calle

y el coche lo atropella

y cuando se asoma al balcón

y se cuando se arrima a la alberca;

y cuando un niño grita, no sabemos

si lo nuestro es el grito o es el niño,

y si sangran y se queja,

por el momento no sabríamos

si el ay es suyo o si la sangre es nuestra.

 

Cuando se tiene un hijo, es nuestro el niño

que acompaña a la ciega

y las Meninas y la misma enana

y el Príncipe de Francia y su Princesa

y el que tiene San Antonio en los brazos

y el que tiene la Coromoto en las piernas.

Cuando se tiene un hijo, toda risa nos cala,

todo llanto nos crispa, venga de donde venga.

Cuando se tiene un hijo, se tiene el mundo adentro

y el corazón afuera.

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