ANDRÉS
BELLO
ANTOLOGÍA II
LA
ORACIÓN POR TODOS
I
Ve
a rezar, hija mía. Ya es la
hora
de
la conciencia y del pensar profundo:
cesó
el trabajo afanador y al mundo
la
sombra va a colgar su pabellón.
Sacude
el polvo el árbol del camino,
al
soplo de la noche; y en el suelto
manto
de la sútil neblina envuelto,
se
ve temblar el viejo torreón.
¡Mira
su ruedo de cambiante nácar
el
occidente más y más angosta;
y
enciende sobre el cerro de la costa
el
astro de la tarde su fanal.
Para
la pobre cena aderazado,
brilla
el albergue rústico; y la tarda
vuelta
del labrador la esposa aguarda
con
su tierna familia en el umbral.
Brota
del seno de la azul esfera
uno
tras otro fúlgido diamante;
y ya apenas de un carro
vacilante
se
oye a distancia el desigual rumor.
Todo
se hunde en la sombra; el monte, el valle,
y
la iglesia, y la choza, y la alquería;
y
a los destellos últimos del día,
se
orienta en el desierto el viajador.
Naturaleza
toda gime: el viento
en
la arboleda, el pájaro en el nido,
y
la oveja en su trémulo balido,
y
el arroyuelo en su correr fugaz.
El
día es para el mal y los afanes.
¡He
aquí la noche plácida y serena!
El
hombre, tras la cuita y la faena,
quiere
descanso y oración y paz.
Sonó
en la torre la señal: los niños
conversan
con espíritus alados;
y
los ojos al cielo levantados,
invocan
de rodillas al Señor.
Las
manos juntas, y los pies desnudos,
fe
en el pecho, alegría en el semblante,
con
una misma voz, a un mismo instante,
al
Padre Universal piden amor.
Y
luego dormirán; y en leda tropa,
sobre
su cuna volarán ensueños,
ensueños
de oro, diáfanos, risueños,
visiones
que imitar no osó el pincel.
Y
ya sobre la tersa frente posan,
ya
beben el aliento a las bermejas
bocas,
como lo chupan las abejas
a
la fresca azucena y al clavel.
Como
para dormise, bajo el ala
esconde
su cabeza la avecilla,
tal
la niñez en su oración sencilla
adormece
su mente virginal.
¡Oh
dulce devoción que reza y ríe!
¡De
natural piedad primer aviso!
¡Fragancia
de la flor del paraíso!
¡Preludio
del concierto celestial!
II
Ve
a rezar, hija mía. Y ante todo,
ruega
a Dios por tu madre: por aquella
que
te dio el ser, y la mitad más bella
de
su existencia ha vinculado en él;
que
en su seno hospedó tu joven alma,
de
una llama celeste desprendida;
y
haciendo dos porciones de la vida,
tomó
el acíbar y te dio la miel.
Ruega
después por mí, más que tu madre
lo
necesito yo... Sencilla, buena,
modesta
como tú, sufre la pena,
y
devora en silencio su dolor.
A
muchos compasión, a nadie envidia,
la
ví tener en mi fortuna escasa.
Como
sobre el cristal la sombra, pasa
sobre
su alma el ejemplo corruptor.
No
le son conocidos...¡ni lo sean
a
tí jamás! ... los frívolos azares
de
la vana fortuna, los pesares
ceñudos
que anticipan la vejez;
de
oculto oprobio el torcedor, la espina
que
punza a la conciencia delincuente,
la
honda fiebre del alma, que la frente
tiñe
con enfermiza palidez.
Mas
yo la vida por mi mal conozco,
conozco
el mundo, y sé su alevosía;
y
tal vez de mi boca oirás un día
lo
que valen las dichas que nos da.
Y
sabrás lo que guarda a los que rifan
riquezas
y poder, la urna aleatoria,
y
que tal vez la senda que a la gloria
guiar
parece, a la miseria va.
Viviendo,
su pureza empaña el alma,
y
cada instante alguna culpa nueva
arrastra
en la corriente que la lleva
con
rápido descenso al ataud.
La
tentación seduce; el juicio engaña;
en
los zarzales del camino, deja
alguna
cosa cada cual: la oveja
su
blanca lana, el hombre su virtud.
Ve,
hija mía, a rezar por mí, al cielo
pocas
palabras dirigir te baste;
"Piedad,
Señor, al hombre que criaste;
eres
Grandeza; eres Bondad; ¡perdón!
Y
Dios te oirá que cuál del ara santa
sube
el humo a la cúpula eminente,
sube
del pecho cándido, inocente,
al
trono del Eterno la oración.
Todo
tiende a su fin: a la luz pura
del
sol, la planta; el cervatillo atado,
a
la libre montaña; el desterrado,
al
caro suelo que lo vió nacer;
y
la abejilla en el frondoso valle,
de
los nuevos tomillos al aroma;
y
la oración en alas de paloma
a
la morada del Supremo Ser.
Cuando
por mí se eleva a Dios tu ruego,
soy
como el fatigado peregrino,
que
su carga a la orilla del camino
deposita
y se sienta a respirar;
porque
de tu plegaria el dulce canto
alivia
el peso a mi existencia amarga,
y
quita de mis hombros esta carga,
que
me agobia de culpa y de pesar.
Ruega
por mí, y alcánzame que vea,
en
esta noche de pavor, el vuelo
de
un ángel compasivo, que del cielo
traiga
a mis ojos la perdida luz.
Y
pura finalmente, como el mármol
que
se lava en el templo cada día,
arda
en sagrado fuego el alma mía,
como
arde el incensario ante la cruz.
III
Ruega,
hija, por tus hermanos,
los
que contigo crecieron,
y
en un mismo seno exprimieron,
y
un mismo techo abrigó.
Ni
por los que te amen sólo
el
favor del cielo implores;
por
justos y pecadores,
Cristo
en la cruz expiró.
Ruega
por el orgulloso
que
ufano se pavonea,
y
en su dorada librea,
funda
insensata altivez;
y
por el mendigo humilde
que
sufre el ceño mezquino
de
los que beben el vino
porque
le dejen la hez.
Por
el que de torpes vicios
sumido
en profundo cieno,
hace
aullar el canto obsceno
de
nocturna bacanal.
Y
por la velada virgen
que
en su solitario lecho
con
la mano hiriendo el pecho,
reza
el himno sepulcral.
Por
el hombre sin entrañas,
en
cuyo pecho no vibra
una
simpática fibra
al
pesar y a la aflicción.
Que
no da sustento al hambre,
ni
a la desnudez vestido,
ni
da la mano al caído,
ni
da a la injuria perdón.
Por
el que en mirar se goza
su
puñal de sangre rojo,
buscando
el rico despojo,
o
la venganza cruel.
Y
por el que en vil libelo
destroza
una fama pura,
y
en la aleve mordedura
escupe
asquerosa hiel.
Por
el que surca animoso
la
mar de peligros, llena;
por
el que arrastra cadena,
y
por su duro señor.
Por
la razón que leyendo,
en
el gran libro, vigila;
por
la razón que vacila:
por
la que abraza el error.
Acuérdate
en fin, de todos
los
que penan y trabajan;
y
de todos los que viajan
por
esa vida mortal.
Acuérdate
aun del malvado
que
a Dios blasfemando irrita.
La
oración es infinita:
nada
agota su caudal.
IV
¡Hija!
reza también por los que cubre
la
soporosa piedra de la tumba,
profunda
sima adonde se derrumba
la
turba de los hombres mil a mil:
abismo
en que se mezcla polvo a polvo,
y
pueblo a pueblo; cual se ve a la hoja
de
que el añoso bosque Abril despoja,
mezclar
la suya otro y otro Abril.
Arrodilla,
arrodíllate en la tierra
donde
segada en flor yace mi Lola,
coronada
de angélica aureola;
do
helado duerme cuanto fue mortal;
donde
cautivas almas piden preces
que
las restauren a su ser primero,
y
purguen las reliquias del grosero
vaso,
que las contuvo, terrenal.
¡Hija!
cuando tú duermes, te sonríes,
y
cien apariciones peregrinas,
sacuden
retozando tus cortinas:
travieso
enjambre, alegre, volador.
Y
otra vez a la luz abres los ojos,
al
mismo tiempo que la aurora hermosa
abre
también sus párpados de rosa,
y
da a la tierra el deseado albor.
¡Pero
esas pobres almas!...¡si supieras
que
sueño duermen!... su almohada es fría;
duro
su lecho; angélica armonía
no
regocija nunca su prisión.
No
es reposo el sopor que las abruma;
para
su noche no hay albor temprano;
y
la conciencia, velador gusano,
les
roe inexorable el corazón.
Una
plegaria, un solo acento tuyo,
hará
que gocen pasajero alivio,
y
de que luz celeste un rayo tibio
logre
a su oscura estancia penetrar;
que
el atormentador remordimiento
una
tregua a sus víctimas conceda,
y
del aire, y el agua, y la arboleda,
oigan
el apacible susurrar.
Cuando
en el campo con pavor secreto
la
sombra ves, que de los cielos baja,
la
nieve que las cumbres amortaja,
y
del ocaso el tinte carmesí:
en
las quejas de aura y de la fuente
¿no
te parece que una voz retiña?
una
doliente voz que dice: "Niña,
cuándo
tú reces, ¿rezarás por mí?"
Es
la voz de las almas. A los
muertos
que
oraciones alcanzan, no escarnece
el
rebelado arcángel, y florece
sobre
su tumba perennal tapiz.
Más
¡ay! los que yacen
olvidados
cubren
perpetuo horror, hierbas extrañas
ciegan
su sepultura; a sus entrañas
¡árbol
funesto enreda la raíz!
Y
yo también, (no dista mucho el día)
huésped
seré de la morada oscura,
y
el ruego invocaré de un alma pura,
que
a mi largo penar consuelo dé.
Y
dulce entonces me será que vengas,
y
para mí la eterna paz implores,
y
en la desnuda loza esparzas flores,
simple
tributo de amorosa fe.
¿Perdonarás
a mi enemiga estrella,
si
disipadas fueron una a una
las
que mecieron tu mullida cuna
esperanzas
de alegre porvenir?
Sí,
le perdonarás; y mi
memoria
te
arrancará una lágrima, un suspiro
que
llegue hasta mi lóbrego retiro,
y
haga mi helado polvo
rebullir.
SILVA
A LA AGRICULTURA
DE
LA ZONA TÓRRIDA
¡Salve,
fecunda zona,
que
al sol enamorado circunscribes
el
vago curso, y cuanto ser se anima
en
cada vario clima,
acariciada
de su luz, concibes!
Tú
tejes al verano su guirnalda
de
granadas espigas; tú la uva
das
a la hirviente cuba;
no
de purpúrea fruta, o roja, o gualda,
a
tus florestas bellas
falta
matiz alguno; y bebe en ellas
aromas
miles el viento;
y
greyes van sin cuento
paciendo
tu verdura, desde el llano
que
tiene por lindero el horizonte,
hasta
el erguido monte,
de
inaccesible nieve siempre cano.
Tú
das la caña hermosa,
de
do la miel se acendra,
por
quien desdeña el mundo los panales;
tú
en urnas de coral cuajas la almendra
que
en la espumante jícara rebosa;
bulle
carmín viviente en tus nopales,
que
afrenta fuera al múrice de Tiro;
y
de tu añil la tinta generosa
émula
es de la lumbre del zafiro.
El
vino es tuyo, que la herida agave
para
los hijos vierte
del
Anahuac feliz; y la hoja es tuya,
que,
cuando de suave
humo
en espiras vagorosas huya,
solazará
el fastidio al ocio inerte.
Tú
vistes de jazmines
el
arbusto sabeo,
y
el perfume le das, que en los festines
y
la fiebre insana templará a Lieo.
Para
tus hijos la procera palma
su
vario feudo cría,
y
el ananás sazona su ambrosía;
su
blanco pan la yuca;
sus
rubias pomas la patata educa;
y
el algodón despliega el aura leve
las
rosas de oro y el vellón de nieve.
Tendida
para ti la fresca parcha
en
enramadas de verdor lozano,
cuelga
de sus sarmientos trepadores
nectáreos
globos y franjadas flores;
y
para tí el maíz, jefe altanero
de
la espigada tribu, hincha su grano;
y
para ti el banano
desmaya
al peso de su dulce carga;
el
banano, primero
de
cuantos concedió bellos presentes
Providencia
a las gentes
de
ecuador feliz con mano larga.
No
ya de humanas artes obligado
el
premio rinde opimo;
no
es a la podadera, no al arado
deudor
de su racimo;
escasa
industria bástale, cual puede
hurtar
a sus fatigas mano esclava;
crece
veloz, y cuando exhausto acaba,
adulta
prole en torno le sucede.
Más,
¡oh! ¡si cual no cede
el
tuyo, fértil zona, a suelo alguno,
y
como de natura esmero ha sido
de
tu indolente habitador lo fuera!
¡Oh!
¡si al falaz ruido
la
dicha al fin supiese verdadera
anteponer,
que del umbral le llama
del
labrador sencillo,
lejos
del necio y vano
fasto,
el mentido brillo,
el
ocio pestilente ciudadano!
¿Por
qué ilusión funesta
aquellos
que fortuna hizo señores
de
tan dichosa tierra y pingüe y varia,
al
cuidado abandonan
y
a la fe mercenaria
las
patrias heredades,
y
en el ciego tumulto se aprisionan
de
míseras ciudades,
do
la ambición proterva
sopla
la llama de civiles bandos,
o
al patriotismo la desidia enerva;
do
el lujo las costumbres atosiga,
y
combaten los vicios
y
la incauta edad en poderosa liga?
No
allí con varoniles ejercicios
se
endurece el mancebo a la fatiga;
mas
la salud estraga en el abrazo
de
pérfida hermosura,
que
pone en almoneda los favores;
mas
pasatiempo estima
prender
aleve en casto seno al fuego
de
ilícitos amores;
o
embebecido le hallará la aurora
en
mesa infame de ruinoso juego.
En
tanto a la lisonja seductora
del
asiduo amador fácil oído
de
la consorte; crece
en
la materna escuela
de
la disipación y el galanteo
la
tierna virgen, y al delito espuela
es
antes el ejemplo que el deseo.
¿Y
será que se formen de ese modo
los
ánimos heroicos denodados
que
fundan y sustentan los estados?
¿De
la algazara del festín beodo,
o
de los coros de liviana danza,
la
dura juventud saldrá, modesta,
orgullo
de la patria, y esperanza?
¿Sabrá
con firme pulso
de
la severa ley regir el freno;
brillar
en torno aceros homicidas
en
la dudosa lid verá sereno;
o
animoso hará frente al genio altivo
del
engreído mando en la tribuna,
aquel
que ya en la cuna
durmió
al arrullo del cantar lascivo,
que
riza el pelo, y se unge, y se atavía
con
femenil esmero,
y
en indolente ociosidad el día,
o
en criminal lujuria pasa entero?
No
así trató la triunfadora Roma
las
artes de la paz y de la guerra;
antes
fió las riendas del estado
a
la mano robusta
que
tostó el sol y encalleció el arado;
y
bajo el techo humoso campesino
los
hijos educó, que el conjurado
mundo
allanaron al valor latino.
---
¡Oh!,
¡los que afortunados poseedores
habéis
nacido de la tierra hermosa,
en
que reseña hacer de sus favores,
como
para ganaros y atraeros,
quiso
Naturaleza bondadosa,
romped
el duro encanto
que
os tiene entre murallas prisioneros.
El
vulgo de las artes laborioso,
el
mercader que necesario al lujo
al
lujo necesita,
los
que anhelando van tras el señuelo
de
alto cargo y del honor ruidoso,
la
grey de aduladores parasita,
gustosos
pueblen ese infecto caos;
el
campo es vuestra herencia, en él gozaos.
¿Amáis
la libertad? El campo
habita,
no
allá donde el magnate
entre
armados satélites se mueve,
y
de la moda universal señora
va
la razón al triunfal carro atada,
y
a la fortuna la insensata plebe,
y
el noble al aura popular adora.
¿O
la virtud amáis? ¡Ah, que el retio,
la
solitaria calma
en
que, juez de sí misma, pasa el alma
a
las acciones muestra,
es
de la vida la mejor maestra!
¿Buscáis
durables goces,
felicidad,
cuanta es al hombre dada
y
a su terreno asiento, en que vecina
está
la risa al llanto, y siempre, ¡ah, siempre
donde
halaga la flor, punza la espina?
Id
a gozar la suerte campesina;
la
regalada paz, que ni rencores
al
labrador, ni envidias acibaran;
la
cama que mullida le preparan
el
contento, el trabajo, el aire puro;
y
el sabor de los fáciles manjares,
que
dispendiosa gula no le aceda;
y
el asilo seguro
de
sus patrios hogares
que
a la salud y al recocijo hospeda.
El
aura respirad de la montaña,
que
vuelve al cuerpo laso
el
perdido vigor, que a la enojosa
vejez
retarda el paso,
y
el rostro a la beldad tiñe de rosa.
¿Es
allí menos blanda por ventura
de
amor la llama, que templó el recato?
¿O
menos aficiona la hermosura
que
de extranjero ornato
y
afeites impostores no se cura?
¿O
el corazón escucha indiferente
el
lenguaje inocente
que
los afectos sin disfraz expresa,
y
a la intención ajusta la promesa?
No
del espejo al importuno ensayo
la
risa se compone, el paso, el gesto;
ni
falta allí carmín al rostro honesto
que
la modestia y la salud colora,
ni
la mirada que lanzó al soslayo
tímido
amor, la senda al alma ignora.
¿Esperaréis
que forme
más
venturosos lazos himeneo,
do
el interés barata,
tirana
del deseo,
ajena
mano y fe por nombre o plata,
que
do conforme gusto, edad conforme,
y
elección libre, y mutuo ardor los ata?
Allí
también deberes
hay
que llenar: cerrad, cerrad las hondas
heridas
de la guerra; el fértil suelo,
áspero
ahora y bravo,
al
desacostumbrado yugo torne
del
arte humana, y le tribute esclavo.
Del
obstruído estanque y del molino
recuerden
ya las aguas el camino;
el
intrincado bosque el hacha rompa,
cosuma
el fuego: abrid en luengas calles
la
oscuridad de su infructuosa pompa.
Abrigo
den los valles
a
la sedienta caña;
la
manzana y la pera
en
la fresca montaña
el
cielo olviden de su madre España;
adornen
la ladera
el
cafetal; ampare
a
la tierna teobroma en la ribera
la
sombra maternal de su bucare;
aquí
el vergel, allá la huerta ría...
¿Es
ciego error de ilusa fantasía?
Ya
dócil a tu voz, agricultura,
nodriza
de las gentes, la caterva
servil
armada va de corvas hoces.
Mírola
ya que invade la espesura
de
la floresta opaca; oigo las voces,
siento
el rumor confuso; el hierro suena,
los
golpes el lejano
eco
redobla; gime el ceibo anciano,
que
a numerosa tropa
largo
tiempo fatiga;
batido
de cien hachas, se estremece,
estalla
al fin, y rinde el ancha copa.
Huyó
la fiera; deja el caro nido,
deja
la prole implume
el
ave, y otro bosque no sabido
de
los humanos va a buscar doliente...
¿Qué
miro? Alto torrente
de
sonora llama
corre,
y sobre las áridas ruinas
de
la postrada selva se derrama.
El
raudo incendio a gran distancia brama,
y
el humo negro en remolino sube,
aglomerando
nube sobre nube.
Ya
de lo que antes era
verdor
hermoso y fresca lozanía,
sólo
difuntos troncos,
sólo
cenizas quedan; monumento
de
la dicha mortal, burla del viento.
Mas
al vulgo bravío
de
las tupida plantas montaraces,
sucede
ya el fructífero plantío
en
muestra ufana de ordenadas haces.
Ya
ramo a ramo alcanza,
y
a los rollizos tallos hurta el día;
ya
la primera flor devuelve el seno,
bello
a la vista, alegre a la esperanza;
a
la esperanza, que riendo enjuga
del
fatigado agricultor la frente,
y
allá a lo lejos el opimo fruto,
y
la cosecha apañadora pinta,
que
lleva de los campos el tributo,
colmado
el cesto, y con la falda en cinta,
y
bajo el peso de los largos bienes
con
que al colono acude,
hace
crujir los vastos almacenes.
¡Buen
Dios! no en vano sude,
mas
a merced y a compasión te mueva
la
gente agricultora
del
ecuador, que del desmayo triste
con
renovado aliento vuelve ahora,
y
tras tanto zozobra, ansia, tumulto,
tantos
años de fiera
devastación
y militar insulto,
aún
más que tu clemencia antigua implora.
Su
rústica piedad, pero sincera,
halle
a tus ojos, gracia; no el risueño
porvenir
que las penas le aligera,
cual
de dorado sueño
visión
falaz, desvanecido llore;
intempestiva
lluvia no maltrate
el
delicado embrión; el diente impío
de
insecto roedor no lo devore;
sañudo
vendaval no lo arrebate,
ni
agote al árbol el materno jugo
la
calorosa sed de largo estío.
Y
pues al fin te plugo,
árbitro
de la suerte soberano,
que,
suelto el cuello de extrajero yugo,
erguiese
al cielo el hombre americano,
bendecida
de ti se arraigue y medre
su
libertad; en el más hondo encierra
de
los abismos la malvada guerra,
y
el miedo de la espada asoladora
al
suspicaz cultivador no arredre
del
arte bienhechora,
que
las familias nutre y los estados;
la
azorada inquietud deje las almas,
deje
la triste herrumbe los arados.
Asaz
de nuestros padres malhadados
expíamos
la bárbara conquista.
¿Cuántas
doquier la vista
nos
asombran erizadas soledades,
do
cultos campos fueron, do ciudades?
De
muertes, proscripciones,
suplicios,
orfandades,
¿quién
contará la vaporosa suma?
Saciadas
duermen ya de sangre ibera
las
sombras de Atahualpa y Moctezuma.
¡Ah!
desde el alto asiento,
en
que el escabel te son alados coros
que
velan en pasmado acatamiento
la
faz ante la lumbre de tu frente
(si
merece por dicha una mirada
tuya
la sin ventura humana gente),
el
ángel nos envía,
el
ángel de la paz, que al crudo ibero
haga
olvidar la antigua tiranía,
y
acatar reverente el que a los hombres
sagrado,
diste, imprescriptible fuero;
que
alargar le haga al injuriado hermano
(ensangrentóla
asaz) la diestra inerme;
y
si la innata mansedumbre duerme,
la
despierte en el pecho americano.
El
corazón lozano
que
una feliz oscuridad desdeña,
que
en el azar sangriento del combate
alborozado
late,
y
codicioso de poder o fama,
nobles
peligrosos ama;
baldón
estime sólo y vituperio
el
prez que de la patria no reciba,
la
libertad más dulce que el imperio,
y
más hermosa que el laurel la oliva.
Ciudadano
el soldado,
disponga
de la guerra la librea;
el
ramo de victoria
colgado
al ara de la patria sea,
y
sola adorne al mérito la gloria.
De
su triunfo entonces, Patria mía,
verá
la paz el suspirado día;
la
paz, a cuya vista el mundo llena
alma
serenidad y regocijo,
vuelve
alentado el hombre a la faena,
alza
el ancla la nave, a las amigas
auras
encomendándose animosa
enjámbrase
el taller, hierve el cortijo,
y
no basta la hoz a las espigas.
¡Oh
jóvenes naciones, que ceñida
alzáis
sobre el atónito occidente
de
tempranos laureles la cabeza!,
honrad
el campo, honrad la simple vida
del
labrador y su frugal llaneza.
Así
tendrán en vos perpetuamente
la
libertad morada,
y
freno a la ambición, y la ley templo.
Las
gentes a la senda
de
la inmortalidad, ardua y fragosa,
se
animarán, citando vuestro ejemplo.
Lo
emulará celosa
vuestra
posteridad; y nuevos nombres
añadiendo
la fama
a
los que ahora aclama,
"hijos
son éstos, hijos
(pregonará
a los hombres),
de
los que vencedores superaron
de
los Andes la cima;
de
los que Boyacá, los que en la arena
de
Maipo, y en Junín, y en la campaña
gloriosa
de Apurima,
postrar
supieron al león de España".
AL
ANAUCO
Irrite
la codicia
por
rumbos ignorados
a
la sonante Tétis
y
bramadores austros;
el
pino que habitaba
del
Bétis fortunado
las
márgenes amenas
vestidas
de amaranto,
impunemente
admire
los
deliciosos campos
del
Gánges caudaloso,
de
aromas coronado.
Tú,
verde y apacible
ribera
del Anauco,
para
mí más alegre
que
los bosques idalios
y
las vegas hermosas
de
la plácida Páfos,
resonarás
continuo
con
mis humildes cantos;
y
cuando ya mi sombra
sobre
el funesto barco
visite
del Erebo
los
valles, solitarios,
en
tus umbrías selvas
y
retirados antros
erraré
cual un día,
tal
vez abandonando
la
silenciosa márgen
de
los estigios lagos.
La
turba dolorida
de
los pueblos cercanos
evocará
mis manes
con
lastimero llanto;
y
ante la triste tumba,
de
funerales ramos
vestida,
y olorosa
con
perfumes indianos.
dirá
llorando Fílis:
"Aquí
descansa Fabio"
¡Mil
veces venturoso!
Pero,
tú, desdichado,
por
bárbaras naciones
lejos
del clima patrio
débilmente
vaciles
al
peso de los años.
Devoren
tu cadáver
los
canes sanguinarios
que
apacienta Caríbdis
en
sus rudos peñascos;
ni
aplaque tus cenizas
con
ayes lastimeros
la
pérfida consorte
ceñida
de otros brazos.
DISCURSO
DE INAUGURACIÓN
DE
LA UNIVERSIDAD DE CHILE
"Excelentísimo
Señor Patrono de la Universidad,
Señores:
El Consejo de la Universidad me ha encargado expresar a nombre del cuerpo
nuestro profundo reconocimiento, por las distinciones y la confianza con que el
supremo gobierno se ha dignado honrarnos. Debo también hacerme el intérprete del
reconocimiento de la universidad por la expresión de benevolencia en que el
ministro de instrucción pública se ha servido aludir a sus miembros. En cuanto a mí, se demasiado que esas
distinciones y esa confianza las debo mucho menos a mis aptitudes y fuerzas, que
a mi antiguo celo (esta es la sola cualidad que puedo atribuirme sin
presunción), a mi antiguo celo por la difusión de las luces de los sanos
principios, y a la dedicación laboriosa con que he seguido algunos ramos de
estudio, no interrumpidos en ninguna época de mi vida, no dejados de la mano en
medio de graves tareas. Siento el
peso de esta confianza; conozco la extensión de las obligaciones que impone;
comprendo la magnitud de los esfuerzos que exige. Responsabilidad es ésta, que abrumaría,
si recayese sobre un solo individuo, una inteligencia de otro orden, y mucho
mejor preparada que ha podido estarlo la mía. Pero me alienta la cooperación de mis
distinguidos colegas en el consejo y el cuerpo todo de la universidad. La ley (afortunadamente para mí) ha
querido que la dirección de los estudios fuese obra común del cuerpo. Con la asistencia del consejo, con la
actividad ilustrada y patriótica de las diferentes facultades; bajo los
auspicios del gobierno, bajo la influencia de la libertad, espíritu vital de las
instituciones chilenas, me es lícito esperar que el caudal precioso de ciencia y
talento de que ya está en posesión la universidad, se aumentará, se difundirá
velozmente, en beneficio de la religión, de la moral, de la libertad misma y de
los intereses materiales.
La universidad, señores, no
sería digna de ocupar un lugar en nuestras instituciones sociales, si (como
murmuran algunos ecos oscuros de declamaciones antiguas) el cultivo de las
ciencias y de las letras pudiese mirarse como peligroso bajo un punto de vista
moral, o bajo un punto de vista político.
La moral (que yo no separo de la religión) es la vida misma de la
sociedad; la libertad es el estímulo que da vigor sano y actividad fecunda a las
instituciones sociales. Lo que
enturbie la pureza de la moral, lo que trabe el arreglado, pero libre desarrollo
de las facultades individuales y colectivas de la humanidad - y digo más-, lo que las ejercite infructuosamente, no
debe un gobierno sabio incorporarlo en la organización del estado. Pero en este siglo en Chile, en esta
reunión, que yo miro como un homenaje solemne a la importancia de la cultura
intelectual; en esta reunión que, por una coincidencia significativa, es la
primera de las pompas que saludan al día glorioso de la patria, al aniversario
de la libertad chilena, yo no me creo llamado a defender las ciencias y las
letras contra los paralogismos del elocuente filósofo de Ginebra, ni contra los
recelos de espíritus asustadizos, que con los ojos fijos en los escollos que han
hecho zozobrar al navegante presuntuoso, no querrían que la razón desplegase
jamás las velas, y de buena gana la condenarían a una inercia eterna, más
perniciosa que el abuso de las luces a las causas mismas por que abogan. No para refutar lo que ha sido mil veces
refutado, sino para manifestar la correspondencia que existe entre los
sentimientos que acaba de expresar el señor ministro de instrucción pública y
los que animan a la universidad, se me permitirá que añada a las de su señoría
algunas ideas generales sobre la influencia moral y política de las ciencias y
de las letras, sobre el ministerio de los cuerpos literarios, y sobre los
trabajos especiales a que me parecen destinadas nuestras facultades
universitarias en el estado presente de la nación chilena.
Lo sabéis, señores: todas
las verdades se tocan, desde las
que formulan el rumbo de los mundos en el piélago del espacio; desde las que
determinan las agencias maravillosas de que dependen el movimiento y la vida en
el universo de la materia: desde las que resumen la estructura del animal, de la
planta, de la masa inorgánica que
pisamos: desde las que revelan los fenómenos íntimos del alma en el teatro
misterioso de la conciencia, hasta las que expresan las acciones y reacciones de
las fuerzas políticas; hasta las que sientan las bases inconmovibles de la
moral; hasta las que determinan las condiciones precisas para el
desenvolvimiento de los gérmenes industriales; hasta las que dirigen y fecundan
las artes. Los adelantamientos en
todas líneas se llaman unos a otros, se eslabonan, se empujan. Y cuando digo "los adelantamientos en
todas las líneas", comprendo sin duda los más importantes a la dicha del género
humano, los adelantamientos en el orden moral y político. ¿A qué se debe este progreso de la
civilización, esta ansia de mejoras sociales, esta sed de libertad? Si queremos saberlo, comparemos a la
Europa y a nuestra afortunada América,con los sombríos imperios del Asia, en que
el despotismo hace pesar su cetro de hierro sobre cuellos encorvados de antemano
por la ignorancia, o con las hordas africanas, en que el hombre, apenas superior
a los brutos, es, como ellos un artículo de tráfico para sus propios
hermanos. ¿Quién prendió en la
Europa esclavizada las primeras centellas de libertad civil? ¿No fueron las letras? ¿No fue la
herencia intelectual de Grecia y Roma, reclamada, después de una larga época de
oscuridad, por el espíritu humano? Allí, allí, tuvo principio este vasto
movimiento político, que ha restituido sus títulos de ingenuidad a tantas razas
esclavas; este movimiento que se propaga en todos sentidos, acelarado
continuamente por la prensa y por las letras; cuyas ondulaciones, aquí rápidas,
allá lentas; en todas partes necesarias, fatales, allanarán por fin cuantas
barreras se les opongan, y cubrirán la superficie del globo. Todas las verdades se tocan; y yo
extiendo esta aserción al dogma religioso, a la verdad teológica. Calumnian, no sé si diga a la religión o
a las letras, los que imaginan que pueda haber una antipatía secreta entre
aquélla y éstas. Yo creo, por el
contrario, que existe, que no puede menos de existir,una alianza estrecha, entre
la revelación positiva y esa otra revelación universal que habla a todos los
hombres en el libro de la naturaleza.
Si entendimientos extraviados han abusado de sus conocimientos para
impugnar el dogma ¿qué prueba esto, sino la condición de las cosas
humanas?
Si
la razón humana es débil, si tropieza y se cae, tanto más necesario es
suministrarle alimentos sustanciosos y apoyos sólidos. Porque extinguir esta curiosidad, esta
noble osadía del entendimiento, que le hace arrostrar los arcanos de la
naturaleza, los enigmas del porvenir, no es posible, sin hacerlo, al mismo
tiempo,
incapaz
de todo lo grande, insensible a todo lo que es bello, generoso, sublime, santo:
sin emponzoñar las fuentes de la moral; sin afear y envilecer la religión
misma. He dicho que todas las
verdades se tocan; y aún no creo haber dicho bastante. Todas las facultades humanas forman un
sistema, en que no puede haber regularidad y armonía sin el concurso de cada
una. No se puede paralizar una
fibra (permítaseme decirlo así), una sola fibra del alma, sin que todas las
otras enfermen.
Las ciencias y las letras, fuera de este valor social, fuera de esta
importancia que podemos llamar instrumental, fuera del barniz de amenidad y
elegancia que dan a las sociedades humanas, y que debemos contar también entre
sus beneficios, tienen un mérito suyo, intrínseco, en cuanto aumentan los
placeres y goces del individuo que las cultiva y las ama, placeres exquisitos, a
que no llega el delirio de los
sentidos; goces puros, en que el alma no se dice a si misma:...Medio de fonte
leporum surgit amari aliquid, quod in ipsis floribus angit (Lucrecio)- De en
medio de la fuente del deleite un no sé qué de amargo se levanta, que entre el
halago de las flores punza.
Las ciencias y la literatura llevan en sí la recompensa de los trabajos y
vigilias que se les consagran. No
hablo de la gloria que ilustra las grandes conquistas científicas, no hablo de
la aureola de inmortalidad que corona las obras del genio. A pocos es permitido esperarlas. Hablo de los placeres más o menos
elevados, más o menos intensos, que son comunes a todos los rangos en la
república de las letras. Para el
entendimiento, como para las otras facultades humanas, la actividad es en sí
misma un placer: placer que, como dice un filósofo escocés (Se refiere aTomás
Brown), sacude de nosotros aquella inercia a que de otro modo nos entregaríamos
en daño nuestro y de la sociedad.
Cada senda que abren las ciencias al entendimiento cultivado, le muestra
perspectivas encantadas; cada nueva faz que se le descubren en el tipo ideal de
la belleza, hace estremecer deliciosamente el corazón humano, criado para
admirarla y sentirla. El
entendimiento cultivado oye en el retiro de la meditación las mil voces del coro
de la naturaleza, mil visiones peregrinas revuelan en torno a la lámpara
solitaria que alumbra sus vigilias.
Para él sólo, se desenvuelve en una escala inmensa el orden de la
naturaleza; para él solo se atavía la creación de toda su magnificencia, de
todas sus galas. Pero las letras y
las ciencias, al mismo tiempo que dan un ejercicio maravilloso al entendimiento
y a la imaginación, elevan el carácter moral. Ellas debilitan el poderío de las
seducciones sensuales; ellas desarman de la mayor parte de sus terrores a las
vicisitudes de la fortuna. Ellas
son (después de la humilde y contenta resignación del alma regliosa) el mejor
preparativo para la hora de la desgracia.
Ellas llevan el consuelo al lecho del enfermo, al asilo del proscrito, al
calabozo, al cadalso, Sócrates, en
vísperas de beber la cicuta, ilumina su cárcel con las más sublimes
especulaciones que nos ha dejado la antigüedad gentílica sobre el porvenir de
los destinos humanos. Dante compone
en el destierro su Divina Comedia.
Lavoisier pide a sus verdugos un plazo breve para terminar una
investigación importante. Chenier,
aguardando por instantes la muerte, escribe sus últimos versos, que deja
incompletos para marchar al patíbulo:
Comme
un dernier rayon, comme un dernier zephire
anime
la fin d'un beau jour,
au
pied de l'echafaud j'essaie ancor ma lyre
Cual
rayo postrero,
cual
aura que anima
el
último instante
de
un hermoso día,
al
pie del cadalso
ensayo
mi lira
Tales son las recompensas de las letras; tales son sus consuelos. Yo mismo, aun siguiendo de tan lejos a
sus favorecidos adoradores, yo mismo he podido participar de sus beneficios, y
saborearme sus goces. Adornaron de
celajes alegres la mañana de mi vida, y conservan todavía algunos matices a el
alma, como la flor que hermosea las ruinas. Ellas han hecho aún más por mí, me
alimentaron en mi larga peregrinación, y encaminaron mis pasos a este suelo de
libertad y de paz, a esta patria adoptiva, que me ha dispensado una hospitalidad
tan benévola.
Hay otro punto de vista, en que tal vez lidiaremos con preocupaciones
especiosas. Las universidades, las
corporaciones literarias, ¿son un instrumento a propósito para la propagación de
las luces? Mas apenas concibo que
pueda hacerse esa pregunta en una edad que es por excelencia la edad de la
asociación y la representación; en una edad en que pululan por todas partes las
sociedades de agricultura, de comercio, de industria, de beneficencia; en la
edad de los gobiernos representativos.
La Europa, y los Estados Unidos de América, nuestros modelos bajo tantos
respectos responderán a ella. Si la
propagación del saber es una de sus condiciones más importantes, porque sin ella
las letras no harían más que ofrecer unos pocos puntos luminosos en medio de
densas tinieblas, las corporaciones a que se debe principalmente la rapidez de
las comunicaciones literarias hacen beneficios esenciales a la ilustración y a
la humanidad. No bien brota en el
pensamiento de un individuo una verdad nueva, cuando se apodera de ella toda la
república de las letras. Los sabios
de la Alemania, de la Francia, de los Estados Unidos, aprecian su valor, sus
consecuencias, sus aplicaciones. En
esta propagación del saber de las academias, las universidades forman otros
tantos depósitos, adonde tienden constantemente a acumularse todas las
adquisiciones científicas; y de estos centros es de donde se derraman más
fácilmente por las diferentes clases de la sociedad. La universidad de Chile ha sido
establecida con este objeto especial.
Ella, si corresponde a las miras de la ley que le ha dado su nueva forma,
si corresponde a los deseos de nuestro gobierno, será un cuerpo eminentemente
expansivo y propagador.
Otros pretenden que el fomento dado a la instrucción científica se debe
de preferencia a la enseñanza primaria.
Yo ciertamente soy de los que miran la instrucción general, la educación
del pueblo, como uno de los objetos más importantes y privilegiados a que pueda
dirigir su atención el gobierno; como una necesidad primera y urgente; como la
base de todo sólido progreso; como el cimiento indispensable de las
instituciones republicanas. Pero,
por eso mismo, creo necesario y urgente el fomento de la enseñanza literaria y
científica. En ninguna parte, ha
podido generalizarse la instrucción elemental que reclaman las clases
laboriosas, la gran mayoría del género humano, sino donde han florecido de
antemano las ciencias y las letras.
No digo yo que el cultivo de las letras y de las ciencias traiga en pos
de sí, como una consecuencia precisa, la difusión de la enseñanza elemental;
aunque es incontestable que las ciencias y las letras tienen una tendencia
natural a difundirse, cuando causas artificiales no las contrarían. Lo que digo es que el primero es una
condición indispensable de la segunda; que donde no exista aquél, es imposible
que la otra, cualesquiera que sean los esfuerzos de la autoridad, se verifique
bajo la forma conveniente. La
difusión de los conocimientos supone uno o más hogares, de donde salga y se
reparta la luz, que, extendiéndose progresivamente sobre los espacios
intermedios, penetre al fin las capas extremas. La generalización de la enseñanza
requiere gran número de maestros competentemente instruidos; y las aptitudes de
esto sus últimos distribuidores son, ellas mismas, emanaciones más o menos
distantes de los grandes depósitos científicos y literarios. Los buenos maestros, los buenos libros,
los buenos métodos, la buena dirección de la enseñanza, son necesariamente la
obra de una cultura intelectual muy adelantada. La instrucción literaria y científica es
la fuente donde la instrucción elemental se nutre y se vivifica; a la manera que
en una sociedad bien organizada la riqueza de clase más favorecida de la fortuna
es el manantial de donde se deriva la subsistencia de las clases trabajadoras,
el bienestar del pueblo. Pero la
ley, al plantear de nuevo la universidad, no ha querido fiarse solamente de esa
tendencia natural de la ilustración a difundirse, y a que la imprenta da en
nuestros días una fuerza y una movilidad no conocidas antes; ella ha unido
íntimamente las dos especies de enseñanzas; ella ha dado a una de las secciones
del cuerpo universitario el encargo especial de velar sobre la instrucción
primaria, de observar su marcha, de facilitar su propagación de contribuir a sus
progresos. El fomento, sobre todo,
de la instrucción religiosa y moral del pueblo, es un deber que cada miembro de
la universidad se impone por el hecho de ser recibido en su
seno.
La ley que ha establecido la antigua universidad sobre nuevas bases,
acomodadas al estado presente de la civilización y a las necesidades de Chile,
apunta ya los grandes objetos a que debe dedicarse este cuerpo. El señor ministro vicepatrono ha
manifestado también las miras que presidieron a la refundación de la
universidad, los fines que en ella se propone el legislador, y las esperanzas
que es llamada a llenar; y ha desenvuelto de tal modo esas ideas, que,
siguiéndole en ellas, apenas me sería posible hacer otra cosa que un ocioso
comentario a su discurso. Añadiré
con todo algunas breves observaciones que me parecen tener su
importancia.
El fomento de las ciencias eclesiásticas, destinado a formar dignos
ministros del culto, y en último resultado a proveer a los pueblos de la
república de la competente educación religiosa y moral, es el primero de estos
objetos y el de mayor trascendencia.
Pero hay otro aspecto bajo el cual debemos mirar la consagración de la
universidad a la causa de la moral y de la religión. Si importa el cultivo de las ciencias
eclesiásticas para el desempeño del ministerio sacerdotal, también importa
generalizar entre la juventud estudiosa, entre toda la juventud que participa de
la educación literaria y científica, conocimientos adecuados del dogma y de los
anales de la fe cristiana. No creo
necesario probar que ésta debiera ser una parte integrante de la educación
general, indispensable para toda profesión, y aun para todo hombre que quiera
ocupar en la sociedad un lugar superior al ínfimo.
A la facultad de leyes y ciencias políticas se abre un campo el más
vasto, el más susceptible de aplicaciones útiles. Lo habéis oído: la utilidad práctica,
los resultados positivos, las mejoras sociales, es lo que principalmente espera
de la universidad el gobierno; es lo que principalmente debe recomendar sus
trabajos a la patria. Herederos de
la legislación del pueblo rey, tenemos que purgarla de las manchas que contrajo
bajo el influjo maléfico del despotismo; tenemos que despejar las incoherencias
que deslustran una obra a que han contribuido tantos siglos, tantos intereses
alternativamente dominantes, tantas inspiraciones contradictorias. Tenemos que acomodarla, que restituirla
a las instituciones republicanas.
¿Y qué objeto más importante o más grandioso, que la formación, el
perfeccionamiento de nuestras leyes orgánicas, la recta y pronta administración
de justicia, la seguridad de nuestros derechos, la fe de las transacciones
comerciales, la paz del hogar doméstico?
La universidad, me atrevo a decirlo, no acogerá la preocupación que
condena como inútil o pernicioso el estudio de las leyes romanas; creo, por el
contrario, que le dará un nuevo estímulo y lo asentará sobre bases más
amplias. La universidad verá
problablemente en ese estudio el mejor aprendizaje de la lógica jurídica y
forense. Oigamos sobre este punto
el testimonio de un hombre a quien seguramente no se tachará de parcial a
doctrinas antiguas; a un hombre que en el entusiasmo de la emancipación popular
y de la nivelación democrática ha tocado tal vez al extremo. "La ciencia estampa en el derecho su
sello; su lógica sienta los principios, formula los axiomas, deduce las
consecuencias, y saca de la idea de lo justo, reflejándola, inagotables
desenvolvimientos. Bajo este punto
de vista, el derecho romano no reconoce igual: se pueden disputar algunos de sus
principios; pero su método, su lógica, su sistema científico, lo han hecho y lo
mantienen superior a todas las otras legislaciones; sus textos son la obra
maestra del estilo jurídico; su método es el de la geometría aplicado en todo su
rigor al pensamiento moral". Así se explica L'Herminier, y ya antes Leibniz
había dicho: "In jurisprudentia regnant (romani). Dixi saepius post scripta geometrarum
nihil extare quod vi ac subtilitate cum romanorum jurisconsultorum comparari
possit: tantum nervi inest; tantum profundidatis".
La universidad estudiará también las especialidades de la sociedad
chilena bajo el punto de vista económico, que no presenta problemas menos
vastos, ni de menos arriesgada resolución.
La universalidad examinará los resultados de la estadística chilena,
contribuirá a formarla y leerá en sus guarismos la expresión de nuestros
intereses materiales. Porque en
éste, como en los otros ramos el programa de la universidad es enteramente
chileno: si toma prestadas a Europa las deducciones de la ciencia, es para
aplicarlas a Chile. Todas las
sendas en que se propone dirigir las investigaciones de sus miembros, el estudio
de sus alumnos, convergen a un centro: la patria.
La medicina investigará, siguiendo el mismo plan, las modificaciones
peculiares que dan al hombre chileno su clima, sus costumbres, sus alimentos;
dictará las reglas de la higiene privada y pública; se desvelará por arrancar a
las epidemias el secreto de su germinación y de su actividad desvastadora; y
hará, en cuanto es posible, que se difunda a los campos el conocimiento de los
medios sencillos de conservar y reparar la salud. ¿Enumeraré ahora las utilidades
positivas de las ciencias matemáticas y físicas, sus aplicaciones a una
industria naciente, que apenas tiene en ejercicio unas pocas artes simples,
groseras, sin procederes bien entendidos, sin máquinas, sin algunos de los más
comunes utensilios; sus aplicaciones a una tierra cruzada en todos sentidos de
veneros metálicos; a un suelo fértil de riquezas vegetales, de sustancias
alimenticias; a un suelo, sobre el que la ciencia ha echado apenas una ojeada
rápida?
Pero, fomentando las aplicaciones prácticas, estoy muy distante de creer
que la universidad adopte por su divisa el mezquino "cui bono". Y que no aprecie en su justo valor el
conocimiento de la naturaleza en todos su variados departamentos. Lo primero, porque, para guiar
acertadamente la práctica, es necesario que el entendimiento se eleve a los
puntos culminantes de la ciencia, a la apreciación de sus fórmulas
generales. La universidad no
confundirá, sin duda, las aplicaciones prácticas con las manipulaciones de un
empirismo ciego. Y lo segundo,
porque, como dije antes, el cultivo de la inteligencia contemplativa que
descorre el velo a los arcanos del
universo físico y moral, es en sí mismo un resultado positivo y de la mayor
importancia. En este punto, para no
repetirme, copiaré las palabras de un sabio inglés, que me ha honrado con su
amistad. "Ha sido, dice el doctor Nicolás Arnott, ha sido una preocupación el
creer que las personas instruidas así en las leyes generales tengan su atención
dividida, y apenas les quede tiempo para aprender alguna cosa
perfectamente. Lo contrario, sin
embargo es lo cierto; porque los conocimientos generales hacen más claros y
precisos los conocimientos particulares.
Los teoremas de la filosofía son otras tantas llaves que nos dan entrada
a los más deliciosos jardines que la imaginación puede figurarse; son una vara
mágica que nos descubre la faz del
universo y nos revela infinitos objetos que la ignorancia no ve. El hombre instruido en las leyes
naturales está, por decirlo así, rodeado de seres conocidos y amigos, mientras
el hombre ignorante peregrina por una tierra extraña y hostil. El que por medio de las leyes generales
puede leer en el libro de la naturaleza, encuentra en el universo una historia
sublime que le habla de Dios y ocupa dignamente su pensamiento hasta el fin de
sus días".
Paso, señores, a aquel departamento literario que posee de un modo
peculiar y eminente la cualidad de pulir las costumbres; que afina el lenguaje,
haciéndolo un vehículo fiel, hermoso, diáfano, de las ideas; que, por el estudio
de otros idiomas vivos y muertos, nos pone en comunicación con la antigüedad y
con las naciones más civilizadas, cultas y libres de nuestros días; que nos hace
oir, no por el imperfecto medio de las traducciones siempre y necesariamente
infieles, sino vivos, sonoros, vibrantes los acentos de la sabiduría y la
elocuencia extranjera; que por la contemplación de la belleza ideal y de sus
reflejos en la obras del genio, purifica el gusto, y concilia con los raptos
audaces de la fantasía los derechos imprescriptibles de la razón; que, iniciando
al mismo tiempo el alma en estudios severos, auxiliares necesarios de la bella
literatura, y preparativos indispensables para todas las ciencias, para todas
las carreras de la vida, forma la primera disciplina del ser intelectual y
moral, expone las leyes eternas de la inteligencia a fin de dirigir y afirmar
sus pasos, y desenvuelve los pliegues profundos del corazón, para preservarlos
de extravíos funestos, para
establecer sobre sólidas bases los derechos y los deberes del hombre. Enumerar estos diferentes objetos es
presentaros, señores, según yo lo concibo, el programa de la universidad en la
sección de filosofía y humanidades.
Entre ellos, el estudio de nuestra lengua me parece de una alta
importancia. Yo no abogaré jamás
por el purismo exagerado que condena todo lo nuevo en materia de idioma; creo,
por el contrario, que la multitud de ideas nuevas que pasan diariamente del
comercio literario a la circulación general, exige voces nuevas que las
representen. ¿Hallaremos en el
diccionario de Cervantes y de Fray Luis de Granada -no quiero ir tan lejos- hallaremos, en el diccionario de Iriarte
y Moratín, medio adecuados, signos lúcidos para expresar las nociones comunes
que flotan hoy día sobre las inteligencias medianamente cultivadas, para
expresar el pensamiento social?
¡Nuevas instituciones, nuevas leyes, nuevas costumbres; variadas todas
por todas partes a nuestros ojos la materia y las formas; y viejas voces, vieja
fraseología! Sobre ser desacordada esa pretensión, porque pugnaría con el
primero de los objetos de la lengua, la fácil y clara transmisión del
pensamiento, sería del todo inasequible.
Pero se puede ensanchar el lenguaje, y se puede enriquecerlo, se puede
acomodarlo a todas las exigencias de la sociedad, y aun a las de la moda, que
ejerce un imperio incontestable sobre la literatura, sin adulterarlo, sin viciar
sus construcciones, sin hacer violencia a su genio. ¿Es acaso distinta de la de Pascal y
Racine, la lengua de Chateaubriand y Villemain? Y no transparenta perfectamente la de
estos dos escritores el pensamiento social de la Francia de nuestros días, tan
diferente de la Francia de Luis XIV?
Hay más: demos anchas a esta especie de culteranismo, demos carta de
nacionalidad a todos los caprichos de un extravagante neologismo, y nuestra
América reproducirá dentro de poco la confusión de idiomas, dialectos y
jerigonzas, el caos babilónico de la Edad Media; y diez pueblos perderán uno de
sus vínculos más poderosos de fraternidad, uno de sus más preciosos instrumentos
de correspondencia y comercio.
La universidad fomentará, no sólo el estudio de las lenguas, sino de las
literaturas extranjeras. Pero no sé
si me engaño. La opinión de
aquellos que creen que debemos recibir los resultados sintéticos de la
ilustración europea, dispensándonos del proceder analítico, único medio de
adquirir verdaderos conocimientos, no encontrará muchos sufragios en la
universidad. Respetando, con
respeto las opiniones ajenas, y reservándome sólo el derecho de discutirla,
confieso que tan poco propio me parecería para alimentar el entendimiento, para
educarlo y acostumbrarle a pensar por sí, el atenernos a las conclusiones
morales y políticas de Herder, por ejemplo, sin el estudio de la historia
antigua y moderna, como el adoptar los teoremas de Euclides sin el previo
trabajo intelectual de la demostración.
Yo miro, señores, a Herder como una de los escritores que han servido más
últimamente a la humanidad: él ha dado toda su dignidad a la historia,
desenvolviendo en ella los designios de la Providencia, y los destinos a que es
llamada la especie humana sobre la tierra.
Pero el mismo Herder no se propuso suplantar el conocimiento de los
hechos, sino ilustrarlos, explicarlos; ni se puede apreciar su doctrina, sino
por medio de previstos estudios históricos. Sustituir a ellos deducciones y
fórmulas, sería presentar a la juventud un esqueleto en vez de un traslado vivo
del hombre social; sería darle una colección de aforismos en vez de poner a su
vista el panorama móvil, instructivo, pintoresco, de las instituciones, de las
costumbres, de las revoluciones, de los grandes pueblos y de los grandes
hombres; sería quitar al moralista y al político las convicciones profundas, que
sólo pueden nacer del conocimiento de los hechos, sería quitar a la experiencia
del género humano el saludable poderío de sus avisos, en la edad cabalmente, que
es más susceptible de impresiones durables; sería quitar al poeta una inagotable
mina de imágenes y colores. Y lo
que digo de la historia me parece que debemos aplicarlo a todos los otros ramos
del saber. Se impone de este modo
al entendimiento la necesidad de largos, es verdad, pero agradables
estudios. Porque nada hace más
desabrida la enseñanza que las abstracciones, y nada la hace fácil y amena, sino
el proceder que, amoblando la memoria, ejercita al mismo tiempo el entendimiento
y exalta la imaginación. El
raciocinio debe engendrar al teorema; los ejemplos graban profundamente las
lecciones.
¿Y pudiera yo, señores, dejar de aludir, aunque de paso, en esta rápida
reseña, a la más hechicera de las vocaciones literarias, al aroma de la
literatura, al capital corintio, por decirlo así, de la sociedad culta? ¿Pudiera, sobre todo, dejar de aludir a
la excitación instantánea, que ha hecho aparecer sobre nuestro horizonte esa
constelación de jóvenes ingenios que cultivan con tanto ardor la poesía? Lo diré con ingenuidad: hay incorrección
en sus versos, hay cosas que una razón castigada y severa condena. Pero la corrección es la obra del
estudio y de los años;
¿quién
podría esperarla de los que, en un momento de exaltación, poética y patriótica a
un tiempo se lanzaron a esa nueva arena, resueltos a probar que en las almas
chilenas arde también aquel fuego divino, de que, por una preocupación injusta,
se las había creído privadas?
Muestra brillantes y no limitadas al sexo que entre nosotros ha cultivado
hasta ahora casi exclusivamente las letras, la habían refutado ya. Ellos la han desmentido de nuevo. Yo no sé si una predisposición parcial
hacia los ensayos de las inteligencias juveniles, extravía mi juicio. Digo lo que siento: hallo en esas obras
destellos incontestables del verdadero talento, y aun con relación a algunas de
ellas, pudiera decir, del verdadero genio poético. Hallo, en algunas de esas obras, una
imaginación original y rica, expresiones felizmente atrevidas (lo que parece que
sólo pudo dar un largo ejercicio) una versificación armoniosa y fluida, que
busca de propósito las dificultades para luchar con ellas, y sale airosa de esta
arriesgada prueba. La universidad,
alentando a nuestros jóvenes poetas, les dirá tal vez: "Si queréis que vuestro nombre no quede
encarcelado entre la cordillera de los Andes y la mar del Sur, recinto demasiado
estrecho para las aspiraciones generosas del talento; si queréis que os lea la
posteridad, haced buenos estudios, principiando por el de la lengua nativa. Haced más: tratad asuntos dignos de
vuestra patria y de la posteridad.
Dejad los tonos muelles de la lira de Anacreonte y de Safo: la poesía del
siglo XIX tiene una misión más alta.
Que los grandes intereses de la humanidad os inspiren. Palpite en vuestras obras el sentimiento
moral. Dígase cada uno de vosotros,
al tomar la pluma: Sacerdote de las Musas, canto para las almas inocentes y
puras: "... Musarum sacerdos virginibus puerisque canto
(Horacio)
¿Y cuántos temas grandiosos no os presenta ya vuestra joven
república? Celebrad sus grandes
días, tejed guirnaldas a sus héroes: consagrad la mortaja de los mártires de la
patria. La universidad recordará al
mismo tiempo a la juventud aquel consejo de un gran maestro de nuestros días:
"Es preciso, decía Goethe, que el arte sea la regla de la imaginación y la
transforme en poesía"
¡El arte! Al oir esta
palabra, aunque tomada de los labios mismos de Goethe, habrá algunos que me
coloquen entre los partidarios de las reglas convencionales, que usurparon mucho
tiempo ese nombre. Protesto
solemnemente contra semejante aserción; y no creo que mis antecedentes la
justifiquen. Yo no encuentro el
arte en los preceptos estériles de la escuela, en las inexorables unidades, en
las murallas de bronce entre los diferentes estilos y géneros, en las cadenas
con que se ha querido aprisionar al poeta en nombre de Aristóteles y Horacio, y
atribuyéndoles a veces lo que jamás pensaron. Pero creo que hay un arte fundamental en
las relaciones impalpables, etéreas, de la belleza ideal; relaciones delicadas,
pero accesibles a la mirada de lince del genio competentemente preparado; creo
que hay un arte que guía a la imaginación en sus más fogosos transportes; creo
que sin ese arte la fantasía, en vez de encarnar en sus obras el tipo de lo
bello, aborta esfinges, creaciones enigmáticas y monstruosas. Esta es mi fe literaria. Libertad en todo; pero yo no veo la
libertad, sino embriaguez licenciosa, en las orgías de la
imaginación.
La libertad, como contrapropuesta, por una parte, a la docilidad servil
que lo recibe todo sin examen, y por otra a la desarreglada licencia que se
revela contra la autoridad de la razón y contra los más nobles y puros instintos
del corazón humano, será sin duda el tema de la universidad en todas sus
diferentes secciones.
Pero no debo abusar más tiempo de vuestra paciencia. El asunto es vasto; recorrerlo a la
ligera, es todo lo que me ha sido posible.
Siento no haber ocupado más dignamente la atención del respetable
auditorio que me rodea, y le doy las gracias por la indulgencia con que se ha
servido escucharme".
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