ANDRÉS BELLO

 

 

 

ANIVERSARIO DE LA VICTORIA DE CHACABUCO

 

 

       La espantosa y larga anarquía que ha afligido a casi todos los

            Estados hispano-americanos desde los primeros tiempos de su

            independencia, nos parece que llega ahora una crisis favorable, que

            no puede menos de conducir su última solución. No es éste para

            nosotros un puro presentimiento, hijo del vivo deseo que nos anima

            por la paz y felicidad general de los Estados hermanos; es más bien

            una profunda convicción, fundada en la misma duración del mal; en

            los crueles desengaños que ha sembrado por todo, y en la decisión

            general en favor del orden, que ha llegado a ser el tema, hasta de

            los mismos desorganizadores de antes.

                 Que los Estados americanos tienen en sí mismos los medios de

            establecer este orden, y de un modo sólido y permanente, apenas

            podrá ponerse en duda, en presencia de los ejemplos y brillantez de

            dos de estos Estados que marchando por la misma senda, tropezando

            con iguales inconvenientes y sin recursos ajenos o extraordinarios,

            han llegado felizmente a establecer un sistema regular político y

            económico, que lleva a todas las apariencias de estabilidad y todos

            los gérmenes de adelantamientos.

                 Estos Estados especialmente favorecidos son, como es sabido,

            Venezuela y Chile, que disfrutan de todos los bienes de la paz

            pública y del orden legal, a cuya sombra benéfica se desarrollan

            entre ellos sus instituciones, y crecen cada día en moralidad

            pública y prosperidad material. Y ¡cosa digna de- notarse! Venezuela

            y Chile se hallan sin relación alguna entre sí, y colocados en

            extremidades opuestas, como para servir de modelo a las demás

            repúblicas hermanas, marcando a todas ellas la diferencia que existe

            entre el orden y la anarquía, la exaltación y la prudencia, y para

            hacer ver a las naciones extrañas que no debe desesperarse de la

            suerte de unos países llamados a grandes destinos, aunque

            extraviados ahora de la senda que conduce a la verdadera felicidad

            de las naciones por pasiones muy excusables en la infancia de ellas,

            y atendido su origen, inexperiencia y todos los antecedentes de su

            existencia política.

                 He aquí también las causas que han movido nuestra pluma siempre

            que hemos tratado de hacer ver las ventajas de nuestra situación

            feliz, y que nos han hecho aprovechar y aun buscar las ocasiones de

            inculcar el amor al orden, para hacerlo amar más y más de nuestros

            conciudadanos, y atraer sobre él y sobre nosotros mismos las miradas

            de los pueblos americanos, menos felices que nosotros, y necesitados

            por consiguiente de los argumentos del ejemplo y de los hechos. En

            esta obra, protestamos que jamás ha entrado la menor parte de

            vanidad o jactancia, o el ridículo orgullo de representarnos a los

            ojos del mundo como un pueblo excepcional entre los que tuvieron el

            mismo origen, o como especialmente llamado a diferentes destinos que

            los demás; semejante superficialidad sería indigna del carácter del

            país, y de la experiencia que acerca de la instabilidad de las cosas

            públicas en los países nacientes, hemos llegado a adquirir a costa

            de los grandes sacrificios y desgracias que hemos arrostrado en

            común con las nuevas naciones americanas.

                 Estamos persuadidos, por el contrario, que lejos de dar la

            debida importancia a los hechos salientes de nuestra historia de

            ayer y la de ahora, y de representarlos con el relieve

            correspondiente, o los rebajamos a veces nosotros mismos, o dejamos

            a la posteridad el cuidado de hacernos la debida justicia; dejamos,

            por ejemplo, como olvidada la última gloriosa campaña de nuestras

            armas en el exterior, su grandiosa terminación en Yungay y el

            desinterés y magnanimidad de Chile en toda la obra de la

            restauración del Perú; acaba de pasar el 20 de enero sin un recuerdo

            de estos hechos, y sin que nadie mencione que Chile adquirió desde

            su primer ensayo sobre las fuerzas españolas el dominio del

            Pacífico, que ha sabido conservarlo, y que de Chile y por él se han

            hecho todas las expediciones marítimas de importancia, incluso la de

            la restauración en beneficio de la causa americana. Más extraño

            parece todavía el que no se fije bastante la atención acerca de lo

            que pasa actualmente entre nosotros, sobre todo después de aquella

            gran crisis electoral del año precedente (1841) y en esta misma

            estación, que parecía a los ojos de muchos de un peligro inminente

            para la paz pública, sin que faltaran otros que la considerasen como

            el paso preliminar de una disolución inevitable, o de verdadera

            retrogradación hacia los tiempos de confusión y desorden. Y sin

            embargo, Chile y sus instituciones salieron triunfantes de aquella

            penosa prueba; nació de ella misma la obra de la reconciliación de

            los ánimos; la paz pública y el orden legal se cimentaron y

            establecieron sobre fundamentos más sólidos que nunca; y se abrió

            una nueva era de civilización y adelantamiento, de cuyos beneficios

            participan actualmente todos los chilenos.

                 Después de esto, y en medio del cuadro brillante de actividad

            industrial y de espíritu de empresa que nos rodea, y del prospecto

            más halagüeño todavía de continuada paz, y de mejora y prosperidad

            crecientes, tal vez es un signo nada equívoco de nuestra solidez de

            principios y sobriedad de aspiraciones en el orden político, esa

            misma modestia que nos hace como olvidar las páginas más gloriosas

            de nuestra historia y no dar importancia a los adelantamientos de

            todo género que hemos conseguido a favor de esos mismos principios y

            del orden público felizmente establecido.

                 Pero semejante modestia, compañera inseparable del verdadero

            mérito, en los individuos como en las naciones aventajadas, no debe

            ser llevada demasiado adelante, o en perjuicio de los bienes que

            podrían resultar a otros y a nosotros mismos, dando a conocer

            nuestra situación actual, y los medios por donde hemos llegado a

            ella. Importa que la conozcan, lo repetimos, los pueblos hermanos,

            por lo mismo que les deseamos todo el bien posible, porque estamos

            seguros de sus simpatías, para con nosotros. Sabemos además, por

            experiencia, que las mismas ideas más o menos acertadas, y aun los

            mismos extravíos, han señalado la carrera de sus buenas y malas

            fortunas en todas las secciones americanas desde el principio de su

            transformación política, y creemos deberles un buen ejemplo, que

            será fecundo en resultados importantes, y que no dudamos será

            seguido, como lo fue de una extremidad a otra el eco de la

            independencia y el. instinto de libertad, desgraciadamente

            pervertido o extraviado en todas partes, y que ya es tiempo de sobra

            de que sea moderado por el buen sentido público y dirigido por la

            razón y la experiencia. Por eso, nunca hemos desesperado de la

            suerte de estas nuevas naciones, y aun creemos ver cercano el día de

            su paz exterior y doméstica, para darse mutuamente la mano y caminar

            juntas por la vía del orden hacia las mejoras sólidas y la mayor

            dicha social.

                 Del mismo modo, creemos de suma importancia que sea conocida

            nuestra situación actual por las naciones europeas, en donde el

            sobrante de capitales y de una población activa e industriosa, se

            hubieran abierto paso hasta nosotros, hace tiempo, sin las continuas

            revueltas y agitaciones que nos han atormentado, y que hacían

            incierta, por no decir imposible, toda especulación industrial o

            cualquier empresa fundada en la estabilidad de nuestros gobiernos e

            instituciones. Felizmente, el estado y circunstancias de Chile no

            han debido escaparse a la observación de aquellas naciones, y el

            hecho de ser este país el primero que con el pago exacto de la deuda

            interior y extranjera, ha dado positivas pruebas de su empeño por el

            restablecimiento de su crédito y el cumplimiento de sus

            obligaciones, empieza ya a reanimar las especulaciones de los

            europeos, y hoy se hacen a nuestro gobierno proposiciones de

            diversos géneros que deben contribuir al desarrollo de nuestras

            riquezas naturales, y que no dudamos, serán realizadas en breve

            tiempo. Sólo falta que las ventajas de Chile, así en el orden

            político como en el orden industrial, se hagan más generalmente

            conocidas; y he aquí el cargo de los escritores públicos, si desean

            que se apresure la época de los grandes adelantamientos a que es

            llamado el país.

                 Importa, por último, este conocimiento a los mismos chilenos,

            para animarles a las empresas útiles, estimular las bellas acciones

            con el ejemplo de nuestros conciudadanos que más se han distinguido

            en obsequio del bien público, y formar el carácter nacional sobre la

            base del amor al país y a sus instituciones, trayendo a la memoria

            los males y extravíos pasados, y excitando el entusiasmo público,

            por medio de los recuerdos gloriosos de todas épocas, o de los

            varones ilustres, a quienes son debidos los bienes de que

            disfrutamos.

                 ¿Y qué días más oportunos para estos grandiosos recuerdos, que

            los de Chacabuco y la Independencia, unidos en un mismo aniversario,

            como lo habían sido necesariamente por la fuerza de los

            acontecimientos? Sí, la jornada inmortal del 12 de febrero de 1817,

            que aseguró la independencia de Chile, y aun abrió la puerta a la de

            esta parte de América, debía ser celebrada al año siguiente y en

            igual día, con la proclamación y juramento solemne de esa misma

            Independencia, perdida en una época fatal de desavenencias, y por lo

            mismo suspirada y más ansiada que nunca. Imponente y grandiosa fue

            por cierto la pompa de aquel día, sin igual el entusiasmo, puros y

            fervientes los votos del pueblo... El entusiasmo reparó en breve el

            desastre de Cancha-Rayada, y los votos de la Independencia fueron

            sellados con sangre chilena en Maipo. El dominio español cayó para

            siempre en Chile; nació nuestro poder marítimo sólo por obra de este

            mismo entusiasmo, y con él solo fuimos a desafiar a nuestros

            antiguos señores en el mar, y en aquel imperio de los incas, centro

            de todos sus recursos y empresas. Cuatro años más tarde había

            terminado en toda la América la guerra de la Independencia.

                 Tales fueron en compendio las consecuencias de aquel famoso día

            de Chacabuco, o más bien el rápido encadenamiento de acontecimientos

            extraordinarios y gloriosos derivados de él, que lo harán memorable

            para siempre, y que no haya un chileno, que deje de saludar con

            entusiasmo la vuelta de cada uno de sus aniversarios. En el presente

            que vemos realizados todos los bienes que se proponían los autores

            de la Independencia, no podremos menos de volver nuestras miradas de

            reconocimiento hacia ellos, y penetrarnos sobre todo del más

            religioso respeto para con la Providencia especial que tan

            visiblemente nos protege. ¡Honor y homenaje eterno al 12 de febrero!