Ha
siete años que me dedico a investigaciones geológicas y paleontológicas en
la
provincia de Buenos
Aires.
Mi
principal propósito ha sido averiguar la verdadera antigüedad geológica del
hombre en la Pampa.
Después de haber removido y
de haber hecho remover día a día, durante años enteros, los terrenos pampeanos
del río Luján y sus afluentes, he adquirido la certidumbre de que el hombre ha
habitado las pampas argentinas en una época geológica anterior a la presente,
cuando aún pululaban en los llanos pantanosos de esta parte de América esos
colosos animados que muchos millares de años más tarde debíamos designar con los
nombres de Megaterio, Gliptodonte, Milodonte, Toxodonte, Tipoterio, Macroquenia,
etc.
Esta certidumbre no es
infundada: es el resultado del estudio minucioso de cierto
número de objetos que he
recogido y que a mi juicio prueban la existencia del hombre cuaternario
argentino, de un modo evidente.
A
instancias del doctor Ramorino, puse en exhibición dichos objetos en el
primer
concurso y exposición que
con tanto acierto inauguró la Sociedad Científica Argentina el 28 de julio del
año próximo pasado.
La
Sociedad premió mis trabajos con una mención honorífica, quizá inmerecida; mi
deseo era que los objetos fuesen examinados con mayor
detenimiento.
El
doctor Ramorino se preparaba a llenar ese vacío en una Memoria que se disponía a
presentar a dicha Sociedad y en la cual se proponía describir detalladamente
dichos objetos, mas no pudo hacerlo así, porque pocos días después del 28 de
julio cayó gravemente enfermo, hasta que hace pocos días, a causa de la misma
enfermedad, tuvo que ausentarse en viaje a Europa, de donde probablemente no
estará de vuelta hasta el año venidero.
Esto me ha determinado a
hacer por mí mismo tal descripción, aun cuando mis
conocimientos no han de
permitirme hacerlo con la autoridad y la competencia con que la habría hecho el
ilustrado profesor.
Voy
a limitarme por ahora a decir unas pocas palabras sobre las diferentes clases de
objetos que prueban la existencia del hombre contemporáneamente con los grandes
mamíferos extintos, característicos de estas regiones.
Si,
como no lo dudo, dada la importancia de la cuestión, la ilustrada Sociedad se
digna dedicar a su examen algunas horas, en posteriores comunicaciones me haré
un deber contestar las objeciones que puedan hacérseme aclarando las dudas que
sobre el yacimiento y antigüedad puedan ocurrir y la práctica de cotidianas
observaciones me permita resolver, presentando asimismo nuevas pruebas y nuevos
detalles que gradualmente vayan desvaneciendo nuevas dudas
posibles.
Para afirmar la existencia
del hombre cuaternario en la Pampa, me fundo en el examen de ocho clases de
objetos diferentes que he recogido, de los cuales algunos con bastante
abundancia, y son los siguientes:
1º Huesos que supongo
rayados o estriados por la mano del hombre.
2º Huesos con
incisiones que también atribuyo a la acción del hombre.
3º Huesos rotos en
sentido longitudinal para extraer la médula.
4º Pedernales
tallados.
5º Huesos
trabajados.
6º Carbón vegetal y
huesos quemados.
7º Tierra
cocida.
8º Huesos fósiles
humanos extraídos de terreno pampeano no removido.
Como se ve, existen todas
las clases de pruebas mediante las cuales ha sido admitida la existencia del
hombre terciario y cuaternario europeo, a excepción de esos curiosos dibujos y
esculturas encontrados tan abundantemente en algunos puntos de Francia y de
Bélgica, pero que es bueno recordar pertenecen a una época relativamente más
moderna.
I.
HUESOS RAYADOS Y ESTRIADOS
He
recogido un cierto número de huesos que desde un principio me llamaron la
atención por presentar en su superficie un gran número de estrías y de rayas
análogas a las que se podrían hacer raspando con una hoja de pedernal en la
superficie de un hueso fresco.
Esas rayas e incisiones son
de una época anterior al enterramiento de los huesos y no pueden haber sido
producidas sino cuando estaban frescos o cubiertos por una parte de su
carne.
Puede probarse muy
fácilmente que no son modernas, por medio de las numerosas dendritas producidas
por óxidos de hierro, manganeso y sales diversas, que se extienden por toda la
superficie de los huesos dentro de las mismas rayas.
Unas son en sentido
longitudinal u oblicuo y otras en sentido transversal. Unas son más gruesas;
otras más finas o más anchas o más profundas. Algunas son verdaderas
líneas
rectas; otras sinuosas o
curvas; y, por fin, otras muchas, paralelas. A veces las mismas rayas son más
profundas en una extremidad que en la otra; otras veces más anchas o más
angostas; y otras se cruzan entre sí formando un gran número de ángulos. En una
palabra: son completamente iguales a las que se han observado sobre un gran
número de huesos de los terrenos terciarios de Francia e Italia, que en el día
son generalmente consideradas como hechas por el hombre.
He
tratado de explicarme o descubrir la causa que pudiera haber producido
semejantes rayas, poniendo al servicio de esa investigación todos los medios que
se me ocurrieron.
He
recurrido a la desecación de los huesos y he encontrado que producía
rayas
profundas que muy mal se
avienen con la superficie casi lisa del fondo de las rayas en cuestión. He
buscado las impresiones geológicas, creyendo que ellas podían explicarme lo que
para mí era hasta entonces un enigma; y ví que eran tan diferentes de las que
tanto me habían llamado la atención que un niño de diez años podía distinguirlas
fácilmente unas de otras. He invocado la acción de los animales carniceros y
roedores; y no he encontrado ninguno que pueda haber producido con su dentadura
semejantes rayas. Supliqué a los antiguos torrentes que me proporcionaran alguna
luz sobre ese fenómeno; y ví que es un absurdo admitir que un hueso que conserva
todas sus formas exteriores perfectas pueda haber sido arrastrado por las aguas
para que a fuerza de continuos choques se formasen las señales que en él
observaba. Fijé mi atención en la arena arrastrada por las aguas encima de los
huesos y observé que al mismo tiempo que ella iba formando estrías en la
superficie de éstos, los carcomía completamente.
Por
fin, cansado de buscar, ví que sólo el hombre, valiéndose de sus manos, de su
inteligencia y de sus instrumentos, podía haber hecho semejantes rayas; y que
del mismo modo que el antiguo habitante de la Europa separaba la carne de los
huesos del Megaceros, del Rinoceronte, del Mammut, del elefante meridional y del
Haliterio, raspándolos con toscos cuchillos de pedernal, así también el
primitivo habitante de las pampas, sirviéndose de iguales instrumentos, separaba
la carne de los huesos de los ciervos, de los caballos, de los Milodontes, de
los Toxodontes y de los Mastodontes que cazaba.
Admitido que dichas rayas
son obra de un ser inteligente, resultaría que el hombre ha sido contemporáneo
de todos los animales cuyos huesos presentan rayas y estrías de esa clase. Los
huesos rayados de mi colección pertenecen al Mastodonte, Toxodonte, Milodonte,
Gliptodonte, ciervo, Auchenia y caballo de especie extinta; lo que parece
demostrar que todos estos animales han habitado las pampas argentinas
conjuntamente con el hombre.
II.
INCISIONES Y CHOQUES PRODUCIDOS POR PERCUSION
He
empezado por deducir la existencia del hombre cuaternario argentino por
los
simples huesos rayados; y
ahora voy a hablar de otras señales que se encuentran en la superficie de otros
huesos y que a buen seguro son más convincentes que las
anteriores.
Esas señales no son ya
simples rayas o estrías, sino incisiones muy bien marcadas, algunas muy
profundas y que sólo pueden haber sido producidas por golpes fuertes dados con
un instrumento cortante, probablemente alguna hacha de piedra.
Quizá pueda ocurrírsele a
alguno la idea de que tales incisiones han sido producidas por los instrumentos
de metal de los trabajadores al tiempo de verificar la exhumación de los huesos
o al limpiarlos de su ganga terrosa; pero cualquiera se convencerá de que tal
suposición sería completamente falsa: 1º) porque todos los huesos que presentan
esas señales han sido extraídos por mis propias manos y he tenido un especial
cuidado en que no se gastaran; 2º) porque se hallaban casi todos envueltos en un
tierra arenosa que se deshacía por el solo frotamiento de las manos; 3º) porque
para limpiarlos completamente no he empleado nunca instrumentos de metal, sino
pequeños cepillos; y, por último, porque la prueba más convincente de que tales
incisiones son anteriores no tan sólo a la exhumación de los huesos sino también
a su enterramiento, es que casi todos los huesos que poseo con tales incisiones
presentan un color amarillento y pajizo con manchas negras u obscuras,
producidas por óxidos de hierro y tal vez también de manganeso que contiene el
terreno en que estaban envueltos. Ese color pajizo y esas manchas negras o
moradas no penetran en el interior del hueso; sólo forman una especie de capa de
barniz que apenas tendrá un espesor de 0 m. 0001. Este color se presenta
asimismo en el fondo de las incisiones, lo que justamente con las numerosas
dendritas de que están cubiertos constituye el sello de su verdadera antigüedad,
pues la más finísima raya que se trazara sobre la superficie de uno de esos
huesos, rasgaría al momento esa especie de finísima capa de barniz y las
delicadas dendritas, mostrándonos el verdadero color interior del
hueso.
Si
las rayas de que he hablado anteriormente no pueden ser atribuídas a ninguna
causa natural, con mucha más razón es preciso considerar a esas incisiones como
producidas por la mano del hombre. Entre las diversas clases de incisiones que
he observado en la superficie de algunos huesos fósiles, hay unas muy dignas de
llamar la atención por lo que presentan siempre la misma figura y tamaño. Son de
figura más o menos elíptica, de 4 a 6 mm. de largo, bastante profundas; se
presentan casi siempre en las esquinas, aisladas y perfectamente circunscriptas.
Presentan uno de sus bordes rápido y liso; el otro es más oblicuo y rugoso, de
modo que parece ha sido producido por un golpe seco y fuerte, dado con un
instrumento cortante, de manera que hiciese saltar una pequeña astilla; el borde
menos rápido y más rugoso parece indicar el lado por el cual ésta ha
salido.
Habiéndole mostrado algunos
de esos huesos (costillas de Mastodonte) al doctor
Ramorino, éste me manifestó
que presentan el mismo aspecto que los que se encuentran en los terrenos
pliocenos del valle del Arno, en Italia, y que él, en la reunión de la Sociedad
Italiana de Ciencias Naturales de la Spezzia, ya tiene demostrado que han sido
rayados por los hombres que habitaban la antigua Tirrenia durante la época
terciaria.
En
algunos otros huesos he observado señales de choques o golpes que han hecho
saltar astillas o pedazos más o menos circulares de forma convexa y que han
dejado en la superficie de los huesos excavaciones o depresiones cóncavas.
Semejantes pedazos no pueden haberse hecho saltar sino por medio de golpes secos
dados con algún martillo de piedra; y es claro que solamente un ser inteligente
podía proveerse y manejar un instrumento semejante.
III. HUESOS ROTOS
LONGITUDINALMENTE
Casi todos los pueblos
salvajes han tenido la costumbre de extraer la médula que
contienen los huesos largos
de ciertos animales, particularmente rumiantes, para
servirse de ella como
alimento.
Todos los huesos rotos con
ese objeto lo son en sentido longitudinal y sus fracturas presentan un aspecto
característico.
Su
presencia en un estrato de terreno no removido es una prueba de que el hombre
vivía en la época de la formación de dicho terreno.
En
diversos puntos del río Luján he notado que existen depósitos que contienen una
gran cantidad de huesos largos, todos ellos rotos longitudinalmente y mezclados
con numerosos restos de animales extintos; muchos presentan en su superficie un
gran número de rayas y señales evidentes de haber recibido fuertes
golpes.
En
Europa se han encontrado huesos largos rotos en astillas longitudinales del
mismo modo que los que he extraído de los terrenos pampeanos, en casi todas las
cavernas que habitaron los Trogloditas cuaternarios, en los Kjökkenmöddings de
Dinamarca, en los palafitos o habitaciones lacustres de Suiza y en las
terramaras de Italia.
Allá también la superficie
de todos ellos estaba cubierta de un gran número de rayas, y está probado de un
modo evidente que han sido rotos de ese modo por tribus salvajes que poblaron la
Europa en tiempos anteriores a toda la historia y
tradición.
Las
reglas de analogía me han inducido a admitir que los huesos fósiles que
se
encuentran en los terrenos
pampeanos, han sido tallados o rotos longitudinalmente por salvajes que poblaron
estas regiones en tiempos geológicos anteriores a los presentes; que la
costumbre que tenían los antiguos habitantes del viejo mundo de comer el tuétano
de los huesos de los animales que cazaban, la ha tenido también el antiguo
habitante de las pampas y que se ha prolongado hasta tiempos relativamente
modernos, según lo han demostrado las investigaciones practicadas por el señor
Moreno en los cementerios prehistóricos del valle del Río
Negro.
IV.
PEDERNALES TALLADOS
De
todos los objetos trabajados por la mano del hombre prehistórico, los de piedra
son los que se hallan más esparcidos sobre la superficie de la tierra, los que
se conservan mejor; los que son más numerosos y los que más han servido para el
estudio del hombre primitivo.
Hace muchos años ya que el
señor Seguín presentó en Europa varios perdernales
tallados, como habiéndolos
hallado con restos de animales extintos.
El
primer descubrimiento auténtico de instrumentos de piedra del hombre cuaternario
argentino fue hecho durante el año de 1871, cerca de la villa de Luján, sobre la
ribera izquierda del río del mismo nombre y como a una cuadra de distancia de la
embocadura del arroyo Roque. De al lado mismo de la coraza de un Gliptodonte fue
extraído un pedernal tallado en forma de punta de flecha, cuya extremidad estaba
rota. El profesor Ramorino, que había presenciado el persona la extracción de la
coraza, comunicó la noticia a Italia, donde fue publicada por varios
diarios.
Otro instrumento de pedernal
en forma de escoplo, fue encontrado el 24 de Enero de 1875, cerca de la villa de
Luján, por unos franceses de apellido Breton, en medio de una gran cantidad de
huesos de Toxodonte. Yo ví ese curioso instrumento unos pocos momentos después
de su extracción, cuando aún se hallaba envuelto en su ganga terrosa.
El
señor Antonio Larroque ha tenido la deferencia de enviarme otro objeto de
esta
clase, en forma de hacha
pequeña, extraído por él mismo, en presencia de diversas personas, del costado
de un esqueleto de Milodonte, encontrado durante el año de 1874, en el partido
San Antonio de Areco, sobre el río del mismo nombre.
En
mis exploraciones he conseguido reunir una veintena de instrumentos de esta
clase y de esa misma época. Todos, salvo raras excepciones, están trabajados en
sílex de diferentes colores, pero generalmente blanquizco. Muchos están rotos,
inacabados o gastados por el uso; otros parece que han sido rodados por las
aguas; algunos se han alterado en su superficie cambiando de color hasta una
cierta profundidad; y no falta uno que otro que se halla envuelto en dura tosca.
Están tallados de un solo lado, presentando el otro una superficie lisa y unida,
lo que los aproxima a los pedernales tallados que se encuentran en Francia,
conocidos con el nombre de tipo de Moustier. El lado trabajado está siempre
tallado a grandes golpes, demostrando que quienes los han trabajado estaban aún
muy atrasados en el arte de tallar la piedra. Entre ellos hay algunas puntas de
flecha; sin embargo, su mayor parte, a pesar de haber sido tallados de un modo
muy diferente, tienen entre sí alguna semejanza y parecen haber
sido
destinados al mismo uso.
Presentan en una de sus extremidades un chaflán y a veces más, de modo que
concluyan en un filo cortante, siendo una forma o tipo propio del hombre
cuaternario de la Pampa. Hacían las veces de nuestros escoplos, de los que, en
cierto modo, tienen la figura, y creo conveniente formar con ellos un tipo
especial bajo el nombre de "escoplos de piedra".
Me
resulta indudable que estos instrumentos en forma de escoplos han servido para
tallar los instrumentos y las numerosas puntas de flecha hechas de hueso, que,
al revés de lo que sucede en Europa, abundan en las pampas más que las de
piedra.
V.
HUESOS TRABAJADOS
Este género de objetos
constituyen a mi juicio una de las pruebas más decisivas. Si bien es cierto que
para el vulgo no han de tener los huesos trabajados más importancia que la que
puede tener cualquier otro fragmento de hueso y que se necesita nada menos que
el ojo experto de una persona observadora para reconocer en ellos el trabajo de
un ser inteligente, también lo es que ofrecen ya señales evidentes de un trabajo
hecho con cierta simetría y que para el arqueólogo son una prueba de la
existencia del hombre, tan evidente como pueden serlo las ruinas desenterradas
de debajo de las cenizas del Vesubio en la antigua Pompeya. Muchos de esos
huesos trabajados han servido como armas ofensivas, otros como utensilios
domésticos, muchos es difícil saber a qué uso
estarían destinados y
algunos otros deben ser instrumentos no concluídos.
Es
evidente que han sido trabajados cuando aún se hallaban en su estado fresco y
antes de su enterramiento en el terreno donde se encuentran, porque de otro modo
no se encontrarían llenos de dendritas y de tosca, tanto en la superficie
trabajada como en la que no presenta señales de trabajo. Además, suponer que
pueden haber sido trabajados cuando ya se hallaban en estado fósil, sería una
idea sin fundamento, pues el hueso en esa condición es tan frágil que los
instrumentos que con él se hicieran serían inadecuados para el uso a que se
destinaran.
Entre los instrumentos y
armas de hueso, las más abundantes son las puntas de flecha. Son éstas unas
astillas longitudinales de hueso, talladas toscamente a grandes golpes, de modo
que concluyan en una punta muy aguda; tienen un largo variable entre 3 y 7
centímetros; y algunas veces concluyen en punta por ambos
lados.
Hay
otras que parecen pequeños punzones con ligeras trazas de pulimento; algunas
parecen haber servido como pulidores y quizá también como cuchillos.
Uno
de los objetos más curiosos que poseo de esa época, es un pedazo de diente de
Toxodonte cortado por la mano del hombre y que ha sido finamente tallado en uno
de sus bordes, presentando el aspecto de una pequeña sierra, aunque me inclino a
creer que más bien ha sido un trofeo de caza.
He
dicho que este género de objetos constituye a mi juicio una de las pruebas
más
decisivas, porque si a
alguno se le ocurre la idea de que ninguna de las incisiones y rayas de que he
hablado son hechas por el hombre, o que los huesos
partidos
longitudinalmente pueden
haber sido rotos por la casualidad, o bien que los pedernales tallados que
considero como cuaternarios son de una época más moderna, quiero esperar que se
reconocerá que estos objetos tienen cierta simetría que sólo el hombre fue capaz
de producir; y que nadie supondrá apócrifo un cuchillo de hueso parcialmente
envuelto en tosca, o un fragmento de diente de Toxodonte trabajado y coloreado
en su superficie por el terreno.
VI.
CARBÓN VEGETAL Y HUESOS QUEMADOS
Si
hay alguna cosa que es muy difícil pueda quemarse por casualidad, son los
huesos; y de ahí que los diversos fragmentos de huesos quemados que he
encontrado en distintos puntos mezclados con restos de animales extintos, los
considero como una nueva prueba de la existencia del hombre cuaternario en la
Pampa. Desgraciadamente dichos fragmentos son tan incompletos que no permiten
determinar a qué especie de animal pertenecen.
Como complemento de ese
descubrimiento, se une el hallazgo de carbón vegetal en tres o cuatro puntos del
terreno pampeano. En uno de ellos se encontraba en trozos bastante grandes, pero
tan sumamente blandos que no permitían su extracción. En otro punto estaba
acompañado de huesos quemados y de cenizas.
VII. TIERRA
COCIDA
El
hombre que en esa lejana época habitaba las pampas argentinas
hacía
indudablemente sus primeros
ensayos en el arte de fabricar tiestos de barro, arte en el cual sus
descendientes habían de alcanzar más tarde un grado de perfección que nunca
pudieron igualar los pueblos de la Edad de piedra en
Europa.
Mi
hermano, Juan Ameghino, es quien primero encontró varios fragmentos de tierra
cocida cerca de la Villa de Luján, a orillas del río de este nombre y mezclados
con numerosos huesos de animales extintos. Poco tiempo después pude comprobar la
exactitud de este descubrimiento recogiendo yo mismo varios centenares de estos
fragmentos de tierra cocida en un trayecto de más de una legua de largo y casi
siempre mezclados con restos de Toxodonte, Gliptodonte, Milodonte, etc., en
terreno no removido, prueba irrecusable de la existencia del hombre
conjuntamente con dichos mamíferos.
VIll. HUESOS
HUMANOS
Por
último, como para acabar con todas las dudas y convencer aun a los
más
incrédulos, he encontrado
los restos óseos del hombre de esa misma época, en
condiciones tales, que creo
no permiten abrigar dudas al respecto. Extraje esos restos de la margen
izquierda del pequeño arroyo Frías, cerca de Mercedes, y se hallaban a una
profundidad de cerca de tres metros y en terreno pampeano no removido (1).
___________________
(1)
Hace ya algunos años que se han encontrado algunos huesos humanos, considerados
como fósiles, pero el lugar del descubrimiento nunca fué visitado por ninguna
persona competente. Con el deseo de poder emitir mi opinión hice una prolija
exploración del arroyo del Medio, punto en que fueron encontrados, sin obtener
resultado alguno. No obstante, con algunos datos que espero del señor profesor
Gervais y del señor Seguín, descubridor de los objetos, pienso emprender un
segundo viaje con probabilidades de mejor éxito.
___________________
Los
restos más importantes que he obtenido, son: un diente incisivo inferior,
notable por la cisura de su corona; la mitad de una cadera, vértebras,
costillas, falanjes y otros varios huesos.
Juntamente con estos huesos
había pedernales tallados en forma de puntas de flecha y de escoplo, carbón
vegetal en gran cantidad, tierra cocida, fragmentos de huesos quemados, huesos
roídos por el hombre, huesos partidos longitudinalmente para extraer la médula y
huesos pulidos, rayados, con incisiones y que presentaban señales de
golpes.
Todos esos objetos, lo mismo
que los restos humanos, se encontraban mezclados con los restos de los
siguientes animales:
1º Hoplophorus ornatus (Burmeister). Gran
parte de la coraza y otros
huesos. Este animal
parece ser característico de los terrenos pampeanos
inferiores,
encontrándose rara vez en los terrenos pampeanos medios.
2º Hoplophorus de especie aún desconocida.
Gran parte de la coraza y
algunos
huesos.
3º Armadillo de gran
talla, probablemente el Eutatus
Seguini de Gervais.
Restos de la
coraza.
4º Armadillo de la
talla del Pichy o quizá aún más pequeño. Restos de la
coraza y algunos
huesos.
5º Restos de caballo,
tan incompletos que no permiten determinar la
especie.
6º Un zorro. Canis
protalopex
(Lund). Especie
característica de los terrenos
pampeanos medios e
inferiores.
7º Una Vizcacha. Lagostomus angustidens (Burmeister).
Especie
característica de los
terrenos pampeanos medios e inferiores.
8º Milodonte. Los
pocos restos que he recogido no permiten determinar la
especie. Se
encontraban como a un metro y medio más arriba del nivel
en
que estaban los restos
humanos.
9º Un ratón.
Probablemente el Mus fossilis de
Bravard.
10º Otra especie de
ratón, mucho más grande que la anterior.
11º Ciervo. Restos de
un ciervo que encontré como a un metro más arriba
del nivel en que
estaban los huesos humanos. Restos de otro individuo
mezclados con los
mismos huesos. Creo muy probable que sea el Cervus
pampaeus
de Bravard.
12º Ctenomys, especie
fósil.
13º Restos de
avestruz.
Después del
paraje antedicho, donde encontré más indicios de la existencia del hombre
cuaternario argentino, es cerca de la Villa de Luján. Aquí los restos de la
industria humana se hallan mezclados con numerosos huesos de animales extintos
que han quedado sepultados en el fango del fondo de una antiquísima laguna que
existió en una época anterior a la excavación del actual cauce del río
Luján.
El
terreno presenta un color blanquizco, con capas de tosquilla antigua y numerosas
conchillas de agua dulce.
Los
objetos que prueban la existencia del hombre durante la época en que
se
depositaban los terrenos
lacustres de este paraje, son: Pedernales tallados en forma de escoplo; puntas
de flechas en hueso; huesos tallados en forma de punzones; alisadores pulidores,
cucharas, cuchillos, etc., algunos de los cuales regularmente trabajados;
fragmentos de alfarería o tierra cocida, que son los objetos de la industria
humana que más abundan; huesos quemados; huesos tallados en sentido longitudinal
para extraer la médula; huesos pulidos; huesos y dientes con incisiones,
choques, rayados, estriados, etc.
Los
huesos de animales que encontré mezclados con estos objetos pertenecen en gran
parte a especies extintas, como se verá por la siguiente
lista:
1) Restos de un
Queiróptero fósil.
2) Huesos de un gran
felino. Probablemente el Maquerodo.
3)
Toxodon platensis (Owen).
Especie que ha
vivido hasta en tiempos
comparativamente
modernos, pues abunda mucho en los terrenos
pampeanos
superiores.
4) Macrauchenia patachonica
(Owen).
5) Glyptodon laevis
(Burmeister).
6) Glyptodon elongatus
(Burmeister).
7) Restos de un gran
armadillo: Eutatus Seguini
(Gervais).
8) Restos del peludo
fósil.
9) Una gran especie de
ciervo.
10) Otra especie de ciervo de
pequeña talla.
11) Milodonte. Restos
que no permiten determinar la especie.
12) Una vizcacha
diferente del Lagostomus angustidens
de Burmeister y
propia de los terrenos
pampeanos superiores.
13) Un zorro diferente
del Canis protalopex de Lund y
también propio de los
terrenos pampeanos
superiores.
14) Restos de Ctenomys.
15) Restos del
Miopótamo fósil.
16) Restos de nutria
fósil.
17)
Equus curvidens
(Owen).
18)
Equus Devillei
(Gervais).
19) Ursus bonariensis
(Gervais).
20) Restos de una especie de
lagarto.
21) Restos de una
tortuga terrestre gigantesca.
22) Restos de una
tortuga de agua dulce.
23) Vértebras y otros
huesos de pequeños pescados.
24) Unios, planorbis y
otras conchillas de agua dulce.
En
el terreno pampeano rojo-arcilloso de esta Provincia se encuentran muy a menudo
depósitos de pequeña extensión que aunque son de la misma época geológica, se
distinguen del resto de la formación por un color blanquizco obscuro y las
numerosas conchillas de agua dulce que muy a menudo
contienen.
Estos depósitos, a los
cuales los he designado con el nombre de depósitos lacustres pampeanos,
consisten en terrenos depositados en el fondo de antiguos lagos y pantanos; y en
ellos es donde siempre, a excepción de una sola vez, he encontrado los restos de
la industria humana de que acabo de hablar. En algunos he encontrado también
corazas de Gliptodonte que, por la posición en que estaban y los restos que
contenían, supongo que sirvieron de guarida al hombre de aquella época
(2).
___________________
(2)
Hace ya algunos meses que en carta particular comuniqué esta misma opinión al
profesor Stoppani.
___________________
Los
descubrimientos y objetos que acabo de dar a conocer a grandes rasgos prueban
que el hombre ha habitado la Pampasia en la época en que vivían en ella esos
gigantes de la creación llamados Megatéridos, Gravígrados o Tardígrados; en la
época en que vivían en ella juntamente con el Mastodonte, el corpulento
Toxodonte (que participaba a la vez de la conformación del elefante, del
rinoceronte, del hipopótamo y de los roedores, y que se distingue de ellos por
caracteres que no tienen analogía con los de ningún otro mamífero viviente); el
Tipoterio, que no entra en ninguno de los órdenes conocidos; y los
extraordinarios mamíferos llamados Gliptodontes, que estaban cubiertos tanto
arriba como abajo por corazas óseas que alcanzaban a tener hasta dos pulgadas de
espesor (3); en la época en que había en ella terribles carniceros que tenían
colmillos de más de diez pulgadas de largo, curvos como una hoz, dentellados
como una sierra y afilados como puñales, cual si hubieran sido creados a
propósito para hendir,
rajar y aserrar las corazas
óseas de que estaban cubiertos una gran parte de las
especies de animales que
durante esa época poblaban estas comarcas.
Y
baste con lo dicho, porque no quiero fatigar con un interminable escrito. Espero
que, con mayores detalles y en presencia de los restos óseos del hombre de
aquella lejana época, que todo hombre despreocupado de añejas preocupaciones ha
de reconocer como fósiles; que en presencia de los toscos pedernales tallados,
extraídos de debajo de las corazas de los Gliptodontes; que en presencia de esos
huesos de animales extintos, trabajados por el hombre, que se encuentran
enterrados en las profundidades del suelo, teñidos de diversos colores,
adornados de arborescentes dibujos o envueltos en dura calcárea piedra, todos
ellos propios y verdaderos sellos puestos por la acción de una enorme sucesión
de siglos; que en presencia de la gran cantidad de huesos que se encuentran
mezclados con los restos de numerosas especies de animales fenecidos, cuya
superficie se encuentra cubierta de entrecruzadas rayas y de bien marcadas
incisiones
que
sólo pueden haber sido hechas por medio de cortantes instrumentos dirigidos por
inteligentes manos; que en presencia de esos numerosos fragmentos de tierra
cocida que en las pampas menos que en ninguna otra parte pueden ser el resultado
de la casualidad, se reconocerá la contemporaneidad del hombre con los mamíferos
extintos de estas regiones y que ese reconocimiento será hecho hasta por los más
incrédulos.
Mercedes, Abril 18 de
1876.
___________________
(3)
Nota del Editor (en el original) :Todos cuantos se ocupan de Historia Natural
saben perfectamente que el disparate de considerar a los Gliptodontes como
provistos de dos corazas, una dorsal y otra central, fue una infortunada
ocurrencia del doctor Germán Burmeister.
___________________
Buenos Aires, 5 de Junio de
1876.
La Comisión Directiva
ha resuelto:
Pase a informe de los
señores don Francisco P. Moreno y don Estanislao S.
Zeballos.
Estanislao S.
Zeballos
Secretario.
___________________
Buenos Aires, 14 de Junio de
1876.
Señores Miembros de la
Comisión Directiva de la Sociedad Científíca
Argentina:
El
problema que pretende haber resuelto el señor Ameghino es de bastante
importancia para expedirse sobre él ligeramente.
Otros descubrimientos
análogos no dieron los resultados que esperaban sus
autores.
Por
esta razón, y por la naturaleza del terreno visitado por uno de nosotros, en que
ha hecho sus investigaciones el autor de la Memoria, opinamos que no debe
considerarse resuelto el problema hasta que no se haga un estudio fundamental y
detenido sobre los objetos encontrados.
En
Europa se ha agitado también durante largo tiempo la cuestión del hombre fósil,
y sólo después de maduras observaciones y profundos estudios se ha arribado a
una conclusión definitiva como la que busca el señor
Ameghino.
En
la confianza de que más tarde tendremos ocasión de volver a ocuparnos de esta
materia, con los objetos a la vista, creemos que nada más debemos agregar por
ahora, y aconsejamos a la Comisión Directiva el aplazamiento de su juicio sobre
este asunto.
Saludamos a nuestros
colegas.
Francisco P. Moreno,
Estanislao S. Zeballos.
___________________
Buenos, Aires, junio 16 de
1876.
La Comisión Directiva ha
resuelto en esta fecha aprobar el informe de la Comisión.
Estanislao S.
Zeballos.
Secretario.
___________________
Mercedes,
Agosto 1º de 1876.
Informado de la resolución
adoptada más arriba por la ilustrada Comisión Directiva, diré que es digno de
verdadero elogio el proceder de la Comisión informante al no querer dar su
opinión definitiva sin antes ver los objetos y hacer sobre ellos un estudio
fundamental y detenido, pues se trata de una cuestión verdaderamente importante,
y un juicio impremeditado podría ser más tarde un grave obstáculo para llegar a
establecer la verdad.
Pero hay un punto que no
puedo dejar pasar desapercibido. Se dice en el informe que una de las causas que
han motivado la suspensión del juicio definitivo, es la naturaleza del terreno
visitado por uno de los informantes, que según se afirma, es el mismo en que yo
he hecho mis investigaciones.
Como en mi Memoria no
determino los puntos fijos en que encontré los objetos, la
afirmación de que han sido
visitados dichos puntos, hecho de que no tengo
conocimiento, me hizo
asaltar por la duda de que alguien los hubiese indicado,
proporcionando datos falsos
en vez de datos verdaderos.
Y
de esa duda vino a sacarme la entrega VI, tomo 1, de los "Anales" de la
Sociedad, en la cual se halla una relación de una excursión hecha al río Luján
por los señores doctor Estanislao S. Zeballos y don Walter F. Reid. Leyéndola,
comprendí que discurriéndose en mi Memoria de objetos encontrados cerca de la
Villa de Luján, en terreno blanquizco, con capas de tosquilla y conchas de
moluscos de agua dulce, se ha podido creer que el punto en que encontré esos
objetos es precisamente el mismo visitado por los exploradores comisionados por
la Sociedad. Si acaso lo ha creído así, debo declarar que he acopiado mis
materiales, por lo que a este punto se refiere, a una distancia de sólo unas
seis o siete cuadras de la plaza del mismo pueblo, mientras que el punto
visitado por los exploradores, cerca de la embocadura del arroyo Marcos Díaz, se
halla a legua y media de distancia de dicho pueblo.
Con
todo, la visita de los señores Zeballos y Reid no dejará de arrojar mucha luz
sobre esta cuestión, por las razones que voy a exponer.
En
sus notas geológicas ellos hablan de una capa de tosca rodada que consideran
como el fondo de un río cuaternario, opinión que con sentimiento declaro no es
la mía, por la razón de que he seguido esos depósitos de tosca a lo largo de las
barrancas del río, en un trayecto de varias leguas, y he llegado a la conclusión
de que deben ser considerados como depositados durante la época cuaternaria en
el fondo de la misma depresión en que más tarde formó su cauce el actual río.
Esa misma capa de tosca que los autores de la Memoria conceptúan como
cuaternaria existe en el punto donde he hecho mis descubrimientos; y
precisamente en esa tosca rodada he encontrado más objetos que atestiguan la
antigüedad del hombre. Ultimamente, después de la visita de los señores Reid y
Zeballos, visité ese punto y noté en esa misma capa de tosca rodada, la
existencia de fragmentos de tierra cocida.
Y
ya que estoy hablando de la Memoria de los mencionados señores, voy a
decir
también algunas palabras
acerca de otro punto que parece haber llamado bastante la atención de ellos y es
el siguiente:
"Es
de extrañarse que nunca se hayan encontrado en las numerosas extracciones de
fósiles en aquellos parajes otras indicaciones, como restos de alfarería y
productos industriales que son tan comunes en los paraderos del hombre
prehistóricos."
Eso
tiene una explicación muy sencilla: no se han encontrado allí restos que denoten
la presencia del hombre, porque esas excavaciones han sido ejecutadas sin
prolijidad y generalmente por personas totalmente desprovistas de conocimientos
sobre esta materia; y voy a probarlo.
Los
que tales excavaciones han ejecutado no encontraron ningún objeto que denotara
la existencia del hombre, a pesar de haberles recomendado especialmente que
recogieran todo fragmento de hueso, piedra u otra materia extraña, por pequeños
que fueran, con tal de que fueran extraídos del terreno fosilífero. Sólo me
presentaron la punta de flecha de que hablan los señores Zeballos y Reid en su
Memoria, que no he vacilado en declarar apócrifa por su trabajo, por las
diversas versiones que se hicieron correr sobre el modo como la habían
encontrado, así como también por las conversaciones que sobre el particular tuve
con el doctor Erézcano y por otras varias razones que no es del caso exponer.
Y
sin embargo, en ese mismo punto y en menos de media hora yo he podido comprobar
la presencia de fragmentos de tierra cocida.
Los
señores Zeballos y Reid, que dicen haber estudiado con esmero esa
corriente
cuaternaria, tampoco notaron
la presencia de tales vestigios; lo que prueba que nada tiene de extraño que
personas sin conocimientos en la materia no hayan hallado objetos trabajados por
el hombre; y prueba, además, que para encontrarlos es necesario verificar
excavaciones metódicas, con una constancia, paciencia y esmero de que sólo se
podrá tener idea cuando se me presente ocasión de relatar el modo cómo verifiqué
mis exploraciones.
Por
ahora, y para concluir con estas digresiones, ya bastante largas, me basta decir
que los restos o fragmentos de tierra cocida, particularmente, son tan
abundantes que a cualquiera que quiera tomarse el trabajo de realizar algunas
exploraciones en mi compañía, le garanto desde luego que sin hacerle esperar
muchas horas, extraeré en su presencia, de los depósitos de tosca rodada
cuaternaria del río Luján, a lo menos veinte fragmentos por cada metro cúbico de
terreno removido.
Volviendo ahora al objeto
principal que motiva estas líneas, digo que accedo gustoso al deseo de la
Comisión, acompañando a la Memoria una parte de los objetos sobre los cuales he
creído y creo poder afirmar y probar la existencia del hombre cuaternario
argentino. Acompaño también varios objetos de hueso más modernos que creo podrán
ser útiles para estudiar con más provecho los antiguos, y un corte geológico de
la barranca del río cerca de la Villa de Luján en el punto donde he encontrado
el mayor número de objetos trabajados por el hombre.
Al
mismo tiempo me permito hacer presente que para completar el estudio de
los
objetos que envío y dar un
juicio de mayor autoridad, sería también conveniente que la Comisión informante,
acompañada, si lo juzgase conveniente así, por otras personas competentes,
viniera a examinar el punto en que he encontrado los huesos fósiles humanos,
lugar situado a corta distancia de Mercedes y que ya ha sido visitado por
naturalistas, ingenieros, químicos, coleccionistas y muchos aficionados que han
quedado plenamente convencidos de la verdad de mis asertos. Si así se
procediera, yo haría practicar nuevas excavaciones a continuación de las
primeras, en presencia de la Cornisión, con probabilidades de encontrar nuevos
datos. De este modo, podrían más tarde repetir apenas variada, la frase de julio
César: fuimos, vimos, creímos.
NÓMINA DE LOS OBJETOS DEL
HOMBRE CUATERNARIO QUE ACOMPAÑO CON ESTA MEMORIA
1 a
19. Huesos fósiles humanos. Un diente incisivo inferior, cuatro vértebras,
cinco
pedazos de costillas, siete
huesos del metacarpo y metatarso y dos falanges. Quedan aún en mi poder parte de
la cadera y unos treinta huesos diferentes. Otra colección de huesos fósiles
humanos extraídos del mismo punto se halla en Milán, donde actualmente los está
estudiando el señor profesor Stoppani.
20
y 21. Dos instrumentos de piedra, toscamente tallados, encontrados cerca
de
Mercedes. El número 21 se
hallaba debajo de una coraza de Gliptodonte y fué roto de un palazo. Por esta
rotura se ve que el interior presenta un color algo diferente del de la
superficie, que se ha alterado tomando un color más blanco, parecido al del
terreno en que se hallaba envuelto. Este mismo carácter es propio de un gran
número de instrumentos de piedra cuaternarios de Europa.
22.
Hoja de piedra que puede haber servido como cuchillo y que aún conserva adherida
a su superficie una parte de tosca.
23.
Escoplo tallado en una piedra bastante rara, que parece cercana de la
jadeíta,
encontrado al lado mismo de
una coraza de Gliptodonte, cerca de la Villa de Luján. La coraza se encuentra
aún en el terreno.
24.
Instrumento de piedra encontrado cerca de la Villa de Luján, roto de un golpe de
pico. Como se ve, su superficie se halla también profundamente alterada, con la
diferencia de que en lugar de haber tomado un color blancuzco, es amarilloso por
haber estado envuelta en arena algo ferruginosa.
25,
26 y 27. Escoplos de sílex encontrados con los huesos fósiles
humanos.
28.
Pedernal tallado encontrado con los fósiles humanos.
29.
Cuchillo en hoja de piedra, procedente de la Villa de Luján; con tosca en
su
superficie.
30.
Piedra tallada, rodada por las aguas antes de su enterramiento en el suelo y con
tosca en su superficie.
31
a 40. Diversas formas de puntas de flecha, encontradas cerca de la Villa de
Luján.
41
a 44. Puntas de flecha: la última con su extremidad rota, encontradas cerca
de
Mercedes.
45.
Punzón grosero, algo pulido, encontrado cerca de Luján.
46
a 49. Puntas de flecha, algunas rotas, encontradas cerca de
Mercedes.
50
a 53. Puntas de flecha, o, más bien, especies de lancetas para adornarse el
cuerpo con incisiones, encontradas cerca de Mercedes, con huesos de
Toxodonte.
54.
Punzón grosero, tallado a grandes golpes, encontrado cerca de
Mercedes.
55
a 60. Muestras de huesos fósiles que presentan señales de choques producidos por
percusión. Excepto los números 56 y 59, los demás han sido rotos
longitudinalmente para extraer la médula.
61.
Empuñadura para lanzar proyectiles, encontrada cerca de la Villa de
Luján.
62.
Hueso roto longitudinalmente y con una serie de golpes simétricos en uno de sus
bordes, encontrado cerca de Luján. Parece que se ha querido hacer un instrumento
semejante al número 63, pero el artífice no lo consiguió.
63.
Instrumento de hueso que puede haber servido como raspador para pulir las pieles
o bien como una especie de cuchara, encontrado cerca de la Villa de
Luján.
64.
Punzón de hueso encontrado cerca de Luján.
65.
Cuchillo de hueso adaptado de modo como para poder ser enclavado en
algún
pedazo de madera que le
sirviese de mango. Instrumentos análogos se han encontrado en los aluviones
cuaternarios de Grenelle, en Francia, por el señor Emilio Martín. Este objeto
proviene de Luján.
66.
Fragmento de diente de Toxodonte tallado a grandes golpes, encontrado cerca de
Luján.
67.
Punzón de hueso, encontrado cerca de Luján.
68.
Fragmento de hueso largo, pulido en una de sus extremidades y cubierto en
su
superficie de finas estrías.
Encontrado cerca de Luján.
69.
Instrumento tallado, encontrado por el señor Larroque en el partido San Antonio
de Areco, en el costado de un esqueleto de Milodonte
robusto.
70.
Pedazo de diente de Toxodonte, con estrías e incisiones en la superficie de
la
corona, dispuestas de modo
que parece se hubiera querido hacer un fragmento
semejante al del número
66.
71.
Fragmento de hueso con dos pequeñas ranuras en su superficie, que demuestran en
parte el procedimiento que se empleaba para la fabricación de los instrumentos
de hueso.
72.
Escoplo de hueso con profundas incisiones en su superficie, encontrado cerca de
Luján.
73.
Diente de Toxodonte tallado a grandes y a pequeños golpes en uno de sus bordes,
encontrado cerca de Mercedes.
74
y 75. Dos pedazos de costillas con incisiones en su superficie encontrado cerca
de Luján.
76.
Pedazo de mandíbula rota por el hombre y con rayas en su superficie, encontrada
cerca de Mercedes.
77
a 81. Fragmentos de tierra cocida, de los depósitos cuaternarios de tosca rodada
de la Villa de Luján.
82.
Fragmento de coraza del Hoploforo, encontrada con los huesos del hombre fósil.
Comparado este fragmento con los huesos humanos, se verá que presentan el mismo
aspecto, color, dureza y fragilidad; y si se practica un análisis químico,
seguramente se encontrará la misma cantidad de materia
orgánica.
83
a 87. Huesos rotos longitudinalmente para extraer la médula y con rayas y
estrías en su superficie.
88
a 102. Huesos largos, rotos longitudinalmente para extraer la
médula.
103. Hueso de caballo fósil
con incisiones en su superficie.
104. Sobador de hueso para
ablandar pieles.
105. Fragmento de hueso de
Toxodonte, rayado y estriado en su superficie.
106. Otro hueso fósil con
rayas y estrías hechas por el hombre.
107. Hueso de Toxodonte
encontrado con restos de la antigua industria humana. Si se compara este hueso
con el punzón del número 54, se verá perfectamente que ambos presentan el mismo
color, aspecto y sonido y que están envueltos en la misma ganga
terrosa.
OBJETOS DE HUESO DE ÉPOCA
MÁS MODERNA Y QUE PUEDEN SER ÚTILES PARA EL ESTUDIO DE LOS
ANTIGUOS
109. Mandíbula de ciervo,
rota por el hombre. Esta rotura es muy parecida a la de la mandíbula fósil
número 76. Las mandíbulas rotas de este modo, tanto antiguas como modernas, son
bastante numerosas. En Europa se han encontrado también en gran número en todos
las cavernas que contienen restos de rengíferos y que fueron habitadas por el hombre
durante la época cuaternaria.
110. Sobador para ablandar
pieles.
111
y 112. Puntas de flecha. Fácilmente se puede ver, comparándolas con
las
anteriores, que por la
diferencia del trabajo denotan una época arqueológica mucho más
adelantada.
113
y 114. Punzones de hueso muy parecidos a los neolíticos de Europa y
muy
diferentes de los
cuaternarios de las pampas.
115. Mango de
punzón.
116. Instrumento de hueso
muy parecido a algunos del mismo tipo que se encuentran en las habitaciones
lacustres de Suiza y completamente igual al que figura Gervais en su obra sobre
la antigüedad del hombre, plancha 2º, figura 9. Como fácilmente se puede
comprender, este objeto no es más que el mismo instrumento cuaternario número 63
más perfeccionado.
117. Empuñadura para lanzar
proyectiles.
CORTE GEOLÓGICO DE UNA
BARRANCA DEL RíO LUJÁN, CERCA DE LA
VILLA DEL MISMO NOMBRE,
PUNTO QUE CONTIENE RESTOS DE LA
INDUSTRIA HUMANA, MEZCLADOS
CON RESTOS DE ANIMALES EXTINGUIDOS.
1. Tierra
vegetal.
2. Tierra blanquizca
con vestigios de infusorios y moluscos de agua dulce.
Corresponde a la capa
segunda del corte geológico de los señores Reid y
Zeballos.
3. Terreno cuartenario
blanquizco con restos de animales extinguidos.
4. Arena roja
cuaternaria, muy fina.
5. Tosca rodada.
Corresponde al depósito señalado por los señores Reid y
Zeballos.
6. Tierra amarillosa
parda con conchillas de agua duIce, que contiene
impresiones de
vegetales, y huesos de grandes mamíferos.
7. Tosca
rodada.
8. Tierra rojiza y
parduzca alternada.
Los
vestigios de la antigua existencia del hombre se encuentran en las capas números
5, 6, 7 y 8, pero sobre todo en las capas de tosca rodada números 5 y
7.
Publicado en Torcelli,
Alfredo J. (Dir.): "Obras completas y correspondencia científica de Florentino
Ameghino", Vol.II "Primeros trabajos científicos", pág. 22-40, Taller de
impresiones oficiales, La Plata, 1915.