FLORENTINO AMEGHINO

 

 

 

LA EDAD DE LA PIEDRA

 

 

 

La época de la piedra ha sido una fase general por la cual ha pasado toda la humanidad primitiva - Medios para distinguir los pedernales tallados intencionalmente de los que han sido partidos por causas independientes de la voluntad humana - Caracteres que distinguen los objetos antiguos de las sofisticaciones modernas - Progreso y transformación, de la industria de la piedra a través de las épocas geológicas.

 

"Señores:

 

Creo que una Exposición industrial en la cual figuren todas las maravillas de la

industria actual, para ser completa, debe comprender también un anexo donde figure la historia de la humanidad pasada o, en otros términos: la historia retrospectiva del trabajo humano, porque comparando el hombre entonces esa reunión del pasado y del presente, le permite conocer lo que fue ayer v lo que es hoy, y cual es el camino más corto que debe elegir para llegar más directamente y con menos pérdida de tiempo a lo que será mañana.

 

Por eso es que, cuando hace unos pocos meses, de regreso de un largo viaje por el viejo mundo, me encontré con los preparativos tendientes a organizar la actual Exposición, resolví contribuir a la organización de la historia retrospectiva del trabajo, exponiendo una parte de mis colecciones prehistóricas; y he formado con ellas, tanto cuanto me ha sido posible, la historia de los tiempos que no la tienen, la historia de la edad de la piedra. Encontraréis esas colecciones en la Sección de la provincia Buenos Aires. Allí, sobre algunos estantes, veréis un gran número de cartones cubiertos de innumerables piedras y guijarros de todas formas y tamaños, guijarros y piedras que, según la opinión de algunas personas ilustradas y sin duda también muy competentes en materia de empedrado, que ha pocos días las observaban, serían muy aparentes, unas para el macadam y otras para el adoquinado de nuestras calles.

 

No es extraño que así se expresen personas que por el género de educación que han recibido tienen una antipatía preconcebida por esta clase de estudios, porque ellos están en contradicción con las erróneas creencias que desde niños se les ha inculcado y que luego se les ha hecho jurar habrán de profesarlas bajo ciertas fórmulas disfrazadas con el título de artículos de fe, y esto desde antes que su inteligencia estuviera suficientemente desarrollada para poder distinguir lo probable de lo imposible, lo que es verdad de lo que es absurdo.

 

Otros, sin, embargo, sólo los miran con desdén, porque no han tenido ocasión de

penetrarse de los arcanos que nos revelan esos al parecer informes guijarros, pues entre nosotros aún son pocos los que han podido consultarlos trabajos más recientes sobre las épocas prehistóricas, y desgraciadamente somos aún menos numerosos los que en el país nos ocupamos seriamente del estudio de esas antigüedades. Este es el motivo principal que me ha inducido a entretenemos un instante hablándoos de esos guijarros. Deseo demostramos que debemos mirar esas piedras con un respeto casi religioso,

Porque, cuando la historia se pierde en la sombra de los tiempos pasados y las más lejanas tradiciones callan sobre el estado primitivo de la humanidad, esas piedras hablan, y en un lenguaje elocuente, para los que saben interrogarlas.

 

   II

 

Recorriendo las galerías de la Exposición Continental, podréis formaros una idea del alto grado de civilización que el hombre ha alcanzado. Si sabéis apreciar lo que se os presenta a la vista no podréis por menos que considerarlo como verdaderamente maravilloso. En ese paseo, que podéis hacer en pocos instantes, os convenceréis de que la ciencia ha llegado a investigar y conocer un grandísimo número de las leyes de la naturaleza que rigen en nuestro planeta y aun en la inmensidad del espacio. Ahí podréis ver que los adelantos de la física, la química y la mecánica han producido verdaderas maravillas que no tendrían nada que envidiar a los famosos palacios encantados y demás obras que los supersticiosos pueblos orientales atribuyen a las hadas, a los magos y a los nigromantes. Allí veréis que gracias a los adelantos de la mecánica el hombre ha conseguido fabricar verdaderas ciudades flotantes que atraviesan el océano en todas direcciones, transportando naciones de uno a otro continente. Con los

adelantos de la óptica ha penetrado el secreto de otros mundos que se encuentran a millares de millares de leguas de distancia de la tierra. Por medio de la electricidad se ha adelantado al tiempo, ha arrebatado el rayo a las nubes, transmite la voz amiga a luengas distancias y reproduce la luz solar en plenas tinieblas nocturnas.

 

Con el descubrimiento del vapor y sus aplicaciones, ha multiplicado sus fuerzas a lo infinito, y en el día cruza la atmósfera con mayor velocidad que el vuelo de las aves, viaja por la superficie de la tierra y del agua con pasmosa celeridad, desciende al fondo del mar y pasa por debajo de las más altas montañas. A cada nuevo descubrimiento se hacen de él mil aplicaciones distintas y este mismo conduce a otros de más en más sorprendentes.

 

Pero, os engañaríais si creyerais que el hombre apareció en la tierra dueño y señor de la ciencia infusa y perfectísimo. Os engañaríais, señores, si creyerais que esta actividad pasmosa de la inteligencia humana que caracteriza actualmente a las sociedades más civilizadas, es un atributo de la humanidad en el tiempo y en el espacio... No... No... Ella es el resultado de un progreso lento y continuo de un sin fin de generaciones que os han precedido y nos la han transmitido bajo diferentes formas. Y esta misma inteligencia y esta misma actividad sólo son propias de ciertas razas superiores en las que se halla en los individuos en estado latente, aun antes de que la educación la desarrolle, transmitido por la herencia que ha empleado siglos y generaciones en acumularla. Y si queréis la prueba de este aserto, la tendréis igualmente evidente en el tiempo y en el espacio.

 

Tomad un tratado de geografía, y después de haber pasado en revista las sociedades más ilustradas de Europa y América, descendiendo la escala del progreso humano encontraréis naciones como los chinos, los japoneses, los birmanos, los anamitas, de una civilización antigua, y singular por cierto, pero evidentemente muy inferior a la nuestra. Descended aún más, y encontraréis naciones como los berberes, los cafres y los tártaros, verdaderos bárbaros que apenas tienen algunas nociones, y comúnmente equivocadas, de las ciencias por nosotros más frecuentemente cultivadas. Descended aún más, recorred las páginas que tratan de los pueblos de las extremidades Norte y Sud de América, Australia o Melanesia, y encontraréis verdaderos salvajes, que sólo viven de la caza y de la pesca, sin comercio ni industria ni agricultura; que no conocen el uso de los metales y cuyas únicas armas e instrumentos los constituyen huesos

aguzados para servir como leznas y punzones, algunas piedras puntiagudas con las que arman las puntas de sus flechas, guijarros pulidos de modo que presenten filo y sirvan como hachas y groseras lajas de pedernal filosas en sus bordes con las que reemplazan a nuestros cuchillos de metal.

 

Esas puntas de flecha, esos cuchillos y esas hachas de piedra que aún usan con

exclusión de todo otro instrumento de metal muchos pueblos salvajes de la actualidad, son completamente iguales a los que veréis en mis colecciones, recogidos, unos en los alrededores de Buenos Aires y Montevideo, otros en las cercanías o en el recinto mismo del soberbio París, el centro actualmente más ilustrado del mundo civilizado, el cerebro del mundo como lo llaman con orgullo los franceses. Iguales objetos se encuentran en la misma ciudad de Londres o debajo de los muros treinta veces seculares de Roma, Atenas, Siracusa o Tarquinia; en todas partes de Europa, en fin.

 

¿Qué deducir de esto sino que esos centros pasados y presentes de la civilización

estuvieron en un principio ocupados por pueblos salvajes sólo comparables a los

pueblos más salvajes que actualmente habitan la superficie de la tierra? Y la deducción es lógica, es positiva, es cierta e innegable, porque no sólo están ahí los instrumentos de piedra que se encuentran en la superficie del territorio de todas las naciones europeas para probarlo, sino que está ahí también el testimonio de los primeros escritores griegos y latinos que lo afirman de un modo positivo, asegurándonos que las primeras armas y utensilios del hombre primitivo fueron las uñas y los dientes, y luego los huesos, la madera y las piedras.

 

Que América haya tenido una época de la piedra, se dijo, nada improbable tiene, puesto que algunas tribus de este continente aún se encuentran en ese estado. Que la Europa haya tenido una época de la piedra, pase, se dijo, pues no es allí donde debe buscarse el origen del género humano ni la cuna de la civilización; pero seguramente no la tuvieron los antiguos centros de la civilización asiática, ni el antiguo Egipto.

 

Error, completo error. Toda la superficie del vasto imperio chino, que se vanagloria de no haber conocido el famoso diluvio universal, está sembrada de objetos de piedra; y libros chinos que datan de hace 2500 y 3000 años, dicen que esas piedras eran las armas y los instrumentos de los antiguos hombres que los precedieron en la ocupación del país.

 

En Asia menor, en Siria, en Palestina, en las cercanías de lo que fue Troya, y de Nínive o Babilonia, se encuentran depósitos enormes de instrumentos de piedra engastados en capas de calcáreo más duro que el mármol y que los mismos instrumentos, y entre ellos no se encuentra el más pequeño fragmento de metal.

 

En Egipto, la tierra de los Faraones, donde hace 6000 años brillaba su singular

civilización en todo su esplendor, donde hace 5000 años se construían las famosas pirámides, en las capas de terreno sobre las cuales se han elevado esos gigantescos monumentos, se encuentran iguales instrumentos.

 

De un extremo a otro de Asia, de un extremo a otro de Africa, en América y Europa, en todas partes del mundo, se encuentran los mismos vestigios de una época de la piedra. Esta ha sido general en toda la superficie del globo. Ese ha sido el principio de la industria humana, bien humilde, por cierto, en su aurora, pero que desarrollándose y perfeccionándose gradualmente ha llegado a ser lo que es en el día. Veneremos, entonces, esos primeros ensayos en la senda del progreso y de la civilización, porque sin ellos la industria no habría nacido, y nosotros seríamos salvajes inferiores a los fueguinos y a los australianos, que son los más salvajes de los hombres de nuestra  época, pero que tienen ya un principio de industria, aunque ella sea rudimentaria.

  

III

 

Si bien es cierto que los instrumentos de piedra se encuentran en todas partes del

mundo, es preciso que no os figuréis que remontan todos a la misma época, o por lo menos a una antigüedad sumamente remota. La mayor parte de los que se encuentran en la superficie del suelo o en la tierra vegetal datan de tiempos relativamente recientes: geológicamente hablando, pertenecen a la época actual.

 

¿Hasta dónde se pueden, pues, seguir las huellas de la existencia del hombre en los tiempos pasados por medio de los instrumentos de piedra que han quedado sepultados en las profundidades del suelo? He aquí otra cuestión que desde hace veinte años conmueve y apasiona a las clases más cultas de la sociedad.

 

Hace apenas unos treinta años se creía que el presente de nuestro globo estaba

perfectamente separado de su pasado. Que la humanidad, lo mismo que los vegetales y los animales que actualmente pueblan la superficie de la tierra, estaban completamente separados de los seres que la poblaban en otras épocas. Esta división la constituía la catástrofe diluviana. Todo lo que se suponía anterior a la supuesta catástrofe era fantástico, prodigioso, admirable. ¡Era antediluviano! La tierra era entonces el teatro de continuas convulsiones. Catástrofes terribles, temblores de tierra de un área inmensa, erupciones volcánicas formidables, tempestades espantosas, hundimientos y sublevamientos repentinos, inundaciones terribles tenían lugar a cada instante y se sucedían unas a otras.

 

Repentinamente, de un momento a otro, esas continuas convulsiones extendían la

muerte sobre los continentes y en los abismos del mar, extinguiendo, reduciendo a la nada, haciendo desaparecer para siempre especies enteras de animales.

 

Con la misma rapidez, nuevas especies aparecían súbitamente y ocupaban el lugar que habían dejado las precedentes, como si hubieran estado encerradas en un estrecho recinto de muros de piedra, esperando que su guardián redujera a la nada las especies que habitaban fuera de él, para que enseguida, derribando los muros que las tenían acorraladas en ese recinto, les diera entera libertad para repoblar la superficie de la tierra, caminando y viviendo sobre ruinas y cadáveres sembrados por innumerables generaciones que señalaban la suerte futura de los nuevos pobladores.

 

La época actual era totalmente diferente de la precedente. Era un período de laxitud, de reposo. La tierra ya había adquirido la forma que debía conservar eternamente. Ya eran imposibles nuevos cambios. Estaba reponiendo sus fuerzas de las pasadas fatigas.

Había, sin duda, envejecido y le había llegado su época de descanso. Actualmente todo era invariable, eterno, inmutable.

 

Esta época había sido preparada expresamente para que durante ella apareciera y se propagara el hombre, ser diferente de sus predecesores y contemporáneos de distinta forma, de distinta naturaleza, hecho según otro sistema, vaciado en otro molde por el Omnipotente, que quiso ensuciar sus manos con el lodo en que lo modelara. Todo había sido preparado para su utilidad y contento. Los alardes de fuerza que la tierra había hecho en las épocas precedentes no habían tenido otro objeto que modelar la superficie de los continentes que debían servirle de morada. Los animales y vegetales actuales ya no debían sufrir nuevas modificaciones: sólo habían sobrevivido los que habían sido creados para servir al humano linaje.

 

Y bien: todo esto es fantástico; es una novela; y fue una ilusión de los esclarecidos

sabios que en otro tiempo creyeron en ello.

 

Los geólogos han demostrado hasta la evidencia que las diferentes capas que componen la corteza de la tierra se han formado con suma lentitud durante períodos de millares de millares de años; y han probado que esas modificaciones de los antiguos océano y de los antiguos continentes fueron el resultado de las mismas causas que aún actualmente modifican a nuestra vista, aunque con suma lentitud, la superficie del globo.

 

Los paleontólogos han demostrado y demuestran a su vez todos los días que las

diferentes faunas de las épocas pasadas no se han extinguido ni han aparecido de un modo repentino, sino que se han modificado lentamente en el transcurso de las épocas geológicas, por la eliminación sucesiva de antiguas formas y la aparición igualmente sucesiva de otras nuevas, derivadas de las antiguas por transformaciones más o menos directas, pero que han obrado con lentitud durante largos períodos. Han demostrado igualmente que muchos de los animales que vivieron durante las últimas épocas geológicas viven aún actualmente; y que la mayor parte de las especies de mamíferos actuales tienen representantes más o menos directos en las capas de terreno formadas durante la época geológica pasada, que precedió inmediatamente a la presente.

 

Si esto último es cierto ¿por qué el hombre no había de ser de este número? Esto se preguntaba Boucher de Perthes hace medio siglo; y después de trabajar durante treinta años reuniendo piedras que presentaba al mundo ilustrado como las armas e instrumentos del hombre que vivió en las épocas geológicas anteriores a la presente, sin conseguir más que el título de visionario o el de loco, tuvo la gloria, pocos años antes de su muerte, de ver sus ideas aceptadas por el mundo científico, y la contemporaneidad del hombre con los grandes mamíferos extinguidos de la época cuaternaria fue proclamada por numerosos congresos de sabios en todas partes de Europa.

 

Pero las investigaciones no han parado ahí. Los descubrimientos se han sucedido unos a otros, y se han encontrado huellas de la existencia del hombre en épocas aún más antiguas. El hombre no sólo vivió conjuntamente con el reno, el mamut y el rinoceronte de nariz tabicada, animales de climas fríos, sino que fue también contemporáneo del elefante antiguo, animal de clima cálido que precedió al mamut; fue contemporáneo del elefante meridional, que precedió a su vez al elefante antiguo; existió en plena época pliocena; y, en fin, se han encontrado pedernales evidentemente tallados por un ser inteligente, en los terrenos terciarios medios, durante la época miocena.

 

Señores: al trazaros este rápido bosquejo de los resultados obtenidos acerca de la

antigüedad del hombre, quiero que no creáis que os hablo en calidad de aficionado, por lo que haya leído y oído. No, señores: yo mismo he encontrado vestigios del hombre de todas esas épocas; y aunque joven aún, he tenido la buena suerte de tomar una parte activa, en uno y otro continente, en los trabajos tendientes a probar la antigüedad del hombre en nuestro planeta. Mis investigaciones, o quizá la casualidad, han puesto en mis manos los materiales con que he probado que el hombre vivió en los terrenos de nuestra Pampa, que pertenecen al terciario superior, conjuntamente con el Megaterio,

el Mastodonte, el Toxodonte y otros colosos animales de la misma época. Y, en Europa, después de un año de continuas investigaciones en un antiguo yacimiento de las orillas del Marne, en Chelles, donde hice numerosas colecciones, he tenido la satisfacción de ver aceptada mi demostración de que el hombre fue contemporáneo, y como época distinta, del elefante antiguo y del rinoceronte de Merck, animales característicos de los terrenos de transición entre el terciario superior y el cuaternario inferior.

 

El hombre, más o menos distinto del actual, y su precursor directo, remontan a una época tan alejada de nosotros, que aún no había aparecido ninguno de los mamíferos actuales y los continentes y los mares no eran entonces lo que son en el día.

 

IV

 

Estos descubrimientos, que son de una gran importancia, son también de suma

gravedad, por cuanto hacen remontar la existencia del hombre o de su precursor

inmediato a épocas verdaderamente fabulosas; y son esos toscos guijarros, que se encuentran enterrados en antiquísimas capas de terreno conjuntamente con los restos de generaciones de animales desaparecidos, los que nos permiten hacer tales afirmaciones.

 

Esos objetos de piedra tienen, pues, como ya os lo he dicho, una importancia

excepcional. Pero muchas personas, particularmente las que han permanecido siendo completamente extrañas a estos estudios, podrán preguntar: ¿Permiten esos toscos guijarros avanzar deducciones tan graves? ¿Bastan esos toscos cascos de pedernal para demostrar la existencia del hombre o de un ser inteligente en épocas tan sumamente remotas? Esas piedras que creéis la obra de un ser inteligente ¿no pueden, acaso, ser formas casuales, ocasionadas o producidas por causas independientes de la voluntad humana? Y yo contesto que no; y paso a demostrároslo.

 

Para la generalidad, sería difícil, en efecto, distinguir en muchos casos los fragmentos de pedernal partidos intencionalmente, de los que han sido rotos por causas accidentales o que se parten debido a agentes físicos o meteorológicos, como la acción prolongada del sol, las variaciones de humedad y sequedad, las heladas, etc.; pero el arqueólogo especialista reconoce siempre, en todos los casos, las formas que son accidentales de las que son intencionales.

 

El hombre de las épocas geológicas pasadas no tenía a su disposición y al alcance de su inteligencia más que las piedras: de modo, pues, que tallábalas golpeándolas unas contra otras. Veamos de qué modo procedía: si tomo un guijarro de pedernal, lo sujeto fuertemente con la mano izquierda y con la derecha tomo otro guijarro más o menos redondo que me servirá de martillo, aplicando con este martillo primitivo golpes perpendiculares y bastante fuertes sobre el otro, haré saltar de la superficie de este último un pequeñísimo fragmento de piedra a cada golpe; esto es lo que se llama picar la piedra. Estos pequeños fragmentos no saltan justamente debajo del martillo, sino a un lado del punto en que éste toca al guijarro, resultando de esto que al lado de cada pequeña cavidad producida por un fragmento que se ha hecho saltar, se ve un pequeño cono, llamado el concoide, que corresponde exactamente al punto en que ha golpeado el martillo, como lo demuestra este fragmento de pedernal antiguo, cuya superficie ha sido en parte picada y en el cual pueden contarse los golpes de martillo que ha recibido, por los pequeños conos que se notan en su superficie.

 

Si el golpe que aplico sobre el guijarro es sumamente fuerte y seco y retiro

inmediatamente el percutor, separaré de la superficie de la piedra sobre la cual he

golpeado, un casco de pedernal más o menos grande, según la fuerza del golpe y el tamaño del percutor. Este casco, de forma convexa, dejará en la superficie de la piedra una depresión cóncava; del fondo de esta cavidad se verá surgir la elevación en forma de cono que llamamos el concoide y cuya parte superior corresponde exactamente al punto en que el percutor o martillo dio el golpe. En efecto: si éste es suficientemente seco y fuerte, se produce una pequeña hendidura, que arrancando del punto mismo en que golpeó el martillo, se propaga al través del sílex en sentido divergente, y este sistema de fractura es el que produce el aspecto conoidal del concoide. El concoide es siempre una prueba cierta y evidente de percusión y de percusión intencional, como voy a tratar de demostrarlo. Aquí tenéis un fragmento de pedernal en el que veréis una

cavidad producida por percusión, y en esta cavidad el concoide afectando una forma conoidal.

 

Si en vez de tener al guijarro fuertemente con la mano izquierda, lo apoyo contra el suelo o contra otra piedra y aplico encima de él perpendicularmente al punto de apoyo, un fuerte golpe de martillo, obtengo un resultado completamente diferente. La fuerza de percusión, reflejada por el cuerpo duro sobre el cual se apoya el guijarro, se propaga a través del pedernal en diferentes direcciones periféricas al punto céntrico sobre el cual he dado el golpe y el guijarro se parte en un número de pedazos más o menos considerable, según la fuerza del golpe. Estos fragmentos de pedernal no afectarán, en el mayor número de casos, ninguna forma determinada, exceptuando el del centro que queda debajo del martillo. Este último será más grande que los fragmentos periféricos que han saltado y en su parte superior presentará un gran concoide de forma conoidal cuya cúspide corresponderá al punto en que el percutor tocó al guijarro. Desde esta

cúspide o punto céntrico se puede seguir la fractura primitiva divergiendo hacia la

periferia hasta formar el concoide. He aquí un guijarro que ha sido partido de este

modo y en el cual el concoide es tan perfecto y de dimensiones tales que no puede pasar desapercibido ni aun para las personas que nunca han examinado esta clase de objetos. Este fragmento central, lo mismo que los periféricos, no presentando formas definidas, no tenían en su casi totalidad, ninguna aplicación. Cuando se encuentran esos objetos, aunque nos prueban la acción del hombre, probablemente sólo nos muestran ensayos de aprendices en el arte de tallar la piedra. No era, pues, este el sistema empleado por el hombre primitivo para tallar las lajas o cuchillos de pedernal.

 

Para obtener estas lajas o cuchillos, en vez de aplicar el golpe en sentido perpendicular, es preciso aplicarlo en sentido oblicuo o lateral, siguiendo una línea casi tangente, pero para eso son condiciones indispensables: primero, que el guijarro esté fuertemente asegurado, sea en la mano, sea contra el suelo, de modo que no se mueva; en este último caso, como ya lo he dicho, el golpe no debe aplicarse perpendicularmente al punto sobre el cual se apoya, sino en sentido lateral y en su parte superior; segundo, que el golpe sea fuerte y seco, es decir que la mano debe retirarse tan pronto corno el martillo haya tocado la superficie del guijarro. En estas condiciones se separará un fragmento de la corteza del pedernal, y en este, fragmento, sobre la nueva superficie que acaba de producirse, veréis un concoide afectando una forma semiconoidal. Su parte superior o ápice corresponderá, como siempre, a la parte de la superficie sobre la cual ha golpeado el martillo, y desde este punto se verá que la hendidura primera se ha propagado en sentido divergente formando el concoide y separando completamente la laja de pedernal. He aquí varios fragmentos de corteza de guijarros de pedernal obtenidos de este modo por el hombre prehistórico y en los cuales el concoide está muy bien indicado.

 

Estos fragmentos de corteza así separados tampoco tienen formas definidas; presentan una sola superficie artificial, que es la que se produce al tiempo de separarse la laja del guijarro, y no tenían indudablemente aplicación. Era un trabajo indispensable para la preparación del guijarro del cual debían obtenerse los instrumentos. En efecto: una vez que del guijarro se ha sacado un segmento de la corteza, queda en él una superficie plana, en la que se pueden aplicar los golpes con mayor precisión; por eso es que esta cara lleva el nombre de "superficie de percusión". Teniendo esta piedra fuertemente asegurada en la mano izquierda, sin ningún otro punto de apoyo y con la superficie plana o de percusión en su parte superior, aplicando con el martillo que se tiene en la mano derecha fuertes golpes perpendiculares en las partes cercanas a la periferia de esta superficie plana, se obtendrá un número de lajas que dejarán en la piedra que se

tiene en la mano, otras tantas facetas verticales a la superficie de percusión. Estas lajas se distinguen de las primeras por presentar dos caras artificiales. La superior, en la que se ha aplicado el golpe, que se halla constituida por un trozo de la superficie de percusión precedentemente practicada en el guijarro; y la que le es vertical, producida por la percusión, y en cuya parte superior, se ve el concoide. cuya parte más elevada o ápice corresponde (aunque ya quizá estéis fatigados de oírmelo repetir), al punto fijo de la superficie de percusión en que golpeó el martillo. He aquí una de esas lajas, que presenta el concoide con su superficie artificial correspondiente; y la superficie de percusión.

 

Cuando del guijarro primitivo se han sacado de este modo todas las partes verticales a la periferia de la superficie de percusión, queda en la mano lo que se llama un núcleo, es decir, un generador de instrumentos, del que puede sacarse uno a cada golpe. Este núcleo presentará en su parte superior, una superficie plana, que es la superficie de percusión, y a su alrededor un número de facetas verticales que forman ángulos más o menos abiertos con la superficie de percusión y separadas unas de otras por aristas longitudinales. Aplicando con un martillo de piedra un golpe fuerte y seco sobre esta arista, esto es, sobre el ángulo sólido que forma sobre ella la superficie de percusión, se separará una laja de piedra angosta y larga que presentará tres caras, dos en su parte superior, que son las primitivas del núcleo que formaban la arista, y una en su parte inferior, que es la que se ha producido al tiempo de separarse la laja del núcleo. La operación puede continuarse sucesivamente con todos los ángulos hasta que el núcleo

esté reducido a un tamaño tan diminuto que ya no se pueda tener sujeto en la mano.

Pero para obtener esas lajas o cuchillos se necesita una cierta habilidad o práctica: es preciso que el golpe (sirviéndome de una expresión de los jugadores de billar), esté acompañado de efecto, es decir, que toda la fuerza de percusión debe ser dirigida en cierto sentido, para lo que se necesita una gran destreza. Es preciso, además, que el núcleo esté sólidamente sujetado en la mano, sin ningún otro apoyo, porque de otro modo, la resistencia del objeto sobre el cual se apoyara, reflejando la fuerza de percusión, quebraría la laja de pedernal en pedazos antes que se hubiera separado completamente del núcleo. Cuando el golpe ha sido aplicado con gran fuerza y destreza, la parte superior del núcleo y de la laja antes de que se hayan separado en todo su largo, vuelven a chocar entre sí, de lo que resulta que encima del concoide se separa generalmente otro pequeño casco de pedernal que se lleva la superficie convexa de aquel.

 

Cada una de estas lajas de pedernal, o cuchillos, como se les llama, debe, pues,

presentar los siguientes caracteres, que demuestran todos la intervención intencional de un ser inteligente: en su parte superior debe tener lo que se llama un talón, que se halla constituido por el concoide y la superficie plana sobre la cual se dio el golpe que separa la laja o superficie de percusión.

 

Una laja de piedra que presenta todos estos caracteres, proceda de donde proceda, se puede asegurar que es una forma intencional, y ella prueba la existencia del hombre en un punto o en una época, de una manera tan evidente, como podría probarlo el mejor cuchillo del mejor acero salido de los talleres de Londres o del Creusot. He aquí ahora, señores, un núcleo antiguo, de cuya superficie se han sacado varias lajas o cuchillos que han dejado en la piedra esas facetas longitudinales que en ella observáis; he aquí varias de esas lajas o cuchillos presentando todos los caracteres de que os he hablado y un guijarro que ha servido como percutor o martillo.

 

Las formas accidentales, los pedernales partidos por la presión de las rocas, por las alternativas de sequedad y humedad, por el hielo o por la acción del sol, nunca

presentan un concoide de percusión, cuyo ápice parta de la periferia, ni los demás

caracteres de que os he hablado. Aquí tenéis, señores, varios pedernales, partidos por causas accidentales; comparadlos con los artificiales y veréis que nada hay más fácil que distinguir a los unos de los otros.

 

En cuanto a los otros objetos de piedra llamados hachas, puntas de flecha, raspadores, etc., es inútil que insista en decir que no pueden ser más que la obra del hombre, pues ello es por demás evidente. Mi objeto era únicamente demostrar que el más tosco casco de pedernal obtenido intencionalmente de un solo golpe por el hombre, lleva en sí mismo la marca de fábrica que nos revela la acción única y exclusiva, de un ser inteligente.

 

V

 

Una vez probado que estos toscos objetos de piedra son evidentemente trabajados por el hombre, surge otra duda que es preciso disipar. Está bien, se me dirá: admitimos como un hecho demostrado que esas piedras fueron talladas por el hombre; pero si pudo tallarlas en otras épocas, puede también tallarlas en la actualidad; y desde luego nada nos prueba que muchos de esos objetos que se dicen antiguos, no sean sofisticaciones modernas. Felizmente, la ciencia, que puede probar de un modo evidente que esos objetos sólo puede haberlos fabricado un ser inteligente, puede también distinguir con la misma seguridad las sofisticaciones modernas de los objetos antiguos; y no sólo puede eso, sino que generalmente le basta al arqueólogo el simple examen de los objetos prehistóricos para determinar su antigüedad relativa.

 

Las sofisticaciones modernas ejecutadas con ayuda de instrumentos de metal se

conocen inmediatamente por los rastros que éste deja en la superficie del pedernal, que siempre son visibles, cuando no a simple vista, con ayuda de un lente. Pero el medio seguro de conocer las falsificaciones modernas de los objetos antiguos, es el grado de descomposición o de alteración que ha sufrido el pedernal.

 

El instrumento moderno no presenta en su superficie absolutamente ninguna alteración.

Si con ayuda de un martillo se sacan de él algunos pequeños fragmentos, se verá que el pedernal presenta en el interior absolutamente el mismo aspecto que en el exterior. Esto hasta para probar que el instrumento es moderno.

 

Si el objeto es antiguo sucede lo contrario; su superficie se halla más o menos

descompuesta; y si se rompe un pequeño fragmento, se verá siempre que el interior difiere del exterior por su color, y a veces hasta por su contextura y composición. Aquí tenéis una hachita moderna en la que se ha imitado esa forma antigua y ya célebre llamada de Saint-Acheul: el pedernal presenta su color natural. Aquí tenéis otra, poco más o menos de la misma forma, pero antigua; su superficie se halla completamente modificada, como puede verse por la pequeña fractura moderna, que permite ver el interior no alterado del pedernal.

 

La dificultad consiste ahora en conocer las falsificaciones hechas con los mismos

instrumentos antiguos. Muchos de estos objetos se encuentran en la superficie del suelo o en la tierra vegetal, y son entonces, comparativamente a otros que se encuentran a mayor profundidad, de época relativamente moderna. Los sofisticadores, o los que tienen interés en desacreditar los estudios prehistóricos, que los hay numerosos, pueden recoger estos objetos que se encuentran en la superficie del suelo y presentarlos como encontrados en capas profundas, o viceversa, y si la ciencia no tuviera medios para conocer esas supercherías, sin duda alguna tendríais derecho para no acordar fe ni importancia a los estudios prehistóricos. Pero no; la ciencia lo investiga todo: a ella no se la puede engañar. Podrá ello conseguirse tal vez momentáneamente; pero el triunfo será efímero.

 

Los pedernales, como todas las otras piedras que permanecen largo tiempo expuestas al aire libre, concluyen por cubrirse de raquíticas vegetaciones o musgo. Estas vegetaciones dejan en la superficie del pedernal vestigios indelebles, que al instante permiten afirmar que se ha encontrado en la superficie del suelo, como sucede con este ejemplar. En la superficie de este instrumento veréis unas pequeñas manchas negras: son las vegetaciones en cuestión.

 

Es cierto que otras veces los objetos se encuentran enterrados a pequeñas

profundidades, en la tierra negra; y que, por consiguiente, no han podido desarrollarse vegetaciones en su superficie; pero en este caso los trabajos de la agricultura removiendo anualmente el terreno han hecho que los instrumentos de hierro destinados a la labranza choquen más de una vez con esos objetos. Cada choque ha dejado en la superficie de los instrumentos una pequeña partícula de hierro que se ha oxidado produciendo una mancha, y esas manchas nos permiten afirmar actualmente que los instrumentos que las presentan estuvieron envueltos en la tierra vegetal, como os lo demostrarán estos ejemplares de hachas de piedra, relativamente modernas, que se encontraban en la tierra vegetal y que muestran en su superficie un gran número de esas manchas coloradas producidas por la oxidación del hierro.

 

Esta prueba puede encontrarse a menudo reunida en el mismo ejemplar, con la de las vegetaciones.

 

Sin embargo, en algunos casos, ella no puede presentarse tampoco, ya porque los

terrenos nunca fueron cultivados, ya porque los objetos se encuentran enterrados a una profundidad bastante considerable, a donde no alcanzan los instrumentos con que se remueve la tierra. En este caso hay que recurrir a un carácter general tan inequívoco como los otros. Todos los sílex o pedernales que se encuentran en la superficie del suelo o envueltos en la tierra vegetal, debido a los agentes atmosféricos y al ácido carbónico de que las aguas de infiltración están siempre más o menos cargadas, han sufrido una descomposición particular sobre toda su superficie. Han perdido su color natural; se han puesto blancos; y este color penetra hacia el interior hasta una profundidad variable, que está sin duda en relación con el espacio de tiempo en que dichos pedernales han estado expuestos a esos agentes modificadores. El sílex se halla en algunos casos tan descompuesto que la parte blanca así alterada, llamada pátina, puede reducirse a polvo entre los dedos. Aquí podéis ver varios ejemplares de pedernales que han sufrido esta modificación, lo que siempre prueba que los objetos que la presentan pertenecen a los últimos tiempos de la edad de la piedra, esto es: que proceden de la superficie del suelo, o de la tierra vegetal.

 

También es verdad que en algunos casos muchos de estos objetos de la sección más moderna de la época de la piedra han caído en el fondo de los lechos de los ríos, en donde el continuo contacto de la arena y el agua los han preservado de la

descomposición de que he hablado. Esos objetos se encuentran a menudo en la arena que se extrae del fondo de los ríos, pero en este caso también podemos determinar su procedencia, por una especie de barniz muy brillante que presentan, producido por el contacto y el frotamiento lento durante siglos y siglos de la arena mezclada con el agua, como sucede con este ejemplar que recogí en el fondo del Sena.

 

Los objetos que se encuentran en capas más profundas que la de la tierra vegetal, y, por consiguiente, más antiguos que los precedentes, no han sido alterados por los agentes que han descompuesto la superficie de los más modernos. Las modificaciones que estos instrumentos han sufrido en su superficie y los colores que presentan, han sido producidos únicamente por el contacto del medio en que se hallan, es decir: por la acción de los terrenos en que estuvieron envueltos. Así, pues, esas alteraciones y modificaciones deben siempre estar en relación con la composición y color del terreno de donde se han exhumado, lo que constituye a la vez que una garantía de la autenticidad de los objetos, un sello de procedencia y antigüedad relativa irrefutable.

 

Un carácter generalmente común a todos estos objetos más antiguos, es mostrar en su superficie un número más o menos variable de manchas negruzcas de figura arborescente, llamadas dendritas, producidas por la acción de los óxidos de hierro y de manganeso que se encuentran en el terreno, como podréis observarlo en este ejemplar.

 

En las capas de arena los pedernales toman un color amarillento parecido al de la cera, como en este ejemplar, de cuyos bordes he hecho saltar varios pequeños fragmentos que dejan ver el color interior natural del cuarzo. En las capas de arcilla toman un color algo rojizo y son un poco untuosas al tacto, como el ejemplar siguiente. En las capas de arcilla mezclada con arena, este color es más subido tirando ya algo al rojo, y la superficie de los instrumentos es algo lustrosa, aunque este carácter es más o menos común a todos los objetos antiguos, como lo veréis en estos ejemplares. En las capas compuestas de arena y guijarros han tornado tintes más o menos veteados o jaspeados, como en estos. Cuando las capas de guijarros y de arena contenían fuertes proporciones de substancias colorantes como óxidos de hierro y de manganeso, los pedernales han tomado un color ceniza o completamente negro, como estos. Otras veces, como en este caso, la arena y los guijarros se han adherido fuertemente a la superficie de los instrumentos. En algunos casos se han formado en la superficie de éstos, cristalizaciones de carbonato de cal, según podéis verlo en este ejemplar. Otros

ejemplares se han incrustado en una roca calcárea tan dura que es imposible sacarlos enteros y limpiarlos, como sucede. con este ejemplar; para sacarlo del fragmento de calcáreo en que se hallaba envuelto, tuve que emplear cortafierro y martillo, y aun así, sólo pude sacarlo en fragmentos que encolé después. Por las roturas producidas en el acto de exhumarlo, podéis ver que el interior del pedernal no alterado por el tiempo, difiere completamente del exterior, que ha sido coloreado de diferentes matices; y veréis, además, que en la superficie del instrumento se hallan aún adheridas porciones considerables del calcáreo. He aquí igualmente un fragmento de la roca en que este objeto se hallaba incrustado.

 

Estas incrustaciones, estas rocas, estas cristalizaciones, colores y pátinas que presentan los instrumentos antiguos no se podría tratar de imitarlas de ningún modo, sin que al instante se descubriera la superchería.

 

Ya veis, señores, que si se puede distinguir con la mayor seguridad un casco de pedernal obtenido por el hombre de un solo golpe dado intencionalmente, de un casco o fragmento de piedra partido al azar, también pueden distinguirse con la misma seguridad los objetos trabajados actualmente por manos falsarias, de los que han sido tallados por el hombre prehistórico.

 

VI

 

Aunque ya os he entretenido bastante, voy a tratar de daros aunque sea en pocas

palabras, una idea del progreso de la industria de la piedra a través de las épocas

geológicas.

 

Los objetos más antiguos que presentan vestigios de un trabajo intencional conocidos hasta ahora, se han encontrado en los terrenos terciarios medios de Francia, en los terrenos miocenos de Thenay. En este punto, un sabio francés tan poco ateo y materialista, que era clérigo, aunque liberal, el padre Bourgeois, recogió un gran número de guijarros, partidos, unos por la acción del fuego y otros por golpes intencionales. Estos serían los primeros ensayos en el arte de trabajar la piedra, y remontan a una época tan alejada de nosotros, que desde entonces se han sucedido una media docena de faunas distintas. El ser que talló esos pedernales fue contemporáneo del Aceratherium, el Mastodon y el gigantesco Dinotherium, animal enigmático cuyas verdaderas afinidades aún son un misterio. Los mamíferos actuales no están representados por ninguna especie, aunque sí por algunos muy rarísimos géneros.

Tampoco se han encontrado huesos humanos. Partiendo de esos hechos, los

paleontólogos niegan que sea el hombre quien talló esos sílex, porque el antecesor del hombre actual en esa época, dicen, y con razón, debía ser tan diferente del hombre que aún no era hombre, y han dado en llamarlo Anthropopithecus o precursor del hombre. Y uno de los paleontólogos más célebres de nuestra época, el señor Gaudry, profesor de paleontología en el Museo de Historia Natural de París, rarísimo ejemplo de naturalista contemporáneo católico fervoroso, no trepida un instante para atribuir esas primeras huellas industriales a un gran mono sin cola, antropomorfo, muy parecido al hombre, que vivió en esa misma época y es conocido en la ciencia con el nombre de Dryopithecus Fontani.

 

Esos primeros rudimentarios ensayos de industria permanecen estacionarios durante períodos de un espacio de tiempo inmenso, hasta que en los terrenos terciarios superiores de Portugal, de Francia y de las pampas de Buenos Aires, se presentan ya lajas de pedernal obtenidas por el hombre, del cual también se encuentran restos óseos, que demuestran que bien merece este nombre, aunque estuviera entonces representado por razas inferiores en el día extinguidas. El hombre que tallaba esos toscos cascos de pedernal, que eran sus únicas armas e instrumentos, en las regiones del Plata, fue contemporáneo del Megaterio, el Milodonte, el Gliptodonte, el Mastodonte, el Escelidoterio, el Toxodonte, etc., y en Europa del Hiparion o caballo de tres dedos y del elefante meridional, el más antiguo y más corpulento de los elefantes. Esos cascos de pedernal presentan todos los caracteres de la talla intencional, de que ya os he hablado anteriormente.

 

Muchos dudan de que estos toscos objetos hayan tenido una aplicación cualquiera, pero es un error; pueden servir o han servido para cortar o aserrar, como os lo van a demostrar algunos experimentos que voy a practicar con algunos de los más toscos, delante de vosotros.

 

Aquí tenéis un casco antiguo de pedernal que ha servido para aserrar y que aún puede servir para el mismo uso. (El orador asierra).

 

He aquí un casco de pedernal de grandes dimensiones, pero sumamente tosco, obtenido de un solo golpe, que no estaba enmangado, como que ninguno de los instrumentos de esa época tenía cabo, y sin embargo se puede cortar y hachear con él perfectamente. (El orador corta y hachea).

 

Hasta los instrumentos más pequeños tenían indudablemente una utilidad práctica y aun podían ser destinados a muchos de los usos a que nosotros hacemos servir nuestros cortaplumas. (El orador hace experimentos con objetos de pequeñas dimensiones).

 

Muchas de estas lajas y de todas las épocas, muestran en los bordes una especie de bahía o cavidad entrante producida generalmente por una serie de pequeños golpes, como en estos ejemplares. Este recobeco estaba destinado a trabajar los punzones de hueso o de madera, manejándolo de este modo.

 

Ya véis por esto que si el hombre prehistórico perdía su tiempo en tallar estas piedras, es porque ellas tenían aplicación y de consiguiente utilidad práctica.

 

Sucede a la época del elefante meridional, la época del elefante antiguo o del

cuaternario inferior. El hombre de esta época inventa dos nuevos instrumentos de

piedra. Uno es el hacha llamada de Saint-Acheul o amigdalóidea, aunque puede

presentar formas muy variadas: está siempre tallada en las dos caras y se usaba

asegurándola simplemente con la mano, de este modo. El otro, que es este, es una especie de perforador, llamado punzón, de base dilatada, porque podía igualmente manejarse con la mano, sin necesidad de cabo.

 

Sucede a la época del elefante antiguo, la época del elefante primigenio o mamut,

correspondiente al cuaternario medio. Los instrumentos anteriores persisten, aunque el hacha amigdalóidea disminuye en número, y apárecen algunas formas nuevas, como la punta llamada de Moustier, de la cual aquí tenéis un magnífico ejemplar, si queréis examinarlo; y el instrumento llamado rascador, que es un casco de pedernal liso en una cara y con la otra tallada de modo que un borde presente un filo en bisel y el otro quede grueso para poderlo asegurar bien en la mano. Aparecen igualmente las sierras y las lajas de pedernal largas y angostas, como las que ya he tenido ocasión de mostraron.

Además empieza a propagarse y progresar el tallado o trabajo del hueso.

 

Sucede a la época del mamut, la época del reno, o del cuaternario superior. Aquí el hacha amigdalóidea ha desaparecido por completo. La invención del arco, que permitía atacar desde lejos arrojando pequeñas puntas de pedernal o de hueso a una distancia considerable, hacía innecesario el antiguo y pesado instrumento. El rascador está substituido por el raspador, que es una laja o cuchillo de sílex como este, una de cuyas extremidades está redondeada a pequeños golpes y que podía asegurarse fácilmente en la mano por el otro extremo. El antiguo punzón de base dilatada se halla substituido por este otro, tallado igualmente como lo véis, en una hoja de pedernal, una de cuyas extremidades ha sido tallada en doble bisel por medio de dos golpes transversales: es una especie de perforador o taladro. La industria del hueso alcanza un gran desarrollo y produce puntas de flecha, punzones, pulidores, agujas, anzuelos, arpones y hasta grabados y esculturas.

 

Llega, en fin, la época neolítica, correspondiente a los primeros tiempos de la época geológica actual: esta es la más moderna de las épocas de la piedra y la que ha precedido inmediatamente al descubrimiento de los metales. El hombre frotó quizá por casualidad un guijarro contra un fragmento de gres y produjo un borde cortante en el primero: el hacha de piedra pulida, de la que aquí tenéis a la vista un hermoso ejemplar, característica de esta época, a la que también le ha dado su nombre, estaba descubierta. Este objeto pulido y afilado en esa forma, ya se le considere como un arma, ya como un instrumento, constituye una gran ventaja y un gran progreso sobre los pedernales simplemente tallados de las épocas precedentes. Este descubrimiento coincide con otro no menos importante y de una influencia poderosa en el desarrollo progresivo de la industria del hombre primitivo, el descubrimiento de la alfarería. En los últimos tiempos de esta época, la industria de la piedra adquiere todo su desarrollo: el hombre fabrica en piedra puntas de flecha, de dardo y de lanza de un trabajo verdaderamente artístico, martillos, escoplos, morteros, sierras, agujas, punzones, anzuelos, alisadores, bolas arrojadizas, ídolos, etc., etc.

 

Luego aparece el cobre, que el hombre conoció probablemente por primera vez en

América; y le sigue bien pronto el descubrimiento del bronce; y más tarde el del hierro, que de etapa en etapa nos conducen hasta el desarrollo de la industria actual.

 

Ya véis, pues, señores, que nada es innato en el hombre; la industria de la piedra no ha sido una misma en el transcurso de las épocas pasadas. Ella aparece por primera vez cuando al hombre primitivo o a su precursor se le ocurrió la idea de golpear una piedra contra otra piedra; y se ha perfeccionado y desarrollado gradualmente, aunque con suma lentitud, durante miles y miles de años.

 

Las pocas consideraciones que acabo de exponemos sobre las épocas de la piedra forman parte del estudio de la antropología. Esta es la más moderna de las ciencias, a pesar de lo cual es la más vasta y la que en menos espacio de tiempo ha hecho mayores progresos y dado más resultados.

 

En Europa tiene un público numeroso y un Congreso Internacional, que se reúne cada bienio en las principales capitales, y sus trabajos constituyen ya toda una biblioteca.

Las grandes asociaciones científicas de Europa y Norte América tienen sus secciones de Antropología. En Inglaterra, Francia, Alemania, Italia, España y hasta en Rusia, tiene sus revistas especiales que forman todos los años, gruesos volúmenes. Os citaré tan sólo la "Revue d'Anthropologie", fundada en París por el finado Broca, y en cuya nómina de redactores tengo el honor de figurar. Los "Materiaux pour I'histoire de I'homme primitif", que publica en Toulouse mi colega y amigo Cartailhac. El "Diccionario de Ciencias Antropológicas", que actualmente se está publicando en París. El "Archivio per l'Antropologia", que dirige en Florencia el profesor Mantegazza. El "Bollettino di paleoetnologia Italiana", que publica una sociedad de profesores italianos. La "Revista de Antropología" de Madrid. La "Revista del Instituto Antropológico" de Londres. Y otras publicaciones análogas en Alemania, Austria, Rusia, Suecia, etc., sin contar los numerosos trabajos que se publican en volúmenes por separado o en otras revistas

científicas. En París, Lyón, Florencia, Londres, Viena, Berlín, Moscou y muchas otras ciudades europeas de segundo orden, existen sociedades perfectamente constituidas, que disponen de grandes recursos y tienen por único objeto el adelanto de las ciencias antropológicas. Allí hay numerosos museos consagrados exclusivamente a la conservación de las colecciones antropológicas. En el mismo Museo de París la antropología no sólo tiene su galería especial, sino también su cátedra, desempeñada por una de las celebridades científicas contemporáneas, el profesor De Quatrefages, con ayudantes igualmente célebres, corno Hamy y otros que no necesito nombrar. El famoso Museo de Saint-Germain está destinado a la conservación de las antigüedades antropológicas y se encuentra bajo la dirección de dos hombres célebres en las ciencias contemporáneas: Bertrand y de Mortillet. Londres y París tienen su Instituto Antropológico, con su revista, su Museo y numerosos profesores encargados de la enseñanza de las diferentes ramas de la antropología. Las principales Universidades de Europa tienen ya sus cátedras consagradas a la enseñanza de esta misma ciencia.

Buenos Aires es el centro más ilustrado de América del Sur. Señores: al concluir, hago votos, que espero de vuestra benevolencia repitáis, para que la Universidad de esta capital sea la primera en América del Sur, que introduzca en sus programas un curso completo de ciencias antropológicas."

 

Conferencia realizada en el Instituto Geográfico Argentino, Buenos Aires, 19 de junio de 1882.