JOSÉ MARTÍ

 

 

 

CUENTOS DE ELEFANTES

 

 

 

Con el elefante no hay que jugar, porque en la hora en que se le enoja la dignidad, o le ofenden la mujer o el hijo, o el viejo, o el compañero, sacude la trompa como un azote, y de un latigazo echa por tierra al hombre más fuerte, o rompe un poste en astillas, o deja un árbol temblando.  Tremendo es el elefante enfurecido, y por manso que sea en sus prisiones, siempre le llega cuando calienta el sol mucho en abril, o cuando se cansa de su cadena, su hora de furor.  Pero los que conocen bien al animal dicen que sabe de arrepentimiento y ternura, como un cuento que trae un libro viejo que publicaron, allá al principiar este siglo, los sabios de Francia, dónde está lo que hizo un elefante que mató a su cuidador, que allá llaman cornac, porque le había lastimado con el harpón la trompa; y cuando la mujer del cornac se le arrodilló desesperada delante con su hijito, y le rogó que los matase a ellos también, no los mató, sino que con la trompa le quitó el niño a la madre, y se lo puso al cuello, que es dónde los cornacs se sientan, y nunca permitió que lo montase más cornac que aquél.

La trompa es lo que más cuida de todo su cuerpo recio el elefante, porque con ella come y bebe, y acaricia y respira, y se quita de encima los animales que le estorban, y se baña.  Cuándo nada, ¡y muy bien que nadan los elefantes!, no se les el cuerpo, porque está en el agua todo, sino la punta de la trompa, con los dos agujeros en que acaban las dos canales que atraviesan la trompa a lo largo, y llegan por arriba a la misma nariz, que tiene como dos tapaderas, que abre y cierra según quiera recibir el aire, o cerrarle el camino a lo que en las canales pueda estar.  Nadie diga que no es verdad, porque hay quien se ha puesto a contarlos; como cuarenta mil músculos tiene la trompa del elefante, la "proboscis", como dice la gente de libros, toda es de músculos, entretejidos como una red; unos están a la larga de la nariz a la punta, y son para mover la trompa a dónde el elefante quiere, y encogerla, enroscarla, subirla, bajarla, tenderla; otros son a lo ancho y van de las canales a la piel, como los rayos de una rueda van del eje a la llanta; ésos son para apretar las canales o ensancharlas.  ¿Qué no hace el elefante con su trompa?  La yerba más fina la arranca del suelo.  De la mano de un niño recoge un cacahuete.  Se llena la trompa de agua, y la echa sobre la parte de su cuerpo en que siente calor.  Los elefantes enseñados se quitan y se ponen la carga con la trompa.  Un hilo levantan del suelo, y como un hilo levantan a un hombre. No hay más modo de acobardar a un elefante enfurecido que herirle de veras en la trompa.  Cuando pelea con el tigre, que casi siempre lo vence, lo echa arriba y abajo con los colmillos y hace por atravesarlo, pero la trompa la lleva en el aire.  Del olor del tigre no más, brama con espanto el elefante; las ratas le dan miedo; le tiene asco y horror al cochino.  ¡A cuanto cochino ve, trompazo!  Lo que le gusta es el bino bueno, y el arrak, que es el ron de la India, tanto que los cornacs le conocen el apetito, y cuando quieren que trabaje más de lo costumbre, le enseñan una botella de arrak, que él destapa con la trompa luego, y bebe a sorbo tendido; sólo que el cornac tiene que andar con cuidado y no hacerle esperar la botella mucho, porque le puede suceder lo que al pintor francés que, para pintar a un elefante mejor, le dijo a su criado que se lo entretuviese con la cabeza alta tirándole frutas a la trompa, pero el criado se divertía haciendo como que echaba al aire fruta sin tirarla de veras, hasta que el elefante se enojó y se le fue encima a trompazos al pintor, que se levantó del suelo medio muerto, y todo lleno de pinturas.  Es bueno el elefante de naturaleza, y se deja domar del hombre, que lo tiene de bestia de carga, y va sobre él, sentado, en un camarín de colgaduras, a pelear en las guerras de Asia, o a cazar el tigre,, como desde una torre segura.

 

...........................

 

Partidas enteras de gente europea están por África cazando elefantes; y ahora cuentan los libros de una gran cacería, dónde eran muchos los cazadores.  Cuentan que iban sentados a la mujeriega en sus sillas de montar, hablando de la guerra que hacen en el bosque las serpientes al león, y de una mosca venenosa que le chupa la piel a los bueyes hasta que se las seca y los mata, y de lo lejos que saben tirar la azagaya y la flecha los cazadores africanos; y en eso estaban, y en calcular cuándo llegarían a las tierras de Tippu Tib, que siempre tiene muchos colmillos que vender, cuando salieron de pronto a un claro de ésos que hay en África en medio de los bosques, y vieron una manada de elefantes allá al fondo del claro, unos durmiendo de pie, contra los troncos de los árboles, otros paseando juntos y meciendo el cuerpo de un lado a otro, otros echados sobre la yerba, con las patas de atrás estiradas.  Les cayeron encima todas las balas de los cazadores.  Los echados se levantaron d un impulso.  Se juntaron las parejas.  Los dormidos vinieron trotando dónde estaban los demás.  Al pasar junto a la poza, se llenaron de un sorbo la trompa.  Gruñían y tanteaban el aire con la trompa.  Todos se pusieron alrededor de su jefe.  Y la caza fue larga; los negros les tiraban lanzas y azagayas y flechas, los europeos escondidos en los yerbales disparaban de cerca los fusiles; las hembras huían despedazando los cañaverales como si fueran yerbas de hilo, los elefantes huían de espaldas, defendiéndose con los colmillos cuando les venía encima un cazador.  El más bravo le vino a un cazador encima, a un cazador que era casi un niño, y estaba solo atrás, porque cada uno había ido siguiendo a su elefante.  Muy colmilludo era el bravo, y venía feroz.  El cazador se subió a un árbol, sin que lo viese el elefante, pero él lo olió en seguida y vino mugiendo, alzó la trompa como para sacar de la rama al hombre, con la trompa rodeó el tronco, y lo sacudió como si fuera un rosal; no lo pudo arrancar, y se echó de ancas contra el tronco.  El cazador, que ya estaba al caerse, disparó su fusil, y lo hirió en la raíz de la trompa.  Temblaba el aire, dicen, de los mugidos terribles, y deshacía el elefante el cañaveral con las pisadas y sacudía los árboles jóvenes, hasta que de un impulso vino contra el del cazador y lo echó abajo.  ¡Abajo el cazador, sin tronco a que sujetarse!  Cayó sobre las patas de atrás del elefante, y se le agarró, en el miedo de la muerte, de una pata de atrás.  Sacudírselo no podía el animal rabioso, porque la coyuntura de la rodilla la tiene el elefante tan cerca del pie que apenas le sirve para doblarla.  ¿Y cómo se salva de allí el cazador?  Corre bramando el elefante.  Se sacude la pata contra el tronco más fuerte, sin que el cazador se le ruede, porque se le corre adentro y no hace más que magullarse las manos.  ¡Pero se caerá por fin, y de una colmillada va a morir el cazador!  Saca su cuchillo, y se lo clava en la pata.  La sangre corre a chorros, y el animal enfurecido, aplastando el matorral, va al río de agua que cura.  Y se llena la trompa muchas veces, y la vacía sobre la herida, la echa con fuerza que lo aturde, sobre el cazador.  Ya va a entrar más a lo hondo el elefante.  El cazador le dispara las cinco balas de su revólver en el vientre, y corre, por si se puede salvar, a un árbol cercano, mientras el elefante, con la trompa colgando, sale a la orilla y se derrumba.