Antonio Machado

 

 

 

Campos de Soria

 

 

 

I

Es la tierra de Soria, árida y fría.

Por las colinas y las sierras calvas,

verdes pradillos, cerros cenicientos,

la primavera pasa

dejando entre las hierbes olorosas

sus diminutas margaritas blancas.

La tierra no revive, el campo sueña.

Al empezar abril está nevada

la espalda del Moncayo;

el caminante lleva en su bufanda

envueltos cuello y boca, y los pastores

pasan cubiertos con sus luengas capas.

 

II

Las tierras labrantías,

como retazos de estameñas pardas,

el huertecillo, el abejar, los trozos

de verde oscuro en que el merino pasta,

entre plomizos peñascales, siembran

el sueño alegra de infantil Arcadia.

En los chopos lejanos del camino,

parecen humear las yertas ramas

como un glauco vapor -las nuevas hojas-

y en las quiebras de valles y barrancas

blanquean los zarzales florecidos,

y brotan las violetas perfumadas.

 

III

Es el campo ondulado, y los caminos

ya ocultan los viajeros que cabalgan

en pardos borriquillos,

ya al fondo de la tarde arrebolada

elevan las plebeyas figurillas,

que el lienzo de oro del ocaso manchan.

Mas si trepáis a un cerro y veis el campo

desde los picos donde habita el águila,

son tornasoles de carmín y acero,

llanos plomizos, lomas plateadas,

circuídos por montes de violeta,

con las cumbre de nieve sonrosada.

 

IV

¡Las figuras del campo sobre el cielo!

Dos lentos bueyes aran

en un alcor, cuando el otoño empieza,

y entre las negras testas doblegadas

bajo el pesado yugo,

pende un cesto de juncos y retama,

que es la cuna de un niño;

y tras la yunta marcha

un hombre que se inclina hacia la tierra,

y una mujer que en las abiertas zanjas

arroja la semilla.

Bajo una nube de carmín y llama,

en el oro fluido y verdinoso

del poniente, las sombras se agigantan.

 

V

La nieve. En el mesón al campo abierto

se ve el hogar donde la leña humea

y la olla al hervir borbollonea.

El cierzo corre por el campo yerto,

alborotando en blancos torbellinos

la nieve silenciosa.

La nieve sobre el campo y los caminos

cayendo está como sobre una fosa.

Un viejo acurrucado tiembla y tose

cerca del fuego; su mechón de lana

la vieja hila, y una niña cose

verde ribete a su estameña grana.

Padres los viejos son de un arriero

que caminó sobre la blanca tierra

y una noche perdió ruta y sendero,

y se enterró en las nieves de la sierra.

En torno al fuego hay un lugar vacío,

y en la frente del viejo, de hosco ceño,

como un tachón sombrío

-tal el golpe de un hacha sobre un leño-.

La vieja mira al campo, cual si oyera

pasos sobre la nieve. Nadie pasa.

Desierta la vecina carretera,

desierto el campo en torno de la casa.

La niña piensa que en los verdes prados

ha de correr con otras doncellitas

en los días azules y dorados,

cuando crecen las blancas margaritas.

 

VI

¡Soria fría, Soria pura,

cabeza de Extremadura,

con su castillo guerrero

arruinado, sobre el Duero;

con sus murallas roídas

y sus casas denegridas!

¡Muerta ciudad de señores,

soldados o cazadores;

de portales con escudos

con cien linajes hidalgos,

de glagos flacos y agudos,

y de famélicos galgos,

que pululan

por las sórdidas callejas,

y a la medianoche ululan,

cuando graznan las cornejas!

¡Soria fría! La campana

de la Audiencia da la una.

Soria, ciudad castellana

¡tan bella! bajo la luna.

 

VII

¡Colinas plateadas,

grises alcores, cárdenas roquedas

por donde traza el Duero

su curva de ballesta

en torno a Soria, oscuros encinares,

ariscos pedregales, calvas sierras,

caminos blancos y álamos del río,

tardes de Soria, mística y guerrera,

hoy siento por vosotros, en el fondo

del corazón, tristeza,

tristeza que es amor! ¡Campos de Soria

donde parece que las rocas sueñan,

conmigo vais! ¡Colinas plateadas,

grises alcores, cárdenas roquedas!...

 

VIII

He vuelto a ver los álamos dorados,

álamos del camino en la ribera

del Duero, entre San Polo y San Saturio,

tras las murallas viejas

de Soria -barbacana

hacia Aragón, en castellana tierra-.

Estos chopos del río, que acompañan

con el sonido de sus hojas secas

el son del agua cuando el viento sopla,

tienen en sus cortezas

grabadas iniciales que son nombres

de enamorados, cifras que son fechas.

¡Álamos del amor que ayer tuvisteis

de ruiseñores vuestras ramas llenas;

álamos que seréis mañana liras

del viento perfumado en primavera;

álamos del amor cerca del agua

que corre y pasa y sueña,

álamos de las márgenes del Duero,

conmigo vais, mi corazón os lleva!

 

IX

¡Oh, sí! Conmigo vais, campos de Soria,

tardes tranquilas, montes de violeta,

alamedas del río, verde sueño

del suelo gris y de la parda tierra,

agria melancolía

de la ciudad decrépita,

me habéis llegado al alma,

¿o acaso estabais en el fondo de ella?

¡Gente del alto llano numantino

que a Dios guardáis como cristianas viejas,

que el sol de España os llene

de alegría, de luz y de riqueza!