Félix María de Samaniego

 

Poesía. Selección


A los caballeros alumnos del real seminario patriótico vascongado

Oh jóvenes amables,
que en vuestros tiernos años
al templo de Minerva
dirigís vuestros pasos,
seguid, seguid la senda5
en que marcháis, guiados,
a la luz de las ciencias,
por profesores sabios.
Aunque el camino sea,
ya difícil, ya largo,10
lo allana y facilita
el tiempo y el trabajo.
Rompiendo el duro suelo,
con la esteva agobiado,
el labrador sus bueyes15
guía con paso tardo;
mas al fin llega a verse,
en medio del verano,
de doradas espigas,
como Ceres, rodeado.20
A mayores tareas,
a más graves cuidados
es mayor y más dulce
el premio y el descanso.
Tras penosas fatigas,25
la labradora mano
¡con qué gusto recoge
los racimos de Baco!
Ea, jóvenes, ea,
seguid, seguid marchando30
al templo de Minerva,
a recibir el lauro.
Mas yo sé, caballeros,
que un joven entre tantos
responderá a mis voces:35
«No puedo, que me canso.»
Descansa enhorabuena;
¿digo yo lo contrario?
Tan lejos estoy de eso,
que en estos versos trato40
de daros un asunto
que instruya deleitando.
Los perros y los lobos,
los ratones y gatos,
las zorras y las monas,45
los ciervos y caballos
os han de hablar en verso;
pero con juicio tanto,
que sus máximas sean
los consejos más sanos.50
Deleitaos en ello,
y con este descanso,
a las serias tareas
volved más alentados.
Ea, jóvenes, ea,55
seguid, seguid marchando
al templo de Minerva,
a recibir el lauro.
Pero ¡qué! ¿os detiene
el ocio y el regalo?60
Pues escuchad a Esopo,
mis jóvenes amados.

La cigarra y la hormiga

Cantando la cigarra
pasó el verano entero
sin hacer provisiones
allá para el invierno;
los fríos la obligaron5
a guardar el silencio
y a acogerse al abrigo
de su estrecho aposento.
Viose desproveída
del preciso sustento:10
sin mosca, sin gusano,
sin trigo y sin centeno.
Habitaba la hormiga
allí tabique en medio,
y con mil expresiones15
de atención y respeto
la dijo: «Doña hormiga,
pues que en vuestro granero
sobran las provisiones
para vuestro alimento,20
prestad alguna cosa
con que viva este invierno
esta triste cigarra,
que, alegre en otro tiempo,
nunca conoció el daño,25
nunca supo temerlo.
No dudéis en prestarme,
que fielmente prometo
pagaros con ganancias,
por el nombre que tengo.»30
La codiciosa hormiga
respondió con denuedo,
ocultando a la espalda
las llaves del granero:
«¡Yo prestar lo que gano35
con un trabajo inmenso!
Dime, pues, holgazana,
¿qué has hecho en el buen tiempo?»
«Yo», dijo la cigarra,
«a todo pasajero40
cantaba alegremente,
sin cesar ni un momento».
«¡Hola! ¿con que cantabas
cuando yo andaba al remo?
Pues ahora, que yo como,45
baila, pese a tu cuerpo.»

El águila y el escarabajo

«¡Que me matan! ¡Favor!»: así clamaba
una liebre infeliz, que se miraba
en las garras de una águila sangrienta.
A las voces, según Esopo cuenta,
acudió un compasivo escarabajo,5
y viendo a la cuitada en tal trabajo,
por libertarla de tan cruda muerte,
lleno de horror, exclama de esta suerte:
«¡Oh reina de las aves escogida!
¿Por qué quitas la vida10
a este pobre animal, manso y cobarde?
¿No sería mejor hacer alarde
de devorar a dañadoras fieras,
o ya que resistencia hallar no quieras,
cebar tus uñas y tu corvo pico15
en el frío cadáver de un borrico?»
Cuando el escarabajo así decía,
la águila con desprecio se reía,
y sin usar de más atenta frase,
mata, trincha, devora, pilla y vase.20
El pequeño animal así burlado,
quiere verse vengado.
En la ocasión primera
vuela al nido del águila altanera,
halla solos los huevos, y arrastrando,25
uno por uno fuelos despeñando;
mas como nada alcanza
a dejar satisfecha una venganza,
cuantos huevos ponía en adelante
se los hizo tortilla en el instante.30
La reina de las aves sin consuelo,
remontaba su vuelo,
a Júpiter excelso humilde llega,
expone su dolor, pídele, ruega
remedie tanto mal. El dios propicio,35
por un incomparable beneficio,
en su regazo hizo que pusiese
el águila sus huevos, y se fuese;
que a la vuelta, colmada de consuelos,
encontraría hermosos sus polluelos.40
Supo el escarabajo el caso todo;
astuto e ingenioso, hace de modo
que una bola fabrica diestramente
de la materia en que continuamente
trabajando se halla,45
cuyo nombre se sabe, aunque se calla,
y que, según yo pienso,
para los dioses no es muy buen incienso.
Carga con ella, vuela, y atrevido
pone su bola en el sagrado nido.50
Júpiter, que se vio con tal basura,
al punto sacudió su vestidura,
haciendo, al arrojar la albondiguilla,
con la bola y los huevos su tortilla.
Del trágico suceso noticiosa,55
arrepentida el águila y llorosa,
aprendió esa lección a mucho precio:
A nadie se le trate con desprecio,
como al escarabajo,
porque al más miserable, vil y bajo,60
para tomar venganza, si se irrita,
¿le faltará siquiera una bolita?

El parto de los montes

Con varios ademanes horrorosos
los montes de parir dieron señales:
consintieron los hombres temerosos
ver nacer los abortos más fatales.
Después que con bramidos espantosos5
infundieron pavor a los mortales,
estos montes, que al mundo estremecieron,
un ratoncillo fue lo que parieron.
Hay autores que en voces misteriosas,
estilo fanfarrón y campanudo,10
nos anuncian ideas portentosas;
pero suele a menudo
ser el gran parto de su pensamiento,
después de tanto ruido, sólo viento.

Los animales con peste

En los montes, los valles y collados,
de animales poblados,
se introdujo la peste de tal modo,
que en un momento lo inficiona todo.
Allí donde su corte el león tenía,5
mirando cada día
las cacerías, luchas y carreras
de mansos brutos y de bestias fieras,
se veían los campos ya cubiertos
de enfermos miserables y de muertos.10
«Mis amados hermanos»,
exclamó el triste rey, «mis cortesanos,
ya veis que el justo cielo nos obliga
a implorar su piedad, pues nos castiga
con tan horrenda plaga;15
tal vez se aplacará con que se le haga
sacrificio de aquel más delincuente,
y muera el pecador, no el inocente.
Confiese todo el mundo su pecado.
Yo crüel, sanguinario, he devorado20
inocentes corderos,
ya vacas, ya terneros,
y he sido, a fuerza de delito tanto,
de la selva terror, del bosque espanto».
«Señor», dijo la zorra, «en todo eso25
no se halla más exceso
que el de vuestra bondad, pues que se digna
de teñir en la sangre ruin, indigna,
de los viles cornudos animales
los sacros dientes y las uñas reales».30
Trató la corte al rey de escrupuloso.
Allí del tigre, de la onza y oso
se oyeron confesiones
de robos y de muertes a millones;
mas entre la grandeza, sin lisonja,35
pasaron por escrúpulos de monja.
El asno, sin embargo, muy confuso,
prorrumpió: «Yo me acuso
que al pasar por un trigo este verano,
yo hambriento y él lozano,40
sin guarda ni testigo,
caí en la tentación: comí del trigo.»
«¡Del trigo! ¡y un jumento!»
gritó la zorra, «¡horrible atrevimiento!».
Los cortesanos claman: «Éste, éste45
irrita al cielo, que nos da la peste.»
Pronuncia el rey de muerte la sentencia,
y ejecutóla el lobo a su presencia.
Te juzgarán virtuoso
si eres, aunque perverso, poderoso;50
y aunque bueno, por malo detestable
cuando te miran pobre y miserable.
Esto hallará en la corte quien la vea,
y aun en el mundo todo. ¡Pobre Astrea!

El león y el ratón

Estaba un ratoncillo aprisionado
en las garras de un león; el desdichado
en la tal ratonera no fue preso
por ladrón de tocino ni de queso,
sino porque con otros molestaba5
al león, que en su retiro descansaba.
Pide perdón, llorando su insolencia;
al oír implorar la real clemencia,
responde el rey en majestuoso tono
-no dijera más Tito-: «Te perdono.»10
Poco después cazando el león tropieza
en una red oculta en la maleza:
quiere salir, mas queda prisionero;
atronando la selva ruge fiero.
El libre ratoncillo, que lo siente,15
corriendo llega: roe diligente
los nudos de la red de tal manera,
que al fin rompió los grillos de la fiera.
Conviene al poderoso
para los infelices ser piadoso;20
tal vez se puede ver necesitado
del auxilio de aquel más desdichado.

El pastor y el filósofo

De los confusos pueblos apartado,
un anciano pastor vivió en su choza,
en el feliz estado en que se goza
del vivir ni envidioso ni envidiado.
No turbó con cuidados la riqueza5
a su tranquila vida,
ni la extremada mísera pobreza
fue del dichoso anciano conocida.
Empleado en su labor gustosamente
envejeció; sus canas, su experiencia10
y su virtud le hicieron, finalmente,
respetable varón, hombre de ciencia.
Voló su grande fama por el mundo;
y llevado de nueva tan extraña,
acercóse un filósofo profundo15
a la humilde cabaña,
y preguntó al pastor: «Dime, ¿en qué escuela
te hiciste sabio? ¿Acaso te ocupaste
largas noches leyendo a la candela?
¿A Grecia y Roma sabias observaste?20
¿Sócrates refinó tu entendimiento?
¿La ciencia de Platón has tú medido,
o pesaste de Tulio el gran talento,
o tal vez, como Ulises, has corrido
por ignorados pueblos y confusos25
observando costumbres, leyes y usos?»
«Ni las letras seguí, ni como Ulises»
(humildemente respondió el anciano)
«discurrí por incógnitos países.
Sé que el género humano30
en la escuela del mundo lisonjero
se instruye en el doblez y la patraña.
Con la ciencia que engaña
¿quién podrá hacerse sabio verdadero?
Lo poco que yo sé me lo ha enseñado35
naturaleza en fáciles lecciones:
un odio firme al vicio me ha inspirado;
ejemplos de virtud da a mis acciones.
Aprendí de la abeja lo industrioso,
y de la hormiga, que en guardar se afana,40
a pensar en el día de mañana.
Mi mastín, el hermoso
y fiel sin semejante,
de gratitud y lealtad constante
es el mejor modelo,45
y si acierto a copiarle, me consuelo.
Si mi nupcial amor lecciones toma,
las encuentra en la cándida paloma.
La gallina a sus pollos abrigando
con sus piadosas alas como madre,50
y las sencillas aves aun volando,
me prestan reglas para ser buen padre.
Sabia naturaleza, mi maestra,
lo malo y lo ridículo me muestra
para hacérmelo odioso.55
Jamás hablé a las gentes
con aire grave, tono jactancioso,
pues saben los prudentes
que, lejos de ser sabio el que así hable,
será un búho solemne, despreciable.60
Un hablar moderado,
un silencio oportuno
en mis conversaciones he guardado.
El hablador molesto e importuno
es digno de desprecio.65
Quien escuche a la urraca será un necio.
A los que usan la fuerza y el engaño
para el ajeno daño,
y usurpan a los otros su derecho,
los debe aborrecer un noble pecho.70
Únanse con los lobos en la caza,
con milanos y halcones,
con la maldita serpentina raza,
caterva de carnívoros ladrones.
Mas ¡qué dije! Los hombres tan malvados75
ni aun merecen tener esos aliados.
No hay dañino animal tan peligroso
como el usurpador y el envidioso.
Por último, en el libro interminable
de la naturaleza yo medito;80
en todo lo creado es admirable;
del ente más sencillo y pequeñito
una contemplación profunda alcanza
los más preciosos frutos de enseñanza».
«Tu virtud acredita, buen anciano»85
(el filósofo exclama)
«tu ciencia verdadera y justa fama.
Vierte el género humano
en sus libros y escuelas sus errores;
en preceptos mejores90
nos da naturaleza su doctrina».
Así quien sus verdades examina
con la meditación y la experiencia,
llegará a conocer virtud y ciencia.