ÁNGEL
DE SAAVEDRA (DUQUE DE RIVAS)
Tragedia
en cinco actos
Tanto la pompa de holocausto rico,
cuanto la sencillez y fe sincera
con que el mortal su omnipotencia adora.
A. de S. R. de B.
A mi amada hermana doña María de la Candelaria de
Saavedra
¡Oh tú, ninfa gentil del Manzanares,
que
entre las más bellas y graciosas
que triscan en su orilla, de fragantes
flores la sien orlada, el albo cuello
de oro de ofir y perlas del Oriente,
descuellas
como suele alba azucena
predilecta de Flora en el risueño
cultivado jardín! Torna un instante
a mí los ojos, do el amor se anida,
tórnalos, pues, a tu amoroso hermano,
y oye su voz y los llorosos versos
con que pinta el furor de las pasiones,
la austeridad de la virtud sublime
y la venganza atroz de los delitos.
Óyeme, hermana, y favorable acoge
esta mortal ficción que la engañosa
escena va a ocupar, y que felice
será si arranca de tu tierno pecho
un
ardiente suspiro, o si humedece
tu rostro hermoso con sensible llanto.
Yo, acostumbrado a lamentar amores
en arpa de marfil, quise, atrevido
más altivo volar, y el sofocleo
coturno osé ceñir, y a Melpomene
pedí anheloso su puñal terrible.
Mas ¿cómo solo a la fragosa cumbre
donde mora arribar, sino siguiendo
las huellas de algún genio esclarecido
que a la cima subió? Nunca el polluelo
del águila caudal desplegar sabe
las alas temerosas y aun no firmes
por
la inmensa región solo y sin guía.
La atroz venganza del inachio Orestes,
que allá en remotos siglos vio, extasiado
de Atenas el magnífico liceo,
y en
nuestros días con mayores glorias
resucitó el ingenio honor de Italia,
mi guía ha sido en tan audaz empresa:
empresa que a tu amor sólo dedico,
y ora estudiosa estés y retirada,
con brillante pincel que el arte mueve,
imitando las bellas perspectivas
que en sus montes y selvas nos presenta
Naturaleza hermosa, y las cascadas
que dan vida al país, y los lozanos
chopos que agita el apacible ambiente,
copiándolos con tanto magisterio
que, engañados los ojos, se imagina
escuchar el susurro de las hojas
y ver la espuma del sonante arroyo;
ora te encuentres en festín brillante,
oyendo amores y abrasando pechos;
o
bien en el salón de mármol y oro,
de cien antorchas al fulgor luciente,
y al concertado son de los violines,
diosa del baile y de las gracias diosa,
ostentes tu modesta gentileza
al medido compás girando el cuello,
y el delicado talle, y resbalando
el breve y ágil pie, que en vano esconde
de la fimbria talar el suave ondeo.
Niégate un punto al hervoroso aplauso
de la importuna turba de amadores,
y escucha a Elisa, tímida, inocente,
lamentar el rigor de su destino,
y mírala en los brazos de su hermano
amar, llorar, temblar... ¡Ay! Su ternura,
su fraternal cariño, es un remedo
del que en tu tierno corazón se anida
y
hace el encanto de tus deudos todos,
y, aunque anhelan mis versos retratarlo,
no tanto alcanzarán... Mas sea, al menos,
mi entrañable amor testigo firme
este
ligero don que hoy te tributo.
Harto pequeño, a fe; mas tú, por mío,
lo acogerás benigna. Así, el excelso
rey del Olimpo recibir, acaso,
más grato suele las humildes flores
que le presenta en rústicos altares
sencillo labrador, que el hecatombe
que en aras de oro y en soberbio templo
le ofrece el poderoso, pues no estima
anto la pompa de holocausto rico
cuanto la sencillez y fe sincera
con que el mortal su omnipotencia adora.
A. de S. R. de B.
El Duque de
Aquitania
Ángel de Saavedra (Duque de Rivas)
Central Hispano 1999-2000
El Duque de
Aquitania
Ángel de Saavedra (Duque de Rivas)
PERSONAS
EUDÓN, usurpador, tío de
REYNAL, duque de Aquitania.
ELISA, su hermana.
LINSER, confidente de Eudón.
ARNALDO, antiguo escudero.
PUEBLO.
GUARDIAS.
La escena es en un salón del palacio de los duques de
Aquitania.
La
acción empieza a mediodía y acaba al anochecer.
Acto primero
ESCENA I
EUDÓN, ELISA y LINSER
EUDÓN.Modera tu dolor, enjuga el llanto,
que ofenden mi cariño y mi terneza.
Si te ha privado el áspero Destino
de los que el ser te dieron, hoy encuentras
en mí su amor. Hermano de tu padre
y
su heredero en fin, tú eres la prenda
a quien mi amor consagro y mis desvelos.
Del claustro silencioso do crecieras,
libre de los horrores y perfidias
de las
facciones que hasta aquí cubrieran
de aflicción y de luto estos estados,
y do tu padre te dejó encubierta
cuando a reconquistar partió animoso
de Palestina la sagrada tierra,
te saca mi cariño, a que mi esposa
y la señora de Aquitania seas.
ELISA.Señor..., ¡ah!, por piedad... Dejad que
inunden
las lágrimas mi pecho y no os ofendan.
Desastres e infortunios me circundan...
Un padre desgraciado, a quien la diestra
de un alevoso pérfido asesino
del sagrado Jordán en las riberas
arrebató a mi amor... La adversa suerte
de una madre infeliz, que a la hora mesma
que me puso en los brazos de la vida
la hundió la muerte en la quietud eterna,
y un hermano que existe miserable
allá en Jerusalén, entre cadenas,
son los bienes que el mundo ante mis ojos,
¡desventurada yo!, sólo presenta.
Educada,
señor, en el asilo,
donde la paz y la virtud se albergan,
a su seno tranquilo y silencioso
volver y a su quietud mi pecho anhela.
Dejad que en él por siempre
me sepulte,
ignorada del orbe... Ha que gobiernas
más de un lustro el estado que heredaste;
feliz fuiste sin mí. Deja que vuelva
a la mansión donde aumenté mis días,
a lamentar mi desdichada estrella.
El bullicio del mundo me horroriza...
EUDÓN.Mi dulce amor y mis caricias tiernas
te lo harán lisonjero y agradable.
En mí hallarás de padre la terneza,
y de rendido esposo el fiel cariño.
¡Qué!... ¿Tu lozana juventud risueña
en el retiro lóbrego y oculto
de un claustro ha de yacer?... No, Elisa bella.
Pronto los dulces lazos de himeneo
conmigo te unirán.
ELISA.
¡Señor!...
EUDÓN.
¿Se
altera
tu corazón sencillo al escucharme?...
La timidez, el susto y la vergüenza
relucen en tu faz. ¡Ah!... No lo extraño.
Propio es, divina Elisa, en tu edad tierna.
Propio en tu educación, lejos del mundo,
la turbación que tu semblante muestra.
Retírate, si quieres, a tu estancia,
y allí, con reflexión y a solas, piensa
las ventajas que logras con mi mano.
Tus lágrimas amargas, ¿qué remedian?...
Ni dar vida a los que a ti la dieron,
ni a tu hermano librar puedes con ellas,
pues yo mismo no llego a conseguirlo
con todo mi poder y mis riquezas.
Y tal vez...
ELISA.
¿Qué, señor?
EUDÓN.
Víctima al cabo...
ELISA.¡Gran Dios!... ¿Y vos juzgáis?
EUDÓN.
De su
existencia
ha tiempo nada sé. Casi es seguro
que de nuestra familia augusta y regia
tú y yo sólo quedamos, y su lustre
debemos conservar y su grandeza.
Si amor hacia tu nombre hay en tu pecho
si mi cuidado paternal deseas
recompensar, accede a este himeneo
que al estado y a ti tanto interesa.
Mas,
¡ay!..., ahora no estás para escucharme,
un susto nuevo el corazón te inquieta.
¿Mi presencia te embarga?... Anda, ¡oh mi Elisa!,
procura consolar tu amarga pena,
y
mide y reflexiona mis razones,
y mi amor con tu suerte considera.
ELISA.¡Oh Dios!... ¡Eterno Dios!...
ESCENA II
EUDÓN y LINSER
EUDÓN.
¿Has
escuchado?...
LINSER.Advertí su obstinada resistencia.
EUDÓN.Obstinada en verdad. Mas ¿qué me importa?
Si su propio interés a convencerla
y el halago y dulzura no alcanzasen,
apelaré al poder y la violencia.
LINSER.¡La violencia..., el poder! Señor...,
perdona.
La
lealtad que os profeso no lo aprueba.
¿Qué conseguís con este enlace?
EUDÓN.
Amigo,
mi dominio afirmar.
LINSER.
Pues ¿qué recelas?
EUDÓN.Con este objeto conservé su vida;
de Alberto y de Reynal es la heredera,
y en un contrario soplo de fortuna,
ella de mi poder el ancla sea.
LINSER.¿Quién derrotar tu poderío puede
y el augusto esplendor en que te encuentras?
EUDÓN.¡Oh funesto esplendor! Linser, no sabes
los horribles temores que me cercan,
el continuo afanar que me devora,
el espanto que siempre me atormenta;
desde que, conseguidos mis deseos,
en mí Aquitania a su señor venera.
Cuando de envidia y de rencor roído
mi triste corazón, en la suprema
autoridad miraba a aquel hermano,
cuyo
poder y cuya gloria excelsa
siempre eran torcedores espantosos
de mi sañudo pecho y alma fiera,
juzgaba que, en logrando sus dominios,
la dulce paz y la quietud tendieran
sus alas sobre mí... Mas, ¡dura suerte!,
despareció mi hermano de la Tierra,
ocupé su dosel, señor me veo
de Aquitania; su imperio, sus riquezas,
todo es mío, Linser; pero no acaban
mis tormentos..., ¡oh Dios!... Doquier me queja
el recuerdo cruel del fratricidio
y encuentro dondequier agrias sospechas.
El pueblo me obedece, el mundo ignora
mi atroz delito, nadie lo penetra;
pero en mi pecho por jamás se acaba
y me abruma sin fin. Mi mente encuentra
continuos sustos y temores nuevos.
LINSER.Vano es vuestro temer. ¿Quién hay que pueda
ni aun sólo imaginar que a vuestro hermano
hicisteis muerte dar?... ¿Quién que no crea
que al hondo suelo del sepulcro frío
su propio arrojo le arrastró en la guerra?
EUDÓN.Yo lo sé, y basta a que mi insano pecho
desgarrado sin fin, Linser, se vea.
Y sólo mi sobrina, Elisa sólo,
lo pudiera calmar.
LINSER.
¡Señor! No acierta
mi pensamiento...
EUDÓN.
Amigo, yo la adoro.
Amor tiene gran parte en mis propuestas.
LINSER.¡El amor!... ¡el amor!... ¿Pasión tan débil
en tu esforzado corazón cupiera?
EUDÓN.¡Ay! En vano ocultarlo procuraba.
Su encanto, su beldad, su gentileza,
interesan mi pecho, si su nombre
a mi mando y poder les interesa.
Sí,
amigo; aquella faz donde pintadas
están la candidez y la inocencia,
me enciende el alma en amoroso fuego
y arde mi seno en su pasión violenta.
Elisa, sólo Elisa, el borrascoso
mar donde mi corazón triste se anega
puede amansar... Su halago, sus caricias,
su tierna mano y su sin par belleza,
el bálsamo anhelado y delicioso
serán que curen mis terribles penas.
LINSER,Me pasmo de escucharte... ¿Que es
posible...?
EUDÓN.Sí, Linser, sí; la adoro. Se interesan
mi pecho a un tiempo y mi usurpado cetro
en esta unión.
LINSER.
Permite mi extrañeza.
¿Tu pecho interesarse? ¿El cuello rindes
del blando amor a la servil cadena?...
Tu temple y tu valor serán vencidos.
Huye esa vil pasión que así te ciega.
¡Tu cetro!... ¿Necesitas, por ventura,
del apoyo de Elisa?... ¿Qué recelas?
¿No ha más de un lustro que el estado riges?
Los que a reconocerte no accedieran
desaparecieron ya. Del duque Alberto,
ni antiguo servidor ni parcial queda;
Arnaldo y nadie más le sobrevive.
A sus ojos la trama fuer encubierta,
y, fiel a tu familia, ama tu nombre
y por señor te acata y te respeta.
EUDÓN.Mas
vive mi sobrino: Reynal vive.
LINSER.Allá en Salén, cargado de cadenas.
EUDÓN.De horror me hielo al pronunciar su nombre.
Se acerca al quinto lustro... ¡A Dios pluguiera
arrebatarlo a la espantosa tumba
de su padre infelice por las huellas!
LINSER.Harto seguro está su tierno cuello
atado al yugo del triunfante persa,
y
muerto habrá tal vez. Mas ¿Rotolando
desde Chipre, señor...?
EUDÓN.
Siempre está
alerta
para oponerse a que rescate logre
y hacer su servidumbre más estrecha.
LINSER.Y aunque su libertad Reynal consiga,
yace su nombre en hondo olvido; apenas
se acuerda el pueblo de él, y nada puede
sin opinión, sin deudos, sin riquezas.
Abyecto y avezado a servidumbre,
y joven aun, ni osara...
EUDÓN.
Arnaldo llega.
ESCENA III
EUDÓN, LINSER y ARNALDO
ARNALDO.Señor, un caballero que de Chipre
acaba de llegar, veros desea.
EUDÓN.¿Y
le conoces tú?
ARNALDO.
Jamás le he visto.
EUDÓN.¿Es joven?
ARNALDO.
Joven es.
EUDÓN.
¿Y
manifiesta
su condición el traje?
ARNALDO.
De guerrero.
EUDÓN.¿Y dice que pretende...?
ARNALDO.
Daros
nuevas
de vuestro amigo el conde Rotolando.
EUDÓN.Condúcele al momento a mi presencia.
ESCENA IV
EUDÓN
y LINSER
EUDÓN.Linser, noticia de Reynal, sin duda,
me envía Rotolando.
LINSER.
¿Y qué os altera?
EUDÓN.Nada, Linser... ¿Será tal vez su muerte?
LINSER.Ya lo vais a saber, que el joven entra.
EUDÓN.¡Qué aspecto tiene tan gallardo y fiero!
ESCENA V
EUDÓN,
LINSER, REYNAL, ARNALDO y GUARDIAS
REYNAL se detiene al entrar con muestras de turbación,
mira ferozmente a EUDÓN y luego se reporta. ARNALDO se
retira al punto.
EUDÓN.¿Qué
os detiene? Llegad...
REYNAL.
Allá en la
guerra,
nacido y educado y siempre lejos
del fausto y brillo y de la pompa regia,
de este palacio el esplendor me turba,
y me turba también vuestra presencia.
EUDÓN.Acercaos. ¿Quién sois?
REYNAL.
Un
caballero.
EUDÓN.¿Vuestro nombre?
REYNAL.
Clonard.
EUDÓN.
Vuestra nobleza
se deja ver en talle y compostura.
¿Y a quién buscáis?
REYNAL.
A Eudón.
EUDÓN.
Al que venera
por su duque Aquitania.
REYNAL.
Al que se nombra
tal.
EUDÓN.Y bien: ¿qué queréis?
REYNAL.
De una funesta
noticia soy el portador.
EUDÓN.
¿El conde
Rotolando os envía? ¿Y cuáles nuevas?
REYNAL.Reynal, vuestro sobrino...
EUDÓN.
¿Qué?...
REYNAL.
A mi
labio
permitidle, señor, que lo refiera.
Reynal,
vuestro sobrino, que, cautivo,
abrumado de oprobio y de cadenas,
vivió en Jerusalén...
EUDÓN.
¿Qué, por ventura,
salió de esclavitud? ¿Libre se encuentra?
¿Logró romper las bárbaras prisiones
y animoso, tal vez, a Francia vuela?
¿Y...? Decid... Acabad.
REYNAL.
No
es tan
feliz
mi mensaje. Calmaos.
LINSER.(Mirando a EUDÓN.)
¡Oh, cómo tiembla!
EUDÓN.¿Murió acaso?... Decid: ¿su edad florida
es ya despojo de la Parca horrenda?
REYNAL.Vos lo decís.
EUDÓN.
¿Y cómo...?
REYNAL.
Qué,
¿es
extraño,
en medio del horror de la miseria
de su suerte infeliz? Un tierno joven,
preso, aherrojado y siempre en las tinieblas
de
las negras, hondísimas mazmorras,
¿cómo arrastrar su mísera existencia
por más tiempo alcanzara?...
EUDÓN.
Y vos, en Chipre...
REYNAL.El
conde me detuvo, hasta que cierta
fuer la noticia del fatal suceso,
y me encargó que a vos la refiriera.
EUDÓN.¿Y estáis seguro...?
REYNAL.
El conde Rotolando...
EUDÓN.No; jamás me engañó, que a la sincera
amistad que le tengo corresponde.
Linser, si no supiera con certeza
la muerte de Reynal, juzgo
que nunca...
LINSER.Ya conocéis del conde la prudencia;
no tenéis que dudar...
EUDÓN.
¿Y sólo a Francia
el darme esta noticia
tan funesta
os conduce, Clonard?
REYNAL.
Al mismo tiempo
vengo a buscar una perdida herencia.
EUDÓN.Contad en vuestro auxilio, desde luego,
toda mi autoridad y mis riquezas.
REYNAL.Sí; vos me ayudaréis a recobrarla.
EUDÓN.Aunque el mensaje vuestro me atraviesa
el alma de dolor, pues mi sobrino
era mi único afán, la unión estrecha
que me ha ligado al conde Rotolando,
que a mi palacio os dirigió, me empeña
en vuestra protección y en vuestro obsequio.
¡Hola, Arnaldo!
ESCENA VI
Los mismos y ARNALDO
ARNALDO.
Señor...
EUDÓN.
Que aquí se hospeda
el caballero de Clonard. ¿Descanso,
sin duda, desearéis?
REYNAL.
Mi alma lo anhela.
EUDÓN.(A
ARNALDO.)
Condúcele a su estancia.
(Vanse ARNALDO y REYNAL por un lado y guardias por
otro.)
ESCENA VII
EUDÓN
y LINSER
EUDÓN.
¿Qué me dices,
Linser? Murió Reynal. Ya no hay quien pueda
derrocar mi poder. El Cielo mismo
mi
usurpación y mi dominio aprueba.
Ya no hay competidor... ¡Ah!, si consigo
la hermosa mano de mi Elisa bella,
la dulce calma, la quietud sabrosa
mi pecho halagarán. Al punto sepa
que no existe su hermano, y ya no dudo
que al cabo he de lograr el convencerla.
Vamos, amigo, vamos.
LINSER.(Aparte.)
¡Cuál
se engaña!
¿Suya Elisa? Jamás... ¡Terrible idea!
El Duque de Aquitania
Ángel de Saavedra (Duque de Rivas)
Central Hispano 1999-2000
El Duque de
Aquitania
Ángel de Saavedra (Duque de Rivas)
Acto segundo
ESCENA I
REYNAL y ARNALDO
ARNALDO.¿Será verdad, señor, la triste nueva
que acabo de escuchar?... Decidme: es cierto
que el duro brazo de la injusta Parca
osó tronchar el inocente cuello
de Reynal infeliz?
REYNAL.
Sí; la noticia
yo traje a tu señor.
ARNALDO.
¡Oh santo Cielo!
¡Desventurado joven!... ¡Cuántas veces,
en estos brazos, en sus años tiernos,
le condujo mi amor! ¡Cuánto anhelaban
mis
tristes ojos el volver a verlo!...
De mi edad moribunda los trabajos
me eran leves tal vez, porque mi pecho
esperanza de verle conservaba,
y de
estrecharle en mi marchito seno.
REYNAL.¿Conque tanto le amabas?
ARNALDO.
¿Si le
amaba?
¡Ah!... Yo le vi nacer, que ya escudero
entonces era de su heroico padre;
pero ¡cuántas desgracias!... ¡Oh recuerdos!...
Perdonad mi dolor. ¡Ay!, me parece
que al infeliz Reynal ora estoy viendo,
cuando armado salió para el combate,
donde fuer cautivado... Un dulce beso
di a su frente al ceñirle el rico casco,
que ornaba un blanco airón. ¡Qué noble fuego
en sus ojos ardía!... ¡Desdichado!
No le he vuelto a ver más... Aquel perverso
de Clariñar se lo entregó a los persas,
con otros veinte jóvenes guerreros.
¡Cuál fuer la pena de su amante padre!...
Pero ¿os estremecéis? ¡Ah, si vos mismo
le hubierais conocido!... ¡Cuán gallardo!
Del quinto lustro ya no andaba lejos...
La edad vuestra, a mi ver... ¡Oh triste joven!
¡Hijo infeliz del infelice Alberto!...
¿Por qué la horrible muerte no ha segado
de este inútil anciano el débil cuello,
en vez del hilo de tu amada vida?...
¡Ay, cuánto luto y lágrimas y duelo
causarás a Aquitania, que, anhelosa,
ansiaba quebrantar tus duros hierros!
REYNAL.¿Que con Eudón, decís, no está contenta?
ARNALDO.¡Eudón!... De estos estados el gobierno
tomó, a falta del joven sin ventura,
que allá en Jerusalén, ¡oh Dios!, ha muerto.
Y hoy su dominio afirma para siempre,
pues le une con Elisa el himeneo.
REYNAL.¿Con Elisa...?
ARNALDO.
Señor, es una hermana
del infeliz Reynal.
REYNAL.
¡Qué escucho!... ¡Cielos!
¿Y ella accede gustosa...?
ARNALDO.
Ayer el
duque,
a este fin, la sacó del monasterio
donde educada está; pero imagino
que su inocente y virtuoso pecho
resiste el duro enlace... Mas ¿qué puede
su repugnancia, ¡ay Dios! contra el supremo
querer de Eudón?... ¿Acaso hay quien se atreva
a contrariar en algo sus deseos?...
REYNAL.Qué, ¿tanto el pueblo le respeta y ama,
o tanto teme...?
ARNALDO.
Todos con respeto
lo miramos, señor; siempre leales
los aquitanos y sumisos fueron.
Pero en Reynal su amor cifrado estaba,
y el cobrar a Reynal era su anhelo.
Él era la esperanza del estado;
nadie más que él reinaba en nuestros pechos.
REYNAL.¿Y
cómo si en edad tan tierna el triste
dejó estos muros y el hogar paterno
os acordabais de él?... ¿Y qué esperanzas
de él pudo concebir, decid, el pueblo?
ARNALDO.¡Ay
señor! De su padre malhadado
latía la sangre en su inocente pecho.
Y el hijo de aquel padre no podía
sino ser héroe, justo, amable y bueno.
¡Oh
mundo miserable!... El virtuoso,
¡el que puede a los hombres dar consuelo!,
desaparece de tu faz, y en tanto,
el malo triunfa, y bárbaro y soberbio,
oprime
entronizado a los mortales
y dilata sus años largo tiempo,
colmado de ventura y de delitos...
¡Gran Dios! Humilde, adoro los decretos
de tu alta inescrutable providencia.
Si al opresor toleras y al protervo,
el brazo de tu ira les prepara
un castigo sin fin, sin fin tormentos.
Mas ¿dó me arrastra mi aflicción?... ¿Adónde
mi afanoso penar? ¡Oh, caballero,
perdonad estas lágrimas copiosas
a la lealtad de un angustiado viejo!
De amargura cubiertas estas canas,
de
amargura se ven desde el momento,
desde la hora fatal, que entre mis brazos
murió el heroico y malhadado Alberto.
¡Sí, en mis brazos murió!... Los asesinos...
REYNAL.Basta,
basta, no más. ¡Fatal recuerdo!
¡Padre, adorado padre! Aún hay leales...
Aún quien venere tu memoria encuentro.
Aún respira tu hijo... Sí: ¡venganza!
¿Venganza quieres?... La tendrás.
ARNALDO.
¡Oh
cielos!
¿Qué dice vuestro labio? Un sudor frío
inunda en torno mis cansados miembros.
Un pálido temblor... ¿Quién sois? ¿Por dicha...?
REYNAL.Arnaldo, Arnaldo fiel, llega a mi seno.
No más fingir: yo soy Reynal.
ARNALDO.
¿Qué
escucho?
REYNAL.Mira esta cicatriz, que tu desvelo
me curó de la flecha silbadora
que en Jope recibí. Mira en mi seno
la cruz pendiente que me dio mi padre
al salir al combate, y que consuelo
fuer allá en mi esclavitud. ¿Me reconoces?
ARNALDO.Dad que ciñan mis brazos vuestro cuello.
¿No os he de conocer? Vos sois, no hay duda.
Bese yo vuestros pies y muera luego.
¡Señor!... ¡Señor!... ¡Oh día el más felice
de cuantos respiré...! Sépalo el pueblo;
sepa que su Reynal, libre y gallardo,
en Aquitania está... Ya no te temo,
¡oh muerte!, llévame, que ya descanso,
pues cobré a mi señor, será tu sueño.
Yo corro a publicar...
REYNAL.
Arnaldo amigo,
¿adónde tu lealtad te arrastra? ¡Oh cielos!
¿Sabes acaso, anciano venerable,
el peligro inminente en que me encuentro?
Todo lo ignoras, ¡ay de ti! Mi labio
te hará patente tan fatal secreto,
y temblarás.
ARNALDO.
Señor...
REYNAL.
Si me conoces
por sucesor del desdichado Alberto,
por tu duque y señor...
ARNALDO.
A vuestras
plantas
pleito homenaje...
REYNAL.
Arnaldo, satisfecho
estoy de tu lealtad. Jura en mis manos
sepultar en hondísimo silencio
que yo estoy vivo y libre, hasta que llegue
la ocasión anhelada...
ARNALDO.
El alto Cielo
en
la mansión del báratro profundo
me hunda si tu mandato no obedezco.
Soy fiel, soy sigiloso...
REYNAL.
De tus prendas
tendrás,
Arnaldo, el merecido premio.
Mas dime: ¿viven Boemundo y Mouti?
ARNALDO.Cuando volví a la Francia con los restos
de los nobles valientes aquitanos
que
a Palestina con tu padre fueron,
estos estados míseros ardían
de la discordia en el horrible fuego
y al furor de los bandos y facciones,
Boemundo y Mouti víctimas cayeron
de su noble lealtad, también Ricardo
y el denodado Enrico y otros ciento.
Que todo fuer matanza, horror y sangre,
hasta que al fin Eudón consiguió el cetro.
REYNAL.¡Oh Dios!... ¿Y Linel?...
ARNALDO.
Vive
retirado
en el antiguo y santo monasterio
contiguo
a este palacio. Allí, sumido
en el descanso y paz, goza sereno
el aura dulce de la santa vida.
REYNAL.Y dime, amigo Arnaldo... Mas ¿qué veo?
¿Quién llega a este
lugar?...
ARNALDO.
Es vuestra hermana
REYNAL.Aléjate de aquí. Luego podremos
con mayor detención...
ARNALDO. Señor,
acaso...
REYNAL,Auséntate, ¡oh mi amigo!
ARNALDO.
Os
obedezco.
ESCENA II
REYNAL, solo
REYNAL.¿Aun más fingir?... ¡Oh Dios!... ¡Mi dulce
hermana!
¿Y no la he de estrechar contra mi pecho?...
Es
harto joven... De sus tiernos años...
No es prudencia arriesgar tanto secreto.
Ya llega. Sí; disimular me cumple.
ESCENA III
REYNAL
y ELISA
ELISA.¿Sois
vos?... Señor...
¿Sois vos?...
REYNAL.
¿Quién?... ¡Dios eterno!
Yo soy... Mas ¿preguntáis...? ¡Ah!... ¿Por
ventura...?
ELISA.Qué,
señor, ¿no sois vos, el caballero
que a este palacio trajo la noticia,
desde Chipre, del fin triste y funesto
del infeliz Reynal?...
REYNAL.
Yo... Sí, señora.
ELISA.¿Conque no hay que dudarlo?... ¡Santo Cielo!
Ya todo lo perdí..., todo... ¡Infelice!
Sólo me resta llanto y luto eterno.
REYNAL.¿Llanto y luto, señora...? ¿Llanto y luto,
cuando van los placeres de himeneo
a coronar tu plácida existencia,
dando a tus manos de Aquitania el cetro?
ELISA.¿Qué pronunciáis, señor?... Antes la muerte.
¿Placeres para mí? Ya concluyeron.
La esperanza de verme entre los brazos
de mi hermano, ¡oh dolor!, lo fuer algún tiempo.
Mas ya, ¡desventurada!, suerte adversa.
¿En dónde mi aflicción tendrá consuelo?...
Vuelva por siempre el claustro retirado
a ocultar mi afanoso abatimiento.
REYNAL.¿Y así el cariño desecháis, esquiva,
de Eudón?... Decid... ¿Y así...?
ELISA.
Yo le
respeto,
mas
nunca le amaré, ni a sus propuestas
puede acceder jamás mi triste pecho.
REYNAL.¿Conque jamás concederéis la mano...?
ELISA.Jamás, jamás. Lo juro; el alto Cielo
conoce
la verdad de mis palabras.
REYNAL.Y yo también.
ELISA. ¡Señor!...
Pero ¿qué advierto...?
¿Os demudáis?...
REYNAL.
¡Elisa!...
ELISA.
¿Qué?...
REYNAL.
¡Ay
Elisa!
¿Dó el cariño me arrastra?
(Aparte.)
El lazo estrecho
de la dulce amistad me unió a tu hermano.
Y...
ELISA.
¿Erais su amigo vos?... ¿Dónde?...
REYNAL.
Secreto
prometedme, señora. En Aquitania
ocultar
mi amistad con Reynal debo,
y la causa sabréis y tales nuevas,
que harto os importarán.
ELISA.
Mas ¿qué misterio,
que no me es dado
penetrar...? ¡Oh amigo
de mi hermano infeliz! Decidme, os ruego...
REYNAL.¡Tierna Elisa!... Reynal... ¡Oh Dios! ¿Quién
llega?
ELISA.¡Ay!... Linser, el amigo y consejero
del duque Eudón.
REYNAL.
Disimulad, Elisa.
Ved que si no por siempre nos perdemos.
ESCENA
IV
REYNAL, ELISA y LINSER
LINSER.Señora, ¿en este sitio...?
REYNAL.
De mi labio
quiso escuchar el trágico suceso
de su hermano infeliz...
ELISA.
Sí; ¡dura suerte!,
Linser, ya no me resta ni el consuelo
de poderlo dudar... ¡Desventurada!
A
la nueva cruel cumplido asenso
negué, porque en mi mente no cabía
este golpe fatal... Mas, ¡ay!, es cierto
y no lo dudo ya... Murió mi hermano.
Le perdí para
siempre... ¡Dios eterno!
LINSER.Y ¿qué lográis con vuestro inútil llanto?...
Templadlo un poco, hermosa Elisa, os ruego,
y escuchadme tranquila. A vuestra estancia
os
fuí a buscar; al ver que no os encuentro
corro todo palacio, y mi ventura
me os depara, por fin. ¡Oh caballero!
Si os place, retiraos.
REYNAL.(Aparte, menos el último verso.)
¿Aún éste oprobio?
¿Aún hay más tolerar?... Bien, ya me ausento.
ESCENA V
ELISA
y LINSER
ELISA.¿Qué pretendéis, Linser, de esta infelice,
que con tal aparato y tal secreto
la venís a buscar?
LINSER.
La negra
suerte
que os persigue sin fin piadoso veo,
y hacer en cuanto alcance vuestra dicha
es, Elisa divina, lo que anhelo.
ELISA.¿Vos mi dicha, Linser?...
LINSER.
Señora,
oídme.
(Reconoce las avenidas.)
Esperad. Sin temor hablaros puedo.
¿Enlazaros
pensáis a vuestro tío?
ELISA.Sólo al claustro tornar es lo que pienso.
LINSER.¿Al claustro?
ELISA.
Sí, Linser.
LINSER. Qué,
bella
Elisa:
¿el ancho campo que tenéis abierto
de gloria y de poder...?
ELISA.
¡Dios!... ¿Qué pronuncia
vuestro
labio?... De llanto y luto eterno
es el campo que sólo me presentan
mi estrella infausta y mi destino adverso.
LINSER.¡Inocente!... Educada en el retiro
de
la pura virtud, del mundo lejos,
ignoráis que heredera de Aquitania
sois solamente vos... El brillo excelso,
el poder que circunda a vuestro tío,
todo,
divina Elisa, todo es vuestro...
¿Y lo habéis de perder?...
ELISA.
Y ¿cómo
puede
una débil mujer regir el cetro?
Bien en manos de Eudón está. Gustosa
a su presencia y su valor lo cedo.
Y vuelva yo a llorar mis infortunios...
LINSER.¿Qué es ceder?... ¿Qué es ceder?
ELISA.
En este pecho
no mora la ambición.
LINSER.
¡Y ambición fuera!...
ELISA.Eudón gobierne, pues.
LINSER.
¿Juzgáis que el pueblo
admitirá vuestra cesión...?
ELISA.
¿Y acaso
qué ventajas lograra si el gobierno
viera en poder de una infelice joven,
perseguida sin fin del hado acerbo,
hija infelice de infelice padre?
¿O qué ventajas esperar yo puedo,
sino
tal vez mayores infortunios,
cargos y funestísimos recuerdos?
¡Ay! No, jamás, jamás; anhele el solio
otra más venturosa.
LINSER.
El
alto Cielo
a vos os designó para ocuparlo,
y contrariar no es dado sus decretos.
Si vuestros tiernos años juveniles
de experiencia carecen y de esfuerzo,
aún hay en Aquitania, ¡oh bella Elisa!,
prudentes y esforzados caballeros
que os servirán leales con sus armas
y con su autoridad y sus consejos.
En ellos elegir debéis esposo,
que afirme vuestra herencia... Y algún pecho,
que arde por vos en insaciable llama
pronto está, hermosa Elisa...
ELISA.
¡Ah! No pretendo
más que volver al plácido retiro...
LINSER.No; no debéis volver. El trono excelso
os llama en alta voz. Harto conozco
que
hay que vencer estorbos, hollar riesgos
para llegar a él... Pero ¿qué importa?
Nada... Aquí me tenéis... Estoy resuelto
a hacer todo por vos... Vuestra inocencia,
vuestro candor, los infortunios mesmos
que os acosan, ¡oh Elisa!, desde el punto
que abristeis a la luz los ojos bellos,
me interesan por vos. Y por serviros
diera mi sangre y vida... ¡Ah!... ¡Si por premio
lograra yo...! Mas..., ¡ay!, divina Elisa,
que perdonéis mi agitación espero...
Educada en el claustro silencioso,
ignoráis la vehemencia, los efectos
de una ardiente pasión... ¡Cielos!... ¿Qué digo?
Este brazo, señora, y este acero
en vuestro auxilio son. Amor los rige
inflamando a la par aqueste pecho:
no seáis ingrata. ¡Oh Dios!, subid, subid al punto
al trono augusto, al venerando imperio.
ELISA.No os entiendo, Linser... ¡Ay!, si ocuparlo
quisiera yo, decid: ¿no era más cierto
ceder a las instancias de mi tío?...
LINSER.¿Qué decís?... ¡Inocente!... ¡Dios
eterno!...
¿Uniros con Eudón?... ¿Con vuestro tío?...
Si consintierais tal..., ¡sagrado Cielo!,
llegara día de terror, de espanto
en que, rasgado un tenebroso velo,
que no os es dado penetrar, la muerte,
la muerte demandareis por remedio
de involuntario error... Todos los males
del orbe, los más hórridos tormentos,
las penas que os circundan y os agobian
y los mismos suplicios del infierno,
nada fueran, ¡oh Elisa!, comparados
a los que desgarraran vuestro pecho.
Temblad, temblad...
ELISA.(Muy
turbada.)
¿Qué pronunciáis?... No alcanzo...
De terror me llenáis... ¡Ah!... Me estremezco...
¿Qué agitación os turba?... Me retiro...
Estáis fuera de
vos...
LINSER.(Con extrema agitación.)
Sí; sorprenderos
puede tal vez Eudón en este sitio.
Guardad en profundísimo secreto
cuanto habéis escuchado de mi labio,
y sabed que en amor arde mi pecho,
y sabed que yo solo libertaros,
yo solo, y nadie más, ¡oh Elisa!, puedo
del
horrible y oculto precipicio
que ante vos, infeliz, se encuentra abierto.
El Duque de Aquitania
Ángel de Saavedra (Duque de Rivas)
Central Hispano 1999-2000
El Duque de
Aquitania
Ángel de Saavedra (Duque de Rivas)
Acto tercero
ESCENA
I
REYNAL y ARNALDO
ARNALDO.Obediente, señor, a tus preceptos,
aún pavoroso y yerto del espanto
que me ha inspirado la horrorosa historia
que
atónito escuchara de tu labio,
torno a las plantas, que leal venero,
a recibir tus órdenes, ansiando
ver la sangre inocente de tu padre
vengada cual merece, y al tirano,
trémulo ante tus pies, de los horrores
de su terrible crimen abrumado,
rendir el detestable impío cuello
al justo impulso de tu regio brazo.
REYNAL.Lo verás, lo verás. Del alto Cielo
ya se desploma resonante el rayo
tremendo y vengador sobre su frente,
que, aunque a veces tolera a los malvados
para azote del mundo, al fin los hunde
y llega inexorable a castigarlos.
ARNALDO.Pero, ¡oh señor!, prudencia. La prudencia
debe alumbrar tus escondidos pasos.
Y ya que la fortuna tus cadenas
rompió propicia, y con piadosa mano
te arrancó de los muros de Solima,
te ocultó del infame Rotolando,
te trajo disfrazado hasta Aquitania,
hasta tu alcázar mismo, hasta mis brazos,
la benigna influencia de los cielos
no malogremos pues. Es necesario
esperar la ocasión. Y la cautela,
y el sigilo, y la astucia, y el recato
coronarán tus justas intenciones.
REYNAL.Y qué, ¿aún más esperar?... El Cielo santo
dé tolerancia a mi indignado pecho
para tanto sufrir. Avergonzado
estoy ya de ocultar mi egregio nombre
delante del traidor... ¡Ah!... No es de honrados
que la justicia en su demanda tienen,
apelar a la fraude y al engaño.
Del bueno es la verdad, y la mentira,
el arma del inicuo... ¡Oh
fiel Arnaldo!
Cada
vez que a mis ojos se presenta
el vil Eudón, el asesino!... ¡Cuánto,
cuánto me tengo que vencer!... Mil muertes
mejor quisiera... ¡Oh Dios!... ¿Con un tirano
mentir yo y degradarme?... ¡Negra afrenta!
ARNALDO.Es forzoso, señor. Con los malvados
que la virtud y que el honor desprecian
no es delito fingir... Decidme: ¿acaso,
qué esperabais lograr...?
REYNAL.
No
envilecerme.
ARNALDO.Y sin fruto morir..., ¡joven incauto!
La numerosa y formidable guardia
custodia en derredor
este palacio;
nunca el usurpador se encuentra solo;
le guardan dondequier sus partidarios.
Y, cual notaste, siempre receloso,
cuando se deja ver, es rodeado
de sus viles satélites; que el miedo
siempre fuer patrimonio de tiranos.
Fuera en vano intentar el sorprenderle...
¿Qué alcanzarás, ¡ay triste!, si obcecado
de tu justicia y vengador enojo,
rienda a tu juvenil esfuerza dando,
descubrieras tu nombre el duro acero
esgrimiendo sin fruto?... Hecho pedazos
fueras, ¡ay!, al momento... Y qué, ¿tu vida
es sólo tuya?... No; que es del Estado,
de tu hermana infeliz y de la sombra
del grande Alberto. El Cielo aquí te trajo,
no sin fruto a morir, ¡oh amado joven!
A librar a tu pueblo y ser amparo
de una inocente y a vengar a un padre.
REYNAL.¡Amigo!... ¡Qué! Si objetos tan sagrados
no ocuparan mi mente toda entera,
¿piensas que tolerar tiempo tan largo
pudiera yo?... ¡Jamás!
ARNALDO.
Aún hay
valientes,
y volarán ansiosos a ayudaros;
el pueblo que, oprimido y taciturno,
sus hierros baña en impotente llanto,
cuando de Eudón comprenda los delitos,
la horrible usurpación, los atentados;
cuando advierta que dobla la rodilla
a un asesino, a un monstruo; horrorizado
el dócil lloro en varonil denuedo
para vengar tu trono, y sus agravios
tornará; y al mirarte a su cabeza,
las brilladoras armas empuñando,
no habrá más tolerar, y en rabia ardiendo
te
seguirá do quier.
REYNAL.
Amigo Arnaldo,
tus prudentes consejos, la experiencia
del venerable curso de tus años
templan mi arrojo juvenil... Sí, amigo,
asegurar el golpe es necesario,
pues el bien de mi pueblo y mi venganza
depende de él... Mas dime: ¿has avisado
a mi hermana infeliz que, en el momento
que cual suele saliera de palacio
Eudón, viniera a este lugar, y sola?
ARNALDO.Ya está advertida. Mas decid: ¿acaso
intentáis descubrir...?
REYNAL.
Es ya forzoso;
temo que el vil Eudón logre su mano
a favor de la bárbara violencia
de su inocente juventud triunfando.
¿No ves con qué premura se prepara
para hoy mismo la pompa y aparato?
Él no cede jamás de sus intentos...
¿Y ella sola pudiera contrariarlos?...
Sepa
quién soy, quién es, quién el vil monstruo
que pretende feroz tan torpe lazo,
y dando brío a su sencillo pecho
el encontrar en mí su único amparo,
osará
resistir hasta que llegue
el momento que ansiosos esperamos,
y que pronto será. Sí; en cuanto tienda
la ansiada noche el tenebroso manto
ambos iremos con silencio oculto
a buscar a Linel dentro del santo
albergue donde vive. Él de mi padre,
de mi padre infeliz, ¡recuerdo amargo!,
fuer tierno amigo, y la amistad no muere
en pechos do hay virtud. Entre sus brazos
recibirá de Alberto al triste hijo,
que oirá sumiso sus consejos sabios.
Y el de Aquitania a nobles, y caudillos,
y al pueblo, y caballeros, y prelados
convocará en el templo, y todos, todos...
ARNALDO.Ved que Elisa, ¡oh Reynal!, dirige el paso
hacia este sitio.
REYNAL.
¿Elisa?... Yo no puedo
con ella fingir más... Venga a mis brazos.
ARNALDO.Es tan joven, señor...
REYNAL.
Pero es mi
sangre.
ESCENA II
REYNAL, ARNALDO y ELISA
ELISA.Anhelosa, señor, vuelvo a buscaros
a vos, a quien unió la amistad tierna
al infeliz Reynal. ¡Ay!, vuestro labio
de confusión y de terribles dudas
llenó mi pecho. ¡Oh Dios!
REYNAL.
De ella sacaros
es
justo, Elisa... ¡Cielos!
ELISA.
¿Qué os detiene?...
REYNAL.Mi ansioso corazón lo está anhelando.
Mas ¿qué esperáis oír?... ¡Ay triste!... Horrores,
y delitos sin fin, que no escucharon
jamás vuestros oídos inocentes.
Temblad...
ARNALDO.
Más os valiera el ignorarlos.
ELISA.¿Qué?...
Decid... ¿Los impíos sarracenos
entre martirios a mi triste hermano
le robaron el ser?... Las crueldades,
los horribles tormentos de que usaron
con
Reynal infeliz sean patentes
a su hermana... ¡Oh dolor!...
REYNAL.
Templad el llanto.
Otras atrocidades más terribles
son las que
escucharéis. De vuestro hermano
no lamentéis la muerte.
ELISA.
¡Ay desdichada!
En él perdí mi dicha y todo cuanto
me
restaba en el mundo... ¡Ah!... ¿Qué me resta
sino luto y dolor?... ¿Qué?...
ARNALDO.
Sosegaos,
que tal vez la divina Providencia
pronto le ha de volver a vuestros brazos.
ELISA.Cuando al reposo eterno de la tumba
me arrastren mi penar y mis quebrantos.
REYNAL.No, tierna Elisa, no...
ELISA.
Pues qué, ¿los cielos,
compadecidos de mi lloro amargo,
del mudo seno del sepulcro frío,
le tornarán de nuevo a mis halagos?...
No abusad, ¡ay!, de mi dolor...
REYNAL.
¡Elisa!
Consuélate, ¡inocente! Oye: tu hermano
vive...
ELISA.
¿Vive Reynal?... ¡Oh Dios eterno!
¿Por qué queréis de mi aflicción burlaros?
REYNAL.Vive.
ARNALDO.
No
lo dudéis; vive, señora.
ELISA.¿Qué decís?... ¿Cómo?... Venerable
Arnaldo...,
y vos, ¡oh caballero!, ¿no habéis sido
el que la nueva de su muerte trajo?
¿Por qué contradecís?... ¿A esta infelice...?
REYNAL.¡Ay Elisa!...
ARNALDO.
Señora...
REYNAL.
Sí; tu hermano
vive, y el yugo atroz del sarraceno
logró romper; y el poderoso brazo
del dios de las venganzas le ha traído
por ministro de cólera y estrago
al señor de Aquitania, y animoso
será
tu vengador, será tu amparo,
y aquí le tienes, dulce hermana mía.
Mírame: Reynal soy; llega a mis brazos.
ELISA.¿Es sueño?... ¿Tú, Reynal?
ARNALDO.
Él es,
señora.
ELISA.¿Él es? ¿Él es? ¡Oh cielos!... ¡Ay hermano!,
¡hermano de mi alma!...¡Oh gozo!
ARNALDO.
¡Oh
día,
de horror a un tiempo y de placer!... ¡Oh cuadro
el más grato a mis ojos!...
ELISA.
Reynal
mío
¿por qué, di, tan cruel, tan inhumano
este dulce momento a mi ternura
y a mi fraterno amor has retardado?
REYNAL.Llega otra vez a mi agitado seno,
¡ay adorada Elisa!... El Cielo santo
sabe lo que ha costado al pecho mío
fingir contigo, ¡oh Dios! Pero mi labio
ora el secreto horrible, que aún ignoras,
te
hará patente, y temblarás.
ARNALDO.
¡Acaso
puede volver Eudón, señor!
REYNAL.
Tú,
alerta,
observa cuidadoso, y en notando...
ARNALDO.Descansa en mi lealtad.
ESCENA III
REYNAL
y ELISA
ELISA.
¡Crueles
dudas!
¿Cómo, amado Reynal, cómo has logrado
romper el yugo y bárbaras cadenas?...
¿Por qué, di, entre los tuyos disfrazado?
¿Por qué tanta cautela?... ¿Tanto sustento?...
¿Tamaña turbación? ¡Ay!... Yo no alcanzo...
REYNAL.Escúchame, infeliz: oye la historia,
la historia horrible y el destino infausto
de tu triste familia malhadada.
Voy a rasgar el velo ensangrentado
que en torno te circunda... Oye delitos,
reconoce el furor del pecho humano.
ELISA.Acaba...
REYNAL.
Eudón, Eudón, ese perverso...
¿Ves este acero?... Pues el Cielo santo
le
dio para instrumento de venganza
a esta diestra, que abrir está anhelando
con él su aleve pecho, y a esto sólo,
y a nada, a nada más, a su palacio
vuelve
Reynal.
ELISA.
¡Reynal! ¡Cielos! ¿Qué dices?
REYNAL.Él me vendió a los persas por esclavo,
él aumentó mis hórridas prisiones,
él, el pérfido fuer que, emponzoñado
de ambición y de envidia el pecho infame,
armó alevoso la traidora mano,
que a tu padre infeliz, al grande Alberto,
hundió inclemente en el sepulcro helado.
ELISA.¡Qué horror!... ¡Tantos delitos!... ¿Es
posible
que cabe tal furor en pecho humano?
¿Qué más hicieran los feroces tigres?...
¿Y a ese monstruo cruel los dulces lazos
del himeneo...? ¡Ay triste!... El pecho mío
de un oculto terror, aun de mirarlo
sobrecogido estaba... Era la sangre
de mi padre infeliz... ¡Oh dulce hermano
¡Oh secreto fatal!
REYNAL.
¿Tiemblas?... Escucha:
no vil temblor, esfuerzo es necesario.
Ya llega el día, el día de venganza.
ELISA.¿Y su poder?
REYNAL.
¿Qué importa?... Los tiranos
nunca tiene poder que los liberte,
cuando hay virtud y un decidido brazo.
ELISA.Pero
dime, Reynal: ¿cómo supiste
en cautiverio tan penoso y largo...?
REYNAL.Nunca duran ocultos los delitos,
que es fuerza tengan su debido pago.
El
traidor Clariñac, que era un perverso,
del vil Eudón ministro sanguinario,
que me entregó a las bárbaras cadenas,
que fraguó el horroroso asesinato,
cautivo
fuer por fin, que nunca el Cielo
deja sin su castigo a los malvados.
En las hondas mazmorras de Solima
cabe mi los infieles le aherrojaron,
y allí arrastró la mísera existencia
en silencio tenaz algunos años.
Hasta que el filo agudo de la muerte
dio justo fin a su maldad, y estando
en las postreras ansias, oprimido
de sus negros delitos y arrojando
horrísonas y bárbaras blasfemias,
me descubrió el horrible asesinato
y rindió el alma vil... Desde aquel punto
mi
pecho en ira ardió, y horrorizado,
juré justa venganza... Sí; venganza.
Y en el silencio de la noche, acaso
más, de una vez, el sanguinoso espectro
de
mi padre infeliz se ha presentado
a mi agitada y angustiosa mente,
lívido y yerto, la venganza ansiando.
Y vengado serás, ¡oh padre mío!,
y vengado serás, que ya a mis brazos
no oprimen los pesados eslabones,
ya los pude romper, y en tu palacio
estoy, en tu palacio, que profana
tu aleve matador... ¿Y ya qué aguardo?
¿Aún vive?... ¿Y libre estoy?...
ELISA.
¿Dónde te arrastra
tu dolor?... ¡Infeliz!... Detén el paso.
¿Dónde vas?... ¿Dónde vas?...
REYNAL.
A la venganza.
ELISA.¡A morir!... ¿Tu peligro, triste hermano,
no ves?... ¡Ay!... ¿Y me dejas?...
REYNAL. Sólo
veo
el cadáver sangriento y destrozado
de mi padre infeliz, que sangre anhela,
ya mi tardanza tímida culpando.
ELISA.¿Dónde
tu justa cólera te lleva?
¿No ves que estás en los fraternos brazos?...
¿No ves que eres mi escudo?
REYNAL.
¡Oh Dios!... ¡Elisa!...
¿Eres tú...? Sí...; mi hermana... El ser tu amparo
puede tan sólo contener mi arrojo.
Por ti guardo mi vida... Es necesario
el golpe asegurar... Elisa mía,
jura beber la sangre del tirano
y estrechada a mi seno en ira horrenda
inflama el corazón...
ELISA
¡Reynal amado!...
Pero
¿qué miro?... ¡Oh Dios!... Linser se acerca.
Huye, y no para siempre nos perdamos.
¡Huye!
REYNAL.
¿Linser o Eudón?...
ELISA.
Huye
al momento,
medita el golpe...
REYNAL.
Huir...
ELISA.
Si no,
frustrados
tus
intentos serán.
REYNAL.
Pronto en su sangre
veré empapadas con placer mis manos.
ESCENA IV
ELISA y
LINSER
LINSER.(Al entrar se detiene en el fondo del teatro
hasta concluir los cuatro primeros versos.)
¿Otra vez con Clonard?... ¿Y demudada
sorpresa, turbación, ternura, espanto
manifiesta a la par?... ¡Clonard!... ¡Oh cielos!...
¿No estaba, ¡ay de mí!, triste entre sus brazos?
Pero ¿qué me detengo? Elisa hermosa,
anheloso
otra vez vengo a buscaros,
del vivo fuego que mi pecho abrasa
agitado sin fin... Ya sofocarlo
por más tiempo no puedo. Eudón muy pronto
debe a éste alcázar retornar, y en tanto,
quisiera yo...
ELISA.
¡Linser!
LINSER.
¿Qué manifiesta
vuestro semblante?... ¡Elisa!...
ELISA.
¡Cielos
santos!
ESCENA V
LINSER, solo
LINSER.¿Huye de mí?... ¿Qué es esto?... ¡Elisa,
Elisa!
Ese joven..., no hay duda, al oír mis pasos
veloz huyó... ¿Y Elisa le abrazaba?
Sí; le abrazaba... ¡Dios eterno! ¿Acaso
algún oculto amante...? ¿Y qué lo dudo?
¿Y mis designios quedarán frustrados?
¿La tierna Elisa...? Sí... Yo no, ¡pues nadie!
¡Amor!... ¡Celos crueles! Se burlaron
mi pasión, mis
intentos... Pues al punto
Eudón lo sepa. Al punto, partidario
suyo seré otra vez. Él sólo puede,
sin advertir mi amor feroz, vengarlo.
El Duque de
Aquitania
Ángel de Saavedra (Duque de Rivas)
Central Hispano 1999-2000
El Duque de
Aquitania
Ángel de Saavedra (Duque de Rivas)
Acto cuarto
ESCENA I
EUDÓN y LINSER
EUDÓN.La violencia; Linser; no hay más partido.
Ni
el haber escuchado la noticia
ya cierta de la muerte de su hermano,
ni mi anheloso afán, ni mis caricias,
ni de mis reflexiones y consejos
el grave peso y persuasión
continua
la convencen. Y es fuerza que esta noche
jure ante los altares el ser mía.
Ya no hay más dilación. La luz primera
mi esposa la ha de ver, y a la hora misma
que de Reynal la muerte se publique,
publíquese mi enlace.
LINSER.
Pero ¿a Elisa
le has propuesto otra vez...?
EUDÓN.
Esta
mañana
le hablé, cual sabes, a tu propia vista,
y notaste también su repugnancia.
Pero
no la extrañé; como nacida
de su costumbre al claustro y al retiro,
y esperaba que al cabo lograrían
mis palabras, mi amor y la dulzura
a mi pasión y voluntad rendirla.
Después, dos veces, la busqué, y en ambas
la he encontrado, Linser, tan decidida
y tan diversamente repugnante,
que no sé qué pensar. Cuando creía
que al ver perdido a su infeliz hermano
se decidiera a mis instancias finas,
la encuentro más tenaz. Después que supo
este suceso, que mi cetro afirma,
y que se desahogó su sentimiento,
torné a instarle amoroso. Pero Elisa,
al escuchar de nuevo mis razones,
la grandeza y poder que lograría
con
mi mano y el trono, y de este fuego
que arde en mi corazón la llama viva,
en mí clavó los ojos, y agitada
de temor y sorpresa, las mejillas
pálidas inundó de lloro amargo,
sin contestar a las razones mías.
Ahora volví a encontrarla, y cuando apenas
el labio abrí, diciéndole: «¡Oh mi Elisa!,
no tan cruel a la pasión violenta
que arde en mi corazón, dura resistas.»
Feroz clavó sus ojos en los míos;
se estremeció después, turbó la vista,
y luego, no, Linser, ya con dulzura,
con aquella dulzura y voz sumisa
con que hablaba otra vez, sino animosa,
y casi con osada altanería:
«Señor -me dijo-, basta. Esas palabras,
esa
expresión de amor, esas caricias
dejad: impropias son en vuestro labio,
e insultan mi dolor y mis desdichas,
mientras más pienso en mi infeliz estado,
más
el mundo y los hombres me horrorizan.»
LINSER.¿Así dijo, señor...? Que tan mudada...
EUDÓN.Sí, tan mudada está. Ya no es Elisa
aquella joven, inocente y tierna,
que,
agradeciendo, humilde, mis caricias,
con respeto amoroso me miraba.
Aquella amable joven que, expresiva,
me rogaba tornarla a su retiro,
orlada en candidez su frente linda.
Ya no... Dura altivez en su semblante
y fiero orgullo en sus miradas brilla.
¡Tal es mi suerte, amigo, que mis gustos
jamás completos son...! Sí, mi sobrina,
indomable, desprecia el amor mío.
Ya perdí la esperanza de rendirla...
¡Oh destino cruel!... Con su esquiveza,
con su altivo desdén, más me cautiva.
Mi pecho es un volcán que me consume.
Sí, Linser; la ambición, aquella activa
pasión que de mi pecho era el tirano,
y que a tanto delito me inducía,
ya cede su lugar al amor solo
en este corazón. Di: ¿lo creerías?...
Lo digo a mi pesar...
LINSER.
¡Señor!... Me pasma.
EUDÓN.Y
el confesarlo a mí me ruboriza.
Lástima ten de mi infeliz estado...
Mi absoluto poder, que hoy se autoriza
con el fin de Reynal; el alto solio,
que
tanto un tiempo ansié, y hasta la vida,
gozoso, diera por su amor, gozoso,
por ver más grata a la indomable Elisa.
Mas ¿dó este frenesí me arrastra?... Aun puedo
abrigar
la esperanza... Di: ¿imaginas
que aún podrán mis halagos...?
LINSER.
Yo...
EUDÓN.
¿Qué
juzgas?
¿En su pecho tal vez...?
LINSER.
Reinar podría
alguna otra afición.
EUDÓN.
¡Eh!...
Tus palabras
son veneno, cruel... La tierna Elisa
no conoce el amor... ¿En el retiro
del claustro cómo quieres...?
EUDÓN.
¿Quién
se
libra
de sus tiros, señor? No hay un asilo
do no penetren sus ardientes viras.
EUDÓN.¿Y qué, Linser?...
LINSER.
Señor, en este pecho
la lealtad hacia vos siempre se anida.
Y no os debo ocultar lo que mis ojos
han visto.
EUDÓN.
Acaba. ¿Qué?...
LINSER.
Vuestra
sobrina
ama a Clonard.
EUDÓN.
Es bárbara impostura.
LINSER.La he
visto en sus brazos.
EUDÓN.
¡Negra ira!
¿De Clonard? ¿De ese joven? ¿Dónde? ¿Cuándo?...
LINSER.La conmoción que vuestro seno agita
calmad, señor, y oídme. Ha corto tiempo
que en busca vuestra a este lugar venía,
y de ese joven la encontré en los brazos,
prodigándole halagos y caricias.
Percibir quise en vano sus palabras,
pero que eran de amor bien se advertía.
La expresión del semblante, el vivo fuego
de sus ojos, la tez de sus mejillas,
empapadas
tal vez de dulce lloro,
de amor pintaban la pasión más viva.
Escucharon mis pasos, y al momento
cobarde huyó Clonard, quedando Elisa
en muda turbación. Yo,
aparentando
no haber notado nada, ante su vista
me presento. Pero ella, consternada,
trémula, sin aliento, sorprendida,
sin escucharme y exclamando al Cielo,
se retiró a su estancia.
EUDÓN.
¡Estrella impía!
¿Qué me has dicho, Linser?... Celos, sospechas,
pensamientos horribles me atosigan.
¿Y puede aparentar tanta inocencia
quien alberga en su pecho tal malicia?
Un amante..., ¡oh furor!..., ¡exceso horrible!
Pero ¿a Clonard, acaso, conocía?...
¿O cómo pudo, en el escaso tiempo
que en Aquitania está, tan repentina
pasión formar?
LINSER.
Señor, Clonard, sin duda,
ya ha tiempo que de acuerdo con Elisa
está. Y es falso que de Chipre viene,
ni a Rotolando vio, ni a la noticia
que trajo debes de dar crédito alguno.
EUDÓN.¿Qué? ¿Vivirá Reynal?... Dime: ¿imaginas...?
LINSER.Imagino, señor, que ese malvado
astuto la tal nueva fraguaría
para entrar sin peligro en tu palacio
a
dar cima su intento. ¿No advertías
su turbación cuando contigo hablaba?...
EUDÓN.Sí, y aún más advertí... ¡Suerte enemiga!...
Cierto furor brillaba en su semblante;
en su ademán, arrojo y osadía.
En sus palabras... ¡Ah!...
LINSER.
La dulce calma
vuelva a tu corazón. De tu sobrina
detesta,
y que del claustro silencioso
torne a la reclusión triste y sombría.
Y que ese joven al momento vea
el premio merecido a su perfidia.
EUDÓN.Linser, nuevas sospechas me devoran.
¿Ese joven...? ¡Qué horror!... ¡Ah!... Le abomina
mi corazón... ¿Será, tal vez...? Amigo,
mucho importa saber quién es, sus miras
cuáles
son... Sí; le temo.
LINSER.
Es un malvado
que supo seducir a tu sobrina;
no es nada más, no temas.
EUDÓN. Anda
al punto.
Venga a mis plantas la traidora Elisa.
ESCENA II
EUDÓN, solo
EUDÓN.¡Oh confusión!... ¡Oh rabia!... ¿Rotolando
descuidarse tal vez...? No... Fiel, vigila
por mi seguridad... ¿Y por ventura
de Reynal partidario, acaso espía
este joven será?... ¡Duras sospechas!...
¡Con qué aspereza habló!... ¡Cuánta osadía
manifiesta su faz!... Más no es posible
un seductor infame, que de Elisa
pervierte el corazón... ¿Y esta infelice
mi amor desecha y otro amor abriga?...
¿Dó mi pasión me arrastra?... Mas ya viene
para aclarar mejor la trama inicua.
Sagacidad y astucia es necesario.
ESCENA III
EUDÓN, ELISA y LINSER
EUDÓN.Llega, llega sin susto; ven, mi Elisa.
¿Goza la calma tu inocente pecho?...
¿Estás
más sosegada, más tranquila?...
Sí, tu faz apacible lo demuestra.
¿Se ha convencido ya tu alma sencilla
de que rehusar no debes mi cariño?...
Pero... ¿callas?... ¿Y
tiemblas?... ¿Y suspiras?...
¿Qué manifiestas, di?...
ELISA.
¿Por qué pretendes
aumentar mi dolor?... ¿Por qué tu vista
saciar
en mi aflicción y amarga pena?
Yo, blanco de pesares y desdichas,
a la par que conozco más el mundo,
mi alma con más vehemencia lo abomina.
¡Oh claustro
silencioso..., dulce albergue
de inocencia y virtud!
EUDÓN.
Y bien, Elisa:
mi paternal ternura, mi cariño,
a hacer feliz tu suerte sólo aspiran.
No es extraño que lágrimas copiosas
inunden hoy tus pálidas mejillas.
Que eres hermana al fin. Pero ¿esta pena
eterna en ti ha de ser?... No; la alegría
renacerá en tu alma, pues disgusto
no hay que del tiempo a la impresión resista.
Ya lo conocerás. Por eso extraño
que una joven amable y tierna y linda
clame con tal afán por el retiro,
y en él anhele sepultar sus días.
Tu deudo soy, tu amigo el más sincero;
no quiera el Cielo que jamás te oprima;
mi conato es tu bien. Y así, te pido
que me hables francamente, amada Elisa;
conozco que repugnas mi terneza,
advierto que mi amor con tedio miras.
Pero
¿he de imaginar por tu esquiveza,
que no es capaz de amar tu alma sencilla?
El respeto tal vez que me profesas
en tu inocente pecho lugar quita
a otro
afecto más dulce y delicioso.
Mi edad, ya sosegada y aun marchita,
se aleja de tus años juveniles
y a tu tierna beldad fuego no inspira.
Por tanto, no me ofenden tus repulsas.
Nadie manda en su pecho. Y no sería
nuevo que hacia otro objeto más dichoso
el tuyo se inclinase. Dime, Elisa:
¿jamás sentiste el delicioso fuego
del dulce amor?... ¿Jamás halló tu vista
algún objeto que inspirar pudiese
allá en tu corazón...?
ELISA.
¡Señor!
EUDÓN.
Podía
inclinación oculta...
ELISA.
¡Cuál me ofenden
tan injustas sospechas!
EUDÓN.
Ofendida
no puede ser por mí... jamás... Yo sólo
lo pretendo saber, ¡oh tierna Elisa!,
para vencerme, y desistir al punto
de
mi importunidad, y accedería
a enlazarte, gozoso, en el instante
al dueño que tú elegirías.
Sí, a enlazarte con él; nunca dudando
que fuera tu elección juiciosa y digna.
Un joven de tu edad, un caballero
como acaso Clonard...
ELISA.
¡Suerte
enemiga!
EUDÓN.Sí...,
Clonard...; no te turbes...
ELISA.
¡Dios eterno!...
¿Qué pronunciáis? ¿Dó estoy? ¡Estrella impía!
EUDÓNBasta, pérfida, basta; te comprendo.
¿Notas, Linser...? Su rostro patentiza
su funesta pasión.
ELISA.
¡Señor!... ¡Oh cielos!
EUDÓN.Sí; no hay duda, Linser. En la hora misma
venga Clonard, y mire al vil objeto
de su elevada maldad, de su perfidia.
Tráelo al punto, Linser.
ESCENA IV
EUDÓN
y ELISA
EUDÓN.
Joven traidora,
que dio a la seducción grata acogida,
tiembla por ti, y a un tiempo por tu amante.
¿Quién es...?
Dime: ¿quién es...?
ELISA.
En vano aspiras
a saberlo de mí; pronto tú mismo
temblando lo sabrás.
EUDÓN.
Perversa
Elisa,
tu crimen te envanece. ¡Desdichada!...
Allí viene... ¡Infeliz!... ¡Oh negra ira!
ESCENA V
EUDÓN, ELISA, REYNAL y LINSER
EUDÓN.Mira, vil seductor; mira, ahí la tienes.
Miserable infeliz, al joven mira
objeto de tu amor... Ambos el premio
veréis de vuestra infame alevosía.
REYNAL.Modera ese furor, monstruo inhumano.
Teme mi nombre y la venganza mía.
EUDÓN.¿Quién eres tú que, altivo, me amenazas?...
Di, infame seductor; dilo: ¿imaginas
que hablas con un tu igual?
REYNAL.
Si
conocieras
al que insultas, tirano, temblarías.
EUDÓN.¿Qué?...
ELISA.
Calla, por piedad... ¡Ay!
EUDÓN.
¡Cómo! ¡Aleve!
¿Al silencio le exhortas, fementida?
ELISA.¡Ay!...
REYNAL.
Vil usurpador...
EUDÓN.
Guardias, Rugero,
Claremont..., venid todos.
REYNAL.
¿Por
qué
gritas?...
¿Saber quieres quién soy? Soy quien tu sangre
beber anhela ansioso... ¿Te horrorizas?...
Ya no hay más tolerar..., no, que este acero
(Saca la espada y se arroja hacia EUDÓN.)
es un rayo que el Cielo te fulmina.
¡Muere!
ESCENA VI
EUDÓN, REYNAL, ELISA, LINSER. y GUARDIAS
EUDÓN.(En ademán de huir con gran pavor.)
¡Linser!
REYNAL.(A los guardias, que en cuanto entran le rodean y
detienen.)
¡Traidores!
ELISA.
¡Ay hermano!...
Ved que es vuestro Reynal.
EUDÓN.
Guardias,
mentira.
LINSER.¡Qué escucho!
ELISA.
Reynal es...
REYNAL.
Sí; el
tirano
que
os oprime es Eudón.
EUDÓN.
Esa arma inicua
no vea yo jamás, nobles soldados;
ved que es un impostor... Hace un momento
que
en su labio escuchasteis la noticia
del fin funesto de Reynal, y ahora...
Ved su maldad patente...
ELISA.
¡Suerte
impía!
REYNAL.Aquitanos...
EUDÓN.
¡Eh! Basta; no escuchadle.
A ese infeliz, que tan aleve intriga
osó fraguar, y que la gloria y nombre
de vuestro noble príncipe se aplica,
húndelo tú, Rugero, en el instante
de aqueste alcázar en las hondas minas.
ELISA.¿Así a vuestro señor...?
REYNAL.
Ceder es
fuerza.
EUDÓN.Claremont, arrebata a mi sobrina
de los impuros brazos de su amante.
Condúcela a su estancia y, fiel, vigila
todos sus pasos... ¿Qué os detiene, amigos?...
Cumplid sin más tardanza la orden mía.
Arrastradlo de aquí, llevadle a donde
sobre él descargue el brazo mi justicia.
ELISA.¡Cruel!...
REYNAL.
¡Que así profanen los tiranos
tan sacrosanto nombre!... ¡Tierna Elisa!...
No importa; sí, llevadme... El justo Cielo
que, benigno, a los buenos apadrina,
me arrancará de la prisión horrenda
para vengar tu crimen fratricida.
(Hace una demostración de horror Eudón, y la mitad de
los guardias se llevan por un lado a Reynal, y la otra
mitad a Elisa por otro diferente.)
ESCENA VII
EUDÓN y LINSER
EUDÓN.¿Qué es esto? ¿Dónde estoy? ¿Quién me ha
vendido?
Traición, traición, Linser. ¡Aciago día!
Sí, Reynal es... Su arrojo, su denuedo,
el furor que en su frente y ojos brilla,
y la sed de venganza que le ahoga,
y el pánico terror que me horroriza
al recordar su tronador acento,
que es Reynal claramente patentiza...
Yo tiemblo..., ¡oh confusión!... Linser..., amigo,
¿qué insano frenesí mi pecho abriga?
Van a quedar patentes mis delitos,
voy a perder el cetro y fama y vida,
y me abrasa el amor..., Linser; me abrasa
en este momento..., en la hora misma
en que el Cielo mi frente amenazando
el rayo vengador airado vibra;
de mi pasión la llama vividora
me turba el alma, el corazón me agita...
¿Mas qué pronuncio?... ¡Oh vil traición! ¡Oh
cielos!
¡Ella será tal vez!... Di: ¿será Elisa
la que en premio a mi amor habrá forjado
mi exterminio fatal y mi ruïna?
¡Qué voz..., qué acero, ¡oh Dios!..., ¡qué llama
horrenda
arde en su seno atroz!... Y fratricida
me dijo..., sí, Linser; tú lo escachaste...
¿Mas dó mi espanto, adónde me extravía?...
¿Juzgas tú que es Reynal?
LINSER. Él
es, no hay duda.
EUDÓN.¿Y ha de triunfar de mí?... Jamás..., ¡oh
ira!
En mi poder está...; muera al momento.
De su padre infeliz las huellas siga.
LINSER.¡Señor!
EUDÓN. No
hay otro medio: hierro y sangre
guarden mi cetro y la existencia mía.
El Duque de Aquitania
Ángel de Saavedra (Duque de Rivas)
Central Hispano 1999-2000
El Duque de
Aquitania
Ángel de Saavedra (Duque de Rivas)
Acto quinto
ESCENA I
ELISA, sola
ELISA.¿En dónde le hallaré?... ¿Dónde mis pasos
dirigiré en su busca?... ¡Desdichada!
¿Qué intento?... ¡Ay infeliz!... ¿Por qué la suerte
rompió el terrible yugo que enlazaba
tu amado cuello, ¡oh Dios!, para entregarte
de estos verdugos a la atroz, venganza?...
Tal
vez no existes ya...; tal vez la mano
que en la paterna sangre se empapara
habrá hundido, sañuda, el hierro impío
en tu seno, ¡ay hermano!, yo la causa
fuí
de tu perdición. ¡Destino adverso!
¡Y el pueblo lo consiente?... ¿Y Aquitania
sufre tranquila que en su seno sea
sacrificado su señor? ¡Oh alta
justicia de los cielos!, ¿lo toleras?...
¡Traidores!... ¿Dónde voy, desventurada?...
A morir con Reynal... Mas ¿quién se acerca?...
¿Yo sola en este sitio?... ¿Do me arrastran
mis
desdichas?...
ESCENA II
LINSER y ELISA
LINSER.
Señora.
ELISA.
¿Quién? ¡Oh espanto!
LINSER.¿Dónde, infelice, vais?... ¿De vuestra
estancia
cómo osasteis salir?... Con tal peligro,
¿qué esperáis alcanzar?...
ELISA.
¡Ay
Linser!... Nada,
nada me arredra. Di: ¿vive mi hermano?
Sólo salvarle...
LINSER.
Detened la planta.
Escuchadme, señora: yo, yo he sido
de este infortunio, sin querer, la causa.
Yo..., ¡Elisa!..., ardo en amor; el pecho mío
es un volcán, cuya espantosa llama
me devora...; yo os amo, y negros celos
en mí vertieron su ponzoña insana.
Perdonadme un error...; yo vuestro escudo
seré. Mi brazo y mi tajante espada
de vuestro hermano son... Mas, ¡ay!, al menos
mirad sin ceño mi pasión, no ingrata
burléis de mi dolor...; yo la existencia
defenderé de vuestro hermano.
ELISA.
Basta
no más, hombre cruel; tú, partidario,
satélite del bárbaro que osara
tanto delito cometer, ¿pretendes
engañarme a la par con tus palabras?
¿Qué fe, dime, tener puedo en tu brazo,
en tus ofertas, di, qué confianza?
LINSER.Señora, ¡oh Dios!..., aunque mi negra suerte
con ese monstruo bárbaro me enlaza,
jamás, jamás, ministro de sus iras,
en sangre vi mis manos salpicadas.
Si no pude oponerme a sus furores,
nunca los aplaudí. La ardiente rabia
de una sospecha vil me hizo perverso.
Me hizo vil delator..., mas a tus plantas
perdón imploro ya.
ELISA.
Y aunque tus manos
en la inocente sangre no mancharas,
dime: ¿a la usurpación nos has cooperado
y a la opresión y engaño de la patria,
hollando la lealtad y la justicia?...
LINSER.¿Y
qué en lidiar contra el poder lograra?
ELISA.Ser bueno y virtuoso: el que sostiene
del malvado el delito, y medra, y calla,
es también delincuente.
LINSER.
En desagravio
la libertad, la vida, la venganza
de Reynal..., ¡ay!..., Eudón, Eudón, ¡oh cielos!
¿si habrá escuchado acaso mis palabras?...
ELISA.Ese temor es un delito.
ESCENA III
ELISA, LINSER y EUDÓN
ELISA.
¿Adónde,
tirano,
vas..., adónde?... ¿Aún no te sacias
de crímenes?... Si sangre sólo anhelas,
sangre de tu familia malhadada,
vierte la mía, cruel. Hunde en mi seno
con
risa fiera la brillante daga.
EUDÓN.¿Me pensabas burlar, altiva joven?
¿Cómo salir osaste de tu estancia?
¿Qué intentas, infeliz?... Esfuerzos vanos
contra de
mi poder. Ya tu esperanza
rendida está a mis pies... ¿En quién confías?
¿De quién socorro, por ventura, aguardas?
ELISA.Del Cielo vengador; ¡monstruo, asesino!
EUDÓN.¿Qué
osaste pronunciar?... Tiembla, insensata.
ELISA.El crimen tiemble, la inocencia nunca.
EUDÓN.¡Eh!... ¡Basta de altivez, desventurada!
En mi poder estás, y está en prisiones
el mal aconsejado que intentaba
arrancarme del trono... ¡Miserable!...
Su juvenil arrojo, ¿qué lograra?...
ELISA.¡Cielos..., cielos!... ¿Lo veis?...
EUDÓN.
¿Qué me detengo
en escuchar inútiles plegarias?
Tu hermano va a morir.
ELISA.
¿Qué escucho? ¡Cielos!
¡Oh Dios!... ¡Monstruo!
EUDÓN.
Terrible le amenaza
este puñal. (Saca un puñal.) ¿Lo ves?...
ELISA.
¡Qué horror!... ¡Soldados,
aquitanos, venid..., libradle!...
EUDÓN.
¡Calla!
¿Qué logran tus acentos impotentes,
que
en estos altos artesones vagan
y se pierden sin fruto?... La voz mía
tan sólo se obedece en Aquitania...
Mas ¿por qué tardo? En su iracundo pecho
escóndase este acero al punto... Nada,
nada le puede ya salvar...
ELISA.
¡Ay triste!
¡Señor..., saciad en mí tan ciega rabia!
Ensangrentad,
ensangrentad la diestra
antes en este seno... A vuestras plantas
vedme rendida, sí; dadme la muerte,
dádmela, por piedad... ¿Qué os acobarda?...
¿Qué teméis a
Reynal? ¿Entre prisiones
no le tenéis seguro?... ¿Ya no enlazan
su cuello juvenil, sus tiernos brazos,
las hórridas cadenas?... ¿Y no basta?
Hundidme a mí con él en la honda sima,
de ella jamás el desdichado salga,
pero que viva al menos, y, entre tanto,
sed el dueño absoluto de Aquitania,
sin abrigar temor. Mas si os ahoga
sed a sangre, bebed la de su hermana.
¿Qué os detiene?...
EUDÓN.
¿Qué es esto?... ¿Me abandona
mi esfuerzo a la impresión de sus palabras?
ELISA.Herid,
herid..., cruel.
EUDÓN.
Escucha, Elisa:
¿quieres la vida de Reynal?... Lograrla
tan sólo a ti te es dado.
ELISA.
¡Señor!... ¡Cielos!...
¿Yo salvarle?... ¡Gran Dios!
EUDÓN.
Sí; se desarma
mi cólera violenta a tu atractivo.
Ven al momento, júrame en las aras
tu amor y fe, y el nudo de himeneo
enlace para siempre nuestras almas,
y vivirá Reynal.
ELISA.
¿Qué pronunciaste?...
¡Oh
vil verdugo!... ¡Oh
fiera sanguinaria!...
¿Yo mi diestra enlazar con esa diestra
de la paterna sangre salpicada?...
¡Qué
horror! ¿Yo unirme a ti? ¡Cielos! ¡Malvado!
¡Parricida!... ¡Jamás! ¡Cuál me gritara
desde el mudo silencio de la tumba
de mi padre infeliz la sombra airada!...
Antes
rotas las bóvedas celestes
contra mí lancen su tremenda llama...
No, padre, no; ¡jamás!
EUDÓN.
¿Jamás?... Pues muera.
ELISA.¡Justo Dios!...
Socorredle.
EUDÓN
Elige,
ingrata.
O mi mano, o su muerte ¿No respondes?
¿Brillan tus ojos de furor? ¿Y callas?...
Muera, pues tú lo quieres... Linser, toma,
toma este acero, corre, en las entrañas
del infeliz Reynal húndelo al punto.
De tu amistad confío mi venganza.
Vuela, no tardes.
ELISA.
¡Ay Linser!... ¡Oh cielos!
Espérate, verdugo.
EUDÓN.
Linser, marcha.
ESCENA IV
EUDÓN y ELISA
ELISA.¡Linser..., Linser!... Ministro de un tirano,
¿cómo no has de albergar lodo y falacia?
¡Ay hermano infeliz!... Cruel... ¿No temes
la justicia de Dios?... ¿No te acobarda
tanto delito?... Di, ¡feroz verdugo!...:
¿No ves el mar de sangre en que naufragas?...
Linser...,
traidor... Reynal..., Reynal..., tu vida...
Sí..., vive..., vive a costa de tu hermana...
Vamos, monstruo, al altar. ¿Qué más pretendes?
A mi hermano infeliz, por piedad, salva.
EUDÓN.¡Qué tarde!... Tal vez ya no será tiempo...
Elisa, Elisa... ¡Ay Dios!
ELISA.
Sí...; corre..., llama
a Linser... ¿No adviertes... qué alarido?
EUDÓN.¿Qué terrible rumor...?
ELISA.
¡Ay, vuela!...
EUDÓN.
Aparta.
¿Qué nueva confusión...?
ELISA.
¿Que ya no existe?...
EUDÓN.¿Qué estruendo...? ¿Quién se acerca? ¡Cielos,
guardias!
¿Ya
la fortuna airada me abandona,
y el brazo eterno sobre mí descarga?
ESCENA V
EUDÓN, ELISA y LINSER, que sale herido en brazos de los
guardias
EUDÓN.Linser... ¿Qué miro?... ¡Cómo!
LINSER.
Sí,
malvado;
ya el Cielo vengador sus rayos lanza;
de haber sido tu amigo me castiga,
y al sueño eterno tu amistad me arrastra.
ELISA.¿Y Reynal?...
LINSER.
Escuchadme: a la honda cueva
donde
era su prisión me aproximaba,
no a cumplir tus decretos sanguinarios,
sino a cumplir, ¡oh Elisa!, mi palabra,
cuando escucho alaridos horrorosos,
que
Reynal y Reynal sólo clamaban,
y al punto miro al pueblo enfurecido
las puertas quebrantar del alto alcázar
con Arnaldo y Linel, que a su cabeza
su arrojo alientan, su furor exaltan.
Penetraron los fosos y rastrillos,
arrollando do quier tus fieles guardias,
y al verme a mí, «¡Mirad, mirad su amigo!»,
gritan, y esgrimen las terribles armas,
y no aprovecha el ruego ni la fuga,
que en pos de mí la multitud se lanza,
y me hiere y prosigue furibunda
en busca de Reynal...
EUDÓN.
¿Qué escucho?... ¡Oh rabia!...
LINSER.Elisa, perdonadme; mi delito
es haber sido débil... Ya me falta
la fuerza... ¡Ay Dios!...
EUDÓN.
Llevad a ese infelice
do lejos de mi vista rinda el alma.
No escuchemos de un débil moribundo
la lastimera voz.
(Se lo llevan parte de los guardias.)
ESCENA VI
EUDÓN, ELISA y GUARDIAS
EUDÓN.
Vuestras espadas
en mi defensa son, fieles soldados.
Si los viles cobardes que guardaban
las puertas no supieron en mi auxilio
cómo debieran manejar la lanza,
vosotros, que sois nobles, que a mí solo
debéis riqueza, honor, poder y fama,
ayudadme a humillar el desenfreno
de esa plebe infeliz, que está engañada
por un necio impostor...
ELISA.
Y qué, ¿aun le insultas?...
Teme el poder de Dios, que te amenaza.
EUDÓN.Quita, y no más mi cólera provoques,
ELISA.¿Intentas resistir?... ¿Dó te arrebata
tu cólera?... ¿Aún más sangre?... Cede, cede
a la justicia... Evita la venganza
del pueblo y de Reynal... Huye... Yo ofrezco
conseguir el perdón...
EUDÓN.
¡Perdón!... ¡Oh infamia!
Muerte, muerte no más. Aún el Destino
nuevos triunfos tal vez grato me aguarda.
Mas ya se acercan..., ¡oh furor!... Soldados...
ESCENA VII
EUDÓN, ELISA, GUARDIAS, REYNAL y ARNALDO.
PUEBLO
Entran más guardias huyendo del pueblo
ELISA.¡Justo Dios!...
REYNAL.
Esperad; a la venganza
tan sólo basto yo.
EUDÓN.(Se esconde entre sus guardias.)
Guardias, ¡matadle!
PUEBLO.¡Muera!
REYNAL.
Esperad.
PUEBLO.
Perezca con su guardia,
si le defiende.
REYNAL. No;
no haya más sangre
que la suya.
ELISA.
¡Ay hermano de mi alma!
REYNAL.Tirano, ven. ¿Adónde estás, tirano?
¿Por qué te escondes? Ven...
ELISA.
¡Reynal!
REYNAL.
Aparta.
ARNALDO.(Adelantándose y
conteniendo a REYNAL.)
Soldados, ¿defendéis a ese perverso?
Ved que es usurpador. Ved que manchada
en la sangre de Alberto está su diestra.
Abandonadle,
pues. Dejad las armas,
que no son para apoyo de tiranos,
sino para defensa de la patria.
Este es vuestro señor.
(Señalando a REYNAL.)
PUEBLO.
Reynal lo es
sólo.
GUARDIAS.Pues a Reynal seguimos.
(Se van al lado del pueblo, abandonando a EUDÓN, a cuyo
lado quedan los dos jefes de ella.)
EUDÓN.
¡Negra
rabia!...
Todos, todos traidores... Pues yo quito
a
tu pecho el placer de la venganza.
(Arranca el puñal de uno de los jefes, y se hiere y cae
en sus brazos.)
TODOS.¡Viva Reynal!
ELISA.(Abrazando a REYNAL)
¡Hermano idolatrado!
REYNAL.Padre, vengado estás. Sombra, descansa.
ARNALDO.El justo Cielo siempre a los tiranos
fin tan horrendo, inexorable, guarda.
FIN