José María Blanco White

Poesía. Selección


A la Inmaculada Concepción de Nuestra Señora

De célico placer y gozo lleno,
el pecho arrebatado
se dilata, y el fuego desusado
no cabe ya en mi seno.
Céfiro vuela en torno presuroso5
de mi olvidada lira,
y entre sus cuerdas plácido me inspira
el canto delicioso.
Naturaleza toda de hermosura
nueva se ve adornada,10
y risueña la tierra está bañada
de celestial dulzura.
Más claro el sol se muestra y resplandece
con dulces esplendores;
el prado se matiza en mil colores15
y mil flores ofrece.
Corre ya el duro hielo desatado
y pierde su aspereza
la escarpada montaña, su braveza
el león despiadado.20
Pacen en uno el tigre y el cordero,
y en la débil cabaña
seguro está el ganado, ni la saña
teme del lobo fiero.
Recoge el labrador la apetecida25
espiga no sembrada,
y ya la corva reja abandonada
se mira enmohecida.
Todo es placer, que ya el Omnipotente
vuelve el rostro piadoso30
al mundo desdichado, y amoroso
salva a la humana gente.
Excita nuestro Dios su fuerte brazo,
y el instante apresura
en que el velo mortal a la criatura35
se unirá en fuerte lazo.
Forma, del negro sello libertada,
la poderosa mano,
digna Madre, que al Hijo soberano
dé carne inmaculada.40
Gozoso el mundo en tan felice día,
ya presiente cercano
a su libertador, y el inhumano
yugo que le oprimía
Sacude de su cuello lastimado;45
y el opresor violento
cubre el altivo rostro, y macilento
huye precipitado.
Libre es el Universo, y las naciones
de la tierra postradas,50
celebran, de ternura arrebatadas,
las disueltas prisiones.
Rotas mira el tirano de su imperio
las pesadas cadenas,
y que a sufrir va, mísero, entre penas55
infame cautiverio.
Mira de Adán la prole venturosa
de nuevo ennoblecida,
y en gloria de los hombres convertida
su astucia cautelosa.60
Brama, y en odio vil y en ira ardiendo,
con hórrido estampido
al abismo se arroja, que el gemido
repite en sordo estruendo.

Una tormenta nocturna en alta mar

¡Gran Dios, gran Dios, qué miro!
El sol se sumergió, y el negro velo
desarrolló la noche sobre el cielo;
mas con plácido giro
una hueste de estrellas se derrama5
por la ancha faz del alto firmamento.
¡Cuál reverbera la gloriosa llama
del gran señor del día!
¡cuál rayos no prestados
por las regiones del espacio envía!10
¡Oh Dios, y qué soy yo! Punto invisible
entre tanta grandeza;
aquí sentado sobre un mar terrible,
tiemblo al ver su fiereza.
No ha mucho, oh mar, que te miré halagüeño15
con bonancible y plácido reposo,
bullendo en risa amable,
juguetear con este enorme leño.
¡Traidor!, ¡oh, quién juzgara
que tu favor no fuese más estable!20
¿Por qué mudas color? ¿Por qué oscureces
el espejo grandioso en que miraba
el estrellado cielo su hermosura?
Tan presto ¡ay de mí! acaba
de un plácido entusiasmo la dulzura.25
Embebecida ¡oh Dios! cuando contemplo,
en religiosa calma,
esta tu habitación, tu eterno templo,
a tu trono inmortal vuela mi alma.
¡Oh si del bien supremo30
pudiera aquí mirar la no turbada
imagen y gozarme en su belleza!
Mas de uno al otro extremo
del planeta inferior en que resido,
el mal hace su nido35
y por él agitada,
la gran naturaleza
parece apetecer su antigua nada.
¡Oh cómo gime el viento!
Con lúgubre concierto agudas voces40
parecen lamentarse entre las velas,
y estremecer sus telas
con perpetuo temblor, aunque veloces
a escapar se apresuran.
¡Oh cuál mal aseguran45
los marineros sus desnudas plantas!
Al cielo te levantas
y bajas al abismo, oh frágil nave,
cual leve pluma, o cual peñasco grave.
¿Por qué no busco asilo50
en el estrecho y congojoso seno
del cerrado navío?...
No; rompa aquí, si quiere, el débil hilo
de mi vida la suerte:
no me arredra la muerte,55
mas si viniere ¡oh Dios! en ti confío.
¿Por qué temer? ¿No estás en la tormenta
lo mismo que en la calma más tranquila?
La nube que destila
aljófar en presencia de la aurora,60
¿no es tuya, como aquesta que amedrenta
con su espesor mi nave voladora?
¿Y qué es morir? Volver al quieto seno
de la madre común de ti amparado;
o bien me abisme en el profundo cieno65
de este mar alterado,
o yazga bajo el césped y sus flores,
donde en la primavera
cantan las avecillas sus amores...
¡Oh traidores recuerdos que desecho,70
de paz, de amor, de maternal ternura,
no interrumpáis la cura
que el infortunio comenzó en mi pecho!
¡Imagen de la amada madre mía,
retírate de aquí, no me derritas75
el corazón que he menester de acero,
en el amargo día
de angustia y pena que azorado espero!
¡Tú, imagen de mi padre, que me incitas
a contender con el furor del hado,80
consérvate a mi lado!,
que aunque monstruo voraz, el mar profundo
me sepultare en su interior inmundo,
contigo el alma volará hacia el cielo,
libre y exenta de este mortal velo.85

A Don Manuel José Quintana
Fragmento

No muda el corazón, tan sólo muda
de cielo el infeliz que su destino
quiere evitar huyendo el patrio suelo
que le hizo aborrecer su desventura.
¡Ay, Quintana! ¡Ay, mi amigo! La mudanza5
debiera hacerse dentro el pecho mío,
donde la fuente del dolor se anida,
adonde está la flecha emponzoñada
que va huyendo conmigo y se encrudece
al mismo paso que me agito y pugno10
por arrancarla del doliente seno.
No, no me dejará. Si bien pasara
aun más allá de la inclemente cima
del Cáucaso nevado, o si a las olas
en voladora nave me entregase15
y a par del soplo de Aquilón huyera,
mi pena y mi dolor fueran conmigo,
conmigo ¡ay, triste! la áspera montaña
treparan, y conmigo surcarían
la faz inmensa del ondoso golfo.20
No hay asilo en la tierra, el universo
es estrecha prisión do el infelice
en derredor-de sí gira los ojos
y los vuelve a girar, y siempre encuentra
el espesor del insensible muro25
que termina su vista y su esperanza.
¡Mísero yo! No sé por qué delito
pruebo la dura suerte que algún día
juzgué sólo al inicuo destinada.
¡Ah! no la merecí; no, dulce amigo;30
tú lo sabes, lo sabe el pecho mío,
centro y testigo fiel de mi inocencia,
como de mi dolor. Jamás el crimen
pudo halagarme; no, jamás. Lo juro
por mi infelicidad. ¡Si yo lo amara!35
¡Oh si lo amara!..., el encendido llanto
que corre de mis ojos, nunca, nunca
los viniera a empañar, ni la amargura
hubiera emponzoñado así mi vida.
No es el llorar para el malvado. Miente40
el que lo intenta persuadir, e insulta
al dolor desvalido, a la inocencia,
a la misma virtud. Sólo en sus ojos
se ven impresas del dolor las huellas.
El malvado es feliz. Tiende la vista45
en derredor de sí, sensible amigo,
y verás la sonrisa entre sus labios
desplegarse tranquila a cada instante.
La etérea hueste de placeres vuela
ante su rostro. A par de su deseo50
templa o agita las sutiles alas.
Las alas ¡ay! que para huir de un triste
no iguala en rapidez al pensamiento.
Naturaleza toda le obedece
¿qué importa si forzada? El crudo hielo,55
el Aquilón furioso, el rayo ardiente,
respetan su morada, y rechazados
de sus robustos muros, contra el débil
pajizo techo su furor ejercen.
Allí dormía el labrador, rendido60
al incesante afán con que sustenta
de su opulento dueño los placeres.
Él pereció. Tal vez el ronco estruendo
del huracán que arrebató su choza,
al poderoso adormeció en el lecho.65
Ve cuál reposa en tanto que la aurora
vuelve a brillar al devastado campo.
¡Oh día! ¡Oh! Nunca fueras para el triste
que por su mal sobrevivió al estrago.
Campos de soledad y horror lo cercan:70
vuelve y revuelve la espantada vista,
y el valle y la pradera desconoce,
que fue un tiempo su cuna y su universo.
Las tiernas mieses, antes su esperanza,
su cuidado, su amor, entre la arena75
del torrente marchitas, sólo muestran
dó estuvo el campo que el sudor paterno
al sembrarlas regó. Murieron ellas,
con ellas pereció el robusto brazo
que las hizo nacer para sus hijos.80
¿Y éstos quedaron?... ¿para qué? Sus pasos
sigue hasta la ciudad, amigo; al dueño
van a implorar en su abandono horrible;
quizá hallarán piedad. ¿Cómo negarla
al triste objeto que verán sus ojos?85
Ya llegan; van a entrar. En el exceso
del agudo dolor que los acosa,
de la nativa timidez se olvidan.
«¿Dónde está? ¿Quién?», les dice un vil esclavo
y les impide el umbral: «¡Groseros!,90
reposa todo en el palacio ahora,
¡lejos de aquí!»... Pasmados, insensibles
ante las puertas quedan. Entretanto
el sol pasa ya la mitad del cielo;
un confuso murmullo les anuncia95
que el señor se aproxima. La carroza,
tirada de magníficos caballos,
les hace huir. De la insolente turba
de envilecidos siervos rechazados,
apenas hallan do fijar la planta.100
Mas ya viene con paso presuroso
el opulento potentado. Al verle
alzan las manos y dolientes claman:
«¡Señor!», y la voz trémula les falta.
Una mirada estúpida hacia ellos105
dirige, y distraído, al mismo instante
se sume en la carroza y desparece.
Id, desdichados, id; de estéril rabia
se me destroza el pecho; ni el alivio
me queda de las lágrimas, que un tiempo110
por vos mis ojos fáciles vertían,
cuando mi pecho lleno de esperanzas
creyó tener en su ternura inmensa,
inagotable, algún pequeño alivio
que ofrecer a la turba de infelices115
a quien desde el nacer se unió mi alma.
Id, pues, volad al punto; en el delito
el recurso buscad que el hado os niega.
Verted sangre, vertedla. Giman todos.
Los que os hacen gemir y el inocente120
envueltos caigan; sí, de llanto y sangre
inúndese la tierra; giman, giman.
Y si el destino bárbaro os guardare
a fenecer en el cadalso..., sea.
Id, vengad vuestra muerte de antemano.125
Lobo crüel o mansa oveja quiere
el hado hacernos. No, no queda duda
en la elección. Si el lobo fina acaso
en manos del pastor, la simple oveja
presa es del lobo y del pastor a un tiempo[...]130

La revelación interna

¿Adónde te hallaré, Ser Infinito?
¿En la más alta esfera? ¿En el profundo
abismo de la mar? ¿Llenas el mundo
o en especial un cielo favorito?
«¿Quieres saber, mortal, en dónde habito?»,5
dice una voz interna. «Aunque difundo
mi ser y en vida el universo inundo,
mi sagrario es un pecho sin delito.
«Cesa, mortal, de fatigarte en vano
tras rumores de error y de impostura,10
ni pongas tu virtud en rito externo;
no abuses de los dones de mi mano,
no esperes cielo para un alma impura
ni para el pensar libre fuego eterno.»

En una ausencia

¿Dónde estás que no te encuentro,
dulce amor del alma mía?
¡Maldición eterna el día
que arrancó mi bien de ti!
¿Dónde están aquellas horas5
que el amor me dio en tus brazos?
¿Quién rompió los tiernos lazos
con que unido estuve a ti?
Hado bárbaro me sigue,
no hay mudanza en mi fortuna.10
Infeliz desde la cuna,
infeliz seré al morir.
Dame tregua la esperanza,
pruebo el bien, mas pronto vuela;
si un instante me consuela,15
luego aumenta mi gemir.
Si ambicioso el pecho mío
dichas mil pidiera al cielo,
bien pudiera el vano anhelo
con dureza castigar.20
Mas no quiero yo esos bienes:
vierta en otros su tesoro;
sólo pido un bien que adoro
y jamás lo he de gozar.
Retirado a oculto asilo,25
denme ¡ay Dios! que en dulce calma,
embebida en ti mi alma,
viva exento de temor.
¡Qué placer! Allí mi gloria
fuera verte a cada instante,30
mi universo tu semblante,
mi ventura sólo amor.
Y no amor arrebatado,
pasajero, mal seguro,
sino aquel tranquilo y puro,35
hecho sólo a consolar;
lento fuego, hermosa llama
cual la luz del occidente,
que al ponerse, aunque no ardiente,
nunca deja de brillar.40
Débil choza bastaría
a prestarnos fiel asilo,
que un hogar, cuando es tranquilo,
sobra a un puro corazón.
Guarden ¡ay! esos tiranos45
para sí el poder, la gloria;
de ellos sólo en mi memoria
quedará la compasión.
¡Ah! Yo en medio de mis males
sé que tengo quien me llora,50
quien en este instante, ahora,
suspirando por mí está.
Ellos ¡míseros! me envidien,
que no saben qué es ternura;
yo más quiero esta amargura55
que el placer que el oro da.