CANTO I
A mitad del camino de
la vida,
1[L1]
en una selva oscura me
encontraba
2[L2]
porque mi ruta había
extraviado.
3
¡Cuán dura cosa es decir cuál era
esta salvaje selva, áspera y fuerte
que me vuelve el temor al
pensamiento!
6
Es tan amarga casi cual la muerte;
mas por tratar del bien que allí
encontré,
de otras cosas diré que me
ocurrieron.
9
Yo no sé repetir cómo entré en ella
pues tan dormido me hallaba en el punto
que abandoné la senda verdadera.
12
Mas cuando hube llegado al pie de un
monte,
13[L3]
allí donde aquel valle terminaba
que el corazón habíame aterrado,
15
hacia lo alto miré, y vi que su cima
ya vestían los rayos del planeta
que lleva recto por cualquier
camino.
18[L4]
Entonces se calmó aquel miedo un poco,
que en el lago del alma había entrado
la noche que pasé con tanta
angustia.
21
Y como quien con aliento anhelante,
ya salido del piélago a la orilla,
se vuelve y mira al agua
peligrosa,
24
tal mi ánimo, huyendo todavía,
se volvió por mirar de nuevo el sitio
que a los que viven traspasar no
deja.
27
Repuesto un poco el cuerpo fatigado,
seguí el camino por la yerma loma,
siempre afirmando el pie de más
abajo.
30
Y vi, casi al principio de la cuesta,
una onza ligera y muy veloz,
32[L5]
que de una piel con pintas se
cubría;
33
y de delante no se me apartaba,
mas de tal modo me cortaba el paso,
que muchas veces quise dar la
vuelta.
36
Entonces comenzaba un nuevo día,
y el sol se alzaba al par que las
estrellas
que junto a él el gran amor divino
39
sus bellezas movió por vez primera;
40[L6]
así es que no auguraba nada malo
de aquella fiera de la piel
manchada
42
la hora del día y la dulce estación;
mas no tal que terror no produjese
la imagen de un león que luego vi.
45[L7]
Me pareció que contra mí venía,
con la cabeza erguida y hambre fiera,
y hasta temerle parecia el aire.
48
Y una loba que todo el apetito
49[L8]
parecía cargar en su flaqueza,
que ha hecho vivir a muchos en
desgracia.
51
Tantos pesares ésta me produjo,
con el pavor que verla me causaba
que perdí la esperanza de la
cumbre.
54
Y como aquel que alegre se hace rico
y llega luego un tiempo en que se
arruina,
y en todo pensamiento sufre y
llora:
57
tal la bestia me hacía sin dar
tregua,
pues, viniendo hacia mí muy
lentamente,
me empujaba hacia allí donde el sol
calla.
60
Mientras que yo bajaba por la
cuesta,
se me mostró delante de los
ojos
alguien que, en su silencio, creí mudo.
63
Cuando vi a aquel en ese gran
desierto
«Apiádate de mi ‑yo le
grité‑,
seas quien seas, sombra a hombre vivo.»
66
Me dijo: «Hombre no soy, mas hombre
fui,
y a mis padres dio cuna
Lombardía
pues Mantua fue la patria de los
dos.
69
Nací sub julio César, aunque
tarde,
70[L9]
y viví en Roma bajo el buen
Augusto:
tiempos de falsos dioses mentirosos.
72
Poeta fui, y canté de aquel justo
73[L10]
hijo de Anquises que vino de
Troya,
cuando Ilión la soberbia fue abrasada.
75
¿Por qué retornas a tan grande
pena,
y no subes al monte
deleitoso
que es principio y razón de toda
dicha?»
78
« ¿Eres Virgilio, pues, y aquella
fuente
de quien mana tal río de
elocuencia?
‑respondí yo con frente
avergonzada‑.
81
Oh luz y honor de todos los poetas,
válgame el gran amor y el gran trabajo
que me han hecho estudiar tu gran
volumen.
84
Eres tú mi modelo y mi
maestro;
el único eres tú de quien
tomé
el bello estilo que me ha dado honra.
87[L11]
Mira la bestia por la cual me he
vuelto:
sabio famoso, de ella ponme a
salvo,
pues hace que me tiemblen pulso y
venas.»
90
«Es menester que sigas otra
ruta
‑me repuso después que vio mi
llanto‑,
si quieres irte del lugar salvaje;
93
pues esta bestia, que gritar te
hace,
no deja a nadie andar por su
camino,
mas tanto se lo impide que los mata;
96
y es su instinto tan cruel y tan
malvado,
que nunca sacia su ansia codiciosa
y después de comer más hambre aún
tiene.
99
Con muchos animales se amanceba,
y serán muchos más hasta que venga
101[L12]
el Lebrel que la hará morir con duelo.
102
Éste no comerá tierra ni peltre,
sino virtud, amor,
sabiduría,
y su cuna estará entre Fieltro y
Fieltro.
105
Ha de salvar a aquella humilde
Italia
por quien murió Camila, la
doncella,
Turno, Euríalo y Niso con heridas.
108[L13]
Éste la arrojará de pueblo en
pueblo,
hasta que dé con ella en el
abismo,
del que la hizo salir el Envidioso.
111[L14]
Por lo que, por tu bien, pienso y
decido
que vengas tras de mí, y seré tu
guía,
y he de llevarte por lugar eterno,
114
donde oirás el aullar
desesperado,
verás, dolientes, las antiguas
sombras,
gritando todas la segunda muerte;
117
y podrás ver a aquellas que contenta
el fuego, pues confían en llegar
a bienaventuras cualquier día;
120
y si ascender deseas junto a
éstas,
más digna que la mía allí hay un
alma:
te dejaré con ella cuando marche;
123[L15]
que aquel Emperador que arriba
reina,
puesto que yo a sus leyes fui
rebelde,
no quiere que por mí a su reino subas.
126
En toda parte impera y allí
rige;
allí está su ciudad y su alto
trono.
iCuán feliz es quien él allí destina!»
129
Yo contesté: «Poeta, te
requiero
por aquel Dios que tú no
conociste,
para huir de éste o de otro mal más
grande,
132
que me lleves allí donde me has dicho,
y pueda ver la puerta de San Pedro
y aquellos infelices de que me hablas.»
135
Entonces se echó a andar, y yo tras
él.
CANTO II
El día se marchaba, el aire oscuro
a los seres que habitan en la tierra
quitaba sus fatigas; y yo sólo
3
me disponía a sostener la guerra,
contra el camino y contra el
sufrimiento
que sin errar evocará mi mente.
6
¡Oh musas! ¡Oh alto ingenio,
sostenedme!
¡Memoria que escribiste lo que
vi,
aquí se advertirá tu gran nobleza!
9
Yo comencé: «Poeta que me
guías,
mira si mi virtud es
suficiente
antes de comenzar tan ardua
empresa.
12
Tú nos contaste que el padre de
Silvio,
13[L16]
sin estar aún corrupto, al
inmortal
reino llegó, y lo hizo en cuerpo y
alma.
15
Pero si el adversario del
pecado
le hizo el favor, pensando el gran
efecto
que de aquello saldría, el qué y el
cuál,
18
no le parece indigno al hombre
sabio;
pues fue de la alma Roma y de su
imperio
escogido por padre en el Empíreo.
21
La cual y el cual, a decir la
verdad,
como el lugar sagrado fue
elegida,
que habita el sucesor del mayor Pedro.
24
En el viaje por el cual le alabas
escuchó cosas que fueron motivo
de su triunfo y del manto de los
papas.
27
Alli fue luego el Vaso de Elección,
28[L17]
para llevar conforto a aquella fe
que de la salvación es el principio.
30
Mas yo, ¿por qué he de ir? ¿quién me lo
otorga?
Yo no soy Pablo ni tampoco
Eneas:
y ni yo ni los otros me creen digno.
33
Pues temo, si me entrego a ese viaje,
que ese camino sea una locura;
eres sabio; ya entiendes lo que
callo.»
36
Y cual quien ya no quiere lo que quiso
cambiando el parecer por otro nuevo,
y deja a un lado aquello que ha
empezado,
39
así hice yo en aquella cuesta oscura:
porque, al pensarlo, abandoné la
empresa
que tan aprisa había comenzado.
42
«Si he comprendido bien lo que me has
dicho
‑respondió del magnánimo la
sombra
la cobardía te ha atacado el alma;
45
la cual estorba al hombre muchas veces,
y de empresas honradas le desvía,
cual reses que ven cosas en la
sombra.
48
A fin de que te libres de este miedo,
te diré por qué vine y qué
entendí
desde el punto en que lástima te tuve.
51
Me hallaba entre las almas suspendidas
52[L18]
y me llamó una dama santa y bella,
53[L19]
de forma que a sus órdenes me
puse.
54
Brillaban sus pupilas más que
estrellas;
y a hablarme comenzó, clara y
suave,
angélica voz, en este modo:
57
“Alma cortés de Mantua, de la
cual
aún en el mundo dura la
memoria,
y ha de durar a lo largo del tiempo:
60
mi amigo, pero no de la
ventura,
tal obstáculo encuentra en su
camino
por la montaña, que asustado vuelve:
63
y temo que se encuentre tan
perdido
que tarde me haya dispuesto al
socorro,
según lo que escuché de él en el cielo.
66
Ve pues, y con palabras
elocuentes,
y cuanto en su remedio
necesite,
ayúdale, y consuélame con ello.
69
Yo, Beatriz, soy quien te hace caminar;
70[L20]
vengo del sitio al que volver
deseo;
amor me mueve, amor me lleva a
hablarte.
72
Cuando vuelva a presencia de mi
Dueño
73[L21]
le hablaré bien de ti
frecuentemente.”
Entonces se calló y yo le repuse:
75
“Oh dama de virtud por quien
supera
tan sólo el hombre cuanto se
contiene
con bajo el cielo de esfera más
pequeña,
78[L22]
de tal modo me agrada lo que
mandas,
que obedecer, si fuera ya, es ya
tarde;
no tienes más que abrirme tu deseo.
81
Mas dime la razón que no te
impide
descender aquí abajo y a este
centro,
desde el lugar al que volver ansías.”
84
“ Lo que quieres saber tan por
entero,
te diré brevemente ‑‑me
repuso
por qué razón no temo haber bajado.
87
Temer se debe sólo a aquellas
cosas
que pueden causar algún tipo de
daño;
mas a las otras no, pues mal no hacen.
90
Dios con su gracia me ha hecho de tal
modo
que la miseria vuestra no me
toca,
ni llama de este incendio me consume.
93
Una dama gentil hay en el cielo
94[L23]
que compadece a aquel a quien te
envío,
mitigando allí arriba el duro juicio.
96
Ésta llamó a Lucía a su presencia;
97[L24]
y dijo: «necesita tu
devoto
ahora de ti, y yo a ti te lo
encomiendo».
99
Lucía, que aborrece el
sufrimiento,
se alzó y vino hasta el sitio en que yo
estaba,
101[L25]
sentada al par de la antigua
Raquel.
102
Dijo: “Beatriz, de Dios vera
alabanza,
cómo no ayudas a quien te amó
tanto,
y por ti se apartó de los
vulgares?
105[L26]
¿Es que no escuchas su llanto
doliente?
¿no ves la muerte que ahora le
amenaza
en el torrente al que el mar no
supera?”
108
No hubo en el mundo nadie tan
ligero,
buscando el bien o huyendo del
peligro,
como yo al escuchar esas palabras.
111
“Acá bajé desde mi dulce
escaño,
confiando en tu discurso
virtuoso
que te honra a ti y aquellos que lo
oyeron.”
114
Después de que dijera estas
palabras
volvió llorando los lucientes
ojos,
haciéndome venir aún más aprisa;
117
y vine a ti como ella lo
quería;
te aparté de delante de la
fiera,
que alcanzar te impedía el monte bello.
120
¿Qué pasa pues?, ¿por qué, por qué
vacilas?
¿por qué tal cobardía hay en tu pecho?
¿por qué no tienes audacia ni
arrojo?
123
Si en la corte del cielo te apadrinan
tres mujeres tan bienaventuradas,
y mis palabras tanto bien
prometen.»
126
Cual florecillas, que el nocturno hielo
abate y cierra, luego se levantan,
y se abren cuando el sol las
ilumina,
129
así hice yo con mi valor cansado;
y tanto se encendió mi corazón,
que comencé como alguien valeroso:
132
«!Ah, cuán piadosa aquella que me
ayuda!
y tú, cortés, que pronto obedeciste
a quien dijo palabras verdaderas.
135
El corazón me has puesto tan ansioso
de echar a andar con eso que me has
dicho
que he vuelto ya al propósito
primero.
138
Vamos, que mi deseo es como el tuyo.
Sé mi guía, mi jefe, y mi maestro.»
Asi le dije, y luego que echó a andar,
141
entré por el camino arduo y
silvestre.
CANTO III
POR MÍ SE VA HASTA LA CIUDAD DOLIENTE,
POR MÍ SE VA AL ETERNO SUFRIMIENTO,
POR MÍ SE VA A LA GENTE CONDENADA.
3
LA JUSTICIA MOVIÓ A MI ALTO ARQUITECTO.
HÍZOME LA DIVINA POTESTAD,
EL SABER SUMO Y EL AMOR PRIMERO.
6[L27]
ANTES DE MÍ NO FUE COSA CREADA
SINO LO ETERNO Y DURO ETERNAMENTE.
DEJAD, LOS QUE AQUÍ ENTRÁIS, TODA
ESPERANZA. 9
Estas palabras de color oscuro
vi escritas en lo alto de una puerta;
y yo: «Maestro, es grave su
sentido.»
12
Y, cual persona cauta, él me repuso:
«Debes aquí dejar todo recelo;
debes dar muerte aquí a tu
cobardía.
15
Hemos llegado al sitio que te he dicho
en que verás las gentes doloridas,
que perdieron el bien del
intelecto.»
18
Luego tomó mi mano con la suya
con gesto alegre, que me confortó,
y en las cosas secretas me
introdujo.
21
Allí suspiros, llantos y altos
ayes
resonaban al aiire sin
estrellas,
y yo me eché a llorar al
escucharlo.
24
Diversas lenguas, hórridas
blasfemias,
palabras de dolor, acentos de
ira,
roncos gritos al son de manotazos,
27
un tumulto formaban, el cual
gira
siempre en el aiire eternamente
oscuro,
como arena al soplar el
torbellino.
30
Con el terror ciñendo mi
cabeza
dije: «Maestro, qué es lo que yo
escucho,
y quién son éstos que el dolor abate?»
33
Y él me repuso: «Esta mísera
suerte
tienen las tristes almas de esas
gentes
que vivieron sin gloria y sin
infamia.
36[L28]
Están mezcladas con el coro
infame
de ángeles que no se
rebelaron,
no por lealtad a Dios, sino a ellos
mismos.
39
Los echa el cielo, porque menos bello
no sea, y el infierno los rechaza,
pues podrían dar gloria a los
caídos.»
42
Y yo: «Maestro, ¿qué les pesa tanto
y provoca lamentos tan
amargos?»
Respondió: «Brevemente he de decirlo.
45
No tienen éstos de muerte
esperanza,
y su vida obcecada es tan
rastrera,
que envidiosos están de cualquier
suerte.
48
Ya no tiene memoria el mundo de
ellos,
compasión y justicia les
desdeña;
de ellos no hablemos, sino mira y
pasa.»
51
Y entonces pude ver un
estandarte,
que corría girando tan
ligero,
que parecía indigno de reposo.
54
Y venía detrás tan larga
fila
de gente, que creído nunca
hubiera
que hubiese a tantos la muerte
deshecho.
57
Y tras haber reconocido a
alguno,
vi y conocí la sombra del que
hizo
por cobardía aquella gran
renuncia.
60[L29]
Al punto comprendí, y estuve
cierto,
que ésta era la secta de los
reos
a Dios y a sus contrarios
displacientes.
63[L30]
Los desgraciados, que nunca
vivieron,
iban desnudos y azuzados
siempre
de moscones y avispas que allí había.
66
Éstos de sangre el rostro les
bañaban,
que, mezclada con llanto,
repugnantes
gusanos a sus pies la recogían.
69
Y luego que a mirar me puse a otros,
vi gentes en la orilla de un gran río
y yo dije: «Maestro, te suplico
72
que me digas quién son, y qué
designio
les hace tan ansiosos de
cruzar
como discierno entre la luz escasa.»
75
Y él repuso: «La cosa he de
contarte
cuando hayamos parado nuestros
pasos
en la triste ribera de Aqueronte.»
78[L31]
Con los ojos ya bajos de
vergüenza,
temiendo molestarle con
preguntas
dejé de hablar hasta llegar al
río.
81
Y he aquí que viene en bote hacia
nosotros
un viejo cano de cabello antiguo,
83[L32]
gritando: «¡Ay de vosotras, almas
pravas!
84
No esperéis nunca contemplar el
cielo;
vengo a llevaros hasta la otra
orilla,
a la eterna tiniebla, al hielo, al
fuego.
87
Y tú que aquí te encuentras, alma
viva,
aparta de éstos otros ya
difuntos.»
Pero viendo que yo no me marchaba,
90
dijo: «Por otra via y otros
puertos
a la playa has de ir, no por
aquí;
más leve leño tendrá que llevarte».
93[L33]
Y el guía a él: «Caronte, no te
irrites:
así se quiere allí donde se
puede
lo que se quiere, y más no me
preguntes.»
96
Las peludas mejillas del
barquero
del lívido pantano, cuyos
ojos
rodeaban las llamas, se calmaron.
99
Mas las almas desnudas y
contritas,
cambiaron el color y
rechinaban,
cuando escucharon las palabras crudas.
102
Blasfemaban de Dios y de sus
padres,
del hombre, el sitio, el tiempo y la
simiente
que los sembrara, y de su nacimiento.
105
Luego se recogieron todas juntas,
llorando fuerte en la orilla malvada
que aguarda a todos los que a Dios no
temen.
108
Carón, demonio, con ojos de fuego,
llamándolos a todos recogía;
da con el remo si alguno se
atrasa.
111
Como en otoño se vuelan las hojas
unas tras otras, hasta que la rama
ve ya en la tierra todos sus despojos,
114
de este modo de Adán las malas
siembras
se arrojan de la orilla de una en
una,
a la señal, cual pájaro al reclamo.
117
Así se fueron por el agua
oscura,
y aún antes de que hubieran
descendido
ya un nuevo grupo se había formado.
120
«Hijo mío ‑cortés dijo el
maestro
los que en ira de Dios hallan la
muerte
llegan aquí de todos los países:
123
y están ansiosos de cruzar el
río,
pues la justicia santa les
empuja,
y así el temor se transforma en deseo.
126
Aquí no cruza nunca un alma
justa,
por lo cual si Carón de ti se
enoja,
comprenderás qué cosa significa.»
129
Y dicho esto, la región oscura
tembló con fuerza tal, que del espanto
la frente de sudor aún se me baña.
132
La tierra lagrimosa lanzó un viento
que hizo brillar un relámpago rojo
y, venciéndome todos los sentidos,
135
me caí como el hombre que se duerme.
CANTO IV
Rompió el profundo sueño de mi mente
un gran trueno, de modo que cual hombre
que a la fuerza despierta, me
repuse;
3
la vista recobrada volví en torno
ya puesto en pie, mirando fijamente,
pues quería saber en dónde estaba.
6
En verdad que me hallaba justo al borde
del valle del abismo doloroso,
que atronaba con ayes infinitos.
9
Oscuro y hondo era y nebuloso,
de modo que, aun mirando fijo al fondo,
no distinguía allí cosa ninguna.
12
«Descendamos ahora al ciego mundo
‑‑dijo el poeta todo amortecido‑:
yo iré primero y tú vendrás
detrás.»
15
Y al darme cuenta yo de su color,
dije: « ¿Cómo he de ir si tú te
asustas,
y tú a mis dudas sueles dar
consuelo?»
18
Y me dijo: «La angustia de las gentes
que están aquí en el rostro me ha
pintado
la lástima que tú piensas que es
miedo.
21
Vamos, que larga ruta nos espera.»
Así me dijo, y así me hizo entrar
al primer cerco que el abismo
ciñe.
24[L34]
Allí, según lo que escuchar yo
pude,
llanto no había, mas suspiros
sólo,
que al aire eterno le hacían
temblar.
27
Lo causaba la pena sin
tormento
que sufría una grande
muchedumbre
de mujeres, de niños y de hombres.
30
El buen Maestro a mí: «¿No me
preguntas
qué espíritus son estos que estás
viendo?
Quiero que sepas, antes de seguir,
33
que no pecaron: y aunque tengan
méritos,
no basta, pues están sin el
bautismo,
donde la fe en que crees principio
tiene.
36
Al cristianismo fueron
anteriores,
y a Dios debidamente no
adoraron:
a éstos tales yo mismo pertenezco.
39
Por tal defecto, no por otra
culpa,
perdidos somos, y es nuestra
condena
vivir sin esperanza en el deseo.»
42
Sentí en el corazón una gran
pena,
puesto que gentes de mucho
valor
vi que en el limbo estaba suspendidos.
45
«Dime, maestro, dime, mi
señor
‑yo comencé por querer estar
cierto
de aquella fe que vence la ignorancia‑:
48
¿salió alguno de aquí, que por sus
méritos
o los de otro, se hiciera luego
santo?»
Y éste, que comprendió mi hablar
cubierto,
51
respondió: «Yo era nuevo en este
estado,
cuando vi aquí bajar a un
poderoso,
coronado con signos de victoria.
54[L35]
Sacó la sombra del padre
primero,
y las de Abel, su hijo, y de
Noé,
del legista Moisés, el obediente;
57
del patriarca Abraham, del rey
David,
a Israel con sus hijos y su
padre,
y con Raquel, por la que tanto hizo,
60[L36]
y de otros muchos; y les hizo santos;
y debes de saber que antes de eso,
ni un esptritu humano se salvaba.»
63
No dejamos de andar porque él hablase,
mas aún por la selva caminábamos,
la selva, digo, de almas apiñadas
66
No estábamos aún muy alejados
del sitio en que dormí, cuando vi un
fuego,
que al fúnebre hemisferio
derrotaba.
69
Aún nos encontrábamos distantes,
mas no tanto que en parte yo no viese
cuán digna gente estaba en aquel
sitio.
72
«Oh tú que honoras toda ciencia y arte,
éstos ¿quién son, que tal grandeza
tienen,
que de todos los otros les separa?»
75
Y respondió: «Su honrosa
nombradía,
que allí en tu mundo sigue
resonando
gracia adquiere del cielo y
recompensa.»
78
Entre tanto una voz pude
escuchar:
«Honremos al altísimo
poeta;
vuelve su sombra, que marchado había.»
81
Cuando estuvo la voz quieta y
callada,
vi cuatro grandes sombras que
venían:
ni triste, ni feliz era su rostro.
84
El buen maestro comenzó a
decirme:
«Fíjate en ése con la espada en
mano,
que como el jefe va delante de ellos:
87
Es Homero, el mayor de los
poetas;
el satírico Horacio luego
viene;
tercero, Ovidio; y último, Lucano.
90[L37]
Y aunque a todos igual que a mí les
cuadra
el nombre que sonó en aquella
voz,
me hacen honor, y con esto hacen bien.»
93
Así reunida vi a la escuela bella
de aquel señor del altísimo canto,
que sobre el resto cual águila
vuela.
96
Después de haber hablado un rato entre
ellos,
con gesto favorable me miraron:
y mi maestro, en tanto, sonreía.
99
Y todavía aún más honor me hicieron
porque me condujeron en su hilera,
siendo yo el sexto entre tan grandes
sabios.
102
Así anduvimos hasta aquella luz,
hablando cosas que callar es bueno,
tal como era el hablarlas allí
mismo.
105
Al pie llegamos de un castillo noble,
siete veces cercado de altos muros,
guardado entorno por un bello
arroyo.
108
Lo cruzamos igual que tierra firme;
crucé por siete puertas con los sabios:
hasta llegar a un prado fresco y
verde.
111
Gente había con ojos graves, lentos,
con gran autoridad en su semblante:
hablaban poco, con voces suaves.
114
Nos apartamos a uno de los lados,
en un claro lugar alto y abierto,
tal que ver se podían todos ellos.
117
Erguido allí sobre el esmalte verde,
las magnas sombras fuéronme mostradas,
que de placer me colma haberlas
visto.
120[L38]
A Electra vi con muchos compañeros,
121[L39]
y entre ellos conocí a Héctor y a
Eneas,
y armado a César, con ojos
grifaños.
123
Vi a Pantasilea y a Camila,
124[L40]
y al rey Latino vi por la otra parte,
que se sentaba con su hija
Lavinia.
126
Vi a Bruto, aquel que destronó a
Tarquino,
127[L41]
a Cornelia, a Lucrecia, a Julia, a
Marcia;
128[L42]
y a Saladino vi, que estaba solo;
129[L43]
y al levantar un poco más la vista,
vi al maestro de todos los que saben,
131[L44]
sentado en filosófica familia.
132
Todos le miran, todos le dan honra:
y a Sócrates, que al lado de Platón,
están más cerca de él que los
restantes;
135
Demócrito, que el mundo pone en duda,
Anaxágoras, Tales y Diógenes,
Empédocles, Heráclito y Zenón;
138
y al que las plantas observó con tino,
139[L45]
Dioscórides, digo; y via Orfeo,
Tulio, Livio y al moralista
Séneca;
141
al geómetra Euclides, Tolomeo,
Hipócrates, Galeno y Avicena,
y a Averroes que hizo el
«Comentario».
144[L46]
No puedo detallar de todos ellos,
porque así me encadena el largo tema,
que dicho y hecho no se
corresponden.
147
El grupo de los seis se partió en dos:
por otra senda me llevó mi guía,
de la quietud al aire tembloroso
150
y llegué a un sitio en donde nada
luce.
CANTO V
Así bajé del círculo primero
al segundo que menos lugar ciñe,
2[L47]
y tanto más dolor, que al llanto
mueve.
3
Allí el horrible Minos rechinaba.
4[L48]
A la entrada examina los pecados;
juzga y ordena según se relíe.
6
Digo que cuando un alma mal nacida
llega delante, todo lo confiesa;
y aquel conocedor de los pecados
9
ve el lugar del infierno que merece:
tantas veces se ciñe con la cola,
cuantos grados él quiere que sea
echada.
12
Siempre delante de él se encuentran
muchos;
van esperando cada uno su juicio,
hablan y escuchan, después las
arrojan.
15
«Oh tú que vienes al doloso albergue
‑me dijo Minos en cuanto me vio,
dejando el acto de tan alto
oficio‑;
18
mira cómo entras y de quién te fías:
no te engañe la anchura de la entrada.»
Y mi guta: «¿Por qué le gritas
tanto?
21
No le entorpezcas su fatal camino;
así se quiso allí donde se puede
lo que se quiere, y más no me
preguntes.»
24
Ahora comienzan las dolientes notas
a hacérseme sentir; y llego entonces
allí donde un gran llanto me
golpea.
27
Llegué a un lugar de todas luces mudo,
que mugía cual mar en la tormenta,
si los vientos contrarios le
combaten.
30
La borrasca infernal, que nunca cesa,
en su rapiña lleva a los espíritus;
volviendo y golpeando les acosa.
33
Cuando llegan delante de la ruina,
allí los gritos, el llanto, el lamento;
allí blasfeman del poder divino.
36
Comprendí que a tal clase de martirio
los lujuriosos eran condenados,
que la razón someten al deseo.
39
Y cual los estorninos forman de alas
en invierno bandada larga y prieta,
así aquel viento a los malos
espiritus:
42
arriba, abajo, acá y allí les lleva;
y ninguna esperanza les conforta,
no de descanso, mas de menor pena.
45
Y cual las grullas cantando sus lays
largas hileras hacen en el aire,
así las vi venir lanzando ayes,
48
a las sombras llevadas por el viento.
Y yo dije: «Maestro, quién son esas
gentes que el aire negro así
castiga?»
51
«La primera de la que las noticias
quieres saber ‑‑me dijo aquel
entonces-
fue emperatriz sobre muchos
idiomas.
54
Se inclinó tanto al vicio de lujuria,
que la lascivia licitó en sus leyes,
para ocultar el asco al que era
dada:
57
Semíramis es ella, de quien dicen
58[L49]
que sucediera a Nino y fue su esposa:
mandó en la tierra que el sultán
gobierna.
60
Se mató aquella otra, enamorada,
61[L50]
traicionando el recuerdo de Siqueo;
la que sigue es Cleopatra
lujuriosa.
63[L51]
A Elena ve, por la que tanta víctima
64[L52]
el tiempo se llevó, y ve al gran
Aquiles
65[L53]
que por Amor al cabo combatiera;
66
ve a Paris, a Tristán.» Y a más de mil
67[L54]
sombras me señaló, y me nombró, a dedo,
que Amor de nuestra vida les
privara.
69
Y después de escuchar a mi maestro
nombrar a antiguas damas y caudillos,
les tuve pena, y casi me desmayo.
72
Yo comencé: «Poeta, muy gustoso
73[L55]
hablaría a esos dos que vienen juntos
y parecen al viento tan ligeros.»
75
Y él a mí: «Los verás cuando ya estén
más cerca de nosotros; si les ruegas
en nombre de su amor, ellos
vendrán.»
78
Tan pronto como el viento allí los
trajo
alcé la voz: «Oh almas afanadas,
hablad, si no os lo impiden, con
nosotros.»
81
Tal palomas llamadas del deseo,
al dulce nido con el ala alzada,
van por el viento del querer
llevadas,
84
ambos dejaron el grupo de Dido
85[L56]
y en el aire malsano se acercaron,
tan fuerte fue mi grito afectuoso:
87
«Oh criatura graciosa y compasiva
que nos visitas por el aire perso
89[L57]
a nosotras que el mundo
ensangrentamos;
90
si el Rey del Mundo fuese nuestro amigo
rogaríamos de él tu salvación,
ya que te apiada nuestro mal
perverso.
93
De lo que oír o lo que hablar os guste,
nosotros oiremos y hablaremos
mientras que el viento, como ahora,
calle.
96
La tierra en que nací está situada
en la Marina donde el Po desciende
y con sus afluentes se reúne.
99
Amor, que al noble corazón se agarra,
a éste prendió de la bella persona
que me quitaron; aún me ofende el
modo.
102
Amor, que a todo amado a amar le
obliga,
103[L58]
prendió por éste en mí pasión tan
fuerte
104[L59]
que, como ves, aún no me abandona.
105
El Amor nos condujo a morir juntos,
y a aquel que nos mató Caína espera.»
107[L60]
Estas palabras ellos nos dijeron.
108
Cuando escuché a las almas doloridas
bajé el rostro y tan bajo lo tenía,
que el poeta me dijo al fin: «tQué
piensas?»
111
Al responderle comencé: «Qué pena,
cuánto dulce pensar, cuánto deseo,
a éstos condujo a paso tan
dañoso.»
114
Después me volví a ellos y les dije,
y comencé: «Francesca, tus pesares
llorar me hacen triste y
compasivo;
117
dime, en la edad de los dulces suspiros
¿cómo o por qué el Amor os concedió
que conocieses tan turbios
deseos?»
120
Y repuso: «Ningún dolor más grande
que el de acordarse del tiempo dichoso
en la desgracia; y tu guía lo
sabe.
123[L61]
Mas si saber la primera raíz
de nuestro amor deseas de tal modo,
hablaré como aquel que llora y
habla:
126
Leíamos un día por deleite,
cómo hería el amor a Lanzarote;
128[L62]
solos los dos y sin recelo alguno.
129
Muchas veces los ojos suspendieron
la lectura, y el rostro emblanquecía,
pero tan sólo nos venció un
pasaje.
132
Al leer que la risa deseada
133[L63]
era besada por tan gran amante,
éste, que de mí nunca ha de
apartarse,
135
la boca me besó, todo él temblando.
Galeotto fue el libro y quien lo hizo;
no seguimos leyendo ya ese día.»
138
Y mientras un espiritu así hablaba,
lloraba el otro, tal que de piedad
desfallecí como si me muriese;
141
y caí como un cuerpo muerto cae.
CANTO VI
Cuando cobré el sentido que
perdí
antes por la piedad de los cuñados,
que todo en la tristeza me
sumieron,
3
nuevas condenas, nuevos condenados
veía en cualquier sitio en que
anduviera
y me volviese y a donde mirase.
6
Era el tercer recinto, el de la lluvia
eterna, maldecida, fría y densa:
de regla y calidad no cambia
nunca.
9
Grueso granizo, y agua sucia y nieve
descienden por el aire tenebroso;
hiede la tierra cuando esto
recibe.
12
Cerbero, fiera monstruosa y cruel,
13[L64]
caninamente ladra con tres fauces
sobre la gente que aquí es
sumergida.
15
Rojos los ojos, la barba unta y negra,
y ancho su vientre, y uñosas sus manos:
clava a las almas, desgarra y
desuella.
18
Los hace aullar la lluvia como a
perros,
de un lado hacen al otro su refugio,
los míseros profanos se revuelven.
21
Al advertirnos Cerbero, el gusano,
la boca abrió y nos mostró los
colmillos,
no había un miembro que tuviese
quieto.
24
Extendiendo las palmas de las manos,
cogió tierra mi guía y a puñadas
la tiró dentro del bramante tubo.
27
Cual hace el perro que ladrando rabia,
y mordiendo comida se apacigua,
que ya sólo se afana en devorarla,
30
de igual manera las bocas impuras
del demonio Cerbero, que así atruena
las almas, que quisieran verse
sordas.
33
Íbamos sobre sombras que atería
la densa lluvia, poniendo las plantas
en sus fantasmas que parecen
cuerpos.
36
En el suelo yacían todas ellas,
salvo una que se alzó a sentarse al
punto
que pudo vernos pasar por delante.
39
«Oh tú que a estos infiernos te han
traído
‑me dijo‑ reconóceme si puedes:
tú fuiste, antes que yo deshecho,
hecho.»
42
«La angustia que tú sientes ‑yo le
dije-
tal vez te haya sacado de mi mente,
y así creo que no te he visto
nunca.
45
Dime quién eres pues que en tan penoso
lugar te han puesto, y a tan grandes
males,
que si hay más grandes no serán tan
tristes.»
48
Y él a mfí «Tu ciudad, que tan repleta
de envidia está que ya rebosa el saco,
en sí me tuvo en la vida serena.
51
Los ciudadanos Ciacco me llamasteis;
52[L65]
por la dañosa culpa de la gula,
como estás viendo, en la lluvia me
arrastro.
54
Mas yo, alma triste, no me encuentro
sola,
que éstas se hallan en pena semejante
por semejante culpa», y más no
dijo.
57
Yo le repuse: «Ciacco, tu tormento
tanto me pesa que a llorar me invita,
pero dime, si sabes, qué han de
hacerse
60
de la ciudad partida los vecinos,
61[L66]
si alguno es justo; y dime la razón
por la que tanta guerra la ha
asolado.»
63
Y él a mí: «Tras de largas disensiones
64[L67]
ha de haber sangre, y el bando salvaje
echará al otro con grandes
ofensas;
66
después será preciso que éste caiga
y el otro ascienda, luego de tres
soles,
con la fuerza de Aquel que tanto
alaban.
69
Alta tendrá largo tiempo la frente,
teniendo al otro bajo grandes pesos,
por más que de esto se avergüence y
llore.
72
Hay dos justos, mas nadie les escucha;
73[L68]
son avaricia, soberbia y envidia
las tres antorchas que arden en los
pechos.»
75
Puso aquí fin al lagrimoso dicho.
Y yo le dije: «Aún quiero que me
informes,
y que me hagas merced de más
palabras;
78
Farinatta y Tegghiaio, tan honrados,
Jacobo Rusticucci, Arrigo y Mosca,
y los otros que en bien obrar
pensaron,
81
dime en qué sitio están y hazme saber,
pues me aprieta el deseo, si el
infierno
los amarga, o el cielo los
endulza.»
84
Y aquél: « Están entre las negras
almas;
culpas varias al fondo los arrojan;
los podrás ver si sigues más
abajo.
87[L69]
Pero cuando hayas vuelto al dulce
mundo,
te pido que a otras mentes me
recuerdes;
más no te digo y más no te
respondo.»
90
Entonces desvió los ojos fijos,
me miró un poco, y agachó la cara;
y a la par que los otros cayó
ciego.
93
Y el guía dijo: «Ya no se levanta
hasta que suene la angélica trompa,
y venga la enemiga autoridad.
96
Cada cual volverá a su triste tumba,
retomarán su carne y su apariencia,
y oirán aquello que atruena por
siempre.»
99
Así pasamos por la sucia mezcla
de sombras y de lluvia a paso lento,
tratando sobre la vida futura.
102
Y yo dije: «Maestro, estos tormentos
crecerán luego de la gran sentencia,
serán menores o tan dolorosos?»
105
Y él contestó: «Recurre a lo que sabes:
pues cuanto más perfecta es una cosa
más siente el bien, y el dolor de igual
modo,
108
Y por más que esta gente maldecida
la verdadera perfección no encuentre,
entonces, más que ahora, esperan
serlo.»
111[L70]
En redondo seguimos nuestra ruta,
hablando de otras cosas que no cuento;
y al llegar a aquel sitio en que se
baja
114
encontramos a Pluto: el enemigo.
115[L71]
CANTO VII
«¡Papé Satán, Papé Satán aleppe!»
1[L72]
dijo Pluto con voz enronquecida;
y aquel sabio gentil que todo
sabe,
3
me quiso confortar: «No te detenga
el miedo, que por mucho que pudiese
no impedirá que bajes esta roca.»
6
Luego volvióse a aquel hocico hinchado,
y dijo: «Cállate maldito lobo,
consúmete tú mismo con tu rabia.
9
No sin razón por el infierno vamos:
se quiso en lo alto allá donde Miguel
tomó venganza del soberbio
estupro.»
12[L73]
Cual las velas hinchadas por el viento
revueltas caen cuando se rompe el
mástil,
tal cayó a tierra la fiera cruel.
15
Así bajamos por la cuarta fosa,
entrando más en el doliente valle
que traga todo el mal del
universo.
18
¡Ah justicia de Dios!, ¿quién amontona
nuevas penas y males cuales vi,
y por qué nuestra culpa así nos
triza?
21
Como la ola que sobre Caribdis,
22[L74]
se destroza con la otra que se
encuentra,
así viene a chocarse aquí la
gente.
24
Vi aquí más gente que en las otras
partes,
y desde un lado al otro, con chillidos,
haciendo rodar pesos con el pecho.
27
Entre ellos se golpean; y después
cada uno volvíase hacia atrás,
gritando «¿Por qué agarras?, ¿por qué
tiras?»
30
Así giraban por el foso tétrico
de cada lado a la parte contraria,
siempre gritando el verso
vergonzoso.
33
Al llegar luego todos se volvían
para otra justa, a la mitad del
círculo,
y yo, que estaba casi conmovido,
36
dije: «Maestro, quiero que me expliques
quienes son éstos, y si fueron clérigos
todos los tonsurados de la
izquierda.»
39
Y él a mí. «Fueron todos tan escasos
de la razón en la vida primera,
que ningún gasto hicieron con
mesura.
42
Bastante claro ládranlo sus voces,
al llegar a los dos puntos del círculo
donde culpa contraria los separa.
45
Clérigos fueron los que en la cabeza
no tienen pelo, papas, cardenales,
que están bajo el poder de la
avaricia.»
48
Y yo: «Maestro, entre tales sujetos
debiera yo conocer bien a algunos,
que inmundos fueron de tan grandes
males.»
51
Y él repuso: «Es en vano lo que
piensas:
la vida torpe que los ha ensuciado,
a cualquier conocer los hace
oscuros.
54
Se han de chocar los dos eternamente;
éstos han de surgir de sus sepulcros
con el puño cerrado, y éstos,
mondos;
57
mal dar y mal tener, el bello mundo
les ha quitado y puesto en esta lucha:
no empleo mas palabras en
contarlo.
60
Hijo, ya puedes ver el corto aliento,
de los bienes fiados a Fortuna,
por los que así se enzarzan los
humanos;
63
que todo el oro que hay bajo la luna,
y existió ya, a ninguna de estas almas
fatigadas podría dar reposo.»
66
«Maestro ‑‑dije yo‑, dime ¿quién es
esta
Fortuna a la que te refieres
que el bien del mundo tiene entre sus
garras?»
69
Y él me repuso: «Oh locas criaturas,
qué grande es la ignorancia que os
ofende;
71[L75]
quiero que tú mis palabras
incorpores.
72
Aquel cuyo saber trasciendo todo,
los cielos hizo y les dio quien los
mueve
tal que unas partes a otras se
ilulninan,
75
distribuyendo igualmente la luz;
de igual modo en las glorias mundanales
dispuso una ministra que cambiase
78
los bienes vanos cada cierto tiempo
de gente en gente y de una a la otra
sangre,
aunque el seso del hombre no Lo
entienda;
81
por Lo que imperan unos y otros caen,
siguiendo los dictámenes de aquella
que está oculta en la yerba tal
serpiente.
84
Vuestro saber no puede conocerla;
y en su reino provee, juzga y dispone
cual las otras deidades en el
suyo.
87
No tienen tregua nunca sus mudanzas,
necesidad la obliga a ser ligera;
y aún hay algunos que el triunfo
consiguen.
90
Esta es aquella a la que ultrajan
tanto,
aquellos que debieran alabarla,
y sin razón la vejan y maldicen.
93
Mas ella en su alegría nada escucha;
feliz con las primeras criaturas
mueve su esfera y alegre se goza.
96
Ahora bajemos a mayor castigo;
97[L76]
caen las estrellas que salían cuando
eché a andar, y han prohibido
entretenerse.»
99[L77]
Del círculo pasamos a otra orilla
sobre una fuente que hierve y rebosa
por un canal que en ella da
comienzo.
102
Aquel agua era negra más que persa;
y, siguiendo sus ondas tan oscuras,
por extraño camino descendimos.
105
Hasta un pantano va, llamado Estigia,
106[L78]
este arroyuelo triste, cuando baja
al pie de la maligna cuesta gris.
108
Y yo, que por mirar estaba atento,
gente enfangada vi en aquel pantano
toda desnuda, con airado rostro.
111
No sólo con las manos se pegaban,
mas con los pies, el pecho y la cabeza,
trozo a trozo arrancando con los
dientes.
114
Y el buen maestro: «Hijo, mira ahora
las almas de esos que venció la cólera,
y también quiero que por cierto
tengas
117
que bajo el agua hay gente que suspira,
y al agua hacen hervir la superficie,
como dice tu vista a donde mire.
120
Desde el limo exclamaban: «Triste
hicimos
el aire dulce que del sol se alegra,
llevando dentro acidïoso humo:
123[L79]
tristes estamos en el negro cieno.»
Se atraviesa este himno en su gaznate,
y enteras no les salen las
palabras.
126
Así dimos la vuelta al sucio pozo,
entre la escarpa seca y lo de enmedio;
mirando a quien del fango se atraganta:
129
y al fin llegamos al pie de una
torre.
CANTO VIII
Digo, para seguir, que mucho antes
1[L80]
de llegar hasta el pie de la alta
torre,
se encaminó a su cima nuestra
vista,
3
porque vimos allí dos lucecitas,
y otra que tan de lejos daba señas,
que apenas nuestros ojos la veían.
6
Y yo le dije al mar de todo seso:
«Esto ¿qué significa? y ¿qué responde
el otro foco, y quién es quien lo
hace?»
9
Y él respondió: «Por estas ondas sucias
ya podrás divisar lo que se espera,
si no lo oculta el humo del
pantano.»
12
Cuerda no lanzó nunca una saeta
que tan ligera fuese por el aire,
como yo vi una nave pequeñita
15
por el agua venir hacia nosotros,
al gobierno de un solo galeote,
gritando: «Al fin llegaste, alma
alevosa.»
18
«Flegias, Flegias, en vano estás
gritando
19[L81]
díjole mi señor en este punto‑;
tan sólo nos tendrás cruzando el
lodo.»
21
Cual es aquel que gran engaño escucha
que le hayan hecho, y luego se
contiene,
así hizo Flegias consumido en ira.
24
Subió mi guía entonces a la barca,
y luego me hizo entrar detrás de él;
y sólo entonces pareció cargada.
27
Cuando estuvimos ambos en el leño,
hendiendo se marchó la antigua proa
el agua más que suele con los
otros.
30
Mientras que el muerto cauce
recorríamos
uno, lleno de fango vino y dijo:
«¿Quién eres tú que vienes a
destiempo?»
33
.
Y le dije: « Si vengo, no me quedo;
pero ¿quién eres tú que estás tan
sucio?»
Dijo: «Ya ves que soy uno que
llora.»
36
Yo le dije: «Con lutos y con llanto,
puedes quedarte, espíritu maldito,
pues aunque estés tan sucio te
conozco.»
39
Entonces tendió al leño las dos manos;
mas el maestro lo evitó prudente,
diciendo: «Vete con los otros
perros.»
42
Al cuello luego los brazos me echó,
besóme el rostro y dijo: «!Oh
desdeñoso,
bendita la que estuvo de ti
encinta!
45
Aquel fue un orgulloso para el mundo;
y no hay bondad que su memoria honre:
por ello está su sombra aquí
furiosa.
48
Cuantos por reyes tiénense allá arriba,
aquí estarán cual puercos en el cieno,
dejando de ellos un desprecio
horrible.»`
51
Y yo: «Maestro, mucho desearía
el verle zambullirse en este caldo,
antes que de este lago nos
marchemos.»
54
Y él me repuso: «Aún antes que la
orilla
de ti se deje ver, serás saciado:
de tal deseo conviene que goces.»
57
Al poco vi la gran carnicería
que de él hacían las fangosas gentes;
a Dios por ello alabo y doy las
gracias.
60
«¡A por Felipe Argenti!», se gritaban,
61[L82]
y el florentino espiritu altanero
contra sí mismo volvía los
dientes.
63
Lo dejamos allí, y de él más no cuento.
Mas el oído golpeóme un llanto,
y miré atentamente hacia adelante.
66
Exclamó el buen maestro: «Ahora, hijo,
se acerca la ciudad llamada Dite,
68[L83]
de graves habitantes y mesnadas.»
69
Y yo dije: «Maestro, sus mezquitas
70[L84]
en el valle distingo claramente,
rojas cual si salido de una fragua
72
hubieran.» Y él me dijo: «El fuego
eterno
que dentro arde, rojas nos las muestra,
como estás viendo en este bajo
infierno.»
75
Así llegamos a los hondos fosos
que ciñen esa tierra sin consuelo;
de hierro aquellos muros parecían.
78
No sin dar antes un rodeo grande,
llegamos a una parte en que el barquero
«Salid ‑gritó con fuerza‑ aquí es la
entrada.»
81
Yo vi a más de un millar sobre la
puerta
de llovidos del cielo, que con rabia
decían: «¿Quién es este que sin
muerte
84
va por el reino de la gente muerta?»
Y mi sabio maestro hizo una seña
de quererles hablar secretamente.
87
Contuvieron un poco el gran desprecio
y dijeron: « Ven solo y que se marche
quien tan osado entró por este
reino;
90
que vuelva solo por la loca senda;
pruebe, si sabe, pues que tú te quedas,
que le enseñaste tan oscura zona.»
93
Piensa, lector, el miedo que me entró
al escuchar palabras tan malditas,
que pensé que ya nunca volvería.
96
«Guía querido, tú que más de siete
veces me has confortado y hecho libre
de los grandes peligros que he
encontrado,
99
no me dejies ‑le dije‑ así perdido;
y si seguir mas lejos nos impiden,
juntos volvamos hacia atrás los
pasos.»
102
Y aquel señor que allí me condujera
«No temas ‑dijo‑ porque nuestro paso
nadie puede parar: tal nos lo
otorga.
105
Mas espérame aquí, y tu ánimo flaco
conforta y alimenta de esperanza,
que no te dejaré en el bajo
mundo.»
108
Así se fue, y allí me abandonó
el dulce padre, y yo me quedé en duda
pues en mi mente el no y el sí
luchaban.
111
No pude oír qué fue lo que les dijo:
mas no habló mucho tiempo con aquéllos,
pues hacia adentro todos se
marcharon.
114
Cerráronle las puertas los demonios
en la cara a mi guía, y quedó afuera,
y se vino hacia mí con pasos
lentos.
117
Gacha la vista y privado su rostro
de osadía ninguna, y suspiraba:
« ¡Quién las dolientes casa me ha
cerrado!»
120
Y él me dijo: «Tú, porque yo me irrite,
no te asustes, pues venceré la prueba,
por mucho que se empeñen en
prohibirlo.
123
No es nada nueva esta insolencia suya,
que ante menos secreta puerta usaron,
que hasta el momento se halla sin
cerrojos.
126[L85]
Sobre ella contemplaste el triste
escrito:
y ya baja el camino desde aquélla,
pasando por los cercos sin escolta,
129
quien la ciudad al fin nos hará
franca.
CANTO IX
El color que sacó a mi cara el miedo
1[L86]
cuando vi que mi guía se tornaba,
lo quitó de la suya con presteza.
3
Atento se paró como escuchando,
pues no podía atravesar la vista
el aire negro y la neblina densa.
6
«Deberemos vencer en esta lucha
‑comenzó él‑ si no... Es la promesa.
¡Cuánto tarda en llegar quien
esperamos.»
9
Y me di cuenta de que me ocultaba
lo del principio con lo que siguió,
pues palabras distintas fueron
éstas;
12
pero no menos miedo me causaron,
porque pensaba que su frase trunca
tal vez peor sentido contuviese.
15
« ¿En este fondo de la triste hoya
bajó algún otro, desde el purgatorio
donde es pena la falta de
esperanza?»
18
Esta pregunta le hice y: «Raramente
‑él respondió‑ sucede que otro alguno
haga el camino por el que yo ando.
21
Verdad es que otra vez estuve aquí,
por la cruel Eritone conjurado,
23[L87]
que a sus cuerpos las almas
reclamaba.
24
De mí recién desnuda era mi sombrío,
cuando ella me hizo entrar tras de
aquel muro,
a traer un alma del pozo de Judas.
27
Aquel es el más bajo, el más sombrío,
y el lugar de los cielos más lejano;
bien sé el camino, puedes ir sin
miedo.
30
Este pantano que gran peste exhala
en torno ciñe la ciudad doliente,
donde entrar no podemos ya sin
ira.»
33
Dijo algo más, pero no lo recuerdo,
porque mi vista se había
fijado
en la alta torre de cima ardorosa,
36
donde al punto de pronto aparecieron
tres sanguinosas furias infernales
que cuerpo y porte de mujer
tenían,
39
se ceñían con serpientes verdes;
su pelo eran culebras y cerastas
con que peinaban sus horribles
sienes:
42
Y él que bien conocía a las esclavas
de la reina del llanto sempiterno
Las Feroces Erinias ‑dijo‑ mira:
45[L88]
Meguera es esa del izquierdo lado,
esa que llora al derecho es Aleto;
Tesfone está en medio.» Y más no
dijo.
48
Con las uñas el pecho se rasgaban,
y se azotaban, gritando tan alto,
que me estreché al poeta,
temeroso.
51
«Ah, que venga Medusa a hacerle piedra
52[L89]
‑las tres decían mientras me
miraban-
malo fue el no vengarnos de
Teseo.»
54[L90]
«Date la vuelta y cierra bien los ojos;
si viniera Gorgona y la mirases
nunca podrías regresar arriba.»
57
Asf dijo el Maestro, y en persona
me volvió, sin fiarse de mis manos,
que con las suyas aún no me
tapase.
60
Vosotros que tenéis la mente sana,
observad la doctrina que se esconde
bajo el velo de versos
enigmáticos.
63[L91]
Mas ya venía por las turbias olas
el estruendo de un son de espanto
lleno,
por lo que retemblaron ambas
márgenes;
66
hecho de forma semejante a un viento
que, impetuoso a causa de contrarios
ardores, hiere el bosque y, sin
descanso,
69
las ramas troncha, abate y lejos lleva;
delante polvoroso va soberbio,
y hace escapar a fieras y a
pastores.
72
Me destapó los ojos: «Lleva el nervio
de la vista por esa espuma antigua,
hacia allí donde el humo es más
acerbo.»
75
Como las ranas ante la enemiga
bicha, en el agua se sumergen todas,
hasta que todas se juntan en
tierra,
78
más de un millar de almas destruidas
vi que huían ante uno, que a su paso
cruzaba Estigia con los pies
enjutos.
81
Del rostro se apartaba el aire espeso
de vez en cuando con la mano izquierda;
y sólo esa molestia le cansaba.
84
Bien noté que del cielo era enviado,
y me volví al maestro que hizo un signo
de que estuviera quieto y me
inclinase.
87
¡Cuán lleno de desdén me parecía!
Llegó a la puerta, y con una varita
la abrió sin encontrar
impedimento.
90
«¡Oh, arrojados del cielo,
despreciados!
‑gritóles él desde el umbral horrible‑.
¿Cómo es que aún conserváis esta
arrogancia?
93
¿Y por que os resistis a aquel deseo
cuyo fin nunca pueda detenerse,
y que más veces acreció el
castigo?
96
¿De qué sirve al destino dar de coces?
Vuestro Cerbero, si bien recordáis,
aún hocico y mentón lleva
pelados.»
99[L92]
Luego tomó el camino cenagoso,
sin decirnos palabra, mas con
cara
de a quien otro cuidado apremia y
muerde,
102
y no el de aquellos que tiene delante.
A la ciudad los pasos dirigimos,
seguros ya tras sus palabras
santas.
105
Dentro, sin guerra alguna, penetramos;
y yo, que de mirar estaba ansioso
todas las cosas que el castillo
encierra,
108
al estar dentro miro en torno mío;
y veo en todas partes un gran campo,
lleno de pena y reo de tormentos.
111
Como en Arlés donde se estanca el
Ródano,
112[L93]
o como el Pola cerca del Carnaro,
que Italia cierra y sus límites
baña,
114
todo el sitio ondulado hacen las
tumbas,
de igual manera allí por todas partes,
salvo que de manera aún más
amarga,
117
pues llamaradas hay entre las fosas;
y tanto ardían que en ninguna fragua,
el hierro necesita tanto fuego.
120
Sus lápidas estaban removidas,
y salían de allí tales lamentos,
que parecían de almas condenadas.
123
Y yo: « Maestro, qué gentes son esas
que, sepultadas dentro de esas tumbas,
se hacen oír con dolientes
suspiros?»
126
Y dijo: «Están aquí los heresiarcas,
sus secuaces, de toda secta, y llenas
están las tumbas más de lo que
piensas.
129
El igual con su igual está enterrado,
130[L94]
y los túmulos arden más o menos.»
Y luego de volverse a la derecha,
132
cruzamos entre fosas y altos
muros.
CANTO X
Siguió entonces por una oculta senda
entre aquella muralla y los martirios
mi Maestro, y yo fui tras de sus
pasos.
3
«Oh virtud suma, que en los infernales
circulos me conduces a tu gusto,
háblame y satisface mis deseos:
6
a la gente que yace en los supulcros
¿la podré ver?, pues ya están
levantadas
todas las losas, y nadie vigila.»
9
Y él repuso: «Cerrados serán todos
cuando aquí vuelvan desde Josafat
con los cuerpos que allá arriba
dejaron.
12[L95]
Su cementerio en esta parte tienen
con Epicuro todos sus secuaces
14[L96]
que el alma, dicen, con el cuerpo
muere.
15
Pero aquella pregunta que me hiciste
pronto será aquí mismo satisfecha,
y también el deseo que me callas.»
18[L97]
Y yo: «Buen guía, no te oculta nada
mi corazón, si no es por hablar poco;
y tú me tienes a ello
predispuesto.»
21
«Oh toscano que en la ciudad del fuego
22[L98]
caminas vivo, hablando tan humilde,
te plazca detenerte en este sitio,
24
porque tu acento demuestra que eres
natural de la noble patria aquella
a la que fui, tal vez, harto
dañoso.»
27
Este son escapó súbitamente
desde una de las arcas; y temiendo,
me arrimé un poco más a mi
maestro.
30
Pero él me dijo: « Vuélvete, ¿qué
haces?
mira allí a Farinatta que se ha alzado;
le verás de cintura para arriba.»
33
Fijado en él había ya mi vista;
y aquél se erguía con el pecho y frente
cual si al infierno mismo
despreciase.
36
Y las valientes manos de mi guía
me empujaron a él entre las tumbas,
diciendo: «Sé medido en tus
palabras.»
39
Como al pie de su tumba yo estuviese,
me miró un poco, y como con desdén,
me preguntó: «¿Quién fueron tus
mayores?»
42
Yo, que de obedecer estaba ansioso,
no lo oculté, sino que se lo dije,
y él levantó las cejas levemente.
45
«Con fiereza me fueron adversarios
a mí y a mi partido y mis mayores,
y así dos veces tuve que
expulsarles.»
48
« Si les echaste ‑dije‑ regresaron
de todas partes, una y otra vez;
mas los vuestros tal arte no
aprendieron.»
51
Surgió entonces al borde de su foso
otra sombra, a su lado, hasta la barba:
53[L99]
creo que estaba puesta de
rodillas.
54
Miró a mi alrededor, cual si propósito
tuviese de encontrar conmigo a otro,
y cuando fue apagada su sospecha,
57
llorando dijo: «Si por esta ciega
cárcel vas tú por nobleza de ingenio,
¿y mi hijo?, ¿por qué no está
contigo?»
60
Y yo dije: «No vengo por mí mismo,
el que allá aguarda por aquí me lleva
a quien Guido, tal vez, fue
indiferente.»
63[L100]
Sus palabras y el modo de su pena
su nombre ya me habian revelado;
por eso fue tan clara mi
respuesta.
66
Súbitamente alzado gritó: «¿Cómo
has dicho?, ¿Fue?, ¿Es que entonces ya
no vive?
¿La dulce luz no hiere ya sus
ojos?»
69[L101]
Y al advertir que una cierta demora
antes de responderle yo mostraba,
cayó de espaldas sin volver a
alzarse.
72
Mas el otro gran hombre, a cuyo ruego
yo me detuve, no alteró su rostro,
ni movió el cuello, ni inclinó su
cuerpo.
75
Y así, continuando lo de antes,
«Que aquel arte ‑me dijo‑ mal supieran,
eso, más que este lecho, me
tortura.
78
Pero antes que cincuenta veces arda
79[L102]
la faz de la señora que aquí reina,
tú has de saber lo que tal arte
pesa.
81
Y así regreses a ese dulce mundo,
dime, ¿por qué ese pueblo es tan impío
contra los míos en todas sus
leyes?»
84[L103]
Y yo dije: «El estrago y la matanza
que teñirse de rojo al Arbia hizo,
86[L104]
obliga a tal decreto en nuestros
templos.»
87
Me respondió moviendo la cabeza:
«No estuve solo álli, ni ciertamente
sin razón me movi con esos otros:
90
mas estuve yo solo, cuando todos
en destruir Florencia consentían,
defendiéndola a rostro
descubierto.»
93
«Ah, que repose vuestra descendencia
‑yo le rogué‑, este nudo desatadme
que ha enmarañado aquí mi
pensamiento.
96
Parece que sabéis, por lo que escucho,
97[L105]
lo que nos trae el tiempo de antemano,
mas usáis de otro modo en lo de
ahora.»
99
«Vemos, como quien tiene mala luz,
las cosas ‑dijo‑ que se encuentran
lejos,
gracias a lo que esplende el Sumo
Guía.
102
Cuando están cerca, o son, vano es del
todo
nuestro intelecto; y si otros no nos
cuentan,
nada sabemos del estado humano.
105
Y comprender podrás que muerto quede
nuestro conocimiento en aquel punto
que se cierre la puerta del
futuro.»
108
Arrepentido entonces de mi falta,
dije: «Diréis ahora a aquel yacente
que su hijo aún se encuentra con los
vivos;
111
y si antes mudo estuve en la respuesta,
hazle saber que fue porque pensaba
ya en esa duda que me habéis
resuelto.»
114[L106]
Y ya me reclamaba mi maestro;
y yo rogué al espíritu que rápido
me refiriese quién con él estaba.
117
Díjome: «Aquí con más de mil me
encuentro;
dentro se halla el segundo Federico,
119[L107]
y el Cardenal, y de los otros
callo.»
120[L108]
Entonces se ocultó; y yo hacia el
antiguo
poeta volví el paso, repensando
esas palabras que creí enemigas.
123
Él echó a andar y luego, caminando,
me dijo: «¿Por qué estás tan abatido?»
Y yo le satisfice la pregunta.
126
« Conserva en la memoria lo que oíste
contrario a ti ‑me aconsejó aquel
sabio-
y atiende ahora ‑y levantó su
dedo‑:
129
cuando delante estés del dulce rayo
de aquella cuyos ojos lo ven todo
131[L109]
de ella sabrás de tu vida el
viaje.
132
Luego volvió los pies a mano izquierda:
dejando el muro, fuimos hacia el centro
por un sendero que conduce a un valle,
135
cuyo hedor hasta allí
desagradaba.
CANTO XI
Por el extremo de un
acantilado,
que en circulo formaban peñas
rotas,
llegamos a un gentío aún más doliente;
3
y allí, por el exceso tan horrible
de la peste que sale del abismo,
al abrigo detrás nos colocamos
6
de un gran sepulcro, donde vi un
escrito
«Aquí el papa Anastasio está encerrado
8[L110]
que Fotino apartó del buen
camino.»
9
«Conviene que bajemos lentamente,
para que nuestro olfato se acostumbre
al triste aliento; y luego no
moleste.»
12
Así el Maestro, y yo: «Compensación
‑díjele‑ encuentra, pues que el tiempo
en balde
no pase.» Y él: «Ya ves que en eso
pienso.
15
Dentro, hijo mío, de estos
pedregales
16[L111]
‑luego empezó a decir‑ tres son los
círculos
que van bajando, como los que has
visto.
18
Todos llenos están de condenados,
mas porque luego baste que los mires,
oye cómo y por qué se les
encierra:
21
Toda maldad, que el odio causa al
cielo,
tiene por fin la injuria, y ese fin
o con fuerza o con fraude a otros
contrista;
24
mas siendo el fraude un vicio sólo
humano,
más lo odia Dios, por ello son al fondo
los fraudulentos aún más
castigados.
27
De los violentos es el primer círculo;
mas como se hace fuerza a tres
personas,
en tres recintos está dividido;
30
a Dios, y a sí, y al prójimo se puede
forzar; digo a ellos mismos y a sus
cosas,
como ya claramente he de
explicarte.
33
Muerte por fuerza y dolientes heridas
al prójimo se dan, y a sus haberes
ruinas, incendios y robos dañosos;
36
y así a homicidas y a los que mal
hieren,
ladrones e incendiarios, atormenta
el recinto primero en varios
grupos.
39
Puede el hombre tener violenta mano
contra él mismo y sus cosas; y es
preciso
que en el segundo recinto lo
purgue
42
el que se priva a sí de vuestro mundo,
juega y derrocha aquello que posee,
y llora allí donde debió
alegrarse.
45
Puede hacer fuerza contra la deidad,
blasfemando, negándola en su alma,
despreciando el amor de la natura;
48
y el recinto menor lleva la marca
del signo de Cahors y de Sodoma,
50[L112]
y del que habla de Dios con
menosprecio.
51
El fraude, que cualquier conciencia
muerde,
se puede hacer a quien de uno se fía,
o a aquel que la confianza no ha
mostrado.
54
Se diría que de esta forma matan
el vínculo de amor que hace natura;
y en el segundo círculo se
esconden
57
hipocresía, adulación, quien hace
falsedad, latrocinio y simonía,
rufianes, barateros y otros tales.
60
De la otra forma aquel amor se olvida
de la naturaleza, y lo que crea,
de donde se genera la confianza;
63
y al Círculo menor, donde está el
centro
del universo, donde asienta Dite,
el que traiciona por siempre es
llevado.»
66
Y yo: «Maestro, muy clara procede
tu razón, y bastante bien distingue
este lugar y el pueblo que lo
ocupa:
69
pero ahora dime: aquellos de la
ciénaga,
que lleva el viento, y que azota la
lluvia,
y que chocan con voces tan
acerbas,
72
¿por qué no dentro de la ciudad roja
son castigados, si a Dios enojaron?
y si no, ¿por qué están en tal
suplicio?»
75
Y entonces él: «¿Por qué se aleja tanto
‑dijo‑ tu ingenio de lo que
acostumbra?,
¿o es que tu mente mira hacia otra
parte?
78
¿Ya no te acuerdas de aquellas
palabras
que reflejan en tu ÉTICA las tres.
80[L113]
inclinaciones que no quiere el
cielo,
81
incontinencia, malicia y la loca
bestialidad? ¿y cómo incontinencia
menos ofende y menos se castiga?
84
Y si miras atento esta sentencia,
y a la mente preguntas quién son esos
que allí fuera reciben su castigo,
87
comprenderás por qué de estos felones
están aparte, y a menos crudeza
la divina venganza les somete.»
90[L114]
«Oh sol que curas la vista turbada,
tú me contentas tanto resolviendo,
que no sólo el saber, dudar me
gusta.
93
Un poco más atrás vuélvete ahora
‑díjele‑‑, allí donde que usura ofende
a Dios dijiste, y quítame el
enredo.»
96
«A quien la entiende, la Filosofía
hace notar, no sólo en un pasaje
cómo natura su carrera toma
99
del divino intelecto y de su arte;
y si tu FÍSICA miras despacio,
encontrarás, sin mucho que lo
busques,
102[L115]
que el arte vuestro a aquélla, cuanto
pueda,
sigue como al maestro su discípulo,
tal que vuestro arte es como de Dios
nieto.
105[L116]
Con estas dos premisas, si recuerdas
el principio del Génesis, debemos
ganarnos el sustento con trabajo.
108[L117]
Y al seguir el avaro otro camino,
109[L118]
por éste, a la natura y a sus frutos,
desprecia, y pone en lo otro su
esperanza.
111
Mas sígueme, porque avanzar me place;
que Piscis ya remonta el horizonte
y todo el Carro yace sobre el Coro,
114[L119]
y el barranco a otro sitio se
despeña.
CANTO XII
Era el lugar por el que descendimos
alpestre y, por aquel que lo habitaba,
cualquier mirada hubiéralo
esquivado.
3
Como son esas ruinas que al costado
de acá de Trento azota el río Adigio,
por terremoto o sin tener
cimientos,
6[L120]
que de lo alto del monte, del que bajan
al llano, tan hendida está la roca
que ningún paso ofrece a quien la
sube;
9
de aquel barranco igual era el
descenso;
y allí en el borde de la abierta sima,
el oprobio de Creta estaba echado
12[L121]
que concebido fue en la falsa vaca;
cuando nos vio, a sí mismo se mordía,
tal como aquel que en ira se
consume.
15
Mi sabio entonces le gritó: «Por suerte
piensas que viene aquí el duque de
Atenas,
17[L122]
que allí en el mundo la muerte te
trajo?
18
Aparta, bestia, porque éste no viene
siguiendo los consejos de tu hermana,
sino por contemplar vuestros
pesares.»
21
Y como el toro se deslaza cuando
ha recibido ya el golpe de muerte,
y huir no puede, mas de aquí a allí
salta,
24
así yo vi que hacía el Minotauro;
y aquel prudente gritó: «Corre al paso;
bueno es que bajes mientras se
enfurece.»
27
Descendimos así por el derrumbe
de las piedras, que a veces se movían
bajo mis pies con esta nueva
carga.
30
Iba pensando y díjome: «Tú piensas
tal vez en esta ruina, que vigila
la ira bestial que ahora he
derrotado.
33
Has de saber que en la otra ocasión
que descendí a lo hondo del infierno,
esta roca no estaba aún
desgarrada;
36
pero sí un poco antes, si bien juzgo,
de que viniese Aquel que la gran presa
quitó a Dite del círculo primero,
39[L123]
tembló el infecto valle de tal modo
que pensé que sintiese el universo
amor, por el que alguno cree que el
mundo
42
muchas veces en caos vuelve a trocarse;
43[L124]
y fue entonces cuando esta vieja roca
se partió por aquí y por otros
lados.
45
Mas mira el valle, pues que se aproxima
aquel río sangriento, en el cual hierve
47[L125]
aquel que con violencia al otro
daña.»
48
¡Oh tú, ciega codicia, oh loca furia,
que así nos mueves en la corta vida,
y tan mal en la eterna nos
sumerges!
51
Vi una amplia fosa que torcía en arco,
y que abrazaba toda la llanura,
según lo que mi guía había dicho.
54
Y por su pie corrían los centauros,
en hilera y armados de saetas,
56[L126]
como cazar solían en el mundo.
57
Viéndonos descender, se detuvieron,
y de la fila tres se separaron
con los arcos y flechas
preparadas.
60
Y uno gritó de lejos: «¿A qué pena
venís vosotros bajando la cuesta?
Decidlo desde allí, o si no
disparo.»
63
«La respuesta ‑le dijo mi
maestro-
daremos a Quirón cuando esté cerca:
tu voluntad fue siempre
impetuosa.»
66
Después me tocó, y dijo: «Aquel es
Neso,
67[L127]
que murió por la bella Deyanira,
contra sí mismo tomó la venganza.
69
Y aquel del medio que al pecho se mira,
el gran Quirón, que fue el ayo de
Aquiles;
71[L128]
y el otro es Folo, el que habló tan
airado.
72[L129]
Van a millares rodeando el foso,
flechando a aquellas almas que
abandonan
la sangre, más que su culpa
permite.»
75
Nos acercamos a las raudas fieras:
Quirón cogió una flecha, y con la
punta,
de la mejilla retiró la barba.
78
Cuando hubo descubierto la gran boca,
dijo a sus compañeros; «¿No os dais
cuenta
que el de detrás remueve lo que
pisa?
81
No lo suelen hacer los pies que han
muerto.»
Y mi buen guía, llegándole al pecho,
donde sus dos naturas se
entremezclan,
84
respondió: «Está bien vivo, y a él tan
sólo
debo enseñarle el tenebroso valle:
necesidad le trae, no
complacencia.
87
Alguien cesó de cantar Aleluya,
y ésta nueva tarea me ha encargado:
él no es ladrón ni yo alma
condenada.
90
Mas por esta virtud por la cual muevo
los pasos por camino tan salvaje,
danos alguno que nos acompañe,
93
que nos muestre por dónde se vadea,
y que a éste lleve encima de su grupa,
pues no es alma que viaje por el
aire.»
96
Quirón se volvió atrás a la derecha,
y dijo a Neso: «Vuelve y dales guía,
y hazles pasar si otro grupo se
encuentran.»
99
Y nos marchamos con tan fiel escolta
por la ribera del bullir rojizo,
donde mucho gritaban los que
hervían.
102
Gente vi sumergida hasta las cejas,
y el gran centauro dijo: « Son tiranos
que vivieron de sangre y de
rapiña:
105
lloran aquí sus daños despiadados;
está Alejandro, y el feroz Dionisio
107[L130]
que a Sicilia causó tiempos
penosos.
108
Y aquella frente de tan negro pelo,
es Azolino; y aquel otro rubio,
110[L131]
es Opizzo de Este, que de veras
111[L132]
fue muerto por su hijastro allá en el
mundo.»
Me volví hacia el poeta y él me dijo:
«Ahora éste es el primero, y yo el
segundo.»
114[L133]
Al poco rato se fijó el Centauro
en unas gentes, que hasta la garganta
parecían, salir del hervidero.
117
Díjonos de una sombra ya
apartada:
«En la casa de Dios aquél hirió ‑
119[L134]
el corazón que al Támesis
chorrea.»
120
Luego vi gentes que sacaban fuera
del río la cabeza, y hasta el pecho;
y yo reconocí a bastantes de
ellos.
123
Asi iba descendiendo poco a poco
aquella sangre que los pies cocía,
y por allí pasamos aquel foso.
126
«Así como tú ves que de esta parte
el hervidero siempre va bajando,
‑dijo el centauro‑ quiero que
conozcas
129
que por la otra más y más aumenta
su fondo, hasta que al fin llega hasta
el sitio
en donde están gimiendo los
tiranos.
132
La diving justicia aquí castiga
a aquel Atila azote de la tierra
134[L135]
y a Pirro y Sexto; y para siempre
ordeña
135[L136]
las lágrimas, que arrancan los
hervores,
a Rinier de Corneto, a Rinier Pazzo
137[L137]
qué en los caminos tanta guerra
hicieron.»
138
Volvióse luego y franqueó aquel
vado.
CANTO XIII
Neso no había aún vuelto al otro lado,
cuando entramos nosotros por un bosque
al que ningún sendero señalaba.
3
No era verde su fronda, sino oscura;
ni sus ramas derechas, mas torcidas;
sin frutas, mas con púas
venenosas.
6
Tan tupidos, tan ásperos matojos
no conocen las fieras que aborrecen
entre Corneto y Cécina los campos.
9[L138]
Hacen allí su nido las arpías,
10[L139]
que de Estrófane echaron al Troyano
con triste anuncio de futuras
cuitas.
12
Alas muy grandes, cuello y rostro
humanos
y garras tienen, y el vientre con
plumas;
en árboles tan raros se lamentan.
15
Y el buen Maestro: «Antes de
adentrarte,
sabrás que este recinto es el segundo
‑me comenzó a decir‑ y estarás
hasta
18
que puedas ver el horrible arenal;
mas mira atentamente; así verás
cosas que si te digo no creerías.»
21
Yo escuchaba por todas partes ayes,
y no vela a nadie que los diese,
23[L140]
por lo que me detuve muy asustado.
24
Yo creí que él creyó que yo creía
que tanta voz salía del follaje,
de gente que a nosotros se
ocultaba.
27[L141]
Y por ello me dijo: «Si tronchases
cualquier manojo de una de estas
plantas,
tus pensamientos también
romperias.»
30
Entonces extendí un poco la mano,
y corté una ramita a un gran endrino;
y su tronco gritó: «¿Por qué me
hieres?
33
Y haciéndose después de sangre oscuro
volvió a decir: «Por qué así me
desgarras?
¿es que no tienes compasión
alguna?
36
Hombres fuimos, y ahora matorrales;
más piadosa debiera ser tu mano,
aunque fuéramos almas de
serpientes.»
39
Como. una astilla verde que encendida
por un lado, gotea por el otro,
y chirría el vapor que sale de
ella,
42
así del roto esqueje salen juntas
sangre y palabras: y dejé la rama
caer y me quedé como quien teme.
45
«Si él hubiese creído de antemano
‑le respondió mi sabio‑, ánima herida,
aquello que en mis rimas ha leído,
48[L142]
no hubiera puesto sobre ti la mano:
mas me ha llevado la increible cosa
a inducirle a hacer algo que me
pesa:
51
mas dile quién has sido, y de este modo
algún aumento renueve tu fama
alli en el mundo, al que volver él
puede.»
54
Y el tronco: «Son tan dulces tus
lisonjas
que no puedo callar; y no os moleste
si en hablaros un poco me
entretengo:
57
Yo soy aquel que tuvo las dos llaves
58[L143]
que el corazón de Federico abrían
y cerraban, de forma tan suave,
60
que a casi todos les negó el secreto;
tanta fidelidad puse en servirle
que mis noches y días perdí en
ello.
63
La meretriz que jamás del palacio
64[L144]
del César quita la mirada impúdica,
muerte común y vicio de las
cortes,
66
encendió a todos en mi contra; y tanto
encendieron a Augusto esos incendios
que el gozo y el honor trocóse en
lutos;
69
mi ánimo, al sentirse despreciado,
creyendo con morir huir del desprecio,
culpable me hizo contra mí
inocente.
72
Por las raras raíces de este leño,
os juro que jamás rompí la fe
a mi señor, que fue de honor tan
digno.
75
Y si uno de los dos regresa al mundo,
rehabilite el recuerdo que se duele
aún de ese golpe que asesta la
envidia.»
78
Paró un poco, y después: «Ya que se
calla,
no pierdas tiempo ‑dijome el
poeta-
habla y pregúntale si más
deseas.»
81
Yo respondí: «Pregúntale tú entonces
lo que tú pienses que pueda gustarme;
pues, con tanta aflicción, yo no
podría.»
84
Y así volvió a empezar: «Para que te
haga
de buena gana aquello que pediste,
encarcelado espíritu, aún te
plazca
87
decirnos cómo el alma se encadena
en estos troncos; dinos, si es que
puedes,
si alguna se despega de estos
miembros.»
90
Sopló entonces el tronco fuememente
trocándose aquel viento en estas voces:
«Brevemente yo quiero responderos;
93
cuando un alma feroz ha abandonado
el cuerpo que ella misma ha desunido
Minos la manda a la séptima fosa.
96
Cae a la selva en parte no elegida;
mas donde la fortuna la dispara,
como un grano de espelta allí
germina;
99
surge en retoño y en planta silvestre:
y al converse sus hojas las Arpías,
dolor le causan y al dolor
ventana.
102
Como las otras, por nuestros despojos,
vendremos, sin que vistan a ninguna;
pues no es justo tener lo que se
tira.
105
A rastras los traeremos, y en la triste
selva serán los cuerpos suspendidos,
del endrino en que sufre cada
sombra.»
108
Aún pendientes estábamos del tronco
creyendo que quisiera más contarnos,
cuando de un ruido fuimos
sorprendidos,
111
Igual que aquel que venir desde el
puesto
escucha al jabalí y a la jauría
y oye a las bestias y un ruido de
frondas;
114
Y miro a dos que vienen por la
izquierda,
115[L145]
desnudos y arañados, que en la huida,
de la selva rompían toda mata.
117
Y el de delante: «¡Acude, acude,
muerte!»
Y el otro, que más lento parecía,
gritaba: «Lano, no fueron tan
raudas
120
en la batalla de Toppo tus piernas.»
Y cuando ya el aliento le faltaba,
de él mismo y de un arbusto formó un
nudo.
123
La selva estaba llena detrás de ellos
de negros canes, corriendo y ladrando
cual lebreles soltados de traílla.
126
El diente echaron al que estaba oculto
y lo despedazaron trozo a trozo;
luego llevaron los miembros
dolientes.
129
Cogióme entonces de la mano el guía,
y me llevó al arbusto que lloraba,
131[L146]
por los sangrantes rotos,
vanamente.
132
Decía: «Oh Giácomo de Sant' Andrea,
¿qué te ha valido de mí hacer refugio?
¿qué culpa tengo de tu mala vida?»
135
Cuando el maestro se paró a su lado,
dijo: «¿Quién fuiste, que por tantas
puntas
con sangre exhalas tu habla
dolorosa?»
138
Y él a nosotros: «Oh almas que llegadas
sois a mirar el vergonzoso estrago,
que mis frondas así me ha
desunido,
141
recogedlas al pie del triste arbusto.
Yo fui de la ciudad que en el Bautista
143[L147]
cambió el primer patrón: el cual, por
esto
144
con sus artes por siempre la hará
triste;
y de no ser porque en el puente de Arno
aún permanece de él algún
vestigio,
147
esas gentes que la reedificaron
sobre las ruinas que Atila dejó,
149[L148]
habrían trabajado vanamente.
150
Yo de mi casa hice mi
cadalso.»
CANTO XIV
Y como el gran amor del lugar patrio
me conmovió, reuní la rota fronda,
y se la devolví a quien ya
callaba.
3
Al límite llegamos que divide
el segundo recinto del tercero,
y vi de la justicia horrible modo.
6[L149]
Por bien manifestar las nuevas cosas,
he de decir que a un páramo llegamos,
que de su seno cualquier planta
ahuyenta.
9
La dolorosa selva es su guirnalda,
como para ésta lo es el triste foso;
justo al borde los pasos
detuvimos.
12
Era el sitio una arena espesa y seca,
hecha de igual manera que esa otra
que oprimiera Catón con su pisada.
15[L150]
¡Oh venganza divina, cuánto debes
ser temida de todo aquel que lea
cuanto a mis ojos fuera
manifiesto!
18
De almas desnudas vi muchos rebaños,
todas llorando llenas de miseria,
y en diversas posturas colocadas:
21
unas gentes yacían boca arriba;
encogidas algunas se sentaban,
y otras andaban incesantemente.
24
Eran las más las que iban dando
vueltas,
menos las que yacían en tormento,
pero más se quejaban de sus males.
27
Por todo el arenal, muy lentamente,
llueven copos de fuego dilatados,
como nieve en los Alpes si no hay
viento.
30
Como Alejandro en la caliente zona
31[L151]
de la India vio llamas que caían
hasta la tierra sobre sus
ejércitos;
33
por lo cual ordenó pisar el suelo
a sus soldados, puesto que ese fuego
se apagaba mejor si estaba
aislado,
36
así bajaba aquel ardor eterno;
y encendía la arena, tal la yesca
bajo eslabón, y el tormento
doblaba.
39
Nunca reposo hallaba el movimiento
de las míseras manos, repeliendo
aquí o allá de sí las nuevas
llamas.
42
Yo comencé: «Maestro, tú que vences
todas las cosas, salvo a los demonios
que al entrar por la puerta nos
salieron,
45
¿Quién es el grande que no se preocupa
46[L152]
del fuego y yace despectivo y fiero,
cual si la lluvia no le madurase?»
48
Y él mismo, que se había dado cuenta
que preguntaba por él a mi guía,
gritó: « Como fui vivo, tal soy
muerto.
51
Aunque Jove cansara a su artesano
52[L153]
de quien, fiero, tomó el fulgor agudo
con que me golpeó el último día,
54
o a los demás cansase uno tras otro,
de Mongibelo en esa negra fragua,
clamando: “Buen Vulcano, ayuda,
ayuda”
57
tal como él hizo en la lucha de Flegra,
y me asaeteara con sus fuerzas,
no podría vengarse alegremente.»
60
Mi guía entonces contestó con fuerza
tanta, que nunca le hube así
escuchado:
«Oh Capaneo, mientras no se calme
63
tu soberbia, serás más afligido:
ningún martirio, aparte de tu rabia,
a tu furor dolor será adecuado.»
66
Después se volvió a mí con mejor tono,
«Éste fue de los siete que asediaron
a Tebas; tuvo a Dios, y me parece
69
que aún le tenga, desdén, y no le
implora;
mas como yo le dije, sus despechos
son en su pecho galardón bastante.
72
Sígueme ahora y cuida que tus pies
no pisen esta arena tan ardiente,
mas camina pegado siempre al
bosque.»
75
En silencio llegamos donde corre
fuera ya de la selva un arroyuelo,
77[L154]
cuyo rojo color aún me horripila:
78
como del Bulicán sale el arroyo
79[L155]
que reparten después las pecadoras,
t
al corrta a través de aquella
arena.
81
El fondo de éste y ambas dos paredes
eran de piedra, igual que las orillas;
y por ello pensé que ése era el
paso.
84
«Entre todo lo que yo te he enseñado,
desde que atravesamos esa puerta
cuyos umbrales a nadie se niegan,
87[L156]
ninguna cosa has visto más notable
como el presente río que las llamas
apaga antes que lleguen a
tocarle.»
90
Esto dijo mi guía, por lo cual
yo le rogué que acrecentase el pasto,
del que acrecido me había el
deseo.
93
«Hay en medio del mar un devastado
país ‑me dijo‑ que se llama Creta;
bajo su rey fue el mundo virtuoso.
96[L157]
Hubo allí una montaña que alegraban
aguas y frondas, se llamaba Ida:
cual cosa vieja se halla ahora
desierta.
99
La excelsa Rea la escogió por cuna
100[L158]
para su hijo y, por mejor guardarlo,
cuando lloraba, mandaba dar
gritos.
102
Se alza un gran viejo dentro de aquel
monte,
103[L159]
que hacia Damiata vuelve las espaldas
y al igual que a un espejo a Roma
mira.
105
Está hecha su cabeza de oro fino,
y plata pura son brazos y pecho,
se hace luego de cobre hasta las
ingles;
108
y del hierro mejor de aquí hasta abajo,
salvo el pie diestro que es barro
cocido:
y más en éste que en el otro
apoya.
111
Sus partes, salvo el oro, se hallan
rotas
por una raja que gotea lágrimas,
113[L160]
que horadan, al juntarse, aquella
gruta;
114
su curso en este valle se derrama:
forma Aqueronte, Estigia y Flagetonte;
corre después por esta estrecha
espita
117
al fondo donde más no se desciende:
forma Cocito; y cuál sea ese pantano
119[L161]
ya lo verás; y no te lo describo.»
120
Yo contesté: «Si el presente riachuelo
tiene así en nuestro mundo su
principio,
¿como puede encontrarse en este
margen?»
123
Respondió: «Sabes que es redondo el
sitio,
y aunque hayas caminado un largo trecho
hacia la izquierda descendiendo al
fondo,
126
aún la vuelta completa no hemos dado;
por lo que si aparecen cosas nuevas,
no debes contemplarlas con
asombro.»
129
Y yo insistí «Maestro, ¿dónde se hallan
Flegetonte y Leteo?; a uno no nombras,
131[L162]
y el otro dices que lo hace esta
lluvia.»
132
«Me agradan ciertamente tus preguntas
‑dijo‑, mas el bullir del agua roja
debía resolverte la primera.
135
Fuera de aquí podrás ver el Leteo,
allí donde a lavarse van las almas,
cuando la culpa purgada se borra.»
138
Dijo después: «Ya es tiempo de
apartarse
del bosque; ven caminando detrás:
dan paso las orillas, pues no queman,
141
y sobre ellas se extingue cualquier
fuego.»
CANTO XV
Caminamos por uno de los bordes,
y tan denso es el humo del arroyo,
que del fuego protege agua y
orillas.
3
Tal los flamencos entre Gante y Brujas,
temiendo el viento que en invierno
sopla,
a fin de que huya el mar hacen sus
diques;
6
y como junto al Brenta los paduanos
7[L163]
por defender sus villas y castillos,
antes que Chiarentana el calor
sienta;
9[L164]
de igual manera estaban hechos éstos,
sólo que ni tan altos ni tan gruesos,
fuese el que fuese quien los
construyera.
12
Ya estábamos tan lejos de la selva
que no podría ver dónde me hallaba,
aunque hacia atrás yo me diera la
vuelta,
15
cuando encontramos un tropel de almas
16[L165]
que andaban junto al dique, y todas
ellas
nos miraban cual suele por la
noche
18
mirarse el uno al otro en luna nueva;
y para vernos fruncían las cejas
como hace el sastre viejo con la
aguja.
21
Examinado así por tal familia,
de uno fui conocido, que agarró
mi túnica y gritó: «¡Qué
maravilla!»
24
y yo, al verme cogido por su mano
fijé la vista en su quemado rostro,
para que, aun abrasado, no
impidiera,
27
su reconocimiento a mi memoria;
e inclinando la mía hacia su cara
respondí: «¿Estáis aquí, señor
Brunetto?»
30[L166]
«Hijo, no te disguste ‑me
repuso-
si Brunetto Latino deja un rato
a su grupo y contigo se detiene.»
33
Y yo le dije: «Os lo pido gustoso;
y si queréis que yo, con vos me pare,
lo haré si place a aquel con el que
ando.»
36
«Hijo ‑repuso‑, aquel de este rebaño
que se para, después cien años yace,
sin defenderse cuando el fuego
quema.
39
Camina pues: yo marcharé a tu lado;
y alcanzaré más tarde a mi mesnada,
que va llorando sus eternos
males.»
42
Yo no osaba bajarme del camino
y andar con él; mas gacha la cabeza
tenía como el hombre reverente.
45
Él comenzó: «¿Qué fortuna o destino
antes de postrer día aquí te trae?
¿y quién es éste que muestra el
camino?»
48
Y yo: «Allá arriba, en la vida serena
‑le respondí‑ me perdí por un valle,
antes de que mi edad fuese
perfecta.
51
Lo dejé atrás ayer por la mañana;
éste se apareció cuando a él volvía,
y me lleva al hogar por esta
ruta.»
54
Y él me repuso: «Si sigues tu estrella
glorioso puerto alcanzarás sin falta,
si de la vida hermosa bien me
acuerdo;
57
y si no hubiese muerto tan temprano,
viendo que el cielo te es tan
favorable,
dado te habría ayuda en la tarea.
60
Mas aquel pueblo ingrato y malicioso
que desciende de Fiesole de antiguo,
62[L167]
y aún tiene en él del monte y del
peñasco,
63
si obras bien ha de hacerse tu
contrario:
y es con razón, que entre ásperos
serbales
no debe madurar el dulce higo.
66
Vieja fama en el mundo llama ciegos,
gente es avara, envidiosa y soberbia:
líbrate siempre tú de sus
costumbres.
69
Tanto honor tu fortuna te reserva,
que la una parte y la otra tendrán
hambre
71[L168]
de ti; mas lejos pon del chivo el
pasto.
72
Las bestias fiesolanas se apacienten
de ellas mismas, y no toquen la planta,
si alguna surge aún entre su
estiércol,
75
en que reviva la simiente santa
de los romanos que quedaron, cuando
hecho fue el nido de tan gran
malicia.»
78
«Si pudiera cumplirse mi deseo
aún no estaríais vos ‑le
repliqué-
de la humana natura separado;
81
que en mi mente está fija y aún me
apena,
querida y buena, la paterna imagen
vuestra, cuando en el mundo hora tras
hora
84
me enseñabais que el hombre se hace
eterno;
y cuánto os lo agradezco, mientras
viva,
conviene que en mi lengua se
proclame.
87
Lo que narráis de mi carrera escribo,
para hacerlo glosar, junto a otro
texto,
89[L169]
si hasta ella llego, a la mujer que
sabe.
90
Sólo quiero que os sea manifiesto
que, con estar tranquila mi conciencia,
me doy, sea cual sea, a la
Fortuna.
93
No es nuevo a mis oídos tal augurio:
mas la Fortuna hace girar su rueda
como gusta, y el labrador su
azada.»
96
Entonces mi maestro la mejilla
derecha volvió atrás, y me miró;
dijo después: «Bien oye el
precavido.»
99
Pero yo no dejé de hablar por eso
con ser Brunetto, y pregunto quién son
sus compañeros de más alta fama.
102
Y él me dijo: «Saber de alguno es
bueno;
de los demás será mejor que calle,
que a tantos como son el tiempo es
corto.
105
Sabe, en suma, que todos fueron
clérigos
y literatos grandes y famosos,
al mundo sucios de un igual
pecado.
108
Prisciano va con esa turba mísera,
109[L170]
y Francesco D'Accorso; y ver con éste,
110[L171]
si de tal tiña tuvieses deseo,
111
podrás a quien el Siervo de los Siervos
hizo mudar del Arno al Bachiglión,
113[L172]
donde dejó los nervios mal usados.
114
De otros diría, mas charla y camino
no pueden alargarse, pues ya veo
surgir del arenal un nuevo humo.
117
Gente viene con la que estar no debo:
mi “Tesoro” te dejo encomendado,
119[L173]
en el que vivo aún, y más no
digo.»
120
Luego se fue, y parecía de aquellos
que el verde lienzo corren en Verona
122[L174]
por el campo; y entre éstos parecía
123
de los que ganan, no de los que
pierden.
CANTO XVI
Ya estaba donde el resonar se oía
del agua que caía al otro círculo,
como el que hace la abeja en la
colmena;
3
cuando tres sombras juntas se salieron,
corriendo, de una turba que pasaba
bajo la lluvia de la áspera pena.
6
Hacia nosotros gritando venían:
«Detente quien parece por el traje
ser uno de la patria depravada.»
9
¡Ah, cuántas llagas vi en aquellos
miembros,
viejas y nuevas, de la llama ardidas!
me siento aún dolorido al
recordarlo.
12
A sus gritos mi guía se detuvo;
volvió el rostro hacia mí, y me dijo: «
Espera,
pues hay que ser cortés con esta
gente.
15
Y si no fuese por el crudo fuego
que este sitio asaetea, te diría
que te apresures tú mejor que
ellos.»
18
Ellos, al detenernos, reemprendieron
su antiguo verso; y cuando ya llegaron,
hacen un corro de sí aquellos
tres,
21
cual desnudos y untados campeones,
acechando a su presa y su ventaja,
antes de que se enzarcen entre
ellos;
24[L175]
y con la cara vuelta, cada uno
me miraba de modo que al contrario
iba el cuello del pie
continuamente.
27
«Si el horror de este suelo movedizo
vuelve nuestras plegarias despreciables
‑uno empezó‑ y la faz negra y
quemada,
30
nuestra fama a tu ánimo suplique
que nos digas quién eres, que los vivos
pies tan seguro en el infierno
arrastras.
33
Éste, de quien me ves pisar las
huellas,
aunque desnudo y sin pellejo vaya,
fue de un grado mayor de lo que
piensas,
36[L176]
pues nieto fue de la bella Gualdrada;
se llamó Guido Guerra, y en su vida
mucho obró con su espada y con su
juicio.
39
El otro, que tras mí la arena pisa,
es Tegghiaio Aldobrandi, cuya voz
41[L177]
en el mundo debiera agradecerse;
42
y yo, que en el suplicio voy con ellos,
Jacopo Rusticucci; y fiera esposa
44[L178]
más que otra cosa alguna me
condena.»
45
Si hubiera estado a cubierto del fuego,
me hubiera ido detrás de ellos al
punto,
y no creo que al guía le
importase;
48
mas me hubiera abrasado, y de ese modo
venció el miedo al deseo que tenía,
pues de abrazarles yo me hallaba
ansioso.
51
Luego empecé: «No desprecio, mas pena
en mi interior me causa vuestro estado,
y es tanta que no puedo
desprenderla,
54
desde el momento en que mi guía dijo
palabras, por las cuales yo pensaba
que, como sois, se acercaba tal
gente.
57
De vuestra tierra soy, y desde siempre
vuestras obras y nombres tan honrados,
con afecto he escuchado y
retenido.
60
Dejo la hiel y voy al dulce fruto
que mi guía veraz me ha prometido,
pero antes tengo que llegar al
centro.»
63
«Muy largamente el alma te conduzcan
todavía ‑me dijo aquél‑ tus miembros,
y resplandezca luego tu memoria,
66
di si el valor y cortesía aún se hallan
en nuestra patria tal como solían,
o si del todo han sido ya
expulsados;
69
que Giuglielmo Borsiere, el cual se
duele
70[L179]
desde hace poco en nuestro mismo grupo,
con sus palabras mucho nos
aflige.»
72
«Las nuevas gentes, las ganancias
súbitas,
73[L180]
orgullo y desmesura han generado,
en ti, Florencia, y de ello te
lamentas.»
75
Así grité levantando la cara;
y los tres, que esto oyeron por
respuesta,
se miraron como ante las verdades.
78
«Si en otras ocasiones no te cuesta
satisfacer a otros ‑me dijeron‑,
dichoso tú que dices lo que
quieres.
81
Pero si sales de este mundo ciego
y vuelves a mirar los bellos astros,
cuando decir “estuve allí” te
plazca,
84
háblale de nosotros a la gente.»
Rompieron luego el círculo y, huyendo,
alas sus raudas piernas parecían.
87
Un amén no podría haberse dicho
antes de que ellos se hubiesen perdido;
por lo que el guía quiso que
partiésemos.
90
Yo iba detrás, y no avanzamos mucho
cuando el agua sonaba tan de cerca,
que apenas se escuchaban las
palabras.
93
Como aquel río sigue su carrera
primero desde el Veso hacia el levante,
a la vertiente izquierda de
Apenino,
96[L181]
que Acquaqueta se llama abajo, antes
de que en un hondo lecho se desplome,
y en Forlí ya ese nombre no
conserva,
99
resuena allí sobre San Benedetto,
de la roca cayendo en la cascada
en donde mil debieran recibirle;
102
así en lo hondo de un despeñadero,
oímos resonar el agua roja,
que el oído ofendía al poco
tiempo.
105
Yo llevaba una cuerda a la cintura
106[L182]
con la que alguna vez hube pensado
cazar la onza de la piel pintada.
108
Luego de haberme toda desceñido,
como mi guía lo había mandado,
se la entregué recogida en un
rollo.
111
Entonces se volvió hacia la derecha
y, alejándose un trecho de la orilla,
la arrojó al fondo de la
escarpadura.
114
«Alguna novedad ha de venirnos
‑pensaba para mí‑ del nuevo signo,
que el maestro así busca con los
ojos.»
117
iCuán cautos deberían ser los hombres
junto a aquellos que no sólo las obras,
mas por dentro el pensar también
conocen!
120
«Pronto ‑dijo‑ verás sobradamente
lo que espero, y en lo que estás
pensando:
pronto conviene que tú lo
descubras.»
123
La verdad que parece una mentira
debe el hombre callarse mientras pueda,
porque sin tener culpa se
avergüence:
126
pero callar no puedo; y por las notas,
lector, de esta Comedia, yo te juro,
128[L183]
así no estén de larga gracia
llenas,
129
que vi por aquel oire oscuro y denso
venir nadando arriba una figura,
que asustaría el alma más
valiente,
132
tal como vuelve aquel que va al fondo
a desprender el ancla que se agarra
a escollos y otras cosas que el mar
cela,
135
que el cuerpo extiende y los pies se
recoge.
CANTO XVII
«Mira la bestia con la cola aguda,
1[L184]
que pasa montes, rompe muros y armas;
mira aquella que apesta todo el
mundo.»
3
Así mi guía comenzó a decirme;
y le ordenó que se acercase al borde
donde acababa el camino de piedra.
6
Y aquella sucia imagen del engaño
se acercó, y sacó el busto y la cabeza,
mas a la orilla no trajo la cola.
9
Su cara era la cara de un buen hombre,
tan benigno tenía lo de afuera,
y de serpiente todo lo restante.
12
Garras peludas tiene en las axilas;
y en la espalda y el pecho y ambos
flancos
pintados tiene ruedas y lazadas.
15
Con más color debajo y superpuesto
no hacen tapices tártaros ni turcos,
ni fue tal tela hilada por Aracne.
18[L185]
Como a veces hay lanchas en la orilla,
que parte están en agua y parte en
seco;
o allá entre los glotones alemanes
21
el castor se dispone a hacer su caza,
se hallaba así la fiera detestable
al horde pétreo, que la arena
ciñe.
24
Al aire toda su cola movía,
cerrando arriba la horca venenosa,
que a guisa de escorpión la punta
armaba.
27
El guía dijo: «Es preciso torcer
nuestro camino un poco, junto a aquella
malvada bestia que está allí
tendida.»
30
Y descendimos al lado derecho,
caminando diez pasos por su borde,
para evitar las llamas y la arena.
33
Y cuando ya estuvimos a su lado,
sobre la arena vi, un poco más lejos,
gente sentada al borde del abismo.
36
Aquí el maestro: «Porque toda entera
de este recinto la experiencia lleves
‑me dijo‑, ve y contempla su
castigo.
39
Allí sé breve en tus razonamientos:
mientras que vuelvas hablaré con ésta,
que sus fuertes espaldas nos
otorgue.»
42
Así pues por el borde de la cima
de aquel séptimo circulo yo solo
anduve, hasta llegar a los
penados.
45[L186]
Ojos afuera estallaba su pena,
de aquí y de allí con la mano evitaban
tan pronto el fuego como el suelo
ardiente:
48
como los perros hacen en verano,
con el hocico, con el pie, mordidos
de pulgas o de moscas o de
tábanos.
51
Y después de mirar el rostro a algunos,
a los que el fuego doloroso azota,
a nadie conocí; pero me acuerdo
54
que en el cuello tenía una bolsa
con un cierto color y ciertos signos,
que parecían complacer su vista.
57
Y como yo anduviéralos mirando,
algo azulado vi en una amarilla,
que de un león tenía cara y porte.
60
Luego, siguiendo de mi vista el curso,
otra advertí como la roja sangre,
y una oca blanca más que la
manteca.
63
Y uno que de una cerda azul preñada
64[L187]
señalado tenía el blanco saco,
dijo: «¿Qué andas haciendo en esta
fosa?
66
Vete de aquí; y puesto que estás vivo,
sabe que mi vecino Vitaliano
68[L188]
aquí se sentará a mi lado
izquierdo;
69
de Padua soy entre estos florentinos:
y las orejas me atruenan sin tasa
gritando: “¡Venga el noble
caballero
72[L189]
que llenará la bolsa con tres chivos!”»
Aquí torció la boca y se sacaba
la lengua, como el buey que el belfo
lame.
75
Y yo, temiendo importunar tardando
a quien de no tardar me había
advertido,
atrás dejé las almas lastimadas.
78
A mi guía encontré, que ya subido
sobre la grupa de la fiera estaba,
y me dijo: «Sé fuerte y arrojado.
81
Ahora bajamos por tal escalera:
sube delante, quiero estar en medio,
porque su cola no vaya a dañarte.»
84
Como está aquel que tiene los temblores
de la cuartana, con las uñas pálidas,
y tiembla entero viendo ya el
relente,
87
me puse yo escuchando sus palabras;
pero me avergoncé con su advertencia,
que ante el buen amo el siervo se hace
fuerte.
90
Encima me senté de la espaldaza:
quise decir, mas la voz no me vino
como creí: «No dejes de
abrazarme.»
93
Mas aquel que otras veces me ayudara
en otras dudas, luego que monté,
me sujetó y sostuvo con sus
brazos.
96
Y le dijo: «Gerión, muévete ahora:
las vueltas largas, y el bajar sea
lento:
piensa en qué nueva carga estás
llevando.»
99
Como la navecilla deja el puerto
detrás, detrás, así ésta se alejaba;
y luego que ya a gusto se sentía,
102
en donde el pecho, ponía la cola,
y tiesa, como anguila, la agitaba,
y con los brazos recogía el aíire.
105
No creo que más grande fuese el miedo
cuando Faetón abandonó las riendas,
107[L190]
por lo que el cielo ardió, como aún
parece;
108
ni cuando la cintura el pobre Ícaro
sin alas se notó, ya derretidas,
gritando el padre: «¡Mal camino
llevas!»;
111
que el mío fue, cuando noté que estaba
rodeado de aire, y apagada
cualquier visión que no fuese la
fiera;
114
ella nadando va lenta, muy lenta;
gira y desciende, pero yo no noto
sino el viento en el rostro y por
debajo.
117
Oía a mi derecha la cascada
que hacía por encima un ruido horrible,
y abajo miro y la cabeza asomo.
120
Entonces temí aún más el precipicio,
pues fuego pude ver y escuchar llantos;
por lo que me encogí temblando
entero.
123
Y vi después, que aún no lo había
visto,
al bajar y girar los grandes males,
que se acercaban de diversos
lados.
126
Como el halcón que asaz tiempo ha
volado,
y que sin ver ni señuelo ni pájaro
hace decir al halconero: «¡Ah,
baja!»,
129
lento desciende tras su grácil vuelo,
en cien vueltas, y a lo lejos se pone
de su maestro, airado y desdeñoso,
132
de tal modo Gerión se posó al fondo,
al mismo pie de la cortada roca,
y descargadas nuestras dos personas,
135
se disparó como de cuerda
tensa.
CANTO XVIII
Hay un lugar llamado Malasbolsas
1[L191]
en el infierno, pétreo y ferrugiento,
igual que el muro que le ciñe
entorno.
3
Justo en el medio del campo maligno
se abre un pozo bastante largo y hondo,
del cual a tiempo contaré las
partes.
6[L192]
Es redondo el espacio que se forma
entre el pozo y el pie del duro abismo,
y en diez valles su fondo se
divide.
9
Como donde, por guarda de los muros,
más y más fosos ciñen los castillos,
el sitio en donde estoy tiene el
aspecto;
12
tal imagen los valles aquí tienen.
Y como del umbral de tales fuertes
a la orilla contraria hay
puentecillos,
15
así del borde de la roca, escollos
conducen, dividiendo foso y márgenes,
hasta el pozo que les corta y les
une.
18
En este sitio, ya de las espaldas
de Gerión nos bajamos; y el poeta
tomó a la izquierda, y yo me fui tras
él.
21
A la derecha vi nuevos pesares,
nuevos castigos y verdugos nuevos,
que la bolsa primera abarrotaban.
24[L193]
Allí estaban desnudos los malvados;
una mitad iba dando la espalda,
otra de frente, con pasos más
grandes;
27
tal como en Roma la gran muchedumbre,
28[L194]
del año jubilar, alli en el puente
precisa de cruzar en doble vía,
30
que por un lado todos van de cara
hacia el castillo y a San Pedro
marchan;
y de otro lado marchan hacia el
monte.
33
De aquí, de allí, sobre la oscura roca,
vi demonios cornudos con flagelos,
que azotaban cruelmente sus
espaldas.
36
¡Ay, cómo hacían levantar las piernas
a los primeros golpes!, pues ninguno
el segundo esperaba ni el tercero.
39
Mientras andaba, en uno mi mirada
vino a caer; y al punto yo me dije:
«De haberle visto ya no estoy
ayuno.»
42
Y así paré mi paso para verlo:
y mi guía conmigo se detuvo,
y consintió en que atrás
retrocediera.
45
Y el condenado creía ocultarse
bajando el rostro; mas sirvió de poco,
pues yo le dije: «Oh tú que el rostro
agachas,
48
si los rasgos que llevas no son falsos,
Venedico eres tú Caccianemico;
50[L195]
mas ¿qué te trae a salsas tan
picantes?»
51
Y repuso: «Lo digo de mal grado;
pero me fuerzan tus claras palabras,
que me hacen recordar el mundo
antiguo.
54
Fui yo mismo quien a Ghisolabella
indujo a hacer el gusto del marqués,
como relaten la sucia noticia.
57
Y boloñés no lloró aquí tan sólo,
mas tan repleto está este sitio de
ellos,
que ahora tantas lenguas no se
escuchan
60
que digan "Sipa" entre Savena y Reno;
61[L196]
y si fe o testimonio de esto quieres,
trae a tu mente nuestro seno
avaro.»
63
Hablando así le golpeó un demonio
con su zurriago, y dijo: « Lárgate
rufián, que aquí no hay hembras que se
vendan.»
66
Yo me reuní al momento con mi escolta;
luego, con pocos pasos, alcanzamos
un escollo saliente de la escarpa.
69
Con mucha ligereza lo subimos
y, vueltos a derecha por su dorso,
de aquel círculo eterno nos
marchamos.
72
Cuando estuvimos ya donde se ahueca
debajo, por dar paso a los penados,
el guía dijo: « Espera, y haz que
pongan
75
la vista en ti esos otros malnacidos,
a los que aún no les viste el
semblante,
porque en nuestro sentido
caminaban.»
78
Desde el puente mirábamos el grupo
que al otro lado hacia nosotros iba,
y que de igual manera azota el
látigo.
81
Y sin yo preguntarle el buen Maestro
«Mira aquel que tan grande se aproxima,
que no le causa lágrimas el daño.
84
¡Qué soberano aspecto aún
conserva!
Es Jasón, que por ánimo y astucia
86[L197]
dejó privada del carnero a
Cólquida.
87
Éste pasó por la isla de Lemmos,
luego que osadas hembras despiadadas
muerte dieran a todos sus varones:
90
con tretas y palabras halagüeñas
a Isifile engañó, la muchachita
que antes había a todas engañado.
93
Allí la dejó encinta, abandonada;
tal culpa le condena a tal martirio;
también se hace venganza de Medea.
96[L198]
Con él están los que en tal modo
engañan:
y del valle primero esto te baste
conocer, y de los que en él
castiga.»
99
Nos hallábamos ya donde el sendero
con el margen segundo se entrecruza,
que a otro arco le sirve como
apoyo.
102
Aquí escuchamos gentes que ocupaban
la otra bolsa y soplaban por el morro,
pegándose a sí mismas con las
manos.
105
Las orillas estaban engrumadas
por el vapor que abajo se hace espeso,
y ofendía a la vista y al olfato.
108
Tan oscuro es el fondo, que no deja
ver nada si no subes hasta el dorso
del arco, en que la roca es más
saliente.
111
Allí subimos; y de allá, en el foso
vi gente zambullida en el estiércol,
cual de humanas letrinas recogido.
114
Y mientras yo miraba hacia allá abajo,
vi una cabeza tan de mierda llena,
que no sabía si era laico o
fraile.
117
Él me gritó: « ¿Por qué te satisface
mirarme más a mí que a otros tan
sucios?»
Le dije yo: « Porque, si bien
recuerdo,
120
con los cabellos secos ya te he visto,
y eres Alesio Interminei de Lucca:
122[L199]
por eso más que a todos te
miraba.»
123
Y él dijo, golpeándose la chola:
124[L200]
«Aquí me han sumergido las lisonjas,
de las que nunca se cansó mi
lengua.»
126
Luego de esto, mi guía: «Haz que
penetre
‑dijo‑ tu vista un poco más delante,
tal que tus ojos vean bien el
rostro
129
de aquella sucia y desgreñada esclava,
130[L201]
que allí se rasca con uñas mierdosas,
y ahora se tumba y ahora en pie se
pone:
132
es Thais, la prostituta, que repuso
a su amante, al decirle "¿Tengo prendas
bastantes para ti?": “aún más,
excelsas”.
135
Y sea aquí saciada nuestra
vista.»
CANTO XIX
¡Oh Simón Mago! Oh mfseros secuaces
1[L202]
que las cosas de Dios, que de los
buenos
esposas deben ser, como rapaces
3
por el oro y la plata adulteráis!
sonar debe la trompa por vosotros,
puesto que estáis en la tercera
bolsa.
6
Ya estábamos en la siguiente tumba,
subidos en la parte del escollo
que cae justo en el medio de aquel foso.