INFANTE
DON JUAN MANUEL
Quien te aconseja encubrir a
tus amigos,
Engañarte quiere asaz y sin
testigos.
Señor Conde, tres hombres
burlones vinieron a un rey y le dijeron que eran muy buenos maestros en el arte
de hacer paños y sobre todo que hacían un paño que lo vería todo hombre que
fuese hijo de padre honrado y que no lo vería aquél cuyo padre no lo
fuera.
Al
rey le agradó mucho esta noticia, porque pensó que con aquel paño podría saber
qué hombres de su reino eran hijos de padres honrados y cuáles no, y porque vio
que de esta manera podía aumentar su patrimonio, ya que los moros no heredan
nada de sus padres si éstos no son honrados. Por esto mandó que les dieran un palacio
dónde hiciesen aquel paño.
Y
ellos le dijeron que, para que viese que no le querían engañar, les mandase
encerrar en aquel palacio hasta que estuviese hecho el paño. Y eso le agradó mucho al rey. Y una vez que hubiera tomado para hacer
el paño mucho oro y plata y seda y muchas más cosas para hacerle, entraron en el
palacio y los encerraron.
Y
ellos armaron sus talleres y daban a entender que estaban todo el día tejiendo
el paño. Y al cabo de algunos días
fue uno de ellos a decir al rey que se había empezado, y que era la cosa más
hermosa del mundo, y le dijo qué figuras y labores empezaban a hacer y que, si
gustaba, lo fuese a ver, y que no entrase ningún hombre con él. Y esto le agradó mucho al
rey.
Y
el rey, queriendo probar aquello antes en otro, envió un camarero suyo para que
lo viese. Y cuando el camarero vio
a los maestros y lo que decían no se atrevió a decir que no veía el paño. Y cuando volvió dónde estaba el rey le
dijo que había visto el paño. Y el
rey envió otro criado después, y éste dijo lo mismo. Y cuando todos los que el rey envió le
dijeron que veían el paño, fue el rey a verlo.
Y
cuando el rey entró en el palacio vio a los maestros que estaban tejiendo y
decían: "Ésta es tal labor, y ésta
tal historia, y ésta tal figura, y éste tal color". Y coincidían todos en lo que decían y,
sin embargo no tejían nada. Y
cuando el rey vio que ellos no tejían y sin embargo decían de qué manera era el
paño, y que él no veía lo que habían visto los otros, túvose por muerto, porque
creyó que no era hijo de padre honrado y que por eso no podía ver el paño, y
temió que si decía que no lo veía, perdería el reino. Y por eso empezó a alabar mucho el paño
y atendió mucho a lo que decían aquellos maestros sobre cómo estaba
hecho.
Y
cuando estuvo en su casa con la gente comenzó a decir maravillas de lo bueno y
lo maravilloso que era aquel paño, y decía las figuras y las cosas que había en
el paño, pero él tenía muy malas sospechas de sí.
Y
al cabo de dos o tres días mandó a su alguacil a que fuese a ver el paño. Y el rey le contó las maravillas y
extrañezas que había visto en el paño.
Y el alguacil fue allá.
Y
cuando entró y vio a los maestros que tejían y decían las figuras que había en
el paño, y recordó que el rey lo había visto, y él no lo veía, creyó que por no
ser hijo de padre honrado no lo veía, y que si lo sabían los demás perdería toda
su honra. Y, por tanto, comenzó a
alabar el paño tanto o más que el rey.
Y
después que volvió a dónde estaba el rey le dijo que había visto el paño y que
era la más noble y hermosa cosa del mundo, creyóse el rey aún más desgraciado,
pues si el alguacil había visto el paño y él no, ya no había duda de que él no
era hijo de padre honrado. Y, por
tanto, empezó a alabar más y a afirmar más la bondad y la nobleza del paño y de
los maestros que sabían hacer tal cosa.
Y
otro día envió el rey a su ministro, y le sucedió lo que al rey y a los
otros. ¿Qué más
diré?
De
este modo y por este recelo fueron engañados el rey y cuantos vivían en su
tierra, porque ninguno se atrevía a decir que no veía el
paño.
Y
así pasaron las cosas hasta que vino una gran fiesta. Y todos dijeron al rey que se pusiese en
ella aquellos paños.
Y
los maestros los trajeron envueltos en muy buenas sábanas, y dieron a entender
que desenvolvían el paño, y preguntaron al rey cuál de los paños quería que
cortasen. Y el rey dijo qué
vestidos quería. Y ellos daban a
entender que cortaban y medían el tamaño que habían de tener las vestiduras, y
que las coserían después.
Y
cuando vino el día de la fiesta fueron los maestros a dónde estaba el rey, con
sus paños cortados y cosidos, e hiciéronle entender que le vestían y que le
acomodaban los paños. Y así lo
hicieron hasta que el rey consideró que estaba vestido, porque no se atrevía a
decir que no veía el paño.
Y
una vez que estuvo tan bien vestido como habéis oído, montó a caballo para andar
por la villa, lo que vino bien porque era verano.
Y
cuando las gentes le vieron venir así y sabían que el que no veía aquel paño no
era hijo de padre honrado, creía cada uno que los otros veían y él no, y que si
lo decía quedaría deshonrado. Y por
esto todo el mundo guardaba el secreto, sin que ninguno se atreviera a
descubrirlo, hasta que un negro que cuidaba el caballo del rey, que no tenía
nada que perder, llegó al rey le dijo:
-
Señor, a mí no me importa que se diga que no soy hijo de padre honrado, y por
ello os digo; o yo estoy ciego o vos vais desnudo.
Y
el rey comenzó a maltratarle diciendo que no veía sus paños porque no era hijo
de padre honrado.
Y
cuando dijo aquello el negro, otro que lo oyó dijo lo mismo, y así lo fueron
diciendo los demás hasta que el rey y todos los otros perdieron el miedo a
conocer la verdad y comprendieron el engaño que les habían hecho los hombres
burlones. Y cuando los fueron a
buscar no los encontraron, porque se habían marchado llevándose todo lo que les
había dado el rey para hacer el paño.