Francisco de Terrazas

 

Sonetos


Dejad las hebras de oro ensortijado
que el ánima me tienen enlazada,
y volved a la nieve no pisada
lo blanco de esas rosas matizado.

Dejad las perlas y el coral preciado
de que esa boca está tan adornada;
y al cielo, de quien sois tan envidiada,
volved los soles que le habéis robado.

La gracia y discreción que muestra ha sido
del gran saber del celestial maestro,
volvédselo a la angélica natura;

y todo aquesto así restituido,
veréis que lo que os queda es propio vuestro:
ser áspera, crüel, ingrata y dura.

Royendo están dos cabras de un nudoso
y duro ramo seco en la mimbrera,
pues ya les fue en la verde primavera
dulce, süave, tierno y muy sabroso.

Hallan extraño el gusto y amargoso,
no hallan ramo bueno en la ribera,
que -como su sazón pasada era-
pasó también su gusto deleitoso.

Y tras de este sabor que echaban menos,
de un ramo en otro ramo van mordiendo
y quedan sin comer de porfiadas.

¡Memorias de mis dulces tiempos buenos,
así voy tras vosotras dicurriendo
sin ver sino venturas acabadas!

Soñé que de una peña me arrojaba
quien mi querer sujeto a sí tenía,
y casi ya en la boca me cogía
una fiera que abajo me esperaba.

Yo, con temor, buscando procuraba
de dónde con las manos me tendría,
y el filo de una espada la una asía
y en una yerbezuela la otra hincaba.

La yerba a más andar la iba arrancando,
la espada a mí la mano deshaciendo,
yo más sus vivos filos apretando...

¡Oh mísero de mí, qué mal me entiendo,
pues huelgo verme estar despedazando
de miedo de acabar mi mal muriendo!

Sonetos
Francisco de Terrazas

Copyright (c) Universidad de Alicante, Banco Santander
Central Hispano 1999-2000

Sonetos
Francisco de Terrazas

Soneto a una dama
Que despabiló una vela con los dedos
El que es de algún peligro
escarmentado,
suele temelle más que quien lo ignora;
por eso temí el fuego en vos, señora,
cuando de vuestros dedos fue tocado.

Mas, ¿vistes qué temor tan excusado
del daño que os hará la vela agora?
Si no os ofende el vivo que en mí mora,
¿cómo os podrá ofender luego pintado?

Prodigio es de mi daño, Dios me guarde
ver el pábilo en fuego consumido,
y acudirle al remedio vos tan tarde:

Señal de no esperar ser socorrido
el mísero que en fuego por vos arde,
hasta que esté en ceniza convertido.

Sonetos
Francisco de Terrazas

Copyright (c) Universidad de Alicante, Banco Santander
Central Hispano 1999-2000

Sonetos
Francisco de Terrazas

Nuevo mundo y conquista

Por todos sus quinientos compañeros,
caballos trece solos van por cuenta;
no se cuentan aquí los marineros
que con once navíos van cincuenta:
seis tirillos de campo bien ligeros
ballestas y escopetas eran treinta,
los indios de servicio son doscientos
y alguna munición y bastimentos.
Catad aquí el ejército famoso
que el Xerxes nuevo al nuevo mundo llega:
con cuánta artillería va espantoso
a dar de su valor tan clara prueba:
mirad con qué pujanza va animoso
a dar al rey de España estotra Nueva:
mirad con qué ganó tan alto nombre,
y da a los hombres Dios, y a Dios tanto hombre.
[...]

Agora el gran Cortés que va en tu nombre
y sólo en tí el intento soberano,
encargas el remedio de tanto hombre,
carga, Señor, de esfuerzo más que humano:
y con peligros, porque el caso asombre,
el oro vas tocando de tu mano,
por descubrir quilates de aquel pecho
a quien cometes el divino hecho.
Tiempo vendrá que haga la memoria
que agora por el tiempo se me impide,
pues no son dignos de menos honra y gloria
los por nombrar, ni es justo que se olvide.
Y si de todos no hiciere historia
tan clara como el caso me la pide,
allá los tiene Dios, que no se olvida,
escritos en el libro de la Vida.
[...]

Después que fue acabada la comida,
Cortés viendo la gente sosegada,
por lengua no tan diestra ni expedida
cuanto de la ocasión es demandada,
les dio de las palabras de la vida
la colación que tiene aparejada;
vuelto al Calachuni con alegría
y a todos los demás así decía:
la obligación, amigos, en que quedo,
y las prendas de amor con que me hallo,
y ver que en otra cosa yo no puedo
mejor que en la presente demostrallo.
Hace que os vede, como agora os vedo,
tener un dios ajeno y adorallo,
y que dejeis la ceguedad y vicio
con que haceis al barro sacrificio.
«Si en lo demás es justo que os alabe,
en esto sólo os juzgo por livianos;
decidme en qué juicio humano cabe
que adore las hechuras de sus manos.
Quien no vive, ni siente y nada sabe
en qué os podrá valer, decid, hermanos;
si dioses son, y yo puedo hacellos
más justo es que me adoren, que yo a ellos.
«Qué bien ni qué consejo darme pudo
un dios que hacer no puede lo que pude;
haced que tome un arco, espada, escudo,
que tire, que me ofenda o que se escude;
haga otro bulto así de piedra mudo;
decid que un paso de do está se mude;
veréis cómo no es dios, sino hechizo
que verdadero Dios es el que os hizo.
«No es Dios quien no da luz ni la destierra,
mas quien hizo la luz es luz de hecho;
no es Dios quien dar no puede paz ni guerra,
mas quien sembró la paz de nuestro pecho;
no es Dios el que hombre hace de la tierra,
mas el que de la tierra al hombre ha hecho;
eterno Dios, Dios sabio, omnipotente
y sobre todas cosas excelente.
«Aqueste solo Dios es verdadero
que hizo el mundo, el cielo, el sol, la luna,
aqueste a hombre puso ley, y fuero
y pena si le quiebra en cosa alguna,
es dulce Padre, y es Juez severo;
castiga y con regalos importuna;
aqueste da la gloria y el tormento,
de aqueste os quiero dar conocimiento.
«Como habeis de creer la fe que creo
sabréis de mí a su tiempo largamente,
que no es disposición la que ahora veo
ni lengua la que os habla suficiente,
que no sacrifiqueis sólo deseo,
ni a vanos dioses honre vuestra gente.
Que deis de buena gana también pido
a Dios el corazón y a mi el oído.
«Esta señal de cruz que aquí os he visto
de donde haya venido acá me espanta,
porque es retrato de otra en que obró Cristo
la redención humana en pena tanta.
Y así a que la adoreis antes insisto
como señal bendita, sacra, santa;
mas sabed que no es Dios de temporales
ni Dios, mas do quitó Dios nuestros males.»
No se movió una ceja ni pestaña,
ni un hombre dio ni recogió el aliento,
ni en tanto respiró de la montaña
a mover una hoja el manso viento;
con dulce admiración, con gracia extraña
se acepta el saludable parlamento,
y todos al señor dieron la mano,
que tiene, aunque mancebo, el seso cano.
Después que tanto cuanto hubo callado
y recogido en sí la fantasía
el buen Calachuni se ha levantado
haciendo humilde y grata cortesía;
y con un grave tono sosegado,
testigo del valor que en sí tenía,
abre la boca, la voz clara suelta,
diciendo así con lengua desenvuelta:
«Sacar, Señor, mis obras tan de quicio
poniéndoles el nombre que les pones
será por ejercer el propio oficio
que tienen generosos corazones:
Pagar con gran merced chico servicio
y dar por bajo don preciosos dones;
mas a hacernos bien, todo se diga,
tu Dios, tu ser y nuestro amor te obliga.
«Estos dioses de mano fabricados
no serlo, cierto a mí no es cosa nueva;
mas tras el vano error de los pasados
el uso y ceguedad nuestra nos lleva,
y no nos dejan ver nuestros pecados
lo que con natural razón se prueba,
que al que lo mira bien no es cosa escura
ser más el hacedor que su hechura.
«Mas llégase a excusar el yerro luego
la falta de la luz que hoy se nos muestra;
que mal irá sin riesgo el hombre ciego
si aquél que tiene vista no le adiestra:
así es que sin tener divino riego
¿qué fruto puede dar el alma nuestra?
agora que en tu lumbre lumbre vemos
tu fe, tu religión, tu Dios queremos.
«Y mientras de ti somos instruidos
verás los sacrificios ir cesando,
los ídolos quebrados, destruidos,
la falsa adoración suya dejando
prestar a tu doctrina los oídos,
a Dios el corazón aparejando;
mas al que por de lluvia yo tenía
por qué se deba honrar saber querría.
«Sé que es cosa que nadie hay que la vea
de quien en gran honor no sea tenida,
y sin saber qué causa dello sea
a amarla los espíritus convida.
Lo cual es ocasión de que se crea
que alguna virtud tiene no sabida,
algo divino y santo que en efecto
debe ser a nosotros aún secreto.
«De seis que a Yucatan han aportado
de vuestros mesmos trajes y manera
sabido hubiera ya lo deseado
si modo para haberlos yo tuviera;
mas están en poder de un rey malvado
que no podrán haberse como quiera,
presos para comer en una sima,
y ellos tienen la cruz en grande estima.»
Cortés atentamente le escuchaba
de amor y maravilla y gozo lleno,
por ver cuán fácilmente se apartaba
del ciego error y del profundo cieno.
Y lo que para el caso les restaba
remite a la sazón del tiempo bueno,
en tanto que librar los seis cristianos
procura de poner cuidado y manos.
[...]