Ángel de Saavedra (Duque de Rivas)

 

El crisol de la lealtad


Al Ilmo. Señor Don Juan Nicasio Gallego, en testimonio de antigua,
constante y respetuosa amistad.
Ángel de Saavedra, Duque de Rivas.
PERSONAS
LA REINA DE ARAGÓN, dama.
DOÑA ISABEL TORRELLAS, dama.
DON PEDRO LÓPEZ DE AZAGRA, galán.
DON LOPE DE AZAGRA, barba.
MAURICIO, monje benito.
EL ARZOBISPO DE ZARAGOZA, viejo.
FORTÚN TORRELLAS, viejo.
JOFRE DE ALVERO galán.
ALVARO GARCÉS, galán.
BERRIO, gracioso.
SANCHA, graciosa.
ANTÓN, ventero.
RITA, ventera.
RICOSHOMBRES e INFANZONES.
CLÉRIGOS del séquito del arzobispo.
TRES CABALLEROS del séquito de Torrellas.
CUATRO CABALLEROS del séquito de don Lope de Azagra.
DAMAS, de la reina.
PAJES, de la reina.
GUARDIAS, de la reina.
CUATRO VILLANOS del séquito de don Lope de Azagra.

La acción pasa en Zaragoza y sus cercanías el año de 1163.

Jornada primera

ESCENA PRIMERA
Representa la espaciosa cocina de una venta en las
cercanías de Zaragoza. Aparecen ANTÓN, atizando el
hogar, y RITA, mirando a la puerta con inquietud.
RITA.Mal fuego de Dios, amén,
sobre esa gente maldita
caiga, y pronto.
ANTÓN. Calla, Rita.
Prudencia y cachaza ten.
RITA.¿Cachaza y prudencia, Antón,
cuando al punto en que llegaron
ayer tarde nos robaron
dos ovejas y un lechón?
Y gracias que en el pajar
estaban ya las gallinas.
Dime, en fin, qué determinas,
pues voy la puerta a atrancar.
ANTÓN.(Acercándose.)
¿Sancha y Berrio no han salido
a recoger el ganado...?
Pues cuando esté a buen recado
tomaremos un partido.
RITA.El de la venta cerrar
y defender nuestra hacienda.
ANTÓN.(Receloso.)
El diablo que la defienda,
que en ello se puede errar.
RITA.(Con viveza.)
Defenderse de ladrones es justo.
ANTÓN.¿Y éstos lo son...?
RITA.Las ovejas y el lechón
lo dirán.
ANTÓN. No más razones.
Calla la boca, mujer.
Esas gentes por momentos
armas reciben y aumentos:
sabe Dios lo que va a haber.
Ya has visto que no encontraron
en el vecino castillo
resistencia, el rastrillo
al punto les franquearon.
RITA.Porque de Nuño Atarés,
hijo de aquel infanzón,
a quien no quiso Aragón
por su soberano, es.
Y siempre anda desabrido,
y de la reina se queja.
ANTÓN.Pues a los señores deja
tomar tal o cual partido.
Y traten los cortesanos
de estas cosas, que nosotros,
manden unos, manden otros,
no salimos de villanos.
BERRIO.(Dentro y dando grandes voces.)
¡Arre!... ¡Jo!... ¡Maldita burra!
Sancha, abre bien... ¡Arre!... ¡Jo!
SANCHA.(Dentro.)
Ya todo el ganado entró.
ANTÓN.(Desde la puerta.)
Que el morueco no se escurra.
(Entran Sancha y Berrio con hondas en la mano y muy
cansados.)
BERRIO.Ya está todo en el corral,
hasta el morueco marrajo;
no ha sido poco trabajo.
¡Qué arisco es el animal!
RITA.¿Y los cerdos? ¿Y el pollino?
BERRIO.De los cerdos... faltan dos.
RITA.¡Maldito seas de Dios!
¿Dónde...?
BERRIO. ¡Toma!... El peregrino
lo sabe.
RITA. ¡Gran ladrón!
BERRIO.(Poniéndose el dedo en los labios y acercándose a
Rita.)
¡Chií!,
que a venir al punto va,
¡y tiene un gesto que ya!
RITA.¡Jesús! ¿Va a encajarse aquí?
BERRIO.Él lo dice.
ANTÓN. Pues ¿lo has visto...?
BERRIO.Sancha...
SANCHA.(Interrumpiéndole.)
¡Mentira!
BERRIO. Sí, tú,
¡curiosa de Belcebú!
ANTÓN.(Impaciente.)
Explícate, ¡voto a Cristo!
BERRIO.Sancha la burra montó
para acarrear el ganado,
y a carrera por el prado...
SANCHA.La burra se me escapó.
BERRIO.Ya se ve que escapó. Como
hace siempre que le arrima
la persona que va encima
un aguijonazo al lomo.
SANCHA.Fué porque...
BERRIO. Entre los enebros
vió soldados la pollina,
y siempre se desatina
por ir donde oiga requiebros.
SANCHA.¡Malicioso!
BERRIO. A la cañada
corrió, en fin, y yo tras de ella,
pues no debe una doncella
correr sola despeñada.
Y a ese hombre, con otros seis,
nos hallamos.
RITA. ¡Ay, qué miedo!
¡Jesús!
BERRIO.Afirmaros puedo
que de milagro me veis.
Se me heló todito el cuajo.
SANCHA.Y a mí también.
BERRIO. ¡Quia, Sanchica,
si al fin logró la borrica
escuchar un requebrajo!
Yo sí, que caí de rodillas,
de pie a cabeza temblando,
cual si estuvieran bailando
en mi cuerpo las costillas.
Y la maldita visión:
«¿Quién son -dijo- los villanos?»,
y yo, cruzadas las manos,
le respondí: «Hija de Antón
es esta mala doncella.
Hija de Antón el ventero,
y yo su novio, que quiero
casarme, señor, con ella.»
y el duende repuso: «Bien.
Pues que en su venta me espere,
si es que fiel mostrarse quiere,
al tal Antón le prevén.
Y porque no tenga quejas
de mí, dale este dinero,
que con él pagarle quiero
tres cerdos y dos ovejas.»
Y ésta me dió.
(Saca una bolsa con dinero)
RITA.(Tomándola y examinándola,)
¡Virgen pura!
Tres veces hay su valor.
ANTÓN.Pues si es tan buen pagador,
venga con buena ventura.
BERRIO.Y a Sancha también...
SANCHA. También
me dijo: «Hermosa doncella...»
BERRIO.No hubo hermosa, miente ella.
Doncella sólo, y va bien.
SANCHA.Sí, señor.
BERRIO.No, que es tramoya.
SANCHA.(Sacando del pecho una cruz de oro.)
Y dióme esta cruz; mirad.
RITA.(Pasmada.)
A ver... ¡De oro!... Una ciudad
vale. ¡Ay Dios, qué rica joya!
Marido...
ANTÓN. Rita, ¿lo ves?
Prudencia y cachaza, sí;
que el tal me parece a mí
que lo que se suena es.
BERRIO.También nos dijo ese coco...
RITA.Ese señor. Más despacio.
BERRIO.«Esa venta en un palacio
se tornará de aquí a poco.»
Lo que me hace sospechar
que es algún brujo hechicero
que es carbón ese dinero,
que la venta va a volar.
Y... si es así..., ¡guarda, Pablo!
RITA.¿No ves que una cruz nos dió?
BERRIO.Siempre diz que se escondió
detrás de la cruz el diablo.
RITA.(Sorprendida.)
¿No oyes caballos, Antón?...
¡Ay!... ¿Si será...? Yo estoy muerta.
ANTÓN.Déjate; desde la puerta
observaré quiénes son.
(Se acerca al bastidor.)
¡Ay Rita!... ¿Sabes quién es?
Torrellas, nuestro señor,
con otros cuatro al redor,
y con Alvaro Garcés.
RITA.(Cuidadosa.)
¡Ay cielos!... Que está esa gente
tan cerquita no sabrán,
y acaso los prenderán...
ANTÓN.(Con malicia.)
Mujer, no seas inocente.
Corro a tener el estribo
a Torrellas mi señor.
No te asustes, ten valor, que no hay de miedo motivo.
(Vase. Entran embozados Fortún Torrellas, Jofre de
Alvero, Alvaro Garcés y tres Caballeros.)
TORRELLAS.¡Oh buen Antón! Ya veo
que fiel me conociste
desde el mismo momento en que me viste
y que servirme es siempre tu deseo.
Y Rita y Sancha, ¿buenas...?
ANTÓN.De gozo al veros, como deben, llenas.
BERRIO.(Adelantándose.)
Los cerdos, las ovejas y pollinos...
ANTÓN.(Deteniéndolo.)
Calla, animal; no digas desatinos.
TORRELLAS.Muy guapa está Sanchica.
BERRIO.(Adelantándose otra vez.)
Se escapó esta mañana en la borrica.
RITA.Vete, bruto, de aquí.
TORRELLAS. ¿Quién es?
BERRIO.
Nostramo,
Berrio el zurdo me llamo,
y soy mozo porquero,
y seré, si Dios quiere, para enero
el marido de Sancha,
de lo que está, señor, ella tan ancha
y tanto, que quisiera
que el matrimonio este verano fuera.
Mas yo estoy mohíno,
y ronco, y fatigado,
porque ella y el morueco
han hecho cosas que me tienen seco.
TORRELLAS.(Llamando a Antón aparte.)
Decidme, Antón honrado;
¿habéis visto el anciano peregrino,
que en el fuerte vecino
de Atarés, mi pariente,
se ha alojado esta noche con su gente?
ANTÓN.(Con aire reservado.)
Sancha y, el mozo diz que lo encontraron
esta mañana, y que con él hablaron.
TORRELLAS.¿Y con qué compañía
te han dicho, Antón?
ANTÓN.(Llamando a su hija.)
Escúchame, hija mía.
(Habla con ella aparte y en secreto, y luego dice):
Con cinco hombres no más.
TORRELLAS.Ponte a la puerta,
y para ver si viene estate alerta.
ANTÓN.Venid todos conmigo.
(Vanse Antón, Rita, Sancha y Berrio.)
TORRELLAS. El tal
Romero
cual es se porta a ley de caballero.
Seis a seis la entrevista
tendrá lugar.
GARCÉS. El Cielo nos asista
para ver la verdad distintamente,
y poder resolver lo conveniente.
TORRELLAS.¡Ojalá, amigos, que quien dice sea!
Yo le conoceré cuanto lo vea,
pues aún no se borró de mi memoria
aquel aspecto de grandeza y gloria.
ALVERO.Tampoco yo olvidado
tengo su altivo porte y su semblante.
Que, aunque muy joven, combatí a su lado,
y le vi, lanza en ristre y arrogante,
entrar en hora aciaga
en medio de los moros allá en Fraga,
en donde lo perdimos,
y de su arrojo audaz víctimas fuimos.
GARCÉS.¡Ojalá sea! Y Aragón recobre
su perdido poder, y extienda sobre
Castilla su dominio,
tornando a ser de infieles exterminio.
(Entran corriendo y asustados, queriendo refugiarse
detrás de Torrellas, Rita y Sancha, y con ellas Berrio.)
RITA.¡Virgen santa bendita!
SANCHA.Amparadnos, señor...
TORRELLAS. ¿Qué es esto,
Rita?
BERRIO.Que ya viene...
SANCHA. ¡Qué miedo!
RITA. Estoy
sin tino.
(Entra Antón.)
ANTÓN.(A Torrellas.)
Aquí llega, señor, el peregrino.
TORRELLAS.A su encuentro salgamos.
(Al acercarse a la puerta queda, asombrado y retrocede
poco a poco, respetuoso y confundido.)
Mas ¿qué veo?
¿Es ilusión falaz de mi deseo?
¡Gran Dios..., él es!... No hay duda.
ALVERO.(Mirando asombrado a la puerta.)
Sí...; mas del tiempo la carrera muda
ha alterado su rostro.
TORRELLAS. ¡Santo cielo!
GARCÉS.Me ha convertido la sorpresa en hielo.
(Entran Don Lope de Azagra, con un ropón y esclavina de
peregrino; Mauricio, con hábito de monje cuatro
Caballeros vestidos de cazadores, dejando ver armas de
guerra bajo los sayos, y cuatro Villanos. Don Lope se
despoja con nobleza del traje de peregrino, y queda
armado, con sobreveste roja, y el colla r de la Orden
del Santo Sepulcro, y se dirige sin vacilar, con los
brazos abiertos, a Torrellas.)
DON LOPE.Noble Fortún Torrellas,
cuya fama se encumbra a las estrellas,
y en quien miro y contemplo
de honor y de lealtad tan vivo ejemplo;
ven, y en estrechos lazos,
pues que en mi apoyo tu favor consigo,
te ciñan hoy los brazos
no de tu rey, de tu constante amigo.
TORRELLAS.(Hincando las rodillas y enajenado de gozo y
de respeto.)
No es posible que dude
honra y dicha tan alta, pues acude
tanto recuerdo grato
a mi pecho, do vive tu retrato,
que por mi rey amado te pregono.
Y de ayudarte a recobrar el trono
te hago pleito-homenaje.
No en tus brazos, señor, do me levantas,
sino a tus regias plantas,
rindiéndote el debido, vasallaje.
DON LOPE.(Levantándolo:)
Alza, y ven a mi pecho.
Y porque más seguro y satisfecho,
libre de toda duda,
tu noble esfuerzo a mi servicio acuda;
y porque la verdad hoy testifiques,
y en Aragón publiques
que Alonso, emperador de las Españas,
aquel a quien valieron sus hazañas
tan glorioso renombre,
que de batallador mereció el nombre,
soy yo; y porque asegures la falsía
con que se publicó que muerto había
en la acción acïaga,
castigo del Señor, cerca de Fraga,
claras, nuevas señales
quiero mostrarte a ti y a estos leales.
(Separa la veste y enseña una cicatriz.)
¿Recuerdas esta herida,
que al bravo Albucalem costó la vida,
cuando aquí en Zaragoza holló triunfante
mi regia planta el bárbaro turbante?
(Torrellas da muestras de reconocerla.)
Sí, tú fuiste el primero
que, viendo en tierra mi tajante acero,
en aquella jornada
me alargaste tu espada.
Y, ¡vive Dios!, Torrellas, que venía,
pues fuiste un portento en aquel día,
toda de sangre bárbara bañada.
(Mostrando un eslabón roto de collar.)
¿Ves este collar roto,
de la Orden sacra del Sepulcro Santo,
que en Pamplona fundé cumpliendo un voto
y que de los infieles fué el espanto?
Recuerda que en mi pecho,
estando tú de mí muy corto trecho,
lo rompió la violencia
de una lanza en el cerco de Valencia.
(En reserva, a Torrellas.)
¿Y olvidaste, acaso, fiel amigo,
el aviso secreto,
importante a mi honor y a mi respeto,
que me diste sagaz, con que el castigo
de Pero Anzures suspendí prudente,
para ganar la castellana gente?
(Torrellas da muestras de recordarlo, atónito.)
Y este anillo real, ¿no lo conoces?
(Enseña una sortija.)
TORRELLAS.(Besándole la mano.)
Basta, señor; el Cielo santo a voces
que sois mi rey me dice,
y a quien lo dude con furor maldice.
Alvaro de Garcés, Jofre de Alvero,
aragoneses todos: yo aseguro,
y lo defenderé con este acero,
que don Alonso emperador es éste,
que la bondad celeste devuelve a nuestro amor.
(Hincando una rodilla y extendiendo la mano derecha.)

Y yo le juro
obediencia y lealtad.
(Alvero, Garcés, los tres Caballeros, Berrio, Antón y
los cuatro Villanos, hincando la rodilla y extendiendo
la mano):
Y lo juramos
todos también.
MAURICIO.(Poniéndose en medio, con dignidad.)
En nombre de Dios vivo,
como su sacerdote, yo recibo
el santo juramento,
y os exhorto a su pronto cumplimiento.
DON LOPE.Alzad, vasallos fieles,
(Levántanse todos.)
que ya de nuevos triunfos y laureles
juzgo mi frente orlada,
y de Aragón la gloria asegurada.
(Acercándose afectuosamente a Jofre de Alvero):
Llega, gallardo Alvero.
¡Qué espigado y gentil! Aunque muchacho,
no diste a los infieles mal despacho
en aquel lance de contrario agüero.
Pienso que fué tu estreno en aquel día:
ibas, por cierto, en una jaca pía.
(Alvero le besa la mano. Acercándose a Garcés.)
¿Y tú, Garcés...? ¡Cuán bravo caballero
era tu padre! La primera lanza
de Aragón... ¿Dónde está?
GARCÉS. Señor, es
muerto
en San Pedro de Arlanza,
donde se retiró juzgando cierto
vuestro fin desastrado.
DON LOPEDe lealtad y valor era un dechado.
(Le besa Garcés la mano.)
No perdamos, Torrellas, ni un momento.
A Zaragoza parte,
dando mi nombre al viento
y alzando de lealtad el estandarte.
Y dile a mi sobrina
que tema de la cólera divina,
y de mi noble esfuerzo la venganza,
si al punto sin tardanza
su rey no reconoce en mí, y su tío,
el trono devolviéndome, que es mío.
TORRELLAS.Señor, a obedeceros,
con estos valerosos caballeros,
patentizando al mundo
que vive vuestro esfuerzo sin segundo,
iré. Y el pueblo fiel de Zaragoza,
que escasas dichas y venturas goza
desde el momento que os perdió, la nueva
que hoy de nuestra lealtad la voz le lleva
oirá con entusiasmo y alegría,
y os abrirá sus puertas este día.
Mas para combatir cumplidamente
las dudas y razones
que opuestos intereses y opiniones
puedan acaso entre la ruda gente
esparcir (porque dan tan largos años
lugar a recelar dolos y engaños),
dignaos de darme relación cumplida
de cómo fué vuestra preciosa vida
en la ocasión salvada,
y en dónde, eclipsada,
tan largo tiempo estuvo,
y escondida y oculta se mantuvo
la majestad augusta que adoramos,
y que hoy, gracias al Cielo, recobramos.
DON LOPE.Fortún Torrellas, tu prudencia es mucha.
Sí, todo lo sabrás; atento escucha:
Viendo en los campos de Fraga,
donde Dios, airado, quiso
dar a mis muchos pecados
con la derrota el castigo,
que por momentos crecían,
como mar embravecido,
los escuadrones infieles
sobre los pendones míos,
y conociendo que sólo
de tan tremendo conflicto
hallar pudiera el despecho
de salvación un camino,
elegí trescientas lanzas,
la flor del hispano brío,
y arrojéme a su cabeza
en brazos de mi destino.
Arrollé como un torrente
los escuadrones moriscos;
sus más bravos adalides,
y sus jaques de más brío,
al empuje de mi lanza
cayeron en sangre tintos,
como en la selva al empuje
caen del huracán los pinos.
Mis servidores leales
hicieron raros prodigios
de valor; mas todo en vano,
pues Dios nos negó su auxilio.
Y ya casi todos eran
víctimas de su heroísmo,
cuando de un bote de lanza
vine a tierra sin sentido.
El sol tras los negros montes
buscaba ansioso un asilo,
horrorizado y medroso
del estrago que había visto.
Y los fieros musulmanes
a acabar el exterminio
de mis desdichadas huestes
avanzaron de aquel sitio.
Era ya entrada la noche,
cuando volviendo en mí mismo,
de cadáveres cercado,
de armas rotas y de heridos
me encontré. Y a Dios el voto
hice, al encontrarme vivo,
de ir desde allí a Palestina,
y ante el sepulcro de Cristo
pedir perdón de mis culpas,
penitente y peregrino,
rogando con lloro al Cielo
se me mostrase propicio.
Quitéme la veste regia,
que destilaba hilo a hilo
negra sangre, y el almete
de la corona ceñido.
Y sobre el yerto cadáver
que vi cerca del invicto
Azagra (en quien semejanza
hallaban muchos conmigo)
tiré ambas prendas, guardando
este collar y este anillo;
y a la luz de escasa luna,
trepando empinados riscos,
me retiré. Unos pastores
me dieron su estrecho abrigo
sin conocerme. Y tomando
pobres y toscos vestidos
llegar logré a los Alfaques,
en donde el ibero río
daba ya por su ancha boca
al mar, pasmado de oírlo,
la falsa y terrible nueva
de mi muerte, en roncos gritos,
publicando de mis tropas
el verdadero exterminio.
Una veneciana nave
depararme el Cielo quiso,
y en ella saludé pronto
las riberas del Egipto.
Visité la Tierra Santa,
y con el abad Mauricio
(este venerable monje,
mi director y mi amigo,
que desde entonces ni un día
de mí se apartó), contrito
confesé mis culpas todas,
y con ásperos cilicios
adoré aquel mármol sacro,
donde piadoso Dios Hijo,
por la redención del mundo
completó su sacrificio.
Del voto que en Fraga hiciera
libre, viéndolo cumplido,
tornar a mi reino quise,
que por hallarme sin hijos
encomendado creía
(cual mandé en un codicilo
que antes de partir a Fraga
dejé de mi puño escrito)
del Temple a los caballeros,
y del sepulcro de Cristo
a la Orden por mí fundada
de mi reinado al principio.
Y sin dejar de romero
el traje, y con gran sigilo
mi regio nombre ocultando,
con sólo el abad Mauricio
las playas dejé de Siria,
fiando al viento mis designios,
en un leño de Pisanos
a Génova dirigido.
Mas, ¡ay!, aún no satisfecho
el Cielo estaba, pues quiso
completar de mis pecados
el decretado castigo.
Un corsario sarraceno
tristes esclavos nos hizo,
y en las mazmorras de Malta
juguetes del hado fuimos.
Allí varias veces supe
de mi Imperio los conflictos
ya por voz de mercaderes,
ya por quejas de cautivos.
Supe que mi hermano el monje
manchó de Aragón el brillo;
que Castilla y que Navarra
se hicieron reinos distintos.
Y, al fin, que mi roto cetro
a manos había venido
de mi inexperta sobrina,
sin armas y sin prestigio.
Y amargamente llorando,
más que mi infortunio mismo
las desdichas de estos reinos
y su cierto precipicio,
logré al cabo libertarme,
y volver, vasallos míos,
a vuestros leales brazos,
con los que, y con el auxilio
de Dios, que misericordia
empieza a ejercer conmigo,
conseguiré prontamente
restaurar el poderío
de Aragón; y con mi nombre
cegar el horrendo abismo
a cuyo borde pendiente
nuestra amada patria miro.
Juzgo, valiente Torrellas;
juzgo, infanzones altivos;
juzgo, aragoneses bravos;
juzgo, vasallos queridos,
que quedaréis satisfechos
con mi relato prolijo
de que tardanza tan grande
en acudir al peligro
de mi patria y de mi trono
no fué en vuestro rey delito,
sino voluntad del Cielo
por sus ocultos designios.
TORRELLAS.Pues que tal rey nos devuelve,
a nuestros votos propicio,
corramos a Zaragoza
para publicarlo a gritos.
¡Viva el grande don Alonso!
¡El rey viva!
TODOS. ¡Viva!
TORRELLAS. Amigos,
no perdamos ni un momento.
TODOS.¡Viva Alonso largos siglos!
(Vanse Torrellas y todos los que salieron con él.)
ANTÓN.A nuestro amo acompañemos.
BERRIO.Si es que el rey nos da permiso.
DON LOPE.Sí, marchad.
(Vanse Antón, Rita, Sancha, Berrio y los Villanos. A los
cuatro Caballeros de su séquito):
También vosotros
encaminaos al castillo
con tan venturosas nuevas,
que yo en el momento os sigo.
(Vanse los Caballeros. Así que todos desaparecen, Don
Lope, fatigado y abatido, mira tristemente a Mauricio,
recoge la ropa de peregrino y se la vuelve a poner
lentamente.)
DON LOPE.¡Válgame Dios!
MAURICIO. ¿Qué os aflige
en tan venturoso día?...
Yo estoy loco de alegría;
la fortuna nos dirige
por el camino más llano
al eminente dosel,
y vais a ser vos en él
de la España el soberano.
DON LOPE.Es verdad.
MAURICIO. El buen Torrellas
incauto tragó el anzuelo,
y hoy con sus brazos de un vuelo
nos encumbra a las estrellas.
DON LOPE.Al punto le conocí.
MAURICIO.Y el pobrete, alucinado,
creyó muy entusiasmado
ver a don Alonso en ti.
(Se ríe)
Mas le hablasteis de manera,
el engaño reforzando
y el tono de rey tomando,
que hasta yo casi os creyera.
Unisteis a la verdad
de las aventuras nuestras,
con expresiones tan diestras,
con tal naturalidad,
del emperador el nombre,
y los recuerdos fingisteis
con tanto primor, que fuisteis
más un demonio que un hombre.
Los planes que concebimos
en Malta entre las cadenas
y que cual sueños apenas
en nuestra mazmorra urdimos,
cumplido efecto tendrán;
tendránlo, sin duda alguna,
pues ocasión y fortuna
en nuestro favor están.
De ese rey, que murió en Fraga,
debió de ser, ¡vive Dios!,
su semejanza con vos
muy grande para que haga
efecto tan importante.
Ánimo, pues, y osadía...
Pero ¿qué melancolía
ofusca vuestro semblante?
DON LOPE.(Muy abatido.)
Entre aquestos infanzones
esperé ver a mi hijo,
y de su ausencia me aflijo
por poderosas razones.
MAURICIO.¿No os pudierais de él fiar,
si no es posible engañarle?
DON LOPE.La trama manifestarle
fuera mucho aventurar.
Además..., os lo confieso:
al cabo, noble nací,
y un remordimiento en mí...
MAURICIO.(Incomodado.)
¿Perdiste, don Lope, el seso?
DON LOPE.Lo he recobrado más bien.
Hay cosas que desde lejos
tienen hermosos reflejos;
mas cuando de cerca se ven,
se conoce lo que son,
y tan viles, que se afrenta
quien las juzgó de gran cuenta
llevado de una ilusión.
Desde que puse en España
con este intento los pies,
cada día mayor es
el tedio que me acompaña. Y al recordar quién fuí yo
en mi patria, y lo que soy,
de mí avergonzado estoy,
cual siempre lo está el que erró.
Yo, espejo de lealtad,
¿ser un traidor alevoso...?
¿Ser fingido y mentiroso
yo, sol puro de verdad...?
¿Yo impostor...? ¡Ah! Me confundo.
MAURICIO.¿Con escrúpulos andáis,
cuando caminando vais
al primer trono del mundo?
DON LOPE.Mauricio, sentado en él,
besando el orbe mi planta,
veré atado a mi garganta
ignominioso cordel.
MAURICIO.(Con sonrisa amarga.)
Sólo volviendo el pie atrás,
no entre sueños y quimeras,
sino en la horca, y muy de veras,
esa lazada tendrás.
No puedes retroceder
del camino que emprendiste;
pues va en él el pie pusiste,
terminarlo es menester.
DON LOPE.(Profundamente agitado.)
Sí, concluiré la carrera;
sí, saciaré mi ambición;
pero un noble corazón
tiene la voz muy severa.
MAURICIO.Compón, amigo, el semblante,
que aquí tornan los villanos.
Desecha escrúpulos vanos,
y adelante.
DON LOPE.(Muy abatido.)
Sí, adelante.
(Sale Berrio, y se detiene, como asustado.)
BERRIO.¡Ay!, que el sayo se encajó,
y así me da mucho miedo.
MAURICIO¡Hola, mozo!
BERRIO.(Turbado.)
¿Llegar puedo?
MAURICIO.Con respeto, ¿por qué no?
¿Quisieras servir al rey?
BERRIO.(Tomando confianza)
Para guardar sus cochinos,
sus ovejas, sus pollinos,
unas vacas y algún buey,
que es de lo que sirvo a Antón,
quisiera, pues, la soldada
mejor y más bien pagada
será, y buena la ración.
MAURICIO.(Animándolo.)
De soldado has de servir,
como valiente vasallo,
con una lanza, a caballo.
BERRIO.Fuera cosa de reír.
¡Estuviera buen muchacho!...
A pie sería mejor,
que soy mal cabalgador,
y voy hecho un mamarracho.
MAURICIO.Bien está.
BERRIO. ¿Y me casaré
con Sancha?
MAURICIO. Sí, y puede darte
el rey de dote una parte
de despojos.
BERRIO. Despo... ¿qué?
MAURICIO.De botín.
BERRIO. Dos necesito,
porque con estas albarcas
se anda mal entre las charcas
tras del morueco maldito.
MAURICIO.Todo lo tendrás; ven, pues,
al castillo.
BERRIO. Con licencia
de vuestra gran reverencia,
iré con Sancha después.
Que allí para hilar estopa,
y sazonar el puchero,
servirá a este caballero,
y para lavar la ropa.
(Vase.)
MAURICIO.¡Qué villano tan sencillo!
DON LOPE.Pues éstos nos dan la fuerza;
no hay sin ellos quien la ejerza.
Vamos, que es tarde, al castillo.
(Vanse.)

ESCENA II
Salón regio del alcázar de Zaragoza, con dosel. Entran
DOÑA ISABEL y TORRELLAS.
DOÑA ISABEL.¡Ay cuánto don Pedro tarda!...
Justamente en la ocasión
en que con tanta razón
y tal inquietud le aguarda
mi afanoso corazón.
(Mira a la puerta con inquietud.)
Hoy que debe, amante ufano,
de nuestra reina el permiso
demandar, como es preciso
para conseguir mi mano,
¿por qué ha de andar tan remiso?
Que mi padre esta mañana
salió a caza le avisé,
y amorosa le esperé
del jardín en la ventana;
mas, ¡ay!, a verme no fué.
(Se pasea con inquietud.)
¡Dios me valga! Desde el día
que apareció este impostor,
todo es sospecha y temor,
todo afán el alma mía,
todo recelos mi amor.
Mi padre anda de contino
de mil dudas agitado,
don Pedro desatentado
maldiciendo al peregrino,
y todo el reino alterado.
(Vuelve a pasear agitada.)
Que se retarde me temo
mi boda. Y aun temo más,
pues la discordia quizás
llegue a un doloroso extremo
que no recelé jamás:
al de enemistar, ¡ay Dios!,
a mi padre y a mi amado,
pues el calor me ha asustado
con que disputan los dos
sobre ese impostor malvado.
(Llora. Entra Don Pedro López de Azagra.)
DON PEDRO.Hermosísima Isabel,
deidad pura a quien adoro,
mi único bien, mi tesoro,
rendido tu amante fiel...
Pero ¿por qué es ese lloro?
¿Por qué a tu mustio semblante
dan sin luz los bellos ojos
esas perlas por despojos,
y a tu seno palpitante...?
¿Quién causa, di, tus enojos?
(Con gran ternura e interés.)
¿Tú afligida, encanto mío?...
¿Qué ofensas lloras, mi bien?
De mi afán lástima ten,
pues me pierdo y desvarío.
¿Quién causa tu pena, quién?
DOÑA ISABEL.(Afligida.)
Vos, don Pedro.
DON PEDRO. ¿Yo..., señora?
DOÑA ISABEL.¿No os avisé esta mañana
de que sola en mi ventana...?
Pues allí pasé una hora.
DON PEDRO.No me condenéis, tirana.
DOÑA ISABEL.Y el prefijado día
para pedir la licencia
con tan tibia diligencia
retardar...
DON PEDRO. A eso venía;
para eso pedí esta audiencia.
Y escuchadme una disculpa
tan grande, dueño querido,
que dejará convencido
vuestro amor de que la culpa
de tal falta no he tenido.
La tremenda agitación
que en todo el reino ha causado
de ese embustero malvado
la impensada aparición,
a Zaragoza ha llegado.
Y como sobran traidores
de osadí y ardimiento,
a mi obligación atento,
de aquestos alrededores
no me aparté ni un momento,
que cuando peligra el trono
legítimo, es justa ley
darlo todo al abandono
y vigilar en su abono,
que antes que todo es el rey.
DOÑA ISABEL.(Conmovida.)
¡Oh don Pedro...!
DON PEDRO. Isabel mía,
tu mano no mereciera
si tan pura y fiel no fuera
de mi pecho la hidalguía
y mi lealtad tan sincera.
Y cuando llego anhelante
de nuestra reina a pedir,
para nuestra suerte unir
el permiso, más amante
os quisiera ver y oír,
que ese llanto y aflicción
en el venturoso día
en que ya nombraros mía
podré, dulce dueño, son
verdugos de mi alegría.
(Siguen hablando entre sí. Aparece la Reina, separando
con recato las cortinas de una puerta que habrá al fondo
o al lado izquierdo de la escena; desde allí, sin
avanzar, dice):
REINA.(Aparte.)
¡Oh cielos!... Azagra allí
enamorando a Isabel.
¡Qué noble, gallardo y fiel!
¡Desventurada de mí!
DON PEDRO.(A Doña Isabel, sin que hayan reparado en la
Reina.)
¿Quedáis contenta, cruel?
DOÑA ISABEL.Tiene vuestro dulce acento
y tiene vuestra presencia
conmigo tal influencia,
que disipan al momento
los fantasmas de la ausencia.
Y si porque fiel servisteis
a la reina, habéis faltado
a verme, y apresurado
a pedir ahora vinisteis
el permiso deseado,
las nubes de mi amargura
se disipan, y renacen
las esperanzas, que hacen
de mi pecho la ventura,
y que mi alma satisfacen.
(Siguen hablando entre sí con extremos de ternura.)
REINA.(Aparte, desde la puerta.)
¡Cuán felices!... ¡Y cuánta es mi amargura,
que lo adoro también, y él no lo sabe,
porque en mi excelsa posición no cabe
declarar a un vasallo tierno amor!
Y aunque lo declarara, ¿por ventura
lo pudiera inspirar?... ¡Terrible suerte!
Es más terrible que la misma muerte
de amar sin esperanzas el dolor.
DON PEDRO.(Arrojándose, transportado de amor, a los pies
de Doña Isabel.)
¡Ah! Dejad que a vuestra planta,
pues tan dichoso me veo,
alma y vida por trofeo
os rinda, y que os pague tanta
ventura como hoy poseo.
(Le toma una mano.)
Y que mi labio leal
temple el fuego celestial
de la pasión que os consagra
en la mano de cristal...
(Se la besa. Entra la Reina apresurada, Doña Isabel da
un paso atrás, sorprendida, y Don Pedro se levanta,
retira y queda en la mayor confusión.)
DOÑA ISABEL.¡Cielos!
REINA.(Indignada y poniéndose entre los dos.)
¡Isabel!... ¡Azagra!
De que en mi cámara estáis
os olvidasteis, sin duda.
(Pausa)
Isabel, ¿te has vuelto muda...?
Azagra, ¿no contestáis?
DOÑA ISABEL.(Confundida.)
Señora...
DON PEDRO.(Hincando una rodilla)
Vuestra piedad
imploro si os ofendí,
cuando humilde llego aquí...
REINA.(Más templada.)
¿Con qué intento, Pedro...? Alzad.
DON PEDRO.(Levantándose.)
Una gracia suplicaros
para mí de gran ventura,
la que mi dicha asegura.
REINA.Ya tardáis en explicaros.
DON PEDRO.De doña Isabel Torrellas
la nobleza y gallardía
abrasan el alma mía,
que así plugo a las estrellas...
REINA.Ya lo vi.
(Aparte.)
Mal me reprimo.
DON PEDRO.... y como en ilustre cuna
y en los dones de fortuna
su igual en todo me estimo,
vuestra regia aprobación
para casarme, señora,
mi rendido amor implora.
REINA.(Mortificada.)
Y en oportuna ocasión.
¿De su padre tenéis ya
para ese enlace el permiso?
DON PEDRO.Mi lealtad el vuestro quiso
tener antes.
REINA.(Con severidad.)
Bien está.
Id, y que en estos salones
tengan al momento entrada
a la reunión convocada
ricoshombres e infanzones,
que hoy de livianas materias
no me puedo yo ocupar,
cuando hay que determinar
sobre cuestiones tan serias.
Id, pues.
DON PEDRO.(Aparte.)
¡Pese a mi destino!
(Hace una profunda reverencia y vase.)
REINA.(Acercándose a Doña Isabel con bondad y cariño.)
¿Por qué lloras, Isabel?...
¿Estás tan prendada de él...?
Será un amante muy fino.
DOÑA ISABEL.(Turbada.)
Señora...
REINA. Tu amiga soy;
enjuga, Isabel, el llanto.
No hay motivo para tanto,
y afligida al verte estoy.
No era oportuno el momento,
y nada os negué, además.
(Pausa.)
¿Ha mucho tiempo, quizás,
que tratáis el casamiento?
DOÑA ISABEL.Señora, hace ya tres años.
REINA.Y este tan dichoso amante,
¿será fiel..., será constante
DOÑA ISABEL.No es, señora, hombre de engaños,
y siempre igual lo encontré.
REINA.(Con malicia.)
Muy apuesto..., muy rendido...
DOÑA ISABEL.Muy formal, muy comedido.
REINA.Pues qué te tiene no sé
de tal modo apasionada.
Su figura no es gran cosa.
DOÑA ISABEL.Tiene un alma muy hermosa,
y es galán.
REINA. No encuentro nada
raro en don Pedro.
(Aparte)
¡Ay de mí!
(Alto.)
El don Alvaro Garcés
mucho más gallardo es,
y está prendado de ti.
¡Qué bien maneja una lanza!
¡Cuánto luce en un torneo!
Ni Aznares tampoco es feo,
y con mucho garbo danza.
En las justas y festines
al don Pedro muy atrás,
en gentileza y demás,
dejan ambos paladines.
DOÑA ISABEL.Pues don Pedro es a mis ojos
el único.
REINA.(Aparte.)
Y a los míos.
Mas ¿por qué estos desvaríos
me han de dar tantos enojos?
(Sale Don Pedro.)
DON PEDRO.Los ricoshombres, señora,
y los nobles infanzones.
REINA.Ábranse aquestos salones,
y que entren, pues, en buen hora.
(Doña Isabel hace señas a la izquierda de la escena, y
salen Damas, Pajes y Guardias. Don Pedro la hace a la
parte de la derecha, y salen Fortún Torrellas, Alvaro
Garcés, Jofre de Alvero, el Arzobispo, Ricoshombres,
Infanzones, Clérigos y Caballeros, y se colocan
alrededor del trono, en el que se sienta la Reina.)
REINA.Ricoshombres y prelados,
infanzones, caballeros;
de Aragón gloria, y defensa
de mis sagrados derechos:
la seguridad del trono,
el esplendor de mi cetro,
la fama de vuestros nombres,
la tranquilidad del reino,
ya imperiosamente exigen
de vuestra lealtad y esfuerzo
que ese impostor fementido,
que ese ambicioso protervo,
que el esclarecido nombre
del rey mi tío mintiendo,
contra mi corona atenta,
tenga cumplido escarmiento.
En la batalla de Fraga,
como sabe el orbe entero,
pereció el gran don Alonso,
porque así le plugo al Cielo.
Aragón declaró nulo
su dudoso testamento,
que a los templarios dejaba
con poco aviso estos reinos.
Y a su hermano don Ramiro,
cual legítimo heredero,
juró por rey, que aunque estaba
en un santo monasterio,
del Papa especiales bulas
hábil a todo le hicieron,
y en vez del escapulario
no le asentó mal el peto.
Yo, cual su hija y heredera
por legítimo derecho,
ocupé este excelso trono,
fuí jurada por el pueblo,
sin que disputarme nadie
pueda en la Tierra o el Cielo
ni de mi padre la herencia,
ni este solio que poseo.
Después de tan largos años,
y de tan varios sucesos,
ese impostor se presenta
para trastornar el reino.
Despreciado en un principio,
fué su osadía creciendo,
y ya con rebelde tropa
de indómitos bandoleros,
de fascinados ilusos,
de revoltosos perversos,
de viciosos arruinados
y de astutos malcontentos,
osa acercarse a este alcázar,
osa atacar mis respetos,
osa levantar bandera,
osa demandarme el cetro.
Y si es que a tanto le anima
el que mujer sin esfuerzo
me juzga, su desengaño
no tarde con su escarmiento.
Salid, sus, a mi defensa,
que así os cumple como buenos.
Dad a esa traición castigo,
poned a esa audacia freno,
que, aunque mujer, desprovista
tan de valor no me encuentro
que no pueda la coraza
vestir, empuñar el hierro
y a vuestro frente en el campo
humillar a los soberbios
que osan mancillar mi nombre,
o dudar de mis derechos.
(Momento de silencio, con ansiedad general.)
TORRELLAS.Permitid, alta señora,
que como acaso el más viejo
de cuantos hoy la honra tienen
de acataros, sea el primero
que a vuestras nobles palabras
dé respuesta con respeto.
Quién soy Aragón no ignora,
que mi interés y el del reino
son uno mismo es notorio,
que mi sangre y abolengo
seguridades ofrecen
de lealtad en todo empeño,
no habrá quien ose dudarlo;
no habrá, no,¡viven los cielos!,
que aún no es báculo mi espada,
ni aquestas canas son hielos.
Con antecedentes tales,
a decir aquí me atrevo
lo que mi conciencia sólo
dicta a mis labios, y es esto,
(Atención general.)
Señora, el rey don Alonso
vivo está, y es el romero
que impostor hoy apellidas,
acaso con poco acuerdo.
(Movimiento general.)
Yo lo conocí, señora,
y lo serví en ese excelso
dosel. Lo seguí a los campos,
lo acompañé en los reencuentros,
Merecí su confianza,
siempre asistí a su Consejo,
confirió conmigo planes
depositó en mí secretos.
Y de su noble presencia
los rasgos grabados tengo
con tan pronunciadas líneas
en la mente y en el pecho,
que no es posible me engañen,
señores, mis ojos mesmos.
Y esta mañana lo he visto
y examinado con ellos.
Y escuchando sus palabras
reconocí sus acentos,
y mi razón aclararon
con infalibles recuerdos.
Ese anciano peregrino
es, gran señora, creedlo,
el emperador de España
don Alonso, tío vuestro,
al que glorioso renombre,
en cuanto abarcan los cielos,
sus hazañas y conquistas
de batallador le dieron.
(Momento de silencio y de agitación.)
ARZOBISPO.Ilustre Fortún Torrellas,
aunque tengan tanto peso
para mí vuestras razones
y los dictámenes vuestros,
pues sé vuestras calidades
y vuestra virtud respeto,
permitidme hoy, sin agravio,
un pareced muy diverso.
Y considerad conmigo
que cuando inspira el infierno
la ambición a un desalmado,
que anhela usurpar un cetro,
de falaces apariencias,
de alucinantes pretextos,
de engaños y de mentiras
le ofrece abundantes medios.
Porque el demonio es, en suma,
quien rige su alma y su cuerpo,
y de ficciones y engaños
el demonio es gran maestro.
Y provisto de noticias,
y de confidencias dueño,
finge, miente, disimula,
contrahace la voz y el gesto,
y alucina fácilmente
la buena fe de los buenos,
que porque lo son no saben
lo que saben los perversos.
No es difícil, ¡oh Torrellas!,
al cabo de tanto tiempo,
de remota semejanza
equivocar los recuerdos.
Después de tan largos años,
el emperador, que muerto
lloramos todos en Fraga,
torna en traje de romero.
¿Y dónde estuvo escondido?
¿Cómo no vino a su reino
cuando un hombre lo regía
con una espada por cetro?
Y si es el rey don Alonso,
¿por qué franco y descubierto
no ha venido a este palacio
de Zaragoza derecho,
en vez de andar con disfraces
alucinando a los pueblos,
allegando malhechores
y trastornando los reinos?
El emperador insigne
de otro modo muy diverso
se portara, aragoneses.
En ese anciano romero
sólo un malvado descubro,
sólo un impostor encuentro,
tan sólo un agente miro
de los planes del infierno.
TORRELLAS.(Con dolor.)
Quien dude que es don Alonso
(dicho sea con respeto
del venerable arzobispo,
a quien acato y venero),
pone mi verdad en duda
y la lealtad de mi pecho.
ARZOBISPO.De buena fe alucinarse
puede el mejor caballero.
TORRELLAS.(Resuelto.)
Repito que es don Alonso,
emperador de estos reinos,
el que he visto esta mañana,
y a quien he hablado yo mesmo.
A la Tierra Santa un voto
le llevó desde el funesto
campo de Fraga, y cautivo
después de los sarracenos,
en una mazmorra esclavo
ha gemido largo tiempo,
sin poder venir a España
para reclamar su reino.
Mas pues ya en ella el pie puso
en busca de sus derechos,
y le juré pleitesía
mientras viviese, contemplo
que es mi obligación sagrada
servirle, y en todo extremo
cual su vasallo ayudarle
a que recobre su Imperio.
(Hace una profunda reverencia y vase seguido de
algunos.)
DOÑA ISABEL.(Apoyándose, desmayada, en una de las
damas.)
¡Ay de mí!
ALVERO. Yo, con Torrellas,
porque de leal me precio,
a servir a mi rey parto,
como cumple a un caballero.
(Vase seguido de algunos.)
GARCÉS.Y yo también, convencido
de que el legítimo dueño
de Aragón es don Alonso,
que nos devuelve hoy el Cielo.
(Vase seguido igualmente de algunos.)
DON PEDRO.(Saliendo en medio de la escena con calor y
entusiasmo.)
Pues yo juro morir en la defensa
de ese trono legítimo, y mi acero
al que osare, traidor, hacerle ofensa
justo castigo le dará el primero.
Miente quien dice y asegura y piensa
que es el rey don Alonso ese romero.
Y hoy a la reina el corazón consagra,
si la abandonan todos, Pedro Azagra.
Sí, yo combatiré los desleales;
sí, yo combatiré los impostores.
Aquellos que se precien de leales
cerquen mi enseña y sigan mis tambores,
que en medio de esos campos desiguales
escribirá con sangre de traidores
donde el derecho de mi reina alcanza
el hierro agudo de mi fuerte lanza.
Nobles zaragozanos, siempre fieles,
venid ardiendo en saña vengativa
por reina tal a recoger laureles,
si en la lealtad vuestro blasón estriba.
Demos asunto a plumas y a cinceles.
¡Viva nuestra gran reina!
TODOS.(Rodeando con gran entusiasmo a Don Pedro.)
¡Viva! ¡Viva!
DON PEDRO.Venid, venid conmigo; defendamos
a la reina y al trono que adoramos.
(Cae el telón.)

El crisol de la lealtad
Ángel de Saavedra (Duque de Rivas)

Copyright (c) Universidad de Alicante, Banco Santander
Central Hispano 1999-2000

El crisol de la lealtad
Ángel de Saavedra (Duque de Rivas)

Jornada Segunda

ESCENA PRIMERA
La escena representa la cámara de la reina en el palacio
de Zaragoza. Aparecen la REINA sentada y abatida, junto
a una mesa, y el ARZOBISPO en pie, consolándola.
ARZOBISPO.Templad, señora, el llanto,
que no es el infortunio para tanto
como para abatir, así deshecho
en lágrimas amargas, vuestro pecho.
El Cielo no abandona
la legitimidad de esa corona
que puso en vuestra frente,
y que afirma su brazo omnipotente.
Ese impostor tirano.
por aumentar sus fuerzas lucha en vano,
y tan sólo seguro
le da de ese castillo el fuerte muro,
que por vuestros valientes combatido,
pronto ha de verse a vuestros pies rendido.
Y aunque nuevos parciales allegara
su orgullo se estrellara
y su arrogancia fiera
de Zaragoza es lealtad sincera,
que ferviente os consagra.
REINA.(Con la más viva expresión de desconsuelo.)
Mas, ¡cayó en su poder Pedro de Azagra!
ARZOBISPO.¡Pérdida grande..., es cierto!
Mas no causó, por dicha, desconcierto,
ni abatimiento y susto,
en los que aclaman vuestro nombre augusto.
Hasta el suceso mismo,
si de Azagra encarece el heroísmo,
demuestra la impotencia y cobardía
de esa desventurada bandería,
pues no osando salir a la pelea
ni combatir a donde el sol la vea,
por don Pedro de Azagra provocada
a singular combate,
rompió la fe jurada,
y al gallardo magnate
en pérfida emboscada
diez aleves jayanes sorprendieron
y sin peligro grande lo prendieron.
REINA.¡Oh flor de la lealtad y valentía!
¡Ay, desgarrada tengo el alma mía
ARZOBISPO.El valeroso Aznares,
de cuyo nombre y glorias militares
y valor sin segundo
está admirado con razón el mundo,
al prisionero Azagra reemplazando,
de nuestras fieles tropas tiene el mando;
y su arrojo y destreza
muy pronto rendirán la fortaleza.
REINA.¡Ay!... Rescatar primero
a toda costa a Pedro Azagra quiero.
Si peligra su vida...
ARZOBISPO.No es de temer, señora; defendida
por Torrellas, será, pues lo colijo
de ver que siempre le trató cual hijo.
Y es Torrellas honrado caballero,
que alucinado sigue a ese romero,
el cual nada ganara
si a prisionero tal sacrificara,
que es de Aragón amado,
de ilustre nombre y poderoso estado
REINA.(Agitada.)
No calmas mis temores,
que todo lo recelo de traidores;
forzoso es que se trate
a toda costa, sí, de su rescate;
mis joyas, mis preseas...
ARZOBISPO.Pues que tanto, señora, lo deseas,
a don Jofre de Alvero
mandaré con sigilo un mensajero.
Mas pensarlo es forzoso,
por no arriesgar un paso indecoroso,
y siempre lo es ingrato
entrar con los rebeldes en contrato.
Calmad, ¡ah!, vuestro pecho
con la lealtad vehemente satisfecho,
y en que mi fe se goza,
que os está demostrando Zaragoza.
Enjugad ese llanto
y confiemos en el Cielo santo,
que la razón protege y la justicia,
y del traidor confunde la malicia.
(Suenan campanas a lo lejos.)
Mas ya el bronce sagrado
me llama al ministerio de mi estado.
Corro al altar, y a que resuene el templo,
dando a los fieles fervoroso ejemplo,
con santas oraciones,
que aseguren el triunfo a tus pendones.
REINA.(Se levanta y le besa la mano.)
Sí, volad. Y en el santo sacrificio
demandad al Señor que sea propicio
al que preso y de hierros abrumado
es de virtud y de lealtad dechado.
(Vase el Arzobispo.)
REINA.(Creciendo su agitación.)
¿Por mí, ¡cielos!, Azagra entre cadenas?
¿Por mí en peligro su preciosa vida?
No puedo respirar, ¡Ay!, sumergida
en espantoso piélago de penas.
Ya que a luchar conmigo me condenas,
estrella inexorable en que nacida
fuí yo triste, tu rabia embravecida,
¿por qué tan sólo contra mí no llenas?
¿Será Azagra infeliz porque lo adoro?
¿Por qué, si ignora la pasión activa
que en mi angustiado corazón devoro?
Pierda mi trono; el impostor romero
disponga de Aragón, y Azagra viva;
sálvese, y que perezca el orbe entero.
(Fuera de sí.)
¿Qué es el cetro y la corona,
qué es Aragón, qué es el mundo,
¡Oh destino furibundo!,
si a Azagra veo morir?
Caiga el sol de su alta zona,
piérdase todo en un día,
y gócese el alma mía
con ver a Azagra vivir.
Hasta mi pecho
desventurado
sacrificado
sea por él;
roto, deshecho,
al medio apele
que más le duele.
(Resuelta, acercándose a la puerta y en voz alta.)
¡Hola..., Isabel!
(Sale Doña Isabel llorando.)
DOÑA ISABEL.Señora.
REINA.(Con viveza.)
Enjuga el llanto,
tranquiliza tu pecho,
y a tan gran desventura
pongamos un remedio.
Sí, amiga; de consuno
entrambas trabajemos
para romper de Azagra
los opresores hierros.
Salvarle es lo que importa
que lo demás es menos.
DOÑA ISABEL.Y yo, desventurada;
yo, que tanto lo anhelo,
y que la vida diera
por salvar a don Pedro,
¿qué podré hacer, señora,
cuando el Destino adverso
a tal punto conmigo
se embravece violento
que hasta perder la gracia
con que me honrabais temo?
REINA.(Con ansiedad.)
¿Por qué...?
DOÑA ISABEL. Porque mi padre,
alucinado y ciego,
os abandona...
REINA.(Con viveza.)
Calla,
que justamente veo
en que tu padre siga
ese bando perverso
de libertar a Azagra
el más seguro medio,
y tú sólo...
DOÑA ISABEL. Señora,
lo que no haga el esfuerzo
y la alta omnipotencia
de vuestro brazo regio,
¿lo hiciera yo...?
REINA. Sin duda;
escúchame un momento.
Tan sólo hay media legua
al castillo en que preso
gime, infeliz, Azagra;
corre, vuela, te ruego,
habla a tu padre, llora,
y si con torvo ceño
te escucha y no le ablandas,
di que vas de mí huyendo,
que me detestas dile;
dile... que...
DOÑA ISABEL. Me estremezco.
REINA.Sí, todo por salvarle,
que lo demás es menos;
dile...
DOÑA ISABEL.(Conmovida.)
Señora mía,
jamás, jamás..., ¡oh cielos!,
y todo inútil fuera;
es mi padre de hierro...
y tenaz, inflexible...
REINA.¿Resistirá a tus ruegos?
DOÑA ISABEL.Sin duda.
REINA. Pues bien, oye:
otra senda busquemos.
Ve al castillo provista
de cuanto yo poseo;
llévate mis tesoros,
mis joyas y mi cetro.
Todo el oro lo alcanza;
gánate por su medio
una pronta entrevista,
¡ay de mí!, con don Pedro.
Dile que le levanto
de lealtad en empeño;
que del pleito-homenaje
que me hizo le relevo;
que jure pleitesía
al impostor...; que quiero
que le sirva y le ayude
a arrebatarme el reino
que maldiga mi nombre;
que destruya mi imperio;
que...
DOÑA ISABEL.(Consternada.)
¿Deliráis, señora?
¿Que pronunciáis?... ¡Oh cielos!
REINA.(Con vehemencia.)
Sálvese Pedro Azagra,
que lo demás es menos.
¡Oh dolor!... Sí..., tú misma
grande interés en ello
tienes, que es..., ¡ay! tu amante,
y te aguardan risueños
y venturosos días...
(Aparte.)
Yo me ahogo..., ¡Dios eterno!
(Alto.)
en amorosos lazos
llamándole tu dueño.
Vuela...,
(Pausa.)
mi oro derrama,
(Con viveza.)
apura tu talento,
tu amor, tu astucia, todo;
no perdones esfuerzo,
y de cualquiera manera,
sin pararte en los medios
y a toda, a toda costa,
salva su vida. El tiempo
urge, corre al castillo,
ven, sígueme.
DOÑA ISABEL. Obedezco.

ESCENA II
Decoración corta que representa un corredor interior del
castillo de Atarés. Salen BERRIO, de soldado ridículo, y
SANCHA, con una, gran cesta cubierta con una servilleta.
BERRIO.(Enojado.)
Mal muermo los mate, amén.
Requiebren a la borrica;
pero contigo, Sanchica,
que tengan más ten con ten.
SANCHA.¡Celoso!... Si no dijeron
sino que...
BERRIO. ¿Sino qué? Ya.
Pues si vuelven, ¡voto va...!
SANCHA.Saber quién era quisieron,
y registrarme...
BERRIO.(Con viveza.)
¡Caramba!
SANCHA....la cesta.
BERRIO. Eso es diferente;
e iba a ver, pensé, esa gente
si eras o no patizamba.
SANCHA.Yo les dije...
BERRIO. Con la tropa
no haya dimes ni diretes,
que te daré de cachetes,
y a ellos un tiento en la ropa.
SANCHA.¿Quién, tú...?
BERRIO. Yo. Soy militar
tan duro, que de un porrazo
a un gigante le hecho un brazo
como quien dice, a rodar.
SANCHA.¡Quia! Berrio, ¿te has vuelto loco?
¿De cuando acá tan valiente?
BERRIO.Desde ayer, y ya la gente,
me teme a mí más que al coco.
Anoche salté de un brinco
el foso hecho un Barrabás,
y de un solo tajo..., ¡zas!,
arrebané veinticinco.
SANCHA.¡Qué prodigio!... ¿Y no te duele
el brazo?
BERRIO.(Muy ufano, con aire de superioridad.)
¡Pobre muchacha!
¿No conoces en mi facha...?
SANCHA.(Burlándose.)
Tu facha es la de un pelele.
BERRIO.Gracias por el agasajo.
Y qué, ¿me traes de comer?
¿O vienes sólo a coger
en la puerta un requebrajo?
SANCHA.Traigo... Pero ya no quiero,
por celoso, darte nada,
¡ingratón! Muy bien pagada
estoy cuando de porquero
hago por ti allá en la venta,
y el morueco y los marranos
me tienen por esos llanos
ajustándoles la cuenta.
Y cuando con la borrica
vengo tan cargada aquí,
para que tú comas, y...
BERRIO.Te perdonaré, Sanchica.
SANCHA.¿Perdonarme tú, bribón...?
¿Eres quien de cerro en cerro
tras mí andaba como un perro
pidiéndome compasión?
BERRIO.Cumplir debo con mi estado.
Y aunque tú mi novia eres,
despreciar a las mujeres
propia cosa es de soldado.
SANCHA.(Riéndose.)
¡Si eres soldado postizo!
BERRIO.Vaya muy enhoramala,
que a soldado no me iguala
ni aun el padre que me hizo.
SANCHA.Pues soldado por soldado,
con esta cesta preñada
voy a buscar a la entrada
a aquel que me ha requebrado.
BERRIO.(Deteniéndola.)
¡Sancha, eso no, pese a mí!,
que si tú celos me das,
tengo aún de esa cesta más.
SANCHA.¡Hola!... ¿Conque hay hambre?
BERRIO.(Atacando a la cesta.)
Sí.
SANCHA.(Defendiéndola.)
Pues con el hambre se amansan
los animales. Y tú...
BERRIO.(Enojado.)
¡Sanchica de Belcebú,
ya tus desdenes me cansan!
SANCHA.Si no me pides perdón
de tantas altanerías,
se come estas porquerías
aquel bravo mocetón.
BERRIO.(Acariciándola.)
Anda, no seas bobona;
dale esa cesta a tu niño,
que por ti está de cariño
opilada la persona.
SANCHA.Siendo así, bueno, me ablando.
(Pone la cesta sobre un poyo que habrá a un lado.)
BERRIO.Vuelca, vuelca aquí la cesta,
que mi barriga dispuesta
tengo a engullirlo volando.
(Se sienta.)
Veamos, pues, qué traes, Sanchica.
SANCHA.(Sentándose en el suelo, va sacando de la cesta
lo que dice.)
Un pan, chorizo, jamón,
y aquí abajo, en el hondón,
viene una cosa muy rica:
una cebolla. Además,
la bota con cariñena.
BERRIO.¿Y viene, Sanchica, llena?
SANCHA.Y pronto la agotarás.
BERRIO.Tráela acá, le daré un beso;
(Toma la bota.)
bien haya quien la engendró.
(Bebe)
SANCHA.(Sujetándole el brazo.)
Ya basta de hacer clo..., clo...
BERRIO.¿Y se te ha olvidado el queso?
SANCHA.No lo olvidé; viene aquí.
(Lo saca y se ponen ambos a comer.)
Y dime ahora: ¿qué hay de nuevo?
BERRIO.(Comiendo.)
Tenemos preso un mancebo
como un oro.
SANCHA. ¿Quién es...? Di.
BERRIO.(Sin dejar de comer.)
De la reina el general,
que ayer tarde con gran brío
salió a pedir desafío
ahí, en medio de ese erial.
Y desde aquí le llamaron,
y habría bebido un traguito,
pues se acercó muy solito
y diez hombres lo atraparon
como a una liebre en la cama
diez galgos.
SANCHA. ¿Y es muy buen mozo?
BERRIO.Sólo de verlo da gozo.
SANCHA.¿Y sabes cómo se llama?
BERRIO.Don Pedro Azagra.
SANCHA.(Pasmada.)
Ese es
novio de la señorita.
BERRIO.¿De aquella niña bonita
hija de Torrellas?
SANCHA. Pues
¿no te acuerdas que han estado
en la venta a merendar
mil veces? ¡Qué lindo par
después que se hayan velado!
Y ella, que es tan llana y buena,
¡lo afligida que estará!
¡Pobrecita! ¡Cuál tendrá
partida el alma de pena!
BERRIO.Venga la bota.
(Bebe.)
Pues no
quisiera yo en el pellejo
hallarme de ese mocejo,
que esta gente..., ¿qué sé yo?
SANCHA.¿Qué, Berrio...? Di.
BERRIO. Arrepentido
y mucho, Sanchica, estoy.
(Bebe.)
En cuanto pueda, me voy.
(Bebe.)
Hay aquí mucho perdido.
(Se levanta sorprendido, notando que alguien se acerca.)
¡Santa Bárbara, que viene!...
SANCHA.Y... ¿quién viene...?
BERRIO.(Con gran miedo y santiguándose.)
¡San
Antonio!
El mismísimo demonio...
¡Jesús, y qué cara tiene!
Si me ve aquí... Pronto, chica,
recoge todo, recoge...,
que pondrá, como se enoje,
mi cabeza en una pica.
(Sancha lo mete todo en la cesta con gran turbación.
Entran Don Lope de Azagra, con traje de peregrino, y
Mauricio, y se paran a hablar sin reparar en Berrio y
Sancha, que demuestran gran terror.)
DON LOPE.Sí, sí; ya resuelto estoy,
¡padre infeliz!, a abrazarle.
MAURICIOMas tratad de alucinarle
sin descubrir...
DON LOPE. A eso voy.
(Repara en Berrio y Sancha.)
MAURICIO.(Reconociéndolos.)
Es el villano simplón
que era porquero de Antón.
DON LOPE.Fuerza es echarle de aquí
(Acercándose y con tono severo.)
¿Qué hace el vicioso soldado
solo con una mujer?
SANCHA.(Temblando.)
¡Ay!
BERRIO.(Turbado..)
Nada malo... Comer.
DON LOPE.Vaya a su puesto, o colgado
será al punto de una almena,
y ella emplumada.
BERRIO.(Aparte, a Sancha, que recoge la cesta.)
Arre allá.
Y cual lo dice lo hará.
¿Ves tú que no es gente buena?
(Vanse Berrio y Sancho.)
DON LOPE.¡Ay cómo tiemblo, Mauricio!
Mi pecho va a reventar.
¡Qué tormento singular,
qué espantoso sacrificio
tener encerrado así
al hijo del alma mía,
cuya noble valentía
ayer encantado vi!
De su noble corazón
son el arrojo y lealtad
para su padre, en verdad,
terrible reconvención,
MAURICIO.Si has de demostrar flaqueza,
cuando ya no falta nada
para que veas colocada
la corona en tu cabeza,
no vayas a donde vas.
DON LOPE.¡Ah! No eres padre. Por eso...
MAURICIO.Y si no has perdido el seso,
tú mismo conocerás
que olvidar el que lo eres
es preciso en este paso,
pues, olvidándolo, acaso
mostrarás más lo que quieres
a ese hijo. Si por él,
cual dices, has emprendido
el plan en que te he seguido
como tu amigo el más fiel...
DON LOPE.(Profundamente afectado.)
En favor suyo emprendí este... crimen.
MAURICIO.(Con enfado y desdén.)
¿Que me asombre
no extrañarás?...
DON LOPE.(En tono solemne.)
Es el nombre
que tiene mi empresa, sí.
(Con naturalidad.)
Digo que si en su favor
me he metido en este empeño,
en su favor seré dueño
de disfrazarle mi amor.
MAURICIO.En buen hora lo visita.
Mas que sea como rey,
que a hombre de tan alta ley
con interés solicita.
Mas no hay inútil terneza,
ni indiscreta confianza,
que de veras o de chanza
nos cuesta a ambos la cabeza.
(Vanse por distintos lados.)

ESCENA III
Prisión del castillo de Atarés, y sale DON PEDRO LÓPEZ
DE AZAGRA, sin espada y como preso.
DON PEDRO.(Abatido.)
Tu amor, divina Isabel,
en tan dura situación,
derrama en mi corazón
no consuelo, sino hiel.
Tu padre, a mi reina infiel,
hundió nuestro porvenir,
y me condena a morir,
pues la esperanza perdida
de consagrarte mi vida,
¿para qué quiero vivir?
¿Por qué tardan los traidores,
que con tal alevosía
burlaron mi valentía,
en completar sus furores?
De mi estrella los rigores
(pues que ya, Isabel, la suerte
me ha condenado a perderte)
en ese oscuro confín
tengan presuroso fin
en los brazos de la muerte.
(Se oye ruido de cerrojos.)
Mas ¿qué es esto...? Alguien aquí
se acerca... ¿Será un verdugo?
Si tal a los cielos plugo,
afortunado nací.
(Se sienta en un poyo que habrá a un lado. Entra Don
Lope de Azagra y se detiene como indeciso.)
DON LOPE.(Aparte.)
¡Qué tremenda agitación
me destroza y me confunde!
¡Qué peso me abruma y hunde
al pisar esta mansión!
(Clavando los ojos en Don Pedro.)
¡Qué gallardo!... ¡Qué altivez
tan noble en su rostro veo!
(Aterrorizado bajando los ojos.)
¡Ay de mí!, que soy yo el reo
y mi hijo el severo juez.
(Avanzando con dignidad y haciendo un esfuerzo para
aparentar firmeza.)
Don Pedro Azagra, escuchad.
DON PEDRO.(Con entereza y sin levantarse.)
¿Azagra...? ¿Quién me nombró...!
DON LOPE.(Parándose a distancia.)
Es vuestro rey.
DON PEDRO.(Con dureza.)
Eso no;
que su obediencia y lealtad
y su fe sólo consagra
al legítimo derecho
de la reina, el noble pecho
de Pedro López de Azagra.
DON LOPE.Mirad, joven imprudente,
que os perdéis, alucinado.
DON PEDRO.Lo que es, tengo bien mirado
a mi sangre conveniente.
DON LOPE.(Esforzándose.)
Ved que el alto emperador
don Alonso, el que a su nombre
unió el glorioso renombre
de fuerte batallador,
es el que tenéis delante.
DON PEDRO.(Indignado.)
Mentís, que fué muerto en Fraga,
y no hay prueba que deshaga
una verdad semejante.
DON LOPE.(Disimulando la turbación.)
Por altos juicios de Dios
en aquel empeño fuerte
triunfar logró de la muerte.
DON PEDRO.No basta lo digáis vos.
DON LOPE.Si vuestro padre viviera...
DON PEDRO.(Interrumpiéndole.)
A la reina defendiendo
y su obligación cumpliendo
vuestra audacia confundiera.
DON LOPE.(Aparte.)
¡Cielos!... La sangre me ahoga.
¡Qué dura reconvención!
(Alto y disimulando.)
Aunque ya por mi razón
tanto brazo noble aboga,
quiero, porque bien os quiero,
y no acierto a castigaros,
con muestras claras probaros
ser vuestro rey verdadero.
Y que estando vivo yo
no es legítimo el derecho
de mi sobrina...
DON PEDRO. Sospecho
que quien soy se os olvidó.
Soy Azagra, y si es verdad
que a mi padre conocisteis,
sin duda un muro en él visteis
de tesón y de lealtad.
Y nunca desmerecí,
por lo que os cansáis en vano,
astuto y pérfido anciano,
la sangre que le debí.
DON LOPE.(Acercándose enternecido.)
¡Pedro, Pedro!...
DON PEDRO.(Levantándose como para contenerle.)
¡Ah! No llegad
hasta mí. Que si no fuera
porque una vaga quimera
me turba, y por vuestra edad,
(Con energía.)
os hiciera mil pedazos,
dando tremendo castigo
al impostor, enemigo
de la reina, entre mis brazos.
DON LOPE.(Arrojándose fuera de sí en los brazos de Don
Pedro.)
Pues ahoga a tu padre, sí,
ahógalo en ellos, cruel.
DON PEDRO.(Cayendo consternado en el asiento.)
¿Es..., ¡ay!, la voz de Luzbel
o la de Dios la que oí?
(Queda enajenado y convulso, y después de un momento de
inacción y de silencio, se sienta también Don Lope y le
toma, temblando, una mano.)
DON LOPE.Oye, Pedro; oye, hijo mío:
soy tu padre, atento escucha,
y verás que por ti sólo
me encuentro en tan grave angustia.
Por ti sólo, pues tú fuiste
siempre en mis varias fortunas
el ídolo de mi pecho,
de mis afanes la suma.
Aunque herido, logré en Fraga,
de tantos valientes tumba.
salvar la vida. El cadáver
del rey vi al paso, y con pura
lealtad del collar y anillo
le despojé, porque augustas
prendas tales el trofeo
no fueran de infieles nunca.
Perdido entre las montañas
por donde emprendí mi fuga,
de un jaque me vi cautivo.
que me llevó luego a Suria.
Allí me fugué, auxiliado
por la audacia y por la industria
de este astuto monje griego
que aquí me sigue y me ayuda.
Hablando con él un día
de la desastrosa lucha
de Fraga, el collar y anillo,
prendas que por siempre ocultas
me acompañaron, mostréle,
y la semejanza suma
le dije que en voz y en gesto,
talle, ademán y figura
tenía yo con el difunto
rey don Alonso. Y la astucia
de Mauricio vió al momento
una feliz coyuntura
en aquellas circunstancias
para tentar la fortuna.
Opuse a sus sugestiones
risa, creyéndolas burla.
Mas las repitió constante
con razones tan astutas,
durante los largos años
que otras nuevas desventuras
corrimos juntos, que al cabo
venció mi tenaz repulsa.
Y de que así se torciera
mi alma siempre recta y justa,
tú fuiste la causa sólo,
mi cariño te lo jura.
Anhelando colocarte
del trono en la alteza suma,
abracé, infeliz, la idea
con decisión tan profunda.
que llegó a hacerse muy pronto
dominadora absoluta
de mi existencia. Y tú sólo,
tú sólo tienes la culpa,
tú sólo, hijo de mi alma,
mi esperanza en tanta angustia,
de mi afán único objeto,
iris de mis desventuras.
DON PEDRO.(Convulso y escondiendo entre sus manos el
rostro y cabeza.)
¡Dios eterno, Dios eterno!
¿Dónde estoy?... ¡Ah!...
DON LOPE. Pedro,
escucha:
Consiguió, astuto, Mauricio,
violar por la vez segunda
nuestros hierros, y volamos
a Marsella. La fortuna
nos proporcionó al momento
de Aragón nuevas seguras,
y al saber que había quedado
del gran Berenguer vïuda
la reina joven y hermosa.
mas sin fuerza y sin cordura,
juzgamos que el mismo Cielo
daba a nuestro plan ayuda,
ofreciéndonos propicio
la ocasión más oportuna.
Vinimos a Barcelona,
y con próspera ventura
la empresa, hijo, comenzamos,
que una corona te funda,
y que sin tu leal denuedo,
mal dije, sin tu locura
ya estuviera realizada.
Mira, pues, lo que rehúsas.
DON PEDRO.¿De ahogadora pesadilla,
que me confunde y abruma,
estoy, ¡ay de mí!, en los brazos...?
DON LOPE.(Queriendo abrazar a su hijo.)
En los de amor y ternura
de tu padre estás.
DON PEDRO.(Levantándose con violencia y rechazando a su
padre.)
¡Oh cielos!
Apartad, demonio o furia;
apartad.
DON LOPE.(Separándose aterrorizado.)
¡Ay yo, infelice!...
La tierra me trague y hunda.
DON PEDRO.(Conmovido.)
¿Por qué, padre, vuestros brazos
no me ahogaron en la cuna?
(Con nuevo furor.)
¿Mas qué dije?... ¿Vos mi padre?
No; que a ser mi padre, nunca
en vuestro pecho cupieran
la traición y la impostura.
Cual os fingiste el rey muerto,
mi padre os fingís, sin duda.
DON LOPE.(De rodillas y abrazando las de su hijo.)
¡Hijo del alma...! ¡Hijo mío!
DON PEDRO.(Levantándolo bruscamente.)
No me afrentéis.
DON LOPE.(Llorando.)
Oye..., escucha.
DON PEDRO.(Retirándose.)
Marchad, dejadme... La muerte
termine tan rara pugna.
Basta. Si sois don Alonso
rompa la cuchilla aguda
de los verdugos mi cuello,
que doblarse a vos rehúsa.
Si mi padre sois, matadme;
pues que mancha tan inmunda
en la sangre habéis echado
que por mis venas circula.
(Avanzando en nuevo furor.)
Mas no sois ni uno ni otro;
dejadme... Pronto... Mi furia
es tal..., y tal mi despecho...,
y mi suerte tan sañuda,
que tal vez...
(Conteniéndose de pronto.)
Marchad, anciano,
que mi decisión me asusta.
DON LOPE.(Confundido.)
¡Ay de mí!... ¡Destino horrible!
El infierno me confunda.
(Vanse por distinto lado.)

ESCENA IV
La misma decoración de la escena segunda, representando
el corredor interior del castillo. Empieza a anochecer,
y se va oscureciendo lentamente la escena. Sale
MAURICIO, inquieto.
MAURICIO.¡Cuánto don Lope tarda!
Algún desastre temo
de ese remordimiento que acobarda
su corazón, y del delirio extremo
que por el hijo tiene.
Mas ya torna hacia aquí... ¡Cielos!... ¡Cuál viene!
(Entra Don Lope de Azagra, precipitado, y temeroso.)
DON LOPE.¡Ay!... ¿Eres tú, Mauricio?...
Tenme, tenme en tus brazos,
que abierto ante mis pies un precipicio
está sin fondo, en que me haré pedazos.
(Con gran terror.)
Tenme, tenme... ¿No miras...?
MAURICIO.(Sosteniéndole.)
¿Qué pronuncias, don Lope?... Tú deliras.
Tú, tan docto maestro
en fascinar la gente,
¿acaso no has logrado, astuto y diestro,
conquistar a ese joven imprudente?
¿Incrédulo persiste...?
¿Cómo le hablaste, pues? ¿Qué le dijiste?
DON LOPE.(Temblando.)
¡Ay!... Alentar no puedo.
Cuanto miro me espanta;
mi pecho aprieta aterrador el miedo;
hiélaseme la voz en la garganta;
¡me persigue aun mi hijo!
(Mirando con terror el lado por donde salió.)
MAURICIO.Vuelve, don Lope en ti; dime qué dijo.
DON LOPE.Mauricio, retrocedamos.
MAURICIO.(Con viveza.)
¿Adónde?... ¿Por qué? ¡Jamás!
No podemos ir atrás.
¿No contemplas dónde estamos?
(Recapacitando.)
Mas ¿qué es esto?
DON LOPE. Que mi hijo...
MAURICIO.¿Se negó a reconocerte
por don Alonso?
DON LOPE. La muerte
me ha dado lo que me dijo.
¡Qué fe!... ¡Qué noble lealtad!
MAURICIO.(Receloso.)
Y tú, luego que advertiste
tanto tesón, encubriste...
DON LOPE.No. Le dije la verdad.
MAURICIO.Nos has, don Lope, perdido
si libre...
DON LOPE. No me creyó;
que, el que una vez miente, no
puede ser otra creído.
MAURICIO.¿No te creyó...?
DON LOPE.(Con dolor.)
Aunque mis brazos,
mis lágrimas, mis lamentos
los penetrantes acentos
de un corazón en pedazos
le demostraron...
MAURICIO.(Suspenso.)
Muy bien.
Ya es terrible el compromiso.
DON LOPE.Y desistir es preciso...
MAURICIO.(Con enfado.)
¿De quién, don Lope...? ¿Y por quién?
DON LOPE.¡Su oposición es tan fuerte...
MAURICIO.¿Le revelaste indiscreto...?
DON LOPE.Sabe, sí, todo el secreto.
MAURICIO.(Aparte.)
Y yo le daré la muerte.
DON LOPE.Lo sabe, y tenaz opuso
tan airada resistencia,
que me temí una violencia,
y grave terror me impuso.
Yo para mí nada quiero;
todo lo hacía por él.
Si lo rechaza, cruel,
¿qué adelanto ya, qué espero?
MAURICIO.(Aparte.)
Tal desaliento me asusta,
y reanimarlo es forzoso.
(Alto.)
Te juzgué más animoso
y de vejez más robusta.
Que a sospechar, ¡vive Dios!,
qué tan miserable era,
jamás Aragón nos viera
en tal empresa a los dos.
¿De un mancebo alucinado,
que conoce el mundo apenas,
las declamaciones llenas
de celo mal meditado,
tan ridícula influencia
pueden ejercer en ti?
De más temple te creí,
de más madura experiencia.
Haz venturoso a tu hijo
aunque sea a su pesar,
pues las gracias te ha de dar,
burlando de cuanto dijo.
Hay personas que es forzoso
dichosas por fuerza hacer
sin tomarles parecer.
DON LOPE.(Como hablando entre sí.)
Con un crimen afrentoso...
¡Usurpando!...
MAURICIO. Veo que estás
delirante y sin razón.
Sin crimen de usurpación
puedes ir a donde vas.
A tu patria, haciendo, sí,
un servicio imponderable
de don Alonso...
(Pensando un momento.)
Oye.
DON LOPE. Di.
MAURICIO.Postrado, atónito el mundo,
creyéndote el guerreador
que le impuso con valor
un respeto tan profundo,
la Aragón acatará,
y de la hispana nación
por tu prestigio Aragón
el dominio cobrará.
Y su gloria ya afirmada
declaras por tu heredera
a la reina verdadera,
a la reina destronada,
que juzgarán tu sobrina;
casas a tu hijo con ella,
puesto que es joven y bella,
y el objeto a que camina
tu afán consigues así,
con ventaja de Aragón,
sin crimen de usurpación
y sin mengua alguna en ti.
DON LOPE.(Como volviendo en sí.)
¿Me habla por tu boca el Cielo?
¡Son tan claras tus razones!
MAURICIO.De infundadas ilusiones
te las ocultaba el velo.
Y para a cima llevar
intentos de tal grandeza,
no el corazón, la cabeza
debe sólo dominar.
De tu hijo acaso el ardor
por la reina... puede sea,
ahora me ocurre la idea,
aún más que lealtad, amor.
Y puede, don Lope, ser
que en el bien por que suspira,
y como imposible mira,
tú le vayas a poner.
DON LOPE.(Reanimado.)
Tu acento mi angustia calma,
tu voz mis fuerzas me vuelve
y tu razón desenvuelve
de las tinieblas mi alma.
Si puedo, ¡ay Dios!, colocar
a mi Pedro en ese trono,
que por él sólo ambiciono,
sin la corona usurpar,
siga en buen hora la empresa.
Mas hoy tanto he padecido,
que como nunca he sentido
la edad que sobre mí pesa.
Descansar me es fuerza un rato.
MAURICIO.(Llevándolo lentamente hasta la puerta.)
Descansad, sí, reponeos,
que todos vuestros deseos
protege un destino grato.
A solas considerad
en tan crítica ocasión
cuánto os importa el tesón.
(Ya en la puerta, con tono solemne):
Don Lope, en ello pensad.
Si persistís, se os presenta
un trono para ese hijo;
si retrocedéis, de fijo
infamia a vos, a él afrenta.
(Vase Don Lope.)
¡Singular es este hombre!
(Volviendo desasosegado al centro de la escena y
paseándose.)
¿Posible es que en los momentos
de coronar sus intentos
tanto fantasma le asombre?
¿Que con escrúpulos ande
quien diestro hasta aquí llegó
y a Torrellas fascinó
con facilidad tan grande?
Todo es la debilidad
por ese hijo, que apresado
fué en momento desgraciado.
¡Cosas de su mucha edad!
(Queda pensativo.)
A ese joven es preciso
asegurar. Indiscreto,
le patentizó el secreto;
si se fuga..., ¡oh compromiso!
(Dudoso.)
Que muera..., sí, morirá.
¿Cómo...? Cuando en hondo sueño
no sea de sus brazos dueño.
Pero difícil será.
(Reflexiona un momento y prosigue, con resolución):
Beba esta noche la muerte
en un veneno. Sí, si,
no hay bastante fuerza en mí
para herirle de otra suerte.
(Queda meditabundo. Entra Berrio, silbando y distraído,
y al reparar en Mauricio se asusta y retrocede.)
BERRIO.(Aparte.)
¡Caramba con el frailón!
Siempre charlando entre sí,
anda de aquí para allí
hecho un duende motilón.
Volvámonos pies atrás,
que al cabo le considero
pájaro de mal agüero,
y si me atrapa, quizás...
MAURICIO.(Sobresaltado.)
¡Hola!... ¿Quién es?
BERRIO.(Sobrecogido.)
¡Dios bendito!
(Acercándose con ridículas cortesías de miedo.)
Berrio soy...
MAURICIO. Oye un momento.
(Dándose una palmada en la frente, como complacido de
una ocurrencia feliz. Aparte.)
¡Oh qué feliz pensamiento!
BERRIO.(Aparte.)
Me ha pescado en el garlito.
(Alto.)
¿Qué manda su eternidad?
(Aparte.)
Estoy de miedo difunto.
MAURICIO.(Con mucha afabilidad, después de mirar a todos
lados para asegurarse de que están solos.)
Llegas cabalmente al punto
que en ti pensaba.
BERRIO.(Escamado.)
¡Oh bondad!
MAURICIO.Tengo, sí, que hablar contigo,
pues sabes que desde el día
que te vi allá en la alquería,
soy muy de veras tu amigo.
BERRIO.(Gozoso.)
Sí, yo tengo mucho aquel
y un ángel..., que... ya.
MAURICIO. Es así,
que eras bueno conocí.
BERRIO.Un palomino sin hiel.
MAURICIO.Pues te quisiera encargar
que a ese pobre prisionero,
joven a quien mucho quiero,
le llevaras de cenar.
BERRIO.¡Ay señor!, con mil amores.
MAURICIO.Mas nadie lo ha de saber,
porque el rey quiere tener
gran rigor con los traidores.
BERRIO.(Con recelo.)
Siendo así...
MAURICIO. Nada sabrá,
si es que callar sabes tú.
BERRIO.Callar sé. Mas Belcebú
me sonsaca..., y agua va.
MAURICIO.Contente, y en todo caso...
Tú sabes cuánto yo puedo.
BERRIO.Pues eso me quita el miedo;
(Resuelto y con gran familiaridad.)
padre, estoy dispuesto al paso.
MAURICIO.¡Sígueme, y la colación
que le has de dar te daré.
BERRIO.Voyme, pues, con su mercé,
y sabré callar... ¡Chitón!
MAURICIO.Se lo dejas todo allí
y te sales al momento.
BERRIO.Todo lo haré como un viento.
MAURICIO.Fuera expuesto para ti
quedar...
BERRIO. Dios me libre.
MAURICIO. Y ten
cuidado de no tocar
lo que le vas a llevar.
BERRIO.No soy yo goloso.
MAURICIO. Ven.
(Vanse. La escena está ya completamente oscura, y entra
Doña Isabel Torrellas, vestida con un traje igual en
todo, al de Sancha y con un rebocillo con que pueda
taparse el rostro.)
DOÑA ISABEL.(Con recelo y timidez.)
¡Con cuánto susto, ¡cielo!,
estas estancias piso,
oscuras, pavorosas y asombradas!
Cada paso recelo
que a un nuevo compromiso
me lleva, y el rumor de mis pisadas,
que suenan duplicadas
por los lúgubres ecos
de las bóvedas frías,
en estas galerías
y de estos murallones en los huecos,
me horroriza y me asombra,
y una voz me parece que me nombra.
¡Ay, si mi acerba suerte
fuera tal que encontrara
con mi padre...! ¡Infeliz!... Antes quisiera
que repentinamente en sus brazos me ahogara;
que este castillo sobre mí se hundiera.
Ni aun hallo luz siquiera
que dirija mi paso.
Hace un pequeño instante
que juzgué no distante
escuchar hacia aquí rumor escaso.
Mas todo está desierto,
de oscuridad y de pavor cubierto.
(Se pasea con sobresalto.)
Con la villana ropa
que compré a Sancha y Rita,
y con las instrucciones que me han dado,
por medio de esa tropa
desbocada y maldita,
que creyó ser yo Sancha, he penetrado.
Allí un tosco soldado
que a Berrio encontraría
por aquí aseguróme...
No sé hacia dónde tome...
Ya empieza a vacilar la planta mía.
Señor Omnipotente,
amparad a esta mísera inocente.
(Va de uno a otro lado escuchando, y se para junto a un
bastidor.)
¡Ay! ¿Si estaré, Dios mío,
junto a la misma puerta
que a don Pedro, infeliz, sujeta y guarda?
Tal vez del paso mío
el rumor le despierta,
y al escucharlo el triste se acobarda,
porque el sayón aguarda,
y creerá, ¡trance fuerte!,
la tímida pisada
de su Isabel amada
la pisada espantosa de la muerte.
¡Oh amargo pensamiento
que de mi corazón dobla el tormento!
Allí tina luz diviso,
y venir un soldado
a este lugar... Me ocultaré... ¿Y adónde?
Preguntarle es preciso
por ese Berrio, que a mí afán se esconde.
Si afable me responde.
Mas, ¡cielos!, imagino
que es él quien aquí viene,
aunque el traje que tiene
es diverso del suyo campesino.
Aguardo rebozada
y en la bondad del Cielo confiada.
(Se cubre el rostro con el rebocillo y se separa a un
lado. Entra Berrio con una batea de mimbre, y en ella,
pan, dos o tres escudillas cubiertas y una redoma de
vidrio llena de vino, y además una lámpara de barro
encendida.)
BERRIO.(Sin reparar en Doña Isabel.)
Mucha tentación es ésta:
pan, butifarra y jamón
¡y vino aloque!... Me temo
que no me contenga, no.
Mas ¿si ese fraile lo cuca,
que es un duende, ¡vive Dios!,
y me ataja el apetito
descargándome una coz?
Tate, tate, amigo Berrio;
¡anda fuera, tentación!
(Echa a andar resuelto, y al momento se para.)
Mas verme solo y pasarme
sin catar...,
(Huele la redoma.)
¡qué rico olor!,
esta ampolla tan galana
fuera ser un burro yo.
DOÑA ISABELBerrio.
BERRIO.(Sorprendido.)
¡Santa Genoveva!
¿De dónde sale esta voz?
A que algún familiar tiene
que me persiga el frailón.
(Temblando.)
Reconozcamos... ¡Qué miedo!
Si alguien en el corredor...
(Repara en Doña Isabel.)
¡Ay Jesús!...
(Cree ser Sancha, y se acerca.)
¡Hola, Sanchica!
Tú, después de puesto el sol,
¿vienes a ver a tu nene...?
Algún santo te inspiró.
¿La cena me traes, sin duda?
No puede menos tu amor.
¿Y has entrado rebozada...?
Así me gusta, ¡por Dios!,
para evitar requebrajos
de tanto pillo tumbón.
(Con confianza.)
Mas ya que estás con tu esposo
y a solas, ambos a dos,
fuera ropa.
(Le quita el rebocillo y queda pasmado.)
Mas, ¡oh cielos!,
ésta no es Sanchica, o
borracho estoy...
DOÑA ISABEL. No; no es Sancha.
BERRIO.(Retrocediendo.)
Pues ¿quién eres tú, visión,
que de Sancha trae la ropa
y el rostro de Sancha no?
(Aparte.)
Esta es alguna mozuela
que de soldado me vió,
y muerta por mis pedazos
viene a pedir confesión.
¡Mucho garabato tengo!
¡Tengo un atractivo atroz!
En viéndome una muchacha
no hay remedio, se acabó.
DOÑA ISABEL.(Acercándose.)
De parte de Sancha vengo
a demandarte favor.
BERRIO.¿De parte de Sancha...? ¡Malo!
Entonces es..., qué sé yo.
DOÑA ISABEL.(Con dignidad.)
Soy Isabel de Torrellas,
la hija de tu señor.
BERRIO.(Le arrima la luz y la reconoce.)
¡Calle!... ¡Es verdad!... ¿Hay tal cosa?
¿Quién diablos aquí os metió?...
¿En busca de vuestro padre
venís disfrazada?...
DOÑA ISABEL. No.
No, amigo, y que nunca sepa,
pues temo a su condición,
que aquí estuve es necesario.
BERRIO.Pues ¿quién os trae...?
DOÑA ISABEL. El amor.
BERRIO.(Aparte.)
De cierto me solicita.
DOÑA ISABEL.Y la tierna compasión
al bravo don Pedro Azagra,
a ese joven...
BERRIO.(Recapacitando.)
Ya, ¿sois vos
su novia, y venís...?
DOÑA ISABEL. Sí, amigo,
a consolar su aflicción.
Y en ti sólo confiada,
en tu honradez...
BERRIO.(Perplejo.)
Pero yo...,
¿qué puedo hacer por serviros?
DOÑA ISABEL.Llevarme a sus brazos.
BERRIO. ¡Oh!
DOÑA ISABEL.Engañando al carcelero.
BERRIO.No hay carcelero.
DOÑA ISABEL. Mejor.
BERRIO.Hay solamente un cerrojo
gordo casi como yo,
y también hay cuatro llaves,
pero el tiempo las tomó
y no cierran.
DOÑA ISABEL. Pues entonces...
BERRIO.¡Ay, que el cerrojo es atroz!
¿U os habéis imaginado
que es algún troncho de col?
DOÑA ISABEL.Pero ¿descorrerlo puedes?
BERRIO.Precisamente a eso voy
para llevarle esta cena,
DOÑA ISABEL.Berrio, por amor de Dios,
llévame contigo a verle,
ya que tan buena ocasión
se nos ofrece...
BERRIO. ¡Señora!,
donde estáis no sabéis vos;
si el vejete o el frailote...
Vaya..., tiemblo de terror.
DOÑA ISABEL.¿Quién, amigo, ha de saberlo?
BERRIO.Los duendes, que hay más de dos
en esta encantada torre,
que el mismo diablo fundó.
DOÑA ISABEL.Vaya, ablándate a mis ruegos,
desecha todo temor,
complace a tu novia Sancha,
pues es quien me dirigió
a ti con tan arduo empeño,
y su traje me prestó,
y Rita también te ruega,
y también te ruega Antón,
de mis lágrimas movidos
y de mi amargo dolor,
que me ayudes y me lleves
a ver a don Pedro.
BERRIO.(Dudoso.)
¿Yo...?
DOÑA ISABEL.(Arrodillándose y llorando.)
Y a tus plantas te lo pido
y te lo pagará Dios,
que las acciones cristianas
nunca sin premio dejó.
BERRIO.(Levantándola.)
Basta, señorita, hasta;
que no soy de bronce, no,
y en viendo llorar mujeres
se me atraganta la voz.
Esperad, no haga la trampa
que nos pillen a los dos.
(Reconoce a un lado y otro si alguien lo ve.)
Vamos allá. Me resuelvo.
Venid pronto, ¡pese a vos!
DOÑA ISABEL.¡Oh santo Cielo!, protege
mi desventurado amor.
BERRIO.Vamos, pisad más quedito.
DOÑA ISABEL.Vamos en manos de Dios.
(Vanse.)

ESCENA V
Prisión del castillo de Atarés, y aparece DON PEDRO
LÓPEZ DE AZAGRA, sentado y pensativo; la escena estará
oscura.
BERRIO.(Dentro.)
¡Caramba!... El cerrojo está
descorrido, y encajada
la puerta... ¡Pues ahí no es nada!
¿Volado el pájaro habrá?
DOÑA ISABEL.(Dentro, con ansiedad.)
¡Ay!... Entremos...
BERRIO.(Dentro.)
Sí; pasmado
de miedo estoy. ¿Quién ha sido
el duende que aquí ha venido
y así la puerta ha dejado?
DON PEDRO.(Incorporándose.)
¿Quién es? ¡Hola!... Si la muerte
me traen, al verdugo ruego
que descargue luego, luego
en mi cuello el golpe fuerte.
(Salen Berrio y Doña Isabel, y se ilumina la escena con
la luz de la lámpara que viene en la batea.)
DOÑA ISABEL.(Precipitándose en los brazos de Don Pedro.)
¡Ay don Pedro de mi vida!
Soy vuestra Isabel.
DON PEDRO.(Sorprendido.)
¡Oh Dios!
¿Deliro?... ¿Sueño?... ¿Sois vos...?
Sí, vos, Isabel querida.
(Pausa.)
¿En este traje...? ¿A tal hora...?
¡Ay!... Explicadme...
DOÑA ISABEL. Mi pecho
está de gozo deshecho...
¿Qué puedo explicar ahora?
(Vuelven a abrazarse.)
BERRIO.(Aparte.)
¡Así, muy bien! ¡Qué gustito
me da verlos!... No es Sanchica
más que una pobre borrica,
comparada a este angelito.
DON PEDRO.Tras de la visión de infierno
que mi pecho destrozó,
y sin duda me envió
en su cólera el Eterno,
esta visión celestial
piadoso y justo me envía,
con que encanta el alma mía
y me hace a un ángel igual.
(Transportado de gozo.)
¡Isabel!... ¡Mi amor!...
(Sobresaltado de repente.)
¡Dios mío!
¡Qué terrible pensamiento
me ocurre en este momento,
que me deja yerto y frío!...
¡Ay Isabel!...
DOÑA ISABEL. ¿Qué os asusta?
DON PEDRO.(Agitado.)
¿A la reina abandonaste
y a tu padre aquí buscaste?
Dime..., di...
DOÑA ISABEL.(Con dignidad.)
¡Sospecha injusta!
¿No me conocéis quizás?
Si a la reina defendéis,
¿cómo imaginar podéis
que yo...? Don Pedro, ¡jamás!
(Cariñosa.)
En las alas de mi amor
y por las reina enviada
vengo a veros,
(En secreto.)
y restada
a libraros del traidor.
DON PEDRO.Perdona, adorado dueño.
Mas tan raras cosas hoy
por mí pasaron, que estoy
creyendo que todo es sueño.
Mas ¿tú en peligro por mí?...
¡Ay!, me horrorizo, Isabel.
(En secreto y con susto.)
¿Ese soldado...? ¿Con él
cuentas tú?
DOÑA ISABEL. Don Pedro, sí.
(Don Pedro clava los ojos en Berrio, como examinándole
con desconfianza.)
BERRIO.(Risueño.)
Berrio soy...; Berrio, señor;
porquero antes que soldado.
Y aquí le traigo el guisado:
conque basta ya de amor.
(Siguen hablando entre sí Don Pedro y Doña Isabel;
Berrio pone la batea sobre el poyo, y prosigue, con
mucha familiaridad.)
Me traje a la señorita,
porque con ropa de Sancha
vino a buscarme tan ancha
y con recado de Rita.
Mas, aunque esté aquí, cenad.
Y pues diz en Aragón,
tripas llevan corazón,
¡ea!, las vuestras llenad.
Y pronto, pues si ve el padre,
que es quien os envía la cena,
que tardo la armará buena,
y no quiero que me ladre.
(Viendo que no le hacen caso vuelve a observar la batea,
silba y se pasea.)
DON PEDRO.¡Oh Isabel mía!
DOÑA ISABEL.(En voz baja, recatándose de Berrio.)
Ante todo,
salvaos, ¡ay don Pedro!... Sí.
Salid al punto de aquí.
DON PEDRO.Pero, Isabel, ¿de qué modo?
DOÑA ISABEL.La prisión tenéis abierta.
DON PEDRO.¿Y la guardia?
DOÑA ISABEL. No hay ninguna;
propicia está la fortuna.
DON PEDRO.¿Y del castillo a la puerta?
DOÑA ISABEL.Nadie os verá.
DON PEDRO. ¿En este traje....
DOÑA ISABEL.(Al oído.)
Atacad a este soldado,
despojadle..., y disfrazado
pasaréis con su ropaje.
DON PEDRO.No, Isabel; Isabel, no.
¿Yo dejar en compromiso
a ese infeliz?...
DOÑA ISABEL. Es preciso.
DON PEDRO.(Cayendo repentinamente en un acceso de
melancolía.)
Preciso es que muera yo.
(Pausa.)
¿Fugarme...? ¡Qué devaneo!
Por ti, olvidado de mí,
el pensamiento acogí.
Pero ya otra vez me veo
tal cual soy en este día,
y es tan horrenda mi suerte,
que sólo buscar la muerte
debo ansioso, Isabel mía.
DOÑA ISABEL.(Angustiada.)
No os entiendo.
DON PEDRO. Ni es posible
que me entendáis... Si ayer fuera,
para salvarme os siguiera;
mas hoy..., ¡estrella terrible!
(Con decisión e inquietud)
Isabel, pronto, alejaos;
dejadme con mi destino.
De Zaragoza el camino
tomad por mi amor, salvaos.
Y a la reina diréis, sí,
que ya exige mi lealtad
que no tenga más piedad
con la sangre que hay en mí.
Que aquí morir debo yo
y mi raza perecer...
¡Ay, ni tuyo puedo ser!...
Basta, no me fugo, no.
BERRIO.(Oyendo las últimas palabras, se acerca y dice
aparte.)
Esta gente está sin juicio.
¿Fuga?...
DOÑA ISABEL. El pecho me rasgáis
y el alma me envenenáis.
Salid de este precipicio.
DON PEDRO.¡Isabel!...
DOÑA ISABEL. ¿No me seguís?
DON PEDRO.(Con entereza.)
¡Jamás, no!
DOÑA ISABEL.(Resuelta.)
Don Pedro, bien;
pues yo moriré también,
si en quedaros persistís.
Vendrá mi padre cruel,
y al verme aquí en vuestros brazos,
con su daga mil pedazos
me hará.
DON PEDRO. ¡Isabel, Isabel!...
DOÑA ISABEL.(Con vehemencia.)
Juro ante el eterno Dios,
que por mi medio os socorre,
no salir de aquesta torre,
señor don Pedro, sin vos.
DON PEDRO.(Enternecido.)
¡Isabel...!
DOÑA ISABEL.(Asiéndole el brazo con violencia.)
Ven.
BERRIO.(Deteniéndolos.)
Alto allá.
Señorita, poco a poco;
¿os parece que estoy loco?
Basta de burleta ya.
Harto ha durado el bureo;
quédese la cena aquí
con el señor. Y tras mí
venid o me pongo feo.
DOÑA ISABEL.(Suplicante.)
¡Berrio!
BERRIO.(Enojado.)
No hay Berrio, cuidado.
(Va a asir del brazo a Doña Isabel, y Don Pedro lo
impide.)
DON PEDRO.Si osas la mano poner...
BERRIO.(Reportándose.)
No la pongo.
(Aparte.)
Voy hacer
según miro mal fregado.
El diablo me trajo aquí,
y entre unos y otros, me huelo
que no ha de lucirme el pelo;
con mala estrella nací.
DOÑA ISABEL.Berrio..., por amor de Dios.
Berrio, completa la obra.
BERRIO.¿Qué es completar, si ya sobra
la mitad de lo hecho? Vos
mi peligro no sabéis,
si alguien por desdicha oliera...
Vamos pronto, vamos fuera;
al fraile no conocéis.
DOÑA ISABEL.Pero dime, Berrio: ¿abierta,
cuando ha un momento llegamos,
y sin cerrojo no hallamos
de aqueste encierro la puerta?
¿No pudo haberse fugado
don Pedro entonces sin ti?
BERRIO.Es verdad.
DOÑA ISABEL. Pues bueno. Di
que tú no le has encontrado,
y la culpa recaerá
en quien antes que tú vino.
BERRIO.Fué el vejete peregrino.
DOÑA ISABEL.Pues él la culpa tendrá,
que el cerrojo descuidó.
BERRIO.(Dudoso.)
Se armará gran batahola,
y en ella, ¿escurrir la bola
podrá Berrio?...
DOÑA ISABEL. ¿Por qué no?
BERRIO.Nada, nada. Afuera; en vano
me queréis así tentar.
DOÑA ISABEL.¡Ay Berrio!
DON PEDRO.(Airado.)
Deja el rogar,
que ya me cansa el villano.
BERRIO.(Apurado.)
¿En qué danza me he metido?
DOÑA ISABEL.(Sacando un gran bolso lleno de oro.)
Berrio. toma..., todo es oro.
BERRIO.(Pasmado.)
¡Virgen santa!... ¡Qué tesoro...!
DOÑA ISABEL.Todo, todo es tuyo.
BERRIO.(Tomando el bolsillo.)
Envido.
DOÑA ISABEL.Y la madrina he de ser
de tu Sancha, y en ganados,
joyas, tierras y brocados
tal dote vas a tener,
que puedes ser infanzón
y fundar estado tal,
que no se le encuentre igual
en el reino de Aragón.
BERRIO.Y si me ahorcan, ¿lo seré?
DOÑA ISABEL.Con tanto oro, ¿no has de hallar
el medio para escapar
de entre esta gente sin fe?
BERRIO.(Rascándose y muy escamado.)
Señorita... ¡Un miedo tengo...!
DON PEDRO.(Furioso.)
Si no te das a partido...
BERRIO.Si estoy ya muy convencido.
Hablad, que a todo me avengo.
DOÑA ISABEL.Ahora a don Pedro has de dar
tu sayo, pues con su ropa
le conociera la tropa
en el acto de escapar.
BERRIO.(Quitándose el sayo con repugnancia.)
¿Mi sayo...? A cochambre apesta.
Mas tomad.
DOÑA ISABEL. También el casco.
BERRIO.(Se quita el casco y se lo da a Doña Isabel.)
Limpiadlo, que fuera un chasco
hallarse cosa molesta.
DON PEDRO.¡Válgame Dios!... ¡Isabel!
DOÑA ISABEL.(Quitándole el manto y el birrete y
vistiéndole el sayo y el casco de Berrio.)
Tomad, pronto; no hay remedio:
de salvarme es éste el medio.
DON PEDRO.(Muy abatido.)
¿Dónde voy, hado cruel?
DOÑA ISABEL.(Con viveza.)
Berrio, amigo, aquí te queda
solamente un breve instante,
el corto tiempo bastante
para que don Pedro pueda
conmigo afuera tomar
dos caballos, que, escondidos,
he dejado apercibidos
a la entrada del pinar.
(Vanse Don Pedro y Doña Isabel.)
BERRIO.Van como una exhalación.
Buen viaje. A ver si el bolsillo
quedó aquí.
(Lo saca y examina.)
¡Qué hermoso brillo!
Voy a ser un infanzón.
(Guarda el bolsillo y toma el manto y birrete de Don
Pedro, que dejó en el suelo Doña Isabel, se los pone y
se pasea pavoneándose.)
Así, así, ¡linda persona!
Y con brocado mi Sancha
qué hueca estará. Qué ancha
si la llaman la infanzona.
(Se para.)
¡Caramba, esta señorita
qué rejo tiene y qué cuajo!
Se ve que por ese majo
está que se despepita.
Dios con ellos vaya, amén;
mas quedándose conmigo,
porque me parece, digo,
que soy cristiano también.
(Va a marchar, y desde la puerta vuelve a mirar la
batea, que está sobre el poyo.)
Y qué, ¿del fraile la cena
he que abandonar así?
(Vuelve.)
No lo haré, que tengo aquí
panza de apetito llena.
(Siempre vestido con el manto y birrete de Don Pedro,
agarra la batea, la examina con gusto, y viendo que no
hay mesa, la pone en el suelo.)
Pues que no hay otra, sea el suelo
mesa, que lo es espaciosa.
(Busca silla, y viendo que no la hay, se sienta en el
suelo, de espaldas a la puerta.)
Y silla, también. No hay cosa
que no me depare el Cielo.
Ven, ¡oh redoma!, a mis manos...
Mas no, primero es comer;
sobre el hígado beber
es costumbre de villanos.
Sal acá, butifarrita.
(La saca y come.)
¡Qué picante!... Buena, a ley.
No se encaja el mismo rey
cosa más santa y bendita.
(Registra otro plato.)
Aquestas de fraile son
golosinas. Para luego,
porque tampoco me niego
a alfajores y turrón.
(Sigue comiendo y revolviendo los platos. Entra Mauricio
con un puñal en la mano a paso lento y se para a la
entrada, sin reparar en Berrio.)
MAURICIO.(Aparte.)
¿Cómo encuentro, ¡oh Dios!, la puerta
sin cerrojo?... ¿Se ha fugado?
Berrio el simplón la ha dejado
de par en par así abierta.
(Repara en Berrio y juzga que es Don Pedro.)
Mas no. Don Pedro allí está,
y cenando, según veo.
¡Cuánto, cuánto a mi deseo
tardando su muerte va!
Aquí, en la sombra encubierto,
me conviene el esperar,
pues que no puedo tardar
en verle a mis plantas muerto.
BERRIO.(Toma un jamón.)
Véngame a ver el jamón.
Todo me lo he de engullir.
A un albéitar le oí decir
que nunca da indigestión.
(Come.)
MAURICIO.(Aparte.)
Sin duda aún no probó el vino,
pues su veneno es tan fuerte,
que, en probándolo, la muerte
es un acto repentino.
¿Y si no bebe?... Veremos.
Entonces, sí, me decido,
y por este acero herido
pronto del paso saldremos.
BERRIO.Ahora sí que en la garganta,
por más que masco y que masco,
parece que un gran peñasco
se me atora y me atraganta.
Pues a lavar el garguero.
Para esto hay redoma aquí.
A ver..., a ver...
(Al coger la redoma la deja caer y se hace pedazos.)
¡Pese a mí...!
¡No me quebrara primero
yo mismo...! ¡Cuerpo de tal!
(Hace extremos ridículos de despecho y esfuerzos por
recoger el vino derramado, cuidando siempre de no volver
el rostro hacia donde está Mauricio.)
Todo el diablo lo llevó.
¡Mal haya quien me parió
tan torpe y tan animal!
¡Maldita sea mi suerte!...
¡Maldita casualidad!
MAURICIO.(Arrojándose con el puñal sobre Berrio.)
Que no te libra, en verdad,
de la merecida muerte.
BERRIO.(Oye los pasos de Mauricio, vuelve el rostro y
huye aterrado y con viveza.)
¡Ay de mí!... ¡Ay! ¡San Antonio!
MAURICIO.(Se detiene confuso al reconocer a Berrio.)
¡Cielos!... ¡Es Berrio! ¿Qué es esto?
BERRIO.(Aparte.)
¡Válgame Dios, y qué presto
se me apareció el demonio!
¿Si estaría en la redoma?
MAURICIO.(Irritado.)
¿Qué es esto, Berrio? Habla ya.
¿En dónde don Pedro está?
BERRIO.(Congratulándose.)
¡Qué!... Si todo ha sido broma.
Se afufó.
MAURICIO.(Furioso.)
¿Cuándo...?
BERRIO. No sé.
Yo me he encontrado la puerta
lo mismo que vos..., abierta.
Y aquí... nadie. Ya se ve.
MAURICIO.(Asiéndole de un brazo.)
¡Tú le abriste, tú, bribón!
Al punto serás ahorcado.
(Arrastrándolo hacia la puerta y dando voces.)
Guardia, el preso se ha fugado;
soldados, a la prisión.
BERRIO.(Temblando.)
Señor..., yo...
MAURICIO. Sí, su vestido
tienes; el tuyo tomó,
y con él se disfrazó.
BERRIO.Cuando vine se había ido.
MAURICIO.(A voces.)
¡Hola!, pronto... ¡Hola!, soldados,
que nos venden; pronto aquí.
(Entra Don Lope de Azagra, apresurado.)
DON LOPE.¡Cielos!... ¿Qué voces oí...?
MAURICIO.Nos vemos, señor, burlados.
Se ha fugado el prisionero.
Por este traidor la puerta
le ha sido un momento abierta.
Ahora mismo ahorcarlo quiero.
DON LOPE.Basta ya; volved en vos.
Si tal hizo, lo perdono.
MAURICIO.(Indignado.)
Ved que perdisteis el trono.
DON LOPE.(En tono solemne.)
Son altos juicios de Dios.

El crisol de la lealtad
Ángel de Saavedra (Duque de Rivas)

Copyright (c) Universidad de Alicante, Banco Santander
Central Hispano 1999-2000

El crisol de la lealtad
Ángel de Saavedra (Duque de Rivas)

Jornada Tercera

ESCENA PRIMERA
La escena representa la cámara de la reina en el palacio
de Zaragoza, y aparece la REINA, pensativa y triste.
REINA.Segura es la victoria,
y el impostor vencido
tendrá de su arrogancia el escarmiento.
¡Ah! Que tan alta gloria
y triunfo tan lucido
no sea del noble Azagra sólo siento,
pues dechado de fieles,
suyos debieran ser estos laureles.
Mas, enfermo, postrado,
soñador, delirante,
desde que en salvo a estas murallas vino,
se niega horrorizado,
trémulo, palpitante,
a combatir al viejo peregrino,
diciendo que su espada
no vuelve a desnudar en tal jornada.
¿Qué misterio espantoso
es éste? ¡Estrella impía!
(Reflexiona.)
Que ese romero es impostor me jura,
que severa, inflexible
combata su osadía
me ruega, ardiendo en la lealtad más pura.
Mas contra ese romero
jamás, jamás esgrimirá el acero.
Y maldiciendo, llora
el haberse fugado
de la prisión que contempló su tumba.
Y maldice la hora
en que nació. Y turbado,
al Cielo pide le fulmine y hunda.
¿Qué misterio, qué encanto,
qué delirios son éstos? ¡Cielo santo!
(Creciendo su agitación.)
¡Ay de mí, que anegada
en mar de confusiones
vago, sin descubrir lejano puerto!
¿Acaso trastornada
con vanas ilusiones
se pierde en miserable desconcierto
su cabeza infelice,
y yo misma, yo misma el daño hice?...
¿Mi negativa pudo
para su enlace..., ¡cielos!,
tanto trastorno ocasionar?... ¡Oh suerte!
¡Oh Destino sañudo!
¿Por qué no ahogué mis celos?
¿Por qué no sujeté con mano fuerte
en este pecho mío
de un imposible amor el desvarío?
De un amor imposible,
¡oh tremendo Destino!,
que cada vez más alto se embravece
y más irresistible.
Y que será imagino,
según me turba y poderoso crece
de mi alma en lo profundo,
causa tal vez de que abandone el mundo.
(Muy abatida.)
Al cabo, ¿qué es el trono
ansiado y combatido?
¿Qué son de la victoria el lauro y palma,
si con tenaz encono
el Cielo endurecido
niega la paz y la quietud al alma?
Y ¿qué es la misma vida,
por un mar de pasiones combatida?
¡Ay!, a don Pedro adoro,
y a este amor escondido
sólo yo debo ser sacrificada.
A mi nombre y decoro
sólo resta un partido;
seguirélo. aunque muera, denodada.
(Con resolución.)
Sí..., sí, don Pedro viva
y la salud con su Isabel reciba.
(Suena a lo lejos repique de campanas, música, tambores
y aclamaciones, y sale el Arzobispo con dos Clérigos de
su séquito, que se quedan a la entrada.)
ARZOBISPO.¡Albricias!, alta señora,
reina de Aragón, ¡albricias!,
que ya de vuestros derechos
ha triunfado la justicia.
De Atarés en las almenas
vuestro pendón regio brilla,
y ya los brazos rebeldes
pesadas cadenas ligan.
¡Dios eterno sea loado!,
que con bondad infinita
por el legítimo trono
omnipotente vigila,
y bendito sea mil veces,
porque os ha dado este día,
sin una gota de sangre,
la victoria más cumplida.
El impostor ahora mismo
preso a Zaragoza pisa,
donde pensó entrar triunfante
en brazos de sus mentiras.
Y en un hondo calabozo
se verá en la Aljafería
el que en este regio alcázar
creyó establecer su silla.
Escuchad el alborozo
que vuestro triunfo publica,
escuchad cuál vuestro nombre
cunde en fervorosos vivas.
REINA.(Gozosa.)
¡Oh venerable prelado!,
tan halagüeñas noticias,
que siempre aguardé fiada
en la protección divina,
tienen para mí más precio,
mayor contento me inspiran
por labios tan respetables
como los vuestros oídas.
Y en saber que una victoria
piadoso el Cielo se digna
de concederme sin sangre,
el colmo está de mis dichas.
Pues los triunfos que se logran
en revueltas intestinas
con sangre, más que con galas,
con lutos se solemnizan.
Mas decidme de qué modo
tan favorable y propicia,
la piedad omnipotente
protegió la cansa mía.
ARZOBISPO.Ya preparaba el asalto
con sus escuadras invictas
Aznares el valeroso,
campeón de tu justicia,
cuando de la fortaleza
fugitivo y a gran prisa
llegó un rústico soldado,
con peligro de la vida.
Era el que salvó a don Pedro,
y que a ser ahorcado iba,
y logró saltar el foso
y venirse a nuestras filas.
Y el tal, que, según parece,
en una venta vecina
era pastor, ofrecióse
a mostrar en la hora misma
un subterráneo camino,
una abandonada mina,
que desde el pinar cercano
al castillo conducía.
Aprovechó diligente
tan oportuna noticia
Aznares, y con algunos
caballeros, y por guía
el rústico, entró en la fuerza
con furia tan repentina,
que una acción fué solamente
el sorprenderla y rendirla.
REINA.Bien merece ese villano
la recompensa más digna,
pues que la efusión de sangre
evitó con tal noticia.
Quiero conocerle, al punto
premiarle quiero yo misma,
que evitar que sangre corra
es la mayor hidalguía.
¿Y el impostor?
ARZOBISPO. No le he visto.
Mas, según todos afirman,
persiste en que es don Alonso,
con tenacidad inicua.
REINA.Mas ¿quién es...? ¿De dónde vino...?
¿Cómo a gentes de alta estima
alucinó, se descubre...?
ARZOBISPO.Cuantos le han hablado pintan
su semejanza muy grande
con don Alonso. Y sería
aventurar mucho, entrada
dar a sospechas que abrigan
algunos viejos. Sospechas
que de infamia cubrirían
a muy altos personajes
y a muy gloriosas familias.
REINA.(Con inquietud.)
¡Sospechas! ¿Cuáles?
ARZOBISPO. Señora,
las maliciosas hablillas
no merecen ocuparos,
ni que sean por vos oídas.
REINA.No.... decid.
ARZOBISPO.(Con repugnancia.)
Obedeceros
es obligación precisa.
Y, aunque especie tal repugne
mis labios el repetirla,
diré que la gente anciana
recuerda tal vez que había
una semejanza extrema,
por todos reconocida,
entre don Lope de Azagra
y el rey.
REINA.(Aparte.)
He quedado fría.
(Alto.)
¿Entre el padre de don Pedro...?
ARZOBISPO.Sí. señora.
REINA.(Agitada.)
La malicia
más refinada tan sólo
puede esta sospecha inicua
despertar. ¿Don Lope Azagra,
el hombre de más estima
que Aragón y el mundo vieron,
cuya sangre pura y limpia
aún late en tan nobles venas...?
Tal suposición me indigna.
ARZOBISPO.Y que en los campos de Fraga,
como el orbe lo atestigua,
murió junto a don Alonso,
en medio de la morisma.
REINA.(Aparte.)
¡Ay de mí, que ahora descubro
de don Pedro los enigmas!
Y si es su padre..., ¡Dios mío!,
forzoso será que viva.,
(Alto.)
Confúndanse esas sospechas,
que de la más torpe envidia,
y no de exactos recuerdos,
son tan solamente hijas.
No nazcan nuevos disturbios
de ligerezas y hablillas,
y quede la paz del reino.
ARZOBISPO.Pero no olvidad, señora,
que los Estados se afirman
con los premios y castigos
repartidos con justicia.
Y que hay casos dolorosos
en que es condición precisa
presentar un escarmiento
si graves daños evita.
El impostor morir debe,
y su consejero y guía,
que abad se nombra, y que todo
ser suposición indica.
REINA.Mas perdón el más completo
doy a cuantos le seguían
de buena fe, alucinados
tal vez por su lealtad misma.
Porque siempre la clemencia
la joya es de más estima
de la corona, y hoy quiero
que brille, cual nunca, limpia.
ARZOBISPO.Bien mostráis, ¡oh noble reina!,
madre de Aragón querida,
que merecéis los laureles
que hoy en vuestra frente brillan.
(Entra Doña Isabel Torrellas y se arroja desconsolada a
los pies de la Reina.)
DOÑA ISABEL.¡Oh mi reina, oh mi señora!,
una hija desventurada
piedad y clemencia implora
ante vuestros pies postrada.
A mi padre perdonad;
pues si al impostor siguió,
exceso fué de lealtad
que su pecho alucinó.
A don Alonso ligado
por la fe del juramento...
REINA.(La levanta del suelo y la abraza.)
Alza, que está perdonado;
recobra, Isabel, aliento.
DOÑA ISABEL.(Enajenada de gozo.)
¡Oh de clemencia y bondad
pura esclarecida estrella!
A mis labios acordad
que sellen mano tan bella.
(Bésale la mano.)
Pues nunca con más razón
por su madre y protectora
os aclamara Aragón,
que vuestro alto nombre adora.
(En ademán de marchar.)
Corro...
REINA.(Deteniéndola.)
Espérate un momento,
Isabel, que quiero hablarte
para aumentar tu contento,
y otra grata nueva darte.
(Al Arzobispo.)
Disponed, noble prelado,
que la catedral resuene
con el himno acostumbrado,
y que mi pueblo la llene.
Que con mi corte al instante
de gala, sigo tras vos,
de triunfo tan importante
y dar las Gracias a Dios.
Y un indulto general
disponed que se publique.
ARZOBISPO.¿Y la pena capital?
¿Queréis que al punto se aplique
a los dos reos?
REINA. ¡Ah, no!
Hoy es de júbilo día,
y enlutar no quiero yo
con cadalsos su alegría.
ARZOBISPO.(Enternecido.)
Vuestra bondad es inmensa.
REINA.Haced venir al villano
para darle recompensa
cual merece, por mi mano,
pues que sagaz procuró
sin desastres la victoria;
que es en lo que cifro yo,
de tan gran triunfo la gloria.
ARZOBISPO.Obedecida seréis
y por el reino aclamada,
señora, cual merecéis,
su sol, su madre adorada.
(Vase con su séquito.)
REINA.(Aparte.)
Me cumple disimular
todo cuanto descubrí,
y que nada tenga en mí
esta infeliz que extrañar.
Pues si es padre el impostor
de don Pedro, es necesario
con sigilo extraordinario
encubrir tal deshonor.
(A Doña Isabel, con cariño.)
Isabel, Isabel mía,
¿cómo está don Pedro? Dime.
¿Esa angustia que le oprime
tendrá término este día?
¿Cesarán las ilusiones
espantosas que lo agitan
y que a ambas nos precipitan
en un mar de confusiones?
El triunfo ya conseguido,
y que tanto ansió leal,
de su dolencia fatal
será un remedio cumplido.
DOÑA ISABEL.¡Ay señora!... Yo no sé.
Como nunca esta mañana
la tristeza que le aplana
y su delirio noté.
Desde el momento..., ¡ay de mí!,
que le saqué de prisión,
tan turbada su razón
como ha un rato nunca vi.
REINA.(Muy agitada.)
Basta, Isabel. Es preciso
a don Pedro consolar.
Si acaso el imaginar
que le negaba el permiso
para casarse...
(Aparte.)
¡Yo muero!
(Alto.)
...contigo así le turbó,
corre a decirle que yo
casaros hoy mismo quiero.
DOÑA ISABEL.(Llorando.)
¡Oh señora! ¡Oh de bondad
y soberana clemencia
sol, que el mundo reverencia!
Tal es mi felicidad,
tan contrario me es el Cielo,
que lo que antes, ¡ay!, haría
la más alta dicha mía
aumenta hoy mi desconsuelo.
REINA.(Suspensa.)
Pues qué, ¿tibio en su pasión...?
DOÑA ISABEL.(Con vehemencia.)
No, señora; ¡ah!, no, señora.
Que como jamás me adora,
que su amante corazón
más que nunca arde por mí,
en llanto amargo deshecho,
roto en pedazos el pecho,
sin cesar me jura, sí.
REINA.(Aparte.)
¡Oh dolor que me devora!
DOÑA ISABEL.Pero añade que ya no
puedo ser su esposa yo,
y un mar de lágrimas llora.
REINA.¿Y no te explica el porqué?
DOÑA ISABEL.Que un secreto horrible guarda,
que le turba y le acobarda
imagino...
REINA. Y yo lo sé.
DOÑA ISABEL. Yo no, señora. ¡Ay de mí!
REINA.Es una delicadeza
que demuestra la grandeza
de su pasión hacia ti.
DOÑA ISABEL.(Confusa.)
Yo..., señora..., no colijo...
REINA.No temas, resuelta estoy.
Sí, tu esposo será hoy,
porque lo mando y lo exijo.
Que esto es su felicidad
y yo otorgárselo quiero
a toda costa.
(Aparte.)
Yo muero.
(Alto y resuelta.)
Al momento os desposad.
DOÑA ISABEL.(Besándole la mano.)
¡Oh cuán noble corazón,
que concede el mismo día
su ventura al alma mía
y a mi buen padre perdón!
Corro...
REINA.(Deteniéndola.)
Espérame, Isabel,
mientras tomo el manto real
para ir a la catedral.
Luego irás a hablar con él.
(Vase agitada. Queda Doña Isabel pensativa, y salen
Berrio y Sancha.)
BERRIO.(Al entrar.)
Toma, colémonos, pues...
si lo mandó...
SANCHA.(Deteniéndose.)
¿Tan así...?
BERRIO.La señorita está allí.
SANCHA.Tienes razón, ella es.
DOÑA ISABEL.(Reparando en ella.)
¡Hola!, mis buenos amigos;
¿qué buscáis?, ¿a qué venís?
SANCHA.Ansiando ver a la reina,
que es, dicen, un serafín;
a la puerta del palacio
éste y yo estábamos, y
su merced el arzobispo...
BERRIO.(Adelantándose.)
Déjame, Sanchica, a mí,
que mucho más aquel tengo
para explicarme.
DOÑA ISABEL. Decid.
BERRIO.Estábamos boquiabiertos
sin saber adónde ir,
sufriendo la mala cara
de uno y otro galopín,
cuando pasó el arzobispo.
Y dirigiéndose a mí:
«¿Eres -preguntó- el Herodes?»,
y respondíle que sí.
«Pues entra -continuó grave-,
que la reina quiere oírde tu boca tus hazañas
y hacerte mercedes mil.»
SANCHA.Sí, señora; así lo dijo,
lo mismito que lo oís.
DOÑA ISABEL.¿Estás, Berrio, delirando?
BERRIO.Ni borracho, pese a mí.
¿Mas no sabéis soy Herodes?
SANCHA.Que lo es, señorita. Sí.
DOÑA ISABEL.Héroe dirás.
BERRIO. Pues bien, eso.
Si lo dicen más de mil.
Y ¡viva!, y que ¡viva Berrio
el Herodes!, ahora oí
a gente que en esas calles
va, que parece un motín.
SANCHA.Sí; mi Berrio lo ha hecho todo;
no es el diablo más sutil.
BERRIO.Sí, señora. Antesdeanoche,
cuando me dejaste allí,
metido en la ratonera,
atrapóme mi alguacil.
Y aunque el vejete petate
(que entrar ya en la trena vi)
me perdonó, el mal frailote
(que pronto tendrá mal fin)
se empeñó..., nada..., en ahorcarme,
que no es un grano de anís.
Pero con una moneda
de la preñada y gentil
bolsa que vos me endonasteis,
y que no aparto de mí,
conseguí de un camarada
puerta franca para huir.
DOÑA ISABEL.¿No te dije que hallarías
fácil modo de salir?
BERRIO.¡Ay señorita del alma!.
estuvo todo en un tris.
Pasé la noche en el foso
agazapadito, sin
respirar, como conejo
que oye al podenco latir.
Y hoy al romper la mañana,
como suele la perdiz
irse al reclamo, a las tropas
de nuestra reina acudí.
Y al general, que es un mozo...,
¡vaya un mancebo gentil!...,
de un camino soterraño
el secreto descubrí.
Y por debajo de tierra,
sin trompa ni tamboril,
sin sol, sin luz y sin moscas,
delante de todos fuí,
atropellando gigantes,
moros encantados, y
vestiglos, y en el castillo
nos encontramos al fin,
en donde todo viviente
se rindió, gracias a mí.
Ved, pues, si soy el Herodes
o esa cosa que decís.
DOÑA ISABEL.¿Ves, amigo, cómo el Cielo
la noble acción que por mí
hiciste te recompensa,
por uno dándote mil?
A los bienes de fortuna,
que yo me comprometí
a darte, siendo madrina
de tu boda, vas a unir
las mercedes y los dones
de nuestra reina gentil,
el aplauso de los buenos
y un nombre eterno y sin fin.
BERRIO.(Muy ufano.)
¡Si soy yo mucho...! Sanchica,
qué tal, ¿eh?...
SANCHA.(Muy gozosa.)
Yo estoy sin mí.
BERRIO.Te han de llamar la infanzona,
y tu padre ha de venir
para besarme la mano
sin caperuza.
DOÑA ISABEL. Advertid
que ya sale nuestra reina;
mirad bien lo que decís.
SANCHA.(Embobada mirando al lado por donde va a salir la
Reina.)
¡Ay qué hermosa!... Madre mía.
Como una rosa de abril.
A la Virgen se asemeja
que está allá en el camarín.
BERRIO.¡Ay, que me he quedado frío
y yo no sé qué decir!
DOÑA ISABEL.Poned la rodilla en tierra
y la mano le pedid.
BERRIO.¿Y se ha de quedar sin ella?
DOÑA ISABEL.Es para besarla... ¿Oís?
(Sale la Reina con manto real y corona, y ricamente
ataviada, seguida de Damas y Pajes, todos de gran gala.
Berrio y Sancha caen de rodillas.)
REINA.(Acercándose con dignidad a los Villanos.)
¡Hola! Esta buena gente,
¿quién es y qué desea?
BERRIO.(Turbado.)
Semos...., semos...,
(A Sancha, al oído.)
Sanchica, tú responde,
que quien soy he olvidado de repente.
SANCHA.(Turbada.)
Semos, semos..., que siga Berrio, ¡ea!,
que se me fué la lengua no sé dónde.
REINA.(Afable.)
Hablad, no tengáis miedo.
BERRIO.Pues yo... Sancha, habla tú, que yo no puedo.
DOÑA ISABEL.Este mozo es, señora,
el que salvó a don Pedro, y denodado...
REINA.(Muy complacida.)
Venga, venga en buen hora
el que el triunfo me ha dado
con tal facilidad y sin desgracias.
Venga en buen hora a recibir mis gracias.
Alzad del suelo.
BERRIO.(Más alentado.)
Si me dais la mano...
sólo para besarla...
REINA.(Dándoles a besar la mano.)
¡Qué inocencia!
(Levanta a ambos con afabilidad.)
Tengo gran complacencia
en verte; agradecida
con el alma y la vida
estoy a tu servicio. Te has portado
como un héroe.
BERRIO.(Muy ufano.)
Sí.
(A Doña Isabel.)
Herodes ¿No lo escucha?
(A la Reina, en tono jactancioso.)
¡Es mi arrogancia mucha!
¡Y soy un gran soldado!...
¡He matado más gente...!
REINA.(Risueña.)
Porque no la mataste, justamente
premiarte, amigo, intento,
y te daré en mi casa acostamiento.
BERRIO.Pues yo mejor quisiera diez cochinos,
con algunas ovejas y pollinos.
SANCHA.(Aparte, a Berrio.)
Y joyas, majadero,
que gargantilla y pelendengues quiero.
BERRIO.(Aparte, a Sancha.)
No; mejor es ganado.
REINA.(Haciéndoles señas de retirarse.)
Cual mereces serás recompensado.
SANCHA.Viva la real persona.
BERRIO.(A Sancha.)
Van, Sanchica, a llamarte la infanzona.
(Vanse Berrio y Sancha.)
REINA.(Llevando aparte a Doña Isabel y hablándole con
vehemencia.)
Oye, Isabel.
DOÑA ISABEL. Señora.
REINA.Al punto corre ahora
de Pedro Azagra al lado.
Anúnciale el permiso que os he dado.
Consuélale, Isabel, y ni un momento
de él te apartes.
DOÑA ISABEL.(Sobresaltada.)
Pues qué, ¿señora mía...?
REINA.Síguele a dondequier. Si tiene intento
de ir a la Aljafería
avísame al instante,
pues es el impedirlo interesante.
DOÑA ISABEL.¡Ah!... Yo tiemblo...
REINA. No temas, que no hay nada.
Ni a él nada le dirás. De ti confío,
tú eres el brazo mío.
Sosiégate, Isabel..., yo te lo ruego.
Yo te explicaré luego
cuáles son las razones
de hacerte estas secretas prevenciones.
(Se pone en marcha.)
DOÑA ISABEL.(Confundida.)
¡Cielos! ¡Estoy mortal! Sólo me toca
temblar, obedecer, sellar mi boca.
(Vase.)

ESCENA II
Calabozo del castillo de la Aljafería. Salen DON LOPE DE
AZAGRA de peregrino, muy abatido y debilitad., y
MAURICIO, sosteniéndole y conduciéndole a un asiento de
piedra que habrá a un lado
DON LOPE.Llévame lentamente,
que andar apenas puedo,
por edad, no por miedo,
y me siento morir.
Si Dios Omnipotente
a mi afán concediera
que aquí, y pronto, muriera,
sin al cadalso ir,
¡cuán dichoso sería!
(Se sienta.)
MAURICIO.Ten ánimo. Si quieres
patentizar quién eres,
puedes mucho esperar.
Tu alto nombre podría,
tu nombre verdadero,
acaso al pueblo entero
en tu favor alzar.
DON LOPE.Calla, calla, Mauricio.
¡Jamás! Que para el mundo
un misterio profundo
mi nombre debe ser.
En este precipicio
donde tú me has lanzado,
y a do me ha encaminado,
el mismo Lucifer,
no ha de hundirse conmigo
mi descendencia infame;
ni nunca el mundo llame
a un Azagra traidor.
¡Jamás, jamás!, amigo,
de que es mi sangre rea,
de que Azagra soy, sea
el mundo sabedor.
El nombre quede puro
de mi adorado hijo;
de tu amistad exijo
el secreto más fiel.
MAURICIO.Por él en este apuro
en que estamos nos vemos.
Por su causa tenemos
en el cuello el cordel.
DON LOPE.No. Porque Dios eterno
vigila por los reyes
y maldice en sus leyes
al vasallo traidor.
MAURICIO.(Con desdén.)
Porque te dió el infierno
hacia tu hijo demente
ese ciego, imprudente
y malhadado amor.
DON LOPE.¿No oyes la voz del Cielo
cómo grita venganza?
MAURICIO.Mi delirio no alcanza
hasta escuchar tal voz.
Y de tu desconsuelo
y de tu desvarío
me avergüenzo y me río.
DON LOPE.(Aterrado.)
¡Oh desengaño atroz!
Aproximarse siento
mi fin, y estremecido
piedad al Cielo pido,
solamente piedad.
Y que mi último aliento,
lleve la infamia mía,
sin que se extienda impía
en mi posteridad.
MAURICIO.Tu descendencia olvida,
que es perder el jüicio.
DON LOPE.No eres padre, Mauricio:
por eso hablas así.
(Se oyen cerrojos.)
MAURICIO.(Sorprendido.)
¿La puerta estremecida
no escuchas?...
DON LOPE.(Con vehemencia.)
Te conjuro
que el secreto seguro...
MAURICIO.(Separándose.)
Calla, que entran aquí.
(Entra Don Pedro López de Azagra, precipitado, y se
arroja de rodillas en los brazos de Don Lope.)
DON PEDRO.¡Oh padre, oh padre!...
DON LOPE.(Abrazándolo, enajenado.)
¡Hijo mío!...
Al tenerte entre mis brazos
cobran los rotos pedazos
de mi corazón su brío.
Torna a discurrir la vida
por mis decrépitas venas,
donde ya indicaba apenas
no estar del todo extinguida.
¡Ay! ¿Es sueño? Es verdad, sí.
DON PEDRO.La juvenil sangre helada
me ahoga en el pecho estancada.
¡Desventurado de mí!
MAURICIO.(Aparte.)
¡Oh! Si un acero tuviera
un brazo bastante fuerte,
a entrambos dando la muerte
aún salvarme consiguiera.
DON LOPE.(Separando de repente a Don Pedro y poniéndose
en pie con un penoso esfuerzo.)
Mas ¿qué es esto, mozo altivo?...
¿Cómo te atreves a tanto?...
¿No te causa el verme espanto,
aunque postrado y cautivo?
(Rechazando a Don Pedro.)
Aparta, aparta, ¡infelice!
¿Aquí me viniste a ahogar
en tus brazos, sin temblar?...
MAURICIO.(Aparte, confuso.)
No comprendo lo que dice.
DON PEDRO.¡Ah padre!...
DON LOPE.(Con penosa y afectada entereza.)
¿Tu padre yo?
¿Yo tu padre?... Tú deliras,
y lo que dices no miras.
MAURICIO.(Aparte, reconociendo la intención de Don
Lope.)
¡Ya!
DON LOPE. Tu padre no soy, no.
DON PEDRO.Si por tal os deseché
cuando armado, cuando fuerte
pudisteis darme la muerte,
y con horror os miré
porque el rebelde pendón
contra mi reina y señora
enarbolabais, ahora
es muy distinta ocasión.
Y vuestro hijo me confieso
cuando llega, ¡trance fuerte!,
la hora horrenda de la muerte,
y humilde vuestros pies beso.
(Arrojándose a los pies de Don Lope.)
¡Padre, padre!
DON LOPE.(Levantándole.)
No lo soy.
¿Y quién fué el impostor, di,
que decirte pudo a ti...?
DON PEDRO.Vos mismo, vos.
DON LOPE.(Aparte.)
¡Muerto estoy!
Mentí, tentando engañar
y deshacer tu firmeza,
cuando allá en la fortaleza
no te quise castigar.
DON PEDRO.Sí, el corazón me lo dijo
con hondas voces también,
y ahora lo repito: ¿quién
negará que soy tu hijo?
DON LOPE.Yo. De escucharte me espanto.
¿No ves que es acción de loco,
que el que allá me tuvo en poco,
ahora aquí me estime en tanto?
DON PEDRO.Siempre mi padre en vos vi
Y sabiendo vos quién soy,
lo que va de ayer a hoy,
conocéis sin duda, sí.
MAURICIO.(Aparte.)
¡Oh qué lucha tan extraña
de afectos, reconvenciones,
de verdades, de ficciones,
en que ninguno se engaña!
Pero yo que el dueño soy
del secreto de los dos,
por vengarme, ¡vive Dios!,
a hacerlo patente voy-
Como infame al mundo asombre
de este mozo y de este viejo,
uno altivo; otro, perplejo,
el considerado nombre.
Y de ellos y de Aragón
se vengue la rabia mía,
borrándose en este día
su más ilustre blasón.
DON LOPE.(Muy abatido y desfalleciendo por momentos.)
¡Ay mancebo!, basta ya.
Si don Alonso no soy,
en este sitio en que estoy,
y en donde ahogándome va
ya mi dolor, soy un ente
incomprensible,
(Con esfuerzo.)
que no es
ni ser pudo aragonés;
que aquí no tiene pariente.
O el soberbio emperador,
o un oscuro aparecido,
sin nombre, sin apellido
y sin familia.
DON PEDRO.(Abatido.)
¡Oh rigor
de mi embravecida suerte!
(Resuelto.)
Pues que sea o no vuestro hijo,
vuestra bendición exijo
en esta hora de la muerte.
DON LOPE.(Convulso y horrorizado.)
¿Qué escucho?... ¡Mi bendición!
¿La bendición, ¡infelice!,
de este ser a quien maldice
el Eterno?... ¡Oh confusión!
(Cae moribundo en brazos de Don Pedro.)
¡Ay!, que me siento morir...
No puede mi larga edad
el peso de iniquidad
que me abruma resistir.
DON PEDRO.¡Padre!
DON LOPE. Ese nombre me ahoga.
Mi corazón se revienta.
A mi Dios voy a dar cuenta...
¿Ante él por mí quién aboga?
¿Quién aboga?... Confesión.
¡Ay!, confesión necesito
y un sacerdote bendito
que me dé la absolución.
(Queda desmayado.)
DON PEDRO.¡Cielos, qué horror!... ¡Ah!, ¿qué es esto?
Helado está.
MAURICIO.(Acercándose.)
Un parasismo.
DON PEDRO.(Fuera de sí, mirando indignado a Mauricio.)
Confúndate el hondo abismo.
(Volviendo a Don Lope.)
¡Padre, padre! Auxilio, presto.
(Acomoda a Don Lope en tierra, apoyándolo contra el
asiento de piedra y prodigándole caricias y socorros.)
MAURICIO.(Aparte, con rapidez.)
Pues por sacerdote a mí
me reputan, que lo soy
me importa asegurar hoy,
por ver si dilato así
o evitar logro el castigo.
¿Qué tardo en darme por tal?...
(Acercándose a Don Lope con afectada dignidad y en voz
alta.)
Ved en esta hora fatal,
rey don Alonso, mi amigo,
quién puede...
DON LOPE.(Volviendo en sí y rechazándolo con horror.)
Aparta, malvado.
¿Tú, tú...?
(Cae moribundo.)
¡Dios mío, piedad!
¡Ay!, mis culpas perdonad...
(Tendiendo los brazos a Don Pedro.)
Perdóname tú, hijo amado.
(Muere.)
DON PEDRO.(De rodillas y besando fuera de sí una mano de
Don Lope.)
¡Padre!... ¡Señor!... ¡Ay de mí!...
¡Padre, padre!... Yo con vos...
(Reconociendo que está ya muerto.)
Ya está en presencia de Dios;
desventurado nací.
(Queda sumergido en el más profundo dolor.)
MAURICIO.(Aparte.)
Murió, sí... Murió el cobarde
de quien necio confié;
que el mundo en saber quién fué
ni un solo momento tarde.
Quede el hijo deshonrado,
y entre tanta confusión
busque mi resolución
algún remedio impensado.
(Se acerca resuelto a la puerta y dice a voces):
¡Hola!... Guardias, acudid.
Ved que es muerto el impostor,
y también su hijo es traidor,
cómplice suyo. Venid.
DON PEDRO.(Vuelve en sí, se levanta y se arroja sobre
Mauricio con una daga desnuda.)
¡Malvado!, aún tengo esta daga
que en tu pecho fementido,
de tanto crimen henchido,
mi cólera satisfaga.
(Hiere a Mauricio.)
MAURICIO.(Cayendo muerto.)
¡Ay de mí! ¡Azagra! Aragón,
la sangre de Azagra infame
sangre de traidores llame,
pues estos Azagras son.
(Muere. Abrense las puertas del calabozo con estruendo,
y salen de prisa la Reina, Doña Isabel Torrellas, Pajes
y Guardias.)
DOÑA ISABEL.(Deteniéndose horrorizada.)
¡Cielos!... ¿Qué miro?... ¡Infelice!
REINA.(Conteniendo con dignidad su agitación.)
¡Don Pedro Azagra aquí está,
entre cadáveres yertos,
con un sangriento puñal!
¿Qué es esto, don Pedro Azagra?
¡Oh don Pedro Azagra!... Hablad.
DON PEDRO.(Con entereza.)
Esto es desplomarse el cielo
sobre mi frente leal,
esto es que abierta la tierra
bajo de mis pies está.
(Señalando el cadáver de Don Lope.)
Ese decrépito anciano,
que ahora acaba de expirar,
ahogado por sus pesares,
pidiendo al Cielo piedad,
es mi padre.
(Movimiento general de terror.)
¡Oh cuán amargo
hace mi estrella fatal
en mis labios ese nombre
tan dulce de pronunciar!
Sí, es mi padre; pues su crimen,
que yo no puedo borrar,
no le quitó el ser mi padre
para mi afrenta y mi mal.
(Señalando el cadáver de Mauricio.)
Y éste, que de sus maldades
ya dando la cuenta está
ante el Dios de las venganzas
en su justo tribunal,
es el monstruo del infierno,
genio espantoso del mal,
que alucinando a ese anciano
con su apariencia falaz,
le encaminó por la senda
de traición y deslealtad,
por donde en busca de muerte
y escarmiento vino acá,
de la más ilustre sangre
el puro brillo a manchar.
Y yo con mi mano misma
y este vengador puñal,
su corazón desgarrado,
de un solo golpe no más,
a vos, a mí y a mi padre
venganza he dado. Mirad.
(Movimiento general de horror.)
Y pues de un traidor soy hijo,
y pues manchadas están
de sangre hirviente estas losas,
que derramé criminal,
usurpando a la Justicia
su acción y su voluntad,
cometiendo un homicidio
que no quiero disculpar,
(Hinca una rodilla.)
que al punto el verdugo tronche
este mi cuello mandad;
cumpliréis con la justicia
de vuestro cetro real,
y tendrá fin un linaje
tan desventurado y tan
aborrecido del Cielo,
que hundido en el cieno está.
REINA.¡Oh noble don Pedro Azagra!
¿Qué pronunciasteis?... Alzad,
pues no debe ni un momento
postrado en la tierra estar
el que de su insigne patria
es tan seguro puntal
y de mis santos derechos
el más fuerte capitán.
(Levantando a Don Pedro.)
Alzad, don Pedro de Azagra;
joven valeroso, alzad,
que galardones tan sólo
vuestra reina os ha de dar.
Al matar a ese perverso,
el brazo fuisteis no más
de mi justicia, y declaro
vuestra acción noble y leal.
Y ese acero, que destila
cálida sangre, será
cimera de vuestras armas
y un nuevo timbre de hoy más.
DON PEDRO.(Confuso.)
¡Señora..., señora mía!,
cuál queda mi honra juzgad,
y que de traidora sangre
llenas mis venas están.
REINA.Es vuestra sangre tan pura
como la lumbre inmortal
del sol, que apagar no puede
pasajera tempestad.
Tras de una serie de siglos,
en que acrisolada está,
derramándose a torrentes
en pro de la cristiandad,
¿qué importa que vuestro padre,
caduco y demente ya,
cometiese un negro crimen,
de que no fuera capaz
sin la sugestión maligna
de ese dragón infernal?
¿Y vos con vuestras proezas,
vos, desenvainando audaz
por mis derechos la espada,
con la noble heroicidad
que vió el mundo, no enmendasteis
de vuestra sangre el desmán?
¿No es este suceso mismo
en que con firmeza tal
las tentaciones más grandes
que tiene la Humanidad,
los más tiranos afectos
qué encadenan al mortal
habéis vencido, don Pedro,
crisol de vuestra lealtad?
Volved en vos y miradlo,
que si es justo vuestro afán,
no es justo por un delirio
a todo extremo llegar.
(Aparte, con rapidez.)
El último esfuerzo hagamos
porque la tranquilidad
vuelva a su pecho. La hora
de mi sacrificio es ya.
(Alto.)
Ved, pues, si estoy decidida
a que sin posteridad
de Azagra la noble estirpe
no quede, porque jamás
de tan valientes guerreros,
de magnates tan sin par
carezca este reino mío,
la España y la cristiandad,
que os mando, como señora,
que al punto y sin replicar
a doña Isabel Torrellas
(Aparte.)
¡ay, que es mi pecho un volcán!,
(Alto.)
le deis la mano de esposo;
cumplid con mi voluntad.
(Queda Don Pedro muy agitado y como faltándole
palabras.)
DOÑA ISABEL.(Arrojándose a los pies de la reina.)
¡Señora, señora mía!
¡Oh qué angélica bondad!
REINA.(Levantándola y abrazándola.)
¡Isabel! ¡Ay!, tú no sabes
lo que en mí pasando está.
Haz feliz a Pedro Azagra,
que esto es lo que importa más.
DON PEDRO.Esclarecida señora,
reina de Aragón... ¡Oh cuán
poderoso es vuestro labio!
¡Qué excelsa vuestra bondad!...
(Acercándose a Doña Isabel.)
¡Isabel, vuestro amor sólo
de darme vida es capaz!...
(Separándose de repente de Doña Isabel y con tono
resuelto.)
Pero momento no es éste,
ni éste tampoco el lugar...
(A la Reina, con energía.)
Dentro de un año, señora,
obedecida serás.
Ahora parto a la frontera
nuevos timbres a ganar
y a borrar con sangre mora
de mi sangre la fealdad.
Y cuando triunfante vuelva
y de una insigne ciudad,
por mí arrancada a los moros,
ponga a vuestra planta real
las llaves, la mano mía
con vuestro amparo será
de doña Isabel Torrellas,
de esa estrella celestial
que es de un alma sin ventura
dueño, vida, luz y paz.
REINA.(Aparte.)
¿Esto escucho?... ¡Ah, desfallezco!
La pena ahogándome va.
(Alto.)
Bien; a adquirir nuevos lauros,
ilustre Azagra, volad.
La victoria y la fortuna
os vayan siempre detrás.
DON PEDRO.Marcho, pues... Dadrne, señora,
la regia mano a besar.
(Hinca una rodilla y besa la mano de la Reina.)
¡Isabel...!
(Vase.)
REINA.(Con ansiedad.)
Volved triunfante;
por vuestra vida mirad.
(Aparte.)
¡Ay de mí, desventurada!
No puedo resistir más.
(Se apoya, desmayada, en Doña Isabel.)

Sevilla, 1842.
FIN