Diego de Hojeda

 

La Cristiada


Canto primero

Y sabiendo también que el Padre
Eterno,
en sus preciosas manos puesto había
del ancho mundo el general gobierno
y del reino inmortal la monarquía;
humilde y amoroso, afable y tierno,
fuego en las almas y agua en la bacía
echa, y para lavar los pies en tierra
se postra el que en un puño el Orbe encierra...

Llegó, pues, Cristo: puso en tierra el vaso,
el lienzo apercibió, tendió la diestra,
y absorto Pedro de tan nuevo caso,
aun más no viendo que una simple muestra;
saltó animoso dando atrás un paso
(que al osado, el amor valiente adiestra)
y.dijo: «¿para aquesto me buscabas
tú a mí, Señor? ¿tú a mí los pies me lavas?»...
[...]
El agua que en sus palmas venerables
iba de puro gozo alborozada,
si no conceptos, voces admirables
formar quisiera, de ellas regalada;
y lavando los pies, en agradables,
gotas o ricas perlas desatada,
se desdeñaba de tocar el suelo,
por ser agua que estuvo sobre el cielo.

Así lavó los pies a sus amigos
que siempre amó, y al fin más dulcemente;
así los hizo de su amor testigos,
de su fe pura y de su celo ardiente;
regalo que a protervos enemigos
de inexorable pecho y dura frente,
en suaves hermanos convirtiera,
y no amansó de Judas la alma fiera...

Las bellas manos de Jesús bañadas,
cual herido del sol cristal, lucían,
y de aquellos indignos pies tocadas,
con cierta viva luz resplandecían
Piedras preciosas en el lodo echadas,
o refulgentes rayos parecían,
que ni ellas menos que en la mina valen,
y ellos, del muladar más limpios salen...

-¿Veis cómo con vosotros he tratado?
Maestro me llamáis y señor vuestro,
y conveniente nombre me habéis dado,
que soy señor de todos y maestro.
Pues si yo, ¡yo! los pies os he lavado,
maestro siendo y siendo señor vuestro,
también debéis lavároslos vosotros,
con humildad, los unos a los otros»...

Pues consumido así el manjar primero,
tomó Cristo en sus manos venerables,
y con semblante amigo, el pan entero,
y dijo estas palabras admirables:
-«Tomad; éste es mi Cuerpo verdadero;
comedlo, mis discípulos amables!»
¡Oh gran Manjar! Aquesto iba diciendo
y el Sacro Pan a todos repartiendo.

Tomó el cáliz también, de vino aguado,
y con su boca santa lo bendijo,
y el rostro en devoción y amor bañado,
dio gracias a su Padre, y luego dijo:
-¡Bebed, oh generoso Apostolado
que el mismo Dios encomendó a su Hijo.
Esta es mi Sangre y nuevo Testamento,
que se ha de derramar en mi tormento»...

De la Iglesia, su cara y dulce esposa,
quería por su amor hacer ausencia,
y dejóle esta prenda generosa,
y en ella por memoria, su presencia,
Al Padre la partida era forzosa;
partióse, mas mostró su omnipotencia,
quedándose con ella y yendo al Padre,
porque a los dos con solo un hecho cuadre...

De ella también quería ser amado
el digno Esposo, con amor sincero,
y este ordenó suavísimo bocado,
como hechizo de almas lisonjero,
con tan graves misterios consagrado,
que fuego a quien lo come, verdadero
fuego de Dios aplica y fuego enciende,
que a Dios lleva, a Dios une, en Dios suspende...

Quería disponer su testamento,
que ya estaba a los fines de la vida,
y en manda este divino Sacramento
dejó a su Esposa, manda esclarecida,
pues se da el Testador en alimento
a la que triste llora su partida,
y en ella, alegre al Testador recibe,
vivo con él se abraza, y con él vive....

La Cristiada
Diego de Hojeda

Copyright (c) Universidad de Alicante, Banco Santander
Central Hispano 1999-2000

La Cristiada
Diego de Hojeda

Canto segundo

[...]
Llegan, pues, los verdugos cohechados,
y comienzan con ímpetu furioso
a desnudar los miembros delicados
del Señor de señores poderoso;
con modo vil y agravioso nunca usados,
el vestido le quitan religioso,
y hecho por las manos virginales
de la Reina de reyes inmortales.

Allí dan crueles empellones
y le dicen palabras desmedidas;
oféndenle con duros pescozones
y desprecios y burlas atrevidas;
afrentas buscan, invenciones
nunca pensadas y jamás oídas
con que darle dolor, causarle pena,
y el infierno las halla y las ordena.

Todo lo sufre con amor suave
y callado, el mansísimo Cordero
que del supremo bien tiene la llave,
y es de Dios puro el resplandor sincero;
y con sereno rostro y pecho grave,
del mismo ser archivo verdadero,
obedeciendo a la canalla cruda
que desnudar le manda, se desnuda.

Descubre aquellos brazos admirables
que los orbes ciñen la gran rueda,
y los divinos hombros incansables
a donde está, como en su centro, queda;
y aquellos pechos a la esposa amables,
do mora la beldad graciosa y leda,
y las columnas sobre brasas de oro
fábrica celestial, sumo tesoro.

Bien así cual doncella generosa
que al limpio estanque da su carne pura,
en el agua se mira vergonzosa,
cuando refleja en ella su figura;
y si tropa de gente maliciosa
la vido y codició su hermosura,
torna, con la vergüenza que la mueve,
en grana carmesí la blanca nieve;

Así Cristo, mirándose desnudo
a los ojos de aquella infame gente,
de la vergüenza el sentimiento agudo
no reprimió, y brotó sensiblemente;
habló con lengua roja el licor mudo
que comenzó a teñir su blanca frente
y cuerpo bello de marfil preciado,
ya con ardiente púrpura ilustrado.

Los ángeles, que a Dios desnudo vieron,
en la tierra temblando se postraron,
humildes gracias por su amor le dieron
y dignas alabanzas le cantaron;
a aquella santa desnudez sirvieron,
y los divinos miembros adoraron
con aquestas dulcísimas razones,
nacidas de admirables corazones;

Llegan a la columna el cuerpo santo,
y átanle con rigor los brazos nobles,
y los estiran y adelgazan tanto
que a fuerza tal rompieran secos robles;
el humor de las venas sacrosanto
revienta, y tiñe los cordeles dobles,
y las manos se hinchan abrasadas,
y gimen las muñecas apretadas.

La columna salpican venerable
las gotas finas de la sangre roja,
que ya con el licor inestimable
más se enriquece cuanto más se moja;
pero en ellos la saña inexorable
no se amansa por esto ni se afloja;
antes le echan al cuello, blanco y puro,
otro nuevo cordel, más grueso y duro.

Ciñendo de esta suerte al pilar frío,
y por detrás lo añudan de esta suerte;
no sé si el alba vierte su rocío
más apriesa que Cristo sudor vierte;
suda y levanta el rostro amable y pío,
y ofrece al Padre Dios su pena fuerte;
y sin mover los amorosos labios,
aquesto dijo en pensamientos sabios:

«¡Oh Padre natural y Dios benigno,
por cuyo santo amor bajé a la tierra,
y mi Persona, que es tu ser divino,
puse ya humana en tan prolija guerra;
y este cuerpo, de gloria inmensa digno,
por la que el alma unida al Verbo encierra,
de paz y de consuelo fue privado!
¡oye a tu Hijo y hombre así afrentado!

«Y por el hombre, por el hombre fiero
que así me afrenta, mi aflicción recibe,
que por el hombre que la da, la quiero
padecer, pues con ella el hombre vive;
azotes de su cruda mano espero,
y a dármelos sañudo se apercibe;
aunque son de tu Hijo dura ofensa,
admítelos, oh Padre, en su defensa.»

Dijo, y ya dos verdugos rigorosos,
de fuertes hombros y robustos pechos,
dos azotes alzaban espantosos
de gruesas varas cimbradoras hechos;
mostrábanlos procaces y furiosos
en los brazos blandiéndolos derechos,
y a la bendita carne amenazaban
y a los divinos miembros se encaraban.

Con bravo son crujieron, sacudidos
de aquellas manos por su mal valientes,
y llegaron a dar, descomedidos,
en los miembros de Dios resplandecientes;
¡parad, parad, verdugos atrevidos,
parad, parad los brazos insolentes;
que no es razón que ese castigo infame
su furia sobre el mismo Dios derrame!

Si prohibido está que del ciudadano
de Roma se le da tan baja pena,
¿cómo darla queréis al soberano
Señor, que leyes en el cielo ordena?
¿Es menos ser el sumo cortesano
de aquella patria de excelencia llena
y rey del mundo, que de Roma un hombre
de nobleza común, de obscuro nombre?

Mas ¡ay, que baja por el aire apriesa
sobre el cuerpo de Cristo el fiero azote!
¡Ay Dios, que llueven cual de nube espesa
golpes en el Supremo Sacerdote!
¡Ay Dios, que de sacar sangre no cesa,
para que toda en el dolor se agote
la cruel disciplina! ¡Ay Dios amado.
ay Jesús, por mis culpas azotado!

Yo pequé, mi Señor, y tú padeces;
yo los delitos hice y tú los pagas;
si yo los cometí ¿tú, qué mereces
que así te ofenden con sangrientas llagas?
Mas voluntario tú, mi Dios, te ofreces;
tú del amor del hombre te embriagas,
y así, porque le sirva de disculpa,
quieres llevar la pena de su culpa!

Pues en los miembros del Señor, desnudos
y ceñidos de gruesos cardenales,
se descargan de nuevo golpes crudos
y heridas de nuevo desiguales;
multiplícanse látigos agudos
y de puntas armados naturales,
que rasgan y penetran vivamente
la carne hasta el hueso transparente.

Hierve la sangre y corre apresurada;
baña el cuerpo de Dios y tiñe el suelo,
y la tierra con ella consagrada
competir osa con el mismo cielo;
parte líquida está, parte cuajada,
y toda causa horror y da consuelo;
horror, viendo que sale de esta suerte;
consuelo, porque Dios por mí la vierte.

Añádense heridas a heridas
y llagas sobre llagas se renuevan
y las espaldas con rigor molidas,
más golpes sufren, más tormentos prueban
las fuerzas de los fieros desmedidas
más se desmandan cuanto más se ceban;
y ni sangre de Dios les satisface,
ni ver callar a Dios miedo les hace.

Alzan los duros brazos incansables,
y el fuerte azote por el aire esgrimen,
y osados, más y más inexorables,
braman con furia, con braveza gimen;
rompen de Dios los miembros inculpables,
y en sus carnes los látigos imprimen,
y su sangre derraman, sangre dina
de ilustre honor y adoración divina.

Venid, pues hombres con devotos pasos
a coger sangre de la eterna vida;
y vacíos traed y grandes vasos
de amor, do pueda ser bien recogida;
corred, no tengáis ánimos escasos,
que por el suelo a rodo está vertida;
sin dinero henchid, llevad sin plata,
al que quiere se da: ¡ved qué barata!

La sange, al fin, de Cristo generosa,
que el linaje fundó de ilustres santos,
y en aquesta batalla rigorosa
para el cielo ganó despojos tantos,
corre por las espaldas presurosa.
y baja por los miembros sacrosantos
de Cristo, y hinche el suelo, y con interno
dolor él se la ofrece al Padre Eterno,

Y cuando así padece por los hombres,
los hombres (si lo son los fariseos)
de él hacen burla con infames nombres,
y mofan de él con ademanes feos;
más por su amor, con ínclitos renombres
le levantan los ángeles trofeos;
y los demonios viéndolo se admiran,
y cansados los impíos se retiran...

Llegan, pues, y del mármol le desatan,
que estaba el rostro a la columna vuelto,
y con dichos y hechos le maltratan
y burlan de él mientras le tienen suelto;
y al revés luego y de otra suerte te atan,
con ánimo en matarte ya resuelto,
el pecho descubriéndole florido,
sano de azotes, mas de amor herido.

De nuevo aprietan las hidalgas manos
y para enriquecemos liberales,
y de nuevo los dedos más que humanos
sienten más duros y violentos males;
alzó Cristo los ojos soberanos
y atravesó los coros celestiales,
y a su Padre pidió suavemente
perdón para la inicua y fiera gente.

«Por esta noble sangre, oh Padre mío,
con mi Persona y su valor unida;
por esta voz cansasa que te envío.
apenas de los labios despedida;
por este de mi rostro sudor frío,
y por mi caridad, jamás vencida,
te suplico, buen Dios, que los perdones,
y ablandes con amor sus corazones».

Dijo; mas los verdugos carniceros
los látigos con ímpetu vibraron,
y cerca de él los estallidos fieros,
crujiendo, el aire cóncavo atronaron;
y aquí los brazos y ánimos serveros,
su fortaleza y su crueldad mostraron,
uno hiriendo el pecho casto y bello,
y otro el hombro de Dios y el santo cuello.

Saltó la sangre, y cual collar precioso
de encendidos rubíes adorado,
el cuello y pecho blanco y amoroso
ornó del Rey de reyes adorado;
ni el Toisón de Borgoña generoso,
ni la cruz del Apóstol esforzado,
honró cuello real y pecho ilustre,
cuanto a Cristo su sangre le dio lustre.

Levantan otra vez las duras manos,
y los azotes otra vez sacuden;
y a los lugares que descubren sanos
del noble cuerpo, con rigor acuden,
porque los golpes no les salgan vanos.
ni ya verdugos nuevos les ayuden,
los pies afirman y los brazos cargan;
¡ay qué de heridas sin temor descargan!

Cual fingen que los Cíclopes valientes
yunque de hierro en Mongibel golpean
sobre masas de acero refulgentes
que, de chispas cercadas, centellean;
o cual nubes de Agosto vehementes,
cuando los secos trigos apedrean,
congelado granizo apriesa arrojan,
y mieses, plantas y árboles despojan;

Tal aquellos membrudos y arrogantes,
con bruñidos cordeles anudados,
a Cíclopes y nubes semejantes,
hieren de Dios los miembros fatigados;
sus fuerzas muestran con furor pujantes,
y abren surcos de sangre colorados
en los muslos y piernas, pecho y hombros,
que horror pone, da miedo, hace asombros.

Todo lo sufre el ánimo invencible
y cuerpo santo del Señor eterno,
y aunque por ser más noble es más sensible,
calla y sufre, con pecho humilde y tierno.
¡Hombre, por ti aquel Dios inaccesible
del cielo y de la tierra y del infierno
lleva esta pena, y esta injuria pasa,
y este dolor su corazón traspasa!

No te digo, oh cobarde, que padezcas
semejante pasión, igual trabajo;
ni que a la muerte por su amor te ofrezcas,
si eres de ánimo vil, de pecho bajo;
sólo pido, oh cristiano, que agradezcas,
y será un breve y provechoso atajo.
esta Pasión, y pienses con gran pausa,
quién la lleva, y por quién y por qué causa!...