JUAN MONTALVO

 

 

 

LA DICTADURA PERPETUA

 

 

 

            A los señores redactores del «Star and Herald»

            Señores redactores:

                 Entre los títulos con que en su estimable periódico se

            recomienda al pueblo ecuatoriano la reelección de García Moreno, se

            les pasó por alto el rasgo que más ilustra el carácter de su héroe y

            los hechos que más simpático le vuelven a ojos americanos; digo las

            públicas y reiteradas tentativas por vender su patria a las

            monarquías europeas, sin contar con la guerra que fue a buscar al

            Perú y llevó al Ecuador en la memorable expedición del general

            Castilla, que en paz descanse. Esta hazaña no le recomienda, al fin

            y al cabo, sino a los ecuatorianos; mas lo que son sus nobles

            ofertas al emperador de los franceses; sus puras intenciones en sus

            tratos con Pinzón y Mazarredo, le vuelven acreedor al aprecio

            universal y digno de reinar perpetuamente. Si se tratara de Almonte,

            Lavastida y Santana, de seguro que ustedes hablarían como buenos

            hijos de América; pero en ese ente fatídico que se llama García

            Moreno, va la fortuna hasta el punto de convertir a un traidor en

            patriota benemérito, un azote en instrumento saludable, un satanás

            en un dios. Si los milagros de esa santa prostituta son tan grandes

            ¿cómo no ha de tener quien los admire? La ciega, torpe y bestial

            fortuna tiene hijos, y los diviniza; tiene sectarios, y la adoran.

            ¿O es que ustedes, campeones de la independencia y la libertad,

            aplauden asimismo las obras de Almonte, Lavastida y Santana, y les

            tienen por necesarios para el orden y la bienandanza de Méjico y

            Santo Domingo? Los franceses bendicen a Lafayette y maldicen a

            Bazaine; los españoles bendicen a las víctimas del 2 de mayo y

            maldicen a Godoy; los cubanos bendicen a Céspedes y ahorcan en los

            árboles del campo de la libertad a los traidores a la patria. Los

            ecuatorianos no bendicen a García Moreno, sabedlo, escritores

            sabios, periodistas de conciencia que lleváis sobre los hombros la

            máquina de Gutenberg, y que ojalá llevaseis dentro del pecho el alma

            de Washington y Bolívar. Galalón y el conde don Julián, clavados a

            una picota inmortal, son los eternos representantes de la infamia y

            nosotros hemos de erigir estatuas a un García Moreno en este nuevo

            mundo que se gallardea en su gloriosa autonomía? Si ustedes

            intentaren traer a la duda las acciones de ese don Julián

            falsificado, llegaron tarde a la disputa; son cosas bien

            averiguadas, constan en públicos documentos nunca desmentidos. Si

            por el contrario piensan que nadie merece más de su patria que el

            que la vende una y mil veces, y que aun los periódicos de la libre y

            liberal Colombia deben conspirar a la perpetuidad de ese tiranuelo,

            nada tengo que decir: piense cada uno como quiera, y Dios nos ayude

            a todos.

                 Mas no puedo apartarme de este punto sin hacer una reflexión:

            Jefferson Davis fue disidente, no traidor: si Jefferson Davis

            hubiera corrido a Inglaterra a ofrecer los Estados Unidos a lord

            Palmerton, Jefferson Davis estuviera colgado del pescuezo a una

            horca más alta que las pirámides de Egipto, para que le contemple el

            universo, en vez de estar gozando tranquilamente del generoso perdón

            de sus compatriotas. Ustedes tienen creída la misma cosa; mas visto

            que una triste nación del sur no es los Estados Unidos, entréguesela

            de nuevo a su verdugo. «Verdad a este lado de los Pirineos, error al

            otro lado». Como Pascal era un sublime tonto, bien podía decir tan

            sutiles necedades. Lo único que yo sé es que Jorge Washington pagó

            con una suma de oro y otra mayor de vilipendio al traidor que se le

            atravesó en su camino: «Toma -le dijo- y vete». El traidor desechó

            el oro, y corrió a volarse la tapa de los sesos: tenía mas vergüenza

            que García Moreno. A éste no le echamos la puerta afuera: antes le

            llamamos al mando perpetuo. Con justicia, pues si el de Washington

            había hecho traición en favor de América, el otro las ha hecho en

            contra suya: éste merece la becerra. Quisiera yo ser tan tonto como

            Pascal para decirme aquí alguna cosa digna de la posteridad; pero

            como Dios no ha querido tanto, lo que hago es morirme de silencio.

                 «Los mayores enemigos de García Moreno, great enemies, dicen

            ustedes, se ven obligados a confesar que durante su gobierno la

            República ha gozado de paz, y que monta mucho el progreso material

            no menos que el moral». Yo lo niego, y negarlo ha todo el que tenga

            conocimiento y guarde memoria de las cosas. Dos guerras exteriores y

            cien revoluciones no son documentos de la paz, amigos míos: los

            huesos que están blanqueando en las colinas de Cuaspud, no acreditan

            el espíritu pacífico de García Moreno, se invaden los campos

            inocentes, se arranca al labriego del arado: paz. Se amarra al

            artesano, se despueblan los talleres: paz. Se echan pelotones de

            gente innumerable por esos derrumbaderos, se los entrega casi

            indefensos al hierro destructor: paz. Huye el caudillo, vuelan los

            jefes, mueren los soldados: ¡paz! ¡paz! Vidas sin cuento, riquezas,

            honra, todo ha quedado en el lugar de la ignominia: paz. ¿Ésta es la

            paz por cuyo motivo el tiranuelo debe ser dictador perpetuo? Ésta,

            sí, ésta y la de Tulcán en que julio Arboleda le molió a palos, son

            las barraganías que le llaman a la dominación vitalicia a ese

            mancebo generoso. Sus pretensiones no eran tan levantadas cuando,

            prisionero, con lágrimas en los ojos, voz de vieja, abrazado de un

            Cristo en que no cree, repetía: «Mañana nos fusilan, compañeros», y

            ensartaba letanía tras letanía: Virgo veneranda, Virgo predicanda.

                 Quedamos en que dos guerras inicuas, promovidas sin razón

            patriótica, llevadas adelante con ineptitud, concluidas con

            vergüenza, cuyo efecto ha sido sino la deshonra, no tanto de ese

            pueblo cuanto su opresor, no son la paz de ningún modo. Pues si

            contemplamos en las revoluciones que el tiranuelo ha ahogado en

            sangre; en las que ha desbaratado por obra de algún Judas; en la

            medrosa vigilancia con que pasa días y noches; en el despilfarro de

            la hacienda pública por acumular de vicio elementos de guerra,

            vendremos a concluir que ella es el estado normal de esa

            desventurada comarca. Guerra sin manos y muda, guerra muerta; guerra

            de los gusanos contra el cadáver. Veis allí un cuerpo exangüe tirado

            sobre el fango: García Moreno, sus esbirros y sus jesuitas, sus

            italianos y sus españoles, sus monjas y sus hermanas en muchedumbre

            infinita andan por dentro y por fuera comiéndole desesperados: la

            guerra de los gusanos contra el cadáver. ¡Feliz estado que los

            hombres filantrópicos y libres llaman paz!

                 ¡Desdichado, por otra parte, el pueblo donde la revolución

            viniese a ser imposible! Ésa sería la canonización de Dionisio

            Oenobardo, del Melgarejo, de García Moreno. El derecho de conspirar

            contra la tiranía es de los más respetables para los hombres libres.

            ¡No! no es así: Quiroga, Salinas, Morales, mártires sagrados del

            Pichincha; Pombo, Caldas, Torres, víctimas del Funza, la tierra os

            come hace más de medio siglo, y ahora se os declara criminales. Y

            vosotras, sombras de Miranda y Madariaga, huid avergonzadas, que los

            hijos de la libertad os llaman de felones, porque la fundasteis a

            costa de la vida.

                 ¿Cómo es esto? no pasa día sin que la prensa de todas las

            naciones harte de injurias a los ecuatorianos, con decir que no

            conspiran contra su tirano, que no le echan a los perros hecho

            trizas. Esclavos, cobardes, viles, todo, porque le sufren: vuelve

            uno la cabeza, y oye por ahí que uno de los timbres de García Moreno

            es haber vuelto imposible la revolución, y que sería una desgracia

            que dejase de reinar. Reinar: la lengua inglesa, lengua de la única

            monarquía donde reina la libertad; lengua de los Estados Unidos, no

            esperaba que en una República libre e ilustrada se la emplease para

            abogar por un cruel tirano. Reinar: ¿no es verdad que García Moreno

            ha reinado, has reigned, y debe reinar para siempre en el Ecuador?

            ¡Después de quince años de un nefando despotismo, de unas

            presidencias ganadas con puñal en mano, hay en Colombia quien

            litigue por él y crea necesaria la continuación de su reinado!

                 No ha mucho, un americano que promete ser de los más notables;

            que está ya recomendado a nuestras repúblicas por su acendrado

            patriotismo y su talento; el señor Adriano Páez, dijo en París que

            el día de hoy no había en la América hispana sino un pueblo que

            tenía no sólo el derecho, sino también el deber de conspirar; y que

            este pueblo era el Ecuador. En efecto, el Ecuador es el único que

            ahora tiene ese derecho, porque es el único esclavo: los pueblos

            libres y felices no lo tienen. Chile, el Perú, Colombia, Venezuela,

            Guatemala, Buenos Aires, están a su sabor, los menos al de la

            mayoría: sus gobiernos tienen oposición; la oposición tiene palabra,

            pluma, y esto habla por la minoría. Si sus gobiernos conspirasen

            contra las instituciones democráticas; si las circunstancias fueran

            tales que sus presidentes se viesen en la necesidad de perpetuarse

            por el bien de la patria; si la tiranía con su séquito de espectros

            pavorosos saliese por las calles pompeando y halconeando, esos

            pueblos se revestirían del derecho de conspiración a su vez y si no

            conspirasen merecerían la censura de las otras naciones.

                 García Moreno ha hecho mal en volver imposible la revolución.

            Quíteles a los ecuatorianos el derecho de conspirar, manteniéndolos

            libres como lo habían sido, labrando su felicidad por medio de la

            ilustración, fomentando las virtudes públicas y privadas, y

            conspirar contra su gobierno habría sido acción ilícita. Pero si

            vuelve imposible la revolución matando a unos, expatriando a otros,

            envileciendo, entorpeciendo a los demás, ¿qué alabanza merece del

            filósofo, del patriota, del hombre bueno y generoso? Miles de

            proscritos en un puño de habitantes, ¡oh excelso, oh sumo

            gobernante! Él publica en sus periódicos oficiales que todos esos

            son ladrones, bandidos, prófugos de las cárceles, incendiarios y

            otras cosas: no les persigue él sino la justicia; huyen de los

            tribunales, no de su gobierno. Yo digo, que pueblo donde mayor sea

            el número de criminales que el de hombres de bien, no ha conseguido

            una gran suma de progreso moral, a great amount of moral progress.

            ¿Y ustedes qué dicen, señores redactores del Star and Herald?

                 Desengáñense ustedes, en el seno del fanatismo no se

            desenvuelve sino la ignorancia; en el de la hipocresía, el crimen.

            ¿Cómo ha de ser feliz el pueblo a donde acude en riadas pestilentes

            la hez de los conventos de Italia, España y otras partes; donde la

            instrucción publica es asunto de convento puramente; donde un

            obispo, un pobre fraile, un lego ignorante es el contralor celoso de

            la lectura en todos sus ramos? Los libros son artículo de comiso: de

            la aduana han de ir a la curia, a carga cerrada, y no pasan sino los

            que aprueba el familiar, el cocinero: ¿qué tiempo tiene el obispo

            para examinar libros? y obispos de García Moreno ¿qué luces, qué

            conciencia? La oscuridad matadora de los tiempos coloniales no era

            más ciega. ¡Y digan ustedes que el Ecuador, reinando García Moreno,

            ha alcanzado una gran suma de progreso moral! Sin libros, sin

            lectura ¿quién se civiliza, quién se instruye? ¡El soldado sobre el

            civil, el fraile sobre el soldado, el verdugo sobre el fraile, el

            tirano sobre el verdugo, el demonio sobre el tirano, todo nadando en

            un océano de sombras corrompidas! A great amount of moral progress.

                 García Moreno dividió el pueblo ecuatoriano en tres partes

            iguales; la una la dedicó a la muerte, la otra al destierro, la

            última a la servidumbre. Los muertos no pueden conspirar, los

            esclavos no se atreven, los desterrados han conspirado mil veces.

            Injusto era el granadino que se proponía ir desde la gran

            Cundinamarca a libertar a los ecuatorianos, para tener luego la

            satisfacción de abrir al mundo en Guayaquil «un mercado de un millón

            de eunucos». No ha cumplido su palabra; pero siempre queda en su

            favor lo filantrópico de la intención y lo púdico del pensamiento.

                 Había en el nuevo mundo un pueblo donde el rey era el soberano,

            el pontífice, el juez, el padre de familia: ni contrato, ni empresa,

            ni cosa que se verificase sin su anuencia: domina en la nación,

            reina en el templo, resuelve en el tribunal, penetra en el hogar

            doméstico, y todo lo inquiere, todo lo sabe, todo lo fiscaliza. El

            rey no era tirano, y la nación había llegado a una suma de progreso

            material: a great amount of material progress. Entre varias obras

            portentosas, una carretera cual nunca la vio Roma, une las dos

            capitales del imperio, otra maravilla del mundo, dicen los

            historiadores. Y con todo, el pueblo vivía en la tristeza, porque no

            era libre, ni cabe la felicidad en el seno del despotismo. ¿Cómo

            sucede que tan gran suma de progreso material no bastó para que

            nuestros padres dejasen de conquistarlo, por arrancarle de la

            barbarie? El pueblo no había alcanzado aún el progreso moral, y de

            aquí viene a suceder que era bárbaro en medio de sus grandezas

            materiales.

                 García Moreno ha emprendido, es cierto, en cuatro o cinco

            caminos: después de gastos ingentes y miles de vidas perdidas en

            ellos, todos los ha abandonado. No tenía ni el aliento ni la

            capacidad intelectual necesarios para saber qué se debía hacer y

            hasta dónde se podía dar impulso al progreso material. El miserable

            trecho que recorre el viajero, obra de quince años, obra hecha para

            el enriquecimiento de cien hombres sin fe ni probidad, vale uno y

            cuesta diez. Ha construido asimismo dos Bastillas, una para sus

            prójimos, otra para su familia. Cuando visita esa casa del dolor,

            ese presidio horrible, les dice a sus amigos: Aquí he de morir yo.

            Él sabe que lo merece, y espera la justicia del cielo.

                 El estreno de esa tumba de los vivos fue lastimoso: una mujer,

            una pobre niña descarriada: subió las funestas escaleras en medio de

            gendarmes, el lúgubre edificio cayó sobre su corazón con toda su

            pesadumbre, corrió hada una ventana inconclusa, y se arrojó al patio

            de cabeza. García Moreno, triunfante, solemnizó esa fecha con un

            almuerzo singular: hizo freír los sesos de esa niña en la sangre de

            Maldonado, y se hartó hasta la borrachera. Él piensa que lo tiene

            digerido, y no sabe que la indigestión se hará sentir el día de la

            cuenta: esos manjares no se descomponen sino al fuego del infierno.

            Dios castiga el crimen no arrepentido ni expiado: con el pecado, con

            el vicio es indulgente, porque tienen remedio. ¿Qué fuera del género

            humano si toda mujer que sufre un desliz fuera encerrada para

            siempre? Las casas de reclusión no son casas de desesperación en

            ninguna parte del mundo; y ni rey ni presidente ejercen el triste

            cargo de andar por las calles aprehendiendo mujeres y despeñándolas.

            Despotismo, en todo despotismo y tiranía. El bien es moderado, la

            virtud mansa: las malas costumbres se corrigen, no se castigan como

            crímenes. Exhortación, dulzura, ejemplo valen más que la ferocidad.

            Si a Venus se le encierra en el mismo calabozo que a Nerón, se

            comete una insensatez: el parricidio y el descarrío son cosas muy

            diversas. El agua con que la Magdalena lavó los pies a Jesús, es el

            remedio de la deshonestidad. García Moreno, cristiano, pruébalo en

            tu persona, pruébalo en tus frailes, y sobre mí sino mejoran hombres

            y mujeres.

                 No ha mucho pasó por este puente del mundo un extranjero que

            llevaba consigo una muestra de la piadosa civilización de este santo

            hombre, y como la cosa más curiosa del mundo la iba enseñando a

            todos. Era un papel del jefe de policía de Guayaquil, que rezaba:

            «Al que dé noticia del paradero de la prostituta tal, 50 pesos de

            gratificación». Aquí tienen ustedes puesta a talla la cabeza de un

            ente miserable. ¿Es posible que sistema semejante rija en el corazón

            de la América civilizada? ¡Los altos magistrados pregonando a son de

            trompetas las culpas de una mujer, y fomentando con dinero la infame

            delación! García Moreno que sabe muchas cosas malas, no sabe ni una

            buena: si hubiera llegado a su noticia que «la ropa sucia se lava en

            casa», no pusiera carteles en el Chimborazo, para que por medio de

            este embajador sublime aprehendan las naciones a «la prostituta» que

            se le había ido a las garras, y se la entreguen a buen recaudo.

            Últimamente ha enviado a Europa un ministro plenipotenciario a

            celebrar con Francia, la Gran Bretaña y el Imperio Alemán un tratado

            de extradición de terceras en concordia y mozas del partido; cuyo

            tratado se propone cumplir con toda religiosidad enviándole algunas

            hasta de las suyas propias. No sabemos si la maldad que pasa a

            delirio, merece la cólera o la risa de los hombres. ¡Un presidente

            ocupado de día y de noche en coger niñas alegres y viejas tristes,

            persiguiéndolas hasta más allá de la frontera! ¿Y creerán ustedes

            que él de su persona es un San Jerónimo? No señor: pone sus

            carteles, y mama la cabra. ¡Vaya un país donde la madre Celestina

            merece los honores de ser reclamada por medio de una legación de

            primera clase! Parece que, en este particular, el amigo don Gabriel

            no piensa como el galeote «corredor de oreja, y aun de todo el

            cuerpo», que iba a galeras por haber querido que todo el mundo se

            huelgue y viva bien. A García Moreno le habremos de hacer pintar

            ahogando bajo su planta poderosa a la madre Celestina; pues montas

            que en su estatua ecuestre ha de ir al anca el corredor de todo el

            cuerpo.

                 Éstos son los progresos materiales y morales de García Moreno.

            Pero demos que perforase los Andes y pusiese en contacto los dos

            mares: ha contagiado a sus esclavos con la lepra de su alma, y en

            tanto que esos chorros de pus apestan al Nuevo Mundo, no podemos

            decir que hay salud en ese pueblo.

                 El espíritu de Samuel Morse no desciende sino sobre las

            naciones luminosas: hoy que sus alambres encantados unen los dos

            polos, el oriente y el occidente, y envuelven la tierra,

            comunicándole al oído los secretos de las ciencias, los sucesos de

            la política, los vaivenes del comercio ¿cuál es el cacique ignorante

            que se atreve a decir que su tribu ha superado a todas las

            repúblicas suramericanas en adelantos físicos y morales, cuando no

            tiene un jeme de telégrafo eléctrico, ni sabe quién ha sido Sirus

            Field? ¡El istmo de Panamá está viendo pasar desde tiempo inmemorial

            esas mangas de fantasmas tenebrosos que van a oscurecer el Ecuador,

            frailes de uno y otro sexo, jesuitas repelidos de todo el mundo,

            carlistas trashumantes, y aquí, aquí es donde se publica que el

            despotismo de García Moreno ha dotado al Ecuador con una gran suma

            de progreso físico y moral!

                 «Más vale un malo conocido que un bueno por conocer». Éste es

            el ruin adagio que ustedes han ido a mendigar a otra lengua, para

            ponerlo por fundamento filosófico de una infame usurpación, de una

            perpetuidad que es ya, no solamente la ignominia del Ecuador, pero

            también la vergüenza de la América republicana. ¿A dónde van a parar

            los principios democráticos, a dónde las instituciones liberales, a

            dónde los derechos de los pueblos, a dónde la justicia, a dónde el

            pundonor, a dónde la dignidad humana, a dónde la libertad, a dónde

            la esperanza? «Más vale un malo conocido que un bueno por conocer».

            ¡Ah, señores, si las sentencias de la trascasa han de salir ahora a

            echar por tierra las máximas de la filosofía, los fundamentos del

            gobierno, las bases de la república, llorad, llorad conmigo la

            calamidad de los tiempos, la negra desdicha del género humano.

            Senado de los lores, Cámara de los Comunes; Cuerpo legislativo de la

            ilustre Francia; legisladores de los Estados Unidos: Gladstone,

            Beales; Thiers, Gambetta; y tú, Carlos Summer, el más sabio, el más

            filantrópico de los norteamericanos, salid, huid, el mundo no os

            necesita ni os aprecia: el galopín de montera blanca y delantal

            manchado de carbón es el que reina, el que legisla! «Más vale un

            malo conocido que un bueno por conocer»: ¡viva la dictadura perpetua

            del verdugo!

                 «Lo que García Moreno ha hecho por el progreso y adelanto de su

            país, es patente para todo». Veamos lo que es patente para Colombia

            donde se publican estas cosas. Para Mosquera es patente que García

            Moreno le molestó con enviarle nueve mil labriegos para que los

            degüelle a orillas del Carchi: para Arboleda es patente que García

            Moreno le frustró sus planes, le destruyó su partido, le causó la

            muerte, yendo en persona a hacerse apalear a orillas del Carchi. En

            tanto que ese fiero colombiano meneaba la cachiporra sobre la cabeza

            de sus correligionarios, el amigo don Tomás Cipriano iba ganando

            terreno y apoderándose de todo, como quien no dice nada.

                 Lo que es patente para Colombia es el alzamiento de Nicolás

            Martínez contra los colombianos; ese horrendo somatén donde hombres,

            mujeres y niños fueron destrozados o puestos en huida a media noche.

            Bien es verdad que este suceso debe ser pura fábula, ya que el

            asesino recibió un alto ascenso en las barbas del Enviado

            Extraordinario y Ministro Plenipotenciario que fue a pedir

            satisfacciones y entró a Quito como una tromba marina, oscuro,

            amenazante. La tempestad fue al punto convertida en calma chicha, el

            que había venido rugiendo como león, salió arrullando como paloma.

            Vengados fueron sus compatriotas, puesto a salvo el honor de la

            nación, ya que él, un asesino, subió a ministro de la Corte Suprema

            donde se pandea todavía, y el otro a gobernador del lugar del

            crimen. García Moreno, donde no vale la fuerza, echa mano por la

            magia: es Atlante en cuerpo en Polifemo. Tiene además un colegio de

            Circes que hacen raras transmutaciones. Poco fue que no le hizo

            confesar y comulgar a su hombre. C'est mon hómme, dicen los

            franceses: García Moreno tiene sus hombres.

                 ¡Qué es, mi Dios, ver un empleado público, un agente de la

            autoridad suprema, un gobernador alzar el pueblo, asaltar, a media

            noche a una colonia extranjera, romper, herir, destrozar a diestra y

            a siniestra! Éstos son los sostenedores de García Moreno, a éstos

            asciende a ministros de la Corte Suprema, éstos piden su reelección,

            éstos escriben las manifestaciones que tanto han podido en el ánimo

            de ustedes, señores redactores del Star and Herald. Aquí tienen

            ustedes una cosa tan mala como el acontecimiento de Bolivia que se

            ha querido convertir en provecho del tiranuelo del Ecuador, sin más

            efecto que el daño de estos recuerdos. Sin ocasión, no conviene

            llevar la memoria a los casos horribles: mas la oportunidad, la

            necesidad... Si la página más brillante de García Moreno es no haber

            hecho lo que Iriondo, yo siento y pruebo que en el Ecuador han

            ocurrido crímenes públicos mucho más trascendentales. Al fin los

            bolivianos se están pelando las barbas entre ellos; pero la

            hospitalidad, esa diosa de los bárbaros que adoran también los

            pueblos civilizados, no ha visto caer sus templos en Bolivia. García

            Moreno hace juzgar a los extranjeros por herejes, y a otros los

            echan a palos de sus pueblos. ¡Ese, ese hombre debe ser dictador

            vitalicio del país donde acontecen hechos semejantes!

                 Ya oigo la argumentación de García Moreno: los reos fueron

            juzgados, dice; absueltos los delincuentes, ¿qué culpa tengo? Fueron

            juzgados, no por orden suya; fueron absueltos, por su orden. Él

            trató con el Ministro de Colombia, él premió a los asesinos. La

            revolución es el mayor de los crímenes en siendo contra su tiranía:

            las que él hace contra hombres buenos, mansos, sencillos, inocentes,

            simples, beatos, infelices como Carrión, como Espinosa, son cosas

            grandes, cosas bellas. Espinosa los hacía juzgar; García Moreno le

            bota, usurpa el mando, y hace ministros de la Corte Suprema y

            gobernadores a los asesinos; y el señor don Teodoro, muy satisfecho

            de sí mismo, piensa que se ha echado a la faltriquera a Talleyrand y

            Metternich.

                 ¿Qué otra cosa es patente para Colombia? Cosa patente -los

            cinco colombianos azotados en Esmeraldas, uno de los cuales llevó su

            queja hasta las altas regiones del gobierno.

                 ¿Qué otra cosa es patente para Colombia? Cosa patente -los

            robos oficiales que cada día se hacen a colombianos en el Ecuador,

            quitándoles hasta los céntimos del bolsillo. Los robados se

            desahogan con hartar de insultos a los ecuatorianos: ¡Dios de

            bondad! ¿son ellos que les saltean? Es García Moreno el jesuita,

            hombre sin patria: no la tiene el que no la ama y la deshonra; no la

            tiene el que la escarnece y la embrutece; no la tiene el que la

            oprime y la mata. La hospitalidad, la benevolencia, el cariño que

            los colombianos han hallado siempre en el Ecuador ¿en dónde los

            hubieran hallado? Amor, riqueza, preponderancia, todo. Las mejores

            casas siempre abiertas para los vecinos; las mejores manos, a su

            alcance; las mejores haciendas, para ellos: en buena hora, si ha

            sabido merecerlas. Cuando García Moreno y su pandilla les roban, les

            persiguen, les ultrajan, él es el delincuente, él merece el castigo;

            ¿por qué vengarse de sus víctimas? Por qué le sufren, exclaman en

            Bogotá; por qué no le derriban, añaden en Popayán; por qué no le

            matan, gritan en la brava Pasto. La prensa de Panamá ha tomado sobre

            sí el oponerse a esas ciudades: ella no quiere que le derriben ni le

            maten; antes proclama la dictadura perpetua del verdugo. ¡No,

            señores! no he dicho la prensa de Panamá; digo un periódico,

            periódico escrito en lengua extraña. El pueblo panameño que se

            levanta en globo a vitorear a Páez; que festeja en la alegría de la

            libertad y el patriotismo al último de nuestros libertadores, no

            aplaude las obras de un oscuro tiranuelo, las supercherías de un

            traidor consuetudinario. La estatua de Herrera está ahí que le

            instruye y le amenaza: en faltando sus hermanos a los deberes del

            hombre libre y fiero, ella alza la voz y les contiene; la voz de la

            tumba, solemne en todo caso, terrible cuando se queja y se lamenta.

            Y vosotros, campeones de la ley, soldados de la inteligencia,

            propagadores de las luces, diarios del alta Bogotá, ¿no estáis

            desmintiendo cada día los asertos de este cofrade descarriado? «La

            Ilustración», «La América», el «Diario de Cundinamarca» y otros

            cientos, no piden la tercera, la cuarta, la quinta reelección de

            García Moreno, ni piensan que sea necesaria una mano de fierro para

            ese pueblo de corderos. ¿Cuál más suave, más blando, más fácil de

            gobernar, y aun de oprimir en todo tiempo? Pues necesita una mano de

            fierro. Potestas tenebrarum.

                 ¿Qué otra cosa es patente para Colombia? Les sobra fundamento a

            ciertos colombianos y muy particularmente al Enviado Extraordinario

            y Ministro Plenipotenciario para pedir satisfacciones de la sangre

            derramada por Nicolás Martínez; les sobra fundamento para llamar de

            «matachines» y de «viles» a los ecuatorianos, y venderlos al mundo

            por «eunucos». Es cierto que en los dominios del Gran Señor de la

            Puerta Otomana los eunucos corren con el azotar; ¿a quiénes? A los

            de Esmeraldas: ¡gran Dios!

                 Ahora veamos lo que es patente para el Perú, otro de los

            vecinos. El Perú sabe y ha visto la persecución de García Moreno a

            los miembros del concejo municipal de Guayaquil que protestaron

            patriótica, noble, altamente contra la ocupación de las islas

            guaneras por los españoles. El Perú sabe que García Moreno es reo de

            sus tribunales, preso legítimo de sus cárceles; sabe que tiene allí

            causa criminal declarada con lugar a proceder; sabe que sus jueces

            le han juzgado por tentativa de homicidio. Sabe y ha visto que el

            pueblo de Lima le seguía por las calles cuando huía medroso, a las

            voces de: «¡No hay quien mate a ese traidor!» «¡No hay quien mate a

            ese tirano!».

                 ¿Qué más sabe y ha visto el Perú? Sabe y ha visto que en Piura

            le fusilaron en estatua por la espalda. El Perú y Bolivia y Colombia

            y Venezuela y Chile y Buenos Aires y todo el continente sabe que

            García Moreno propuso al señor Heriberto García de Quevedo entregar

            el Ecuador a España; sabe que escribió varias cartas al señor

            Trinité ofreciéndoselo a Francia, y ha leído esas cartas. ¿Qué más

            sabe y ha visto la América del Sur? García Moreno contesta, no para

            negar estos delitos, sino para decir que son cosas traqueadas,

            antiguas, y que los que se las recuerdan son ladrones, bribones,

            estafadores, pillos, bandidos, prófugos, infames calumniantes y

            otras santidades de las que acostumbra. Contesta, no que no ha

            cometido esas felonías, sino que son cosas traqueadas, antiguas. Con

            ser buen leguleyo no sabe que los crímenes no prescriben; y con ser

            no mal físico, no sabe que la infamia tiene aceite de patíbulo, no

            se seca jamás, y está oliendo sin fin, como el almizcle.

                 Traqueadas, antiguas... Y cabalmente por esto debe ser dictador

            perpetuo. Quisiera yo saber si los franceses elegirán presidente de

            la República a Bazaine dentro de catorce años: su traición será

            entonces cosa traqueada, antigua, y tendrá derecho al primer puesto.

            Hay acciones que imprimen carácter: los traidores son sacerdotes

            ordenados por Satanás, y con cerquillo y corona se van a los

            infiernos, aun cuando viva cien años. Cosas traqueadas, antiguas...

            ¿Y quién nos guarda de que no las renueve, refresque y pulimente en

            la primera ocasión? Como su poder viniera a riesgo de perderse,

            verían ustedes que aquel presbítero hacía lo posible por darle

            retoque a lo traqueado, novedad a lo antiguo. Res sacra reus, decían

            los romanos; el reo es cosa sagrada. Pero esto era cuando iba hacia

            el cadalso: cuando se contonea en la gloria mundana, el reo es cosa

            maldita.

                 García Moreno debe ser dictador perpetuo por estas razones

            positivas; ahora vienen las negativas. Debe hacerlo, porque él no ha

            hecho lo que el gobierno de Bolivia acaba de hacer con un

            distinguido boliviano, romper con su casa a cañonazos, invadirla,

            saquearla, llevarse presos a sus moradores. Y no debe serlo también

            porque no ha puesto fuego al templo de Delfos; porque no ha

            destruido la biblioteca alejandrina; porque no ha matado a su madre

            ni a su esposa; porque no ha entrado Roma a sangre y fuego; porque

            no ha asesinado a Enrique IV; porque no ha fusilado a monseñor

            Darboy; porque no ha entregado la nación francesa a los alemanes;

            porque no ha desorejado a los generales enemigos, como don Manuel

            Rosas. Sobran razones para elegir por tercera vez a García Moreno.

                 Un anciano agobiado con el peso de los años y los males se

            halla en el calabozo de un cuartel: cano, enfermo, triste, no dice

            nada ni se mueve. Llegan los verdugos, le toman, le arrastran al

            patio, le templan, le azotan. ¿Oyen ustedes? ¡le azotan! ¿Han oído?

            ¡le azotan! Y ese hombre es militar, general, veterano de la

            independencia. Después de azotado, le echan fuera. A pocos días,

            como iba por la calle despacio, taciturno, cayó muerto. El corolario

            del azote debía ser el veneno: el tiranuelo temió la venganza del

            soldado. Justo es que en Colombia, en Panamá se proclame la

            dictadura perpetua de García Moreno: el general Ayarza fue hijo de

            Panamá, colombiano. ¿A dónde sois idos, justicia y honor de las

            naciones?

                 ¡Al honor y la justicia de Colombia no seré yo quien toque, por

            Dios vivo! Las virtudes de un gran pueblo son cosas muy elevadas,

            para que vengan a tierra por desvíos solitarios que él no disimula.

            Pero me llena de asombro el ver cómo de la cuna del general Fernando

            Ayarza salga la única voz quizás que en Colombia canonice al traidor

            y azotador García Moreno. Cinco años de destierro son para

            cualquiera cinco muertes: cinco años vividos en un desierto hermoso

            donde la mano de Dios está extendida sobre la Naturaleza y los pocos

            hombres que le habitan, me enseñaron a quererla a esta Colombia,

            heroica por sus hechos, libre por su querer, clara por sus luces,

            cuando al pie del Chiles y el Cumbal pasaba yo mis días tristes en

            esa felicidad misteriosa de que sólo son capaces ciertos corazones.

                 Cuando el crimen de haber azotado a un general, un veterano de

            la independencia fue a resonar en las naciones vecinas, don Pedro

            Pablo García Moreno, hermano del delincuente, desmintió en Lima con

            laudable prontitud el desafuero que se atribuía a su hermano, y dijo

            en «El Comercio», que de ser verdadera semejante atrocidad se

            seguiría que ese hombre muriese abrumado bajo el peso de la

            execración del mundo. El hecho era positivo, auténtica la noticia.

            Los hermanos de aquel bárbaro protestan junto con todos los

            suramericanos contra sus insensatas tropelías; y habrá un escritor,

            un periodista, un encargado de los intereses generales, un guardián

            de la moral pública, un vigilante de la libertad, un oficial de la

            democracia que alce la voz y llame a la dominación vitalicia al ser

            infausto que está condenado a muerte por el tribunal del Nuevo

            Mundo, a las penas eternas por la justicia del Todopoderoso!

                 ¡Qué doctrinas! La republicana desecha la de los hombres

            necesarios, y la de los providenciales es impiedad entre nosotros,

            cuando no fue sino sandez en Napoleón III. La elección de Grant para

            un tercer período no sería admisible en los Estados Unidos, porque

            olería a cesarismo; la de García Moreno es necesaria en el Ecuador,

            porque «difieren las circunstancias». ¿Qué circunstancias? ¡ah,

            señores! este vago, hueco, fantástico vocablo no entraña muchas

            veces sino la nada; pero una nada malévola, nociva; vientecillo

            apenas sensible que causa la muerte, como esos aires disimulados que

            en ciertos países soplan a modo de céfiro y matan a modo de Simún.

            Las circunstancias no quieren que Grant se perpetúe en los Estados

            Unidos, Sarmiento en la República Argentina, Murillo en Colombia, y

            exigen que García Moreno sea eterno en el Ecuador. Éstos suben por

            elección libre, gobiernan con rectitud, concluyen con honor,

            descienden con modestia, y no incurren en fatuidad y vanistorio

            afirmando que sólo ellos son capaces de regir sus naciones

            respectivas. Que García Moreno piense y aun diga que en la suya no

            hay sino él, aun no tan malo; que mande a sus Eutropios pensar y

            decir lo mismo, es natural: ya otro de su calaña mandó que se le

            tenga por Cibeles, madre de los dioses; y el que tal no creía y

            confesaba, incurría en delito de lesa majestad. Pero que hijos de

            otros padres, escritores de luces, periodistas acreditados hagan a

            un pueblo todo el sumo agravio de no concederle sino un hombre, es

            cosa que no sufre el corazón. ¿Conocen ellos a ese pueblo?¿Conocen a

            esos hombres? Piensen, confiesen y sostengan que García Moreno es

            Cibeles, madre de los dioses; pero no cierren a palos con los que no

            lo confiesan porque no lo creen. Pueblo donde no hubiese más que un

            hombre, estaría condenado a la conquista o a la barbarie. Bien es

            que los dioses no mueren; y si el viejo Saturno se los iba comiendo

            conforme le iban naciendo, la madre Cibeles le parió tal hijo que se

            llamó Júpiter. Pero si no mueren se van, amigos míos; ¿no saben

            ustedes que los dioses se van? Se fueron de la Francia, se fueron de

            la España, se fueron de Roma, se fueron de Nápoles: emperadores,

            reyes, papas, a la edad media ¡Vade retro!

                 Del Paraguay, se fueron; de Buenos Aires, se fueron; de

            Bolivia, se fueron; de Guatemala, se fueron; del Salvador, se

            fueron; el doctor Francia, Melgarejo, Carrera, Dueñas, dioses de

            menor cuantía, títeres del Olimpo, ¡se fueron! y no así como quiera

            sino marcados en la frente con el hierro con que los pueblos señalan

            a los tiranos para que sean reconocidos en las regiones infernales.

                 García Moreno no se va todavía, el esfinge no se mueve: su

            castigo está madurando en el seno de la Providencia; mas yo pienso

            que se ha de ir cuando menos acordemos, y sin ruido: ha de dar dos

            piruetas en el aire, y se ha de desvanecer, dejando un fuerte olor

            de azufre en torno suyo. Los jesuitas le han cortado el rabo para

            cuando lo hayan menester: ¿les valdrá la reliquia? Los dioses se

            van, amigos míos: se van también los diablos: Jesús es el que viene:

            Jesús nos trae la redención, la libertad, la democracia.

                 Volvamos a la política. Las circunstancias suenan a motivo

            transitorio, que no data de quince años, ni se extiende por el

            porvenir durante la vida de un hombre: reina ya quince años ese

            tiranuelo, ¿y todavía alega las circunstancias para no apearse? Pues

            si es de condición que en tanto tiempo no ha podido ordenar las

            cosas de manera que entregue honradamente el mando, y sin temor, a

            otro ciudadano, de presumir es, seguro es que las circunstancias

            durarán tanto cuanto esa alma de diablo mueva ese cuerpo de bruto.

            Tiene en su persona todos los caracteres de la longevivencia: bien

            repartido, pecho espacioso, osamenta gruesa, sólida; el

            temperamento, ígneo; las extremidades, enormes; cabeza, pies y manos

            de gigante. Cuando algún geólogo averiguador, rebuscando en provecho

            de las ciencias las ruinas de Quito después de algunos siglos, halle

            sus restos fósiles, ha de componer con ellos un mastodonte. Frisa

            con los sesenta años nuestro hidalgo el día de hoy; por la parte que

            menos, se vive sus treinta más; y hemos de esperar a que se muera?

            ¡Justicia del cielo! ¿Quién no legitimaría la usurpación, el régimen

            tiránico, si todo fuera alegar las circunstancias? Fundadnos la

            política en la filosofía, las razones en la razón, si queréis

            reducirnos a vuestros pensamientos: en tanto que las circunstancias

            vuelan con el humo, no hay que palpar ni que apreciar en ellas. La

            gran circunstancia de los pueblos es la libertad; la de los hombres,

            el honor: oscurantismo, tiranía, servidumbre son malas

            circunstancias, amigos y señores.

                 Si va a la hacienda, ¿quién no sabe la ruina vergonzosa del

            Ecuador, bien así en lo tocante a la riqueza pública como a la

            particular? La moneda es desconocida, el ruin papel es el símbolo de

            los valores; y el pueblo, el pueblo que trabaja, el pueblo que suda,

            el pueblo que da de comer, no come: el pueblo tiene hambre, tiene

            hambre el pueblo, ¡cosa horrible, cosa inaudita en Suramérica! Los

            diez mil italianos de capilla, los veinte mil jesuitas, las cien mil

            genízaras que con nombres variados y pintorescos han importado del

            viejo mundo, se comen lo poco que alcanza a producir un pueblo

            aherrojado: sabido es que el trabajo libre es el productivo. Los

            frailes son los únicos que tienen dinero. «Cuando lo he menester

            -acaba de decirme un notable comerciante-, no voy a tal ni a cual

            casa mercantil; voy a una celda; los padres me sacan de cualquier

            apuro, por mi dinero». La usura ha nacido y vivido en el convento;

            ojalá muriese en el patíbulo. Cada fraile extranjero es una ventosa

            pegada a las carnes de ese pueblo desdichado: todos tienen rentas

            cuantiosas, todos tienen industrias, todos hacen milagros, desde el

            enviado del Papa, y a la sombra del tiranuelo: las iglesias están

            saqueadas, las custodias falsificadas, las imágenes desnudas. Un tal

            Tavani, internuncio, hizo tanto en Quito, que de vuelta a Roma,

            Antonelli le suscitó tres causas criminales, y una de ellas la de

            simonía. Pero como había llevado medio millón de pesos, él tuvo la

            justicia de su parte, y hoy vive a lo cardenal en un palacio. Esos

            quinientos mil duros, ¿para cuántas necesidades no hubieran servido

            en el Ecuador? El Star and Herald acaba de anunciar que el reverendo

            Padre Potter, de la Compañía de Jesús, ha sido nombrado ministro de

            Instrucción Pública en el Ecuador. «Éste parece ser -añade el

            respetable periódico- el paraíso de los jesuitas; y está muy bien

            que los humildes secuaces de Jesús a quienes la civilización de

            nuestro siglo insiste en perseguir, hallen un lugar de descanso, aun

            cuando sea en las costas del Pacífico». La ironía no puede ser más

            en favor nuestro: los hombres a quienes la civilización repele,

            hallan su paraíso en el Ecuador, que naturalmente será más

            civilizado que Europa y que toda América. Aquí tienen ustedes,

            señores del Star and Herald, confesada y pregonada por ustedes la

            barbarie de García Moreno. En su conciencia, ustedes están de

            acuerdo con nosotros; ¿pues cómo sostienen lo contrario? Cuando aún

            no acaba de reírse el Nuevo Mundo de ver a ese ingenioso Cayo

            dedicar por un acto solemne la República al Sagrado Corazón de

            Jesús, ¿cómo se ha de maravillar de que los jesuitas compongan su

            Ministerio? Hombre jocoso: ha repartido su ejército en cuatro

            divisiones: «División del Niño Dios», «División del Buen Pastor»,

            «División de las Cinco Llagas», «División de La Purísima». Y donde

            los regimientos se llaman en otras partes «Húsares de Apure»,

            «Dragones de a caballo», «Granaderos de la guardia», «Lanceros de la

            muerte», en el ejército de García Moreno se llaman «Hermanos

            Católicos», «Hijos de Su Santidad», «Guardianes de la Virgen»,

            «Ejercitantes voluntarios». Pues han de saber ustedes que el

            ejército de García Moreno entra a ejercicios, confiesan y comulgan

            desde los generales. Si no estuviera tan manoseada, tan vulgarizada,

            tan opacada esta palabra de Cicerón, risum teneatis, aquí me la

            decía yo, porque aquí encaja.

                 Parece que la clerigalla extranjera ha recogido ya el último

            centavo: para salir de apuros, García Moreno ha recurrido al

            empréstito, ese yugo tan pesado bajo el cual gimen los gobiernos

            poco advertidos, bajo del cual medran los de escasa probidad.

            ¿Cuándo llegará el día de que el mal del empréstito no sea necesario

            porque lo rehuyamos con el trabajo y la economía? El empréstito,

            molestia del presente, azote del porvenir, espectro que aterra a los

            gobiernos probos. García Moreno ha recurrido al empréstito: ha de

            ofrecer cinco por uno, y lo ha de conseguir: ¿qué le importa? él

            sabe que no será él quien pague. El empréstito, cucaña para los

            prestamistas, ganga para los negociadores, boda, jolgorio para los

            jesuitas. Pronto, pronto esos millones: el Padre Alfarache los

            exige, la madre Labrusca los reclama.

                 No concluiré sin suplicar a mis lectores no tomen a la letra un

            principio consignado en este escrito y ligeramente desenvuelto;

            hablo del derecho de insurrección, que sería sobrado atrevido si no

            se le encerrase en los límites que piden la razón y «un derecho

            superior», cual es el que tiene la República de existir; «principio

            que domina todo el edificio social y político», según acaba de

            sentar el hombre más consumado en materias políticas y sociales de

            los Estados Unidos. Éste es el honorable Reverdy Johnson, quien

            acaba de decidir que Mc Enery no tenía derecho para derribar el

            gobierno del usurpador Kellogg, y que la revolución de la Luisiana

            ha sido un acto ilícito, aun cuando el electo legítimo hubiese sido

            el dicho Mc Enery; y que todo lo que le cumplía al pueblo luisianés

            era esperar con paciencia. Reverdy Johnson ha juzgado en un solo

            punto de vista; ni había otros en los cuales se presentase la

            materia: Kellogg entrampó las elecciones y se declaró gobernador de

            la Luisiana; Mc Enery reunió la mayoría de sufragios, y fue burlado

            por su competidor: ¿tuvo derecho para tomar por la fuerza lo que sus

            conciudadanos le habían concedido de su buena gracia? Un juez

            competente, anciano en quien concurren la experiencia, la sabiduría

            y la probidad, ha decidido que no, porque del principio contrario se

            seguiría la anarquía. Pero si a la usurpación hubiera añadido el

            dicho Kellogg el crimen de atentar contra las instituciones

            democráticas, de imponer su pura voluntad con vilipendio de las

            leyes, de erigir el cadalso como el altar de la patria, de ahogar a

            los hijos de ella bajo un sinnúmero de frailes ávidos de su sangre,

            de plantear el fanatismo como principio filosófico, de declarar el

            Syllabus la ley de la república, después de haberla vendido varias

            veces a las naciones europeas; y si sobre esto se añadiese la

            resolución de perpetuarse y aun nombrar su sucesor después de sus

            días: el sabio, el justo, el patriota Reverdy Johnson hubiera

            decidido que el pueblo de Luisiana no había tenido derecho para

            derribar al usurpador? ¡No! Y si tal lo decidiera, hubiéramos dudado

            de su sabiduría.

                 Con harto fundamento esperamos, señores redactores del Star and

            Herald, que ustedes rectifiquen los conceptos del artículo que ha

            motivado el presente opusculillo; y mucho más si hacen memoria de

            los tan contrarios que más de una vez han consignado en su

            periódico, obedeciendo a la ley de la justicia. Para la popularidad

            y el buen nombre de que gozan el Star and Herald sobran razones: un

            periódico no cobra tanto crédito sino por al elevación con que trata

            las cosas y la rectitud con las que deslinda: ¿de dónde ha podido

            suceder que hoy salga a cuestas con la apología de un tiranuelo cuya

            extravagancia raya en locura, tiranuelo unánimemente aborrecido en

            las naciones suramericanas? El escritor se atiene a los hechos

            públicos, y no a las adulaciones con que un hombre de escaso pudor

            se recomienda él mismo. ¿Qué son los papeles que él manda escribir,

            los informes de sus agentes, para con las traiciones a América, los

            azotes a generales de la independencia y otros crímenes grandes y

            espantosos que puestos sobre el Pichincha están gritando al mundo:

            juzgadle, juzgadle? Obra será del autor de su vida sacar a luz los

            negros secretos de esa tiranía; un transeúnte le ha salido al paso

            la ocasión, y tomándola en globo, no tiene tiempo ni humor de entrar

            en esas particularidades que disgustan como una muchedumbre de

            sabandijas. Pero es un deber de todo americano señalar los traidores

            a la patria común; de todo republicano combatir el despotismo y la

            perpetuidad; de todo hombre de bien levantarse contra lo inicuo y

            poner la voz en lo alto de los cielos. No es tiempo perdido el que

            se emplea en favor de nuestros semejantes, ni el camino es malo

            porque se gaste una jornada en volver por los derechos de los

            pueblos. No desmayar en ningún tiempo ante la muerte ni ante la

            calumnia, éste es el secreto por cuyo medio hemos alcanzado la

            venganza de la tiranía, título glorioso al respeto de los hombres

            libres.

                 Panamá, 28 de octubre de 1874.